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Pobreza, fervor y muerte: La parroquia de Robledo en los siglos XVII y XVIII

Pobreza, fervor y muerte:

la Parroquia de Robledo en los siglos XVII y XVIII

Miguel Cambronero Cano

Primera parte

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CAPÍTULO 1. UN RINCÓN EN LA ESPAÑA CAPÍTULO 1. UN RINCÓN EN LA ESPAÑA CRISTIANACRISTIANA

Conquista y poblamiento.

Con la toma de la plaza fuerte de Alcaraz por parte de Alfonso VIII en 1213 arranca una nueva etapa en la vida e historia de esta comarca.

Por lo que toca al actual municipio de Robledo, en aquellos años todavía no existía ningún asentamiento que pudiera considerarse precedente de los actuales. Quizá la única excepción puede situarse en los aledaños de las lagunas del Arquillo y de Villaverde, donde estaban radicadas pequeñas comunidades que vivían sobre todo del aprovechamiento de las huertas. A ello se sumaban algunos establecimientos industriales como puede ser el de los batanes o los molinos hidráulicos, una actividad esta última que gozó después de gran continuidad e importancia.

Tras la fase militar venía una tarea mucho más lenta y complicada. Era preciso dotar al nuevo territorio de la suficiente población para asegurar el control futuro de lo conquistado. Esta empresa presentaba gran dificultad en la zona de Alcaraz debido a la escasez de moradores que hubo durante la dominación musulmana, que se reducía a una serie de diminutas aldeas esparcidas por lo más quebrado de la sierra. Una disposición que no permitía una explotación plena del territorio pero que, al menos, les garantizaba una mayor seguridad.

Con todo, el personal más necesario en los primeros decenios seguía siendo el que tenía por misión la defensa del territorio, esto es, el personal de guerra. Se buscó una plaza fuerte que fuera la capital de esta zona fronteriza, Alcaraz, a la que se le encargó controlar la seguridad de un inmenso territorio, su alfoz, que se

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extendía por buena parte de la mitad occidental de la provincia actual de Albacete, incluyendo también algunos territorios del sureste de Ciudad Real y noreste de Jaén. Para ello en Alcaraz fueron asentados un crecido número de caballeros que consintieron vivir dentro de sus muros a cambio de ciertas prerrogativas en distintas cuestiones. A las fiscales -entre las que sobresale la exención total de impuestos-, hay que añadirle las libertades políticas que les permitieron desde el comienzo llevar las riendas del poder local y como consecuencia de todo ello tuvieron grandes facilidades para participar en la explotación de los recursos económicos de la ciudad, basados sobre todo en la riqueza ganadera que proporcionaban sus extensas dehesas.

Este modelo económico no es exclusivo de esta zona sino que se repite, obligado por las circunstancias, en buena parte de la mitad sur del Reino de Castilla, bajo la protección de los reyes castellanos que lo impulsaron de manera extraordinaria tras la creación del Honrado Concejo de la Mesta en 1273, una institución que velaba por la seguridad de los ganados en su deambular por las cañadas que recorrían cientos y cientos de kilómetros.

Los pingües beneficios que en los siglos finales de la Edad Media trajeron consigo estas actividades, animaron a los propietarios residentes en Alcaraz a incrementar el número de sus rebaños, vigilando celosamente las dehesas donde pastaban. A la vez el concejo permitía con cuentagotas y en zonas muy determinadas el cultivo de los productos de los que era deficitaria de manera permanente la ciudad, sobre todo el del trigo y, en menor medida, los del vino y el aceite.

Para estos propósitos fueron asentándose a lo largo y ancho del alfoz los primeros pastores, guardas, hortelanos, labradores, etc., que fundaron las primeras comunidades de aldea. Así surgieron Villarrobledo, El Bonillo, El Ballestero, Robledo, El Cubillo y tantas otras poblaciones más de estos alrededores. Mientras en la ciudad los menestrales se dedicaban a distintas labores artesanales, sobre todo en el sector textil, en el resto del término iban proliferando los hombres ocupados en las labores del campo y del ganado.

Con el paso del tiempo, con el incremento de sus actividades económicas y la consiguiente llegada de nuevos vecinos, algunas de estas aldeas consiguieron un volumen de población tal que pudieron separarse del concejo de Alcaraz y formar municipios

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independientes. Este proceso se agudiza a lo largo del siglo XV y sobre todo del XVI.

Otros lugares, por distintas circunstancias, no lograron asentar un vecindario suficientemente amplio y perduraron con el estatuto de aldeas, lugares o caserías durante mucho más tiempo.

En esta situación de poblamiento débil, se encontraban los distintos núcleos de población hoy enclavados en el municipio de Robledo a finales del siglo XVI, el momento en que comienza nuestro recorrido.

Las primeras caserías y sus iglesias: Villalgordo, Villaverde, Robledo y El Cubillo.

Conocemos de manera cierta, la existencia de todos estos núcleos de población a mediados del siglo XV, pero siempre a través de datos sueltos sobre alguno de sus habitantes. Hay que esperar hasta finales de ese mismo siglo para hacernos una idea más precisa de la importancia de estos asentamientos: en El Cubillo y Villaverde apenas unos cuantos vecinos, en Robledo alguno más, rondando la veintena; en Villalgordo no llegarían al medio centenar.

Esta debilidad demográfica siguió siendo la característica dominante a lo largo del quinientos, de tal manera que en 1591 los vecinos de Robledo y de El Cubillo suman 37, que a un promedio de cuatro habitantes por hogar suman unos 144 habitantes.

Desde el punto de vista eclesiástico, las nuevas tierras ocupadas a los árabes pasaron a depender del arzobispado de Toledo, mediante un privilegio de 19 de agosto de 1213 por el que Alfonso VIII concedía a Don Rodrigo Ximénez de Rada, -que ostentaba la mitra arzobispal y en pago de su colaboración con el rey castellano en las labores de conquista- “todas las iglesias de Alcaraz y de todos sus términos1”.

No olvidemos que la Reconquista tuvo la consideración de Cruzada para las huestes cristianas, de ahí arranca la tradición española de que tras los conflictos con paganos, debía seguir la cristianización del territorio y de sus gentes. Detrás de la espada, iba la cruz., por lo que también en esta zona, una vez constituida o restituida la población se comenzaría la construcción de las primeras iglesias y su puesta en funcionamiento.

Una vez levantados los templos, estas pequeñas comunidades estaban en plena disposición para llevar a cabo con total normalidad todas las prácticas

1 LOZANO SÁNCHEZ, A., “Hacia un Corpus documentorum Toletanum para la historia de las provincias manchegas de Albacete y Ciudad Real” (I), Revista Al-basit, Nº8, 1980.

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religiosas que su pertenencia a la Iglesia les imponía y que tan necesarias se sentían entonces.

Villalgordo. Ermita de Ntra. Sra. de la Encarnación, patrona de El Ballestero.

La primera en ser erigida en la demarcación actual del municipio fue la de Villalgordo, pero no la actual que es levantada en años cercanos al descubrimiento de América, sino otra anterior.

La extensión de terreno en el que se asentaba esta población durante la Baja Edad Media albergaba un número más que suficiente de fieles a los que era preciso atender en su propia iglesia, una edificación cuyas medidas exteriores no serían muy distintas de la que hoy podemos admirar en perfecto estado de conservación. Consta la actual de una nave única, de planta rectangular, dividida en varios tramos separados por arcos diafragma apuntados que se corresponden con contrafuertes exteriores. La única puerta de acceso se ubica bajo un arco de medio punto en el muro meridional, a los pies del templo. En la cabecera, cuadrada y de mayor altura, encontramos una bóveda de crucería, un tanto desdibujada bajo una capa de pintura blanca y azul. En el exterior presenta contrafuertes diagonales en cada una de sus cuatro esquinas.

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Interior de la ermita Pila bautismal

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Esta tipología constructiva recuerda a otras iglesias que se levantaron en los últimos decenios del siglo XV y primeros del siguiente. Las de Riópar, Villapalacios, Ossa de Montiel nos ofrecen detalles similares en lo que toca a los arcos diafragma, la bóveda de crucería del presbiterio, así como en el empleo de contrafuertes perpendiculares a los muros principales de la iglesia.

En la actualidad esta iglesia, con calidad de ermita, está dedicada a la

Virgen de la Encarnación, y aunque enclavada en el municipio de Robledo, siempre ha sido centro de devoción y templo objeto del mayor mimo y cuidado por parte de los vecinos de El Ballestero.

Contemporánea de la anterior era la que había en la pequeña aldea de Villaverde, una iglesia de la que queda alguna referencia aislada de su existencia pero ningún resto arqueológico que pudiera acreditarlo.

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Bóveda de crucería

Un capitel del presbiterio

Iglesia de Cilleruelo. Espadaña

Iglesia parroquial deMasegoso

Vista general

Portada

Nave de la iglesia y arco ante el presbiterio

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Algo después se levantaron otros templos en la comarca de un mismo tamaño,-de unos 25 metros de largo por 8 de ancho- , y de trazas constructivas muy parecidas. Se engloban ahí las de Cilleruelo, con espadaña en los pies, la de Masegoso, con arco fajón junto al presbiterio y techumbre de madera a la vista, y la de Robledo, que detallaremos después.

De la iglesia de El Cubillo, contemporánea también, no tenemos noticia.

Ninguna de las tres del actual término municipal tiene categoría de parroquia autónoma. La de Robledo aparece como anejo de la de la Santísima Trinidad de Alcaraz. A su frente figura un cura con la denominación, más común en aquel tiempo, de cura teniente2. De la de El Cubillo podemos aventurar que se encargaría el mismo sacerdote que la de Robledo, según se desprende de la estrecha relación que hubo entre ambas.

El primer documento emanado de esta iglesia de Robledo, dedicada a la advocación de la Purísima Concepción, - o de la Limpia Concepción como más corrientemente se le llama en aquellos primeros tiempos-, es de 1593, y en concreto se trata del registro de una boda.

Con anterioridad ya funcionaba. Así se desprende de unos datos que recogieron las Órdenes Militares en 1571 y donde figuran entre otras las parroquias de El Cubillo y Robledo. La edificación de estas modestas iglesias debió ser muy poco posterior al asentamiento de las primeras familias en estas poblaciones, a juzgar por el dato de que El Cubillo sólo tenía 13 vecinos, y no era la más pequeña, ya que aparece la iglesia de El Horcajo y eso que sólo contaba este caserío con siete familias.

La referencia directa más antigua de la iglesia la tenemos en la llamadas Relaciones del Cardenal Lorenzana de 1785 cuando el teniente cura de la parroquia de la Inmaculada Concepción, don Nicolás Ruiz de Alarcón, aporta como año de la fundación del lugar y de su parroquia, el de 1530, basándose “en los libros de bautismo de esta parroquial”, que arrancarían por aquellos años.

Sin embargo, tenemos absoluta certeza de la existencia anterior tanto de la aldea como de su iglesia si acudimos a informaciones foráneas, y más concretamente de Alcaraz. A finales del siglo XV hay constancia de al menos 21 vecinos en Robledo

2 A partir del siglo XIX se les llama adjutores.

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según el encabezamiento de alcábalas que elaboró el concejo alcaraceño. Por su parte, en un libro de fábrica de la Parroquia de la Santísima Trinidad -el etiquetado en el Archivo Diocesano de Albacete como ALZ 127-, y gracias a Carlos Ayllón3, encontramos las referencias más antiguas de la parroquia que nos ocupa, que podemos situar en 1508. Dicen textualmente:

- Más se le fizo cargo de mil e trezientos e çinquenta maravedís de treze fanegas e media de trigo que vendió de los frutos e de la yma-jen que se dio al Robredo. [Al margen derecho: 1350]

- Más se le fizo cargo de mil e quinientos e sesenta maravedís que montaron los[¿?] que tiene la dicha iglesia del año quinientos e ocho años” [Al margen derecho: 1560]

Si los lugareños recibieron una imagen religiosa forzosamente iría destinada al templo de la localidad, que aunque hubiera comenzado a estar operativo algún tiempo antes todavía presentaba importantes carencias en su dotación básica. El año de la donación pudo ser 1509, sin embargo si consideramos “la dicha iglesia” que aparece en la segunda anotación la de Robledo, podemos atrasar un año más la fecha de su existencia inequívoca.

Todos religiosos, todos católicos.

Cualquier persona, por el mero hecho de nacer en este tiempo y en un reino cristiano, quedaba indefectiblemente unida a la Iglesia. Desde el momento del nacimiento, cuando a las pocas horas de vida se le imponían las aguas bautismales hasta el momento de la muerte, situación en la que el pueblo la considera más necesaria, todos estaban cobijados, amparados, pero también vigilados por la Iglesia. Sus ministros, sobre todo los sacerdotes, pero también sus continuos ritos y celebraciones, unos y otros ocupan muchísimos momentos de sus vidas y sus días, tanto si eran laborables como festivos. El paisano aceptaba sumiso la religión aunque era más partidario por el contrario de la religiosidad, término con el que englobamos aquellas otras prácticas y costumbres, menos 3 AYLLÓN GUTIÉRREZ, C., Iglesia, territorio y sociedad en la Mancha Oriental (Alcaraz y Señorío de Villena) durante la Baja Edad Media. (Tesis doctoral), Universidad de Murcia, http://digitum.um.es/jspui/bitstream/10201/9707/1/AyllonGutierrez.pdf

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controladas por la institución y por lo tanto más adaptada al sentimiento popular. En ellas se inscriben todos aquellos matices particulares que el pueblo llano había ido añadiendo en el correr de los años a lo puramente oficial en romerías, cortejos procesionales, rogativas, fiestas patronales o asociadas a devociones de santos, cofradías y otros aspectos en fiestas señaladas como en las Pascuas de Navidad y Resurrección. Se creía en el diablo, en sus embajadores, brujos y hechiceros, y en sus efectos: enfermedades de todo tipo, males colectivos y desastres naturales, ante los que había que estar en continua vigilancia pues andaban por todos sitios. La fe era el principal recurso, sí, pero también otros remedios atávicos como amuletos, “rezos”, hierbas y cocciones estaban presentes en el día a día de los cristianos. Sin olvidar otras que rayan más en lo pagano pero que se sirven de instrumentos religiosos –una estampa, una cruz- como acontece en adivinaciones, sanaciones y otras prácticas supersticiosas4.

Siempre se ha puesto de ejemplo el enorme peso de la religión en la sociedad como una de las características más destacadas de la Edad Media. En los siglos que siguieron, su influencia no disminuyó, sino que por el contrario, siempre estuvo presente, puesto que en el proceso de conformación de los estados nacionales, los reyes de la Edad Moderna y la Iglesia se apoyaron de manera recíproca en pos de conformar una sociedad cada vez más uniforme. Ambos poderes colaboran en sus fines sin que podemos establecer claramente la supremacía de uno respecto al otro, dando lugar a lo que después seria llamada la alianza del trono y del altar. Este modelo resultaba beneficioso a ambas instituciones, siempre y cuando se dejara bien claro el papel hegemónico de cada una de ellas en su plano respectivo: la Iglesia en el orden moral, la realeza en el orden civil. En lo alto de cada uno, por un lado la Majestad real, poder temporal que se declaraba sumiso a la Majestad Divina, de la que entre otras cosas, recibía el poder legítimo. En lo político, se generaliza la consideración del monarca como depositario de unos derechos superiores al resto de las gentes y la potestad real como la principal fuente de autoridad, que por ello, no para de crecer, a costa lógicamente de la mengua de las atribuciones de

4 Por lo que toca a este vecindario prácticas supersticiosas profundamente arraigadas en la mentalidad popular eran el toque de campanas y carracas con el fin de ahuyentar con sus estruendos los peligros naturales como tormentas o pedriscos. Y con el mismo fin hasta fechas recientes, se arrojaba el tizón resultante de la preparación en la lumbre de los potajes típicos de Jueves Santo o Viernes Santo.

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grupos sociales e instituciones antes poderosos como el estamento nobiliario, las Cortes y los gobiernos locales.

El rey lo es “por la gracia de Dios” y en justa reciprocidad ha de velar por el triunfo de la fe y de la religión, y, en la defensa de este afán, el monarca se declara como su primer soldado y servidor. Tras él y como buenos vasallos, el resto del reino, tanto instituciones como personas tienen la sagrada obligación de secundarle en el empeño. Ejemplos podemos considerar muchísimos, sin ir más lejos y en momentos muy próximos a los que aquí estudiamos, es de todos conocido el celo que en la defensa de la unidad cristiana de Europa pusieron los primeros Austrias, Carlos I y su hijo Felipe II.

Pero ello no impedía la intromisión en asuntos que hoy nos parecen exclusivos de la Iglesia, como son el nombramiento de los ministros de Dios en la tierra, así como lo concerniente a sus propiedades o instituciones (conventos, cofradías, etc.).

En lo religioso, la Iglesia Católica se empeñó en conseguir el monopolio espiritual de la sociedad castellana mediante el recrudecimiento de la intolerancia en los siglos finales de la Edad Media y, como consecuencia de esta enorme presión social, la expulsión total de los judíos, el confinamiento de los musulmanes y la persecución de los adeptos a las religiones reformadas. En este afán se valió de la temida Inquisición, un instrumento que le resultaría muy eficaz.

El poder y la omnipresencia de La InquisiciónLa castellana entró en funcionamiento en 1478 a petición de

los Reyes Católicos, siguiendo el modelo de la que con anterioridad venía funcionando en el hermano Reino de Aragón. Su funcionamiento y personal estaban bajo la exclusiva potestad de la Iglesia, teniendo como misión la de velar por el estricto cumplimiento de la doctrina cristiana, atajando de manera drástica cualquier desviación o irregularidad en materia de fe. Para ello se servía de un equipo bien disciplinado de numerosas personas que husmeaban por todos los rincones del reino en busca de los infractores quienes, una vez denunciados, quedaban bajo la jurisdicción de uno de sus tribunales y encarcelados en sus mazmorras.5

5 Afortunadamente en la parroquia que nos ocupa la actuación de este Tribunal se redujo a simples indagaciones rutinarias por olvidos en el registro de alguna partida. Es el caso de Tomás Ballesteros, cuyo nacimiento no se registró en 1686 como se debía haber hecho.

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De allí el reo siempre salía perjudicado. De entrada, sufrían el perjuicio económico que causaban los largos cautiverios –los tribunales se tomaban mucho tiempo para todos y cada uno de los casos- así como la incautación preventiva –y en la mayoría de los casos, definitiva- de los bienes del preso. Con todo, esto no era lo peor. Las sentencias, aunque tarde, llegaban y lo hacían con extremado rigor, de manera que al terminar el proceso, el sentenciado o perdía la vida -los menos- o la fama y el honor, una pérdida nada baladí puesto que en aquel momento una persona o una familia tenían como principal crédito social el del buen nombre y si este desaparecía traía como consecuencia el total oscurecimiento de su futuro, su “muerte civil”.

Los inquisidores debieron mostrarse orgullosos de su labor, pues en poco tiempo dejaron el territorio peninsular libre de brujas, hechizados, iluminados, judaizantes y demás objetivos de su severa y prolongada actuación.

Con todo, el mayor éxito de la Inquisición no residió en lo que hizo sino en los efectos de su actuación, esto es, en el valor ejemplarizante de sus decisiones y amenazas. El miedo a la Inquisición se generalizó con rapidez. La gente, temerosa de que cualquier vecino pudiera denunciarlos, se preocupaba en exteriorizar al máximo su conducta religiosa, que no se desviaba ni un ápice de la más pura ortodoxia. La fe, como el valor de los soldados, se le suponía a todos, pero además había que ponerla de manifiesto de manera irrefutable. Aún así, era tal el integrismo religioso de aquella sociedad que en muchas ocasiones las buenas prácticas externas y la conducta intachable de los cristianos viejos o nuevos no era suficiente. Para marcar distancias y establecer categorías, la intolerante sociedad castellana recurrió a escudriñar en los antepasados de cada cual en busca de algún converso judío o moro que, automáticamente, levantara suspicacias y recelos acerca de la “cristianidad” auténtica del pobre descendiente. Para autentificar “que fueron limpios cristianos viexos de limpia sangre y generación, sin deszendenzia ni raza de moros ni judíos, ni conversos, ni de otra mala seta ni reprobado ni penitenciado por el Santo Ofizio de la Inquisición, no por otra justicia con pena de infamia6…” nacieron los expedientes denominados de “limpieza de sangre”, verdadero carné de socio de la Iglesia que abría unas puertas y cerraba el paso en otras si no se tenía, pero que llevó a 6AHPA, Sección Clero, Caja nº 10, expte.13, Información de limpieza de sangre de Gabriel Fernández para su ingreso en la cofradía de San Antonio Abad, de la parroquia de San Miguel de Alcaraz, 1656.

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muchos a pagar o falsificar su ascendencia para borrar la presencia de castellanos nuevos de su linaje.

La Iglesia triunfante

Aplicando todos sus resortes, a los ojos de la sociedad aparece la Iglesia como ganadora de la batalla por las conciencias de los fieles, logrando, de manera definitiva y para mayor gloria de Dios, una ejemplar sociedad cristiana. Es la etapa de la Iglesia triunfante.

A la Iglesia de misión del siglo XVI sucede esta otra iglesia henchida de orgullo que va a favorecer la aparición de actos, ritos, procesiones, ofrendas, triduos, tedeum, novenarios, autos sacramentales, tan de moda entonces, autos de la Inquisición, los cuales eran y por qué no decirlo, tan del gusto del pueblo y sobre todo de las jerarquías, tanto eclesiástica como civil. Todo ello en un marco bien engalanado, ya sea en el interior de los templos, realzados como nunca por artistas magníficos, ya sea en el exterior en celebraciones multitudinarias y con el principal protagonista, el clero, pertrechado para la ocasión con los mejores galas, a base de sedas, terciopelos y brocados, flanqueados por las autoridades políticas que, en prestancia y autoridad, no le iban a la zaga.

Los fieles, por su parte, llevados de este espíritu triunfal, engrosan las filas de las miles de cofradías, hermandades, cuando no conventos, órdenes monásticas, etc., que ahora aumentan de manera inusitada sus ingresos para mejor servir a Dios.

Pero como mejor se le sirve es dedicándole a Dios la vida en cuerpo y alma, de día y de noche, haciéndole objeto primero de su profesión. Los españoles en todo momento, salvo las últimas generaciones, han acudido en número mayor del necesario, a engrosar las filas del clero. Sin embargo, en el siglo XVII se dio una verdadera eclosión de vocaciones religiosas que llevaron a monasterios, conventos y seminarios radicados en España y América a un número cercano a las 150.0007 personas, con un incremento que se calcula en torno al 50% respecto al siglo anterior. Pero las causas que movieron a tanta gente a “entrar en religión” no son tan espirituales como a primera vista parecen. A lo largo del siglo XVII se fue haciendo cada vez más ostensible la decadencia de la sociedad española a todos los niveles, tras la agravación de los problemas económicos.7 GÓMEZ CENTURIÓN JIMÉNEZ, C., “La iglesia y la religiosidad” en Alcalá-Zamora, J. N. La vida en la España de Velázquez, Edit. Temas de Hoy, Madrid, 1994.

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En estos tiempos de dificultades, que llevaron a la pobreza y a la mendicidad a un buen porcentaje de la población, el tener oficio dependiente de la Iglesia era garantía de seguridad en el comer y en la provisión de todo lo necesario para la vida.

El padre castellano de entonces, no dudaba ni un momento, en ingresar a alguno de sus hijos y sobre todo de sus hijas en las instituciones religiosas como profesos. Tal le pasó al protagonista del Guzmán de Alfarache, novela picaresca de Mateo Alemán editada en 1599, cuando afirma “tomé resolución en hacerme de la Iglesia, no más de porque con ello quedaba remediado, la comida segura y libre de mis acreedores.”

Los conventos ante tal avalancha de solicitudes pusieron en práctica medidas selectivas para que ingresaran sólo las personas mejor preparadas, que solía coincidir con las que presentaban una dote más cuantiosa.

El Concilio de Trento: la hora de la renovación.

Esta situación tan privilegiada era la que vivía la Iglesia española, sin embargo en Europa las cosas estaban cambiando. La Iglesia en los países centrales del continente se vio tambaleada por la irrupción de numerosas críticas que afectaban a la doctrina cristiana pero que sobre todo hicieron mucho más hincapié en lo que corresponde a la actividad pastoral de la Iglesia.

Antes del Concilio de Trento (1545-1563), la situación de la Iglesia como institución era complicada a todos los niveles. En sus escalones inferiores, la importancia del clero se deterioraba gracias a la poca ejemplaridad en el desempeño de su oficio por parte de muchos de sus ministros, resultado a la vez de una cierta relajación doctrinal. La jerarquía tampoco se escapaba del desprestigio y es blanco de las quejas de algunos hombres de letras y auténtica fe cristiana y bienintencionados, que critican el excesivo boato y el desconocido lujo que se prodiga en la curia romana.

La situación política del Vaticano también se encontraba deteriorada. El contrapeso de las principales monarquías europeas, cada vez más contestatarias en lo tocante a los poderes temporales del Papa, había culminado en 1526 con la entrada de las tropas imperiales de Carlos V en la Santa Sede, dejando tambaleante el antiguo peso del Papa como soberano. Era preciso reaccionar ante tanto embate. Como reacción, los pasos van a ir encaminados sobre todo a reforzar el papel de dirección en lo espiritual y, como consecuencia de ello incrementar el potencial

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económico tanto de la Iglesia universal como de cada una de las iglesias nacionales, y entre ellas la española, gracias a la obligación de contribuir al sostenimiento de la Iglesia, algo a lo que estaban obligados todos los cristianos.

Del propio seno de la jerarquía eclesiástica, reunida en el Concilio de Trento para atajar la expansión protestante, salieron una serie de medidas, entre las que cabe destacar el convencimiento de que era preciso emprender una mayor labor evangelizadora. La Iglesia de Trento no miraba tanto la cantidad sino la calidad de los cristianos. Para ello, se puso en marcha una oleada de misiones evangelizadoras con el fin de aumentar los conocimientos doctrinales del pueblo cristiano, propiciando de paso una mayor participación en los sacramentos, sobre todo en el de la confesión. También había que apostar por una mayor preparación y un ejercicio pastoral más ejemplarizante por parte de los ministros.

Este mayor celo religioso también se le pide a los seglares. Era necesaria una mayor participación de los fieles en los actos litúrgicos de la Iglesia, al menos con su presencia. Se aumentan el número de festividades y ritos litúrgicos a celebrar. Cada persona debía seguir los mandamientos de la Iglesia en su quehacer cotidiano que, como sabemos, mandaba santificar las fiestas por lo que, a los 52 domingos del año, había que sumarle otras numerosas fiestas religiosas de guardar8, unas generales como eran las grandes celebraciones del calendario anual (Navidad, Semana Santa, etc.), otras particulares, por lo tanto no obligatorias, como eran las dedicadas a la devoción de algún santo o santa que se celebraban en su día del santoral.

Sumándose también las políticas, con ocasión del nacimiento de algún miembro de la Casa Real, la boda de otro, cuando no la celebración y festejo de alguna victoria contra alguno de los numerosos enemigos de la corona hispánica, o la elevación a los altares de algún ilustre santo español. Por si no fuera poco algunas personas muy religiosas y a la vez poco escrupulosas con sus obligaciones laborales, minimizaban o anulaban el trabajo los jueves para mayor honra de Jesucristo; otros, los sábados hacían tres cuartos de lo mismo para dedicarlo en exclusiva a la Virgen9.

Así se iban sumando días y días de fiesta, que lo eran de descanso, pues la infracción a esta regla podía ocasionar en el mejor de los casos una multa y en el peor la excomunión del reincidente.8 En 1727 había 91 días catalogados como fiestas de guardar.9 CALVO POYATO, J., “La superstición en la España de Carlos II”, La aventura de la historia, nº 47, septiembre 2002.

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Por todo ello, el cura tiene que ser más riguroso en el “control” del cumplimiento por parte de la feligresía. A partir de estos momentos se generaliza en la cristiandad la obligación de los párrocos de llevar libros donde se registran los sacramentos administrados a los creyentes. Incluso se le manda tomar nota de los que cumplen con el mandamiento de la Iglesia de confesar y comulgar por Pascua Florida. Primero aparecen los libros de bautismos y casamientos. Después lo harán los de defunciones. Las confesiones y comuniones se reflejan en los denominados libros de matrícula. Es en esta época, segunda mitad del siglo XVI, cuando se extiende este uso por todas las parroquias incluidas la que es objeto de nuestro estudio.

Fuentes de financiación de la Iglesia

La Iglesia adquiere protagonismo espiritual pero sin descuidar en ningún momento un aspecto sumamente necesario en su funcionamiento, el económico. Por la importancia de su misión y por la categoría de su personal estaba exenta del pago de cualquier tipo de impuesto por sus propiedades, que tenían la consideración de ”manos muertas”, es decir propiedades que quedaban fuera del mercado desde el momento en que eran donadas, ya que la Iglesia no podía adquirirlas mediante compra, puesto que hubiera sido un privilegio contrario al del resto de los contribuyentes, el pueblo llano, que se habría visto forzado a aumentar su aportación tributaria, ya de por sí asfixiante. Por lo mismo, para no obtener beneficios económicos de lo que había recibido gratis, tenía prohibido vender absolutamente nada, con lo que el conjunto de sus bienes quedó, en el peor de los casos, exactamente igual, pero nunca fue a menos. En contrapartida tenía prohibido desarrollar algunas actividades económicas de las más comunes como la compraventa de bienes raíces. Aún así nunca pasó por estrecheces. Al contrario.

Era tradición inmemorial de los cristianos, a imitación de sus ascendientes religiosos, los judíos, colaborar en el sostenimiento de los cultos religiosos y de los encargados de hacerlos, los sacerdotes, aportando parte de sus cosechas. Esta porción quedó cuantificada en el 10 %, de ahí el nombre de diezmo, con el que era habitualmente conocido. Se entregaba, no como ayuda de costa, sino como ofrenda obligada de agradecimiento al Altísimo por los generosos frutos que se obtenían de las actividades laborales. Los que se hacían cargo de ellos eran, en el caso judío, los miembros de

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la tribu de Leví –que tenían la exclusividad del los servicios del templo-, y en caso de los cristianos, los dezmeros, las personas que recibían ese encargo recaudador por parte de la Iglesia.

Afectaba el diezmo a la totalidad de los productos recogidos por el creyente, siendo los principales, en cuanto al valor y el volumen, los cereales: el trigo, la cebada, el centeno, el maíz. Tenían el mismo tratamiento el aceite y otro ingrediente fundamental en la gastronomía de cualquier mesa en la Edad Moderna, el vino.

Pero no eran las actividades agropecuarias las únicas afectadas. Diezmo también pagaban aquellos que se dedicaban a actividades, llamémosles terciarias, a través de la maquila de sus sueldos. A pesar de lo que pudiera parecer este impuesto no se cuestionó, no hubo resistencia alguna. El pueblo cristiano lo tenía plenamente asumido.

Ya en la historia más moderna de la Iglesia este impuesto fue experimentando algunos cambios, no en cuanto a la cantidad a aportar por el cristiano de a pie, que permaneció inalterable, sino en el reparto que se hacía con lo recaudado. En un principio la Iglesia, como legítima dueña, lo destinó en su totalidad a la satisfacción de sus necesidades, tanto materiales como de personal. Sin embargo, en la Edad Media y como compensación por su continuo esfuerzo en la lucha contra el infiel musulmán se premió a los monarcas cristianos con una tercera parte del montante total del diezmo. Eran las llamadas tercias reales. Se acabó la Reconquista pero no el ingreso de esta porción en las arcas reales, que de esta sutil manera se hicieron partícipes de los pingües ingresos de la Iglesia en los tiempos que siguieron.

Pero este no era el único que debía abonarse. A este impuesto principal se le unían los llamados diezmos menores y primicias, contribuciones que generalmente se hacían cada año en especie - también en metálico- y que afectaba al resto de los productos que el campesino obtenía fuera de los que hemos citado anteriormente. Diezmos menores percibía la Iglesia de las hortalizas, las legumbres y los animales de cría menores. La parte que se entregaba, solía estar en torno a un 4-5 % del total producido.

Las primicias, de escaso monto, no se recogían de manera individualizada sino englobadas junto a los diezmos menores o minucias. Arrancaba este impuesto, asimismo, de los tiempos del Antiguo Testamento en que se dedicaban al Señor los primeros frutos de las cosechas de cada año.

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Aún hay que sumar otro estipendio que afectaba como norma general al mayor productor de cada parroquia Se le denominaba voto de Santiago. Consistía en una medida de trigo (fanega, media fanega u otra menor) por cada pareja de bueyes, vacas u otro tipo cualquiera de ganado de labor que poseía el labrador y que iba a parar al cabildo, fábrica y real hospital de Santiago de Compostela.

Todos estos impuestos religiosos, con sus diferentes cuotas líquidas según los tiempos y las diócesis, estuvieron plenamente vigentes en España hasta la llegada del XIX, en que paulatinamente fueron dejándose de pagar. Las autoridades civiles en un intento de agradar a todos la rebajaron en un principio a la mitad hasta que, años después, fueron anulados definitivamente por los liberales en 1847.

Por si no fuera bastante, eran numerosas las ocasiones en que se solicitaban otro tipo de ayudas económicas, ahora de forma voluntaria: las limosnas. Sus montantes se aplicaban a distintos fines, como distintas eran las instituciones que las promovían y eran igualmente distintas las personas que hacían la colecta. Unas veces se trataba de los mismos feligreses de la parroquia cuando se destinaban a las cofradías, obras pías y asistencia social del lugar; en otras ocasiones los pedigüeños pertenecían al clero regular.

En lo que a nuestro propósito se refiere, los frailes provenían de los conventos circundantes, sobre todo de los radicados en Alcaraz, aunque de vez en cuando asomaban otros de Liétor o Úbeda. En la recogida de estas limosnas los religiosos conventuales hacían uso de métodos sibilinamente coactivos, utilizando presiones no tanto personales cuanto de orden psicológico, lo que hizo llegar frecuentes quejas al vicario de Alcaraz.

Al final, la autoridad eclesiástica decide intervenir para paliar estas actuaciones y de manera tajante les recuerda a sus subordinados que estas prácticas están “aumentando el conflicto y aogo de los feligreses con tanta demanda10” y que para esos menesteres es suficiente con “treinta días para el agosto, quinze para la vendimia y tres días quando van a predicar y confesar...”. (Nótese la astuta elección de los días señalados para la recogida de la limosna: justo en los momentos de las distintas recolecciones, la de los cereales y la vendimia, tan importantes, así como el momento de la Pascua en que se hace balance del año litúrgico que termina y los files emprenden uno nuevo con mejor predisposición.)10AHPA, sección clero, caja 3, expte. 7. Circular del vicario a las parroquias del partido dando cuenta de que no permitan pedir limosna a los religiosos fuera de los días establecidos para ello, Alcaraz, septiembre de 1767.

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Aún había que sumar más, sobre todo en casos excepcionales como el de la muerte. En ese momento el cristiano debía hacer un esfuerzo postrero que culminase con éxito su ajetreada trayectoria religiosa. Para este fin se encargaban distintas misas y ceremonias, que según la tradición, ayudaban a la salvación del ánima del difunto.

Y si los medios lo permitían, y para dejar buen nombre del finado y de su familia, se podía fundar una obra pía, una capellanía, un convento, etc., y de esta manera, colaborar “para siempre jamás” en la práctica de la caridad. Esta generosidad para consigo mismo o para los demás en materia religiosa se basaba en la donación de importantes cantidades de dinero y sobre todo en bienes muebles y raíces que, con el tiempo, engrosaron de tal manera el patrimonio de la Iglesia que, cuando llega el siglo XIX, comprendía, acudiendo a distintos autores y según sus distintos criterios, entre un cuarto y casi la mitad del total de la tierra en España. Era, de largo, el primer terrateniente de nuestro país.

