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Cautiva de GorSaga de Gor 07

John NormanElinor Brinton de la Tierra, adinerada, bella, en situacin de disfrutar de todos los privilegios de su sexo y su posicin social, se encuentra de pronto prisionera en el campamento de Targo, mercader de esclvos de Gor. All, encadenada junto a otras bellas cautivas - Ute, la amiga leal y compasiva que no es ms que una pobre tonta a los ojos de Elinor; Lana, la favorita y la mas mimada de todas- debe aprender a olvidarse de su amor propio, a someterse, a obedecer las rdenes de sus dueos, llamarles Amo y ser Vendida. Orgullosa y virginal, est decidida a no ser esclava y escapar. Es entonces cuando se encuentra con Rask de Treve, tarnsman salvaje y proscrito, conocido y temido en todo Gor por su mortal destreza en la batalla.

LA MARCAEl siguiente testimonio est escrito por orden de mi amo, Bosk de Puerto Kar, el gran mercader, y creo que una vez de los guerreros. Mi nombre era Elinor Brighton. Yo haba sido independientemente afortunada. Es decir, una mujer independiente, que se mantena a s misma. Hay mucho que no comprendo. Dejo que otros puedan encontrar el significado en este relato. Entiendo que mi historia no es tan nica, ni tan rara, como puede parecer. Para el patrn de la Tierra, Yo era considerada como extremamente bella. Sin embargo en este mundo, Soy una chica cuyo valor es de quince piezas de oro: mas preciosa que muchas, pero hasta ahora superada por otras tantas cuya asombrosa belleza solo puedo envidiar. He sido comprada para las cocinas de la casa de Bosk. Siendo comerciantes, tengo aprendido, cmo navegan en las rutas de esclavos entre este mundo y la Tierra. Las mujeres, entre otros bienes, son adquiridas y tradas a los mercados de este mundo raro.Si usted es hermosa, y deseable, debe temer. Al parecer pueden hacer lo que desean. Sin embargo, creo que quizs hay destinos peores que podran suceder a una mujer que sea trada a este mundo, aunque sea como un premio a los hombres. Mi Amo me ha dicho que no describa este mundo con gran detalle. No se el por qu de eso, pero si l no quiere que lo haga, yo no voy a hacerlo. l me ha dicho que narre principalmente lo que ocurri conmigo. Y me ha pedido que ordene mis pensamientos y, sobre todo, mis emociones. Deseo hacerlo. De hecho, incluso si yo no desease hacerlo,

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tendra que obedecerle de todos modos. Basta con decir un poco de mis antecedentes y condicin. He recibido una educacin esmerada, al menos era cara. Soport una sucesin interminable de aos de soledad en internados, y ms tarde en uno de los mejores colegios para seoritas del Noroeste de Estados Unidos. Aquellos aos me parecen ahora extranamente vacos. Casi frvolos. No tuve ninguna dificultad para obtener buenas calificaciones. Creo que mi inteligecia era buena, pero incluso cuando mis trabajos no alcanzaban un nivel aceptable, eran altamente considerados, como lo eran los de mis hermanas de asociacion estudiantil. Nuestros padres eran personas adineradas y a menudo entregaban a las escuelas y colegios universitarios importantes donaciones econmicas despus de nuestras graduaciones. Por lo dems, yo nunca haba encontrado que los hombres, y muchos de mis instructores lo eran, fueran difciles de complacer. A decir verdad, ellos parecan impacientes por complacerme. Un curso me suspendieron francs. Mi profesor en este caso era una mujer. El Decano de los Estudiantes, como sola hacer en tales ocasiones, se neg a aceptar la calificacin. Hice un pequeo examen con otro profesor y la nota fue sobresaliente. La mujer se despidi de la escuela aquella primavera. Lo sent, pero ella deberia haberlo sabido. Al ser rica, no tena problemas de ningun tipo para hacer amigas. Era muy popular, aunque no recuerdo a nadie con quien pudiese hablar. Prefera pasar mis vacaciones en Europa. Poda permitirme vestir bien y lo haca. Mi cabello estaba siempre como yo quera, incluso cuando pareca encantadoramente despeinado. Una cinta, un determinado color en un accesorio, la correcta y carsima barra de lpiz de labios, la confeccin de una falda, la calidad de la piel de un cinturn y unos zapatos a juego de importacin: todo era importante. Cuando tena que ir a pedir mas tiempo para algun ejercicio retrasado, me ponia unos viejos vaqueros, un jersey y una cinta en el pelo. Adems sola mancharme un poco las manos y la mejilla con tinta mecanogrfica. Siempre consegua el margen de tiempo que me haca falta.

Por supuesto que no era yo la que mecanografiaba los trabajos. Aunque s que los redactaba, habitualmente. Me gustaba hacerlo. Me gustaban ms los mos, que los que poda adquirir. Unos de mis profesores, que me haba concedido un aplazamiento para la entrega de un trabajo aquellla misma tarde, me reconoci aquella noche cuando se sent varias filas detras de m en la sala de conciertos del Lincon Center. Me estuvo mirando burlonamente, y durante el intermedio pareci que iba a hablarme. Le dirig una mirada glacial y dio media vuelta, sonrojado. Yo iba vestida de negro, con el pelo recogido hacia arriba y llevaba perlas y guantes blancos. No se atrevi a mirame ms.

No se cundo se fijaron en m. Pudo ser en una calle de Nueva York, en una acera de Londres o en un cafe de Pars. Pudo haber sido mientras tomaba el sol en la Riviera. Pudo incluso ser en el mismo campus de mi Universidad. En cualquier sitio. Sin yo saberlo, se haban fijado en m y me adquiriran. Opulenta y bella, me guiaba por mi instinto. Me crea superior al resto de la demas gente, y no me asustaba demostrarles a mi manera, que esto era as en verdad. Es curioso, pero ellos, en vez de parecer enfadados, se mostraban impresionados y un poco intimidados, al menos por fuera, pues yo desconoca lo que sentan privadamente. Me aceptaban por la gran importancia que me daba a m misma, que era considerable. Intentaban complacerme. Yo me diverta con ellos, a veces con mala cara, haciendo ver que estaba enfada o disgustada, para luego sonreirles y demostrar

que les haba perdonado. Parecan agradecidos y radiantes. Cunto los despreciaba yo!. Cunto los utilizaba!. Me aburran. Yo era rica, guapa y afortunada. Ellos no eran nada. Mi padre hizo fortuna gracias a sus tierras y edificios de Chicago. Por lo que se, solo se preocupaba de su negocio. No recuerdo que me besase nuca. Tampoco recuerdo haberle visto tocar a mi madre o que ella le tocase a l en mi presencia. Ella provena de una familia acomodada en Chicago, con extensas propiedades en la costa. No creo que mi padre tuviera inters por el dinero que ganaba, ms que por el hecho de ganarlo en mayor cantidad que otros hombres, pero siempre haba otros ms ricos que l. No era un hombre feliz. Recuerdo las recepciones que mi madre organizaba en casa. Lo hacia con frecuencia. Una vez mi padre me menciono que ella era su ms preciado bien. Lo dijo a modo de halago. Recuerdo que mi madre era bella. Envenen a un caniche que tuve una vez porque el perro haba roto una de sus zapatillas. Yo tena siete aos en aquel entonces y llor mucho. Cuando me gradu, no asistieron a la ceremonia. Esa fue la segunda vez que llor en mi vida. l tena una cita de negocios. Ella daba una cena para algunos de sus amigos de Nueva York, donde resida. Por supuesto, me envi una tarjeta y un reloj muy caro, que yo regal a otra chica. Aquel verano mi padre falleci de un ataque al corazn aunque tena poco mas de cuarenta aos. Por lo que se, mi madre todavia reside en Nueva York, en una suite en Park Avenue. En la liquidacin de la hacienda de mi padre, recibi la mayor parte de los bienes, pero yo obtuve unos tres cuartos de milln de dolares. Bsicamente en obligaciones y bonos. Era una fortuna que fluctuaba, en ocasiones considerablemente segun el mercado, pero que era substancialemente slida. El hecho de que mi fortuna fuese hoy de ms de medio millon de dolares o maana superase los tres cuartos de millon no me interesaba demasiado. Despus de graduarme, fij mi propia residencia en un tico de ParK Avenue. Mi madre y yo nunca nos veamos. En realidad, no tena ningun inters especial por proseguir mis estudios o por dedicarme a algo. Fumaba demasiado, aunque destestaba el tabaco. Beba bastante. Nunca me dio por las

drogas porque era algo que me pareca estpido. Mi padre haba tenido numerosos contactos de negocios en Nueva York y mi madre a su vez, posea amigos influyentes. La llame varias veces por telfono algunas semanas despus de mi graduacin, pues pensaba que poda ser una buena idea comenzar una carrera como modelo. Ma pareca que aquello llevaba consigo un cierto glamour y que podra as conocer gente interesante y divertida. Algunos das mas tarde fui invitada por dos agencias a varias entrevistas, que como imaginaba fueron un simple formulismo. Hay sin duda muchas chicas lo suficientemente hermosas como para dedicarse a esta profesin. En una poblacion de millones de personas, la belleza no es algo difcil de encontrar. Por lo tanto, sobre lo referente a chicas sin experiencia, puede suponerse qu otros criterios, aparte de ese o el encanto o la elegancia, son los que frecuentemente determinan las posibilidades iniciales de una joven en un terreno tan competitivo. Aquel era mi caso. Creo, por supuesto, que yo podra haber tenido exito por m misma igualmente. Pero no me hizo falta intentarlo. Disfrut bastante de mi carrera como modelo, aunque no dur mas que unas pocas semanas. Me gusta la ropa y s cmo llevarla a la perfeccion. Me gusta posar, si bien en ocasiones es doloroso y pesado. Los fotgrafos y los artistas parecan inteligentes e ingeniosos, aunque a veces fueran un poco bruscos. Eran muy profesionales. Uno de ellos me llam perra un dia. Yo me re. Me surgan muchos trabajos. El mejor remunerado de todos era uno en el cual tendra que lucir varias piezas de una coleccion de prendas de bao, organizado por una firma bastante conocida, cuyo nombre no considero relevante mencionar a efectos de la narracin. Pero no llegu a realizarlo. Recib la noticia del trabajo un lunes por la tarde y debia presentarme en un estudio determinado el mircoles por la maana. Tena el martes libre, as que desped a mi doncella de color y a la cocinera hasta el mircoles. Quera toda la casa para m, para estar sola, leer y escuchar discos.El martes por la maana me levant tarde. Me desperto la luz del

sol que se colaba por entre las cortinas. Me desperec. Era un dia clido y relajante. Muy relajante. Eran casi las doce. Duermo desnuda, entre blancas sbanas de satn. Alargu la mano para coger el cenicero de la mesita de noche y encend un cigarrillo. No haba nada extrao en la habitacin. Un viejo mueco, un koala polvoriento, yaca cerca de los pies de la cama. Los libros estaban encima de las mesas. La pantalla de la lmpara estaba ligeramente ladeada, tal y como yo la recordaba de la noche anterior. El despertador, al que no haba dado cuerda, segua en mi neceser. El cigarrillo no saba bien, pero yo misma haba querido encenderlo. Me ech de nuevo sobre las sbanas y volv a desperezarme. Luego gir mis piernas hacia el borde de la cama y deslic los pies hacia el interior de mis zapatillas. Me cubr con un batn de seda. Apagu el cigarrillo en el cenicero y fui al cuarto de bao para ducharme.

