1_ EL TRONO DE HUESOS DE DRAGÓN - Tad Williams - Añoranzas y pesares

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AORANZAS y PESARESTad Williams

El Trono de Huesos de Dragn I

TIMUN MAS

AORANZAS y PESARES8 volmenes . I. El trono de huesos de dragn 1 2. El trono de huesos de dragn 2 3. La Roca del Adis 1 4. La Roca del Adis 2 5. A travs del nido de ghants 1 6. A travs del nido de ghants 2 7. La Torre del ngel Verde 1 8. La Torre del ngel Verde 2

Diseo de cubierta: Singufar, S.L. Ttulo original: The Dragonbone Chair (Memory. Sorrow and Thorn, Book 1) Traduccin: Miguel J. Portillo 1988, Tad Williams By arrangement with Daw Books, Inc., New York Grupo Editorial Ceac, S.A., 1999 Para la presente versin y edicin en lengua castellana Timun Mas es marca registrada por Grupo Editorial Ceac, S.A. ISBN: 84-480-3169-5 (obra completa) ISBN: 84-480-3170-9 (volumen 1) Depsito legal: B. 48.628-1999 Hurope, S.L. Impreso en Espaa - Printed in Spain Grupo Editorial Ceac, S.A. Per, 164 - 08020 Barcelona Internet: http://www.ceacedit.com

No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni el registro en un sistema informtico, ni la transmisin bajo cualquier forma o a travs de cualquier medio, ya sea electrnico, mecnico, por fotocopia, por grabacin o por otros mtodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

NOTA DEL AUTOR

He llevado a cabo una labor, una grata labor dirigida al mundo y destinada a consolar nobles corazones: a aquellos a los que aprecio y al mundo sobre el que descansa el mo propio. No me refiero al mundo comn, a ese mundo de los que, segn he odo decir, no pueden soportar el dolor y nicamente ansan estar inmersos en la felicidad. Que Dios se lo permita! Mi historia no est dirigida ni a su mundo ni a su forma de vivir; su vida y la ma son dos mundos aparte. Es a otro mundo al que me dirijo, al mundo que lleva en su corazn una carga de dulce amargura, que se deleita con ello y con el dolor de la nostalgia, que ama la vida y se entristece con la muerte, que ama la muerte y se entristece con la vida. Dejad que tenga mi mundo en ese mundo, que me condene o me salve con l. Gottfried von Strassburg (autor de Tristn e Isolda) Este trabajo no hubiera sido posible sin la ayuda de muchas otras personas. Mi agradecimiento para Eva Cumming, Nancy Deming-Williams, Arthur Ross Evans, Peter Stampfel y para Michael Whelan, quienes leyeron un manuscrito horriblemente extenso, me ofrecieron apoyo, consejos tiles e inteligentes sugerencias; tambin para Andrew Harris, por el soporte logstico ms all de la amistad; y especialmente para mis editores, Betsy Wollheim y Sheila Gilbert, que trabajaron larga y duramente para ayudarme a escribir el mejor libro que soy capaz de escribir, todos ellos son grandes personas.

Este libro est dedicado a mi madre, Barbara Jean Evans, que me inculc un profundo cario por Toad Hall, los Bosques de Aker y Shire, as coma por otros lugares y pases recnditos ms all de lo conocido. Tambin inculc en m un inagotable deseo de realizar mis propios descubrimientos y de compartirlos con los dems. Quisiera compartir este libro con ella.

ADVERTENCIA DEL AUTOR

A los viajeros que circulen por la tierra de Osten Ard se les aconseja no menospreciar las antiguas reglas y formalidades, y observar todos los rituales cuidadosamente, ya que a veces pueden confundir el ser con el parecer. El pueblo qanuc de las nevadas Montaas de los Gnomos tiene un proverbio: El que est seguro de conocer el fin de las cosas cuando tan slo ha empezado a realizarlas es o un sabio o un loco; no importa cul de las dos cosas sea, lo cierto es que ser un hombre desgraciado, ya que ha puesto un cuchillo en el corazn del enigma. Como premisa, los nuevos visitantes de esta tierra deben prestar especial atencin a lo siguiente: Eviten las suposiciones. Los qanuc tienen otro dicho: Bienvenido, extranjero. Los caminos no estn hoy nada seguros.

Prlogo

... Dicen los que lo han visto que el libro de Nisses, un sacerdote que enloqueci, es grande y pesado como un nio. Fue descubierto junto a Nisses, que yaca muerto y con una sonrisa en el rostro, al lado de la ventana de la torre desde la que su seor, el rey Hjeldin, haba saltado hacia su propia muerte momentos antes. La mohosa tinta de color marrn, que al parecer est hecha con grasa de cordero, elboro y ruda as como de un espeso y rojizo lquido, est muy seca y, por ello, salta con facilidad de las delgadas pginas. La piel sin curtir de un animal sin pelo, de especie desconocida, conforma el soporte. Los hombres santos de Nabban, que lo leyeron tras la muerte de Nisses, lo consideraron hertico y peligroso, pero por alguna causa desconocida no lo quemaron, como sola hacerse con textos de esa especie. En lugar de ello, permaneci, durante incontables aos, en los inmensos archivos de la Madre Iglesia, en los ms profundos y secretos stanos de Sancellan Aedonitis. En la actualidad parece haber desaparecido del cofre de nix que lo albergaba; la siempre poco social Orden de los Archivos se manifiesta vagamente sobre su actual paradero. Algunos de los que han ledo el hertico trabajo de Nisses proclaman que contiene todos los secretos de Osten Ard, desde los oscuros orgenes de esta tierra hasta ms all de las sombras de lo que todava est por venir. Los sacerdotesexaminadores aedonitas slo declaran que su contenido es, impo. En verdad debe de ser cierto que los escritos de Nisses predicen lo que est por acontecer deforma tan clara y, presumimos, de manera excntrica como lo ya ocurrido. De todas formas, se desconoce si los grandes acontecimientos de nuestra era y, de forma especial para nosotros, la aparicin y el triunfo del Preste Juan aparecen incluidos en los escritos del sacerdote, aunque existen indicios de que as es. La mayor parte de los escritos de Nisses son misterios, y su sentido permanece oculto en extraas rimas y oscuras referencias. Nunca llegu a leerlo por completo y la mayor parte de los que lo hicieron hace ya mucho que murieron. El ttulo del libro., redactado en la extraa y oscura escritura rnica del lugar de origen de Nisses, all en el norte, es Du Svardenvyrd, que significa Enigma de las Espadas... Extracto de La vida y el reinado del rey Juan el Presbtero, por Morgenes Ercestres.

Primera Parte

Simn cabezahueca

1 El Saltamontes y el ReyAquel da poda apreciarse una agitacin fuera de lo comn en el dormido corazn de Hayholt, en la desconcertante maraa de tranquilos pasillos y en los patios llenos de hiedra, en las celdas de los monjes y en las hmedas y sombras cmaras. Cortesanos y sirvientes murmuraban con los ojos fuera de las rbitas. Los pinches de las cocinas intercambiaban significativas miradas a travs de los fogones humeantes. Conversaciones en susurros parecan tener lugar en cada pasillo y puerta de la gran fortaleza. Deba de ser el primer da de primavera, a juzgar por el ambiente de expectacin que pareca existir, pero el gran calendario situado en las abarrotadas estancias del doctor Morgenes pareca indicar algo muy diferente: era el mes de novendre. El otoo estaba en pleno apogeo y el invierno se acercaba lentamente. Lo que haca que aquel da fuese diferente de los dems era algo que no tena nada que ver con la estacin del ao, sino con lo que ocurra en la sala del trono de Hayholt. Durante tres largos aos sus puertas haban permanecido cerradas por orden del rey y sus ventanas multicolores haban sido igualmente cubiertas con grandes telas. Ni siquiera se les haba permitido traspasar el umbral a los criados que se ocupaban de la limpieza, lo que provoc una angustia sin fin a la dama encargada de las sirvientas. Tres veranos y tres inviernos haba permanecido cerrada aquella sala, pero hoy haba dejado de estar vaca y eso haca que el castillo hirviese de rumores. Lo cierto es que haba una persona en Hayholt cuya atencin no se hallaba volcada en la sala que durante tanto tiempo haba permanecido cerrada; era una solitaria abeja, en un panal lleno de murmullos, cuya cancin solitaria no entroncaba con el zumbido general. Aquel ser se hallaba en el corazn del Jardn de los Setos, en un hueco entre la apagada piedra roja de la capilla y la parte trasera de un seto cardado, y esperaba que nadie lo echase de menos. Haba tenido un da horroroso; todas las mujeres andaban de aqu para all muy ocupadas, con poco tiempo para responder a preguntas; el desayuno haba sido preparado tarde, y fro por aadidura. Como siempre, le haban dado rdenes confusas, y pareca que nadie tena tiempo para ninguno de sus problemas... De mala gana pens que aquello tambin era de prever. Si no fuera por el descubrimiento de aquel grande y magnfico escarabajo que haba llegado deambulando a travs del jardn, tan satisfecho de s mismo como un prspero aldeano, toda la tarde habra resultado una gran prdida de tiempo. Con una ramita ensanch el delgado caminito que haba escarbado en la oscura y fra tierra junto a la muralla, pero aun as el cautivo no pudo seguir hacia adelante. Movi ligeramente el brillante caparazn, pero el terco escarabajo se neg a moverse. El muchacho enarc las cejas y se mordi el labio superior. Simn! En el nombre de la Creacin, dnde has estado metido? La ramita cay de sus nerviosos dedos, como si una flecha le hubiese atravesado el corazn. Poco a poco se volvi para mirar la sombra surgida por encima de l. En ningn sitio... empez a decir Simn, y segn senta salir las palabras a travs de sus labios un par de huesudos dedos lo cogan de la oreja y lo levantaban hasta ponerlo en pie, mientras aullaba de dolor. No me digas que en ninguna parte, gandul rugi en su oreja Raquel el Dragn, dama encargada de las sirvientas, una yuxtaposicin nicamente posible gracias a que Raquel estaba de puntillas y a la natural inclinacin de Simn a estar cabizbajo, ya que a la cabeza de la sirvienta le faltaba ms de un palmo para alcanzar la estatura del muchacho.

