101
VIAJE A IXTLÁN CARLOS CASTANEDA Este libro fue pasado a formato Word para facilitar la difusión, y con el propósito de que así como usted lo recibió lo pueda hacer llegar a alguien más. HERNÁN Para descargar de Internet: Biblioteca Nueva Era Rosario Argentina Adherida al Directorio Promineo FWD : www.promineo.gq.nu

03 - Viaje a Ixtlan

Embed Size (px)

Citation preview

  • VIAJE A IXTLN

    CARLOS CASTANEDA

    Este libro fue pasado a formato Word para facilitar la difusin, y con el propsito de que as como usted lo recibi lo pueda hacer llegar a alguien ms. HERNN

    Para descargar de Internet: Biblioteca Nueva Era

    Rosario Argentina Adherida al Directorio Promineo

    FWD: www.promineo.gq.nu

  • 2

    NDICE

    INTRODUCCIN .................................................................................................................. 2 PRIMERA PARTE: "PARAR EL MUNDO" I. LAS REAFIRMACIONES DEL MUNDO QUE NOS RODEA ............................................. 5 II. BORRAR LA HISTORIA PERSONAL ............................................................................... 8 III. PERDER LA IMPORTANCIA ......................................................................................... 11 IV. LA MUERTE COMO UNA CONSEJERA ...................................................................... 14 V. HACERSE RESPONSABLE .......................................................................................... 18 VI. VOLVERSE CAZADOR ................................................................................................. 22 VII. SER INACCESIBLE ..................................................................................................... 26 VIII. ROMPER LAS RUTINAS DE LA VIDA ........................................................................ 30 IX. LA LTIMA BATALLA SOBRE LA TIERRA .................................................................. 33 X. HACERSE ACCESIBLE AL PODER .............................................................................. 37 XI. EL NIMO DE UN GUERRERO.................................................................................... 43 XII. UNA BATALLA DE PODER ......................................................................................... 49 XIII. LA LTIMA PARADA DE UN GUERRERO ................................................................ 55 XIV. LA MARCHA DE PODER ........................................................................................... 61 XV. NO-HACER .................................................................................................................. 70 XVI. EL ANILLO DE PODER .............................................................................................. 77 XVII. UN ADVERSARIO QUE VALE LA PENA .................................................................. 82 SEGUNDA PARTE: EL VIAJE A IXTLN XVIII. EL ANILLO DE PODER DEL BRUJO ....................................................................... 88 XIX. PARAR EL MUNDO .................................................................................................... 93 XX. EL VIAJE A IXTLN ..................................................................................................... 96

    INTRODUCCIN El sbado 22 de mayo de 1971 fui a Sonora, Mxico, para ver a don Juan Matus, un brujo yaqui con quien

    tena contacto desde 1961. Pens que mi visita de ese da no iba a ser en nada distinta de las veintenas de veces que haba ido a verlo en los diez aos que llevaba como aprendiz suyo. Sin embargo, los hechos que tuvieron lugar ese da y el siguiente fueron decisivos para m. En dicha ocasin mi aprendizaje lleg a su etapa final.

    Ya he presentado el caso de mi aprendizaje en dos obras anteriores: Las enseanzas de don Juan y Una realidad aparte.

    Mi suposicin bsica en ambos libros ha sido que los puntos de coyuntura en aprender brujera eran los estados de realidad no ordinaria producidos por la ingestin de plantas psicotrpicas.

    En este aspecto, don Juan era experto en el uso de tres plantas: Datura inoxia, comnmente conocida como toloache; Lophophora williamsii, conocida como peyote, y un hongo alucingeno del gnero Psilocybe.

    Mi percepcin del mundo a travs de los efectos de estos psicotrpicos haba sido tan extraa e impresionante que me vi forzado a asumir que tales estados eran la nica va para comunicar y aprender lo que don Juan trataba de ensearme.

    Tal suposicin era errnea. Con el propsito de evitar cualquier mala interpretacin relativa a mi trabajo con don Juan, me gustara

    clarificar en este punto los aspectos siguientes. Hasta ahora, no he hecho el menor intento de colocar a don Juan en un determinado medio cultural. El hecho

    de que l se considere indio yaqui no significa que su conocimiento de la brujera se conozca o se practique entre los yaquis en general.

    Todas las conversaciones que don Juan y yo tuvimos a lo largo del aprendizaje fueron en espaol, y slo gracias a su dominio completo de dicho idioma pude obtener explicaciones complejas de su sistema de creencias.

    He observado la prctica de llamar brujera a ese sistema, y tambin la de referirme a don Juan como brujo, porque stas son las categoras empleadas por l mismo.

    Como pude escribir la mayora de lo que se dijo al principiar el aprendizaje, y todo lo que se dijo en fases posteriores, reun voluminosas notas de campo. Para hacerlas legibles, conservando a la vez la unidad dramtica de las enseanzas de don Juan, he tenido que reducirlas, pero lo que he eliminado es, creo, marginal a los puntos que deseo plantear.

  • 3

    En el caso de mi trabajo con don Juan, he limitado mis esfuerzos exclusivamente a verlo como brujo y a adquirir membreca en su conocimiento.

    Con el fin de presentar mi argumento, debo antes explicar la premisa bsica de la brujera segn don Juan me la present. Dijo que, para un brujo, el mundo de la vida cotidiana no es real ni est all, como nosotros creemos. Para un brujo, la realidad, o el mundo que todos conocemos, es solamente una descripcin.

    Para validar esta premisa, don Juan hizo todo lo posible por llevarme a una conviccin genuina de que, lo que mi mente consideraba el mundo inmediato era slo una descripcin del mundo: una descripcin que se me haba inculcado desde el momento en que nac.

    Me seal que todo el que entra en contacto con un nio es un maestro que le describe incesantemente el mundo, hasta el momento en que el nio es capaz de percibir el mundo segn se lo describen. De acuerdo con don Juan, no guardamos recuerdo de aquel momento portentoso, simplemente porque ninguno de nosotros poda haber tenido ningn punto de referencia para compararlo con cualquier otra cosa. Sin embargo, desde ese momento el nio es un miembro. Conoce la descripcin del mundo, y su membreca supongo, se hace definitiva cuando l mismo es capaz de llevar a cabo todas las interpretaciones perceptuales adecuadas, que validan dicha descripcin ajustndose a ella.

    Para don Juan, pues, la realidad de nuestra vida diaria consiste en un fluir interminable de interpretaciones perceptuales que nosotros, como individuos que comparten una membreca especfica, hemos aprendido a realizar en comn.

    La idea de que las interpretaciones perceptuales que configuran el mundo tienen un fluir es congruente con el hecho de que corren sin interrupcin y rara vez, o nunca, se ponen en tela de juicio. De hecho, la realidad del mundo que conocemos se da a tal grado por sentada que la premisa bsica de la brujera, la de que nuestra realidad es apenas una de muchas descripciones, difcilmente podra tomarse como una proposicin seria.

    Afortunadamente, en el caso de mi aprendizaje, a don Juan no le preocupaba en absoluto el que yo pudiese, o no, tomar en serio su proposicin, y procedi a dilucidar sus planteamientos pese a mi oposicin, mi incredulidad y mi incapacidad de comprender lo que deca. As, como maestro de brujera, don Juan trat de describirme el mundo desde la primera vez que hablamos. Mi dificultad para asir sus conceptos y sus mtodos derivaba del hecho de que las unidades de su descripcin eran ajenas e incompatibles con las de la ma propia.

    Su argumento era que me estaba enseando a "ver", cosa distinta de solamente "mirar", y que "parar el mundo" era el primer paso para "ver".

    Durante aos, la idea de "parar el mundo" fue para m una metfora crptica que en realidad nada significaba. Slo durante una conversacin informal, ocurrida hacia el final de mi aprendizaje, llegu a advertir por entero su amplitud e importancia como una de las proposiciones principales en el conocimiento de don Juan.

    l y yo habamos estado hablando de, diversas cosas en forma reposada, sin estructura. Le cont el dilema de un amigo mo con su hijo de nueve aos. El nio, que haba estado viviendo con la madre durante los cuatro aos anteriores, viva entonces con mi amigo, y el problema era qu hacer con l. Segn mi amigo, el nio era un inadaptado en la escuela, sin concentracin y no se interesaba en nada. Era dado a berrinches, a conducta destructiva y a escaparse de la casa.

    -Menudo problema se carga tu amigo -dijo don Juan, riendo. Quise seguirle contando todas las cosas "terribles" que el nio hacia, pero me interrumpi. -No hay necesidad de decir ms sobre ese pobre niito -dijo-. No hay necesidad de que t o yo pensemos de

    sus acciones de un modo o del otro. Su actitud fue abrupta y su tono firme, pero luego sonri. -Qu puede hacer mi amigo? -pregunt. -Lo peor que puede hacer es forzar al nio a estar de acuerdo con l -dijo don Juan. -Qu quiere usted decir? -Quiero decir que el padre no debe pegarle ni asustarlo cuando no se porta como l quiere. -Cmo va a ensearle algo si no es firme con l? -Tu amigo debera dejar que otra gente le pegara al nio. -No puede dejar que una persona ajena toque a su nio! -dije, sorprendido de la sugerencia. Don Juan pareci disfrutar mi reaccin y solt una risita. -Tu amigo no es guerrero -dijo-. Si lo fuera, sabra que no puede hacerse nada peor que enfrentar sin ms ni

    ms a los seres humanos. -Qu hace un guerrero, don Juan? -Un guerrero procede con estrategia. -Sigo sin entender qu quiere usted decir. -Quiero decir que si tu amigo fuera guerrero ayudara a su nio a parar el mundo. -Cmo puede hacerlo? -Necesitara poder personal. Necesitara ser brujo. -Pero no lo es. -En tal caso debe usar medios comunes y corrientes para ayudar a su hijo a cambiar su idea del mundo. No

    es parar el mundo, pero de todos modos da resultado. Le ped explicar sus aseveraciones.

  • 4

    -Yo, en el lugar de tu amigo -dijo don Juan-, empezara por pagarle a alguien para que le diera sus nalgadas al muchacho. Ira a los arrabales y me arreglara con el hombre ms feo que pudiera hallar.

    -Para asustar a un niito? -No nada ms para asustar a un niito, idiota. Hay que parar a ese escuincle, y los golpes que le d su padre

    no servirn de nada. "Si queremos parar a nuestros semejantes, siempre hay que estar fuera del crculo que los oprime. En esa

    forma se puede dirigir la presin." La idea era absurda, pero de algn modo me atraa. Don Juan descansaba la barbilla en la palma de la mano izquierda. Tena el brazo izquierdo contra el pecho,

    apoyado en un cajn de madera que serva como una mesa baja. Sus ojos estaban cerrados, pero se movan. Sent que me miraba a travs de los prpados. La idea me espant.

    -Dgame qu ms debera hacer mi amigo con su nio -dije. -Dile que vaya a los arrabales y escoja con mucho cuidado al tipo ms feo que pueda -prosigui l-. Dile que

    consiga uno joven. Uno al que todava le quede algo de fuerza. Don Juan deline entonces una extraa estrategia. Yo deba instruir a mi amigo para que hiciera que el

    hombre lo siguiese o lo esperara en un sitio a donde fuera a ir con su hijo. El hombre, en respuesta a una sea convenida, dada despus de cualquier comportamiento objetable por parte del pequeo, deba saltar de algn escondite, agarrar al nio y darle una soberana tunda.

    -Despus de que el hombre lo asuste, tu amigo debe ayudar al nio a recobrar la confianza, en cualquier forma que pueda. Si sigue este procedimiento tres o cuatro veces, te aseguro que el nio cambiar su sentir con respecto a todo. Cambiar su idea del mundo.

