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1 El Mirador Especial Aniversario sábado 28 de julio de 2018

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    El Mirador Especial Aniversario – sábado 28 de julio de 2018

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    El Colegio del Uruguay “Justo José de Urquiza” Prof. Gabriel Pérez

    Con una clara conciencia de la importancia de la educación popular, el gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, fundó el Colegio del Uruguay el 28 de julio de 1849, siendo una de sus obras de mayor trascendencia por la repercusión a escala nacional e internacional. Comenzó a funcionar en una casona dos cuadras al oeste del actual edificio dirigido por el joven educador español Lorenzo Jordana mientras, en la manzana que da

    frente a la plaza, el maestro Pedro Renom daba comienzo a las obras del nuevo edificio, de sobrias líneas arquitectónicas post coloniales e italianizantes, que sería ocupado desde 1851 con la dirección del presbítero Manuel Erausquin. El Colegio del Uruguay fue el primer establecimiento laico, uno de los primeros colegios secundarios del país y el más antiguo de la provincia de Entre Ríos. Nació como un colegio público, gratuito, con un nivel educativo de excelencia donde prevalecieron los principios democráticos y de inclusión social. Encontró en las figuras de educadores como Alberto Larroque, Jorge Clark y José Benjamín Zubiaur; el clasicismo y la modernidad que le permitirían alcanzar sus años de máximo esplendor. El Colegio recibió desde sus inicios a jóvenes de todos los rincones del país y de las repúblicas hermanas. Los primeros conformaron la Generación del 80 que incorporó a la Argentina en la modernidad. Antes de que culminara el siglo XIX el Colegio fue pionero en la admisión de las mujeres como estudiantes y como educadoras. Introdujo tempranamente en nuestro país la enseñanza de la Educación Física, los viajes educativos como práctica pedagógica y promovió la educación manual y técnica en paralelo con la formación intelectual. De sus claustros egresaron magistrados, políticos, militares, científicos, escritores, artistas plásticos, deportistas, periodistas y miles de argentinos anónimos con buena preparación disciplinar y humanística. En más de un siglo y medio de existencia el Colegio fue escuela, cuartel, legislatura, templo, hospital y fraternal cobijo para que nacieran y crecieran en su interior clubes deportivos, universidades e instituciones benéficas y culturales. A su resguardo germinaron la Escuela Normal, el Club Atlético Uruguay, la Universidad Nacional de Entre Ríos, la Facultad Regional de la UTN y la Universidad Autónoma de Entre Ríos. Nació como un colegio provincial en 1849, nacionalizado en 1854 y vuelto a provincializar en 1993. En 1942 fue declarado Museo y Monumento Histórico Nacional y fue incorporado a la UADER en 2000. En ese derrotero el Colegio ha mantenido su identidad en la seguridad de su importancia como referente de la educación media en Entre Ríos y en el país. Su mística sigue fresca en los corazones de miles de hombres y mujeres que pasaron por sus aulas y regresan periódicamente a rendirle agradecido homenaje.

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    Actualmente funciona como un colegio secundario público y gratuito que ofrece cuatro modalidades de estudio y un bachillerato nocturno para jóvenes y adultos. Su patio, galerías, biblioteca, salón de actos y museos de historia y de ciencias naturales reciben a diario la visita de escolares y turistas. Como en sus orígenes, el Colegio continúa siendo referencia educativa y cultural de la ciudad y escenario de importantes acontecimientos cívicos, académicos y culturales.

    Nacida un 28 de Julio: Asociación de Ex alumnos del Colegio del Uruguay Prof. Raquel Bonin Durante la primera década del siglo XX, plena etapa de la República Conservadora, era Rector del Colegio el Dr. Dermidio Carreño acompañado en la Vice Rectoría por el Prof. Juan José Millán. En el año 1907, llamativamente, los festejos del aniversario del Colegio fueron realizados con importantes actividades, aunque se trataba del cumpleaños número 58. El evento tuvo gran adhesión de los vecinos y contó con la presencia de muchos ex alumnos que llegaron por barco a la ciudad. En esa oportunidad asistió el Gobernador de la provincia Dr. Faustino Parera y otras autoridades. Y también contaron con la adhesión mediante telegramas y notas de salutación de Julio Argentino Roca, Victorino de la Plaza, Benigno Ferreyra (Paraguay), Eduardo Vázquez (ministro ROU) etc. Al año siguiente se realizó la publicación de un libro muy completo sobre estos festejos, el cual se conserva en la Biblioteca Alberto Larroque. Ya en el mes de abril de ese año, y por iniciativa de Luis Aráoz y José Benjamín Zubiaur se reunieron los ex alumnos con el objetivo de formar una Asociación. De ese encuentro surgió una Comisión Provisoria encabezada por el Dr. Benito G. Cook.

    La creación explícita de la Asociación se realizó el 29 de julio de 1907 en el Salón de Actos “Alejo Peyret”, designándose mediante Asamblea; a la Comisión Ejecutiva y la Comisión Consultiva de Ex alumnos del Colegio del Uruguay, aprobándose además los Estatutos de la institución que continúa desempeñándose hasta nuestros días. La Comisión Ejecutiva quedó integrada por el Dr Benito G. Cook como Presidente; acompañado por Dr. Antonio Sagarna, Sr. Rafael M. Paradelo, Sr. Máximo Álvarez, Sr. Juan José Millán, Sr.

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    Dardo Corvalán Mendilaharsu. Y la Comisión Consultiva formada por el Sr. Juan B. Martínez, Cipriano D. Urquiza, José María Barreiro, Avelino González, Agustín Simonpietri. Entre los objetivos fundamentales de este nuevo organismo podemos citar:

    Propender a la vinculación de los hijos intelectuales del Colegio y a la ayuda mutua en la forma que lo estableciere el Reglamento

    Procurar por todos los medios posibles al mayor prestigio y progreso del Colegio.

    Ambas juntas se renovarían cada tres años por votación.

    Tendría asiento en la ciudad de Concepción del Uruguay.

    Se formarían comisiones de propaganda en otras ciudades (Capital Federal, La Plata, Paraná, etc.)