Perdonad, seora, lo siento murmur Simn, a la vez que perciba, lleno de tristeza, que el escarabajo se diriga hacia una rendija en la pared de la capilla, hacia la libertad. El sentirlo no siempre te va a servirrezong Raquel. Todos los chicos de la casa estn trabajando y ponindolo todo a punto menos t! Eso ya est bastante mal, pero, claro, yo tengo que perder mi valioso tiempo en tratar de encontrarte. Cmo puedes ser tan malo, Simn, cuando deberas actuar como un hombre? Eh, cmo? El chico, de catorce larguiruchos aos y totalmente aturdido, no dijo nada. Raquel lo mir. Ya tiene un aspecto bastante triste pens la mujer con ese pelo rojo y las pecas, pero cuando entorna los ojos y frunce el entrecejo, parece medio bobo. A su vez, Simn mir a su apresadora, y vio que respiraba pesadamente, exhalando el aire de novendre con bufidos de vapor. Ella tambin temblaba, aunque el muchacho no poda afirmar si era de fro o de rabia. En realidad, no tena mucha importancia, pero lo haca sentirse peor. Todava espera una respuesta. Qu aspecto ms enfadado y cansado tiene! Simn se encogi todava ms y se mir los pies. Bueno, pues vas a venir conmigo. El buen Dios sabe que tengo un montn de cosas que un chico ocioso como t puede hacer. Es que no sabes que el rey se ha levantado de su lecho de enfermo? Raquel lo agarr del codo y lo llev arrastrando por el jardn. El rey? El rey Juan? pregunt Simn, lleno de sorpresa. No, ignorante, el rey Perico-de-los-Palotes! Claro que se trata del rey Juan! Raquel detuvo sus pasos para apartarse una guedeja de lacio cabello gris y sujetarla bajo su bonete. Le tembl la mano. Espero que ests contento dijo. Me has hecho enfadar tanto que he sido irrespetuosa con el nombre de nuestro buen rey Juan, que tan enfermo est. Respir ruidosamente y se inclin para dar una dolorosa manotada en la parte carnosa del brazo de Simn. Sgueme. Ea dama ech a andar, con un compungido muchacho pisndole los talones. Simn nunca haba conocido otro hogar aparte del antiqusimo castillo llamado Hayholt, que quiere decir Gran Torren. El nombre era adecuado: la Torre del ngel Verde, su punto ms alto, se elevaba por encima de los ms altos y viejos rboles. Si el mismo ngel, encaramado en el extremo de la torre, hubiera dejado caer una piedra de su verdusca mano, habra recorrido cerca de doscientos codos1 antes de caer ruidosamente en el foso salobre y turbar el sueo de los grandes lucios que se agitaban por encima del lodo centenario. Hayholt era ms antiguo que todas las generaciones de campesinos erkynos que hubieran podido nacer, trabajar y morir en los campos y pueblos que rodeaban el gran torren. Los erkynos eran slo los ltimos poseedores del castillo; otros muchos tambin lo haban llamado suyo, pero nadie haba podido conseguirlo del todo. La muralla exterior que rodeaba la desgarbada torre mostraba el trabajo de diversas manos y pocas. La spera roca y la madera labradas por los rimmerios, los extraos grabados de los hernystiros, junto con las meticulosas tallas de los nabbanos. Pero, por encima de todo ello, permaneca la Torre del ngel Verde, erigida por los imperecederos sitha mucho antes de que los hombres llegasen a estas tierras, cuando todo Osten Ard formaba parte de sus dominios. Los sitha fueron los primeros en construir aqu; edificaron el baluarte primigenio en los promontorios situados junto al lago Kynslag y al ro que corra hacia el mar. Asua llamaron los sitha a su castillo. Si esta casa con tantos seores tuviera un nombre real, se sera Asua. Aquella raza mgica, los sitha. desaparecieron de las verdes praderas y se dirigieron hacia los bosques, las escarpadas montaas y a otros lugares desconocidos no recomendables para el hombre. Los restos de su castillo un hogar para los usurpadores quedaron atrs.1

Codos: Antigua medida de longitud equivalente a unos 42 centmetros. (N. del t.)

Asua representaba una paradoja; orgulloso y desvencijado, festivo y prohibido, se alzaba imponente por encima de los campos y del pueblo, inclinado sobre su feudo como un oso durmiendo entre sus cras. A menudo Simn tena la sensacin de ser el nico habitante del inmenso castillo que no haba encontrado su lugar en la vida. Los albailes enyesaron la parte frontal de la residencia y repararon los desperfectos de los muros del castillo aunque a menudo aquellos desperfectos parecan volver a abrirse paso a travs de la restauracin sin dedicar un solo pensamiento al porqu o al cmo giraba el mundo. Los carniceros, entre alegres silbidos, llevaban rodando grandes barriles de buey en salazn, de aqu para all. Junto con el senescal del castillo, regateaban con granjeros, todava con tierra hmeda pegada a la piel, sobre las cebollas y zanahorias que cada maana llegaban a las cocinas de Hayholt. Raquel y las sirvientas que estaban a su cargo siempre se hallaban terriblemente ocupadas, arriba y abajo con sus escobas de paja, juntando montoncitos de polvo como si estuviesen reuniendo un rebao de asustadizas ovejas, entre murmullos de piadosas imprecaciones sobre la forma en que algunas gentes dejan las habitaciones cuando se marchan, y, en general, siendo el terror de los perezosos y dejados. En medio de tanta actividad, el desgarbado Simn era como un desfallecido saltamontes en un hormiguero. Saba que nunca llegara a ser gran cosa; as lo haba pronosticado demasiada gente, casi todos ellos mayores que l, y presumiblemente ms listos. A una edad en la que otros chicos clamaban por las responsabilidades de los hombres adultos, Simn todava era una persona atolondrada. No importaba el trabajo que le encomendasen, su atencin pronto empezaba a vagar y caa en sueos sobre batallas, gigantes, viajes por mar a bordo de grandes y brillantes navos..., y, de alguna manera, las cosas se le rompan, perdan o salan al revs. En otras ocasiones no se lo encontraba por ninguna parte. Permaneca oculto en el castillo como una esculida sombra, poda escalar los muros como los encargados de reparar los tejados o como los vidrieros, y conoca tantos pasadizos y lugares ocultos que la gente del castillo lo llamaba el chico fantasma. Raquel le tiraba con bastante frecuencia de las orejas y lo llamaba cabezahueca. Por fin Raquel le haba soltado el brazo, y Simn arrastr los pies con aspecto sombro mientras segua, como un cordero, a la dama encargada de las sirvientas. Haba sido descubierto, el escarabajo haba escapado y toda la tarde se haba desplomado sobre l. Qu es lo que tengo que hacer, Raquel? murmur desganado. Ayudar en la cocina? La dama gru con desdn y sigui andando. Simn mir hacia atrs con pesar al tener que abandonar el refugio de los rboles y arbustos del jardn. Las pisadas de ambos resonaron llenas de solemnidad a lo largo del pasillo enlosado. Simn haba sido criado por las sirvientas, pero estaba claro que l nunca podra entrar en el servicio; dejando su niez aparte, Simn era alguien a quien obviamente no se le podan confiar delicadas operaciones domsticas. Se haba realizado un gran esfuerzo para encontrarle tareas adecuadas. En una gran casa, y Hayholt sin duda era la mayor de ellas, no haba lugar para los que no estaban ocupados. Encontr una especie de trabajo en las cocinas del castillo, pero incluso en esa labor, que no peda demasiado de l, le fue imposible acomodarse. Los dems friegaplatos rean y se daban codazos unos a otros al observar cmo Simn con los brazos metidos hasta el codo en agua caliente y los ojos entrecerrados, mientras se perda en el mundo de los sueos aprenda el secreto del vuelo de los pjaros o salvaba a doncellas de bestias imaginarias, mientras su estropajo flotaba lejos, en la superficie de la pila. La leyenda dice que sir Fluiren un familiar del famoso sir Camaris de Nabban lleg en su juventud a Hayholt para convertirse en caballero, y que durante un ao trabaj disfrazado en el mismo fregadero, debido a su gran humildad. Los trabajadores de la cocina se burlaban de l y lo apodaron manos

finas, ya que el terrible trabajo no consegua disminuir la blancura de sus dedos. Simn slo tena que mirar sus agrietadas y enrojecidas manos para darse cuenta de que l no era el hijo hurfano de ningn gran seor. Siendo no mucho mayor que l, el rey Juan haba matado al Dragn Rojo. Simn peleaba con escobas y cacerolas, lo que para l no resultaba muy diferente. Se trataba de un mundo ms tranquilo, diferente del de los tiempos de la juventud de Juan, gracias, en gran parte, a los actos del ahora anciano rey. Ya no haba dragones al menos vivos que habitasen las oscuras y grandes estancias de Hayholt. Aunque Raquel segn se deca Simn, con su hosca faz y sus dedos retorcidos, se pareca bastante a ellos. Llegaron a la antecmara de la sala del trono, centro de una desacostumbrada actividad. Las sirvientas se movan casi a la carrera, de una pared a otra, como moscas encerradas en una botella. Raquel se detuvo y, con los brazos apoyados en las caderas, dio un vistazo a sus dominios; por la sonrisa que aflor a sus labios, lo que vio pareca agradarle. Durante un momento se olvid de Simn, que permaneca medio apoyado en una pared llena de tapices. Con la cabeza baja dirigi una mirada de reojo a la chica nueva, Hepzibah, que estaba rellenita y tena el cabello ensortijado; observ cmo caminaba con un balanceo de caderas insolente. Al pasar junto a l con un cubo de agua, vio cmo la miraba y la muchacha sonri abiertamente, divertida. Simn sinti que el fuego le suba por el cuello hasta inundarle las mejillas y se volvi para cogerse al deshilachado tapiz que colgaba de la pared. A Raquel no le haba pasado inadvertido el intercambio de miradas. Que el Seor te azote como a un burro, chico, no te he dicho que te pusieras a trabajar? Pues ponte! En qu? respondi Simn, y se sinti mortificado al or la risita burlona de Hepzibah desde el pasillo. El muchacho se pellizc el brazo, lleno de frustracin, y le doli. Coge esa escoba y vete a barrer las habitaciones del doctor. Ese hombre vive como en un nido de raras, y quin sabe dnde querr ir el rey, ahora que se ha levantado. Por el tono de voz de Raquel poda percibirse que el hecho de ser rey no aminoraba la generalizada aversin que senta hacia los hombres. A las habitaciones del doctor Morgenes? pregunt Simn; por primera vez desde que haba sido descubierto en el jardn, se sinti revivir. Ahora mismo voy! Asi una escoba a la carrera y desapareci. Raquel buf y se dio la vuelta para examinar la ms mnima mota de polvo que pudiera quedar en la antecmara. Durante un instante se pregunt lo que sera poder atravesar la gran puerta de la sala del trono, aunque apart el pensamiento de s de un manotazo. Reuni a sus legiones con unas palmadas y con su recia mirada las condujo fuera de la antecmara para librar otra batalla contra su gran enemigo: el desorden. En la sala que se extenda ms all de la puerta colgaban polvorientos estandartes, una fila sobre otra, a lo largo de los muros, llenos de animales fantsticos: el dorado purasangre del clan Mehrdon, la brillante cimera en forma de martn pescador de Nabban, lechuzas y bueyes, nutrias, unicornios y serpientes fabulosas; todas las hileras estaban llenas de silenciosas y durmientes criaturas. Ningn destacamento agit aquellos rados colgantes; incluso las telaraas aparecan vacas y deshechas. Algunos pequeos cambios se haban producido en la sala del trono, algo volva a revivir en la lbrega cmara. Alguien cantaba una tranquila cancin con la delicada voz de un joven o de un anciano. En el extremo ms alejado de la sala colgaba un inmenso tapiz entre las estatuas de los Supremos Reyes de Hayholt, un tapiz con el escudo de armas, el Dragn y el rbol. Las ceudas estatuas de malaquita, una guardia de honor en nmero de seis, flanqueaban un enorme y pesado trono que daba la impresin de estar completamente hecho de amarillento marfil. Los brazos del trono eran nu-