Recog mi cabello hacia arriba, me deslic del batin y corr la puerta de la ducha para meterme dentro. A los pocos segundos estaba gozando del agua templada. Era un buen da. Clido y relajante. Muy, muy relajante. Permanec unos instantes con la cabeza hacia atrs y los ojos cerrados, dejando caer el agua a lo largo de mi cuerpo. Luego cog el jabon y empec a enjabonarme. Cuando apliqu la pastilla a mi muslo izquierdo, me sobresalt. All haba algo que yo no haba tocado antes. Mir mi muslo llena de espanto. yo no haba sentido ningun dolor. Pero aquello no estaba all la noche anterior!. Ahora haba una marca en mi pierna. En la parte alta del muslo. Media unos cuatro centimetros de largo y era una marca cursiva y graciosa. Estaba segura de que aquello no era el resultado de una herida producida naturalmente. A su manera era perfecta, bastante profunda y limpia. Recuper el aliento y me apoye en la pared para enderezarme. Como una autmata limpi el jabon de mi cuerpo y cerre el grifo. Sal del cuarto de bano todava hmeda, y camin descalza por encima de la alfombra para colocarme frente al gran espejo que haba a un lado del dormitorio y as ver todo mi cuerpo. All me sent desfallecer y de nuevo la habitacin pareci apagarse a mi alrededor. Sobre el espejo, en el que yo an no me haba fijado, haba otra marca dibujada con mi lpiz de labios mas encarnado. Era la misma marca que luca en la pierna, la misma seal graciosa y cursiva. Ms o menos as:

Me mir en el espejo sin poder dar crdito a lo que estaba

viendo. Toqu de nuevo la marca de mi muslo y volv a mirar la seal roja dibujada en el espejo. Me contemple a m misma. No saba casi nada de aquellas cosas, pero no caba la menor duda sobre la hermosa y profunda marca grabada en mi muslo. Todo se volv negro y ca sobre la alfombra delante del espejo. Me desvanec. Me haban marcado a fuego. NOTA: La marca es una K de Kajira (Esclava en el idioma goreano)

EL COLLARNo saba cunto tiempo haba permanecido echada en el suelo sobre la gruesa alfombra. Quizs hubiese transcurrido mas de una hora a juzgar por la posicin del sol que se filtraba a travs de las cortinas. Me incorpor, apoyandome sobre las manos y las rodillas, y me mire en el espejo llena de horror. No pude reprimir un grito. !Estaba volvendome loca!. Me lleve las manos a la cabeza y la sacud. Aferr mis dedos a la anilla que me rodeaba la garganta, para intentar quitarmela del cuello. Me la haban colocado mientras estaba inconsciente!. Alrededor de mi garganta, perfectamente encajada, haba una delicada y brillante anilla de metal. Con un extrano presentimiento busqu el cierre en la parte de atrs de mi cuello para soltarla. Mis dedos rebuscaron. No lo encontraban. La gir despacio y con cuidado, pues estaba muy ajustada. La examin en el espejo. No haba ningn cierre. Slo una diminuta y resistente cerradura en la que deba encajar una llave pequesima. !La haban cerrado alrededor de mi garganta!. Haba algo escrito en ella, pero no poda leerlo. !La escritura estaba en una lengua que me resultaba desconocida!. La habitacin comenz a oscurecerse una vez ms y tambin a girar, pero luche desesperadamente por mantenerme consciente. Alguien estuvo en la habitacin y coloc la argolla en mi cuello, y ese alguien podra seguir all. Con la cabeza baja y el cabello cado hacia la alfombra, andando a cuatro patas, sacud la cabeza. No perdera el conocimiento. Permanecera consciente. Mire a mi alrededor. Mi corazn estuvo a punto de detenerse. La habitacin estaba vaca. Me arrastr hasta el telfono que

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estaba junto a la cama, sobre la mesilla de noche. Lo levant con el mximo cuidado para no hacer ningun ruido. No haba linea. El cable colgaba libremente. Los ojos se me llenaron de lgrimas.

Haba otro telfono en el saln, pero estaba al otro lado de la puerta. Me daba miedo abrirla. Mir hacia el cuarto de bao. Aquella estancia tambin me asustaba. No saba lo que poda haber all dentro. Yo tena un pequeo revolver. Nunca lo haba disparado. Era la primera vez que pensaba en l. Consegu ponerme en pie y me dirig vacilante hacia el enorme armario de tres cuerpos que haba a un lado del dormitorio. Hund la mano bajo los pauelos y la ropa interior del cajn y sent su empuadura. Grit de alegria. Mir el arma, sin poder creerlo. No pude ni hablar. Sencillamente no poda entender qu

haba sucedido. Casi en su totalidad se haba convertido en un montn informe de metal. Era como si fuese un trozo de chocolate derretido. Lo deje caer de nuevo sobre la seda. Me ergu insensible y vi mi imagen en el espejo. Estaba indefensa. Pero mi terror no era un terror corriente. Senta que me haba ocurrido mucho mas de lo que poda ser explicado en los trminos del mundo que me era conocido. Estaba asustada. Corr hacia las cortinas que cubran el gran ventanal de mi habitacin y las abr de par en par. Mir hacia la ciudad. All estaba, oscurecida por los gases de la contaminacin. Poda ver cientos de ventanas, algunas de las cuales reflejaban el sol, en medio de la dorada neblina. Poda ver los grandes muros de ladrillo, acero y cemento. Era mi mundo. Permanec all un momento, mientras el sol se posaba sobre m a traves del grueso y sucio cristal. Era mi mundo!. Pero yo segua desnuda tras el cristal, con la garganta rodeada por una anilla de acero de la que no poda desprenderme. Sobre mi muslo haba una marca. !No!. grite interiormente. !No!. Me alej de la ventana y sigilosamente, me dirig hacia la puerta del saln, que estaba un poco entreabierta. Hice acopio de valor y la abr un poco mas. Casi me desvanec de alivio. No haba nadie en la estancia. Todo estaba como yo lo haba dejado. Corr a la cocina, que poda divisar desde el saln, y abr un cajn a toda prisa. Saqu un cuchillo enorme. Me volv ferozmente, apoyando la espalda contra el mostrador de la cocina y blandiendo el cuchillo; pero all no haba nadie. Con l en la mano me senta ms segura. Regres al saln y fui hasta el telfono. Jur para mis adentros al comprobar que el cordn haba sido cortado. Inspeccion el atico. Las puertas estaban cerradas con llave. La vivienda estaba vaca y la terraza tambin. El corazn me lata salvajemente. Pero me senta mejor. Corr al armario para vestirme, para salir de la casa y avisar a la policia. Justo al llegar al armario, alguien llam con fuerza a la

puerta. Me volv sujetando el cuchillo. La llamada se repitio con mas insistencia. Abran. ordeno una voz. Polica. Suspir aliviada y corr a la puerta, todavia con el cuchillo. Al llegar me detuve, aterrorizada. Yo no haba llamado a la polica. Desde el tico no era fcil que alguien me hubiese odo gritar. No haba intentado avisar a nadie al descubrir que los telfonos estaban desconectados. Solo haba querido escapar. Quienquiera que estuviese al otro lado de la puerta, no poda ser la policia. La llamada son ms fuerte. Abran la puerta!. Abran la puerta!. !Polica!. Consegu controlarme. !Un momento!. contest con tanta calma como pude lograr. Ahora mismo abro. Me estoy vistiendo. Las llamadas cesaron. Est bien. dijo la voz. Dese prisa. S.respond suavemente, sudando. Ahora mismo. Corr al dormitorio y mir histricamente a mi alrededor. Cog algunas sbanas del armario de la ropa de cama, y las anud nerviosa unas a otras. Corr a la terraza. Sent un mareo al mirar por encima de la barandilla. Pero unos cuatro metros ms abajo haba una pequea terraza. Una de las muchas que sobresalan del edificio. Daba al apartamento de debajo. Al sol, con el aire que me irritaba los ojos, y partculas de holln y cenizas cayendo sobre m, anud uno de los extremos de las sbanas firmemente a una barra de hierro que remataba el murete que rodeaba la terraza. El otro extremo cay hacia abajo, a la pequea terraza. De no haber estado aterrorizada, nunca hubiese tenido el valor para hacer algo semejante. Las llamadas haban vuelto a comenzar. Notaba la impaciencia de los golpes. Regres al dormitorio para coger algo que ponerme, pero al entrar en la habitacin o que golpeaban la pesada puerta. Advert que no poda llevar el cuchillo conmigo mientras descenda por las sbanas, pues tendra que utilizar ambas manos. Tal vez hubiera podido sujetarlo entre los dientes, pero, con el pnico, no se me ocurri. Estaba en la habitacin cuando o que la puerta comenzaba a

ceder y a separarse de los goznes. Enloquecida, arroj el cuchillo sobre la almohada y sal a la terraza. Sin mirar abajo, aterrorizada, con un nudo en el estmago, comenc a descender moviendo una mano despues de la otra. Acababa de desaparecer de la barandilla cuando o que la puerta saltaba y unos hombres entraban en el apartamento.

En cuanto llegase a la terraza de abajo, estara a salvo. Poda llamar la atencin de los inquilinos de aquel apartamento o, si era preciso, con una silla o cualquier otra cosa romper los cristales y entrar. Arriba, desde el interior del tico, me llego un grito de rabia. Poda oir los ruidos de la calle, que me llegaban desde muy abajo. Pero no me atreva a mirar. Entonces mis pies tocaron las tejas de la terraza. !Estaba a

salvo!. Algo suave, doblado y blanco se deslizo sobre mi cabeza y pas ante mis ojos. Se introdujo en el interior de mi boca. Otro trozo de tela doblado pas sobre mi cabeza. Alguien lo anudo firmemente en la parte posterior de mi cuello. Intent gritar, pero no pude hacerlo. !La tenemos! dijo una voz.

CUERDAS DE SEDAMe despert inquieta, sacudiendo mi cabeza. Era un mal sueno. No, no. murmur retorcindome, esperando despertar. No, no. Pareca como si no pudiera moverme como deseaba. No me gustaba eso. Estaba disgustada. Enojada. Luego, de repente, me despert. Grit, pero no hubo ningun sonido. Intent sentarme, pero casi me estrangulo y ca hacia atrs. Luch violentamente. Est despierta. dijo una voz. Dos hombres enmascarados me miraban desde los pies de la cama. Escuch a otros dos hablando en el living. Los dos hombres que haban estado a los pies de la cama se dieron la vuelta y dejaron la habitacin, yendo a reunirse con los otros. Luch violentamente. Mis tobillos haban sido atados juntos con cuerdas de seda de color claro. Mis muecas tambin estaban atadas juntas, pero detras de mi espalda. Un trozo de cuerda de seda haba sido colocado alrededor de mi cuello, y con el haban atado mi cabeza a la cama. Poda verme en el espejo. La extraa marca, dibujada con lpiz labial, an estaba en su superficie. Trat de gritar otra vez, pero no pude. Mis ojos, como poda ver en el espejo, eran salvajes sobre la mordaza. Continu luchando, pero despues de unos momentos,escuch a los hombres volver a la habitacin y me detuve. A travs de la puerta abierta, vi las espaldas de dos hombres, en uniforme de polica. No poda ver sus caras. Los dos enmascarados volveron al dormitorio. Me examinaron.