    Luego de 111 años de existencia, la Comisión actual sigue convocando a todos aquellos que pasaron por estas aulas y se sienten parte de esta gran familia colegial. Y los invita a sumarse como socios para continuar con los antiguos y nobles objetivos de sus fundadores. Pero fundamentalmente los convoca a acompañar el presente institucional con el cariño y la gratitud de siempre. La Comisión fue renovada a principios del año 2018 y saluda afectuosamente a todos los integrantes de la comunidad educativa en este 169 Aniversario. Está integrada de la siguiente manera: PRESIDENTE: Graciela M. Maffioly (Prom. 1971) VICEPRESIDENTE: Marcelo P. Granillo (Prom. 2000) SECRETARIA: Raquel M. Bonín (Prom. 1979) PROSECRETARIA: Olga A. Leuze (Prom. 1971) TESORERO: Norma B. Cazzulino (Prom. 1980) PROTESORERO: Antonio A. Bernhardt Prom. 1997) 1° VOCAL TITULAR: Pedro J. Fruniz (Prom. 2007) 2° VOCAL TITULAR: Marisa R. Parejas (Prom. 1999) 3° VOCAL TITULAR: María De Los Dolores Puga (Prom. 1981) 4° VOCAL TITULAR: Guillermo M. Minatta (Prom. 1971) 1° VOCAL SUPLENTE: Ana C. López (Prom. 1989) 2° VOCAL SUPLENTE: Soledad Retamar (Prom. 1999) REVISOR DE CUENTA TITULAR: Mario G. Cabrera (Prom. 1981) REVISOR DE CUENTA SUPLENTE: Silvia G. Benítez (Prom. 1985)

    Pupitres: Donde sentarse es una forma de avanzar Prof. Gabriel Pérez

    Existe un mito muy extendido que sostiene que los pupitres originales del Colegio del Uruguay fueron aquellos que marcaron más de la mitad del siglo XX. Sin embargo la historia del mobiliario del Colegio es tan intrincada como la de los modelos educativos a los que dieron soporte y los vaivenes de la política y la economía nacionales. Cuando el Colegio abrió sus puertas en la vieja casona del unitario Barú bajo la dirección del joven Lorenzo Jordana, apenas unas mesas y unas banquetas servían a las improvisadas aulas. La situación mejoró a partir de 1851 con la inauguración del nuevo edificio y Luis F. Araoz recuerda

    en sus memorias que en 1856 los alumnos se sentaban en bancos sin respaldo enfrentados seis y seis. Siendo Inspector General de Escuelas de la Provincia de Entre Ríos en 1849 Marcos Sastre introdujo un diseño de pupitre que llamó bufete de escuelas y presentó el modelo en la Exposición Nacional de Córdoba de 1871, describiéndolo así: "Cada mesa sirve para dos alumnos; el asiento con su respaldo está adherido a la parte posterior de la mesa, sirviendo para la mesa delantera. Esta conformación, entre otras

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    ventajas, tiene la de acomodarse a las áreas de todas dimensiones, y ofrece la comodidad del respaldo, de las que hasta hoy carecen los niños en todas las escuelas públicas y privadas; lo que les obliga a una postura incómoda, opuesta a su desarrollo físico y a la conservación de la salud".

    Una vez establecido el Sistema Educativo Nacional, el Estado tomó el control y aprobación del mobiliario que podía ser utilizado en las escuelas. Igual medida llevaron a cabo algunas provincias. Paralelamente las discusiones sobre los requisitos para el "buen pupitre" continuaron: “Muchos son los detalles de una escuela, que reclaman la enérgica acción del higienista de nuestra tierra, pero ninguno más importante que el pupitre por lo que directamente interesa al niño. El pupitre es precisamente uno de los factores principales de las varias afecciones que contrae el niño en la escuelas [...].Estando el niño con el cuerpo inclinado hacia adelante, tiene la cabeza y los ojos junto al libro, posición que congestiona el cerebro y contribuye a determinar la miopía. Además un hombro levantado constantemente por el defecto de la mesa, se hace y permanece más alto que el otro, el pecho se hunde y las funciones de la respiración y de la circulación sufren por la posición viciosa y prolongada." La mayoría de las argumentaciones sobre el mejor banco respondían a fundamentos relacionadas con la prevención de enfermedades y con las malas posturas que provocaban en los alumnos: el "higienismo” estaba presente. Pero la prevención debía ejercerse no sólo sobre la enfermedad física sino también sobre la intelectual y "moral" del alumno: "[...] además los bancos con capacidad para tres, cuatro o más alumnos, son sumamente molestos para las entradas y salidas de los niños y no permiten una buena vigilancia por parte del profesor. Han sido sustituidos hoy por los modelos norteamericanos Pat-Fer y Andrew. Bancos fijos para un solo alumno; de manera que cada niño queda aislado de sus compañeros, formándose filas de un solo banco separados por caminos de un metro, aproximadamente. Esta disposición facilita mucho la vigilancia del profesor y no se hace cómplice, por lo menos del fraude a que tan inclinados son los niños. Estos bancos se fijan bien en el suelo mediante tornillos." Fijos, individuales, para responder al disciplinamiento de los cuerpos al que se aspiraba como también a la adecuación a un modelo pedagógico: el "normalista". Este modelo trataba de homogeneizar conductas y prácticas. Una de ellas fue la escritura y su preocupación por la "letra linda". La letra derecha o "parada" era la más recomendada llegando incluso a desaconsejar otro tipo de letra. Se sostuvo que una adecuada inclinación de los pupitres incidía en el tipo de letra. El diseño de los pupitres influyó en la escritura:

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    “Las tablas superiores de los pupitres tendrán una pequeña inclinación hacia el alumno, salvo la quinta parte superior que se dejará horizontal para mejor acomodo de tinteros y plumas. En el borde inferior de la tapa no se admitirá varilla alguna saliente. Debajo de la tabla, movible o fija, deberá haber siempre una tablilla de suficiente ancho para libros [...]”. El impulso renovador que diera el Rector Zubiaur fue continuado a principios del siglo XX por el Rector Eduardo Tibiletti (1910 -1920) que en 1912 incorporó las aguas corrientes y en 1914 la luz eléctrica. A esta época corresponden los “Históricos” pupitres fabricados en la Penitenciaría Nacional con hierro y madera, que la mitología popular asocia con los bancos originales.

    Hagamos aquí un paréntesis para recordar que entre 1937 y 1942 el Colegio fue demolido (excepto el ala Este y el Mirador) y reconstruido desde los cimientos.

