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EL MITO DE ATAPUERCAORÍGENES, CIENCIA, DIVULGACIÓN

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Oliver Hochadel

EL MITO DE ATAPUERCAORÍGENES, CIENCIA, DIVULGACIÓN

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Director de la colección: Gonzalo Pontón Gijón

Consejo asesor:José Manuel BlecuaFàtima BoschVictòria CampsSalvador CardúsRamon PascualBorja de RiquerJoan SubiratsJaume Terradas

© del texto: Oliver Hochadel, 2013© de esta edición: Edicions UAB, 2013© de la traducción: Ambrosio García Leal, 2013© de la fotografía de la portada: Javier Trueba/Madrid Scientific Films, 2013

Edicions UABServei de Publicacions de la Universitat Autònoma de BarcelonaEdifici A08193 Bellaterra (Cerdanyola del Vallès)Tel. 93 581 10 22  Fax 93 581 32 39

ISBN: 978-84-939695-4-7Depósito legal: B-2.400-2013Impreso por Gràfiques JouImpreso en España - Printed in Spain

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

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Índice

Agradecimientos  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   9

Capítulo 1Un sueño se hace realidad en Burgos . . . . . . . . . . . . . . . .   13

Capítulo 2¿Colonialismo científico? La investigación prehistórica  

en España desde Altamira hasta Atapuerca . . . . . . . . .   35

Capítulo 3La carrera por el primer europeo y el debate sobre el  

Homo antecessor  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .   73

Capítulo 4La historia de España comienza en Atapuerca: fósiles 

humanos e identidad nacional  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113

Capítulo 5Una estrecha alianza: los investigadores y los medios  

de comunicación  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149

Capítulo 6Una explosión de huesos y libros: Atapuerca en la  

ciencia popular  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211

Capítulo 7El chico de la Gran Dolina: la visualización de  

nuestros ancestros. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253

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Capítulo 8La vida social de las piedras y los huesos . . . . . . . . . . . . . 303

Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 323Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 349Índice onomástico  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 379

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Agradecimientos

En abril de 2011 expuse una ponencia relacionada con el tema de este libro ante mis colegas del Centre d’Història de la Cièn-cia de la Universitat Autònoma de Barcelona. Cuando estaba hablando de un arqueólogo catalán en concreto, esa misma persona entró en el aula acompañada de otros dos arqueólo-gos. Fue un momento extraño. Mis colegas no estaban seguros de si yo me había dado cuenta de quién acababa de sentarse a escuchar e intentaron «advertirme» pasándome una nota escri-ta encima de la mesa. El caso es que sí me había dado cuenta de su presencia. Después de todo, yo mismo le había invitado a venir. Aun así, me puse un tanto nervioso y comencé a ele-gir muy cuidadosamente mis palabras. En la animada (y muy amigable) discusión que siguió, pregunté a nuestros invitados qué pensaban de nuestro enfoque, de que nos dedicáramos a escribir la historia de su disciplina. El arqueólogo en cuestión me respondió atinadamente: «Somos los observados, pero no-sotros también estamos observando a los observadores».

Como historiador de la ciencia estoy acostumbrado a tra-tar con muertos. He escrito sobre conferenciantes itinerantes en la Ilustración que hablaban de electricidad y sobre reforma-dores de los zoológicos en el siglo xix. Yo diría que he inten-tado ser justo y ecuánime con esos actores históricos, pero, 

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¿quién daría la cara por ellos? Embarcarme en un tema tal como la historia reciente de la investigación de los orígenes humanos me ha proporcionado considerables ventajas. Todos los actores relevantes del proyecto Atapuerca están vivos y en activo. No sólo he podido leer sus escritos, sino que también he podido asistir a sus charlas públicas y hasta visitarlos en sus despachos y laboratorios para entrevistarlos. Pero este acceso directo también genera su propia dinámica. Las personas obje-to de estudio pueden replicar al historiador. Y hasta puede que lean este libro. De hecho, así lo espero.