    -Y si el susto le hace dao? -El susto nunca daa a nadie. Lo que daa el espritu es tener siempre encima alguien que te pegue y te diga

    qu hacer y qu no hacer. "Cuando el nio est ms contenido, debes decir a tu amigo que haga una ltima cosa por l. Debe hallar el

    modo de dar con un nio muerto, quiz en un hospital o en el consultorio de un doctor. Debe llevar all a su hijo y ensearle el nio muerto. Debe hacerlo tocar el cadver una vez, con la mano izquierda, en cualquier lugar menos en la barriga. Cuando el nio haga eso, quedar renovado. El mundo nunca ser ya el mismo para l."

    Me di cuenta entonces de que, a travs de los aos de nuestra relacin, don Juan haba estado usando conmigo, aunque en una escala diferente, la misma tctica que sugera para el hijo de mi amigo. Le pregunt al respecto. Dijo que todo el tiempo haba estado tratando de ensearme a "parar el mundo".

    -Todava no lo paras -dijo, sonriendo-. Parece que nada da resultado, porque eres muy terco. Pero si fueras menos terco, probablemente ya habras parado el mundo con cualquiera de las tcnicas que te he enseado.

    -Qu tcnicas, don Juan? -Todo lo que te he dicho era una tcnica para parar el mundo. Pocos meses despus de aquella conversacin, don Juan logr lo que se haba propuesto: ensearme a

    "parar el mundo". Ese monumental hecho de mi vida me oblig a reexaminar en detalle mi trabajo de diez aos. Se me hizo

    evidente que mi suposicin original con respecto al papel de las plantas psicotrpicas era errneo. Tales plantas no eran la faceta esencial en la descripcin del mundo usada por el brujo, sino nicamente una ayuda para aglutinar, por as decirlo, partes de la descripcin que yo haba sido incapaz de percibir de otra manera. Mi insistencia en adherirme a mi versin normal de la realidad me haca casi sordo y ciego a los objetivos de don Juan. Por tanto, fue slo mi carencia de sensibilidad lo que propici el uso de los alucingenos.

    Al revisar la totalidad de mis notas de campo, advert que don Juan me haba dado la parte principal de la nueva descripcin al principio mismo de nuestras relaciones, en lo que llamaba "tcnicas de parar el mundo". En mis obras anteriores, descart esas partes de mis notas porque no se referan al uso de plantas psicotrpicas. Ahora las he reinstaurado en el panorama total de las enseanzas de don Juan, y abarcan los primeros diecisiete captulos de esta obra. Los ltimos tres captulos son las notas de campo relativas a los eventos que culminaron cuando logr "parar el mundo".

    Resumiendo, puedo decir que, cuando inici el aprendizaje, haba otra realidad, es decir, haba una descripcin del mundo, correspondiente a la brujera, que yo no conoca.

    Don Juan, como brujo y maestro, me ense esa descripcin. El aprendizaje que atraves a lo largo de diez aos consista, por tanto, en instaurar esa realidad desconocida por medio del desarrollo de su descripcin, aadiendo partes cada vez ms complejas conforme yo progresaba.

    La conclusin del aprendizaje signific que yo haba aprendido, en forma convincente y autntica, una nueva descripcin del mundo, y as haba obtenido la capacidad de deducir una nueva percepcin de las cosas que encajaba con su nueva descripcin. En otras palabras, haba obtenido membreca.

    Don Juan declaraba que para llegar a "ver" primero era necesario "parar el mundo". La frase "parar el mundo" era en realidad una buena expresin de ciertos estados de conciencia en los cuales la realidad de la vida cotidiana se altera porque el fluir de la interpretacin, que por lo comn corre ininterrumpido, ha sido detenido por un conjunto de circunstancias ajenas a dicho fluir. En mi caso, el conjunto de circunstancias ajeno a mi fluir normal de interpretaciones fue la descripcin que la brujera hace del mundo. El requisito previo que don Juan pona para "parar el mundo" era que uno deba estar convencido; en otras palabras, haba que aprender la nueva descripcin en un sentido total, con el propsito de enfrentarla con la vieja y en tal forma

  • 5

    romper la certeza dogmtica, compartida por todos nosotros, de que la validez de nuestras percepciones, o nuestra realidad del mundo, se encuentra ms all de toda duda.

    Despus de "parar el mundo", el siguiente paso fue "ver". Con eso, don Juan se refera a lo que me gustara categorizar como "responder a los estmulos perceptuales de un mundo fuera de la descripcin que hemos aprendido a llamar realidad".

    Mi argumento es que todos estos pasos slo pueden comprenderse en trminos de la descripcin a la cual pertenecen; y como es una descripcin que don Juan luch por darme desde el principio, debo dejar que sus enseanzas sean la nica fuente de acceso a ella. As pues, he dejado que las palabras de don Juan hablen por s mismas.

    PRIMERA PARTE: "PARAR EL MUNDO"

    I. LAS REAFIRMACIONES DEL MUNDO QUE NOS RODEA -ENTIENDO que usted conoce mucho de plantas, seor -dije al anciano indgena frente a m. Un amigo mo acababa de ponernos en contacto para luego salir de la habitacin, y nos habamos

    presentado el uno al otro. El viejo me haba dicho que se llamaba Juan Matus. -Te dijo eso tu amigo? -pregunt casualmente. -S, en efecto. -Corto plantas, o mejor dicho ellas me dejan que las corte -dijo con suavidad. Estbamos en la sala de espera de una terminal de autobuses en Arizona. Le pregunt con mucha for-

    malidad: -Me permitira el caballero hacerle algunas preguntas? Me mir inquisitivamente. -Soy un caballero sin caballo -dijo con una gran sonrisa, y luego aadi-: Ya te dije que mi nombre es Juan

    Matus. Me gust su sonrisa. Pens que, obviamente, era un hombre capaz de apreciar la franqueza, y decid lan-

    zarle con audacia una peticin. Le dije que me interesaba reunir y estudiar plantas medicinales. Dije que mi inters especial eran los usos del

    cacto alucingeno llamado peyote, que yo haba estudiado con detalle en la Universidad en Los ngeles. Mi presentacin me pareci muy seria. La hice con gran sobriedad y me son perfectamente verosmil. El anciano mene despacio la cabeza y yo, animado por su silencio, aad que sin duda ambos sacaramos

    provecho de juntarnos a hablar del peyote. En ese momento alz la cabeza y me mir de lleno a los ojos. Fue una mirada formidable. Pero no era

    amenazante ni aterradora en modo alguno. Fue una mirada que me atraves. Inmediatamente se me trab la lengua y no pude proseguir mis peroratas. se fue el final de nuestro encuentro. Pero al irse dej un rastro de esperanza. Dijo que tal vez pudiera yo visitarlo algn da en su casa.

    Resulta difcil valorar el efecto de la mirada de don Juan si mi inventario de experiencias personales no se relaciona de alguna manera con la peculiaridad de aquel evento. Cuando empec a estudiar antropologa era ya un experto en "hallar el modo". Aos antes haba dejado mi hogar y eso significaba, segn mi evaluacin, que era capaz de cuidarme solo. Cada vez que sufra un desaire poda, por lo general, ganarme a la gente con halagos, hacer concesiones, argumentar, enojarme, o si nada resultaba me pona chilln y quejumbroso; en otras palabras, siempre haba algo que yo me saba capaz de hacer bajo las circunstancias dadas, y jams en mi vida haba hallado un ser humano que detuviera mi impulso tan veloz y definitivamente como don Juan aquella tarde. Pero no era slo cuestin de quedarme sin palabras; en otras ocasiones me haba sido imposible decir nada a mi oponente a causa de algn respeto inherente que yo le tena, pero mi ira o frustracin se manifestaban en mis pensamientos. La mirada de don Juan, en cambio, me atont hasta el punto de impedirme pensar con coherencia.

    Aquella mirada estupenda me llen de curiosidad, y decid buscarlo. Me prepar durante seis meses, tras ese primer encuentro, leyendo sobre los usos del peyote entre los indios

    americanos, y especialmente sobre el culto del peyote entre los indios de la planicie. Me familiaric con todas las obras a mi disposicin y cuando me sent preparado regres a Arizona.

    Sbado, diciembre 17, 1960 Hall su casa tras largas y cansadas inquisiciones entre los indios locales. Empezaba la tarde cuando llegu

    y me estacion enfrente. Lo vi sentado en un cajn de leche. Pareci reconocerme y me salud cuando baj del coche.

    Intercambiamos cortesas sociales durante un rato y luego, en trminos llanos, confes haber sido muy engaoso con l la primera vez que nos vimos. Haba alardeado de mis grandes conocimientos sobre el pe-yote, cuando en realidad no saba nada al respecto. Se me qued mirando. Sus ojos eran muy amables.

    Le dije que durante seis meses haba estado leyendo con el fin de prepararme para nuestro encuentro, y que ahora s saba mucho ms.

  • 6

    Ri. Obviamente, haba algo en mis palabras que le pareca chistoso. Se rea de m, y yo me sent algo confuso y ofendido.

    Pareci notar mi desazn y me asegur que, pese a mis buenas intenciones, no haba en realidad ningn modo de prepararme para nuestro encuentro.

    Me pregunt si sera conveniente preguntarle si esa frase tena algn sentido oculto, pero no lo hice; sin embargo, l pareca estar a tono con mi sentir y procedi a explicar a qu se refera. Dijo que mis esfuerzos le recordaban un cuento sobre cierta gente que, en otro tiempo, un rey haba perseguido y matado. Dijo que en el cuento los perseguidos slo se distinguan de los perseguidores en que los primeros insistan en pronunciar ciertas palabras de un modo peculiar, propio solamente de ellos; esa falla, por supuesto, los delataba. El rey cerr los caminos en puntos crticos, donde un oficial peda a todos los que pasaban pronunciar una palabra clave. Quienes la pronunciaban igual que el rey conservaban la vida, pero quienes no podan eran muertos en el acto. El meollo del cuento es que cierto da un joven decidi prepararse para pasar la barrera aprendiendo a pronunciar la palabra de prueba en la forma en que al rey le gustaba.

    Don Juan dijo, con ancha sonrisa, que de hecho el joven tard "seis meses" en aprenderse la pronunciacin. Y luego vino el da de la gran prueba; el joven, con mucha confianza, se acerc a la barrera y esper que el oficial le pidiese pronunciar la palabra.

    En ese punto, don Juan interrumpi muy dramticamente su relato y me mir. Su pausa era muy estudiada y me pareci algo cursi, pero segu el juego. Yo haba odo antes la trama del cuento. Tena que ver con los judos en Alemania y con la forma en que poda saberse quin era judo por la pronunciacin de ciertas palabras. Tambin conoca el remate del chiste: el joven era atrapado porque el oficial olvidaba la palabra clave y le peda pronunciar otra, muy similar, pero que el joven no haba aprendido a decir correctamente.

    Don Juan pareca esperar que yo preguntara qu haba sucedido, de modo que lo hice. -Qu le pas? -pregunt, tratando de sonar ingenuo e interesado en la historia. -El joven, que era todo un zorro -dijo l-, se dio cuenta de que el oficial haba olvidado la palabra clave, y

    antes de que le pidieran decir cualquier otra, confes que se haba preparado durante seis meses. Hizo otra pausa y me mir con un brillo malicioso en los ojos. Esta vez me haba cambiado la partida. La

    confesin del joven era un nuevo elemento, y yo ya no saba cmo acabara el relato. -Bueno, qu pas entonces? -pregunt con verdadero inters. -Lo mataron en el acto, por supuesto -dijo l y estall en una risotada. Me gust mucho la forma en que haba atrapado mi inters; sobre todo, me agrad cmo haba ligado el

    cuento con mi propio caso. De hecho, pareca haberlo construido a mi medida. Se burlaba de m con mucho arte y sutileza. Re junto con l.

