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dura, una plena disponibilidad para las prácticas discursivas y las estrategias de poder y dominación, el centro hueco que inspira y hace posible la concomitancia, tan fructífera, por otra parte, entre saber y poder. ¿Qué es el cuerpo, sino un hueco sobre el que se han escrito tantos y tantos discursos? ¿Qué sino un significante vacío que permite la apropiación por parte de las distintas prácticas sociales, institucionales, políticas, económicas, etc.? Es cierto: el cuerpo existe a me- dida que le concedemos el estatus de una posesión. Es ésta quizá la primera experiencia que nos hace sujetos, la de una apropiación que nos separa de lo apropiado. Pero este des- vío, ese lugar que el cuerpo ha abandonado para hacerse cuerpo constituye el estrato último, el hallazgo final que exige la arqueología. Sería el sarcófago vacío, la urna hueca, el vaso roto con el que la ciencia arqueológica toca fondo. No estamos muy lejos de la filosofía de Martin Heidegger, aunque en los acercamientos a la obra de Foucault se suela pasar por alto esta proximidad entre un filósofo al uso, como es el alemán, y un sociólogo, historiador y pensador de la posmodernidad como sería el propio Foucault. En Heideg- ger, el ser es sólo el fruto de una ocultación, se revela en la envoltura, en el disfraz de su propia ausencia, como el hilo puede a menudo descubrírsenos por el nudo que forma y no por la delgadez de su espesor. Y esta ocultación es la del propio lenguaje que ha tomado al ser desde su ausencia, desde su tachadura, por el emborronado de todo lo que pueda significar y que necesariamente se nos escapa. Sólo que en Foucault esta ocultación se llena de multiplicidades, de discursos, categorías, estrategias, prácticas. Los mecanis- mos de ocultación son especialmente importantes para el ar- queólogo, así como el capeado de lenguajes, que se extiende como un cobertor inmenso, plural, regido por continuida- des y discontinuidades, abocado al infinito del comentario, trasportado al delirio de la repetición. Heidegger desnuda al ser, lo muestra en su esencia, que es la ocultación. Foucault, por su parte, lo desviste, juega perversamente a descubrir cada uno de los vestidos, cada prenda o discurso, cada ro- paje, para no atreverse luego a contemplar en la desnudez 22

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dura, una plena disponibilidad para las prácticas discursivasy las estrategias de poder y dominación, el centro hueco queinspira y hace posible la concomitancia, tan fructífera, porotra parte, entre saber y poder. ¿Qué es el cuerpo, sino unhueco sobre el que se han escrito tantos y tantos discursos?¿Qué sino un significante vacío que permite la apropiaciónpor parte de las distintas prácticas sociales, institucionales,políticas, económicas, etc.? Es cierto: el cuerpo existe a me-dida que le concedemos el estatus de una posesión. Es éstaquizá la primera experiencia que nos hace sujetos, la de unaapropiación que nos separa de lo apropiado. Pero este des-vío, ese lugar que el cuerpo ha abandonado para hacersecuerpo constituye el estrato último, el hallazgo final queexige la arqueología. Sería el sarcófago vacío, la urna hueca,el vaso roto con el que la ciencia arqueológica toca fondo.

No estamos muy lejos de la filosofía de Martin Heidegger,aunque en los acercamientos a la obra de Foucault se suelapasar por alto esta proximidad entre un filósofo al uso, comoes el alemán, y un sociólogo, historiador y pensador de laposmodernidad como sería el propio Foucault. En Heideg-ger, el ser es sólo el fruto de una ocultación, se revela en laenvoltura, en el disfraz de su propia ausencia, como el hilopuede a menudo descubrírsenos por el nudo que forma y no por la delgadez de su espesor. Y esta ocultación es la delpropio lenguaje que ha tomado al ser desde su ausencia,desde su tachadura, por el emborronado de todo lo quepueda significar y que necesariamente se nos escapa. Sóloque en Foucault esta ocultación se llena de multiplicidades,de discursos, categorías, estrategias, prácticas. Los mecanis-mos de ocultación son especialmente importantes para el ar-queólogo, así como el capeado de lenguajes, que se extiendecomo un cobertor inmenso, plural, regido por continuida-des y discontinuidades, abocado al infinito del comentario,trasportado al delirio de la repetición. Heidegger desnuda alser, lo muestra en su esencia, que es la ocultación. Foucault,por su parte, lo desviste, juega perversamente a descubrircada uno de los vestidos, cada prenda o discurso, cada ro-paje, para no atreverse luego a contemplar en la desnudez

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LA MUERTE DE ACTEON:eutelequia 04/08/11 10:38 Página 22