Con independencia de lo que piensen los sujetos objeto de mi estudio del resultado final, quiero expresar mi sincera gratitud a las más de veinte personas que he entrevistado en los últimos años: paleoantropólogos, arqueólogos, conservadores de museos, paleoartistas y comunicadores (véase la lista com-pleta al principio de la bibliografía). He contactado con mu-chas otras a través de correo electrónico, con listas de pregun-tas aparentemente interminables.

Doy las gracias especialmente a los miembros del Equipo Investigador de Atapuerca (EIA) con los que he mantenido contacto, por su tiempo y su generosidad a la hora de compar-tir conmigo muchas cosas no publicadas. Me gustaría dar las gracias a dos personas en particular: a Patricia Martínez, de la Fundación Atapuerca, por atender mis numerosas demandas con admirable eficiencia, y a José María Bermúdez de Castro, codirector del EIA, quien además de aclararme muchas cues-tiones mostró un interés genuino en mi trabajo y apreció la perspectiva diferente que he aplicado del proyecto Atapuerca y su historia.

Los paleoartistas son gente atareada, por lo que mis entre-vistas con ellos a menudo fueron cortas. Sin embargo, la más larga de las entrevistas que llevé a cabo fue con Mauricio An-tón (2 horas y 43 minutos). De él aprendí más sobre recons-trucción de homínidos de lo que nunca pude imaginar. La 

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  AG R A D E C I M I E N TO S   11

conversación subsiguiente con muchos de los entrevistados me ayudó a evitar numerosas meteduras de pata. Por supuesto, soy el único responsable de los errores e imprecisiones que puedan persistir. Este libro sobre la industria de popularización del proyecto Atapuerca toca tantos temas diferentes que pro-bablemente cualquier historiador de la ciencia pronto habría tenido la sensación de encontrar sus límites personales, a saber, una desalentadora falta de formación. En pocas palabras: he necesitado mucha ayuda. Las complicaciones de la interpreta-ción de los fósiles de homínidos y el trazado de árboles filoge-néticos de nuestros ancestros sólo han sido el problema más obvio. Nathan Schlanger y Margarita Díaz-Andreu han sido mis asesores principales en la historia de la arqueología prehis-tórica. El nacionalismo español ha demostrado ser otro tema peliagudo, por no hablar de la política de la memoria de la Guerra Civil Española. En Xosé Manoel Núñez Seixas y Fran-cisco Ferrándiz, respectivamente, encontré los buenos guías que necesitaba.

Muchos historiadores de la ciencia me han ayudado en los últimos cinco años a hacerme con el tema. Un tema que no deja de ser muy español y que, por lo tanto, presentaba nume-rosos desafíos para el extranjero ignorante. Muy particular-mente, me gustaría citar a mis antiguos colegas del Centre d’Història de la Ciència de la Universitat Autònoma de Barce-lona, Agustí Nieto-Galan y Xavier Roqué, así como a mis actuales colegas Pepe Pardo y Jon Arrizabalaga, de la Institució Milà i Fontanals del CSIC en Barcelona. Todos ellos me han ayudado de muchas maneras: ofreciéndome comentarios críti-cos de mis charlas y textos, proporcionándome contactos im-portantes y revisando los medios españoles en busca de infor-mación relevante sobre Atapuerca y la investigación de los orígenes humanos, además de su apoyo crucial en la solicitud de becas y plazas que me permitieron dedicarme durante va-rios años a este proyecto de investigación (Grup de Recerca 

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Consolidat, SGR2009-887, AGAUR - Generalitat de Cata-lunya; HAR2009-12918-C03-02, Ministerio de Ciencia e In-novación; HUM2006-07206-C03-01, Ministerio de Educa-ción y Ciencia). Y de manera más general, les doy las gracias por hacer que me sintiera tan bienvenido y apreciado aquí que, simplemente, no quiero volver a irme. Me he beneficia-do mucho del trabajo de dos de mis discípulos, Miquel Caran-dell y María Laura Moreno, quienes redactaron sus tesinas so-bre temas relacionados.