dosos y el respaldo apareca cubierto por una enorme y dentada calavera cuyos ojos eran pozos de sombras. Ante el trono aparecan sentadas dos figuras. La ms menuda de ellas iba vestida con ropas multicolores y cantaba: era su voz la que se elevaba desde los pies del trono, demasiado dbil para producir ni siquiera un ligero eco. Sobre ella se cerna una gran forma, sentada en el borde como una vieja y cansada ave de presa encadenada al hueso del trono. El rey, tras tres aos de enfermedad y debilitamiento, haba regresado a su polvorienta sala y escuchaba mientras el hombrecito cantaba a sus pies; las largas y moteadas manos del monarca se aferraban a su grande y amarillento trono. Se trataba de un hombre alto; tiempo atrs lo habra parecido mucho ms, pero ahora apareca encorvado, como un monje en posicin de orar. Vesta una tnica del color del cielo y llevaba barba como un profeta jesureo. Una espada reposaba cruzada en su regazo, brillando como si acabase de ser limpiada; en la frente del rey descansaba una corona de hierro, tachonada de esmeraldas y palos. El enano que haba a los pies del soberano repos durante un largo y silencioso instante, para luego volver a empezar otra cancin: Pueden contarse las gotas de lluvia cuando el sol luce en lo alto? Se puede nadar en el ro cuando su lecho est seco? Se puede coger una nube? No, no se puede, tampoco yo y el viento grita: Espera cuando pasa una. El viento grita: Espera cuando pasa una Una vez que la cancin hubo acabado, el hombre alto con la tnica azul baj su mano y el bufn la tom entre las suyas. Ninguno de los dos dijo ni una palabra. Juan el Presbtero, Seor de Erkynlandia y Supremo Rey de todo Osten Ard; azote de los sitha y defensor de la verdadera fe, poseedor de la espada Clavo Brillante, flagelo del dragn Shurakai... Preste Juan, sentado una vez ms en el trono hecho con huesos de dragn. Era muy, muy anciano, y estaba llorando. Ay, Towser balbuce al fin, con voz profunda pero cascada por la edad, debe de tratarse de un Dios inmisericorde para que me haga pasar este mal trago. Tal vez, mi seor respondi el hombrecito con una sonrisa amarga. Tal vez..., pero sin duda otros muchos no se quejaran de crueldad si los condujera a vuestra posicin en la vida. Eso es precisamente lo que quiero decir, viejo amigo! El rey agit la cabeza. En esta edad enfermiza, todos los hombres son ecunimes. Cualquier aprendiz de sastre ha sacado seguramente ms provecho de la vida que yo. Ay, mi seor... La canosa cabeza de Towser se movi de lado a lado, pero los cascabeles de su sombrero, desde haca tiempo sin badajo, no tintinearon. Mi seor, os quejis oportunamente pero sin razn, todos los hombres llegan a este momento, grandes o pequeos. Habis tenido una hermosa vida. El Preste Juan levant la empuadura de Clavo Brillante ante l, blandindola como si se tratase del Sagrado rbol. Estir la mano y pas el dorso ante sus ojos. Conoces la historia de esta espada? pregunt. Towser la mir abiertamente. Haba odo aquel relato en numerosas ocasiones. Explicdmela, oh, rey! dijo, tranquilo. El Preste Juan sonri, pero sus ojos no dejaron de mirar la empuadura forrada de cuero. Una espada, mi pequeo amigo, es la extensin de la mano derecha de un hombre... y el extremo de su corazn. Elev todava ms la espada, para que atrapase un delgado rayo de luz que atravesaba una de las diminutas y altas ventanas. Al igual que el Hombre es la mano derecha de Dios, el Hombre es el ejecutor de los deseos del Corazn de Dios. Lo entiendes?

De repente se agach y mir con ojos brillantes bajo las pobladas cejas. Sabes lo que es esto? Su tembloroso dedo sealaba un trozo de gastado metal incrustado en la empuadura de la espada. Decidme, seor contest Towser, a pesar de saber perfectamente de qu se trataba. Este es el nico clavo del verdadero rbol que todava queda en Osten Ard. El Preste Juan llev la empuadura a sus labios y la bes, para despus apretar el fro metal contra su mejilla. Este clavo proviene de la mano de Jesuris Aedn, nuestro Salvador..., de Su mano... Los ojos del rey se convirtieron en espejos al recibir el reflejo de una extraa luz proveniente del techo. Y tambin est la reliquia, claro dijo un instante despus, el hueso del dedo del martirizado san Eahlstan, el azote de los dragones, que est aqu, en la empuadura... Hubo otro intervalo de silencio, y cuando Towser alz la mirada vio que su seor lloraba de nuevo. Al diablo con ello! se quej Juan. Cmo puedo ser merecedor del honor de poseer la Espada de Dios? Tanto pecado hay en mi alma que todava siento su peso, y el brazo que una vez castig al dragn apenas puede ahora levantar una taza de leche. Me muero, querido Towser, me muero! El bufn se inclin hacia adelante y desasi de la empuadura de la espada una de las huesudas manos del rey para besarla mientras ste sollozaba. Por favor, mi seorsuplic. No lloris ms! Todos los hombres deben morir; vos, yo, todo el mundo. Si no nos matamos a causa de la estupidez de nuestra juventud o por la mala ventura, es nuestro destino vivir como los rboles: envejecer hasta que nos tambaleemos y caernos. se es el camino que siguen todas las cosas. Cmo se puede luchar contra la voluntad del Seor? Pero es que yo constru este reino! El Preste Juan tembl de rabia y liber su mano de la presin del bufn para depositarla en el brazo del trono. Eso debera contar y contrarrestar cualquier pecado que hubiese en mi alma, por muy manchada que sta estuviese! Seguro que el Buen Dios lo tiene en cuenta! Saqu a esa gente del fango, fui el azote de los malditos, expuls a los sitha del pas, di a los campesinos ley y justicia... El bien que he hecho debe ser tenido en cuenta. Durante un instante la voz de Juan se hizo apenas perceptible, como si sus pensamientos vagasen por otros mundos. Ay, mi querido amigo! dijo, por fin, con un tinte de amargura en la voz y ahora ni siquiera puedo ir al mercado de la calle Mayor. Debo permanecer en el lecho, o caminar penosamente por el castillo apoyado en los brazos de hombres ms jvenes. Mi..., mi reino se est corrompiendo mientras los sirvientes murmuran y caminan de puntillas al otro lado de mi cmara. Todo es pecado! La voz del rey rebot en las paredes de piedra de la sala provocando un eco que se disip entre las motas de polvo que revoloteaban por todas partes. Towser volvi a tomar la mano de Juan y la apret hasta que el monarca volvi a recuperar la compostura. Bueno dijo el Preste Juan al cabo de unos instantes, mi Elas reinar con mayor firmeza de lo que yo soy ahora capaz. Al ver la decadencia de todo esto y extendi el brazo como para abarcar la sala del trono, hoy he decidido hacer que regrese de Meremund. Debe prepararse para ser coronado. El rey suspir. Supongo que debo abandonar estos lamentos propios de mujer y estar agradecido por tener lo que otros muchos reyes no tuvieron: un hijo fuerte que pueda mantener el reino unido despus de mi marcha. Dos hijos fuertes, mi seor. Bah sonri el rey. Podra llamar muchas cosas a Josua, pero no creo que fuerte fuera una de ellas. Sois demasiado duro con l, mi seor. Tonteras. Crees que puedes hacer que cambie de opinin, bufn? Conoces al hijo mejor de lo que puede hacerlo el padre? La mano de Juan tembl, y ste pareci ponerse enteramente rgido. La tensin se afloj al cabo de un instante.

Josua es un cnico volvi a empezar el rey con voz ms tranquila. Un cnico, un melanclico, fro con sus sbditos, y el hijo de un rey no tiene nada excepto sbditos, cada uno de los cuales es un potencial asesino. No, Towser, mi hijo menor es muy extrao, sobre todo desde..., desde que perdi la mano. Ay, misericordioso Aedn, tal vez sea culpa ma. Qu queris decir, mi seor? Tendra que haber tomado otra esposa tras la muerte de Ebekah. Mi hogar, sin una reina, ha sido un lugar fro... Tal vez sea ste el origen del extrao carcter del chico. Sin embargo, creo que Elas no es de esa manera. Hay una especie de franqueza brutal en la naturaleza del prncipe Elas murmur Towser, pero si el rey lo oy no hubo reaccin por su parte que as lo indicase. Doy gracias a Dios por hacer que Elas naciese primero. Posee un carcter valiente y marcial. Creo que si fuese el menor, Josua no estara seguro sobre el trono. El rey Juan agit la cabeza para asentir a sus propias palabras y, a tientas, agarr la oreja del bufn, pellizcndola como si el viejo saltimbanqui fuese un nio de cinco o seis aos. Promteme una cosa, Towser... Qu, seor? Cuando muera (sin duda pronto, no creo que resista el invierno) traers a Elas a esta sala... Crees que la coronacin tendr lugar aqu? No importa; si es as, esperars hasta el final. Trelo aqu y entrgale Clavo Brillante. S, tmala ahora y sostnla. Temo morir mientras Elas est lejos, en Meremund o en cualquier otro lugar, y quiero que la hoja llegue a sus manos con mis bendiciones. Lo has entendido, Towser? Con manos temblorosas Juan volvi a enfundar la espada y durante unos instantes luch por deshacer el nudo de tahal del que colgaba. Towser se arrodill para tratar de ayudar al rey con sus hierres dedos. Cules son vuestras bendiciones, mi seor? pregunt Towser, con la lengua entre los dientes, mientras trataba de desenredar el nudo. Dile lo que yo te he explicado. Dile que esta espada es la punta de su corazn y de su mano, al igual que nosotros somos los instrumentos del Corazn y la Mano del Dios... Y dile que nada vale tanto, vale tanto..., vale tanto... Juan dud, y condujo sus manos temblorosas hacia los ojos. No, djalo. Explcale nicamente lo que te he dicho sobre la espada. Dile slo eso. Lo har, mi seor respondi Towser, y enarc las cejas al deshacer el nudo. Cumplir vuestros deseos de buen grado. Muy bien. El Preste Juan volvi a apoyarse en su trono de huesos de dragn y cerr sus ojos grises. Vuelve a cantar para m, Towser. As lo hizo el bufn. Por encima de ellos, los polvorientos gallardetes parecieron moverse ligeramente, como si un susurro se deslizase entre la multitud de observadores, entre las viejas garzas, osos de ojos apagados, y otros todava ms raros.

2 Una historia de dos ranasUna mente ociosa es un semillero del mal. Mientras observaba las armaduras para caballos que se hallaban esparcidas a lo largo del pasillo, Simn pareca ser un triste reflejo de la frase, una de las expresiones favoritas de Raquel. Un momento antes haba descendido por el largo y adornado pasillo que corra a lo largo de la capilla, de camino hacia las habitaciones del doctor Morgenes, que tena que barrer. Haba estado moviendo la escoba, pretendiendo que era el estandarte del rbol y el Dragn de la guardia erkyna del Preste Juan y que los conduca a la batalla. Tal vez le hubiera valido ms la pena poner atencin sobre dnde estaba agitando su escoba, pero, quin haba sido el idiota que haba colgado una armadura de caballo en el pasillo del capelln? No es necesario decir que el estruendo que provoc la armadura al ser golpeada por la escoba de Simn y caer al suelo haba sido horroroso, y el muchacho esperaba, con el rostro expectante, que un vengativo padre Dreosan apareciese de un momento a otro. Se dio mucha prisa en recoger los deslustrados trozos de la armadura, algunos de los cuales se haban soltado de las tiras de cuero que sujetaban la pieza entera. Simn consider otra de las mximas de Raquel: El mal siempre encuentra quehaceres para unas manos desocupadas. Aquello era una tontera, claro, pero lo puso furioso. No eran sus manos vacas ni lo ocioso de su pensamiento lo que le causaba problemas. No, eran el hacer y el pensarlos que lo sacaban de quicio. Si pudieran dejarlo en paz! El padre Dreosan todava no haba hecho acto de presencia cuando Simn ya haba conseguido amontonar todas las piezas en un precario equilibrio; luego, de forma precipitada, las escondi bajo los faldones de un tapete de mesa. Al hacerlo, casi derrib el relicario dorado que reposaba en el centro de la mesa; pero, por fin y sin ms contratiempos consigui hacer desaparecer de la vista los restos de la armadura, y nada, excepto un ligero cerco en la pared, indicaba que all haba reposado aquel objeto. Simn recogi su escoba y la restreg por la ennegrecida pared, tratando de borrar los bordes ms oscuros de la marca que indicaba la presencia de la armadura colgada. Despus ech a correr por el pasillo y a travs de las escaleras del coro. Volvi a aparecer en el Jardn de los Setos, de donde haba sido brutalmente arrancado por el Dragn. Simn se detuvo para inhalar el fuerte aroma de las plantas y tratar de apartar de sus narices el hedor de sopa sebosa. Su mirada se vio sorprendida por una extraa forma que se perfilaba en las ramas superiores del Roble del Festival, un viejo rbol al otro extremo del jardn, tan retorcido y lleno de ramas que daba la impresin de que durante siglos haba crecido bajo una cesta gigante. Bizque y levant una mano para protegerse los ojos de los rayos del sol. Se trataba de un nido de pjaros! Aquello era algo que de verdad le gustaba. Tir la escoba y dio algunos pasos en direccin al rbol antes de recordar su misin en las habitaciones de Morgenes. Si hubiera estado en situacin de distraerse habra trepado al rbol en un instante, pero el tener que ver al doctor era un placer, aunque ello implicase trabajo. Se prometi a s mismo que el nido no permanecera all mucho tiempo sin que le echase un vistazo; pas a travs de los setos y penetr en el patio del castillo que se extenda ante la puerta del bastin interior. Dos figuras acababan de traspasar la puerta y se dirigan hacia Simn. Una de ellas era achaparrada; la otra, todava ms. Se trataba de Jakob, el candelero, y de su ayudante Jeremas. Este ltimo llevaba un enorme y al parecer pesado bulto sobre el hombro, y caminaba si es que ello era posible con ms pereza de lo habitual. Simn los salud al cruzarse con ellos. Jakob sonri y alz la mano.