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Quera discutir con ellos, pero no poda emitir sonido alguno. Mov mis piernas y me gir de lado, para cubrirme tanto como poda. Uno de los hombres me toc. El otro profiri un breve sonido, brusco. El primero se gir. El sonido haba sido una palabra. Sin duda una negacin. Yo no conoca ese lenguaje. Los hombres no haban saqueado mi casa. Las pinturas estaban an en las paredes. Las alfombras orientales en el suelo. Nada haba sido tocado. Vi al hombre que me haba tocado, que pareca ser un subordinado, lo que pareca ser una una pluma de un estuche de cuero en su bolsillo. Lo desenrrosc y me sorprendi. Era una jeringa.. Sacudi mi cabeza violentamente, !No!. Enterr la aguja en mi costado derecho, en la espalda: entre mi pecho y mi cadera. Fue doloroso. No me sent enferma. V cmo volva a guardar la jeringa en su estuche y el estuche en su bolsillo. El hombre ms alto mir su reloj. Habl en Ingles esta vez al hombre mas pequeo, el que tena la jeringa. Hablo con un acento definido, pero no pude ubicarlo. Regresaremos luego de la media noche. dijo. ser ms fcil en ese momento. Podremos alcanzar el punto P en cinco horas con poco trfico. Y tengo otros asuntos que atender esta noche. Muy bien. dijo el hobre ms pequeo. Estaremos listos para entonces. No haba habido el mas mnimo rastro de acento en la respuesta. No tena dudas de que su lengua nativa era el Ingls. Tal vez tena dificultad para seguir la forma natural de hablar del otro. Pero cuando le haba hablado secamente, en aquel lenguaje extrao, haba obedecido. Y rpidamente. Adivin que le tema al hombre mas alto. La habitacin comenzo a volverse mas oscura en las esquinas. El hombre alto se me acerc y me tom el pulso. Luego me liber. La habitacin pareci volverse ms oscura y clida. Trat de mantener mis ojos abiertos. El hombre alto dej el cuarto. El pequeo se demor. Fue hacia la mesita de luz y tomo uno de mis cigarrillos. Con uno

de mis pequeos y finos encendedores importados de Paris, lo encendi. Tir la ceniza en el cenicero. volv a tocarme, esta vez ntimamente, pero no pude ofrecer resistencia. Empezaba a perder la conciencia. Expuls el humo en mis ojos y nariz... sobre m. Luch dbilmente contra las ataduras, peleando por mantenerme consciente.

Escuch la voz del hombre alto, hablando desde la puerta, pero se oa muy lejana. El pequeo se apur a alejarse de mi. El jefe entr en el dormitorio y yo gir mi rostro para mirarlo. V a los dos hombres vestidos de policas dejar el apartamento, seguidos por el hombre pequeo, que mientras sala de la casa, retiraba su mscara. No v su cara. El alto me mir y yo le devolv la mirada. Dbil, casi inconciente.

Me habl informndome. Regresaremos despus de la media noche. me dijo. Luch dbilmente para hablar, peleando contra la mordaza, contra la droga. Solo quera dormir. Querrs saber... pregunt. qu pasar contigo cuando eso suceda?. Asent. La curiosidad... dijo. no es bienvenida en una kajira. No lo entend. Digamos simplemente, dijo. que estaremos aqu luego de la medianoche. A traves de la mascara, pude ver sus labios moverse en una sonrisa. Sus ojos tambin parecan sonreir. Entonces dijo. volveremos a drogarte. Y despus. agreg. sers embalada para el viaje. Abandon la habitacin. Tir de las cuerdas que me apresaban y perd la conciencia. Me despert en la habitacin, an atada. Estaba oscuro. Poda or los ruidos del trfico nocturno de la ciudad a traves de la puerta abierta que daba al patio y la terraza. A travs de las cortinas abiertas poda ver miles de brillantes rectngulos de ventanas, algunas an iluminadas. La cama estaba empapada en sudor. No tena idea de la hora. Solo saba que era de noche. Rod para ver la alarma del reloj sobre el neceser, pero lo haban girado. Luch contra mis ataduras. !Deba liberarme!. Pero despus de preciosos minutos de lucha ftil, segua tan perfectamente atada como lo haba estado temprano en la tarde. De pronto, una nueva esperanza desperto en mi cuerpo. !El cuchillo!. Antes de que los hombres entraran en la casa, lo haba escondido entre las almohadas. Gir sobre m misma, atada, y corr la almohada con mis dientes. Casi me desmayo del alivio. El cuchillo permaneca donde yo lo haba dejado. Sobre la sbana de satn. Pele por moverlo con mi boca y la parte de atras de mi cabeza, hacia mis manos atadas. Fue una tarea dolorosa y frustrante, pero pulgada a cuarto de pulgada, pude empujarlo hacia abajo. Una vez cay al suelo y llor por dentro de la angustia. Casi asfixindome por la atadura de mi cuello, me deslic a medias de la cama y busqu el cuchillo con mis pies. Mis tobillos haban sido cruzados y atados cuidadosamente. Era

extremadamente difcil sostener el cuchillo. Cay de nuevo, una y otra vez. Maldije a la cuerda que ataba mi cuello a la cama. Llor. Muy abajo, en la calle, pude escuchar las sirenas de un camin de bomberos, y otros sonidos de la noche de la ciudad. Luch, amordazada y atada, silenciosa, torturada. Al final, me las arregl para llevar el cuchillo hacia los pies de la cama. Con mis pies y mi cuerpo, logr colocarlo debajo mo y empujarlo hacia arriba.

!Y alcance el mango con mis manos atadas!. Pero no poda alcanzar las ataduras. Haba alcanzado el cuchillo y no poda usarlo!. Luego, fervorosamente, llor por dentro de alegra y lo presion contra la parte posterior de la cama, sostenindolo con mi propio cuerpo. Comenc a ver las cuerdas con el cuchillo. Este, sostenido contra mi espalda sudorosa, se desliz cuatro veces, cada una de las cuales lo

colocaba nuevamente en su lugar y me obligaba a retomar mi tarea. Luego, mis muecas estaban libres. Tom el cuchillo y cort la cuerda de mi cuello y la de mis tobillos. Salte de la cama y corr al neceser. Mi corazn se detuvo. !Ya era media hora pasada la medianoche!. Mi corazn golpeaba con fuerza. Arranqu la mordaza de mi rostro. Arranqu el abultado fajo de tela deteriorada de mi boca. Me senta repentinamente enferma. Ca de rodillas, y vomit sobre la alfombra. Sacud mi cabeza. Con el cuchillo, corte la mordaza de donde colgaba alrededor de mi cuello. Volv a sacudir la cabeza. Ahora eran treinta y cinco minutos pasada la medianoche. Corr a mi armario. Tom lo primero que encontr: un par de pantalones acampanados color canela y una blusa negra corta, que dejaba ver el estmago. Los sostuve respirando agitadamente. Mir a traves de la habitacin. Mi corazn casi se detiene. En el medio de las sombras, en la tnue luz que vena de la ciudad, haba una mujer. Estaba desnuda. Sostena algo frente a ella. Alrededor de su cuello haba una banda de acero. En su muslo una marca. !No!. Lloramos juntas. Jade. Mi cabeza daba vueltas. Enferma, me aparte de mi reflejo en el espejo de cuerpo entero. Me puse los pantalones y me deslic dentro de la blusa. Encontr un par de sandalias. Eran treinta y siete minutos pasada la medianoche. Corr de nuevo al armario y tom una pequea valija. Lo tir al pie de la cajonera y comenc a arrojar prendas de vestir en l y lo cerr. Tom mi bolso de mano y corr con la valija dentro del living. Abr un pequeo aceite, y forceje con la cerradura de la caja fuerte. Sola guardar alrededor de quincemil dolares, y joyera en casa. Revolv en la apertura y tir dinero y joyas dentro de mi bolso. Mir aterrorizada hacia la puerta salida. En el reloj de la pared se lea que eran cuarenta minutos pasada la medianoche. Me daba miedo atravesarla. Record el cuchillo. Corr de nuevo a la habitacin y lo tom, escondindolo en la cartera. Luego, asustada, corr al patio y la terraza. Haban quitado la soga de sbanas que yo haba hecho.

Corr de nuevo hacia el cuarto. Las encontr en una esquina, separadas, como ropa sucia. Mir de nuevo el espejo. Me detuve. Sub el cuello de la blusa negra, bienalto en mi cuello, para tapar el collar de acero. Volv a mirar la marca dibujada con labial en el espejo. Tomando con firmeza la cartera y la valija, me apur a atravesar la puerta rota. Me detuve frente al pequeo ascensor privado en la antesala fuera de mi casa. Corr de nuevo dentro para agarrar mi reloj de muneza. Eran cuarenta y dos minutos pasada la medianoche. Con la llave que llevaba en mi cartera, abr el ascendor y descendi al hall inferior, en donde haba un conjunto de elevadores pblicos. Apret todos los botones de descenso. Mir los indicadores sobre las puertas de los ascensores. Haba dos que ya estaban subiendo, uno al piso siete, y el otro al noveno. !Yo no poda haberlos llamado!. Gem. Me di la vuelta y corr hacia las escaleras. Me detuve al pie de las mismas. Desde abajo, en las escaleras de cemento reforzadas con acero, o los zumbidos huecos de los pasos de dos hombres. Corr de nuevo hacia los elevadores. Uno par en mi piso, el veinticuatro. Me qued rgida, con la espalda presionada contra la pared. Un hombre con su esposa baj de l. Jade y hu delante de ellos. Me miraron raro mientras presionaba el boton hacia el piso principal. Al mismo tiempo que la puerta de mi ascensor se cerraba, o la del ascensor de al lado abrirse. A travs del hueco de la puerta que se terminaba de cerrar, pude ver las espaldas de dos hombres, vestidos con uniforme de policas. Lenta, lentamente, el ascensor baj. Par en cuatro pisos. Me mantuve en la parte de atras del ascensor, mientras entraban tres parejas y otro hombre. Cuando llegamos al piso principal, hu del ascensor pero en un momento, retom mi autocontrol. Me examin y mir el lugar. haba algunas personas en el vestbulo, sentados por ah, leyendo o esperando. Algunos me miraron vanamente. Era una noche calurosa. Un hombre, con una pipa, me mir sobre su peridico. Era l uno de ellos?. Mi corazn casi se detiene. volv a leer su peridico. Ira al estacionamiento del edificio, pero no a travs del

vestbulo. Ira por la calle. El recepcionista toc su sombrero mientras yo pasaba por la puerta. Sonre. Afuera en la ciudad, me d cuenta de lo realmente calurosa que era esa noche. Inconcientemente toqu el collar debajo de la blusa. Sent el acero a traves de ella. Un hombre pas mirndome. Saba lo que suceda?. Poda acaso saber sobre la banda de acero en mi cuello?. Era una tonta. Sacud la cabeza, temblando. Alc la cabeza bien erguida y me apur a caminar bajando por la vereda hacia la puerta de calle del estacionamiento del edificio. La noche era calurosa. Muy calurosa. Un hombre me mir intensamente mientras caminaba. Me apresur a pasarlo. Unos pasos ms adelante, me d vuelta para mirarlo. An me miraba. Intente hacer que bajara su mirada, con una mirada llena de frialdad y de desprecio hacia l. No se gir ni dej de mirarme. Yo estaba asustada. Me di la vuelta, apurndome. Por qu no haba sido capaz de hacer que se girara?. Por qu no miro hacia otro sitio?. Por qu no se haba girado sonrojado, avergonzado y se haba apurado en la direccion contraria?. No lo haba hecho. Haba continuado mirndome. Saba acaso que haba una marca en mi muslo?. Poda sentirlo?. Acaso esa marca me volva alguien diferente a quien haba sido hasta ese momento?. Me haba, de alguna manera, separado de las demas mujeres de aquel mundo?. Podra volver a hacer que los hombres miraran hacia otro sitio?. Y si no poda, Qu significaba eso?. Qu me haba hecho esa pequea marca?. Repentinamente me sent indefensa y de alguna forma, repentinamente, por primera vez en mi vida, vulnerable y radicalmente femenina. Tropec. Entr al estacionamiento. Encontr las llaves en mi cartera y se las d apresurada al encargado, sonriendo. Algo anda mal, Senorita Brinton?. me pregunt. No, no. respond. Incluso l me mir. !Aprese, por favor! le rogu. Se apresur a tocar su sombrero y a apartarse.

