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Parece que los estudios científicos sobre la llamada clase media son escasos. Aqui una breve aproximación desde el punto de vista marxista ala concepto de pequeño burguesía que podría servir de hilo conducto para comprender lo que es clase media.
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Marx, La lucha de clases en Francia (1850)
“El capital acosa a esta clase [la pequeña burguesía] principalmente como
acreedor; por eso ella exige instituciones de crédito. La aplasta con la competencia,
por eso ella exige asociaciones apoyadas por el Estado. Tiene superioridad en la
lucha, a causa de la concentración de capital; por eso ella exige impuestos
progresivos, restricciones a la herencia, centralización de grandes obras en manos
del Estado y otras medidas que contengan por la fuerza el incremento del capital.”Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1851)
“El carácter peculiar de la socialdemocracia [como expresión política de la pequeña
burguesía] consiste en exigir instituciones democrático-republicanas, no para abolir
a la par los dos extremos, capital y trabajo asalariado, sino para atenuar su antítesis
y convertirla en armonía. Por mucho que difieran las medidas propuestas para
alcanzar este fin, por mucho que se adorne con concepciones más o menos
revolucionarias, el contenido es siempre el mismo. Este contenido es la
transformación de la sociedad por la vía democrática, pero una transformación
dentro del marco de la pequeña burguesía. No vaya nadie a formarse la idea
limitada de que la pequeña burguesía quiere imponer, por principio, un interés
egoísta de clase. Ella cree, por el contrario, que las condiciones especiales de su
emancipación son las condiciones generales fuera de las cuales no puede ser
salvada la sociedad moderna y evitarse la lucha de clases. Tampoco debe creerse
que los representantes democráticos son todos shopkeepers [tenderos] o gentes
que se entusiasman con ellos. Pueden estar a un mundo de distancia de ellos, por
su cultura y su situación individual. Lo que les hace representantes de la pequeña
burguesía es que no van más allá, en cuanto a mentalidad, de donde van los
pequeños burgueses en modo de vida; que, por tanto, se ven teóricamente
impulsados a los mismos problemas y a las mismas soluciones que a aquéllos, en la
práctica, les lleva su interés material y su situación social. Tal es, en general, la
relación que existe entre los representantes políticos y literarios de una clase y la
clase por ellos representada.”
“[…] Pero las amenazas revolucionarias de los pequeños burgueses y de sus
representantes democráticos no son más que intentos de intimidar al adversario. Y
cuando se ven metidos en un atolladero, cuando se han comprometido ya lo
bastante para verse obligados a ejecutar sus amenazas, lo hacen de un modo
equívoco, evitando, sobre todo, los medios que llevan al fin propuesto y acechan
todos los pretextos par sucumbir. Tan pronto como hay que romper el fuego, la
estrepitosa obertura que anunció la lucha se pierde en un pusilánime refunfuñar, los
actores dejan de tomar su papel au sérieux y la acción se derrumba
lamentablemente, como un balón lleno de aire al que se le pincha con una aguja.”
“[…] Ningún partido exagera más ante él mismo sus medios que el democrático,
ninguno se engaña con más ligereza acerca de la situación. […] Pero el demócrata,
como representa a la pequeña burguesía, es decir, a una clase de transición, en la
que los intereses de dos clases se embotan el uno contra el otro, cree estar por
encima del antagonismo de clases en general. Los demócratas reconocen que
tienen que enfrente a una clase privilegiada, pero ellos, con todo el resto de la
nación que los circunda, forman el pueblo. Lo que ellos representan es el interés del
pueblo. Por eso, cuando se prepara una lucha, no necesitan examinar los intereses
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y las oposiciones de las distintas clases. No necesitan ponderar con demasiada
escrupulosidad sus propios medios. No tienen más que dar la señal, para que
el pueblo, con todos sus recursos inagotables, caiga sobre los opresores. Y si, al
poner en práctica la cosa, sus intereses resultan no interesar y su poder se vuelve
impotencia, la culpa la tienen los sofistas perniciosos, que escinden al pueblo
indivisible en varios campos enemigos, o el ejército, demasiado embrutecido y
cegado para ver en los fines puros de la democracia lo mejor para él, o bien ha
fracasado por un detalle de ejecución, o ha surgido una casualidad imprevista que
ha malogrado la partida por esta vez. En todo caso, el demócrata sale de la derrota
más ignominiosa tan inmaculado como inocente entró en ella, con la convicción
readquirida de que tiene necesariamente que vencer, no de que él mismo y su
partido tienen que abandonar la vieja posición, sino de que, por el contrario, son las
