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jairo-aguirre
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7/23/2019 1. La Investigación Como Aventura (1)
http://slidepdf.com/reader/full/1-la-investigacion-como-aventura-1 1/37
Tomado de ; VASQUEZ RODRIGUEZ, Fernando. Educar con Maestría. Bogotá,
Ediciones UNISALLE, 2007. P.P 149 - 183
LA INVESTIGACIÓN COMO AVENTURA
En el comienzo, el riesgo. La investigación como aventura; como un proceso en
donde ella misma va buscando su sentido. Sus reglas. Sus piezas de constitución.
En tal opción, investigar no es algo definido o totalmente acabado, sino -
sobre todo- una permanente "búsqueda". Más que certezas, lo que mueve al
investigador es la incertidumbre. No es que no se sepa qué se quiere hacer; lo
que no se sabe es si ese hacer es el indicado, o el más oportuno, o el más
necesario... Volvamos a la aventura: no sabemos del todo qué va a pasar. Es más,
nos proponemos una meta (un lugar, un destino, un país...), pero ese faro está
sujeto al avatar, a los miles de recovecos y peripecias del camino. No es en el final
donde la aventura cobra sentido; es en el "recorrido" donde mejor encarna su
valor.
Desde luego, aventurarse es arriesgado. Plantear una investigación de este
tipo trae ciertos peligros: puede uno perderse en algunos laberintos; patinar, dar
vueltas y volver al mismo sitio; no adelantar; entretenerse en los detalles, en la
fronda, en el paisaje... pero, al mismo tiempo, la forma de pensar así la
investigación permite ver tantos rostros, conocer tantas voces. Heterogeneidad.
Diversidad. Oír, mirar, acceder a una polifonía de tendencias y puntos de vista. De
allí, entonces, la opción del aventurero, el propósito de quien desea asumir así el
investigar. A él le corresponde ir buscando el sentido, ir desentrañando las pistas.
Lo repito, es el investigador quien debe ir organizando las piezas. El guía (o el
tutor) nos da indicios, pero es al investigador a quien le toca "reconstruir el caso".
Buscar la solución al enigma.
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Por ser la investigación concebida como una aventura, se sitúa en la cuerda
floja (es funambularia), en el devenir, en lo inesperado... En la sorpresa. Decir
investigar es tanto como estar repleto de preguntas... De más y más preguntas…
Claro. Ninguna aventura se hace solitariamente. Bueno, al menos lasaventuras de mayor realce. Ese es un segundo rasgo de la investigación como
aventura: consiste en un trabajo en equipo. Es una experiencia dialogal o de
mutuo aprendizaje. Es un proceso con muchas voces; con variaciones de
entonación y de gesto, de perspectivas e interés.
Por ser así, mancomunada, la investigación tal como la venimos
entendiendo demanda tolerancia; es una práctica de formación dinamizada por la
diferencia. A cada momento debemos hacer "negociaciones", dejar un punto, a
otro... Entonces, decir investigar es aprender a potenciar nuestra voz desde la
palabra de otros. Mejor aún: es aprender a potenciar la escucha. De allí también la
necesidad de ir compartiendo un mismo lenguaje (de ir reconociéndolo). Cada uno
de los participantes en un proyecto de investigación va hilando un texto que le
permite desenredar otros distintos. Sin ese mínimo "acuerdo" no es posible ni el
viaje, ni la alegría, ni el logro del proyecto.
Por supuesto, trabajar en equipo también tiene una intencionalidad política;
aprender la participación. Descubrir los límites lo privado y las posibilidades de lo
público. Trabajar en equipo es, así sea de manera reducida, ejercitar la
democracia. O, al menos, empezar a propiciarla. De verdad, sin eufemismos.
Bien. ¿Y qué hacemos o con qué método nos enfrentamos a esta aventura,
a este tipo de investigación? Podría decir, para empezar, que armando y
desarmando nuestras ideas. Es en esa labor de deconstrucción y reconstrucción
de nuestro pensamiento donde cobra sentido una investigación como la que
venimos perfilando. No hay recetas. Por lo mismo, debemos a cada rato, en cada
momento, transformar lo terminado en propuesta; lo cerrado convertirlo, otra vez,
en abierto. Asumir así el investigar es vivir en permanente duda, en constante
replanteamiento de nuestros conceptos sobre la educación, sobre la didáctica,
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sobre la investigación misma. Si seguimos este método, seguramente
descubriremos el amplio espacio de la complejidad. Que no es sino un nombre
distinto, una metáfora, de la vida misma.
Si hay un método que cuadra con esta concepción del investigar, es elmétodo de los juegos. El partido: la partida. Ninguno es igual, todas son diferentes.
Y lo que jugamos ayer pueda que no nos sirva igual mañana. Cada partida nos
invita a replantear los elementos, los conceptos, las categorías. Cada partida nos
pone de frente a lo insospechado. De allí también la enorme capacidad requerida
para resolver, de manera creativa y divergente, las distintas eventualidades, los
nuevos retos, las variadas peripecias de toda aventura.
La investigación nos lleva, desde esta perspectiva, a revisar, repensar,
recapitular, muchos clisés de nuestra práctica educativa. Es como un reto a
cuestionar lo que ya dábamos por hecho o teníamos cabalmente organizado. Es
una invitación a desarmar nuestros esquemas. Pero, a la vez, una investigación
como aventura nos invita, también, a intentar reconstruir las piezas de otra
manera. A no quedarnos solamente con las esquirlas o los pedazos de nuestra
experiencia. Tenemos que darles otro sentido, otra configuración. Nuevo reto,
nueva tarea. Nueva dificultad. Si antes descompusimos, ahora se trata derecomponer. Pero enriquecidos por las voces de otros; por las miradas del afuera,
por los hallazgos habidos en nuestra aventura.
Por supuesto, tal tipo de investigación conlleva una responsabilidad
personalísima. Una elección en donde los controles o la evaluación externa pasan
a un segundo plano. Ya no es la nota, ni el regaño, ni la tarea de última hora, ni la
simpatía o antipatía por el tutor, lo importante. No. Ahora cuenta mucho más la
autonomía, la interacción con los demás, el ejercicio pleno de nuestrasbúsquedas. Como quien dice, es asumir los riesgos y las implicaciones de
adentrarse en la aventura.
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EL AULA, UN LUGAR PARA LA SOSPECHA
Algunas reflexiones sobre investigación, escritura y educación
I
Entremos de lleno en materia afirmando que los maestros, para de veras
transformar o mejorar nuestro oficio, tenemos que investigar sobre lo que
hacemos. Es urgente que los educadores no sólo hagamos muchas cosas sino, y
eso es lo importante, indaguemos sobre nuestro cotidiano accionar. Necesitamos
volver nuestro sitio habitual de trabajo un escenario de sospecha, en el sentido de
hacerlo objeto para la pesquisa y la pregunta: ¿Por qué fue exitosa o no
determinada actividad?, ¿cómo es que están aprendiendo hoy nuestros alumnos?,
¿a qué se debe que nuestro discurso no interpele efectivamente a los
estudiantes?, ¿qué calificaciones posibilitan de mejor manera la evaluación y no el
mero enjuiciamiento?, ¿cuáles son nuestros reforzadores para regular la atención,
la disciplina o el control de clase?, ¿qué tanto conocemos de los procesos de
pensamiento inherentes a una rama del saber o una habilidad específica?
He dicho: volver nuestra aula de clase un lugar para la sospecha.
Profundicemos un poco más. De lo que se trata es de no dar por hecho lo que
hacemos; de atrevernos a "poner entre paréntesis" nuestras rutinas, nuestros
discursos, nuestras maneras de ser y hacer docencia. O para decirlo de otra
manera, es indispensable volver la investigación una tarea tan cotidiana como el
mismo hecho de dar clase. Y, cuando hablo de investigar, me estoy refiriendo al
hecho de poder seguir, con algún rigor, las pistas o las huellas que va dejando
nuestro mismo caminar en los ambientes donde trabajamos. No hablo, por lo
mismo, de una parafernalia repleta de laboratorios y formatos tanto más
complicados como inútiles; señalo, por el contrario, una labor de observación y
reflexión, de toma de distancia comprensiva, de cierto espíritu de "extrañamiento"
mediado por el registro de la escritura.
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Aunque volveré más adelante sobre este último punto, quiero de una vez
poner sobre la mesa que es justo en esa tarea de llevar a la escritura lo que
hacemos donde se presenta el mayor escollo para los educadores. Mi experiencia
como Formador de Formadores, especialmente en posgrados en educación, me
ha mostrado cómo ante la riqueza o la novedad de propuestas que diariamente
desfilan por nuestras aulas, cómo ante lo innovador de ciertos proyectos llevados
a cabo en las instituciones, no queda de tales actividades ningún vestigio, ninguna
señal que nos permita replicadas en otro sitio o aprovechar su nivel de logro.