    Despus le dije que, por ms estupideces que yo dijera, me interesaba realmente aprender algo sobre las plantas.

    -A m me gusta caminar mucho -dijo. Pens que cambiaba deliberadamente el tema de la conversacin para evitar responderme. No quise

    antagonizarlo con mi insistencia. Me pregunt si me gustara acompaarlo a una corta caminata por el desierto. Le dije con entusiasmo que

    me encantara caminar en el desierto. -Esto no es un paseo de campo -dijo en tono de advertencia. Contest que tena deseos muy serios de trabajar con l. Dije que necesitaba informacin, cualquier tipo de

    informacin, sobre los usos de las hierbas medicinales, y que estaba dispuesto a pagarle su tiempo y su esfuerzo.

    -Estara usted trabajando para m -dije-. Y le pagar un sueldo. -Qu tanto me pagaras? -pregunt. Detect en su voz un matiz de codicia. -Lo que a usted le parezca apropiado -dije. -Pgame mi tiempo... con tu tiempo -dijo l. Pens que era un tipo de lo ms peculiar. Declar no entender a qu se refera. Repuso que no haba nada

    qu decir acerca de las plantas, de modo que no poda ni pensar en aceptar mi dinero. Me mir penetrantemente. -Qu haces en tu bolsillo? -pregunt, frunciendo el entrecejo-. Ests jugando con tu pito? Se refera a que yo tomaba notas en un cuaderno diminuto, dentro de los enormes bolsillos de mi

    rompevientos. Cuando le dije lo que haca, ri de buena gana. Expliqu que no deseaba molestarlo escribiendo frente a l. -Si quieres escribir, escribe -dijo-. No me molestas. Caminamos por el desierto en torno hasta que casi era de noche. No me mostr ninguna planta ni habl de

    ellas para nada. Nos detuvimos un momento a descansar junto a unos arbustos grandes. -Las plantas son cosas muy peculiares -dijo sin mirarme-. Estn vivas y sienten. En el momento mismo en que hizo tal afirmacin, una fuerte racha de viento sacudi el chaparral desrtico

    en nuestro derredor. Los arbustos produjeron un ruido crujiente. -Oyes? -me pregunt, ponindose la mano izquierda junto a la oreja como para escuchar mejor-. Las hojas

    y el viento estn de acuerdo conmigo.

  • 7

    Re. El amigo que nos puso en contacto ya me haba advertido que tuviera cuidado porque el viejo era muy excntrico. Pens que el "acuerdo con las hojas" era una de sus excentricidades.

    Caminamos un rato ms, pero sigui sin mostrarme plantas, y tampoco cort ninguna. Simplemente ca-minaba con vivacidad entre los arbustos, tocndolos suavemente. Luego se detuvo para sentarse en una roca y me dijo que descansara y mirase alrededor.

    Insist en hablar. Una vez ms le hice saber que tena muchos deseos de aprender cosas de las plantas, especialmente del peyote. Le supliqu que se convirtiera en informante mo a cambio de alguna recompensa monetaria.

    -No tienes que pagarme -dijo-. Puedes preguntarme lo que quieras. Te dir lo que s y luego te dir qu se puede hacer con eso.

    Me pregunt si estaba de acuerdo con el arreglo. Yo me hallaba deleitado. Luego aadi una frase crptica: -A lo mejor no hay nada que aprender de las plantas, porque no hay nada que decir de ellas. No comprend lo que haba dicho ni a qu se refera. -Cmo dice usted? -pregunt. Repiti su afirmacin tres veces, y luego toda la zona se estremeci con el rugido de un aeroplano de la

    Fuerza Area que pas volando bajo. -Ya ves! El mundo est de acuerdo conmigo -dijo, llevndose la mano izquierda al odo. Me resultaba muy divertido. Su risa era contagiosa. -Es usted de Arizona, don Juan? -pregunt, en un esfuerzo por mantener la conversacin centrada en la

    posibilidad de que fuera mi informante. Me mir y asinti con la cabeza. Sus ojos parecan fatigados. Se vea el blanco debajo de las pupilas. -Naci usted en esta localidad? Asinti de nuevo sin responderme. Pareca un gesto afirmativo, pero tambin el asentimiento nervioso de

    alguien que est pensando. -Y t de dnde eres? -pregunt. -Vengo de Sudamrica -dije. -Es grande ese sitio. Vienes de todo l? Sus ojos me miraban, penetrantes de nuevo. Empec a explicar las circunstancias de mi nacimiento, pero me interrumpi. -En esto nos parecemos -dijo-. Yo ahora vivo aqu, pero en realidad soy un yaqui de Sonora. -No me diga! Yo soy de . . . No me dej terminar. -Ya s, ya s -dijo-. T eres quien eres, de donde eres, igual que yo soy un yaqui de Sonora. Sus ojos relucan y su risa era extremadamente inquietante. Me hizo sentir como si me hubiera atrapado en

    una mentira. Experiment una peculiar sensacin de culpa. Tuve el sentimiento de que l conoca algo que yo no saba o no quera decir.

    Mi extraa incomodidad creci. Debe haberla advertido, porque se puso en pie y me pregunt si quera ir a comer en una fonda del pueblo.

    Caminar de regreso a su casa, y luego el viaje en coche al pueblo, me hizo sentirme mejor, pero no me hallaba completamente relajado. De algn modo me senta amenazado, aunque no poda precisar el motivo.

    En la fonda, quise invitarle a una cerveza. Dijo que nunca beba, ni siquiera cerveza. Re para mis adentros. No le crea; el amigo que nos puso en contacto me haba dicho qu "el viejo andaba perdido de borracho casi todo el tiempo". En realidad no me importaba que me mintiera diciendo que no beba. Me agradaba; haba algo muy tranquilizante en su persona.

    Deb haber tenido una expresin de duda en el rostro, pues l pas a explicar que de joven le daba por la bebida, pero que un buen da la haba dejado.

    -La gente casi nunca se da cuenta de que podemos cortar cualquier cosa de nuestras vidas en cualquier momento, as noms -chasque los dedos.

    -Piensa usted que uno puede dejar de fumar o de beber as de fcil? -pregunt. -Seguro! -dijo con gran conviccin-. El cigarro y la bebida no son nada. Nada en absoluto si queremos

    dejarlos. En ese mismo instante, el agua que herva en la cafetera hizo un ruido fuerte y vivaz. -Oye! -exclam don Juan, con un brillo en los ojos-. El agua hirviendo est de acuerdo conmigo. Luego aadi, tras una pausa: -Uno puede recibir acuerdos de todo lo que lo rodea. En ese momento crucial, la cafetera produjo un gorgoteo verdaderamente obsceno. Don Juan mir la cafetera y dijo suavemente: "Gracias"; asinti con la cabeza y luego estall en carcajadas. Me desconcert. Su risa era un poco demasiado fuerte, pero yo me diverta genuinamente con todo aquello. Mi primera sesin propiamente dicha con mi "informante" lleg entonces a su fin. Se despidi en la puerta de

    la fonda. Le dije que tena que visitar a unos amigos, y que me gustara verlo de nuevo a fines de la semana siguiente.

    -Cundo estar usted en su casa? -pregunt. Me escudri. -Cuando vengas -repuso.

  • 8

    -No s exactamente cundo pueda venir. -Pues ven y no te preocupes. -Y si usted no est? -All estar -dijo, sonriendo, y se alej. Corr tras l y le pregunt si podra llevar conmigo una cmara para tomar fotos suyas y de su casa. -Eso est fuera de cuestin -dijo con el entrecejo fruncido. -Y una grabadora? Le molestara? -Me temo que tampoco de eso hay posibilidad. Me molest y empec a agitarme. Dije que no vea ningn motivo lgico para su rechazo. Don Juan movi la cabeza en sentido negativo. Olvdalo -dijo con fuerza-. Y si todava quieres verme, no vuelvas a mencionarlo. Present una dbil queja final. Dije que las fotos y las grabaciones eran indispensables para mi trabajo. l

    respondi que slo una cosa era indispensable para todo lo que hacamos. La llam "el espritu". -No se puede prescindir del espritu -dijo-. Y t no lo tienes. Preocpate de eso y no de tus fotos. -A qu se... ? Me interrumpi con un ademn y retrocedi algunos pasos. -No te olvides de volver -dijo con suavidad, y agit la mano en despedida.

    II. BORRAR LA HISTORIA PERSONAL Jueves, diciembre 22, 1960 DON JUAN estaba sentado en el suelo, junto a la puerta de su casa, con la espalda contra la pared. Volte

    un cajn de madera para leche y me pidi tomar asiento y ponerme cmodo. Le ofrec unos cigarrillos. Haba llevado un paquete. Dijo que no fumaba, pero acept el regalo. Hablamos sobre el fro de las noches del desierto y otros temas ordinarios de conversacin.

    Le pregunt si no interfera yo con su rutina normal. Me mir como frunciendo el entrecejo y repuso que no tena rutinas, y que yo poda estarme con l toda la tarde si as lo deseaba.

    Yo haba preparado algunas cartas de genealoga y parentesco que deseaba llenar con ayuda suya. Tam-bin haba compilado, a travs de la literatura etnogrfica, una larga serie de rasgos culturales pertenecientes, se deca, a los indgenas de la zona. Quera revisar con l la lista y marcar todos los elementos que le fuesen familiares.

    Empec con las cartas de parentesco. -Cmo llamaba usted a su padre? -pregunt. -Lo llamaba pap -dijo l con rostro muy serio. Me sent algo molesto, pero proced sobre la suposicin de que no haba comprendido. Le mostr la carta y expliqu: un espacio era para el padre y otro para la madre. Di como ejemplo las

    distintas palabras usadas para padre y madre en ingls y en espaol. Pens que tal vez habra debido empezar por la madre. -Cmo llamaba usted a su madre? -pregunt. -La llamaba mam -repuso con tono ingenuo. -Quiero decir, qu otras palabras usaba usted para llamar a su padre y a su madre? Cmo los llamaba

    usted? -dije, tratando de ser paciente y corts. Se rasc la cabeza y me mir con una expresin estpida. -Caray! -dijo-. Me la pusiste difcil. Djame pensar. Tras un momento de titubeo, pareci recordar algo, y yo me dispuse a escribir. -Bueno -dijo, como inmerso en serios pensamientos-, de qu otra forma los llamaba? oye, oye, pap! Oye,

    oye, mam! Re contra mi voluntad. Su expresin era verdaderamente cmica y en ese momento no supe si era un viejo

    absurdo que me jugaba bromas, o si en verdad era un simpln. Usando cuanta paciencia haba en mi, le expliqu que stas eran preguntas muy serias, y que para mi trabajo tena gran importancia llenar los formularios. Trat de hacerle comprender la idea de una genealoga e historia personal.

    -Cules eran los nombres de su padre y su madre? -pregunt. l me mir con ojos claros y amables. -No pierdas tu tiempo con esa mierda -dijo suavemente, pero con fuerza insospechada. No supe qu decir; pareca que alguien ms hubiese pronunciado esas palabras. Un momento antes, don

    Juan haba sido un indio estpido y destanteado rascndose la cabeza, y de buenas a primeras haba cambiado los papeles. Yo era el estpido, y l me contemplaba con una mirada indescriptible que no era de arrogancia, ni de desafo, ni de odio, ni de desprecio. Sus ojos eran claros y bondadosos y penetrantes.

