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PENSAMIENTOS…36 LAS OBRAS DE MISERICORDIA INTRODUCCIÓN Por sugerencia del R.P. Pedro Pitura, editor de mis Pensamientos, escribí la presente obra, con motivo del “Año jubilar de la misericordia” anunciado por el Papa Francisco con la bula “Misericordiae vultus”. “Es mi vivo deseo – dice el Papa - que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales”. El lema del Año jubilar de la misericordia, es el siguiente: “Sean misericordiosos como su Padre Celestial” (Lc 6,36). En estas páginas iremos reflexionando, primeramente sobre la misericordia de Dios y de nuestro obrar con misericordia en general; luego pasaremos a reflexionar sobre cada una de las obras de misericordia corporales y espirituales. Nos daremos cuenta de que la misericordia, como expresión exquisita de la caridad, es parte esencial de nuestra vida cristiana. Todos somos receptores de la misericordia de Dios, en dos sentidos: como perdón por nuestros pecados, y como ayuda en nuestras necesidades materiales y espirituales. En nuestros tiempos, cuando prima la cultura del individualismo hedonista y de la justicia dura, hablar de misericordia está fuera de moda, incluso parece ridículo. Sin embargo estamos en tiempos en que más se necesita misericordia, porque hay mucha más gente sufrida y necesitada que en otros tiempos, que están esperando una mano amiga, una ayuda, para salir de la miseria física, moral y espiritual. Veremos una por una las obras de misericordia señaladas por el catecismo, tratando de descubrir su significado y su vinculación con la voluntad de Dios y la necesidad de ponerlas en práctica, imitando al Padre misericordioso y al mismo Jesucristo, Señor de la divina misericordia, “rostro del Dios de la misericordia” (M.V.1); “Sumo sacerdote misericordioso y digno de fe” (Hb 2,17). Mons. Roberto Bordi ofm INDICE La misericordia…………………………………………………… 1-14 Dar de comer al hambriento - dar de beber al sediento………….. 15-22 Vestir al denudo. Dar hospedaje al forastero…………………….. 23-32 Asistir a los enfermos…………………………………… ……… 33-41 Visitar a los presos………………………………………………. 42-49

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PENSAMIENTOS…36LAS OBRAS DE MISERICORDIA

INTRODUCCIÓNPor sugerencia del R.P. Pedro Pitura, editor de mis Pensamientos, escribí la presente obra, con motivo del “Año jubilar de la misericordia” anunciado por el Papa Francisco con la bula “Misericordiae vultus”. “Es mi vivo deseo – dice el Papa - que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales”. El lema del Año jubilar de la misericordia, es el siguiente: “Sean misericordiosos como su Padre Celestial” (Lc 6,36). En estas páginas iremos reflexionando, primeramente sobre la misericordia de Dios y de nuestro obrar con misericordia en general; luego pasaremos a reflexionar sobre cada una de las obras de misericordia corporales y espirituales. Nos daremos cuenta de que la misericordia, como expresión exquisita de la caridad, es parte esencial de nuestra vida cristiana. Todos somos receptores de la misericordia de Dios, en dos sentidos: como perdón por nuestros pecados, y como ayuda en nuestras necesidades materiales y espirituales. En nuestros tiempos, cuando prima la cultura del individualismo hedonista y de la justicia dura, hablar de misericordia está fuera de moda, incluso parece ridículo. Sin embargo estamos en tiempos en que más se necesita misericordia, porque hay mucha más gente sufrida y necesitada que en otros tiempos, que están esperando una mano amiga, una ayuda, para salir de la miseria física, moral y espiritual. Veremos una por una las obras de misericordia señaladas por el catecismo, tratando de descubrir su significado y su vinculación con la voluntad de Dios y la necesidad de ponerlas en práctica, imitando al Padre misericordioso y al mismo Jesucristo, Señor de la divina misericordia, “rostro del Dios de la misericordia” (M.V.1); “Sumo sacerdote misericordioso y digno de fe” (Hb 2,17). Mons. Roberto Bordi ofm

INDICE

La misericordia…………………………………………………… 1-14Dar de comer al hambriento - dar de beber al sediento………….. 15-22Vestir al denudo. Dar hospedaje al forastero…………………….. 23-32Asistir a los enfermos…………………………………… ……… 33-41Visitar a los presos………………………………………………. 42-49Enterrar a los muertos……………………………………………. 50-57Aconsejar al que lo necesita………………………………………. 58-68Corregir al que yerra………………………………………………. 69-78Enseñar a los ignorantes…………………………………………… 79-87Consolar a los afligidos……………………………………………. 88-95Perdonar las ofensas……………………………………………….. 96-104Soportar las personas molestas…………………………………….. 105-114Orar a Dios por los vivos y difuntos………………………………. 115-127

LA MISERICORDIA

1. Las “obras de misericordia” se enmarcan en el mandato del amor al prójimo. La caridad para con el prójimo, es el segundo mandamiento, en orden de importancia, según la enseñanza de Jesús. “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley? Y El le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,36-39). Se puede amar al prójimo con un amor de complacencia, cuando nos agrada por sus virtudes, cualidades, perfecciones y beneficios; y con un amor de misericordia y compasión, cuando estamos dispuestos a perdonar sus ofensas y a socorrerlo en sus necesidades materiales y espirituales.

2. La Iglesia nos da una lista de siete obras de misericordia corporales y siete obras de misericordia espirituales. Las primeras son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, hospedar al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Las segundas son: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia a las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y los muertos. Todas ellas han sido extraídas de la Palabra de Dios, en A.T. y N.T.

3. En el discurso del juicio, Jesús enumera casi todas las obras de misericordia corporales, y las considera como hechas a sí mismo: “Tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; forastero y me recibieron en su casa; sin ropas y me vistieron; enfermo y me visitaron; en la cárcel y fueron a verme”. (Mt. 25, 35-36). Las obras de misericordia espirituales las encontramos en todo el Evangelio. Bastaría fijarse en el ejemplo de Jesús, quien “aconsejó” y “enseñó” las verdades eternas y la conducta de santidad; “corrigió” a los pecadores, sacerdotes, escribas y fariseos, y a los mismos apóstoles; “consoló” a Marta y María e invitó a todos los afligidos a acudir a él (cfr Mt 11,28); “perdonó” a los pecadores e instituyó el sacramento del perdón (cfr Jn 20,23); “soportó” la aversión de los sacerdotes, escribas y fariseos; “rogó” al Padre por sus discípulos, resucitó muertos, prometió vida eterna, subió al cielo donde intercede delante del Padre por toda la humanidad (Rom 8,34; Hbr 9,24).

4. En el discurso de la montaña Jesús afirma: “Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán misericordia” (Mt 5,7). A los discípulos les dice: “Sean misericordiosos como su Padre Celestial es misericordioso” (Lc 6,36). En nuestros tiempos la misericordia parece una palabra fuera de lugar. Acostumbrados más a la justica, a las normas y leyes, a las relaciones frías, técnicas, jurídicas, comerciales, no hay lugar para la misericordia, el perdón, la reconciliación, la ayuda y la compasión. San Pablo escribe a los Efesios: “Sean bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, como Dios también los perdonó a ustedes en Cristo” (Ef 4,31-32). El apóstol Santiago dice: «Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, calentaos o hartaos”, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? La fe sin las obras está muerta» (St 2,15-17; cf Jn 3,17).

5. La palabra “misericordia” en su significación etimológica, proviene de dos términos latinos: “miser” y “cor-cordis”, y quiere decir tener corazón para con los míseros, sentirse conmovido

por los padecimientos y necesidades del prójimo; inclinarse a socorrer y perdonar a los demás con compasión. Ya en el A.T. se habla mucho de la misericordia de Dios y de la necesidad de ser misericordiosos con el prójimo. El profeta Isaías escribe: “¿No es acaso el ayuno compartir tu pan con el hambriento   y dar refugio a los pobres sin techo, vestir al desnudo   y no dejar de lado a tus semejantes? (Isaías 58,7). Con frecuencia encontramos expresiones como éstas: “Dios es compasivo y misericordioso” (Ex 34,6); “De la misericordia de Dios está llena la tierra” (Sal 33,5); “grande hasta los cielos es tu misericordia” (Sal 57,10); “El es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias” (Sal 103,2-4); “Alaben a Dios, porque él es bueno, porque eterna es su misericordia” (Sal 118,1).

6. También en el N.T. encontramos muchas referencias a la misericordia de Dios: “Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación” (Lc 1,50). Jesús se dirige a los fariseos inmisericordes, diciéndoles: “Vayan, pues, y aprendan lo que esto significa: ‘Quiero misericordia, y no sacrificio’ (Mt 9,10-13; 12,1-7; compárese con Os 6,6.). Al endemoniado de Gerasa Jesús le dice: “Anda y anuncia a todos lo que el Señor te ha hecho y la misericordia que ha obrado contigo” (Mc 5,19). San Pablo escribe: “Dios, rico en misericordia” (Ef 2,4); “El Señor mostró las riquezas de su gloria, en aquellos que hizo objeto de su misericordia, que Él preparó de antemano para que compartan su gloria” (Rom 9,23). San Pedro escribe: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva” (1Pdr 1,3).

7. El pueblo de Israel y luego la comunidad cristiana invocaban con confianza al Dios de la misericordia. En los salmos leemos estas súplicas: “Ten misericordia de mí, oh Dios, porque estoy enfermo; sáname porque mis huesos se estremecen” (Sal 6,2); “Mírame y ten misericordia de mí, porque estoy solo y afligido” (Sal 25,16); “Ten misericordia de mí, oh Dios, porque estoy en angustia; se han consumido de tristeza mis ojos, mi alma también y mi cuerpo” (sal 31,9). Ten misericordia de nosotros, oh Dios, ten misericordia de nosotros, porque estamos muy hastiados de menosprecio” (Sal 123). Etc. En el N.T. leemos: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro" (Hbr 14,16). El evangelio registra varias súplicas a Jesús pidiendo misericordia: “Ten misericordia de nosotros, Hijo de David” (los dos ciegos: Mt 9,27-31; Mt 20,30-34); “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio” (la cananea: Mt 15,22-28); “Señor, ten misericordia de mi hijo, porque le da ataques y sufre terriblemente” (bajando del monte de la Transfiguración: (Mt 17,14-20).

8. La misericordia de Dios se manifiesta sobre todo en el perdón de los pecados. “Tú eres un Dios de perdón, lleno de piedad y ternura, que tardas en enojarte y eres rico en bondad” (Neh. 9,17b). “¿Qué Dios hay como Tú, que borra la falta y que perdona el crimen; ¿que no se encierra para siempre en su enojo, sino que le gusta perdonar?” (Miq. 7,18). “Yo sabía que Tú eres un Dios clemente y misericordioso, paciente y lleno de bondad, siempre dispuesto a perdonar” (Jon. 4,2b). Como el oriente está lejos del occidente, así aleja de nosotros nuestras culpas” (Sal. 103,12). “¡Cuán grande es la misericordia del Señor y su perdón con los que se convierten a El!” (Si. 17, 29). “Pero Dios es rico en misericordia. ¡Con qué amor tan inmenso

nos amó! Estábamos muertos por nuestras faltas y nos hizo revivir con Cristo. ¡Por pura gracia ustedes han sido salvados!” (Ef. 2, 4-5).

9. Jesús trata extensamente e intensamente del perdón de Dios. Él mismo es el perdón hecho realidad. Dijo haber venido no para condenar al mundo, sino para salvarlo (cf Jn 12,47). No vino para buscar a los justos, sino a los pecadores, para llamarlo a la conversión y ofrecerle el perdón (Lc 5,32; Mc 2,17). Se compara al Buen Pastor que busca a la oveja perdida hasta encontrarla (cf Lc 15,4-7). Busca a la Samaritana para convertirla (cf Jn 4,1-30). Defiende a la adúltera (cf Jn 8,1-11). Recibió con compasión a la mujer pecadora (cf. Lc. 7,36-47). Perdonó y prometió el paraíso al buen ladrón, arrepentido y crucificado a su lado (cf. Lc. 23,39-43). Con la parábola del hijo pródigo, Jesús nos asegura que Dios perdona y acoge con gran alegría al pecador convertido: “Hay más alegría en el Cielo por un pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse” (Lc. 15,7).

10. Nos preguntamos por qué Dios es tan misericordioso con nosotros, como resulta de la Revelación bíblica y sobre todo de las enseñanzas y actuación de Jesús. No es difícil adivinarlo, pues si Dios es Padre (Mt 6,9-13; Ef 4,6), Amor (1Jn 4,8), Bondad (Sal 138), “el único Bueno” (Lc 18,19) entonces es lógico pensar que nos tenga compasión y que siempre procure nuestro bien, el bien verdadero y objetivo. Por una parte la misericordia de Dios nos anima y reconforta, y suscita en nosotros sentimientos de confianza y gratitud; y por otra parte nos compromete a vivir con santidad y perfección para agradarle y merecer su perdón y su ayuda.

11. Para obtener y gozar de la misericordia de Dios debemos cumplir con ciertas condiciones. En un artículo sobre “misericordia” de la enciclopedia Wikipedia, leemos: <<Según la Biblia, los que desean disfrutar de la misericordia de Dios deben buscarle con una buena predisposición de corazón y abandonando sus malos caminos y pensamientos perjudiciales (Is 55,6-7); no solo es preciso, sino propio, que le veneren y le muestren aprecio por sus preceptos justos (Sal 103,13; 119,77; 156; 157; Lc 1,50); y si se desvían del proceder justo que han estado siguiendo, no deben intentar encubrirlo, sino confesarlo y arrepentirse con un corazón contrito (Sal 51,1,17; Pr 28,13.) Otro factor imprescindible es que ellos mismos deben ser misericordiosos (Mt 5,7)>>. En el Padre nuestro, Jesús nos hace pedir: “perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12). En la parábola del siervo malvado, el rey lo increpó diciendo: “Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí de ti?” (Mt 18,32-33).

12. Todos necesitamos de la misericordia de Dios y del prójimo, pues todos somos pecadores, pobres y necesitados, en un sentido o en otro. Hay ricos en bienes materiales o intelectuales, pero que son pobres en bienes espirituales y afectivos. Hay ricos en gracia y sabiduría, pero pobres económicamente. Hay gente encumbrada en el poder y la fama, pero sufren soledad y miedo. Hay una enorme cantidad de gente que sufre: enfermos, presos, sin techo, niños y ancianos abandonados; víctimas de la injusticia, de las guerras, discriminación, racismo y clasismo; personas angustiadas, deprimidas, conflictivas, privados de la gracia de Dios y de toda dignidad, sin fe ni esperanza, sin trabajo, con futuro incierto, rumbo a la nada…Todo el mundo necesita seguridad, perdón, amor, aceptación, una palabra de aliento, una ayuda

material o espiritual. De ahí la importancia de las “obras de misericordia”. La caridad y la necesidad nos la imponen.

13. Somos una sola gran familia: no podemos desentendernos del prójimo que sufre, como no quisiéramos que los demás se desentiendan de nosotros. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, nos manda el Señor. A Santa Faustina el Señor le dijo: “Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte… Te doy tres formas de ejercer misericordia al prójimo; la primera es la acción, la segunda es la palabra, y la tercera es la oración. En estas tres formas está contenida la plenitud de la misericordia y es el testimonio irrefutable del amor hacía mí" (Diario, 742).