Todas esas hermosas y valiosas experiencias mueren con la novedad o van
perdiéndose en el tiempo porque no accedieron o alcanzaron la frontera de lo
escrito. Dado que buena parte de nuestro ejercicio docente se sigue moviéndose
en el oralismo pues asume los rasgos de lo efímero, de lo redundante, de lo local,de lo agonístico. Como nuestro oficio sigue confiando en las dinámicas propias de
la oralidad, en esa misma proporción es repetitivo, improvisado y muy ceñido a
personas o modas. Digamos que nos cuesta llevar la oralidad a ese otro estadio
en donde lo particular de una experiencia logra abstraerse para hallar su sentido,
para ver sus fallas y sus aciertos; para comprender de qué manera es su
funcionamiento y cómo puede servir de modelo o de referencia a otros colegas.
Por esa confianza en el oralismo hemos ido perdiendo una legitimidad como
profesión y, al mismo tiempo, hemos ido agrandando el abismo entre las formas
de enseñar y las variadas y nuevas maneras de aprender.
Volviendo a nuestra primera tesis, decía que la investigación tiene que
formar parte de nuestras tareas cotidianas. Me refiero a volver la misma práctica
de enseñanza un lugar-objeto para nuestra pesquisa. Hasta me atrevería a decir o
sugerir que nuestra docencia debería responder a ciertos proyectos de
investigación, si no particulares, al menos de un área o un departamento de lainstitución a la que estamos vinculados. De esa manera no tendríamos que
redoblar esfuerzos o "inventarnos" actividades excepcionales para volverlas
motivo de pesquisa. Propongo tener en mente, desde antes, desde cuando se
hace la planeación o se definen los objetivos de un área, una pregunta o un
problema que direccione nuestra docencia. Y si no existe tal preocupación
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institucional, pues tendrían que ser nuestras propias preguntas, nuestras propias
hipótesis de trabajo, las que debieran guiar una forma de "dictar la clase", o la
elección de ciertas tareas y trabajos, o las estrategias de evaluación puestas a
circular en el aula. Si es así, buena parte de las actividades educativas podrían
después —a partir del registro correspondiente— analizarse, comprenderse
revisarse, mejorarse. En síntesis, alcanzarían el nivel de genuinas prácticas.
Apenas como para redondear un poco más la idea del aula como "espacio
estratégico" para investigar cotidianamente, desearía insistir ahora en dos
elementos adicionales: el primero, el valor o la utilidad de la mirada etnográfica, y
algunos de sus métodos privilegiados como la observación sistemática, la entre
vista en profundidad y, especialmente, las estrategias narrativas como las historias
de vida o las autobiografías. Todo ello sumado a una mediación de registro
especialmente significativa: el diario de campo. Pongo en alto relieve, entonces
esta modalidad de investigación en donde es tan importante el sujeto que observa
como lo observado, y en donde el proceso cuenta tanto como los resultados. La
etnografía, por lo demás, pone especial énfasis en el valor que tiene la escritura
para reestructurar hechos o eventos, situaciones o prácticas. Quizá, a diferencia
de otras formas de investigar, la etnografía asume la "realidad" no como algo dado
y determinado, sino como algo "construido" y fundamentalmente en permanente
proyecto. El otro elemento que deseo poner sobre el tapete es la necesidad de
familiarizarnos con una forma de pensamiento abductivo. En este caso me estoy
refiriendo a una forma de conocimiento fundado en indicios, en huellas, en
síntomas; una manera de conocer gestada desde "lo secundario", desde "lo
marginal", desde lo que parece mínimo o irrelevante y que, sin embargo, termina
siendo la clave para comprender hechos que a primeras luces nos parecían, por
su magnitud, absolutamente inabordables. Porque con lo abductivo se legitima laintuición, la experiencia, el "olfato", la emoción, el imaginar, el mundo vivido de
determinado sujeto. Estoy hablando, entonces, del emerger de lo particular como
lugar legítimo y digno de investigarse.
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II
Basten esos argumentos para reafirmar mi tesis de que el aula, la clase o la
institución donde cotidianamente laboramos, pueden y deben ser un lugar objeto
digno de y para la investigación. Avancemos ahora en lo vertebral de nuestroplanteamiento: miremos en detalle cómo es que la escritura puede ayudarnos a
cualificar y mejorar no sólo nuestra práctica sino el estatuto de nuestra profesión
docente.
Lancemos, pues, nuestra primera carta. La escritura no es una actividad
semejante a la redacción. La escritura es un proceso superior del pensamiento a
través del cual logramos, entre muchas otras cosas, disociar nuestra subjetividad.
Con la escritura lo que se dice se escinde de quien lo dice. La escritura no es sólo
un ejercicio de las palabras sino un alto proceso de cognición. Cuando escribimos
no sólo movemos el brazo y la mano con que lo hacemos, sino que movilizamos
nuestras estructuras de pensamiento, nuestros esquemas de operación mental.
Por ende, cuando se escribe alrededor de un hecho o una situación, no sólo
afectamos el nivel de realidad sobre el cual estamos escribiendo, sino que también
se va modificando nuestra percepción o nuestra manera de entender tal hecho.
Afirmemos que la escritura, en cuanto herramienta de la mente, no sóloreconstruye una exterioridad sino que además afecta considerablemente nuestro
aparato cognitivo. Modifica nuestra interioridad. Puesto en palabras menos
epistemológicas, la escritura es a la vez un medio para el registro y, también,
mediación para nuestro entendimiento. Cuando uno escribe sobre algo que hace
en clase no sólo retiene o fija aquella situación, sino que además puede descubrir
—mediante la revisión y la relectura— una serie de operaciones discursivas o una
cadena de acciones que ponen en evidencia o revelan estructuras profundas de
nuestro psiquismo. Con k escritura podemos ver, cual si fuera una radiografía, la
manera de "trabajar" de nuestro pensamiento. Resumiendo, si los maestros
escribimos, si nos habituamos a emplear dicho útil cognitivo, empezaremos a sufrir
ciertos desplazamientos: del conocimiento al reconocimiento, de la inmediatez a la
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mediatez, de lo hecho a lo rehecho, de lo prefigurado a lo configurado. Mejor aún:
de la opinión al juicio.
Vamos ahora con nuestra segunda carta: la escritura posibilita distanciar la
acción para poder luego comprenderla. En cuanto que la escritura "pone lastre alolvido", en la misma medida en que convierte la evanescente y seductora voz en
marca, en tinta o tipo de imprenta, en esa misma medida, la escritura trasciende,
permanece, rompe las determinaciones de un individuo o de un país. Bien
pensadas las cosas, la escritura permite captar lo vivido para luego, como si fuera
algo "extraño" a nosotros, poder mirarlo con detenimiento: analizarlo no con el
candoroso ver de lo propio, sino con la auscultarte y fina mirada de lo ajeno. La
escritura es garantía para que nuestro oficio avance, para no quedar encallados
en los mismos formulismos o los mismos recursos. La escritura, desde sus signos
que operan como atalayas, hitos o mojones, nos insta a mirar el bosque y no
solamente el árbol; al permitirnos tener la totalidad de la arboleda, al darnos
cuenta de lo que hicimos en una clase o a lo largo de unos meses o un año, al
darnos esa toma general de nuestro proceder educativo, pues también nos
posibilita comprender cosas o circunstancias que por andar metidos en el día a día
no podemos ni tenemos el tiempo para dimensionar o para darles su justa valía.
La escritura da perspectiva a nuestro trabajo; nos ofrece un horizonte a partir del
cual podemos mirar nuestro oficio, tanto en lo que tiene de retrospectiva como, y
eso si que es esencial para los maestros, de prospectiva o vector de
intencionalidad.
Pero no sólo ahí radica la utilidad de la escritura para los educadores. Hay
otra función de la escritura que no me cansaré de promulgar: cuando escribimos
dejamos de ser meros consumidores de información para convertirnos en
verdaderos productores de conocimiento. Porque ese ha sido otro de los
problemas de nuestra profesión: nos hemos contentado con servir de replicantes,
de meros transmisores de información, de bustos parlantes a través de los cuales
circula un "saber" que no ha sido apropiado o hecho carne por aquellos que lo
promulgan. Mas cuando esa información es tocada por nuestra escritura, cuando
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nos atrevemos a llevar al concierto de las voces de otros nuestra propia voz, ese
conocimiento empieza a teñirse no de lo ya dado, no de lo incuestionable, no de la
autoridad a ultranza, sino de lo que está en evolución, en proyecto, en obra. El
conocimiento, por ende, se torna un producto, algo que uno debe acabar de
terminar, algo con lo cual tiene que enfrentarse cara a cara, para dotarlo de
"rostro", para que sea legible a aquellos que buscan aprenderlo. La escritura nos
invita a combinar la condición de maestros con la de autores; nos incita no sólo a
saber mucho de un tema o de determinada asignatura, sino a exponernos, a
participar de la construcción del conocimiento. Así, pues, si uno se pone en
situación de escritura, no sólo lleva al aula las fuentes y el saber de otros, sino su
aporte a tales campos, su cuota de producción en ese amplio y complejo tejido de
la cultura. Pienso ahora que por no haber tomado en serio la escritura, porhabernos quedado sólo con el conocimiento recibido, nuestra profesión ha sido
definida o regulada por otros profesionales; a veces han sido los filósofos los que
han determinado el deber ser de nuestro actuar, cuando no los psicólogos quienes
han dictaminado lo correcto o lo inadecuado de nuestra labor docente. Por eso,
tomar la escritura en serio es tener la suficiente "mayoría de edad" como para
reclamar cierta autonomía y cierta diferenciación sobre otras disciplinas u otras
profesiones. Es urgente que nos acreditemos con nuestras escrituras para que no
cualquiera ni de cualquier modo diga o legisle lo que es la educación o lo que
debe enseñarse para convertirse en maestro.