    En 1940 Luis E. Grianta se hizo cargo de la rectoría y tuvo la responsabilidad de proceder a la reapertura del Establecimiento que durante cinco años había funcionado en el turno de la tarde en la Escuela Normal. Grianta encargó a la Empresa Gurruchaga y Cía. 630 pupitres para 18 aulas de 35 alumnos cada una; 22 tarimas; 21 escritorios; 24 silloncitos de Viena y ocho bancos de cedro lustrado destinados al Salón de Actos. Asimismo en 1945 solicitó colocar los pizarrones según el moderno y práctico diseño que había visto en el Colegio Nacional de Mar del Plata: Dos pizarrones unidos por un sistema de poleas que permiten

    subirlos o bajarlos según las necesidades, y que aún hoy sorprenden por su esmerada construcción a propios y extraños. El siglo siguió su curso y las renovadas prácticas pedagógicas de los años sesenta y setenta comenzaron a demandar de muebles modernos. Así comenzaron a verse distintos diseños de bancos y sillas móviles construidos de caño y aglomerados de madera revestidos con laminados sintéticos y luego los llamados “universitarios”, incómodas sillas que por medio de un brazo incorporan una superficie de apoyo. Tironeados por los avatares de la economía, por las necesidades pedagógicas y los modelos educativos, por las corrientes sanitarias, y los claroscuros de la política nacional el mobiliario del Colegio conoce en sus 169 años de existencia, de refinados gustos como los sillones de la rectoría y la sala de profesores, de sólidos y nobles escaños como los del salón de actos, de cómodos sillones como los de la biblioteca, de los tradicionales pupitres de la penitenciaría nacional que todavía se conservan en el aula histórica o los diseños de Marcos Sastre que se guardan en el Museo Evocativo, junto a los multiformes y efímeros bancos y sillas de finales del siglo XX y principios del actual. Al fin se transforman todos ellos en metáforas de las múltiples formas de aprender y entender la educación en la Argentina. Bibliografía ARÁOZ, LUIS F. “Del Tiempo Viejo”. ARGACHÁ, CELOMAR. “El Colegio del Uruguay a través de sus rectores”. EDUNER. Concepción del Uruguay. 1999. ARGACHÁ, CELOMAR. “Colegio del Uruguay Justo José de Urquiza”. Ediciones El Mirador. 2006. URQUIZA ALMANDOZ, OSCAR F. “Historia de Concepción del Uruguay”. Tomo II. Municipalidad de Concepción del Uruguay. Concepción del Uruguay. 1983.

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    Pablo Günter Lorentz: Un Naturalista en el Colegio del Uruguay Investigación de alumnos del Colegio para Proyecto Documental 2015 Pablo Günter Lorentz, nació en Sajonia el 30 de agosto de 1835. Fue a la escuela primaria en Altenburgo, estudió teología y finalmente ingresó a la Universidad de Munich, donde se recibió su doctorado en 1860, con una tesis que se convirtió en el primer estudio biogeográfico del mundo. En 1870 llegó a la Argentina convocado por Hermán Burmaister para ocupar el cargo de profesor de Botánica en la Academia de Ciencias de Córdoba. Con el apoyo del gobierno inició exploraciones sobre la flora en el norte del país, recolectando gran variedad de especies vegetales. Las colecciones obtenidas fueron la base del herbario del Museo de Botánica que fundó. Sus investigaciones, lo llevaron a descuidar su cátedra en la academia por lo cual fue separado de la misma en 1874.

    Don Pablo Lorentz y el Museo de Historia Natural

    Lorentz fue designado profesor del Colegio por el Presidente Nicolás Avellaneda en 1875, bajo el rectorado del Dr. Clodomiro Quiroga. El Ministro de Instrucción Pública Onésimo Leguizamón fijó en un decreto las tareas que Lorentz debía llevar a cabo en el Colegio: -Desarrollar la asignatura según los planes de estudio de los Colegios Nacionales. -Presentar informes sobre sus exploraciones científicas realizadas entre 1872 y 1874. -Estudiar la flora y fauna de la provincia de Entre Ríos e informar al Ministerio sobre sus trabajos, preservar los objetos recogidos en sus expediciones y los que se adquieran en el extranjero, para que formen parte de las colecciones que han de constituir el Museo de Historia Natural. Con tales instrucciones Lorentz inició su tarea. Creó un jardín botánico cerca del Colegio y pidió dinero al gobierno para organizarlo. Pero la iniciativa no tuvo éxito por la crisis económica que se desató en 1876. Su segunda acción fue la creación del Museo de Historia Natural, para lo cual elevo un pedido de las habitaciones y elementos necesarios para su funcionamiento. El museo de historia natural del Colegio del Uruguay comenzó a funcionar en 1880. En poco tiempo fue creciendo con el material que él recolectaba en sus excursiones científicas y con colecciones adquiridas en Europa. Entonces Lorentz solicitó ocupar los dormitorios desocupados a raíz de la supresión de los internados. Fue así como el museo se trasladó al primer piso donde hoy siguen funcionando. Don Pablo Lorentz incorporó al museo colecciones autóctonas para que los alumnos aprendieran a conocer los ejemplares del país. A fines de 1880 terminó de dar forma al Museo de Ciencias Naturales y comenzó a desempeñarse como Vicerrector, quedando en segundo plano su labor científica.