14. El papa Francisco en una visita a los presos de Cagliari (Italia), en septiembre de 2013 dijo: “Debemos hacer las obras de misericordia, pero con misericordia. Con el corazón ahí. Las obras de caridad con caridad, con ternura, y siempre con humildad. ¿Sabéis? A veces se encuentra también la arrogancia en el servicio a los pobres. Estoy seguro de que vosotros lo habéis visto. Esa arrogancia en el servicio a los que necesitan de nuestro servicio. Algunos presumen, se llenan la boca con los pobres; algunos instrumentalizan a los pobres por intereses personales o del propio grupo. Lo sé, esto es humano, pero no está bien. No es de Jesús, esto. Y digo más: esto es pecado. Es pecado grave, porque es utilizar a los necesitados, a aquellos que tienen necesidad, que son la carne de Jesús, para mi vanidad. Uso a Jesús para mi vanidad, y esto es pecado grave. Sería mejor que estas personas se quedaran en casa”. OBRAS DE MISERICORDIA CORPORAL

DAR DE COMER A LOS HAMBRIENTOSDAR DE BEBER A LOS SEDIENTOS

15. La comida y la bebida son una necesidad primaria y fundamental para la vida de todo ser humano. La desnutrición y la malnutrición son causa de enfermedades, inanición, sufrimiento y muerte. Dios nos ha dado la vida y nos da los medios para vivir. Con el trabajo y la justa distribución de los recursos, toda la humanidad puede alimentarse y vivir sana y dignamente. Se sabe que lo que se produce en el mundo, es suficiente para alimentar a toda la humanidad; más bien un tercio de lo producido no es consumido, sino que va al desperdicio. Si hay hambre y pobreza en el mundo, se debe al egoísmo, a la mala organización de la economía, a las políticas equivocadas o negligentes y a la falta de justicia y solidaridad. Dar de comer y de beber, no es solo cuestión de hacer limosna, sino hacer posible que los pobres puedan ganarse el sustento de cada día sin tener que humillarse o someterse a los pudientes.

16. Según las estadísticas de la ONU, hay en el mundo más de ochocientos millones de personas que padecen hambre; y al mismo tiempo otras ochocientos millones que padecen de sobrepeso, por comer demasiado. El hambre es sencillamente la pobreza llevada a su máxima expresión. Según el sondeo de varias instituciones privadas y públicas, las causas del hambre son las siguientes: 1) La incompetencia o corrupción de los gobiernos de los países más pobres. 2) El egoísmo de los grandes países ricos, que subsidian a sus productores y cierran su mercado a los productores de países más pobres, o encarecen los precios que imposibilitan

la venta o la compra de alimentos. 3) Las guerras, los desplazamientos y la inseguridad en general, que destruyen o abandonan las infraestructuras productivas. 4) Se interviene prontamente en el momento de las crisis o catástrofes alimentarias, pero no para prevenir y evitar el hambre endémica. 5) Las ayudas internacionales a veces causan la inactividad y la dependencia en las poblaciones socorridas. 6) Las enfermedades, como la malaria, la tuberculosis, el sida, que vuelven incapaces a los afectados para el trabajo, por lo tanto disminuye la posibilidad de producir y adquirir alimentos. 7) la situación geográfica y climática que desencadena sequías o inundaciones que destruyen los cultivos o las posibilidades de encontrar alimentos.

17. Los expertos dicen que regalar comida no es, a mediano o largo plazo, la solución. Lo más importante es que la gente sepa cómo ganarse la vida, que se valga por sí misma. La doctrina social de la Iglesia insiste en que hay que “enseñar a pescar, y no regalar pescado”. La beneficencia es necesaria en casos de emergencia, pero se prefiere la promoción humana en cuanto a ofrecer ayuda para el desarrollo y para la autosuficiencia e independencia económica. Las políticas populistas y paternalistas de ciertos partidos solo genera dependencia y más pobreza. En cambio es necesario incentivar la capacidad productiva de todos, promover las iniciativas personales y de grupos; y al mismo tiempo subsidiar a los más débiles hasta que se vuelvan autosuficientes.

18. Hay que romper el círculo pobreza-hambre-pobreza-hambre… La gente que vive en situación de pobreza generalmente no puede costearse comida nutritiva para ellos ni para sus familias. Esta situación los vuelve más débiles y menos capaces de ganar el dinero que los hubiese ayudado a escapar de la pobreza y el hambre. Esto no es solo un problema del día a día: cuando los niños sufren de desnutrición crónica, esto puede afectar sus futuros ingresos, condenándolos a una vida de pobreza y hambre. En países en vías de desarrollo, normalmente los agricultores no pueden costear las semillas, lo cual trae como consecuencia el no poder plantar los sembradíos que hubiesen provisto a sus familias de alimento. En algunos casos, ellos deben cultivar sin las herramientas ni fertilizantes necesarios. Otros no cuentan con tierra, agua o educación. En resumen, los pobres sufren de hambre y, al mismo tiempo, el hambre es lo que los mantiene en la pobreza.

19. Los gobiernos deberán procurar la justicia social y proteger a los individuos y clases desfavorecidas, pobres, discapacitados, ancianos, menores de edad etc. para que no sufran injusticias y explotación de parte de los más pudientes; que los obreros y empleados reciban una remuneración justa para que puedan vivir dignamente; que todos tengan asistencia social… Pero hay gobiernos de tendencia liberal capitalista que más se preocupan por la libertad económica y por los negocios de las empresas y comercio, dejando indefensos y desprotegidos a los más débiles. Por otro lado hay gobiernos de izquierda que en su afán de reivindicación social, quieren centralizar el poder político y económico y mantienen a los pobres con dádivas y recursos públicos, sin incentivar la actividad personal, más bien coartando y hostigando a los productores y actores económicos. En ambos casos se genera pobreza y conflictos. Lo ideal sería una política económica que convierta a todos en actores y productores de bienes, subsidiando a los carenciados y a los que están en condiciones de inferioridad.

20. Hay gente que trabajan honestamente y no consiguen superarse y ganar el pan de cada día. Ellos merecen ayuda. Pero hay gente que no quieren trabajar, o que se dedican a la vagancia o a negocios sucios, delictivos, criminales. Otros consiguen grandes ganancias explotando a los demás. Otros no contribuyen en nada con aportes para el bien común y luego piden asistencia pública. San Pablo dice: “Quien no quiere trabajar, que tampoco coma” (2Tes 3,10). En el Padre Nuestro pedimos a Dios que nos dé el “pan de cada día”, pero deberíamos pedirle también que nos ayude a cumplir con nuestros deberes laborales y sociales de cada día, para merecer la bebida y la comida y todo lo necesario para vivir.

21. Dar de comer y beber es entonces cuestión de trabajo, responsabilidad, justicia social, solidaridad, política económica, y caridad. Pero la caridad que no anula la dignidad del indigente, sino que lo promueve, lo ayuda a superarse y a alcanzar el bienestar con sus fuerzas y capacidades. Hay casos extremos de gente que no puede valerse por sí mismos, por enfermedad, pos situaciones de emergencias, por conyunturas políticas y económicas que no dependen de su voluntad, por catástrofes y calamidades naturales, etc; entonces los que gozan de mejor situación, especialmente si son cristianos tienen el deber moral de intervenir y socorrer a los necesitados. En estos casos es obligatorio cumplir con lo que nos manda Jesús: «El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo» (Lc 3,11). «Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros» (Lc 11,41). "Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses". (Mat 5:42). Por eso la Iglesia en muchas partes ha organizado comedores para ancianos y para niños pobres. Pero eso no debe ser una institución permanente, sino provisoria, porque el hambre y la pobreza deben ser superadas y no eternizadas.

22. A aquellos que son generosos y compasivos con el prójimo hambriento y sediento, no les faltará su recompensa: “Dad, y se os dará; una medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir (Lc 6,38). “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo;  porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber…” (Mt 25,34-36). “Cualquiera que os dé un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, en verdad os digo que jamás perderá su recompensa” (Mc 9,41; Mt 10,42). Hay que hacerlo de manera desinteresada: “Cuando des limosna, no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mt 6,3). Hay que hacerlo con alegría, no de mala gana o de mala manera; San Pablo dice: “Que cada uno dé como propuso en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría (2Co 9,7).

23. Hay que socorrer al prójimo con amor y por amor: “ El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?" (1Jn 3,17). Hay que hacerlo sin actitudes de superioridad ni juzgar o despreciar al pobre: “El que come, no menosprecie al que no come” (Rom 14,3). Debemos socorrer incluso a los enemigos: “ama a tus enemigos” (Mt 5,44); “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer pan; y si tiene sed, dale de beber agua” ( Prov 25, 21; cf. Rom 12,20). Quien ayuda al prójimo con caridad y con fe, sentirá una gran alegría interior, porque sabe que el Señor se identifica con los necesitados (cfr Mt 25,41). Por eso en los Hechos de los apóstoles se dice: “Hay más alegría en dar que en recibir” (Hch 20,35).

VESTIR AL DESNUDO – DAR HOSPEDAJE AL FORASTERO

24. “Estaba desnudo y me vestisteis” (Mateo 25, 36). Dios fue el primero que realizó esta obra de vestir al desnudo, pues lo hizo cuando vistió con túnicas a Adán y Eva, después de que cometieron el pecado. Imitemos entonces a Dios, y vistamos a los pobres hombres que están desnudos, con harapos, como lo hizo Martín de Tours, aquel soldado que servía al ejército romano allá por el siglo IV, cuando repartió su capa con el pordiosero que estaba congelándose y tiritando de frío en ese invierno duro en Amiens. En la noche siguiente, Cristo se le aparece vestido con la media capa para agradecerle su gesto. Recordemos unas vez más que lo que hagamos a uno de nuestros hermanos, lo hacemos a Cristo.

25. Hay algo más grave de que se nos puede culpar, que es desnudar al que está vestido. San Agustín afirma: “Si, pues, ha de ir al fuego eterno aquel a quien le diga: estuve desnudo y no me vestiste, ¿qué lugar tendrá en el fuego eterno aquel a quien le diga: estaba vestido y tú me desnudaste?”. En los tiempos bíblicos como en todo tiempo, siempre hay gente y gobernantes que no solo les hace imposible a los pobres vestirse, cobijarse y comer, sino que los despojan de sus bienes, de su dignidad, con la explotación, con impuestos excesivos, con salarios bajos, con el encarecimiento de la mercadería, con juegos financieros, hipotecas e intereses usureros etc. El mundo sin Dios y sin moral, muchas veces proclama triunfadores a los que saben ganarle a los demás con trampas legales e ilegales, con negocios fraudulentos, con competencias desleales, y se enriquecen a costa de la pobreza y el sufrimiento de muchos. El cristiano sabe que si actúa de esa manera tendrá un juicio severo y la condena eterna.

26. El rico epulón cayó en el infierno, no porque hizo algo positivamente malo, sino porque no hizo algo bueno, dejando sin atender al pobre Lázaro; fue un pecado de omisión. Ya sea no vestir al desnudo como despojar al vestido, es un pecado, el primero de omisión, el segundo de comisión. ¿Qué debemos hacer entonces? Fijarnos en nuestras posibilidades reales y ofrecer al prójimo nuestra ayuda, personal y comunitaria, eclesial y civil, con sentido cristiano y humanitario. Si no podemos socorrer personalmente al necesitado con nuestros recursos, debemos inquietarnos para despertar la solidaridad de los demás, empezando por los parientes, los amigos, las autoridades públicas y las instituciones eclesiásticas.

27. Recojo y propongo las siguientes iniciativas sugeridas por un autor anónimo: • Apoya y dona a colectas realizadas por escuelas, parroquias y otras organizaciones caritativas que recogen ropa y mantelería para las necesidades locales. • Organiza programas para proveer de toallas y sábanas a hospitales que tengan falta de estos objetos esenciales en áreas deprimidas, particularmente en países en vías de desarrollo. • Actúa en solidaridad con las parroquias en zonas devastadas por tornados, inundaciones, terremotos y huracanes, dejando a sus habitantes prácticamente sin nada. • Ayuda a los vecinos que han perdido sus posesiones en fuegos, inundaciones u otras circunstancias.

28. Hay gente que acumulan ropa por cajones; gastan un dineral para vestidos y trajes de lujo; no se pierden un desfile de moda… Deberían fijarse en los desfiles de gente que anda vestida con harapos, o con ropa usada y que no tienen dinero suficiente para vestirse dignamente o para abrigarse del frío. Pero gracias a Dios, hay también personas de buen corazón, especialmente en las parroquias, que se dedican a juntar ropa, mantas, frazadas, colchones, zapatos, o a

confeccionar y arreglar vestidos para los pobres. Eso responde a una exigencia de caridad que todo cristiano debe cumplir. En los hechos de los Apóstoles se relata que una tal Tabita había muerto, y el grupo de las viudas llamaron a San Pedro mostrándole entre lágrimas las mantas y las túnicas que Tabita hacía mientras estaba con ellas. Pedro con el poder del Señor, la resucitó (cfr Hch 9,36-42). Para ser sensible a las necesidades de los demás, hay que ser desprendido y sencillo, y ponerse en el lugar de la gente que sufre.

29. “Fui forastero y me hospedasteis” (Mt 25,35). La hospitalidad en el oriente y en el pueblo de Israel era muy apreciada y era considerada un gran deber moral. Y para los cristianos hace parte de la virtud de la caridad. Pablo pidió a los cristianos de Roma: “Compartan con los santos según las necesidades de estos. Sigan la senda de la hospitalidad” (Rom 12,13). A los cristianos de Judea les recordó: “No olviden la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles” (Hbr 13,2). Pedro animó a sus compañeros cristianos a que fueran “hospitalarios unos para con otros sin rezongar” (1 Pedro 4,9). San Pablo gozo muchas veces de la hospitalidad de los cristianos: Lidia abrió las puertas de su casa a Pablo y sus acompañantes. En Corinto, el apóstol se quedó con Áquila y Priscila. El carcelero de Filipos dio de comer a Pablo y Silas. El apóstol fue recibido hospitalariamente por Jasón en Tesalónica, por Felipe en Cesarea y por Mnasón en el trayecto de Cesarea a Jerusalén. Cuando iba de camino a Roma, lo recibieron los hermanos de Puteoli. ¡Qué ocasiones tan gratificantes deben haber sido para los hermanos que lo acogieron! (Hch16,33-34; 17,7; 18,1-3; 21,8, 16; 28,13-14 .)

30. Esta declaración del Señor en Mt 25,35 se puede extender también a todos aquellos que necesitan una casa, un hogar donde vivir. Es una necesidad y un derecho para poder vivir humanamente. No basta tener de que comer y de que vestirse; es necesario tener un techo, una vivienda. No se puede vivir en la calle o en una choza de palos y barro en lugares marginales e insalubres, sin los servicios básicos de agua, luz, alcantarillado… Es parte de la justicia y de la caridad cristiana preocuparse y ocuparse de este problema. Hay millones de personas en el mundo actual que no tienen un hogar digno: migrantes, refugiados, desplazados; poblaciones enteras que viven hacinados en favelas, villas miserias, barrios periféricos, especialmente en África, América Latina y Asia. Se podría aplicar en este caso las palabras de Jesús: "Hagan a los demás lo que quieren que los demás hagan por ustedes " (Mt 7,12). Todos queremos tener por lo menos una casa normal, donde nos sentamos cobijados y cómodos. Entonces hagamos algo para que los demás tengan lo mismo.

