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No. 10 2015 Canto Rodado Revista especializada en temas de patrimonio No. 10 - 2015 10 10 Canto Rodado Revista especializada en temas de patrimonio ISSN 1818-2917 Diez años de la Revista Canto Rodado Beatriz Rovira Panamá Viejo después de su destrucción Silvia I. Arroyo D. 11 El sitio Punta Zancadilla (L-100) Yajaira Núñez Cortés 39 La conservación de objetos metálicos de procedencia arqueológica en Panamá Marcelina Godoy Valencia 57 Aportaciones arqueológicas al arte decorativo en Panamá durante el siglo XVII Mirta Linero Baroni Juan Ramón Muñiz Álvarez 73 Informes de avance Arqueología del Palacio de la Real Aduana, Santiago de Chile Miguel Ángel Saavedra V. Luis E. Cornejo B. 97 La localización de la villa de Santiago del Príncipe, Panamá. Javier Laviña Tomás Mendizábal Ricardo Piqueras Guillermina I. De Gracia 125 Ensayos Una arteria del imperio entre occidente y oriente Bethany Aram 149 El primer director del Museo Nacional de Panamá Hiram A. Moreno 163 Redescubriendo el paisaje cultural de Panamá Viejo Graciela Arosemena Díaz 177 Reseñas Panamá: Historia contemporánea (1808 – 2013) Alfredo Castillero Calvo 187 Actas del Seminario “Experiencias en la interpretación histórica arquitectónica de ruinas monumentales: el caso del Claustro del Convento de Santo Domingo”. Senacyt / Patronato Panamá Viejo 191 Guilermina I. De Gracia Marta Hidalgo Pérez Meritxell Tous Rubén López Jordi Tresserras

10 · Yajaira Núñez Cortés 39 La conservación de objetos metálicos de procedencia arqueológica en Panamá Marcelina Godoy Valencia 57 Aportaciones arqueológicas al arte decorativo

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as d

e pa

trim

onio

No. 10 - 2015

10

10Canto RodadoRevista especializada en temas de patrimonio

ISSN 1818-2917

Diez años de la Revista Canto Rodado

Beatriz Rovira

Panamá Viejo después de su destrucción

Silvia I. Arroyo D. 11

El sitio Punta Zancadilla (L-100)

Yajaira Núñez Cortés 39

La conservación de objetos metálicos de procedencia arqueológica en

Panamá

Marcelina Godoy Valencia 57

Aportaciones arqueológicas al arte decorativo en Panamá durante

el siglo XVII

Mirta Linero Baroni

Juan Ramón Muñiz Álvarez 73

Informes de avance

Arqueología del Palacio de la Real Aduana, Santiago de Chile

Miguel Ángel Saavedra V.

Luis E. Cornejo B. 97

La localización de la villa de Santiago del Príncipe, Panamá.

Javier Laviña

Tomás Mendizábal

Ricardo Piqueras

Guillermina I. De Gracia 125

Ensayos

Una arteria del imperio entre occidente y oriente

Bethany Aram 149

El primer director del Museo Nacional de Panamá

Hiram A. Moreno 163

Redescubriendo el paisaje cultural de Panamá Viejo

Graciela Arosemena Díaz 177

Reseñas

Panamá: Historia contemporánea (1808 – 2013)

Alfredo Castillero Calvo 187

Actas del Seminario “Experiencias en la interpretación histórica arquitectónica

de ruinas monumentales: el caso del Claustro del Convento de Santo Domingo”.

Senacyt / Patronato Panamá Viejo 191

Guilermina I. De Gracia

Marta Hidalgo Pérez

Meritxell Tous

Rubén López

Jordi Tresserras

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Canto RodadoRevista especializada en temas de patrimonio

No. 102015

Auspicia

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Nota Editorial

Este año 2015 el Patronato Panamá Viejo celebra dos hitos de gran im-portancia: veinte años de gestión, cuidado, conservación, mantenimiento e investigación del sitio arqueológico Panamá Viejo y, como complemento a la gestión, los diez años consecutivos de publicación de la revista Canto Rodado, especializada en temas de patrimonio.

En este número presentamos un contenido principalmente enfocado en Panamá Viejo, tanto en su devenir pasado como en su situación presente. Las actividades que se realizan en el Departamento de Conservación de Bienes Muebles del Patronato Panamá Viejo, el enfoque conceptual que rige el tratamiento del paisaje cultural del sitio, la historia de los restos del primer emplazamiento de la ciudad de Panamá a través del análisis cartográfico y la imagen del convento de Santo Domingo en función de la azulejería excavada en su interior, son temas que permiten aproximarnos al conocimiento de la historia del país desde diferentes disciplinas asociadas al quehacer patrimonial.

Ese contenido es complementado con el nuevo conocimiento que se dis-pone acerca de la ocupación prehispánica del archipiélago de Las Perlas, ubicado en el lado pacífico de nuestras costas; la importancia de las espe-cias y particularmente de las perlas panameñas en la historia y la economía de la Corona española durante el Siglo XVII; el hallazgo de importantes indicios de lo que fuera el primer pueblo de negros libres en América, algu-na vez asentado en la costa atlántica de nuestro territorio y la biografía del agrónomo y naturalista venezolano que fuera el primer Director del Museo Nacional de Panamá y sus aportaciones al origen de la institución museís-tica en el país y al conocimiento de la botánica regional.

Finalmente, incluimos en este número el trabajo de investigación y res-cate arqueológico que fuera realizado años atrás en el Palacio de la Mo-neda, Santiago de Chile, y los interesantes resultados que dieron pie a la reconsideración de la historia y cronología de ocupación humana en el en-torno del edificio en estudio.

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El volumen que ponemos a disposición en esta nueva edición, propor-ciona un importante aporte al patrimonio nacional panameño desde diver-sas ópticas del conocimiento y es a la vez un marco de referencia histórico que permite ponderar la evolución de la cultura hispanoamericana desde un punto de vista global.

Estamos a escasos cuatro años de la celebración del quinto centenario de la fundación de la ciudad de Panamá. Consideramos necesario la fun-damentación de nuestra identidad sobre las bases de un mejor y mayor conocimiento acerca de los variados y ricos componentes que nos definen como una unidad y como parte de un continente con narraciones parecidas y caminos diferentes.

La revista Canto Rodado se propone el reto de adentrarse cada vez más, y desde una perspectiva multidisciplinaria, en la caracterización de nuestra historia.

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Colaboran en este volumen

Beatriz RoviraUniversidad de Panamá[email protected] Silvia ArroyoPatronato Panamá [email protected] Yahaira Núñez CortésUniversidad en Albany, [email protected] Marcelina GodoyPatronato Panamá [email protected] Mirta Linero BaroniPatronato Panamá [email protected]

Juan R. Muñiz A.Asociación de Profesionales Independientes de la Arqueología de Asturias (APIAA)[email protected]

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Miguel A. Saavedra V.Consejo de Monumentos Nacionales, Santiago, [email protected] Luis CornejoUniversidad Alberto Hurtado, Santiago, [email protected]

Javier LaviñaUniversidad de Barcelona,Españ[email protected] Ricardo PiquerasUniversidad de Barcelona, Españ[email protected] Tomás MendizábalInvestigador [email protected]

Guillermina I. De GraciaInvestigadora [email protected] Martha Hidalgo PérezUniversidad de Barcelona, Españ[email protected] Meritxel TousUniversidad de Barcelona, Españ[email protected] Rubén LópezArquitecto [email protected] Jordi TresserrasUniversidad de Barcelona, Españ[email protected]

Ensayos

Bethany AramUniversidad Pablo de Olavide,[email protected] Hiram MorenoMuseo de Ciencias Naturales,[email protected]

Informes de Avance

Graciela ArosemenaInvestigadora [email protected]

Reseñas

Guillermina I. De Gracia

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Diez años de la Revista Canto Rodado

Beatriz Rovira, Universidad de Panamá [email protected]

La colección de números de Canto Rodado ha llegado a la decena. Al-canzado este punto, y debido en parte a nuestra concepción decimal de la aritmética, que otorga a la década un valor singular para la estructuración del tiempo, el Patronato Panamá Viejo me ha pedido que escriba unas lí-neas, como fundadora y primera editora, durante seis años, de esta revista. Sean estas palabras entendidas, por lo tanto, como parte de un ritual de pa-saje hacia una segunda década de vigencia, ahora en manos de una nueva generación de profesionales.

Probablemente en otros contextos sociales, haber alcanzado esta meta no revestiría excepcionalidad, ni exigiría conmemoración. No obstante, en Panamá, pocas son las publicaciones académicas periódicas que alcanzan a tener regularidad y continuidad, presentándose incluso el que suelo lla-mar “síndrome del número único”, propio de algunas producciones que no logran despegar más allá de la edición inaugural. En ocasiones, estas iniciativas de vida efímera surgen de preocupaciones legítimas, orien-tadas al bien público, pero muchas otras, son motivadas por situaciones coyunturales, satisfaciendo intereses a corto plazo, sin lograr consolidar una trayectoria.

Canto Rodado nace con la intención de constituirse en un órgano de di-fusión hacia la comunidad científica, localmente producido, pero orientado a alcanzar estándares globales, en el campo de los estudios patrimonia-les, situados dentro del ámbito interdisciplinar de las ciencias sociales y las humanidades. La crisis que estas áreas del quehacer científico enfrentan, es un tema ampliamente debatido, y si bien aún estamos lejos de lograr el total reconocimiento de su relevancia en los procesos de fortalecimiento de una auténtica democracia, es posible identificar algunas iniciativas surgi-das de diferentes grupos sociales, que apuntan hacia esa meta.

Una muestra es la edición de la revista, surgida de un proyecto de acti-vación patrimonial del sitio de Panamá Viejo, y que constituye un aporte a la dinamización de las ciencias sociales y las humanidades. Brinda un espacio para publicar resultados de investigaciones pertinentes en térmi-

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nos de temas y problemas, como así también de enfoques, teoría y método, visibilizando el quehacer local y regional.

El campo de los estudios patrimoniales involucra una maraña de rela-ciones e interrelaciones basadas en valores propios de contextos sociales particulares, caracterizándose por la heterogeneidad de agentes que en él operan (funcionarios públicos, empresarios, profesionales diversos, aca-démicos, comunicadores, entidades financieras, agencias de turismo, entre otros). Además, es escenario de conflictos y de inacabadas discusiones, in-cluso acerca del significado del concepto patrimonio, que, en su carácter de ser una construcción cultural históricamente situada, abunda en tensiones dentro de las cuales las disputas de poder no son ajenas, sino intrínsecas. De allí la complejidad del tema patrimonial, y la necesidad de dejar abierto el diálogo fundamentado en un ejercicio reflexivo constante.

Cuando en el año 2005 presenté al Patronato Panamá Viejo el proyecto de publicar anualmente esta revista, la respuesta fue muy favorable, y tal como suele suceder al conseguirse lo largamente anhelado, a la alegría de la aprobación se sumó la ansiedad generada por temores e incertidumbres, acerca de realmente poder cumplir a cabalidad con lo propuesto. Al salir el primer volumen de la imprenta, los miedos se disiparon, aunque en cada nueva edición, resurgían una y otra vez las mismas inquietudes: ¿tendre-mos la calidad y cantidad de artículos necesarios? ¿Podremos culminar el laborioso proceso de revisión a tiempo? ¿Habremos logrado identificar los errores? ¿Responderán los autores a las observaciones de los pares a tiempo para incluir sus aportes?

La experiencia como responsable de los primeros seis volúmenes de Canto Rodado, fue estimulante y de ella derivé un aprendizaje muy signifi-cativo: el reconocimiento de la complejidad del oficio de editar, constatada en el día a día de la búsqueda de material relevante para publicar, en el desarrollo de las normas editoriales, en la relación con autores, revisores anónimos, diagramadores, en la revisión de pruebas, en la tramitación de la inclusión en bases de datos bibliográficos, en fin, en todas sus facetas. En este proceso, debo agradecer el acompañamiento de quienes, en momen-tos sucesivos, colaboraron con entusiasmo: Diana Marcela Zárate y Loreto Suárez.

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Quiero resaltar la confianza depositada en el proyecto tanto por parte del Patronato Panamá Viejo como del Grupo SUCASA, entidades que han hecho y hacen posible la continuidad de Canto Rodado. Es de esperar que la serie no solamente siga editándose, sino que fortalezca las debilidades que se identifiquen y vigorice el reconocimiento que ha ido adquiriendo en el transcurso de sus diez volúmenes, para constituirse en un espacio de publicación consolidado.

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Canto Rodado▪10:11-37, 2015▪ISSN 1818-2917

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* Recepción: 10/9/2014 – Aprobación: 15/5/2015

Panamá Viejo después de su destrucción.La cartografía, los grabados, las fotografías y las descripciones como ayuda para estudiar la historia del sitio arqueológico de Panamá Viejo*

Silvia I. Arroyo D. Patronato Panamá Viejo. [email protected]

ResumenEste artículo resume la historia del sitio arqueológico de Panamá Vie-

jo a través de la cartografía, los grabados, las fotografías y las descrip-

ciones haciendo énfasis en lo ocurrido en el período entre 1671 has-

ta la creación del Patronato Panamá Viejo, institución sin fines de lucro

y de carácter mixto (público y privado), que administra y conserva el si-

tio desde 1995. Es muy importante hacer hincapié en lo ocurrido duran-

te este período, ya que la información se encuentra dispersa o faltante.

Por medio de esta investigación se han encontrado datos interesantes

como la fecha en que la ciudad pasó a llamarse Panamá Viejo, las diferentes

visiones del sitio y los diversos criterios utilizados para su puesta en valor,

entre otros. También se ha estudiado gran cantidad de mapas, grabados y

fotografías, que nos brindan un panorama claro sobre el estado de con-

servación de Panamá Viejo en este período. A raíz de este análisis, se ha

podido comprobar que el sitio tiene alrededor de 1,500 años de ocupación

directa o indirecta. Incluso en su etapa de abandono, sus ruinas permanecie-

ron – y hasta hoy en día perduran - en el imaginario colectivo de la nación.

Palabras clave: Panamá; historia; sitio arqueológico.

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Silvia I. Arroyo D.▪Panamá Viejo después de su destrucción

AbstractThe ruins of Panamá Viejo have stirred the collective imagination for se-

veral centuries. Founded on the Pacific coast in 1519 by the Spanish on a

site that was previously occupied by indigenous populations, Panamá Viejo

flourished until 1671, when it was attacked by Henry Morgan and destroyed

by fire. The city was moved to a new site, and the old settlement was pro-

gressively abandoned, falling into ruins. This paper reviews the history of

the archaeological site of Panamá Viejo through diverse sources including

cartography, engravings, photographs and written descriptions. The sources

provide a vision of the conditions of the site following its abandonment in

1671 to the present. Through the analysis of early maps it has been shown

that the denomination of Panamá Viejo began to be used in 1720 to denote

the town that continued to be inhabited by marginal sectors of society. By

the end of the 18th century, the town was in ruins as it was pillaged for

building materials to be used in the new city of Panamá. During the 19th

century, romantic and scientific interest in the site increased, and detailed

drawings, photographs, and engravings offer valuable testimony as to the

condition of the ruins. It is in the 20th century that Panamá Viejo becomes

the object of interest as a place for visitation, recreation, and, eventually, tou-

rism. In 1912 it is declared as a Public Monument, and a series of institutions

became involved in its conservation, restoration, and interpretation. The Pa-

tronato Panamá Viejo, a non-governmental and public private partnership,

has been dedicated to the conservation, protection, promotion, development

and valorization of the site since 1995.

Key words: Panamá; history; archaeological site.