Buena parte de la ayuda requerida también ha venido de fuera. Mi buen amigo y excolega periodista Klaus Taschwer, de Viena, nunca dejó de suministrarme en tiempo récord sus incisivos comentarios sobre cada capítulo de este libro. Inte-lectualmente, este proyecto se ha beneficiado inmensamente de la colaboración con Marianne Sommer y su grupo, antes en la Universidad de Zúrich y ahora en la Universidad de Lucer-na (proyecto «History within: the phylogenetic memory of bones, organisms, and molecules», financiado por el Consejo Nacional de Investigación de Suiza). Todas las numerosas pe-queñas deudas que he adquirido al escribir este libro están re-ferenciadas en las notas al final de este volumen.

Finalmente, quiero expresar mi agradecimiento más since-ro a mi editor Gonzalo Pontón, quien a lo largo del proceso ha mostrado una paciencia (casi) ilimitada y un apoyo inamovible; y lo más importante, fue él quien me sugirió escribir este libro en primera instancia. Escribí el manuscrito original en inglés, así que agradezco mucho a Ambrosio García Leal que se pres-tara a traducirlo al castellano con una prosa tan fluida.

En cuanto a ti, Caroline, thanks for nothing!

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CAPÍTULO 1

Un sueño se hace realidad en Burgos

Cuatro días de julio de 2010

¿Qué tienen en común la Copa del Mundo de fútbol en Su-dáfrica y la inauguración del Museo de la Evolución Humana en Burgos? ¿Cuál es la conexión entre el triunfo de la Roja, la selección española de fútbol, y los homínidos fósiles de Ata-puerca? A veces la esencia de una época se expresa en un bre-ve momento histórico. El estado interno de un país, la cues-tión de la identidad nacional y el conflicto político afloran de maneras inesperadas. Combinaciones inusuales de sucesos re-velan conexiones más profundas normalmente no visibles. O al menos así pareció en aquellos cuatro días del verano de 2010, del 10 al 13 de julio.

Sábado, 10 de julio de 2010

El país entero aguarda ansioso la final de la Copa del Mundo que van a jugar España y Holanda en Johannesburgo. ¿El país entero? No del todo. En Cataluña la gente tiene la política en mente. Más de un millón de personas marcha por las calles de Barcelona en la mayor manifestación de la era post Guerra Ci-

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vil. «Somos una Nación», dice uno de los lemas de los mani-festantes; «Adiós, España», reza otro. Mucha gente está irritada por la largamente esperada decisión del Tribunal Constitucio-nal en Madrid sobre el Estatut. Los jueces han negado a Cata-luña su condición de nación (al menos para la mayoría de ca-talanes).

Domingo, 11 de julio de 2010

Las manifestaciones han cesado y hoy parece haber más ban-deras españolas que catalanas colgando de los balcones de Bar-celona. Esto es bastante inusual, como mínimo. Para los na-cionalistas catalanes resulta una visión insufrible. Pero algunos comentaristas aducen que este hecho quizá represente en parte una recuperación de la normalidad en relación con los símbo-los nacionales. Tras la transición, el nacionalismo español — un pilar central de la dictadura franquista— había quedado des-acreditado, pero tres décadas y media después, bajo el paraguas del apoyo a un equipo de fútbol, parece que desplegar la ban-dera vuelve a encontrarse aceptable.

Antes del mediodía emprendo un largo viaje en tren hacia Burgos, así que tengo tiempo de sobra para leer los periódicos del domingo. Las páginas rebosan de reflexiones sobre la polí-tica, el fútbol y la identidad nacional española. Hay dos temas recurrentes y relacionados: uno es el constante elogio de los jugadores españoles o, más bien, el equipo como ejemplo, en marcado contraste con las interminables y sucias luchas inter-nas de la política nacional; pero al mismo tiempo, los comen-taristas se complacen en señalar (o tienen que admitir, según sus coordenadas políticas) que tanto el núcleo de la Roja como su atractivo estilo de juego derivan del FC Barcelona (esto es, de Cataluña). Hasta los conservadores, que usualmente se afa-nan en subrayar la unidad del Estado español, lo reconocen; 