Esper lo que parecieron aos. Cont los latidos de mi corazn. Luego el auto pequeo, ronrroneante, en perfecta armona, un Maseratti personalizado, aparecio en la acera, y el empleado sali. Arroje un billete en su mano. Gracias. dijo. Pareca preocupado. Diferente. Toc su sombrero. Me abri la puerta. Me sonroj y lo pas de largo, tirando mi valija y el bolso dentro del coche. Trep detras del volante y l cerr la puerta. Se inclin sobre m. Se encuentra bien, Senorita Brinton?. me pregunt. Pareca estar demasiado cerca. !S, S!. Respond. Y puse el auto en marcha acelerando, slo para parar con un rechinar del caucho, arrastrndome a unos diez pies. Con un interruptor elctrico abri la puerta para m, y manej en el trfico ligero, en aquella calurosa noche de Agosto. Incluso aunque la noche era clida, el aire que corra despeinndome, me refresc. Lo haba hecho bien. Haba escapado!. Pas por una estacin de polica y casi me detengo. Quizs pudieran ayudarme, protegerme. Pero Cmo poda saberlo?. Dos de aquelos hombres vestan uniformes de polica. Y tal vez pensaran que estaba loca. Podra terminar detenida en la ciudad. En donde ellos estaban. Tal vez estaban esperando por m. No saba quines eran. Ni siquiera saba con claridad qu queran. Podan estar en cualquier sitio. Ahora deba escapar. escapar, escapar, escapar!. El aire me vigorizaba. !Haba escapado!. Me precipit sobre el trfico, ligera, libre. Los otros autos a veces tenan que frenar de golpe. Podan tocar la bocina todo lo que desearan. Ech mi cabeza hacia atrs y re. En seguida dej atrs la ciudad, cruzando el puente George Washington y tomando las avenidas rapidas hacia el Norte. En unos pocos minutos estaba en Connecticut. Deslic mi reloj en mi mueca, mientras conduca. Cuando lo hice, eran la una y cuarenta y seis a.m.

Cant para m misma. Otra vez era Elinor Brinton. Se me ocurri que no debia tomar las avenidas, sino seguir caminos menos transitados. Dej la avenida a las 2:07 a.m. Otro auto estaba siguindome. Me re un poco de ello, pero luego de unas cuantas vueltas, el auto an me segua.

Repentimantente me asust e increment la velocidad. Entonces, tambin el otro auto lo hizo. Asi qu ahora, mientras lloraba angustiada, ya no era ms Elinor Brinton, la que siempre tena control de s misma. La rica, la sofisticada, aquella con un exquisito gusto e inteligencia. Era solament una chica aterrorizada escapando de no saba qu. Una desconcertada y confundida chica con una marca en su muslo izquierdo y un crculo de acero cmodamente asegurado a su cuello.

No, llor para m misma, no. !Seria Elinor Brinton!!Yo era ella!. Repentinamente comenc a conducir framente, de manera rpida, eficaz y brillante. Si queran una persecucin, la tendran. !No encontraran en Elinor Brinton a una presa fcil!. Quienes fuera que fuesen, ella era mucho mas que ellos. !Ella era Elinor Brinton, la rica y brillante Elinor Brinton!. Durante ms de cuarenta y cinco minutos, me adelant a mi perseguidor, a veces aumentando la ventaja, a veces perdindola. Una vez, andando por caminos de pasto, estuvieron a cuarenta metros de m, pero increment la distancia, metro a metro. !Estaba emocionada con su persecucion, y los eludira!. Finalmente, cuando ya estaba a ms de doscientos metros de ellos, en un cruelmente descuidado camino, apagu mis luces y me sal del camino adentrndome entre algunos rboles. Haba muchos desvos en el camino, algunas curvas. Ellos asumiran que yo haba tomado alguna. Me sent. El corazn palpitaba con fuerza. Dentro del Maseratti, con las luces apagadas. En cosa de segundos, el siguiente auto pas a la carrera, tomando una curva. Esper durante unos segundos y luego volv a conducir hacia la carretera. Conduca con las luces apagadas y as continu durante varios minutos, siguiendo la linea doble amarilla del centro del camino, iluminada por la luz de la luna. Luego, cuando llegue a una avenida ms transitada, a un camino de cemento, bien trabajado, encend mis luces y continu mi camino. Los haba perdido. Continu yendo hacia el Norte. Asum que ellos supondran que haba desandado el camino, retornando hacia el Sur. Ellos no pensarian que seguira mi camino en la misma direccion. Pensaban que era demasiado inteligente para aquello. Pero yo era mas inteligente que ellos. !Porque eso era precisamente lo que iba a hacer!. Eran alrededor de las cuatro y diez de la maana. Me detuve en un pequeo hotel. Un conjunto de bungalows ubicados al pie de la carretera. Estacion detrs de una de las cabaas,

donde no podan verme desde el camino. Nadie esperara que parara en ese momento. Cerca de los bungalows, al Norte de la carretera, haba un restaurante que estaba abierto. Estaba casi vaco. Las luces rojas de nen del lugar parpadeaban en la calurosa y oscura noche. Yo estaba famlica. No haba comido nada en todo el da. Entre al restaurante y me sent en una de las cabinas, que no poda ser vista desde el camino. Sintese en la esquina. dijo el chico del restaurante. Estaba slo. Men. le respond. Com dos sandwiches de carne, con pan seco, un pedazo de tarta de la tarde anterior, y un carton pequeo de leche chocolateada. En cualquier otro momento me hubiera disgustado, pero esa noche estaba eufrica. Pronto haba alquilado una cabaa para la noche, aquella en la que haba estacionado el Maseratti. Met mis pertenencias dentro y cerr la puerta con llave. Estaba cansada, pero cant para m misma. Estaba excesivamente complacida con lo bien que lo haba hecho. La cama se vea tentadora pero yo estaba sudada, sucia... y siempre me haba molestado irme a descansar sin ducharme. Adems, quera lavarme. En el bao, examin la marca de mi muslo. Me enfureca. Pero tengo que reconocer que, furiosa como estaba, no poda dejar de sentirme cautivada por su elegante insolencia. Apret mis puos. La arrogancia que haba sido colocada en mi cuerpo. !La arrogancia, la arrogancia! Me marcaba. Pero hermosamente. Me examin a m misma en el espejo. Consider la marca. No haba duda de ello. Esa marca, de alguna forma, insolentemente, resaltaba de forma increble mi belleza. Estaba furiosa. Tambin de forma incomprensible, descubr que me senta curiosa por el tacto de un hombre. Nunca me haban importado demasiado los hombres. Expuls el pensamiento violentamente de mi cabeza. !Yo era Elinor Brinton!. Irritable, examin la banda de acero de mi cuello. No poda leer la inscripcion de la misma, por supuesto. Ni siquiera

poda reconocer el alfabeto. De cualquier forma, tal vez era slo un diseo de cursiva. Pero algo en el espaciamiento y en el formato de las figuras me deca que no era as. La cerradura era pequea y firme. La banda encajaba cmodamente. Mientras me miraba en el espejo, se me cruz el pensamiento de que el collar, como la marca, tambin era atractivo. Acentuaba mi dulzura. No poda quitarmelo. Por un instante, me senti intil, pertenecida, una cautiva,una propiedad de otros. Se me pas por la cabeza la breve fantasa de encontrarme con semejante banda en el cuello, marcada como estaba, desnuda en los brazos de un brbaro. Me estremec asustada. Nunca antes me haba sentido as. Apart la mirada del espejo. Para maana me habran retirado esa banda. Me met en la ducha y pronto estaba cantando. Haba envuelto una toalla alrededor de mi cabello y, seca y fresca, aunque cansada, y muy contenta, sal del bao. Abr las sbanas de la cama. Estaba a salvo. Haba dejado mi reloj de pulsera en la cartera, cuando me preparaba para baarme. Lo mir. Eran las cuatro cuarenta y cinco. Volv a guardar el reloj en el bolso. Me estir para tirar de la pequea cadena de la lmpara. En ese momento la v. En el espejo a travs de la habitacin. En la base del espejo reposaba un lpiz labial abierto. Mo. Que haba sido tomado de mi cartera mientras me baaba. En el mismo espejo, dibujada con barra de labios, estaba otra vez la marca. La misma marca, cursiva y elegante, que yo llevaba en mi muslo. Levante el telfono. Estaba sin lnea. La puerta del bungalow estaba sin pestillo. Yo la haba cerrado con llave. Pero la cerradura haba sido abierta, e incluso haban retirado el perno. Corr a la puerta y volv a trabarla, apoyndome contra ella. Empec a sollozar. De forma histrica, corri a por mis ropas y me vest. Tal vez tuviera tiempo. Tal vez se haban ido. Tal vez simplemente me esperaban afuera. Yo no lo saba. Revolv en la bolsa, en busca de las llaves del auto. Corr a la puerta. Luego, aterrorizada, me dio miedo tocarla. Podran estar

esperndome fuera. Me mov hacia la parte de atrs de la cabaa. Apagu la luz y permanec aterrorizada, en la oscuridad. Corr las cortinas de la ventana trasera del bungalow. La ventana estaba trabada. La destrab. Casi sin hacer ruido, para mi alivio, la ventana se desliz hacia arriba. Mir fuera. No haba nadie a la vista. Tena tiempo. Aunque tal vez estuvieran en el frente. O podran haberse ido, esperando que no viera la marca en el espejo hasta la maana. No, no. Deban estar en el frente. Gate fuera por la ventana. Dej la pequea valija en la cabaa. Tena la cartera. Eso era importante. En ella tena quince mil dolares y joyera. Ms importante an, tena las llaves del auto. Tranquilamente, me sub al auto. Deba encenderlo, ponerlo en marcha y acelerar antes de que nadie pudiera detenerme. El motor an estaba caliente. Arrancara inmediatamente. Gruendo, el Maseratti cobr vida, escupiendo piedras y basura de sus ruedas traseras, casi rozando el borde de la cabaa. Clav los frenos en la entrada de la carretera y me deslic sobre el cemento de inflexion, y a continuacin con un grito del caucho y un fuerte olor a quemado, el auto rugi mientras aceleraba por la autopista. No haba visto nada. Encend las luces del auto. Algunos autos me pasaban, acercndoseme. Ninguno pareca ir detrs mo. No poda creer que estuviera a salvo. Pero no haba ninguna persecucin. Con una mano aboton los botones de mi camisa negra. Encontr el reloj de mueca en mi cartera y lo deslic por mi mano. Eran las cuatro y cincuenta y uno. An estaba oscuro, pero estabamos en Agosto y amanecera temprano. Abruptamente, en un impulso, dobl en un pequeo camino lateral, uno de las docenas que se esparcan por la zona. No haba forma de saber cual haba tomado. Yo no haba visto a nadie persiguiendome. Comenc a respirar mas aliviada. Mi pie se relaj sobre el acelerador. Mir en el espejo retrovisor. Me d la vuelta para mirar. No pareca ser un auto, pero alli haba algo, indudablemente. En la carretera, detrs mo.

Por un instante no pude tragar. Mi boca se sec. Tragu con dificultad. Estaba a muchos metros tras de m, moviendose lentamente. Pareca tener una sola luz. Pero esa luz pareca iluminar el camino frente a l, en una charca de luz amarilla que cruzaba el camino.