La Iglesia, a pesar de lo altruista de su misión, recibía una pequeña remuneración por la administración de sus sacramentos así como por los funerales. Oficialmente se trataba de una dádiva, pero ello no fue obstáculo para que, llevados por la costumbre, en cada parroquia funcionara una especie de arancel donde se explicita lo que cobraba por cada uno de los servicios. A este pago estaban “obligados” todos los fieles, con la única excepción de los pobres en algunos casos y la de los pobres de solemnidad en todos.

A las parroquias llegaban pues, en más o menos cantidad, por uno u otro concepto, unas cantidades de dinero que satisfacían sus necesidades, de manera que la solvencia de las parroquias fue más que aceptable durante el Antiguo Régimen, aunque claro está, con muchísimas diferencias.

¿En qué gastaba la Iglesia tanto dinero? Aunque las aportaciones eran importantes, los gastos también eran cuantiosos. En primer lugar, la Iglesia debía atender al mantenimiento de los numerosos lugares de culto bajo su responsabilidad. En ello no se escatimó dinero. Al contrario, dada la abundancia de peculio proliferaron por doquier grandes templos, de magníficas facturas, decoración exuberante y lujo nada disimulado.

A falta de bancos en esta época, la Iglesia, que en todo momento presentaba un exceso de liquidez, colocaba parte de su dinero en inversiones sin riesgo. Colaboraba en la financiación de la hacienda real con la adquisición de juros. A los particulares les

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facilitaba los créditos y microcréditos que le hacía falta para la mejora de sus explotaciones agropecuarias mediante la imposición de censos, una especie de préstamos hipotecarios, generalmente en buenas condiciones y a un bajo interés.

Contaba la Iglesia con la ventaja de no haber entonces morosos y si ocurría algún imprevisto que impedía el pago en su momento, el contrato les facultaba para el embargo de la cantidad prestada con las creces legales correspondientes.

De la Iglesia hay que destacar, por último, su gran actuación en labores humanitarias. Aunque en aquella sociedad la fuerza del Estado ya se dejaba sentir, importantes grupos sociales como los pobres, los débiles y sectores tan fundamentales como la educación, la sanidad y la beneficencia se hallaban completamente desatendidos. De ellos se encargó siempre la Iglesia siguiendo el mandato de Cristo de optar por los más pobres y practicar con el prójimo la caridad cristiana.

Se vieron así beneficiados buena parte de los vagabundos que proliferaban en los caminos y ciudades, que encontraron cobijo y comida en los conventos, la famosa “sopa boba”. Atendidos estuvieron los enfermos en los numerosos hospitales y casas de socorro, más que lugares para curar, eran simples casas de atención, con muy escasos medios, que se extendieron por buena parte de las localidades grandes pero también medianas y pequeñas. Otros beneficiados fueron los marginados o los que no disponían de recursos suficientes por sí mismos, (leprosos, huérfanos, viudas, etc.).

El Estado y cada uno de sus poderes delegados compensaba su esfuerzo sufragando alguno de sus capítulos que hoy adjudicaríamos sin dudar a la Iglesia, como son los gastos de personal o lo concerniente a celebraciones religiosas11.

En conclusión, la Iglesia no sólo compartía con la nobleza y la alta burguesía asociada a la administración la preeminencia social en la sociedad castellana de estos siglos sino que además estaba respaldada por el mayor patrimonio económico ya fuera en

11 Sin ir más lejos en las cuentas de 1617 el concejo de Robledo estipula que se ayude a la parroquia local en estos capítulos:

-3000 maravedís “que por licencia del Señor Corregidor se gastaron en las procesiones que el dicho lugar ace”

-13 ducados que pagaron al sacristán de su salario del año pasado “que se cumplirá el día de año nuevo, fin deste año”

- Tres reales que pagaron a un confesor que estuvo en la Cuaresma.

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dinero, tierras, casas u otros bienes. Y a nivel local su influencia, como veremos, era aún mucho mayor.

CAPÍTULO 2. EL CURA Y LOS FELIGRESESCAPÍTULO 2. EL CURA Y LOS FELIGRESES

Fuentes documentales

Se ha procurado en la elaboración de este estudio, el apoyo casi exclusivo de los textos y documentos que tengan a la parroquia como protagonista, bien en el desempeño de su labor rutinaria de administradora de sacramentos –los más-, bien a través de otros legajos de temática diversa, los menos.

Posiblemente el mejor uso de los libros sacramentales sea para su estudio en el campo demográfico, pues en ellos están inscritos, con pequeñas lagunas, todos los bautismos, casamientos y defunciones que se celebraron en la parroquia desde mediados del siglo XVII.

En total se conservan unos 25 libros con este tipo de contenidos en el archivo diocesano que llegan hasta fechas próximas a 1900. De ellos, los más valiosos para nuestro propósito han sido los primeros dedicados a las defunciones, más que nada por los numerosos y variados detalles que proporcionan las voluntades últimas de los difuntos y que hacen referencia a donaciones, términos topográficos, costumbres, cofradías, datos familiares, y otros datos aún más insólitos.

Pero del total, los que han tenido un protagonismo mayor son los llamados libros de fábrica, que suman tres ejemplares. El más antiguo (ROB

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Primer libro de fábrica. ROB 23. 1595-1653

Segundo libro. POV 22. 1653-1718

Tercer libro. ROB 24.1718-1795

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23) comparte las cuentas de fábrica con memorias y bautismos. Abarca cronológicamente desde 1593, la anotación más antigua hasta 1649. El siguiente libro (POV 22) arranca sus páginas con las memorias de la parroquia en tanto que las cuentas de fábrica se continúan con las del libro anterior y llegan hasta 1715. Presenta la dificultad de estar catalogado como perteneciente a la parroquia de Povedilla. El tercero y último (ROB 24) está ocupado única y exclusivamente por cuentas de fábrica y continuando al anterior finaliza en 1793.

Entre los papeles sueltos ya comentados, aparecen listados de la feligresía sobre todo de la segunda mitad del ochocientos, -del siglo XVII sólo se conserva una lista de confirmados, extraviada en un libro de bautismos-. Otros legajos de pocas páginas tratan sobre actuaciones judiciales de importancia, obras pías, préstamos del pósito menor, etc. Sobresale entre todos un pequeño libro de matrícula de finales del setecientos.

Los parroquianos, pocos pero homogéneos.

Si hay una realidad que permanece constante a lo largo de los casi doscientos años que seguimos la andadura de esta iglesia es el escaso número de fieles que tiene adscritos (tabla nº 1), por lo que nunca gozó del estatus de parroquia propiamente dicha. En los textos a menudo se escribe que los feligreses eran “parroquianos de la Santísima Trinidad, (de Alcaraz) cuyo anejo es este lugar.”

Tabla nº 1Población de Robledo en nº de vecinos (familias) y habitantes.

1591 1631 1785 1820Robledo

37* 36**59 8820 96El Cubillo

Total vecinos 37 36 79 194

Total habitantes 148 144 316 776

*Dato del censo de la Corona de Castilla. Aparecen bajo la denominación “Cubillos y Robredo”.**No conocemos si la cifra engloba sólo a Robledo o no.

Fuente: Elaboración propia. La situación de partida es paupérrima. Unos 150

habitantes que se distribuyen en las minúsculas parroquias de las

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dos localidades. En el siglo XVII la situación es muy probable que todavía fuera peor, al menos en su primer tercio y esos 36 vecinos que aparecen censados lo ponen de manifiesto.

Es, a partir de mediados de siglo, cuando la situación tiende a mejorar pero muy poco a poco, intercalándose algunos periodos de retroceso, hasta que a finales del setecientos se ponen los cimientos para un ascenso demográfico que se aprecia con nitidez entre las dos últimas fechas, 1785 y 1820.

En la parroquia nunca hubo lista alguna con los nombres de los feligreses adscritos, algo imprescindible en aquellas villas y ciudades donde hubiera más de una iglesia. En la pequeña comunidad de Robledo todos se conocían pero en localidades mayores era preciso tener constancia de que todos los habitantes estaban empadronados en alguna parroquia con el fin de acreditar su pertenencia a la grey católica y poder recibir los sacramentos y prestaciones a los que –como todo el mundo- tenían derecho. Cada parroquia tenía una relación de feligreses con los cuales tenía obligaciones y derechos, que cada año solía actualizar. Aquí también los hubo pero de otro tipo. El primer –y único de este tiempo- que se genera por entonces en esta parroquia es un curioso libro de formato especial titulado “Matrícula de los feligreses de la

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Lugares de residencia de los parroquianos de la

Purísima Concepción de Robledo

Robledo

El Cubillo

El Horcajo

Casalazna

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Parroquial de el lugar Robredo en este año de 1785”12, que se confecciona con fines puramente religiosos. En este documento figuran los datos por familias de las personas que forman parte de la parroquia así como sus lugares de residencia: en Robledo, se dice, vivían 59 familias, en El Cubillo 20, cuatro en El Horcajo y en Casalazna otra más. En total constituyen la comunidad parroquial 84 familias –o vecinos como se les denomina en el librillo- y expresado en habitantes, se totalizan 334.

En algunos momentos se dio la circunstancia de que no todos los vecinos de Robledo eran feligreses de la parroquia. Conocemos algunos casos que, citándose vecinos de este lugar, se les adscribe a parroquias foráneas, casi siempre de Alcaraz. En un listado de feligreses de 1560 de la parroquial de San Ignacio de Alcaraz figura Pedro Hortega, vecino de Robredo.13 O Gaspar García que aparece en otro de 1709. Se trataría de personas que vivían de manera provisional o temporal en este lugar o que estuvieran recién llegadas y no hubieran procedido al “traslado” de la filiación parroquial.

La feligresía estaba compuesta por un conjunto bastante homogéneo en su extracción social, algo que pocos lugares, en aquellos momentos, podían decir. Y es que todos sin ninguna exclusión pertenecían al denominado pueblo llano. No hay constancia a lo largo de toda la edad Moderna de la presencia entre los vecinos de ninguna persona que perteneciera por razón de nacimiento al grupo de los escogidos, a la élite social, que incluía, en sus más altos estrados a unos cientos de nobles y en los más bajos a miles y miles de hidalgos. Ostentaban unos y otros, como es sabido, numerosos privilegios económicos y sociales, incluyendo prebendas en aspectos religiosos, como era, por poner un ejemplo muy gráfico, el de disponer en exclusiva de sitios reservados que además eran los preferentes.

En la parroquia no había lugares reservados, ni capillas privadas, ni patronatos, ni capellanías, ni nada en absoluto que evidenciara prelación de unas familias o personas sobre otras.

Otra cosa bien distinta es la suficiencia económica de cada uno de los fieles. Son evidentes en este apartado las diferencias.

12 El objeto de este documento es anotar los feligreses de la parroquia que cumplen ese año con el precepto anual de confesar y comulgar en la Semana Santa. 13 Por su parte en 1575 figuran tres parroquianos de San Ignacio residentes en Robledo. Son Juan Martínez, el mozo, Bartolomé Martínez y Juan García. Por esos años también se adscribió a un vecino de El Cubillo de oficio pastor.

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Proliferan los ejemplos, y en mayor medida en el siglo XVIII, que evidencian los distintos grados de riqueza de la población, a juzgar por lo que cada uno invierte en “gastos parroquiales”, como podemos considerar la compra de sepulturas, los donativos para las necesidades de la Iglesia o lo que cada uno dejaba destinado a misas, ofrendas y demás ceremonias religiosas post mórtem.

Los moradores en otros núcleos de población incluidos en el actual municipio eran feligreses de otras parroquias del entorno. A la de El Ballestero pertenecían los de El Campillo y Villalgordo; a la de Masegoso, los de las Cuevas del Arquillo, mientras que los de Villaverde muy probablemente lo fueran de la parroquia de Santa Catalina de El Bonillo.

Familias y casas pequeñas.

Teniendo como base el documento antes citado y aprovechando que el párroco cita a la mayoría de los feligreses,- puesto que el cumplimiento Pascual era una obligación para todos-, tenemos la posibilidad de completar los datos que faltan, los relativos a los que todavía no comulgan (los menores), con los que extraemos de los libros de bautismos y de esta manera llegar a conocer algo más las características de las familias que componen el vecindario.

Los 79 hogares que corresponden a Robledo y El Cubillo, responden a tipologías distintas pero con un altísimo predominio de familias nucleares completas, esto es las formadas por padres e hijos.

El vecino soltero es, como algunos habrán supuesto, el cura. Por lo que toca al resto, cuatro de cada cinco familias cuentan con los dos cónyuges. Con ellos además de los hijos, -que estudiaremos más adelante-, conviven otra serie de personas: el cura vive acompañado por su hermana. Otros 12 hogares

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Tabla nº 2Feligreses de la parroquia

de Robledo. Estado civil de los cabezas de familia. 1785.

VecinosSoltero 1Casados 65Viudos 5Viudas 8Total 79

Fuente: Elaboración propia.

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tienen a algún otro pariente a su cuidado; se citan dos abuelos, seis hermanos solteros, tres sobrinos, y dos nietos. Entre los residentes que no son de la familia aparecen dos sirvientes en otros tantos hogares. De entre todos los parientes alojados resulta extraña la escasez de abuelos. Ya sabemos que eran contados los que alcanzaban a llegar a este capítulo de sus vidas, pero dado que entre padres y madres sumaban más de 150 adultos era de esperar una cantidad mayor de abuelos. No sabemos si es descabellado pensar que quizá hubiera algunos más pero que no fueron computados porque su mal estado de salud, les impedía asistir a los oficios religiosos.

Hay que hacer constar que esta composición familiar del vecindario era poco común. Lo ordinario es que, por los avatares de la muerte que pasaba a menudo afectando a grandes y chicos, el número de familias dependientes de viudos y viudas fuera mucho mayor. Piénsese si no, en el estado en que quedaron muchas familias, cuando en 1695, con ocasión de una epidemia, murieron 18 personas casadas. Para recomponer tanta familia desgarrada debió pasar mucho tiempo.

Tabla nº 3Nº de hijos según tipos de familia. Robledo 1785.

Estado civil Número de Hijos Total hijos según

tipo de hogar

Media hijos según

tipo de hogar

0 1 2 3 4 5 6 7Casados 14 14 19 7 4 6 1 125 1,9Viudos 0 1 2 2 11 2,2Viudas 0 4 2 1 1 21 2,6

Total 0 19 46 27 16 30 12 7 157 2,01

Fuente: Elaboración propia

El número de hijos en cada familia contrariamente a lo que se cree, no era muy alto. Observamos como la media de hijos que en ese momento viven en cada familia era –valga la expresión- de poco más de dos por hogar, es decir, casi lo imprescindible para asegurar un crecimiento mínimo de la población. Buena parte de las familias, independientemente del estado civil del responsable, la forman tres o menos hijos, representando las numerosas, de cuatro o más, sólo el 17 % del total., es decir una de cada seis, lejos por tanto de la imagen que se tiene de la familia tradicional de casas llenas de niños.

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Otra cosa bien distinta es la cantidad de hijos habidos en cada matrimonio, que en el caso de Robledo estaría en torno a los cuatro de media, de los que un tercio no llegaría a la edad adulta.

Los viudos, según se aprecia en la tabla nº 3, conviven con más hijos que los casados, sin duda porque han tenido una vida en pareja durante un período mayor de años, aunque en ese momento falte uno de los cónyuges. Las viudas, observamos cómo son las que tienen a su cargo las familias más numerosas, manteniendo a 2,6 hijos como promedio, además de hacerse cargo de otros parientes como es el caso de Agustina Munera que si no tenía bastante con los suyos debió hacerse cargo de dos sobrinos y dos nietos. Por si fuera poco las familias con más prole, que son las que cobijan seis o siete hijos, tienen como responsables a sendas viudas.

La pequeña élite local era la poseedora, además de la riqueza agropecuaria, de otro elemento indispensable en la vida de la comunidad, nos referimos a la propiedad de la mayoría de las viviendas que conformaban el caserío. En Robledo aparecen con tres casas, Francisco Gómez el padre, su hijo del mismo nombre, Manuel Vecina y Juan Palomar, siendo el mayor propietario Manuel Garví, que figura con cuatro. En El Cubillo por su parte encontramos a José Madridejos como dueño de dos y a Don Rafael Arcaina al que se le atribuyen tres, aunque el propietario más nombrado es la Duquesa de Alba, dueña de una casa con cuarto bajo, caballeriza y pajar. No obstante casi todos los vecinos aparecen como propietarios de la casa en la que habitan.Casas sencillas por lo que sabemos, con una superficie aproximada de 70 varas cuadradas castellanas14, en las que tenían un papel fundamental los espacios destinados a pajar o cámara, caballeriza y corral. El resto de las estancias eran dos pequeñas habitaciones que se utilizaban, una para dormitorio del matrimonio, también de algún hijo y la otra que servía de cocina, sala para comer y llegado el caso, dormitorio, aprovechando cualquier tarimón o si no encima de un triste jergón que cuando llegaba la noche se extendía en las proximidades de los rescoldos de la lumbre.

A este respecto contamos con la descripción de la vivienda del cura-labrador que estaba al frente de la parroquia en la

14 Medida de superficie equivalente a lo cabido en un cuadrado de tres pies o cuatro palmos de lado.(0,7 metros cuadrados aprox.)

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primera mitad del siglo XVIII. Era la suya, una casa para dos moradores tan sólo, pero sin duda, muy similar en su estructura, mobiliario y utilización a la de las demás familias labradoras, aunque fuera más numerosas. Se habla de:

COCINA PORTAL

“Un bufete de pino con su cajón de lo mismo.Otra mesa de lo mismo más pequeña.Un caldero de alambre de caber un cántaro de agua.Un almirez con su mano de metal.Dos sartenes, una chica y otra grande, buenas.Un badil y tenazas de hierro.Tres asientos de pino y soguilla de esparto.Una silletica de pino pequeña.Otra de lo mismo.Un mullidor o cabecera vieja con enchimiento de paja.Un postigo para puerta que sirve de tarima.Una toalla para limpiarse las manos.Un hacha para hacer leña mediana.Unas trébedes de hierro esquinadas.

CUARTO APOSENTO.

Una cama con sus pilares de pino.Dos colchones de lienzo blanco con enchimiento, el uno de lana y el otro de esparto.Una delante cama de cáñamo.Dos sábanas de cáñamo de dos piernas y media, la una remendada.Un paño de cama de palmilla encarnado con cinta blanca de hilo.Otra cama de pino llana con cordeladura de esparto y cáñamo vieja.Dos mullidores con enchimiento de paja.Un arca de pino sin cerradura.Un espejo con marco de pino y yeso con su luna buena.[...]Otra arca de pino con cerraja y su llave.Un bote de plomo grande.Un taburete de pino y soguillas.

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CÁMARA

Un albardón con estribos de hierro.Dos celemines de panizo en grano.Hasta medio celemín de panochas.Once celemines de centeno.Dos fanegas y cuatro celemines de cebada.Media fanega de trigo.Una fanega de harina, revuelta de trigo y cebada.

CUARTO JUNTO A LA CABALLERIZA

Una azada.Dos serones de esparto.Una arquita de pino sin cerradura.”

Las casas de las familias más desfavorecidas, las de los pobres y pobres de solemnidad, además de no ser de su propiedad contaban con un mobiliario más escaso y desvencijado.

Dinámica de la población según los libros de fábrica.

Gracias a D. Nicolás el cura, hemos podido conocer la realidad de los distintos hogares en cuanto a su composición y características, referidas a un momento preciso, el año 1785. El tiempo lo ha detenido ahí y nos ha legado una imagen de magnífica calidad del vecindario. Pero no basta. No podemos hacerlo extensivo a periodos más dilatados, ni por supuesto a todo el arco temporal que manejamos. Es insuficiente para conocer las realidades de otros momentos, a sabiendas que son muchas las variaciones que, algo tan sensible como la población, sufre con el trascurso de los años.

No obstante la Iglesia, tan cuidadosa en sus anotaciones, y sin pretenderlo, nos proporciona algunos datos para esbozar una trayectoria demográfica, aunque sea parcial e indirecta, mediante los llamados libros de fábrica. Entre cuenta y cuenta –que es su función primordial - nos aportan algunos datos sueltos relativos a la feligresía en lo que toca a los bautizos y a las defunciones, que vamos a aprovechar para extraer conclusiones sobre la evolución de los movimientos naturales de la población. Unos y otros, al

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ser objeto de exacción, voluntaria eso sí, tenían obligatoriamente que hacerse constar para la total transparencia de las cuenta

Tabla nº 4.Bautismos y defunciones según los libros de fábrica (1641-1698)

SIGLO XVII

Año dela visita Baut. Defunc. Año de

la visita Baut. Defunc.

1641 17   1672 29  1643 15   1678 49 481646 20   1685 67 621649 12   1686    1653 11* 8 1687 5 31655 17 9 1690 26 131656 11 22 1692 31 121659 18 16 1693 2 31662 21 24 1694 10 71664 15 15 1695 3 301666 17 8 1696 6 151668 23 17 1698 15 291669 6 23

*De dos años Fuente: Elaboración propia.

Unos, los bautizos, estaban gravados con una imposición fija de dos reales15 per cápita, y así, con esta denominación de cápitas, es como se les refleja. Hay que hacer constar que este recuento no era general, sino que englobaba solamente a aquellos que abonaban el donativo, la gran mayoría. Los bautizados de manera gratuita, -como les sucedía a los hijos del sacristán- y los de limosna no se incluían. Esta salvedad no desmerece el total, por lo que lo relativo a los nacimientos se puede considerar aceptable.

Algo similar ocurre con las defunciones. La

parroquia lleva control de las personas que fallecen

porque de ellas se ingresaban unas

15 Moneda castellana, de plata o de vellón. Cada real de comienzos del siglo XVII equivalía a 34 maravedís.(Aproximadamente 1,20 euros)

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Moneda de plata de dos reales de Felipe IV, 1627.

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cantidades derivadas de los gastos de enterramiento, que figuran bajo el epígrafe de rompimientos, especificando además si se trataba de un adulto o de un niño, ya que las cantidades a pagar eran distintas. Es de suponer que también aquí hubo omisiones y por las mismas causas. Los gastos derivados de los entierros eran mayores y algunas familias no tenían lo suficiente para hacerles frente por lo que algunos fueron enterrados de limosna, tanto adultos como niños y en un número superior al de los nacimientos no computados.

A lo dicho hay que añadirle más lagunas. Faltan datos de algunos años sueltos y sobre todo de los primeros y de los últimos decenios. Con todo las cifras de las cápitas se hacen constar durante más de 150 años con pequeños saltos (1649,1650 y 1686). Los datos de los rompimientos comienzan más tarde, en 1653, y terminan antes, en1765, conformando una serie de unos 110 años aunque sin datos en tres cuentas (1672,1686 y1701)

Tabla nº 5.Bautismos y defunciones según los libros de fábrica (1701-1793)

SIGLO XVIII

Año dela visita Baut. Defunc. Año de

la visita Baut. Defunc.

1701 22   1753 14 131704 34 37 1755 15 161712 64 83 1760 74 571715 16 20 1765 75 681717 18 24 1766 22  1721 27 21 1768 30  1722 13 11 1770 16  1725 30 16 1772 22  1728 29 23 1774 18  1730 18 25 1776 29  1732 24 22 1778 29  1738 67 66 1780 20  1740 15 20 1784 73  1742 15 19 1787 33  1743 12 2 1788 14  1744 19 8 1789 21  1746 17 13 1791 23  1752 74 71 1793 30  

Fuente: Elaboración propia.

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De todas maneras se pueden extraer, en periodos amplios y a grandes rasgos, algunas conclusiones. Decimos a grandes rasgos, ya que en cada toma de cuenta del cuadro, figura el total que ha habido durante los años –uno, dos, tres, incluso ocho- que comprende -, sin que se determine cuantos corresponde a cada uno de ellos.

Habíamos visto con anterioridad algunos datos de la población de este lugar, sin embargo, en los dos siglos que nos ocupan existe una enorme laguna de más de 130 años en que no disponemos de datos fiables, es por eso que, exprimiendo los nacimientos que proporciona la parroquia podamos aventurar unas aproximaciones.

Para ello dividimos los bautizados de cada cuenta entre los años que comprende a partes iguales Los tres años de los que no

hay cifra alguna (1650, 1651 y 1686) le asignamos la media entre el año anterior y posterior.

De esta manera, conociendo la relación entre bautizados y vecinos que se da en la década de 1780, por semejanza podemos establecer las de otras décadas y averiguar, por ejemplo, cómo la escasa población del siglo XVI, -treinta y tantos vecinos-, se mantiene en esas cifras hasta sobrepasar el año 1660, en el que se incorporan algunos más, aunque el medio centenar no se alcanza hasta la década de 1730. Pero el crecimiento no es sostenido. Hubo unos “annus horribilis” –valga este latinajo moderno- con anterioridad a 172016, en que el lugar pareció retroceder doscientos años en el tiempo.En la segunda mitad del XVIII sucede lo que en el anterior, la población crece poco, pero lo hace, aunque presentando algún altibajo, - (1760-1769) de manera que cuando asoma el final de siglo el número de vecinos ronda los 80, quizás algo más.

16 Entre 1710 y 1719 se calculan 38 vecinos es decir, uno más que los registrados en 1591, pero hay que tener en cuenta que la cifra más moderna calcula vecinos de la parroquia, que ya hemos visto que comprendía otras caserías además de Robledo y El Cubillo.

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Tabla nº 6Bautismos y vecinos.

1650-59 1690-99 1730-39 1780-89Bautizados 66 83 108 151Vecinos 35 43 57 79Fuente: Elaboración propia

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Los que vienen al mundo: los bautizos.Lo mismo que hemos hecho con el total de la población, se

puede llevar a cabo con cada uno de sus componentes principales: los nacimientos, o mejor dicho los bautizos y las defunciones, aunque sin olvidar los condicionantes que antes expusimos de manera que lo que digamos es sólo aproximativo. En el gráfico nº 1, apreciamos con claridad el crecimiento moderado pero continuo de los bautismos. La evolución que podemos observar en el siglo XVII, además de presentar los lógicos altibajos, certifican la atonía de la población que ya hemos comentado y que llega hasta bien entrada la centuria siguiente, donde la media anual se establece entre 15 y 20 nacimientos, lejos de los 7-10 normales del comienzo. Por lo que verificamos lo ya expuesto, que la población al término del XVIII era más del doble que la de la primera mitad del siglo anterior.

Fuera de eso, pocos años encontramos que se aparten en demasía de estas cifras, aunque no vamos a dejar de decir que entre los más cortos figuran 1693 con dos bautizados y 1695 con tres, y alguno más hacia 1715.

Gráfico nº 1La evolución de la natalidad en la parroquia de Robledo, 1637-1793.

(Por grupos desiguales de años)

Fuente: Elaboración propia

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La primera resulta paradójica, puesto que ese año 1693 y esa pareja de niños son continuación de los dos años más prolíficos del siglo en que nacieron unos treinta.

Más adelante cabe resaltar los picos de natalidad que tuvieron lugar sobre todo en los años centrales del siglo, en los que se llega a rebasar la veintena de nacimientos anuales.

Los que se van: las defunciones.En este campo se presentan más dificultades y carencias.

El conjunto de los datos se refiere a un lapso de tiempo más reducido, algo más de 100 años. Aparecen más tarde, en 1653 pero a partir de 1766 deja de anotarse el número de los difuntos para, en su lugar, poner el monto de ingresos que proporcionan.

Gráfico nº 2La evolución de la mortalidad en la parroquia de Robledo. 1650-1765

Fuente: Elaboración propia

Según lo aportado por el gráfico nº 2 se aprecian dos fases bien distintas, que coinciden con cada uno de los siglos. En el primero apreciamos rasgos de mortalidad de tipo catastrófico, mientras que en el segundo, los ciclos se hacen menos abruptos en su dibujo. Descuellan sobremanera los datos referidos a 1695. En la cuenta de ese año se anotan 30 difuntos, sin embargo al llevarse a efecto en noviembre dejaron de incluirse algunos más, los que murieron antes de concluir el año. Habría que esperar a la

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Tabla nº 8Crecimiento vegetativo.

(Sólo de las cuentas en que aparecennacimientos y defunciones.)

  Bautizos RompimientosCrecimiento vegetativo

139 142 -3 214 222 -8 249 260 -11 421 375 46

Fuente: Elaboración propia

Tabla nº 7Defunciones de niños y adultos.

AñosSiglo XVII

adultos niños1656-69 66 591672-85 68 421686-99 62 44Totales 196 145

AñosSiglo XVIII

adultos niños1701-30 145 1151731-53 129 105Totales 274 220

Fuente: Elaboración propia

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llegada del cólera al municipio, siglo y medio después, para ver una mortandad similar.

A esta hecatombe le acompañan otras de mucha menor importancia. Se ven claramente a mediados de la década de los cincuenta y sobre todo a finales de los sesenta.

El siglo XVIII transcurre sin grandes altibajos. Los valores se moderan y nos sorprenden sobre todo por el importante descenso que se produce en las proximidades del medio siglo. Inevitablemente la bonanza demográfica no podía durar mucho y a continuación se inicia la fase de mayor mortalidad, a la que interrumpe la falta de más datos.

La serie de datos de los rompimientos aportan además algo novedoso y muy interesante respecto a los muertos, que es la distinción entre adultos y niños.

La muerte en estas fechas afectaba con mucha intensidad a todas las edades, no obstante, si hay algo característico de la demografía antigua, es el alto porcentaje de niños (menores de 16 años) que mueren respecto al total. Ese porcentaje suele rondar el 50%.

En la parroquia, a la vista de los datos, los resultados ofrecen una pequeña discordancia. En el siglo XVIII, las cifras separan a ambos grupos de población en 10 puntos porcentuales (55 de adultos por 45 de niños) siendo mayor la diferencia en el seiscientos (57,5 por 42,5 respectivamente) En parte se puede explicar por el distinto concepto de niño que se maneja en la parroquia. Para el cura, niños son los enterrados en sepulturas

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pequeñas, lo que en años viene a corresponder a los menores de siete u ocho años.

¿Quiénes son los más sensibles cuando llegan las epidemias? Desde luego, si nos dejamos llevar por lo visto en el período de más incidencia, 1665-1695, la sobremortalidad afectaba en mayor medida a los adultos; pero, curiosamente, sucede lo mismo en los momentos en que la mortalidad general es reducida. Por último, hay una mayor cantidad de niños muertos en los periodos que podemos considerar como de mortalidad normal.

Si abarcamos periodos mayores, por ejemplo siglos, las diferencias se estrechan de manera que corroboran lo que suele ser normal en este tiempo y en estas tierras: hay escasas diferencias entre el número de nacidos y el de muertos, con alternativas en intervalos pequeños (años o décadas) y con una ligera diferencia en el ciclo largo a favor de los nacimientos, de tal manera que sólo al final se logra un crecimiento vegetativo positivo pero de escasa cuantía. En cifras absolutas encontramos que en el seiscientos mueren tres personas más de las que nacen, mientras que en el siguiente, por el contrario vienen al mundo 35 más de los que se van, aunque las cifras positivas sólo llegan después de 1730. Queda de manifiesto así una ruptura de tendencia, que no haría sino incrementarse hasta tiempos más recientes.

Medianamente pobres.

Aunque los libros de fábrica de la parroquia están repletos de números, en ningún momento se utilizan para dar a conocer la situación económica, ni individual ni colectiva, de los feligreses. Sin embargo, contamos de mano del cura con un escueto testimonio, que satisface nuestro intento.

Don Nicolás Ruiz de Alarcón, como encargado de la parroquia y respondiendo a un mandato del vicario de Alcaraz, elabora una lista de doncellas casaderas, especificando a grandes rasgos, -como a nosotros nos interesa-, cual era la profesión de los cabeza de familia así como los resultados de su ejercicio, junto con algunos datos familiares sueltos. Son referidos al año 1779 y están recogidos en el apéndice documental con el número siete.

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Tabla nº 9.Situación económica de las familias de las mozas casaderas. 1779.

Nº familias Muy pobres Pobres “Lo pasan medianamente”

24 1 12 11 Fuente: Elaboración propia

De las familias que tenían hijas en edad casadera, condición en la que se incluyen las comprendidas entre los 13 y hasta los 22 años, la mitad de ellas estaban consideradas como pobres, una de ellas como muy pobre, hasta el punto que la joven “limosnea”, mientras que el resto “lo pasan medianamente”, entendiendo por ello las familias que, de ordinario, no tendrían problemas de subsistencia, independientemente de los bienes poseídos. Como ya intuíamos no hay, por desgracia, ningún vecino que viva con holgura y el cura así lo ratifica.

Muy en relación con el nivel económico estaba por supuesto el oficio. Nos aproximaremos a conocer la situación profesional de los feligreses con mucha cautela debido a la escasez de los datos apuntados, solo 14. Es suficiente para verificar como, por ejemplo, entre los pobres, los reseñados como tales o son jornaleros o mozos sirvientes. Tan sólo aparece un labrador y un borriquero entre los etiquetados como menos pudientes.

En el otro campo, el de los más favorecidos y por lo que toca a sus profesiones nos encontramos al resto de propietarios, ya sea de terrenos, ganados o simplemente de borricos que les permitan ejercer la arriería. Tenemos constancia que, a alguno de ellos, se le da el tratamiento de “señor” que sin duda, es más resultado del agradecimiento de quien así lo hace constar que de diferencias sociales, contraviniendo en eso lo que piensa Santa Teresa17. Uno de estos tratamientos va referido a Pedro López de la Vecina, “señor” de Antonio Sánchez, soltero de 20 años. A su vez Juan Antonio Sánchez dejó por albacea a su señor, Asensio Rodríguez. (1718).

La situación en la escala social de personas y grupos estaba muy determinada por la estructura familiar siendo la variable más importante la presencia o no de los padres en los hogares. Los hogares completos, los que contaban con sus dos progenitores, no son por ello más proclives a la bonanza

17 Opinaba la santa que “una de las mentiras que dice el mundo es llamar Señores a las personas semejantes”.

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económica; de hecho, en la relación de Don Nicolás se da el mismo porcentaje de estas familias con y sin necesidades perentorias. Pero sí que es muy cierto que la falta de alguno de ellos –en mayor medida si son los dos- lleva aparejada la terrible amenaza de la estrechez para los huérfanos. Y con algunas diferencias según el progenitor que falta, que explican bien a las claras el papel de cada sexo tiene asignado en el Antiguo Régimen. Si es la madre la que muere, su familia tiene más posibilidades de formar parte de las pobres que de las medianas. Pero si el que falta es el padre la situación llega a empeorarse de tal manera que encontramos una desproporción de cinco depauperadas por dos que no lo están. Josefa Parreño es la mayor excepción. No tiene marido pero sus esfuerzos como labradora en El Horcajo logran que su familia pueda vivir medianamente.Y había, según la relación del cura, muchas casas incompletas, muchas chicas huérfanas. De las 27 reseñadas 19 sufren la ausencia de al menos uno de sus padres, o lo que es lo mismo sólo una de cada tres los tiene con vida, incluso cinco de ellas han perdido a ambos y tienen que ser acogidas por algún otro miembro de la familia, casi siempre tía o tío. Les queda el consuelo que pueden disfrutar de rentas y legados de sus difuntos que en un par de casos suman unos 3000 reales, cifra que les proporciona cierta comodidad. En los otros casos su situación es sensiblemente peor.18

Gentes del campoLa mayor parte de los lugareños se ocupaban, con la única

excepción del sacristán, en las labores propias del campo. Unos se dedicaban a la labranza, otros a criar y cuidar ganado y casi todos alternaban los dos menesteres. Era la manera más segura de sortear las dificultades cuando llegaban los años de escasez. El tener una doble fuente de aprovisionamiento de ingresos y sobre todo de alimentos constituía un seguro que únicamente fallaba en el caso de que llegasen años extremadamente secos, y aun así las estrecheces les resultaban más llevaderas que para los que sólo tenían una actividad. Ellos, con las inevitables diferencias en cuanto a cantidad y calidad de los bienes poseídos, representan la capa más solvente de la comunidad, y derivado de ello la encargada de asumir los puestos de más responsabilidad.