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Panorama histórico del sitioSobre las costas del Pacífico Americano fue fundada por los españo-

les en 1519 la ciudad de Panamá. Para facilitar este estudio, su historia se ha dividido en cinco períodos: el período prehispánico hasta el asenta-miento de los españoles en Tierra Firme con la llegada de Pedrarias Dávila (aprox. 500 d.c.-1514); la conquista, fundación y auge de Panamá (aprox. 1514-1671); el período de destrucción y abandono (1671-1903); su consoli-dación como monumento (primera mitad del siglo XX, aprox. 1903-1950); y su puesta en valor (segunda mitad del siglo XX, aprox. 1950 hasta nuestros días). A continuación, el análisis de cada período haciendo énfasis en lo ocurrido después de 1671.

Período prehispánico: los primeros pobladores (aprox. 500 d.C. – 1514)A través de las crónicas de los primeros europeos que visitaron el Ist-

mo de Panamá, se reconoce que los primeros pobladores de Panamá Viejo eran los indígenas de lengua Cueva y ocupaban la región oriental del país. Escogían la localización de sus poblados de acuerdo a la geografía del lugar y tal vez estaban relacionados políticamente con un cacicazgo de mayor tamaño. Sus viviendas eran probablemente bohíos, de madera y paja, por lo cual quedan poquísimos restos de ellas (se ha encontrado un ejemplo en el sitio). Se dedicaban a la pesca y al intercambio y además destacaban en el desarrollo de la cerámica. En Panamá Viejo, gracias a la arqueología y los estudios interdisciplinarios, se han encontrado gran cantidad de bienes muebles y enterramientos elaborados, lo que indica la importancia tanto ritual como geográfica de este sitio arqueológico.

Período de conquista, fundación y auge de la ciudad (1514-1650)El 15 de agosto de 1519, Pedrarias Dávila funda la ciudad de Panamá so-

bre una aldea de pescadores. El sitio fue escogido por su buena comunica-ción y ubicación geográfica. Sus aspectos negativos estaban representados por la insalubridad, las costas y el puerto con niveles del mar fluctuantes -que imposibilitaban la navegación- y la carestía de agua (Castillero Calvo, 2004: 116; Jaén Suárez, 1998: 253).

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Se puede observar el crecimiento de la ciudad de Panamá, hasta la segunda mitad del siglo XVII, comparando el plano de Antonelli -de 1586- con el de Roda -de 1609-. El primero, ‘Planta y perspectiva de la ciudad de Panamá’, hoy en día reposa en la Biblioteca del Museo Naval de Madrid [signatura 0013_D_0017]. De su trazado podemos destacar, como mencionan Mena García (1992) y Tejeira Davis (1996), la importancia que se le da a la oro-grafía y al mar. El segundo, en el Archivo General de Indias, ‘Discreción (plano) de la Ciudad de Panamá y el sitio donde están las Casas Reales y la Ysla de Perico y las demás Yslas’ atribuido a Cristóbal de Roda [signatura MP-Panamá, 27]. En el de Antonelli, se observan tres calles de este a oeste y ocho de norte a sur (mas dos ramales), mientras que en el de Roda au-mentan a cuatro calles de este a oeste (indicando por punteado el inicio de una quinta) y se mantienen 10 de norte a sur. Por consiguiente, se puede asegurar que el crecimiento de la ciudad fue hacia el norte.

También de este período se encuentran varias descripciones y relaciones de Panamá (1575, 1607, 1610, 1631, 1640), algunos mapas generales del ist-mo y una vista de la ciudad de Panamá dibujada por Felipe Guamán Poma de Ayala. Llama la atención el compendio que se publica en 1632, ‘Des-cripciones geográphicas e hydrográphicas de muchas tierras y mares del Norte y Sur en las Indias’1 del capitán y cabo Nicolás de Cardona (Figura 1). Este manuscrito, actualmente en la Biblioteca Nacional de España [Sig-natura: MSS/2468, H.81R], contiene un mapa de Panamá con su respectiva descripción. Este compendio se considera posiblemente como la selección más antigua y la más completa colección de planos de ciudades-puertos y desembarcaderos del Caribe, América Central y México. La calidad y preci-sión de los planos es pobre, aunque los textos que los acompañan brindan información valiosa para los navegantes de la época (Hardoy, 1991).

1 El título continúa: ‘…en especial del descubrimiento del Reino de la California con orden del Rey Nuestro Señor Don Phelipe III de las Españas. Dirigidas al Excelentísimo Señor Don Gaspar de Guzmán, Conde de Olivares, Duque de San Lucar la Mayor, Sumiller de Corps de Su Magestad, Gran Canciller de las Indias’.

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El mapa pasa desapercibido y es muy poco utilizado o citado, probable-mente porque carece de veracidad o exactitud. Por un lado, a simple vista se observa que: las calles no coinciden, la plaza mayor se muestra como una plaza cerrada, con la catedral a un lado y la ubicación de algunos con-ventos tampoco coincide, entre otros muchos detalles. Por otro lado, sí son correctos los números de los conventos y/o iglesias, en total siete sin contar al convento de San José y las ermitas que no aparecen en el mapa.

A pesar de la importancia de Panamá como punto de tráfico entre Amé-rica y España, desde finales del siglo XVI y durante todo el siglo XVII, se hizo latente el problema de la falta de defensa de la ciudad, lo que la hacía completamente vulnerable ante un ataque pirata, que no tardó en llegar. Fue Henry Morgan el que planeó un asalto a la ciudad, materializándolo a principios de 1671, tras lo cual quedó destruida (Exquemelin, 1678). Así en 1673, después de mucha deliberación, se trasladó al sitio de Ancón, actual ‘distrito histórico’ o Casco Antiguo (García de Paredes, 1963). El enclave original donde se fundó la primera ciudad del Istmo en el Pacífico es aban-

Figura 1. Mapa de Panamá de Nicolás de Cardona en el compendio ‘Descripciones geo-

gráphicas e hydrográphicas de muchas tierras’. Fuente: Biblioteca Nacional. Madrid, España. [Sig-

natura: MSS/2468, H.81R].

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donado, pero ¿qué ocurrió después con ese sitio?, ¿cómo llegó a ser parte de la memoria colectiva de sus habitantes?, ¿cuándo se convirtió en Panamá Viejo o Panamá la Vieja?

El abandono de la ciudad (desde 1671 hasta el Siglo XIX)Diversos gráficos -como el mapa Istmo Americano de Panamá y Darién

fechado en 1720, cuya copia se encuentra en la Mapoteca de la Biblioteca Nacional de Colombia [Signatura 839645.1], y la Carta Geographica del Hitsmo entre los dos mares, Norte y Sur que media de Panama… (Figura 2) de 1729, que se encuentra actualmente en el Archivo General Militar de Madrid [Signatura: PAN-4/8]- mencionan en sus llamados a la antigua ciudad de Panamá.

Del primero, llama la atención el llamado en latín en el que se lee ruinas de Panamá Viejo e incluye un dibujo de un grupo de tres edificios de me-nor altura que los del resto del mapa. En la leyenda del segundo plano está escrito lo siguiente: “Parage en que los nuestros el año de 1671 se acampa-ron para oponerse al corsario Morgan”. En el dibujo se puede observar un grupo de dos casas entre dos ríos –el río Gallinero, hoy río Abajo, y el río Matasnillo, hoy su afluente el río Algarrobo- señalado con el nombre de Panamá Vieja2.

Entre 1750 y 1766 aproximadamente estuvo el jesuita español Bernar-do Recio en América, a quien le llamó muchísimo la atención la antigua ciudad de Panamá. Comenta Recio (1773:144-146) que para algunos es “…muy confuso concepto de la antigua ciudad…” y destaca su torre como ele-mento importante del conjunto. El jesuita describe un bellísimo paseo y en sus escritos desvela toda una serie de sentimientos por Panamá Viejo, que por esa época servía de cantera para la nueva Panamá, función que explica muy bien el padre Recio. Además destaca una gran cantidad de estructuras en pie3.

2 De 1730, se encuentra en el Centro Geográfico del Ejército –Madrid, España- un mapa similar y en peor estado que el anterior, la ‘Carta Geográfica del Istmo Entre los Mares Norte y Sur que media de Panama…’ dibujada por Joseph Antonio de Pineda [Signatura: Ar.J-T.4-C-4-23].

3 Menciona calles empedradas, edificios medio enteros, arcos en los conventos de la Concepción y San Francisco y hermosos frescos en el convento de Santo Domingo.

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Justamente de la misma época, 1751, existe un interesante mapa (Figura 3) de la Compañía de Jesús en América, custodiado en el Centro Geográfi-co del Ejército, Madrid, España. [Signatura: Ar.J-T.7-C.-1-2]. Éste indica los tipos de misiones, las universidades y colegios que regentaba la Compañía de Jesús en América. Comprende el norte de Perú, Colombia, Venezuela, Guayana, noroeste de Brasil y Panamá y además contiene otro dato inte-resante, la lista de los autores: Carlos Brencano [Brentano] y Nicolás de la Torre (el Centro Geográfico del Ejército incluye también a Domenico y

Todo esto rodeado del extenso follaje, y también señala que algunos negros y mulatos viven allí. Se percibe el vínculo creado por Bernardo Recio con Panamá Viejo en sus breves notas sobre el sitio. Esto se corrobora al iniciar el apartado sobre Panamá la nueva, ya que el autor lo empieza lamentándose de su inferioridad con respecto a Panamá la Vieja (Recio, 1773).

Figura 2. Carta Geographica del Hitsmo entre los dos mares, Norte y Sur (1729). Amplia-

ción realizada por la autora en la esquina superior izquierda. Fuente: Archivo General Militar de

Madrid [Signatura: PAN-4/8].

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Giulio Cesare Cigni y Giovanni Petroschi)4.Este mapa resulta relevante, ya que aparte de dibujar a Panamá como

Audientia Regia, Collegium y Universitas –es decir el colegio y universidad de Panamá en su nueva ubicación-, en la zona de Panamá Viejo se indica un caserío que, al compararlo con otros poblados, se encuentra al mismo nivel que de la Villa de los Santos5.

Son muchos los mapas que mencionan a Panamá Viejo en el siglo XVIII6. Entre 1755 y 1793, el famoso geógrafo Tomás López y su hijo Juan publi-can en Madrid el atlas Colección de mapas y planos de diversos países y ciudades. Este compendio se encuentra en la Real Biblioteca del Palacio de Oriente o Palacio Real de Madrid. De él se pueden señalar dos cartas, de 1785 y 1792, relevantes para esta investigación. La primera, Carta maritima del reyno de Tierra Firme ú Castilla del Oro: Comprehende el itsmo y pro-vincia de Panamá; las provincias de Veragua, Darien y Biruquete, muestra

4 Al parecer este es un borrador o manuscrito, realizado en Quito por Carlos Brencano [Brentano] y Nicolás de la Torre, de un mapa cuya versión final puede ser similar al que se encuentra en un Atlas publicado en Londres en 1898 con el mismo nombre y mismos autores. Se sabe que los jesuitas antes señalados estuvieron en América y son mencionados por Bernardo Recio en su libro (Recio, 1773). Es posible que este borrador haya pasado a la sede de la Compañía en Roma, donde Giulio Cesare Cigni le dio sus acabados y Domenico Cigni lo grabó, todo bajo la atenta supervisión de Giovanni Petroschi. Probablemente este plano fue presentado a Ignacio Visconti, General de la Compañía de Jesús, en la Congregación de Roma de 1751 (Recio, 1773; Antique Maps, 2006).

5 La Villa de los Santos: población en el Pacífico panameño –hoy en día parte de la región de Azuero- fundada probablemente entre 1555 y 1561. Fue legalmente reconocida por el Rey en 1594, quien le dio el título que hasta hoy conserva. En 1631 tenía 100 habitantes (Castillero Reyes, 1956). Esto no indica que Panamá Viejo tuviera la misma cantidad de vecinos o el mismo grado de desarrollo, pero sí revela que todavía vivían personas allí y en un número notable para la Compañía de Jesús.

6 Por ejemplo: la Carta del istmo de Panamá de Nicolas Bellin (1764) [Museo Naval de Madrid, signatura: MN-MN-6705-12]; el Mapa de los países sobre el Mar Meridional (Océano Pacífico) de Panamá a Guayaquil… (1777) [Biblioteca Nacional de Colombia, signatura 840045.1]; Mapa que representa el terreno que ocupa la Provincia del Darién con sus confinantes en el Isthmo de Panamá de Andrés de Ariza (1778) [AGI, MP-PANAMA, 192]; Copia de un mapa de parte del istmo de Panamá y Golfo de Darién levantado con exactitud el año de 1782 por Antonio de Arévalo [AGI, MP-PANAMA, 270].

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los llamados de Panamá como una ciudad capital de acuerdo con la le-yenda, y a su derecha expone Panamá Vieja entre los dos ríos, Matasnillo (hoy su afluente Algarrobo) y Gallinero (hoy río Abajo). En el sitio indicado como Panamá Vieja hay una cruz, y justo al lado, P. del Gallinero (proba-blemente refiriéndose al puente del Rey).

El segundo mapa de los López, Carta de navegar de las islas del Rey o de las Perlas Comprehendidas en la ensenada de Panamá [Signatura: MAP/392, 72] comprende la costa pacífica del Istmo desde el río Grande de Natá hasta la Punta Delicada hacia Darién, abarcando el archipiélago de las Perlas. En él se encuentran los llamados de Panamá con el símbolo de ciudad y Panamá la Vieja con el distintivo de villa, entre dos ríos uno de esos con el nombre de Gallinero o río Abaxo.

Sólo dos mapas de la primera mitad del siglo XIX mencionan a Panamá Viejo como punto de referencia, en contraste con los planos nombrados en el siglo anterior. No obstante, aumentan las descripciones y menciones,

Figura 3. Mapa de la Compañía de Jesús en América. Ampliación realizada por la autora

en la esquina inferior derecha. Fuente: Centro Geográfico del Ejército. Madrid, España [Signatura:

Ar.J-T.7-C.-1-2].

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de carácter científico y romántico. Acompañando a éstas, aparecen los di-bujos, los grabados y las fotografías como fuente de información gráfica, que brindan incomparables datos del estado de conservación de las ruinas. Como ejemplo se encuentran, entre otros, el artículo de Oran en Harpers Magazine, las fotografías de Muybridge y el libro de Armand Reclus7.

Aunque Panamá todavía formaba parte de Colombia en la última mitad del siglo XIX, luego de varios golpes separatistas, lo hacía como un estado federal desde 1855 (Gastezoro, Araúz y Muñoz, 1980). Una referencia de Panamá Viejo en los escritos del suplemento Papel Periódico Ilustrado nos da una visión del período colombiano del sitio. Este periódico publicó la historia de la antigua ciudad, desde su fundación por Pedrarias Dávila has-ta terminar con la descripción del actual Casco Antiguo. La historia estaba acompañada de un grabado del torreón de la antigua Panamá (Figura 4).

Para terminar este apartado, un dato curioso: durante unas excavacio-nes en el convento de las monjas de la Concepción en el 2002, se encon-tró un enterramiento justo en el centro de las ruinas de su iglesia -de las más completas y representativas del sitio arqueológico-. Dichas ruinas se identifican fácilmente como una iglesia por su forma. Al principio se pensó que el hallazgo era colonial. Al estudiarlo más de cerca, los arqueólogos y personal de campo se dieron cuenta que representaba un enterramiento de finales del siglo XIX o principios del siglo XX (Pereira, 2002). Esta tumba clandestina es una consecuencia de que el sitio se mantuviese en la mente de los hombres y mujeres a través de la mnemotecnia como un lugar sagra-do, apropiado para rituales.

7 Como ejemplos tenemos: el artículo Tropical Journeyings de Oran [seudónimo] en la revista Harper’s New Monthly Magazine (Nueva York, Estados Unidos) publicado en 1859. Asimismo, en 1875, el destacado artista y fotógrafo británico Eadweard Muybridge visitó América y pasó por Panamá, fotografiando los paisajes característicos tanto de la ciudad como del sitio de Panamá Viejo, imágenes que se preservan en el Archivo Digital de la Universidad de Standford -California, Estados Unidos- (Standford Digital Repository 2013). También, el francés Armand Reclus realizó diversos viajes por el istmo entre 1876 y 1878, fruto de los cuales produjo varios informes y un libro Exploraciones a los istmos de Panamá y Darién en 1876, 1877 y 1878 publicado en París, Francia, en 1881.