Mientras se acercaba, comenc a llorar. Se mova silenciosamente. No haba sonido alguno de motor. Era

redondo, negro, circular, tal vez de siete u ocho pies de diametro, tal vez cinco de ancho. No se mova por el camino. Se mova encima del camino. Apagu las luces del Maseratti y me sal del camino, movindome a traves de rutas de rboles en la distancia. El objeto se acerc a donde yo me haba salido del camino y pareci detenerse. Luego, para mi horror, se gir gentilmente en mi direccion, sin apuro alguno. En el crculo de luz amarilla yo poda ver el pasto del camino, las marcas de mis ruedas. Siempre suavemente, el objeto, sin parecer apurarse y con la luz amarilla frente a l, se acercaba ms y ms. El Maseratti choc contra una gran piedra. El motor se apag. Desesperadamente trat de hacerlo funcionar de nuevo. Hubo un quejido, luego otro. Y despus la solo la llave de arranque cliqueando sin sentido una y otra vez. Repentinamente fui baada por la luz amarilla y grit. Se cerna sobre m. Escap fuera del auto, en la oscuridad. La luz se mova, pero no logr volver a capturarme. Alcanc los rboles. All, aterrorizada, v la oscura forma cernirse sobre el Maseratti. Un destello de luz pareci momentneamente salir de la forma del objeto. El Maseratti pareci temblar, ondulando bajo la luz azulada, y despus, para mi horror, haba desaparecido. Permanec con mi espalda contra el rbol y la mano cubriendo mi boca. Luego la luz azulada desapareci. La amarilla volv a encenderse. La forma se gir hacia m y comenz a moverse en mi direccin lentamente. Descubr que llevaba mi cartera. De alguna manera la haba agarrado instintivamente, cuando corra fuera del auto. Contena dinero, joyera, el cuchillo de carnicero que haba cogido justo antes de huir de mi departamento. Me gir y corr como una loca, a travs de los rboles oscuros. Perd mis sandalias. Mis pies se golpearon y cortajearon. Mi blusa se rasg. Ramitas se me enrredaban en la ropa y en el pelo.Una rama rasp mi panza y llor de dolor. Otra cort mi mejilla. Hu. La luz siempre pareca estar cerca, pero no poda

atraparme. Corra de ella, forzando mi camino a traves de los leos y los rboles, raspada y cortajeada. Por momentos, pareca estar a punto de iluminarme de nuevo, volvendo amarillos los rboles y leos a solo escasos pies de m, pero cambiaba de posicin, o se movia y yo corra de nuevo. Me tropec con unos troncos, mis pies sangrando, jadeaba para poder respirar. Mis manos, en la derecha bien agarrada mi cartera, luchaban contra los troncos y ramas que se cruzaban en mi camino. No poda correr ms lejos. Colaps al pie de un arbol, jadeando. Cada msculo de mi cuerpo llorando a gritos. Mis piernas temblaban. Mi corazn palpitaba con fueza.

La luz sigui mi camino otra vez. Salte sobre mis pies y corr como una loca para escapar de ella. Luego vi algunas pequeas luces entre los rboles a alrededor de cincuenta metros delante mo, en una especie de claro en el bosque. Corr hacia ellos. Tropec violentamente en el claro. Buenas tardes, Seorita Brinton. dijo una voz. Me detuve, aturdida.

En ese mismo momento, sent las manos de un hombre cerrarse sobre mis brazos por atrs . Trat dbilmente de liberarme, pero no pude. Cerr mis ojos lastimados por el reflejo de la luz amarilla sobre el pasto. Este es el punto P. dijo el hombre. Reconoc su voz. Era el hombre alto que haba estado en mi casa en la tarde. Ya no usaba mascara. Tena el pelo oscuro y ojos oscuros. Era muy apuesto. Ha dado muchos problemas. dijo. Luego mir a los otros hombres. Traigan la tobillera de la Seorita Brinton.

LA CPSULA DE LAS ESCLAVASEl hombre que me sujetaba me gui desde donde yo me encontraba hasta un lugar en uno de los lados del claro. El otro hombre lo acompa y tambin algunos mas. La luz amarilla se extingui y la oscura y desagradable forma se pos suavemente sobre la hierba del claro. An no haba amanecido, pero no tardara mucho en hacerlo. Vi cmo se abra una escotilla en la parte superior del disco. Sali un hombre. Llevaba puesta una tnica negra. Los otros hombres iban vestidos de forma convencional, al menos los que yo vea en aquel momento en el claro. Otras luces crecieron en intensidad de manera gradual a partir de entonces. Me costaba respirar. En el centro del claro haba una forma oscura y grande, mucho mas grande que la otra, pero no particularmente diferente en cuanto al diseo o al aspecto. Deba medir unos diez metros de dimetro y unos tres de grosor. Descansaba sobre la hierba. Estaba hecha de metal negro. En ella haba varios orificios y escotillas. Una puerta permaneca abierta en uno de los lados, frente a m. Se abra de manera que tocaba la hierba y formaba como una rampa, a traves de la cual la nave poda ser cargada. Quines son ustedes?. Qu es esto?. pregunt en voz baja. Puedes soltarla. le dijo el hombre al que me sujetaba. Este obedeci. Me encontraba de pie entre ellos. Vi entonces que haba un camin en otro lado del claro. Estaban descargando cajas de varios tamaos y las colocaban en la nave. Le gust el collar?. pregunt el hombre amablemente. Sin darme cuenta, me llev las manos a la garganta.

4

Dio unos pasos y se coloc detras mo. Abri de un tirn el boton superior de mi blusa negra. Not que pona una pequea y pesada llave en el cierre, tambin pequeo y pesado. El collar que me rodeaba el cuello se abri al instante. Sin duda le darn otro. dijo. Se lo entreg al otro hombre, que se lo llev.

Me mir. Yo segu apretando el bolso contra m. Djeme marchar. susurr. Tengo dinero aqu. Y joyas. Y mucho ms. Es todo suyo. Por favor... Rebusqu en mi bolso y puse los billetes y las joyas en sus manos. Le alarg los billetes y las joyas a otro hombre. No los quera. Los hombres haban comenzado a traer, con ms cuidado, algunas de las cajas del camin y las colocaron cerca de la gran escotilla abierta de la nave. Apret el bolso con mi mano derecha, medio abierto. Me senta mal. El hombre corpulento tom mi mano izquierda y me quit el reloj.

No necesitar esto. dijo, y se lo alarg a otro hombre. Los hombres que haban descargado el camin comenzaron a desarmar los lados de las enormes cajas colocadas cerca de la escotilla. Mir llena de espanto. En cada una de ellas, amarrada con firmes tiras y atadas a anillas de su interior, haba una chica. Todas desnudas. Todas inconscientes. Todas llevaban el mismo collar. Los hombres las pusieron en libertad, retirndoles las mordazas y las anillas del cuello y atando al tobillo de cada una lo que pareca una banda de acero. Fueron transportadas inconscientes a la nave acto seguido. No pude evitar dar un grito y echar a correr. Un hombre me atrap. Cog rpidamente el cuchillo de cocina que llevaba en el bolso y le apual con furia. Dio un grito de dolor, llevandose una mano al corte ensangrentado que tena en el brazo. Tropec, cai y me levant para seguir corriendo. Pero ellos estaban todos junto a m, rodendome. Alc el cuchillo contra ellos, como una salvaje. Entonces me pareci que toda mi mano, mi mueca y mi brazo, eran golpeados por una fuerza fantstica. El cuchillo se me escurri de entre los dedos. Dej caer el brazo lentamente, dolorida. No poda mover los dedos. El dolor era tan intenso que se me saltaron las lagrimas. Uno de aquellos hombres recogi el cuchillo. Otro me tom por el brazo y me arrastr hasta el hombre corpulento. Me inclinaron hacia delante y yo levant la vista para mirarle, sollozando y con los ojos llenos de lgrimas. El hombre corpulento volv a poner en su bolsillo un pequeo aparato. Pareca una linterna, pero yo no haba visto el rayo que me haba golpeado. El dolor no durar mucho. me inform. Por favor. supliqu. Por favor... Has estado sensacional. dijo. Le mir sin poder articular palabra. El hombre a quien yo haba atacado con el cuchillo estaba detras de l, sujetndose el brazo y quejndose. Que te miren ese brazo. dijo el corpulento. El otro se quej una vez ms y se alej hacia el camin. Uno de los hombres de la nave oscura, la mas pequea, la que me haba seguido, se acerc.

Queda poco tiempo. dijo. El hombre corpulento asinti. Pero no pareci ni preocupado, ni tener prisa. Me miro cuidadosamente. Yrguete!. me orden, pero con suavidad. Yo intent erguirme. Todava tena el brazo paralizado por la fuerza de antes y no poda mover los dedos. Toc el corte ensangrentado de mi vientre, donde me haba golpeado la rama. Luego, alzo mi cabeza con su mano, y la volvo hacia un lado para ver el corte de mi mejilla. Esto no nos gusta.coment. Y pidi. Traed blsamo. Trajeron un unguento y el lo esparci sobre ambas heridas. No ola a nada. Me sorprendi ver que se absorba casi instantneamente. Has de ser mas cuidadosa. dijo. No repliqu. Podras haberte marcado t misma, o haberte quedado ciega. le devolvo el unguento a otro hombre. Son superficiales. me explic. y sanarn sin dejar rastro. !Djeme marchar!. grit. !Por favor! !Por favor!. !Queda poco tiempo, poco tiempo!. Urgi el hombre de la tnica negra. Traed su bolso. dijo el corpulento, con calma. Se lo llevaron, desde el sitio donde yo haba cado al intentar escapar. quizs te gustara saber como te seguimos?. pregunt. Asent sin articular palabra. Extrajo un objeto de mi bolso. Qu es esto?. inquiri. Mi polvera. le dije. Sonri y le dio la vuelta. Desatornill la parte de abajo. En el interior haba un cilindro diminuto soldado a un pequeo plato circular que estaba cubierto por muchas rayas como el cobre, pequeisimas. Este artilugio. explic. transmite una seal que puede ser recogida por nuestro equipo a una distancia de casi doscientos kilometros. sonrio. Un aparato similar a este fue escondido en la parte inferior de tu automvil. No pude reprimir el llanto. Amanecer dentro de seis ehns. dijo el hombre de la

tnica. Me di cuenta de que se perciba un resplandor por el Este. No comprenda lo que haba dicho. El hombre corpulento asinti a lo dicho por el de la tnica. Entonces, este levant un brazo. La nave pequea se elev poco a poco y se movi en direccion a la mayor. Uno de los orificios de sta se abri hacia arriba. La nave pequea se col por l. Alcanc a ver algunos hombres, con tnicas negras, que la sujetaban a unas laminas de acero del suelo. La puerta se cerr otra vez. Lo que quedaba de las cajas haba vuelto a ser colocado en el camin. En un sitio y otro, por distintos lugares en el claro, los hombres iban y venan, recogiendo el equipo. Colocaban todas estas cosas en el camin. Ya poda mover el brazo y un poco los dedos de la mano. Pero su nave, la pequea.dije. pareca no acabar de encontrarme. Te encontr. afirmo l. La luz no consigui alcanzarme. repliqu. Crees que fue slo por equivocacin que acabaste en nuestro campamento?. Asent, sintiendome desgraciada. l se ech a reir. Le mir llena de espanto. La luz. prosigui. Siempre corras para evitarla. Protest bajito. Fuiste trada aqu. dijo. Llor, por tanto sufrimiento. Se volv hacia su subordinado. Has trado el grillete de la Seorita Brinton? El subordinado se lo entreg. Vi que era de acero. Estaba abierto. El cierre pareca un pasador. Qued all de pie, frente a ellos, tal y como haba estado hasta entonces, con mis pantalones tostados y mi blusa negra, salvo que ahora llevaba adems, un grillete en el tobillo. Observa. dijo el hombre corpulento, indicndome la nave negra. Mientras la observaba, pareci como si las luces empezasen a parpadear en su superficie, y luego como si los pequeos haces de luz se entrecruzasen a traves del acero y ante mis propios ojos, comenz a cambiar de color, volvendose de un

azul grisaceo, salpicado de blanco. En el mismo momento pude ver el primer resplandor de luz que surgia por el este. Esta es una tecnica de camuflaje por campos de luz. continu informndome el hombre corpulento. Es algo primitiva. El sistema de pantalla de radar que hay en el interior es ms sofisticado. Pero la tcnica de camuflaje por campos de luz ha reducido considerablemente los avistamientos de nuestra nave. Aparte de eso, por supuesto, hacemos poca cosa ms con la nave grande que no sean llegadas y salidas de un punto determinado. La nave pequea se usa mas ampliamente, pero generalmente solo por la noche, y en reas aisladas. Tambin se halla equiparada con los camuflajes por campos de luz y cuenta con un sistema de pantalla de radar. Entend muy poco de cuanto me dijo. La desvestimos?. pregunt uno de los subordinados. No. contest l. Dio un paso y se coloc detrs mo. Vamos a la nave?. pregunt. No me mov. Me volv para mirarle de frente. !Deprisa!. grit el hombre de la tnica negra, desde el interior de la gran nave. !Amanecera dentro de dos ehns!. Quin es usted?. Qu quiere?. supliqu. La curiosidad est reida con las Kajiras. Le mir fijamente. Podran azotarte por ello. aadi. !Aprisa! !Aprisa!. gritaba el de la tnica negra.!Debemos realizar el enlace!. Por favor. solicit el hombre corpulento, sealando la nave con una mano. Di media vuelta y le preced hacia la nave como un autmata. Al llegar al pie de la rampa me ech a temblar. !Rpido, Kajira!. dijo con suavidad. Ascend por la rampa de acero. Me di la vuelta. l estaba de pie sobre la hierba. Segn vuestra medida del tiempo. dijo. amanece en este meridiano y esta latitud, en el dia de hoy, a las seis y dieciseis Vi asomar el sol por el extremo de mi mundo, elevndose y tocndolo. Amaneca en el Este. Era el primer amanecer que

yo vea. No es que no hubiese pasado nunca una noche entera en vela, lo haba hecho. Incluso muchas veces. Era sencillamente que nunca haba contemplado un amanecer. Adios, Kajira. me dijo el hombre. Extend mis brazos hacia l y grit.