Como término medio, los labradores ponen en cultivo 18Antonia Lucía, que “lo pasa con bastante pobreza” contaba con 500 reales que por mitad le habían legado su padre y su madre en tanto que Juan Garví no contaba con nada.

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algo más de 30 fanegas de secano cada uno -superficie que como promedio araba cada yunta- ayudándose por lo general de bueyes como animales de tiro. De sus esfuerzos conseguían el trigo y el centeno, cereales suministradores del pan, alimento base del sustento diario. En regadío, podían sacar adelante una fanega y media por cabeza y con su fruto completar la dieta por medio de las socorridas patatas, de las frutas y sobre todo de las hortalizas.

Por su parte, los ganaderos procuran también diversificar el sustento de las familias y guardan varios tipos de ganados, de ahí que no haya noticia de grandes rebaños de ovejas, cabras o cerdos, por poner tres ejemplos. Cada propietario posee pocas cabezas de varios tipos, siendo las más comunes las de ganado de cerda, más de siete reses entre grandes y chicas por familia. De su abundancia deducimos el importante papel que desempeñaba por aquel entonces en la alimentación de la familia a lo largo del año.

No le va a la zaga en importancia el ganado vacuno. Era esencial por su aportación como animales de tiro en las faenas del campo, sin desdeñar su papel como productores de leche y carne. Cada familia ganadera cuenta como promedio, con cuatro reses grandes y dos pequeñas cuando se elabora su recuento.19

Un aspecto que no puede pasar desapercibido en cuanto a los oficios agropecuarios es el escaso porcentaje de jornaleros, alrededor del 20 %, un dato que favorece el equilibrio social, pues revela la escasa presencia de medianos o grandes propietarios que necesiten de brazos ajenos para sus labores. El jornalero lo es sólo en momentos y en trabajos que se repiten cada año, si las cosechas llegan con regularidad. Se les busca para la siega, la escarda, la siembra, etc. Y no sólo a los hombres. Todos los miembros de su familia aptos para el trabajo tienen que estar disponibles para aprovechar al máximo las oportunidades de trabajo. Entre lo aportado por los padres y los hijos se obtendría –con suerte- lo que la familia necesita.

En el resto del año, fuera de las labores agrícolas recurrentes, hay pocos jornales y con frecuencia mas esforzados, incluyendo el desplazamiento durante semanas o meses a otros lugares. Conocemos vecinos que tuvieron que salir para ocuparse en faenas agrícolas, como la vendimia o la recogida de la aceituna, trabajos inexistentes en la localidad; también en labores de cualquier otro tipo. Contamos en este sentido con un caso

19 Catastro de la Ensenada.

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documentado: el de tres hombres que anduvieron por Villanueva de la Fuente trabajando en obras hidráulicas allá por 1703.

Otros oficios.La arriería era un oficio muy frecuente en el lugar, sobre

todo durante el siglo XVIII. Sirva de prueba el hecho de que, en un listado tan corto como el referido, aparecen tres “borriqueros”; uno de ellos lo ejercía a tiempo completo, en tanto que los otros dos lo alternaban con la labranza.

Su ruta más asidua, según nos informa el mismo cura, era la que unía este lugar con la Mancha20, adonde se llevaban los productos excedentarios en aquel tiempo, sobre todo patatas,-comúnmente llamadas criadillas-, mientras que volvían con vino y cereales, digamos de segunda categoría, como la avena y centeno, que se destinaban para la alimentación del ganado, aunque llegado el caso también echaban una mano en la del hombre, como sucedía con el centeno.21

Andalucía también era punto de intercambios comerciales por parte de los arrieros locales, que del sur traían algo tan esencial para el consumo del lugar como era el aceite, un producto que no existía en la localidad, ni siquiera en la comarca.

Del sector terciario, además del reseñado sacristán y del cura, conocemos por el Catastro de la Ensenada, la presencia entre los vecinos de un carpintero, Manuel Rodríguez y de un aperador, Juan Oncala.

Por último, cabe reseñar en este apartado, aunque sólo a tiempo parcial, el oficio de escribano local, un oficio desempeñado por una persona que no contaba con la suficiente acreditación para ello –tampoco el lugar tenía categoría ni dineros para crear su plaza- y que era conocido con el apelativo sucedáneo de “fiel de fechos.” El siglo XVII trascurre sin que se mencione a nadie en este empleo, por lo que podemos suponer que si era preciso dar fe de alguna cuestión menor, el encargado de hacerlo debió ser forzosamente el cura. De hecho, no conocemos ningún fiel de fechos anterior a Andrés de Moratalla que lo ejerció a comienzos del siglo de las luces. Este, como casi todos los demás, trabajaba a la vez como sacristán de la

20 Relaciones del Cardenal Lorenzana. 1785. Informe de Robledo, respuesta nº10.21 Sobre este cereal y su enorme servicio en los tiempos más duros, está muy extendido entre los vecinos el chascarrillo que sigue:

Le dice el trigo al centeno, con tono despectivo:-¡Que hay zancudo!A lo que el aludido responde:- Sí, zancudo, pero en los malos años…¡ bien te ayudo!

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parroquia. Uniendo los pequeños ingresos de esta actividad con los provenientes de sus escasos escritos -casi todos de asuntos relacionados con la Iglesia-, llevaba una vida sin excesivos agobios.

Intuimos que además ejercía la docencia, por ser quizá la persona de mayores conocimientos, después del cura. Nos basamos en las Relaciones del Cardenal Lorenzana, de 1785, donde se comenta que “...no ay estudios generales ni particulares, si sólo el de maestro de primeras letras que costea el Exzmo. Sr. Arzobispo de Toledo y en él se enseña a los niños la doctrina cristiana, leer y escribir y contar”. Si en ningún momento, mientras Robledo fue aldea de Alcaraz, hubo maestro pagado, bien pudo ser el fiel de fechos o el sacristán el encargado de este magisterio. De todas maneras, dudamos que esa labor fuera desempeñada durante mucho tiempo.

Otros escribanos que conocemos son Francisco Viana, también sacristán, que lo ejerció durante muchos años. Igual que su sucesor, Cristóbal Rodríguez, quien murió en 1820, fecha en que ocupa la fieldad José Marqueño.

Las mujeres también trabajan, sobre todo las madres de familias que tenían múltiples quehaceres y quizás por eso no se enumeran. Pero también sus hijas. Don Nicolás informa de nueve de ellas que se dedican a distintas actividades. Ana, la hija de Sebastián Maestro guarda un hato de cabras y ovejas. La mayoría de las jóvenes casaderas “se alimentan de su trabajo”, son jornaleras, esto es, mujeres que sólo cuentan con la fuerza de sus brazos para lograr su sustento. Sus circunstancias familiares son las más duras del vecindario, porque son pobres. Y lo son porque sus padres son pobres, aunque todavía es mayor la penuria de aquellas que han perdido a sus progenitores. El peor caso es el de Juana Garví, que es huérfana y sobrevive gracias a sus tíos y a su trabajo. Algunas, como María, la de Juan de Oncala, es sirviente. No era la única que incluía entre sus faenas el servicio doméstico. Sólo se habla de dos casos en este tiempo de vecinas del pueblo con señor y señora, sin duda la mayoría trabajaría en el campo, pues no existía ningún taller artesano ni actividad terciaria.

El responsable de la comunidad cristiana.

El encargado de la parroquia era, sin ningún género de duda, la persona más importante del vecindario, la que ostentaba

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mayor autoridad. A su elevada preparación académica –la mayoría eran licenciados, aunque hubo también algún bachiller-, unían el respeto cuando no la reverencia, que su cargo llevaba aparejado para los feligreses. Si a ello le sumamos la exclusividad del conocimiento de esa lengua tan necesaria y difícil como era el latín,- que utilizaba tanto en los actos litúrgicos, como adornando el verbo en la conversación cotidiana-, su superioridad a todos los niveles, queda bien de manifiesto.

Pero no es oro todo lo que reluce. En contra de la apreciación de la feligresía local, era pública y notoria la mala formación de la que, con carácter general, adolecía del clero, sobre todo en los tiempos que precedieron al Concilio de Trento, una deficiencia que pusieron de manifiesto influyentes personajes desde el interior de la propia Iglesia.

La escasa calidad de los estudios eclesiásticos fue debida en parte a la cantidad, exagerada, de los que escogían ese camino, no siempre movidos por una vocación sincera. En el siglo XVII se aprecia un considerable aumento de los ingresos en la vida religiosa, tanto de hombres como de mujeres. El pertenecer al bajo clero –sobre todo a partir de esos momentos en los que la situación social y económica se degradó- era un seguro de vida además de un magnífico oficio, pues a su escasa dedicación, se le unían pingües ingresos y reconocimiento social.

En muchas familias pudientes el seguir un oficio religioso se consideró como el mejor futuro posible, sobre todos para los hijos más pequeños en tanto que a los mayores se les adiestraba con más tenacidad en el oficio propio de cada padre con la esperanza de que le sucedieran en su desempeño. Y para aquellas familias de extracción humilde el poder entrar en religión era además un orgullo familiar.

Quizá lo dicho explique el que, en algunas ocasiones, se aprecie cierta relajación en sus funciones por parte de los encargados de la parroquia, y una explicación de la mala formación religiosa, que como resultado de esas conductas, tenía la comunidad local.

Para superar esta falta de preparación algunos vicarios les encomiendan actividades extraordinarias, unas dirigidas a los adultos como las que pretenden fomentar la costumbre piadosa del rezo del Rosario22, mientras que en otras tienen a los niños

22 En las mandas de 1766 se le dice que ”... rece en la Iglesia el Santo Rosario convocando para ello al pueblo y sacándole cantado por las calles, alguno de los dichos días por la tarde”

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como destinatarios, y más concretamente su instrucción religiosa dadas las características del pueblo, carecía de “maestro de escuela ni otra persona bien dedicada para la instrucción y enseñanza de la doctrina”.

En el siglo dieciocho es opinión unánime, que tanto el nivel de preparación como de desempeño de su función de cura de almas de los sacerdotes sufrió, o mejor dicho, gozó de un incremento cualitativo. Lejos quedaban esos tiempos en que algunos de los ordenados lo eran tras una permanencia de tan sólo dos años –o incluso menos- de permanencia en los seminarios.

No obstante, las circunstancias de los tiempos también influyeron en el prestigio y en el poder social de la Iglesia. En el setecientos van asomando algunas posturas procedentes de medios ilustrados que son tachadas como las primeras abiertamente anticlericales, lo que provocó respuestas airadas de la moribunda Inquisición, resultando damnificados políticos tan significados como nuestro paisano de Hellín, Melchor de Macanaz. Así y todo, se llevaron a cabo algunas actuaciones contra el clero regular que sufrió las primeras embestidas expropiatorias de sus bienes antes de terminar el siglo.

La provisión de estos puestos era algo privativo del ordinario, en nuestro caso del Arzobispo de Toledo, que miraría en sus designaciones el bien de su rebaño y minimizar en lo posible los obstáculos. A su favor contaba con un mayor margen de error en su decisión, al fin y al cabo parroquias como esta, de corta renta y de pocos feligreses -que además eran sumisos y pobres- …¿qué problemas podrían plantearle? Al contrario. El contar con estas condiciones favorecía la solución de otros problemas, porque ¿qué hacer con los numerosos religiosos de escasa formación, el “clero de misa y olla”23 que había en cada jurisdicción y que había que colocar? ¿Y con los de vida licenciosa, poco ejemplo cristiano o afectados por escándalos menores?

Una buena solución era la de “aislarlos” lo más posible, y si tienen que seguir al frente de una comunidad de creyentes procurar que esta sea lo más recóndita posible, en una parroquia que, por sus propias condiciones reprima las tentaciones “materiales” a la vez que su mayor distancia de la sede diocesana “alejara” su memoria pasada y sus actos futuros.

23 Según el diccionario “clérigo o fraile de pocas letras y poca autoridad”.

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En la amplia demarcación de la Archidiócesis de Toledo, el Arciprestazgo de Alcaraz se localiza en su extremo opuesto y dentro de su término una comunidad, la de la parroquia de Robledo, de ínfimos ingresos. Era el destino ideal para curas problemáticos, en el caso que los hubiera.

De todas formas, en la parroquia que nos ocupa no serían muchos; Sólo en contados casos percibimos pequeños incumplimientos o dejación de funciones por parte de los pastores locales, gozando en general de buen crédito, aunque en algún caso se atribuyan carencias como bisoñez en el oficio o lo que es más grave, poco entendimiento24.Para el nombramiento efectivo de teniente cura, el provisor delegaba en los titulares de las parroquias de Alcaraz puesto que “la feligresía pertenece a todas las parroquias desta ciudad y de acuerdo de todos los curas de ella se pone cura theniente y se porta como cura propio el de la Santísima Trinidad”25 Al final y también por delegación, era el titular de la Santísima Trinidad, quién nombraba su teniente en la iglesia de Robledo de entre los numerosos religiosos adscritos a Alcaraz para la atención de los habitantes de las aldeas.

Cuatro decenas de curas.Del primero que tenemos noticia por los libros parroquiales

sabemos que se llamaba Fernando de Alfaro. Fue quién realizó las primeras inscripciones de bautizados y animó a la feligresía a la legalización de la cofradía de la Veracruz. Después le siguieron varias docenas más de sacerdotes al frente de la parroquia, fieles cumplidores de las obligaciones que tenían encomendadas, que eran fundamentalmente dos: la de instruir y enseñar al pueblo y la de residir de manera obligatoria en la localidad que regentaban para un presto cumplimiento de sus quehaceres religiosos, sobre todo en lo tocante a la administración de sacramentos. Antes del citado, si miramos en los libros de la Parroquia de la Santísima Trinidad de Alcaraz encontramos como el primer cura conocido a “Alonso López, clérigo que está en el Robredo”26

24 De Antonio Sánchez Iglesias, responsable de esta parroquia a mediados del siglo XVIII dicen sus superiores que “… es nuevo y para darle el título se le examinó por noviembre pasado, cumplió bien y por ymformes entonces constó ser bueno, se mantiene con quietud y gusto de todos. A otro teniente-cura, don Francisco Zisneros, presbítero, se le considera como” buen clérigo pero de capacidad corta. Nadie le quiere mal y no cumple muy mal su encargo en medio de tan cortas luces”. ADT visitas del partido de Alcaraz, 1753.25 ADT, Vicaría de Alcaraz, visita de 1723.

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La mayoría condujo dignamente el rebaño cristiano que formaban los robledeños. Bien pronto, en 1606, se alaba la labor de uno de ellos, el licenciado Coca, muerto pocos años antes y del que se dice expresamente “questá en el cielo”, si bien, como en todo hubo sus excepciones que se fueron poniendo de manifiesto en las visitas pastorales, un instrumento de control que la Iglesia pone en marcha cada dos años para verificar los mandatos de Trento que perseguían ejemplarizar la vida de los tonsurados y aumentar su dedicación.

Las autoridades eclesiásticas –que podían y además tenían la obligación de hacerlo- les llaman la atención cuando la situación lo requiere. “Que el cura no dice vísperas todas las fiestas del año” se queja el visitador en 1728, y le recuerda que lo haga “en todas las fiestas cante las primeras y las segundas27”.Y no termina ahí, pues de pasada le manda que “explique a la ora de la misa mayor en dichos días, el Sto. Evangelio y la doctrina cristiana y en la Cuaresma”.

Esta es la advertencia que más se reitera a lo largo del tiempo. Los presbíteros, por abreviar, y descontentos con el escaso lucimiento que su prédica podía alcanzar entre la escasa feligresía o por sus magros resultados prescindían de la homilía muy a menudo.

Pero también, y esto es algo extraordinario, el pueblo llano de Dios expresa su malestar tomando una iniciativa ciertamente audaz que deja bien a las claras su santo, bienintencionado pero ingenuo proceder.

En 1644, tras el paso de varios curas de escasa duración al frente de la parroquia y de algunos incidentes en las cuentas de la parroquia que salpicaron –y enfadaron- a varios vecinos, una comisión de 10 significados feligreses se desplaza a Alcaraz para dar curso legal a un escrito de protesta dirigido al arzobispado de Toledo en el que “piden que supuesto que los bezinos del dicho lugar dan sus diezmos y primicias, se les dé el cura que ellos pidieren y que el cura de la Santísima Trinidad […] nombre privativamente el quel dicho lugar eligiere..”

No consta ningún otro tipo de comentario por parte de los feligreses que deje traslucir descontento. De ninguna manera podía hacerse, ya lo acabamos de ver en este escrito tan duro,

26 ADA, ALZ 127. Inventario de 27 de marzo de 1536.Se le menciona como donante de un misal viejo.27 Son oraciones, salmos, etc., que recita el sacerdote al rezar el Oficio Divino.

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donde se deja traslucir todo el malestar del vecindario, pero no se atreven a exponer los motivos que les mueven a ello.

Derivando hacia cuestiones numéricas es de destacar el elevado número de curas que ostentaron la tenientía de la parroquia, casi cuatro decenas28 y a la vez el poco tiempo que la ocuparon, según denuncia la media que alcanzan (4 años y ocho meses). De momento ese puede ser un claro indicio de lo poco solicitada que estaba la parroquia, ya que no tenía el tamaño suficiente como para colmar las aspiraciones, -religiosas se supone-, de los sacerdotes. A su vez denota falta de satisfacción en cuanto a su grado de compenetración con la feligresía, partiendo de la premisa que considera que un cura a disgusto procuraría abreviar su estancia al máximo mientras que el bien integrado, por el contrario, lo alargaría todo lo posible para disfrutar de todo lo bueno que le hicieran sentir sus feligreses.

Tabla nº 10.La estancia de los curas en la parroquia.1653-1793.

Períodos nº de curas %Menos de dos años 13 43De dos a cinco años 6 20

Más de cinco 11 37 Fuente: Elaboración propia

De los curas, 15 eran religiosos regulares que procedían de los vecinos conventos de agustinos y franciscanos de Alcaraz. El resto, hasta completar los 39 de que tenemos conocimiento antes de 1793, figuran como licenciados. Unos y otros se van alternando según la voluntad del Arzobispo de Toledo, que tiene la prerrogativa de su designación, de manera que hasta 1718, los frailes que vinieron eran casi todos observantes de la regla de San Agustín, en tanto que a partir de esta fecha son relevados por los religiosos de San Francisco.

Unos y otros se caracterizan por la brevedad en el desempeño de sus cargos, señal inequívoca de que gustaban más de la vida en comunidad que al frente de una parroquia. Los franciscanos no obstante estaban algo más, alguno hasta seis años.

28 Todos sus nombres así como los periodos de su ejercicio pastoral aparecen en el anexo documental nº 2.

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Otra constatación de lo poco apetecida que era la parroquia para la mayoría de sus titulares es el escaso porcentaje de los que murieron en el lugar.

Los años de 1630 a 1632 fueron nefastos para los curas de la parroquia , ya que ese breve lapso de tiempo murieron dos de ellos, Melchior de Coca y Cristóbal Cano. Fueron enterrados en el templo en el sitio reservado a los curas, -el más próximo al altar- y en ambos casos fueron sepultados con ornamentos propios de la parroquia, por lo que al mayordomo de la fábrica se le exigió que cobrara de sus familiares cuatro ducados29 a cada uno, valor de sus indumentarias.

Hacia finales de siglo, se enterró a Andrés García Carrión, que ejerció de cura hasta pocos meses antes. Hay que esperar más de un siglo, para encontrar otro difunto del clero, en este caso Andrés Antonio

del Cerro, al que sorprendió la muerte con sólo 30 años de edad.Son pocos los sacerdotes que se mantuvieron por un

tiempo dilatado al frente de la parroquia y si lo cuantificamos en una década sólo encontramos a estos cinco:

García Martínez Criado 16 añosAndrés García Carrión 14 “Francisco Antonio Sánchez Iglesias 14 “Tomás Flores Cerro 13 “Nicolás Ruiz de Alarcón 11 “

Desconocemos las razones “últimas” de estas largas permanencias, aunque algo debieron influir otros aspectos fuera de los puramente religiosos. Sabemos que algunos, como veremos, tenían intereses económicos en el lugar. García Martínez Criado era natural y a la vez propietario en este lugar, dos motivos de mucho peso.

En los libros de la iglesia, según la manera y el cuidado de llevar la burocracia que les estaba encomendada, podemos vislumbrar algunos rasgos que pudieran aproximarnos a la forma de ser de cada uno de los titulares de la parroquia.

29 Moneda castellana de oro, acuñada hasta finales del siglo XVI. Después se siguió usando pero sólo como unidad de cuenta. Equivalía a 11 reales o lo que es lo mismo, a 375 maravedís.

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Moneda de dos ducados de los Reyes Católicos. Oro.

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La letra y el cuidado en la presentación de los escritos es lo primero que resalta en los documentos. También el vocabulario y los usos ortográficos, aunque entonces no eran obligatorios, ni existía la costumbre generalizada de guardar unas determinadas reglas al escribir.

Notamos la pobreza cultural de algunos eclesiásticos del siglo XVII, llegando en algún caso a un casi analfabetismo en la escritura. Así lo denuncia la anotación del hermano Juan Ramón, fraile mercedario del convento de Úbeda, cuando escribe en el libro correspondiente: “Jerusalén coboró en 30 de disinbere de 1764” Otros disimulan a duras penas la pesadez de la reiteración de los mismos formulismos una y otra vez en los registros sacramentales. En ocasiones abrevian datos, por ejemplo los referidos a los abuelos de los nacidos o bien a las naturalezas de los citados en las partidas. Tanto abrevian algunos registros, que se olvidan de anotarlos, a pesar de las complicaciones que tales olvidos podían acarrearles.

Un olvido de este tipo ocurrió en 1686. El cura que entonces era, Andrés García Carrión, dejó sin anotar el bautismo de Tomás Ballesteros, de El Cubillo, a pesar de que efectivamente lo había llevado a cabo. Cuando llegó el buen hombre pidiendo la partida con el ánimo de casarse, lógicamente, no estaba.

La Inquisición, que en aquellos momentos todavía vigilaba celosa todo lo relativo a la pureza de la fe y a la efectiva pertenencia de todos los vecinos de la monarquía hispánica a la fe católica, se puso a hacer averiguaciones entre los testigos del bautizo. Como se prestaron testimonios que certificaban la administración del sacramento, el asunto quedó zanjado con una leve amonestación al cura.

Se dieron más olvidos con posterioridad, pero en estos nuevos casos actuaron las autoridades ordinarias de la Iglesia. Eran ya otros tiempos. Existe algún caso de inclusión en los libros registrales con retraso admitido in situ por el cura. Pero también lo contrario. En 1800, el cura anota la defunción entre otros de “Joaquín, hombre loco y furioso y atado con cadenas” y al año siguiente vuelve a repetirla casi con las mismas palabras. Y lo mismo le sucede con varios registros más. El cura debió apuntarlos en alguna hojita suelta, los traspasó un día a los libros de defunciones y cuando volvió a ver la nota al año siguiente

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pensó que no lo había anotado sin molestarse en comprobarlo con la simple lectura de unos folios.

En los documentos más antiguos aligeran tanto el trazo que la lectura resulta dificultosa, y no sólo para nosotros, sino también para sus propios contemporáneos; otros tienden a empequeñecer la letra estrujando las palabras y los renglones, con el fin de aprovechar en mayor medida el papel.

Por el contrario, en el siglo XVIII, aparece una letra más pulcra, bien integrada en espacios organizados, trazos regulares y mayor acopio de datos. Este nuevo tipo de letra revela una mayor dedicación por parte de los amanuenses –casi siempre el cura- a este cometido burocrático, y a su través una mayor estima por su significado y en el fondo una mayor cercanía a los feligreses. Nicolás Ruiz de Alarcón, que estuvo de párroco en los años setenta y ochenta debió reunir estos requisitos, además de fiel cumplidor de los mandatos de sus superiores. Queda todavía un pequeño y curioso libro de Matrícula de su puño y letra, de formato delicioso y de aspecto impoluto que seguramente es el mejor documento de esta parroquial de los depositados en el Archivo Diocesano. De su mano salieron además, dos padrones de habitantes de su feligresía de similares características en su composición y de los que hablaremos en otro trabajo.

Asimismo, este párroco es autor del único documento escrito por un vecino de Robledo donde se nos habla de esta localidad30 y de sus aspectos más relevantes, históricos, económicos, geográficos, etc., sin olvidar los referidos a su oficio. Por último, reseñar otro documento curioso, mínimo en cuanto a su extensión -apenas dos folios- pero que es un compendio exacto de la situación familiar y económica de las mozas casaderas, que ya hemos visto. Al parecer fue un encargo efectuado desde el arzobispado de Toledo, al que responde con diligencia culminándolo con una tierna apreciación final: “.....zertifico que todas son de vida honesta...” (Ver anexo documental nº 7)

Una muestra de cariño que se deja ver igualmente en las expresiones de algunos sacerdotes, sin ir más lejos en otro del mismo nombre, Don Nicolás, y de apellidos Gómez Chumillas, cuando de vez en cuando habla de “esta mi iglesia”.

30 Relaciones del Cardenal Lorenzana. 1785. Información sobre Robledo.

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El sustento y la morada de los curas.

Lejos de imaginar al típico clérigo de la época, abundante en carnes y de tranquila vida urbana, el que lo fuera en aquellos tiempos en la parroquia de nuestra atención, debió pasar, al menos en alguna ocasión, por situaciones de estrechez. Y lo que es peor, el culpable –de manera indirecta, claro- de su apurada vida no era otro sino el conjunto de feligreses que tenía a su cargo. O por mejor decir, la exigua cantidad de ellos y es que, la pujanza del vecindario, -ya sea por cantidad o por poder económico- y el bienestar del presbítero, iban indisolublemente unidos.

La tajada más suculenta que obtenía la Iglesia, los diezmos mayores, pasaban de largo por delante del cura-teniente. La décima parte que los lugareños pagaban de los cereales cosechados, de los vinos, de los ganados mayores, iba a parar a las altas y medianas jerarquías. Este capítulo estaba destinado, respetando los porcentajes que a cada uno correspondían, a los titulares de la parroquia de la Santísima Trinidad de Alcaraz, como iglesia matriz, a otros prelados de la comarca, a los del Arzobispado de Toledo, e incluso a la Hacienda Real.31 En 1753 y sólo en trigo, supuso a los aldeanos agricultores un desembolso de unos 1000 reales, unos 25 reales por cabeza.

El teniente cura era acreedor de la totalidad de los diezmos menores y primicias de todos sus feligreses, lo que sin duda era su principal ingreso, así es que en el pueblo, el cura de rebote y el resto de los vecinos de manera directa, todos vivían de los frutos del campo. Dichos diezmos menores consistían fundamentalmente en la décima parte del total de los productos de la huerta que recogía el parroquiano, ya fueran de legumbres, hortalizas, criadillas, nombre más común por entonces de las actuales y socorridas patatas, así como de otros de origen animal como los provenientes del cerdo.

A ello se le añadía otras cantidades derivadas de su servicio personal en las tareas de la iglesia englobadas bajo el término “ingreso y pie de altar”. Sumando todo lo anterior, y

31 ADA ALC. Juan García, morador en el Robledo, recogió en diezmos de trigo, cebada y centeno de Robledo y de El Cubillo 230 fanegas y ocho celemines y dos cuartillos de trigo, 48 fanegas y once celemines y dos cuartillos de cebada y 38 fanegas y 12 celemines de centeno.

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siguiendo lo registrado en la visita de 1739, se le supone a fray Lucas Ferrero, franciscano y responsable de la parroquia, unos ingresos totales de 150 ducados, unos 4,5 reales diarios, muy por debajo de lo que ingresaban como media sus colegas, los presbíteros de Alcaraz.

Aunque poca, esta cantidad era fundamental para el sustento del párroco, de ahí que estuviera presto para su cobro. Ha llegado a nosotros que en 1739, Lucas Ferrero, franciscano y cura teniente pidió que “los habitadores del lugar Horcaxo, me paguen y entreguen íntegramente los diezmos menores, siendo este el único estipendio que se me da” Esta petición se formula ante la intromisión de Joseph de Roxas, vecino de Alcaraz y arrendador de los diezmos, quien pasó por El Horcajo cobrando la mitad de lo que montaba este impuesto a aquellos que eran feligreses de Robledo y la totalidad a los que no.

Se llamó a varios vecinos para hacer averiguaciones y testificaron que eran tradición y costumbre desde siempre en aquella aldea, que aquellos vecinos que eran parroquianos pagaban dichos diezmos al cura de Robledo, en tanto que los que lo eran de otras parroquias, pero tenían sus cultivos en El Horcajo, debían abonar la mitad a la parroquia robledeña por “pertenecer a esta campana” las tierras que cultivaban. Por tanto tenemos, por lo visto, una doble vía impositiva, de una parte, la individual que afectaba a los feligreses en tanto que la que podemos llamar territorial obligaba incluso a los que no lo eran. Este ingreso, que vistas las molestias que se toma el teniente cura no era despreciable, era recogido por una persona que enviaba el cura ex profeso.

En el catastro de la Ensenada se pormenorizan tanto los bienes inmuebles como las rentas que percibían buena parte del clero de la comarca, sin embargo el de Robledo no aparece por lo que no podemos conocer el monto de cada uno de los capítulos de sus ingresos. Esta laguna se puede enmendar de alguna manera con las cantidades que percibe el cura de una localidad de parecidas características en aquellos momentos, la de Masegoso, de parecido vecindario y con similares características.

Al titular de su parroquia se le anotan como ingresos en 175232:- De los diezmos menores....................................... 450 reales.

32 AHPA, catastro de la Ensenada Libro 35/1

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- Por las primicias de dicho curato:18 fanegas de trigo.4 fanegas de cebada.2 de centeno.1 de garbanzos .................................... 414 reales

- De bodas ................................................................100 “- De bautizos ............................................................. 24 “- De entierros .......................................................... 200 “

Suman en total 1188 reales, provenientes en su mayoría de las rentas a la que tiene derecho, siendo la menor parte la que corresponde a lo cobrado por los servicios religiosos, un 27%.

Aplicando los mismos resultados el total de lo percibido por el presbítero de Robledo supone unos ingresos que a nivel local son superiores entre un 60% -100% a la media del vecindario, que rondaba por esos años los 700 reales. Sin embargo hay que hacer notar las fluctuaciones de las rentas del cura, que podían ser mayores en caso de buena cosecha, pero si ocurría lo contrario, la merma lo hacía en la misma o superior proporción. Los únicos seguros, los provenientes de su trabajo en la iglesia, sólo montaban 300-400 reales, insuficientes por sí solos para cubrir sus necesidades.

A comienzos del siglo XIX, encontramos el monto de lo percibido por el cura-teniente Juan Ramírez, quien ante una petición extraordinaria de fondos con los que combatir a los franceses durante la guerra de la Independencia contesta al requerimiento que “por razón de la tenientía de dicho Robledo tengo la dotación de los diezmos menores y primicias de aquellos moradores, que deducidos los gastos me quedan líquidos 2300 reales33”. Una cantidad sensiblemente superior a la antes anotada pero que tiene que devaluarse por los efectos –importantes- de la inflación entre los 60 años que median entre ambos datos. De todas formas se nos antoja una cantidad suficiente para el mantenimiento del cura y de la persona que tuviera para su servicio, que por regla general solía ser una pariente.

La casa donde vivían fue objeto de una donación testamentaria de Ana Hernández, quizá a comienzos del siglo

33 Completaban los ingresos de este cura:”…una capellanía, cuyas fincas se hallan en el término de Munera que su producto anual deducidas cargas asciende a 1100. [...]Más de la administración de estos frutos me resultaría de ganancia líquida 500.” Declaración de 21 de julio de 1812.

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XVII, con la única condición de que tenían que repararla a costa de la iglesia. La casa era de las mejores en aquellos momentos a juzgar por contar en vida de la donante con alguna servidumbre. En el catastro de la Ensenada se indica que “la fábrica de la Iglesia de el lugar Robledo posee una casa de morada en dicha poblazión con quarto vajo principal, lo alto es cámara a sólo texa, su frente quatro varas y su fondo seis, linda con casas de Francisco Gómez....”

Muy posiblemente estaba situada en la calle Veracruz, ya que al solar que existió hasta hace pocos años se le denominaba, “la casa del cura”.

En ella encontramos, como es natural, objetos específicos de su oficio, esencialmente libros, situados en su bufete correspondiente, además de otros más singulares como “un sombrero forrado”, -el típico del clero de aquellos tiempos- o “un velador para estudiar” y poco más.

Un agricultor más.¿Cómo juzgar su quehacer diario si nada se nos dice en los libros parroquiales?Con mucha diferencia, su ocupación más constante a lo largo del tiempo no era la atención a los vivos sino más bien el procurar la salvación de los muertos y a ellos dedicaban cada año cientos y cientos de ceremonias. Tantas que en algunos momentos los vicarios miraron y contaron escrupulosamente las misas efectivamente oficiadas porque el abultado número podía fácilmente camuflar el incumplimiento de algunas de ellas a la vez que criticaban y castigaban -así estaba estipulado en las constituciones sinodales- la audacia de algunos curas que, tomando como excusa la alta demanda de sufragios y la imposibilidad de atenderlos de manera individualizada, pretendían que una misma misa sirviera a la intención de varios difuntos.

La llegada periódica de las vacas flacas forzó a algunos de los sacerdotes a buscarse unos ingresos extras, y como en una comunidad totalmente agraria no había otras fuentes de riqueza a mano, decidieron convertirse en un labrador más, sin descuidar de paso, lo relacionado con el ganado.

El siglo XVIII es generoso en ofrecernos casos de curas-labradores. Los nombran con ocasión de los contratos de las

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tierras de la iglesia, de las cuentas de los frutos y también de los pleitos a los que se veían abocados cuando las cosechas escaseaban y había que hacer frente a las deudas.

De Andrés García Carrión, conocemos por ejemplo que allá por 1698, rompió un prado y lo cultivó durante años, hasta que se supo, que pertenecía a la parroquia. Posiblemente el cura quiso apropiárselo, dado que en un principio no aparecía su dueño, hasta que intervino el vicario para aclarar el asunto. El veredicto no sólo le quitó la razón y el prado, sino que también le condenó al pago de 100 reales por las deudas contraídas en calidad de arrendamiento.

Eugenio García Rojo, que era natural de Povedilla, no contaba con muchos ingresos en su familia por lo que lo vemos muy activo en distintos negocios de los que deja rastro en los notarios de Alcaraz. Por un documento reconoce deber a Antonio de Escobar Sandoval de Alcaraz “el trigo y cebada por mitad que montaren doscientos reales, que recibió de Don Antonio”34, El año siguiente se comprometió a su vez a devolver 350 reales a Esteban López Maldonado de Alcaraz a pagar en Nuestra Señora de agosto35 que había recibido para invertirlos en labores agrícolas, como la deuda de 100 reales al pósito mayor de Alcaraz de trigo que “que confesó haber recibido por manda de Andrés López Risueño, su mayordomo....”

El cura Joaquín de Aguilar era ganadero en sus ratos libres, sobre todo de ganado vacuno y de cerda, de lo cual tenemos constancia, aunque no se le tuvieron quejas.

Otro ejemplo, del que es protagonista otro ministro del clero, acontece poco antes, siendo el afectado Tomás Flores Cerro, quién por las vicisitudes que acechan a los agricultores se vio sorprendido por la escasez, y poco después tampoco pudo escapar de las garras de la muerte, por lo que sus sucesores tuvieron que hacer frente a una deuda, nada despreciable, de 45 fanegas de trigo con el pósito del lugar.

Desde luego la deuda fue abonada por su hermano, vecino de Munera, pero en el proceso se procedió al embargo de sus bienes, y de ahí nos llegan los detalles de todas las posesiones muebles y raíces de un típico hombre del campo, aunque en este caso no lo fuera a tiempo total. Tenía al parecer:

34 AHPA. Leg. 234. Protocolo notarial de Juan Lozano de Alcaraz (1664)35 Id.(1665)

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“Dos fanegas de trigo de sembradura en una haza en la vega de este lugar junto al camino del Cubillo.

