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CURSO PSICOSOMATICA INFANTO JUVENIL: UN RETO PARA LA CLINICA PSICOANALITICA Clase 1; La primera infancia: edad de oro de la psicosomática. Límites de la psicosomática infanto juvenil. Actualizaciones en psicosomática infanto-juvenil. Prof. Francisco Muñoz-Martín© Los trastornos psicosomáticos parecen ir en aumento en la época actual también en niños y adolescentes. Pero algo más inquietante aún que este aumento es el hecho del frecuente fracaso, en este tipo de trastornos de las habituales medidas terapéuticas: medicamentos, curas climáticas, dietas, etc. Por ejemplo no son excepcionales los casos de pacientes asmáticos que vuelven al seno de sus familias más enfermos de lo que estaban, de forma que se plantea la cuestión de si la terapéutica de estas enfermedades no precisará de una revisión a fondo. En épocas tempranas del niño puede comprobarse la presencia de trastornos y reacciones psicosomáticas. Los recién nacidos y los lactantes, en lo que no se advierte aún una función o límites de un Yo, reaccionan de un modo total frente a cualquier estímulo del ambiente, es decir, reaccionan como una “unidad psicosomática”. Las tensiones pulsionales se descargan hacia adentro y provocan sensaciones de malestar corporal, que representan el “lenguaje emocional de los órganos”, de que es capaz el niño durante las primeas fases de su vida. Una dispepsia infantil puede ser consecutiva a una intoxicación de origen alimentario, una expresión vegetativa puede originarse a partir de un trauma corporal (shock), pero también puede resultar de una “frustración oral” en el más amplio sentido del término. El coma de Ribble, del recién nacido, expresa la negación vital de un niño no aceptado por su madre, hasta su desenlace fatal (Spitz, 1967). René Spitz habla, en estas enfermedades por déficit emocional, de un síndrome de carencia afectiva, de “trastornos psicotónicos”. Pueden seguir también un curso letal en el lactante mayorcito y en la primera infancia, bajo el cuadro de la “depresión anaclítica”. Dada la íntima vinculación madre-hijo durante el establecimiento de las primeras relaciones de objeto, el niño se encuentra en una

1 Clase La Primera Infancia Edad de Oro

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CURSO PSICOSOMATICA INFANTO JUVENIL: UN RETO PARA LA CLINICA PSICOANALITICA

Clase 1; La primera infancia: edad de oro de la psicosomática. Límites de la psicosomática infanto juvenil. Actualizaciones en psicosomática infanto-juvenil.

Prof. Francisco Muñoz-Martín©

Los trastornos psicosomáticos parecen ir en aumento en la época actual también en

niños y adolescentes. Pero algo más inquietante aún que este aumento es el hecho

del frecuente fracaso, en este tipo de trastornos de las habituales medidas

terapéuticas: medicamentos, curas climáticas, dietas, etc. Por ejemplo no son

excepcionales los casos de pacientes asmáticos que vuelven al seno de sus familias

más enfermos de lo que estaban, de forma que se plantea la cuestión de si la

terapéutica de estas enfermedades no precisará de una revisión a fondo. En épocas

tempranas del niño puede comprobarse la presencia de trastornos y reacciones

psicosomáticas. Los recién nacidos y los lactantes, en lo que no se advierte aún una

función o límites de un Yo, reaccionan de un modo total frente a cualquier estímulo del

ambiente, es decir, reaccionan como una “unidad psicosomática”. Las tensiones

pulsionales se descargan hacia adentro y provocan sensaciones de malestar corporal,

que representan el “lenguaje emocional de los órganos”, de que es capaz el niño

durante las primeas fases de su vida. Una dispepsia infantil puede ser consecutiva a

una intoxicación de origen alimentario, una expresión vegetativa puede originarse a

partir de un trauma corporal (shock), pero también puede resultar de una “frustración

oral” en el más amplio sentido del término. El coma de Ribble, del recién nacido,

expresa la negación vital de un niño no aceptado por su madre, hasta su desenlace

fatal (Spitz, 1967). René Spitz habla, en estas enfermedades por déficit emocional, de

un síndrome de carencia afectiva, de “trastornos psicotónicos”. Pueden seguir también

un curso letal en el lactante mayorcito y en la primera infancia, bajo el cuadro de la

“depresión anaclítica”. Dada la íntima vinculación madre-hijo durante el

establecimiento de las primeras relaciones de objeto, el niño se encuentra en una

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situación de dependencia total con respecto a su madre o a la persona que hace sus

veces. Las alteraciones del comportamiento maternal repercuten, por decirlo así, como

ondas “sismográficas” en el hijo.