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Figura 4. Torreón del antiguo Panamá, dibujo de Alberto Urdaneta y grabado de Joaquín

Franco. Fuente: Papel Periódico Ilustrado (1882), actualmente en el Banco de la República (Bogotá, Co-

lombia).

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La primera mitad del siglo XX: Panamá Viejo como monumentoPara principios del siglo XX, e incluso años antes, los terrenos ocupados

por el actual sitio arqueológico de Panamá Viejo fueron vendidos, cedidos o parcelados por el Estado (probablemente en época colombiana) a privados, como señala Eduardo Tejeira Davis (2003).

Continúan acercándose a las ruinas los visitantes extranjeros, tal es el caso del doctor William Crawford Gorgas, un apasionado de la historia de Panamá. Como cuenta su esposa en sus memorias (Gorgas y Hendrick, 1924), le encantaban los relatos de Pedrarias, Pizarro y Morgan. Cuando redactó su libro Saneamiento del Canal, muchas veces divagaba de su tema para escribir sobre Panamá Viejo y los piratas, y su pasatiempo favorito eran los paseos dominicales a caballo hasta las ruinas de Panamá Viejo (McCullough, 1977).

En 1910 se incluyen algunos datos sobre la construcción de un camino a Panamá Viejo en la Memoria anual de la Secretaría de Fomento a la Asam-blea Nacional, “…con la idea de facilitar el acceso de las personas que en número considerable visitan las ruinas de la antigua y destruida Panamá, acometí la construcción de un camino á ese lugar” (Memoria Fomento, 1910: XXIV).

Para 1912, la Asamblea Nacional de Panamá decreta la Ley 12 del 19 de octubre. En ella se cede al Municipio de Panamá la custodia de “…toda el área sobre la cual se asentó la antigua ciudad del mismo nombre, con sus puentes y con las ruinas de sus edificios públicos, religiosos y particulares existentes en ella”. Además, se solicita levantar los linderos del conjunto y se declara Panamá Viejo como “bien nacional” o “monumento público digno de conservarse a la investigación y a la historia el conjunto de ruinas, edificios y de obras urbanas en el recinto que ocupó la antigua metrópoli colonial del Istmo” (Figura 5).

En 1914, nuevamente la Memoria del Despacho de Fomento presentada a la Asamblea Nacional explica que dentro de los trabajos realizados en el camino de Panamá a Juan Díaz “…presidiarios han desmontado las ruinas de la antigua Panamá, reparado el puente del río Abajo, y el camino de Panamá Viejo…” (Memoria Fomento, 1914: 32).

En el mismo período, Samuel Lewis García de Paredes, pilar de la so-ciedad panameña de la época, tenía una pasión que inició a principios del

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siglo XX y continuó por el resto de su vida, incluso legándola a sus hijos y nietos: Panamá Viejo. Fue un incansable defensor y estudioso de la historia de la antigua Panamá8. Efectivamente, en 1915 publica el primero de varios artículos acerca del sitio, simplemente titulado Panamá la Vieja, del cual

8 Contaba su hijo en un discurso: “Cuántas veces, en los atardeceres apacibles, le vi acercarse a esta vieja catedral, que por encima de cuatro siglos alza todavía al cielo su recio campanario y a partir de allí recorrer, de hito en hito, esta ciudad legendaria” y cuántas veces quiso reconstruir las calles de esta antigua metrópoli “como eran en 1670” (Ac. Panameña de la Historia, 1946: 5). En otro discurso conmemorándolo, Octavio Méndez Pereira explica que Panamá Viejo “…inspiró las evocaciones e investigaciones históricas por las que nuestro gran escritor y orador dio savia nueva a los muros derruidos y los hizo rezumar del esplendor épico de la primera ciudad que los españoles fundaron en la Tierra Firme del continente” (Ac. Panameña de la Historia, 1946: 3).

Figura 5. View from the beach of ruins of the tower of Old Panama [o vista de las ruinas de

Panamá Viejo desde la playa] (1907). Fuente: Biblioteca Roberto F. Chiari de la Autoridad del Canal de

Panamá [PCC Photo CS, Old Panamá 1].

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se conserva una copia en la Biblioteca Nacional de Panamá. Es muy pro-bable que sea el primer estudio hecho por un panameño específicamente sobre Panamá Viejo9. Sus esfuerzos por interpretar y salvaguardar el sitio continuaron a lo largo de su vida y se puede considerar como uno de los primeros precursores de la conservación e interpretación del patrimonio en Panamá.

Unos años antes de 1919, cuando se cumplían 400 años de la fundación de la antigua ciudad, al panameño Juan B. Sosa le fue encomendada la tarea de escribir un libro de historia de Panamá la Vieja. El propio Sosa formó un pequeño grupo de trabajo en 1917, constituido por el arquitec-to Leonardo Villanueva Meyer, el ingeniero Macario Solís y el fotógrafo y artista Carlos Endara. El grupo usualmente utilizaba los domingos para realizar sus expediciones al sitio, y pasaban todo el día estudiando e iden-tificando las ruinas (Villanueva, 1960). De esta colaboración surgió el libro Panamá la Vieja, con textos de Sosa, descripciones de Villanueva, mientras que a Endara se le atribuyen el dibujo de portada y las 35 o más vistas que se encuentran en el libro (Lewis Morgan, 2003). Por consiguiente, en la recuperación, la investigación, la compilación y publicación de esta historia de Panamá Viejo participaron un artista, un historiador, un arquitecto y un ingeniero. A esta colaboración se le conoce como el inicio de los trabajos interdisciplinarios de interpretación en la República de Panamá (Tejeira, 2004; Arango, 2006).

Otra interesante visión del sitio es la de Vicente Blasco Ibáñez, escritor y viajero español que en la década de 1920 realizó un viaje por el mundo, durante el cual pasó por Panamá. De este viaje surgió la obra La vuelta al mundo de un novelista publicada en España, en 1924. Blasco Ibáñez, que llamó al Istmo Panamá la Verde, describe Panamá Viejo de la siguiente manera: “…ofrecen hoy un aspecto interesante, pues las ha embellecido la extraordinaria vegetación del Trópico, cubriéndolas en parte con su folla-je… Entre las murallas todavía en pie de los caserones que en otros siglos guardaron las remesas de oro del Perú y de Chile, en espera de la flota real,

9 Juan B. Sosa y Enrique Arce ya habían publicado en 1911 su Compendio de historia de Panamá, cuya publicación abarca hasta su independencia de España, pero no es específico de Panamá Viejo.

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han crecido ramajes gigantescos, como solo pueden verse en estas tierras. La torre de la catedral, tapizada de plantas trepadoras, recuerda las eternas ruinas que sirvieron de escenario a tantos episodios de la literatura román-tica” (Blasco Ibáñez, 1924: 379-380).

Para 1930, el Gobierno Nacional limpiaba la maleza de la antigua Pa-namá y vislumbraba el sitio como un “…parque público, restaurando las antiguas calles y conservando en debida forma las innumerables ruinas de extraordinario valor histórico que allí existen…” (Memoria Agricultura y Obras Públicas, 1930: 47) y se pensaba en mejorar su acceso a través de un camino que pasara por el barrio de San Francisco de la Caleta, al oeste de Panamá Viejo10, precursor de la actual vía Cincuentenario. Dichos pro-yectos no se pudieron llevar a cabo ese año debido a la escasez de fondos.

10 “…la construcción de un camino que, partiendo de Panamá la Vieja, siga una de las calles antiguas, hasta salir al lado del puente del Matadero y que pasando por San Francisco de la Caleta, vaya a empalmar con el camino que conecta ese lugar con la ciudad” (Memoria Agricultura y Obras Públicas, 1930: 47).

Figura 6. Imagen de los trabajos en el puente del Matadero. Fuente: Despacho de Agricultura y

Obras Públicas (1932).

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En 1932 finalmente se concretó la construcción de la carretera, de apro-ximadamente dos kilómetros y medio, que unía el barrio de San Francisco de la Caleta con Panamá Viejo. Para ello, se realizaron trabajos para conso-lidar el puente del Matadero (Figura 6): “Se reconstruyó el puente colonial de El Matadero, reforzándolo debidamente para sostener un peso de 15 toneladas, por medio de vigas, las cuales fueron cubiertas de mampostería para conservar el estilo antiguo del puente. Tanto el piso como los muros de acceso fueron reconstruidos, dándoles suficiente anchura para dar paso simultáneo de dos vehículos. En la construcción para el puente menciona-do se ha tenido especial cuidado en conservar el estilo colonial primitivo” (Memoria Agricultura y Obras Públicas, 1932: 396-397). Se convirtió en la ruta de acceso al sitio: la vía Cincuentenario, que hasta 2013 cruzaba el sitio.

A pesar que el Gobierno Nacional daba mantenimiento al sitio y sus alrededores, es importante mencionar que en las décadas de 1930 y 1940, la población local fue ocupando terrenos libres –colindantes con el actual si-tio arqueológico- que fueron aprovechados para solucionar sus problemas habitacionales. La población en torno al yacimiento fue creciendo, y la dis-puta de los terrenos se mantuvo por muchos años en un limbo legal entre la comunidad y diferentes instituciones del Gobierno Nacional (Guzmán Navarro, 2012; Vega Abad, 2003).

La segunda mitad del siglo XX y principios del siglo XXI: la puesta en valor de Panamá Viejo

En 1951 continuaron las reparaciones de la carretera de San Francisco a Panamá Viejo (Memoria Obras Públicas, 1951), para 1953 se pavimentó la carretera desde el Aeropuerto Nacional Marcos A. Gelabert hasta Panamá Viejo y se construyó un puente sobre el río Matadero –por lo que el puente colonial dejó de utilizarse como acceso- (Memoria Obras Públicas, 1953: XXVII). Para este año, el cincuentenario de la República, se supone se inau-guró la vía Cincuentenario. Al respecto no se han encontrado datos en las memorias del Gobierno Nacional ni en los periódicos de la época.

A finales de la década de 1950, Panamá Viejo era el depositario de todo tipo de instalaciones discordantes como el cuartel de la Policía Nacional, un depósito de inflamables y más adelante una terminal de autobuses. El

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propio corregidor la describió llena de vegetación y entre “casas brujas” (Memorias Municipio, 1957)11.

Para la década de 1960, la visión del sitio era la de un parque para pa-sear los domingos. La Alcaldía, a través de Ornato Municipal, que en su informe de 1965 a 1967 señala algunas de las labores realizadas en Panamá Viejo: “…dotar a los asiduos al área histórica de Panamá la Vieja, de un parque que les permitiera celebrar paseos campestres durante los fines de semana, sin que ello constituyera un peligro para las ruinas en si en cuanto a su conservación y limpieza de áreas verdes”. En un terreno ubicado detrás de los restos del convento de la Compañía de Jesús, “…era poco más o me-nos que un manglar y un pantano…” donde se hicieron rellenos, se colocó grama y se construyeron veredas y bancas. También se observan fuentes y jardines, probablemente en el área cercana a San Juan de Dios (Memoria Junta de Ornato Municipal, 1965-67: 14-15).

En 1972, el Gobierno Revolucionario menciona que en ese año se en-cuentran en ejecución “…el mantenimiento con miras a su restauración mediante financiamiento externo, de los complejos monumentales de Pa-namá Viejo, el Casco y Portobelo…” Y como futuras inversiones, la hoy Autoridad de Turismo de Panamá, señala “…la puesta en valor del mencio-nado patrimonio monumental histórico compuesto por Panamá Viejo, Por-tobelo y el Casco de la capital”. Los anteproyectos fueron financiados por la Organización de Estados Americanos y se entiende por la Memoria del Instituto Panameño de Turismo la intención de solicitar financiación a “or-ganismos internacionales” tanto del proyecto como de su implementación.

11 El corregidor de San Francisco –corregimiento al que en 1957 pertenecía Panamá Viejo- en su informe a la Asamblea Nacional (Memoria Municipio, 1957) da su visión sobre el estado de conservación del sitio: “…la ciudad de Panamá la Vieja, Ruinas de una vieja cultura, de orgullosa ciudad colonial, emporio de otros tiempos aún están en pie para ser el centro de atracción turística más hermoso de la ciudad. Pero es lamentable que las ruinas se pierdan entre las yerbas y las techumbres esqueléticas de las ‘casas brujas’. Es poco lo que puede hacer el corregidor en este caso. Hemos apelado a las charlas para exaltar las grandezas y hermosura de estas ruinas históricas; pero ha sido inútil. No hay empleados para cuidarlas y limpiarlas, el Corregimiento carece de fondos disponibles, y el problema es latente, esperando solución. Creemos en que se puede construir un campo de diversiones, un parque nacional, donde constantemente esté un cicerone recibiendo y relatando las historias de Panamá Vieja, ciudad colonial”.

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Para esto, el IPAT crea la Dirección de Turismo Histórico, Social e Interno (Memoria del Instituto Panameño de Turismo, 1972: 11, 74-75).

En la década de 1970 cambiaron por completo los criterios de adminis-tración y conservación del sitio. Panamá Viejo tenía potencial turístico y en ese período se realizaron propuestas teniendo en mente ese enfoque. El Instituto Panameño de Turismo resalta el trabajo de María Antonia Gonzá-lez Valcárcel, Francisco Landines Gutiérrez, Alfredo Rangel y Carlos Flores Marini. Estos profesionales de la arquitectura, historia, arqueología y res-tauración “…en distintos momentos y bajo el programa de asistencia téc-nica de la OEA o con fondos del IPAT han estado a cargo de los proyectos de puesta en valor de los referidos conjuntos monumentales [entre ellos, Panamá Viejo]” (Memoria del Instituto Panameño de Turismo, 1972: 80). A través de sus estudios, se recabó gran cantidad de documentación sobre el sitio para presentar el anteproyecto.

La arquitecta María Antonia González Valcárcel recopila en el documen-to titulado Plan Panamá Vieja (1971) la información obtenida sobre el sitio, los trabajos realizados y explica sus propuestas para el futuro. Los diseños para complementar este plan incluían la “…elaboración de planos y espe-cificaciones finales del equipamiento turístico y las obras de restauración y consolidación, recomendadas para la puesta en valor de los Conjuntos Monumentales” llevados a cabo por la empresa mexicana Construcciones y Restauraciones, S.A. –dirigida por el arquitecto Carlos Flores Marini- y financiados por el Banco Interamericano de Desarrollo, a través de un fon-do de pre inversiones del Ministerio de Planificación y Política Económica (Memoria Instituto Panameño de Turismo, 1973: 81-86). No se especifica si se llegaron a realizar las labores de conservación referidas en los planos de 1976, lo cierto es que las instalaciones diseñadas para Panamá Viejo no se construyeron, quedaron en propuesta.

El 22 de diciembre de 1976 se promulga la Ley 91, “por la cual se regulan los conjuntos monumentales históricos de Panamá Viejo, Portobelo y el Casco Antiguo de la ciudad de Panamá” y los define así: “…ciudades y todo grupo de construcciones y de espacio cuya cohesión y valor desde el punto de vista ecológico, arqueológico, arquitectónico, histórico, estético o socio-cultural, constituyen el testimonio del pasado de la Nación Panameña”. La ley explica que Panamá Viejo “…se destinará a la formación de un centro

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cultural, histórico y turístico-social”.A finales de la década de 1970 y principios de 1980, una sección del sitio

estaba cerrada al público ya que formaba parte de la Policía Nacional, que después pasó a llamarse Guardia Nacional y finalmente Fuerzas de Defen-sa. El panorama del sitio en la década de 1980 fue oscuro, principalmente por la presencia militar y la falta de gestión.