31. Debemos colaborar y presionar a los gobiernos y las autoridades públicas para que favorezcan una economía que permita a todos tener o alquilar una casa o un departamento que responda a las necesidades y posibilidades de la familia. O que ejecuten un plan de viviendas al alcance de las clases populares, pero que no sean esos palacios de muchos departamentos tan precarios y diminutos que se parecen a un hormiguero o a una colmena. Hay que tener en cuenta la ecología humana: se necesita unas dimensiones donde se pueda mover holgadamente y un espacio verde donde se pueda respirar oxigeno y sentir la naturaleza. No debería permitirse a las empresas edilicias que especulen en la oferta de viviendas, pidiendo alquileres superiores al sueldo de los inquilinos; o la venta de una casa que significaría hipotecar muchos años de trabajo.

32. Los que tienen mayores posibilidades económicas, no por ello están justificados en invertir grandes cantidades de dinero en mansiones lujosas, con jardines, canchas, piscinas, salones, bar, aparatos audiovisuales gigantes, etc. No deberían olvidar que hay miles de familias que viven amontonados en viviendas miserables y en la promiscuidad. Un cristiano con conciencia evangélica, sabe ser sobrio, no hace ostentación, no busca comodidades excesivas; al contrario sabe ayudar a los pobres a conseguir una casa en la tierra, para entrar en la casa del cielo; sabe invitar a los pobres en la mesa terrenal, para poder compartir la mesa eucarística y la mesa celestial. No olvidemos que Jesús, siendo el Hijo de Dios, vivió en una casa humilde de Nazaret; y cuando salió a predicar su Evangelio, “no tenía donde recostar la cabeza” (Mt 8,20), alojándose en casas de amigos, como en Betania (cfr Lc 10,38; Jn 11,1; 5, 18 ), o en Cafarnaum en la casa de Pedro (Mc 1,21; 29-35).

33. Una atención particular, en esta perspectiva de la hospitalidad, merece el problema de la inmigración. La Conferencia Episcopal de Estados Unidos sacó una declaración con propuestas y respuestas sobre este tema, afirmando que se debe abrir las puertas del País a los extranjeros, y regularizar a los ilegales e indocumentados. Eso responde a una exigencia humanitaria y cristiana de solidaridad. Además los inmigrantes no son una carga y un impedimento para el desarrollo de la nación que los recibe: cuando la inmigración es controlada y legalizada puede aportar grandes beneficios económicos y sociales. Los obispos presentan toda una lista de razones que hacen evidente la positividad de la inmigración. Esto vale también para Europa y todas las demás naciones. Hacen el ejemplo de que Estados Unidos ha sido un país de inmigrantes, los cuales hicieron la grandeza y el desarrollo de la nación norteamericana. Los que se niegan a la inmigración, solo aportan razones de egoísmo, discriminación y prejuicios. Escuchemos de nuevo lo que dice Jesús: “Fui extranjero y me hospedasteis” (Mt 25,35)

ASISTIR A LOS ENFERMOS

34. “estuve enfermo y me visitaron” (Mt 25,36). Las enfermedades, leves o graves, nos acompañarán toda la vida. Hace parte de la precariedad de la condición humana, afectada por el pecado (cfr Rom 5,12; Gn 3). En el A.T. la enfermedad era considerada como un castigo de Dios, causada por el pecado personal o colectivo (Is. 1,5 sgs); aunque en los escritos posteriores se intenta buscar otra explicación (Job 1). Para conseguir la salud se indicaban las obras de piedad, oraciones, ayuno, votos y sacrificios para implorar la misericordia de Dios. La sanación entonces era fruto de la confianza en Dios y obra de su poder. El profeta Isaías habla de un Siervo de Yahvé que asumirá nuestros sufrimientos y enfermedades y nos sanará (Is 53,5; cfr 1Pdr 2,24). Jesús será identificado con el Siervo de Yahvé que vino a sanar al género humano (Lc 4,18 sgs).

35. El Señor rechaza la opinión de los escribas de que las enfermedades sean castigo de Dios por una culpa personal o familiar (cfr Jn 9,1-8); al contrario con las curaciones milagrosas quiere ser un signo de la voluntad de Dios, que quiere salud y bienestar para todos. Jesús afirma que con su persona llega el Reino de Dios, que se manifiesta con su obra sanadora del alma (el perdón de los pecados) y del cuerpo; con Él se cumple la profecía de Isaías para los tiempos escatológicos: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan…” (Mt 11,5).

36. La obra sanadora de Jesús se prolongará en la Iglesia primitiva a través de los apóstoles (cfr Mt 10,1-8; Lc 9,1; Lc 10,9; Hch 5,12-16; 8,6-7; 9,32-42; 14,8-10; 28,7-9 etc) y los carismas del Espíritu para la curación (1Cor 12,9,28,30); y a través de los tiempos por medio de la acción caritativa de la Iglesia, especialmente por medio de aquellos hombres e instituciones que asumieron la actitud misericordiosa y compasiva de Cristo, asistiendo a los enfermos. En la Iglesia siempre se ha practicado el cuidado de los enfermos, con las obras de caridad y con el sacramento de la unción de los enfermos (cfr Stgo 5,14-15).

37. Muchas son en la Iglesia las Congregaciones religiosas, femeninas y masculinas, que se dedican al cuidado de los enfermos, respondiendo al pedido del Señor e imitando su ejemplo. Jesucristo, a lo largo de su vida pública mostró una especial predilección hacia quienes sufren, ciegos, cojos, paralíticos, leprosos… a todos los recibía y los curaba. Los más conocidos son los religiosos/as de San Camilo de Lellis, de San Juan de Dios (Hospitalarios), las Hermanas de la Caridad (de Santa Teresa de Calcuta), las Vicentinas, las Hermanas de la Cruz etc. En el Vaticano hay un “Consejo Pontificio para la pastoral de la Salud” que coordina y anima a todas las instituciones eclesiales que se dedican a la atención espiritual y material de los enfermos.

38. Un enfermo no puede cuidarse por sí solo, sino que necesita de la ayuda y el acompañamiento de los demás: familiares, médicos, amigos… Se dice que <<la salud es el bien más preciado de la humanidad y la principal riqueza que posee una persona; tener salud significa sentirse bien y poder realizar la totalidad de nuestras actividades cotidianas. No obstante, parece ser que esta premisa no la asimilamos adecuadamente hasta que no empezamos a perder la salud o a malgastarla, ya sea por las exigencias del quehacer cotidiano o estrés, ritmo acelerado o inadecuado de vida, exceso de trabajo, alimentación deficiente o malnutrición, adicciones o pobreza, entre muchas otras causas>> (I.A.Torres Fermán). Y no tomamos consciencia del gran malestar de la enfermedad, hasta que no lo sufrimos en carne propia. A veces Dios permite que caigamos en alguna enfermedad para que seamos más compasivos y atentos con los enfermos.

39. En nuestro siglo, a pesar de los avances espectaculares en la medicina, persisten numerosas enfermedades infecto-contagiosas y crónico-degenerativas. Cada vez más personas padecen enfermedades cardiovasculares, diabetes, enfermedades renales, cáncer, asma y todos esos padecimientos considerados como privativos de los países desarrollados. Al mismo tiempo, persisten las enfermedades de la pobreza, como el sida, el ébola, las infecciones gastrointestinales, la salmonelosis, el dengue, las diarreas o las enfermedades respiratorias comunes, entre las cuales se hallan la gripe o el resfriado, o las más complicadas, como el enfisema o el cáncer pulmonar. Muchos enfermos ven disminuida su esperanza de vida y también su calidad de vida. Las enfermedades físicas muchas veces generan enfermedades psíquicas, y viceversa. La vida de los enfermos se hace dolorosa y triste, especialmente cuando son abandonados a su suerte. De ahí la necesidad del cariño y la compasión de los demás. Aquí se inserta la atención caritativa de los verdaderos cristianos. No debemos caer en la “globalización de la indiferencia”, como dice el Papa Francisco, sino ser sensibles al dolor ajeno que nos hace más humanos, y nos enseña a valorar el precioso don de la salud y de la vida que Dios cada día nos regala.

40. Hay muchos enfermos, especialmente en los países pobres, que no pueden curarse por falta de dinero o de estructuras sanitarias adecuadas, o por la inexistencia de mutuales y servicios públicos al alcance de los pacientes. Los médicos, las hospitales y las clínicas les cierran las puertas y se niegan a atenderlos si no pagan los servicios requeridos. Muchas profesionales e instituciones sanitarias están organizados como empresas comerciales, y son implacables con aquellos que no pueden cubrir los gastos: son capaces de dejarlos padecer o morir sin atenderlos. Es cierto que hay enfermos que nunca se han preocupado ni han querido hacer sus aportes sociales cuando estaban sanos, y luego pretenden que se los atiendan gratuitamente. Pero hay enfermedades graves que tampoco cubren las mutuales públicas o privadas, a las cuales aportaron toda su vida; y se les exige a los pacientes un gasto excesivo, que supera toda capacidad económica de los asalariados o empleados o trabajadores privados, hombres y mujeres. Una operación al corazón, al cerebro, al hígado, a los riñones, a los ojos etc. o ciertos remedios carísimos, que muchas veces cuestan miles de dólares, y no son canceladas por las mutuales sanitarias.

41. El Estado debería implementar el seguro universal, invertir más en salud con el aporte de todos los ciudadanos; debería subsidiar a los pobres y controlar a los médicos y a los operadores sanitarios, a las industrias farmacéuticas, y no permitir que se negocie y especule con la vida de la gente. Así como se controlan los precios de los alimentos, del transporte, de las instituciones educativas etc. debería controlarse el costo de los remedios y de los servicios médicos. No es justo tampoco que se deban hacer colectas en las iglesias, en las calles, en las comunidades, u organizar iniciativas de beneficencia para ayudar a un enfermo, enriqueciendo a los profesionales, porque le cobran una suma desproporcionada a sus posibilidades, que ni después de curado podría pagar. Nadie tiene derecho a enriquecerse con la pobreza y el sufrimiento de los demás. Dios les pedirá cuenta severamente. Si todos los cristianos cumplieran con la obra de misericordia de “atender a los enfermos”, todo estaría mejor en este campo tan delicado de la salud.

42. La atención a los enfermos incluye también la ayuda espiritual, moral y psicológica, por medio de la oración, los sacramentos, la Palabra de Dios. Es importante fortalecer y disponer el espíritu del paciente a la confianza en Dios. Recordarle que Dios es Padre y que Cristo se identifica con el que sufre. Animarle y darle motivos de esperanza. Los enfermos son psicológicamente frágiles, con temores y a veces con depresión, especialmente los ancianos. Es imprescindible entonces una presencia amiga y unas palabras de aliento. En caso de enfermedad terminal hay que acompañar al enfermo con caridad y delicadeza, exhortándolo a recibir la unción de los enfermos y el santo viático, para que sienta la presencia viva del Señor que lo bendice y le promete vida eterna. Hay familiares que no buscan al sacerdote para evitar que se asuste. Hay que preocuparse por su salvación eterna, y recordar que el Señor no asusta a nadie, sino que le da paz y tranquilidad, pues es el Dios de la Vida.

VISITAR A LOS PRESOS

43. “Estuve en la cárcel y me visitaron” (Mt 25,36). En la Carta a los Hebreos leemos: “Acuérdense de los que están presos, como si ustedes mismos estuvieran también con ellos en la cárcel. Piensen en los que son maltratados, pues también ustedes tienen un cuerpo que puede sufrir” (Hbr 13,3). Los presos sufren, y no se los puede abandonar con indiferencia y desinterés. La

caridad cristiana nos obliga a atenderlos. El cardenal Nguyen Van Thuan escribió : “Yo lo experimenté: en la prisión, todos esperan la liberación, cada día, cada minuto. En aquellos días, en aquellos meses muchos sentimientos confusos me enredaban la mente: tristeza, miedo, tensión…”. Según la investigación psicológica, la estadía en la prisión, produce baja autoestima, ansiedad, depresión, angustia, apatía y rebeldía o conformismo; deterioro de la imagen del mundo exterior, contaminación criminal, alejamiento familiar, laboral, aprendizaje de pautas de supervivencia extremas (mentir, dar pena etc). Es un proceso que inevitablemente coloca a los reclusos en una posición de conflicto y sufrimiento, y muchas veces de enfermedad física y psíquica.

44. Según Arroyo y Ortega <<las personas que ingresan en un centro penitenciario se encontraran en un ambiente caracterizado por el aislamiento afectivo, la vigilancia permanente, la falta de intimidad, la rutina, las frustraciones reiteradas y una nueva escala de valores que entre otras cosas, condiciona unas relaciones interpersonales basadas en la desconfianza y la agresividad. Estos someten al recluso a una sobrecarga emocional que facilitará la aparición de desajustes en su conducta en el mejor de los casos, cuando no la manifestación de comportamientos francamente patológicos, sobre todo si previamente ya había una personalidad desequilibrada, en el momento de la entrada en prisión >>

45. La Iglesia en Bolivia tiene una “Pastoral Penitenciaria”, que es parte de la acción social de Cáritas en beneficio de los privados de libertad. Los servicios que ofrece la Pastoral Penitenciaria” desde 1993, son en el área jurídica (facilitando trámites de beneficio de libertad, redención de la pena por estudio, cesación de la detención preventiva). En el área de familia (atención especial a los hijos/as de los reclusos/as mejorando la infraestructura y el equipamiento adecuado de la guardería). En el área de salud (asistencia con medicamentos esenciales en las farmacias de los recintos de mujeres y varones). En el área de terapia ocupacional (brindando capacitación técnica, humanística y educación superior para los bachilleres, complementando con actividades deportivas, artísticas y fomentando la terapia laboral en artesanías). En el área de espiritualidad (apoyo con celebración eucarística, sacramentos, catequesis, grupo de oración). No siempre ni en todas partes se lleva a cabo este programa. Sería importante que todas las iglesias locales se preocuparan por implementar la pastoral penitenciaria, para aliviar a los presos, que son nuestros hermanos en Cristo.

46. Es sabido que el sistema penitenciario en nuestro país padece de graves falencias, como el hacinamiento humano, la retardación de los juicios y sentencias, la alimentación insuficiente, la precariedad de la atención médica; la presencia de muchos niños que acompañan a los padres dentro de las cárceles; la violencia y la tensión; la drogadicción que se filtra ilegalmente. El ochenta por ciento de los reclusos no tienen sentencia ejecutoriada, con demora de muchos años. La retardación de la justicia se atribuye a la sobrecarga procesal, a la corrupción de los operadores de justicia, a la negligencia de fiscales, abogados y jueces, a la pobreza de los presos que no pueden pagarse un proceso adecuado. Todos estos factores son causa de grave sufrimiento y exige una reforma radical del sistema judicial y penitenciario, en el marco de los derechos humanos.