La infancia resulta ser la edad de oro de la psicosomática. Durante este período de la

vida podemos comprobar la enorme frecuencia y la diversidad de expresión somática

de los sufrimientos psicológicos: anorexias y vómitos, alteraciones del sueño, enuresis

y encopresis, dolores abdominales, cefaleas y migrañas, eczemas, asmas y toda una

serie de variados trastornos que aparecen muy frecuentemente ligados, al menos en

parte, al contexto afectivo y de relaciones en los que sobrevienen.

En esta clase no es posible abordar todos los problemas que plantea la clínica

psicosomática, ni tampoco describir todos los trastornos psicosomáticos conocidos en

cuya génesis y evolución sabemos que existen factores de orden psicológico. Pero sí

que vamos a interrogarnos acerca de algunas cuestiones fundamentales que merecen

ser tenidas en cuenta como introducción al tema y sensibilización para posteriores

estudios de profundización.

Para empezar podemos plantearnos algunas cuestiones:

a) En un sujeto que presenta una perturbación somática, un sufrimiento corporal:

¿en qué podemos fundarnos para relacionarlo con un padecimiento

psicológico?

b) Este trastorno físico: ¿en qué se halla ligado al contexto psicológico en el cual

sobreviene?

c) ¿Qué cosas se desarrollan en la experiencia y vivencias del niño relacionadas

con su ambiente y su evolución personal?

Es decir, vamos a tratar de establecer aquello que se denomina, en sentido amplio, la

relación psicosomática.

Si partimos de la segunda cuestión expuesta antes, tenemos que tener en cuenta que

no se trata sólo de destacar una eventual relación psicológica, sino que es necesario

preguntarse por “el mecanismo de esta relación”, es decir, por qué mecanismo

psicológico y hasta psicopatológico, se efectúa esta transposición de un sufrimiento

psicológico en una perturbación somática.

Este punto no solamente tiene un interés teórico, sino que se trata también de un

problema práctico cuyas implicaciones terapéuticas son evidentes.

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Resaltado
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Resaltado
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ALGUNOS TIPOS DE SUFRIMIENTO PSICOLÓGICO QUE PODEMOS

ENCONTRAR EN LA INFANCIA.-

En primer lugar nos encontramos con estados de insatisfacción, de malestar y hasta

de angustia, ligados a privaciones accidentales o prolongadas: situaciones de luto

parental, separaciones, cambios en la organización de la vida del lactante o del niño,

otras situaciones de privación, más o menos patentes o larvadas (privaciones de las

fuentes de placer, de objetos de bienestar y alegría, de actitudes necesarias para su

bienestar, etc.)

En general se trata de carencias afectivas precoces, extra o intrafamiliares, y de sus

múltiples consecuencias físicas (trastornos del sueño, perturbaciones alimentarias de

varios tipos, retrasos psicomotores…)

Otra segunda forma de sufrimiento es la “situación de conflicto”. Me refiero a cuando el

malestar del niño parece ligado a un conflicto agudo y reciente o prolongado y antiguo

entre sus propios deseos y los de las personas de su ambiente, particularmente su

madre, si el niño es muy pequeño.

El conflicto, también, puede desarrollarse en el interior del sujeto entre sus propias

tendencias pulsionales de amor y odio hacia los objetos y la representación de sí

mismo. El conflicto puede ser, incluso, mixto, simultáneamente externo o interno. En

este caso es muy importante conocer la parte que en el orden del síntoma pertenece

todavía al área reaccional y aquella que ya está interiorizada, a fin d eplanificar la

intervención psicoterapeútica.