La rampa de acero se separ del suelo y se cerr hermticamente dejandome en el interior de la nave. Una puerta de seguridad se desliz sobre la rampa y tambin se cerr hermticamente. Golpe su superficie con todas mis fuerzas, llorando desesperada. Unas manos robustas me cogieron por detrs. Era uno de los hombres que vestan tnica negra. Haba una diminuta cicatriz de tres puntas sobre su pmulo derecho. Me llev a rastras, llorando y pataleando, a lo largo de la nave, entre hileras de tubos y placas de metal. Finalmente me encontr en una zona algo redonda, donde, sujetos a unos rales de la pared, inclinndose sobre el suelo, haba varios cilindros transparentes, quizs de plastico duro. En su interior se hallaban las chicas que viera antes, las que

haban sido sacadas del camin. Uno de los tubos estaba vaco. Otro hombre, vestido como el primero, desenrosc uno de los extremos del tubo vaco. Me di cuenta de que haba dos pequeas mangas, una en cada extremo, sujetas al tubo. Llegaban hasta una maquina dispuesta en la pared. Luch desesperadamente, pero los dos hombres, uno cogiendo mis tobillos y el otro sostenindome por debajo de los brazos, me metieron en el tubo a la fuerza. Enroscaron la tapa del cilindro para cerrarlo. Me puse de lado. Empuj con las manos las paredes del tubo. Grit y grit. Patale contra el cilindro. Los hombres no daban la impresin de prestarme la mas minima atencin. Entonces empec a notar que me desvaneca. Resultaba difcil respirar. Uno de los hombres aplic una pequea manga a una diminuta abertura que haba sobre mi cabeza. Levant los ojos. Estaba entrando una corriente de oxgeno en el tubo. Otra manga fue conectada al extremo del cilindro, por encima de mis pies. Percibi un sonido dbil, casi inaudible, como si entrase aire. poda respirar. Entonces los dos hombres parecieron abrazarse cuando se sujetaron a unos railes, parte de las repisas sobre las que estaban dispuestos los cilindros. Me sent repentinamente como si estuviese en un ascensor, y por un momento no pude respirar. Me di cuenta de que estabamos ascendiendo. Por la sensacin que not en el cuerpo, apretado contra el tubo, supuse que debamos ascender verticalmente o casi. No hubo ninguna sacudida particularmente fuerte y no result demasiado desagradable. Fue rpido y escalofriante, pero no doloroso. No o ningn sonido de motores o mquinas. Al cabo de aproximadamente un minuto, los dos hombres, cogidos al rail, salieron de la habitacin. La extraa sensacin continu durante algn tiempo. Luego, al cabo de un rato, me sent lanzada contra uno de los lados del tubo, con bastante fuerza, durante unos minutos. Despues, repentinamente, pareca que ninguna fuerza tiraba de m y, horrorizada, me desplac hasta el otro lado del tubo. Algo ms tarde, una tnue fuerza pareci tirar de m hacia el lado derecho del tubo. Extraamente, tuve la impresion de

que, ms que hacia la derecha, bamos hacia abajo. Poco despus, uno de los hombres que vestan tnica negra, cruz la habitacin. Llevaba unas sandalias con unas placas metalicas en la suela y avanz lentamente, paso a paso, sobre la superficie de acero. Lo que antes haba sido el suelo, ahora pareca una pared a mi izquierda, y aquel hombre se movia extraamente por la pared. Fue hasta la mquina en la que desembocaban las mangas que salian de los tubos, y giro un mando pequeo. Not de inmediato algo distinto en el aire que me llegaba. Haba otros mandos parecidos, debajo de varios interruptores; sin duda, cada uno era para uno de los contenedores. Intent llamar su atencin. Grit. Aparentemente no poda oirme. O no le interesaba hacerlo. Me fij vagamente en que ahora la fuerza pareca tirar de mi cuerpo de una manera distinta. Tambin not que el suelo y el techo estaban donde tenan que estar. Vi, aunque no era totalmente consciente de ello, que el hombre sala de la habitacin. Mir hacia fuera a traves del plstico. Apret las manos contra las paredes transparentes, pesadas y curvas de mi pequea prisin. La orgullosa Elinor Brinton no haba escapado. Era una prisionera. Perd el conocimiento.

TRES LUNASMe resulta difcil aventurar qu ocurri. No se cunto tiempo estuve inconsciente. Se tan slo que despert aturdida, desconcertada, boca abajo, con la cabeza vuelta hacia un lado, sobre la hierba. Clav los dedos en la tierra. Quera gritar. Pero no me mov. Los acontecimientos de aquella tarde y noche de Agosto resonaban en mi mente. Cerr los ojos. Tena que dormirme otra vez. Tena que volver a despertarme, entre las blancas sabanas de saten de mi atico. Pero la sensacin de la hierba fresca contra mi mejilla me dijo que yo ya no estaba en el apartamento, ni en algn entorno que me resultase familiar. Apoyndome en las manos, me puse de rodillas. Lanc una mirada al sol. Por alguna razon no me pareci el mismo. Mov una mano y apret un pie contra el suelo. Me d por vencida llena de espanto. Saba perfectamente que ya no estaba en mi mundo, en el mundo que yo conoca. Era otro mundo, un mundo diferente, uno que no conocia, que me resultaba extrao. Y sin embargo, el aire pareca hermosamente claro y limpio. No poda recordar un aire parecido. La hierba estaba hmeda por el roco y era rica y verde. Me hallaba en un campo de algo, pero se divisaban unos rboles altos y oscuros, en la lejana. Cerca de m, creca una pequea flor amarilla. La mir sorprendida. Nunca antes haba visto una flor como aquella. En la distancia, algo apartada del bosque, pude ver una espesura amarilla, tambin de rboles, pero que no eran verdes, sino brillantes y amarillos. Se oa un riachuelo cerca de donde me encontraba. Me senti asustada. Di un grito al ver pasar como una centella un pjaro diminuto de color prpura sobre mi cabeza.

5

Lejos de m, cerca de la espesura amarilla, v moverse con gracia a un pequeo animal amarillento. Quedaba demasiado lejos para poder verlo bien. Debia ser un venado o una gacela. Desapareci en la espesura. Mir a mi alrededor.

A unos cuantos metros de donde me encontraba vi un montn de metal retorcido, una estructura negra destrozada, medio quemada en la hierba. Era la nave. Me di cuenta de que ya no llevaba el grillete en el tobillo izquierdo. Me haba librado de l. Todava vesta las ropas con las que haba sido capturada. Los pantalones de color tostado y la blusa negra. Las sandalias las haba perdido corriendo en aquel bosque de la Tierra, mientras intentaba escapar de la nave. Tuve ganas de marcharme corriendo de all y llegar tan lejos como me fuera posible. Pero no pareca haber senales de vida alrededor de la nave. Estaba muerta de hambre. Me arrastr hasta el riachuelo y echada sobre el estmago, sorb agua y llen mi boca. Lo que haba imaginado que eran petalos de una pequea flor bajo la rpida y fra superficie del riachuelo, se separ bruscamente y se convirti en un montn de diminutos peces amarillos. Me quede sin habla. No me apeteci seguir bebiendo.

Slo deseaba apartarme corriendo de la nave. Aquellos hombres estaran en alguna parte. Pero la nave pareca silenciosa. Vi algunos pajaros revolotear a su alrededor. Deba haber comida en el interior.

Despacio, muy asustada, me acerqu a ella. Paso a paso. Finalmente, al llegar a unos veinte metros de distancia, di una vuelta a su alrededor, atemorizada. Estaba llena de boquetes, los paneles de acero separados y doblados, quemados y abollados. No haba seales de vida. Me acerqu entonces a la nave, medio enterrada en la hierba. Mir hacia el interior a travs de una de las grandes grietas que haba en el acero. Pareca que sus bordes se haban fundido y endurecido. En algunos lugares haba churretones

de acero congelados, como si gruesos regueros de pintura se hubiesen escurrido de un pincel y luego se hubiesen solidificado. El interior estaba oscuro y quemado. En determinados sitios las tuberas haban reventado. Los paneles se haban partido, dejando al descubierto los complejos y negros circuitos que ocultaban. El recio cristal, o el cuarzo, o el plastico, de las puertas estaba perforado en muchos puntos. Descalza, caminando sobre las planchas de acero que senta retorcido bajo mis pies, y sin que nada me lo impidiese, penetr en la nave conteniendo la respiracin. Pareca que all no haba nadie. El interior estaba organizado de una manera un tanto abigarrada, con muy poco espacio entre las hileras de tuberas, conducciones y contadores. En ocasiones estos pequeos huecos estaban cerrados casi completamente por tubos retorcidos y pedazos de cable que surgian de los lados, pero consegu llegar arrastrandome hasta donde yo quera. Encontr lo que cre que sera una sala de controles, con dos sillas y un enorme orificio frente a ellas. En esta sala tambin haba sillas en un lado, cuatro de las cuales tenan delante una cantidad enorme de indicadores, interruptores y pulsadores. No fui capaz de encontrar ninguna sala de mquinas. Cualquiera que fuese la fuerza que propulsase la nave, deba hallarse en la parte de debajo. Quizs tan solo fuese accesible a travs del fuselaje de acero del suelo. Seguramente los motores de la nave y sus armas, si las tena, deban de ser manipulados desde la sala de mandos. Di con la zona en la que se guardaban los gruesos tubos de plstico, en uno de los cuales yo haba estado confinada. Todos los tubos haban sido abiertos. Estaban vacios. O un sonido detras mo y lanc un grito. Un animal pequeo y peludo pas corriendo junto a m. Sus patas resbalaban sobre las placas del suelo de acero. Tena seis patas. Me apoy contra un grupo de conducciones para recuperar el aliento. Regres a la parte mayor de la nave, y volv a mirar las grandes grietas del acero. No acababa de parecerme del todo posible que las hubiese causado el impacto contra el suelo. Eran cuatro. Una mas bien hacia la parte de abajo de la nave.