Finalmente, por medio de la Ley 14 del 5 de mayo de 1982, el conjun-to monumental de Panamá Viejo pasa a ser administrado por el Instituto Nacional de Cultura. Una de sus propuestas más notables en ese período fue la elaboración en 1993 de una Agenda de diez puntos12, un plan de contingencia que propuso diversas intervenciones en la zona este del sitio, con miras a recuperar la traza urbana, principalmente en el área de la Plaza Mayor (Arango, 2006; Rovira y Martín, 2008).

A partir de 1995, se unen instituciones públicas y privadas con el fin de conservar y administrar Panamá Viejo. Se crea el Patronato Panamá Viejo, una organización sin fines de lucro y de régimen mixto, formada en ese momento por el Instituto Nacional de Cultura, el Instituto Paname-ño de Turismo, el Banco del Istmo (institución bancaria panameña) y el Club Kiwanis de Panamá. Su objetivo principal es la conservación, protec-ción, promoción, desarrollo y puesta en valor del conjunto monumental de Panamá Viejo y su transformación en un parque arqueológico e histórico (Patronato Panamá Viejo, 2006). Con la fundación del Patronato Panamá Viejo, lentamente se fueron sistematizando los trabajos y gracias al Plan Maestro de la puesta en valor del conjunto monumental de Panamá Viejo se lograron mantener los valores del sitio y su imagen de ruina.

ConclusionesEl sitio arqueológico de Panamá Viejo tiene alrededor de 1,500 años de

ocupación, directa o indirecta, de los cuales han quedado huellas –incluso de la época de abandono-. Los enterramientos prehispánicos, los restos de construcciones coloniales; la capa de ceniza (del incendio de 1671) que se encuentra en las excavaciones; los estragos causados por el expolio y la

12 La Agenda de diez puntos fue realizada por Howard Walker y Nilson A. Espino para el Instituto Nacional de Cultura.

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vegetación (por ejemplo, árboles como el que creció en medio de la nave del convento de Santo Domingo –de por lo menos 100 años-); las intervencio-nes de diferentes períodos y hasta los grafitis (el más antiguo en la torre de la Catedral, de 1827), representan las capas de la historia del sitio.

Los primeros pobladores son todavía un enigma para los estudiosos y falta mucho por conocer sobre ellos. Los colonizadores españoles ven la importancia geográfica del sitio y desarrollan allí una modesta ciudad, des-truida en 1671 y trasladada en 1673.

Está claro que en el siglo XVIII, Panamá Viejo pasó a ser una peque-ña villa13 o caserío, probablemente de pobres, indígenas, negros, mulatos o esclavos –los “vecinos de menor importancia” (Banco de la República, 2013)-, de construcciones inconclusas y desperdigadas. Además, adquirió una nueva función en la documentación gráfica de la época, como punto de referencia en la cartografía; como se puede ver en todos los ejemplos estudiados.

En 1720, casi 50 años después del ataque de Morgan y el abandono de la ciudad, se encuentra la primera referencia de Panamá Vieja o Panamá Viejo y, como dato curioso, en 1782 está la primera anotación de río Abajo en vez de río Gallinero.

La villa de Panamá Viejo debía tener una población considerable y algún valor especial, pues los jesuitas siguen dando testimonio de ella. Bernardo Recio, jesuita que muestra un vínculo afectivo con la antigua ciudad, es el primero en darse cuenta de lo difícil y confuso que es entender una ciudad en ruinas, y más aún, si fue trasladada a un nuevo asiento. Destaca la torre como símbolo y guía desde el mar y nos explica como expolian los edificios medio enteros para obtener materia prima para las construcciones de la Nueva Panamá.

13 Villa: “población que tiene algunos privilegios con que se distingue de las aldeas y lugares” (RAE). La villa también se define como un asentamiento rural aislado, un núcleo de población pequeño, algo así como una ciudad “inconclusa”, conjunto de casas diseminadas en el campo, en fin todo depende de las diferencias locales, morfología urbana, funcionalidad o poblamiento (Zoido et. al. 2013: 393). En algunos casos las villas tenían incluso un alcalde, un escribano o una parroquia, lo cual no quiere decir que era el caso de Panamá Viejo. Más bien, puede ser el caso de esa ciudad que quedó “inconclusa” y diseminada, donde quedaron desperdigados los “vecinos de menor importancia” -los pobres, indígenas, negros, esclavos, - (Idem).

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A finales del siglo XVIII, la antigua ciudad era considerada en ruinas. El siglo XIX dejó hermosas imágenes románticas de Panamá Viejo y el si-glo XX trajo consigo los primeros intentos panameños de interpretación y puesta en valor. Con el pasar de los años, Panamá Viejo fue llamando la atención del público en general, lo que hizo de su limpieza un trabajo rutinario de mantenimiento hasta mediados del siglo XX. Es interesante mencionar los criterios utilizados en las intervenciones realizadas durante la primera mitad de este siglo o los que mencionan las leyes referentes al patrimonio. Por ejemplo: conservar para la investigación (1912); recons-truir como eran en 1670 las calles de la antigua ciudad (1915); mantener el sitio como parque público restaurando sus calles y conservando sus ruinas (1930); reconstruir las ruinas, conservar su estilo colonial primitivo (1932), entre otros. En esta época ya se vislumbra el importante papel que puede jugar Panamá Viejo para el turismo.

El sitio no se puede desligar de la vía Cincuentenario, activa desde 1910. En 1932 se construye el tramo de carretera que va desde San Francisco de la Caleta, pasando sobre el reforzado puente del Matadero, hasta empal-mar con el tramo de calle que viene desde el puente del Rey. Este recorrido, con unos seis metros de ancho, es el que tuvo la vía Cincuentenario hasta principios del 2013, que se pensaba había sido construida e inaugurada en 1953 –para el centenario de la república-. En esta fecha se construye un puente de concreto a un costado del puente del Matadero, que se deja de utilizar como paso.

Para la segunda mitad del siglo XX, la puesta en valor de Panamá Viejo se basó en el desarrollo turístico. No ayudaron las infraestructuras dis-cordantes que desde finales de la década de 1940 aparecieron dentro del conjunto, especialmente las instalaciones militares. Lo interesante es que la milicia panameña –especialmente a finales de la década de 1970 e inicios de 1980- también vió la importancia de este punto geográfico –tanto para la ciudad como para todo el país-.

Relevante también es el análisis de las diferentes instituciones involu-cradas en el sitio. En 1912 las tierras pasaban de terreno privado (fincas) a custodia del Municipio de Panamá. Los trabajos realizados en la anti-gua ciudad –planos, limpieza, movimientos de escombros, caminos, entre otros- fueron llevados a cabo en su mayoría por la Secretaría de Fomento

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y Obras Públicas, que hoy en día equivale al Ministerio de Obras Públicas. Para 1925 la tutela del sitio corre a cargo del Ministerio de Instrucción Pú-blica o Educación, aunque las labores todavía las realizaba Obras Públicas. En la segunda mitad del siglo XX la situación continuó igual, hasta la déca-da de 1970, cuando la administración del sitio pasa al Instituto Panameño de Turismo (IPAT, actual Autoridad de Turismo de Panamá) y en la década de 1980, su conservación la lleva la Dirección Nacional del Patrimonio His-tórico del Instituto Nacional de Cultura.

Gracias a la filosofía de mantener la imagen de ruina, el Patronato Pana-má Viejo ha logrado conservar los valores del conjunto monumental. Pana-má Viejo se ha convertido en un sitio arqueológico en medio de una ciudad en crecimiento, y que, gracias a su abandono ha conservado las diversas capas: la prehispánica y la colonial. Hoy en día, la historia se mezcla con un paisaje de características especiales –la ciudad moderna, el área costera y las ruinas-, creando un panorama de carácter excepcional (Ver figura 7).

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Figura 7. Vista aérea del sitio arqueológico de Panamá Viejo (2014) Foto: Félix Durán Ardila.

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* Recepción: 18/09/2014 – Aprobación: 05/05/2015

El sitio Punta Zancadilla (L-100).Primera evidencia de bienes de prestigio, asociados a un nuevo conjunto de cerámica, en el Archipiélago de Las Perlas (1700-1400 cal a.P.)*

Yajaira Núñez Cortés, Universidad en Albany, SUNY. [email protected]

ResumenDurante una prospección con sondeos sistemáticos en Isla Pedro Gonzá-

lez, Archipiélago de Las Perlas en el Pacífico panameño, se descubrió un ex-

tenso asentamiento precolombino en Punta Zancadilla. Uno de los contextos

hallados está compuesto por vasijas, colgantes de piedra pulida y cuentas

de glíptica, oro y pirita de hierro. Se postula que es de carácter funerario,

aunque no se conservaron los huesos humanos debido a la acidez del suelo.

Se obtuvieron dos estimados radiocarbónicos de su antigüedad: 1680 ± 40

a.P. (1700-1520 cal a.P. [2σ]) y 1570 ± 40 a.P. (1540-1370 cal a.P. [2σ]). Análisis

hechos con un aparato portátil de fluorescencia de rayos X señalan que las

cuentas de oro forman tres agrupaciones, lo cual sugiere que proceden de

tres lugares diferentes o que fueran producidas a partir de diferentes alea-

ciones. En lo estilístico, las vasijas comprenden un nuevo conjunto para el

archipiélago; aunque dos vasijas pintadas en negro sobre rojo se parecen a

materiales de Isla Taboguilla, mucho más cercana a la costa actual. Se halla-

ron, además, varios tiestos típicos de asentamientos contemporáneos en las

llanuras y estribaciones de Tierra Firme (provincia de Coclé).

Palabras clave: Archipiélago de Las Perlas, adornos personales, esferas de interacción.

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AbstractAn extensive pre-Columbian settlement was located during a survey en-

hanced by systematic sub-surface sampling at Punta Zancadilla, Pedro Gon-

zález Island, Pearl Island Archipelago, Pacific Panamá. One of the contexts

discovered comprised clay vessels, polished stone pendants and beads made

of stone, gold and iron pyrite. I postulate it is funerary although human bone

was not recovered because of the soil’s high acidity. Two radiocarbon estima-

tes of its antiquity were obtained: 1680 ± 40 B.P. (1700-1520 cal B.P. [2σ]) and

1570 ± 40 B.P. (1540-1370 cal B.P. [2σ]). Analyses undertaken with a portable

X-ray fluorescence meter demonstrate that the gold beads cluster in three

groups suggesting that they originated in three different places. Stylistically

the clay vessels conform a new complex for the archipelago although two

vessels painted in black on a red slip are similar to materials found in the

1950s on Taboguilla Island, which is much closer to the present-day marine

shore. Several ceramic fragments were found that represent pottery types

found at coeval sites in the lowlands and foothills of the mainland (province

of Coclé).

Key words: Pearls Island, personal ornaments, interaction spheres

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IntroducciónDurante la prospección realizada como parte del proyecto Exploracio-

nes Arqueológicas en la Isla Pedro González, Archipiélago de Las Perlas-Panamá, en 2009, fue identificado el sitio Punta Zancadilla (L-100) en una terraza ubicada en la península del mismo nombre, en la isla Pedro Gon-zález, Archipiélago de Las Perlas, el cual se encuentra en la Bahía de Pa-namá, a 50-135 km de la ciudad capital, y a 40 km de la costa de Darién. El archipiélago está formado por al menos 90 islotes e islas, de las cuales Pedro González es la tercera de mayor tamaño (14.9 km2) (Figura 1). Se han realizado investigaciones arqueológicas en varias islas desde el 2007, logrando identificar sitios de varios períodos, incluyendo un basurero del Precerámico Tardío que va desde 5540 ± 40 a.P. (6390 [5910] 5870 años calibrados) hasta 4880 ± 40 a.P. (5660 [5600] 5580 años calibrados) 4460-3600 a.C., varios sitios con alfarería, petroglifos y corrales de piedra (Cooke y otros, 2007; Martín Rincón y otros, 2009; Martín Rincón y Bustamante, 2011; Cooke, 2012; Martín Rincón y otros, 2012).

Figura 1. Ubicación del Archipiélago de las Perlas.

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A partir de los sondeos sistemáticos realizados en el sitio Punta Zanca-dilla (L-100), se detectó un conjunto que consideramos de carácter funera-rio. Al excavarse, se expusieron varias vasijas completas y semicompletas fragmentadas, las cuales posiblemente colapsaron por efectos tafonómicos (Núñez Cortés, 2012, Martín Rincón y otros, 2009).

En la sección norte del rasgo se encontraron dos colgantes de diferentes tamaños que remiten a un motivo estilizado de ave de alas desplegadas (cf. Lothrop, 1937: Plate 3a). El de mayor tamaño fue fabricado en jaspe verde, mientras que el de menor tamaño fue producido a partir de ágata (Figura 2) (Idem).

Figura 2. Pendientes

alados de piedra pu-

lida, fabricados en a:

ágata; b: jaspe verde.

Foto: Núñez Cortés 2009.

Distribuidas en todo el entierro, se encontraron dieciséis cuentas de di-ferentes dimensiones, formas y materia prima, que podrían ser parte de un mismo artefacto, como por ejemplo un collar (Figura 3). Cinco de estas cuentas fueron fabricadas en ágata de variados colores y tamaños. Las tres cuentas de pirita de hierro presentan formas cúbicas, en tanto que las ocho cuentas de oro son las que muestran mayor variación en cuanto a tamaños y formas, desde tubulares hasta aros diminutos (Figura 4).

Dos fechas radiocarbónicas obtenidas en este contexto dieron como re-sultado un rango entre 1680 ± 40 a.P. (1700-1520 cal a.P. [2σ]) (β-262258) y 1570 ± 40 a.P. (1540-1370 cal a.P. [2σ]) (Beta-233871) (250-580 d.C.) (Martín y otros, 2012:Fig. 2).

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Figura 3. Excavación del posible rasgo funerario en Sitio Punta Zancadilla (L-100), Pedro

González, cuya antigüedad se estima entre 1700 y 1400 cal a.P. y localización de las cuentas

de collar. Foto: Núñez Cortés 2009.

Figura 4. Cuentas encontradas en el probable rasgo funerario en Sitio Punta Zancadilla, Isla

Pedro González, a-h: cuentas de metal aurífero; i-l: cuentas de ágata pulida; j, k: cuentas de

pirita de hierro. Foto: Martín Rincón 2009.

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Esta evidencia constituye el primer reporte de la ocupación de la isla por un grupo alfarero de este período y del uso de adornos personales inclu-yendo objetos de oro y piedra pulida. La distribución de los colgantes de piedra pulidos han sido reportados en varios sitios asociados a entierros (Perera, 1979, Plazas, 2007, Hoopes, 2011) lo cual sugiere que pudieron ha-ber sido usados como artículos de prestigio.

Métodos de análisisLos materiales cerámicos fueron analizados siguiendo criterios tecnoló-

gicos y estilístico-formales, a partir de los cuales se realizaron inferencias de carácter funcional. Cada vasija fue dibujada y registrada según su forma y diseños decorativos, sus propiedades físicas (cantidad y tamaño de des-grasantes, porosidad, grosor de las paredes, tratamientos y acabados de superficie, presencia de ahumados o restos de hollín) fueron observadas, medidas y descritas.

Para el caso de los restos cerámicos, nueve muestras pulverizadas fueron analizadas a través de difracción de rayos X; además, se elaboraron seccio-nes delgadas de tres más. Una de las muestras, seleccionada para ambos análisis, pertenece al tipo conocido como Zumbito (Luis Sánchez Herrera, comunicación personal, 2011) el cual se ha reportado en sitios de las estri-baciones y llanuras del Pacífico de las provincias de Coclé y Veraguas. Otro tiesto es parte de una vasija pintada en ambos lados, la que recuerda aque-llas identificadas por Stirling y Stirling (1964: Plates, 49-55) en los sitios Taboguilla 1 y 2, en la isla homónima, más cercana a la costa.