Por ejemplo, muchas de las anorexias de la infancia son al principio esencialmente

reactivas, debidas a una actitud de oposición al ambiente, pero acaban por

organizarse, neurotizarse, como manifestación de las dificultades internas del

desarrollo. Así, la simple modificación de la actitud del ambiente frente a la

alimentación del niño no es, en este caso, suficientemente terapéutica.

TIPOS DE TRASTORNOS PSICOSOMATICSO QUE PODEMOS ENCONTRANOS.-

La clínica somática infantil, en la que estimamos la existencia de una participación

emocional, suele ser realmente muy diversa. Tiene que ver con sus circunstancias de

aparición, es decir, hay que tener en cuenta el momento evolutivo, el contexto

relacional, los acontecimientos vitales imprevistos, las circunstancias vitales afectadas

(respiratorias, digestivas…), el aspecto, más o menos dramático, que toman en su

expresión y su etiopatogenia; es decir, las causas que originan dichos mecanismos.

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Desde este punto de vista nos parece importante afirmar que puede resultar peligroso,

por excesivamente simplista y hasta equivocado, el contentarse con descubrir una

mera relación, por ejemplo, cronológica, entre un trastorno físico y la historia en el

seno de la cual aparece, concluyendo el proceso con decir que el niño “somatiza”.

¿Qué cantidad de incertidumbres, imprecisiones, difuminación, sutilezas y hasta

confusiones vehiculiza esta noción de “somatización”, si nos limitamos a un empleo

aproximativo del concepto, sin tener en cuenta los diferentes tios posibles de

somatización, sus variedades, de las que depende en definitiva la actitud terapéutica a

tomar.

Estas reflexiones introductorias nos llevan a distinguir dos campos en el seno del

dominio de lo psicosomatico:

a) el campo de los llamados trastornos funcionales

b) el campo de los trastornos psicosoáticos (propiamente dichos).

¿Qué sería un trastorno funcional:

Esta expresión designa una perturbación en las funciones de alguno de los

sistemas vitales del ser humano: digestivo, respiratorio, circulatorio, periférico…sin que

exista por ello trastorno orgánico de carácter lesional.

Desde el punto de vista diagnóstico es necesario siempre eliminar la existencia de una

afección orgánica, poniendo en evidencia el contexto psicológico, antes de evocar la

naturaleza psico-funcional de un trastorno somático, ya que todos los trastornos

funcionales no son de tipo psíquico: una anorexia puede ser debida a un error

dietético, un dolor abdominal a una apendicitis, una defalca a una afección

intracraneal.

Es necesario tener siempre en cuenta que el campo de la patología funcional es muy

heterogéneo y esconde hechos bien diferentes que podríamos esquematizar de la

forma siguiente:

a) Formación de síntomas somáticos debido a un padecimiento

esencialmente psíquico utilizado por el niño para traducir su incapacidad

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de expresar mediante otro lenguaje sus sentimientos (decepción, tristeza,

descontento…)

b) Conductas o actitudes somáticas concernientes a todo lo que interviene a

nivel del cuerpo, en la relación con los otros, que se traducirá, por ejemplo,

a nivel de alimentación (anorexia, bulimia..), a nivel esfinteriano

(encopresis, enuresis, etc.) o, también, de la motricidad o del estado

tónico-postural (hipertonías o hipotonías). Estos comportamientos pueden

ser debidos a móviles psicológicos variados, más o menos variados y

conscientes: deseos de oposición, de afirmación de sí mismo, luchas

contra la ansiedad o la depresión, búsqueda de placeres autoeróticos, en

ciertos trastornos alimentarios (mericismo).

c) En el tercer tipo de situación, el síntoma parece testimoniar na conducta

que revela móviles inconscientes: se trataría de las conversiones

histéricas. El niño mima los síntomas de una enfermedad sin tener

conciencia de su “superchería”.

d) Trastornos funcionales propiamente dichos concernientes a los órganos

corporales, a la vida vegetativa o a las regulaciones metabólicas: diarreas,

vómitos, dolores abdominales, etc., lo que significa una traducción directa,

mediante descargas de la energía a través de los órganos y funciones

corporales, del estado emocional.

e) Los síntomas pueden reflejar mecanismos diferentes, según cada caso,

como suele suceder en las cefaleas.