47. A todo esto ¿qué podemos hacer los cristianos? Tratar de identificarnos con los encarcelados y ser solidarios con ellos; promover la intervención de las autoridades gubernamentales y

judiciales para que solucionen los problemas y deficiencias graves; participar y colaborar en la pastoral penitenciaria de la iglesia en sus diversas áreas. Hay algunos que son muy severos con los reclusos y no están de acuerdo con un trato más humanitario hacia ellos, afirmando que se merecen el castigo de una vida de privaciones y sufrimiento, por haber causado daño a los demás. Esto suena a venganza. La privación de libertad y la reclusión no debe tener como finalidad la venganza, pues eso no es conforme a la caridad cristiana; sino la rehabilitación,

para que puedan volver a la sociedad sin reincidir, sin perjudicar a nadie. Dios en la Biblia dice: “Yo no quiero que el malvado muera sino que cambie de conducta y viva” (Ez 18,23).

48. Muchas veces los que caen presos, es porque no recibieron una buena formación moral y cristiana, o porque fueron abandonados por su familia o discriminados y desechado por la sociedad, o apretados por una necesidad vital y dramática. En todo caso el Señor nos prohíbe juzgar y condenar (Lc 6,37), porque nadie conoce la conciencia de los demás y lo que se merece; nosotros solo debemos prestar nuestros servicios de caridad. El Papa Francisco dijo en la cárcel de Palmasola, que ser recluido, no significa ser excluido : “Reclusión no es lo mismo que exclusión –que quede claro–, porque la reclusión forma parte de un proceso de reinserción en la sociedad”. Además todos necesitamos ser redimidos, perdonados, acogidos y rehabilitados, espiritualmente y socialmente. Nosotros “debemos ser testigos del amor misericordioso y sanador del Señor”, dijo el Papa a los sacerdotes y religiosos de Bolivia.

49. La privación de libertad y la reclusión en un ambiente de desprestigio y condena como es la cárcel, es seguramente el mayor sufrimiento de los presos, porque el actuar libremente es parte de la esencia del hombre, y el aprecio de los demás es necesaria para una relación satisfactoria y complementaria. El preso es como si lo hubieran mutilado, pues se le recorta el espacio y los medios para expandir su vida y procurarse una mayor plenitud. La privación de relaciones con el resto de los hombres, lo encierra en sí mismo, lo empobrece en sus emociones y sentimientos, le quita la posibilidad de vivir plenamente el amor y la unión con la familia y los demás. La descalificación social lo humilla y entristece, pues todo el mundo necesita ser valorado y aceptado para su propia autoestima y vivir con serenidad, no con el peso de un juicio negativo. La caridad cristiana nos compromete a ejecutar la voluntad de Dios, que quiere paz y felicidad para todos sus hijos.

50. Dios quiere llegar con su amor y benevolencia a través nuestro, a todos los que sufren. Y los encarcelados están entre aquellos infelices que sufren más. Debemos llegar a ellos no solo con dádivas y ayuda material y jurídica, sino también con respecto y humanidad, cariño y misericordia, con palabras y gestos de aceptación, fe y esperanza. El Papa exhortó también a los que trabajan en el Centro Penitenciario para que contribuyan a la rehabilitación de los reclusos: “A sus dirigentes, a los agentes de la Policía penitenciaria, a todo el personal. Ustedes cumplen un servicio público y fundamental. Tienen una importante tarea en este proceso de reinserción. Tarea de levantar y no rebajar; de dignificar y no humillar; de animar y no afligir. Este proceso pide dejar una lógica de buenos y malos para pasar a una lógica centrada en ayudar a la persona. Y esta lógica de ayudar a la persona los va a salvar a ustedes de todo tipo de corrupción y mejorará las condiciones para todos. Ya que un proceso así vivido nos dignifica, nos anima y nos levanta a todos”.

ENTERRAR A LOS MUERTOS

51. Enterrar a los muertos y rezar por ellos es una costumbre del A.T. y del N.T. y se lo considera una obra de piedad y de caridad (cfr. Gn 25,8-10; 35,29; 49,33; 50,24-26; Jos 24,29; 1Sam 25,1; 1Re 2,10; Os 13,14; Sal 16,10; Mt 14,10-12; Hch 5,5-10; Hch 8,2). También Jesús fue sepultado (Jn. 19,38-42; Mt 27,57-60; Mc 15,42-46; Lc 23,50-54; 1Cor 15,4). Recordemos que en el Antiguo Testamento, el padre de Tobías, tenía la piadosa costumbre de enterrar a los muertos, y Dios aceptó estas obras de misericordia y lo bendijo con la compañía del Arcángel Rafael. Los cristianos damos sepultura a los muertos porque consideramos sagrado el cuerpo humano, por haber albergado el alma, imagen de Dios, especialmente si el difunto era bautizado, pues como dice San Pablo, el cuerpo es templo del Espíritu Santo (cfr 1Cor 6,19).

52. Hay quien se pregunta si se pueden cremar (quemar) los cadáveres. Algunos creen que quemando el cuerpo, el espíritu es liberado. Otros queman el cuerpo pensando que así no se aparecerán como duendes o fantasmas. Otros queman el cuerpo para hacer posible la reencarnación. Otros que no creen en la “resurrección de la carne” les da lo mismo enterrarlo o cremarlo. La Iglesia permite la cremación, siempre y cuando las cenizas sean debidamente enterradas. Una autorización de 1963, incluida en el Código de Derecho Canónico de 1983, especificó que la cremación es permitida siempre que no sea escogida “por razones contrarias a la doctrina cristiana”. No obstante, en vez de que las cenizas del difunto sean lanzadas al mar o metidas en una urna para colocar en algún lugar de la casa, los restos deben ser almacenados en un recipiente respetuoso y enseguida enterrados, como en la sepultura tradicional. Además la cremación está reservada para casos excepcionales, en que existen fuertes razones prácticas para que el cuerpo sea cremado (en la mayoría de estos casos para evitar la propagación de enfermedades infecciosas).

53. La Iglesia recomienda que se opte por el entierro y no la cremación, porque la sepultura es una costumbre más adecuada a nuestra fe en la resurrección de los muertos. Además la cremación tiene fuertes asociaciones con el panteísmo, con el nihilismo y con el rechazo puro y simple de la materia. Algunas religiones orientales enseñan que los muertos simplemente dejan de existir como personas individuales; la cremación simboliza, de esta manera, la desintegración del individuo como tal. En cambio el cristianismo reconoce la continuidad de la vida en la eternidad, primero del alma, y a partir del juicio universal, también del cuerpo. Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). San Pablo afirma: “Los muertos serán levantados sin corrupción y nosotros seremos transformados… Y cuando esto corruptible será vestido de incorrupción, y esto mortal será vestido de inmortalidad, entonces se efectuará la palabra que está escrita: sorbida es la muerte con la victoria. ¿Dónde está oh muerte tu aguijón? ¿dónde está oh sepulcro tu victoria?” (1Cor 15,52-55).

54. La Iglesia siempre ha considerado como sagrado el cuerpo humano, creado por Dios y santificado por el bautismo. Por lo tanto desde el comienzo los cristianos eran sepultados con ritos de bendiciones y oraciones. Y a los lugares donde se enterraban los muertos, se les decían “cementerio”, palabra que deriva del griego “koimeterion”, que significa dormitorio; eso porque los cristianos profesan la fe de que los muertos descansan en el sepulcro hasta el día del juicio universal, cuando resucitarán para unirse a su alma y participar de la vida eterna. Se les llama también camposantos, dado que en Pisa, cuando ateniéndose a medidas de higiene

la autoridad ordenó cerrar el cementerio, que había sido construido en el siglo XIII dentro de la ciudad; el terreno fue cubierto con una gran capa de tierra, que las galeras pisanas habían traído de los lugares santos de Jerusalén.

55. Los pueblos antiguos tenían por principio enterrar los difuntos fuera de las ciudades, por razones higiénicas y sanitarias. Así lo hicieron también los primeros cristianos que, perseguidos por mucho tiempo, no pudieron tener un lugar especial para depositar sus muertos. Lo que hacían era observar bien el sitio donde se enterraban los mártires, procurando no confundir sus reliquias con los huesos de otros. Las catacumbas no fueron suficientes para contener los mártires y hubo que buscar otros lugares para dar sepultura a los cristianos. Con el tiempo se difundió la costumbre de enterrar los muertos dentro de las iglesias, para estar junto con los mártires y santos, y también se abrieron cementerios al lado de las iglesias, con la misma finalidad. Para habilitar a los cementerios, el obispo o algún sacerdote delegado por él, bendice el lugar consagrándolo a Dios con un rito propio. De esa manera los cementerios, lugares de descanso y espera, eran considerados sagrados. Sepultar a un difunto en el cementerio o camposanto, es una obra de misericordia porque se lo coloca en un lugar bendecido por Dios.

56. ¿Qué decir de aquellas costumbres de enterrar los muertos con sus pertenencias, o poner en las tumbas sus comidas y bebidas preferidas; durante el velorio colorar una fuente de agua bajo el cajón, o una escalerita? En algunos pueblos se practican ritos extraños, perturbadores e incluso macabros, como cremar los cadáveres y luego de un año los familiares consumen las cenizas en una sopa (Los Yanomamo de Amazonas). Los Zoroastrianos de Irán ponían los cuerpos en las “torres del silencio” en zonas desérticas lejanas de los centros poblados, para que los buitres consumieran la carne de los cadáveres. Los Igorotes de Filipinas colgaban los ataúdes de madera con los cuerpos sin vida en lo alto de los acantilados, o los apilaban en la entrada de las cuevas, para que las almas no se asfixiaran bajo tierra. Los Malgaches en Madagascar acostumbran, cada siete años, celebrar el Famadihana, un rito fúnebre que consiste en sacar a los muertos de sus tumbas, enrollarlos en nuevos sudarios y llevarlos a danzar. Algunas tribus aborígenes de Australia pintan los huesos de los cadáveres para ser utilizados por los familiares de los difuntos como adornos para recordar por siempre a sus seres queridos. En el Tibet se practica el “entierro celestial”, que consiste en trocear el cadáver y dejar que los animales se lo coman, para que el cuerpo del difunto entre a contacto con los ciclos de la naturaleza. Los Aghori de la India, consumen la carne cruda de los muertos, y suelen beber el agua del rio usando cráneos, creyendo firmemente que otorga poderes mentales superiores.

57. La tribus de los Haídas, en Norteamérica, colgaban las entrañas en un tótem, para que las aves se las comieran y anunciaran al mundo de los muertos la llegada de los difuntos. En Mesoamérica (Maya y Azteca) el culto a los muertos eran muy importante: construyen pirámides, templos y palacios, confeccionaban cerámicas; ofrecían sacrificios humanos y de animales. Los incas hacían momias con sus muertos y les mantenían en sus casas. Les daban comida a las momias, les hacían consultas, las llevaban de paseo, a visitarse unas a otras; también se hacían sacrificios de niños y animales, aunque con poca frecuencia. En el antiguo Egipto se momificaban a los difuntos y depositaban objetos en sus tumbas con ritos mágicos para asegurarles una vida inmortal. En Grecia y en Roma se lavaban, perfumaban y vestían los

difuntos con los mejores trajes, y se lo tenían expuestos en el vestíbulo de la casa durante varios días.

58. En la fe cristiana, aunque se respetan los ritos de las culturas y religiones ancestrales y modernas, se señala también los errores y aberraciones que desfiguran la verdadera identidad del hombre en sus creencias y en sus actuaciones. El cristianismo considera a los hombres como hijos de Dios, como creaturas que Dios cuida en vida y en muerte. Los difuntos simplemente tendrán una sanción justa, según su vida en la tierra. Lo único que necesitan son las oraciones; de nada le servirán los monumentos, los objetos dentro de la tumba, las comidas y bebidas, las danzas… La fe cristiana despoja el ritual funerario de todas las manifestaciones mágicas, míticas, panteístas, animistas… Solo ejecuta el entierro acompañando al difunto con oraciones para la salvación de su alma (preferentemente la Santa Misa) y a los deudos con la caridad de la cercanía y el consuelo.

OBRAS DE MISERICORDIA ESPIRITUAL

ACONSEJAR AL QUE LO NECESITA

59. En primer lugar debemos pedir al Espíritu Santo el “don de consejo”, para que nos haga aptos para orientar y guiar a los demás. En este caso nuestros consejos no deben quedarse en palabras, sino dar ejemplo y testimonio de una vida recta, en sintonía con Dios, porque de otra manera se borraría con el codo lo que se escriba con la mano. El ejemplo convence más que las palabras, o por lo menos las refrenda. Jesús dice: “Si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en la fosa” (Mt 15,14). El profeta Daniel dice: “Los guías espirituales brillarán como resplandor del firmamento” (Dn 12,3). El consejo debe ser ofrecido, no forzado; la mayoría de las veces es preferible esperar que el consejo sea requerido, pues su eficacia depende mucho de la apertura y docilidad de quien lo necesita.

60. El Papa Francisco, en una de sus catequesis sobre los dones del Espíritu Santo, afirma: “El consejo, es el don con el que el Espíritu Santo capacita nuestra conciencia para hacer una elección concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su Evangelio. De este modo, el Espíritu nos hace crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la comunidad… nos ayuda a no caer en el fallo del egoísmo y en el propio modo de ver las cosas”. Con la iluminación y la asistencia del Espíritu podemos volvernos a su vez buenos consejeros para el prójimo. Si rezamos y vivimos con fe y con el deseo de hacer la voluntad de Dios, el Espíritu nos guiará: “No se preocupen de cómo o de qué dirán, porque se les dirá en ese momento lo que tienen que decir: de hecho no son ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes" (Mt 10,19-20).

61. “El Espíritu Santo – dice el Papa Francisco - nos habla también a través de la voz y del testimonio de los hermanos. ¡Es de verdad un don grande poder encontrar hombres y mujeres de fe que, sobre todo en las etapas más complicadas e importantes de nuestra vida, nos ayudan a hacer luz en nuestro corazón y a reconocer la voluntad del Señor!” El ejemplo de hombres y mujeres que viven según el Espíritu, es una iluminación práctica, hecha realidad en su vida, con frutos positivos, que nos anima a hacer lo mismo. En efecto son los santos los

que tienen más poder de convicción, porque demuestran con su vida la sabiduría de sus consejos y enseñanzas.

62. Un buen consejero espiritual debe tener ciencia y experiencia, doctrina y conocimientos de psicología y moral. Pero sobre todo debería ser un místico, o por lo menos un hombre que tenga el corazón y la conciencia muy sensible a la presencia y la voluntad de Dios, para poder señalar con certeza sus caminos de perfección y santidad. Además de la caridad, que lo motiva, el consejero debe tener otra gran virtud, que es también un don del Espíritu: la prudencia. Con esta virtud se evalúa con juicio equilibrado el pro y el contra, la conveniencia o no de una decisión u opción en el orden del bien y la verdad.

63. En la vida hay muchos momentos confusos, muchas dudas angustiosas, muchos titubeos en decidirse si seguir adelante o no con una elección matrimonial o vocacional, con una actitud de misericordia o de severidad, con un compromiso de acción o de contemplación, de castigo o de tolerancia… Uno se pregunta cómo aconsejar a un amigo, a un hijo, a un matrimonio en crisis, a un adicto a las drogas, a la juventud, a una persona deprimida, a una persona alejada de Dios, a un político o empresario, a los profesionales etc. No es tarea fácil. La sabiduría, la experiencia y la prudencia hacen posible ponderar la mejor solución para cada circunstancia.

