Upload
fredy-ricardo
View
14
Download
0
Embed Size (px)
Citation preview
CURSO PSICOSOMATICA INFANTO JUVENIL: UN RETO PARA LA CLINICA PSICOANALITICA
Clase 1; La primera infancia: edad de oro de la psicosomática. Límites de la psicosomática infanto juvenil. Actualizaciones en psicosomática infanto-juvenil.
Prof. Francisco Muñoz-Martín©
Los trastornos psicosomáticos parecen ir en aumento en la época actual también en
niños y adolescentes. Pero algo más inquietante aún que este aumento es el hecho
del frecuente fracaso, en este tipo de trastornos de las habituales medidas
terapéuticas: medicamentos, curas climáticas, dietas, etc. Por ejemplo no son
excepcionales los casos de pacientes asmáticos que vuelven al seno de sus familias
más enfermos de lo que estaban, de forma que se plantea la cuestión de si la
terapéutica de estas enfermedades no precisará de una revisión a fondo. En épocas
tempranas del niño puede comprobarse la presencia de trastornos y reacciones
psicosomáticas. Los recién nacidos y los lactantes, en lo que no se advierte aún una
función o límites de un Yo, reaccionan de un modo total frente a cualquier estímulo del
ambiente, es decir, reaccionan como una “unidad psicosomática”. Las tensiones
pulsionales se descargan hacia adentro y provocan sensaciones de malestar corporal,
que representan el “lenguaje emocional de los órganos”, de que es capaz el niño
durante las primeas fases de su vida. Una dispepsia infantil puede ser consecutiva a
una intoxicación de origen alimentario, una expresión vegetativa puede originarse a
partir de un trauma corporal (shock), pero también puede resultar de una “frustración
oral” en el más amplio sentido del término. El coma de Ribble, del recién nacido,
expresa la negación vital de un niño no aceptado por su madre, hasta su desenlace
fatal (Spitz, 1967). René Spitz habla, en estas enfermedades por déficit emocional, de
un síndrome de carencia afectiva, de “trastornos psicotónicos”. Pueden seguir también
un curso letal en el lactante mayorcito y en la primera infancia, bajo el cuadro de la
“depresión anaclítica”. Dada la íntima vinculación madre-hijo durante el
establecimiento de las primeras relaciones de objeto, el niño se encuentra en una
situación de dependencia total con respecto a su madre o a la persona que hace sus
veces. Las alteraciones del comportamiento maternal repercuten, por decirlo así, como
ondas “sismográficas” en el hijo.
La infancia resulta ser la edad de oro de la psicosomática. Durante este período de la
vida podemos comprobar la enorme frecuencia y la diversidad de expresión somática
de los sufrimientos psicológicos: anorexias y vómitos, alteraciones del sueño, enuresis
y encopresis, dolores abdominales, cefaleas y migrañas, eczemas, asmas y toda una
serie de variados trastornos que aparecen muy frecuentemente ligados, al menos en
parte, al contexto afectivo y de relaciones en los que sobrevienen.
En esta clase no es posible abordar todos los problemas que plantea la clínica
psicosomática, ni tampoco describir todos los trastornos psicosomáticos conocidos en
cuya génesis y evolución sabemos que existen factores de orden psicológico. Pero sí
que vamos a interrogarnos acerca de algunas cuestiones fundamentales que merecen
ser tenidas en cuenta como introducción al tema y sensibilización para posteriores
estudios de profundización.
Para empezar podemos plantearnos algunas cuestiones:
a) En un sujeto que presenta una perturbación somática, un sufrimiento corporal:
¿en qué podemos fundarnos para relacionarlo con un padecimiento
psicológico?
b) Este trastorno físico: ¿en qué se halla ligado al contexto psicológico en el cual
sobreviene?
c) ¿Qué cosas se desarrollan en la experiencia y vivencias del niño relacionadas
con su ambiente y su evolución personal?
Es decir, vamos a tratar de establecer aquello que se denomina, en sentido amplio, la
relación psicosomática.
Si partimos de la segunda cuestión expuesta antes, tenemos que tener en cuenta que
no se trata sólo de destacar una eventual relación psicológica, sino que es necesario
preguntarse por “el mecanismo de esta relación”, es decir, por qué mecanismo
psicológico y hasta psicopatológico, se efectúa esta transposición de un sufrimiento
psicológico en una perturbación somática.