III
Por supuesto que son más las bondades de la escritura para la cualificación
de los educadores. Sin embargo, las tres cartas anteriores sirven apenas deprovocación para invitar a los maestros a retomar la escritura. Pero, ¿de qué
manera comenzar a meternos en esta tecnología de la mente, en esta herramienta
que, como decía Eliseo Diego, es un vacío en el cual no se sabe por dónde ir ni
cómo trepar palabra tras palabra? Dediquemos, por lo mismo, las últimas hojas de
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este escrito a esbozar algunas sugerencias para comenzar a establecer contacto y
relación comprometida con la escritura.
Yo diría que una primera estrategia, quizá por ser más íntima o más
expresiva, es el llevar un diario. Un cuaderno que, a la manera de "mesa detrabajo", pueda servirle al maestro para ir consignando allí sus experiencias, sus
dudas, sus reflexiones. El diario va soltando la mano, va sirviendo como los
"ejercicios de sombra" que hacen los boxeadores para perderle el miedo a la hoja
en blanco, para entrar en confianza con sus características, sus leyes y sus
alcances. Por supuesto, en cuanto diario, lo que se busca con este dispositivo es
que la escritura se haga habitual, que así sea al menos unas cinco o diez líneas
siempre se consigne algo en él, hasta que se convierta en un ritual en donde más
que el cumplimiento de una tarea se satisfaga con gozo la necesidad de escribir.
Eso de una parte. De otra, el diario es también, en la medida en que va pasando el
tiempo, un útil de repaso. Cuando el maestro ha hecho día a día su consignación
escrita, ve al final del mes o del semestre cómo ha crecido su capital cultural,
cómo se ha ido modificando, cómo ha ido evolucionando un problema o la línea
que ha seguido un cuestionamiento. Y allí, sentado frente a esas hojas, el maestro
deja de ser escritor para convertirse en lector de su propia obra: asiste al
nacimiento de "un otro" que es él mismo. El diario, como puede verse, va creando
un clima o un ambiente, va haciendo como cierto caldo de cultivo para que la
escritura germine o logre fortalecerse hasta que esté lo suficientemente fuerte
como para salir o atreverse a indagar en otros territorios más alejados del tranquilo
hogar de lo privado.
Paralela a la estrategia del diario, pero desde una temporalidad más larga,
está la riqueza de la escritura autobiográfica. Los maestros que hayan tenido la
experiencia de escribir, al menos alguna vez, su autobiografía, habrán notado
cómo al hacerla fueron apareciendo zonas o personas aparentemente olvidadas, y
cómo se relacionaban -al igual que en un juego de vasos comunicantes- unas
experiencias con otras, hasta el punto de provocarles la sorpresa absoluta o el
dolor más profundo. Porque cuando uno hace su autobiografía, cuando uno se
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coloca en actitud de investigador sobre sí mismo, lo más seguro es que descubra
las claves o las marcas que lo constituyen como individuo, como alguien
particularísimo. Lo mismo vale para las autobiografías llamadas intelectuales, en
donde el objetivo no es tanto reconstruir la vida personal y sus avatares con otras
personas, sino la vida propia vista en función de las ideas, del estudio, de los
libros, de la relación que hemos tenido con el conocimiento. Recomiendo a los
educadores elaborar, si es que no lo han hecho, su autobiografía intelectual. Allí
encontrarán seguramente muchas respuestas a la poca producción intelectual o al
miedo a escribir o la razón por la cual se prefirió un campo de saber sobre otro;
hasta tendrán la oportunidad de analizar cómo sus intereses intelectuales
terminaron siendo jalonados u obstruidos por la figura de algún maestro, y cómo
ha sido la trayectoria de su recorrido frente a una parcela del conocimiento. Laautobiografía intelectual tiene la bondad de mostrarnos qué tan cerca o lejos ha
sido nuestro trato con las ideas, la confrontación con pares académicos, la
participación en foros o congresos, la evolución de nuestro pensamiento en
determinada disciplina. Como puede verse, la escritura autobiográfica es otra de
las escrituras preliminares a partir de las cuales, aguijoneados por la fuerza del
recuerdo, podemos ir desplegando o preparando terrenos propicios para otros
tipos y modos de escribir.
Un tercer camino, otra manera de hacernos conocedores de la escritura,
consiste en ejercitarnos en la descripción. Describir es pintar con palabras, es
comenzar a tratar de cerca la materia prima de la escritura. Pongo en gran estima
esta práctica porque conlleva un ejercitamiento paralelo de los sentidos: uno no
describe bien lo que no ha observado con detenimiento; tampoco se logra una
descripción cuando en lugar de escuchar apenas se oye o cuando no se siente el
entorno con ese sentido vastísimo que llamamos la piel. El describir nos obliga aaumentar nuestra competencia lexical, nos provee de la riqueza humilde de los
sustantivos y nos invita a descubrir ese vado que hay entre lo que perciben
nuestros sentidos y las palabras que tenemos a la mano para dar cuenta de ello.
Como quien dice, la descripción nos enfrenta a traducir en grafías sin nervios esa
realidad que miramos viva y repleta de órganos. Otra ventaja de la descripción
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para el maestro -cuando se enfrente después a registrar una clase o un evento
escolar- consiste en familiarizarlo con lo que se llama una "composición de lugar".
Cuando se describe se aprende también una conciencia del espacio, de la escena,
de las relaciones y las distancias a las que están sometidos los actores. Y,
además, se cae en la cuenta del valor del punto de vista, de lo determinante que
es el lugar en donde esté el ojo del observador para dar cuenta o no de algún
aspecto. Por las razones anteriores es que me parece atinado que el maestro se
relacione con este tipo de escritura. Una forma de empezar a ejercitarse es
describir pinturas o fotografías; también sirven microescenas de vídeo en las
cuales sea fácil devolverse para rectificar o completar un tipo de textura, cierto
color, determinado artefacto, un ambiente específico. Sea como fuere, la
descripción ayuda al maestro a tener dominio sobre la fuente o el medio con quetrabaja el escritor, las palabras.
Pero como la investigación requiere no sólo de descripciones densas sino
de relatos que den cuenta de las acciones y de las voces que circulan en el aula,
pues es indispensable también que el maestro entre en contacto con la narrativa.
Esta escritura, que corresponde a un nivel más sofisticado pues ya se trata de
crear mundos posibles, es otra de las herramientas que garantizan, de alguna
manera, el éxito en las investigaciones etnográficas. Si un maestro no está
entrenado, por ejemplo, en las maneras como se escribe un diálogo o como se
narra una historia, es casi seguro que los registros de aula sirvan de poco o que
se pierda lo medular de una pesquisa. La narrativa, que es el dominio del verbo,
da agilidad al relato, permite volver a vivir con "lujo de detalles" lo que pasó,
interpela nuestra emoción al mismo tiempo que lanza señales a nuestra
imaginación. Gracias a la fuerza de la narrativa los registros se toman en
documentos interesantes; conquistan o ganan la presencia activa de un lector. Porlo demás, la narración contribuye para que el maestro comprenda que su escribir
es un trabajo con el tiempo. La narración pone en movimiento nuestra memoria y
nuestra capacidad para Accionar el mundo. Recuerdo ahora a Paul Ricoeur
cuando nos dice en su obra Tiempo y narración que al narrar "seguimos el paso
de un tiempo prefigurado a otro refigurado por la mediación de uno configurado".
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O para decirlo en otros términos, que el relato -configurado por el maestro- sobre
un evento escolar determinado nos ayuda a refigurarlo o comprenderlo de otra
manera. Que la fuerza de la narrativa está, precisamente, en su capacidad de
otorgar sentido a lo ya dado, a esa prefiguración que sin la mediación del relato
nos pasaría inadvertida, borrosa o neutra a nuestra comprensión. Invito, entonces,
a que los maestros estudien y conozcan el abanico de técnicas narrativas, desde
aquellas que nos ayudan a caracterizar un personaje hasta esos otros
procedimientos, para plantear una trama o para desarrollar una narración mixta.
Nada de eso sobra aprenderlo cuando tenemos como reto reconstruir, de manera
verosímil, una historia o un acontecimiento escolar que hace parte esencial de
nuestra pesquisa.