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  U N   S U E ñ O   S E   H AC E   R E A L I DA D   E N   BU R G O S   15

tanto es así que han adquirido una cierta visión nueva de Es-paña sintetizada en el lema bilingüe «¡Visca España!». El triun-fo del fútbol parece propiciar la propagación de una forma moderna de patriotismo.1

Cuando llego a Burgos a última hora de la tarde, cierta-mente sólo se ven banderas españolas. El entusiasmo por la fi-nal de la Copa del Mundo es omnipresente. Pero lo que me llama la atención son las enormes bolsas de compra plantadas en la zona peatonal de la ciudad como si fueran esculturas van-guardistas. En ellas se lee: «Escaparate a la evolución». Ningu-na otra ciudad española puede presumir de un enorme com-plejo arquitectónico dedicado a la evolución humana. Y al comercio local parece gustarle sacar tajada de la nueva marca de la ciudad. Sigo la final de la Copa del Mundo en la plaza Mayor, atestada de miles de hinchas ataviados de rojo y amari-llo. Todos contenemos la respiración, hasta que a cuatro mi-nutos del final de la prórroga llega el gol de Andrés Iniesta. La Roja gana la Copa del Mundo. Xavi y Carles Puyol, jugadores del Barça, se envuelven en la bandera catalana y bailan sobre el terreno de juego. La reina Sofía y los demás miembros de la familia real llevan una bufanda roja cuando felicitan a los nue-vos héroes de España. Los burgaleses congregados en la plaza Mayor braman «We are the champions». Estoy bien seguro de que la misma canción se está cantando en Barcelona. De esto es de lo que hablaba la prensa: la nación parece haberse unifi-cado. De vuelta a mi hotel, veo una pintura enorme que cubre la pared lateral de una casa. Una criatura de aspecto extraño muerde lo que parece una hamburguesa. Es un anuncio de un restaurante. El eslogan dice: «Evolucionamos. La otra forma de comer».

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Lunes, 12 de julio de 2010

La familia real y la Roja vuelven a España sin demora. La cele-bración debe continuar en Madrid. Mientras tanto, me uno a un grupo de periodistas españoles. Vamos a visitar la sierra de Atapuerca, a 15 kilómetros al este de Burgos. En la entrada de la llamada Trinchera del Ferrocarril, un paso de tren abando-nado, nos esperan los tres codirectores del equipo investigador de Atapuerca (EIA): Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell. Dos son españoles, nacidos y formados académicamente en Madrid, mientras que Carbonell es un catalán militante. Qué perfecto equilibrio, pienso para mis adentros. En cierto modo, el triunvirato que dirige el EIA representa la versión científica de la Roja, una España moder-na, triunfadora y aclamada internacionalmente, «diversa pero unificada», como reiteran los políticos españoles.

Como seguramente han hecho antes cientos de veces, li-teralmente, los tres investigadores bosquejan con unos pocos brochazos por qué la sierra de Atapuerca quizá sea el yaci-miento paleoantropológico más importante de Europa o in-cluso del mundo. En los párrafos que siguen enumeraré estas afirmaciones conservando la retórica que las acompaña.

En 1994, el yacimiento de la Gran Dolina, en la Trinche-ra, proporciona fósiles de homínidos que resultan tener más de 780.000 años de edad, lo que los convierte en los más antiguos de Europa con diferencia. En 1997, sobre la base de estos fósi-les, se nombra una nueva especie: Homo antecessor. Algunos de estos fósiles muestran marcas de corte por herramientas de pie-dra, lo que representa la primera incidencia conocida de cani-balismo. En 2007 se desentierra una mandíbula de homínido en la Sima del Elefante, otro yacimiento de la Trinchera, y el EIA bate su propio récord al retrasar la antigüedad de la pri-mera población humana de la Península otros 400.000 años, hasta al menos 1,2 millones de años.