Este punto no solamente tiene un interés teórico, sino que se trata también de un
problema práctico cuyas implicaciones terapéuticas son evidentes.
ALGUNOS TIPOS DE SUFRIMIENTO PSICOLÓGICO QUE PODEMOS
ENCONTRAR EN LA INFANCIA.-
En primer lugar nos encontramos con estados de insatisfacción, de malestar y hasta
de angustia, ligados a privaciones accidentales o prolongadas: situaciones de luto
parental, separaciones, cambios en la organización de la vida del lactante o del niño,
otras situaciones de privación, más o menos patentes o larvadas (privaciones de las
fuentes de placer, de objetos de bienestar y alegría, de actitudes necesarias para su
bienestar, etc.)
En general se trata de carencias afectivas precoces, extra o intrafamiliares, y de sus
múltiples consecuencias físicas (trastornos del sueño, perturbaciones alimentarias de
varios tipos, retrasos psicomotores…)
Otra segunda forma de sufrimiento es la “situación de conflicto”. Me refiero a cuando el
malestar del niño parece ligado a un conflicto agudo y reciente o prolongado y antiguo
entre sus propios deseos y los de las personas de su ambiente, particularmente su
madre, si el niño es muy pequeño.
El conflicto, también, puede desarrollarse en el interior del sujeto entre sus propias
tendencias pulsionales de amor y odio hacia los objetos y la representación de sí
mismo. El conflicto puede ser, incluso, mixto, simultáneamente externo o interno. En
este caso es muy importante conocer la parte que en el orden del síntoma pertenece
todavía al área reaccional y aquella que ya está interiorizada, a fin d eplanificar la
intervención psicoterapeútica.
Por ejemplo, muchas de las anorexias de la infancia son al principio esencialmente
reactivas, debidas a una actitud de oposición al ambiente, pero acaban por
organizarse, neurotizarse, como manifestación de las dificultades internas del
desarrollo. Así, la simple modificación de la actitud del ambiente frente a la
alimentación del niño no es, en este caso, suficientemente terapéutica.
TIPOS DE TRASTORNOS PSICOSOMATICSO QUE PODEMOS ENCONTRANOS.-
La clínica somática infantil, en la que estimamos la existencia de una participación
emocional, suele ser realmente muy diversa. Tiene que ver con sus circunstancias de
aparición, es decir, hay que tener en cuenta el momento evolutivo, el contexto
relacional, los acontecimientos vitales imprevistos, las circunstancias vitales afectadas
(respiratorias, digestivas…), el aspecto, más o menos dramático, que toman en su
expresión y su etiopatogenia; es decir, las causas que originan dichos mecanismos.
Desde este punto de vista nos parece importante afirmar que puede resultar peligroso,
por excesivamente simplista y hasta equivocado, el contentarse con descubrir una
mera relación, por ejemplo, cronológica, entre un trastorno físico y la historia en el
seno de la cual aparece, concluyendo el proceso con decir que el niño “somatiza”.
¿Qué cantidad de incertidumbres, imprecisiones, difuminación, sutilezas y hasta
confusiones vehiculiza esta noción de “somatización”, si nos limitamos a un empleo
aproximativo del concepto, sin tener en cuenta los diferentes tios posibles de
somatización, sus variedades, de las que depende en definitiva la actitud terapéutica a
tomar.
Estas reflexiones introductorias nos llevan a distinguir dos campos en el seno del
dominio de lo psicosomatico:
a) el campo de los llamados trastornos funcionales
b) el campo de los trastornos psicosoáticos (propiamente dichos).
¿Qué sería un trastorno funcional:
Esta expresión designa una perturbación en las funciones de alguno de los
sistemas vitales del ser humano: digestivo, respiratorio, circulatorio, periférico…sin que
exista por ello trastorno orgánico de carácter lesional.
Desde el punto de vista diagnóstico es necesario siempre eliminar la existencia de una
afección orgánica, poniendo en evidencia el contexto psicológico, antes de evocar la
naturaleza psico-funcional de un trastorno somático, ya que todos los trastornos
funcionales no son de tipo psíquico: una anorexia puede ser debida a un error
dietético, un dolor abdominal a una apendicitis, una defalca a una afección
intracraneal.