Raquel quiere velas nuevas para el comedor dijo el candelero, as que le llevamos velas. Jeremas puso cara hosca. Un corto trote por la verde pendiente llev a Simn ante la inmensa puerta. Un pequeo retazo de sol todava brillaba a aquellas horas de la tarde sobre las almenas que se extendan por encima de su cabeza, y las sombras de los gallardetes del muro occidental se revolvan como oscuros peces sobre la hierba. El guardia poco mayor que Simn, que vesta librea roja y blanca, sonri y asinti mientras el seor de los espas traspasaba la puerta, con su mortfera escoba en la mano, y la cabeza baja por si a la tirnica Raquel se le ocurra asomarse a echar un vistazo desde una de las altas ventanas del torren. Cuando se crey al abrigo de la gran entrada, aminor el paso. La atenuada sombra de la Torre del ngel Verde atravesaba el foso; la distorsionada figura del ngel, triunfante en su aguja, descansaba en una zona de tintes rojizos, en uno de los extremos del foso. Tan pronto como se encontr all, Simn decidi coger algunas ranas. No le llevara demasiado tiempo, y el doctor las usaba a menudo para sus cosas. No estara escabullndose de su trabajo sino ampliando la gama de sus servicios, aunque tendra que apresurarse, ya que se acercaba la noche. Ya podan escucharse los laboriosos ensayos de los grillos para lo que deba de ser una de sus ltimas actuaciones del ao, a la vez que las ranas dejaban escapar sus sonoros contrapuntos. Simn se meti en el agua y se detuvo para escuchar; vio cmo el cielo iba adquiriendo tintes violetas por el este. Junto con las habitaciones del doctor Morgenes, el foso era su lugar favorito en toda la Creacin..., o al menos en lo que haba podido ver de ella. Con un suspiro inconsciente se quit su deformada gorra de tela y chapote a lo largo del foso hacia los viveros de jacintos. El sol haba desaparecido por completo y el viento siseaba a travs de los arbustos que bordeaban el foso cuando Simn lleg al bastin mediano para detenerse, con la ropa goteando y una rana en cada bolsillo, ante los aposentos del doctor Morgenes. Golpe con los nudillos sobre el grueso panel de la puerta, procurando no tocar el extrao smbolo pintado con tiza sobre la madera. Haba aprendido a travs de una dura experiencia que no tena que posar las manos sobre las cosas del doctor sin antes preguntar. Pasaron unos instantes antes de que la voz de Morgenes se hiciese audible. Idos dijo, con un tono de irritacin. Soy yo..., Simn! grit ste, y volvi a llamar. En esta ocasin se produjo una pausa mayor que se deshizo al escucharse el sonido de unos pasos rpidos. La puerta se abri. Morgenes, cuya cabeza apenas alcanzaba la barbilla de Simn, apareci enmarcado en una brillante luz azulada, y la expresin de su rostro se present oscurecida. Durante unos instantes pareci mirarlo con fijeza. Qu? dijo, por fin. Quin? Soy yo. Queris ranas?repuso Simn, sonriendo. Agarr una de las cautivas y se la alarg cogida de una pata. Oh, oh! dijo el doctor, que pareci despertar de un profundo sueo. Agit la cabeza. Simn..., claro! Entra, entra! Te pido disculpas... Soy algo distrado. El doctor Morgenes abri la puerta lo suficiente como para que el muchacho pudiera deslizarse a travs de ella y entrar en un estrecho vestbulo interior. Luego volvi a cerrarla. Has dicho ranas, eh? Hummm, ranas... El doctor se adelant y lo condujo a travs del corredor. A la luz de las lmparas azules que se alineaban a lo largo del pasillo, la forma simiesca del doctor pareca inclinarse en vez de caminar. Simn lo sigui, con los hombros casi tocando los fros muros de piedra de ambos lados. Nunca haba podido entender cmo estancias que parecan tan pequeas como las de Morgenes las haba observado desde la muralla y haba medido la distancia desde el patio podan tener corredores tan largos. Las divagaciones de Simn se vieron interrumpidas por un repentino

estruendo proveniente del final del pasillo. Silbidos, pitidos, estallidos y algo que pareca el aullido de cien podencos hambrientos. Morgenes dio un salto de sorpresa, y dijo: Oh, en el Nombre del ms grande, olvid apagar las velas. Esprame aqu. El hombrecito sali disparado por el corredor, con el fino cabello blanco ondeando, empuj la puerta hasta que consigui entrar el aullido y los silbidos doblaron su intensidad y se desliz en el interior. Simn pudo or una explosin apagada. El horroroso estruendo ces al instante, de forma tan rpida y absoluta como..., como... Como una vela que se apaga, pens. La cabeza del doctor asom por la puerta y le hizo una sea para que entrase. Simn, que ya haba presenciado escenas similares, sigui a Morgenes al interior de las estancias, no sin cierta precaucin. Entrar de forma precipitada en ellas poda representar que uno cayese de bruces sobre algo desagradable y extrao. En el interior no exista nada que pudiese ser relacionado con el espantoso gritero. El muchacho volvi a maravillarse de la diferencia entre lo que las estancias de Morgenes parecan ser una garita de guardia reconvertida, de veinte pasos de largo, colgada entre la pared llena de hiedra de la esquina nordeste del bastin mediano y la percepcin del lugar una vez que uno se encontraba en su interior, que era la de una cmara de techo bajo pero espaciosa, casi tan larga como un campo de torneo, aunque no tan ancha. A la anaranjada luz que se filtraba a travs de la larga hilera de ventanitas que daban al patio de armas, Simn ote el rincn ms lejano de la habitacin y decidi que, si tirase una piedra, le costara alcanzar la pared al otro lado de donde se encontraba, junto a la puerta. Aquel curioso efecto de estiramiento le resultaba, a pesar de todo, familiar. De hecho, aparte de los sonidos horrorosos, toda la estancia tena el aspecto usual, como si una horda de buhoneros enloquecidos hubieran sentado sus puestos de venta y a continuacin hubiesen emprendido una precipitada retirada bajo una salvaje tormenta. La gran mesa del refectorio, que se extenda casi a lo largo de toda la pared, estaba atestada de aflautados tubos de vidrio, cajas, sacos de tela llenos de especias y olorosas sustancias, as como intrincadas estructuras de madera y metal de las que colgaban ampollas, frascos y otros recipientes irreconocibles. La pieza central de la mesa la constitua una gran bola llena de delgados tubos que se introducan en su interior a travs de la brillante superficie y que pareca flotar en un recipiente de lquido plateado. Ambos artilugios se balanceaban en el vrtice de un trpode de marfil labrado. De los tubos sala una especie de vapor, y la bola de metal no dejaba de agitarse. El suelo y los estantes estaban llenos de objetos aun ms extraos. Bloques de piedra pulida, cepillos y alas de cuero se vean extendidos por las losas del suelo, compitiendo por el espacio con jaulas algunas llenas y otras no, armatostes metlicos, lminas de brillante cristal amontonadas de forma caprichosa contra las paredes tapizadas... y libros, libros y ms libros, por todas partes, medio abiertos o apilados aqu y all por toda la habitacin, como grandes y torpes mariposas. Tambin se vean bolas de vidrio con lquidos de colores en su interior, que hervan y burbujeaban sin estar al fuego, y una caja plana de brillante arena negra que cambiaba de forma en un movimiento sin fin, como si estuviese siendo modelada por una inexistente brisa del desierto. Cabinas de madera que colgaban de la pared dejaban entrever pjaros que piaban de forma impertinente para desaparecer a continuacin. Junto a stas colgaban grandes mapas de pases de geografa desconocida, aunque la geografa nunca haba sido uno de los fuertes de Simn. Todo aquello junto haca que la guarida del doctor resultase un paraso para un joven curioso... Sin lugar a dudas, era el lugar ms maravilloso de Osten Ard. Morgenes se paseaba por el extremo ms alejado de la habitacin bajo un mapa estelar medio cado, en el que se unan los brillantes puntos celestiales mediante una lnea dibujada que conformaba el contorno de un extrao pjaro de cuatro alas. Con un silbido de triunfo, el doctor se inclin y empez a excavar entre todo aquel desorden como una ardilla en primavera. Un rollo de pergaminos, unas