64. Los consejos de índole psicológica, racional, profesional, son útiles y necesarios, pero muchas veces no dan resultados, por la sencilla razón de que la voluntad no está motivada y fundamentada en algo que puede persuadir de manera absoluta, pues los hombres con frecuencia son falibles y desvirtúan la verdad. Solamente con la Palabra de Dios, que tiene valor absoluto, se puede asegurar de la bondad o maldad de una acción. Entonces solo la religión, la verdadera religión (no cualquiera), puede ofrecernos una base de certeza para la moral, en vista de una conducta recta y correcta. Por eso los consejos de un director espiritual superan a los consejos y orientaciones de los profesionales.

65. ¿Qué se puede aconsejar a las personas en situación de crisis, por transición de edad, por enfermedad, por la muerte de una persona querida, por el fracaso matrimonial o profesional, una pérdida económica, etc.? Primero hay que detectar la crisis, luego conocer la situación de vida del afectado; y por fin averiguar qué recursos psicológicos, morales y espirituales dispone para hacer frente a la crisis y superarla. Como consejeros espirituales podemos invitar a la persona en crisis a actualizar su fe en Dios, confiando en su amor y en su poder. Recordarle también que en esta vida todo es relativo, y que hay que dar por descontado nuestras deficiencias y las de los demás; que los bienes que poseemos no son para siempre y podemos perderlos en cualquier momento (la juventud no dura para siempre; el amor humano no es eterno; la muerte es posible en todas las edades….). Por eso habrá que aconsejar a estar preparados para que la crisis no sea devastadora. Es necesario ubicarse en una visión de eternidad, donde todas las cosas se podrán apreciar en su dimensión y en su valor, precario o absoluto.

66. ¿Cómo aconsejar a un joven que quiere casarse? Uno puede darle unas cuantas indicaciones con respecto al amor verdadero, al compromiso y la responsabilidad, al proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia; puede explicarle que hay que tener unas cuantas virtudes humanas y cristianas para hacer posible la convivencia matrimonial. Pero sería mejor decirle que vaya a

hablar con un sacerdote por el aspecto sacramental, moral y espiritual; con un psicólogo para conocerse mejor y comprender y llevarse bien a la futura esposa e hijos; con un abogado por la parte jurídica y civil; con los padres y amigos que tienen experiencia de vida matrimonial y familiar. Más allá de todo esto es necesario ir preparándose desde niño, formando su carácter y su personalidad de manera que pueda afrontar el matrimonio con serenidad, sin aquellos defectos y trastornos morales y psíquicos que lo llevarían al fracaso. La mejor formación será con el Evangelio, con los principios cristianos, porque son garantía de perfección.

67. ¿Cómo aconsejar a quien desea consagrarse a Dios en la vida sacerdotal o religiosa? Hay que preguntarle cuál es la motivación verdadera que lo inclina hacia tal vocación. Es cierto que es Dios quien llama, como Jesús se lo dijo a los Apóstoles ( ); y lo hace por medio de algún atractivo particular, como puede ser el gusto por la liturgia, la fascinación por Cristo, el ejemplo de algún santo, la admiración por algún sacerdote o religioso, el deseo de ser guía espiritual de una comunidad, el sueño de ir como misionero en tierras lejanas, etc. Pero de poco a poco deberá llegar a entender que la razón más importante por la cual Dios lo llama, es para trabajar por su Reino: por la gloria de Dios y por la salvación de los demás. No es una vocación para sí mismo, aunque Dios lo recompensará con el “cien por uno y la vida eterna”. Es una vocación donde se experimenta más amor que en el matrimonio, porque Dios es mucho más perfecto que un ser humano; y se necesita más amor que en la familia, porque todo un pueblo, toda la humanidad se convertirá en su familia. Habrá que avisarle que deberá acudir a la Iglesia para un seguimiento adecuado y para que juzgue sus aptitudes humanas, cristianas y vocacionales.

68. ¿Qué hacer con aquellos que no aceptan consejos? En este caso no debemos enojarnos y abandonarlos a su suerte. La caridad nos mueve a ayudarlos. Se los puede remitir a otras personas en quienes tengan más confianza y aprecio. En el ámbito de la fe y la moral los más preparados deberían ser los sacerdotes y religiosos, los docentes de teología, los profesores de religión, los catequistas y agentes de pastoral en general. Hay también muchos fieles, especialmente los que participan de grupos parroquiales o diocesanos, que tienen una buena formación cristiana y una conducta excelente, como para aconsejar a los demás. No siempre se puede esperar una respuesta positiva, pero hay que sembrar, dar buenos consejos; a su tiempo dará fruto, porque son las ideas y los ejemplos los que iluminan y mueven a la acción. También es muy provechoso ofrecerles algún libro o folleto, o indicarles alguna página web donde pueden encontrar artículos que respondan a su necesidad de ser iluminados.

69. Hay personas que, como dice Jesús: “tienen el corazón endurecido… miran, pero no ven; escuchan, pero no oyen ni entienden” (Mc 13,13). El refrán popular dice: “No hay mas sordos de aquellos que no quieren entender”. En este caso sólo se los puede encomendar a la misericordia de Dios y al Espíritu Santo, para que los iluminen, les abra la mente y el corazón. Hay que tener en cuenta también que la vida es un proceso, y muchas veces uno no está en condición de tomar decisiones inmediatas. No hay que impacientarse ni tener pretensiones neuróticas. Puede ser que más allá, en el momento oportuno, recordando los buenos consejos, por fin los tomarán en cuenta y los ayudará a arreglar su vida. Esto vale también para nosotros, y no solo para los demás.

CORREGIR AL QUE YERRA

70. Muy parecida a la anterior obra de misericordia, es corregir a los que yerran, aunque un poco más difícil, porque siempre es incómodo corregir, pues se teme una reacción fastidiosa, agresiva o negativa. Jesús dice: «Si tu hermano peca contra ti, vete y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano” (Mt 18,15-17). Con estas palabras entendemos que no todos aceptan la corrección, y hay que recurrir a todos los medios para ayudar al que yerra para que recapacite, por su propio bien y para el bien de los demás.

71. Debemos corregir, enseñar a corregir y pedir que nos corrijan; con el ejemplo y con la palabra, y todo ello sin olvidar las buenas maneras y la caridad. San Pablo escribe: “Les rogamos, hermanos, que amonesten a los ociosos, que alienten a los de poco ánimo, que sostengan a los débiles, que sean pacientes para con todos. Miren que ninguno pague a otro mal por mal; antes sigan siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos” (1Tes 5,14-15). Pero Jesús nos advierte que antes de corregir a los demás, debemos fijarnos en nuestra propia conducta: “¿Cómo puedes decir a tu hermano: deja que te saque la paja de tu ojo, tú que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Lucas 6, 41-42).

72. Corregir no es criticar o condenar, sino avisar con delicadeza y caridad al que comete un error o una mala acción o lleva una conducta indebida, para que recapacite y vuelva a vivir en el bien, para agradar a Dios y al prójimo y para su salvación. Debemos intervenir siempre con buena intención y buscando el bien, no con animosidad, reproches y falta de caridad; porque de otra manera solo obtendremos malas respuestas y no conseguiremos ningún resultado. Cuando se ama de verdad a una persona, se cuida de ofenderla o disgustarla, por eso trata de ser amable y cariñoso en la corrección, que no debe omitir, por el bien del interesado.

73. Habitualmente las correcciones se hacen con malos tratos, indignación y amenazas, castigos y golpes, especialmente con personas a quienes se les tiene resentimiento y rabia. Muchas veces degeneran en peleas y litigios iracundos. De esa manera deja de ser una obra de misericordia, sino que se convierte en una obra de maldad. Desgraciadamente esto sucede con más frecuencia en la familia, entre hermanos, padres e hijos, quienes se supone que al quererse, deberían ser más amables. Pero ocurre también, y con mayor ahínco, contra adversarios y enemigos, a quienes se juzga y prejuzga, atribuyéndoles malas intenciones, defectos, culpas y errores, muchas veces con la finalidad de derribarlo y desplazarlo.

74. ¿Cómo corregir a los adictos: alcohólicos, fumadores, consumidores de drogas y de pornografía, cleptómanos, enviciados con los juegos electrónicos, con internet, etc.? Todo el mundo sabe que es muy difícil, porque las adicciones se convierten en necesidades biológicas y sicológicas muy fuertes. Es como decirle a un hambriento que no coma, que no debe tener hambre. Los reproches y el menosprecio no sirven para nada. Al contrario los hunden más todavía, porque se refugian justamente en la adicción, para apartar la angustia. Solo con un largo tratamiento psicológico, moral y espiritual se puede superar el problema. En general se les hace tomar consciencia de las consecuencias negativas y destructoras de la adicción; y por

otra parte de la belleza y la dignidad de una vida sana, libre de esclavitud y vicios. En los centros de rehabilitación religiosos se los anima a confiar en la ayuda y el amor de Dios, y a recuperar la dignidad moral de la persona. Uno de los medios más eficaces, después de la desintoxicación, es distraer la mente del objeto de la adicción para anular el deseo. Para eso se necesita acompañamiento, perseverancia, estar ocupados con la mente y las manos en actividades interesantes y útiles (terapia ocupacional). No son muchos los que logran salir del infierno de la adicción. Por eso es más importante hacer un trabajo de prevención.

75. ¿Cómo corregir a los que padecen ciertos trastornos mentales y psicológicos: neuróticos, psicóticos, maniacos-depresivos, esquizofrénicos, paranoicos, narcisistas, coléricos, tímidos, etc. Hay quien se enoja y culpabiliza a estas personas, porque no consigue cambiar su conducta. Es como pretender de un niño que actúe como un adulto, o de un loco que se comporte como una persona normal. Eso es imposible. Lo mismo para los que tienen una mente y una psique alterada y estructurada por la enfermedad mental. En primer lugar hay que considerar como real la enfermedad psíquica, y luego ver la forma de curarla y corregir los trastornos mentales. También en este caso es cuestión de un tratamiento psicológico o psiquiátrico. Las oraciones y bendiciones solo son eficaces cuando Dios decide hacer un milagro y sanar la mente de la persona, así como sana las enfermedades físicas. Pero habitualmente hay que echar mano a la comprensión, la paciencia y a los psicólogos. Ciertas enfermedades mentales son curables, otras no. Las primeras son objeto de corrección, las segundas no.

76. ¿A quién corresponde hacer la corrección? En general a los padres, educadores, autoridades civiles y religiosas. Es un deber moral que obliga desde la caridad, la misericordia y la justicia, especialmente a los cristianos, cuyo mandamiento supremo es el amor. Dice la Biblia: “El que escatima la vara odia a su hijo; mas el que lo ama lo disciplina con diligencia” (Prov 13,24); “Corrige a tu hijo y te dará descanso, y dará alegría a tu alma ” (Prov 29,17). Los hombres deben tomar ejemplo del mismo Dios en esta tarea de corregir: “Debes comprender en tu corazón que el Señor tu Dios te estaba disciplinando así como un hombre disciplina a su hijo” (Deut. 8,5). “El Señor, al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe como hijo” (Hbr 12,6). El mismo Señor dice en el Apocalipsis: “Yo reprendo y disciplino a todos los que amo” (Apc 3,19). A veces el Señor nos corrige permitiendo enfermedades, fracasos, peligros y reveces de la vida, para que nos despertemos del materialismo y del desorden moral y nos decidamos a emprender el camino de la salvación.

77. En teología moral se afirma que aquel que descuida la corrección, comete un pecado de omisión, que puede ser leve o grave, según el objeto y las circunstancias y el deber que le corresponde. Hay gente que por no tener problemas, o por cobardía, se callan y dejan pasar las cosas. Cuando se puede ayudar a evitar un mal, un perjuicio, hay que intervenir, aunque cuesta, especialmente cuando hay esperanza de ser escuchado. En general no conviene corregir a los desconocidos y a los que podrían reaccionar peor; es mejor dejarlo a quien tiene conocimiento y responsabilidad sobre las personas que delinquen. Tampoco es el caso de estar molestando al prójimo a cada rato y por pequeñas cosas, pues se crearía una relación de fastidio e irritación. Más que corregir, hay que educar, ya sea a los hijos, a los ciudadanos y a los fieles, para que no incurran en infracciones o desordenes morales y sociales, y no hagan daño a los demás o a sí mismos.

78. Para efectuar una buena corrección, hay que persuadir y disuadir al mismo tiempo a las personas que llevan una mala conducta. Persuadir con argumentos, principios y ejemplos que les haga comprender los beneficios de una vida correcta, y que el bien y la virtud nos hace más felices, nos atrae el aprecio de Dios y de los hombres. Hacerles entender que estamos llamados a ser perfectos; que Dios nos está mirando a cada paso. Si eso no basta, entonces hay que disuadir de cometer malas acciones, describiendo todas las consecuencias negativas, las amenazas, censuras y castigos en que podrían incurrir, de parte de los hombres y de parte de Dios. Efectivamente ya sea la sociedad como la Iglesia, aplican las sanciones a los incorregibles, para impedirles que sigan haciendo daño. El mismo Jesús habla del paraíso y del infierno, afirmando que nadie quedará impune o sin premio por sus acciones malas o buenas: “los buenos resucitarán para la vida eterna, y los malos para la condenación eterna” (Mt 25,46; Jn 5,29).

79. Cuando no se consigue nada, sólo nos queda rezar, pidiendo a Dios que se apiade de ellos y los salve. Porque hay gente que siguen durante muchos años, y a veces hasta el fin de su vida, con los mismos defectos, vicios, maldades; con la misma actitud impenitente y la misma conducta perversa o relajada, apartados de la religión y de la moral, con una opción voluntaria para la impiedad, el delito y la inmoralidad. Hay otros que viven sin pensar, sin molestarse en revisar sus actos, entregados y dominados por Satanás. Otros que se adaptan al ambiente descreído, insertándose en la corriente del “mundo”, pensando estar protegidos y a salvo, pues todos hacen lo mismo. Y se ríen o reaccionan mal contra aquellos que tratan de rescatarlos, avisándole de su ruina espiritual y del peligro de la condenación eterna. Parece increíble, pero es una realidad. Los demonios son una prueba de la necedad de la impenitencia.

ENSEÑAR A LOS IGNORANTES

80. Ignorancia es falta de instrucción, de cultura, de formación humanística y profesional, de conocimientos técnicos y científicos; falta de sabiduría para vivir bien, falta de educación para relacionarse con los demás… En el orden religioso, la ignorancia es desconocimiento de la doctrina cristiana, de la teología, de la Biblia, de Dios, de los valores superiores y absolutos, de los deberes morales y espirituales. La ignorancia es un impedimento para vivir y actuar con mayor provecho y desarrollar el potencial de perfeccionamiento que cada uno posee. Por eso enseñar a los ignorantes entra dentro de la lista de las obras de misericordia. "El que cumpla y enseñe los mandamientos será grande en el Reino de los cielos" (Mt 5:19).