    -No tengo ninguna historia personal -dijo tras una larga pausa-. Un da descubr que la historia personal ya no me era necesaria y la dej, igual que la bebida.

    Yo no acababa de entender el sentido de sus palabras. Le record que l mismo me haba asegurado que estaba bien hacerle preguntas. Reiter que eso no lo molestaba en absoluto.

  • 9

    -Ya no tengo historia personal -dijo, y me mir con agudeza-. La dej un da, cuando sent que ya no era necesaria.

    Me le qued viendo, tratando de detectar los significados ocultos de sus palabras. -Cmo puede uno dejar su historia personal? -pregunt en tono de discusin. -Primero hay que tener el deseo de dejarla -dijo-. Y luego tiene uno que cortrsela armoniosamente, poco a

    poco. -Por qu iba uno a tener tal deseo? -exclam. Yo tena un apego terriblemente fuerte a mi historia personal. Mis races familiares eran hondas. Senta, con

    toda honradez, que sin ellas mi vida no tendra continuidad ni propsito. -Quiz debera usted decirme a qu se refiere con lo de dejar la historia personal -dije. -A acabar con ella, a eso me refiero -respondi cortante. Insist en que sin duda yo no entenda el planteamiento. -Usted, por ejemplo -dije-. Usted es un yaqui. No puede cambiar eso. -Lo soy? -pregunt sonriendo-. Cmo lo sabes? -Cierto! -dije-. No puedo saberlo con certeza, en este punto, pero usted lo sabe y eso es lo que cuenta. Eso

    es lo que hace que sea historia personal. Sent haber remachado un clavo bien puesto. -El hecho de que yo sepa si soy yaqui o no, no hace que eso sea historia personal -replic l-. Slo se vuelve

    historia personal cuando alguien ms lo sabe. Y te aseguro que nadie lo sabr nunca de cierto. Yo haba anotado torpemente sus palabras. Dej de escribir y lo mir. No poda hallarle el modo. Repas

    mentalmente las impresiones que de l tena: la forma misteriosa e inslita en que me mir durante nuestro primer encuentro, el encanto con que haba afirmado recibir corroboraciones de todo cuanto lo rodeaba, su molesto humorismo y su viveza, su expresin de autntica estupidez cuando le pregunt por su padre y su madre, y luego la insospechada fuerza de sus aseveraciones, que me haba partido en dos.

    -No sabes quin soy, verdad? -dijo como si leyera mis pensamientos-. jams sabrs quin soy ni qu soy, porque no tengo historia personal.

    Me pregunt si tena padre. Le dije que s. Afirm que mi padre era un ejemplo de lo que l tena en mente. Me inst a recordar lo que mi padre pensaba de m.

    -Tu padre conoce todo lo tuyo -dijo-. As pues, te tiene resuelto por completo. Sabe quin eres y qu haces, y no hay poder sobre la tierra que lo haga cambiar de parecer acerca de ti.

    Don Juan dijo que todos cuantos me conocan tenan una idea sobre m, y que yo alimentaba esa idea con todo cuanto haca.

    -No ves? -pregunt con dramatismo-. Debes renovar tu historia personal contando a tus padres, o a tus parientes y tus amigos todo cuanto haces. En cambio, si no tienes historia personal, no se necesitan explicaciones; nadie se enoja ni se desilusiona con tus actos. Y sobre todo, nadie te amarra con sus pensamientos.

    De pronto, la idea se aclar en mi mente. Yo casi la haba sabido, pero nunca la examin. El carecer de historia personal era en verdad un concepto atrayente, al menos en el nivel intelectual; sin embargo, me daba un sentimiento de soledad ominoso y desagradable. Quise discutir con l mis sentimientos, pero me fren; algo haba de tremenda incongruencia en la situacin inmediata. Me sent ridculo por intentar meterme en una discusin filosfica con un indio viejo que obviamente no tena el "refinamiento" de un estudiante universitario. De algn modo, don Juan me haba apartado de mi intencin original de interrogarlo sobre su genealoga.

    -No s cmo terminamos hablando de esto cuando yo nada ms quera unos nombres para mis cartas -dije, tratando de reencauzar la conversacin hacia el tema que yo deseaba.

    -Es muy sencillo -dijo l-. Terminamos hablando de ello porque yo dije que hacer preguntas sobre el pasado de uno es un montn de mierda.

    Su tono era firme. Sent que no haba forma de moverlo, as que cambi mis tcticas. -Esta idea de no tener historia personal es algo que hacen los yaquis? -pregunt. -Es algo que hago yo. -Dnde lo aprendi usted? -Lo aprend en el curso de mi vida. -Se lo ense su padre? -No. Digamos que lo aprend solo, y ahora voy a darte el secreto, para que no te vayas hoy con las manos

    vacas. Baj la voz hasta un susurro dramtico. Re de su histrionismo. Haba que admitir su excelencia en ese

    rengln. Por mi mente cruz la idea de que me hallaba ante un actor nato. -Escrbelo -dijo con arrogante condescendencia-. Por qu no? Parece que as ests ms a gusto. Lo mir, y mis ojos deben haber delatado mi confusin. l se dio palmadas en los muslos y ri con gran

    deleite. -Vale ms borrar toda historia personal -dijo despacio, como dando tiempo a mi torpeza de anotar sus

    palabras- porque eso nos libera de la carga de los pensamientos ajenos. No pude creer que en verdad estuviera diciendo eso. Tuve un momento de gran confusin. l, sin duda, ley

    en mi rostro mi agitacin interna, y la utiliz de inmediato.

  • 10

    -Aqu ests t, por ejemplo -prosigui-. En estos momentos no sabes si vas o vienes. Y eso es porque yo he borrado mi historia personal. Poco a poco, he creado una niebla alrededor de m y de mi vida. Y ahora, nadie sabe de cierto quin soy ni qu hago.

    -Pero usted mismo sabe quin es, no? -intercal. -Por supuesto que... no -exclam y rod por el suelo, riendo de mi expresin sorprendida. Haba hecho una pausa lo bastante larga para hacerme creer que iba a decir que s saba, como yo

    anticipaba. El subterfugio me result muy amenazante. En verdad me dio miedo. -se es el secretito que voy a darte hoy -dijo en voz baja-. Nadie conoce mi historia personal. Nadie sabe

    quin soy ni qu hago. Ni siquiera yo. Achic los ojos. No miraba en mi direccin sino ms all, por encima de mi hombro derecho. Estaba sentado

    con las piernas cruzadas, tena la espalda derecha y sin embargo pareca de lo ms relajado. En aquel instante era la imagen misma de la fiereza. Lo imagin fantasiosamente como un jefe indio, un "guerrero de piel roja" en las romnticas sagas fronterizas de mi niez. Mi romanticismo me arrastr, y un sentimiento de ambivalencia sumamente insidioso teji su red en torno mo. Poda decir sinceramente que don Juan me simpatizaba mucho, y aadir, en el mismo aliento, que le tena un miedo mortal.

    Sostuvo esa extraa mirada durante un momento largo. -Cmo puedo saber quin soy, cuando soy todo esto? -dijo, barriendo el entorno con un gesto de su

    cabeza. Luego pos en m los ojos y sonri. -Poco a poco tienes que crear una niebla en tu alrededor; debes borrar todo cuanto te rodea hasta que nada

    pueda darse por hecho, hasta que nada sea ya cierto. Tu problema es que eres demasiado cierto. Tus empresas son demasiado ciertas; tus humores son demasiado ciertos. No tomes las cosas por hechas. Debes empezar a borrarte.

    -Para qu? -pregunt, belicoso. Se me aclar que don Juan me estaba dando reglas de conducta. A lo largo de toda mi vida, yo haba llegado

    al punto de ruptura cuando alguien trataba de decirme qu hacer; la sola idea de que me dijeran qu hacer me pona de inmediato a la defensiva.

    -Dijiste que queras aprender los asuntos de las plantas -dijo l calmadamente-. Quieres recibir algo a cambio de nada? Qu te crees que es esto? Quedamos en que t me haras preguntas y yo te dira lo que s. Si no te gusta, no tenemos nada ms qu decirnos.

    Su terrible franqueza me despert resentimiento, y a regaadientes conced que l tena la razn. -Entonces mrala por este lado -prosigui-. Si quieres aprender los asuntos de las plantas, como en realidad

    no hay nada que decir de ellas, debes, entre otras cosas, borrar tu historia personal. -Cmo? -pregunt. -Empieza por lo fcil, como no revelar lo que verdaderamente haces. Luego debes dejar a todos los que te

    conozcan bien. As construirs una niebla en tu alrededor. -Pero eso es absurdo -protest-. Por qu no va a conocerme la gente? Qu hay de malo en ello? -Lo malo es que, una vez que te conocen, te dan por hecho, y desde ese momento no puedes ya romper el

    lazo de sus pensamientos. A m en lo personal me gusta la libertad ilimitada de ser desconocido. Nadie me conoce con certeza constante, como te conocen a ti, por ejemplo.

    -Pero eso sera mentir. -No me importan las mentiras ni las verdades -dijo con severidad-. Las mentiras son mentiras solamente

    cuando tienes historia personal. Argument qu no me gustaba engaar deliberadamente a la gente ni despistarla. Su respuesta fue que de

    cualquier manera yo despistaba a todo el mundo. El viejo haba tocado una llaga abierta en mi vida. No me detuve a preguntarle qu quera decir con eso ni

    cmo saba que yo engaaba a la gente todo el tiempo. Simplemente reaccion a su afirmacin, defendindome a travs de explicaciones. Dije tener la dolorosa conciencia de que mi familia y mis amigos me consideraban indigno de confianza, cuando en realidad jams haba dicho una mentira en toda mi vida.

    -Siempre supiste mentir -dijo l-. Lo nico que faltaba era que sabas por qu hacerlo. Ahora lo sabes. Protest. -No ve usted que estoy harto de que la gente me considere indigno de confianza? -dije. -Pero s eres indigno de confianza -repuso con conviccin. -Que no, hombre, me llevan los demonios! -exclam. Mi actitud, en vez de forzarlo a la seriedad, lo hizo rer histricamente. Sent un enorme desprecio hacia el

    anciano por su engreimiento. Desdichadamente, estaba en lo cierto con respecto a m. Tras un rato me calm y l sigui hablando. -Cuando uno no tiene historia personal -explic-, nada de lo que dice puede tomarse como una mentira. Tu

    problema es que tienes que explicarle todo a todos, por obligacin, y al mismo tiempo quieres conservar la frescura, la novedad de lo que haces. Bueno, pues como no puedes sentirte estimulado despus de explicar todo lo que has hecho, dices mentiras para seguir en marcha.

    -Me hallaba en verdad perplejo por la gama de nuestra conversacin. Escriba lo mejor posible todos los detalles del dilogo, concentrndome en lo que don Juan deca en lugar de detenerme a deliberar en mis prejuicios o en el sentido de sus palabras.

  • 11

    -De ahora en adelante -dijo l-, debes simplemente ensearle a la gente lo que quieras ensearle, pero sin decirle nunca con exactitud cmo lo has hecho.

    -Yo no puedo guardar secretos! -exclam-. Lo que usted dice es intil para m. - Pues cambia! -dijo en tono cortante y con un brillo feroz en la mirada. Pareca un extrao animal salvaje. Y sin embargo era tan coherente en sus ideas, y tan verbal. Mi molestia

    cedi el paso a un estado de confusin irritante. -Vers -prosigui-: slo tenemos una alternativa: o tomamos todo por cierto, o no. Si hacemos lo primero,

    terminamos muertos de aburrimiento con nosotros mismos y con el mundo. Si hacemos lo segundo y borramos la historia personal, creamos una niebla a nuestro alrededor, un estado muy emocionante y misterioso en el que nadie sabe por dnde va a saltar la liebre, ni siquiera nosotros mismos.