calzas de brillantes colores, un montn de copas y platos provenientes de alguna cena perdida salieron volando por encima de su cabeza. Por fin se incorpor, levantando una gran caja de cristal. Se abri paso hasta la mesa, deposit la caja encima y cogi un par de frascos de una estantera, segn crey Simn, al azar. El lquido de uno de ellos era del color de las puestas de sol; del frasco sala humo como si de un incensario de tratase. El otro estaba lleno de algo azul y viscoso que cay muy lentamente a la caja en la que Morgenes vaciaba ambos frascos. Los fluidos se mezclaron y se tornaron tan claros como el aire de la montaa. El doctor sac sus manos de la caja, como un ilusionista ambulante, y se hizo un silencio. Las ranas pidi Morgenes, agitando los dedos. Simn se acerc y sac a los batracios de los bolsillos de su manto. El doctor los cogi y los ech a la caja con un ademn de triunfo. Los sorprendidos anfibios se sumergieron en el lquido transparente, hundindose con lentitud hacia el fondo para, a continuacin, empezar a nadar con vigor por su nuevo hogar. Simn ri tanto a causa de la sorpresa como de lo divertido que encontr el comportamiento de las ranas. Es agua? El anciano se volvi para mirarlo con ojos brillantes. Ms o menos, ms o menos... Morgenes se pas los largos dedos por su espesa barba. Esto..., gracias por las ranas. Creo que ya s qu hacer con ellas. No les doler lo ms mnimo. Incluso dira que disfrutarn, aunque dudo de que les guste ponerse botas. Botas? pregunt Simn, pero el doctor ya volva a estar ausente y revolvindolo todo de nuevo. Esta vez cogi un fajo de mapas de un estante inferior y le indic al muchacho que tomase asiento. Bueno, jovencito, qu te gustara recibir a cambio de tu da de trabajo? Una brillante moneda? O tal vez preferiras quedarte a Coccindrilis como mascota? El doctor solt una carcajada y le alarg un lagarto disecado. Simn dud acerca de la oferta sobre el lagarto sera estupendo dejarlo en la cesta de la ropa para que lo descubriese la chica nueva, Hepzibah, pero no se decidi. El pensar en las sirvientas y en la limpieza lo irrit. Algo que quera ser recordado se abra paso a travs de su mente, pero Simn se las arregl para apartarlo. Nodijo, al fin. Me gustara or algunas historias. Historias? pregunt Morgenes mientras se inclinaba hacia adelante con gesto sorprendido. Historias? Deberas acudir al viejo Shem, a los establos, si quieres escuchar ese tipo de cosas. No respondi Simn, cabizbajo. Esperaba no haber ofendido al anciano. Los viejos eran tan sensibles!-. Me refiero a historias sobre cosas reales! Sobre cmo eran las cosas las batallas, los dragones, cosas que hayan ocurrido! Aaahh dijo Morgenes, al tiempo que la sonrisa volva a aparecer en su sonrosada cara. Ya comprendo. Te refieres a la historia. El doctor se frot las manos. Eso est mejor. Se incorpor y empez a andar, evitando con giles pasos todos los cachivaches esparcidos por el suelo. Bueno, qu es lo que quieres escuchar, muchacho? La cada de Naarved? La batalla de Ach Samrath? Explicadme algo sobre el castillo contest Simn. Sobre Hayholt. Lo construy el rey? Qu antigedad tiene? El castillo... El anciano detuvo su caminar, se cogi una esquina de su brillante tnica gris y empez a frotar, con aire ausente, una de las curiosidades favoritas de Simn: una armadura, de extico diseo, pintada con flores de brillantes colores azul y amarillo, fabricada enteramente en madera pulida. Hummm..., el castillo... repiti Morgenes. Bueno, sta es en verdad una historia de dos ranas. Si tuviera que contarte la historia completa tendras que vaciar el foso y traer a todos sus verrugosos habitantes, carretadas de ellos, para merecerlo. Pero si lo que quieres es un apunte general, creo que te lo podr ofrecer. Ten un poco de paciencia mientras encuentro algo con lo que humedecerme la garganta.

Mientras Simn trataba de permanecer tranquilo, Morgenes se dirigi a su gran mesa y cogi una taza que contena un lquido espumoso y marrn. La oli con aire sospechoso, la llev a sus labios y bebi un trago. Tras una pausa en la que se detuvo a considerar el sabor, se relami el labio superior y se atus la barba con aire de felicidad. Ah, la Stanshire Negra. Sin lugar a dudas, la cerveza es lo mejor. De qu hablbamos? Ah, s, del castillo. Morgenes despej un lado de la mesa y con la taza cogida cuidadosamente salt con sorprendente facilidad para sentarse en ella; entonces dej que los pies se balanceasen a medio codo por encima del suelo. Volvi a beber otro trago. Me temo que esta historia empieza mucho antes de nuestro rey Juan. Deberamos empezar con los primeros hombres y mujeres que llegaron a Osten Ard, gente sencilla que viva a orillas del Gleniwent. La mayora eras pastores y pescadores; tal vez haban venido del perdido oeste a travs de algn puente de tierra que ya no existe. A los seores de Osten Ard apenas les causaron molestias... Cre haberos odo decir que fueron los primeros en llegar aqu interrumpi Simn, con el secreto placer de haber pillado a Morgenes en una contradiccin. No. Dije que fueron los primeros hombres. Los sitha eran los amos de esta tierra mucho antes de que ningn hombre caminase sobre ella. Queris decir que en verdad eran la Gente Pequea? Simn hizo una mueca. Tal y como Shem Horsegroom explica? Pookahs, niskis y todo eso? Qu interesante. Morgenes agit su cabeza y bebi otro trago. No slo eran: son, aunque eso ya se sale del marco de mi narracin, y de ninguna manera son gente pequea... Espera, muchacho, djame seguir. Simn se inclin hacia adelante y trat de parecer paciente. S? Bueno, como ya he dicho, los hombres y los sitha fueron pacficos vecinos, aunque bien es cierto que, de forma ocasional, se originaron disputas sobre pastos o cosas por el estilo. Pero como los humanos no representaban ninguna amenaza para el Pueblo Encantado, fueron generosos. Segn fue pasando el tiempo, los hombres empezaron a construir ciudades, a veces a slo medio da de camino de tierras sitha. Ms tarde, emergi un gran reino en la pennsula rocosa de Nabban, y los hombres mortales de Osten Ard empezaron a dirigir sus miradas hacia all en busca de gua. Me sigues, muchacho? Simn asinti. Bien. Antes de continuar, Morgenes ech un gran trago. Pues bueno, la tierra pareca lo bastante grande como para ser compartida por todos, hasta que el hierro negro lleg de ms all de las aguas. El qu? Qu hierro negro? Simn se qued rgido ante la mirada que le dirigi el doctor. El pueblo de marinos que vino del casi olvidado oeste, los rimmerios continu Morgenes. Desembarcaron en el norte, iban muy armados y eran fieros como osos. Vinieron en sus grandes navos en forma de serpiente. Los rimmerios? pregunt el muchacho. Rimmerios como el duque Isgrimnur de nuestra corte? En barcos? Los antepasados del duque eran grandes marinos antes de asentarse en estas tierras afirm el anciano. Pero cuando llegaron no venan en busca de pastos o de tierra cultivable, sino a saquear. Aunque lo ms importante es que trajeron el hierro con ellos, o al menos el secreto para darle forma. Hicieron espadas y lanzas de hierro, armas contra las que nada poda el bronce de Osten Ard; armas que incluso podan abatir las de madera encantada de los sitha. Morgenes se incorpor y volvi a llenar la copa con el contenido de una barrilito situado sobre la catedral de libros que haba junto a la pared. En lugar de regresar a la mesa se detuvo para pasar el dedo sobre las brillantes charreteras de la armadura. Nadie pudo contenerlos durante mucho tiempo; el tro y fuerte espritu del hierro pareca estar tanto en los navegantes como en sus armas. Mucha gente huy hacia el sur, en busca de la proteccin de las guarniciones fronterizas de Nabban.

Las legiones de Nabban, fuerzas bien organizadas, resistieron todava durante un tiempo. Pero al final tambin ellas se vieron forzadas a abandonar la Marca Helada en manos de los rimmerios. Huno... muchas matanzas. Simn se revolvi inquieto. Qu pas con los sitha? Dijisteis que no tenan hierro? El hierro les resultaba mortal. El doctor rasc con la ua e hizo desaparecer una mota de polvo de la pulida madera de la pechera de la armadura. Ni siquiera ellos pudieron derrotar a los rimmerios en campo abierto, pero apunt con su dedo lleno de polvo en direccin a Simn, como si el hecho le concerniese de forma personal, pero los sitha conocan su tierra. Estaban unidos a ella, puede decirse que formaban parte de ella, de una manera que los invasores nunca conseguiran emular. La defendieron durante un tiempo y fueron retirndose poco a poco a posiciones de resistencia. El mayor de estos lugares, y ahora comprende la razn de todo este discurso, era Asu'a Hayholt. Este castillo? Los sitha vivieron en Hayholt? A Simn le resultaba imposible disimular el tono de incredulidad que tena su voz. Cunto hace que fue construido? Simn, Simn... El doctor se rasc la oreja y volvi a sentarse en la mesa. La puesta de sol haba desaparecido por completo de las ventanas, y la luz de las antorchas divida su rostro como una mscara medio iluminada. Por todo lo que yo o cualquier otro mortal podemos saber, aqu ya haba un castillo cuando llegaron los sitha..., cuando Osten Ard era tan nuevo e inmaculado como un arroyo de alta montaa. Lo cierto es que los sitha vivieron aqu desde incontables aos antes de que apareciesen los hombres. ste fue el primer lugar de todo Osten Ard que sinti el trabajo de manos artesanas. Es la fortaleza del pas que domina las vas de agua, las tierras de cultivo y los pastos. Hayholt y sus predecesores, las antiguas ciudadelas que se hallan enterradas debajo de nosotros, han permanecido aqu desde mucho antes de la aparicin de la humanidad. Ya era viejo, muy viejo, cuando llegaron los rimmerios. A Simn le dio vueltas la cabeza al pensar en la enormidad de las afirmaciones de Morgenes. El viejo castillo le pareci de repente opresivo, como si sus muros fueran una jaula. Se estremeci y mir a su alrededor, como si alguna antigua y celosa cosa fuera a aparecer en aquel instante para cogerlo con manos polvorientas. Morgenes se ri alborozado una risa muy juvenil para un hombre tan viejo y salt de la mesa. Las antorchas parecieron brillar con ms intensidad. No temas, Simn. Creo, y yo, entre todo el mundo, soy el ms indicado para saberlo, que ya no hay nada que temer de la magia sitha. No hoy en da. El castillo ha cambiado mucho, con piedras nuevas sobre las antiguas, y cada palmo ha sido bendecido por cien sacerdotes. Bueno, Judit y el personal de cocina de vez en cuando deben de notar la desaparicin de alguna bandeja de pasteles, pero creo que eso se podra imputar tanto a los jovencitos como a los duendes... La charla del doctor fue interrumpida por unos golpes secos sobre la puerta de las estancias. Quin es? grit. Soy yo respondi una voz sombra. Se hizo una larga pausa. Yo, Inch acab de decir la voz. Por los huesos de Anaxos! jur el anciano, muy aficionado a las expresiones exticas. Abre la puerta..., yo ya estoy demasiado viejo para hacer caso a los tontos. La puerta se abri hacia adentro. El hombre que apareci enmarcado a la luz del vestbulo interior pareca ser alto, pero tena la cabeza gacha e inclinaba su cuerpo hacia adelante de forma que era difcil poder afirmarlo con seguridad. Una cara redonda y sin expresin flotaba como una luna por encima de las clavculas, tachonada de erizado cabello negro, como si hubiera sido cortado con un cuchillo sin filo y mellado. Siento... molestaros, doctor, pero..., dijisteis que viniese antes, no?