Las dos del lado izquierdo eran mas pequeas. La grieta a travs de la cual haba entrado era la ms grande. En el punto por el que yo haba pasado, puesto que el metal se hallaba desgarrado, como petalos de acero. Meda casi tres metros de alto; era una brecha que, de manera irregular, en la izquierda, se escurra hacia abajo y acababa a pocos centmetros del suelo. Haba, por supuesto, muchos otros puntos en la nave en los que se apreciaban daos. En todos los casos se trataba de acero agujereado y retorcido y cosas parecidas. Imagin que muchos de aquellos destrozos habran sido causados por el impacto. Mir una vez ms las grandes grietas. No me pareci improbable que la nave hubiese sido atacada. Corr por ella aterrorizada, intentando hallar comida o armas. Encontr la zona de alojamiento de la tripulacin. All haba unos armarios con cerrojos, y seis literas, tres a un lado, apiladas la una sobre la otra, y tres en el otro. Los armarios haban sido forzados y estaban vacos. Haba sangre en uno de los lados de una de las literas. Sal corriendo de la estancia. Encontrr la diminuta cocina. En una esquina, inclinado hacia delante, royendo algo, vi un animal del tamao de un perro pequeo. Alz el morro y me gru, a la vez que el pelo de su cuello y de su lomo se erizaba con un crujido. Grit. Pareca dos veces mas grande que antes. Estaba agazapado por encima de un objeto metlico, redondo, parecido a un plato, que estaba abierto. El animal tena un aspecto sedoso. Le brillaban los ojos. Era moteado y rojizo. Abri la boca y gru de nuevo. V que tena tres filas de dientes como alfileres. Tena slo cuatro patas, no como el animal que haba visto antes. Dos dientes en forma de colmillo sobresalan de su mandbula. Otras dos protuberancias en forma de cuernos salian de su cabeza, justo encima de sus brillantes y malvados ojos negros. Me senta como enloquecida por el hambre. Abr un armario. Solo haba unas tazas. Lanc un grito histerico y comenc a tirar la tazas, que eran de metal, sobre el animal. Lanzo un rugido y con las tazas golpeando el metal de la pared por detras suyo, pas junto a m como una exhalacin. Su sedoso cuerpo golpe mi pierna

en el momento de salir de la cocina. Tena una cola muy larga, sin pelo, como un latigo. Cerr la puerta de la cocina llorando. Abr todos los armarios, todos los cajones, todas las cajas. Todo lo comestible, al parecer, se lo haban llevado. !Tendria que morirme de hambre!. As que me sent sobre el suelo de acero de la cocina y llor. Cuando hube llorado bastante, me acerqu al contenedor de metal, que segua abierto y del que haba estado comiendo el sedoso y terrible animal. Conteniendo la respiracion, casi vomitando, com. Era carne, gruesa y fibrosa, como de buey, pero no era buey. Con la mano y los dedos escarb y recogi del plato todas las particulas de comida. No era suficiente. Lo devor. Me chup los dedos incluso, intentando aprovechar hasta el ltimo resquicio de jugo. Cuando me incorpor, me sentia refrescada y ms fuerte. Mir a mi alrededor tristemente. Mientras buscaba comida haba encontrado algunos utensilios, pero no cuchillos o algo que pudiera usarse como un arma. De pronto me parecio que haba permanecido demasiado tiempo en el interior de la nave. No haba encontrado cuerpos, aunque si hallado, en un sitio, en una litera, una mancha de sangre. Si haba supervivientes, podan regresar. Me quede aterrorizada. Buscando comida me haba olvidado de todo. Abr la puerta de la cocina. O un pjaro batir las alas inquieto. Era un pajaro pequeo, del tamao de un gorrin, pero pareca un bho pequeo, con unas crestas sobre los ojos. Era de un color violaceo. Me mir intrigado. Estaba posado sobre un tubo partido. Fijo su mirada en m durante un momento y luego, con un batir de alas, sali como una flecha de la nave. tambin yo sal disparada de all. Fuera, todo pareca en calma. Me detuve. El oscuro bosque quedaba detras de la nave, en la distancia. Los campos se extendan a la derecha. Algo mas a la izquierda, a lo lejos, distingu en los campos la espesura amarilla que viera antes. La posicin del sol haba variado, y las sombras eran ms largas.

Pens que era por la tarde en aquel mundo. No haca fro. Si ese mundo tena estaciones, y supuse que las tena, hubiera dicho que me encontraba en la primavera de su ao. Me pregunte cual sera la duracion de un ao all. Mirando ms cuidadosamente a mi alrededor, descubr hierba aplastada, como si hubiesen dejado cosas all antes, aquella misma maana: cajas y objetos por el estilo. En un sitio encontr algunas hebras de cabello de mujer. En otro, haba una mancha oscura, rojiza y marrn en la hierba. !Tena que salir de all! Me volv hacia el bosque, pero su oscuridad me asustaba. De pronto, a traves del aire lmpido, desde muy lejos, surgi un bramido, como de un animal muy grande, que llegaba desde el bosque. D media vuelta en sentido al del bosque y comenc a correr campo a travs ciegamente, hacia el horizonte, sobre la hierba. No haba llegado lejos, cuando me detuve, pues en el cielo y a lo lejos v moverse un objeto plateado en forma de disco. Volaba rpidamente en mi direccion. Me ech sobre la hierba y me cubr la cabeza con las manos. No not que hubiese ocurrido nada y espere unos segundos antes de levantar la cabeza. El disco plateado se haba posado en el suelo, cerca de los restos medio calcinados de la nave negra. sta lanz unos destellos rojizos, pero transcurridos unos segundos se desvanecieron. Entonces se abrieron unas ranuras en la nave plateada de las que salieron unos hombres. Llevaban unos tubos, o unas varas, que quiz fuesen armas de algun tipo. tambin stos, como los hombres de la otra nave, vestan tnicas, pero el tejido de stas eran tornasolado y morado. Llevaban las cabezas afeitadas. Algunos se desplegaron alrededor de la nave; otros, portando armas, entraron. Entonces, horrorizada, v salir de la nave plateada una criatura dorada, enorme, de seis piernas, que se apoyaba en las cuatro traseras y tena una posicin casi erguida. Sus ojos eran muy grandes y me parecio que tambin tena antenas. Sus movimientos eran rpicos, delicados, elegantes, e inclinandose hacia abajo penetr en la otra nave. Algunos de los hombres la siguieron hacia el interior.

En menos de un minuto, la criatura y los hombres salieron de la nave. Junto con los que haban permanecido fuera, regresaron apresuradamente a la suya. Las puertas se cerraron y la nave, casi simultneamente, se elev en silencio, a unos treinta metros del suelo. Se coloc sobre los restos de

la nave negra. Hubo un rpico fogonazo de color azul y una oleada de aire casi incandescente. Baj la cabeza. Cuando la levant, la nave plateada haba desaparecido. Y tambin los restos de la nave negra. Cuando consegu reunir el valor suficiente, me dirig al lugar donde haban estado aquellos. La depresin sobre la que se asentaba y la hierba de alrededor, hasta unos diez metros de distancia, estaba calcinada. Pero no pude encontrar nada de la nave, ni un trozo de cuarzo, un pedazo de cable, o una tira de metal. Desde el distante bosque volv a oir el bramido de algn animal. Una vez mas me volv y eche a correr. Al llegar al pequeo riachuelo en el que haba bebido antes, me met en el agua. Me cubra hasta la cintura. Algo me pic con fuerza en el tobillo. Grit y golpe el agua a mi alrededor. Cuando lo hube cruzado volv a correr. Deb correr, caminar y tropezar durante horas. Una vez me detuve a descansar. Me eche sobre la hierba para recuperar el aliento. tena los ojos cerrados. O un rumor. volv la cabeza y abr los ojos. Me qued mirando horripilada. Era como una cepa, tena zarzillos y hojas. Una cabeza sin ojos, en forma de vaina, se estaba moviendo hacia m. Se elevaba ligeramente sobre el suelo y se mova de lado a lado. Pude distinguir dentro de la vaina, atados a la parte mas alta, dos colmillos, como los de una serpiente venenosa, pero a modo de cuernos. Di un grito y me puse en pie de un salto. Aquella cosa me atac. Perfor con toda su fuerza el tejido de mis pantalones, alcanzandome la pierna derecha. Retire la pierna tan rapidamente como me fue posible, y desgarr el pantaln para deshacerme del trozo en el que me haba picado. Pero volvo a atacarme, una y otra vez, como si pudiese localizarme por mi olor o mi calor; pero ella estaba unida al suelo por sus races, y yo qued finalmente fuera de su alcance. Ech la cabeza hacia atrs y me llev las manos a las sienes... y grit. O otro rumor cerca de mi. Mir a mi alrededor, desesperada. V otra planta y luego otras dos ms. Y otra. Sudando, mirando por donde pasaba, me alej de alli a toda prisa. Finalmente volv a encontrarme en medio de los campos de nuevo.

Continu andando y corriendo durante horas. Al final comenz a oscurecer y a hacer fro. No poda seguir. Me dej caer sobre la hierba. Era una noche oscura y hermosa, y haba algo de viento. Algunas nubes blancas surcaban el cielo. Mir hacia las estrellas. Nunca antes me haban parecido tan bonitas, tan brillantes o tan incandescentes en la negrura de la noche. Qu hermoso es este mundo!, dije para mis adentros. !Qu hermoso!. Echada sobre la espalda contempl las estrellas y las lunas. Haba tres lunas. Dorm.

ENCUENTRO A TARGO, MERCADER DE ESCLAVASDespert por la maana, casi al amanecer. Haca mucho fro. El cielo estaba gris y haba humedad. Tena el cuerpo rgido y dolorido. Me ech a llorar. Me consol un poco sorbiendo el roco acumulado en la alta hierba. Tena la ropa mojada. Me sent desgraciada. Me encontraba sola. Estaba asustada. Tena hambre. Por lo que saba, tal vez fuera la nica persona en aquel mundo. La nave se haba estrellado all, pero quizs aquel no era su mundo. Era cierto que haba acudido una segunda nave para destruir la primera, pero aquel mundo poda no ser el suyo tampoco. Y no haba visto supervivientes del accidente. Y la segunda nave se haba ido. Me puse en pi. A mi alrededor no poda ver ms que campos de hierba suave, ondulndose y brillando en la tnue luz, a causa del roco. Campos que parecan interminables, que partan de m y se extendan en todas direcciones hasta horizontes que podan estar vacios. Me senta sla. Comenc a andar en medio de la leve bruma que cubra los campos. O el canto de un pjaro, fresco en la maana. Cerca de donde me hallaba se produjo un leve movimiento entre la hierba que me asust, y un animal pequeo y peludo con dos enormes colmillos, pas corriendo. Segu mi camino. Con toda seguridad, me morira de hambre. No haba nada que se pudiera comer. Se me saltaron las lgrimas. Recuerdo que una vez, mirando hacia el cielo, v un grupo de

6

pjaros grandes de color blanco y amplias alas. Tambin parecan solitarios all arriba, en lo alto del cielo gris. Me pregunt si, como yo, tendran hambre.