Las ocho cuentas de oro y las tres cuentas de pirita de hierro fueron so-metidas a análisis por fluorescencia de rayos X, con el fin de determinar su composición química. Éstos fueron realizados en el Museum Conservation Institute (MCI), Smithsonian Institution, en Washington D.C. Las imáge-nes y los datos fueron proveídos por Harriet Beaubien (2012) y Steward Redwood.

ResultadosLos datos estilísticos y petrográficos indican que la mayoría de las vasijas

funerarias del sitio Punta Zancadilla (L-100) fueron producidas localmente. Por sus características tecnológicas se estima que fueron formadas a partir

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de la técnica de rollos, quemadas en atmósferas oxidantes con control de la temperatura, pero posiblemente al aire libre, por lo que aparecen manchas de ahumado en las superficies.

Los diseños decorativos y las formas difieren de manera significativa de la cerámica producida para las mismas fechas en la región cultural de Gran Coclé en la zona central del Istmo (Cooke, 2011; Mayo Torné, 2006; Sán-chez Herrera, 2000). Predominan las decoraciones plásticas, que compren-den especialmente bandillas aplicadas con y sin pintura, aplicaciones de pastillajes y bandas de pintura roja al interior de los bordes y en los labios de ollas de bordes evertidos y engrosados (Figura 5) (Núñez Cortés, 2012).

Figura 5. Vasijas encontradas en el rasgo funerario en L-100, Sitio Punta Zancadilla, Isla

Pedro González. Foto: Martín Rincón 2009.

Las dos vasijas, pintadas al exterior y al interior, formando motivos geométricos en negro sobre rojo (Figura 6), son similares a algunas piezas halladas en Taboguilla 1 y 2. Sin embargo, Luis Sánchez Herrera (comu-nicación personal 2011), quien estudió esta colección en 1997, opina que la reconstrucción de formas propuesta por Stirling y Stirling (1964: Plates 49-55) es errónea, siendo correctas las formas que presentamos en la Figura 6. Hasta donde se conoce, Isla Taboguilla y la vecina Isla Taboga son los únicos lugares donde se ha reportado esta cerámica, lo que sugiere que las piezas halladas en Pedro González llegaron desde allí o forman parte de la misma esfera de interacción, con ideas y/u objetos transfiriéndose.

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El tipo Zumbito se ha reportado en sitios en Coclé y Veraguas (Cooke, 1972: Plate 59 a-l; Ladd, 1964, Plate 14 g; Lothrop, 1942:Fig. 345). En Sitio Sierra se encontró estratificado en rasgos domésticos que comprenden en-tre 2015 ± 80 a.P. (2140 [1950] 1795 cal a.P.) (I-9702) y 1475 ± 110 a.P. (1575 [1345] 1180 cal a.P. (I-8556) (véanse las fechas en Martín y otros, 2012:Fig. 3; también, Cooke, 1979, 1984). Estas fechas, sin embargo, se estimaron con métodos radiométricos y sin calcular 13δ empíricamente1. Según Richard Cooke (comunicación personal 2012) su apogeo probablemente ocurrió entre 1850 y 1650 cal a.P. Un tiesto del tipo Escotá Negro-sobre-Anteado, hallado en otro depósito de Punta Zancadilla (L-100), representa la misma época (Cooke, 1972). Se supone que la vasija original, así como la del tiesto Zumbito, llegaron a Pedro González desde el Pacífico de la provincia de Coclé (Figura 7).

1 Señal isotópica que permite detectar el consumo de plantas con vías de reducción de carbono fotosintético C3 y C4. Ejemplos de plantas C4 incluyen el maíz y otros cereales (Tieszen, 1991).

Figura 6. Reconstrucción de vasijas pintadas similares a las reportadas en Isla Taboguilla;

sitio Punta Zancadilla, Isla Pedro González. Dibujo: Núñez Cortés 2012.

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Figura 7. Bordes del tipo Zumbito (Pacífico de Coclé y Veraguas), a: encontrado en el posible

rasgo funerario de L-100, Pedro González; b, c: encontrados en Sitio Sierra, Coclé. Dibujo:

Núñez Cortés 2012.

Beaubien (2012) llevó a cabo un análisis de las cinco cuentas tubulares y tres aros de metal hallados en Punta Zancadilla (L-100). En algunas de ellas se distinguieron los límites de la unión de láminas sobrepuestas y el martillado de las láminas. La aplicación de fluorescencia de rayos X en los ocho objetos permitió determinar la presencia de aleaciones oro-cobre, con representación significativa de plata. En una sola se observó un pequeño porcentaje de hierro. La distribución porcentual de estos elementos en cada una de las piezas genera una agrupación en tres secciones (Figura 8), lo que podría indicar que hayan sido manufacturadas por artesanos produciendo diferentes aleaciones o bien en tres lugares distintos.

Las cuentas de oro son los objetos metalúrgicos con mayor distribución en Panamá (Cooke y otros, 2003). Cuentas cúbicas de pirita de hierro se han encontrado en sitios de la Península de Azuero y Coclé que son co-evos con L-100, como es el caso de Cerro Juan Díaz, El Indio y Sitio Sie-rra (Ichon, 1980:Fig. 56c; Isaza, 1993; Cooke y otros, 2000). En Sitio Sierra, cuatro cuentas cúbicas de esta clase fueron reportadas en un entierro de infante (B24) (Isaza, 1993) las de ágata encontradas en L-100 son similares a ejemplares hallados en la Tumba 2 de Cerro Juan Díaz (Sánchez Herrera, 1995; Cooke y otros, 2000), así como en El Indio, Tonosí (Ichon, 1980:Fig. 56d).

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Figura 8. Distribución porcentual de oro, plata y cobre en ocho objetos de metal aurífero

hallado en el rasgo funerario en Sitio Punta Zancadilla, Isla Pedro González. Gráfica: Cortesía

de Steward Redwood; datos cortesía de Hariet Beaubien. Museum Conservation Institute, Smithsonian Ins-

titution.

Dado que se han encontrado varios afloramientos de ágata en la isla, a partir de los cuales elaboraban herramientas de piedra desde periodos precerámicos (Martín Rincón y otros, 2009), no puede descartarse la idea de que el pendiente alado de este material haya sido fabricado localmente, aunque el trabajo de pulir y taladrar alude a un especialista. La confección local del pendiente de jaspe verde es una posibilidad, aunque los aflora-mientos de jaspe en el archipiélago son más escasos que los de ágata. Este tipo de objetos poseen una amplia distribución geográfica, pues han sido reportados, con sus variantes locales, en varios sitios de Costa Rica y Pana-má, en el norte de Colombia, los Andes venezolanos y las Antillas, gene-ralmente asociados a entierros (Perera, 1979; Plazas, 2007; Hoopes, 2011).

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En Panamá se han obtenido ejemplares de El Caño, Sitio Conte, La Pita y otros sitios del Pacífico de Veraguas, a orillas del Lago Alajuela y a orillas del río Tabasará (Bray, 1990; Richard Cooke, comunicación personal 2012).

El conjunto artefactual encontrado en el rasgo funerario de L-100, es comparable al hallado en el Rasgo 16, de Cerro Juan Díaz (Bahía de Parita), en el cual también aparecen artefactos de oro, cobre, colgantes y cuentas de piedra pulida, cuyos dos fechamientos en dentina humana abarcan 2σ entre 1830 y 1720 a.P. (β-147880, β224778) (Martín y otros, 2012: figura 3; Cooke y otros, 1998; Cooke y otros, 2000; Cooke y otros, 2003).

ConclusionesLa presencia de materiales similares a los reportados para las áreas Gran

Coclé y Gran Darién son la principal evidencia de relaciones fuera de las islas. Se propone la participación en una esfera de interacción regional que incluyó varios sectores de tierra firme y las islas del Archipiélago de las Perlas. Las esferas de interacción se refieren a los contextos en los cuales distintas sociedades vinculadas regionalmente, cada una con su propia tra-dición cultural y sus adaptaciones ecológicas específicas, participan en un intercambio de ideas y experiencias a un nivel interregional (Seeman, 1979; Caldwell, 1964).

El intercambio a nivel regional puede darse en materias primas exóti-cas, conceptos estilísticos o bien en objetos acabados (Seeman, 1979). Se ha propuesto que la inserción de la orfebrería en la economía regional y el interés por conchas como Pinctada mazatlanica y Spondylus spp., pudieron ser algunas de las razones por las que las fronteras culturales fluctuaron a través del tiempo (Cooke y Sánchez, 2004b:21, Cooke y otros, 2007).

La evidencia encontrada en el sitio Punta Zancadilla (L-100) para el periodo entre el 1700 a 1400 cal a.P. (250-580 d.C.) refleja una tradición cerámica local, que en lo estilístico comprende un nuevo conjunto para el Archipiélago (Núñez Cortés, 2012). Las interacciones a nivel regional, refle-jadas en la cerámica, se remarcan en las dos vasijas pintadas en negro sobre rojo que recuerdan a las reportadas en Isla Taboguilla (Stirling y Stirling, 1964), además de los cuatro fragmentos de borde Zumbito, que ha descrito en otros sitios como Cerro Juan Díaz (Desjardins, s.f.), La Herradura y Sitio Sierra (Cooke, 1972, 1979, 1984).

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Asimismo, se hace presente el interés por objetos de amplia distribución espacial y con alto contenido simbólico, como las cuentas y los pendien-tes. Esta evidencia apunta a la existencia de relaciones que involucraban contactos marítimos mediante canoas. Los ornamentos personales pue-den ser considerados como elementos atávicos que eran compartidos por otros grupos de habla chibchense y chocoana (Cooke y Sánchez, 2004), por cuanto se han encontrado en una extensa geografía y algunos de ellos con una gran profundidad temporal. De acuerdo con Bray (1990) la forma más simple de pendiente alado aparece de manera más o menos simultánea en toda el área.

Los pendientes alados se han encontrado en el río Tabasará, en Pana-má, con una fecha radiométrica de 95± 45 a.C., y la fase El Indio de Tonosí (Ichon 1980). En Colombia, se reportan en Pueblito, Nahuange, El Horno, Ranchería, y Momil. En este último se encontró con fechas de carbono 14 correspondientes al siglo II antes de nuestra era, al igual que en sitio Las Locas en Venezuela (Bray, 1990; Hoopes, 2011).

Las cuentas de oro fechadas en el entierro de L-100 concuerdan con las fechas de la introducción y desarrollo de la industria metalúrgica en Pa-namá. La presencia de oro en el Archipiélago de las Perlas para el periodo de 1700 a 1400 cal a.P (250-580 d.C.) señala que definitivamente existía un contacto marítimo con las poblaciones que producían o que intercambia-ban objetos de este material. Aunque no se puede afirmar que esta sea la evidencia contundente de una ruta marítima para la introducción del oro en el Istmo, merece ser analizada con cautela.

Tanto las cuentas como los colgantes exhiben un alto nivel de excelencia artesanal y es posible que hubiesen sido propiedad de pocas personas en la isla. Su procedencia desde otras regiones o la emulación de estilos pan-re-gionales apunta no solamente al establecimiento de esferas de interacción, sino también a la circulación de objetos innovadores y exóticos cuya exclu-sividad los convertiría en marcadores de distinción suntuaria (Appadurai, 1986; Smith, 2004).

En resumen, el estudio llevó a cabo el primer registro en el Archipiéla-go de las Perlas de (1) un complejo de cerámica anteriormente desconoci-do, (2) la orfebrería, (3) pequeños adornos personales de oro y piedra y (4) pendientes alados cuidadosamente confeccionados de piedras silíceas, los

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que permiten ser calificados como “de prestigio”. Se espera que futuras investigaciones puedan aportar mayor información sobre la circulación y producción de bienes de prestigio, así como la integración del Archipiélago de las Perlas en las redes de interacción cultural.

Agradecimientos. Se agradece a Richard Cooke por brindarme la oportunidad de estudiar

la arqueología del Archipiélago de las Perlas. También a él y a Francis-co Corrales por la revisión del manuscrito. El proyecto fue llevado a cabo gracias al respaldo financiero del Grupo Eleta y al programa Adelante! del Instituto Smithsoniano de Investigaciones Tropicales.

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Canto Rodado▪10:57-71, 2015▪ISSN 1818-2917

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La conservación de objetos metálicos de procedencia arqueológica enPanamá.El quehacer del Departamento de Conservación de Bienes Muebles del Patronato Panamá Viejo*

Marcelina Godoy ValenciaPatronato Panamá Viejo, [email protected]

ResumenCon el artículo se aborda el tema de la conservación de bienes mue-

bles de procedencia arqueológica en Panamá. El objetivo es exponer de for-

ma muy sucinta cómo se trabaja la restauración de objetos culturales, desde

su llegada al laboratorio hasta su almacenamiento en espera de ser exhibi-

dosde ser exhibidos. Para ello, presentamos un breve esbozo histórico de

esta práctica en Panamá, describimos los estándares metodológicos del De-

partamento de Conservación de Bienes Muebles del Patronato Panamá Viejo

y detallamos el sistema de trabajo para las diferentes materias primas, prin-

cipalmente metálicas. Finalmente, hacemos la descripción de las “buenas

practicas” implementadas en la restauración y conservación del patrimonio

metálico que se custodia en la institución y procede de diversas excavaciones

tanto de Panamá Viejo como del resto del país. Por otro lado, en este artí-

culo se quiere resaltar que los trabajos de restauración forman parte de un

proceso y de un trabajo multidisciplinario donde el fin principal es conservar

el patrimonio de un país.

Palabras clave: Restauración, conservación, metales.

* Recepción: 15/3/2015 – Aprobación: 30/5/2015

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Marcelina Godoy Valencia▪Objetos metálicos del sitio Panamá Viejo

AbstractThe article describes the state of art for the conservation of archaeolo-

gical remains in Panama since the beginning of the twentieth century to the present. We initiate with a brief outline about the relationship of this practice with the museum in our country, specially related to the appearan-ce of the state museums and the consolidation of this discipline as a major objective in the preservation of the past. Since the appearance of Patrona-to Panama Viejo in 1995, was created a conservation department which main focus was the treatment of the archaeological remains excavated in the colonial site but also accepting materials from other national sites. The work with different kinds of base materials, mainly metallic, procedures applied as part of the methodological standards and “best practices” of the Patronato Panama Viejo Conservation Department are described. The ob-jective is to set out the restoration process of this kind of ancient materials and cultural objects since their arrival to the laboratory until their storage previous to the exhibition. Finally with this article we want to highlight that the restoration is part of a multidisciplinary process where the main purpose is to preserve the heritage of a whole country.

Key words: Restoration, conservation, metals.

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IntroducciónActualmente, en la República de Panamá, solo funciona un Departa-

mento de Conservación de Bienes Muebles (DCBM en adelante) de piezas arqueológicas. Funciona como una de las dependencias técnicas del Patro-nato Panamá Viejo (PPV), organización sin fines de lucro fundada en julio del año 1995, que se encarga de la custodia, estudio y puesta en valor del yacimiento arqueológico conocido como Conjunto Monumental Histórico de Panamá Viejo (CMHPV).

Este laboratorio fue construido siguiendo un patrón de especificacio-nes que intentan cubrir las necesidades específicas sobre conservación y restauración de los objetos culturales (metálicos, silíceos y orgánicos) en Panamá (Godoy, 2014). Desde el inicio, en el Departamento se ha logrado restaurar y conservar materiales arqueológicos, que en su mayoría provie-nen de las investigaciones que desarrolla el Departamento de Arqueología en el CMHPV1, y que corresponden a los diferentes momentos de la histo-ria panameña: periodos prehispánico, colonial y contemporáneo.

