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Con Cristo, en la Escuela de la Oración Andrew Murray 6 Dios me oye porque es mi Papá Qué hombre hay de vosotros a quien, si su hijo pidiere pan le dará una piedra? ¿O si le pidiere un pez, le dará una serpiente? Pues, si vosotros siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le piden?” Mateo 7:9, 10,11. En estas palabras nuestro Señor confirma de nuevo y con mayor énfasis aún, lo que ya había declarado en cuanto a la seguridad de una contestación a la oración. Para remover toda duda y para hacernos ver sobre que base sólida descansa Su promesa, apela El a lo que todos han visto y experimentado aquí sobre la tierra. Todos somos hijos, y sabemos lo que esperamos de nuestros padres. Somos padres, o vemos continuamente a otros que lo son: y en todas partes nos parece que es la cosa más natural posible que un padre escuche a su hijo. Y el Señor nos pide que apartemos nuestra mirada de los padres terrenales, quienes, aún los mejores, son malos, y que calculemos CUANTO MAS el Padre celestial dará buenos dones a los que Le piden. Jesús desea hacernos ver que tanto como Dios es más grande que el hombre pecaminoso, Así en esa proporción, TANTO MAYOR debería ser nuestra certidumbre que El, con más seguridad que ningún padre terrenal, nos concederá las peticiones que, cual niños, le dirigimos. Tanto más grande como es Dios que el hombre, tanto más seguro es que la súplica será escuchada por el Padre en el cielo que por un padre sobre la tierra. A igual de la sencillez y la inteligibilidad de esta parábola, es también la profundidad y la espiritualidad de la enseñanza que contiene. El Señor nos recuerda que el pedido de un niño debe su influencia enteramente a la relación que le vincula a su padre. La oración puede ejercer esa influencia, solamente cuando el hijo está en realidad viviendo en esa relación, en el hogar, en el amor, en el servicio del Padre. La potencia de la promesa: “Pedid y se os dará” consiste en la amorosa relación entre nosotros como hijos y el Padre en el cielo; cuando vivimos y andamos en esa relación, la oración de fe y su contestación será el resultado natural. Y así la lección que tenemos hoy en la escuela de la oración, es esta: Vive como un hijo de Dios, y entonces podrás orar como hijo, y como hijo seguramente escuchado. ¿Y cuál es la verdadera vida propia del niño, propia del hijo? La contestación puede ser hallada en cualquier hogar. El hijo que por preferencia abandona la casa del padre, que no halla ningún placer en la presencia y el amor y la obediencia del padre, y aun así piensa que puede pedir y obtener lo que desea, será seguramente desengañado. Y por el contrario, aquel para quien el compañerismo y la voluntad, y el honor y el amor del padre son el gozo de su vida, hallará que es el gozo del padre concederle sus deseos. Dicen las Santas Escrituras: “Todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, los

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Con Cristo, en la Escuela de la OraciónAndrew Murray

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Dios me oye porque es mi Papá

“Qué hombre hay de vosotros a quien, si su hijo pidiere pan le dará una piedra? ¿O si le pidiere un pez, le dará una serpiente? Pues, si vosotros siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le piden?” Mateo 7:9, 10,11.

En estas palabras nuestro Señor confirma de nuevo y con mayor énfasis aún, lo que ya había declarado en cuanto a la seguridad de una contestación a la oración. Para remover toda duda y para hacernos ver sobre que base sólida descansa Su promesa, apela El a lo que todos han visto y experimentado aquí sobre la tierra. Todos somos hijos, y sabemos lo que esperamos de nuestros padres. Somos padres, o vemos continuamente a otros que lo son: y en todas partes nos parece que es la cosa más natural posible que un padre escuche a su hijo. Y el Señor nos pide que apartemos nuestra mirada de los padres terrenales, quienes, aún los mejores, son malos, y que calculemos CUANTO MAS el Padre celestial dará buenos dones a los que Le piden. Jesús desea hacernos ver que tanto como Dios es más grande que el hombre pecaminoso, Así en esa proporción, TANTO MAYOR debería ser nuestra certidumbre que El, con más seguridad que ningún padre terrenal, nos concederá las peticiones que, cual niños, le dirigimos. Tanto más grande como es Dios que el hombre, tanto más seguro es que la súplica será escuchada por el Padre en el cielo que por un padre sobre la tierra.