condiciones las que tienen que madurar para ponerse a tono con él.”Marx y Engels, Circular del Comité Central a la Liga de los Comunistas (1850)
“La pequeña burguesía democrática está muy lejos de desear la transformación de
toda la sociedad; su finalidad tiende únicamente a producir los cambios en las
condiciones sociales que puedan hacer su vida en la sociedad actual más
confortable y provechosa. Desea, sobre todo, una reducción de los gastos
nacionales por medio de una simplificación de la burocracia y la imposición de las
principales cargas contributivas sobre los señores de la tierra y los capitalistas. Pide
igualmente establecimientos de Bancos del Estado y leyes contra la usura; todo con
el fin de librar de la presión del gran capital a los pequeños comerciantes y obtener
del Estado crédito barato. Pide también la explotación de toda la tierra para
terminar con todos los restos del derecho señorial. Para este objeto necesita una
Constitución democrática que pueda darles la mayoría en el Parlamento,
Municipalidades y Senado. Con el fin de adueñarse del Poder y de contener el
desarrollo del gran capital, el partido democrático pide la reforma de las leyes de la
herencia, e igualmente que se transfieran los servicios públicos y tantas empresas
industriales como se pueda a las autoridades del Estado y del Municipio. Cuanto a
los trabajadores, ellos deberán continuar siendo asalariados, para los cuales, no
obstante, el partido democrático procurará más altos salarios, mejores condiciones
de trabajo y una existencia más segura. Los demócratas tienen la esperanza de
realizar este programa por medio del Estado y la Administración municipal y a
través de instituciones benéficas.
“En concreto: aspiran a corromper a la clase trabajadora con la tranquilidad, y así
adormecer su espíritu revolucionario con concesiones y comodidades pasajeras.”
“[…] En el momento presente, cuando la pequeña burguesía democrática es en
todas partes oprimida, instruye al proletariado, exhortándole a la unificación y
conciliación; ellos desearían poder unir las manos y formar un gran partido de
oposición, abarcando dentro de sus límites todos los matices de la democracia. Esto
es, ellos tratarán de convertir al proletariado en una organización de partido en el
cual predominen las frases generales social-demócratas, tras del cual sus intereses
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particulares estén escondidos y en el que las particulares demandas proletarias no
deban, en interés de la concordia y de la paz, pasar a un primer plano.
“Una tal unificación sería hecha en exclusivo beneficio de la pequeña burguesía
democrática y en perjuicio del proletariado. La clase trabajadora organizada
perdería su a tanta costa ganada independencia y advendría de nuevo un mero
apéndice de la oficial democracia burguesa. Semejante unificación debe ser
resueltamente rechazada.”
Eric Hobsbawm, La Era del Imperio (1875-1914)
“¿Quiénes formaban las masas que se movilizaban ahora en la acción política? En
primer lugar, existían clases formadas por estratos sociales situados hasta entonces
por debajo y al margen del sistema político, algunas de las cuales podían formar
alianzas más heterogéneas, coaliciones o «frentes populares». La más destacada
era la clase obrera, que se movilizaba en partidos y movimientos con una clara base
clasista. A ella nos referiremos en el próximo capítulo.
“Hay que mencionar a continuación la coalición, amplia y mal definida, de estratos
intermedios de descontentos, a los que les era difícil decir a quién temían más, si a
los ricos o al proletariado. Era esta la pequeña burguesía tradicional, de maestros
artesanos y pequeños tenderos, cuya posición se había visto socavada por el
avance de la economía capitalista, por la cada vez más numerosa clase media baja
formada por los trabajadores no manuales y por los administrativos: éstos
constituían la Handwerkerfrage y laMittelstandsfrage de la política alemana durante
la gran depresión y después de ella. Era el suyo un mundo definido por el tamaño,
un mundo de «gente pequeña» contra los «grandes» intereses y en el que la misma
palabra pequeño, como en the little man, le petit commerçant, der Kleine Mann, se
convirtió en un lema de convocatoria. ¿Cuántos periódicos radical-socialistas
franceses no llevaban con orgullo ese título: Le Petit Niçois, Le Petit Provençal, La
Petite Charente, Le Petit Troven? Pequeño, pero no demasiado, pues la pequeña
propiedad necesitaba idéntica defensa que la gran propiedad frente al colectivismo
y había que defender la superioridad del empleado administrativo de cualquier tipo
de confusión frente al trabajador manual especializado, que podía conseguir unos
ingresos similares, en especial, porque las clases medias establecidas no eran
proclives a admitir como iguales a los miembros de las clases medias bajas.”