Por otro lado, dentro del DCBM también se da apoyo en temas de res-tauración de bienes culturales a proyectos e investigadores externos, para lo cual el Patronato Panamá Viejo ha creado convenios de cooperación. Sirvan de ejemplo la participación en el proyecto de mantenimiento del pedestal de la estatua en honor a Vasco Núñez de Balboa, ubicada en la Avenida Balboa de la ciudad Panamá o el proceso de eliminación de cloru-ros por electrólisis2 de nueve cañones de hierro que fueron rescatados en el arrecife de Las Lajas, por arqueólogos subacuáticos del Institute of Nautical Archaeology at Texas, en el año 2008.

Siendo el DCBM el único espacio para trabajar este tipo de material con que cuenta el país hasta el momento, estos proyectos de intervención nos

1 Para conocer con más detalle las actividades del Departamento de Arqueología, ver el artículo de Linero Baroni 2014.

2 La electrólisis es un tratamiento de estabilización, también denominado “Tratamiento de estabilización mediante Polarización Catódica”; es un procedimiento de reducción, utilizado desde antiguo, fundamentalmente en la limpieza de objetos metálicos; aunque ya entonces eran otras las ventajas que se conocían como era la decloruración (Plenderleith, 1967). Es una práctica de restauración de metales utilizada en Panamá, sólo en objetos de hierro de pequeñas dimensiones.

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han hecho merecedores de reconocimiento a nivel nacional, gracias a la experiencia en el tratamiento de restauración y conservación de metales, en los cuales hemos utilizado los procedimientos establecidos por las normas internacionales.

Los tratamientos que se implementan en el DCBM tienen por finalidad frenar la degradación que sufre la materia prima de los objetos. La meta es preservar dichos objetos, ya sea con la intención de incluirlos en exhibicio-nes permanentes o temporales o incorporarlos en el desarrollo de investi-gaciones especializadas.

La Restauración de Bienes Culturales en Panamá. Antecedentes históricos

Entender la gestión del patrimonio arqueológico en Panamá implica re-montarse a la historia misma del país y su conformación como nación. El 3 de noviembre de 1903, Panamá se separó de la Gran Colombia, y desde entonces surgió el interés por crear un museo propio, sueño que se concretó en 1906, cuando el Museo Nacional abrió sus puertas en el Barrio de San Felipe, con una colección compuesta por objetos de arqueología, historia y etnografía. Sesenta años después, Panamá ya contaba con el Museo Na-cional (Ciudad de Panamá), el Museo Félix Olivares (David) y el Museo

Figura 1. Mapa de la república localizando los tres museos mencionados. Autor: Guillermina

De Gracia 2015, sobre base cartográfica disponible en: http://www.mapasparacolorear.com/panama/mapa-

panama.php

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Belisario Porras (Las Tablas) (Figura 1, números 1 al 3 respectivamente).En 1970 se creó la Dirección Nacional del Patrimonio Histórico (DNPH)

como una de las dependencias del Instituto Nacional de Cultura y Deporte, que se encargó de los museos y monumentos históricos, dando un nuevo rumbo a las gestiones administrativas de los museos estatales. En 1974 se creó el Instituto Nacional de Cultura, absorbiendo a la DNPH. Muchos de los cambios posteriores se vincularían con la Dra. Reina Torres de Araúz, quien lideró el Museo Nacional (1969-1970) y más tarde la DNPH (1970-1980) (Revista Lotería, 1982:37-44). Con ella se llevó a cabo la primera cla-sificación de objetos arqueológicos y se intentó ubicar cada colección en diferentes museos temáticos (De Gracia y Mendizábal, 2014).

Los museos estatales buscan entonces la especialización, enfatizando la importancia de catalogar y registrar cada objeto. Se crearon talleres para la restauración de cerámica y taxidermia (Centro de Restauración OEA-INAC, 1975) (INAC OEA, 1993), cuya sede estaba en el Museo de Cien-cias Naturales (INAC OEA, 1980). Cuando se crea el Museo Antropológico (1976) (luego llamado Reina Torres de Araúz a partir de 1982), se abre un Departamento de Restauración especializado en Cerámica Precolombina (Jacinto Almendra, comunicación personal, 2015).

En el contexto de la globalizacion, la gestión del patrimonio es entendida como la investigación, conservacion, protección, puesta en valor y manejo del mismo y responde a las nuevas demandas en las que se ven inmersos los bienes culturales. Dentro de este esquema, dichos bienes se valoran desde la perspectiva del desarrollo sostenible. Sin embargo, lamentable-mente aun persisten en el país las visiones que entienden a la conservación y la restauración como prácticas instrumentales, relacionadas con la repa-ración.

Para entenderlo, es necesario remitirnos a los procedimientos, técnicas y métodos inherentes al objetivo primordial de esta disciplina: frenar la destrucción, dispersión y degradación de los bienes que conforman nuestro patrimonio histórico empleando una metodología científica e interdiscipli-naria que garantice las buenas prácticas que permiten prolongar la vida de un objeto respetando sus valores e historia.

Hasta el día de hoy no existe en Panamá ningún documento –formulado desde la óptica nacional- que aborde los lineamientos teóricos para la con-

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servación y la restauración de los bienes muebles. Desde 1996, el Patronato ha incorporado un creciente número de per-

sonas en este campo, acentuando la necesidad de establecer niveles de rendimiento y de reconocer oficialmente la profesión. Con óptica interdis-ciplinaria, se integró mano de obra calificada y una concepción científica orientada hacia la investigación, enfatizando el estudio de la teoría y los principios fundamentales que guían el trabajo del restaurador.

La calidad de trabajo y la visión del departamento actualmente, consti-tuyen una base sólida para una política cultural nueva y más amplia, que incluye los resultados de programas de investigación científica, y es la base sobre la cual hemos logrado obtener el reconocimiento, tanto nacional como regional, a la calidad de nuestras intervenciones.

El trabajo de la restauraciónDar a conocer las dificultades que se presentan en el panorama de la

restauración en nuestro país lleva consigo plantearse cuáles son las difi-cultades más apremiantes, teniendo presente que el interés es mostrar que (desde la restauración) se debe tener una indisoluble relación entre ésta y la conservación del patrimonio cultural.

En el Patronato Panamá Viejo se ha podido desarrollar la conservación sobre el patrimonio cultural deteriorado, hallado durante las excavaciones arqueológicas del sitio, con el objetivo de facilitar su percepción; respetan-do en la medida de lo posible sus propiedades estéticas, históricas y físicas, gracias a una restauración objetiva de los bienes muebles e inmuebles que nos son confiados.

Se consideran los deterioros particulares de cada objeto como un caso independiente, con el fin de evitar las manipulaciones mecánicas, carentes de diagnóstico previo. Con la premisa de mantener una óptica interdis-ciplinaria, nos valemos de una mano de obra calificada en las diferentes áreas de la ciencia, orientándonos hacia la investigación como alternativa de especialización, dando siempre importancia al estudio de la teoría y de los principios fundamentales que guían el trabajo de un restaurador.

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Restaurando el metalEl Proyecto Arqueológico Panamá Viejo tiene su origen en el año 1996;

desde entonces el DCBM ha llevado un registro estadístico pormenoriza-do, acerca de los objetos recibidos, organizándolos por materia prima o soporte. Gracias a ello, sabemos que un 63% de los objetos arqueológicos enviados a tratamiento son metálicos, mientras que sólo el 32% corres-ponde a silíceos y apenas el 5% restante son orgánicos (Patronato Panamá Viejo, 2014).

De estos materiales metálicos un grupo corresponde a la época colo-nial; se han identificado objetos personales, de uso doméstico y herrajes constructivos. Otra minoría, no menos importante, corresponde a objetos prehispánicos, contemporáneos y de otros sitios del país.

El primer paso es el registro de los bienes muebles que ingresan al DCBM. Toda evidencia cultural debe ser registrada bajo un número de in-ventario (o número clave), fundamental para el control e identificación de los objetos; número que se inscribe en el Libro de Registro.

La nomenclatura estándar para cada elemento está compuesta de las siguientes partes: en primer lugar, las siglas PV (que corresponden a Pa-namá Viejo, debido a la adscripción del departamento); en segundo lugar, separado por un guion, un número ascendente en secuencia correlativa, que cada año inicia con el “1”; en tercer lugar, de nuevo antecedido por un guion, se coloca el año en que se recibe el objeto.

Un ejemplo del número de registro o número clave se verá como sigue:

PV-17-2011

Este número de registro deberá aparecer, en forma legible y clara, en: el objeto; el libro de registro; el expediente; el inventario digital e impreso y en los embalajes correspondientes. Para ello, se utiliza un rotulador marca DIMO con el cual se elaboran las etiquetas en material plástico y química-mente estable, que son atadas con cordel de nylon delgado.

En caso de que la forma o características del objeto o su tamaño, no permitan la colocación de la etiqueta en el modo descrito, el objeto se in-troduce en envoltorios transparentes que a su vez portan la identificación necesaria o se inscribe el número directamente sobre el objeto (siendo esta

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la opción para casos muy especiales o difíciles).El segundo paso es el registro del objeto en una historia clínica o ficha

técnica (Figura 2), en la cual se registrará toda la información asociada, incluyendo fotos o imágenes y todos los tratamientos de conservación y restauración que se realice a lo largo del tiempo.

Una vez hecho el registro preliminar, el tercer paso es el análisis ma-croscópico (visual) del elemento, con la finalidad de identificar la materia prima a partir de la cual fueron elaborados.

En esta etapa del proceso, especialmente para el caso de los metales, no se trata de hacer un estudio profundo de los objetos, sino de clasificarlos por el aspecto característico que causa en su superficie el paso del tiempo y la exposición a determinados elementos o condiciones que delatan su composición principal: hierro, plata, cobre, plomo u oro; “los fenómenos de corrosión de los metales se manifiestan con una imparable tendencia a formar compuestos de fórmulas idénticas a las de los minerales de los que proceden, mucho más estables. Por eso es interesante hacer una com-paración entre las imágenes de estos minerales que se encuentran en la naturaleza y las diversas alteraciones que presentan los objetos. Un mis-mo mineral puede presentar distintas tonalidades y texturas, por lo que su identificación visual, salvo en unos pocos casos inconfundibles, nos puede inducir a error” (Fernández Ibáñez, 2003:283). Esto nos permite comenzar con la toma de decisiones relacionadas al tipo de procedimiento que deberá aplicarse para su tratamiento, restauración o consolidación.

No existe una fórmula única para describir el tipo de intervención que se le debe practicar a los objetos metálicos. Los procesos de tratamiento para cada objeto, se determinan en función del diagnóstico de los procesos de deterioro que se dan antes, durante y después de la excavación.

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Figura 2. Historia Clínica o Ficha Técnica del Departamento de Conservación. Fuente: Depar-

tamento de Conservación de Bienes Muebles, Patronato Panamá Viejo, 2015.

FICHA TECNICA

TÍTULO:N° DE CLAVE: N° DE CATÁLOGO: PROCEDENCIA: ENVIADO POR: RESTAURADOR: FECHA DE INICIO: TERMINADO:

Clave:

Catálogo:

DEPARTAMENTO DE CONSERVACIÓN DE BIENES MUEBLES

PATRONATO PANAMÁ VIEJO

DIMENSIONES: Peso Antes: Peso Final:Diámetro máximo: Grosor: ÉPOCA: MATERIAL Y TÉCNICA DE MANUFACTURA:

ANTES DEL TRATAMIENTO

FINAL DE LOS PROCESOS

DESCRIPCIÓN DEL OBJETO:

TRATAMIENTOS REALIZADOSPROCESOS REALIZADOS

CONDICIONES ANTES DE LOS TRATAMIENTOS: TIPO DE EXÁMENESEXAMEN OCULAR:

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Marcelina Godoy Valencia▪Conservación de objetos metálicos en Panamá

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Los metales más comunes y sus deterioros

Hierro (Fe)Los objetos de hierro expuestos a la humedad, comienzan por sufrir un

aumento de volumen y la deformación de su estructura física y metalográ-fica, creando de manera uniforme o discontinua estructuras hojaldradas extremadamente porosas, cuya volumetría ocupa tres o cuatro veces más que el espacio destruido (Figura 3).

“Los iones Fe2+ perdidos por el metal forman los primeros óxidos (FeO); la combinación con iones Cl- presentes en el entorno dan como resultado cloruro de hierro (FeCl2- FeCl3) o bien oxicloruro de hierro (FeOCl), este último mediante una unión química de tipo covalente. A su vez los óxidos transformados en hidróxidos (FeOOH) que con más frecuencia se encuen-tran en piezas arqueológicas de hierro son: Goetita (α–FeOOH – Fe2O3H2O) de color marrón y que resulta una materia bastante estable; Lepidocrocita (-FeOOH-Fe2O3H2O) algo menos que la anterior y de coloración marrón-rojiza; y Akaganeita (β-FeOOH) _ [ClFe8O7 (OH)9] el que presenta más in-terés para nosotros. Este último se trata de un oxihidróxido muy inestable que resulta muy difícil de hallar en estado natural, presentando una colo-ración marrón-amarillenta” (Fernández Ibañez, 2003: 283).

Figura 3. Muestras de la deformación del hierro en un fragmento de clavo. Foto: Marcelina

Godoy Valencia.

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Plata (Ag)Entre los objetos de plata provenientes de las excavaciones arqueológi-

cas del sitio, las monedas coloniales son las más fáciles de reconocer, ya que muchas veces sobre la superficie de este metal descubrimos una capa de color negro que es sulfuro de plata (Ag2S). Generalmente se encuentran en buen estado a menos que estén cubiertas por gruesas capas de concrecio-nes compuestas por incrustaciones de calcita, carbonato de calcio o granos de arena (cuarcitas).

Cobre (Cu) De todos los metales usados en la antigüedad, el cobre sufre el más va-

riado e interesante grupo de alteraciones. La cuprita (Cu2O) es el mineral más frecuente en el cobre antiguo y sus aleaciones, probablemente a causa de ser el óxido más pobre de ese elemento (Díaz, 2011).

Usualmente, la mayor cantidad de cuprita se encuentra oculta bajo las sales verdes básicas del cobre, y parece ser un compuesto intermedio en la conversión del metal en sal básica. La capa de cuprita aparece a la vista cuando las costras verdes de oxidación exteriores son removidas, al lim-piarlas químicamente.

En los bronces fundidos, la cuprita se puede formar en los bordes de los granos o en las grietas que penetran profundamente en el metal. En algu-nos casos, la cuprita se presenta granulada y de color amarillo o anaranjado, pero es más frecuente que se manifieste como gruesas masas cristalinas en las que abundan cristales con una forma cúbica perfecta. Una superfi-cie fracturada o escamada de cuprita sobre bronce tiene en ocasiones una apariencia parecida al azúcar debido a los reflejos de luz en las numerosas facetas de los cristales.

Plomo (Pb)“El producto de alteración más común en el plomo es la Cerusita, o car-

bonato normal de plomo, Pb Co3. Es un depósito adherente y denso de un gris cálido (que tira a rojo amarillo) visto generalmente en los sellos de plomo antiguo, sarcófagos de plomo y en toda clase de objetos de plomo enterrados” (Gettens, 1999: 37).

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Oro (Au)Y el último pero no menos importante es el elemento metálico oro. Por lo

general una de las afectaciones más comunes es que se encuentran sucios por alguna capa de tierra, y con deformaciones, grietas o fracturas en la superficie.

En el laboratorio no se han encontrado afectaciones químicas en la su-perficie de este metal por lo que confirmamos que se trata de uno de los elementos metálicos más estables.

Por otro lado, cada objeto ingresado, recibe una descripción formal en la cual se incluyen las dimensiones, el registro fotográfico, las condiciones previas a las intervenciones, una proposición de tratamiento, los procesos realizados -que incluyen pruebas de cloruros-, limpieza, control de exáme-nes de laboratorio y documentación anexa.