Al cabo de unas dos horas llegu a un montculo rocoso. All, entre las rocas, encontr un pequeo charco de agua de lluvia. Beb. Por all cerca, para alegra ma, encontr algunas bayas comestibles. Eran buenas y esto me llen de confianza. El sol haba comenzado a alzarse en el cielo y el aire resultaba ms clido. Llovi una o dos veces, pero no me import. El aire era limpio y brillante, la hierba verde, el cielo de un azul intenso y lo surcaban bellas nubes blancas. Cuando el sol lleg a su cnit, encontr ms bayas, y esta vez com hasta hartarme. No muy lejos de all, sobre otro

montculo rocoso, encontr otra pequea cantidad de agua de lluvia recogida. Era un charco grande y beb cuanta quise. Y me lav la cara. Despus prosegu mi camino. Ya no me senta tan asustada, ni tampoco tan disgustada. Me pareca que no era imposible que fuese capaz de vivir en aquel mundo. Me pareca hermoso. Me dej ir y comenc a correr a ratos, notando cmo flotaba mi cabello en el aire, riendo, saltando, girando y volvendo a reir. No me vea nadie. Aquello era algo que no haba hecho desde que era una nia pequea. Tuve que caminar con ms cuidado pues vi a un lado, un grupo de aquellas plantas oscuras con zarcillos, que parecan cenas. Me hice a un lado y, fascinada, las contempl, notando cmo emitan aquel zumbido y perciban mi presencia. Algunas de las vainas que contenan las semillas, y en las que se encontraban los colmillos, se alzaron cual cabezas, al sentir mi presencia, al tiempo que se balanceaban suavemente hacia delante y hacia atrs. Pero ya no las tema. Ya conoca su peligro. Hacia la mitad de la tarde me sent en la hierba, en la suave pendiente de un valle que quedaba entre dos colinas cubiertas de hierba. Me pregunt qu posibilidades de ser rescatada tena. Sonre. Saba que este mundo no era el mo. La nave que me haba traido aqu, y era consciente de ello a pesar de mi limitado conocimiento de aquellas materias, estaba muy por encima de las capacidades reales de ninguna de las civilizaciones de la Tierra. Y sin embargo quienes me haban capturado eran seguramente humanos, o lo parecan. Como los que tripulaban la nave. Incluso los que haban llegado en la nave plateada, a excepcion de la criatura gigantesca y dorada, me haban parecido humanos, o algo muy similar a los humanos. No hay que temer, me dije a mi misma. Aqu hay comida y agua. haba encontrado bayas y sin duda habra otras cosas que podra comer, frutas y nueces. Re de lo feliz que me senta. Y luego llor, por lo sla que estaba. Estaba completamente sla. De pronto, sobresaltada, alc la cabeza. Volando a travs del aire, sin que cupiese el mas minimo error, aunque llegaba

desde lejos, distingui el sonido de un grito, de una voz humana. Me puse de pie enloquecida y corr a trompicones, colina arriba. Llegu a la cima, busqu con los ojos y grit. Mov los brazos y eche a correr hacia abajo por el otro lado, tropezando, gritando y agitando los brazos. Se me saltaron las lgrimas por la alegra. !Paren!. grit. !Paren!. Slo llevaban una carreta. A su alrededor haba unos siete u ocho hombres. No haba animales. Delante de la carreta, de pie sobre la hierba, haba unas quince o veinte muchachas, desnudas. Pareca que eran ellas quienes llevaban el arns. Cerca de ellas se encontraban dos hombres. La carreta pareca tener unos desperfectos, y estaba parcialmente manchada de negro. El toldo que la cubra, de seda amarilla y azul, estaba roto. Cerca de la parte delantera haba un hombre bajo y grueso, que llevaba unos ropajes vistosamente listados en seda amarilla y azul. Sorprendidos, se volvieron a mirarme. Corr colina abajo, tambalendome y riendo, hacia ellos. Dos de los hombres salieron corriendo a mi encuentro. Los otros dos flanquendoles, subieron hasta la cima de la colina. Psaron junto a mi sin detenerse. Soy Elinor Brinton. les dije a los que haban salido a mi encuentro. Vivo en Nueva York. Me he perdido. Uno de ellos sujet con sus dos manos mi mueca derecha y rpidamente me condujeron, tirando de m sin ningn miramiento, hacia el pie de la colina, hacia el grupo que esperaba abajo. En un momento, con ellos sujetndome an, me encontr junto a la carreta. El hombre bajo y grueso, regordete y panzudo, que vesta ropajes de seda y rayas azul y amarillo, apenas me mir. Miraba ms ansiosamente a la parte alta de la colina, hasta donde haban subido sus dos hombres que agazapados, observaban cuidadosamente los alrededores desde lo alto. Otros dos hombrres se haban separado de la carreta y hacan lo mismo a unos cien metros aproximadamente, en otros puntos. Las muchachas situadas delante de la carreta, y que conducan el arns, parecan recelosas. El hombre gordo llevaba unos pendientes que eran unos zafiros montados en oro. No llevaba el pelo, negro y largo, bien cuidado. Lo tena

sucio y mal peinado, sujeto en la parte posterior de su cabeza con una cinta de seda azul y amarilla. Calzaba sandalias de color prpura, adornadas con perlas. Estaban cubiertas por el polvo y faltaban algunas perlas En sus manos pequeas y gruesas luca varios anillos. Tena las manos y las uas sucias. Me dio la impresin de que deba de ser bastante meticuloso en sus hbitos personales. Pero en aquellos momentos no lo pareca. Se le vea ojeroso y preocupado. Uno de los hombres, un individuo canoso y de un solo ojo, regres de su exploracion por los campos cercanos. Adivin que no haba encontrado nada. Se dirigi al hombre regordete llamndole Targo. Targo levant los ojos hacia lo alto de la colina. Uno de los que estaban all de pie algo mas abajo de la cima, movi los brazos y se encogi de hombros, al tiempo que alzaba sus armas en el aire. No haba visto nada. Targo respir profundamente, con visible alivio. Entonces me mir. Yo le dediqu la mejor de mis sonrisas. Gracias por rescatarme. Me llamo Elinor Brinton. Vivo en Nueva York, que es una ciudad del planeta Tierra. Deseo regresar all inmediatamente. Soy rica y le aseguro que, si me lleva alli, ser esplndidamente recompensado. Targo me miro extraado. !Yo pensaba que hablaba ingles!. Regres otro de los hombres, supongo que para informar que no haba encontrado nada. Targo le envi otra vez al mismo sitio, imagino que para que estuviera alerta. Llam, sin embargo a uno de los hombres que estaban en lo alto de la colina. El otro permaneci vigilando en su puesto. Yo repet, algo irritada, pero con paciencia, lo que haba dicho ya antes. Habl clara y lentamente para que le resultase ms fcil entender lo que le deca. Deseaba que aquellos dos hombres soltasen mis muecas. Iba a seguir hablndole, para tratar de explicarle mis ideas y mis deseos, pero l dijo algo abruptamente, un poco irritado. Enrojec de rabia. No queria seguir escuchndome. Tir de mis muecas hacia abajo, pero los hombres no me soltaron. Entonces Targo comenz a hablarme. Pero yo no entenda nada. Hablaba de una manera tajante, como se le habla a un sirviente. Aquello me irrit.

No le entiendo le dije framente. Targo pareci reconsiderar su impaciencia. El tono de mi voz debi de sorprenderle. Me mir cuidadosamente. Me di la impresion de que sospechaba haberse equivocado en alguna cosa con respecto a m. Se me acerco. Su voz adquiri un tono conciliador. Me divirti haber ganado aquella pequea victoria. Targo, por su parte, pareca mas amable y amistoso. !Iba a tratar a Elinor Brinton como deba!. Pero, claro est, yo segu sin entenderle. Haba algo en su habla, sin embargo, que me resultaba familiar. No lograba identificar qu era. Targo pareca negarse a creer que yo no entendiese cuanto me deca. Sigui hablando muy despacio, palabra por palabra, muy claramente. Por supuesto, sus esfuerzos no pudieron ser recompensados ni lo mas mnimo, porque yo no lograba entender ni una palabra de lo que estaba diciendo. Aquello pareca irritarle por alguna razn. Por mi parte, tambin comenc a impacientarme. Era como si l esperase que todo el mundo pudiera comprender su extraa lengua, tanto si era la suya propia como si no. Qu simpln y provinciano era aquel personaje!. Ni siquiera hablaba ingls!. Sigui tratando de comunicar conmigo, pero sin resultado. En un determinado momento se volvo hacia uno de sus hombres y pareci hacerle una pregunta. El individuo respondi con una sola palabra, aparentemente una negacin. Aquello me sorprendi. Haba odo aquella palabra antes. Cuando el hombre ms bajo, en mi tico, haba intentado tocarme, el ms corpulento, enfadado y con brusquedad, le haba dicho aquella misma palabra. El hombre ms bajo se alej. Era algo que yo recordaba bien. Me sorprendi entonces lo que resultaba familiar en la forma en que hablaba Targo. Solo haba odo una o dos palabras de aquella lengua antes. Mis raptores haban conversado casi ermeramente en ingles. Por ello yo haba imaginado que tenan, al menos la mayoria, el ingls como lengua materna. Pero record el acento del hombre ms corpulento, del que los mandaba. Cuando hablaba ingls con aquel acento, evidenciaba que era extranjero. Aqu sin embargo, en otro mundo, yo oa el mismo acento, salvo que ya no era un acento. Aqu era el sonido natural, eran el ritmo y la inflexin propios

de lo que pareca ser una lengua con entidad propia, sin duda sofisticada. Estaba asustada. El idioma, a pesar de resultar desconocido para mis odos, no era desagradable. Era bastante fuerte, pero a su marera pareca gil y bello. Tena miedo, pero a la vez me senta animada. Targo se percat de mi cambio de actitud y redobl sus esfuerzos por comunicarse conmigo. Por supuesto, yo segu sin comprender.

Me di cuenta de que los hombres no llevaban pistolas ni rules, o algun tipo de arma pequea, como la del hombre que me apres, o como los tubos plateados de los de la nave plateada. En su lugar descubr, llena de sorpresa y casi divertida, que llevaban pequeas espadas en los lados. Dos de ellos haban tomado una especie de arcos de sus espaldas, pero tenan una empuadura, lo que los haca parecidos a un rifle. Otros cuatro usaban lanza. Las lanzas eran anchas, y sus cabezas eran de bronce y tenan una forma curvada. Parecan pesadas. Yo no hubiese podido arrojar una. Los hombres, a excepcin de Targo, llevaban tnicas y casco. Su aspecto era bastante imponente. La abertura de los cascos

me recordo vagamente una Y. Llevaban las espadas envainadas colgadas de su hombro izquierdo. Sus sandalias eran pesadas y las ataban con tiras recias a una cierta altura de sus piernas. Algunos de ellos llevaban junto a las espadas, un cuchillo en un cinturon de piel. Tambin tenan cartucheras en el cinturn. Me sent aliviada por el hecho de que este grupo de hombres, aparentemente tan primitivos, no pudiera formar parte del mismo que me haba apresado anteriormente, con su sofisticado equipo. Pero, por la misma razn, caba sospechar que hombres como aquellos no poseyeran unas capacidades tcnicas esenciales para realizar vuelos entre mundos. Aquellos hombres, con toda seguridad, no podan, por s mismos, hacerme regresar a la Tierra. Sin embargo, haba dado con ellos, y tendra que sacar algun provecho de la situacin. Me haban rescatado, y eso era lo importante. Sin duda en aquel mundo haba hombres con la capacidad suficiente para realizar vuelos en el espacio y yo hara averiguaciones y lograra contactar con ellos. Con mi fortuna, poda pagar bien mi transporte a la Tierra. Lo importante en aquellos momentos era que estaba a salvo, que me haban rescatado. Me fij en la carreta. Era bastante grande. Tena seales en varios sitios, como si hubiese sido golpeada con objetos afilados. En algunos puntos la madera estaba astillada. Me pregunt dnde estaran los animales de carga, seguramente bueyes, que tirarian de ella. V adems que los tablones, aparte de estar llenos de seales y astillados en algunos sitios, estaban tambin oscurecidos en otros, como si hubiese habido humo. Por otra parte, mirndolo desde ms cerca, pude ver que la pintura de la carreta, que era roja, se haba rajado y tena ampollas. Era bastante evidente que haba ardido o que haba atravesado una zona en llamas. Como ya he mencionado, la lona que cubria la carreta estaba desgarrada. Ademas, como poda ver, se haba quemado por los bordes y estaba manchada en otra parte, a causa del fuego y la ll