Otras dos fanegas de trigo de sembradura en una haza en la Nava.

Otras dos fanegas de trigo de sembradura en las huertas propias de la iglesia de este lugar.

Fanega y media de sembradura de cebada en otra huerta de dicha iglesia.

Una haza de tierra propia de dicho difunto (el cura) de caber dos fanegas de sembradura para trigo.

Una fanega de sembradura para escaña que se halla en dicha haza.”

Se trata de parcelas de más calidad que la media del término, unas de su propiedad, pero la mayoría no y más concretamente de la fábrica parroquial, que dedica principalmente al cultivo del trigo, sin descuidar otros cereales como la cebada o la escaña. Y para asegurar un buen rendimiento les dedica tres fanegas y media de terreno de regadío. A los reseñados había que añadir los cultivos típicos de huerta, de los que tenía almacenados “ochenta arrobas de criadillas”.

Para desarrollar su labor se valía de “una mula roma de pelo rojo y edad cerrada y de una pollina, pelo pardo de seis años”. En esto era el cura un propietario afortunado; la mayoría debía utilizar como animal de tiro a los bueyes, cuyo rendimiento era sensiblemente menor.

Era también el amo de “cuatro reses de cerda, los dos de ellos primales, macho y hembra y los otros dos de agosto pasado, también macho y hembra.”

Al final del proceso y en pago del trigo adeudado se le embargaron cinco fanegas de trigo sembrado, una mula, una porción de criadillas y otros bienes de menor valor.

Pero con anterioridad, las cosas debieron ser peores. El hecho de que los feligreses trabajaran en el pegujar del cura, nos lleva a pensar que esa sería una práctica voluntaria por parte de los vecinos, que mediante su trabajo desinteresado, pretendían suplir los escasos ingresos directos que el párroco recogía.

Los sacristanes.

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La del sacristán es una figura importante en el correcto funcionamiento y estado de la parroquia. A él le corresponde todo lo que toca a la apertura, clausura, limpieza, y custodia de los ornamentos, joyas y demás enseres de la iglesia. Cada elemento que sea necesario para el culto tiene que estar proveído y en su sitio.

Debía asimismo actuar de ayudante en las distintas actividades pastorales que el cura llevaba a cabo. Eran las tareas más gratas y de las que podía obtener algunos maravedís36 en concepto de limosna.

Así, por su colaboración dentro de la iglesia, el cura, de lo que percibía, le daría una pequeña ayuda. De su colaboración fuera de la iglesia recibía donativos por parte de las familias y de las cofradías con motivo de entierros y procesiones respectivamente. Y poco más, que se concreta sólo en el caso de Andrés de Moratalla en 1723:

“Tiene de salario, que le da la iglesia 6 ducados y la tercera parte del producto de los entierros y todo el producto de esta sacristía llegara a 20 ducados , y sin embargo canta decentemente los oficios y trata la iglesia y sus vienes con aseo. Sus costumbres son buenas.”

Entre los más antiguos que tuvieron que soportar estas penalidades figura como primer sacristán con nombre conocido, Juan Artesero. Juan Clemente lo fue durante un buen puñado de años, habiendo comenzado su labor antes de 1632. Después le sucedería Nuño Lucas, que murió ahogado en 165537 y Antonio García, que desempeño el oficio por poco tiempo, al igual que Andrés de Moratalla, el primero de este nombre que ostentó el cargo.

En 1670 tuvo esta responsabilidad Juan de la Vecina, y otro Andrés de Moratalla “persona yntelixente” a decir del vicario, y otros cuantos más, que sería prolijo detallar.

En la parroquia era este un oficio netamente vocacional, al menos en sus primeros tiempos. El sacristán movido por su devoción, lleva a cabo su cometido de manera altruista en los ratos que su ocupación principal le deja libre, sin recibir casi

36 Moneda castellana de cobre o vellón. Su valor, a finales del siglo XVI era equivalente, grosso modo, a cinco pesetas del año 2000 o 0,03 euros actuales. La acuñación de menos valor, el medio maravedí recibía el nombre de blanca, de ahí el refrán.37 Con motivo de su entierro se dice de este sacristán que era “muy pobre”

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nada por ello. La parroquia no tenía gastos por este concepto pero tampoco contaba con un servicio satisfactorio, de ahí que a menudo las autoridades eclesiásticas se lamenten de su trabajo o le recuerden sus obligaciones: que “tome por su quenta y tenga cuydado dencender la lámpara y limpieça della” se le dice en 1603. La limpieza de la iglesia es el cometido del sacristán en que más se fijan cuando llegan las inspecciones. Frecuentemente, y con razón, el estado de la iglesia es calificado de “yndezente”, conminando al cura y sobre todo al sacristán a mejorar el aspecto interior del templo. El voluntarismo que llevaba aparejado el oficio actuaría de atenuante para que el visitador no llegara más lejos. Pero no todos los visitadores eran tan comprensivos. Años después, ante la persistencia de los defectos, “le multaba y multó a ducientos maravedís...”dado que “en los rincones altos y bajos, ay cantidad de telarañas [siendo] a cargo del sacristán su limpieza“

Pero además de vigilar lo material, tenía que encargarse de tareas tan llamativas como impedir por todos los medios a los religiosos que aparecían de vez en cuando a pedir limosna que lo hicieran fuera de las fechas que tenían permitidas. Igualmente no debían permitirles de ninguna manera que celebrasen misa. Si otra cosa consintieren, se les amenazaba no sólo con multa de cuatro ducados, -las ganancias de otros tantos meses-, sino con proceder criminalmente contra ellos38.

Las exigencias cada vez eran mayores y los incumplimientos penalizados con más severidad, prueba evidente de que ya por este tiempo el sacristán cobraba de manera regular por su trabajo en la sacristanía, algo que no sucede sino bien entrado el siglo XVIII, en que se comienza a remediar en algo su situación. La autoridad ordena entonces que se le asigne como sueldo anual la exigua cantidad de seis ducados, que visto lo corta que era, se incrementa poco después en la mitad hasta alcanzar los 98 reales. Uno de los primeros en cobrar fue Francisco Viana. Nuevas mejoras se sumaron con el tiempo; la sotana y sobrepelliz que vestían, se les dio de balde.

Con todo, a finales de siglo se le ordena al mayordomo de la fábrica que incremente en dos ducados la paga al sacristán, por “no tener más que 10 ducados y no tener suficiente para su alimento”.

38 AHPA, sección clero, caja 3, expte. 7. Circular del vicario a las parroquias del partido dando cuenta de que no permitan pedir limosna a los religiosos fuera de los días establecidos para ello. Alcaraz Septiembre de 1767

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Esta penosa situación fue, por lo que hemos visto, crónica, por lo que no tuvieron más remedio que asegurar su sustento con otras actividades a tiempo parcial. Los foráneos, a labores relacionadas con la enseñanza y la escribanía. Los locales, posiblemente ya disponían de alguna propiedad o cabeza de ganado de la que sacar provecho.

CAPÍTULO 3. EL EDIFICIO DE LA IGLESIA.CAPÍTULO 3. EL EDIFICIO DE LA IGLESIA.

Una nave sin embovedar.

El actual templo parroquial es un edificio extrañamente pequeño dado el vecindario que en el siglo pasado llegó a tener el municipio, sin embargo es muy parecido al que hubiéramos encontrado en las postrimerías del siglo XVI, cuando apenas sumaba el vecindario poco más de cien personas. La iglesia tenía más de ermita que de iglesia parroquial.

No hay, dada la pobreza documental, ninguna descripción ni referencia clara que nos permita hacernos una idea aproximada de las hechuras del templo, sólo esta lacónica frase de 1723: “lo material de esta iglesia es una nave sin embovedar”. A pesar de la escasez informativa, las continuas referencias a sus distintas partes que aparecen en los libros de la iglesia, nos dan pie para lanzar algunas conjeturas.

En esos momentos iniciales de nuestro estudio, se llevan a cabo unas importantes obras que afectan a las partes más importantes de la iglesia tras la eliminación o caída de parte de la techumbre. Los numerosos remiendos posteriores que afectaron sobre todo a su aspecto externo, muy poco a su estructura, lograrían tenerla en pie hasta el año 1895 en que se vuelve a levantar sobre el mismo solar, según reza la placa que hay en la parte superior de la actual puerta de entrada. Esta reedificación no se refiere a un nuevo templo con trazas distintas del anterior sino que, a nuestro entender, vino a ser más que otra cosa, una restauración a juzgar por los escasos cambios que se llevan a cabo.39

39 La reedificación se hizo por extrema necesidad a juzgar por los comentarios que el cura Justo Yofres hizo llegar a sus superiores cuando escribió que “el templo de mi cargo, se encuentra en total estado de deterioro y ruina, que apenas puedo desempeñar las funciones más precisas de mi cargo y esto lo hago a la entrada de la iglesia y esto con bastante esposición de la vida y de los pocos feligreses que asisten por este motivo”. Esto fue en febrero de 1879. Todavía

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Placa de la reedificación de la iglesia40

Era el típico templo de los pequeños lugares del siglo XVII: constaba de una única nave longitudinal, más bien corta, rematada en una cabecera cuadrada que en sus inicios debió albergar una bóveda de crucería, que quizá se repetía –aunque de menor tamaño- en un espacio anexo que era la capilla mayor. A los pies de la iglesia, faltaba la torre y su función la desempeñaba una pequeña espadaña donde se alojan las campanas, situado justo encima o al menos, muy próxima a la puerta de entrada, a la que en los años iniciales se le da cierto empaque con la traza de un arco, con pilastras e impostas de piedra de sillería. El resto del edificio, por el contrario, está construido con muros de mampostería , a excepción de las esquinas de la cabecera –luego también las de la torre- donde se ubican piedras ligeras y toscamente talladas y sobre todo en el arco, un arco formero, de buena factura, que separaba el presbiterio del resto de la iglesia. Su derrumbe y consiguiente reparación dejó huella en el exterior

pasarían unos cuantos años más hasta que le hicieran caso. ADT, Reparación de templos, Alb. 1, Expte. 50, 1879.40 La placa reza así:

IGLESIA DE NTRA. SRA. DE LA CONCEPCIÓN.Se reedificó y restauró por los feligreses que se relacionan en memoria que se conserva

en el archivo parroquial a iniciativa del celoso, emprendedor y virtuoso cura,D. ANTONIO GARRIDO RODRÍGUEZ.

AÑO 1895.

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donde se dejan ver las diferentes alturas de los espacios que delimitaban el interior.

La iglesia a pesar de su humildad era, con mucho, el edificio más notable de la localidad. Ningún otro le hacía sombra, ni en el sentido figurado ni tampoco en el físico, puesto que estuvo en toda esta época totalmente separada del caserío. Este aislamiento parecía evocar cierto despego respecto al vecindario, estampa tan distinta de la que podemos observar en numerosos pueblos donde las casas se apiñan alrededor de los templos, como buscando su protección.

Aunque algo apartado, parece ser que era un sitio muy concurrido en todo momento por la gente. Unos se reunían allí para charlar tranquilamente sentados en el cerco que había junto a los muros. Otros transitaban por allí, siguiendo el camino que les llevaba a las huertas. En el verano, junto a la iglesia, discurría el trasiego continuo de personas que en las eras próximas llevaban a cabo las faenas típicas de ese período de año. Era lugar predilecto también para los niños, que en la explanada delantera de la iglesia, aprovechaban su empedrado como escenario plano y sin obstáculos para el desarrollo de algunos de sus juegos.

El siglo XVII. Los primeros arreglos.

La primera cuenta de fábrica nos avisa de que, hacia 1600, la iglesia se hallaba en proceso de remodelación parcial. Como no tenía adecentada completamente la capilla, el Vicario y visitador de Alcaraz en su visita a la parroquia dejó escrito “que se allane e hinche de tierra fasta la mitad o terçia parte de la primera grada del altar mayor”. Pero además señala que “la iglesia ha muchos días que tiene necesidad de pasar adelante con el cuerpo della”.

De lo dicho, se nos ocurren dos interpretaciones distintas. Una apunta a que la iglesia se encontraba en un proceso de renovación de cierta envergadura que afectaba a buena parte de su estructura. La primitiva iglesia ya tenía unas cuantas decenas de años y si a eso le añadimos su poca calidad de factura, llegado el siglo XVII es posible que necesitara una reparación a fondo. Al mismo tiempo se llevaría a cabo la pequeña ampliación que supone el añadirle una capilla.

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Otro supuesto podría llevarnos a pensar que efectivamente se trata de una iglesia totalmente nueva que se halla en pleno proceso de construcción. La antigua, que estaba en otro lugar, más cercano a las casas se hallaría en la más completa ruina desde algún tiempo antes.

Sea como fuere, encontramos el templo parroquial justo en el momento en que su parte central está pendiente de mejoras. De ellas se ocupa, al parecer, Juan de Munera, cantero de Alcaraz, quien a partir de 1601 va a trabajar en las obras de la iglesia, aunque no conocemos los términos de su contrato.

Las primeras labores consistieron en retejar y levantar un tabique de madera y cal, además del gasto en clavos y mano de obra de los oficiales. Incluso se anota lo que se gastó en darles de comer, lo que pone de manifiesto la participación voluntaria de los feligreses.

Juan de Munera y las urgencias.

La primera noticia que tenemos de este personaje se nos ofrece en las cuentas de 160141, cuando en una nota marginal posterior a las cuentas que se ajustaron ese año, se anota:

“Tiene recibidos Juan de Munera el viejo ochoçientos reales para en quenta de la obra y su hijo Juan de Munera como heredero y en nombre de los demás herederos hasta treçe de setiembre de mil seisçientos y uno dozientos seis reales. Téngase en quenta de poner en número siempre a las quentas lo que falta para cumplir en que esta rematada la obra.

-Treinta y çinco reales que tiene llevados el dicho Munera.

-Diez y ocho reales a quenta de los otros.”Este Juan de Munera, pertenece a una familia de larga

tradición en su oficio de cantero y en esta comarca42. Pretel Marín43 nos habla del primero de la saga poco después de transcurrida la primera mitad del siglo anterior. La llegada a

41 Figura en el apéndice documental con el nº 1.42 La aparición del segundo de la familia, que llevaba el mismo nombre, tiene lugar a finales de la década de los años 80, de manera que cuando llega el cambio de siglo y vienen a trabajar al lugar de Robledo Juan de Munera el Viejo y Juan de Munera el Joven, este sería el tercer representante de la generación de canteros homónimos, a no ser que nos encontremos ante un maestro de larguísima carrera, con 50 años o más en el oficio.43 PRETEL MARÍN, A., Alcaraz en el siglo de Andrés de Vandelvira, el bachiller Sabuco y el preceptor Abril. (Cultura, sociedad, arquitectura y otras bellas artes en el Renacimiento) , I.E.A., Albacete, 1999.

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Alcaraz pudo deberse a la eclosión de obras de nueva planta y de remodelación, todas bajo el nuevo estilo renacentista, que se llevaron a cabo en la Plaza Mayor, así como en otras obras civiles y religiosas realizadas a lo largo del siglo XVI, y que tanto lustre y visitantes aportan a la vecina localidad.

El inicio de su trabajo debió producirse entre el mes de abril, fecha de la toma de las cuentas y la anotación referida, que es del mes de septiembre. El contrato se hizo, al parecer, con Juan de Munera el Viejo, quien cobra las mayores cantidades. La mención de sus herederos da noticia del fallecimiento del mayor de la saga en el transcurso de esos meses de verano.

En total se acredita el pago de 1059 reales que se fueron abonando conforme se iban desarrollando el grueso de las obras contratadas. Estas prosiguieron aunque por muy poco tiempo. En 1603 se da cuenta del abono de otros 281 reales para Juan de Munera con lo que presumiblemente se le terminó de pagar lo acordado.

Bien pronto se interrumpen, no por gusto de los lugareños sino porque las arcas no dan para reparos de más envergadura, a pesar de lo necesitado que andaba el edificio.

En los años siguientes sólo se van a acometer obras de emergencia, sobre todo para tejar y retejar algunos trozos de tejado, que sin embargo no pueden impedir que buena parte de la cubierta se venga abajo. En 1616, cuando el vicario revisa el avance de las obras y ve el estado de la iglesia “mandó a los veçinos del dicho lugar, prosigan con la obra de la dicha iglesia, por estar descubierta e indeçente del modo que está, poniendo toda diligencia y cuidado en la prosecuçión de la dicha obra con todos los medios necesarios, con aperçibimiento que su merced les hace como les hiço desde el altar el día de la visita que no edificando se consumirá el Santísimo Sacramento”. Si el sagrario, el punto de mayor devoción y cuidado se encontraba con telarañas, mucho polvo, con corporales sucios… ¡Como estaría el resto de la iglesia!

Llegados a esta extremada situación había que tomar una determinación rápida. O se arreglaba, -gracias a lo que quisieran donar los feligreses- o se hundiría definitivamente.

Esta disyuntiva apremiante no era exclusiva de los robledeños. El mismo problema tenían en la vecina parroquia de El Cubillo, pero con una posible solución aún más complicada:

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al ser menos los contribuyentes su aportación debería ser sensiblemente mayor.

Nada pudieron hacer al respecto los cubilleros , salvo poner algún pequeño parche mientras esperaban alguna solución milagrosa, que no llegó. Pocos años después, avanzada la década de los veinte, quizá comenzada la de los treinta, la iglesia de El Cubillo se vino abajo. Aún así no se perdieron todas las esperanzas. Los bienes parroquiales se trajeron momentáneamente a la iglesia de Robledo en tanto se arreglaba. Pero ya no regresaron, señal inequívoca de que la pequeña iglesia, que quizá sería de la advocación de Santa Quiteria, no volvió a resurgir.

La de Robledo, corrió mejor suerte. El esfuerzo económico de unos cuantos vecinos, los más pudientes, las nada desdeñables aportaciones del cura y una coyuntura propicia como fue la extraordinaria cosecha que se pudo recoger en 1617, completaron una suma suficiente.

Enseguida y sin remisión comenzaron las mayores obras emprendidas en la parroquia. Juan de Munera vuelve a trabajar en ella, seguramente en una nueva puerta de acceso a la que enmarca con alguna distinción y para ello trae piedra de Alcaraz y sobre todo de la sierra, de mayor calidad, para la hechura. A la vez trabaja en el tejado. Pero no es el único especialista en el tajo. Allí intervienen como carpinteros Juan Franco y Diego Fernández que se quedaron con el remate de la obra destinada a cubrir la iglesia.

Los trabajos programados se realizaron sin ningún tipo de problemas hasta que Juan de Munera presentó unos gastos añadidos, por valor de 350 reales por encima de lo presupuestado. No conocemos si actuó por su propia cuenta en las mejoras o si por el contrario se hicieron tras el visto bueno de la parroquia. Sea como fuere, se quejó al vicario de Alcaraz, quien exigió al mayordomo de la fábrica, que por entonces era, el ya aludido, Miguel de Ortega, que le abonara lo que decía. Este argumentó que la iglesia no disponía de ningunos fondos. La resolución del conflicto se nos escapa pero es probable que influyera en que el mayordomo diera con sus huesos en la cárcel de Alcaraz, donde se dice que estaba en el año 1621.

Con este triste epílogo se pone fin a los meses de más frenética actividad de albañiles en la localidad, que dejan la iglesia en un estado que podemos calificar de aceptable, aunque

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incompleto. Sin embargo se acabaron los dineros y se hubo de hacer un obligado punto y aparte.

Añadidos y reformas.

Comienza entonces una nueva etapa en la que los afanes de la comunidad se orientan más que nada a labores de mantenimiento del templo mediante pequeñas pero continuas reformas, con la única salvedad del levantamiento de una torre –que antes no tenía- a comienzos del setecientos. Esta fase de languidez en las obras sería la tónica dominante hasta la llegada del siguiente periodo de estrecheces económicas en las arcas de la iglesia, allá por mediados del siglo XIX, momento este en que la institución local se ve privada de la mayoría de sus bienes, lo que irremediablemente se va a dejar sentir sobre todo en la iglesia hasta un nivel de deterioro tal que sólo se pudo corregir con una nueva reedificación del edificio.

Pero vayamos algo más despacio y retomemos las obras en el punto que las dejamos antes.

La tranquilidad que sintió el vecindario- coincidiendo con la subida al trono de Felipe IV (1621-1665)- duró poco. Lejos ya los presupuestos faraónicos y en vista de la época de crisis que atravesaba el reino en general y en mayor medida los parroquianos, sólo era posible rematar las reformas pendientes al ritmo de las disponibilidades pecuniarias de cada momento.

Una obra mediana, de casi 600 reales de monto, se emprende ahora. Esta cantidad se destina a la compra de distintos materiales: cal, arena, yeso, su transporte hasta el lugar y al pago del salario de los oficiales que la realizan. Unos y otros parece que se dedicaron al enlucido y remate de buena parte de los muros que se habían levantado con anterioridad.

Posiblemente con esta se acaban las obras “imprescindibles” y se comienza a pensar en un mayor adorno del templo. Por esos años se decide trazar un arco que sirva de transición entre la capilla y el altar mayor. Un arco de piedra pero no de sillares, una cosa sencilla.

Se suceden entonces varios decenios en los que las obras pierden el protagonismo y el peso que antes habían tenido en las cuentas. Sin embargo es preciso de vez en cuando efectuar las consiguientes reparaciones en el templo. Se llevan a cabo labores

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de retejado, pequeños enlucidos, encalados rutinarios, arreglos en ventanas, en puertas y un corto etcétera. Son labores fastidiosas por repetidas pero que cuentan con la ventaja de no ser demasiado costosas y de poderlas afrontar utilizando mano de obra local, más barata y accesible44.

De entre todos los arreglos periódicos y de escasa entidad que se dieron vamos a detenernos un poco en un elemento, que por la endeblez estructural de la iglesia, dio más quebraderos de los debidos: las campanas. Primeramente se da noticia de problemas en cuanto a su sustentación, y eso que no eran ni muchas -tan sólo una- ni pesadas, sino todo lo contrario. Se intentó una solución local, pero no tuvo éxito. No había entre los vecinos nadie capaz de solventar este mínimo problema constructivo. Se hubo de echar mano a alguien de fuera y la solvencia necesaria se encontró en una conocida estirpe de canteros de Alcaraz, viejos conocidos de esta comunidad. Uno de sus miembros, Pedro de Munera, es quien soluciona el problema. Pero ahí no acaba todo: arreglado el continente -el murete de la espadaña que la albergaba-, se estropeó el contenido, es decir la campana. Nuevo desmontaje y envío para su reparación fuera del vecindario. Y no fue la única vez. Hubo muchos más quebraderos de cabeza ¡y de campana!

A partir de mediados de siglo la iglesia tiene unos ingresos mucho más cuantiosos y presenta alguna liquidez. Es el momento de reparar también otras pertenencias de la iglesia que habían quedado en un segundo plano. Había que cuidar y mucho la principal fuente de ingresos, que no era otra, sino la huerta de la iglesia. Era preciso tener en perfecto estado las acequias y buceras para asegurar el riego. Tampoco se descuidaron otros aspectos como el de levantar y luego reparar cuando fuera necesario una pared de piedra, un cercado con el fin de evitar el acceso de animales dañinos provenientes del monte, con el que alinda por su lado sur. Y una pequeña casa donde guardar aperos y guarecerse las personas por la noche o con la llegada de las inclemencias.

Estos son años más difíciles del vecindario. Son pocos y en una situación muy complicada de manera que no hay siquiera un albañil en la parroquia para hacerles frente. Aún tratándose de pequeñas faenas -, enlucir con cal el arco que se había hecho tiempo atrás o el retejado de la iglesia se tuvo que acudir a un

44 Entre los oficiales de la localidad se cita en la cuentas de 1633 a Juan Izquierdo, quien procedió a retejar la iglesia y otros pequeños reparos.

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trabajador forastero, más concretamente a Juan Fernández Portugués.

Sin embargo, el templo todavía arrastraba algunas carencias importantes que hasta entonces se habían obviado, como era la falta de sacristía y coro. Visto por el vicario en 1655 lo consideró inadmisible y mandó con urgencia y a toda costa acondicionar un espacio en el cuerpo de la iglesia como sacristía “dentro de dos meses”. Sin embargo la imposibilidad de reunir el suficiente dinero -a pesar de los acopios extraordinarios e impopulares que se habían mandado hacer45- aplazó su factura, hasta que con el tiempo y con una mayor imposición de la autoridad eclesiástica -que mandó destinar a este fin “lo que rinda lo de la iglesia este agosto del 59”-, se pudieron levantar los tabiques correspondientes.

La parroquia se centra después en el arreglo de las casas propias de la iglesia que estaban situadas en el casco urbano. Eran casas muy modestas, algunas tanto que no había merecido la pena gastar dinero en ellas y por eso estaban derruidas. Habían llegado a poder de la fábrica gracias a las donaciones efectuadas por personas que sólo contaban en su patrimonio con la casa que habitaban. Ni contaban con familia ni con mayores bienes.

Son al menos seis las casas de las que tenemos noticia que fueron objeto de donación a la parroquia, aunque el fruto que de ellas se obtenía era escaso, descontada la que estaba habitada por los curas, aunque no por todos. Esta falta de productividad se procuró remediar al menos en parte y por ello se arreglaron dos de las viviendas, primero la casa que la iglesia tenía en la huerta y después la casa de la fábrica, “do vive Mateo López”.

Aparecieron por entonces los primeros problemas con los muertos. A pesar de ser pocos los habitantes enterrados no había suficiente espacio libre en el cementerio de la parroquia, que por aquel entonces era el propio suelo de la pequeña iglesia. Era necesario un lugar para depositar los huesos que, con las continuas remociones del suelo, iban apareciendo.

En 1672, en el arzobispado de Toledo, se diseña un plan extraordinario que de una vez por todas proporcionara al templo la dignidad que merecía mediante la agregación de los espacios de los que carecía y la reparación de otros que ya tenía, pero en un estado precario.

45 Fueron obligados a contribuir otras instituciones locales con 200 reales cada una. Pedro Llorente al frente del Pósito de pobres por un lado y el concejo del lugar por otro tuvieron que librar esas cantidades como ayuda de costa.

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Con un presupuesto de 6000 reales y tras la almoneda de rigor se llegó a un compromiso con Bernardo Grimaldos de Mota, albañil de El Bonillo” para que llevara a cabo las obras. En ningún momento se llegan a especificar pero nos atrevemos a decir que el asunto principal era la construcción de nueva factura de una estancia para sacristía adosada al muro de la iglesia. Además y entre otros reparos menores el alarife se comprometió a “açer el arco toral por ser muy delgado el que oi de presente tiene y estar quebrado que neçesita de que tenga otro tanto de grueso como oi lo demuestra el que tiene, porque carga una parte del estrivado de la capilla, a que neçesita dicho arco de toda esa fortaleza; lo mesmo ago mejora en açer un osario para recoger los huesos de los difuntos que andan perdidos por los suelos por ser de necesidad y lo ago el dicho osario con sus almenas y cruces por encima…”46

Ambos espacios añadidos –sacristía y osario- se levantaron en el muro norte de la iglesia, a continuación del que ya existía: la capilla mayor.

Con los años también se arreglan los exteriores y sobre todo los accesos a la entrada de la iglesia, justo en el lado contrario de la actuación anterior, esto es en el lado sur. Francisco del Castillo es el encargado de empedrar el pórtico de la iglesia mientras que Antonio Fernández Carpintero enluce la pared del coro.

Con la llegada del siglo XVIII una nueva empresa se acomete para dar alguna prestancia al templo, que buena falta le hace. Llega un momento largamente esperado por la comunidad porque… ¿qué es una iglesia sin su correspondiente torre?

El albañil encargado de su levantamiento es Francisco del Castillo, vecino de Alcaraz, quien cuenta “con la ayuda de los vecinos”. Conocemos la participación destacada de uno de ellos, Matheo López, -ya citado anteriormente-, quién al parecer hizo una calera para la dicha obra.

Se erige a los pies de la iglesia y en su parte central, y se le comunica con el coro mediante una puerta, según consta en 1701. Faltó dinero y se tuvo que recurrir al pósito de obras pías del lugar, que en aquel momento “se hallaba con mucho caudal”. Su aportación, de 245 reales, además de ser motivo de gran disgusto para el mayordomo del pósito de aquel momento,

46 ADT, Reparación de templos. Alb. 1, Expte. 13, 1674.

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sirvió para comprar cal, yeso y teja. No fue suficiente pero al menos sirvió para dejar bien avanzada la torre.

En 1704, con la factura y colocación de la puerta de la torre, , se da por concluida esta empresa, a la que sigue una serie de reformas en las distintas construcciones que estaban bajo la responsabilidad de la fábrica de la iglesia, haciendo especial hincapié en arreglar y tener habitables las casas de labor propias de la iglesia, que aparecen citadas con asiduidad.

Únicamente podemos reseñar como novedades constructivas en el último medio siglo de nuestra atención el levantamiento de una pared en el osario, y en la capilla mayor la apertura de una ventana mayor y su defensa mediante una reja apropiada.

La sacristía por su parte, también fue objeto de parecidas reformas allá por 1788.

La financiación de las obras.

El montante de dinero utilizado en todo este proceso salió de los haberes de la fábrica de la iglesia que lo fue pagando conforme se iban realizando los trabajos. O mejor dicho, los trabajos se iban realizando conforme se iba reuniendo el dinero necesario. No hubo al parecer ningún proyecto sustentado en una financiación a largo plazo. Ni siquiera se pudieron realizar obras de alguna envergadura de una sola vez. En todas fue preciso llevarlas a cabo en sucesivas etapas, en procesos de varios años de duración. A veces muchos.

En el periodo de mayor poder de la Iglesia en España, aquel en el que se levantan catedrales en numerosas sedes episcopales, se engalanan templos por aquí y por allá con los mejores retablos y se proveen de todo tipo de enseres de alta calidad artística, nos encontramos que las parroquias pequeñas atraviesan continuas dificultades, y eso que sus obras son casi siempre, de escaso presupuesto.

El completarlo, el reunir los dineros necesarios, casi nunca resultó fácil. Las comunidades parroquiales eran totalmente independientes a la hora de financiar sus necesidades, por lo que, el dinero en todos los casos debía salir de la feligresía, bien a través de aportaciones individuales –las menos- bien mediante donaciones por parte de las “instituciones” de la localidad. Son muchas las veces, en la segunda mitad del siglo XVII, en las

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que la ayuda, impuesta por la autoridad eclesiástica, proviene de una de ellas,- la principal a estos efectos-, el Pósito de pobres o alhorí menor de granos, situado en Robledo. Y así lo reconoció un cura cuando asegura que “si del pósito de pobres no se oviera ayudado estos años, no era posible el que pudiera sustentar la iglesia sus gastos”47.

¿Cómo es posible que el vicario de la zona disponga a su voluntad de los bienes de una institución privada fundada por un seglar y que persigue una finalidad completamente civil? En su descargo el religioso diría que la intención primera y principal de la fundación de esa obra pía, era la de ayudar a los hermanos por amor a Dios y por invitación de la Iglesia; justo lo mismo que se conseguía al hacer sus donaciones a la fábrica de parroquia.

Incluso el concejo de la aldea se vio obligado en alguna ocasión- también por imperativo eclesiástico- a proporcionar ayuda a las necesidades de la Iglesia48, lo cual era causa de gran asombro visto el exiguo presupuesto que esta institución siempre tuvo. Pero… ¿por qué disponía el visitador de bienes sujetos única y exclusivamente a la jurisdicción civil?¿Abuso de poder por parte de la autoridad religiosa? ¿Intromisiones involuntarias? ¿Desconocimiento de los feligreses? ¿Amenazas de excomunión?

El escollo principal tuvieron que resolverlo, como va dicho, con ocasión de las principales obras que se hicieron en la iglesia. En esa ocasión, alrededor del año 1617, todos tuvieron que hacer un gran esfuerzo para salvar el edificio de la iglesia.

El ajuste de las cuentas nos ha llegado incompleto (faltan dos folios) aunque nos podemos hacer una idea aproximada con lo que queda.

El presupuesto total de esa ambiciosa obra -contratada con Juan de Munera- fue de 69.000 maravedís, a lo que hubo de sumársele 350 reales más de unas mejoras. Ambos conceptos suman unos 2380 reales. Pero en este presupuesto no iban incluidos los trabajos de los carpinteros ni la madera que precisaban para montar el techo. Suponían unos 1500 reales más, que junto a otros gastos diversos (escribanos, peritos, etc.) hacen un coste total de unos 4000 reales.

47 Visita de 1655.48 En 1655 se da cuenta de 200 reales “que el conzejo deste lugar dio, por mandado del Señor Visitador para ayuda de costa…”

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Los feligreses hicieron frente a este importe excepcional con ingresos asimismo excepcionales, buena parte de los cuales se detallan en la tabla nº 11.

El resto de los gastos se terminó de pagar con lo que la fábrica de la iglesia puso de sus propios ingresos en años sucesivos, y con los 15 ducados que donaron de manera voluntaria tres parroquianos Juan López Carboneras, Juan de la Vecina y Juan García Reguillo.

Si analizamos los porcentajes de colaboración de cada una de las “partes” de la parroquia llegamos a la conclusión de que, como siempre, es la fábrica de la iglesia la que hace el mayor esfuerzo, aportando el fruto en reales de los rentos de las tierras de la parroquia, y que supone aproximadamente el 50 %, mientras que el resto lo pusieron, a partes casi iguales, los feligreses y el cura. Destacada -y

un tanto sorprendente- resulta la donación del cura de lugar, que a la sazón era García Martínez Criado. Este sacerdote, aunque nacido probablemente en Alcaraz, tenía vínculos familiares en Robledo desde tiempo atrás. Sabemos que por aquel entonces tenía cuando menos un cuñado, Miguel de Ortega

Hubo otra fuente de ingresos extraordinaria. Su importancia fue muy reducida, pero no por ello vamos a pasar por alto un apartado que únicamente se presentaba en estas circunstancias. Era el del aprovechamiento de los despojos, de lo que se había retirado por inservible. Las puertas viejas del

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Tabla nº 11.Donantes y reales aportados, según las cuentas de 1617, para obras en la iglesia de Robledo.

DONANTE realesDiego García 22Alonso del Charco 22Lucía López (deuda) 33Lucía López (donación) 10Andrés Martínez 36Pascual Sánchez 110Pedro Govón 110Miguel Ortega 110Diego de la Vecina 110El cura 521Rento del herreñal 45Rento del pegujar 927

Total 2056 Fuente: Elaboración propia.

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templo, algunas piedras y la madera de la antigua techumbre proporcionaron alrededor de 100 reales.

De la segunda obra en importancia de las llevadas a cabo en la iglesia, la que se inició en 1601, sólo conocemos los 1350 reales que se pagaron por su ejecución a los dos Juan de Munera, al Viejo y al Joven. El procedimiento para la recaudación del dinero empleado en este proyecto se nos escapa totalmente, pero es posible que por su volumen hubiera de contar por fuerza con la ayuda de instituciones superiores, que fue lo que sucedió con motivo de las obras más cuantiosas de las llevadas a cabo en el templo: las que se acabaron en 1674.

En esta ocasión y por mandato del contador mayor del arzobispado de Toledo, se destinaron a costear dichas obras los diezmos que pagaran los cosecheros de la parroquia de Robledo durante tres años, los comprendidos entre 1671 y 1673. Se nombró una comisión local formada por el cura de la parroquia de la Santísima Trinidad y del mayordomo de la parroquia de Robledo –que era Miguel de Ortega- y los facultaron para hacer acopio y guarda de los frutos y de su posterior venta.

De esta forma se logró reunir una suma de más de 476.578 maravedís, unos 14000 reales49, que rebasaba ampliamente las necesidades que fueron cuantificadas en 6000 reales.