Spitz señaló algunas actitudes maternas erróneas como causa de trastornos durante

la primera época de la vida del recién nacido:

1) Rechazo primario y franco del hijo por parte de la madre

2) Preocupación exagerada y cargada de angustia por parte de la madre.

3) Hostilidad de la madre, enmascarada bajo un cuadro de ansiedad.

4) Oscilaciones de la actitud de la madre respecto de su hijo, que pada

bruscamente de ternura a la hostilidad.

5) Oscilaciones prolongadas y cíclicas del estado de ánimo de la madre.

6) Hostilidad de la madre, conscientemente compensada.

Al ir madurando el yo y diferenciándose el esquema corporal, tienen lugar

paulatinamente una fijación de determinados efectos vivenciales en los órganos, lo

que puede ser experimentado por el niño durante la primera infancia, ya lejos de la

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fase de lactancia, como una problemática simbólica, dada la índole mágico-animista

de esta fase de la vida. Por ejemplo, se han observado casos de cólicos umbilicales de

niños y niñas que, entre otras cosas, se encontraban relacionados con vivencias y

deseos de embarazo.

LOS TRASTORNOS PROPIAMENTE LLAMADOS PSICOSOMÁTICOS.-

Los trastornos psicosomáticos propiamente dichos como son por ejemplo el asma, los

eczemas, las migrañas, las colitis ulcerosas, las úlceras gratoduodenales, etc.,

plantean problemas de muy diferente índole.

Una vez diagnosticado el trastorno no enfrentamos a una auténtica enfermedad

“orgánica”, es decir a una perturbación lesional o a un conjunto de manifestaciones

clínicas y biológicas bien precisas y que, desde ese punto de vista debe ser siempre

tratada, no sólo psicoterapéuticamente, sino médicamente y hasta quirúrgicamente .

Para la disciplina psicosomática, no obstante, el problema es el de evaluar qué parte

ocupan los factores emocionales en la génesis de dichas afecciones. Este tipo de

evaluación, sin embargo, que pudiera conducir a detectar aspectos psicológicos

asociados no suele llevarse a cabo, con la necesaria frecuencia, en la práctica médica.

La ras razones de ello pueden ser variadas:

No resulta fácil realizar en la práctica una clara separación entre las reacciones

psicológicas secundarias y las preexistentes al trastorno. Dicho empeño muchas veces

resulta difícil y hasta imposible.

Generalmente en la base de esta dificultad para realizar una evaluación conjunta se

encuentran razones no sólo teóricas, sino también ideológicas como el hecho de no

poder concebir que una enfermedad orgánica pueda estar íntimamente ligada e

influenciada por el ambiente afectivo dentro del cual emerge. Naturalmente que en

estos casos se cae en un sistemático razonamiento de carácter simplista al excluir el

obligatorio punto de vista de la plurideterminación que preside la aparición de todo

fenómeno morboso y que, en algunos casos, hace que los factores psicológicos

refuercen la predisposición genética o la acción del agente tóxico infeccioso. Con

frecuencia se llegan a confundir los niveles etiológicos, es decir, el de los factores

causales, y los niveles patogénicos, es decir, el de los mecanismos fisiopatológicos.

Por ejemplo, poner de manifiesto la existencia de un mecanismo alérgico humoral tipo

I o III de un asma, o el mecanismo alérgico tipo IV de un eczema no resuelve en

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absoluto el problema de su etiología y el de la existencia de imbricaciones entre

herencia, alérgenos o infecciones y cierto tipo de sufrimiento psicológico.