IV
Aunque sea de manera rápida, me gustaría cerrar estas reflexiones sobre
investigación, escritura y educación, señalando una actitud o una condición sin la
cual no es posible nada de lo dicho anteriormente. Y es ésta: la investigación y la
escritura sólo nacen cuando el campo de nuestras ^certidumbres es mayor que el
de nuestras certezas; cuando el peso de nuestras preguntas sobrepasa al de
nuestras respuestas. Investigamos o escribimos porque no nos sentimossatisfechos con lo dado; porque estamos intranquilos ante lo que la mayoría
considera sabido o frente a lo que se ha abandonado porque parece indigno de
preocupación. Tanto el investigador como el escritor tienen dentro de sí una
desazón, un prurito, que los impele a romper esquemas, a proponer alternativas, a
ensayar modos o maneras, a inventar mundos posibles o al menos a considerar
como interesante ese cotidiano micromundo de la escuela. Sin esa actitud o sin
ese espíritu es muy difícil que dejemos entrar a nuestras instituciones educativas
la investigación, y mucho menos que asumamos la escritura como una de las
competencias de punta de nuestra profesión docente.
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VALIDAR LA EXPERIENCIA LA INTUICIÓN Y LO MARGINAL
Tres aspectos de la abducción para el trabajo investigativo
Aunque son muchas las razones por las cuales podemos vincular las
características y el modo de proceder de la abducción a la tarea investigativa, me
gustaría centrarme en tres aspectos que considero fundamentales. No busco
agotar dichos puntos sino esbozar algunos rasgos que motiven al diálogo o a la
reflexión.
Un primer punto que considero clave en esto de la abducción es la
validación del conocimiento experiencial. No es el conocimiento, por decirlo así,
puramente teórico, sino un conocimiento que brota del trabajo, de la práctica. Un
conocimiento que, por lo demás, ha sido relegado, vituperado, cuando no
considerado insustancial o falto de juicio. Pero, ¿cuáles son los alcances de este
tipo de conocimiento para un proceso investigativo?
Desde luego, el conocimiento de lo educativo nace o se gesta desde lapropia experiencia. No hay un conocimiento único o estándar de cómo hacer una
clase, cómo entrar en relación con el estudiante o cómo planificar una experiencia
de aula. Cada maestro trata o busca con su hacer construir un saber sobre su
oficio. A veces con resultados satisfactorios; en otros casos, aprendiendo de sus
propios errores o del poco logro en sus actividades realizadas. Sea como fuere, el
conocimiento que allí se va consolidando, usa la abducción como medio para
proponer o verificar, para animarse a cambiar una metodología o para descubrirque un tipo de actividad es la más certera cuando se trata de enseñar cierto tipo
de contenido. En este sentido, la abducción media para que la actividad del
maestro sea sometida a continuas exploraciones de funcionamiento. El educador
vive elaborando permanentes hipótesis sobre su propio trabajo. Luego, en el
espacio de su cotidianidad, valida o invalida dichas hipótesis. Esto le funciona;
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aquello, no. Con base en esos resultados, modifica una acción o reafirma un
comportamiento.
Allí, en ese valor para hacer ajustes a su propia tarea educadora, veo que la
abducción cumple (así sea de manera no explícita) un papel importante en eldesarrollo de la tarea de ser maestro. Y también allí encuentro un filón para
convertir la abducción en un medio investigativo para transformar el propio hacer
docente: A partir de pequeñas hipótesis sobre cierto aspecto del docente,
siguiéndole la pista a tal asunto, observando y tomando registros, contrastando y
validando, es como lograremos convertir el mero activismo en una práctica
consciente e intencionada.
Un segundo punto que merece la atención es el referente al valor que la
abducción a la intuición, o si prefiere, al aporte del cuerpo y de los sentidos a la
hora de llevar a cabo una pesquisa. La abducción no es un proceso fuera de
nuestra sensibilidad, sino por el contrario, es un conocimiento afirmando en la
experiencia vital, se atreve a ser predicciones, adivinaciones. O para decirlo de
otra manera, la abducción procede afinando los sentidos, desarrollando esos
captores de sensaciones y de mundo. Quizá la mayor fuerza de la abducción
estriba en el grado de fineza que va adquiriendo nuestra percepción, en la calidade idoneidad de los instrumentos con los cuales establecemos todo tipo de
relaciones.
Hacernos más sensibles a algo, aprender a escuchar, adquirir cierto tacto,
educar nuestro paladar o nuestro olfato, ser perceptivos al entorno, tener la piel
preparada para registrar las sutiles variaciones de un comportamiento o una
actitud, son determinantes a la hora de investigar la propia práctica. Tal desarrollo
de nuestros sentidos constituye el caldo de cultivo de nuestra intuición. Serintuitivos, para la abducción, es poder mantener nuestros sentidos alerta. Atentos
y en permanente sinestesia. Para ello contamos con la memoria de nuestro cuerpo
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y con la imaginación que es, precisamente, una hermosa capacidad combinatoria
de lo que vamos aprendiendo1.
Entonces, cuando nos lanzamos a investigar, no sólo necesitamos esfuerzo de
nuestra razón, del análisis y de la lógica, sino de un "olfato" una "sutileza", de un"tacto" para reconocer aspectos aparentemente invisibles o nada significativos. Es
esa intuición educada la que nos permite establecer una relación inesperada o
aventuramos a proponer una solución que aunque no podemos explicar nos
parece la más atinada o la más conveniente. Sin firasa, como llamaban los árabes
a "esa capacidad de pasar en forma inmediata de lo conocido a lo desconocido"2,
buena parte de nuestros trabajos investigativos no superarían la mera recolección
de información o la transcripción de fuentes. Sin la intuición no lograríamos
proponer una inferencia de largo aliento o atrevernos a señalar un tipo de solución
o de propuesta ante un problema.
El otro punto sobre el cual quisiera referirme corresponde al lugar
preponderante que le da la abducción a lo secundario, a lo marginal, al aserrín o
las virutas de cualquier evento o situación. La abducción, al menos como Cario
Ginzburg lo ha hecho, se centra en lo bajo, en los pequeños detalles, en lo menos
notorio, en lo poco excepcional o majestuoso
3
. La abducción considera que es allí,en esas "zonas de bajo perfil", en donde mejor puede leer un problema o
indagarse sobre cierto asunto inentendible.
1 Investigar abductivamente se asemeja a la tarea de un cazador. Recordemos, como escribe Joseba Zulaika,
que el cazador tiene alterados los sentidos: "oye de manera distinta, ve lo que nadie, su cuerpo reacciona de
modo diferente. La corporeidad del conocimiento es un hecho literal en la caza. Las formas de pensar e
imaginar del cazador se han hecho carne y sentido". Para ampliar estas ideas puede leerse su libro Caza,
símbolo y eros, Nerea, Madrid. 1992.
2 Citado en "Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indicíales", del libro Mitos, emblemas indicios.
Morfología e historia de Cario Ginzburg, Gedísa, Barcelona, 1989, pp. 164.
3 Véase como ejemplo, el ensayo de Ginzburg títulado"Lp alto y lo bajo. El tema del conocimiento vedado en
lo siglos XVI y XVII", en Mitos, emblemas, indicios, op. cít. págs. 94-116.
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Muchos de los grandes descubrimientos han partido de ese mismo principio
abductivo: no centrarse demasiado en los grandes hechos, sino concentrarse en
los detalles menos notorios. Un moho, una pequeña mancha, un patrón diminuto y
de frecuencia irregular; los actos fallidos, las omisiones, el mundo de la
trasescena4. Por supuesto, detenerse en esa zona marginal, en esa tierra baldía,
parecería -desde una primera mirada— una tarea inútil cuando no inoficiosa. Sin
embargo, es allí donde se centra el trabajo abductivo.
Salta a la vista la relación de la abducción con un proyecto de investigación,
especialmente en lo que atañe a los problemas que se plantea o las hipótesis que
se formula. No se trataría tanto de enfocarse en colosales problemas sino de
cerrar nuestro diafragma investigativo en aspectos menos monumentales o tan de
fácil observancia. A lo mejor, esa sea la causa del porqué ciertas investigaciones
abductivas concluyen en estudios de caso. No se pretende abarcar todo sino
delimitar un hecho, un aspecto, un individuo. Y por eso también, la abducción
rompe con el deseo de la generalización. Quien mantenga como norte esta
modalidad de investigación, sabrá que sus conclusiones o sus resultados no
buscan convertirse en referentes aplicables para una generalidad, sino que sirven
como indicios para tratar de comprender determinado aspecto o explicar cierto
problema.
Digamos además que este énfasis en lo secundario trae consigo o pone en
alto relieve lo particular, lo individual, las microhistorias. Tal enfoque, propio de la
abducción, nos advierte sobre cómo puede ser legítimo en un proyecto de
investigación centrarse en personas o en hechos no necesariamente considerados
como importantes, trascendentales o de un amplio impacto. Muy por el contrario,
la abducción nos ayuda a entender cómo una persona o un evento pueden llegar a
4 Algunos de esos ejemplos pueden leerse con más detalle en obras como Eureka. Descubrimiento científicos
que cambiaron el mundo de Leslie Alan Horvitz, Paidós, Barcelona, 2003; Cazadores de microbios de Paul
DeKruif, Editores Mexicanos, México, 1999; Los diez mayores descubrimientos de medicina de Meyer
Friedman y Gerard W. Fríedland, Paidós, Barcelona, 1999; o el ya clásico texto de Daniel J. Boorstin, Los
descubridores, Crítica, Barcelona, 2000.