La actualidad en el laboratorioEn estos momentos se está desarrollando un gran proyecto de restau-

ración de metales arqueológicos subacuáticos: en concreto se trata de nue-ve (9) cañones coloniales de hierro. De forma consensuada entre asesores (químicos, arqueólogos y restauradores), se acordó someterlos a tratamien-to de electrólisis (el cual se considera uno de los métodos más atinados aunque no perdurable). De esta manera se aportan criterios para una ade-cuada y pertinente intervención de las piezas, algo lenta y costosa pero a su vez integrada con otros métodos.

Figura 4. Muestra de la deformación que ha su-

frido el plomo en una bala. Foto: Marcelina Godoy

Valencia.

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Consideraciones FinalesA partir de los resultados de años de práctica profesional bajo elevados

estándares de desempeño, ha sido posible llevar adelante la conservación y restauración de los materiales metálicos rescatados en el sitio arqueológico de Panamá Viejo, más allá del trabajo manual o la parte estética de una exhibición, llegando a conocer las características físico-químicas de los ob-jetos, considerando los deterioros particulares de cada uno, con el fin de no caer en manipulaciones mecánicas carentes de diagnóstico previo.

El período de tratamiento de electrólisis es largo, pero tras varios años continuos de intervenciones, en el PPV hemos desarrollado este proceso con muy buenos resultados para la eliminación de cloruros en objetos de hierro con buen núcleo metálico. Durante todos los años que quien sus-cribe se ha desempeñado como restauradora de bienes culturales muebles en Panamá (1997-2005 y 2011 al presente), el Patronato Panamá Viejo ha exhibido objetos arqueológicos fabricados en hierro, de procedencia tanto marina como terrestre, restaurados mediante la disolución de cloruros por el tratamiento de electrólisis.

Tratándose de un procedimiento costoso que implica la participación de productos y herramientas escasos en nuestro país, esperamos que el mis-mo aporte un conocimiento útil con el fin de avanzar en la conservación y restauración de nuestro patrimonio.

Ya que existen distintos agentes de deterioro que pueden llegar a afectar los restos arqueológicos, se han establecido planes a corto, mediano y largo plazo, pues las acciones de conservación no finalizan con las intervencio-nes in situ (acciones y tratamientos aplicadas a los objetos desde la limpieza hasta la restauración), sino que también se debe tener especial cuidado con el ambiente post-excavación (laboratorios y depósitos), y controlar las con-diciones de humedad, luz (Stanley, 1987). Todas estas medidas asegurarán la correcta durabilidad, integridad y accesibilidad de los objetos metálicos, por parte del Departamento de Conservación de Bienes Muebles del PPV.

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Marcelina Godoy Valencia▪Conservación de objetos metálicos en Panamá

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* Recepción: 18/11/2014 – Aprobación: 04/08/15

Aportaciones arqueológicas al análisis del arte decorativo murario en Panamá durante el Siglo XVI. Azulejería sevillana del convento de Santo Domingo, Panamá Viejo

Mirta Linero Baroni Patronato Panamá Viejo; [email protected]

Juan Ramón Muñíz Álvarez Asociación de Profesionales Independientes de la Arqueología de Asturias

(APIAA); [email protected]

ResumenDurante el año 2013 se realizó una excavación arqueológica dentro de lo

que una vez fuera el claustro del Conjunto Conventual Santo Domingo, sitio

arqueológico de Panamá Viejo. Como resultado, se rescató un grupo de azu-

lejos que, a pesar del estado fragmentario y el deterioro que presentan, aun

permiten el análisis macroscópico de sus características formales. Tomando

como referencia los estudios previamente realizados a una muestra excava-

da con anterioridad, se ha podido comparar el tipo de decoración, parte de

la técnica de manufactura y se ha propuesto la correlación de dichos ele-

mentos tanto en lo que respecta a su ubicación dentro de la ruina estudia-

da, como en lo que a su procedencia se refiere. Partiendo de la hipótesis de

que el claustro dominico tuvo un patio interno central, rodeado en tres de

sus lados por un pasillo perimetral construído en mampostería de calican-

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to y delimitado por una arcada de pilares cuadrangulares con posible techo

de tejas; se propone que éste corredor haya estado decorado con paneles de

azulejería sevillana, específicamente del tipo Pisano y de la Colección Carran-

za, manufacturada por el taller de Hernando Valladares en Sevilla, España,

logrando un aspecto decorativo muy similar al que hoy en día se conserva

en edificaciones coetáneas a ésta como el convento de la orden en la ciudad

de Lima. Esperamos además, aportar nuevos datos relacionados a los inter-

cambios y relaciones económicas, sociales y culturales en la época en estudio.

Palabras clave: Panamá Viejo; azulejos; dominicos.

AbstractIn 2013 was performed an archaeological dig inside the ruins of the Santo

Domingo convent, Panama Viejo archaeological site. The result was the res-

cue a group of polychrome tiles among a large amount of architectural and

cultural data. Despite the fragmentary conditions of the sample, we were able

to perform macroscopic analysis of its formal characteristics. Based on pre-

vious studies to a sample dug before, it was possible to compare the type

of decoration, the manufacturing technique and propose the correlation of

these elements both in terms of its location within the studied ruin, as in

regard of their origin. Assuming that the Dominican cloister had a central

courtyard, surrounded on three sides by a perimeter corridor built in ma-

sonry with an arcade of pillars and possibly a tile roof; we propose here

that this corridor was decorated with panels of Seville tiles, specifically Pi-

sano type and Carranza Collection, this last manufactured by the Hernando

Valladares workshop; both of them manufactured in Seville, Spain, resul-

ting in a decorative appearance very similar to other buildings of the same

historical period. The Santo Domingo Convent in Lima, Peru, for example,

had a very strong relationship to Panama Viejo’s ruin, possibly including an

identical decoration pattern for the cloister. We also hope to provide new

data related to trade, and social and cultural relations during this period.

Key words: Panama Viejo; polychrome tiles; Dominican order.

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IntroducciónDesde el siglo XIV, las construcciones, residenciales o públicas, en la pe-

nínsula ibérica podían ser proveídas de arrimaderos en los exteriores y ta-pices decorados en los interiores (Domínguez Caballero, 1998). Sin embar-go, el siglo XV trajo diversas modificaciones en cuanto a los revestimientos para la mampostería, hasta ese momento costosos y exclusivos.

Los alicatados, revestimientos cerámicos de la mampostería (Ware y Beatty, 2012), muy apreciados en la península ibérica desde su introducción en el siglo XIII, eran elaborados con un tipo de producción alfarera también llamada cerámica arquitectónica (Pleguezuelo 1992).

A partir del siglo XVI, especialmente aquellos producidos en Sevilla, sufrieron una importante modificación específicamente en lo que atañe a los azulejos, a consecuencia de las innovaciones introducidas por el italiano Francisco Niculoso, “El Pisano”.

Sus obras (producidas entre 1503 y 1526) transfomaron el patrón es-tético y el concepto de uso de éstas piezas (Dominguez Caballero, 1998; Deagan, 1987; Pleguezuelo, 1992), influyendo de manera tan contundente en la producción de azulejos en ésa ciudad que el estilo resultante lleva su nombre, con lo cual las piezas son clasificadas como “Pisano” o “Plano pintado” (Domínguez Caballero, 1998).

Asimismo, siendo Sevilla uno de los dos mayores centros productores de éste tipo de materiales en la actual España y la que monopolizaba el comer-cio con el Nuevo Mundo, éstos materiales se encuentran frecuentemente presentes en los edificios históricos y sitios arqueológicos relacionados con ese rango temporal (Wilson Frothingham, 1969; Domínguez Caballero, 1998; Deagan, 1987).

Los azulejos de este tipo se caracterizan por tener forma cuadrangu-lar, medidas aproximadas de 4x4 pulgadas, superficie plana, y esmaltado polícromo en el cual destacan los tonos amarillos con adornos en negro y morado oscuro, eventualmente bañados en blanco y pintados en azul (Do-mínguez Caballero, 1998; Lister y Lister, 1976; Wilson Frothingham, 1969).

Los restos de la azulejería sevillana que protagonizan este artículo fue-ron recuperados en la actuación arqueológica realizada dentro del claustro del Convento de Santo Domingo de Panamá Viejo entre los meses de fe-brero a mayo de 2013 (Figuras 1 y 2).

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Vamos a intentar desarrollar aquí una interpretación plausible desde los puntos de vista de la cultura y la historia, a través del análisis de fragmen-tos de azulejos de entre 3 y 12cm, hallados en los sondeos del Conjunto Conventual Santo Domingo, Panamá Viejo, en el año 2013. Abarcaremos temas tan dispares como la ruta y conexión entre España, Panamá y Perú, la fecha a la que corresponden estos materiales constructivos de acabados arquitectónicos y las hipótesis existentes acerca de la forma que tenía el claustro del convento de Santo Domingo de Panamá Viejo.

Figura 1. Sitio arqueológico Panamá Viejo. Se destaca la localización del Convento de Santo

Domingo. Plano: Patronato Panamá Viejo.

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Para este análisis, tomaremos como antecedente directo el estudio publicado en 2002 por la arqueóloga Beatriz Rovira, en el cual ya fueron descritos algunos modelos de estampado similares a los hallados en nues-tras labores de investigación.

Con este artículo nos proponemos ofrecer un estudio de los restos pro-cedentes de la excavación en el interior del convento dominico, y a la vez un aporte más en el camino que inició Rovira, dando continuidad a un trabajo que, al cumplir la docena de años, puede verse complementado con este inventario analítico sobre la azulejería sevillana en Panamá.

Breve bosquejo históricoEl 15 de agosto de 1519, Pedro Arias Dávila, funda Panamá en el sitio

ocupado previamente por una aldea de nativos al mando del cacique Cori. El 15 de septiembre de 1521, Panamá se convierte en el primer asenta-miento español que obtuvo el título de ciudad y primer puerto hispano en

Figura 2. Vista de la ruina del Conjunto Conventual Santo Domingo desde lo que fuera

originalmente el atrio de la iglesia, a la izquierda el bloque estuctural que pudo haber corres-

pondido a la portería del convento. Foto: Clemente Marín, 2015.

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la costa pacífica del continente americano (Vallarino, 2008:1). Este dato es fundamental para comprender la relación intensa entre la metrópoli y las nuevas regiones conquistadas por las expediciones españolas, pues Pana-má fue el lugar de paso de todos los viajeros y aventureros que se dirigían al Mar del Sur a principios del siglo XVI.

El papel relevante del Istmo en el tránsito de personas y mercancías hizo que la ciudad creciese y fuese un lugar muy interesante para establecer los centros de poder cuyo interés se dirigía al sur. Fruto de esta evolución, la población se vio aumentada hasta los 4000 habitantes en 1541 y, para faci-litar el tránsito entre las costas, se construyó un camino de 80 km. que co-nectaba Panamá con el pueblo de Nombre de Dios (la población iberoame-ricana, coetánea a Panamá Viejo), más importante entre aquellas fundadas en el litoral caribeño, con el fin de posibilitar un flujo más ágil de viajeros y mercancías entre las dos orillas del istmo (Mena-García, 1992).

En Nombre de Dios se instaló el primer establecimiento del convento de Santo Domingo en tierra panameña. Fundado en 1513, se eligió esta ciudad por ser el centro geoeconómico de todo el mercado del caribe (Me-dina, 1999). Esta ubicación del convento refuerza la posición dominica en el entorno de los órganos de poder; protegidos por los reyes, acompañantes de los conquistadores y asentados en los centros urbanos.

Desde estos conventos, se lanzaban las misiones que se organizaban con frailes que aprendían las lenguas nativas para predicar posteriormente el evangelio a las poblaciones locales. A raíz del Capítulo de la orden, cele-brado en Lima en 1565 (ídem), se decide trasladar la casa dominica desde la costa caribeña a la ciudad de Panamá -en la costa pacífica-, siguiendo de nuevo el camino marcado por la geopolítica cuyo polo de interés había virado hacia el Mar del Sur.

Orientados por la información existente, sobre la práctica dominica de enviar misioneros a los núcleos de población, nos inclinamos a pensar que en esa fecha ya había presencia dominica en la ciudad de Panamá, aunque no fuese en forma de convento, como sugiere Castillero (2006) y que el traslado oficial no fue inmediato. La adquisición de una casa no se hace hasta 1573 (Medina, 1999) y cinco años después continuaba siendo un “pe-queño edificio de madera y tejas” (Castillero, 2006: 265).

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Figura 3. Planta del Conjunto Conventual Santo Domingo y ubicación de las unidades de

sondeo excavadas en el año 2013. Fuente: Departamento de Arquitectura del Patronato Panamá Viejo.

Se estima que, al igual que la mayor parte de los conventos de la ciudad, fue durante el siglo XVII cuando comenzó la obra en calicanto. Si bien no conocemos los ejemplares a los cuales hace referencia el autor o la fuente exacta, es importante tomar en cuenta que el historiador Alfredo Castillero sugiere también la presencia de “mosaicos de inconfundible factura sevi-llana, iguales a los que todavía se observan en algunos conventos colonia-les de Lima” (2006: 266).

El contexto arqueológicoEl Conjunto Conventual Santo Domingo había sido sometido a análisis

arqueológicos solamente en lo que atañe a la iglesia y a los alrededores de la ruina (Linero Baroni, 2015). Por lo tanto, las excavaciones del claustro en la etapa 2013 fueron consideradas como “sondeos” por el equipo encarga-do, y los resultados sólo arrojan información preliminar e hipotética. Las unidades excavadas (Figura 3) tenían la finalidad de identificar evidencias relacionadas con la historia constructiva y el manejo de los recursos natu-rales (ídem).

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Figura 4. Vista de los restos que podrían corresponder al pavimento empedrado del corredor

lateral. Foto: Mirta Linero Baroni, 2013.

Con la excavación de dos trincheras, fue corroborada la propuesta (Te-jeira, 2007) de la existencia de un corredor perimetral techado, pavimen-tado con cantos rodados, que rodeaba los costados este, sur y oeste del claustro (Figura 4). Sin embargo, a diferencia de lo propuesto por el arqui-tecto Eduardo Tejeira, el corredor estuvo construido -en su fase final-, en calicanto con pilares de sección cuadrada con basamentos de 1 mt por lado y, en el caso del costado adyacente a la iglesia, incluyó un antepecho o muro bajo de los mismos materiales. El pavimento del extremo noreste del corre-dor presentó evidencias de un incipiente decorado utilizando osamentas de ganado enclavadas en el aparejo de los cantos, sugiriendo la posibilidad de que –para el momento del abandono de la ciudad en 1671- los domini-cos hubiesen iniciado un proceso de embellecimiento del corredor (PAPV, 2013a y 2013b).

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La sección central del claustro, que Tejeira (2007: 192) llama ‘patio cen-tral’, originalmente considerada como posible espacio para el cultivo de ár-boles y arbustos, resultó haber estado empedrada del mismo modo que el corredor perimetral hasta desembocar en un área que había sido utilizada como vertedero de basura orgánica e inorgánica, que ocupaba el centro del espacio interior del monumento (Figura 5).

Figura 5. Vista de la Trinchera 1 donde se observan el pavimento y, en primer plano, el

vertedero en proceso de excavación. Foto: Juan Muñiz, 2013.

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Estas evidencias corresponden a lo que Linero (2015) ha propuesto como cuarta –y última- etapa constructiva del monumento, etapa que para efec-tos del presente trabajo es la que incluyó la colocación de los azulejos en la mampostería del claustro (Figura 6).

Figura 6. Propuesta de conformación estructural del claustro, basada en las evidencias ha-

lladas en los sondeos arqueológicos del año 2013. Fuente: Juan Ramón Muñíz Álvarez, elaboración

propia sobre la base planimétrica del Departamento de Arquitectura, Patronato Panamá Viejo.