La voz era lenta y pesada como la manteca al caer. Morgenes hizo un gesto de exasperacin y se tir de una guedeja de su propio cabello gris. S, as lo hice, pero me refera a pronto despus de la hora de la cena, que todava no es el caso. Bueno, ahora no tiene sentido hacerte volver tras tus pasos. Simn, conoces a Inch, mi ayudante? El muchacho asinti educadamente. Haba visto a aquel hombre una o dos veces; Morgenes lo haba hecho venir alguna noche para que lo ayudase, al parecer, a mover cosas pesadas. Lo cierto es que no pareca servir para gran cosa ms, ya que Inch no tena el aspecto de ser la persona ms idnea en la que confiar. Bien, joven Simn. Siento tener que poner fin a mi charladijo el anciano , pero ya que Inch est aqu, debo aprovecharlo. Vuelve pronto, y hablaremos ms, si quieres. Claro que s. Una vez ms Simn salud con una inclinacin de cabeza a Inch, que lo mir con ojos de vaca. Haba alcanzado la puerta, y casi la lleg a tocar, cuando una visin repentina volvi la vida a su cabeza: una clara visin de la escoba de Raquel, que segua donde l la haba dejado, en la hierba, junto al foso, como el cadver de un extrao pjaro acutico. Cabezahueca! No respondera nada. Podra recoger la escoba en el camino de regreso y explicar al Dragn que haba terminado la tarea encomendada. Raquel tena demasiadas cosas en las que pensar, y, aparte de que ella y el doctor fueran dos de los habitantes ms antiguos del castillo, apenas hablaban. No era un mal plan. Sin comprender por qu, Simn se dio la vuelta. El anciano estaba inclinado sobre un rollo de pergaminos depositados sobre la mesa mientras Inch permaneca tras l sin tener la mirada fija en nada en particular. Doctor Morgenes... Al conjuro de su nombre el doctor alz la mirada, bizqueando. Pareci sorprendido de que Simn todava permaneciese en la habitacin, y ste tambin lo estaba. Doctor, me he portado como un loco. Morgenes arque las cejas, expectante. Se supona que tena que barrer vuestras estancias. Eso es lo que Raquel me pidi que hiciese, y se me ha pasado toda la tarde sin que cumpliese el encargo. Ah, ya! dijo Morgenes, mientras arrugaba la nariz; luego mostr una amplia sonrisa. Conque barrer mis habitaciones, eh? Bueno, muchacho, vuelve maana y hazlo. Dile a Raquel que tengo ms tareas para ti y que, por favor, sea tan amable de dejarte venir. Morgenes volvi a depositar la mirada sobre el libro, la levant de nuevo, con ojos entrecerrados, y frunci los labios. Cuando el doctor se sent en silencio, la alegra que haba sentido Simn se transform en nerviosismo. Por qu me mirar as? Piensa en ello, muchacho aadi el doctor. Tengo muchas tareas en las que me puedes ayudar y... puede que necesite un aprendiz. Vuelve maana, como ya te he dicho. Yo hablar con el ama de los sirvientes acerca de lo otro. El doctor sonri y regres al estudio de sus pergaminos. Simn se dio cuenta de que Inch lo miraba desde detrs del doctor, con una indescifrable expresin que se mova por debajo de la plcida superficie de su plida faz. El muchacho se dio la vuelta y sali corriendo a travs de la puerta. La euforia hizo presa de l cuando abandon el vestbulo de luz azulina y emergi bajo el cielo oscuro y cubierto de nubes. Aprend! Aprendiz del doctor! Cuando lleg al gran portn, se detuvo y se asom al borde del foso para buscar la escoba. Los grillos ya haban dado comienzo a su actuacin coral. Cuando por fin la encontr, se sent un momento, reclinado en el muro, junto a la orilla del agua para escucharlos. Mientras la rtmica serenata creca a su alrededor, pas los dedos por las piedras cercanas. Al acariciar la superficie de una de ellas, tan suave y pulida como

madera de cedro, pens: Esta piedra puede que est aqu desde..., desde antes de que nuestro Seor Jesuris naciera. Quizs algn chiquillo sitha se hubiera sentado en este mismo rincn tranquilo para escuchar los sonidos de la noche... De dnde llegara esa brisa? Se oy una voz parecida a un silbido, aunque las palabras eran demasiado dbiles para ser entendidas. Tal vez, tambin pas la mano sobre la misma piedra. Un silbido del viento: Volveremos a tenerlo, hombrecito. Volveremos a tenerlo.... Arrebuj el cuello de su manto para guarecerse de aquel fro inesperado y se incorpor para subir por la vertiente donde creca la hierba. De repente, se sinti solo y lejos de las voces y luces familiares.

3 Pjaros en la capillaEn el nombre del Bendito Aedn... Paf! ... Y de Elysia, su madre... Paf! ... Y de todos los santos que cuidan de nosotros... Paf! ... Cuidad... Bah! son un grito de frustracin. Malditas araas! Entre golpes, maldiciones e invocaciones, Raquel limpiaba de telaraas el techo del comedor. Dos muchachas estaban enfermas y otra se haba torcido un tobillo. Aqulla era la clase de da que proporcionaba un brillo peligroso a los ojos color gata de Raquel el Dragn. Ya era bastante tener a Sara y a Jael en cama con la menstruacin. Raquel era muy severa, pero saba que cada da de trabajo de una chica que se encuentra mal puede significar perderla tres das ms. S, ya era bastante desagradable que Raquel tuviera que cuidarse del trabajo restante a causa de la ausencia de aqullas. Como si no tuviera suficiente, ahora el senescal haba anunciado que el rey cenara aquella noche en el Gran Saln, y Elas, el prncipe regente, haba llegado de Meremund, por lo que todava haba ms trabajo que hacer. Y Simn, a quien haba enviado haca horas a recoger unos pocos montoncitos de polvo, todava no haba regresado. As que all estaba ella con su cansado y viejo cuerpo, colgada de una desvencijada escalera, mientras trataba de desprender las telaraas de los altos rincones del techo con una escoba. Ese chico! Ese, ese... Sagrado Aedn, dame fuerzas... Paf! Paf! Paf! Ese maldito chico! No slo se trataba pens despus Raquel, mientras trepaba por la escalera, con la cara enrojecida de que el chico fuese perezoso y difcil. Haba hecho por l todo lo posible durante aos para evitarle desgracias; y a causa de ello saba que era mejor de lo que caba esperar. No, lo peor de todo es que pareca que no le importaba a nadie ms. Simn ya tena la altura de un hombre y una edad en la que casi debera desempear las labores de un hombre... Pues no. Se esconda, desapareca y soaba despierto. Los trabajadores de la cocina se rean de l. Las sirvientas lo mimaban y le hacan llegar comida, cuando ella, Raquel, lo haba castigado sin comer. Y Morgenes! Bendita Elysia. Ese hombre incluso lo animaba a hacerlo! Y encima, ahora le haba pedido a Raquel que dejara que el chico trabajase para l, a diario, para que barriese y le ayudase a tener las cosas en orden ja! y para asistir al anciano en algunos de sus trabajos. Como si ella no lo supiera. Ambos no haran ms que sentarse, y el viejo trasegara cerveza y le explicara al chico slo el cielo poda llegar a saber qu clase de perniciosas historias. De todas formas, no poda dejar de tener en cuenta la oferta. Era la primera vez que alguien se interesaba por el muchacho. Pareca tan hundido la mayor parte del tiempo! Al fin y al cabo Morgenes pareca creer que poda ser en beneficio del chico... El doctor a menudo irritaba a Raquel con sus historias y su florido lenguaje pues estaba segura de que ocultaba burla, pero pareca querer cuidar al mozo. Morgenes siempre pareca haber sentido inters por todo lo referente a Simn... Una sugerencia aqu, una idea all: en una ocasin intercedi por l cuando el jefe

de los lavaplatos lo ech y le prohibi volver a las cocinas. Morgenes se haba interesado por el chico. Raquel mir por entre las anchas vigas del techo y su mirada se desliz a travs de las sombras,- sopl para apartarse un mechn de hmedo cabello del rostro. Volvi a acordarse de aquella lluviosa noche, cundo fue...? Hace casi quince aos? Se sinti muy vieja al volver a pensar en aquello... Le pareca que slo haba transcurrido un momento... La lluvia haba cado durante todo el da y toda la noche. Raquel atraves el patio lleno de barro, levantando su capa por encima de la cabeza con una mano y con la otra sosteniendo un candil. De repente meti el pie en una ancha rodera dejada por un carromato y sinti que el agua le salpicaba las pantorrillas. Liber el pie, pero sin el zapato. Jur con amargura y continu su agotadora carrera en una noche como aqulla con un pie descalzo, pero no dispona de tiempo para hurgar en los charcos en busca de su zapato. Una luz permaneca encendida en el estudio de Morgenes, pero los pasos que la llevaron hasta su entrada le parecieron interminables. Cuando el doctor abri la puerta, Raquel se dio cuenta de que estaba acostado: vesta un largo camisn que necesitaba unos cuantos remiendos y se frotaba los ojos con aspecto adormilado a la luz de un candil. Las enredadas sbanas del lecho, rodeado de una especie de empalizada de libros, hicieron que a Raquel le viniese al pensamiento el cubil de algn animal salvaje. Doctor, dse prisa! dijo la dama. Tiene que venir enseguida, ahora mismo! Morgenes la mir y retrocedi. Entra, Raquel. No tengo idea de qu clase de palpitaciones nocturnas son las que padeces, pero ya que ests aqu... No, no, loco, se trata de Susana. Ha llegado la hora, pero est muy dbil. Tengo miedo de lo que pueda ocurrirle. Quin? Qu? Bueno, un momento, deja que coja mis cosas. Qu noche ms horrorosa! Ve para all. Ya te alcanzar. Pero, doctor Morgenes, he trado el candil para usted. Demasiado tarde. La puerta ya estaba cerrada y Raquel se encontr sola en el escaln con el agua de lluvia goteando por su larga nariz. Maldijo y volvi hacia las dependencias de los servidores. Poco despus Morgenes apareca subiendo las escaleras mientras se quitaba el manto. Al llegar al umbral se dio cuenta de cul era la situacin con una sola mirada: una mujer estaba tendida en la cama con el rostro vuelto hacia el otro lado; estaba embarazada y gema. Su oscuro cabello le cruzaba el rostro, y con un puo sudado agarraba la mano de otra joven arrodillada junto a ella. Raquel estaba al pie de la cama con otra mujer de ms edad. La mayor de ellas se dirigi a Morgenes mientras ste se deshaca de su abultado vestuario. Hola, Elispeth salud l con calma. Cmo est? No muy bien. Tengo miedo, seor. Sabis que si fuese de otra forma lo habra hecho yo misma, pero ella ha probado durante horas y ahora se est desangrando. Su corazn est muy dbil. Mientras Elispeth hablaba, Raquel se acerc. Hummm dijo Morgenes, se inclin y revolvi en la bolsa que haba trado consigo. Dale un poco de esto, por favor indic, y alarg hacia Raquel un frasquito tapado. Slo un trago, pero cuida de que lo tome. El doctor volvi a rebuscar en su bolsa mientras Raquel abra con mucho cuidado la temblorosa mandbula de la mujer que reposaba en el lecho y verta un poco del lquido en el interior de la boca. El olor de sangre y sudor que impregnaba la habitacin cambi de repente y se convirti en una fuerte y aromtica fragancia. Doctor dijo Elispeth cuando Raquel regresaba, no creo que podamos salvar a los dos. Debis salvar la vida del nio interrumpi Raquel. se es el deber de los temerosos de Dios. As lo afirman los sacerdotes. Salvad al nio.