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    Ese mismo año asumió como Rector del Colegio, Honorio Leguizamón con quien Lorentz sufrió grandes desencuentros. A Pablo Lorentz le debemos la base del conocimiento sistemático de nuestras plantas quien, a través de sus largas expediciones, recolectaba las especies vegetales que luego enviaba al Profesor Grisebach, en Alemania, para su clasificación porque en la Argentina Lorentz no contaba con los recursos científicos necesarios para esa tarea. Con éstos especímenes se confeccionaron los primeros tratados de botánica sistemática argentina publicando “Plantae Lorentzianae” en 1874 y en 1879 “Symbolae ad Floram Argentina” conteniendo más de dos mil doscientas especies vasculares, llamada Gottinguen, con innumerables especies nuevas para la ciencia. Pablo Lorentz realizó distintas expediciones por nuestro país. Primero recorriendo el centro y el norte mientras estaba radicado en la provincia de Córdoba. En Entre Ríos visitó los alrededores de Concepción del Uruguay entre 1875 y 1878, publicando dos informes científicos: “La vegetación del nordeste de la provincia de Entre Ríos” y “Cuadro de la vegetación Argentina”, material que se conserva en la biblioteca de ex alumnos y Profesores del Colegio del Uruguay. En 1879 participó en la expedición al Desierto, en Rio Negro, comandada por Roca. Lorentz formaba parte del equipo investigador convocado por la Academia de Ciencias de Córdoba. En su cuaderno anotaba: “Los campos son inmejorables. Que riquezas inmensas posee la República Argentina. ¡Qué porvenir el que le espera!" Los herbarios confeccionados por Lorentz, se encuentran en el Museo de Botánica de la Universidad Nacional de Córdoba y en el Museo de Fármacobotanica “Juan Domínguez” de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires. Entre las numerosas obras científicas publicadas por Lorentz podemos nombrar: “Cuadro de la vegetación de la República Argentina” con el primer mapa fitogeográfico de nuestro país, de 1876. “La vegetación del Nordeste de la provincia de Entre Ríos”, informe científico en 1878. El Museo de Historia Natural del Colegio del Uruguay "Justo José de Urquiza" lleva el nombre del gran sabio alemán. Cuenta con importantes colecciones de Etnoarqueología, Paleontología, Biología, Geología y Mineralogía. Sus museólogas continúan con las tareas de acondicionamiento y restauración que permitan alcanzar las metas de su sabio creador: Constituirlo en un centro de difusión cultural y educativa para la comunidad a la que pertenece. En agradecimiento a la confianza recibida de parte del presidente Nicolás Avellaneda, Lorentz dio el nombre a una especie de árbol nativo, bautizándolo como Tecoma Avellanedae, conocido vulgarmente como Lapacho. Pablo Lórentz murió el 6 de octubre de 1881. Hacía poco tiempo había regresado de la campaña del desierto y en el Colegio se sintió muy afectado y entristecido por las persecuciones y malos tratos que recibió del Rector Honorio Leguizamón. Sus restos descansan en el Cementerio local, habiéndose declarado su sepulcro, Tumba Histórica.

    Tiempos de Guerra Prof. Gabriel Pérez Una partida de cincuenta hombres mandados por el cordobés Simón Luengo ingresa por la puerta posterior del palacio San José en el final de la tarde del 11 de abril de 1870. Urquiza es asesinado.

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    El 14 de abril se reúne la Legislatura en su recinto del Colegio del Uruguay presidida por Antonio Zarco. Custodiando la ceremonia un cuadro al óleo pintado por Blanes evoca la figura del Gobernador muerto. El diputado Fidel Sagastume rechaza la propuesta del diputado Julio Victorica que solicita la intervención federal. Un silencio largo recorre la sala hasta que por 10 votos a favor y dos negativas el cuerpo de representantes elige a Ricardo López Jordán como gobernador de Entre Ríos. El retrato de Urquiza es retirado y destruido casi por completo.

    Desde 1867 el Colegio es dirigido por don Samuel Storrow Higginson, un maestro norteamericano graduado en Harvard amigo del presidente Sarmiento y designado por gestiones de Salvador María del Carril. La vicerrectoría es desempeñada por el educador italiano Luis Sacappatura que “con asiduidad e interés digno de todo elogio, nada deja que desear en el cuidado de la juventud, a lo que dedica todo su tiempo” El edificio finalizado hacia 1851 cumple la doble función de instituto educativo y sede de las oficinas del gobierno provincial. El año 1870 se anunciaba próspero. La gestión de Higginson ordenada y

    eficiente había conseguido un aumento gradual de la matrícula, mejoras en el edificio, una importante provisión de muebles, útiles y libros; el funcionamiento de una escuela normal de varones anexa y un aumento en los salarios de los profesores que además estaban satisfechos con la buena gestión del rector.

    Ni la carta de los extranjeros residentes en Concepción del Uruguay manifestando “que la tranquilidad pública no ha sido alterada ni un solo momento,…que los grandes poderes no se han dejado un solo momento de obrar en la órbita de la Constitución y de las leyes…” pudieron evitar que Sarmiento enviara al ejército nacional para sostener la intervención federal. El 16 de mayo de 1870 las tropas nacionales ocuparon Concepción del Uruguay y detuvieron al Gobernador Delegado, Don Fidel Sagastume enviándolo detenido a Buenos Aires. El Coronel Francisco de Elía fue nombrado jefe de la plaza mientras Emilio Mitre se asentaba en Gualeguaychú y Emilio Conesa se apostaba en Paraná bajo la dirección del General Juan Gelly y Obes que había establecido su dirección en la provincia de Corrientes. El 10 de julio llegaron las tropas provinciales a las puertas de Concepción del Uruguay al mando de Robustiano Vera y Nicomedes Coronel y al día siguiente presentaron un ultimátum que fue rechazado. El 12, los jordanistas abrieron fuego contra los nacionales. Ciento setenta soldados de las tropas de intervención y ciento treinta milicianos defendían la plaza comandados por el coronel Tomás Sourigues. Mil hombres y seis cañones ubicados en la iglesia y el teatro eran las fuerzas de los jordanistas. El combate duró algo más de dos horas.