Según muchos autores, desde el punto de vista fisiopatológico, es importante destacar

el hecho de que con este tipo de trastornos propiamente psicosomáticos entramos en

el campo dominante de los “neuroprocesos”, fundamentalmente de los del tipo

neuroendocrino o inmunológico, que no suelen aparecer, inicialmente, como la simple

manifestación patológica de reacciones neurovegetativas fisiológicas, tal como sucede

en el caso de los trastornos funcionales de las vísceras corporales.

BREVE RECORRIDO POR LAS DIFERENTES CONCEPCIONES

PSICOSOMATICAS ACTUALES.-

La cantidad de publicaciones acerca de los trastornos psicosomáticos es muy extensa.

En esta clase no haremos otra cosa que extraer algunas notas significativas para

introducir las corrientes psicosomáticas más importantes. Recomendamos a los más

estudiosos consultar las obras de Dejours et al., 1980 y de Jeammet et al. 1980, que

pasan revista a la historia y al estado actual de la situación.

La patología psicosomática ha sido y es objeto de múltiples abordajes donde parecen

intervenir y oponerse diferentes disciplinas y diferentes autores. Ciencias

fundamentales como la medicina, sociología, la antropología comparada, las

investigaciones psicológicas de todas las orientaciones y como no, el psicoanálisis.

Tras esta gran diversidad emergen dos concepciones radicalmente diferentes con

relación a su espíritu y con relación a su método: la psicopatología y la psicofisiología,

que subrayan las diferencias esenciales entre dos interrogantes, es ¿por qué, y el

¿cómo? de los fenómenos estudiados.

El primer interrogante preocupa a la clínica psicosomática propiamente dicha, y el

segundo conduce hacia las investigaciones psico- y neurofisiológicas.

Es importante no desconocer la importancia de las investigaciones de orientación

comportamentista que se han puesto de relieve a partir de las publicaciones en lengua

inglesa. En la trastienda de estas investigaciones nos encontramos con la famosa

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“alexitimia”, término que define la inaptitud a decodificar y a expresar las emociones

(Nemiah et Sifneos, 1970). Esta teoría intenta constatar, apoyándose inicialmente

sobre la descripción del “pensamiento operatorio” de P. Marty, la hipótesis de la

existencia de un substrato neurofisiológico como explicación de las dificultades de

simbolización presentes en la vida afectiva de estos pacientes. Esta teoría es aplicada

a la infancia hasta el punto de elaborar y pasar numerosos cuestionarios y tests que

pretenden detectar esta supuesta enfermedad.

El problema de establecer relaciones entre las diferentes disciplinas científicas es

bastante complejo. Los clínicos difícilmente pueden descartar la existencia de

investigaciones fundamentales que fecundan la observación directa, estimulan nuevos

interrogantes y limitan el arriesgado y aventurado campo de las interpretaciones. Este

es el caso de los trastornos del sueño, las funciones endocrinológicas, los fenómenos

inmunológicos (donde, curiosamente se observan singulares concordancias entre la

depresión inmunológica y los procesos de duelo patológico), y sobre todo de la

biología del desarrollo que estimula ampliamente la reflexión sobre la psicosomática

infantil, entre tantos otros ejemplos.

Uno de los riesgos que se corren al cruzar los diferentes campos de este necesario

conocimiento es el caer en la confusión epistemológica de una a otra disciplina. Esta

preocupación también resulta válida con los estudios transculturales, la mutación de

las enfermedades ligadas a las migraciones y a las diferentes presiones sociales:

frecuentemente se ha incidido y puesto de relieve sobre la influencia de las

civilizaciones urbanas que estimulan los comportamientos del tipo “operatorio”, la

cultura de la productividad y el rendimiento, el control obsesivo y mecánico del tiempo,

la prevalencia de actividades monótonas, impuestas y concretas en detrimento de

otras

Más libres, participativas y creativas...y en correspondencia con todo lo anterior el

aumento de la patología cardiovacular y nutricional. La infancia no escapa a este

género de presiones. Por ejemplo, estudios recientes han revelado un aumento

impresionante de las úlceras digestivas infantiles en Japón.