A igual de la sencillez y la inteligibilidad de esta parábola, es también la profundidad y la espiritualidad de la enseñanza que contiene. El Señor nos recuerda que el pedido de un niño debe su influencia enteramente a la relación que le vincula a su padre. La oración puede ejercer esa influencia, solamente cuando el hijo está en realidad viviendo en esa relación, en el hogar, en el amor, en el servicio del Padre. La potencia de la promesa: “Pedid y se os dará” consiste en la amorosa relación entre nosotros como hijos y el Padre en el cielo; cuando vivimos y andamos en esa relación, la oración de fe y su contestación será el resultado natural. Y así la lección que tenemos hoy en la escuela de la oración, es esta: Vive como un hijo de Dios, y entonces podrás orar como hijo, y como hijo seguramente escuchado.

¿Y cuál es la verdadera vida propia del niño, propia del hijo? La contestación puede ser hallada en cualquier hogar. El hijo que por preferencia abandona la casa del padre, que no halla ningún placer en la presencia y el amor y la obediencia del padre, y aun así

piensa que puede pedir y obtener lo que desea, será seguramente desengañado. Y por el contrario, aquel para quien el compañerismo y la voluntad, y el honor y el amor del padre son el gozo de su vida, hallará que es el gozo del padre concederle sus deseos. Dicen las Santas Escrituras: “Todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son los hijos de Dios” (Ro.8: 14).

El privilegio propio de la condición de hijo de pedir todo, es inseparable de la vida propia del hijo, bajo la dirección del Espíritu. Aquel que se entrega a sí mismo para ser conducido por el Espíritu en su vida, será conducido también por el mismo Espíritu en sus oraciones. Y él descubrirá que el dar propio del Padre es la contestación a una vida propia de hijo.

Para ver lo que es esta vida propia del hijo o del niño, en la cual el pedir y creer a semejanza del niño tienen su base, solo tenemos que observar lo que nuestro Señor enseña en el Sermón del Monte acerca del Padre y de Sus hijos. En ese Sermón, las promesas acerca de la oración, están incrustadas en los preceptos para la vida; y las dos son inseparables. Constituyen un entero completo; y únicamente aquel puede fiarse del cumplimiento de la promesa, quien acepta también todo lo que nuestro Señor ha relacionado con ella. Es como si al pronunciar las palabras: “Pedid y se os dará”, dijera: doy estas promesas a aquellos a quienes en las bienaventuranzas he descrito en su pobreza y pureza a semejanza de niños, y de quienes Yo he dicho: “Ellos serán llamados los hijos de Dios” (Mateo 5:3-9); a los hijos quienes hacen que su “luz alumbre delante de los hombres, para que glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt.5:16); a aquellos quienes caminan en amor, “para que seáis los hijos de vuestro Padre que está en los cielos”; a aquellos quienes buscan de ser perfectos “como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:45, 48) ; a aquellos cuyo ayunar y orar y dar limosna, no es hecho para ser vistos por los hombres, sino ante “tu Padre, quien ve lo secreto”; a quienes perdonan así como “vuestro Padre os perdona a, vosotros” (Mateo 6:15); a quienes confían en el Padre celestial, en todas sus necesidades terrenales, “buscando primeramente el reino de Dios y Su justicia” (Mateo 6: 26-32); quienes no solo dicen: “Señor, Señor, más hacen la voluntad de Mi Padre que está en el cielo” (Mt.6:21).

Los tales son los hijos del Padre, y tal es la vida en el amor y el servicio del Padre; en una vida de esa clase, semejante a la vida del niño, las oraciones contestadas son seguras y abundantes.

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¿Pero esta enseñanza no desalentará al débil? Si primeramente tenemos que ser semejantes a esta delineación de un hijo, ¿no resultará que muchos tendrán que abandonar toda esperanza en cuanto a obtener contestaciones a sus oraciones? La dificultad desaparece si volvemos a pensar en los benditos nombres de padre e hijo. Un niño es débil; existe una gran diferencia en los niños en cuanto a edad y capacidad. El Señor no demanda de nosotros un perfecto cumplimiento de la ley; no, pero solo demanda que se cultive el espíritu del niño, y la entrega de uno mismo en integridad de corazón para vivir como niño con El en obediencia y en verdad. Nada más. Pero, tampoco, nada menos. Todo el corazón tiene que pertenecer al Padre. Cuando éste se Le ha entregado, y El ve a Su hijo con propósito honesto y voluntad fija buscando en todo ser y vivir como un niño, entonces nuestra oración será para El como la oración de un hijo. Comience uno a estudiar sencilla y honestamente el Sermón del Monte y tome ese Sermón como el guía y la regla de su vida, y descubrirá que, a pesar de su debilidad y de sus fracasos, se manifestará una libertad que aumenta más y más, de reclamar el cumplimiento de los promesas que contiene en relación con la oración. En los nombres de padre e hijo tiene él la garantía que sus peticiones serán concedidas.