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    El coronel Gache y veintidós soldados ocuparon la azotea del Colegio en tanto Sourigues dirigía la batalla desde el mirador. Seis mil tiros y veinte cajones de municiones gastaron en la defensa. Los nacionales resistieron hasta que la puerta principal del Colegio fue derribada y Sourigues alcanzado por una bala que puso fin a su vida. Aun hoy circula la leyenda que sostiene que los muertos en la defensa fueron sepultados en el Colegio. Al menos, en lo que respecta a Sourigues, fue enterrado al día siguiente en el cementerio de la ciudad. Las clases se suspendieron desde el 12 de julio de 1870 hasta el 15 de agosto de 1871. Cual Sobremonte al primer cañonazo, el norteamericano Higginson, hizo sus valijas y se marchó a Buenos Aires. El Colegio quedó al cuidado del vicerrector hasta mediados de julio de 1871, no por previsión de las autoridades nacionales, que no lo designaron formalmente hasta enero de 1871, sino por la responsabilidad y vocación de servicio de don Luis Scappatura. “Se ha distinguido el Vicerrector, Sr. Scappatura, que además durante toda la fecha permaneció en su puesto…” El Colegio fue tomado por las tropas de López Jordán pero a los pocos días fue abandonado ante la cercanía del ejército nacional. El 17 de julio los nacionales ingresan en el Colegio donde permanecerán hasta el 5 de julio del año siguiente. Scappatura escribió al Profesor Higginson solicitando instrucciones y ante la falta de respuestas del Rector se dirigió al Ministerio de Instrucción Pública: “He creído que mis deberes de Vicerrector me obligaban a permanecer en el país a pesar de las dificultades que mi presencia acarreaba” Una vez más el Colegio es afectado por la guerra. Entre dos fuegos como cuando invadieron Madariaga y Hornos en 1852. Como en tiempos de Cepeda y Pavón. La ocupación de las tropas jordanistas y de las del gobierno nacional, y la instalación de un hospital militar de campaña deterioraron seriamente el edificio. En noviembre Scappatura escribió a Nicolás Avellaneda molesto por el modo en que el Comandante Militar de la ciudad, Isaías Olivera, le había retenido las llaves del establecimiento y en una nota posterior informa detalladamente de los daños sufridos durante la batalla y la posterior ocupación: “la biblioteca sufrió una baja seria, sobre todo en la sección literatura española… El gabinete de Física, que se salvó milagrosamente de las balas, ha estado abierto hasta que una señora se dignó a cerrarlo…” El aula de Física recibió… algunas balas de fusil y una de cañón.” El hospital militar de campaña que se formó en la fecha del ataque, y donde Scappatura se ocupó de cuidar a los enfermos, “…sigue ocupando los dormitorios y cuartos de la dirección, hoy con 35 heridos, en su mayor parte del ejército del rebelde López Jordán…” El vicerrector también reclamó las partidas para pagar a los proveedores por cuanto algunos alumnos continuaron viviendo en el Colegio hasta noviembre y también pedía que se desalojara el establecimiento para poder dar inicio a las actividades escolares del curso siguiente. El 21 de enero de 1871 volvió a escribir informando sobre el estado de los muebles y enseres de la cocina destruidos por los jordanistas y en febrero volvía a reclamar el pago a los proveedores, profesores y personal de servicio. Don Luis Scappatura demostraba cada día su celo en la responsabilidad asumida. Convencido de la urgencia en reanudar las actividades escolares señalaba: “Experimentando… la necesidad de que principie a funcionar este establecimiento… y estando como he dicho todas las aulas aptas para prestar el servicio… creo mi deber indicar que se precisan algunas reparaciones como es ordenar la limpieza de letrinas, cuyo mal estado han obligado a los empleados del Gobierno provincial a reclamar su pronta reparación”. Durante un año don Luis Scappatura cargó la responsabilidad de conducir el Colegio del Uruguay. Un año de guerra, de dolor y de muerte, y a pesar de no haber contado con el

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    reconocimiento de la superioridad, en su último acto antes de entregar el Colegio al nuevo rector ordenó “la limpieza de pisos, se agote y se limpie el aljibe y se fumiguen las piezas que han servido de enfermería”.

    El 26 de junio de 1871 el ministerio de Instrucción pública designo a don Agustín Mariano Alió para desempeñar la rectoría del Colegio. A mediados de julio, Alió se hizo cargo de la rectoría y daba inicio a una nueva etapa mucho más pacífica pero no exenta de conflictos. Bibliografía: ARGACHÁ, CELOMAR. “El Colegio del Uruguay a través de sus rectores”. EDUNER. Concepción del Uruguay. 1999. ARGACHÁ, CELOMAR. “Colegio del Uruguay Justo José de Urquiza”. Ediciones El Mirador. 2006. CARRERA, ROBERTO LUIS I. “Revolución en Entre Ríos. Sarmiento y López Jordán”. En Documentos para la Historia Integral Argentina. Tomo 1. Centro Editor de América Latina. Buenos aires. 1974. COCCA, ALDO ARMANDO. “El Coronel Carlos Tomás Sourigues”. Cuadernos de Historia Argentina y Americana X. Centro de Historia Mitre. Buenos Aires 1950. DE LA VEGA, JULIO CÉSAR. “Consultor de Historia Argentina 1810-1890”. Ediciones Delma. Buenos Aires. 1994. URQUIZA ALMANDOZ, OSCAR F. “Historia de Concepción del Uruguay”. Tomo II. Municipalidad de Concepción del Uruguay. Concepción del Uruguay. 1983.

    Martiniano Leguizamón: Cómo conocí a Urquiza Prof. Sonia Colombo Martiniano Leguizamón (1858-1935) era hijo del Coronel Martiniano Leguizamón, militar del Gral. Justo José de Urquiza y fue alumno del Colegio, abogado, escritor y artífice, junto a otros compañeros, de la creación de La Fraternidad. Fue autor de obras como La Calandria, Montaraz, Alma Nativa y De cepa criolla. De su libro “Rasgos de la vida de Urquiza” contamos la vivencia de este escritor cuando conoció al General Urquiza. “He aquí uno de esos recuerdo indelebles de la niñez, en que a pesar del tiempo transcurrido viene fresca desde el fondo de la clara memoria la escena que intento describir, cual si ayer hubiera sucedido.”… “….Promediaba el mes de marzo de 1870 e íbamos de viaje con mi padre desde C. del Uruguay hasta nuestra estancia del Rincón de Calá. De pronto mi padre detuvo su caballo, abandonó el camino y siguió galopando a campo traviesa en dirección al norte. Breve rato después, en medio de verdes arboledas divisamos las torres cuadradas de un gran edificio. Más allá, encontramos un gran portón de hierro custodiado por varios soldados. Nos dirigimos al edificio por una avenida que bordeaban arboles coposos y plantas raras que hasta entonces no había visto. A la entrada se veían figuras de mármol. Penetramos en un gran patio rectangular. Luego pasamos a otro rodeado de un amplio corredor con arquería.