Es necesario tener siempre en cuenta que el campo de la patología funcional es muy
heterogéneo y esconde hechos bien diferentes que podríamos esquematizar de la
forma siguiente:
a) Formación de síntomas somáticos debido a un padecimiento
esencialmente psíquico utilizado por el niño para traducir su incapacidad
de expresar mediante otro lenguaje sus sentimientos (decepción, tristeza,
descontento…)
b) Conductas o actitudes somáticas concernientes a todo lo que interviene a
nivel del cuerpo, en la relación con los otros, que se traducirá, por ejemplo,
a nivel de alimentación (anorexia, bulimia..), a nivel esfinteriano
(encopresis, enuresis, etc.) o, también, de la motricidad o del estado
tónico-postural (hipertonías o hipotonías). Estos comportamientos pueden
ser debidos a móviles psicológicos variados, más o menos variados y
conscientes: deseos de oposición, de afirmación de sí mismo, luchas
contra la ansiedad o la depresión, búsqueda de placeres autoeróticos, en
ciertos trastornos alimentarios (mericismo).
c) En el tercer tipo de situación, el síntoma parece testimoniar na conducta
que revela móviles inconscientes: se trataría de las conversiones
histéricas. El niño mima los síntomas de una enfermedad sin tener
conciencia de su “superchería”.
d) Trastornos funcionales propiamente dichos concernientes a los órganos
corporales, a la vida vegetativa o a las regulaciones metabólicas: diarreas,
vómitos, dolores abdominales, etc., lo que significa una traducción directa,
mediante descargas de la energía a través de los órganos y funciones
corporales, del estado emocional.
e) Los síntomas pueden reflejar mecanismos diferentes, según cada caso,
como suele suceder en las cefaleas.
Spitz señaló algunas actitudes maternas erróneas como causa de trastornos durante
la primera época de la vida del recién nacido:
1) Rechazo primario y franco del hijo por parte de la madre
2) Preocupación exagerada y cargada de angustia por parte de la madre.
3) Hostilidad de la madre, enmascarada bajo un cuadro de ansiedad.
4) Oscilaciones de la actitud de la madre respecto de su hijo, que pada
bruscamente de ternura a la hostilidad.
5) Oscilaciones prolongadas y cíclicas del estado de ánimo de la madre.
6) Hostilidad de la madre, conscientemente compensada.
Al ir madurando el yo y diferenciándose el esquema corporal, tienen lugar
paulatinamente una fijación de determinados efectos vivenciales en los órganos, lo
que puede ser experimentado por el niño durante la primera infancia, ya lejos de la
fase de lactancia, como una problemática simbólica, dada la índole mágico-animista
de esta fase de la vida. Por ejemplo, se han observado casos de cólicos umbilicales de
niños y niñas que, entre otras cosas, se encontraban relacionados con vivencias y
deseos de embarazo.
LOS TRASTORNOS PROPIAMENTE LLAMADOS PSICOSOMÁTICOS.-
Los trastornos psicosomáticos propiamente dichos como son por ejemplo el asma, los
eczemas, las migrañas, las colitis ulcerosas, las úlceras gratoduodenales, etc.,
plantean problemas de muy diferente índole.
Una vez diagnosticado el trastorno no enfrentamos a una auténtica enfermedad
“orgánica”, es decir a una perturbación lesional o a un conjunto de manifestaciones
clínicas y biológicas bien precisas y que, desde ese punto de vista debe ser siempre
tratada, no sólo psicoterapéuticamente, sino médicamente y hasta quirúrgicamente .
Para la disciplina psicosomática, no obstante, el problema es el de evaluar qué parte
ocupan los factores emocionales en la génesis de dichas afecciones. Este tipo de
evaluación, sin embargo, que pudiera conducir a detectar aspectos psicológicos
asociados no suele llevarse a cabo, con la necesaria frecuencia, en la práctica médica.
La ras razones de ello pueden ser variadas:
No resulta fácil realizar en la práctica una clara separación entre las reacciones
psicológicas secundarias y las preexistentes al trastorno. Dicho empeño muchas veces
resulta difícil y hasta imposible.
Generalmente en la base de esta dificultad para realizar una evaluación conjunta se
encuentran razones no sólo teóricas, sino también ideológicas como el hecho de no
poder concebir que una enfermedad orgánica pueda estar íntimamente ligada e
influenciada por el ambiente afectivo dentro del cual emerge. Naturalmente que en
estos casos se cae en un sistemático razonamiento de carácter simplista al excluir el
obligatorio punto de vista de la plurideterminación que preside la aparición de todo
fenómeno morboso y que, en algunos casos, hace que los factores psicológicos
refuercen la predisposición genética o la acción del agente tóxico infeccioso. Con
frecuencia se llegan a confundir los niveles etiológicos, es decir, el de los factores
causales, y los niveles patogénicos, es decir, el de los mecanismos fisiopatológicos.