El movimiento psicosomático contemporáneo más importante se ha desarrollado

partiendo del psicoanálisis. Recordemos que los estudios de Freud en torno a 1898,

sobre las neurosis actuales ya portaban el germen de las concepciones

psicosomáticas modernas que están dominadas por el punto de vista económico. Es

en el campo del psicoanálisis, allá por los años 1930, que la psicosomática nace y

toma nombre, debido a las investigaciones sobre el proceso de conversión histérico y

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su trasposición al campo de la patología de los órganos, la llamada “neurosis de

órgano” de F.L. Dunbar.

Aún todavía existe hoy una importante corriente de investigación sobre la

psicosomática que ha quedado impregnada por el modelo conversional, son teorías

que defienden una continuidad entre la conversión histérica y la somatización

(Valabrega, 1954).

En esta línea se encuentran algunas concepciones kleinianas que partiendo de ciertas

ideas sobre la conversión pregenital llegan a formulaciones verdaderamente

sorprendentes, como por ejemplo, que la úlcera gástrica representa a la madre mala

internalizada, que el eczema es como un escudo protector que construye el niño frente

a la representación de dicha madre mala y que el asma es e modelo de un grito

congelado.

Deben excusarme hoy si omito aspectos más complejos de estas investigaciones y

reduzco mi exposición a este brevísimo resumen, que podría parecer irónico, del

pensamiento de ilustres e incontestables clínicos del psicoanálisis. Diré para salir al

paso frente a estas críticas que yo me identifico más con las ideas maestras que

defiende la escuela psicosomática de París, es decir, aquellas que conciben el

trastorno psicosomático como específicamente privado de toda significación simbólica.

Decía Michel de M’Uzan que “lo propio del trastorno psicosomático es que aparece

como algo esencialmente estúpido”.

Una segunda gran corriente de investigación proviene de la escuela de Chicago. Para

intentar salir del “impasse” conversional, Alexander, sobre la base de la caracterología

psicoanalítica definió la relación existente entre algunos perfiles de personalidad y el

carácter electivo de algunas entidades mórbidas, como por ejemplo, la hipertensión

arterial, la coronariopatía, las úlceras gástricas, etc. La influencia de esta escuela

sigue siendo aún hoy bastante notable.

Es difícil resumir en pocas líneas, sin deformaciones, las concepciones del movimiento

surgido en el seno de la Sociedad Psicoanalítica de Paris, conocido actualmente como

la Escuela de Paris, cuyos nombres más sobresalientes son Pierre Marty, Michel Fain,

Cristian David y Michel de M’Uzan, y que ha evolucionado hasta la creación del

Instituto de Psicosomática de Paris.

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Uno de los conceptos que, históricamente, ha captado más la atención de los clínicos

ha sido el del “pensamiento operatorio”, es decir, un tipo de pensamiento caracterizado

por la ausencia de riqueza y libertad fantasmática, es decir, en el que los elementos

semiológicos esenciales son una gran pobreza de fantasía y ensoñación tanto diurna

como nocturna, un tipo de relación afectiva y de vida interpersonal más bien plano y

blanco, con pocos matices, algo que traduce la imposibilidad o las dificultades del

inconsciente del paciente para manifestarse por medio de representaciones mentales.

Es lo que P. Marty definía en 1963 de la siguiente forma: “La carga pulsional ligada a

los afectos y a las emociones, mal canalizada y poco o mal elaborada por las

funciones mentales, parece comprometer la rápida descarga por vía somática”. La

relevancia de esta descripción no dejado de producir malentendidos. Efectivamente

ésta no trata de sustituir los perfiles de personalidad ya descritos por el retrato de

pacientes portadores de una estructura de personalidad estandarizada. Bien al

contrario, lo que prevalece es la referencia a los aspectos característicos de las

estructuras subyacentes. La vida operatoria es una modalidad de funcionamiento a

veces permanente pero más frecuentemente episódica, (son los llamados “pasajes

operatorios”), indicadores de la presencia de una desorganización que suele ponerse

de relieve bajo la forma de una depresión esencial.