    Repuse que borrar la historia personal slo acrecentara nuestra sensacin de inseguridad. -Cuando nada es cierto nos mantenemos alertas, de puntillas todo el tiempo -dijo l-. Es ms emocionante no

    saber detrs de cul matorral se esconde la liebre, que portarnos como si conociramos todo. No dijo una palabra ms durante un rato muy largo; acaso una hora transcurri en completo silencio. Yo no

    saba qu preguntar. Finalmente, se puso de pie y me pidi llevarlo al pueblo cercano. Yo ignoraba el motivo, pero nuestra conversacin me haba agotado. Tena ganas de dormir. l me pidi

    parar en el camino y me dijo que, si deseaba descansar, deba trepar a la cima plana de una loma al lado de la carretera y acostarme bocabajo con la cabeza hacia el este.

    Pareca tener un sentimiento de urgencia. Yo no quise discutir, o acaso me encontraba demasiado cansado hasta para hablar. Sub al cerro e hice lo que l me haba indicado.

    Dorm slo dos o tres minutos, pero fueron suficientes para que mi energa se renovara. Llegamos al centro del pueblo, donde quiso que lo dejase. -Vuelve -dijo al bajar del coche-. Acurdate de volver.

    III. PERDER LA IMPORTANCIA Tuve oportunidad de discutir mis dos visitas previas a don Juan con el amigo que nos puso en contacto. Su

    opinin fue que yo estaba perdiendo el tiempo. Le relat, con todo detalle, la gama de nuestras con-versaciones. l pens que yo exageraba y romantizaba a un viejo chiflado y tonto.

    No haba en m mucha visin romntica que aplicar a tan absurdo anciano. Senta sinceramente que sus crticas sobre mi personalidad haban socavado en forma grave mi simpata hacia l. Pero tena que admitirlo; siempre haban sido oportunas, ciertas y agudamente precisas.

    En ese punto, el centro de mi dilema era que rehusaba a aceptar que don Juan era muy capaz de desbaratar todas mis ideas preconcebidas acerca del mundo y a concordar con mi amigo en la creencia de que "el viejo indio estaba simplemente loco".

    Me sent compelido a hacerle otra visita antes de resolver el problema. Mircoles, diciembre 28, 1960 Inmediatamente despus de que llegu a su casa, me llev a caminar por el chaparral del desierto. Ni si-

    quiera mir la bolsa de comestibles que yo le llev. Pareca haberme estado esperando. Caminamos durante horas. l no cort plantas ni me las mostr. En cambio, me ense una "forma correcta

    de andar". Dijo que yo deba curvar suavemente los dedos mientras caminaba, para conservar la atencin en el camino y los alrededores. Asever que mi forma ordinaria de andar debilitaba, y que nunca haba que llevar nada en las manos. De ser necesario transportar cosas, deba usarse una mochila o cualquier clase de red portadora o bolsa para los hombros. Su idea era que, obligando a las manos a adoptar una posicin especfica, uno era capaz de mayor energa y mayor lucidez."

    No vi caso en discutir; curv los dedos como l indicaba y segu caminando. Mi lucidez no vari en modo alguno, ni tampoco mi vigor.

    Iniciamos nuestra excursin en la maana y nos detuvimos a descansar a eso del medioda. Yo sudaba y quise beber de mi cantimplora, pero l me detuvo diciendo que era mejor tomar slo un sorbo de agua. De un pequeo arbusto amarillento, cort algunas hojas y las masc. Me dio unas y seal que eran excelentes; si las mascaba despacio, mi sed desaparecera. No fue as, pero tampoco sent malestar.

    Pareci haber ledo mis pensamientos, y explic que yo no adverta los beneficios de la "forma correcta de andar", ni los de masticar las hojas, porque era joven y fuerte y mi cuerpo no perciba nada por ser un poco estpido.

    Ri. Yo no estaba de humor para risas y eso pareci divertirle ms an. Corrigi su frase anterior, diciendo que mi cuerpo no era realmente estpido, sino que estaba adormilado.

    En ese instante un cuervo enorme vol por encima de nuestras cabezas, graznando. Sobresaltado, ech a rer. Me pareci que la ocasin peda risa, pero para mi absoluto asombro l sacudi con fuerza mi brazo y me call. Su expresin era sumamente seria.

    -Eso no fue chiste -dijo con severidad, como si yo supiera a qu se refera.

  • 12

    Ped una explicacin. Era incongruente, le dije, que se enojara porque yo rea del cuervo, cuando nos habamos redo de la cafetera.

    -Lo que viste no era slo un cuervo! -exclam. -Pero yo lo vi y era un cuervo -insist. -No viste nada, idiota -dijo, hosco. Su brusquedad era injustificada. Le dije que no me gustaba hacer enojar a la gente y que tal vez sera mejor

    irme, pues l no pareca estar de humor para tolerar compaa. l ro a carcajadas, como si yo fuese un payaso que actuaba para l. Mi molestia e irritacin crecieron

    proporcionalmente. -Eres muy violento -coment despreocupado-. Te tomas demasiado en serio. -Pero no estaba usted haciendo lo mismo? -interpuse-. Tomndose en serio cuando se enoj conmigo? Dijo que enojarse conmigo era lo que ms lejos estaba de su pensamiento. Me mir con ojos penetrantes. -Lo que viste no era un acuerdo del mundo -dijo-. Los cuervos que vuelan o graznan no son nunca un

    acuerdo. Eso fue una seal! -Una seal de qu? -Una indicacin muy importante acerca de ti -repuso crpticamente. En ese mismo instante, el viento arrastr hasta nuestros pies la rama seca de un arbusto. -Eso fue un acuerdo! -exclam l, y mirndome con ojos relucientes estall en una carcajada. Tuve la sensacin de que, por molestarme, inventaba sobre la marcha las reglas de su extrao juego; as, l

    poda rer, pero yo no. Mi irritacin volvi a expandirse y le dije lo que pensaba de l. No se disgust ni se ofendi para nada. Ri, y su risa acrecent ms an mi angustia y mi frustracin. Pens

    que deliberadamente me humillaba. Decid all mismo que ya estaba harto del "trabajo de campo". Me puse en pie y le dije que deseaba emprender el regreso a su casa, porque tena que salir rumbo a Los

    ngeles. -Sintate! -dijo, imperioso-. Te pones de malas como seora vieja. No puedes irte ahora, porque todava no

    terminamos. Lo odi. Pens que era un hombre despectivo. Empez a cantar una idiota cancin ranchera. Obviamente, estaba imitando a algn cantante popular.

    Alargaba ciertas slabas y contraa otras, convirtiendo la cancin en todo un objeto de farsa. Era tan cmico que acab por rer.

    -Ya ves, te res de la cancin estpida -dijo-. Pero el que canta as, y los que pagan por orlo, no se ren; piensan que es seria.

    -Qu quiere usted decir? -pregunt. Pens que haba urdido el ejemplo para decirme que yo re del cuervo por no haberlo tomado en serio, igual

    que no haba tomado en serio la cancin. Pero me desconcert de nuevo. Dijo. que yo era como el cantante y la gente a quien le gustaban sus canciones: lleno de arrogancia y seriedad con respecto a una idiotez que a nadie en su sano juicio deba importarle un pepino.

    Luego recapitul, como para refrescar mi memoria, todo cuanto haba dicho antes sobre el tema de "aprender los asuntos de las plantas". Recalc enfticamente que, si yo en verdad quera aprender, deba remodelar la mayor parte de mi conducta.

    Mi molestia creci, hasta que incluso el tomar notas me costaba un esfuerzo supremo. -Te tomas demasiado en serio -dijo, despacio-. Te das demasiada importancia. Eso hay que cambiarlo!. Te

    sientes de lo ms importante, y eso te da pretexto para molestarte con todo. Eres tan importante que puedes marcharte as noms si las cosas no salen a tu modo. Sin duda piensas que con eso demuestras tener carcter. Eres dbil y arrogante!

    Trat de formular una protesta, pero l no quit el dedo del rengln. Seal que, en el curso de mi vida, yo jams haba podido terminar nada, a causa de ese sentido de importancia desmedida que yo mismo me atribua.

    La certeza con que hizo sus aseveraciones me desconcert por completo. Eran verdad, desde luego, y eso me haca sentirme no slo enojado, sino tambin bajo amenaza.

    -La arrogancia es otra cosa que hay que dejar, lo mismo que la historia personal -dijo en tono dramtico. Yo no quera en modo alguno discutir con l. Resultaba obvia mi tremenda desventaja; l no iba a regresar a

    su casa hasta que se le antojase, y yo no conoca el camino. Tena que quedarme con l. Hizo un movimiento extrao y sbito: pareci husmear el aire en torno suyo, su cabeza se sacudi leve y

    rtmicamente. Se le vea en un estado de alerta fuera de lo comn. Se volvi y fij en m los ojos, con una expresin de extraeza y curiosidad. Me mir de pies a cabeza como buscando algo especfico; luego se levant abruptamente y empez a caminar con rapidez. Casi corra. Lo segu. Mantuvo un paso muy acelerado durante poco menos de una hora.

    Finalmente se detuvo junto a una colina rocosa y nos sentamos a la sombra de un arbusto. El trote me haba agotado por completo, aunque me hallaba de mejor humor. Era extraa la forma en que haba cambiado. Me senta casi alborozado, pero cuando habamos empezado a trotar, despus de nuestra discusin, me hallaba furioso con l.

    -Es muy extrao -dije-, pero me siento de veras, bien. O a la distancia el graznar de un cuervo. l se llev el dedo a la oreja derecha y sonri.

  • 13

    -Eso fue una seal -dijo. Una piedra cay rebotando cuestabajo y aterriz con estruendo en el chaparral. l ro con fuerza y seal con el dedo en direccin del sonido. -Y eso fue un acuerdo -dijo. Luego pregunt si me encontraba dispuesto a hablar de mi arrogancia. Re; mi sentimiento de ira pareca tan

    lejano que ni siquiera poda yo concebir cmo me haba disgustado con don Juan. -No entiendo qu me est pasando -dije-. Me enoj y ahora no s por qu ya no estoy enojado. -El mundo que nos rodea es muy misterioso -dijo l-. No entrega fcilmente sus secretos. Me gustaban sus frases crpticas. Eran un reto y un misterio. No poda yo determinar si estaban llenas de

    significados ocultos o si eran slo puros sinsentidos. -Si alguna vez regresas aqu al desierto -dijo-, no te acerques a ese cerrito pedregoso donde nos detuvimos

    hoy. Hyele como a la plaga. -Por qu? Qu ocurre? -ste no es el momento de explicarlo -dijo-. Ahora nos importa perder la arrogancia. Mientras te sientas lo

    ms importante del mundo, no puedes apreciar en verdad el mundo que te rodea. Eres como un caballo con anteojeras: nada ms te ves t mismo, ajeno a todo lo dems.

    Me examin un momento. -Voy a hablar aqu con mi amiguita -dijo, sealando una planta pequea. Se arrodill frente a ella y empez a acariciarla y a hablarle. Al principio no entend lo que deca, pero luego

    cambi de idioma y le habl a la planta en espaol. Parlote sandeces durante un rato. Luego se incorpor. -No importa lo que le digas a una planta -dijo-. Lo mismo da que inventes las palabras; lo importante es sentir

    que te cae bien y tratarla como tu igual. Explic que alguien que corta plantas debe disculparse cada vez por hacerlo, y asegurarles que algn da su

    propio cuerpo les servir de alimento. -Conque, a fin de cuentas, las plantas y nosotros estamos parejos -dijo-. Ni ellas ni nosotros tenemos ms ni

    menos importancia. "Anda, hblale a la plantita -me inst-. Dile que ya no te sientes importante." Llegu incluso a arrodillarme frente a la planta, pero no pude decidirme a hablarle. Me sent ridculo y re. Sin

    embargo, no estaba enojado. Don Juan me dio palmadas en la espalda y dijo que estaba bien, que al menos haba dominado mi

    temperamento. -De ahora en adelante, habla con las plantitas -dijo-. Habla hasta que pierdas todo sentido de importancia.