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    Ahí se detuvo mi padre a hablar con un oficial, mis ojos azorados miraban aquella grandeza que nunca había imaginado. A lo largo del muro se veían cuadros de batallas. Mi padre y el oficial los contemplaban y oí que decían: -Aquél es el General en India Muerta; aquél es el General en la Laguna Limpia; aquel es el General en Vences; aquel es el General en la carga de Caseros. ¿Quién sería aquel General desconocido, que no sabía distinguir entre los grupos de jinetes que envolvían las humaredas de las batallas? Todos me parecían iguales…” “…Esa noche comimos en una mesa larga que presidía una matrona, pues el dueño de casa, comía solo en una sala contigua con algún invitado especial, a fin de conversar sin testigos. No sé si fallan mis recuerdos, pero creo que en aquella mesa no se sirvió vino, de acuerdo a la costumbre impuesta por el dueño de casa, que no bebía alcohol ni fumaba. Al finalizar la comida, un moreno nos trajo unos duraznos maravillosos, diciendo -Dice el General que son de su quinta…” “… A la mañana siguiente, un oficial avisa a mi padre que el General lo atendería, cruzamos un zaguán, y delante de una mesa de mármol, cubierta de papeles, estaban dos hombres sentados. Dictaba uno y el otro escribía. El que dictaba tendió la mano y exclamó en voz amable -Como está Comandante; siéntese. Era un hombre de estatura mediana, un poco grueso, de rostro blanco, cabello negro, abundante, casi sin canas y los ojos grandes, imponentes, de color pardo acerado. Vestía traje de brin blanco muy pulcro, sin ninguna insignia militar. ¿Era aquel el General de quien sentía hablar con tanto respeto? Yo había oído contar que los Generales vestían traje con galones dorados y que llevaban espada o lanza ¿Porque no estaba vestido con su traje galonado? ¿Que debía sentarle tan bien y en vez de la rosa que tenía en su mano por qué no la apoyaba en su acero de guerrear? Se puso de pie, hizo una observación al escribiente y cogiendo un sombrero panamá de anchas alas, echó a andar conversando con mi padre por la avenida del parque, en cuyos bordes se enfilaban los árboles cubiertos de dorados frutos y vistosas flores. Seguía yo a pasos detrás juntando piedritas de colores. De pronto, se detuvo, fijó en mí la mirada clara y dijo señalando unas plantas de granado que arqueaban los gajos con el peso de las frutas -¿Te gustan? Recogé las que quieras. Abandoné con pena, las lindas piedritas y comencé a juntar granadas…” Cuando se despidieron, el General acariciándome la frente como si me bendijera, dijo en voz paternal, voz que nunca más volvería a escuchar:- ¡Dios lo haga bueno…como su padre! ”… Años después -siendo ya alumno del Colegio del Uruguay, volví al Palacio Todo estaba igual como lo viera entonces. El gran portón de hierro, que ya no tenía guardias; la elegante capilla, los cuatro bustos de mármol, que entonces reconocí: Alejandro, César, Hernán Cortés y Napoleón, que revelaban las aficiones guerreras del dueño de casa y su admiración por los grandes capitanes…” “…Todo estaba tal cual lo representa la conocida lámina del edificio y los jardines impresa en París por Lemercier en 1858, como yo lo vi, limpio, cuidado con prolijo esmero, se diría que el soplo de la tragedia no había pasado. Pero en las grandes salas desiertas, en que resonaban nuestros pasos, se sentía flotar un vaho de tristeza y silencio…”

    Recuerdos del Secundario Por Luis César Bourband - 5º2ª 1960 Solo cuando ha pasado mucho tiempo, uno comprende y alcanza a dimensionar la importancia y rescatar el orgullo de haber sido alumno del Histórico Colegio del Uruguay “Justo José de Urquiza”, fundado por el General Urquiza en el año 1849 en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. La vida, los años con su constante e irrepetible paso, hacen que, por momentos,

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    olvidemos hechos o circunstancias que fueron jalonando el camino. Pero cada tanto y por quién sabe qué movimientos que sacuden nuestra sensibilidad, vuelven a mi recuerdo imágenes de momentos vividos en aquella histórica Casa. ¡Qué época hermosa…! ¡Cuántos recuerdos…! Cuántas cosas han cambiado hasta hacernos creer que, en esta época de la informática y las comunicaciones al segundo, pueden empalidecerse estos recuerdos que para muchos, son de una ingenuidad que hoy no se acepta. Pero, gracias a que todavía guardo intacta una parte de mi inocencia para poder sorprenderme, es que comparto algunos de ellos que calan muy hondo en mi sensibilidad. Recuerdo muy vivamente el año en que fuimos “El rincón de los genios”. Transcurría 1960, para nosotros el último año lectivo, y como ocurría habitualmente se organizaban todo tipo de certámenes literarios y artísticos entre el alumnado que coincidían con el aniversario del Colegio. Nuestra división 5to. 2da. (19 varones), se situaba en el rincón del ala suroeste que da a las calles 9 de Julio y Leguizamón. Un rincón que dio que hablar por aquellos tiempos, ya que inscribimos los nombres de tres alumnos al tope de los tres concursos que se organizaron: Galeano en fotografía, Cerrudo en poesía y yo en dibujo, fuimos los ganadores. Era tanta la alegría que se nos ocurrió colgar en la puerta del aula un cartel con una leyenda que decía: “El rincón de los genios” en alusión a los premios obtenidos y, como era lógico, con bastante ruido. Nunca pudimos saber de quién fue la mano que, de la noche a la mañana, tuvo la audacia de arrancar tal inscripción que doraba nuestro ego y sacudía alguna envidia. ¿De la otra división…? ¿El preceptor…? Vaya uno a saber... pero, ¡cómo gozamos aquellos momentos…! Creo que nadie podrá olvidarse de aquella tradicional y esperada “vuelta del perro” alrededor de la Plaza Ramírez, en aquellos mágicos fines de semana y que los muchachos esperábamos con gran excitación para ver pasar a las chicas en sentido contrario, o los bailes de la confitería de Tito Tófalo, luego de los actos de las fechas patrias. Épocas de amoríos y conquistas. Todo era perfecto, aunque, había que estar atento para no dejar pasar a quien nos quitaba el sueño, siempre y cuando la timidez no nos jugara una mala pasada y entonces, las cargadas….¡ ¡A la orden del día..! Recuerdo que, con otros dos compañeros salíamos diariamente del Colegio y, atravesando la plaza, nos íbamos a la salida de las chicas de la Escuela Normal. Nunca nos preguntamos quién había sido la benévola autoridad que tomó la decisión de disponer que los alumnos del Colegio pudieran salir esos cinco minutitos antes que los de la Normal, lo que permitía tal circunstancia. Los tres íbamos, entonces, a buscar a nuestras novias, alumnas de aquel establecimiento. Un día, aquel ritual diario fue interrumpido bruscamente: la directora de aquella casa mandó a un emisario para decirnos que quería hablar con nosotros. Nos miramos, entre desconfiados, extrañados y un poco preocupados, pero raudamente nos dirigimos a la Dirección. Allí estaba Doña Esilda Tavella con su digna prestancia. Nos saludó muy cortésmente y fue directamente al grano: nos hizo saber que, por la imagen de la escuela, ella no veía con buenos ojos y consideraba que no era correcto que fuéramos a buscar hasta la misma puerta a las chicas. En mi caso, recuerdo que le dije que yo tenía el consentimiento de sus padres y que, (sic) “era la novia que yo había elegido para casarme”. Se enterneció por mi inconsciencia y me dijo que estaba bien pero que fuera un poco más alejado el lugar de la espera. Quien iba a decir que, cuarenta años después, iba a escribir esto pensando que estoy ante ella diciéndole”: Profesora, ¿vio que no me equivoqué…? Algo que nunca olvidaré mientras viva, fue la emoción que sentí estando en 4to. Año cuando fui elegido junto a varios alumnos de 5to., para llevar el féretro que portaba los restos del General Urquiza, desde el Colegio hasta la Inmaculada Concepción, en aquella tocante ceremonia que contó con la presencia del entonces Presidente de la Nación y Ex-alumno del Colegio, Don Arturo Frondizi. Nunca supe si fue por alguna deserción o por mi estatura que pude acceder a lo que era un privilegio solo de los de 5to. Año. El caso es que temblaba como una hoja, flanqueado por Granaderos, Patricios, Autoridades de todas partes y el pueblo todo. Aquello fue de una emoción que llegaba a lo más alto e impactaba en los corazones. Todavía me parece ver esa gran cantidad de banderas, el vuelo de las palomas ante el agitar de las campanas o escuchar el sonido de las bandas de música, durante aquel trayecto