81. Einstein dice que “Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas”. Pero podemos decir también lo contrario: todos tenemos muchos conocimientos, pero no de las mismas cosas. Y eso es bueno, porque podemos complementarnos, y entre todos ayudarnos a vivir. En la práctica es así, pues todo el mundo trabaja en algo que es de utilidad para los demás: desde el científico hasta el barrendero, desde el sacerdote hasta el agricultor, todos aportamos beneficios para todos. Lo importante es que cada uno conozca bien su tarea y la cumpla con esmero. Pero hay cosas que deberían saber todos, para un crecimiento personal integral, especialmente en el orden moral y religioso. El carecer de esos conocimientos significaría una pobreza interior de la persona, que reduce sus posibilidades y lo expone a errores, fracasos y sufrimientos.

82. Por lo que se refiere a la fe cristiana, es esencial conocer los contenidos doctrinales, desde la razón y la Revelación, para poder vivir conforme a la voluntad de Dios y realizarnos en plenitud y perfección. No se puede seguir a Cristo si no se lo conoce; no se puede practicar el Evangelio si nunca se lo ha leído; no se puede amar a Dios si no se lo descubre como Creador, Padre, Bienhechor, Amor y Bien infinito. Benedicto XVI en el 2012 señaló a la Conferencia Episcopal francesa que uno de los problemas más graves de nuestro tiempo, es el de la ignorancia religiosa en la que viven muchos hombres y mujeres, incluyendo a los católicos. Es por esta razón que la nueva evangelización, en la que la Iglesia está firmemente comprometida desde el Concilio Vaticano II, se presenta con especial urgencia.

83. La fe es necesaria para la salvación: “Quien cree y se bautiza se salvará; quien no cree no se salvará” (Mc 16,16). Pero San Pablo en su carta a los Romanos dice: “¿Cómo creerán sin haber oído de Él? Y ¿cómo oirán si nadie les predica?... Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios" (Rom 10,14.17). La salvación eterna es el objetivo principal de nuestra vida, por lo tanto enseñar a los ignorantes el camino de la fe es una prioridad entre las obras de caridad y de misericordia para con el prójimo. Paulo VI en la “Evangelii Nuntiandi” (1975) plantea el problema de cómo evangelizar, y afirma que “la evidente importancia del contenido no debe hacer olvidar la importancia de los métodos y medios de la evangelización”.

84. La evangelización se puede hacer de mil maneras y en todas partes: por contacto personal, por testimonio, con la catequesis, la liturgia; en la preparación para los sacramentos, en los grupos de oración o de formación espiritual; en la familia, en las escuelas, en las parroquias, en los medios de comunicación social. Hay que evangelizar a los niños, a los jóvenes, a los adultos, a los ancianos, a los políticos, los trabajadores, al mundo de la cultura y del arte, de la ciencia; a las fuerzas del orden, a los recluidos, a las “periferias geográficas y existenciales”. Debemos ocuparnos por el bien del prójimo, hasta el bien total que es el paraíso; y preocuparnos por su sufrimiento total, que es el infierno, en una visión inmanente y trascendente. Muchos ignoran o no quieren pensar en lo que les espera en la eternidad, y viven despreocupados: hay que despertarlos (“despierten al mundo”, dijo el Papa Francisco) y hacerles tomar consciencia de su último destino, definitivo e irreversible.

85. En la “Evangelii Gaudium” (2013), el papa Francisco propone una evangelización gozosa, señalando al mundo la alegría que proporciona el conocimiento de Dios y la participación en su vida divina. Una predicación a base de preceptos morales, obligaciones, sacrificios, penitencias y amenazas de condenación, no atrae a nadie. En cambio la presentación de Dios como el Bien Supremo, el Amor total y la Belleza absoluta, interesa a todos; nadie quedará indiferente. Más convincente todavía es el testimonio alegre de una vida según el Evangelio. Solo así uno será capaz de hacer todos los esfuerzos ascéticos que se requieren para santificarse y ser digno de Dios. Todo el mundo busca la felicidad: hay que saber explicar que la felicidad plena y absoluta solo se halla en Dios; todo lo demás nos dejará insatisfechos e incompletos.

86. Parece increíble que en la era digital, de la informática, del internet, el mundo ignore el mensaje de Cristo. La sociedad moderna dice haber hecho grandes progresos en el campo de la cultura, de las ciencias, de la tecnología; pero parece haber perdido el sentido y la orientación esencial de la vida humana, que es alcanzar la perfección moral y espiritual y la plenitud de vida en

Dios. Por eso habrá que echar mano a todos los recursos disponibles para hacer resonar en los oídos y en los corazones de los pueblos el Evangelio de Cristo, como “Buena Noticia”. Se trata muchas veces de contrarrestar la cultura laica, agnóstica y atea que quiere ahogar la fe cristiana, a veces ridiculizando, a veces negando sin probar nada, ignorando la teología y la biblia. Tenemos la ventaja de que el bien y la verdad son más atractivos que el mal y el error. Jesús nos invita a sembrar y cultivar las semillas de su Evangelio, recordándonos que la Palabra de Dios tiene virtud propia, como una semilla, para germinar crecer y dar frutos (cfr las parábolas del sembrador y de la semilla).

87. Muy importantes son las disposiciones interiores para que arraigue y dé fruto la Palabra de Dios en el corazón humano. Jesús lo explica con la parábola del sembrador. Parece que la psicología humana y las actitudes morales de la gente no cambian. Ya sea al tiempo de Cristo como en nuestros tiempos, frente al mensaje cristiano, hay gente que rechaza totalmente y con hostilidad la semilla de la Palabra (terreno duro del camino). Otros son superficiales y débiles; se entusiasman enseguida pero se desaniman pronto, cuando les resulta difícil cumplir con Dios (terreno pobre, con muchas piedras). Otros dedican toda su atención y sus energías a los negocios y placeres del mundo, y Dios desaparece de su horizonte (terreno lleno de monte, espinos y abrojos). Por fin hay personas bien dispuestas (terreno bueno); pero aún estas últimas responden el treinta, sesenta o el cien por ciento. Eso explica por ej. como los católicos practicantes no pasan del quince o veinte por ciento, por lo menos en nuestro país.

88. La ignorancia religiosa es causa de poco cumplimiento, porque no se valoran los beneficios de la fe; y el escaso cumplimiento a su vez es causa de ignorancia, porque no se profundiza ni se vive la experiencia sobrenatural. La ignorancia también es causa de abandono de la fe católica. Muchos fieles no están afianzados sobre bases solidas, doctrinales y morales, por lo que fácilmente se dejan llevar hacia otros cultos o hacia la indiferencia religiosa y el ateísmo. En este caso enseñar a los ignorantes es un deber, porque viviendo al margen de la verdadera fe, se pierden grandes beneficios espirituales y morales, y tal vez la vida eterna. Entonces no podemos quedarnos indiferentes y dejar que los demás sigan un camino equivocado y perjudicial. Debemos actuar, por amor a la verdad, al bien del prójimo y a la gloria de Dios.

CONSOLAR A LOS AFLIGIDOS

89. Todo el mundo tenemos experiencia del sufrimiento, ya sea físico (enfermedad, calor, frío, hambre…), ya sea psicológico (complejos, ofensas, baja autoestima, falta de amor, soledad, injusticias…), ya sea moral (sentido de culpa, angustia por el pecado, debilidad frente a las pasiones y los vicios…). Lo primero que se nos ocurre es exhortar a la paciencia, a la fortaleza. Pero si uno es débil y desorientado, ¿de dónde saca la fuerza y las luces para vencer o soportar el sufrimiento? Hay que aconsejar la oración a Dios y la confianza en el prójimo, además de brindar un apoyo personal en la medida que uno puede. Con un discurso de fe, podemos presentar las motivaciones que hacen posible afrontar el dolor convirtiéndolo en instrumento de superación y redención. Recordar la promesa del Señor: “Vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16,20-22). Recordar la presencia y la misericordia del Señor cerca del que sufre. Recordar la sabiduría popular: “No hay mal que dure cien años”. Y por fin estar cerca, acompañar al que sufre, ayudarlo no solo con palabras, sino también con el afecto y los

medios disponibles. Además de aconsejar hay que dar testimonio de fortaleza y esperanza en el propio sufrimiento, como lo hizo Jesús.

90. San Pablo nos señala la motivación de nuestra caridad para con el que sufre: “Él nos consuela en todos nuestros sufrimientos, para que nosotros podamos consolar también a los que sufren, dándoles el mismo consuelo que Dios nos ha dado a nosotros” (2Cor 1,4). A los Tesalonicenses les escribe: “Que nuestro Señor Jesucristo mismo y Dios nuestro Padre, que nos amó y dio consuelo eterno y buena esperanza por medio de bondad inmerecida, consuelen sus corazones y los hagan firmes en todo buen hecho y buena palabra” (2 Tes. 2,16-17).Como discípulos de Jesús, debemos dar aliento a quienes sufren. San Pablo nos invita : “Sigan consolándose [...] y edificándose unos a otros” (1Tes. 4,8; 5,11).

91. Jesús nos invita a todos a acudir a Él cuando andamos afligidos: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11,28-30). ¿Dónde y cómo podemos encontrar al Señor? En la oración, especialmente en la Eucaristía. Podemos contarle nuestras penas, nuestros temores y preocupaciones, y encomendarnos a su misericordia. El Señor nos aliviará, porque lo prometió y porque es compasivo. A la viuda de Naím “compadeciéndose de ella, le dijo: mujer no llores más” (Lc 7,14) y le resucitó el hijo. Así como no se negó a nadie en su vida terrenal, curando a los enfermos, atendiendo a los pobres, perdonando a los pecadores… tampoco se negará a nuestras súplicas. “Confíen en Dios; confíen también en mi” (Jn 14,1), dijo a sus discípulos. En Nazaret Jesús aplicó a sí mismo la profecía de Isaías: “El Espíritu del Señor Dios está sobre mí, porque me ha ungido el Señor para traer buenas nuevas a los afligidos; me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los cautivos y liberación a los prisioneros” (Is 61,1-2). Podemos confiar en Jesús, porque nos demostró el amor más grande dando su vida por nosotros: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13).

92. Jesús prometió a los Apóstoles, que cuando El se fuera, les enviaría otro Consolador : “Yo rogaré al Padre y El les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre” (Jn 14,16; 15,26); “Les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a Ustedes; pero si me voy, se lo enviaré” (16,7). Se trata del Espíritu Santo con sus dones y carismas, que nos ilumina, nos reconforta y fortalece. Pero les promete también que él mismo volverá para acompañarlos siempre: “No les dejaré huérfanos, volveré a estar con ustedes” (Jn 14,18). En el día de la Ascensión les dijo: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 18,20). La presencia y el acompañamiento del Señor nos reconforta y nos anima en nuestras luchas cotidianas para superar la fatiga y todo sufrimiento. Entonces sepamos exhortar a nuestro prójimo para que se dirija con confianza al Señor de la misericordia.

93. ¿Cómo aliviar a una persona deprimida? La presencia es importante y también el diálogo, pero no hay que decirle palabras como éstas: “si estás así es por tu culpa; siempre hay alguien que está peor que tú; nadie dijo que la vida era justa; deja de sentir lástima de ti mismo; trata de no estar tan deprimido; sal fuera y diviértete; créeme, yo también sé lo que se siente, pues he estado deprimido una vez durante varios días; necesitas un trabajo, un hobby…”. Estas frases alimentan el sentido de culpa y de impotencia del deprimido y le hace sentir aún más solo e incomprendido, porque la depresión es una enfermedad, un trastorno afectivo que le impide razonar y tomar decisiones. Más reconfortables podrían ser frases como éstas: “No estás loco;

es un mal momento, un período de tu vida que te sirve para madurar; esto pasará y lo superaremos juntos; sé que estás sufriendo y no te voy a dejar solo; eres importante para mí y te quiero…”. La depresión puede tener origen biológico o psicológico; en ambos casos necesita la intervención de médicos y profesionales. Sin embargo el apoyo afectivo y espiritual de las personas cercanas son insustituibles en el proceso de curación.

94. ¿Cómo consolar a los demás cuando uno mismo está afligido, o cuando no encuentra las palabras justas, o cuando se trata de casos insolubles, como la muerte, una pérdida irrecuperable, una enfermedad terminal. Creo que una presencia compasiva y afectuosa reemplaza todas las palabras. Parece que el dolor compartido produce alivio, así como la alegría compartida la acrecienta. De todas maneras en esos momentos de angustia y dolor irreparable, se puede invitar a mirar juntos a Cristo en la cruz, para unirse a su dolor y pedirle que le haga sentir su presencia misericordiosa. Se puede recordar también que el sufrimiento no es inútil, sino que puede ser un medio de redención y una experiencia para comprender y solidarizarse con los demás sufrientes, pues todo el mundo tiene sufrimientos.

95. A los que sufren se les puede decir que muchas veces el Señor permite el sufrimiento para purificarnos y rectificar tantas actitudes de autosuficiencia, soberbia y falso poder. Al constatar como todo se desmorona dentro y fuera de nosotros, advertimos la caducidad y precariedad de la vida presente y de todos sus bienes; entonces nos preguntaremos cuál es la verdad de la vida y volveremos a preguntar por Dios y a encomendarnos a Él. Parece que solo el sufrimiento y la pérdida del poder físico y psíquico, son capaces de doblegarnos y conducirnos nuevamente a Dios. Entonces el dolor se convierte en un beneficio, y ya no se lo verá como un mal absoluto, sino como algo positivo. El único mal absoluto es la condenación eterna, porque se pierde el Bien Absoluto, y solo queda el sufrimiento para siempre, irreversible.

96. La fe ayuda mucho para hallar consuelo en los sufrimientos y soportarlos con paciencia. Eso explica como muchos santos sufrían con alegría e incluso buscaban los padecimientos para volverse “limpios de corazón” y poder “ver a Dios” (Mt 5,8). Sin la fe, todo se vuelve absurdo, oscuro y maligno. No se comprende porque uno debe sufrir, especialmente cuando no tiene la culpa. Y sólo es posible una actitud estoica, triste y resignada, o una reacción desesperada que aumenta el sufrimiento. Mientras nos prodigamos para aliviar el sufrimiento de los demás, debemos animarlos a ponerse en las manos de Dios y confiar en que todo se resolverá en bien, porque “Dios todo lo dispone para el bien de aquellos que lo aman” (Rom 8,28).

PERDONAR LAS OFENSAS

97. En el Antiguo Testamento se habla mucho del perdón de Dios, pero poco del perdón hacia el prójimo. No se lo considera como un imperativo moral, pero si como loable. Así en Génesis 45,4sgs se ensalza la conducta de José, al perdonar a sus hermanos. En el libro del Eclesiástico se dice: “Perdona a tu prójimo el agravio y, en cuanto lo pidas, te serán perdonados tus pecados” (Eclo 28,2). En el Nuevo Testamento en cambio abundan la referencias al perdón de las ofensas, hasta el extremo de “poner la otra mejilla” (Mt 5,39) y “amar a los enemigos” (Mt 5,44). El motivo principal del perdón, según el Evangelio, es la

fraternidad universal, porque Dios es Padre de todos los hombres y de todos los pueblos, y quiere a todos.