    Hblales hasta que puedas hacerlo enfrente de los dems. "Ve a esos cerros de ah y practica solo." Le pregunt si bastaba con hablar a las plantas en silencio, mentalmente. Ri y me golpe la cabeza con un dedo. -No! -dijo-. Debes hablarles en voz clara y fuerte si quieres que te respondan. Camin hasta el rea en cuestin, riendo para m de sus excentricidades. Incluso trat de hablar a las

    plantas, pero mi sentimiento de hacer el ridculo era avasallador. Tras lo que consider una espera apropiada, volv a donde estaba don Juan. Tuve la certeza de que l saba

    que yo no haba hablado a las plantas. No me mir. Me hizo sea de tomar asiento junto a l. -Obsrvame con cuidado -dijo-. Voy a platicar con mi amiguita. Se arrodill frente a una planta pequea y durante unos minutos movi y contorsion el cuerpo, hablando y

    riendo. Pens que se haba salido de sus cabales. -Esta plantita me dijo que te dijera que es buena para comer -dijo al ponerse en pie-. Me dijo que un manojo

    de estas plantitas mantiene sano a un hombre. Tambin dijo que hay un buen montn creciendo por all. Don Juan seal un rea sobre una ladera, a unos doscientos metros de distancia. -Vamos a ver -dijo. Re de su actuacin. Estaba seguro de que hallaramos las plantas, pues l era un experto en el terreno y

    saba dnde hallar las plantas comestibles y medicinales. Mientras bamos hacia la zona en cuestin, me dijo como al acaso que deba fijarme en la planta, por que era

    alimento y tambin medicina. Le pregunt, medio en broma, si la planta acababa de decirle eso. Se detuvo y me examin con aire in-

    crdulo. Mene la cabeza de lado a lado. -Ah! -exclam, riendo-. Te pasas de listo y resultas ms tonto de lo que yo crea. Cmo puede la plantita

    decirme ahora lo que he sabido toda mi vida? Procedi a explicar que conoca desde antes las diversas propiedades de esa planta especfica, y que la

    planta slo le haba dicho que un buen montn de ellas creca en el rea recin indicada por l, y que a ella no le molestaba que don Juan me lo dijera.

    Al llegar a la ladera encontr todo un racimo de las mismas plantas. Quise rer, pero don Juan no me dio tiempo. Quera que yo diese las gracias al montn de plantas. Sent una timidez torturante y no pude decidirme a hacerlo.

  • 14

    l sonri con benevolencia e hizo otra de sus aseveraciones crpticas. La repiti tres o cuatro veces, como para darme tiempo de descifrar su sentido.

    -El mundo que nos rodea es un misterio -dijo-. Y los hombres no son mejores que ninguna otra cosa. Si una plantita es generosa con nosotros, debemos darle las gracias, o quiz no nos deje ir.

    La forma en que me mir al decir eso me produjo un escalofro. Apresuradamente me inclin sobre las plantas y dije: "Gracias" en voz alta.

    l empez a rer en estallidos calmados, bajo control. Caminamos otra hora y luego iniciamos el camino de vuelta a su casa. En cierto momento me qued atrs y

    l tuvo que esperarme. Revis mis dedos para ver si los haba curvado. No era as. Me dijo, imperioso, que cuando yo anduviera con l tena que observar y copiar todas sus maneras, o de lo contrario mejor hara no yendo.

    -No puedo estarte esperando como si fueras un nio -dijo en tono de regao. Esa frase me hundi en las profundidades de la vergenza y el desconcierto: Cmo era posible que un

    hombre tan anciano caminase mucho mejor que yo? Me crea de constitucin atltica y fuerte, y sin embargo l haba tenido que esperar a que yo me le emparejara.

    Curv los dedos y, extraamente, pude mantenerme a su paso sin ningn esfuerzo. De hecho, en ocasiones senta que las manos me jalaban hacia adelante.

    Me sent exaltado. Era por completo feliz caminando tontamente con ese extrao viejo indio. Empec a hablar y le pregunt repetidas veces si podra mostrarme algunas plantas de peyote. l me mir, pero no dijo una sola palabra.

    IV. LA MUERTE COMO UNA CONSEJERA Mircoles, enero 25, 1961 -Me ensear usted algn da lo que sabe del peyote? -pregunt. l no respondi y, como haba hecho antes, se limit a mirarme como si yo estuviera loco. Le haba mencionado el tema, en conversacin casual, varias veces anteriores, y en cada ocasin arrug el

    ceo y mene la cabeza. No era un gesto afirmativo ni negativo; ms bien expresaba desesperanza e incredulidad.

    Se puso en pie abruptamente. Habamos estado sentados en el piso frente a su casa. Una sacudida casi imperceptible de cabeza fue la invitacin a seguirlo.

    Entramos en el chaparral, caminando ms o menos hacia el sur. Durante la marcha, don Juan mencion repetidamente que yo deba darme cuenta de lo intiles que eran mi arrogancia y mi historia personal.

    -Tus amigos -dijo volvindose de pronto hacia m-. Esos que te han conocido durante mucho tiempo: debes ya dejar de verlos.

    Pens que estaba loco y que su insistencia era idiota, pero no dije nada. l me escudri y ech a rer. Tras una larga caminata nos detuvimos. Estaba a punto de sentarme a descansar, pero l me dijo que fuera

    a unos veinte metros de distancia y hablara, en voz alta y clara, a un grupo de plantas. Me sent incmodo y aprensivo. Sus extraas exigencias eran ms de lo que yo poda soportar, y le dije nuevamente que no me era posible hablar a las plantas, porque me senta ridculo. Su nico comentario fue que me daba yo una importancia inmensa. Pareci hacer una decisin sbita, y dijo que yo no deba tratar de hablar a las plantas hasta que me sintiera cmodo y natural al respecto.

    -Quieres aprender todo lo de las plantas, pero no quieres trabajar para nada -dijo, acusador-. Qu te propones?

    Mi explicacin fue que yo deseaba informacin fidedigna sobre los usos de las plantas; por eso le haba pedido ser mi informante. Incluso haba ofrecido pagarle por su tiempo y por la molestia.

    -Debera usted aceptar el dinero -dije-. En esta forma los dos nos sentiramos mejor. Yo, entonces, podra preguntarle lo que quisiera, porque usted trabajara para m y yo le pagara. Qu le parece?

    Me mir con desprecio y produjo con la boca un ruido majadero, exhalando con gran fuerza para hacer vibrar su labio inferior y su lengua.

    -Eso es lo que me parece -dijo, y ri histricamente de la expresin de sorpresa absoluta que debo haber tenido en el rostro.

    Obviamente, no era un hombre con el que yo pudiera vrmelas fcilmente. Pese a su edad, estaba lleno de entusiasmo y de una fuerza increble. Yo haba tenido la idea de que, por ser tan viejo, resultara un "informante" perfecto. La gente vieja, se me haba hecho creer, era la mejor informante porque se hallaba demasiado dbil para hacer otra cosa que no fuese hablar. Don Juan, en cambio, era un psimo sujeto. Yo lo senta incontrolable y peligroso. El amigo que nos present tena razn. Era un indio viejo y excntrico, y aunque no se halla perdido de borracho la mayor parte del tiempo, como mi amigo haba dicho, la cosa era peor an: estaba loco. Sent renacer las tremendas dudas y temores que haba experimentado antes. Crea haber superado eso. De hecho, no tuve ninguna dificultad para convencerme de que deseaba visitarlo nuevamente. Sin embargo, la idea de que acaso yo mismo estaba algo loco se col en mi mente cuando advert que me gustaba estar con l. Su idea de que mi sentimiento de importancia era un obstculo, me haba

  • 15

    producido un verdadero impacto. Pero todo eso era al parecer un mero ejercicio intelectual por parte ma; apenas me hallaba cara a cara con su extraa conducta, empezaba a experimentar aprensin y deseaba irme.

    Dije que ramos tan distintos que, pensaba, no haba posibilidad de llevarnos bien. -Uno de nosotros tiene que cambiar -dijo l, mirando el suelo-. Y t sabes quin. Empez a tararear una cancin ranchera y, de repente, alz la cabeza para mirarme, Sus ojos eran fieros y

    ardientes. Quise apartar los mos o cerrarlos, pero para mi completo asombro no pude zafarme de su mirada. Me pidi decirle lo que haba visto en sus ojos. Dije que no vi nada, pero l insisti en que yo deba dar voz a

    aquello de lo que sus ojos me haban hecho darme cuenta. Pugn por hacerle entender que sus ojos no me daban conciencia ms que de mi desazn, y que la forma en que me miraba era muy incmoda.

    No me solt. Mantuvo la mirada fija. No era declaradamente maligna ni amenazante; era ms bien un mirar misterioso pero desagradable.

    Me pregunt si no me recordaba un pjaro. -Un pjaro? -exclam. Solt una risita de nio y apart sus ojos de m. -S -dijo con suavidad-. Un pjaro, un pjaro muy raro! Volvi a atrapar mis ojos con los suyos y me orden recordar. Dijo con extraordinaria conviccin que l

    "saba" que yo haba visto antes esa mirada. Mi sentir de aquellos momentos era que el anciano me encolerizaba, pese a mi buena voluntad, cada vez

    que abra la boca. Me le qued viendo con obvio desafo. En vez de enojarse ech a rer. Se golpe el muslo y grit como si cabalgara un potro salvaje. Luego se puso serio y me indic la importancia suprema de que yo dejara de pelear con l y recordarse aquel pjaro raro del cual hablaba.

    -Mrame a los ojos -dijo. Sus ojos eran extraordinariamente fieros. Tenan un aura que en verdad me recordaba algo, pero yo no

    estaba seguro de qu cosa era. Me esforc un momento y entonces, de pronto, me di cuenta: no la forma de los ojos ni de la cabeza, sino cierta fra fiereza en la mirada, me recordaba los ojos de un halcn. En el mismo instante en que lo advert, don Juan me miraba de lado, y por un segundo mi mente experiment un caos total. Cre haber visto las facciones de un halcn en vez de los de don Juan. La imagen fue demasiado fugaz y yo me hallaba demasiado sobresaltado para haberle prestado ms atencin.

    En tono de gran excitacin, le dije que podra jurar haber visto las facciones de un halcn en su rostro. l tuvo otro ataque de risa.

    He visto cmo miran los halcones. Sola cazarlos cuando era nio, y en la opinin de mi abuelo me desempeaba bien. El abuelo tena una granja de gallinas Leghorn y los halcones eran una amenaza para su negocio. Dispararles no era slo funcional, sino tambin "justo". Yo haba olvidado, hasta ese momento, que la fiera mirada de las aves me obsesion durante aos; se hallaba en un pasado tan remoto que crea haber perdido memoria de ella.