El templo y sus dependencias.

Hemos hecho un rápido recorrido comprobando las mejoras que se fueron haciendo al templo desde los primeros años del seiscientos en que la encontramos en estado casi ruinoso. Ahora nos detendremos en sus partes conocidas.

No nos ha llegado, desgraciadamente, información pormenorizada de los distintos ambientes y apartados que en la iglesia había. Ni por supuesto planos, croquis o dibujos. Ni del interior ni del exterior. Sólo datos sueltos esparcidos entre los números de las cuentas. Pero esto no es óbice para que, con las lógicas reservas, intentemos engarzar las pistas y especular sobre los espacios más sobresalientes de la iglesia.

49 Por años las cantidades recaudadas fueron: 122.985 maravedís en 1671, 185.321 en el siguiente y 168.270 en el último.

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Cuerpo de la iglesiaLo constituía una única nave, de corta longitud. Su

cabecera, orientada como todas las españolas hacia el este, era cuadrada al exterior y ligeramente más elevada. En su interior, pudo haber una bóveda de crucería que se vino abajo, junto a buena parte del techo, a finales del siglo XVI. Por su parte norte tenía adosada una capilla, también de planta cuadrangular, la capilla del agua bendita –que era muy pequeña- y por último la sacristía que estaba entre ambas.

Los pies, hasta el adosamiento de la torre, estaban conformados por un simple, liso y bajo muro.

En la parte de arriba, la techumbre, era desde 1616, totalmente de madera. La estructura de las vertientes debió hacerse con vigas de madera de sabina o pino, unidas con vigas horizontales –las cumbreras- que se apoyaban en los arcos, o en su defecto en grandes formas triangulares. Otras vigas menores, a modo de costillas completarían el armazón, que sustentaba el tejado mediante una capa cobertera de cañas y barro.

Todo ello quedaba a la vista. Su mantenimiento fue un continuo goteo de gastos y preocupaciones. Como muestra este botón de 1649. .”... su merced dijo que por quanto a hallado que la iglesia deste lugar tiene muchas goteras quando lluebe con que se pudre la madera del techo con gran daño y perjuicio de la dicha iglesia, su merced mando al mayordomo que luego y sin dilación alguna aga retexar y reteje la dicha iglesia y que se reboquen de cal los caballones del texado.”

Gráfico nº 3Dibujo de una iglesia. Libro de fábrica de la parroquia de Robledo50.

50 Este dibujo se encuentra en la parte vuelta de la portada de uno de los libros de fábrica de la parroquia. Algún cura lo trazó por entretenimiento. No guarda excesivo parecido con el templo parroquial.

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Los muros eran de mampostería en su totalidad, a excepción de las esquinas en que se emplea sillarejo de piedra de toba para lograr un mejor acabado de las esquinas. La piedra más trabajada, la de sillería, sólo está presente en la puerta de acceso al templo.

El presbiterio estaba separado del resto del cuerpo central mediante unas gradas, que pudieron corresponderse con las actuales. A continuación se disponía el espacio para los seglares, tanto vivos como difuntos. Funcionalmente constaba de tres tramos principales sin contar el añadido posterior del coro. La manera más común de delimitarlos es mediante algún tipo de arco en altura (fajón, diafragma, etc.) y de sus correspondientes pilares o columnas que se adosan a los muros laterales. Hubieran hecho falta por tanto tres arcos por lo menos para sostener la techumbre.

En estos supuestos elementos vemos una cierta similitud con la iglesia de Villalgordo, de la que pudo ser coetánea. Tiene esta iglesia su nave sustentada por arcos

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Portada de la iglesia de Villalgordo

Portada de la iglesia de Robledo

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diafragma en número de tres. El acceso, es exactamente igual que en la Purísima Concepción. Se entra atravesando un sencillo arco de medio punto que alberga una puerta doble, situada en el lado que mira al mediodía y en parte más próxima a los pies de la iglesia. Una tercera coincidencia puede darse en lo tocante al campanario. En la de Villalgordo, como también en la primitiva de Robledo, estaba instalado en una sencilla espadaña del muro más occidental de la iglesia.

Cuando comienzan a llegarnos noticias del templo, no se dice nada al respecto. Pero los desastres que sufrió el edificio a comienzos del XVII en su cubrimiento, pueden llevarnos a pensar que fue el mal acabado de esos arcos primitivos los que pudieron ocasionar el derrumbe de la mayor parte del cuerpo del templo. Una obra programada no hubiera dado lugar a tener más de la mitad de la nave inservible durante tanto tiempo. Debió ser algo inesperado como pudo ser el desplome del arco central y por su efecto el de los que tenía a sus lados, afectando en mayor medida a la cabecera, donde vemos que según se nos dice, también el presbiterio se encontraba destechado.

Se hizo una cubrición nueva, distinta, pero eso no obsta para que no quedasen las pilastras que los adosaban a la pared, que en adelante sirvieron para separar la nave del templo en los dichos tres tramos, sobre todo para las labores de enterramiento, siguiendo la costumbre ancestral de la cristiandad de enterrar a los muertos en el suelo de las iglesias, costumbre que aún perdura, si bien queda reducido el privilegio en exclusiva a altos personajes del clero.

La iluminación no era esplendorosa. Las ventanas que se citan son pequeñas, sin excepción, y además estuvieron durante el siglo XVII sin ningún tipo de enrejado protector. Otro ejemplo de confianza plena en la seguridad de la iglesia durante este periodo a pesar de las malas condiciones de mantenimiento.

En el siglo XVIII se incrementan los temores y entonces sí se protegen las ventanas para un mejor recaudo de las pocas pertenencias de la iglesia.

En contra de lo que hoy es común en todas las iglesias, que cuentan con mobiliario suficiente para acomodar a los feligreses, en los tiempos antiguos en ninguna iglesia había bancos, ni sillas, ni ningún tipo de asiento para la feligresía. Tampoco en la de Robledo, con la única excepción de un poyo corrido en uno de los muros laterales que se hizo en el tiempo de

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máximo apogeo de las obras “para que se siente la jente”. Debía de ser muy simple y de poca longitud a juzgar por lo poco que costó hacerlo, sólo nueve reales.

El suelo era la parte de la iglesia que más se modificaba. Continuamente era objeto de remoción por ser iglesia y cementerio al mismo tiempo. A lo largo del primer siglo de las cuentas encontramos referencias al más modesto de los suelos, el de tierra y en mal estado, ya ni siquiera aparece plano y compactado, sino que por el contrario “no está igual y llano, antes está muy lleno de tierra levantada y piedras… (por lo que) su merced mandó a dicho mayordomo que luego haga emparejar y apisonar la tierra de suerte que esté parejo y sin terrazgueros”51.

Con el siglo de las luces llegaron, eso sí muy despacio, otras formas más acordes con los tiempos. Se procedió al enlosado del suelo. Primero se enlosaban únicamente las sepulturas, por lo que sufría frecuentes levantamientos. Le siguieron en el proceso los espacios que no se tuvieran que remover, como la capilla del agua bendita, allá por los años sesenta, en tanto que el enlosado general no se realiza hasta veinticinco años después.

Altar mayorNo podía estar en una situación más lamentable en los

años iniciales de nuestro repaso. “Al cura se le manda tenga mucho cuidado con la limpieça del Sagrario, adonde está el Santísimo Sacramento de modo que no tenga telarañas ni polbo y este con corporales limpios encima del ara y se haga un pabellón de tafetán carmesí y la arquilla que tiene de taracea se aforre de tafetán carmesí quitando la olandilla que tiene por estar bieja y desecha y mandó tenga mucha quenta con la limpieça de los corporales en que celebra, atento que los que halló su merced estaban muy sucios y esta su merced informado que no se laban y su merced reserbó como reserbaba el castigar los dichos defetos para su tiempo” Hay que comprender que era por entonces, 1616, los momentos de mayor deterioro del templo. Estaba separado del resto del piso de la iglesia mediante unas gradas, probablemente cuatro52.Tenía además un púlpito,

51 Visita de 164952 En el inventario de 1639 figuran “quatro alfombras para las gradas del altar.”

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localizado en su parte derecha, justo enfrente de la capilla mayor con la que se comunicaba por medio de un arco.

El altar mayor, sencillo en su conjunto, se encontraba adornado con un retablo de pequeñas dimensiones. Completaba la imaginería pinturas murales muy sencillas, a juzgar por lo que se le pagó al pintor, sólo 59 reales. Marcos dorados realzaban el conjunto.

En 1649 se habla de otro elemento más, una cornisa, resto de la primitiva iglesia que había quedado, aunque dañada, tras el desastre del hundimiento: “Y asimismo en la cornisa que está al lado del ebangelio del altar mayor se esta undiendo una biga y amenaçando ruina.”

El suelo estaba cubierto con las mejores alfombras de la iglesia, de las cuales la última que se compró supuso el desembolso de la nada desdeñable cantidad de 486 reales. No obstante el objeto más valioso, según los inventarios, de cuantos allí había, era un vaso de plata de Juan Galuga, platero de Alcaraz, cuyas hechuras costaron 1275 reales en 1655.

RetablosEl primitivo retablo del altar mayor fue objeto de algunos

gastos derivados de pintar y limpiar. Al ser tan pequeño, el visitador ordenó en 1766 que, cuando la iglesia pudiera, lo cambiara por otro mayor. Y así se hizo, pero veinte años después. Su elaboración, transporte hasta el lugar y colocación costó más de 1000 reales. Un velo de lienzo sujetado por una varilla resguardaba y completaba el conjunto.

Además existía otro de dimensiones más pequeñas que se denomina de Santa Quiteria y que probablemente era el que presidía el altar mayor de la iglesia de El Cubillo. Cuando se trajo al Robledo se instaló en la capilla mayor, dando origen a un altar nuevo, el altar de Santa Quiteria. Ya que los cubilleros se habían quedado sin iglesia, se les concedió este espacio, objeto de su veneración, en señal de bienvenida a la feligresía de la iglesia de Robledo.

Otros altares“Que ninguna mujer se siente en las peanas de los dos

altares colaterales al altar mayor como han hecho hasta aquí so pena de excomunión mayor [...] y de dos ducados para la

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fábrica cada vez que se sentaren53.”. Luego, en el siglo XVII se citan otros dos, además del altar mayor. Uno a su derecha, dedicado a S. Antonio Abad y otro a la izquierda, en la capilla mayor, el de Santa Quiteria, como se acaba de decir. En el espacio inmediato anterior se colocaron sendas alfombras, de las que en 1672 se dice que la mitad eran viejas y las otras estaban “a medio traer”.

Más adelante se habla en las cuentas de la fábrica de manteles “para los cuatro altares colaterales” Los que entonces se configuran, más alejados del altar mayor, se dedicaron al Santísimo Sacramento y a Nuestra Señora del Rosario, por tanto en todos los casos salvo en el caso especial de Santa Quiteria, se destinaron al servicio de las cofradías de la parroquia.

Estaban provistos, a juzgar por los inventarios, con todo lo necesario para el culto, esto es, aras, manteles, corporales, y demás ropa blanca. El del Santísimo contaba además con enseres de más prestigio: una cruz, un estandarte propio, un almaizal y un palio, objetos necesarios para dar un cumplido trato a su objeto de devoción, el Santísimo. No contaron sin embargo, ni esta ni las otras, con buena iluminación dada la escasez de candelabros –en un principio apenas había dos en toda la iglesia- por lo que presumimos que a la hora de celebrar irían de un altar a otro.

Presentaban los altares algún descuido en su aspecto 54 por lo que en adelante se hicieron en ellos algunas mejoras, sobre todo en lo que toca al estado de lienzos, alfombras y frontales. Se ambicionó adquirir nuevas cruces para cada uno de ellos, y a ser posible, doradas, pero no pudo ser.

Con el tiempo y con la mayor devoción y culto que a lo largo del setecientos se propagó hacia la Virgen María se pensó en magnificar en lo posible el altar de Ntra. Sra. del Rosario. En 1722 se da cuenta de cómo se ha empezado a fabricar una capilla, “a devoción de los vecinos” bajo el impulso de Alonso Chumillas, mayordomo de la cofradía del mismo nombre. Entre los sufragantes de la obra figuran: con 200 reales Miguel Ortega, presbítero de Cilleruelo y Masegoso y D. Juan Antonio de Aguilar, vecino de Villanueva de los Infantes quien puso de su bolsillo 60 reales.

53 Visita de 167854 “Que se compongan los tres altares, que no lo están” manda el visitador en 1678 (Posiblemente el altar mayor, el de Santa Quiteria y el de S Antonio)

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Sin embargo no terminó de llevarse a cabo. El vicario visitador mandó llamar a Alonso para saber si había que romper la pared maestra de la iglesia. Como en ningún momento se comenta que se modificara su estado, deducimos que la pretendida capilla se quedó en altar, más compuesto y pretencioso, sí, pero altar.

Capilla mayorEstaba situada , según consta, en el lado de la epístola, por

tanto a la izquierda del altar mayor, mirando desde la perspectiva de los fieles.

Posiblemente fue construida por Juan de Munera a comienzos del siglo XVII y poco a poco se fue completando, aunque es posible que este cantero simplemente se ocupara de su restauración.

Se accedía a través del presbiterio, con el que se comunicaba –y separaba- mediante un arco. El arco no debió ser gran cosa pues anduvo a medio hacer y sin pintar cerca de 20 años, hasta que lo concluyó Juan Izquierdo Juárez. Es posible que aún hoy en día se encuentre oculto encima de la actual puerta de la sacristía.

En esta dependencia también se llevaron a cabo algunos enterramientos.

Estuvo abierta al culto durante muchos años sin más iluminación natural que la que le llegaba procedente del altar mayor y atravesaba el arco. Por fin, en 1768, se pudo abrir una ventana al exterior con su correspondiente reja.

En su interior se ubicaba un altar que como hemos dicho estaba dedicado a Santa Quiteria55. Completa el panorama, en lo poco que sabemos, la presencia de un poyo que debía estar en las proximidades de la puerta que la comunicaba con otra dependencia que venía a continuación, la sacristía, cuyo único acceso era cruzando la capilla mayor.

SacristíaEn un principio no había. El cura, por lo visto, se vestía en

la capilla mayor, fuera de la vista de los feligreses pero sin una puerta que le proporcionar intimidad, lo cual era considerado

55 Es posible que antes estuviera dedicado a otra advocación, que –con todas las reservas- pudo ser la de S. Juan ya que Ana Ortega mandó decir dos misas “en S. Juan Bautista de esta iglesia” y no se habla en ningún documento que existiera un altar dedicado en exclusiva a este santo.

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indecente a ojos del vicario. Además no había la suficiente seguridad en la custodia de los ornamentos. Esta situación cambió en 1655 cuando se mandó que se hiciera una sacristía provisional en los pies de la nave de la iglesia, haciendo una división mediante un tabique.

Aunque la obra era de poca envergadura, se mandó a los vecinos que ayudaran por la obligación que tenían respecto a la fábrica de la iglesia. Todo ello debido a lo corto de caudales que andaba la iglesia.

Poco después y en un espacio contiguo a la capilla se hizo la definitiva. Se trataba de una nueva estancia añadida y adosada al muro de la iglesia que contaba con su tejado independiente. Lindaba también con el osario, por medio de una pared que “estaba deteriorada en grado sumo por causa de la humedad (…) por lo que estaba expuesta a padecer grave ruina”56.

Estaba cubierta por bovedillas, que fueron objeto de reparación en 1722. El suelo, que era de tierra, estaba adecentado con unas esteras, que fueron cambiadas por otras nuevas que costaros 96 reales en los años finales.

En la sacristía se encontraba un arca en la que se guarda la plata –los objetos de este metal- y la ropa de celebrar. En 1698, para una mejor custodia de su contenido se manda que “…se aderece (…) y se le eche cerradura.”Algo después se hace con el mismo fin una alacena, también con llave y cerradura.

CoroAparece -bien entrado el siglo XVIII-, como parte de

la iglesia, aunque con anterioridad ya se habló de su conveniencia. Se localiza a los pies de la iglesia y atravesándolo se accedía a la capilla del bautismo. Además servía como lugar de enterramiento para los pobres de solemnidad.

Una pequeña ventana, protegida con “rejuela de alambre “le daba alguna luz a esa parte del templo. Había en el coro, y más concretamente colgado de una pared, un objeto muy común en las iglesias de antes, pero ahora casi desconocido: una rueda con 12 campanillas que se utilizaba para solemnizar las celebraciones de las grandes fiestas religiosas como Navidad o el Corpus.

56 Visita de 1765

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Capilla del agua benditaSe localizaba en las proximidades de los pies de la iglesia

por su parte norte, justo enfrente de la puerta de acceso, al otro lado del coro.

En 1603 cuando va a pasarle revista el vicario eclesiástico la halló cerrada con llave “a causa de haber pocos baptiços.”

Era de reducidas dimensiones y en su centro albergaba la pila del agua bendita. Su estado, al principio, parece ser que no era el más adecuado por lo que se mandó que “la pila baptismal se halce del suelo una bara desde la primera basa y se asiente sobre ella tiniendo de grueso la columna sobre que a de estar la pila cinco quartas en contorno para su siguridad y se haga dentro de un mes con mucho cuidado y diligencia.57” En 1626 la situación era peor puesto que se halló la pila “sin llave, quel agua no pasa al sumidero y baciando su merced el agua de la bacía se salió toda por la primera junta de la pila, que muy poca entro dentro” Para mayor decencia se le puso en 1768 una “tapa de palo”

Con el tiempo, debió reafirmarse la pila en varias ocasiones más. Otra prueba de la mala calidad de los materiales así como de la deficiente factura de los reparos.

En una de sus paredes de la estancia se abría un hueco, sin más, a modo de pequeña alacenita que albergaba los santos óleos. El de la extremaunción, lo contenía una bufeta de plata que se hizo en Alcaraz.

Con el paso del tiempo se pudo mejorar el utillaje con la adquisición de una jofaina y una “conchica de hasta dos o tres onzas de plata”.

El exterior: la puerta de la iglesiaLa puerta que tenía la iglesia en el intervalo de tiempo que

nos ocupa y según consta en las cuentas, fue instalada a principios de siglo XVII. De la anterior conocemos que se vendió como leña por unos cuantos reales. Constaba de dos hojas y estaba enmarcada por un arco sencillo de medio punto, que descansaba en pequeñas cornisas a modo de falso capitel.

Bastante tiempo después, y para mejor defenderla de las aguas, se le hizo un tejadillo con soportes de madera, que a juzgar por las quejas, no cumplió con su cometido y veinticinco años después, se reiteraba la necesidad de recomponerla por estar

57 Visita de 1616

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demasiado expuesta al tiempo y porque se habían formado en ella agujeros de tal calibre, que permitían la entrada de los pájaros al interior.

No eran los únicos que podían entrar. También los cacos tenían un acceso fácil, puesto que no se contaba con un pasador de hierro que entrara en el suelo, por lo que se pide su arreglo “respecto que se halla la iglesia distante de las casas y poco segura”58. La reparación que se le hizo no le dio ni la firmeza ni la seguridad deseada. Menos mal que en aquellos tiempos los amigos de lo ajeno interesados en objetos de la iglesia eran pocos.

AtrioEra este, de los distintos espacios que componen el

templo, uno de los más singulares, y a la vez de no poca importancia, debido a los múltiples usos que antaño tenía. El atrio, además de un espacio que proporcionaba anchura y comodidad en las aglomeraciones que tienen lugar con motivo de algunas celebraciones religiosas, se utilizaba con frecuencia para usos civiles. Era el escenario de juntas vecinales o de cualquier otro tipo, lugar de esparcimiento para niños y mayores que se reunían para sus juegos, pasatiempos o conversaciones, además de escenario propiamente dicho para las actuaciones de los pequeños grupos de “artistas” que pasaran por aquí.

Si en otros lugares tenía cierto adorno, en este templo se parecía más a una maltrecha cerca de piedra, posiblemente sin enlucir, que no contaba siquiera con una puerta decente. En su lugar debió colocarse alguna que lo fue tiempo atrás y que además de vieja estuviera desvencijada o en el peor de los casos casi caída, por lo que el acceso era prácticamente franco.

Sólo nos han llegado dos menciones sobre el atrio. En la primera se da cuenta de que está “expuesto a que por los ganados se ocupe con gran indecencia”. O lo que es lo mismo, animales de distinto tipo accedían a su interior con frecuencia para aprovechar la hierba que allí crecía. El pastar los animales, no hubiera sido ningún obstáculo si no hubiera sido porque inevitablemente, dejaban a cambio sus deposiciones, unos restos que allí más que en ningún otro lugar resultaban cuando menos indecorosas. Al final en 1784, se adoptaron soluciones más drásticas y se mandó “acabar de cerrar con pared el atrio de la

58 Visita de 1722.

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iglesia y poner una puerta recia con llave para que no entren caballerías”.

TorreDurante el siglo XVII existió un campanario muy sencillo,

a modo de espadaña, que albergaba bajo un arco la campana para llamar a la feligresía. Pudo estar situada encima de la puerta de entrada –la solución más común- o bien en los pies de la iglesia mirando a poniente, lo que parece más probable según se advierte en comentarios como el de “revocar con cal la pared del campanario por afuera para la defensa de las aguas”

Vistas del exterior y del interior de la torre.

Como no podía ser menos, también dio numerosos problemas. En 1649 se quejan de que “por quanto por el arco donde está la campana entra mucho agua quando lluebe y se cala adentro pudriendo las maderas por causa de no correr las canales a vertella fuera del dicho arco, luego asi mismo aga correr las dichas canales afuera, de suerte que por allí ni por otra parte alguna no caiga agua en las maderas”. En un principio queda claro que algunas filas de tejas no desaguaban a la calle sino que sus extremos estaban taponados por la espadaña que se elevaba sobre el muro.

A comienzos del siglo XVIII, en fecha muy próxima a 1703, “por faltar torre en la iglesia de dicho lugar” se procede a su levantamiento. Con un bajo presupuesto se erige una, de sección cuadrada y dos cuerpos, en el centro de los pies de la iglesia. El primero es el más amplio pero totalmente ciego, en

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tanto que en el segundo se abren al menos dos vanos para albergar las campanas. Las paredes se trazan en mampostería con sillarejo en las dos esquinas exentas. Se revistió el exterior con yeso y cal, que tuvo que revocarse de nuevo en 1787. Con todo, el conjunto era de escasa altura.

El interior era curioso. Para acceder a la altura de las campanas era forzoso hacerlo mediante una escalera “de madera y manual [...] y no aprovecha”, se decía cuando se pidió su reemplazo por otra, siquiera algo decente como podía ser una de yeso.

OsarioFue construido en la segunda mitad del siglo XVII, y

sabemos también que lindaba con la sacristía por las humedades que de manera continuada aportaba, prueba evidente de su pésima fábrica. En 1765 y ante su continuo mal estado, se levantó una pared apropiada, en lo que se invirtieron 439 reales.

CementerioEste templo contaba, como casi todos, con un espacio

destinado a cementerio. Era un espacio sin delimitar situado cerca de la pared sur de la iglesia, y más posiblemente en la zona más alejada del caserío. Conocemos su existencia por su utilización en algún caso muy aislado59, dada la costumbre general de realizar los enterramientos en el interior de la iglesia. El cementerio estaba prácticamente vacío y resultaría casi irreconocible. Sólo se depositaban las personas que habían fallecido en situación reprobada por la iglesia y de las que no se dejaba evidencia superficial alguna.

En 1821, siguiendo un mandato de las autoridades civiles, se clausuran los enterramientos en el interior de la iglesia, y la parroquia se ve obligada a buscar un cementerio. El lugar elegido, una vez que en el muro norte ya existen varias dependencias, es el muro sur, en el reducido espacio que dista entre las proximidades de la puerta de entrada al templo y la esquina del lado este. El primer cuerpo depositado a finales de junio, es el de Ramona Domenech, una niña de El Horcajo de apenas un año de edad.

Las reducidas dimensiones del camposanto, enseguida se mostraron insuficientes. Tan sólo 12 años y 230 cadáveres

59 Conocemos con exactitud el de un cadáver sin identificar que la justicia de Alcaraz trajo en 1820 a enterrar a esta parroquia por haberlo encontrado muerto en la Loma de Arteseros.

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después. Sólo ese período había trascurrido cuando el sacerdote se dirigió a su superior a primeros de febrero “para que le dixere donde había de enterrar dos cadáveres que había, pues en el cementerio era absolutamente imposible a causa de que todos los sepulcros contenían dos o tres”60

La ampliación, emprendida de manera rápida y barata61, se hizo en dirección al sur, aunque el terreno no resultara muy propicio a juzgar por las recomendaciones de “echar encima piedras lo bastante grandes para impedir que los animales carnívoros y aves de rapiña puedan extraer ningún hueso humano.”

Escasos enseres y de pobre factura.

Sagrario

Era un mueble que no tenía nada de especial, si acaso algunas imperfecciones. Resaltaba del conjunto dos ángeles de madera en su parte superior, dispuestos a imitación de los que se figuraban en el Arca de la Alianza. No pasaron desapercibidos en 1616 cuando “… su merced mando se aderecen los dos ángeles (…) por estar, como están indecentes y desechos [...] y para ello se llame a Juan Abad, pintor que vive en la ciudad de Alcaraz, so pena que si otro pintor lo hiciera

no se pasara en quenta.” Se remediaron enseguida. El arreglo del Arca que alberga el Santísimo Sacramento costó veinticinco reales mientras que por el trabajo de dorar los dos ángeles se pagaron treinta.

60 ADA. Vicaria de Alcaraz. Legajos sueltos de Robledo. Los cadáveres que tuvieron que esperar la ampliación del cementerio para su último alojamiento fueron los de Francisco Pozo y Juana Atencia, fallecidos el 29 de enero y 3 de febrero.61 Ibídem. El día 8 de febrero se había dado la orden de la ampliación “…invitando a los moradores de la citada aldea para el servicio gratuito que quieran prestar a esta obra mediante a que [no hay] fondos”

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Un sagrario antiguo

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El paso del tiempo dio lugar a que sus dorados perdieran vistosidad. En 1784, se volvió a dorar, ahora en su totalidad, en lo que se invirtieron 400 reales.

Para mal estado sin embargo, el del sagrario, llamémosle secundario, que se utilizaba solamente con ocasión de la Semana Santa. A él se refiere el vicario. “Item su merced mandó se haga luego una arca de lo que mexor visto fuere [...] lo qual se guarde y cumpla so pena que, no estando fecha para el Jueves Santo no se ponga el Santísimo Sacramento en el arca que tenía antes, so pena de descomunión mayor late sentenciae trina canónica monicione premisa, por estar, como está la arca antigua, ratonada y desecha.”

No era cuestión de prolongar este miserable estado de cosas y acto seguido se construyó el nuevo pabellón, y se aderezó su cerraja, de la manera más sencilla que se pudo.

Candeleros Su número creció desde los dos de los que hay constancia

al principio a la docena, con los que se cuenta en los años finales.Los utilizados en el siglo XVII estaban hechos de azófar.

Con el tiempo se incrementó su cantidad y también su calidad con la adquisición de algunos otros de bronce. Los últimos que entraron en la parroquia, en 1776, eran de madera.

ConfesionarioEn 1796 se trajo desde El Bonillo un confesionario nuevo

pues el que había hasta entonces se encontraba en un estado “poco decente”. Esta indecencia consistía seguramente en un mal estado de la celosía – fácilmente quebradiza por su poco espesor- que separaba al confesor de las mujeres y que podría dar lugar a abusos por parte de algún cura desaprensivo.

Si hacemos caso a Juan Blázquez62, este confesionario pudo ser el escenario de un caso de solicitaciones, o lo que es lo mismo, de propuestas pecaminosas por parte del confesor a una feligresa aprovechando la intimidad y cercanía física que

62BLÁZQUEZ MIGUEL, J., La Inquisición en Albacete, IEA, Albacete, 1985. Una duda nos asalta en cuanto al religioso encausado y condenado por la Inquisición, de nombre Vicente Canalejas. El encargado de la parroquia en el año de los sucesos, 1791, era Nicolás Gómez Chumillas, por lo que o bien el tal Vicente Canalejas era uno de esos curas que venían a predicar, sobre todo en Cuaresma, o quizá haya alguna confusión en cuanto a la localidad, puesto que con localidades con este mismo nombre de Robledo las encontramos, sin ir más lejos, en otras provincias de Castilla-La Mancha.

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proporcionaba el confesionario, con la ventaja añadida del mal estado del mueble, que reducía las distancias.

CampanasSon uno de los elementos que con mayor asiduidad

complicaban la vida al mayordomo de la fábrica, al fin y al cabo, eran de los más usados y a la vez de un considerable peso.

La primera queja no aparece hasta 1649. Como la campana de la parroquia se partió hubo que fundirla y volverla a hacer. Los vecinos del lugar consiguieron reunir una sustanciosa limosna, que junto con un añadido de 105 reales más, consiguió resolver el infortunio.

Trascurridos dieciséis años el problema surge de nuevo. La campana se volvió a quebrar. Se optó por colocar en su lugar la que había estado en la iglesia de “el Cuvillo”, mientras la rota se fundía. Esta operación se hizo fuera “de toda costa”, por lo que no costó ni un maravedí su reparo pero, sufrió maquila de su propio metal y volvió más pequeña que se fue. Se puso en el campanario al tiempo que se bajaba la “suplente” y se ponía a buen recaudo hasta ser nuevamente puesta en alto años después, pero entonces ya no sola.63

Esta vez la reparación duró menos, sólo cuatro años. Pero de nuevo se rompe otra vez en 1696. Ambos contratiempos fueron solventados con el gasto de 184 y 150 reales respectivamente. Demasiados problemas con las campanas… ¡y eso que hasta entonces sólo había una!

Comienza entonces una buena temporada sin sobresaltos con las campanas, que en número de dos repicaban en la recién construida torre. Ahora los problemas vienen de sus cabezas. En 1715 se manda que “se adereze o haga nueva la cabeza de la campana menor por estar para dar en tierra y evitar la pérdida de dicha campana”. Más tarde se le vuelven a echar “yerros y cabeza a la campana”64

En los años finales vuelve a darse otra “campanada”. Al partirse la campana mayor se dio orden que “se funda y renueve sin añadir ni quitar más metal que el que ella tiene”, teniendo en cuenta que en aquel momento existía el suficiente “caudal”. Las

63 Posiblemente fue colocada en la torre de la iglesia cuando se hizo. No hay ningún rastro de esta campana durante su periodo de inactividad ni tampoco consta la adquisición de una campana nueva.64 Visita de 1768.

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operaciones costaron 363 reales pero al menos, esta ocasión no sufrió merma la campana.

ArchivoSe localizaba en el interior de un arca donde se guardaban

los distintos libros de uso corriente de la parroquia.Contaba el archivo, entre otros, con los libros

sacramentales, libros de obligada cumplimentación para los párrocos, quienes eran responsables tanto de su puesta al día como de su seguridad. El primero de bautizados arrancaba de 1530, en tanto que los de defunciones y casamientos se iniciaron con posterioridad. Los contados ejemplares existentes, se ven incrementados antes de 1601 con la compra de tres libros nuevos por un valor de 561 maravedís. Suscitaron, allá por 1608, la atención del vicario, quién “...bisitó los libros de bautismos y casados y difuntos”. Debieron estar en uso hasta mediados de siglo65, pero aunque hay quien afirma haberlos visto antes de su traslado al depósito del Obispado de Albacete lo más probable es que se hubieran perdido años atrás.

En 1653 tiene lugar la adquisición de una remesa de libros en blanco, no se especifica cuántos. Son seguramente los primeros de las series sacramentales que nos han llegado.

Pasado la mitad del siglo XVIII, y puesto que el viejo archivo no da más de sí para contener libros y demás papeles, que no cesan de incrementarse, se compra otro nuevo “ bajo llave fuerte “

Cruz ParroquialEncabezaba la comitiva de los cristianos de la localidad en

sus diferentes celebraciones, tanto ordinarias como extraordinarias. Era la cruz parroquial durante todo este tiempo de azófar o alquimia, que de las dos maneras se la nombra. Aunque se propuso en varias ocasiones cambiarla por otra de plata o de oro, por falta de numerario no se pudo llevar a cabo y sus desperfectos tuvieron que ser arreglados en un par de ocasiones, - la última en 1776 -, por el platero de Alcaraz, que tenía la exclusiva de este tipo de trabajos.

65 Probablemente hasta los años de comienzo de los hoy conservados, que son 1653 para bautismos y defunciones y 1673 para los matrimonios.

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LámparasDe ellas la más importante es la denominada lámpara de la

iglesia que debía estar permanentemente encendida, por el simbolismo que encerraba, anunciando de día y de noche la presencia de Jesús sacramentado. También estaba hecha de azófar. Se encontraba acompañada por un plato a juego del mismo metal y de un “cubierto de oja de lata”66.

Para suplirla “el cura de la Santísima Trinidad dio en limosna una lámpara de metal de 22 libras de peso”67, lo que supuso una ganancia en lo que a volumen y adorno en el altar mayor se refiere.

La vieja pasó al altar de San Antonio. La del altar del Rosario era según se dice similar a la anterior.

Objetos suntuarios de culto 68 Los visitadores, conscientes de su absoluta necesidad,

animan con cierta insistencia a la comunidad para que compre la mayor cantidad posible de objetos de lujo que contribuyan, con su sola presencia, a dar mayor ornato y valor a la iglesia.

En 1790 tenemos un ejemplo claro de lo que acabamos de decir. En esa fecha se manda que se compren algunos objetos de oro como lámparas, incensarios, navetas y una nueva cruz parroquial. Para ello no se dispone cantidad alguna de dinero sino que lo único que se ha de dar a cambio es el metal que tienen dichos enseres viejos que se quieren reemplazar –de azófar o bronce en el mejor de los casos-, porque ante todo se pretende “que sea cosa decente pero no de mayor gasto”.

En esta ocasión tampoco hubo milagro. Se compró una cruz de latón y de entre los demás sólo se nombra alguna cosilla de plata. Dorado desde luego, no se pudo conseguir nada.

Queda claro que los objetos de plata son los más valiosos que se encontraban a buen recaudo en un arca de la sacristía. En el inventario de las pertenencias de la iglesia elaborado en 1718 figuran estos:

“Un cáliz y patena de plata dorada la copa por dentro y en el pie del cáliz por la parte de abajo unas letras grabadas en dos partes y la patena otras letras en otras dos partes.

Otro cáliz y patena de plata, dorada la copa por dentro y la copa sobre unas hojas que le hazen orla.

66 Inventario de bienes de la iglesia de 1616.67 Esta donación aparece fechada en junio de 179268 Fueron objeto de robo según la comunicación del juzgado de Alcaraz de enero de 1863.

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Un copón grande de plata con su cruz.Otro copón pequeño de plata, dorado por dentro con su

cruz enzima de tornillo dentro de un bolsillo de rasso.Otro copón del mismo tamaño y circunstancia que el

antecedente dentro de su bolsillo de rasso.Un viril de plata [...] para descubrir a Su Majestad

sacramentado. Tres chrismeras de plata para los santos óleos”.Con posterioridad se adquirió alguno más, pero de un

exiguo valor puesto que eran de poco peso; es el caso de dos cucharitas para el cáliz.

Otros objetos de maderaCiñéndonos al mismo inventario anterior en este apartado

constan:

“El cajón con nabetas para guardar la ropa de sachristía.Una arca con llabe para el mismo efecto.Una mesa de pino.Dos escaleras.Dos escaños.Un confesionario de reja con su silla.Unas andas para las procesiones.Dos ciriales.Un atril pequeño de madera para el missal y un fazistol

para el coro”

Pocos enseres, muy pocos y además comunes. Hubo, para nuestra sorpresa, un artefacto más. Su existencia se cita durante buena parte de los dos siglos. Se trata de una caja de difuntos, cuya adquisición figura sufragada con el dinero de la fábrica. No sabemos si se guardaba para alguna ocasión especial -enterrar a un cura, por ejemplo- o si bien se utilizaba para transportar el cuerpo de los muertos hasta la parroquia para luego depositarlos en su tumba sin el féretro.