98. En el Padre Nuestro Jesús nos hace pedir a Dios que nos “perdone nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12). Y también al revés: “Amen a sus enemigos y rueguen por los que los persigan, para que sean hijos de su Padre celestial (Mt 5,44-45). Y agrega: “Si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas, los perdonará también a ustedes su Padre celestial” (Mt 6,14; cfr Mt 18,23-25). Jesús nos enseña que no podemos presentarnos ante el altar de Dios sin antes habernos reconciliado con el hermano (cfr Mt 5,23-24). En otro momento dijo: “Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Si siete veces al día peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti diciendo: "Me arrepiento", perdónale” Lc 17,3-4). Y a Pedro que le preguntó si era suficiente perdonar siete veces, Jesús le contestó: “No te digo siete veces, sino setenta veces siete” (Mt 18,22). A los discípulos les dijo: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados” (Lc 6, 36-37). Jesús no sólo enseñaba y mandaba perdonar, sino que dio un ejemplo supremo, perdonando a sus verdugos: “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23.34).

99. Los discípulos recordaron muy bien estos preceptos del Señor, pues los recomendaron varias veces; así resulta de los demás escritos del Nuevo Testamento. San Pablo dice a los Colosenses: “Perdónense mutuamente… Como el Señor os perdonó, así también perdónense ustedes” (Col 3,13). Y a los Efesios: “Alejen de ustedes toda amargura, arrebato, cólera, gritería, blasfemia y toda malignidad. Sean más bien unos para otros bondadosos, compasivos y perdónense los unos a los otros, como Dios los ha perdonado en Cristo” (Ef 4, 31-32). A los Gálatas les dice, entre otras cosas, que dejen de lado “ las enemistades, pleitos, celos…iras, contiendas, disensiones… porque los que practican estas cosas no heredarán el Reino de los Cielos…”; y que tengan con todos un trato de “paciencia, benignidad, bondad, mansedumbre, templanza” (Gal 5,19-22).

100. Perdonar no significa aceptar y permitir pasivamente todo atropello, perjuicio y ofensa, sino renunciar a la venganza, no guardar rencor (“que no se ponga el sol sobre su enojo” Ef 4,26) no cortar relaciones, “tratar de vivir en paz con todos los hombres” (Rom 12,18). No significa tampoco ceder siempre, dejar que el mal triunfe, aceptar las injusticias. Se puede reclamar lo justo y lo correcto, como lo hizo Jesús con el soldado que lo abofeteó, pero sin violencia ni odio. Tampoco significa ser insensible a las ofensas y daños, sino a pesar de todo, superar el conflicto y apaciguarse. Esto es posible desde el amor y la fe. Si amamos de verdad a Dios, si estamos centrados en la alegría de su contemplación como Bien infinito, olvidaremos más fácilmente las aflicciones; así como una persona afligida olvida su tristeza y recupera la alegría cuando ve llegar a su enamorado/a. Igualmente si amamos al prójimo, al ofensor, nos resultará más fácil perdonarlo, como se hace con los familiares y amigos.

101. Cuanto más se ama, más se perdona; amor en sentido afectivo y en el sentido de querer y hacer el bien a todos. Para perdonar con más facilidad hay que ser altruista, desprendido de sí mismo, humilde, generoso, noble… Pero si uno es egoísta y orgulloso, le va a ser imposible perdonar, porque está centrado en sí mismo, autorreferente, y no puede tolerar que le ofendan, que le falten de respeto, que no se lo tengan en cuenta, que lo perjudiquen etc. Hay algunos

que renuncian a la venganza personal, a la justicia, pero se la dejan a Dios. Eso no es perdonar, porque no ha dejado en su corazón de desear que castiguen al ofensor. El perdón perfecto es cuando se busca el bien del otro. Se puede exigir o buscar que se corrija, pero no hacerlo sufrir o pagar por lo que ha hecho. Eso es maldad. A un cristiano nunca le está permitido hacer maldades.

102. No olvidemos que también los demás tienen mucho que perdonarnos. Nosotros también tenemos defectos, cometemos injusticias, faltamos de respeto, tenemos actitudes agresivas, criticamos con ligereza, mostramos indiferencia, somos ingratos, desatentos… señalando solo las cosas más leves. A veces ofendemos y dañamos gravemente a los demás, con insultos, desprecios, odio, amenazas, engaños, robos, calumnias, traiciones… Eso debería hacernos menos resentidos y menos exigentes con los demás; deberíamos perdonar a cambio de ser perdonados. Debemos también aprender a pedir perdón para restablecer la paz. Un señor me confió que cuando un amigo le pidió perdón, si disolvió su rencor y reanudaron su amistad, como si no hubiera pasado nada.

103. Para no sufrir demasiado cuando nos ofenden, debemos adquirir un concepto objetivo y equilibrado de nosotros mismos. El paranoico y el narcisista por ej. son incapaces de perdonar, porque se consideran perfectos y superiores, por lo tanto les resulta incompresible como se los pueda ofender, y se hace más agudo el sufrimiento por la ofensa. Igualmente los que sufren un complejo de inferioridad: les duele más las ofensas, porque es como que les pusieran el dedo en la llaga; se sienten más heridos y humillados, por lo tanto les cuesta mucho perdonar. En cambio cuando uno reconoce sus faltas y sus errores sin complejos, es capaz de pedir perdón y de perdonar con serenidad y nobleza. Las virtudes cristianas ayudan mucho en este sentido, especialmente la humildad y la caridad.

104. Perdonar es liberarse, es deshacerse de un mal sentimiento que lo corroe, lo entristece y lo encierra en sí mismo. El odio y la venganza hace más daño a quien lo siente que a su destinatario; además le quita la gracia y el amor de Dios. Quien perdona y pide perdón, recupera la paz y la alegría, restablece contactos, se enriquece con la amistad de los demás, se abre al amor de Dios. La convivencia humana necesita constantemente de la reconciliación, porque son múltiples las situaciones de la vida que reclaman el perdón para poder sobrevivir. Las relaciones humanas son casi siempre dialécticas, conflictivas. Si no se acepta lo diverso, lo contrario, lo negativo; si no se reconocen faltas y debilidades, el juicio ajeno, las observaciones y correcciones… si se recurre a la respuesta áspera, a las represalias, a la venganza… la vida se convierte en un campo de batalla, en una guerra interminable. El perdón corta y supera el mal (“no llevas cuentas del mal”: 1Cor 13,5), mantiene la paz, aumenta la felicidad, nos hace semejantes de Dios, quien perdona siempre y a todos.

105. El perdón es una de las expresiones más nobles del amor, y es capaz de conquistar al ofensor y de quitar las armas de las manos del enemigo. Dicen que el presidente Lincoln acostumbraba beneficiar a sus enemigos; le preguntaron por qué lo hacía; él contesto: “para convertirlos en mis amigos”. Perdonando, además de cumplir con una obligación moral o religiosa, se contribuye a la paz y cohesión social, evitando espirales de venganzas; por eso muchas religiones y diversas corrientes filosóficas lo recomiendan. Para los cristianos es una exigencia absoluta, porque el proyecto de Dios es la fraternidad universal, la “comunión de los santos”,

que solo es posible con la caridad, superando las inevitables divisiones, tensiones y rencores. El buen cristiano debe proponerse cubrirlo todo con el amor. Se esforzará por reparar los desaires o una reacción de impaciencia, pidiendo perdón o con un gesto de amistad; sustituir una actitud de rechazo instintivo hacia el otro por una actitud de plena acogida, de misericordia sin límites, de perdón completo, de participación y atención a sus necesidades, así como lo hizo Jesús, el Maestro del amor y la misericordia.

SOPORTAR A LAS PERSONAS MOLESTAS

106. “Sopórtense unos a otros” (Col 3,13). Eso es posible sólo si hay amor, caridad, misericordia: “El amor lo soporta todo” (1Cor 13,7), dice San Pablo. Una vez más, el amor entendido como deseo de bien para los demás, puede ayudarnos mucho a soportar, tolerar y sobrellevar las molestias que nos vienen del prójimo. El que no tiene caridad no soporta nada: es intolerante, reniega, rechaza, reprocha, se impacienta contra las personas molestas. La vida se nos hace imposible si no somos capaces de soportar. Exceptuando a esos seres angelicales que se llevan bien con todo el mundo y tienden a ver solo las cosas buenas en los demás, la mayoría de las personas tenemos que aprender a lidiar en la casa, en el trabajo, en los grupos sociales, incluso en la Iglesia, con gente autoritaria, egocéntrica, egoísta, vanidosa, presumida, petulante que nos resulta literalmente “insoportable”.

107. Tal vez puede ayudarnos a tolerar las personas molestas, el hecho de que seguramente nosotros también podemos resultar molestos para los demás, porque nadie está exento de defectos e imperfecciones. A veces nos damos cuenta, otras veces no. Así como deseamos que los demás nos toleren, igualmente tenemos que hacerlo con ellos, por caridad y para hacer posible la convivencia. También ayuda pensar que el criterio de nuestra conducta no es siempre hacer lo que nos gusta y negarnos a lo que no nos gusta. En todas las cosas y en todas nuestras relaciones debemos manejarnos con el siguiente criterio: hay que hacer el bien y evitar el mal. Y muchas veces para hacer el bien debemos ser pacientes y tolerantes, reprimir el enojo, fijarnos más en las necesidades y problemas del otro.

108. Para atenuar el impacto negativo de las personas molestas, los psicólogos aconsejan varias estrategias. En primer lugar hay que dar por descontado que tales personas existen y difícilmente cambian. Muchas veces pretendemos que un loco sea cuerdo, no lo conseguimos y nos ponemos más nerviosos. Pretendemos que un niño esté tranquilo como un adulto, y no logramos sujetarlo. O que una persona chismosa deje de hablar de todo el mundo, y no podemos cerrarle la boca... Nos molestan los fanfarrones, los soberbios, los coléricos, los que siempre quieren tener la razón, los que hablan frivolidades, los que no usan la lógica, los que no aceptan sus errores y echan siempre la culpa a los demás… y no podemos cambiarlos. Después de haber intentado una y otra vez de convencerles de su mala actuación, y no conseguimos nada, hay que dejarlos así como son.

109. Otro consejo valioso es no provocar, no insistir, apaciguarse; porque dar la cabeza contra la pared es inútil y dañino: la pared no se mueve, mientras que nuestra cabeza puede partirse. Hay que distanciarse y mirar la persona desde otra perspectiva: seguramente tendrá otras cualidades que hacen de contrapeso a sus defectos, y nos hará más fácil tolerarla. Nadie es totalmente negativo. Hay personas orgullosas pero muy generosas; hay gente tímida pero muy

respetuosa; hay tipos que son mandamás pero también muy responsables; hay personas que no usan mucho la lógica o la razón, pero actúan con buen corazón; etc. Hay que mirar al prójimo en su integridad, y no limitarse a ver lo negativo. Es cierto que en una pared blanca, llama más la atención una manchita negra que todo el resto de la superficie; por eso debemos acostumbrarnos a una visión global de la realidad, y no parcial.

110. En el caso de personas con trastornos psíquicos y mentales: neuróticos, psicóticos, esquizofrénicos, paranoides, histéricos, maníacos… no es de personas equilibradas molestarse y reaccionar malamente, porque nuestros reproches y reclamos no sirven para nada. Solamente con un tratamiento médico o psicológico se puede cambiar un poco su conducta extravagante, irresponsable y dañina. Tratarlos como personas normales y exigirles que se comporten de manera razonable, es perder el tiempo y enfermarse de los nervios. Dejemos de lado ciertas pretensiones neuróticas, no insistamos y nos ahorraremos disgustos y malestares.

111. Con aquellos que no comparten nuestra fe religiosa, o nuestra fe política, nuestra filosofía, nuestra ética, o nuestra afición por un equipo de futbol etc. y que nos manifiestan su aversión y hostilidad, debemos aprender a controlar nuestras emociones y nuestras reacciones agresivas; no suponer siempre que los demás sean malignos, irracionales y equivocados. A veces los equivocados somos nosotros. De todas maneras debemos respetar el derecho de los demás a pensar y elegir con libertad. Solamente debemos manifestar nuestros argumentos y convicciones. La molestia surge por el pensamiento de que si no están con nosotros, están contra nosotros; nos cuestionan y nos hacen dudar de nuestras verdades, o nos amenazan en nuestros bienes y nuestros derechos. Posiblemente los adversarios piensan lo mismo de nosotros, y tratan de defenderse, más que agredir… Todos tienen la tendencia a suprimir al adversario, en lugar de comprenderlo y aceptarlo.

112. Particularmente molestas son aquellas personas que sistemáticamente critican y descalifican a los demás, especialmente en campo moral, político y religioso; ya sea por estar en el bando opuesto, ya sea por envidia, ya sea por ensalzar su propia actuación. No tienen capacidad de ser objetivos y justos, todo lo ven negativo, atribuyen mala intención a los adversarios, no les reconocen nada positivo. Es inútil decirles que exageran, que se equivocan, que los demás pueden estar en buena fe, que han hecho cosas buenas… Es inútil observar que no tienen derecho a juzgar y condenar, y ver todo negro del otro lado y todo blanco de su lado. No hay manera de convencerlos. Eso puede servirnos por lo menos a no caer nosotros también en esa visión negativa y parcializada, pues es una falta de justicia y de caridad, que rebaja al que habla y piensa de esa manera.

113. Una estrategia muy eficaz, que vale para toda clase de contrariedad y molestia, es centrarse en Dios. Por una parte el gozar de Dios como nuestro mayor Bien nos distrae de las cosas tristes y nos alivia de toda aflicción. Debemos hacer como las madres cuando sus hijitos lloran y patalean: los abrazan y besan, o les señalan algunas cosas que les gusta o les llaman la atención, para distraerlos y concentrarlos en lo que les agrada. En la medida en que nos volvemos más contemplativos y místicos, dejarán de afectarnos las maldades de este mundo. Por otro lado mirando a las personas molestas como hijos de Dios y hermanos nuestros, a quienes Dios mismo tolera con misericordia, porque los ama, tendremos más compasión y menos rechazo.

114. Aunque no consigamos borrar esa sensación de fastidio y de malestar frente a las personas molestas, siempre nos queda el recurso a la caridad que nos permite aceptar, acoger y respetar hasta a los enemigos (Mt 5,44), sin renunciar al bien y la verdad. Pero deberíamos descubrir también las razones por las cuales nos sentimos tan irritados. Muchas veces estas razones están enterradas en nuestro subconsciente, y debemos sacarlas a flote, darnos cuenta de ellas, para neutralizar el enojo. Es sabido que ciertas palabras o gestos hacen saltar los resortes que tenemos adentro: quien es tímido, le molesta la presunción con que el otro habla y actúa; quien es orgulloso, no soporta un desaire o un reproche; quien es temeroso, no aguanta a los que alardean valor y coraje; así como a los ciegos, sordos y tullidos etc. nos les gusta que les hagan notar su discapacidad. Por lo tanto debemos conocernos mejor y saber porque reaccionamos con tanto disgusto hacia ciertas personas. Seguramente muchas veces se debe a nuestros propios trastornos, y no a los demás.