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    lento y dificultoso de tan sentido homenaje que culminaría con el arribo de los restos del gran entrerriano al lugar donde descansan para siempre.

    Un café más por favor Por Facundo Benavidez (1998) Un día que ya no recuerdo exactamente, me encontraba hablando con una muchacha de pelo lacio rubio y ojos vivaces. Pocas veces la había visto por allí; probablemente fue alumna del colegio o no, y simplemente estaba de paso. La charla se extendió entre comentarios del tiempo y los temas cotidianos cuando me preguntó si recordaba el día más frío jamás vivido. Últimamente olvido muchos datos pero, ante este requerimiento, recuerdo que le describí el regreso desde La Plata a Buenos Aires, un viaje con amigos en un tren antibarras todo metálico, incluido el piso y los asientos, escasos vidrios, sin puertas, en un junio amanecido. A la chica le causó gracia mi relato. -¿Cuál es la gracia?- pregunté con un dejo de socarronería. -Ninguna en especial, pero te recuerdo. Eras vos entonces- respondió con aire distante. -¿Cómo que me recordás?- volví a consultar ya más interesado. -Yo era alumna, estaba en sexto año, casi siempre llegaba temprano. Más de una vez te vi entrar sobre la hora al trote con el café salpicando por todos lados. Varias veces te vi así. -Es cierto- sostuve. Mi hipótesis se confirmaba. -Llegaba con el tiempo justo. Ante semejante frío bien valía un baño de café hirviendo- me excusé sin sentido mientras esperaba alguna mueca cómplice de su parte. Me devolvió una sonrisa, quiero decir una mueca, más de respeto. Entonces agregó con la mirada extraviada: -Yo hubiera hecho lo mismo; en el anexo nos apretujábamos para pasar las horas. Aunque habría limpiado ese piso pegoteado. Secretamente vencido frente a su argumento que evidenciaba mi desatención, la despedí algo ruborizado. Desde entonces, suelo entretejer nuevos encuentros.

    Historia y Matemática La cátedra de Historia y Fundamentos de la Matemática que desarrolla el profesor Julio Ponce de León en la FCyT de UADER promueve el desarrollo de trabajos de investigación con el objetivo de que los estudiantes comprendan que la ciencia, y en particular la matemática es una actividad cultural, que, lejos de la visión que normalmente se tiene, está atravesada por la realidad de la sociedad en la que se desarrolla y no es ajena a los valores, creencias y costumbres de la época y lugar en que cada matemático lleva adelante. En este contexto los estudiantes del profesorado de Matemática de la FCyT se acercan al Colegio del Uruguay no solo como el lugar donde ir a hacer sus prácticas de la enseñanza sino como una importante referencia a nivel educativo. La investigación se llevó a cabo en el Archivo Histórico del Colegio del Uruguay con la colaboración de la Prof. Raquel Bonnin. Gracias a la colaboración del Profesor Ponce de León publicamos aquí un resumen de los trabajos realizados por los estudiantes de Matemática que serán presentados en la Semana de la Ciencia y la Tecnología.

    Luis de la Vergne Por Micaela Heit, Antonella Impini, Carolina Kloster y María Sol Turín. En el año 1854 asume como rector del Colegio del Uruguay “Justo José de Urquiza” el Dr. Alberto Larroque, quien promovió una serie de importantes reformas en los planes de enseñanza, iniciándose así una etapa enriquecedora para el Colegio. Se incorporaron prestigiosos profesores como Alejo Peyret, Luis de la Vergne, Alfredo Pasquier, Luis Grimaux, Alfredo Darquier, Jorge Clark y Manuel Mallada entre otros. Se sumaron a la tarea docente jóvenes adelantados de la carrera de Jurisprudencia como Martín Ruiz Moreno, Lino Churruarín y otros que se destacaron en distintos planos de la vida cultural argentina. El resultado de lo aprendido en las aulas se volcaba a la comunidad a través de exámenes públicos, certámenes literarios, conferencias y conciertos. Luis de la Vergne había egresado de