ImágenesComo en todos los templos de la Cristiandad la

proliferación y el lujo en las imágenes era un signo inequívoco de la identidad católica de la feligresía, una actitud que contrasta con la de las otras religiones cristianas que se van afianzando y

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que por el contrario, son más partidarias de una decoración más sencilla.

También sencillas, pero no por convicción sino por fuerza, eran las de esta parroquia. Las primeras de las que tenemos información,-ya se citan en los comienzos del siglo XVII-, son las figuras de la Virgen de la Concepción, que posiblemente fuera tan antigua como la iglesia por llevar su mismo nombre, la de Santa Quiteria, que se trajo de El Cubillo junto a su caja y retablo y que también era de una antigüedad pareja a la anterior y la de Ntra. Sra. del Rosario, de la que tenemos alguna noticia, así como del lugar donde estaba ubicada. “….La imagen de Nuestra Señora del Rosario a la parte de avajo de la armación tiene una tabla muy grande y así mismo en las basquiñas69 le tienen puesto guardainfante muy grande con lo qual no puede entrar en el tabernáculo que le está dedicado, antes fuera del buelo mucha parte de la tabla y basquiñas de suerte que impiden el celebrar en el altar por tanto su merced mandó se le quite el guardainfante que tiene puesto y no se le ponga más ni otro alguno por ser cosa indecente y a la tabla de la armación se le quite a la redonda lo necesario de suerte que la Santísima imagen entre bien en su tabernáculo y no salga cosa afuera….”70

Gran cariño le profesaban nuestros antepasados a esta imagen y grandes fueron los desvelos hacia ella y como ejemplo el gesto de Blas y Agustín de Chumillas, hermanos, quienes dejaron un novillo y 50 reales más, para que con el producto de su venta contribuir a la confección de “un bestido” a la talla. El resultado debió ser del agrado de todos puesto que se continuó con el engalanamiento de este altar y para ello se levantó un pabellón en 1772.

A estas imágenes, llamémosles principales, se les unían otras más diminutas, pintadas también con tonos multicolores, entre los que predomina el dorado, que estarían repartidas por los distintos altares y entre las que se encuentran:

Nuestra Señora de la Luz, “pequeña de palo”, Un San José, pequeño. Un Niño Jesús, con su vestido. “Una efigie de talla” de S. Blas. Un San Francisco Javier, también pequeño. San Antonio Abad. San Sebastián.

69 Saya, negra por lo común, que usaban las mujeres sobre la ropa interior70 Visita de 1649

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Conocemos además un mandato de Juan Palomar de 1730 en el que expresaba su deseo de que se hiciese a su costa un San Antonio de Padua “de bulto”, del que no han quedado referencias y que quizá se deba a una confusión entre los dos santos de nombre Antonio.

Estas imágenes, aunque estuvieron impertérritas en sus lugares durante muchos decenios, también sufrieron en sus carnes un lento pero continuo deterioro, víctimas de los años que no cesan de pasar, pero también de la moda de los distintos momentos. Sobre esto encontramos que se mandó retocar “…las imágenes de San Antonio Abad, la Concepción, Santa Quiteria y S. Sebastián y que les pongan ojos de cristal a dichas imágenes”71 Hoy tal cambio, casi nadie lo hubiera consentido. El presupuesto sólo dio para tres de ellas, en las que se invirtieron, junto a otros menesteres de menor importancia con los que aparecen englobados, la nada desdeñable cantidad de 422 reales.

Y como la estrechez económica no daba para más tallas, la iconografía del templo se vio incrementada con otro tipo de imágenes pintadas, pero ahora sobre distinto soporte y más concretamente sobre tabla, sobre lienzo o directamente en las paredes y en los altares.

Si de las últimas, muy corrientes en las iglesias pobres, no han quedado vestigios, conocemos por un inventario de 1725 la existencia al menos de:

Dos cuadros de Ntra. Sra. del Rosario, grandes con sus marcos.

Pintura de un milagro. Tablas de gloria y evangelio de San Juan, “…

situados en todos los altares menos en el de Ntra. Sra. del Rosario”.

No se cita en esta relación, pero también había en la iglesia un cuadro de Santa Verónica, que fue donado en sus últimas voluntades por Juan González en el año 1681. Los frontales de los altares, por su parte, estaban decorados con adornos coloristas de todo tipo así como con distintas figuras entre las que descuellan las “del señor San Juan y San Francisco”, pintadas sobre lienzo.

71 Visita de 1766.

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Otros enseresEn este cajón de sastre incluimos aquellos objetos cuya

finalidad se nos escapa junto a otros que no tienen cabida en los apartados anteriores.

Las hostias que hoy se fabrican de manera industrial eran manufacturadas en aquel tiempo in situ, en la iglesia. Para ello se contaba con “un molde de yerro para hacer hostias”. En el proceso era preciso usar, y por eso las tenía la parroquia, un formón y unas tijeras.

En 1772 se compraron dos patenas nuevas. Aparecen nombrados por algún sitio “dos calderos de

açófar”, que bien pudiera tratarse de acetres, es decir recipientes desde donde asperger el agua bendita cuando fuera necesario.

También se citan dos campanillas, una de ellas sin lengua, una naveta de azófar con su cucharilla y un palio de “damasco colorado y blanco, a medio traer, con flecos de seda colorada y pajiza”

Los libros utilizados en el culto merecen ahora nuestra atención. Entre ellos sobresalen en 1718:

“Dos misales viexos, el uno grande y el otro pequeño.Un manual nuevo.Otro misal nuevo.Otros dos misales de letra antigua.”

Por aquel año ya había desaparecido un ejemplar que debió ser muy interesante, en concreto” un manual de letra antigua con sus cubiertas de tabla forradas.”72

Por último, los artículos que causan mayor perplejidad, son sin duda alguna, los que se adquieren en 1721, nominados como “dos negricos y una colonia”.

72 Se cita, junto a varios artículos más, en una hoja suelta del primer libro de fábrica. Se debió poner hacia 1649.

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Un salterio de 1770

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Por último valga como guinda y resumen del equipamiento de la iglesia y su estado la reprimenda de 1616 que daba cuanta de “que la iglesia no tiene purificadores que no sean muy pequeños, sucios y viejos”. Si se carecía de lo sencillo, barato y de fácil conservación… ¿que podría esperarse del resto?

La iglesia de El Cubillo73

La primera noticia local que tenemos de ella es de 1604. “Adviértase [se dice] que a el mayordomo se le a de hacer cargo[…]de ocho reales que a de cobrar de la iglesia del Cubillo questa se los prestó para comprar unas constituciones.” Y en otro punto: “Más se le a de hacer cargo de siete reales y tres quartillos que se le aplicaron a esta iglesia de condenaciones de fiesta de las quales se advierte que a de dar tres reales menos un quartillo a la del Cubillo”

Exterior e interior de la actual iglesia de El Cubillo.

Sus orígenes se remontan con toda seguridad al siglo XVI, momento en el que se levanta el edificio de la pequeña iglesia una vez que el vecindario ha crecido lo suficiente y ha logrado pasar de los cuatro vecinos contabilizados en 1499 a los 13 que se citan en 157174.

A juzgar por las estrechas relaciones entre las dos iglesias, Robledo y El Cubillo, que se manifiesta en ese compartir objetos, prestamos entre ellas etc., no es descabellado pensar que tendrían como encargado el mismo cura, dado el escaso número de feligreses y la cercanía entre ambas. Una situación que se daba por ejemplo entre las aldeas de Masegoso y Cilleruelo.

73 El inventario de sus bienes aparece reflejado en el documento nº 8 del apéndice documental.74 Según dato aportado por el censo de las Órdenes Militares donde se asegura, además, que contaban con una iglesia.

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Es muy posible que tras la ruina de la iglesia, todos los vecinos de la localidad pasaran a formar parte de la feligresía de Robledo, aunque de vez en cuando alguno lo fuera por propia voluntad y sin que conozcamos más razón de otra parroquia. Sin ir más lejos Juan Lorenzo y su mujer María Morcilla lo eran de San Ignacio de Alcaraz, allá por 1640.

CAPÍTULO 4.CAPÍTULO 4. LAS PROPIEDADES DE LA LAS PROPIEDADES DE LA PARROQUIA Y SU ADMINISTRACIÓN.PARROQUIA Y SU ADMINISTRACIÓN.

Bienes raíces de la iglesia.

La Iglesia, institución integradora de todos los creyentes cristianos, que en su mayor parte vivían de los frutos del campo, se alimenta en lo que a Robledo respecta de las mismas fuentes, con la salvedad que era mucho más cómodo para ella la detentación de bienes rústicos que la de pecuarios, así como es más apetitoso el disfrutarlos en propiedad que en otro cualquier medio de tenencia.

Constitución de la parroquia y primeros bienes que garanticen su pervivencia son con toda seguridad, coetáneos.

Primeras hazas.

El primer listado de las fincas de la iglesia se encuentra en la página 66 del primer libro de fábrica, donde, por mandato del vicario, lo insertó Cristóbal Cano, cura de la parroquia, allá por la década de 1620. En este primer listado aparecen los siete bancales que figuran a continuación, y que, supuestamente son los mismos que conformaban el llamado pegujar de la iglesia, con las salvedad que, dos de ellos –en concreto los que mandó Lucía López75- siguieron estando cultivadas por la donante durante una serie de años.

Hazas “Una haça en la Fresnedilla de tres fanegas. Otra haça en la Cañada la Monja de cinco fanegas. Otra haça en la Loma de ocho fanegas.

75 Mujer de Pascual Sánchez Palomar que donó para una memoria 10 fanegas de tierra allá por 1620.

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Otra en la Nava de seis fanegas que mandó Lucia Ló-pez viuda de Pascual Palomar.

Otra haça de quatro fanegas en la Hoya las Puertas que mandó la susodicha.

Otra haça alinde desta de tres fanegas, junto a las guertas

Otra haça en el Molino Nuevo de tres fanegas en Los Prados.”

Suman las propiedades descritas 32 fanegas, la mayoría de secano. Las dos últimas, de seis fanegas de cabida, son de regadío y desempeñarán un papel de suma trascendencia en la vida económica de la iglesia.

De ninguna de estas propiedades figura en los libros parroquiales obligación alguna por parte de la iglesia, por lo que las podemos catalogar como de su plena y total propiedad. Esta ausencia de

contraprestaciones no quiere decir que antes no las tuviera. Por supuesto que sí, pero ello ocurrió en años próximos a la donación y en vida de los que así lo decidieron. Una vez muertos los mandantes, sus herederos dejaron de exigir este derecho que les asistía por tiempo perpetuo en la mayoría de casos. Por lo dicho, no es descabellado pensar que pasaran a manos de la iglesia en tiempos muy próximos a su constitución, a finales del cuatrocientos o inicios del siglo siguiente.

Además de las referidas, la parroquia contaba con otras propiedades que, paradójicamente, no figuran en la lista. La razón: sólo se anotaron en los libros de cuentas los bancales susceptibles de aprovechamiento económico.

Pero no todas las tierras donadas eran tierras de calidad,

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Parajes con bancales de secano de la iglesia

La Nava

Fuente García

Fuente de las Guijas

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ni podían ser cultivadas con facilidad, de ahí su aparente olvido. No obstante, según lo referido en las donaciones de dos feligreses, también eran de la iglesia estas hazas:

De Ibáñez García y María López, su mujer, proceden: Un haza que está en Cerroblanco, y más concreta-

mente en el Vallejo de las Carboneras, de dos fane-gas, que lindaba con “montes realengos”

Otra en el Navajo del Espino de cuatro fanegas. Otra en el Camino del Raso, de dos fanegas.Por su parte, Alonso Guerrero,- que muy

probablemente nació antes del descubrimiento de América- legó un haza de cinco fanegas, situada también en el Navajo del Espino.

Estos terrenos baldíos no se van a citar en los libros parroquiales hasta bien entrado el setecientos. Presentaban el problema de estar lejos del pueblo, además de ser puros pedregales, cuando no monte pleno76.

El patrimonio va creciendo.

Unos 50 años después del primer catálogo de terrenos y tras algunas jugosas donaciones que aumentaron las propiedades de la iglesia se hace nuevo inventario de esta manera77: “Memoria de las hazas que tiene esta iglesia del Robredo.

Una haça do dicen la Casa Vieja, de caber fanega y media que alinda con Antonio Romero y...(falta por deterioro).

Otra haça en la Nava, de caber siete fanegas que alinda con Juan de Baides por una parte y por la otra Juan de Billalón y Antonio Romero y el camino que ba a las guertas.

Una haça en la Senda Pinilla de fanega y media de sembradura que alinda con Antonio Romero por

76 Sobre las dificultades de su arrendamiento se dice en 1732: “…no habido ninguno que haga arrendamiento (…) por causa de que en este lugar ay muchas tierras mexores que a mucho tiempo que no se labran, y lo otro porque la haza del Camino del Arquillo demás distar más de media legua del lugar, está el monte alynde de ella y apareja mucho perjuicio de todo género y ganados por no labrar naide toda aquella tierra. La del Nabaxo el Espino (…) dizen estar larga para cultivarla, la del Camino del Raso……”77 Este listado figura en los últimos folios del segundo libro de fábrica, Pov 22. Fecha muy probable 1678

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una parte y por la otra con Ana de Ortega, viuda de Diego Galletero.

Otra haça donde dicen la Cañada la Monxa de cin-co fanegas de sembradura que de presente alinda con heras de Miguel Sánchez por la una parte y por la otra los herederos de Miguel de la Vecina, veci-nos deste lugar.

Otra aça en lo alto de la Loma de caber de fanega y media que alinda con Cristóbal Martínez y con azas de Julián López y con azas de las monxas del Santi Spíritu de Alcaraz a la parte de abaxo y sobre otra aza de diez fanegas de sembradura en lo alto de la Loma que alinda de presente con Julián López y con las monxas del Santi Spíritu y con aza que llaman de San Antón.

Otra aza en la Naba del Negro de caber çinco fane-gas de sembradura que alinda de presente con Ber-nabé de Garbí por una parte y con el camino real que ba a Vado Blanco y por otra parte con aza de Juan Antonio, vecino del Ballestero y regidor dél.

Otra aza donde diçen los Tobares de la Cuebas [bo-rrado: las Sacedillas] de caber dos fanegas y media, alinda de presente con guerta de Juan López y por la de abaxo con el río.

Otra aza donde dicen la Oya las Puertas de caber tres fanegas de sembradura que alinda de presente con la pared de las guertas de la iglesia.

Otra aza donde dicen el carril que va a la Fuente García de caber una fanega que alinda de presente con el licenciado Germán Rodríguez y erederos de Miguel de la Vecina, y sobre otra aza en la Fuente Miranda a la zanja abajo a mano derecha de caber una fanega de sembradura que al presente alinda con herederos de Miguel de la Veçina y por otra parte con herederos de Bernabé de Garví.

Otra aza en el río de las guertas de fanega y media de sembradura y se advierte que oi de la yglesia no es más que la media fanega por que la anega [...] se iço con tierra de Dª Lucía Palomar que tiene en este sitio para entrar la[…] que tiene esta yglesia metido en el dicho cercado.

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Y sobre un cercado que está en las guertas ques el mencionado de arriba de caber siete fanegas de sembradura cercado de piedra que alinda con las guertas de Miguel de Hortega por una parte y por la otra con Miguel Criado y Juan de Baides herma-nos y el río que ba por medio.”

De esta manera el número de parcelas se ha incrementado de forma significativa; también lo ha hecho su extensión, que en estos momentos alcanza las 47,5 fanegas. De ellas, las mejores eran las de regadío que ocupaban unas 10 fanegas en su conjunto. La mayor parte, estaban rodeadas por un cercado único que la englobaba conformando una finca indivisa, que denominan como “la huerta de la iglesia”, una denominación que hoy todavía perdura en la terminología de los mayores y que designa en concreto unas suertes que hay al sur del río, entre los parajes de El Ojico y las Torrenteras.

La Huerta de la Iglesia

Comparando las cifras con las del primer recuento se han incrementado por tanto las propiedades en unas 15,5 fanegas en apenas medio siglo.

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Hay que hacer notar que buena parte de ese incremento se produjo por la suculenta donación de tierras, en concreto unas 20,5 fanegas, que hizo en 1648 Juan García Márquez.

¿Donde están esas otras cinco fanegas que no figuran? Esas fanegas de diferencia quizá provengan de un olvido de las que habría en la Cañada de la Monja, que unidas a las nuevas debían sumar 10 fanegas, a no ser que los diferentes topónimos que se usan las enmascaren bajo otra denominación. Otra explicación verosímil es que dejaran de arrendarse o de cultivarse y de ahí el que no se mencionen en este momento. Un ejemplo de esos altibajos en el aprovechamiento o no de determinados bancales lo encontramos en 1690 cuando se dice que “Andrés García Carrión rompió un prado que oy puede dar fruto y declaró no tocarle ni pertenecerle y asta oy no sea allado quién sea dueño dél.” Se hicieron averiguaciones acerca de lo que había hecho este cura y resultó que ese pequeño prado también era de la iglesia, aunque había dejado de labrarse bastante tiempo atrás.

Como no podía ser de otra manera, también en el siglo XVIII las propiedades fueron aumentando con nuevos obsequios, y un trueque.

El siguiente feligrés que se mostró generoso para con la parroquia resultó ser Roque López Hervás, quien cedió y vendió en 1716 una serie de propiedades rústicas. La venta –mejor dicho la permuta- la hizo para resarcirse de una deuda contraída con la parroquia de 867 reales, cantidad en la que fue alcanzado siendo mayordomo de la fábrica de la iglesia. Además, dado que no tenía hijos, parece que decidió añadir al lote alguna graciosa donación, antes de trasladar su residencia a la vecina Alcaraz.

Las nuevas tierras, que por una u otra vía, van a parar a la parroquia local son:

Un herreñal cercado, que se solía sembrar de cebada. Un haza en la Vega, sitio de Carrascas Agrias, de una

fanega y media. Otra haza en la Anegadilla, de tres fanegas. Otra, de dos fanegas en los montes cercanos al lugar, en

el sitio de Cerro Tejado.

Tabla nº 12.Las tierras de la parroquia (parajes, extensión y valor en 1752).

TIERRAS DE LA IGLESIA  1620 1678 1752 VALOR EN 1752

% total

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LUGAR Fanegas Reales parroquiaFresnedilla 3        Cañada de la Monja 5 5 6,25 197 5La Nava 6 7 9 278 7La Loma 8 11,5 5 49,4 1,2Hoya de las Puertas 4 3 3,3 32,9 0,8Río de las huertas 6 8,5* 7,5 2671 67,5Nava del Negro   5 4 93,6 2,4La casa Vieja   1,5 1,5 14,8 0,4Senda Pinilla   1,5 1,5 47,2 1,2Tobares de la Cuevas   2,5 1 64,1 1,6Fuente García   1 9 437 11Fuente Miranda   1      Anegadilla     3 29,6 0,7Cerro Tejado     2 19,8 0,5Fuente las Guijas     2 19,8 0,5TOTAL 32 47,5 55,05 3954 100

*Una fanega no es utilizable por la iglesia.Fuente: Elaboración propia.

Suponiéndole al herreñal cercado una extensión de 1,5 fanegas, -dado que no se molesta en detallarla-, tenemos un total en lo así allegado de ocho fanegas más, que aumentadas al total anterior dan uno nuevo de 55,5, repartidas en 16 parcelas.Este es un paso más en el proceso de acaparamiento que de manera continua lleva a cabo la iglesia local. Un proceso lento pero continuo, y siempre de la misma manera. Sólo a través de donaciones puesto que, como institución, tenía prohibido adquirirlas mediante operaciones mercantiles de derecho privado. No podía -de ninguna manera- comprar ninguna propiedad, tampoco solía vender, por lo que sus posesiones nunca disminuyeron por mucho que pasara el tiempo. La única adquisición que se hizo en este lugar y que se sale de la norma fue el trueque tierra por tierra, con Francisco López Losada, que tuvo lugar en febrero de 1653, por el que se cambió un huerto pequeño que tenía la iglesia, en el lugar que dicen el Tobar, - de los que había legado Juan García Márquez- y Francisco “le dio en su lugar una haza en la Nava que linda con dicha iglesia y otra en la Hoya las Puertas que alinda asimismo con dicha iglesia.”

La iglesia, sin embargo, no dejaba de gestionar sus tierras de la manera más favorable posible con tal de incrementar su patrimonio, y procuraba, concentrar sus bancales, y con ello facilitar el trabajo a los arrendatarios y de paso, incrementar la renta.

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El catastro de la Ensenada78, a mediados del siglo XVIII, aporta como propiedades de la iglesia un total de 16 parcelas que ocupan 55 fanegas de terreno. Coincide pues lo registrado por el oficial del catastro con las inventariadas –salvo las 13 fanegas ya comentadas-, si bien hay algunas discrepancias en cuanto a la denominación y cabida de varias hazas.

Además de ayudarnos a corroborar la cantidad de los bienes rústicos parroquiales, el Catastro de la Ensenada proporciona una valiosa información sobre la calidad de los mismos. Para ello establece una doble valoración; por un lado de la categoría de los terrenos en cuanto a su productividad y como resultado de ello, por otro, su valor en metálico.

Las categorías que contempla son cuatro: las mejores tierras las considera de 1ª, las peores de 4ª. En general, y según lo que se recoge en la tabla nº 13 se pone de manifiesto la buena calidad de las tierras de la parroquia, ya sea por el alto porcentaje de tierras de regadío que posee - más del 16%- o por la menor extensión y valor de sus peores bancales, si los comparamos con los catalogados como de primera o segunda calidad. Y eso además ocurre tanto en secano como en regadío. Los peores terrenos de la iglesia, que no son de 4ª sino de 3ª categoría, apenas suponen un tercio del total, un porcentaje poco frecuente –por lo bajo- en el conjunto de los propietarios.

Tabla nº 13.Las tierras de la parroquia según su calidad.

Regadío SecanoCategoría 1

1ª2

2ª3

3ª1

1ª2

2ª3

Nº de fanegas 6 2,31 0,21 7,5 19,08 18,3

Valor en reales 2556 177 2,4 422 601 181Fuente: Elaboración propia

Lo dicho queda ratificado de manera más rotunda si nos atenemos al valor en reales

78 AHPA: Catastro de la Ensenada, Alcaraz, Libro de lo Real del estado eclesiástico, Libro 135 págs. 173 y siguientes.

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Parajes con bancales de regadío de la iglesia

La Sacedilla

Torcahonda

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que, para cada categoría y tipo, establecía el Catastro en todo el territorio nacional, con las lógicas diferencias entre regiones al tener en cuenta las productividades tan distintas que se alcanzaban según los cultivos, el régimen de propiedad, las técnicas de laboreo y como mayor condicionante las condiciones climatológicas. Por lo que toca a esta comarca, por ejemplo, se le consideraba un rendimiento económico de 426 reales a una fanega de primera y regadío, en tanto que las de igual categoría pero en secano se le promediaban 56,24 reales. Las de tercera, que eran las más abundantes, sólo producían unos paupérrimos 9,88 reales por fanega.

Aplicando pues los rendimientos propuestos a las tierras de la parroquia, la media resultante del valor de los bienes rústicos parroquiales es de 73,76 reales por fanega, o lo que traducido al baremo que utiliza el catastro, equivale a considerar el total de las tierras como de regadío y segunda categoría, lo que no está nada mal.

Tabla nº 14. Tierras de secano y regadío de la iglesia.

Regadío % Secano %

Fanegas 8,5 16 45 84

Valor en reales 2735 69 1204 31

Fuente: Elaboración propia

Queda claro dónde reside la mayor fuente de riqueza material de la iglesia y así se va a poner de manifiesto en toda su andadura. El regadío, que apenas supone la sexta parte del total va a proporcionar a las arcas de la fábrica un 70 % de los ingresos por arrendamientos rústicos, más del doble que el secano, que cuenta con 45 fanegas. El regadío, y más concretamente la denominada “huerta de la iglesia”, va a ser “la joya de la corona” de la comunidad parroquial.

Por último, una nueva donación pasa a añadirse a las anteriores para cerrar el capítulo de acaparamiento de tierras de la parroquia. En 1792 se le hace saber al mayordomo que “tenga presente en lo sucesivo que a esta fábrica le corresponde una haza

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en el sitio de la Carrasca del Río, para que el mayordomo la arriende”.

Con ellas, las propiedades de la iglesia suman, según los datos que venimos manejando, unas 70 fanegas, una parte muy pequeña de las tierras de labor del lugar, apenas un 4,7 % de las más de 1500 fanegas que computa el catastro de la Ensenada. Esas fanegas se corresponden, poco más o menos, con lo poseído por dos agricultores medianos de la localidad. Otra cosa es lo que toca al valor de la propiedad. En ese hipotético escalafón del vecindario, la iglesia se hubiera constituido como el primer propietario79.

De todas maneras podemos concluir que las posesiones de la iglesia local fueron en su conjunto más bien escasas, muy alejadas del 18 %, que como promedio, le estipulan a la Iglesia nacional las Cortes de Cádiz a comienzos del siglo XIX. El hecho de no contar entre sus vecinos con ricos hacendados pudo ser una de las razones que lo explica. El no conceder tanta utilidad a este tipo de donaciones pudo ser otra. La ausencia de conventos y monasterios, quizá fuera la más importante80.

Donaciones a otras instituciones religiosas.

Los feligreses, por su pertenencia a la Iglesia y por apoyar a su sostenimiento temporal, se muestran generosos con ella,

79 Con los 3939 reales que se le atribuye de valor de sus tierras la iglesia quedaría por delante de Manuel Garví (3230 reales) y casi doblaría al segundo propietario local, Juan Miguel Gómez (2205)80 Eran instituciones que se constituían sobre las rentas que sus bienes fundacionales les iban procurando. A ellos se le fueron sumando otros bienes con el paso del tiempo. En 1752 y en actual municipio de Robledo las tierras que pertenecían a los conventos de Alcaraz superaban las 300 fanegas, concretamente las monjas franciscas de la Madalena tenían 88, las dominicas de Sancti Spíritu 179 y sus hermanos dominicos otras 40 fanegas más.

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Paraje con un bancal de la cofradía de San Antonio Abad

Cerro de los Clementes

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especialmente cuando ven próxima su muerte y pensando en que su aportación incidirá positivamente en la “calidad” de su vida eterna.

Gráfico nº 4.Tierras donadas a instituciones religiosas.

*Hay ocho fanegas de las que se desconoce el momento de su donación.Fuente: Elaboración propia

Pero el creyente además solía estar encuadrado en otras organizaciones laicas, también con fines religiosos, las cofradías, que aunque sus gastos eran mínimos, también precisaban, para su buen funcionamiento de continuas ayudas de todo tipo. Se ayudaba de diversas maneras, pero la más celebrada, era, cómo no, la donación de tierras.

Las cofradías, en su conjunto, eran propietarias a mediados del siglo XVIII, de unas 50 fanegas de tierra, la mayoría donadas por Miguel de Ortega y su mujer a la cofradía del Santísimo Sacramento.

Podemos concluir afirmando que la largueza de los robledeños corrió pareja a la influencia de la Iglesia en la sociedad que estamos tratando: alta hasta la llegada del siglo XVIII, para poco a poco ir declinando después. Al final del proceso, la continua acumulación de estos bienes por parte de la fábrica de la iglesia y las cofradías van a conformar una bolsa cercana a las 120 fanegas, que pasarán a manos privadas con la llegada de las reformas liberales.81

81 Por la ley de 2 de setiembre de 1841 se declararon bienes nacionales todos los que hasta entonces habían pertenecido a las fábricas y cofradías, pasando a manos privadas en años posteriores y en distintas oleadas.

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La fábrica de la iglesia.

Las iglesias del Antiguo Régimen eran titulares de importantes propiedades y, esta de Robledo, como no podía ser menos y dentro de su nivel, también las tenía. Su disfrute llevaba aparejado una serie continua de ingresos y gastos, que era obligado contabilizar. Como bienes parroquiales que eran, por tanto de toda la comunidad cristiana, era la comunidad la que tenía la responsabilidad de llevar las riendas de su gestión. Dicha administración de los bienes se llevaba a cabo a través de uno de los órganos parroquiales y más concretamente de la llamada fábrica de la iglesia.

Detallando algo más sus funciones, la fábrica, o por mejor decir, la persona responsable de ella que era el mayordomo, se encargaba básicamente de llevar el control diario a través de las oportunas anotaciones que justificaran todos y cada uno de los pagos o cobros que se llevaban a cabo en la parroquia. Los ingresos de las parroquias españolas solían venir en su mayor parte de las rentas decimales ya comentadas, pero que, por ser exclusivos del clero y por lo tanto destinados únicamente a su provecho, no figuraban en las cuentas de la comunidad. Por el contrario, sí se hacían constar otras cantidades cobradas que provenían de la puesta en arrendamiento de los bienes de la iglesia. Estamos hablando de las tierras, casas, préstamos, etc., cuyos frutos eran abonados a la fábrica bien en especie o más comúnmente en metálico.

A ello había que añadir lo que abonaban los feligreses por la utilización de los espacios de la iglesia como camposanto y lo que se cobraba a las cofradías por el uso de determinados materiales y ornamentos de la iglesia en sus celebraciones particulares.

Los conceptos de gastos, se reducen básicamente a tres, siendo el que consume más cantidad de fondos parroquiales la conservación y mejora del templo en todas sus secciones (edificio, muebles, ropas, etc.), y aunque oficialmente la fábrica sea un organismo relativamente autónomo en su funcionamiento, se va a ver continuamente condicionada por las autoridades diocesanas, quiénes intervienen con demasiada frecuencia en su actuación, llegando a reservarse de manera exclusiva y excluyente, aquellas decisiones que afectan a las inversiones más importantes, ya sean para dar el visto bueno a un

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desembolso extraordinario o para modificar el capítulo de ingresos.

En un segundo escalón podíamos colocar los conceptos que se sustancian con cantidades más reducidas (obras menores, labores artesanales, vestuario, etc.) en los que el clero de cada parroquia tenía algún margen de maniobra.

El resto es consumido por lo que podemos denominar gastos corrientes y de personal. El mayordomo, en este capítulo disponía de forma discrecional en todo aquello que resultara estrictamente necesario para el normal y cotidiano funcionamiento de la parroquia, sobre todo artículos para el culto (vino, cera, aceite,..) y en el salario de sacristanes, predicadores, correos, etc., que estaban previamente estipulados.Este tipo de partidas se van a repetir una y otra vez en todas y en cada una de las visitas.

Nombramiento de mayordomos.

El mayordomo, como se ha visto, no era una persona decisiva en el funcionamiento de la fábrica, pero a pesar de ello su papel tenía una gran importancia, al fin y al cabo el mayordomo era el último responsable de algo que resultaba fundamental también entonces, los dineros de la parroquia. Y con algún agravante añadido en el caso de esta parroquia de la Purísima Concepción. A cambio, y más que el aplauso de los administrados-sus vecinos-, buscaba alcanzar una satisfacción personal por la actividad pública y notoria que el cargo llevaba aparejado o por el servicio que se hacía a la comunidad cristiana de la que formaba parte.

El mayordomo, por la cuenta que le traía, y dado que no sabía por anticipado cuándo sería el ajuste de las cuentas, debía llevar un control exhaustivo de lo que iba cobrando, y sobre todo de lo que pagaba, puesto que debía acreditarlo mediante el correspondiente papel. Era conveniente pues, saber leer, escribir y conocer las cuatro reglas.

Sin embargo, abundaban los analfabetos. Por dar una cifra aproximada, el porcentaje rondaba la mitad en el siglo XVIII, mientras que en el anterior son más de los que se dice que no saben (seis), que los que estampan su firma (cuatro) en los

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documentos. Visto lo cual, el desempeño del cargo, tiene aún más mérito.

Además de no recibir ninguna compensación por su labor, se le exigía a la entrada en la mayordomía como requisito imprescindible que fuera persona “abonada”, esto es, que tuviera un patrimonio suficiente con el que respaldar su gestión, o en su defecto que presentara fianzas a gusto del encargado de su nombramiento, además de tener crédito en la población y ser digno de fiar.

En un principio eran nombrados por el teniente cura, según podemos apreciar en 1603: “Que se le notifique a el cura que nombre mayordomo, atento que a muchos años que lo es Alonso del Charco” El presbítero local, buen conocedor de sus feligreses lo proponía y el vicario se limitaba a su ratificación82.

En un buen puñado de ocasiones, el elector es el cura, pero no el titular de esta parroquia de la Purísima sino el de la Santísima Trinidad de Alcaraz, de la que ya hemos dicho que dependía a todos los efectos, aunque no siempre contaba con el visto bueno del nombrado. En 1743 Manuel Vecina “en quién concurren las qualidades necesarias” fue el elegido con la aprobación del vicario de la zona quien “mandó que dentro del segundo día lo acepte y sirba baxo pena de excomunicón mayor late sententiae...”

Los agraciados pasaban a desempeñar su cargo por tiempo indefinido, dándose en la duración una gran diversidad. Los hubo que lo fueron durante varios lustros, mientras que no pocos, al pasar la primera visita, esto es a los dos o tres años, lo dejaban, alegando que por motivos profesionales no podían desempeñar su labor de la manera más adecuada. Así se liberaban de unas complicaciones que, a su vez, les robaba tiempo de sus quehaceres cotidianos.

Algunos mayordomos no debieron quedar nada disgustados del ejercicio de la mayordomía a juzgar por sus últimas voluntades. Así el citado Manuel Vecina, que murió en 1744, dejó dicho que” se le dé a esta fábrica, por modo de limosna, toda la cantidad en que fue alcanzada dicha fábrica por el dicho Manuel Vecina, mayordomo que fue della en el año próximo pasado, excepto 22 reales y medio de velas que dicha fábrica, a de pagar a Francisco Viana, sacristán” La cantidad graciosamente donada ascendió a unos 25 reales.

82 “El qual dixo que nombraba [...] a Miguel de Ortega y pide a su merçed lo aya por tal nombrado” se dice textualmente en 1603.

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Un caso curioso se dio con ocasión de sustituir a un mayordomo que había ingresado en la cárcel. Quizá por tratarse de una sustitución provisional, el cura recurrió a los regidores del lugar para consensuar el nuevo mayordomo. Otras veces el nombramiento de un nuevo encargado de la mayordomía era obligado. Sucedía cuando les llegaba la hora de la muerte antes que la de rendir las cuentas. En estos casos, los que debían asumir esa responsabilidad eran sus deudos.

En otras ocasiones el mayordomo era el propio cura, sobre todo en el caso de que fuera agricultor y tuviera un especial interés en el arrendamiento de las tierras de la iglesia. Sin embargo, es posible que en algún momento, no encontrara a nadie lo suficientemente capacitado como para que le fuera otorgada esa labor.

Y por supuesto solo se elegían hombres. Pero como en casi todo hubo su correspondiente excepción.

Como caso verdaderamente anecdótico –no debió ser nada corriente en la España del XVII-, tenemos el de una mujer que ocupara el puesto de mayordomo. Una mujer se convertía por lo tanto en la máxima responsable de una institución netamente masculina; Pero no sólo eso, porque este puesto, en la práctica y en este lugar, llevaba incorporado el mayor poder de decisión a nivel local, ya que sus disposiciones afectaban a todo el vecindario.

Ocurrió tras el efímero paso por la mayordomía de Alonso Moreno que murió a los pocos meses de ser nombrado allá por 1632. En estos casos, como hemos dicho, se solían hacer cargo los familiares, pero hete aquí que la mujer del titular también murió en esos meses y no tenían herederos que fuesen aptos para esos menesteres. Por si fuera poco, se contó con el agravante de que, su único pariente, concretamente un hermano suyo de nombre Juan de Castro, vivía en Montalvos, obispado de Cuenca.