La nosografía psicosomática del adulto conduce hacia las estructuras de personalidad

que se distancias de las organizaciones mentalizadas clásicas y bien constituidas del

tipo de la neurosis o de las psicosis, por ejemplo. Las categorías psicopatológicas más

cercanas a la nosografía psicosomática serían en particular las neurosis de

comportamiento y ciertas neurosis de carácter (P. Marty, 1976 y 1980). El punto de

vista económico del funcionamiento psíquico domina la teoría psicosomática sin por

ello excluir los puntos de vista tópicos y dinámicos. Con relación a este tipo de

funcionamiento psíquico a los clínicos nos interesa sobre todo la organización

permanente y actual de la primera tópica (es decir, la que se refiere al sistema

inconsciente, preconsciente, consciente). La organización de la segunda tópica (la

relativa al sistema Ello, yo, superyó), recuerda más el funcionamiento dinámico y

reenvía sobre todo a los problemas planteados por las neurosis clásicas.

Michel Fain decía que “la primera tópica asegura el funcionamiento mental y la

segunda tópica anima el drama”. En la primera tópica, el preconsciente representa el

espacio envolvente y giratorio donde se realiza la elaboración mental. P. Marty

atribuye al preconsciente ciertas cualidades específicas, considerándolo como una

estructura auténtica y no ya como la denominación verbal de una abstracción teórica.

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De las cualidades del preconsciente dependerá la organización de las defensas

psíquicas frente a las situaciones traumatizantes. Los fundamentos de la vida

operatoria es un defecto de funcionamiento del preconsciente y un aislamiento del

inconsciente. La carga pulsional ligada a los afectos y a las emociones, mal

canalizada, deficientemente elaborada, permanece aislada y contenida lejos de los

procesos de mentalización.

En las neurosis de comportamiento, lo esencial de los procesos psicopatológicos

reside en el permanente funcionamiento defectuoso del preconsciente donde las

modalidades de expresión clínica son diversas a veces, pero no siempre, de las de

tipo operatorio.

En las neurosis de carácter la primera tópica se caracteriza por un funcionamiento

irregular en el tiempo. Los rasgos de carácter, aunque de apariencia neurótica, revelan

la existencia de un preconsciente frágil y permeable.

La desorganización somática se corresponde con fenómenos metales de diversa

índole, pero sobre todo está íntimamente relacionada con los fenómenos de regresión

y desorganización psíquicas, entre los que la forma más severa se corresponde con la

llamada “depresión esencial” (P. Marty, 1968). El calificativo de “esencial” viene a

indicar la ausencia de expresión mentalizada de carácter positivo en contraposición de

los estados depresivos clásicos donde el sujeto ofrece o manifiesta una rica

sintomatología mental. Nada de eso sucede en la depresión esencial, reducida, a fin

de cuentas, a la esencia misma de a depresión; a saber, la caída del tono pulsional

vital con una aparente desaparición de la libido, tanto narcisista como objetal. Esto

constituye una de las manifestaciones clínicas más relevantes de la presencia activa

de la pulsión de muerte. Este síntoma representa una señal indicativa de un estado de

desorganización cuya detección precoz es fundamental para la prevención de la

desorganización somática consiguiente.

La depresión esencial se expresa por un funcionamiento de tipo operatorio. Las

actividades exteriores pudieran permanecer intactas, cuando no acrecentadas, pero

engranadas en la pura materialidad de lo “factual”, de lo mecanizado y de lo

desvitalizado. Los automatismos aparecen y el comportamiento no resulta adaptado

sino en apariencia.

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La depresión esencial, significativa del desequilibrio homeostático entre las pulsiones

de vida y las de muerte, es un proceso desorganizante de alto riesgo somático debido

a la efracción de las defensas no sólo mentales sino también biológicas.

Esta presentación esquemática y reducida, no puede rendir exacta cuenta de una

práctica y de una teoría “que pone de relieve las posibilidades de extensión de los

procesos económicos inconscientes al dominio de las enfermedades en general...”,

más allá de las teorías evolucionistas del desarrollo, de la organización del psiquismo,

de las regresiones e incluso de las reorganizaciones regresivas, al estilo de la teoría

de Winnicott.