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    la Escuela Central de Artes en París, fue profesor del Colegio del Uruguay durante el rectorado de Larroque y posteriormente docente del Colegio de la Unión de Montevideo. El 5 de agosto de 1854, de la Vergne se encontraba en la Administración de Rentas de Gualeguaychú cuando el Ministro de Instrucción Pública, Santiago Derqui, lo designa catedrático de las clases de Matemática y Dibujo Lineal del Colegio del Uruguay. Las clases de matemática son dirigidas por Luis de la Vergne profesor muy competente en la materia. Esta enseñanza afianza la teoría y la práctica, de modo que en poco tiempo podría disponer al gobierno de jóvenes sumamente útiles. La clase de matemática se divide en dos secciones y comprende: Álgebra, Geometría, Trigonometría y Dibujo Lineal. Los alumnos no son admitidos al estudio de esas ramas, sin tener previamente un conocimiento exacto de la Aritmética. El 21 de agosto de 1854, Derqui solicita a Larroque que envíe a la capital los jóvenes que sepan: Álgebra, Geometría y Trigonometría para seguir la carrera de agrimensor. Y además aquellos jóvenes que tengan conocimientos sobre secciones cónicas y las ramas de la matemática antes dichas, que quieran continuar sus estudios como ingenieros o militares en la capital. Una de las notas de los libros y demás instrumentos necesarios para enseñar matemáticas aplicadas, presentada por el Rector del Colegio del Uruguay al Señor Juan Baraños para el año 1855. · 20 estuches. · 100 hojas papel marquilla para dibujo lineal. · 4 docenas de goma elástica. · 1 gruesa de lápices. · 4 docenas de “cola de boca” (pegamento). · 20 escuadras y otras tantas reglas. En el año 1867, se publicaron una serie de noticias sobre casos de cólera en el país. La epidemia, al parecer, fue traída por soldados que participaron, en la Guerra del Paraguay y la misma se expandió rápidamente en Buenos Aires, alcanzando singular virulencia en la ciudad de Rosario. Si bien en Concepción del Urugua se tomaron numerosos recaudos para evitar contagios, como, por ejemplo, establecer una cuarentena de ocho días a las personas provenientes de Buenos Aires y la fumigación en la ciudad de Nogoyá de toda la correspondencia quien venía de Paraná, el cólera finalmente llegó a la ciudad y si bien no adquirió el dramatismo de otros lugares del país, fueron numerosas las víctimas. Entre ellos se deben mencionar el rector del Colegio, Eugenio Mauguin quien falleció el 10 de noviembre de 1867 y al profesor Luis de la Vergne.

    Carlos Tomás Sourigues Por Juliana Alvarez, Luciana Carotta y Verónica Nascimento. Carlos Tomás Sourigues nació en Bayona, Francia, el 21 de diciembre de 1805. Era hijo de Juan Sourigues, un hombre de ideas liberales y revolucionario de la Bastilla, y de doña María Sanguinet. Sourigues estudió artes y oficios y medicina, y fue docente de Física en la Escuela Real de Arts et Métiers. Llegó a Buenos Aires en 1835, siendo ingeniero y teniendo conocimientos de medicina, geología, paleontología y topografía. Se contó así entre los primeros educadores franceses que llegaron a la Argentina. El gobernador Rosas le otorgó una licencia para enseñar en Colegio Republicano Federal, entre 1843 y 1845. En 1846 enseñó historia en el instituto dirigido por el padre Majesté y en el Colegio del Plata, dirigido por Alberto Larroque. Sourigues atendió las cátedras de francés y de matemática y Mansilla lo recuerda diciendo: "Con Sourigues no aprendíamos mucho. Nos divertíamos. Era chispeante". Durante el período rosista, efectuó trabajos urbanísticos en la ciudad de Buenos Aires y Rosas le habría encomendado misiones políticas confidenciales. En 1850 se radicó en Gualeguay, donde se desempeñó como maestro y como agrimensor. En esta ciudad entrerriana creó una Escuela de Artillería e Infantería, que posteriormente se incorporó al Colegio del Uruguay. Justo José de Urquiza lo trajo a Concepción del Uruguay, donde ejerció como profesor de matemáticas en el Colegio Nacional, donde también fue militar. Sourigues trabajó además en la Colonia San José y en la ciudad de Colón en el Departamento Topográfico y en el diseño y trazado de la ciudad. En el Colegio Sourigues y otros profesores en matemática de gran prestigio formaron agrimensores, que luego ejercieron como tales en la provincia. Urquiza le pidió a Sourigues hacerse cargo de la educación de uno de sus hijos. Este aceptó gustoso su pedido, y en una carta le responde: “El Comandante Célis me dijo que deseaba que me hiciera cargo de la educación de su hijo. Con mucho gusto lo recibiré y trataré de hacer de él todo en cuanto esté en mi poder dichoso de servir de este modo”. El Coronel Sourigues no solo atendió

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    la educación de uno de los hijos del General Urquiza, entre sus discípulos más eminentes, se encuentra Onésimo Leguizamón, a quien parece le transmitió su amor por la instrucción del pueblo. El amor que Sourigues sintió por la Argentina se traduce, entre otras formas, por la fe que tuvo por los hijos de estas tierras. Existe una carta que él le mandó al gobernador, la cual fue escrita en Gualeguay el 18 de febrero de 1850, que dice: “He pedido al Señor presidente de las escuelas y al señor Comandante del pueblo a dos niños que pedía V.E. para educar y me serán entregados dentro de unos días. Pienso, Excmo. Señor, hacer de los niños que nada saben o muy poco, sean lo más pronto posible capaces de ser ingenieros…”. “Además de la ciencia que requiere esta profesión trataré de enseñarles las demás ramas que forman una educación culta”. Sourigues falleció heroicamente defendiendo el Colegio durante los ataques de la rebelión Jordanista de 1870. Durante mucho tiempo se creyó que Sourigues estaba enterrado en el Colegio, pero es solo una leyenda, ya que la tumba del Comandante está en el cementerio de la ciudad de Concepción del Uruguay. De las anotaciones de Sourigues, su biógrafo Aldo A. Cocca, rescata un pensamiento de singular significado: “Solo las generaciones que recojan mis enseñanzas podrán decir, si al servicio de la educación común, explorando sus campos y ríos, trazando ciudades y empuñando la lanza en las batallas, fui menos argentino que los nacidos en esta tierra”.

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