Morgenes se volvi para dirigirle una mirada de desagrado. Buena mujer, yo temo a Dios a mi manera, si es que no te importa. Si la salvo a ella, y no pretendo que pueda hacerlo, siempre podr tener otra criatura. No, no puede respondi Raquel, con tono duro. Su esposo ha muerto. La mujer pens que de todas las personas que all haba, Morgenes tena que ser el que mejor lo supiera. El marido de Susana haba sido pescador y visitaba a menudo al doctor antes de ahogarse, aunque Raquel no poda imaginarse de qu hablaban. Est bien dijo Morgenes, distrado, siempre puede encontrar otro... Qu? Su marido? Su mirada se ilumin y corri junto al lecho. El doctor pareci darse cuenta finalmente de quin estaba en el lecho, desangrando su vida en la spera sbana. Susana? pregunt, con calma, y volvi el doloroso rostro de la mujer hacia l. Los ojos de ella se abrieron durante un instante y lo vieron; despus, tras sufrir otra oleada de agona, se volvieron a cerrar. Pero qu es lo que ha pasado aqu? suspir Morgenes. Susana slo poda gemir, y el doctor mir a Raquel y a Elispeth con rabia en el rostro. Por qu no me ha informado nadie de que esta pobre muchacha estaba a punto de concebir a su hijo? No esperaba hacerlo hasta dentro de dos meses respondi amablemente Elispeth. Ya lo sabis, estamos tan sorprendidas como vos. Y por qu tendra que preocuparos que la viuda de un pescador fuera a dar a luz? pregunt Raquel. Ella tambin poda ponerse furiosa, Y por qu perdis el tiempo preguntando? Morgenes la mir y bizque. Tenis toda la razn dijo, y volvi junto al lecho. Salvar al nio, Susana dijo a la temblorosa mujer. Ella asinti una vez y luego se puso a llorar. Era un llanto dbil, pero se trataba del llanto de un nio vivo. Morgenes tendi la delgada y enrojecida criatura a Elispeth. Es un nio explic el doctor, y volvi a posar su atencin sobre la madre. Susana estaba tranquila y respiraba con ms calma, pero su piel estaba tan blanca como el mrmol de Harcha. Lo he salvado, Susana. Tena que hacerlo susurr el doctor. Las comisuras de la boca de la mujer se tensaron en lo que poda ser el esbozo de una sonrisa. Lo... s... dijo, con una voz cada vez ms dbil. Si mi... Eahlferend... no hubiera... El esfuerzo fue demasiado para ella y se detuvo. Elispeth se inclin sobre el lecho para ensearle la criatura, envuelta en sbanas, y todava unida por el cordn umbilical. Es muy pequeodijo la anciana mujer, pero se debe a que ha llegado demasiado pronto. Cul es su nombre? Llamadle... Seomn... jade Susana. Quiere decir... espera... Susana se volvi hacia Morgenes y pareci desear decir algo ms. El doctor se le acerc, y con su blanco cabello roz una mejilla plida como la nieve, pero ella no pudo decir nada ms. Despus volvi a toser, y sus ojos oscuros rodaron para mostrarse blancos. La muchacha que sostena una de sus manos solloz. Tambin Raquel sinti sus ojos llenos de lgrimas. Se alej y pretendi hacer ver que limpiaba algo. Elispeth separaba a la criatura del ltimo vnculo que lo una a su madre ya muerta. El movimiento hizo que la mano derecha de Susana, que haba estado cogida a su propio cabello, se liberase y cayese hasta el suelo. Cuando choc contra ste, algo que brillaba salt de su palma cerrada y rod hasta detenerse junto a los pies del doctor. Raquel vio por el rabillo del ojo cmo Morgenes se agachaba y recoga el objeto. Se trataba de algo pequeo, que desapareci de inmediato en la palma de su mano y de all fue a parar al interior de su bolsa. A Raquel no le gust el gesto, pero pareca que nadie ms se haba dado cuenta. Trat de enfrentarse al doctor, con lgrimas en los ojos, pero la mirada de aqul la hizo permanecer donde se encontraba sin decir palabra. Se llamar Seomn dijo el anciano, cuyos ojos aparecan ms extraos y ensombrecidos cuando se acerc a Raquel, a quien dijo con ronca voz: Debes

cuidar de l, Raquel. Sus padres han muerto. Con la respiracin entrecortada Raquel volvi a la realidad y a punto estuvo de resbalar y caer del taburete en el que estaba sentada. Se senta avergonzada de s misma, haba soado despierta! Aquello vena a aadirse al ritmo brutal con que haba trabajado durante todo el da para cubrir las ausencias de las tres chicas... y de Simn. Lo que necesitaba era un poco de aire fresco. No haba duda de que subida a un taburete y pasando la escoba de aqu para all como una loca, su cuerpo haba empezado a ser presa de los vapores. Sali al exterior para que le diera un poco el aire. El seor saba que tena todo el derecho a hacerlo. Aquel Simn estaba hecho un holgazn. Lo haban criado ella y las sirvientas. Susana no tena parientes, y nadie quera saber mucho o poco acerca de Eahlferend, su esposo, que muri ahogado, as que se quedaron con el chico. Raquel pretendi protestar por ello, pero tampoco habra dejado que se marchase, al igual que no habra traicionado al rey o dejado las camas sin hacer. Fue ella la que le dio el nombre de Simn, todo el mundo al servicio del rey Juan tomaba un nombre proveniente de la isla de donde era nativo el monarca, Warinsten. Simn era el que ms se aproximaba a Seomn, as que se qued con Simn. Raquel descendi por las escaleras hasta el piso inferior y not que le temblaban las piernas. Pens que debera haber trado una capa con ella, ya que pareca refrescar. La puerta se abri poco a poco, ruidosamente se trataba de una puerta imponente, cuyos goznes necesitaban algo de aceite, y la mujer camin hacia el patio. El sol matutino empezaba a asomar por encima de las almenas, como un nio travieso. A Raquel le gustaba aquel lugar, situado bajo el puente de piedra que conectaba el pasillo del refectorio con el cuerpo principal de la capilla. El pequeo patio a la sombra del puente apareca lleno de pinos y brezos, dispuestos en las pequeas vertientes de la colina; todo el jardn no tena ms extensin que la que podra alcanzar un tiro de piedra. Mirando hacia arriba, ms all del pasadizo de piedra pudo ver la forma puntiaguda de la Torre del ngel Verde, que brillaba frente al sol como un colmillo de marfil. Raquel recordaba que haba existido un tiempo, mucho antes de la llegada de Simn, en que ella misma tambin haba sido una nia que jugaba en aquel mismo jardn. Cunto reiran algunas de las doncellas si llegaba a saberse!: el Dragn tambin haba sido nia. Bueno, lo haba sido, y despus se haba convertido en una joven dama, incluso atractiva. Por aquel entonces el jardn se haba llenado del frufr de los brocados y la seda, de damas y caballeros que rean, y que portaban halcones en sus puos y una alegre cancin en los labios. Ahora Simn crea saberlo todo. Dios haca que los jvenes fueran estpidos y ah estaba la causa de todo. Las chicas lo haban estropeado hasta que casi no hubo posibilidad de recuperacin, sin embargo, Raquel siempre haba permanecido vigilante. Ella saba muchas cosas, aunque los jvenes pensasen lo contrario. Las cosas eran diferentes, entonces, pens Raquel... Y, mientras meditaba sobre todo ello, el aroma a pino del sombreado jardn pareci apoderarse de su corazn. El castillo haba sido un lugar tan maravilloso y emocionante...: altos caballeros con brillantes armaduras, hermosas jvenes con elegantes ropajes, la msica..., ay, y el campo de los torneos, lleno del colorido de las tiendas de los contendientes. Ahora el castillo reposaba tranquilo y nicamente pareca soar. Las altas almenas estaban ahora a cargo de los de la misma condicin de Raquel: cocineros y sirvientas, senescales y lavaplatos... Haca un poco de fro. Raquel se inclin hacia adelante y se arrebuj en el chal, para volver a mirar frente a s. Simn estaba all, con las manos escondidas a su espalda. Cmo habra conseguido deslizarse hasta ella sin que se diera cuenta? Y por qu mostraba aquella sonrisa idiota en el rostro? La dama sinti que la fuerza de su carcter volva a inundar su cuerpo. La camisa de Simn limpia tan slo una hora antes apareca ennegrecida y sucia, adems de descosida en varios sitios, al igual que sus calzas.

Bendita sea santa Rhiap! grit Raquel. Qu has hecho? Rhiappa haba sido una mujer aedonita de Nabban que haba perecido con el nombre del nico Dios en sus labios tras haber sido repetidamente violada por piratas del mar. Gozaba de gran devocin entre el personal domstico. Mira lo que tengo, Raquel! dijo Simn, y le mostr un sucio y desproporcionado cono de paja: un nido de pjaros del que salan dbiles gorjeos Lo encontr debajo de la Torre de Hjeldin! Debe de haberse cado a causa del viento. Tres de ellos todava viven, y yo voy a cuidarlos! Ests loco? pregunt Raquel, al tiempo que elevaba la escoba, como si fuera el rayo vengador del Seor que con toda probabilidad haba destruido a los violadores de Rhiap. T no criars a esas criaturas en mi casa. Cosas peludas y sucias que estn todo el da volando por ah y enredando en el cabello de las gentes. Adems, mira tus ropas. Sabes cunto tiempo le llevar a Sara recomponerlas? El palo de la escoba se estremeci en el aire. Simn baj la mirada. Desde luego no haba encontrado el nido en el suelo: era el que haba localizado desde donde haba estado sentado, bajo el Roble del Festival. Se haba subido al rbol para cogerlo y, en su excitacin al pensar en quedarse para s los pajaritos, no haba reparado en el trabajo que ello le iba a proporcionar a Sara, la tranquila y hogarea muchacha que realizaba los zurcidos en el piso de abajo. Una ola de vergenza y frustracin se abati sobre l. Pero Raquel, me acord de recoger las esteras! Simn balance el nido con cuidado y extrajo de debajo de su justillo un magro y mojado grupo de caas. La expresin de Raquel se suaviz un poco, pero sigui con el entrecejo fruncido. Es que no piensas, muchacho, no piensas: eres como un cro. Si algo se rompe o se hace demasiado grande, alguien tiene que responsabilizarse de ello. As es como el mundo funciona. Ya s que no lo haces con mala intencin, pero... Por qu tienes que ser tan estpido? Simn levant la mirada con precaucin. Aunque su rostro todava mostraba preocupacin y arrepentimiento en la medida justa, Raquel, a travs de su ojo de basilisco, pudo observar que l crea que lo peor haba pasado. La ceja de la dama volvi a enarcarse. Lo siento, Raquel, de verdad que... dijo el chico, al tiempo que ella se incorporaba y le daba un golpecito en el hombro con el mango de la escoba. No me vengas con el lo siento de siempre, muchacho. Lo que debes hacer es devolver esos pjaros al lugar donde los has encontrado. En este lugar no habr criaturas revoloteadoras. Venga, Raquel. Puedo meterlos en una jaula! Construir una! No y no. Cgelos y llvaselos a tu intil doctor si te place, pero no los traigas por aqu para que molesten a la gente honrada que tiene trabajo que hacer. Simn se dio la vuelta arrastrando los pies, con el nido entre sus manos. En alguna parte deba de estar el fallo. Raquel haba estado a punto de ceder, pero era una vieja dura. El ms ligero error de clculo al tratar con ella significaba una rpida y terrible derrota. Simn! llam Raquel. El joven gir sobre sus talones. Puedo quedrmelos? Desde luego que no. No seas cabezahueca. La mujer lo mir con fijeza. Pas un incmodo espacio de tiempo; Simn se apoyaba ora en un pie ora en el otro y esperaba. Vete a trabajar con el doctor dijo ella, al fin, tal vez l pueda inculcarte algo de sentido comn. Yo abandono. Raquel lo mir con viveza. Y haz lo que te diga que debes hacer, y agradcele que te d esa ltima oportunidad. Has entendido? Claro que s! dijo Simn, lleno de felicidad. No siempre vas a escaparte de m con tanta facilidad. Regresa a la hora de comer. S, seora!