En esta difícil tesitura fue cuando María de Garví “a acudido por su deboción a el serbicio de la dicha iglesia i que a dado buena quenta de los bienes de ella y que es persona abonada y en este lugar no ai otra persona que mejor puede acudir a el serbicio de dicha iglesia...”. A pesar de tantas flores el cura de alguna manera procuró aminorar el efecto del nombramiento utilizando como tapadillo al hijo, del cual destacaba además de su condición filial, que vivía en su misma

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casa y “..por lo tanto, en la mejor vía y forma que aia lugar de derecho nombraba y nombró por mayordomo de la dicha iglesia a Miguel de la Vezina, hijo de la dicha María de Garví y a la susodicha, por tenerla en su cassa para que ambos juntos exerçan el dicho oficio...”

Tabla nº 15Mayordomos de la parroquia.

Fechas Años Mayordomo

De 1598 a 1603 5 Alonso del CharcoDe 1603 a 1604 1 Miguel OrtegaDe 1604 a 1608 4 Gabriel OrtegaDe 1608 a 1610 2 Andrés LópezDe 1610 a 1612 2 Diego BenítezDe 1612 a 1616 4 Diego GarcíaDe 1616 a 1621 5 Miguel Ortega83

De 1621 a 1630 9 Francisco GómezDe 1630 a 1632 2 Alonso MorenoDe 1632 a 1633 1 María de GarvíDe 1633 a 1637 4 Miguel Vecina y María GarvíDe 1637 a 1649 12 Miguel VecinaDe 1649 a 1653 4 J. Clemente y Fco. López CarbonerasDe 1653 a 1659 6 Francisco López CarbonerasDe 1659 a 1662 3 Licenciado García Criado, el curaDe 1662 a 1664 2 Julián LópezDe 1664 a 1668 4 Licenciado Eugenio García Rojo, el curaDe 1668 a 1669 1 Francisco GómezDe 1669 a 1685 16 Julián LópezDe 1685 a 1693 8 Juan de BaidesDe 1693 a 1693 0,5 Francisco VianaDe 1693 a 1694 1 Andrés García VizcaínoDe 1694 a 1695 1 Pascual SánchezDe 1695 a 1696 1 Antonio de Coca, el curaDe 1696 a 1698 2 Francisco GómezDe 1698 a 1699 1 Francisco GarridoDe 1699 a 1712 13 Roque López HervásDe 1712 a 1728 16 Miguel GómezDe 1728 a 1730 2 Pedro PérezDe 1730 a 1732 2 Francisco GómezDe 1732 a 1738 6 Tomás Flores, el curaDe 1738 a 1741 3 Manuel GarvíDe 1741 a 1743 2 Juan GarcíaDe 1743 a 1744 1 Manuel López VecinaDe 1744 a 1753 9 Francisco VianaDe 1753 a 1755 2 Juan CanoDe 1755 a 1760 5 Juan PalomarDe 1760 a 1765 5 Juan Miguel Gómez

83 Según lo escrito en el libro de fábrica y en la cuenta de 1621 el mayordomo Miguel de Ortega“…de presente está preso de la justicia en la cárcel de Alcaraz.”

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De 1765 a 1768 3 Francisco Antonio Sánchez , el curaDe 1768 a 1772 4 Joaquín Miguel de Busto, el curaDe 1772 a1781 9 Juan Miguel GómezDe 1781 a 1788 7 Antonio OrtegaDe 1788 a 1793 5 Ramón Garví

Fuente: Elaboración propia

Ventajas y quehaceres de la mayordomía.

Los que lo ejercen en esta parroquia, siempre son personas que pertenecen a la, llamémosle, élite local. Una y otra vez aparecen los mismos apellidos al frente de su desempeño. No debemos olvidar que es la institución radicada en la localidad que cuenta con el mayor prestigio y presupuesto, lo que por una u otra razón la hace apetecible tanto por los individuos como por sus familias. Su desempeño llevaba aparejado el poder disponer de manera discrecional de los bienes de la iglesia local, siguiendo eso sí, los procedimientos y usos tradicionales en su explotación.

Por allí pasaron siete miembros de la familia Gómez, tres de los Ortega y de los Garví y dos de los Palomar o los Vecina.

Todas ellas, y sólo ellas, eran las familias más pudientes. Otro rasgo característico es la reincidencia en el cargo, a

veces por espacios muy dilatados. Miguel Gómez lo ejerció 16 años seguidos hasta 1728, pero un pariente suyo de igual nombre le igualó en las postrimerías del mismo siglo. Roque López Hervás fue mayordomo durante 13 años, Miguel Vecina 12 y Julián López estuvo otros 16.

Y aún podemos decir más. Era un cargo codiciado. Curiosamente si miramos el listado de los mayordomos observamos que en su provisión se iban sucediendo distintos apellidos, con la pretensión de que no resultara ninguna familia “beneficiada” en demasía. No obstante, y a pesar de todos los esfuerzos, la familia Gómez fue la elegida en 46 años de este periodo. Esta posición eminente fue envidiada por otros linajes, de lo que siguieron algunas desavenencias, a veces de importante calado a nivel local. Así en 1698 Francisco Gómez, denuncia a Miguel Ortega, padre e hijo, -a quienes califica de “mano poderosa”-, por introducir sus ganados sin permiso en tierras de la iglesia.

Hay además, otro grupo social en la parroquia proclive también a la mayordomía, no en vano sus integrantes lo

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ocuparon durante un buen puñado de años, en concreto 21. Nos referimos a los curas. Este es, a su vez, otro argumento a favor de la importancia de esta función rectora de la fábrica. El cura, que a veces es un labrador más, no pierde la oportunidad de ostentarla. Tomás Flores, fue el responsable durante seis años consecutivos. Pero no fue el primero; antes tuvo ocasión de hacerlo el Licenciado García Criado, quien poseía y explotaba tierras en el lugar, al igual que algunos de sus familiares, también vecinos y agricultores.

En total fueron seis los sacerdotes que fueron mayordomos. Podríamos decir que tantos como sacerdotes-labradores hubo. Tres lo fueron en el XVII y otros tantos en el siguiente, como puede apreciarse en el cuadro nº15.

El quehacer del mayordomo quedaba claro desde el principio. Antonio Ortega, cuando fue nombrado en 1780, fue apercibido de que su obligación principal era la de “mirar con mucho cuidado por los bienes de la dicha iglesia y aumento dellos...” Y para tener éxito en esta empresa se le faculta para que use todos los mecanismos necesarios para que “judicial o extrajudicialmente, como le pareciera, haya, administre, beneficie y cobre” todo lo que concierna a la fábrica parroquial.

Por tanto, él era quien escogía los arrendatarios de los bienes parroquiales y quién negociaba las cantidades que debían pagar En la primera mitad del siglo XVII, cuando la iglesia llevaba directamente el cultivo de las tierras, el mayordomo debía procurar también que las labores agrícolas que precisaban los bancales de la parroquia se hicieran en su momento y sazón, apelando a la ayuda desinteresada del vecindario, o buscando jornaleros a los que luego abonaba su salario.84

Una vez recogida la cosecha, debía pagar los tributos correspondientes, como eran diezmos y primicias85. Asimismo supervisaba todo lo tocante a las obras que se llevaban a cabo en la iglesia, incluso participando directamente en el desarrollo de las mismas, unas veces de manera voluntaria y altruista. En otras ocasiones hay constancia de que recibía un estipendio por su colaboración.

84 En la primera cuenta ya se citan estos gastos “...tres mil y quinçe maravedís [...] en vino, pan, mançanas y otras cosas que se gastaron con los que sembraron y coxieron y roçaron las haças..”85 Gabriel Ortega da cuenta en 1608 de una fanega y tres celemines y medio por estos conceptos.

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Él imponía –si llegaba el caso- algunas condiciones particulares, él vigilaba con más o menos celo el cumplimiento de lo convenido; él podía denunciar a los incumplidores. Medía y pesaba. Él, y sólo él, se encargaba de las cuentas.

El mayordomo es, además, un agente de pastoral, en concreto de pastoral “económica”. Suya era la obligación de buscar y allegar nuevos fondos para ayuda de la parroquia, aunque provinieran de los donantes más insospechados. Con mucha frecuencia se le recordaba que “pida la limosna acostumbrada para la fábrica de la iglesia, atento su mucha pobreza.” incluso del pósito de pobres del lugar.

¡Desde luego es evidente la escasez de recursos de la fábrica cuando tiene que acudir para su sostenimiento a tan famélico auxiliador!

“Todos los quales dichos bienes se le entregan a el dicho Juan López, mayordomo que es al presente desta iglesia deste lugar Robredo...” se dice en la década de los sesenta del siglo XVII. Queda patente que tenía también a su cargo la custodia y conservación de los bienes materiales de la parroquia. El mayordomo es quien aparece en algunos inventarios como único depositario y responsable de todos ellos. Cuando finaliza su mandato, el que le sustituye revisa que no falta nada y a continuación los considera recibidos, reflejándolo por escrito.

Una vez que entraba en el cargo, lo primero que tenía que hacer el nuevo era liquidar la cuenta del anterior, bien cobrándole lo que hubiera quedado a deber o por el contrario, abonándole la cantidad que resultara a su favor.

CAPÍTULO 5. FUNDACIONES RELIGIOSAS EN LA CAPÍTULO 5. FUNDACIONES RELIGIOSAS EN LA LOCALIDAD: EL PÓSITO Y LAS COFRADÍAS.LOCALIDAD: EL PÓSITO Y LAS COFRADÍAS.

El Pósito de pobres o alfolí menor.

Bajo estas dos denominaciones se habla muy a menudo en los libros de la principal obra pía que funcionaba en la parroquia.

De sus características el visitador en 1739 escribe:

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Ai en este lugar un pósito que fundó Juan Palomar y María Vezina su mujer con la prevenzión de que aia de consistir en 50 fanegas de trigo y que para el mes de maio con invervenzión del cura se convierta cada año en pan cozido y de a los pobre un maravedí menos en cada libra del precio a que se vendiere el pan del alorí maior del mismo lugar y que si pareciere a dicho cura y rexidores darlo un mes antes lo hagan y que el dinero que produjese se distribuía entre los labradores de dicho lugar por dicho cura y rexidores y que lo paguen el agosto en trigo según costumbre y tengan el nombramiento de mayordomo que guarde el pan y lo cobre y en la cámara aia tres llaves y en el arca del dinero otras tres y las tengan el cura, rexidor y maiordomo.

Como obra pía sus intenciones son religiosas, como también es eclesiástica la propiedad de los bienes, aunque su ámbito de actuación es totalmente civil. Lo que mueve a su constitución por parte del fundador es el deseo de hacer el bien, de practicar la caridad con su prójimo, mediante la donación de una cantidad de trigo que destinaba al auxilio del vecindario.

Los pósitos, mediante el almacenaje continuo de los granos, eran un gran instrumento en la lucha contra el hambre y el alza del precio del pan, además de asegurar simiente cada año a los labradores locales, a devolver con un pequeño incremento meses después. Algo que sin embargo, por las circunstancias adversas que llegaban muy a menudo no era posible hacer, por lo que estos créditos tendían a alargarse afectando seriamente a los fondos del pósito, unos fondos que en 1739 debían contar con 518 fanegas pero “aunque suma este caudal por los reconocimientos (recibos) oy se podrán considerar exsequibles la mitad a causa desta suma pobreza de aquellos vecinos que nunca llega el caso de entrar en la cámara lo que deven”, algo que sucede con la vista gorda del visitador, si bien en los casos más sangrantes se ve obligado a intervenir.86

En algunos casos debía ser verdad pero la flexibilidad en la cuentas y las largas carencias del préstamo animarían a más de uno a cometer excesos y los que más los mayordomos del pósito, que como en todos los demás “oficios” del lugar estaban desempeñados por los mayores propietarios.

86 Gabriel, Antonio y Juan de Garví, herederos de Antonio Garví, labrador en Casalazna fueron conminados por el vicario del distrito en 1723 a pagar con prontitud y bajo amenazas de excomunión las 76 fanegas y dos cuartillos de trigo que “restan deviendo”.

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Otros encargados se mostraron, por el contrario, rigurosos en su función llegando a excomulgar de forma inmisericorde a sus propios convecinos.87

Conocemos la fecha de su fundación, 1604 y el grano de más que a modo de interés en especie debían entregar los labradores por cada fanega que recibían, que se denomina “las creces”. Consistía en “dos libras de pan”, o lo que es lo mismo, aproximadamente un kilo de trigo por fanega, (un 2%). El interés resultante es muy ventajoso para los aldeanos, teniendo en cuenta, además, que se abonaba casi un año después. Unos datos que confirman los fines humanitarios que buscaba este tipo de fundaciones.

Por su parte, la rebaja en el precio del pan tampoco era desdeñable puesto que ese maravedí menos suponía a los más necesitados un ahorro de entre el 10 y el 15% del precio más corriente de la libra de pan, (algo menos de medio kilo) que por entonces oscilaba alrededor de los 8 maravedís.

Gracias a este recurso de los pósitos - que se generalizó en el reino en tiempos de Felipe II- se pudieron remediar las tremendas carestías que se presentaban con cierta frecuencia, incluso en años consecutivos. Con ocasión de una de ellas, Juan Miguel Gómez, regidor y hombre del campo, se erige en portavoz de los vecinos y pide al vicario “que se dé trigo del pósito del lugar (excepto el necesario para el panadeo de dicho lugar) para hacer la simienza por haber seis labradores que se hallan imposibilitados de poderla hacer por falta de granos”. Su propuesta es atendida, eso sí, con la condición de devolverlo en “ese agosto con creces.”

El año siguiente, 1772, los nuevos regidores, Fernando de Ortega y Juan de Ortega, solicitan 50 fanegas de trigo del pósito para el panadeo en los meses mayores “al precio corriente de dos libras de pan”. Esta nueva petición de las autoridades locales trata de asegurar el mantenimiento de la población, siquiera hasta que se recoja la nueva cosecha.

El primer dato de su existencia se encuentra en una escueta anotación del primer libro de fábrica, donde se toma del mayordomo, Diego de la Vecina, la cuenta de lo que contenía este alfolí menor, que a la sazón eran 96 fanegas y nueve

87 Este rigor lo sufre en 1658 Juan del Castillo quien afirma que “devo a el pósito de pobres […] seis fanegas de trigo y 30 reales y respeto de la cosecha deste presente año a sido tan estéril como es notorio no he coxido ni para sembrar […] por la cual (deuda) el mayordomo de dicho pósito me tiene excomulgado y puesto en tabla…”

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celemines de trigo, aunque reconocía que los prestadores no habían dejado más que 50 y que la diferencia es lo que había aumentado.

Los mayordomos del pósito.

Se dice en esta toma de cuentas,- sin fecha-, que se lleve un libro de anotaciones que el cura guarde en su poder, donde quedarían sentados todos los movimientos de esta obra pía y además que tanto los dineros como los papeles propios de la mayordomía se guarden en un arca bien cerrada mediante tres llaves distintas y a la que sólo tengan acceso sus tres únicos responsables, que son: el cura, el mayordomo y uno de los regidores del lugar.

A continuación viene una indicación sobre la tasa que el fundador estableció, “la de un maravedí menos de cómo valiere en.....”Falta este otro término de la comparación, aunque bien pudo tratarse del alfolí mayor, radicado en Alcaraz.

Aunque era el máximo responsable, el cura delega el gobierno y la administración del pósito en una persona de su confianza. Por sus obligaciones religiosas no tiene tiempo de ejercer otras al margen de su función principal, y con más razón si lleva aparejado un continuo movimiento de entradas y salidas, de grano y de reales, un día y otro, como era el caso.

Entre los encargados de la obra pía, figuran algunos vecinos de renombre a nivel local como:

Pascual Sánchez Palomar. Francisco Gómez. Juan Martínez, de El Cubillo.

Todos ellos la desempeñaron en la segunda mitad del siglo XVII. La facultad de su nombramiento corrió a cargo del cura de la parroquia, que era el máximo responsable de la institución, y los regidores. El mayordomo nombrado y al que se dejaba encargado de cantidades de grano de alguna valía, debían presentar avalistas a gusto del teniente párroco, antes de tomar posesión, al igual que su homólogo de la fábrica.

Evidencia de lo dicho tenemos en 1730. Francisco Gómez alega que habiendo sido nombrado mayordomo “por el cura y rexidores de dicho lugar quien tienen facultad para ello [...] respecto de ser obligación mía de dar fianza de dicho pósito...doy por mi fiador a Miguel Gómez, rexidor de dicho lugar y persona abonada....”. Aprovecha el momento para hacer

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constar las anomalías que observa. Se queja de que Juan Guillén, el anterior mayordomo, no le había entregado los “conocimientos”, esto es los papeles, recibos, etc., que acreditaban su gestión.

El desempeño de tal labor traía algunos sinsabores. A veces los más perjudicados eran los “usuarios”. Juan del Castillo en 1658 declara que “devo a el pósito de pobres de dicho lugar seis fanegas de trigo y 30 reales y respecto de la cosecha deste presente año que a sido tan estéril como es notorio [...] No he coxido ni para sembrar [...], por la qual (deuda) el mayordomo de dicho pósito me tiene excomulgado y puesto en tabla.” Por ello Juan solicita que se le dé un nuevo préstamo, y que además se le levante la pena de excomunión. Como se ve, algunos mayordomos no tienen miramientos y usan de todas las atribuciones a las que da derecho su cargo.

Otras veces los aparentes “verdugos” pasan a ser víctimas. Tal es el caso de Francisco Sánchez Pérez, encargado del pósito a principios del siglo XVIII cuando se procedió a erigir la torre. Este hombre, cuando le llegó la visita del vicario para revisar las cuentas de su gestión al frente del alfolí menor, fue alcanzado en 245 reales, que según su alegación, aseguró una y mil veces haber entregado al párroco.

Como no se le creyó, y además era “un hombre pobre“, según el mismo cuenta “me bendieron los vienes que tenía” con lo que se reintegró la deuda al pósito. No obstante se dirige al Vicario de Alcaraz en busca de que se le haga justicia y con su propia auto-exculpación señala, con pelos y señales al presunto culpable. Dice que la antedicha cantidad la “...entregué al licenciado Diego Díaz, teniente de cura que era de dicho lugar [...] de cuya mano [...] le entregaron a Francisco del Castillo, albañil y a Matheo López [en pago de sus trabajos en la torre] [...] No se me abonaron por falta de la declaración de dicho licenciado Diego Díaz.”

Estaba claro que él no tenía el dinero, pero tampoco el cura. Los operarios lo habían cobrado, pero no quedó registrado el gasto en recibo ninguno, por lo que fue expropiado en una cantidad similar a la desaparecida.

No sabemos cuál fue el veredicto del vicario pero a juzgar por los testimonios de varios vecinos que aporta el mayordomo, debió ser condenatorio. Sin embargo, cuatro años después, el

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juez de la causa seguía en sus pesquisas. Es posible que la presunta responsabilidad del sacerdote quedara impune.

A otros, sin embargo, no les fue tan bien.Así en 1739, Blas Gómez, mayordomo del pósito y obra pía,

pide que habiendo prestado 30 fanegas de trigo a Tomás Flores, cura que fue de este lugar y otras 15 a María de Montoya, entregadas en mancomún y dándose el caso de encontrarse dicho cura en el artículo de la muerte “y se teme alguna extraczión de sus vienes y que padezca dicha obra pía, [pidió] se le embargasen todos los bienes muebles y raíces que se allasen ser del dicho..”

Es escuchado en este caso y acto seguido y con asistencia de un regidor de la localidad, Pedro Pérez, se procede a hacer averiguación y posterior embargo de sus bienes.

Y más casos. También resultó chamuscado en su gestión Juan Clemente, sacristán y mayordomo de la obra pía y de la fábrica, al que le fueron expropiados algunos de sus bienes –casas y tierras, fundamentalmente- por sentencia de la audiencia arzobispal que lo declaraba “alcanzado” esto es deudor al pósito menor por un total de 292 fanegas y siete celemines de trigo y 68721 maravedís.88 Y Roque López Hervás, quien debió desprenderse de forma rápida de unas propiedades, antes de irse a vivir a Alcaraz.89

Auxilio de la fábrica.

Ya en la primera mitad del XVII se hace constar la mucha importancia que para la fábrica de la iglesia tenía el pósito, por una parte porque era la fuente de aprovisionamiento de trigo más barato para el cultivo de las tierras del lugar –también las parroquiales-, y por la otra, porque de ahí provenían suculentas y periódicas aportaciones, casi siempre en metálico, a los fondos de la fábrica. Esas donaciones, todas desinteresadas, se hacían porque así lo mandaba el señor vicario del arciprestazgo.

Fueron pues frecuentes las relaciones entre ambas instituciones. El primer préstamo de trigo del alfolí data de 1632 cuando el mayordomo da cuenta que abonó “39 reales de dos

88 Esto ocurría por distintas sentencias promulgadas entre 1654 y 1662.89 Ambos personajes curiosamente dan nombre a dos topónimos de actual municipio: El cerro de los Clementes por un lado y La Hoya Roque por otro. Con el hecho de “bautizar” sus propiedades ¿se pretendería llamar la atención de los cristianos del pueblo recordándoles lo que puede pasar como resultado de una mala gestión de bienes “comunes”? ¿Se trataba de escarnecer al menos la fama de presuntos apropiadores de bienes eclesiásticos?

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fanegas y dos celemines de trigo […] al alfolí menor, que lo abía prestado para sembrar”.

Trasvases de dinero hubo en más ocasiones. En 1653 le concedió graciosamente a la fábrica 64,5 reales y en 1655, 200 más. Un socorro extraordinario destinado a un gasto importante como era el de hacer la sacristía y el coro y que resultaba plenamente necesario “por causa de estar muy pobre esta fábrica”. En años posteriores también se extraen fondos del pósito por valor de 200 reales anuales, e incluso más, siendo el mayor desembolso el de “cien pesos90, que se an aplicado [en 1744] de la obra pía y pósito a esta fábrica.”

También hubo aportaciones en especie. En 1718 la limosna según consta en las cuentas consiste en ocho fanegas de trigo, que al cambio de aquel momento equivalían a 160 reales.

Otras veces se encargan de sufragar gastos extras que adquiere la parroquia, a los que no puede hacer frente por falta de liquidez. “A los tres estandartes [manda el vicario] que se les heche baras nuevas largas, que las que tienen son muy cortas y arrastran las borla, y hechas dichas baras se avise la costa que han tenido y se dará libramiento para que el mayordomo del pósito y obra pía lo pague de su caudal atento que se han hecho dichos estandartes con él”.91

Origen de las cofradías.

Las cofradías son otro instrumento que tenemos a mano y que nos puede ayudar a conocer mejor las características de la comunidad parroquial. Estas asociaciones, que sobre el papel eran totalmente laicas en cuanto a su gobierno, en la realidad como veremos, estuvieron totalmente mediatizadas por el clero local, o lo que es lo mismo en nuestro caso, por los párrocos, y ello con independencia de que ejercieran su ministerio en la localidad o fuera de ella.

La constitución de cofradías era una tradición muy arraigada entre los cristianos desde la Baja Edad Media. Nacieron en los ambientes urbanos como entidades religioso-asistenciales, ejerciendo, ante la falta de otras instituciones, labores humanitarias para con los miembros más necesitados de los gremios a los que iban íntimamente ligados, además de otras actuaciones obligadas

90 Peso: Moneda de plata de una onza de peso que valía ocho reales fuertes o veinte reales de vellón. DRAE 91 Esta orden es de 1678

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dentro del ámbito cristiano como eran las relacionadas con las prácticas de la caridad, de la penitencia y de la asistencia a las celebraciones, especialmente a las de difuntos.

Hay quien las considera como respuesta del pueblo cristiano ante el excesivo protagonismo que alcanzó el clero. El pueblo, que de grado o por fuerza tiene que asistir cada vez a un mayor número de celebraciones religiosas, ve con tristeza que es un mero espectador que ni siquiera entiende –porque se oficia en latín-, lo que ocurre en el interior del templo y fuera de la iglesia no deja de ser, igualmente, un mero figurante. De ahí que necesita plasmar en estas cofradías sus ansías de participación, de dar rienda a la religiosidad popular mediante su participación en instituciones en las que los seglares contaban con la suficiente libertad como para calmar sus pretensiones.

Las cofradías, debido a la evolución que siguieron durante los tiempos modernos, son denominadas por algunos como instituciones de la muerte, por su repetida presencia en los entierros.

Son asistentes obligados a los actos fúnebres y con su presencia y disciplina en el cortejo lo realzan de manera que tengamos que hablar más bien, de “pompas fúnebres”, sobre todo cuando llevan sus ropajes y velamen plenamente integrado en el cortejo.

La proliferación de cofradías, que se produjo en los siglos XV y XVI, estuvo alentada desde el primer momento por la Iglesia con el convencimiento de que era un instrumento muy valioso “para el servicio de Dios y de su Bendita Madre”.

Incluso el medio rural se contagió de esa loca carrera de fundaciones de cofradías, y aunque carecían de actividades terciarias de importancia y por lo tanto de personas agremiadas, no por ello se privaron de multiplicar el número de estas hermandades, unas veces sentidas como necesarias –las menos-, en tanto que en otras ocasiones lo que más les mueve es el afán de imitación y superación de lo que hacen en otros lugares, y siempre con la creencia de que a mayor número de cofradías, mayor prestigio para la parroquia o localidad a la que estaban adscritas.

En múltiples ocasiones, el pertenecer a una cofradía era más que un acto de devoción un seguro de asistencia en los momentos postreros. El cofrade tenía por obligación asistir al hermano enfermo en su lecho y, llegado el caso, acompañarlo en las honras fúnebres y en todos los sufragios que se dijeran en su memoria. Y así una y otra vez, con uno y con todos los que le precedían, de

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manera que cuando él fuera el protagonista de tan infortunados momentos, tampoco estaría solo. Y no sólo se aseguraba el acompañamiento y la asistencia, también una seguridad económica, pues sabía que, si por las circunstancias que fueran no contara con medios propios para los sufragios post morten, la cofradía se encargaría de pagar los que buenamente pudiera, para bien y provecho del alma del finado.

Pero con la simple y escueta constitución de estas agrupaciones no es suficiente. Es preciso cimentar estas ambiciones espirituales con los necesarios bienes materiales, de manera que el lustre de unos, revierta de forma recíproca en los otros. Por eso, en la mayoría aspiran a disponer de algo de su entera propiedad comenzando por un sitio reservado para sus actos, siendo el predilecto un altar, o una capilla, a ser posible en la iglesia parroquial.

Los actos que requieren de su participación son frecuentes, de ahí que, al cabo del año los gastos se vayan acumulando y aunque el monto no suponga cantidades elevadas, es preciso contar con ingresos anuales en consonancia.

El medio más utilizado de allegar fondos es, como en la fábrica parroquial, el ser titular de propiedades rústicas o urbanas que sean capaces de generar las suficientes rentas, para cubrir las necesidades y al mismo tiempo conseguir el mayor ornato y decoro posible en todos los actos y de manera especial en las procesiones.

En este tiempo se produce la gran eclosión del teatro en España. Por doquier aparecen compañías más grandes o más chicas que encumbran a autores de la talla de Lope de Vega o Calderón. No hay rincón que no participe en la medida de sus posibilidades de la nueva moda de escenarios, actores y representaciones.

A la vez, son momentos de gran firmeza de la Iglesia en España y era preciso y conveniente dejar bien sentado el triunfo de los españoles sobre las embestidas de la herejía que había hecho temblar a media Europa; aunque en nuestro solar había sido totalmente desterrada y prueba de ello, y en su desagravio, el pueblo se echó a la calle para manifestar públicamente y con el mayor bombo posible, la lealtad sin fisura a la doctrina católica.

Las cofradías también parecen contagiarse de este espíritu, distendido algunas veces, como cuando se lleva un santo de romería; otras veces sus manifestaciones adquieren tintes dramáticos. Sucede al llegar la Semana Santa: la figura de Cristo en la Cruz, la Dolorosa que le sigue deshecha en lágrimas, los

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feligreses compungidos en su ánimo, algunos incluso magullados en su cuerpo.

De ahí la tendencia de muchos a pertenecer a varias cofradías, pues sus servidumbres no podían multiplicarse en tanto que los beneficios para los hermanos sí.

La proliferación de hermandades y su presencia obligada en las celebraciones de la Pasión y Pascua dieron lugar a veces a suspicacias cuando no verdaderos problemas por el orden y la prelación de unas y otras en las comitivas ceremoniales.

La constitución de las hermandades, desde el punto de vista del derecho canónico era competencia del ordinario de la diócesis y como toda institución, funcionaba mediante unos estatutos, en los que se detallaba con minuciosidad los distintos cometidos de los cofrades, sobre todo el de su participación en los actos religiosos. Se añadían los derechos que asistían a los partícipes y familiares, así como las medidas correctivas a aplicar en cada momento para su buen funcionamiento.

Estas exigencias legales, fácilmente solventadas en la mayoría de las poblaciones, debió ser un obstáculo importante en sitios como el que nos ocupa que no contaba con ningún escribano, dando lugar, según tenemos constatado, al funcionamiento provisional durante bastantes años sin el reconocimiento oficial.

Aunque todos eran católicos reconocidos, no todas las cofradías eran accesibles para el común de los vecinos. Además del veto en su ingreso a menores de edad, otros impedimentos corrientes fueron el sexo y también la discriminación social a los que pertenecían a un determinado estamento, el del pueblo llano. Esta exigencia se daba, por ejemplo, en la Cofradía del Salvador de la vecina Alcaraz, a la que únicamente se admitía a personas pertenecientes al estrato social de la nobleza.

A partir del siglo XVIII, con la llegada del pensamiento crítico, también a las prácticas religiosas, fueron levantándose los primeros reproches hacia estas instituciones, tildándolas unos de exageradas en el boato, otros de infrautilizar el aprovechamiento de los terrenos vinculados. No faltaron tampoco los que las censuraron desde el punto de vista religioso. El año 1783, supone el inicio de su declive definitivo tras la prohibición por parte del Consejo de Castilla de la fundación de nuevas cofradías, al mismo tiempo que se exigía una actualización de los estatutos de las más antiguas.

Estas asociaciones, cuya importancia ha sufrido distintos altibajos hasta nuestros días, todavía perduran, si bien en la mayoría

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de los casos sirven tan sólo para incentivar el lado turístico y de ocio de las procesiones de Semana Santa.

Hermandades de la parroquia de Robledo.

De tres registros de defunción y más concretamente de las mandas piadosas de esos tres difuntos se pueden extraer datos suficientes, aunque al mismo tiempo contradictorios, respecto a la presencia en la localidad de estas instituciones: “...y a las cofradías del Smo. Sacramento y la Virgen del Rosario y Ánimas y Santa Veracruz, media libra de çera” se manda en 1656. Cinco años después se dice de manera rotunda “…una libra de çera a las cofradías, que son Smo. Sacramento, Benditas Ánimas del Purgatorio y Santa Veracruz” En esta ocasión se olvidan de una de ellas. Y en la tercera:

“A los cofrades de la Santa Veracruz, Nuestra Señora del Rosario y Santísimo Sacramento, de dicha iglesia del Robredo, a cada una media libra de çera.” dejó dicho Ana López en su testamento, allá por 1703., olvidándose a su vez de las ánimas ajenas.

Estas enumeraciones son las que nos sirven de base para, por un lado, conocer las distintas hermandades que funcionaron en la parroquia, mientras que por otro, nos informen de las que lo hicieron de modo simultáneo, interpretando su número como un indicio claro de la “intensidad” de la religiosidad popular.

De entrada, ya en los primeros años en los que contamos con documentación se nombran cuatro. El olvido de alguna de ellas que hemos visto en los mandatos anteriores, quizá sea debido al escaso protagonismo que tenían en la vida religiosa de la comunidad.

Sin embargo, había alguna más. Hasta de cinco da cuenta el escribano que trabajó a mediados del setecientos en la elaboración del catastro de la Ensenada.

Parece extraño que en un lugar tan pequeño existiera tan elevado número de ellas. Si tenemos en cuenta que la población rondaría los 300 habitantes y del total eliminamos los niños, que serían la mitad aproximadamente, y el resto lo repartimos de manera equitativa entre las hermandades nos resultan 30 vecinos asociados a cada una, lo que se nos antoja una cifra muy baja.

Por tanto, tenemos que pensar que buena parte de los vecinos pertenecían a mas de una, lo cual no implicaba incompatibilidad

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puesto que las fiestas religiosas en las que adquirían protagonismo eran distintas para cada cofradía.

De igual manera nos parece que muy pocos feligreses, quizá ninguno, estaría fuera de las hermandades. Teniendo en cuenta que la pertenencia era totalmente voluntaria, esta unanimidad puede esconder algún tipo de prejuicios, o incluso sospecha en la sociedad, hacia aquellos que no estaban integrados como era norma común en las “cosas de la Iglesia” ni participaban plenamente en los actos religiosos.

Pocas noticias directas tenemos de las cofradías. Queda sólo un pequeño libro de la del Santísimo Sacramento. A las otras únicamente se las cita como destinataria de alguna donación en dinero o más corrientemente en presentes, como la socorrida cera, por parte de buena parte de los fallecidos en estos tiempos.

Las inscritas en la parroquia eran las de: La Veracruz. Santísimo Sacramento. Nuestra Señora del Rosario. San Antón. Cofradía de las ánimas.

En la titulación coinciden con tantas otras extendidas por toda España, destacando como más particular quizá la de San Antón.

Las cofradías disciplinantes: la cofradía de la Veracruz.

Constituye un caso especial respecto a las demás, debido a su carácter de hermandad disciplinante, surgidas en la explosión de fundaciones de estas cofradías acaecida en la segunda mitad del siglo XVI92, bajo la denominación genérica de cofradías de la Veracruz93.

Era la disciplina o flagelación en la Edad Media, una práctica conventual ejercitada sobre todo en tiempos cuaresmales por algunos individuos de los pertenecientes a órdenes mendicantes como los franciscanos, pero que pronto cayó en desuso.

92 RODRÍGUEZ MATEOS, J., “Tiempo de penitencia, tiempo para la sangre”, La Aventura de la Historia, nº6. Abril 1999.93 La aprobación, bula papal, estatutos y algunos miembros de esta cofradía local figuran en el documento nº 10 del anexo documental.

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El Cristo de la Veracruz en procesiónDel Concilio de Trento resurgió con fuerza esta vieja

costumbre cristiana de la autoflagelación, y lo hizo, además, con la novedad de que fuera practicada también por los seglares.

El clero colaboró activamente en dicho resurgimiento. El mayor énfasis lo pusieron los llamados predicadores de Cuaresma. Eran verdaderos profesionales de la oratoria religiosa. Proliferaron tras el concilio animados por la nueva labor misionera que la sociedad cristiana necesitaba. La cristiandad, acaso por falta de enemigos de la fe, se había adormecido y era preciso vivificarla con métodos novedosos. Estos frailes recorrían los pueblos durante cualquier época del año, pero sobre todo era la Cuaresma, como tiempo propicio a la conversión, el momento en que se mostraban especialmente activos. Predicadores errantes vagaban de pueblo en pueblo desarrollando una actividad en la que existía cierta competencia. Algunos de ellos, precedidos por sus meritos, eran seguidos por un séquito nada desdeñable94 y por todo ello eran merecedores de considerables limosnas que la gente pagaba gustosa por considerarse privilegiados de ser espectadores de tales eventos. Algunos incluso eran “fichados” por las parroquias. Acudían año tras año, causando gran expectación en la feligresía. Las arengas eran encendidas y movían al sentimiento de los oyentes que afectados por la culpa se mostraban sumamente cabizbajos, cuando

94 De el que está considerado como uno de los mejores predicadores, sino el mejor, de los que han recorrido España, San Vicente Ferrer cuentan que hizo parada en la aldea de Villaverde en 1412, y aprovechó para pronunciar un breve sermón del que conocemos sus temas principales: la muerte y el Juicio Final.