115. Hay también casos extremos de personas malignas, conscientes de actuar mal y de hacer daño; tienen algo de diabólico, que han hecho opción por el mal, disfrutan hacer sufrir a los demás, no les importa nada de Dios, de la consciencia y de las leyes. Odian, calumnian, matan, roban, extorsionan, explotan a los pobres, someten a los débiles, se adueñan del poder, cometen toda clase de violencias y abusos, hacen ostentación de sus fechorías. Son personas que suscitan repulsa y rabia, y el deseo de castigarlos y suprimirlos. La caridad cristiana nos obliga a hacer todos los esfuerzos posibles para rescatarlos; y cuando no se consigue nada, tratar de contener sus maldades entre todos, aún con la fuerza del orden público; pero nunca devolver el mal, nunca odiar; no dejarse contagiar por su maldad; mantenerse serenos, volver la atención a otras cosas, y rogar a Dios por esos infelices.

ORAR A DIOS POR LOS VIVOS Y LOS DIFUNTOS

116. Jesús con el Padre Nuestro nos enseña a rezar en plural, es decir por nosotros y por los demás. El apóstol Santiago nos exhorta a “orar los unos por los otros” (Stgo 5,16). Lo mismo dice San Pablo (Ef 6,18; Col 1,3). En la oración de los fieles de la Santa Misa, siempre rezamos por el papa, los obispos y sacerdotes, por todo el pueblo, por las autoridades de gobierno, por los matrimonios y familias, por los pobres, los enfermos, por los difuntos… Rezar por los demás manifiesta preocupación y caridad para con el prójimo, y al mismo tiempo nos hace salir de nuestro egocentrismo. Eso le agrada a Dios y lo dispone a escucharnos con más benevolencia y condescendencia.

117. Orar significa confiar en Dios, en su amor, en su poder, en su providencia y en su misericordia. Todos necesitamos de la asistencia y la ayuda de Dios, porque todos experimentamos nuestros límites, debilidades y sufrimientos. Hay situaciones de necesidad y de angustia que solo Dios puede solucionar; y el Señor solo está esperando que se lo pidamos y que tengamos fe, porque nos ama y respeta nuestra libertad. Jesús nos invita a la oración: “Pidan y se les dará; busquen y hallarán; golpeen y se les abrirá” (Mt 7,7; Lc 11,19). Pero dijo también: “Den y se les dará” (Lc 6,38). Debemos orar por nosotros sin olvidar a los demás.

118. En general acostumbramos pedir al Señor por nuestros familiares, amigos, bienhechores; pero nos limitamos casi a los bienes materiales y temporales. Jesús dijo: “Busquen primero el Reino

de Dios y su justicia, lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,33). Debemos pedir primeramente que vivan en gracia y virtud, que puedan superar ciertas tentaciones y vicios, que sean buenos cristianos, que alcancen la salvación eterna. Porque advierte Jesús: “¿De qué sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma?” (Mc 8,36). Salomón pidió sabiduría y ciencia para gobernar, y el Señor le dio también riquezas y poder (cfr 2Cro 1,7-12). Jesús no dejaba de atender a los enfermos y pobres, pero prefería ofrecer el perdón a los pecadores, e intercedió por el perdón de los pecados y la salvación eterna de toda la humanidad: esta fue su mayor obra de misericordia. En la última cena Jesús ruega al Padre por sus discípulos, para que los cuide y los proteja del mal, los santifique, los mantenga unidos y los ame, y les permita un día alcanzarlo en la vida eterna a su lado (cfr Jn 17,1-26). “Y la vida eterna consiste en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste “Jn 17,3).

119. ¿Cómo puede Dios influir en la vida de una persona, por quien rezamos? A pesar de que Dios nos ha creado libres, sin embargo puede iluminar nuestra mente y fortalecer nuestra voluntad para que decidamos por el bien y la verdad, sin anular nuestra voluntad. Muchas veces los errores y las malas obras de una persona dependen de la ignorancia, la desorientación, la incapacidad de vencer una tentación o adicción… Dios puede intervenir y ordenar los acontecimientos de la vida de manera que uno se dé cuenta de lo que más le conviene, del perjuicio y el peligro que significa vivir malamente. Puede hacer que se arrepienta de sus faltas y que se proponga vivir con más fidelidad sus compromisos cristianos y civiles. Puede guiar la mano y la mente del médico para que atienda con eficacia al enfermo. Puede consolar a los que sufren moviendo a compasión las personas que lo acompañan para que lo conforten. Puede iluminar a los gobernantes, a los sacerdotes, a los educadores etc. para que procuren el bien del pueblo, de la familia, de los jóvenes. Dios todo lo puede, especialmente cuando no ponemos obstáculos a su actuación a favor nuestro. Entonces no dudemos en rezar por nuestro prójimo, pues “Dios dispone todas las cosas para el bien de aquellos que lo aman” (Rom 8,28).

120. Rezar por los demás es la mayor obra de caridad, porque se lo involucra a Dios, quien nunca se niega a escucharnos, porque es nuestro Padre. San Pio de Petrelcina decía: “Reza, reza, reza y no te preocupes”. Dios se preocupará, y hará con gusto todo cuanto se le pida, porque nos ama. Pero debemos pedirle el bien verdadero. Santa Rita pidió a Dios que sus dos hijos no se vengaran de los asesinos de su padre; prefería que murieran ellos, antes que cometer el delito y perderse para siempre. Dios la escuchó: los muchachos se enfermaron, desistieron de su propósito y Dios se los llevó al cielo, a gozar para siempre. Es un ejemplo de cómo debemos pedir a Dios siempre cosas buenas, y en primer lugar los bienes eternos.

121. Además de orar por los vivos, debemos orar por los difuntos. Algunos se preguntan si sirve orar por los difuntos. Los evangélicos y protestantes en general dicen que no sirve para nada, porque los que mueren, o se salvan o se condenan, y en ambos casos las oraciones no cambian su destino eterno. Es cierto que el último destino es el paraíso o el infierno, pero hay también un penúltimo destino que es el purgatorio, que los evangélicos niegan, por eso niegan también la necesidad y la eficacia de las oraciones para los difuntos. Su negación se basa en que en la Biblia no está la palabra “purgatorio”, y que no hay referencias sobre ello. Los católicos afirmamos que si bien no existe en la Biblia la palabra purgatorio – como no hay tampoco la palabra “Trinidad” y “Encarnación” (cosa que ellos reconocen, porque se habla

claramente de la divinidad y la unidad de las tres Personas; y también del Verbo eterno que tomó carne humana)) - sin embargo hay indicios claros de la existencia de una etapa de purificación, antes de entrar en la plena y gozosa comunión con Dios.

122. Leamos algunos textos bíblicos que nos hacen entender como después de la muerte puede haber purificación y perdón de los pecados, para poder ser “ limpios de corazón” y “ver a Dios” (Mt 5,8). Jesús afirma: «Aquel que peca contra el Espíritu Santo, no alcanzará el perdón de su pecado ni en este mundo ni en el otro» (Mt. 12,32). También el Señor afirma: “De cierto te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último centavo” (Mt 5,26). Entonces puede haber perdón también en el otro mundo, no por los pecados graves, porque estos son causa de condenación (del infierno no sale nadie, es para siempre); sino por los pecados leves, que no son causa de condenación. Pero para “ver a Dios” hay que ser “limpios de corazón”, porque dice el Apocalipsis 21,27: “nada manchado entrara en ella” (en la ciudad santa, en el cielo). Por eso Jesús nos pide: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). En la carta a los hebreos se afirma que “sin la santidad nadie verá al Señor” (Hbr 12,14). El rey David dijo que sólo los puros de corazón pueden subir al monte del Señor (Sal 24,3-4). Este monte prefigura el cielo (cfr Hbr 12,18-20 y Apc 14,1). Como la gtran mayoría de los seres humanos mueren con imperfecciones y defectos, aunque no mercen la condenación por no tener pecados graves, sin embargo deberán purificarse para “brillar como el sol” (Mt 13,43 y ser dignos de compartir la vida divina.

123. Al purgatorio se lo describe como un fuego, porque a la presencia de Dios los pecados e imperfecciones les queman a uno en el alma, por el dolor y la vergüenza. El profeta Malaquías dice: “¿Y quién podrá soportar el tiempo de su vernida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque é es como un fuego purificador” (Mal 3,2). En el libro de Isaías leemos: “He aquí que te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción ” (Is 48,10. Cfr Job 15,34). San Pablo afirma: «El fuego probará la obra de cada cual. Si su obra resiste al fuego, será premiado, pero si esta obra se convierte en cenizas, él mismo tendrá que pagar. El se salvará) pero como quien pasa por el fuego» (1 Cor. 3,15).

124. Los evangélicos y protestantes objetan que no hace falta purificación alguna, porque Cristo con su sacrificio en la cruz sufrió y pagó por nosotros; como prueba citan a Isaías 53,4 que habla de Cristo: “Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores”. Luego, si Cristo sufrió y llevó todo, nada queda al cristiano que sufrir, ni en esta vida ni en la otra. Pero San Pablo dice que “por muchas tribulaciones hemos de entrar en el Reino de Dios” (Hch 14,21). Igualmente Jesús nos pide que hagamos ayuno y penitencia, mortifiquemos nuestras pasiones (“Si no hacen penitencia, perecerán todos”: Lc 13,5), y aceptemos los sufrimientos de la vida (“Dichosos los que lloran, porque serán consolados: Mt 5,4). Confronta también las siguientes citas: Mt 6,13-18; 9,14-15; 18,21; Hch 13,2; 14,22; 2Cor 6,5; 11,27. San Pedro explica que podemos participar de los sufrimientos de Cristo: “Amados, no se sorprendan del fuego de prueba que les ha sobrevenido… sino gocen por cuanto son participes de los padecimientos de Cristo…” (1Pdr 4,12-13). “Quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado” (1Pdr 4,1). San Pablo añade: “Cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su Cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24).

125. El purgatorio es la etapa final de la santificación. Si el proceso de la santidad no se ha terminado en la tierra, si nosotros todavía estamos llenos de egoísmo y amor propio y otros defectos e imperfecciones, Dios, en su infinita misericordia, continuará este proceso de purificación luego de nuestra muerte para que podamos un día gozar de su gloria. Por eso la Iglesia Católica, ratificando la fe en esta verdad que procede de las más antiguas comunidades cristianas, ha declarado como dogma la existencia del purgatorio (Concilios de Florencia: DS 1304, y de Trento: DS 1820; 1580). Y exhorta a orar por los difuntos que podrían estar en el purgatorio. Ya en el A.T. se rezaba por los muertos: en el libro de los Macabeos se dice: «Y habiendo recogido dos mil dracmas por una colecta, los envió (Judas Macabeo) a Jerusalén para ofrecer un sacrificio por el pecado, obrando muy bien y pensando noblemente en la resurrección, porque esperaba que resucitarían los caídos, considerando que a los que habían muerto piadosamente está reservada una magnífica recompensa; por eso oraba por los difuntos, para que fueran librados de su pecado».

126. Desde los primeros tiempos de la Iglesia se rezaba por los difuntos. San Pablo incluso habla de una práctica de hacerse bautizar por los difuntos, para salvarlos (cfr 1Cor 15,29). El P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá escriben: <<En las catacumbas o cementerios de los primeros cristianos, hay aún esculpidas muchas oraciones primitivas, lo que demuestra que los cristianos de los primeros siglos ya oraban por sus muertos. Del siglo II es esta inscripción: «Oh Señor, que estás sentado a la derecha del Padre, recibe el alma de Nectario, Alejandro y Pompeyo y proporciónales algún alivio». Tertuliano (año 160-222) dice: «Cada día hacemos oblaciones por los difuntos». San Juan Crisóstomo (344-407) dice: «No en vano los Apóstoles introdujeron la conmemoración de los difuntos en la celebración de los sagrados misterios. Sabían ellos que esas almas obtendrían de esta fiesta gran provecho y gran utilidad» (Homilía a Filipo, Nro. 4)>>. San Agustín decía que solo la oración es útil para los difuntos : «Una lágrima se evapora, una rosa se marchita, sólo la oración llega hasta Dios».

127. La oración más eficaz para ayudar a las almas del purgatorio es la Santa Misa, pues tiene un valor infinito, por ser el mismo Salvador, quien en la Eucaristía se ofrece en expiación de los pecados, reconciliándonos con Dios: “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1); “Y él es la propiciación (el pago) por nuestros pecados…” (1 Juan 2:2); “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado (1Juan 1:7). El Padre en atención al amor infinito del Hijo, manifestado en la entrega en la cruz, nos perdona y santifica. La Misa en efecto es la actualización del sacrificio de propiciación de Cristo en la cruz: “Tomen y beban, esta es mi sangre que será derramada para ustedes y para muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26,28). Jesús se apareció a Santa Gertrudes y le enseñó esta oración: “Oh Padre Eterno, os ofrezco la más preciosa Sangre de vuestro Divino Hijo, Jesús, unido a las Misas celebradas hoy alrededor del mundo, por todas las santas almas del Purgatorio. Amén".

128. Además de la Eucaristía, también se pueden hacer otros sufragios para los difuntos, como rezar el rosario, el vía crucis, hacer obras de caridad, ganar indulgencias plenarias o parciales aplicadas a los difuntos. Estas últimas son muy provechosas para las almas del purgatorio, porque los libera de las penas contraídas por las culpas, y les facilita el ingreso en el paraíso, es decir la unión dichosa con Dios. Recordemos cuales son las condiciones para ganar las indulgencias: confesar, comulgar, rezar según las intenciones del Papa, cumplir con el rezo o la

obra señalada por la Iglesia. Nuestras oraciones por los difuntos serán más aceptados por Dios si lo hacemos por medio de la Virgen y los Santos, pues ellos son más amados por Dios, y pueden conseguir mayores favores que nosotros. El Apóstol Santiago afirma: “La oración del justo (santo) es muy provechosa” (Stgo 5,16).

CONCLUSIÓN

En la Bula “Misericordiae vultus”, el Papa Francisco afirma que “la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos… Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros”. La misericordia se hace efectiva en las obras. No basta compadecerse, hay que intervenir, actuar, socorrer a los que sufren y necesitan ayuda material y espiritual; hay que perdonar y pedir perdón, reconciliarse, ofrecer amistad y amor. A la hora de sacar el dinero del bolsillo o detenernos a escuchar los problemas ajenos, nos cuesta bastante, especialmente si no son nuestros familiares y amigos. Pero Jesús nos manda amar también a los enemigos. Para hacerlo más fácil, debemos identificarnos con el sufrimiento del prójimo, tratar de sentir lo que siente cuando está padeciendo angustia por el hambre, la enfermedad, la falta de dinero, la culpa, la tristeza o por algún otro problema. Hay personas que son tan duras, insensibles y egoístas, que no les importa nada, y dejan a los demás sufriendo, sin hacer nada para aliviarlos, preocupados solo por su bienestar. El cristiano no puede actuar así, por dos razones: una humana y otra divina. Humanamente porque no es concebible que uno quede impasible frente a las lágrimas y la desesperación del prójimo. Cristianamente porque Jesús se identifica con aquellos que sufren, y retiene hecho a sí mismo lo que hacemos o no hacemos por el prójimo. Por eso no hay santo que no se haya preocupado por los demás, ya sea por su bien material como por su bien espiritual. El Papa Francisco dice que “la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia”. Sin misericordia, se reduce al mínimo el mensaje del Evangelio, las relaciones humanas se vuelven infernales, se pierde el amor, se anula la redención y la salvación. Con la misericordia todo se suaviza, se recupera la esperanza, se abren las puertas de los corazones humanos y del corazón divino. Mons. Roberto Bordi ofm