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Aparte de la Trinchera, la sierra de Atapuerca exhibe un gran sistema de cuevas. En la Sima de los Huesos se encontra-ron más de seis mil (!) fósiles de homínidos pertenecientes a veintiocho individuos. Se atribuyeron a la especie Homo heidel­bergensis, y hoy se considera que tienen al menos 530.000 años de edad. Esta enorme masa de restos de homínidos representa entre el 80 y el 90 por ciento (!) del registro fósil del Pleistoce-no medio (hace 780.000-126.000 años).2 Aparte de la cantidad, la Sima de los Huesos ha proporcionado fósiles individuales asombrosos, como el cráneo más completo (Miguelón), halla-do en 1992, y dos años más tarde la pelvis más completa (Elvis) del registro fósil homínido. Es más, Arsuaga y sus colegas sos-tienen que la acumulación de cadáveres fue deliberada, en lo que podría constituir el primer acto con contenido simbólico de la historia humana. Una bonita — y no usada— bifaz (Ex-calibur) hallada en la Sima de los Huesos podría haber sido la primera ofrenda funeraria.

Esta hueste de hitos paleoantropológicos ha convertido la sierra de Atapuerca en una «montaña mágica», como los inves-tigadores gustan de llamarla. Ningún otro yacimiento prehis-tórico europeo ofrece restos de tres especies de homínidos di-ferentes (H. antecessor, H. heidelbergensis y H. sapiens) que abarcan más de un millón de años de historia evolutiva, lo que convierte a Atapuerca en una enciclopedia de la evolución humana.

Este bombardeo de «lo más antiguo», «lo máximo» y «lo primero» podría dejarnos sin habla. Pero mientras intentamos procesar la avalancha de adjetivos superlativos, los codirectores del EIA lanzan una segunda andanada. Por lo visto, no sólo el yacimiento, sino también el propio proyecto de investigación es el número uno en casi todos los sentidos. El EIA es el pro-yecto más grande en su campo, en términos tanto de personal como de instituciones implicadas. Una cincuentena de docto-res y ciento cincuenta o más estudiantes excavan allí cada ve-

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rano, lo que convierte la sierra de Atapuerca en una universi-dad de campo. Más de una docena de universidades españolas y otras instituciones científicas participan en el proyecto, de ahí que también sea el de mayor presupuesto. Y ningún otro yacimiento paleoantropológico ha generado tantas publicacio-nes científicas, como se enorgullecen en proclamar los codi-rectores de Atapuerca.3 Gracias a Atapuerca, España sólo es superada por Estados Unidos en términos de publicaciones so-bre evolución humana en revistas especializadas, por delante del resto de países europeos. Y el Museo de la Evolución Hu-mana, a punto de inaugurarse, será, por supuesto, el mayor de su clase en el sistema solar.

Por fin entramos en la Trinchera y nos ponemos cascos amarillos. Nuestra guía es Cristina Cuesta. Trabaja para la Fun-dación Atapuerca y es la responsable de didáctica y divulga-ción. La vía férrea abandonada corta la sierra a lo largo de unos 800 metros. Nuestra primera parada es la Sima del Elefante, una gran oquedad en un costado de la Trinchera. Nos presen-tan a Rosa Huguet, la autora del descubrimiento de la mencio-nada mandíbula de homínido en el verano de 2007. En menos de un año, esa mandíbula apareció en la portada de Nature, una de las revistas científicas más prestigiosas. ¿Cómo se sintió ella al encontrar un fósil de más de un millón de años? ¿Fue como si hubiera ganado la Copa del Mundo de fútbol? Mucho me-jor, responde Huguet con una carcajada. Un poco más abajo, Juan Luis Arsuaga habla de la riqueza paleontológica de la sierra con un estilo altamente profesional para un equipo de TVE, mientras nosotros continuamos nuestro camino adentrándonos en la Galería. Fue aquí donde comenzó el proyecto de investi-gación en 1978, con la excavación de lo que en tiempos fue una cueva ahora cubierta de sedimento. Los homínidos se ser-vían de la Galería como una trampa natural porque muchos animales caían dentro de la cueva. «Un supermercado de carne prehistórico», dice Cristina Cuesta. También hay grandes pa-