Por ejemplo, poner de manifiesto la existencia de un mecanismo alérgico humoral tipo
I o III de un asma, o el mecanismo alérgico tipo IV de un eczema no resuelve en
absoluto el problema de su etiología y el de la existencia de imbricaciones entre
herencia, alérgenos o infecciones y cierto tipo de sufrimiento psicológico.
Según muchos autores, desde el punto de vista fisiopatológico, es importante destacar
el hecho de que con este tipo de trastornos propiamente psicosomáticos entramos en
el campo dominante de los “neuroprocesos”, fundamentalmente de los del tipo
neuroendocrino o inmunológico, que no suelen aparecer, inicialmente, como la simple
manifestación patológica de reacciones neurovegetativas fisiológicas, tal como sucede
en el caso de los trastornos funcionales de las vísceras corporales.
BREVE RECORRIDO POR LAS DIFERENTES CONCEPCIONES
PSICOSOMATICAS ACTUALES.-
La cantidad de publicaciones acerca de los trastornos psicosomáticos es muy extensa.
En esta clase no haremos otra cosa que extraer algunas notas significativas para
introducir las corrientes psicosomáticas más importantes. Recomendamos a los más
estudiosos consultar las obras de Dejours et al., 1980 y de Jeammet et al. 1980, que
pasan revista a la historia y al estado actual de la situación.
La patología psicosomática ha sido y es objeto de múltiples abordajes donde parecen
intervenir y oponerse diferentes disciplinas y diferentes autores. Ciencias
fundamentales como la medicina, sociología, la antropología comparada, las
investigaciones psicológicas de todas las orientaciones y como no, el psicoanálisis.
Tras esta gran diversidad emergen dos concepciones radicalmente diferentes con
relación a su espíritu y con relación a su método: la psicopatología y la psicofisiología,
que subrayan las diferencias esenciales entre dos interrogantes, es ¿por qué, y el
¿cómo? de los fenómenos estudiados.
El primer interrogante preocupa a la clínica psicosomática propiamente dicha, y el
segundo conduce hacia las investigaciones psico- y neurofisiológicas.
Es importante no desconocer la importancia de las investigaciones de orientación
comportamentista que se han puesto de relieve a partir de las publicaciones en lengua
inglesa. En la trastienda de estas investigaciones nos encontramos con la famosa
“alexitimia”, término que define la inaptitud a decodificar y a expresar las emociones
(Nemiah et Sifneos, 1970). Esta teoría intenta constatar, apoyándose inicialmente
sobre la descripción del “pensamiento operatorio” de P. Marty, la hipótesis de la
existencia de un substrato neurofisiológico como explicación de las dificultades de
simbolización presentes en la vida afectiva de estos pacientes. Esta teoría es aplicada
a la infancia hasta el punto de elaborar y pasar numerosos cuestionarios y tests que
pretenden detectar esta supuesta enfermedad.
El problema de establecer relaciones entre las diferentes disciplinas científicas es
bastante complejo. Los clínicos difícilmente pueden descartar la existencia de
investigaciones fundamentales que fecundan la observación directa, estimulan nuevos
interrogantes y limitan el arriesgado y aventurado campo de las interpretaciones. Este
es el caso de los trastornos del sueño, las funciones endocrinológicas, los fenómenos
inmunológicos (donde, curiosamente se observan singulares concordancias entre la
depresión inmunológica y los procesos de duelo patológico), y sobre todo de la
biología del desarrollo que estimula ampliamente la reflexión sobre la psicosomática
infantil, entre tantos otros ejemplos.