    -Yo cazaba halcones -dije. -Lo s -repuso don Juan como si tal cosa. Su tono contena tal certeza que empec a rer. Pens que era un tipo absurdo. Tena el descaro de hablar

    como si en verdad supiese que yo cazaba halcones. Lo despreci enormemente. -Por qu te enojas tanto? -pregunt en un tono de genuina preocupacin. Yo ignoraba por qu. l se puso a sondearme de un modo muy inslito. Me pidi mirarlo de nuevo y hablarle

    del "pjaro muy raro" que me recordaba. Luch contra l y, por despecho, dije que no haba nada de qu hablar. Luego me sent forzado a preguntarle por qu haba dicho saber que yo sola cazar halcones. En lugar de responderme, volvi a comentar mi conducta. Dijo que yo era un tipo violento, capaz de "echar espuma por la boca" al menor pretexto. Protest, negando que eso fuera cierto; siempre haba tenido la idea de ser bastante simptico y calmado. Dije que era culpa suya por sacarme de mis casillas con sus palabras y acciones inesperadas.

    -por qu la ira? -pregunt. Hice un avalo de mis sentimientos y reacciones. Realmente no tena necesidad de airarme con l. Insisti nuevamente en que mirara sus ojos y le hablara del "extrao halcn". Haba cambiado su fraseo; el

    "pjaro muy raro" de que hablaba antes se haba vuelto el "extrao halcn". El cambio de palabras resumi un cambio en mi propio estado de nimo. De repente me haba puesto triste.

    Achic los ojos hasta convertirlos en ranuras, y dijo en tono sobreactuado que estaba "viendo" un halcn muy extrao. Repiti su afirmacin tres veces, como si en verdad estuviera vindolo all frente a l.

    -No lo recuerdas? -pregunt. Yo no recordaba nada por el estilo. -Qu de extrao tiene el halcn? -pregunt. -Eso me lo debes decir t -repuso. Insist en que no tena forma de saber a qu se refera; por tanto, no poda decirle nada. -No luches conmigo! -dijo-. Lucha contra tu pereza y recuerda. Durante un momento me esforc seriamente por desentraar su intencin. No se me ocurri que igual podra

    haber tratado de acordarme. -En un tiempo viste muchos pjaros -dijo como apuntndome. Le dije que de nio viv en una granja y cac cientos de aves.

  • 16

    Respondi que, en tal caso, no me costara trabajo recordar a todas las aves raras que haba cazado. Me mir con una pregunta en los ojos, como si acabara de darme la ltima pista. -He cazado tantos pjaros -dije- que no recuerdo nada de ellos. Este pjaro es especial -repuso casi en un susurro-. Este pjaro es un halcn. Nuevamente me puse a pensar a dnde querra llevarme. Se burlaba? Hablaba en serio? Tras un largo

    intervalo, me inst otra vez a recordar. Sent que era intil tratar de acabar con su juego; slo me quedaba jugar con l.

    -Habla usted de un halcn que yo he cazado? -pregunt. -S -murmur con los ojos cerrados. -De modo que, esto pas cuando yo era nio? -S. -Pero usted dijo que est viendo ahora un halcn frente a usted. -Lo veo. -Qu trata usted de hacerme? -Trato de hacerte recordar. -Qu cosa? Por amor de Dios! -Un halcn rpido como la luz -dijo mirndome a los ojos. Sent que mi corazn se detena. -Ahora mrame -dijo. Pero no lo hice. Perciba su voz como un sonido leve. Cierto recuerdo colosal se haba posesionado de m.

    El halcn blanco! Todo empez con el estallido de ira que tuvo mi abuelo al contar sus pollos Leghorn. Haban estado

    desapareciendo en forma continua y desconcertante. l organiz y ejecut personalmente una meticulosa vigilia, y tras das de observacin constante vimos finalmente una gran ave blanca que se alejaba volando con un pollo en las garras. El ave era rauda y al parecer conoca su ruta. Descendi desde el cobijo de unos rboles, aferr el pollo y vol por una abertura entre dos ramas. Ocurri tan rpido que mi abuelo casi ni vio al ave, pero yo s, y supe que era en verdad un halcn. Mi abuelo dijo que, en ese caso, deba ser un albino.

    Iniciamos una campaa contra el halcn albino y dos veces cre tenerlo cazado. Incluso dej caer la presa, pero escap. Era demasiado veloz para m. Tambin era muy inteligente; nunca regres a asolar la granja de mi abuelo.

    Yo habra olvidado el asunto si el abuelo no me hubiese aguijoneado a cazar el ave. Durante dos meses persegu al halcn albino por todo el valle donde vivamos. Aprend sus hbitos y casi me era posible intuir su ruta de vuelo, pero su velocidad y lo brusco de sus apariciones siempre me desconcertaban. Poda yo alardear de haberle impedido cobrar su presa, quiz todas las veces que nos encontramos, pero nunca logr echarlo en mi morral.

    En los dos meses en que libr la extraa guerra contra el halcn albino, slo una vez estuve cerca de l. Haba estado cazndolo todo el da y me hallaba cansado. Me sent a reposar y me qued dormido bajo un eucalipto. El grito sbito de un halcn me despert. Abr los ojos sin hacer ningn otro movimiento, y vi un ave blancuzca encaramada en las ramas ms altas del eucalipto. Era el halcn albino. La caza haba terminado. Iba a ser un tiro difcil; yo estaba acostado y el ave me daba la espalda. Hubo una repentina racha de viento y la aprovech para ahogar el sonido de alzar mi rifle 22 largo para apuntar. Quera esperar que el halcn se volviera o empezara a volar, para no fallarle. Pero el ave permaneci inmvil. Para mejor dispararle, habra tenido que moverme, y era demasiado rpida para ello. Pens que mi mejor alternativa era aguardar. Y eso hice durante un tiempo largo, interminable. Acaso me afect la prolongada espera, o quiz fue la soledad del sitio donde el halcn y yo nos hallbamos; de pronto sent un escalofro ascender por mi espina y, en una accin sin precedente, me puse en pie y me fui. Ni siquiera vi si el halcn haba volado.

    Jams atribu ningn significado a mi acto final con el halcn albino. Pero fue muy raro que no le disparara. Yo haba matado antes docenas de halcones. En la granja donde crec, matar aves o cazar cualquier tipo de animal era cosa comn y corriente.

    Don Juan escuch atentamente mientras yo narraba la historia del halcn albino. -Cmo supo usted del halcn blanco? -pregunt al terminar. -Lo vi -repuso. -Dnde? Aqu mismo, frente a ti. Ya no me quedaban nimos para discutir. -Qu significa todo esto? -pregunt. l dijo que un ave blanca como sa era un augurio, y que no dispararle era lo nico correcto que poda

    hacerse. -Tu muerte te dio una pequea advertencia -dijo con tono misterioso-. Siempre llega como escalofro. -De qu habla usted? -dije con nerviosismo. En verdad me haba puesto nervioso con sus palabras fantasmagricas. -Conoces mucho de aves -dijo-. Has matado demasiadas. Sabes esperar. Has esperado pacientemente

    horas enteras. Lo s. Lo estoy viendo.

  • 17

    Sus palabras me produjeron gran turbacin. Pens que lo ms molesto en l era su certeza. No soportaba yo su seguridad dogmtica con respecto a elementos de mi vida de los que ni yo mismo estaba seguro. Inmerso en mis sentimientos de depresin, no lo vi inclinarse sobre m hasta que me susurr algo al odo. No entend al principio, y l lo repiti. Me dijo que volviera la cabeza como al descuido y mirara un peasco a mi izquierda. Dijo que mi muerte estaba all, mirndome, y que si me volva cuando l me hiciera una sea, tal vez fuese capaz de verla.

    Me hizo una sea con los ojos. Volv la cara y me pareci ver un movimiento parpadeante sobre el peasco. Un escalofro recorri mi cuerpo, los msculos de mi abdomen se contrajeron involuntariamente y experiment una sacudida, un espasmo. Tras un momento recobr la compostura y expliqu la sombra fugaz que haba visto como una ilusin ptica causada por volver la cabeza tan repentinamente.

    -La muerte es nuestra eterna compaera -dijo don Juan con un aire sumamente serio-. Siempre est a nuestra izquierda, a la distancia de un brazo. Te vigilaba cuando t vigilabas al halcn blanco; te susurr en la oreja y sentiste su fro, como lo sentiste hoy. Siempre te ha estado vigilando. Siempre lo estar hasta el da en que te toque.

    Extendi el brazo y me toc levemente en el hombro, y al mismo tiempo produjo con la lengua un sonido profundo, chasqueante. El efecto fue devastador; casi volv el estmago.

    -T eres el muchacho que acechaba su caza y esperaba pacientemente, como la muerte espera; sabes muy bien que la muerte est a nuestra izquierda, igual que t estabas a la izquierda del halcn blanco.

    Sus palabras tuvieron la extraa facultad de provocarme un terror injustificado; la nica defensa era mi compulsin de poner por escrito todo cuanto l deca.

    Cmo puede uno darse tanta importancia sabiendo que la muerte nos est acechando? -pregunt. Sent que mi respuesta no era en realidad necesaria. De cualquier modo, no habra podido decir nada. Un

    nuevo estado de nimo se haba posesionado de m. -Cuando ests impaciente -prosigui-, lo que debes hacer es voltear a la izquierda y pedir consejo a tu

    muerte. Una inmensa cantidad de mezquindad se pierde con slo que tu muerte te haga un gesto, o alcances a echarle un vistazo, o nada ms con que tengas la sensacin de que tu compaera est all vigilndote.

    Volvi a inclinarse y me susurr al odo que, si volteaba de golpe hacia la izquierda, al ver su seal, podra ver nuevamente a mi muerte en el peasco.

    Sus ojos me hicieron una sea casi imperceptible, pero no me atrev a mirar. Le dije que le crea y que no era necesario llevar ms lejos el asunto, porque me hallaba aterrado. l solt

    una de sus rugientes carcajadas. Respondi que el asunto de nuestra muerte nunca se llevaba lo bastante lejos. Y yo argument que para m

    no tendra sentido seguir pensando en mi muerte, ya que eso slo producira desazn y miedo. -Eso es pura idiotez! -exclam-. La muerte es la nica consejera sabia que tenemos. Cada vez que sientas,

    como siempre lo haces, que todo te est saliendo mal y que ests a punto de ser aniquilado, vulvete hacia tu muerte y pregntale si es cierto. Tu muerte te dir que te equivocas; que nada importa en realidad ms que su toque. Tu muerte te dir: Todava no te he tocado.

    -Mene la cabeza y pareci aguardar mi respuesta. Yo no tena ninguna. Mis pensamientos corran de-senfrenados. Don Juan haba asestado un tremendo golpe a mi egosmo. La mezquindad de molestarme con l era monstruosa a la luz de mi muerte.

    Tuve el sentimiento de que se hallaba plenamente consciente de mi cambio de humor. Haba vuelto las tablas a su favor. Sonri y empez a tararear una cancin ranchera.

    -S -dijo con suavidad, tras una larga pausa-. Uno de los dos aqu tiene que cambiar, y aprisa. Uno de nosotros tiene que aprender de nuevo que la muerte es el cazador, y que siempre est a la izquierda. Uno de nosotros tiene que pedir consejo a la muerte y dejar la pinche mezquindad de los hombres que viven sus vidas como si la muerte nunca los fuera a tocar.

    Permanecimos en silencio ms de una hora; luego echamos a andar nuevamente. Caminamos sin rumbo, durante horas, por el chaparral. No le pregunt si eso tena algn propsito; no importaba. De alguna manera, me haba hecho recobrar un viejo sentimiento, olvidado por completo: el puro gozo de moverse, simplemente, sin aadir a eso ningn propsito intelectual.