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neles a lo largo de la Trinchera que explican los hallazgos a los montones de visitantes que acuden en número creciente. En 2010 han pasado por aquí 92.000 visitantes, 20.000 más que el año anterior. Finalmente accedemos al último yacimiento de la Trinchera, la Gran Dolina. Está cubierta por una enorme es-tructura permanente de andamios con un toldo en lo alto para proteger a los excavadores de los elementos. Hay docenas de iconos de los patrocinadores del proyecto Atapuerca reunidos en un gran panel adosado al andamiaje. El EIA y la Fundación Atapuerca ciertamente se han granjeado un apoyo muy amplio. El andamiaje cubre toda la pared de la Trinchera, incluyendo el estrato TD6, donde se encontraron los primeros fósiles de Homo antecessor en 1994. Uno de los paneles explica que esta especie es el ancestro común de Homo sapiens y de los neander-tales. Pero nuestra guía nos advierte de que esto es sólo una teoría y que podría cambiar en cualquier momento. Ahora que lo dice, me extraña que los codirectores no hayan mencionado esta gran contribución a la fama del EIA. Como averiguo más tarde, entre ellos hay desacuerdo acerca de la posición central del Homo antecessor en el árbol filogenético humano.

TD6 es un yacimiento muy pequeño al que no podemos acceder. En vez de eso, Cristina Cuesta nos enseña réplicas de dos fósiles de Homo antecessor. Son fragmentos de la región fa-cial de un individuo joven bautizado como el chico de la Gran Dolina. El paleoartista Mauricio Antón reconstruyó la cara de este chico de unos once años de edad, una imagen omnipre-sente en el mundo de Atapuerca. Ahora me doy cuenta de que el gran anuncio con la extraña criatura que mordía una hamburguesa que había visto la noche anterior cerca de mi hotel era en realidad una representación (moderadamente buena) del chico. El anuncio cuenta con que en Burgos todo el mundo reconoce la cara de este niño prehistórico.

Finalmente subimos por una pendiente para llegar a lo alto de la sierra, desde donde podemos contemplar el estrato 

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TD10, que el EIA ha estado explorando durante años. Por aquí probablemente campaba el Homo heidelbergensis, como su-gieren las herramientas de piedra halladas junto a fósiles de animales. Vemos a los estudiantes agachados sobre el metro cuadrado que les toca, excavando meticulosamente con bro-chas y paletas. Depositan los sedimentos en bolsas de plástico bien etiquetadas. De pie junto a ellos está Bermúdez de Castro atendiendo a otro grupo de visitantes, probablemente expli-cándoles el procedimiento de excavación. Unos meses antes, Carbonell me contó que los tres codirectores guían a dos mil visitantes VIP por la sierra de Atapuerca todos los años (y no estoy seguro de que los periodistas entren en esta categoría).4 Los VIP incluyen a otros científicos, patrocinadores potencia-les y políticos, locales y nacionales. Pero todos los visitantes tienen vedado el acceso al sistema de cavernas en el interior de la sierra. Como mucho, uno puede echar un vistazo al Porta-lón. Esta entrada no está en la Trinchera, sino en la ladera sur de la sierra. Por ahí los investigadores descienden a lo largo de más de un kilómetro de estrechos pasadizos hasta la Sima de los Huesos, la «Capilla Sixtina del Pleistoceno». Así que deja-mos la sierra y nos dirigimos al río. El Arlanzón proporciona el agua para tamizar los sedimentos del estrato TD10 y otros, y lavar los pequeños objetos que afloran. Luego estos objetos se secan y se llevan a bancos de trabajo donde se sientan investi-gadores y estudiantes armados con pinzas para extraer el mate-rial relevante, principalmente fósiles de microfauna. Los dimi-nutos dientes de roedores extintos hace tiempo, por ejemplo, permiten datar el estrato en cuestión.