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no pesarosos, hasta el punto de aflorar lágrimas o gemidos. Los más efectistas, al parecer, eran capaces de suscitar emotivas escenas, conversaciones con calaveras, cruentas escenas en vivo de la pasión, aderezadas incluso con golpes que se infligían a sí mismos predicadores e incluso los propios fieles, todo ello envuelto en el paroxismo general y desmayos esporádicos.

A la exhortación de los religiosos debía seguir la expiación de los pecados. ¿Y por qué no imitar en todo lo posible a Cristo?

Se presentó la flagelación como uno de los mejores caminos para el perdón. El afloramiento de la sangre, al tiempo que imitaba los sufrimientos físicos de Cristo en la Cruz, castigaba el cuerpo del penitente, como depositario de bajas pasiones a las que era preciso dominar, para que surgieran triunfantes los aspectos espirituales. La sangre por tanto afluía del cuerpo pero beneficiaba al alma del disciplinante, que sin duda y como todos los nacidos de mujer, estaba poseído por el pecado en sus distintas manifestaciones.

El ejercicio del castigo corporal, de la llamada disciplina, constituía un acto de expiación, no solo del penitente, sino que la misma escena, debía mover al público presente, sobre todo a las mujeres, los viejos y los niños, a un sentimiento análogo. Por tanto hay que añadirle al acto de expiación, un valor educativo.

Tales prácticas, como no podía ser menos, también tuvieron sus detractores en aquellos días, según la impresión que nos transmite Blanco White. No tanto por razones religiosas, -de difícil defensa en aquella sociedad totalmente católica-, sino por cuestiones de forma, al entender que algunos penitentes estaban movidos por sentimientos menos píos. De algunos se sospechaba que pretendían más bien el vigorizamiento de su cuerpo con esta práctica que era considerada “purgante” y por lo tanto muy sana. Con todo, aún podrían esconderse fines mucho más perversos como los encaminados a buscar la admiración libidinosa del género femenino con la exhibición de los torsos desnudos o el aplauso unánime del público por el impacto de las escenas sangrientas.

La desaparición de estas prácticas, típicas de un primitivismo cristiano, se llevó a cabo de manera paulatina a lo largo del siglo XVIII, hasta su entera desaparición en 1777 por disposición del rey Carlos III.

Desapareció la cofradía pero persistió su recuerdo, hasta el punto de recurrir a la Veracruz para dar su nombre a una de las primeras calles de la localidad cuando se mando modernizar el callejero a comienzos del siglo XIX.

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Constitución de la cofradía de la Veracruz

Fue el cura Fernando de Alfaro,-el primero del que aparecen registros sacramentales-, el que movió a los feligreses a legalizar la hermandad cuando el siglo XVI iba agonizando. Esta cofradía, aunque el párroco afirma en sus escritos que llevaba funcionando “desde muchos años antes”, no creemos que fueran tantos. Nos atrevemos más bien a pensar que no pasarían de una decena. Es muy posible que en su fundación influyera más que nada, el comienzo de otra similar en Alcaraz, en la década de 1580.

Sea como fuere, el grupo de feligreses formado por Andrés López, Pascual Palomar, Andrés García, Bartolomé Clemente, Benito de la Vecina, Diego de la Vecina, Miguel Ortega, Francisco García y Juan López, como cofrades, encabezados por los diputados Pedro de la Vecina y Alonso Delgado, además del escribano Juan Artesero y encabezados todos por el mayordomo de la hermandad, Bartolomé Sánchez, son los que aparecen “en nombre de los demás cofrades” como fundadores de la cofradía local de la Veracruz.,

La aprobación oficial de la asociación debía concederla el Arzobispado de Toledo y así lo hizo su titular, el cardenal Don Gaspar de Quiroga, el 23 de marzo de 1594.

No contentos con la aprobación del ordinario solicitaron, sin pérdida de tiempo, del Papa Clemente VIII, la concesión de las correspondientes bulas cofrades que llevaban incorporadas perdones e indulgencias para los partícipes de toda institución de este tipo que echaba a andar.

Las concedió asimismo el pontífice y en 1597 se hicieron públicas las gracias papales.

Normas de funcionamiento

Según las normas de que se dotó para su funcionamiento, la cofradía se reunía para sus cabildos en la iglesia parroquial, tomando como fecha anual de la celebración de la junta general la del 24 de junio o algún otro día “dentro de su octava”. Se llamaba a toque de campana, como era tradicional para todo tipo de juntas, ya fueran civiles o religiosas. A estos cónclaves tenían prohibido el paso todos aquellos que fueran menores de 20 años, a no ser que estuvieran casados.

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El asunto, que inevitablemente figuraba en el orden del día de cada reunión anual, era el relativo al relevo de los oficiales que formaban el equipo directivo de la hermandad.

Al frente de todos figuraba el mayordomo, cuyo nombramiento, como los otros, facultaba a su detentador para su ejercicio por el periodo de un año. Debía este máximo responsable estar presente en todos los actos de la cofradía y tenía como particular misión la de llevar las cuentas que luego debía presentar a su aprobación en la reunión anual. Este cargo que requería de unos conocimientos para su correcto ejercicio más que medianos fue a menudo ocupado por el teniente cura de la parroquia, quien por su preparación, en todos los niveles muy superior al resto de cofrades, la ejercería sin ningún tipo de réplica, ni contestación por parte del resto de los asociados, por lo que sería de hecho un apéndice más de su labor al frente de la feligresía.

En el orden jerárquico, al mayordomo le seguían los diputados, que eran elegidos en número de cuatro. Ellos eran los encargados de portar las insignias propias de la cofradía en las ceremonias. Se ocupaban también en procurar todo el apoyo necesario para socorrer a los hermanos enfermos en sus necesidades y participaban en la imposición de multas a los que quebrantaran las normas.

También el escribano era un personaje muy importante para el buen discurrir de la cofradía. Los castellanos de estos tiempos eran increíblemente aficionados a dejar todas sus cosas legitimadas por un escribano. De ahí que se echara mano de él para consignar en los libros de la cofradía todo lo que sucedía en los capítulos generales o particulares que hubiera en el año, así como otra serie de anotaciones (gastos, ingresos, multas, autos, etc.) que era necesario dejar por escrito.

Que conozcamos, esta función la ejercitó muy a menudo el fiel de fechos de la localidad, que además los simultaneaba con otro cargo más, también eclesiástico y también de escaso rendimiento salarial, como era el de sacristán.

Escribano y diputados, con el mayordomo al frente, formaban una especie de comité rector que se reunía en los cabildos particulares para tratar temas extraordinarios e imponer multas.

El nombramiento para oficios, que así se les llamaba a estos cargos, a excepción del escribano, se realizaba “donde hubiese más votos”95 y era irrevocable. El que no estuviera dispuesto a

95 Constitución 15.

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desempeñarlo era multado. Podían eximirse de oficios, pero sólo a cambio de una nada despreciable cantidad de dinero para el nivel del pueblo, un ducado y una libra de cera.

Una vez configurado el equipo rector era sumamente importante para la cofradía, dados sus cometidos, el contar con un efectivo sistema de comunicación que pudiera hacer llegar las novedades a unos y otros. Para ello se designaba a alguien con el encargo de dar los avisos puerta a puerta de todo cuanto incumbía a los cofrades y que en la mayoría de las ocasiones estaba relacionado con malas noticias, como en los casos de buscar acompañamiento para algún enfermo o el más frecuente: para los entierros. Estos hermanos, los llamadores, sabemos que en cofradías de mayor tamaño o en localidades de mayor vecindario, solían recibir un pequeño donativo por su función. En Robledo, tal dádiva nunca se menciona, dado el tamaño exiguo de la una y del otro.

Para conformar la totalidad del grupo a todos los referidos antes, hay que sumar el común de los cofrades de uno y otro sexo que, en la hermandad que nos ocupa, alcanzaba proporciones similares, ellos 46, las mujeres 37. Por último también se incluyen cofrades con una categoría especial, los clérigos.

En total suman 83 personas, la gran mayoría casados. La cifra no es nada desdeñable, por lo que nos atrevemos a pensar que era la que contaba con un mayor número de hermanos.

Aunque, a priori, imaginamos reuniones plácidas no parece que fueran siempre así a juzgar por las prevenciones que se toman en los estatutos para evitar disturbios. Por ello se prohíben llevar “armas ofensivas96”, defensivas parece ser que sí. En aquel tiempo navajas, cuchillos y otras armas cortas viajarían en el bolsillo o en la faja de alguno de los reunidos. Se mencionan otras prohibiciones como no salir, guardar el secreto de lo deliberado y respetar escrupulosamente el turno en las intervenciones. A los partícipes en peleas se les castigaba a criterio de los diputados y del mayordomo, según la gravedad del suceso.

Sin duda, en lo que más hincapié se hace es en evitar juramentos ofensivos a Ntro. Sr. Jesucristo o a Sta. María dentro del lugar de reunión. Otro indicio que apunta a una sociedad que usaría y aun abusaría de expresiones, que pudiesen tildarse de blasfemas. Sobre todo dichas en el interior del templo. Irreverencia que se castiga con “dos onzas de cera cada vez y besar la cera tres veces por humildad”97 96 Constitución 16.97 Ibídem.

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Funciones de la hermandad

La procesión penitencial del Jueves Santo era el acto central y más importante de los llevados a cabo a lo largo del año por la cofradía. En las constituciones se detalla cómo debía llevarse a efecto. Todos los cofrades, previamente confesados y comulgados, debían estar en la noche de Jueves Santo con el equipamiento correcto, que componían túnica, las más comunes incorporaban un cuadrado que se podía abrir en la espalda, cogullas -una especie de capirote-, disciplinas, cordón e insignias. Una vez en la iglesia se vestirán sus ropajes de manera que en la procesión nadie les reconociera y así compuestos iniciar la procesión y su ingrediente principal, la disciplina. Quedaban dispensados de la penitencia pública únicamente los mayores de 50 años, quienes junto a las mujeres “cofradas” eran los encargados de portar el ejército de luces que alumbraban a los disciplinantes.

El tiempo que tienen que emplear en la flagelación también queda claro, “desde la iglesia y hasta que la procesión vuelva a ella...y en cada estación incadas las rodillas los penitentes haciéndose los pechos digan tres veces misericordia”98

Contaban con la ventaja de que al ser el pueblo diminuto, corto era el recorrido de la procesión y corto, por la fuerza, el período de sufrimiento. Sin embargo, para hacerlo más fructífero se alargó unos cientos de metros, tomando tramos de algunos caminos que rodeaban el casco urbano hasta llegar al Calvario, que estaba localizado en la parte más alta, y separado de las casas. Este curioso recorrido todavía perdura en la actualidad con la única diferencia que el Calvario ya forma parte de la población, aunque sea lo más periférico.

El orden a seguir en la procesión queda estipulado con detalle, desde el pendón con su cruz que la inicia, pasando por el número de hileras, la situación del cura, etc., todo ello acompasado con la entonación del salmo del miserere y la oración de vísperas “Quaesumus, Dómine”.

Al volver a la iglesia la procesión, el mayordomo se encarga de restañar las heridas de los penitentes. Primero procede a picar los hematomas con el fin de facilitar la salida de la sangre acumulada y a continuación se procedía al lavatorio de las zonas afectadas con un compuesto de vino cocido con rosas y romero. Limpiado con un

98 Constitución 2.

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paño el torso azotado, se le ponía después unos polvos “de habarán” y papel de estraza.

Aunque solo figura en las constituciones la salida de la cofradía en la procesión de sangre del Jueves Santo, tenemos noticia de su participación también en la del Viernes Santo. Su inclusión se debió al anuncio de indulgencias por parte del Papa Paulo III, a todos aquellos que acompañasen la dicha procesión. Lo que se nos escapa es si también sería con carácter disciplinante o si por el contrario su papel era el de mero acompañamiento.

Participaba esta hermandad, además, en las procesiones del Corpus, en las del día de la invención de la Cruz, y en todas las que se hicieran ordinariamente en el trascurso del año en la parroquia.

La participación era conjunta y solidaria con el resto de cofradías. La de la Veracruz, según sus capítulos, aportaba hachas de cera, con el fin de lograr un mayor lucimiento en las ceremonias. Por último, se obligaba a participar también en las procesiones extraordinarias, casi siempre en demanda de ayuda del cielo para paliar situaciones de emergencia causadas en tiempo de mortandad o en solicitud de agua, para remedio de sequías.

Otras obligaciones litúrgicasLa cofradía se comprometía, en la fiesta de la Invención de la

Cruz, el día 3 de mayo de cada año, a decir vísperas solemnes y misa con presencia de diácono y subdiácono (a quiénes la cofradía pagaba su trabajo) y procesión alrededor de la iglesia, con multas de medio real para los ausentes.

Cerraba el capítulo de obligaciones para los cofrades, la asistencia todos los primeros domingos de mes a una misa cantada por todos los cofrades, los vivos y los muertos, y si no, multa de 10 maravedís.

Servicios asistencialesLa cofradía, como grupo solidario de cristianos que era, no

podía dejar indefenso al hermano en los momentos más difíciles por los que tiene que pasar todo mortal, la enfermedad y la muerte.

La hermandad tenía programados actos de caridad para con los más necesitados en la sociedad local de entonces: los enfermos y los pobres, pero eso sí, procurando por encima de todo, atender a los hermanos, antes que a los que no formaban parte de la cofradía. Se les obligaba a la totalidad de los cofrades en la constitución 7ª de los estatutos, llevar a cabo labores de

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acompañamiento a los enfermos, aportándoles por medio de los diputados, lo necesario para alivio de sus males.

En caso de fallecer se le amortajaba con la túnica y el cordón propios de la hermandad y se ponían cirios en su velatorio.Tenía estipulado también que había que pedir limosna para que, el dinero recaudado, fuera repartido a los pobres del pueblo que lo pudieran precisar. El momento de la recogida podía ser cualquiera del año pero se aconseja “en el agostamiento y desquilos”. Después de las cosechas el vecino contaba con nuevos ingresos y pondría menos obstáculos al donativo.

Servicios fúnebresComo compensación del ejercicio de tanta solidaridad con los

demás, tanta flagelación de sus carnes y tanta participación en todo tipo de actos litúrgicos durante su vida, el hermano cofrade cuando muere se ve acompañado en su entierro por la totalidad de los hermanos. Si alguno falta es multado con 10 maravedís.

El sepelio está presidido, en lo que a la cofradía toca, por el mayordomo que lleva la cruz de la cofradía. Le sigue “toda la cera”, expresión muy común para designar una función obligatoria para las hermandades que ordenaba su presencia en las ceremonias llevando sus cofrades todas las reservas de “luz”, esto es, todos los cirios, velas, etc. de los que dispusieran en ese momento.

Días después, y en memoria del difunto, se le dedican tres misas para su salvación.

El derecho a este tipo de honras fúnebres no era privativo del hombre, sino que también se estipulaba la colaboración de la hermandad para con sus familiares, si bien estableciendo unos honores distintos. Así, si la fallecida era su mujer tenía derecho al acompañamiento de cuatro hachas y “demás cera menuda”, la presente en cirios. Con posterioridad se le dedicaban dos misas por su alma.

En el caso de fallecer un hijo o hija del cofrade, se hacían distingos según la edad. A los mozos, la cofradía les acompañaba con la condición de que con posterioridad tendría que verse recompensada con una libra de cera. Los cofrades clérigos oficiaban el entierro con el compromiso de que serian ellos los encargados de decirle, cobrando por ello, claro, la totalidad de las misas que se dijeran por su ánima.

Gracias a las cofradías y sobre todo a su atención a aumentar la prestancia e importancia de los entierros, se logró aumentar la

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prestancia otra vez de los entierros de las clases más populares incluyendo también a los pobres, que por limosna eran atendidos de manera aseada y decente.

En sus testamentos se pormenorizaba el papel a desempeñar por la cofradía o cofradías y que diferían si se pertenecía a ella o no. En caso de ser miembro, todos los difuntos cofrades gozaban de los mismos servicios, por lo que no era preciso el enumerarlos. Si se solicitaba otra a la que no se pertenecía, había que estipular unos recursos acordes con lo que la participación demandada.

En el caso de las mujeres solían pedir la asistencia de la hermandades a las que pertenecería su marido o bien aquellas de cuyos titulares era especialmente devota.

En el caso de asistir al entierro de alguna persona que no perteneciera a la cofradía, se le cobraban unas pequeños derechos que tenían por misión el pago de la cera de los cirios y velas que ardían en el acompañamiento, así como una pequeña ayuda para el mantenimiento de la cofradía, a modo de beneficio.

A los menores de 12 años se le acompañaba aportando la cera de la ceremonia, al igual que se hacía con los pobres que muriesen en el hospital de la localidad.

Es curioso como para evitar discriminación en los sacerdotes miembros de la cofradía, se le autoriza a designar a una mujer del pueblo como beneficiaria de las honras fúnebres, exactamente igual que las demás mujeres de cofrades.

Este paraguas protector y solidario de la cofradía no se ceñía solo a los fallecidos en la parroquia sino que asistía con la misma cuantía de misas a los fallecidos fuera.

Por último, la hermandad también ofrecía sus servicios a los no cofrades, pagando la cantidad que estaba estipulada, que era la de un ducado y una libra de cera.

Algunos acuerdos de la hermandad localEs preciso remarcar el dato que a pesar de funcionar durante

varios siglos fueron muy escasos los retoques que se hicieron en sus estatutos. A los cien años de funcionamiento se precisó que fueran 12 los hermanos que se encargaran de pedir la limosna y no dos como hasta aquel momento.

Del siglo siguiente tenemos tan sólo dos anotaciones más. En 1753 se deja constancia de un decreto por el cual el escribano da cuenta de que algunos pagos, como los reales que se han de pagar al cura y al sacristán, no se pueden satisfacer por falta de liquidez.

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Finalmente, en 1786, el nuevo cura, que a la vez era el nuevo mayordomo, ordena que se copien las constituciones y los datos más importantes del viejo libro del siglo XVI y se pase a uno nuevo. Al tiempo se deja constancia del nombre de todos los cofrades.

Las cuentasLas cofradías precisaban de unos ingresos con los que hacer

frente a unas necesidades que, año tras año y aunque no supusieran grandes cantidades se iban sucediendo. La mejor y más segura de las maneras de obtenerlos es a través de una cuota anual que obligatoriamente debían abonar los asociados, si bien en esta población no existe información que pueda ratificarlo.

Tampoco nos ha llegado conocimiento de ninguna propiedad de la cofradía, señal inequívoca de que se sustentaba únicamente con los medios que se contemplaban en sus ordenanzas, es decir, la limosna y las multas.

Limosna allegada a veces por personas de algún caudal, los llamados bienhechores, a los que se recuerda en las misas de los primeros domingos de cada mes. Pero, sobre todo, con la limosna recogida por los hermanos que les tocaba en suerte. Primero, cuando eran dos los encargados la pedían durante un mes cada año. Luego, cuando se nombraron doce, a cada uno le correspondía su propio mes. Si se aumenta el número de recolectores y el periodo de recaudación, nos resulta prueba fehaciente de que las limosnas no cubrían todas las expectativas. El lugar donde se hacía era en la iglesia y el día de la colecta, los domingos, hasta que en 1678 se ordena que “no se den las caridades dentro de la iglesia, so pena de 20 ducados a los rejidores y cura que son y por tiempo fueren,”

Se establecía para cada uno el total de limosnas que debía entregar. Si lo recogido era menos, tenía que poner de su propio bolsillo hasta completar la cantidad. Esto nos imaginamos que sucedería con mucha asiduidad dada la escasez de vecindario y de pujanza económica.

Todo lo anterior se incrementaba con las multas. Este afán recaudador aparece minuciosamente descrito en las constituciones. Se detalla las numerosas obligaciones de los cofrades y a continuación se especifica la cantidad en que se multa al que no cumple con ellas. De la mayoría de los actos (misas, entierros, visitas, procesiones) se manda la asistencia forzosa de los hermanos, lo que previsiblemente no todos harían.

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Todas estas actuaciones eran concienzudamente anotadas por el escribano en los libros que se tenían al efecto.

En el caso de que alguno se hiciera el remolón, en la declaración de todos los capítulos, le recuerdan lo que le puede pasar. Si se niega a pagar o se le olvida, la cantidad se dobla y la cofradía designa un alcalde que nuevamente se la demanda al infractor. Si persevera en su negativa, se le dobla nuevamente la cuantía y se pasa el incumplimiento a la justicia del rey. No era, por tanto, cuestión de tomar las multas a la ligera.

Pero además de las económicas se da cumplido detalle de las impuestas en el material más fungible y perecedero que usaban, la cera. Cera se pagaba por entrar en la cofradía., cera había que pagar anualmente para paliar gastos. Cera se abonaba para las luminarias, etc. La multa mayor, seis libras, era impuesta a los que no querían ejercer el oficio que les tocaba en suerte, dentro de la hermandad.

A pesar de todo, la continua estrechez debió ser la tónica general de la vida económica de la cofradía.

Cofradía del Santísimo Sacramento.

Éstas del Santísimo Sacramento, son de las cofradías que cuentan con más amplia devoción en la cristiandad occidental, sobre todo después del Concilio de Trento. Su auge se impulsó desde el Vaticano con la pretensión de otorgar un mayor realce al Sacramento de la Eucaristía y a las celebraciones a ella asociadas. Después, y aunque se puso freno a casi todo tipo de cofradías por parte de los monarcas ilustrados, se potenciaron las del Santísimo Sacramento de manera indirecta, pues resultó calificada como de las más convenientes por sus elevadas pretensiones, en lo que toca a la piedad y al culto, mientras que otras muchas se las tildó de inútiles cuando no de supersticiosas.

Contrariamente a la anterior no conocemos su fecha de fundación. Debió comenzar por la misma época, tal vez algo después. Sea como fuere, el caso es que a lo largo del siglo XVII se evidencia una fuerte rivalidad entre las dos en lo que a las preferencias de los vecinos se refiere, según vemos en sus mandas testamentarias. Cada moribundo solía dejar algo para una hermandad o para la otra, siendo contados los casos en que se citaban las dos o ninguna de ellas por preferir a alguna de las restantes.

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El azar ha querido que todavía se conserve un libro de la cofradía en el Archivo Provincial de Albacete, en el que se da cuenta de la fuente de la que se nutría en sus aspectos económicos.

Se trata de una obra pía que fundaron Miguel de Ortega Criado y su mujer María de la Vecina99, quienes , allá por 1692 manifestaron su voluntad de dejar unas propiedades para que “de lo procedido de la renta de dichas propiedades el mayordomo que es o fuere de la cofradía del Santísimo Sacramento cumpla perpetuamente las misas y procesiones del jubileo de la minerva los terceros domingos de cada mes y para que lo que sobrase después de lo referido se compre cera y lo demás que fuese necesario para que las procesiones y misas se celebren con toda dezencia llevándose asimismo la zera que hubiere para las fiestas del Corpus y Juebes Santo y para quando sale su Divina Majestad a los impedidos.”

De donde se trasluce que, aunque la cofradía venía funcionando con anterioridad, era poco el lustre que podía presentar debido a la escasez de ingresos conque sufragar los actos religiosos a su cargo. Estrechez que afectaba incluso a algo tan común e importante en estos casos como era la cera. Con el tiempo, la situación mejoró aún más, sobre todo tras la donación que hizo Cristóbal Martínez allá por 1715 que consistió, según sus palabras en “un güerto para el Santísimo Sacramento para su aprovechamiento. Que se vendan un tajón en la vega del Cubillo y un haza y se vendan y se digan en misas”.

Al compararla con la de la Veracruz nos encontramos con parecidas obligaciones religiosas, que venían a engrosar el ya de por sí intenso calendario religioso, haciendo nuevamente hincapié en asomar la fe al exterior y llenar de imágenes y ofrendas también los espacios públicos, calles o plazas. Claro que la del Santísimo Sacramento tenía una competencia en exclusiva, y ello por razones obvias. Era la de acompañar el viático, es decir, la comunión que desde la iglesia se llevaba a los enfermos con la luz de sus hachas y sus cantos o silencios, según el momento.

Una obligación ineludible en aquellos lugares donde existía que los cofrades acometían portando hachas encendidas y cantando o rezando las oraciones pertinentes.

Los bienes de la fundación100 de Miguel de Ortega.

99A HPA, Sección Clero, Caja 11, legajo 2, Libro de cuentas de la cofradía del Santísimo Sacramento (1693-1768)

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Este paisano nuestro, Miguel de Ortega, evidencia con su gesto una intensa devoción por la cofradía a la que, para comenzar dota de una gran cantidad de fanegas de tierra de cultivo, que podrían haber aprovechado, sin ir más lejos, sus propios hijos Juan de Baides o el licenciado Miguel Ortega Criado, que fue párroco de Masegoso y detentador de un beneficio eclesiástico en Alcaraz.Los bienes legados son los siguientes:

Una huerta de tres almudes en las huertas, que lindaba con la de la parroquial, la llamada Huerta de la Iglesia.

Un haza en la vega donde dicen Las Acequias, de cinco o seis fanegas de sembradura.

Otra haza en el Medianil de El Cubillo de seis fanegas. Otra en las Navazuelas de 17 fanegas, que linda con el ca-

mino que va de Alcaraz a El Bonillo. Dos hazas en el alto del Palomar “adónde dizen El Collejo-

nar.” Otra haza en la Fuente Miranda de dos fanegas, que linda con

la zanja de la fuente. Otra haza, encima de la Hoya de las Puertas de dos fanegas,

que linda con la senda que va a Villalgordo. Un herreñal en el dicho lugar junto el corral del concejo, que

está junto a otro de Pedro Garví y la Calle pública.

Los patronos de la fundación de esta obra pía en total legaron unas 37,5 fanegas de tierra, de los cuales siete eran de regadío. Se incluían labores en secano, de una calidad más que mediana y por último el herreñal que estaba junto al caserío del lugar, concretamente al lado del corral que todavía existe y que estuvo en uso hasta hace pocos años conocido como Corral de las Cuchivas.

Desde el punto de vista patrimonial era, con mucho, la que contaba con más bienes, como se evidencia en el cuadro que viene a continuación:

Tabla nº 16.Tierras propias de las cofradías de Robledo.

Cofradía Localización del terreno Fanegas

Santísimo Sacramento Fundación de Miguel Ortega,menos el haza de las acequias. 31,5

100 Obra pía establecida por la persona que lega una serie de bienes a una cofradía u otra institución religiosa bajo unas determinadas exigencias.

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Ntra. Sra. del Rosario Lavadero de la fuente de las Guijas 0,5 De las ánimas El Horcajo 7,2San Antonio Abad Cerro de los Clementes 5De la Veracruz 0

Total cofradías 44,2

Fuente: Catastro de la Ensenada, 1753.

A la vez el cuadro explica de manera convincente la razón por la que esta cofradía contaba con un libro de cuentas, dado el volumen de bienes dotales que debían anotarse cuidadosamente, así como el fruto que de ellos se obtenía, para no defraudar las obligaciones contraídas con los fundadores, a los que la cofradía estaba obligada para siempre jamás.

El devenir de la cofradía.Por las razones que fueran, no se encontró arrendador en los

primeros años, que siguieron a la fundación. Miguel de Ortega, dolido del poco fruto de su donación decidió pedir licencia, que se le concedió, para ser él el arrendatario de las tierras que hasta poco tiempo antes habían sido de su propiedad. Y en un esfuerzo digno de encomio, acabó quedándose sólo con el arrendamiento de un haza, la llamada de Las Acequias, de seis fanegas de superficie por las que se comprometía a dar seis fanegas de trigo cada año, con cuyo producto había más que suficiente para los gastos de la cofradía.

Las rentas provenientes del resto de las tierras, una vez satisfecho el compromiso por el fundador en cuanto a las otras obligaciones, se destinarían a la adquisición de alhajas para el Santísimo.

Miguel de Ortega murió poco tiempo después, con lo que la cofradía perdió al fundador y máximo mantenedor a la misma vez.

Tras su muerte llegaron las vacas flacas. Algunos años ni siquiera se encontró arrendador, y aunque fueron los menos, no se pudo evitar la tendencia a la baja en cuanto a los rendimientos Ahora la renta a pagar giraba en torno a 4,5 o cinco fanegas “de pan por medio, trigo y cebada” lo que montaban a un precio aproximado de 18 reales, promediando el precio del trigo con el de la cebada, entre 2.750 y 3.000 maravedís.

A estos ingresos había que sumarle los provenientes del arrendamiento de un huerto que legó Cristóbal Martínez, por debajo

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de El Cubillo, del que cada año podían obtenerse entre 12 y 30 reales más.

Estas sumas, mayoritariamente se gastaban, según las anotaciones del libro de las cuentas, en misas y en procesiones en los días señalados para esta institución que eran la festividad del Corpus y el domingo del Sacramento. El resto aparece empleado en gastos menudos de culto como cera, incienso o algún aderezo o reparo de los enseres propios de la cofradía como la Cruz del Santísimo Sacramento.

La cofradía también procedía a encender algunas luminarias con el producto que se allegaba de pedir limosna.

A modo de ejemplo a continuación se muestra, la cuenta de la cofradía de dos años, los transcurridos de 1715 a 1717.

Tabla nº 17.Cuentas de la cofradía del Santísimo.

Concepto importe

INGRESOS

Rento del haza de la cofradía, arrendada por 4,5 fanegas al año

1836 maravedís

Huerto de El Cubillo 510 “Media libra de cera 102 “

GASTOS

12 misas y procesiones 2040 maravedísFestividades del Corpus y Domingo del Sacramento 340 “

Incienso 80 “Derechos de cuentas 340 “Aderezo de la Cruz 48 “

Total ingresos 2448 maravedís

Total gastos 2848 “Saldo en contra del mayordomo 400 “

Fuente: Elaboración propia

Hay que hacer constar que los ingresos corresponden a un único año, 1715. En el siguiente no se encontró arrendador de las tierras, lo que originó que sólo se celebraran 12 misas y no 24, que son las que corresponden a dos años. De ahí que se le advierta al mayordomo que se preocupe mucho de que los arrendamientos tuvieran dueño para que no se falte a esa obligación tan importante de la institución.

Por cada una de las misas se pagaban cinco reales de limosna, es decir, 170 maravedís. Esta “limosna” es el eufemismo que enmascara la tarifa que el cura cobraba por las celebraciones.

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En el capítulo de gastos, el apartado “Derechos de cuentas” se refiere a lo cobrado por el vicario y visitador del partido al mayordomo por verificar las cuentas. Esta inspección por parte de las autoridades religiosas era obligatoria para las cofradías. Por ella se le abonan una cantidad que supone un 12 por ciento del total, por lo que en este caso es un concepto bastante gravoso.

Es preciso, por último, dar cuenta de que, por no se sabe qué carambolas del destino, la joya de las posesiones de esta cofradía que era, sin ninguna duda, la llamada Haza de las Acequias, cuando se realiza el catastro de la Ensenada ya no aparece como propiedad de la cofradía y sí como bien rústico de la iglesia.

Las otras hermandades.

Cofradía de S. Antón

Esta es al parecer, la más antigua de todas. El dato que lo atestigua es de 1539, año en que se cita una propiedad de esta cofradía situada por la zona del Navajo del Espino, como lindera de un bancal de Juan del Castillo101. Aunque posiblemente en aquellos tiempos tuviera alguna más.Su funcionamiento debió ser efímero. Algún devoto de este santo –que los tuvo y en buen número en nuestro país- debió fundarla, dotándola de lo necesario. Lamentablemente, aunque contaba con bienes, carecía del principal elemento: los cofrades, por lo que en la práctica no se habla nada de ella. De todas maneras, el funcionario del Catastro, que anotó absolutamente todos las propiedades, no olvida mencionar su única propiedad en 1752: un bancal, pero ahora lo sitúa en el Cerro de los Clementes.

Cofradía de las Ánimas

Las cofradías de este nombre eran junto con las del Santísimo Sacramento, las más abundantes a lo largo de la geografía española. Una u otra –cuando no las dos- estaban presentes en prácticamente todas las parroquias. Buena culpa de ello la tiene el ser las más específicamente asociadas al paso de la muerte, si bien delimitando los momentos entre las dos. Los que antecedían al óbito para la primera, en tanto que la de las ánimas se ocupaba de buscar remedio

101 AMA, Sección clero, caja nº 3, expte.12, Bienes del convento de dominicas del Santi Spiritu, año 1836.

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después del fallecimiento, no sólo en cuanto a provisión de misas sino también al acomodo de los cuerpos. La cofradía era propietaria de algunas sepulturas que fueron utilizadas en mayor medida en la segunda mitad del seiscientos102.

La única noticia de su base económica nos la proporciona, como en la anterior, el catastro de la Ensenada. Le atribuye un haza en El Horcajo, de dos fanegas de cabida y de regadío. La ubicación de la propiedad nos lleva a hacer alguna conjetura. El dato de su ubicación, nos induce a creer que el donante del haza en cuestión pudo ser uno de los vecinos de aquella aldea, que era feligrés de esta parroquia, caso que se dio a partir de un año incierto del siglo XVI, en que dejó de funcionar la parroquia que primitivamente existió.103

Esta propiedad, fue arrendada, entre otros por algún cura de la parroquia, como fue el caso de Francisco Javier Martínez Zapata.

No era la única propiedad que disfrutó, ya que sabemos que en 1715 Cristóbal Martínez en su testamento “dexó un taxón y un aza para las ánimas del purgatorio”

Es la cofradía que contó con mayor solvencia económica. Disfrutó de manera continuada, de ciertas cantidades anuales de trigo, bien percibida como donación –menos probable- o bien en concepto de rento de las dos o tres suertes que pudo acumular.

Además de lo recogido de esta manera, percibía otras donaciones de manera continua, y también en especie. A la cofradía llegaron otros legados, ahora en forma de cera para los funerales, por parte de un alto porcentaje de los fallecidos, bajo una fórmula que se repite una y otra vez en los testamentos: “A las ánimas, lo acostumbrado.” Esta fórmula, como siempre se repite en estos términos, nunca llega a aclarar la tal costumbre. Es arriesgado, aunque no descabellado pensar que dicha “costumbre” sería media libra de cera, no más.

La cofradía de Ntra. Sra. del Rosario

El rezo habitual del Santo Rosario es un tipo de devoción que se impulsa en tiempos relativamente modernos en dos momentos bien diferenciados. Su ímpetu inicial es debido en buena medida a un hecho civil, puesto que tras la victoria de las tropas cristianas sobre los infieles turcos en la batalla de Lepanto (1571) se comenzó a celebrar la fiesta de la Virgen del Rosario, de manera que estas

102 En 1675, citar algún caso, las utilizaron dos mozas, una de 15 años y otra de 18. 103 En un censo de 1571 proveniente de las Órdenes Militares se habla de una iglesia en El Horcajo a pesar de contar con siete vecinos solamente.

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cofradías nacen para una mayor veneración de esta advocación de María.

Posteriormente, en el siglo XVIII, se relanza su veneración mediante la promoción del rezo del Rosario como práctica muy saludable para la fe, tanto si se hace a nivel comunitario como individual, especialmente durante el mes de mayo, que por entonces se declara como mes de María.

Fue esta una cofradía únicamente femenina, a juzgar por las numerosas muestras de afecto, devoción, y sobre todo donaciones de que fue objeto la Virgen del Rosario, de la que se tenían varias representaciones, tanto en talla como en cuadro, que, como no podía ser de otra manera, estaban alojadas en el altar que la cofradía disponía en la nave del templo.

No nos ha llegado ningún documento de la hermandad, aunque debemos pensar que surgió en los tiempos del relanzamiento de la devoción mariana en los primeros decenios del 1700. Y poco más. Al menos, la capacidad económica era casi nula, hasta el punto de tener que abonar la fábrica de la iglesia de su propio peculio, el sostenimiento de cera de la lámpara del Rosario. A cambio, la cofradía permitió a la iglesia arrendar, junto al lote de sus propiedades, la única haza que pertenecía a la cofradía, la del lavadero de la fuente de las Guijas, de apenas media fanega.

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