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convertirse en un objeto de investigación absolutamente válido. Todo dependerá
de la manera como el investigador "trate" o construya dicho caso.
Así vistas las cosas, la abducción es un gran apoyo para el educador que
desea convertir su actividad en motivo de investigación. Bien porque necesitaentenderla mejor o porque desea transformarla. La mediación de lo abductivo
coloca el oficio del maestro en un escenario para la búsqueda de huella índices o
motivos a través de los cuales puede revelarse el sentido de su profesión. Un
sentido tanto más importante de investigar cuanto más obvio y cotidiano se nos
aparece.
INVESTIGACION, ETNOGRAFIA Y EDUCACIÓN
Digamos, para empezar, que al que investiga no lo mueven las certezas
sino las incertidumbres. Se investiga porque nuestra zona de carencia es superior
a la de nuestras satisfacciones. Investigamos porque tenemos alguna hipótesis,
algunos indicios, algún problema; pero, ante todo, investigamos porque hay dentro
de nosotros una especie de desazón, de intranquilidad, ante una pregunta que nos
da constantemente vueltas en la cabeza.
La investigación, entonces, antes de ser el aprendizaje de un conjunto de
técnicas implica una disposición personal, una actitud de sospecha ante la vida
que nos circunda. A un investigador, al igual que al detective, el entorno se le
plantea como una serie de huellas, de vestigios. Y su tarea consiste precisamente
en dotarlos de significado, en poderlos relacionar, en tejer las diferentes pistaspara resolver el caso, el problema, o iluminar de sentido esa inquietud que ha
motivado su pesquisa. A quien investiga no le satisfacen las primeras respuestas,
por el contrario, insiste en ir más allá; quien hace una investigación está alerta,
vive en actitud de escucha, se convierte en un "extranjero" dentro de su propia
cotidianidad. Tales rasgos de personalidad, por decirlo así, anteceden el
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conocimiento de un método. Sin dicha disposición de asombro y cuestionamiento,
la investigación no tiene tierra fértil para desarrollarse.
El asombro. Afinación de los sentidos y, especialmente, cualificación de la
observación, de la mirada. Recordemos que observar es más que ver. Afinar el ojoes sobrepasar la inmediatez de la emoción, ir más allá del mero impacto. Se trata
de buscar en profundidad los matices, los pequeños detalles, las cosas
aparentemente nimias o secundarias. Afinar el ojo es sobrepasar el mero contacto;
convertir lo evidente en sospechoso. Pero, además, aprender a observar consiste
también en poder explicitar desde dónde es que estamos mirando. Cuál es el
punto de vista del investigador. Cuáles son las ventanas desde las cuales
construye el cuadro de la observación. Sabemos que no hay observación neutra,
por no decir, inocente. Todo observar está preñado de intencionalidad, de interés.
De allí que la investigación sea igualmente un ejercicio de autorreflexión de saber
dar cuenta de nuestros "prejuicios", de nuestra particular manera de
precomprender un fenómeno, o nuestro estado previo de nociones. En es último
sentido, observar demanda del investigador una cierta ética, una capacidad para
poder exponerse intelectual y afectivamente. Una competencia especial para
poner entre paréntesis sus ideas, sus valoraciones, sus visiones del mundo y de la
vida.
Por supuesto, no se trata sólo de observar: quien investiga debe aprender
también otras estrategias para recoger información, tales como la conversación, la
entrevista, el cuestionario, el análisis de fuentes, entre otras. Y, lo que es más
importante, debe poder verter o traducir la información recolectada en registros.
Esta parece ser otra de las características de un investigador: el sabe convertir los
indicios o los pequeños descubrimientos en notas, en documentos. La escritura va
de la mano del que investiga. Bien sea en cuadernos o en diarios de campo, en
bitácoras o en planillas, investigar demanda "fijar" lo volátil de una situación,
apresar lo fugaz de la oralidad, reconstruir la experiencia, convertir los hechos en
acontecimientos. La escritura le posibilita al investigador retener la parcela de su
interés para poder, luego, clasificarla, codificarla, categorizarla. Las voces o las
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acciones, amarradas por el registro se vuelven unidades de análisis, escenarios
para la explicación y la comprensión. Con la escritura, ese asombro y esa ansia de
cuestionamiento del investigador sobre algo concreto o inmediato, adquieren el
rango abstracto y mediato del concepto y la teoría.
Eso en cuanto a la investigación, en general. Ahora, para focalizarnos en la
investigación etnográfica, señalemos que es un método ideal para conocer desde
dentro una práctica, un ambiente, una situación. La etnografía es esencialmente
un relato reconstructivo de una determinada realidad. Tiene como eje articulador
a la descripción, y se basa prioritariamente en la observación y el diálogo con
informantes. Como puede verse, la calidad de la etnografía depende en gran parte
de la calidad del investigador. Porque lo etnográfico asume la marca de la
subjetividad como parte de lo investigado y no como talanquera o defecto. Más
aún: la investigación etnográfica consiste en colocar intencionalmente sobre la
mesa de trabajo ese continuo choque entre el observador y lo observado. Allí está
su mayor fuerza y, por qué no decirlo, su posible debilidad. La investigación
etnográfica asume el conocimiento como una construcción social y da a nuestra
"historia personal" un estatuto de legitimidad, un reconocimiento.
Precisamente por esa tensión entre subjetividad y objetividad, lainvestigación etnográfica exige constantes ejercicios de triangulación. Confrontar,
contrastar, ver el mismo asunto desde diferentes puntos de vista, son manera de
validar una pesquisa de corte etnográfico. En este sentido es que hay que
entender la doble estructura de un diario de campo: una parte para el registro
como tal y otra, distinta, para tomar distancia, para hacer la autorreflexion o las
inferencias. La triangulación comienza desde el mismo instante en que el
investigador hace sus anotaciones, y reconoce en ellas algún sesgo de lectura,
ciertas "precomprensiones" o "prejuicios". En esta misma perspectiva de las
características de la investigación etnográfica es el reconocer las fallas o los
errores tenidos a lo largo de un proceso investigativo. Dar cuenta de tales
falencias no es un defecto sino uno de los indicadores de calidad de un trayecto
de este tipo. El recuento del error, además de servir de referencia para otros
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investigadores, es la manera como la etnografía asume la búsqueda de la verdad
en el conocimiento: aproximativa, parcial, no cerrada. Los resultados o los
hallazgos de una investigación etnográfica no pretenden convertirse en verdades
universales, sino en pistas de interpretación de un tejido social tanto más complejo
cuanto se empiezan a destejer algunos de sus hilos. He ahí otra tensión intrínseca
a la etnografía, esa oscilación entre lo particular y lo general, entre el caso y la
regla.
La etnografía y el diario de campo
El campo es esa dimensión del "afuera" que no es posible acceder desde el
sillón de estudio del investigador. Malinowski revolucionó la investigación
etnográfica "al otorgar al campo, a la investigación directa, un lugar
preponderante". El campo: la investigación in situ. En principio tenemos que
demarcarlo: elegir un sitio concreto, abarcable, gobernable. El campo es el lugar
de inmersión del investigador. Una clase, un claustro... En todo caso, el caso es
un conjunto de relaciones, un ámbito de operaciones, un "paisaje" en el cabenmúltiples miradas. "Un laberinto que va cobrando diferentes perfiles y perspectivas
según el curso de la investigación".
El campo es el lugar en que el etnógrafo se pone a prueba. Una tarea que
combina la astucia del cazador, la paciencia del orfebre, el olfato del detective y un
cierto temple de espíritu capaz de sortear las dificultades tanto de espacio como
de temperamento de los informantes. Hagamos memoria de lo que escribió Lévi-
Strauss sobre el trabajo etnográfico, sobre esa actividad investigativa de estar en
permanente guardia: "En condiciones normales la investigación de campo ya es
agotadora: hay que levantarse al alba, permanecer despierto hasta que el último
indio se haya dormido, y a veces acechar su sueño; empeñarse en pasar
inadvertido pero estar siempre presente; ver todo, recordar todo, anotar todo, dar
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muestras de una indiscreción humillante, mendigar informaciones a los
mocosuelos, estar dispuesto a aprovechar un instante de placer o de tranquilidad;
o bien saber, durante días, rechazar toda curiosidad y acantonarse en la reserva
que impone un enojo de la tribu".