“Esa era también, y por buenas razones, la esfera política de la retórica y la
demagogia por excelencia. En los países con una fuerte tradición de un jacobinismo
radical y democrático, su retórica, enérgica o florida, mantenía a los «hombres
pequeños» en la izquierda, aunque en Francia eso implicaba una gran dosis de
chovinismo nacional y un potencial importante de xenofobia. En la Europa central,
su carácter nacionalista y, sobre todo, antisemítico, era ilimitado. En efecto, los
judíos podían ser identificados no sólo con el capitalismo y en especial, con el sector
del capitalismo que afectaba a los pequeños artesanos y tenderos -banqueros,
comerciantes, fundadores de nuevas cadenas de distribución y de grandes
almacenes-, sino también con socialistas ateos y, de forma más general, con
intelectuales que minaban las verdades tradicionales y amenazadas de la moralidad
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y la familia patriarcal. A partir del decenio de 1880, el antisemitismo se convirtió en
un componente básico de los movimientos políticos organizados de los «hombres
pequeños» desde las fronteras occidentales de Alemania hacia el este en el imperio
de los Habsburgo, en Rusia y en Rumania. De cualquier forma, tampoco hay que
subestimar su importancia en los demás países. ¿Quién habría pensado, sobre la
base de las convulsiones antisemíticas que sacudieron a Francia en la década de
1890, del decenio de los escándalos de Panamá y del caso Dreyfus, que en ese
período apenas vivían 60.000 judíos en un país de 40 millones de habitantes?” (pág.
99)[1].
“A diferencia de la pequeña burguesía que formaban anteriormente los pequeños
artesanos y tenderos, que podía ser considerada una zona de transición o tierra de
nadie entre el obrero y la burguesía, estas nuevas clases medias bajas separaban a
esos dos estratos sociales, aunque sólo fuera porque la misma modestia de su
situación económica, muchas veces no mucho mejor que la de los trabajadores bien
pagados, les llevaba a hacer hincapié precisamente en lo que les separaba del
obrero manual y en lo que esperaban tener —o pensaban que debían tener— en
común con los que ocupaban el lugar superior en la escala social (véase el capítulo
7). Constituían un estrato que aislaba a los trabajadores situados por debajo de
ellos.” (pág. 138)
“De hecho, el progreso del nacionalismo en el período que analizamos fue en gran
medida un fenómeno protagonizado por esas capas medias de la sociedad. Así
pues, está perfectamente justificado que los socialistas contemporáneos
adjudicaran a ese fenómeno el calificativo de «pequeñoburgués». La relación con
esas capas sociales contribuye a explicar las tres características nuevas que ya
hemos señalado: la militancia lingüística, la exigencia de estados independientes en
lugar de otras formas de autonomía más restringida y su identificación con la
derecha y la ultraderecha políticas.” (pág. 166)
“Pero el nacionalismo estaba unido de otra forma a las capas medias de la
población, lo que impulsó a ambos hacia la derecha política. La xenofobia se daba
fácilmente entre los comerciantes, los artesanos independientes y algunos
campesinos amenazados por el progreso de la economía industrial, sobre todo, una
vez más, durante los difíciles años de la depresión. El extranjero simbolizaba la
perturbación de los viejos hábitos y el sistema capitalista que los perturbaba. Así, el
virulento antisemitismo político que hemos visto que se difundió por el mundo
occidental a partir de 1880 poco tenía que ver con el número real de judíos contra
quienes iba dirigido: era tan eficaz en Francia, donde había 60.000 judíos en una
población de 40 millones, como en Alemania, donde su número ascendía a medio
millón en una población de 65 millones, o en Viena, donde constituían el 15 por 100
de la población total, (No era un factor político en Budapest, donde formaban la
cuarta parte de la población). Ese antisemitismo iba dirigido hacia los banqueros,
empresarios y otros a quienes se identificaba con la destrucción que el capitalismo
causaba en los «hombres pequeños». La caricatura típica del capitalista durante
la belle époque no era únicamente la de un hombre gordo con sombrero de copa y
fumando un puro, sino que además tenía una nariz judía, porque los sectores
económicos en los que destacaban los judíos competían con los pequeños tenderos
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y porque otorgaban o negaban créditos a los granjeros y a los pequeños artesanos.”
(pág. 168)
“Un nacionalismo de estas características era el vehículo perfecto para expresar los
resentimientos colectivos de aquella gente que no podía explicar con precisión su
descontento. Los culpables de este descontento eran los extranjeros. […] Para este
conjunto de capas medias, el nacionalismo tenía también un atractivo mucho más
amplio y menos instrumental. Les proporcionaba una identidad colectiva como
“defensores auténticos” de la nación que les eludía como clase, o como aspirantes
a alcanzar el estatus burgués que tanto codiciaban. El patriotismo compensaba la
inferioridad social.” (pág. 170)
[1] Eric Hobsbawm, La Era del Imperio, 1875-1914. Ed. Crítica. Barcelona, 2001.
http://elsalariado.info/