    Quise que me permitiera echar otro vistazo a lo que yo haba percibido sobre la roca. -Djeme ver esa sombra otra vez -dije. -Te refieres a tu muerte, no? -replic con un toque de irona en la voz. Durante un momento sent renuencia de decirlo. -S -dije por fin-. Djeme ver otra vez a mi muerte. -Ahora no -respondi-. Eres demasiado slido. -Perdn? Ech a rer, y por alguna razn desconocida su risa ya no era ofensiva e insidiosa, como anteriormente. No

    pens que fuera distinta, desde el punto de vista de su timbre, su volumen, o el espritu que la animaba; el nuevo elemento era mi propio humor. En vista de mi muerte inminente, los miedos y la irritacin eran tonteras.

    -Entonces djame hablar con las plantas -dije. Ri a ms no poder. -Ahora eres demasiado bueno -dijo, an entre risas-. Te vas de un extremo al otro. Apacguate. No hay

    necesidad de hablar con las plantas a menos que quieras conocer sus secretos, y para eso necesitas el ms

  • 18

    recio de los empeos. Conque gurdate tus buenos deseos. Tampoco hay necesidad de ver a tu muerte. Basta con que sientas su presencia cerca de ti.

    V. HACERSE RESPONSABLE Martes, abril 11, 1961 Llegu a casa de don Juan temprano en la maana del domingo 9 de abril. -Buenos das, don Juan -dije-. Qu gusto me da verlo! L me mir y ech a rer suavemente. Se haba acercado a mi coche cuando yo lo estacionaba, y mantuvo la

    puerta abierta mientras yo reuna unos paquetes de comida que le llevaba. Caminamos hasta la casa y nos sentamos junto a la puerta. sta era la primera vez que yo tena verdadera conciencia de lo que haca all. Durante tres meses haba

    aguardado con impaciencia el retorno al "campo". Fue como si una bomba de tiempo puesta dentro de m hubiera estallado, y de pronto record algo que me era trascendente. Record que una vez en mi vida haba sido muy paciente y eficaz.

    Antes de que don Juan pudiese decir algo, le hice la pregunta que pesaba sobre mi mente. Llevaba tres meses obsesionado por la imagen del halcn albino. Cmo supo l de eso, cuando yo mismo lo haba olvidado?

    Ri sin responder. implor que me contestara. -No fue nada -dijo con su conviccin de costumbre-. Cualquiera puede darse cuenta de que eres extrao.

    Ests adormilado, eso es todo. Sent que nuevamente estaba minando mis defensas y empujndome a un rincn donde yo no tena deseos

    de hallarme. -Es posible ver nuestra muerte? -pregunt, en un intento por seguir dentro del tema. -Claro -dijo riendo-. Est aqu con nosotros. -Cmo lo sabe usted? -Soy viejo; con la edad uno aprende toda clase de cosas. -Yo conozco mucha gente vieja, pero jams ha aprendido esto. Por qu usted s? -Bueno, digamos que conozco toda clase de cosas porque no tengo historia personal, y porque no me siento

    ms importante que ninguna otra cosa, y porque mi muerte est sentada aqu conmigo. Extendi el brazo izquierdo y movi los dedos como si en verdad acariciara algo. Re. Supe a dnde me llevaba. El viejo endemoniado iba a apalearme de nuevo, probablemente con lo de mi

    importancia, pero esta vez no me molestaba. El recuerdo de haber tenido otrora una paciencia magnifica me llenaba de una extraa euforia tranquila que disipaba casi por entero mi nerviosismo y mi intolerancia hacia don Juan; lo que senta en vez de eso era una cierta maravilla por sus actos.

    -Quin es usted en realidad? -pregunt. Pareci sorprenderse. Abri desmesuradamente los ojos y parpade como un ave, bajando los prpados

    como un obturador. Bajaron y subieron de nuevo y los ojos conservaron su enfoque. La maniobra me sobresalt; me ech hacia atrs, y l ri con abandono infantil.

    -Para ti soy Juan Matus, y estoy a tus rdenes -dijo con exagerada cortesa. Formul entonces mi otra pregunta candente: -Qu me hizo usted el primer da que nos vimos? Me refera a la forma en que me mir. -Yo? Nada -repuso en tono de inocencia. Le describ cmo me haba sentido cuando l me mir, y lo incongruente que para m result el que eso me

    dejara mudo. Ri hasta que las lgrimas rodaron por sus mejillas. Volv a sentir un brote de animosidad hacia l. Pens

    que, mientras yo era tan serio y considerado, l se porta muy indio con sus modales bastos. Pareci darse cuenta de mi estado de nimo y dej de rer de un momento a otro. Tras un largo titubeo le dije que su risa me haba molestado porque yo trataba seriamente de entender qu

    cosa me ocurri. -No hay nada que entender -repuso, impasible. Le repas la secuencia de hechos inslitos que haban tenido lugar desde que lo conoc, empezando con la

    mirada misteriosa que me haba dirigido, hasta el recuerdo del halcn albino y el percibir en el peasco la sombra que segn l era mi muerte.

    -Por qu me hace usted todo esto? -pregunt. No haba beligerancia en mi interrogacin. Slo tena curiosidad de saber por qu me lo haca a m en

    particular. -T me pediste que te enseara lo que s de las plantas -dijo. Not en su voz un matiz de sarcasmo. Sonaba como si estuviera siguindome la corriente. -Pero lo que me ha dicho hasta ahora no tiene nada que ver con plantas -protest. Su respuesta fue que aprender sobre ellas tomaba tiempo.

  • 19

    Sent que era intil discutir con l. Tom conciencia entonces de la idiotez total de los propsitos fciles y absurdos que me haba hecho. En mi casa. me promet nunca ms perder los estribos ni irritarme con don Juan. Pero ya en la situacin real, apenas me sent desairado tuve otro ataque de malhumor. Senta que no haba manera de interactuar con l y eso me llenaba de risa.

    -Piensa ahora en tu muerte -dijo don Juan de pronto-. Est al alcance de tu brazo. Puede tocarte en cualquier momento, as que de veras no tienes tiempo para pensamientos y humores de cagada. Ninguno de nosotros tiene tiempo para eso.

    "Quieres saber qu te hice el da que nos conocimos? Te vi, y vi que t creas que estabas mintiendo. Pero no lo estabas, en realidad."

    Le dije que esta explicacin me confunda ms an. Repuso que se era el motivo de que no quisiera explicar sus actos, y que las explicaciones no eran necesarias. Dijo que lo nico que contaba era la accin, actuar en vez de hablar.

    Sac un petate y se acost, apoyando la cabeza en un bulto. Se puso cmodo y luego me dijo que haba otra cosa que yo deba realizar si verdaderamente quera aprender de plantas.

    -Lo que andaba mal contigo cuando te vi, y lo que anda mal contigo ahora, es que no te gusta aceptar la responsabilidad de lo que haces -dijo despacio, como para darme tiempo de entender sus palabras-. Cuando me estabas diciendo todas esas cosas en la terminal, sabas muy bien que eran mentiras. Por qu mentas?

    Expliqu que mi objetivo haba sido hallar un "informante clave" para mi trabajo. Don Juan sonri y empez a tararear una tonada. -Cuando un hombre decide hacer algo, debe ir hasta l fin -dijo-, pero debe aceptar responsabilidad por lo

    que hace. Haga lo que haga, primero debe saber por qu lo hace, y luego seguir adelante con sus acciones sin tener dudas ni remordimientos acerca de ellas.

    Me examin. No supe qu decir. Finalmente aventur una opinin, casi una protesta. -Eso es una imposibilidad! -dije. Me pregunt por qu y dije que acaso, idealmente, eso era lo que todos pensaban que deban hacer. En la

    prctica, sin embargo, no haba manera de evitar la duda y el remordimiento. Claro que hay manera -repuso con conviccin. -Mrame a m -dijo-. Yo no tengo duda ni remordimiento. Todo cuanto hago es mi decisin y mi

    responsabilidad. La cosa. ms simple que haga, llevarte a caminar en el desierto, por ejemplo, puede muy bien significar mi muerte. La muerte me acecha. Por eso, no tengo lugar para dudas ni remordimientos. Si tengo que morir como resultado de sacarte a caminar, entonces debo morir.

    "T, en cambio, te sientes inmortal, y las decisiones de un inmortal pueden cancelarse o lamentarse o dudarse. En un mundo donde la muerte es el cazador, no hay tiempo para lamentos ni dudas, amigo mo. Slo hay tiempo para decisiones."

    -Argument, de buena fe, que en mi opinin se era un mundo irreal, pues se construa arbitrariamente, tomando una forma idealizada de conducta y diciendo que sa era la manera de proceder.

    Le narr la historia de mi padre, que sola lanzarme interminables sermones sobre las maravillas de mente sana en cuerpo sano, y cmo los jvenes deban templar sus cuerpos con penalidades y con hazaas de competencia atltica. Era un hombre joven: cuando yo tena ocho aos l andaba apenas en los veintisiete. Por regla general, durante el verano, llegaba de la ciudad, donde daba clases en una escuela, a pasar por lo menos un mes conmigo en la granja de mis abuelos, donde yo viva. Era para m un mes infernal. Cont a don Juan un ejemplo de la conducta de mi padre, el cual me pareci aplicable a la situacin inmediata.

    Casi inmediatamente despus de llegar a la granja, mi padre insista en dar un largo paseo conmigo, para que pudiramos hablar, y mientras hablbamos haca planes para que fusemos a nadar todos los das a las seis de la maana. En la noche, pona el despertador a las cinco y meda para tener tiempo suficiente, pues a las seis en punto debamos estar en el agua. Y cuando el reloj sonaba en la maana, l saltaba del lecho, se pona los anteojos, iba a la ventana y se asomaba.

    Yo incluso haba memorizado el monlogo subsiguiente. -Hum... Un poco nublado hoy. Mira, voy a acostarme otros cinco minutos, eh? No ms de cinco! Slo voy a

    estirar los msculos y a despertar del todo. Invariablemente se quedaba dormido hasta las diez, a veces hasta medioda. Dije a don Juan que lo que me molestaba era su negacin a abandonar sus resoluciones obviamente falsas.

    Repeta este ritual cada maana, hasta que yo finalmente hera sus sentimientos rehusndome a poner el despertador.

    -No eran resoluciones falsas -dijo don Juan, evidentemente tomando partido por mi padre-. Nada ms no saba cmo levantarse de la cama, eso era todo.

    -En cualquier caso -dije-, siempre recelo de las resoluciones irreales. -Cul sera entonces una resolucin real? -pregunt don Juan con leve sonrisa. -Si mi padre se hubiera dicho que no poda ir a nadar a las seis de la maana, sino tal vez a las tres de la

    tarde. -Tus resoluciones daan el espritu -dijo don Juan con aire de gran seriedad. Me pareci incluso percibir, en su tono, una nota de tristeza. Estuvimos callados largo tiempo. Mi inquina se

    haba desvanecido. Pens en mi padre. -No quera nadar a las tres de la tarde. No ves? -dijo don Juan.

  • 20

    Sus palabras me hicieron saltar. Le dije que mi padre era dbil, y lo mismo su mundo de actos ideales jams ejecutados. Habl casi a gritos. Don Juan no dijo una sola palabra. Sacudi la cabeza lentamente, en forma rtmica. Me sent terriblemente

    triste. El pensar en mi padre siempre me afliga. -Piensas que t eras ms fuerte, verdad? -pregunt l en tono casual. Le dije que s, y empec a narrarle toda la turbulencia emotiva que mi padre me hizo atravesar, pero l me

    interrumpi. Era malo contigo? -pregunt. -No. -Era mezquino -contigo? -No. -Haca por ti todo lo que poda? -Si. -Entonces qu tena de malo? De nuevo empec a gritar que era dbil, pero me contuve y baj la voz. Me senta un poco ridculo ante el

    interrogatorio de don Juan. -Para qu hace usted todo esto? -di