El campo, la observación participante y, ante todo, la escritura. Retomando
a Clifford Geertz, lo que hace primordialmente el etnógrafo es escribir. Escribir en
el diario de campo o en lo que Marcel Mauss llamaba "los diarios de viaje". El
diario de campo como terreno de fuerzas en tensión, como espacio de
reflexividad. Recordemos que la materia prima con la que trabajamos es el
lenguaje. Y la reflexividad nos advierte que las descripciones y afirmaciones sobre
la realidad no sólo informan sobre ella, sino que la constituyen. "Describir una
situación, comenta Rosana Guber, es construirla y definirla". Entonces, el diario de
campo es un escenario donde pueden vigilarse las tres reflexividades presentes
en cualquier trabajo etnográfico: "la reflexividad del investigador en tanto que
miembro de una sociedad o cultura; la reflexividad del investigador en tanto que
investigador, con su perspectiva teórica, sus interlocutores académicos, sus
hábitos disciplinarios y su epistemocentrismo; y las reflexividades de la población
en estudio".
El diario de campo, como instrumento fundamental de inscripción, "permite
tanto llevar un registro sistemático de acciones de investigación sujetas a
programa (por ejemplo, contactos con informantes, entrevistas realizadas, etc.),
como vagabundear por lecturas diversas anotando los comentarios", afirman los
antropólogos sociales Honorio Velasco y Ángel Díaz de Rada. Y continúan
diciendo que el diario también "admite adelantar conclusiones especulativas.,
revisar ideas previas, tomar conciencia de los propios prejuicios, descubrir
debilidades propias y ajenas, marearse en el desánimo o entusiasmarse con
hallazgos o proyectos". El diario es la "trastienda-taller de la investigación", es
como "un banco de trabajo, una especie de laboratorio en donde ensayar, probar,
formular hipótesis, hacer crítica teórica". De igual manera el diario puede servir de
válvula de desahogo para el investigador.
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Precisamente a esa última función del diario de campo es a la que se
refieren Martyn Hammersley y Paul Atkinson. El diario, afirman, "no sólo incluye un
registro del trabajo de campo sino también las propias dificultades y sentimientos
personales del etnógrafo. Esto no es simplemente una cuestión de introspección
gratuita o de ensimismamiento narcisista. En primer lugar, nuestros sentimientos
forman parte de las relaciones que establecemos durante el trabajo de campo.
Segundo, tales reacciones personales y subjetivas, inevitablemente, van a influir
en lo que sea calificado como notable, en lo que sea considerado como
problemático o extraño y en lo que parezca ser mundano u obvio.
Frecuentemente, nos apoyamos en tales sentimientos y, tanto su existencia como
su influencia previsible deben ser reconocidos y, si es posible, explicados por
escrito. De la misma manera, los sentimientos de ansiedad pueden plantearlimitaciones durante la recogida de información, conduciendo a una visión muy
limitada y altamente restricta". Vistas así las cosas, concluyen los autores, "existe
entonces una constante interacción entre lo personal y lo emocional por un lado, y
lo intelectual por otro. La reacción personal, por tanto, se transforma a través del
análisis reflexivo de nuestro conocimiento público potencial. El vehículo de esta
transformación es el diario de campo".
Todo apunta a entender que el diario de campo "vigila la propia implicación
del investigador, con todas las virtudes y defectos", comenta Peter Woods. El
diario de campo es como el yunque de validación del trabajo etnográfico. A ese
terreno, a esa tienda de campaña del investigador, se vuelve una y otra vez: el
diario de campo es un útil de repaso. En ese ir y venir sobre los registros van
apareciendo pistas, recurrencias, rasgos emergentes, nuevas preguntas, semillas
de algún hallazgo. Así, pues, en la medida en que se desarrolla la investigación, el
diario de campo, aunque continúa siendo un espacio de inscripción, comienza avolverse también un objeto de estudio. El instrumento se torna documento.
Algunos autores, como Honorio Velasco y Ángel Díaz de Rada, afirman que
un diario de campo debe incluir, entre otras cosas, "el registro diario de las
actividades realizadas, los comentarios del investigador al desarrollo de la
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investigación, el registro de las observaciones de acontecimientos, el registro de
conversaciones casuales, el registro de entrevistas, los comentarios a lecturas, las
hipótesis e interpretaciones emergentes durante la investigación". Otros
investigadores como Schatzman y Strauss consideran que los diarios de campo
deben tener claramente definidas algunas secciones. Proponen cuatro: "las notas
de observación", es decir, el registro de los hechos observados o escuchados, con
la menor cantidad posible de interpretación; "las notas metodológicas", entendidas
como registros de observación del propio investigador y del proceso metodológico;
"las notas teóricas", o lo que es lo mismo, las inferencias de significado a partir de
cualquier nota de observación; y "los memorandos analíticos", que consisten en
las explicaciones detalladas de las inferencias o del enlace de varias de ellas en
una declaración más abstracta.
En todo caso, aunque haya variadas maneras de llevar y presentar un diario
de campo, insistamos básicamente en dos tipos de cuestiones. La primera
corresponde al formato del diario de campo. Es importante distinguir en él una
parte para el registro o inscripción y otra para la reflexión, la metacognición, un
lugar para las inferencias del investigador. Parafraseando a James Clifford, esta
distribución del diario de campo mantiene la dialéctica entre la experiencia y la
interpretación. Una parte apunta a "atrapar empáticamente el sentido de eventos y
gestos específicos"; la otra, "a dar un paso atrás para situar esos significados en
contextos más amplios". La mencionada distribución estratégica del diario de
campo permite unir de manera fecunda, como lo deseara Malinowski, la
observación y la reflexión. O para ponerlo en términos mucho más actuales, esta
propuesta de distribución del diario de campo permite fusionar la distinción hecha
por el lingüista Kenneth Pike, retomada por los antropólogos, entre lo émico y lo
ético: de un lado se favorece el punto de vista de los informantes que se estudian,se respetan sus voces, sus opiniones; se trata de "describir lo más fielmente
posible cómo ellos le otorgan significado a un determinado acto". De otro, se
"clasifican los comportamientos a partir de una serie de rasgos que establece el
observador-investigador". Trabajando así, en dos páginas opuestas, logramos
reflejar esa tensión o esa contradicción entre la habilidad del investigador para
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sumergirse o crear una empatía con lo que estudia, y esa otra habilidad para
retroceder y distanciarse con el fin de comprenderlo o poder explicarlo.
La segunda cuestión tiene que ver con el tipo de registros consignados en
un diario de campo. Señalemos para empezar que, según el pensar de CliffordGeertz, las inscripciones llevadas al diario son "descripciones densas";
descripciones que deben ir más allá de los hechos en bruto; descripciones
capaces de poner en evidencia intencionalidades y contradicciones; descripciones
complejas. Honorio Velasco y Ángel Díaz de Rada comentan que estas
"descripciones densas" o "microscópicas", en el sentido de "prestar atención a la
fina red de relaciones que los contextos revelan si se dirige una atenta y aguda
mirada a ellos" deben "perseguir estructuras de significación que, desde luego,
aparecen muchas veces irregulares, no explícitas, extrañas unas a otras; y que el
investigador debe conectar de alguna manera".
Agreguemos que la descripción es más que una sumatoria de elementos,
más que un listado de palabras. Describir es una tarea de clarificación, de
jerarquía, una depuración que la mirada hace sobre las cosas o las personas. De
allí por qué cuando el investigador quiere hacer una descripción su primera lucha
sea con la barahúnda imprecisa de vocablos, con la falta del concepto exacto, conel uso de términos genéricos, con el escaso o descuidado conocimiento que tiene
del mundo y de los seres que los pueblan. Describir, entonces, es tener el ojo de
botánico o el geólogo; una mirada capaz de captar las diferencias, dé saber
descubrirlos matices.
Con todo lo hasta aquí expuesto ya podemos evidenciar la utilidad del diario
de campo para un trabajo de investigación etnográfica. Señalemos ahora que esta
mediación escritural puede también ser una excelente estrategia para "supervisarlos efectos de nuestra enseñanza", según el pensar de Peter Woods. Una
mediación muy efectiva para ver "en directo" nuestro trabajo educativo; para
distanciar el accionar docente y dotarlo de algún sentido; para situarnos como
"extranjeros" frente a nuestra propia cotidianidad. Pasar la oralidad y el activismo
docentes por el filtro del registro, de la escritura, puede permitir un salto cualitativo
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en la comprensión de nuestro oficio de maestros. Y al repasar sus hojas, al
mirarnos en esa "pantalla reflexiva y autocrítica", podemos mejorar nuestras
debilidades, o seguirle la pista a alguna propuesta innovadora, o empezar a
revalorar ciertas didácticas, o descubrir talentos sepultados por la rutina. Con el
diario de campo, el investigador se transforma en investigado. Parafraseando a
Maurice Blanchot, "el diario es una serie de puntos referenciales que un educador
establece para reconocerse cuando presiente la peligrosa metamorfosis a la que
está expuesto". Quizá el diario de campo sea uno de los mejores recursos para
provocar, en los maestros, un autorreconocimiento tanto profesional como
formativo.