Uno de los riesgos que se corren al cruzar los diferentes campos de este necesario
conocimiento es el caer en la confusión epistemológica de una a otra disciplina. Esta
preocupación también resulta válida con los estudios transculturales, la mutación de
las enfermedades ligadas a las migraciones y a las diferentes presiones sociales:
frecuentemente se ha incidido y puesto de relieve sobre la influencia de las
civilizaciones urbanas que estimulan los comportamientos del tipo “operatorio”, la
cultura de la productividad y el rendimiento, el control obsesivo y mecánico del tiempo,
la prevalencia de actividades monótonas, impuestas y concretas en detrimento de
otras
Más libres, participativas y creativas...y en correspondencia con todo lo anterior el
aumento de la patología cardiovacular y nutricional. La infancia no escapa a este
género de presiones. Por ejemplo, estudios recientes han revelado un aumento
impresionante de las úlceras digestivas infantiles en Japón.
El movimiento psicosomático contemporáneo más importante se ha desarrollado
partiendo del psicoanálisis. Recordemos que los estudios de Freud en torno a 1898,
sobre las neurosis actuales ya portaban el germen de las concepciones
psicosomáticas modernas que están dominadas por el punto de vista económico. Es
en el campo del psicoanálisis, allá por los años 1930, que la psicosomática nace y
toma nombre, debido a las investigaciones sobre el proceso de conversión histérico y
su trasposición al campo de la patología de los órganos, la llamada “neurosis de
órgano” de F.L. Dunbar.
Aún todavía existe hoy una importante corriente de investigación sobre la
psicosomática que ha quedado impregnada por el modelo conversional, son teorías
que defienden una continuidad entre la conversión histérica y la somatización
(Valabrega, 1954).
En esta línea se encuentran algunas concepciones kleinianas que partiendo de ciertas
ideas sobre la conversión pregenital llegan a formulaciones verdaderamente
sorprendentes, como por ejemplo, que la úlcera gástrica representa a la madre mala
internalizada, que el eczema es como un escudo protector que construye el niño frente
a la representación de dicha madre mala y que el asma es e modelo de un grito
congelado.
Deben excusarme hoy si omito aspectos más complejos de estas investigaciones y
reduzco mi exposición a este brevísimo resumen, que podría parecer irónico, del
pensamiento de ilustres e incontestables clínicos del psicoanálisis. Diré para salir al
paso frente a estas críticas que yo me identifico más con las ideas maestras que
defiende la escuela psicosomática de París, es decir, aquellas que conciben el
trastorno psicosomático como específicamente privado de toda significación simbólica.
Decía Michel de M’Uzan que “lo propio del trastorno psicosomático es que aparece
como algo esencialmente estúpido”.
Una segunda gran corriente de investigación proviene de la escuela de Chicago. Para
intentar salir del “impasse” conversional, Alexander, sobre la base de la caracterología
psicoanalítica definió la relación existente entre algunos perfiles de personalidad y el
carácter electivo de algunas entidades mórbidas, como por ejemplo, la hipertensión
arterial, la coronariopatía, las úlceras gástricas, etc. La influencia de esta escuela
sigue siendo aún hoy bastante notable.
Es difícil resumir en pocas líneas, sin deformaciones, las concepciones del movimiento
surgido en el seno de la Sociedad Psicoanalítica de Paris, conocido actualmente como
la Escuela de Paris, cuyos nombres más sobresalientes son Pierre Marty, Michel Fain,
Cristian David y Michel de M’Uzan, y que ha evolucionado hasta la creación del
Instituto de Psicosomática de Paris.
Uno de los conceptos que, históricamente, ha captado más la atención de los clínicos
ha sido el del “pensamiento operatorio”, es decir, un tipo de pensamiento caracterizado
por la ausencia de riqueza y libertad fantasmática, es decir, en el que los elementos
semiológicos esenciales son una gran pobreza de fantasía y ensoñación tanto diurna
como nocturna, un tipo de relación afectiva y de vida interpersonal más bien plano y
blanco, con pocos matices, algo que traduce la imposibilidad o las dificultades del
inconsciente del paciente para manifestarse por medio de representaciones mentales.
Es lo que P. Marty definía en 1963 de la siguiente forma: “La carga pulsional ligada a
los afectos y a las emociones, mal canalizada y poco o mal elaborada por las
funciones mentales, parece comprometer la rápida descarga por vía somática”. La
relevancia de esta descripción no dejado de producir malentendidos. Efectivamente
ésta no trata de sustituir los perfiles de personalidad ya descritos por el retrato de
pacientes portadores de una estructura de personalidad estandarizada. Bien al
contrario, lo que prevalece es la referencia a los aspectos característicos de las
estructuras subyacentes. La vida operatoria es una modalidad de funcionamiento a
veces permanente pero más frecuentemente episódica, (son los llamados “pasajes
operatorios”), indicadores de la presencia de una desorganización que suele ponerse
de relieve bajo la forma de una depresión esencial.
