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Hola, me llamo Patricia pero podéis llamarme Picky- Os voy a contar una historia que me pasó hace mucho tiempo. Entonces yo era una niña de diez años. Vivía en una calle pequeña de una gran ciudad. Todas las mañanas iba al colegio con mis amigas Marta, María y Marisol, que eran trillizas. Juntas íbamos a recoger a Manuela que necesitaba ayuda porque había tenido una enfermedad de pequeña y sus padres no tenían dinero para pagar la operación que podría curarla. Al principio intentaron conseguir ayuda, pero ya se habían rendido y Manuela estaba acostumbrada a que alguien empujara su silla. Era muy alegre y nos decía: -Así sé que nunca me quedaré sola en el recreo. Siempre tengo amigas que me ayudan como vosotras.

alanablogdotcom.files.wordpress.com  · Web viewA mí siempre se me ocurrían deseos impresionantes, pero nunca se los dije, aunque parecía que adivinaba que yo deseaba volar y

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Hola, me llamo Patricia pero podéis llamarme Picky- Os voy a contar una historia que me pasó hace mucho tiempo.

Entonces yo era una niña de diez años. Vivía en una calle pequeña de una gran ciudad. Todas las mañanas iba al colegio con mis amigas Marta, María y Marisol, que eran trillizas. Juntas íbamos a recoger a Manuela que necesitaba ayuda porque había tenido una enfermedad de pequeña y sus padres no tenían dinero para pagar la operación que podría curarla. Al principio intentaron conseguir ayuda, pero ya se habían rendido y Manuela estaba acostumbrada a que alguien empujara su silla. Era muy alegre y nos decía: -Así sé que nunca me quedaré sola en el recreo. Siempre tengo amigas que me ayudan como vosotras.

El “Desavío” era nuestra tienda favorita. Un simpático tendero de mediana edad y mediana estatura, atendía el mostrador con una sonrisa de oreja a oreja: “¿Qué desea…?”. A mí siempre se me ocurrían deseos impresionantes, pero nunca se los dije, aunque parecía que adivinaba que yo deseaba volar y que Manuela pudiese andar. Eran mis dos deseos y solo pensarlos me hacía sentir muy bien. Siempre que íbamos nos regalaba caramelos y nos hacía trucos de magia. Era increíble. Igual te sacaba un regaliz de la oreja, que un turrón de una caja de leche…cerrada. Nunca he conocido otra persona igual.

Un día que volvíamos del colegio, después de dejar a Manuela en su casa, nos llamó con mucho misterio. Nos enseñó un anuncio de un periódico. ¡Eso sí que era mágico! Una empresa de sillas de ruedas eléctricas regalaba una a cada persona que fuese capaz de reunir tapones de plástico para llenar una furgoneta. ¡Una silla de ruedas eléctrica! ¡Qué pasada! No podíamos contárselo a Manuela. Sabíamos que no sería fácil reunir tantos tapones y no queríamos que se desilusionara si, finalmente, no lo conseguíamos.

Así que nos inventamos una historia diferente para que ella pudiera participar sin saber para qué era. Le dijimos que en el pueblo se iba a organizar un concurso de reciclaje y que a nuestro colegio le habían encargado recoger tapones y almacenarlos en la trastienda del “Desavío”. A ella le encantó la idea. Sufría pensando que los niños del futuro no pudiesen conocer ríos limpios en los que refrescarse y sabía que reciclando se ahorra agua y energía.

Nos inscribimos enseguida. Había que fijar una fecha para que nos recogieran los tapones y trajeran la silla. Queríamos tenerla como regalo de Navidad, así que pusimos el 15 de diciembre.

Preparamos las cajas que enseguida empezaron a llenarse. Todo el mundo llevaba tapones de todos los tamaños y colores imaginables.

Un día me di cuenta que faltaban muchos tapones. ¿Sería posible que alguien los estuviese robando? Se acercaba el día y los cálculos eran aterradores: no lo conseguiríamos. Me encerré en mi cuarto a llorar y no quise ir más a la tienda. Alguien había destrozado nuestro plan y la única esperanza de Manuela.

El día señalado, vinieron a buscarme mis amigas. Venían desconsoladas. Habían ido la tarde anterior y no había bastantes tapones. Todo era un fracaso. Las cuatro nos pusimos a llorar desconsoladas: tanto esfuerzo para nada.

De pronto escuchamos un alboroto tremendo. La gente entraba y salía de la tienda, hasta vino una furgo de la TV. Bajamos a ver qué pasaba. En el patio de la trastienda había un muñeco de nieve enorme hecho de tapones. Nadie sabía de dónde había salido. Era cosa de magia. Además, el limonero que había en medio del patio parecía un árbol de Navidad lleno de adornos hechos con plástico de botellas de agua.

Había tapones de sobra para la silla. Unos reporteros nos pidieron que contásemos la historia de Manuela y nos prometieron recaudar dinero para la operación.

Fue la Navidad más bonita de mi vida. Manuela, con su silla, hacía carreras con nosotras, y a veces nos la dejaba. Unos días después llamaron a los padres de

Manuela. Tenían cita para la operación. La cadena que nos entrevistó cargó con todos los gastos.

La operación fue un éxito. Manuela quiso agradecer, a todos, lo que habían hecho por ella y pensó que la mejor manera sería estudiar y prepararse para trabajar en algo en favor de la humanidad. Ahora tiene una fundación de ayuda a minusválidos. Y ¿mi deseo de volar? Cuando me hice mayor lo cambié por otro: deseé que mi calle, mi ciudad, mi país y mi planeta fueran un lugar limpio y acogedor para todas las personas. Este deseo no necesita magia, solo ganas de cambiar el mundo.

¿Quieres colaborar? ¡Empieza por reciclar!