La etnografía y su utilidad pata la práctica docente
A esta altura de nuestra reflexión cabria preguntarse, ¿cuál es la bondad de
la investigación etnográfica para la educación? O si se prefiere, ¿en qué sentido la
etnografía es útil para la práctica docente? Detengámonos un tanto a esbozar
algunas respuestas.
Comencemos reafirmando que la investigación etnográfica ayuda al
maestro a salir del activismo sin derrotero; contribuye a dotar de sentido la práctica
del maestro. Al ser un espacio de reflexión sobre la propia acción, la etnografía
ayuda a hacer un "ajuste de cuentas" sobre lo realizado. Contando con el registro
de nuestra propia acción, incluyendo nuestra voz y la de nuestros estudiantes,
podemos luego revisar, "analizar, sopesar lo realizado. La investigación
etnográfica permite autoevaluarnos. Ver nuestros aciertos y nuestras
imprecisiones; descubrir dónde perdimos el norte de una actividad o dónde
logramos convocar a nuestros estudiantes. Creo que esa es una de las bondades
de incorporar la investigación a lo educativo: darle sentido formativo al trabajo de
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aula, otorgarle a la acción cotidiana del maestro un faro de intencionalidad que le
permita salir de la improvisación y el espontaneismo docente.
Se me ocurre que esta utilidad ideológica que trae consigo la incorporación
de la etnografía, brinda otro beneficio adicional: el de posibilitar o potenciar en elmaestro la innovación y la creatividad. Al caer en la cuenta de nuestras falencias o
de nuestra rutinaria manera de hacer clase, como que no sentimos obligados a
hacer otras cosas, a explorar nuevas maneras de presentar un contenido o
plantear un aprendizaje. Cuando un maestro convierte su aula en "laboratorio",
cuando lleva al salón, además de los contenidos, una pregunta o un problema que
intenta validar o contrastar con sus alumnos, de inmediato deja de ser un pasivo
replicante de información y comienza a ser, él mismo, productor de conocimiento.
De otra parte, llevar la investigación al aula nos permite descubrir nuestra
didáctica. Poner en alto relieve nuestro oficio de maestro. Cuando nos convertimos
en objeto y protagonistas de investigación empezamos a reconocer nuestro estilo
docente: desde la manera como planeamos una asignatura hasta el tipo de
evaluación que realizamos; cómo manejamos la proxémica y la kinésica en el
aula; cómo vinculamos las ayudas en cuanto mediaciones para el aprendizaje;
cómo usamos nuestra palabra y qué herramientas de argumentaciónconsideramos válidas; en síntesis, cómo planteamos la relación maestro-alumno.
Gracias a las recurrencias consignadas en el diario de campo, por ejemplo,
podemos descubrir nuestra personal manera de explicar, el tipo de pensamiento
que nos sirve de base o aquellas marcas de carácter desde las cuales
establecemos relaciones. La etnografía puede sernos de gran utilidad para definir
y cualificar nuestra profesión de educadores.
Por lo demás, volver habitual la investigación en el aula es una manera deconocer y descifrar el rostro de nuestros estudiantes. Una potente herramienta de
diagnóstico. Y especialmente hoy, en estos tiempos llamados postmodernos,
cuando la velocidad de los cambios y la multiplicidad de los escenarios no nos dan
tiempo para detallar las variaciones de nuestros alumnos. Ponerse en actitud de
investigador etnográfico es superar los moralismos faenes o la mirada apocalíptica
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sobre estas nuevas generaciones. Se trata de comprender más que de juzgar a
aquellos que tratamos de formar. Mirar la gama de los grises, poder percatarse de
los matices, hacernos hábiles para comprender cómo afecta a nuestros niños y
niñas este mundo de la imagen y del consumo. Es urgente que cada maestro se
coloque en actitud investigativa, que cada escuela haga proyectos de
investigación sobre su propia realidad, para que desde allí, con esos insumos de
base, podamos tener algunos hitos de certeza para orientar las políticas y las
reformas educativas. Insisto: la investigación etnográfica es una vía fiable para
tener un respaldo de peso a tantas alternativas de solución, casi siempre
diseñadas por profesionales ajenos al trajinar vivo de la escuela.
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LOS PARADIGMAS:
DISPOSITIVOS COMPLEJOS PARA
EXPLICARNOS EL MUNDO
Quisiera entender en este ensayo el concepto de paradigma como un
conjunto de discursos, prácticas e imaginarios desde los cuales intentamos
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explicar y comprender la vida y la cultura. Un conjunto que, por lo demás, una vez
consolidado busca arrogarse cierta voluntad de validez.
Analicemos un poco tal definición. En principio, los paradigmas son de
moles de nociones, de conceptos, de teorías articuladas o sistematizadas. Allí, enese esfuerzo por configurar un todo-lingüístico, un campo semántico autodefinido
y autorregulado, los paradigmas son más que meros caprichos personales.
Recordemos lo que nos dice Edgar Morin, "un paradigma, si bien tiene que ser
formulado por alguien, es en el fondo, el producto de un desarrollo cultural,
histórico, civilizacional"5. Los paradigmas se van consolidando, van adquiriendo
una sedimentación o una pátina hecha de muchas voces y de muchos tiempos. Es
luego de un largo proceso de inclusión y decantación de su lenguaje, cuando los
paradigmas alcanzan el estatuto de discurso6.
De otro lado, los paradigmas requieren de ciertas prácticas que los hagan
visibles o les den un lugar en la sociedad. Digamos que no basta con un discurso;
los paradigmas poseen también una serie de operaciones, de oficios, de tareas
que le dan cuerpo, espacio en la vida cotidiana. Las prácticas corresponden al
nivel de los rituales, de los protocolos, de las múltiples formas de interacción y
socialización. Piénsese, sólo como un ejemplo, las maneras y los modos de hacerciencia, legítimos para un determinado paradigma e ilegítimos y sospechosos para
otro7. El hecho de hacer un experimento o de hacer una observación, las prácticas
de laboratorio o de narrativas particulares, son muestras de cómo los paradigmas
5 Consúltese el artículo "El paradigma de la complejidad" en el libro Introducción al pensamiento complejo,
Gedisa, Barcelona, 1994, p. 110.
6 Este elemento discursivo de los paradigmas puede también asemejarse a lo que Morin denomina,
macroconceptos: "constelación y solidaridad de conceptos". Op. Cit, 105.
7 Recordemos lo que escribía Thomas S. Kuhn, en su famoso libro La estructura de las revoluciones
científicas: "La decisión de rechazar un paradigma es siempre, simultáneamente, la decisión de aceptar otro, y
el juicio que conduce a esa decisión involucra la comparación de ambos paradigmas con la naturaleza y la
comparación entre ellos", Fondo de Cultura Económica, Bogotá, 1992, p. 129.
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necesitan de actos, de comportamientos o destrezas que les permitan alguna
distinción social, algún estatuto dentro de los oficios o las profesiones8.
El otro punto clave en los paradigmas corresponde a los imaginarios que
vinculan, propician, generan o convocan. Un paradigma también pone en escenanuestra fantasía y nuestra ensoñación; moviliza nuestro mundo simbólico. Una
idea de orden o de progreso, una idea de seguridad o de saberlo todo; una idea de
sujeto o de felicidad. Los paradigmas son, de alguna manera, una forma de
responder a los problemas esenciales que se le plantean al hombre. ¿Quién soy
yo? ¿Qué puedo saber? ¿Para qué estoy aquí?. Por eso, cuando hay un cambio
de paradigmas, cuando nos enfrentamos a una "revolución científica", no sólo se
fracturan discursos y prácticas dentro de una comunidad, sino que hay una "crisis"
en el pensamiento, en las cosmovisiones, en la educación, en la vida cotidiana. Un
cambio de paradigmas hiere zonas profundas de nuestra psicología y de nuestra
manera particular de fantasear 9.
Como puede verse, los paradigmas son dispositivos complejos para
explicarnos el mundo. Y en tanto son constructos sociales, en tanto obedecen a
intereses y demandas culturales, tienen directa relación con la manera como
asumimos un credo, una ideología o una forma de hacer ciencia. Podríamos decirque los paradigmas determinan, aun inconscientemente, una postura ante el
conocimiento, la validación de un método o el tipo de problemas que
8 Baste agregar, cómo ciertas prácticas que en un momento y un espacio determinado son vistas como
válidas y necesarias, digamos la magia, vistas desde otro lugar o desde otro tiempo, son leídas como poco
científicas o sin ninguna utilidad. Es más, aunque los paradigmas aparezcan muy sólidos en los discursos, por
lo general, se muestran fracturados de cara a las prácticas que los identifican,
9 La crisis de las ciencias o lo que Kuhn llama las anomalías, comienza "con el reconocimiento de que en
cierto modo la naturaleza ha violado las expectativas, inducidas por el paradigma, que rigen la ciencia normal.
A continuación, se produce una exploración más o menos prolongada de la zona de la anomalía. Y sólo
concluye cuando la teoría del paradigma ha sido ajustada de tal modo que lo anormal se haya convertido en lo
esperado". Op. cit. p.93.