La nosografía psicosomática del adulto conduce hacia las estructuras de personalidad
que se distancias de las organizaciones mentalizadas clásicas y bien constituidas del
tipo de la neurosis o de las psicosis, por ejemplo. Las categorías psicopatológicas más
cercanas a la nosografía psicosomática serían en particular las neurosis de
comportamiento y ciertas neurosis de carácter (P. Marty, 1976 y 1980). El punto de
vista económico del funcionamiento psíquico domina la teoría psicosomática sin por
ello excluir los puntos de vista tópicos y dinámicos. Con relación a este tipo de
funcionamiento psíquico a los clínicos nos interesa sobre todo la organización
permanente y actual de la primera tópica (es decir, la que se refiere al sistema
inconsciente, preconsciente, consciente). La organización de la segunda tópica (la
relativa al sistema Ello, yo, superyó), recuerda más el funcionamiento dinámico y
reenvía sobre todo a los problemas planteados por las neurosis clásicas.
Michel Fain decía que “la primera tópica asegura el funcionamiento mental y la
segunda tópica anima el drama”. En la primera tópica, el preconsciente representa el
espacio envolvente y giratorio donde se realiza la elaboración mental. P. Marty
atribuye al preconsciente ciertas cualidades específicas, considerándolo como una
estructura auténtica y no ya como la denominación verbal de una abstracción teórica.
De las cualidades del preconsciente dependerá la organización de las defensas
psíquicas frente a las situaciones traumatizantes. Los fundamentos de la vida
operatoria es un defecto de funcionamiento del preconsciente y un aislamiento del
inconsciente. La carga pulsional ligada a los afectos y a las emociones, mal
canalizada, deficientemente elaborada, permanece aislada y contenida lejos de los
procesos de mentalización.
En las neurosis de comportamiento, lo esencial de los procesos psicopatológicos
reside en el permanente funcionamiento defectuoso del preconsciente donde las
modalidades de expresión clínica son diversas a veces, pero no siempre, de las de
tipo operatorio.
En las neurosis de carácter la primera tópica se caracteriza por un funcionamiento
irregular en el tiempo. Los rasgos de carácter, aunque de apariencia neurótica, revelan
la existencia de un preconsciente frágil y permeable.
La desorganización somática se corresponde con fenómenos metales de diversa
índole, pero sobre todo está íntimamente relacionada con los fenómenos de regresión
y desorganización psíquicas, entre los que la forma más severa se corresponde con la
llamada “depresión esencial” (P. Marty, 1968). El calificativo de “esencial” viene a
indicar la ausencia de expresión mentalizada de carácter positivo en contraposición de
los estados depresivos clásicos donde el sujeto ofrece o manifiesta una rica
sintomatología mental. Nada de eso sucede en la depresión esencial, reducida, a fin
de cuentas, a la esencia misma de a depresión; a saber, la caída del tono pulsional
vital con una aparente desaparición de la libido, tanto narcisista como objetal. Esto
constituye una de las manifestaciones clínicas más relevantes de la presencia activa
de la pulsión de muerte. Este síntoma representa una señal indicativa de un estado de
desorganización cuya detección precoz es fundamental para la prevención de la
desorganización somática consiguiente.
La depresión esencial se expresa por un funcionamiento de tipo operatorio. Las
actividades exteriores pudieran permanecer intactas, cuando no acrecentadas, pero
engranadas en la pura materialidad de lo “factual”, de lo mecanizado y de lo
desvitalizado. Los automatismos aparecen y el comportamiento no resulta adaptado
sino en apariencia.
La depresión esencial, significativa del desequilibrio homeostático entre las pulsiones
de vida y las de muerte, es un proceso desorganizante de alto riesgo somático debido
a la efracción de las defensas no sólo mentales sino también biológicas.
Esta presentación esquemática y reducida, no puede rendir exacta cuenta de una
práctica y de una teoría “que pone de relieve las posibilidades de extensión de los
procesos económicos inconscientes al dominio de las enfermedades en general...”,
más allá de las teorías evolucionistas del desarrollo, de la organización del psiquismo,
de las regresiones e incluso de las reorganizaciones regresivas, al estilo de la teoría
de Winnicott.