Este es el principal y casi único pensamiento en que Jesús se detiene aquí, y el cual quisiera que todos nosotros, Sus alumnos, recibiéramos. El quisiera que el secreto de la oración eficaz consistiera en tener el corazón henchido del amor del Padre, del amor de Dios. No basta que sepamos que Dios es un Padre: El quisiera que tomáramos tiempo para que se produzca en nosotros la completa impresión de todo lo que ese Nombre implica. Tenemos que pensar en el mejor padre humano que conocemos; pensar en la ternura y el amor con que él mira el pedido de su hijo, el amor y el gozo con que él concede todo deseo razonable; luego, mientras pensamos con reverente adoración en el infinito Amor y Paternidad de Dios, tenemos que considerar con Cuanta más ternura y gozo EL NOS contempla llegándonos a El, y nos da aquello que pedimos debida y correctamente. Y luego, cuando vemos cuanto transciende nuestra comprensión esta Divina aritmética, y cuando sentimos cuán imposible nos es aprender cual es la prontitud de Dios para oírnos, entonces Él quisiera que viniéramos con corazón abierto para que el Espíritu Santo derramara en él el amor Paternal de Dios. Hagamos esto, no solo cuando deseamos orar, sino que cedamos corazón y vida para morar en ese amor. El hijo que solo desea saber algo del amor del padre, cuando tiene algo que pedir, será desengañado. Pero aquel que permite que Dios sea Padre siempre y en todo, que desea vivir toda su vida en la presencia y el amor del Padre, quien permite a Dios en toda la grandeza de Su amor ser Padre para él, ¡oh, él experimentará de la manera más gloriosa que una vida en la infinita Paternidad de Dios,

y las contestaciones continuas a la oración, son inseparables!

¡Amado compañero-discípulo! comenzamos a ver cual es la razón porque tenemos tan poca experiencia de contestaciones diarias a nuestras oraciones, y cual es la principal lección que el Señor tiene para nosotros en Su escuela. Todo es en el nombre del Padre. Nosotros pensábamos que en la escuela de Cristo obtendríamos una nueva penetración en algunos de los misterios del mundo de oración. El nos dice que la primera es a la vez la suprema lección; tenemos que aprender a decir bien: ¡Abba Padre! “Padre nuestro que estás en los cielos”. El que puede decir verdaderamente esto, tiene la clave a toda oración. En toda la compasión con que un padre escucha a su hijo débil o enfermo, con todo el gozo con que escucha a su hijo en sus primeros balbuceos, con toda la tierna paciencia con que sobrelleva a un niño irreflexivo e impulsivo, tenemos, como en otros tantos espejos, que estudiar el corazón del Padre, hasta que cada oración nuestra sea llevada hacia El en la fe de esta palabra Divina: “CUANTO MAS vuestro Padre celestial dará buenos dones a los que Le pidieren”.

¡Jesús, ¡enséñame a orar!

¡Bendito Señor! Tú sabes esto, que aunque sea ésta una de las primeras y más simples y más gloriosas lecciones en Tu escuela, es, para nuestros corazones, una de las más difíciles para aprender: sabemos tan poco del amor del Padre. ¡Señor! enséñanos a vivir de tal manera con el Padre que Su amor sea para nosotros algo más íntimo, más claro y más querido que el amor de ningún padre terrenal. Y sea la seguridad de que El escucha nuestra oración, tanto mayor que la confianza en cualquier padre terrenal, como los cielos son más altos que la tierra, como Dios es infinitamente más grande que el hombre. ¡Señor! haznos ver que es solamente nuestro alejamiento del Padre, como si no fuéramos Sus hijos, que impide la contestación a nuestra oración, y condúcenos, Señor, a la verdadera vida de los hijos de Dios. ¡Señor Jesús! es el amor paternal que despierta la confianza filial. ¡Oh, revélanos al Padre, revélanos Su tierno, compasivo amor, para que lleguemos a ser como niños, y para que experimentemos como, en la vida del hijo, consiste la potencia de la oración!