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consideramos dignos de investigarse10. Por tales razones, poder dar cuenta del
paradigma en que uno se mueve o del paradigma que se desea privilegiar, parece
ser una tarea de primer orden para cualquier investigador. Digamos así: reconocer
las limitaciones y las posibilidades de un determinado paradigma es una toma
obligada de distancia epistemológica para cualquier actuación investigativa.
10 Volvamos a Kuhn: "Una de las cosas que adquiere una comunidad científica con un paradigma, es un
criterio para seleccionar problemas que, mientras se dé por sentado el paradigma, puede suponerse que
tienen soluciones. Hasta un punto muy elevado, ésos son los únicos problemas que la comunidad admitirá
como científicos o que animará a sus miembros a tratar de resolver". Y continúa: "Un paradigma puede
incluso aislar a la comunidad de problemas importantes desde el punto de vista social, pero que no pueden
reducirse a la forma de enigma, debido a que no pueden enunciarse de acuerdo con las herramientas
conceptuales e instrumentales que proporciona el paradigma". Op. cit. p. 71.
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TRAS LAS HUELLAS DE HERMES
Algunos puntos para hacer análisis hermenéutico
Lo primero y quizás más importante cuando se quiere hacer un análisis
hermenéutico es seguir de cerca el consejo de Paul Ricoeur 11: combinar una
voluntad de escucha y una voluntad de sospecha frente a la unidad cultural que se
esté trabajando12. Tal recomendación -al menos en su primera parte conlleva una
serie de tareas como la de leer o mirar muchas veces, comparar versiones, ir a las
fuentes; en suma, manipular exhaustivamente la unidad cultural que nos compete.La voluntad de escucha, además, nos obliga a poner la unidad cultural en
perspectiva de tradición13. Se trata de poder ubicar, hasta donde sea posible, el
momento, el contexto, los mojones históricos a través de los cuales cobra sentido
el territorio de una unidad cultural. Este esfuerzo de voluntad de escucha tiene
como fin el evitar las interpretaciones "aberrantes", o las interpretaciones
superficiales que denotan no sólo ignorancia sino incapacidad para situar en
contexto el objeto de nuestro análisis14.
11 Afirma Ricoeur: "La hermenéutica me parece movida por esta doble motivación: voluntad de sospecha y
voluntad de escucha; voto de rigor y voto de obediencia", en Freud: una interpretación dela cultura, Siglo XXI
editores, México, 1983, p. 28.
12 Para una ampliación del concepto de unidad cultural, véase mi artículo "¿Qué son y cómo trabajar con
unidades culturales?", en La cultura como texto. Lectura, semiótica y educación. Javegraf, Bogotá, 2002, pps.
45-47.
13 Quiero entender la tradición como la comprende Gadamer. Un desarrollo de este concepto puede leerse en
Verdad y Método, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1977, pps. 344 ss.
14 Umberto Eco ha llamado la atención sobre este aspecto, especialmente en referencia a la interpretación de
textos. Basta leer los libros: Los límites de la interpretación, 1992, Editorial Lumen, Barcelona, e Interpretación
y sobreinterpretación, Cambridge University Press, Gran Bretaña, 1995. También puede verse mi texto: "Vías,
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El otro punto mencionado por Ricoeur corresponde a la voluntad de
sospecha. Ahora se trata de someter la unidad cultural a la paciente y fina mirada
escrutadora de la duda. Trabajo con las ideologías, con las mentalidades, con los
imaginarios. Se trata de "desenmascarar" el sentido; de pasar de la superficie, al
nivel profundo de la unidad cultural. De hacer una especie de genealogía o
arqueología15. Si en un primer momento escuchábamos las voces en su contexto,
ahora se trata de oírlas a la luz de nuestro tiempo. La voluntad de sospecha,
entonces, necesita construir un dispositivo, un modelo conceptual capaz de hacer
comprensibles los elementos dispersos de la esfinge. Sospechar es tanto como
necesitar de un método, de un andamiaje de pensamiento capaz de hacer
emerger lo oculto o sepultado. En muchos casos ese método puede asumir las
formas de la fenomenología, el estructuralismo o la semiótica. Lo importante esque la voluntad de sospecha necesita -para ser vigorosa- organizarse, constituirse
sistemáticamente, tomarse en una práctica sometida a sus propias leyes. Si no
hay un método, si el pensamiento crítico no está estructurado, con mucha
dificultad nuestra voluntad de sospecha superará el mero pálpito o el comentario
gratuito. Sin método no hay posibilidades de descubrir el rostro oculto tras la
máscara16.
Con esa doble voluntad en mente, el análisis hermenéutica ruede pasar o
incluir un segundo momento. Establecer relaciones. Advirtamos, de una vez, que
cuando uno se propone un análisis hermenéutico lo que en verdad hace es tender
puentes, anudar hilos, imbricar signos; convertir las unidades culturales en
desvíos y extravíos: Variables de la lectura de un poema", en La cultura como texto. Lectura, semiótica y
educación. Javegraf, Bogotá, 2002, pps. 237-242.
15 La tarea a Ia que me estoy refiriendo coincide con la intención de los maestros de la sospecha Nietzsche,
Marx, Froidd. Dudar de lo inmediato, ver en lo manifiesto algo latente, descubrir las intenciones de poder que
subyacen a nuestras prácticas cotidianas, poner en evidencia el tejido invisible del sentido.
16 Precisamente, Beatriz Melano Couch hace un trabajo interesante donde muestra el método empleado por
Paul Ricoeur. Léase su texto Hermenéutica metodológica Teoría la interpretación según Paul Rjcoeur.
Editorial Docencia Buenos aires, 1983
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constelaciones de sentido17. Este esfuerzo de ver en totalidad es el que nos obliga
a pasar de la palabra al discurso, del elemento al código, de lo suelto a lo
articulado. Es aquí donde cobran sentido los campos semánticos, las redes
paragramaticales, las filiaciones analógicas. Cuando uno establece relaciones
procura comprender la unidad cultural como parte del mundo de la vida: todo se
conecta, nada opera aislado, todo apuñea a un propósito. El análisis hermenéutico
siempre está repleto de asociaciones que se multiplican como una red. Por eso
mismo, tocar una ramificación del sentido es herir, de alguna manera, otra parte
del conjunto.
No sobra decir que al establecer las relaciones el analista debe contrastar
permanentemente lo que interpreta con la unidad cultural en la que está
trabajando. Y la mucha o poca validez de algunas de sus inferencias
corresponderá lo cerca o lejos que tenga presente el objeto de estudio. Porque
una cosa es establecer relaciones y otra, muy distinta, irse por las ramas, volver el
texto pretexto o salirse del cauce de la unidad cultural. Pongamos atención:
aunque pueda y deba haber muchas interpretaciones, no todas son igualmente
válida muchas de ellas apenas soslayan o ven en periferia el objeto de análisis. Lo
importante, por lo mismo, es poder relacionar el mayor número de elementoshabidos dentro de la unidad cultural, sin dejar por fuera apartados, capítulos
escenas. Como quien dice, la fineza o torpeza de la interpretación depende de
calidad de amarre. Insistamos: una buena práctica de análisis hermenéutico busca
ajustar o ensamblar aspectos que, a primera vista, no tienen ninguna ilación.
Ahora podemos acceder o entrar a un tercer aspecto. Recordemos que la
hermenéutica busca servir de mediación explicativa y comprensiva. Hermes no es
17 Una buena manera de entender este punto de la imbricación del sentido puede apreciarse en la propuesta
de Gilbert Duran en dos de sus obras: Las estructuras antropológicas de lo Imaginario, Taurus Ediciones,
Madrid , 1981 y La imaginación simbólica, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1968
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sólo el que lleva el mensaje sino el que sirve de traductor 18. El siguiente paso,
entonces, consiste en organizar las anteriores fases en un todo capaz de dotar de
sentido a la unidad cultural motivo de nuestra pesquisa. Ya no es un tarea de
describir sino de argumentar. Una vez seccionado o descompuesto el objeto de
análisis, una vez establecidos los contextos y las distintas relaciones, nuestra
tarea debe centrarse en buscar un eje o un punto capaz de ofrecer un sentido. El
nuevo sentido, fruto de este proceso, es el aporte que hace el analista, es la
interpretación en sí misma. Dicha interpretación a la par que apunta a hacer
legible, desde una subjetividad, cierto aspecto o determinada unidad cultural,
también cumple el papel de servir de orientación a otros, de convertirse en
referente de lectura. En este caso, la hermenéutica se convierte en una de las
claves de explicación y comprensión de la cultura; abre nuevos horizontes anuestro entendimiento y, sobre todo, reafirma nuestra toma de postura ante el
mundo. Un mundo que, por ser interpretado, se convierte en algo esencialmente
humano.
18 Si se desea explorar en esta doble función de Hermes puede consultarse el artículo de Alain Verjat, en el
Diccionario de Hermenéutica dirigido por A Ortiz Osés y P Lanceros Universidad de Deusto Bilbao 2001