A la hora del almuerzo, vamos a comer al pueblo de Ata-puerca, en un restaurante llamado Como Sapiens. De camino a nuestra mesa pasamos por delante de un busto de Miguelón, una reconstrucción del aspecto que podría haber tenido el dueño del famoso cráneo. El escultor lo visualizó con una ro-jez intensa debida a una terrible inflamación originada en la 

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mandíbula izquierda que se extendió a toda la mejilla del mis-mo lado, algo no exactamente agradable de ver. Los investiga-dores creen que esta lesión fue la causa de su muerte. Uno de los periodistas del grupo está inquieto porque tiene que entre-gar su artículo pronto. ¿Cuáles son los cinco aspectos más des-tacables del nuevo museo? Entre todos conseguimos enume-rarlos rápidamente.

Tras una típica (es decir, bastante pesada) comida burgale-sa, nos dirigimos al parque arqueológico carretera abajo. En-tramos en un recinto al aire libre con numerosas estaciones que explican aspectos concretos de la vida prehistórica: la caza, los enterramientos, las pinturas rupestres, la cocina. Arrojamos lanzas contra balas de paja, nos metemos en pequeñas chozas y contemplamos cómo uno de los guías hace fuego a base de hacer girar rápidamente una varilla. En la tienda del parque se ofrece toda clase de mercadería de Atapuerca: camisetas, go-rras, mochilas y relojes. Compro un libro para colorear — Co­lorea Atapuerca— para mis niños y un gran póster del linaje humano para mí. En él se representa al Homo antecessor en toda su gloria como ancestro común de los neandertales y de noso-tros, igual que en el panel de la Trinchera. Nuestro viaje a la prehistoria acaba aquí y el autobús nos devuelve al presente.

Al final de la tarde subimos al castillo de Burgos. La vista de la ciudad desde aquí es espectacular. La magnífica catedral está en primer plano y tras ella se levanta el nuevo y enorme Complejo de la Evolución Humana. Este complejo consta de tres partes. El edificio más pequeño de la izquierda alberga desde 2009 el Centro Nacional de Investigación sobre la Evo-lución Humana (CENIEH), dirigido por José María Bermú-dez de Castro. En el centro está el Museo de la Evolución Humana, y a la derecha hay un centro de congresos.

La campaña de promoción etiqueta el nuevo museo como la «catedral de la evolución humana», un eslogan con gancho que los medios de comunicación españoles han adoptado de 

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buen grado. Que el museo se convertirá en un «punto de refe-rencia mundial» en la investigación de los orígenes humanos será la frase más repetida en la ceremonia de apertura de maña-na.5 Hasta ahora, el sello de Burgos ha sido su famosa catedral. Si la estrategia del turismo local tiene éxito, la ciudad pronto será también conocida por su nuevo museo. El objetivo es atraer a 300.000 visitantes al año (y como ahora sabemos, esta meta casi se alcanzó ya en los primeros doce meses tras la apertura del museo, con 279.000 visitantes). No se ahorraron costes ni esfuerzos. La autopista N-I se desvió al otro lado del Arlanzón para ganar todo el espacio entre el complejo y el río que atravie-sa la ciudad. En la retórica arquitectónica, el río conecta el com-plejo con la sierra de Atapuerca, de manera que la gente siempre se trasladará siguiendo la corriente. Aunque el museo abre sus puertas en medio de una severa crisis económica, el presupues-to se remonta a tiempos más optimistas. El museo sólo tiene un coste de 70 millones de euros, y el del complejo entero as-ciende a unos 200 millones de euros (pagados sobre todo por la Junta de Castilla y León). Al caer la noche, bajamos para cenar e ingerir enormes pedazos de carne en un restaurante llamado El Cid. Me pregunto cuándo se abrirá el primer restaurante en Burgos que se llame «Homo antecessor», en vista de que el pobre chico ya está anunciando hamburguesas por ahí.. De vuelta al hotel, justo antes de la medianoche, enciendo el televisor de mi habitación. Todos los canales muestran lo mismo: las celebra-ciones de la Copa del Mundo en Madrid. Los jugadores están en un escenario mientras un millón o más de personas llenan las calles gritando de alegría. Los reyes ya se habrán ido a dormir.

Martes, 13 de julio de 2011

A la mañana siguiente nos encaminamos al museo. La inaugu-ración es un auténtico espectáculo. El control de seguridad a la 

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