¡Bendito Hijo de Dios! el Padre Te ama a Ti, y Te ha entregado a Ti todas las cosas. Y Tú amas al Padre, y has cumplido todas las cosas que Te mandó, y así Tú tienes el poder de pedir todas las cosas. ¡Señor! danos Tu propio Espíritu, el Espíritu del Hijo. Haz que sea nuestra vida, una vida a semejanza de la del niño, como lo fue la Tuya sobre la tierra. Y sea levantada cada oración en la fe de que como el cielo es más alto que la tierra, así el amor Paternal de Dios, y Su prontitud para darnos lo que pedimos, sobrepasa todo lo que podamos pensar o concebir. Amén.

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NOTA (1)

“Vuestro Padre que está en los Cielos”. ¡Ay de nosotros! Hacemos uso de la frase solo como la expresión de un reverente homenaje. Pensamos que es una figura tomada de la vida sobre la tierra, y que, solo con algún significado débil y superficial, puede ser usada en relación a Dios. Tenemos miedo de tomarle a Dios como nuestro propio, tierno y compasivo Padre. El es un maestro de escuela, o algo más alejado de nosotros aún que eso, y alguien que nos conoce menos aún — un inspector, quien nada sabe de nosotros sino por medio de nuestras lecciones. Sus ojos están fijos, no sobre el alumno sino sobre el libro. y todos por igual deben alcanzar la misma cantidad de conocimientos.

Abre los oídos de tu corazón, tímido hijo de Dios; permite que esta verdad vaya penetrando hasta las más íntimas profundidades del alma. Aquí está el punto de partida de la santidad, en el amor y la paciencia y la compasión de nuestro Padre celestial. No tenemos que aprender a ser santos como si fuera una difícil lección en la escuela, para así conseguir que Dios piense bien de nosotros; tenemos que aprenderlo (por así decir) en el hogar con el Padre a nuestro lado ayudándonos. Dios te ama a ti, no porque eres hábil ni porque eres bueno, sino porque El es tu Padre. La Cruz de Cristo no hace que Dios nos ame; es el resultado y la medida de Su amor para nosotros. El ama a todos Sus hijos, los más toscos, los más apáticos y atrasados, los peores, Su amor está en la base y en el fondo de todo, y tenemos que colocarnos sobre eso como la base sólida de nuestra vida religiosa, no por nuestro crecimiento alcanzando nosotros a ese amor, sino creciendo de y en ese amor, y por razón misma de ese amor. Tenemos que comenzar ahí, o todo nuestro comenzar resultará nada. Tratad todos de asiros de esa verdad con firmeza. Tenemos que salir fuera de nosotros para cualquier esperanza, o fuerza o confianza. ¡Y qué esperanza, qué fuerza, qué confianza pueden ser nuestras ya que comenzamos aquí: vuestro Padre que está en los cielos!

Necesitamos penetrar hasta la ternura y la abundancia de ayuda que contienen estas palabras, y apoyarnos sobre esa ternura y ayuda — VUESTRO PADRE. Repítelas otra y otra y otra vez a ti mismo hasta que llegues a sentir algo de la potencia real de esta asombrosa verdad. Significan que estoy vinculado a Dios por la más íntima y más tierna relación; que tengo un derecho a Su Amor, a Su Poder y a Su Bendición, como ninguna otra relación me podría dar. ¡Oh la valiente confianza con que podemos acercarnos a El! ¡Oh las grandes cosas que tenemos el derecho de pedir! VUESTRO PADRE. Significa que todo Su espíritu, amor y paciencia y sabiduría se inclinan sobre Mí para ayudarme A MI. En esta relación existe, no solo la posibilidad de la santidad; existe infinitamente más que eso.

Aquí tenemos que comenzar en el amor paciente de nuestro Padre. Pensad como El nos conoce aparte y

personalmente a cada uno, con todas nuestras peculiaridades, y en todas nuestras debilidades y dificultades. El amo juzga por el resultado, pero nuestro Padre juzga por el esfuerzo. El fracaso no siempre significa culpa. El sabe cuanto cuestan las cosas, y las pesa donde otros solo miden. VUESTRO PADRE. Pensad cuanto estima El los pobres comienzos de los pequeños, por toscos y faltos de significados como pueden ser para algunos. Todo esto existe en esta bendita relación, todo esto, y mucho más. No temáis aceptarlo todo como vuestro.

(1) Extraido de “Thoughts on Holiness.” (Pensamientos sobre la Santidad) por Mark Guy Pearse. Aquello que tan hermosamente dice este escritor sobre el conocimiento de la Paternidad de Dios como el punto de partida de la santidad, es no menos cierto en cuanto a la oración.