Simn se dio la vuelta para salir corriendo en direccin a los aposentos de Morgenes, pero se detuvo. Raquel? Gracias. La dama respondi con un gruido y regres a las escaleras del refectorio. Simn se pregunt por qu tena tantas agujas de pino enganchadas en el chal. Un dbil manto de nieve haba empezado a caer desde las nubes bajas. El tiempo se pona bueno. Simn saba que hara fro para la Candelaria. En lugar de llevar a los pajaritos a travs del ventoso patio, decidi sumergirse en la capilla y continuar por la parte oeste del bastin interior. Las plegarias matinales haban finalizado haca una o dos horas y la iglesia deba de estar vaca. Al padre Dreosan no le gustaba ver a Simn merodear por su territorio, pero sin duda el buen padre deba de estar muy atareado en la mesa, en uno de sus habituales tentempis de media maana, canturreando las excelencias de la mantequilla o la consistencia del pastel de pan y miel. Simn subi las dos docenas de escalones que conducan a la puerta lateral de la capilla. La nieve empezaba a arreciar y la piedra gris de la arcada de entrada apareca moteada con los hmedos restos de copos mortecinos. La puerta se abri sobre unos goznes increblemente silenciosos. Antes de que sus zapatos mojados dejaran huellas que pudieran delatarlo, opt por cogerse a los tapices de terciopelo que colgaban de la entrada y subir otro tramo de escalones que conducan a la barandilla del coro. El desordenado y mal ventilado coro, un horno durante el verano, ahora resultaba agradable y clido. El suelo estaba lleno de restos dejados por los monjes: cascaras de nuez, un corazn de manzana, trozos de pizarra en los que haban sido escritos mensajes contraviniendo los votos de silencio. Ms pareca una jaula de monos que una pieza en la que se cantaban alabanzas al Seor. Simn sonri, mientras segua su recorrido por entre otros objetos: ropa amontonada, unos pocos taburetes de madera... Resultaba reconfortante el saber que aquellos hombres de rostro adusto y cabeza afeitada podan llegar a ser tan revoltosos como nios. Alarmado por el repentino sonido de unas voces que conversaban abajo, se detuvo y se escondi bajo el tapiz que colgaba de la pared trasera del coro. Apretado tras el tejido, tanto su respiracin como el corazn emprendieron una loca carrera. Si el padre Dreosan o Barnabs, el sacristn, estaban abajo, nunca podra salir por donde pensaba hacerlo, as que tendra que escabullirse por donde haba entrado y, despus de todo el maestro de espas cogido en campo enemigo, atravesar por el patio. Agachado, ms callado que un muerto, Simn puso atencin para localizar a los que hablaban. Le pareci or dos voces; en ello estaba concentrado cuando los pajarillos asomaron por entre sus manos. Durante un instante balance el nido en el ngulo interior del codo al tiempo que se desprenda del gorro si el padre Dreosan lo coga con el gorro puesto en la capilla, su situacin empeorara aun ms! y lo colocaba en el nido. El piar de los pajarillos pronto se apag, como si sobre ellos hubiera descendido la noche. Apart un poco los bordes del tapiz y asom la cabeza. Las voces provenan del pasillo situado junto al altar. Por el tono tranquilo que de ellas se desprenda supo que no haba sido descubierto. Tan slo unas pocas antorchas permanecan encendidas. El vasto techo de la capilla estaba casi por completo oculto entre las sombras; las brillantes ventanas de la cpula parecan flotar en un cielo nocturno, como agujeros en la oscuridad a travs de los cuales podan ser observadas las lneas del cielo. Con sus huerfanitos tapados y mecidos, Simn avanz sin ruido hasta la barandilla del coro. Se coloc en la zona ms oscura y cercana a las escaleras que conducan a la propia capilla y asom la cabeza por entre las columnitas de la balaustrada, con una mejilla contra el martirio de san Tunath y la otra rozando el nacimiento de santa Pelippa de la Isla. ... y t, con todas tus malditas quejas! despotricaba una de las voces. Estoy harto de todo esto. Simn no poda ver el rostro del que hablaba, pues estaba de espaldas al coro y vesta una capa con el cuello levantado. Su compaero, hundido en un banco,

tampoco era muy visible; sin embargo, el muchacho enseguida lo reconoci. La gente que oye cosas que no quiere or, a menudo lo llama quejas, hermano dijo el del banco, y movi una mano de dedos muy delgados. Te prevengo sobre ese sacerdote en inters del reino se hizo un silencio y a causa del aprecio que una vez tuvimos el uno por el otro. Puedes decir todo, todo lo que quieras! allo el primer hombre, y su rabia pareci retumbar con dolor. Pero el trono es mo por ley y por el deseo de nuestro padre. Nada de lo que pienses, digas o hagas cambiar eso! Josua el Manco, como Simn haba odo llamar a menudo al hijo menor del rey, se irgui del banco. Vesta una tnica gris perla y calzas bordadas con finos estampados rojos y blancos; el cabello castao le caa sobre la frente. Donde debera haber estado su mano derecha apareca un cilindro de cuero negro. Yo no quiero el Trono del Dragn; creme, Elas sise. Sus palabras fueron pronunciadas en voz baja, pero volaron hasta el lugar en que Simn se ocultaba como si de flechas se tratase. Slo quiero prevenirte acerca del sacerdote Pryrates, un hombre con... intereses insanos. No lo traigas aqu, Elas. Creme, lo conozco desde los tiempos en que estaba en el seminario jesuriano de Nabban. Los monjes de all le rehuan como al portador de una plaga. Y aun as continas oyendo sus consejos, como si fuera tan de fiar como el duque Isgrimnur o el anciano sir Fluiren. No seas loco! Ese sacerdote arruinar nuestra casa. Josua retom la compostura. Slo intento ofrecerte un consejo desinteresado. Por favor, creme. No ambiciono el trono. Entonces, abandona el castillo! rugi Elas, y volvi la espalda a su hermano, con los brazos cruzados ante el pecho. Vete, y deja que me prepare para gobernar como un hombre debe hacerlo: libre de tus quejas y manipulaciones. El hermano mayor posea la misma frente despejada y la misma nariz aguilea que Josua, pero era de complexin mucho ms fuerte; daba la impresin de ser un hombre que poda romper cuellos con la nica ayuda de sus manos. El cabello, al igual que las botas de montar y la tnica, eran negros. La capa y las calzas aparecan manchadas de verde a causa del viaje. Ambos somos hijos de nuestro padre, oh, heredero del trono! La sonrisa de Josua era de burla. La corona es tuya por derecho. Los recelos que tenemos uno contra otro no tienen que preocuparte. Tu persona, ya casi, casi real, est a salvo; te doy mi palabra. Pero la voz alz el tono, pero yo no ser, yeme, no ser echado de la casa de mi seor por nadie. Ni siquiera por ti, Elas. Este se dio la vuelta y mir a Josua; el reflejo que apareca en sus miradas encontradas le record a Simn el entrechocar de espadas. Los recelos que existen entre nosotros? gru Elas, y haba algo roto y agonizante en su voz. Qu clase de recelos puedes tener contra m? Tu mano? pregunt, y se alej de Josua unos pasos, para permanecer de espaldas a l y dirigirle palabras llenas de amargura. La prdida de tu mano. Gracias a ti, ahora estoy viudo, y mi hija es medio hurfana. No me hables de penas! Josua pareci contener la respiracin durante un instante antes de responder. Tu dolor... no es desconocido para m, hermano dijo. Sabes que no slo habra dado mi mano derecha sino mi vida...! Elas se dio la vuelta, llev una mano a su garganta y extrajo algo brillante de su tnica. Simn mir entre las columnas de la balaustrada. No se trataba de un cuchillo, sino de algo suave y flexible, algo as corno un retal de trmulo tejido. Elas lo mantuvo ante el rostro encendido de su hermano con una muestra de desprecio, luego lo tir al suelo, gir sobre sus talones y sali por el pasillo. Josua permaneci sin moverse durante unos instantes, despus se agach, como un hombre en sueos, para recoger el brillante objeto, un pauelo dorado de mujer. Mientras lo vea brillar en su mano, el rostro se le contrajo en un rictus de dolor o de rabia. Simn respir varias veces antes de que Josua metiera el pauelo en el interior de su camisa y siguiera los pasos de su hermano hacia el exterior de la capilla. Transcurri un tiempo hasta que Simn se sinti lo suficientemente a salvo como para descender de su escondite y dirigirse hacia la puerta principal de la capilla. Se senta como si hubiese presenciado una extraa representacin de tteres, una representacin expresamente realizada para l. De repente el mundo le

pareci menos estable, menos merecedor de confianza, al ver que los prncipes de Erkynlandia, herederos de todo Osten Ard, podan insultarse y gritar como soldados borrachos. Se asom al interior de la sala y se sobresalt al percibir un sbito movimiento, una figura con un justillo marrn que corra por el pasillo: una pequea figura, un joven de aproximadamente la misma edad que Simn. El extrao dirigi una breve mirada hacia atrs y dio la vuelta a la esquina. Simn no lo reconoci. Podra aquella figura haber estado espiando a los prncipes? El muchacho agit la cabeza y se sinti tan confuso y estpido como un buey deslumbrado por el sol. Levant el gorro del nido, haciendo que volviese a ser de da para los pajaritos, que volvieron a piar, y de nuevo sacudi la cabeza. Haba sido una maana muy perturbadora.

4 Jaula de grillosMorgenes revolva todo su estudio en busca de un libro extraviado. Con la mano dio permiso a Simn para que encontrase una jaula para los pajaritos y volvi a su bsqueda, tirando pilas de papeles y manuscritos como un gigante ciego en una frgil ciudad. Encontrar un hogar para los ocupantes del nido result una tarea ms difcil de lo que Simn haba esperado: todo estaba lleno de jaulas, pero ninguna pareca adecuada. Unas tenan barrotes tan separados que parecan haber sido construidas para cerdos u osos; otras ya estaban llenas de extraos objetos, ninguno de los cuales pareca tener el aspecto de un animal. Por fin encontr una que pareca adecuada bajo un trozo de tejido brillante. Le llegaba hasta la rodilla y tena forma de campana; estaba construida con caas de ro y se hallaba vaca, a excepcin de una capa de arena que reposaba en el fondo. Haba una puertecita en uno de los lados que permaneca cerrada con un trozo de cuerda. Simn deshizo el nudo y abri la jaula. Alto! Detnte ahora mismo! Qu? El chico retrocedi de un salto. El doctor apareci corriendo tras l y cerr la puerta de la jaula con un pie. Perdname por asustarte, muchacho dijo Morgenes mientras respiraba con dificultad, pero tendra que haberlo pensado antes de dejarte rebuscar por ah. Esta jaula no sirve para tus propsitos. Lo siento. Porqu no? Simn se inclin hacia adelante y mir la jaula con ojos inquisitivos, pero no pudo descubrir nada extraordinario. Bueno, amigo mo, espera aqu un momento y no toques nada, te lo ensear. Qu tonto he sido por no acordarme. Morgenes rebusc durante unos instantes hasta que encontr una cesta de frutos secos con aspecto de haber sido olvidada haca mucho tiempo. Sopl para quitar el polvo de un higo mientras se acercaba a la jaula. Ahora observa con atencin le dijo a Simn. El doctor abri la jaula y ech el fruto en el interior, que fue a parar sobre la arena que reposaba en el fondo. Y...? pregunt Simn, perplejo. Espera susurr el doctor. No haba acabado de decir aquellas palabras cuando algo ocurri. Al principio dio la impresin de que empezaba a soplar el viento en el interior de la jaula, y por ello temblaba; pero pronto se hizo patente que la arena se deslizaba y rodeaba el higo. De pronto tan de golpe que Simn recul sobresaltado una inmensa boca dentada se abri en la arena y engull el fruto con tanta rapidez como una carpa emerge a la superficie de un estanque para atrapar un mosquito. Se produjo una ligera onda a travs de la arena, y volvi a quedar inmvil, con una apariencia tan inocente como antes. Qu es lo que hay debajo? balbuce Simn. Morgenes ri. Es la arena! dijo, con aire satisfecho. Ella es la bestia! No es arena: para decirlo de alguna manera, es un disfraz. Lo que hay en el fondo de la jaula es un animal muy listo. Encantador, verdad? Eso parece respondi Simn, sin demasiada conviccin. De dnde proviene? De Nascadu, en los pases desrticos. Ahora puedes ver por qu no quera que pusieras nada ah. No creo que a tus temerosos huerfanitos les hubiera ido

muy bien ah dentro. Morgenes volvi a cerrar la puerta de la jaula con una tira de cuero y la coloc en una de las estanteras de arriba. Habindose subido a la mesa para conseguirlo, continu a lo largo de ella, con paso experto, por encima de todos los objetos que all se encontraban ha