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Restos de azulejeríaLos azulejos

El arte decorativo de los azulejos se introduce en la península a finales del siglo XIII, siendo una de las facetas artísticas más propias de la herencia musulmana en la península (Lister y Lister, 1976; Gómez y otros, 2013). Si bien no vamos a remontarnos a los orígenes de la alfarería ni a hacer una visión de la influencia islámica en el arte español, no debemos perder de vista los datos históricos y geográficos de la perduración de los reinos islámicos en el sur de la península, inicio del camino para aquellos viajeros que se dirigían a América.

Para los efectos de este artículo, queremos hacer énfasis en la produc-ción cerámica de la ciudad de Sevilla, que a partir de la segunda mitad del siglo XV se convirtió en un importante centro de creación con maestros ceramistas como Fernán Martínez o Juan Fernández. En este contexto de creación, y atraídos por el fuerte desarrollo de la actividad comercial que el descubrimiento de los territorios americanos supuso para la ciudad, apare-cieron los artistas italianos (Céspedes del Castillo, 1985), con sus novedo-sas técnicas de trabajo (Wilson Frothingham, 1969).

Este fue el camino a través del cual llegó la policromía renacentista ita-liana a Sevilla, renovando tanto los modelos como las técnicas pictóricas que hacen que se produzcan materiales más vistosos y duraderos (Lister y Lister, 1976).

Niculoso Francisco, llamado Pisano, fue un maestro azulejero italiano, establecido en Sevilla a finales del siglo XV, cuya novedosa aportación a la alfarería vidriada lo convirtió en uno de los ceramistas más mencionados en la península (Dominguez Caballero, 1998)

Los azulejos se fabricaban rellenando un simple marco o bastidor de madera, que daba el espesor y las medidas pretendidas según su posición en el diseño final. Tras el secado y bizcochado de la arcilla, las placas re-sultantes eran bañadas en esmalte blanco de estaño, pintado con los pig-mentos colorantes a pincel y sometido a una segunda cocción. La medida de estos azulejos polícromos es generalmente de 13 cm por lado y 24 mm de espesor (Gómez y otros 2013).

Los nuevos aires aportados por los maestros italianos también ejercie-ron una influencia sobre los artistas locales, que dirigen sus pasos hacia los

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nuevos modelos y gustos. Este es el caso del taller de Valladares, uno de los productores de los azulejos identificados en Santo Domingo de Panamá Viejo. El taller de la familia Valladares tuvo su etapa de mayor esplendor a finales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, motivada entre otras razo-nes por el cambio de producción abandonando la loza fina y pasando a la azulejería (Lupion Álvarez y otros, 2006).

La fama que cobró el taller de Hernando Valladares queda patente en la compra de sus azulejos desde las nuevas ciudades americanas, hacia don-de envió su producto y a algunos de sus maestros para que realizasen los trabajos de colocación de los azulejos. Beatriz Rovira (2002), recupera uno de estos textos en su estudio, refiriéndose al convento dominico de Lima entre 1604 y 1606: “Treinta mil azulejos cuadrados a doce maravedíes, diez y seis mil adeseras1 a seis maravedíes, treinta mil verduguillos a cuatro maravedíes, tres mil alicares2 a veintidós maravedíes, quinientos cincuenta azulejos más... de doce maravedíes” (2002: 173).

A esta cita podemos incorporar más documentos de carácter contractual según los cuales otro de los conventos de Lima, en este caso el de San Fran-cisco, pagaba por la adquisición y transporte de azulejos sevillanos hasta Lima a través de Portobelo y Panamá (San Cristóbal, 2006).

La calidad y el gusto por los azulejos sevillanos indujo a que naciesen en Perú diversos talleres de maestros ceramistas, como estudia García Portillo (2009) en su artículo “La escalera principal del Convento de Santo Domin-go de Lima”. En su estudio, Portillo sugiere que Valladares encargó la obra del convento de Santo Domingo en Panamá Viejo a Juan Martín Garrido, maestro ceramista sevillano, enviado desde Lima al Istmo. Confiamos en que el trabajo de documentalistas y archiveros nos permita conocer algún día los nombres de maestros y autores azulejeros en Panamá, tanto de pro-ducciones propias como de la adquisición de cerámicas sevillanas.

1 “Pequeños azulejos utilizados en frisos o en pavimentos” (Lister y Lister, 1976:11)

2 El témino alicar o alizar (seguramente falta la cedilla en la cita), es definido por Lister y Lister (1976:15) como pieza rectangular utilizada en los ángulos de las esquinas de paredes, mientras que Paniagua (2000:38), lo considera un zócalo de azulejos que corre por la parte inferior de las paredes pudiendo alternar o combinarse con distintos motivos decorativos. Como segunda acepción, este autor agrega “cinta o friso de azulejos”.

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El lugar de los azulejos en la edificaciónDurante el breve lapso que transcurre desde la fundación del convento

de Santo Domingo de Panamá Viejo, en 1565, hasta el momento de su rui-na, en 1671, el edificio tuvo una evolución constructiva intensa. La primera casa en la que se asentó la orden era de madera en la misma manzana que hoy encontramos el convento (Martínez, 2004). Esta forma de construcción cambió a finales del siglo XVI e inicios del siguiente, pues existen referen-cias de que a la fecha del terremoto de 1621 la iglesia y convento ya eran de mampostería.

Una etapa muy interesante para este estudio es la apertura en 1649 de la escuela de novicios y un centro de estudios para laicos, no tanto por este cambio de actividad del convento como por la renovación del edificio para albergar a la comunidad de frailes y a los estudiantes de manera simultá-nea.

Esta reforma probablemente corresponda con la estructura que hoy po-demos contemplar en forma de ruina y a la que relacionamos con el uso de la azulejería sevillana encontrada, pues ya no tenemos noticias de nuevas renovaciones hasta el incendio de la ciudad en 1671, asociado al ataque de Morgan.

Los motivos que nos llevan a realizar esta afirmación son varios: El pri-mero son las huellas del incendio que presentan las superficies vidriadas de esta cerámica. Varios fragmentos han perdido o visto alterado notablemen-te el vidriado que recubría la pasta. Esto indica la acción directa del calor y las llamas sobre ellos.

En segundo lugar la decoración con azulejos requiere un soporte en for-ma de pared rígida, es decir un muro de piedra sobre la que aplicar el mor-tero que une el azulejo con su soporte. En las primeras épocas del edificio, las descripciones de los oidores y vecinos hablan de una construcción en madera, sin cierres y muy precaria, que no estaría de acuerdo con la nece-sidad técnica para la colocación de estos ornamentos.

Desde el punto de vista arqueológico, los restos de azulejos fueron ha-llados principalmente en los niveles superficiales, entremezclados con los escombros del edificio de los dominicos. En el sondeo 1 (Linero Baroni, 2015), ubicado al pie de la mampostería en la esquina suroeste del corredor, los azulejos se descubrieron en contacto directo con la superficie del suelo

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perimetral perteneciente al convento del siglo XVII. Este argumento estra-tigráfico redunda en la relación temporal del depósito de estratos (Harris, 1986), siendo los más superficiales, los que se corresponden con la menor antigüedad.

Por último y sólo a modo de indicación, el taller al que pertenecen algu-nos de estos restos de azulejos no inicia su producción hasta finales del si-glo XVI y tiene su mayor auge hasta la mitad del siglo XVII, lo que apuntala aún más nuestro argumento cronológico.

En cuanto al espacio concreto al que se adhirieron estos azulejos po-demos apostar por su ubicación en paneles laterales sobre las paredes del edificio, aunque posiblemente también hayan recubierto la serie de pilares de sección cuadrada que jalonaban el patio interior del claustro.

Estos pilares tenían una distancia entre sí de 5m aprox. y una anchura de 90cm en cada lateral, lo que ofrece unas superficies lo bastante anchas y una distancia suficientemente amplia para poder hacer este juego decorati-vo. Estos modelos son similares a los identificados en el convento dominico de Lima en Perú, establecimiento con el que estaba muy relacionado el convento panameño (Figura 7).

El modelo propuesto para Panamá Viejo, ofrecería la imagen de un pa-sillo perimetral de casi 3,5m de ancho con pavimentación de cantos roda-dos, que dejaba a un lado pilares y al otro el paño de la pared del edificio, todo ello recubierto de azulejos decorados con los dibujos que se observan en el catálogo (Figuras 8 a 15).

Figura 7. Pasillo del claustro

conventual de los dominicos de

Lima, Perú. Panel de los Car-

denales de Santo Domingo de

Lima. En esta composición se

aprecian los motivos vegetales

geométricos y verduguillos que

también se han localizado en las

ruinas de Santo Domingo de Pa-

namá. Fuente: García Portillo, 2009.

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Sevilla y Lima, dos referentes geográficos para Panamá.Toda investigación histórica sobre la presencia de la Orden de Santo

Domingo en Panamá repetirá siempre dos ciudades alejadas entre sí, pero unidas en este punto, éstas son Sevilla y Lima.

Sevilla se convirtió en el lugar de referencia para todos los viajes que se dirigían al Nuevo Mundo desde España. Su puerto ya competía en el siglo XV con las principales ciudades europeas por la primacía del comer-cio, pero la conquista de América hizo que el Puerto de Indias, como se le conocía, creciese en mayor medida que sus competidores favorecido por el decreto real que le otorgaba el monopolio oficial de las mercancías pro-cedentes de América. Este trato de favor de los Reyes Católicos se afianzó con la fundación en 1502 de la Casa de Contratación de Indias, cuyo papel trascendía la vertiente económica y alcanzaba a regular toda la relación con el Nuevo Mundo (Céspedes del Castillo, 1985).

Este flujo económico producido por el éxito de las expediciones oceá-nicas se reflejó en el aumento de población, atraída por la riqueza, que convirtió a Sevilla en la ciudad más poblada de España a mediados del siglo XVI. Este desarrollo económico explica la presencia de los artesanos y manufactureros que se dirigen a la ciudad andaluza, donde se establecen orientados a los nuevos mercados que se iniciaban (Idem).

El Real Convento de San Pablo de Sevilla, perteneciente a la orden do-minica, se convierte en estación de salida para los frailes que acompañaban a los conquistadores españoles. Así como el puerto de Indias cobró su im-portancia para el mundo comercial y económico, este Real Convento es el punto de partida en la labor que desarrollaron los dominicos en el Nuevo Continente. A esta casa sevillana pertenecía el contingente de los primeros dominicos llegados a la tierra istmeña, como fr. Reginaldo de Pedraza o fr. Vicente de Peraza, a quienes luego se sumaron los provenientes de otras casas, como la de San Esteban de Salamanca (Medina, 1999).

La relación entre Panamá, Lima y los dominicos procedentes de Sevi-lla, también cuenta con otros ejemplos a los que podemos hacer alusión. La fundación del convento en Nombre de Dios respondía a una finalidad geoestratégica para llevar adelante el cometido que se le había asignado a la orden dominica, de evangelizar a nativos y conquistadores. Este asen-tamiento, junto a los de Santa Marta, Cartagena y Tolú (en la costa colom-

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biana), se convirtió en el punto de partida de las misiones del continente sudamericano (Idem). A partir de 1565, cuando el convento es trasladado desde la costa caribeña a la ciudad de Panamá, la relación con la casa fun-dada en Lima se estrecha notablemente.

La fundación de la casa y adquisición de un edificio que albergase a los frailes fue encargada a fray Domingo Pérez, procedente del Perú, que con otros tres religiosos de la Orden, da inicio a las gestiones para establecerse en la nueva ciudad (Suárez, 2001:13) con la famosa compra del inmueble por 3000 maravedíes.

Azulejos hallados en el claustro del convento en Panamá ViejoTodos los azulejos que vamos a presentar a continuación corresponden

al tipo “Pisano”. La cronología relativa del conjunto es atribuida a la prime-ra mitad del siglo XVII (a juzgar por la correlación estratigráfica, ya que aun no han sido realizados los estudios arqueométricos). Siguiendo las referen-cias atrás citadas, la muestra presenta paralelos formales con los azulejos que se conservan en el convento de la orden de Santo Domingo en Perú.

Se trata de cerámicas polícromas con decoración vegetal geométrica, muy poco naturalista. En algunos casos la decoración dibujada puede pa-recer tanto un roleo vegetal como una orla, por lo que mantenemos la duda.

En los fragmentos ilustrados (Figura 8), los colores dominantes son las tonalidades del azul así como algún verde, combinado con amarillo y ana-ranjado. Al menos 1 de estos fragmentos es similar a uno referido por Ro-vira (2002) siendo la parte interna de un motivo geométrico de principios del siglo XVII.

La Figura 9 muestra el estado de conservación de varios pisanos polí-cromos tras el paso del tiempo y con huellas evidentes de haber sufrido una alteración por alta temperatura que ha causado la pérdida del esmalte superior que protegía la pintura.

En las Figuras 10 y 11, se aprecian fragmentos con motivos decorativos similares. En el caso de la 10, el situado en la parte inferior de la imagen tiene bandas o listados blanco y amarillo que enmarcan el motivo interior, todo sobre un fondo azul homogéneo.

A pesar del estado fragmentario en que fueron hallados los azulejos, aún fue posible identificar los motivos decorativos de las piezas, pudiendo

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aun discernirse una reiteración del modelo vegetal geométrico enmarcado por bandas monocromáticas. Estos grupos de azulejos solían ser el marco temático de paneles o retablos cerámicos de otros recintos religiosos. En el convento de Lima aún se conservan muchos ejemplos.

En ambos conjuntos, observamos fragmentos ennegrecidos como resul-tado de su exposición a altas temperaturas, pudiendo sugerirse que éstos estuvieron colocados en partes de la mampostería que fueron afectadas directamente por el fuego que arrasó con la ciudad en enero del 1671.

Este grupo de fragmentos (Figura 12) está mejor conservado y eso nos permite observar mejor los colores intensos con que se han decorado (véase también las figuras 7, 18 y 20; Rovira, 2002: 173-176).

En la Figura 13, se aprecian fragmentos de la serie llamada “Colección Carranza”, propia del taller de Hernando Valladares, cuyas medidas ori-ginales eran de 13 cm por 13 cm, resultando en una forma cuadrada. El motivo se define como ‘rameado enroscado’ y tiene el mismo origen ve-getal geométrico que ya hemos visto en ejemplos anteriores. En el trabajo de Rovira (2002), se propuso un modelo geométrico a partir de diversos fragmentos recuperados aprovechando la simetría y recurrencia del moti-vo; ese modelo es el mismo que podemos ver en el paño de los cardenales, del convento de Santo Domingo de Lima (Figura 7).

La Figura 14 (véase Rovira, 2002: 175, Figuras 17 y 19), forma parte de una seriación de círculos encadenados dentro de los cuales se dibuja una flor de ocho pétalos alternativamente pintados de azul y amarillo. La forma de este azulejo es rectangular o alargado, facilitando su uso para enmar-car la escena principal del panel cerámico. Tanto el color como la forma le dan una ligereza visual a la pieza que rompe la monotonía y continuidad que suponen la serie de verduguillos monocromáticos. Este modelo de tira también lo encontramos en los marcos de las figuras de santos que adornan las columnas del claustro de San Francisco de Lima, Perú (Figura 7).

Los verduguillos o tiras (Figura 15) son otras piezas de azulejo que, similar a las anteriores, sirven para enmarcar las escenas formando una cenefa continua alrededor de todos los paneles. Este modelo de azulejo también es rectangular, para favorecer esa impresión de encontrarnos ante el marco de una escena. Generalmente son colocados formando bandas monocromáticas de los que sólo conservamos testimonios de un azul in-

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Catálogo de azulejos, Claustro de Santo Domingo, Panamá Viejo, 2013. Fotografías: Juan Ramón Muñiz Álvarez.

Figura 8. Azulejos polícromos tipo Pisano, con elevada presencia de azul, combinado con verde,

amarillo y naranja.

Figura 9. Azulejos tipo Pisano, con huellas de desgaste y deterioro del esmalte.

Figura 10. Motivo floral enmarcado por franjas o bandas monocromáticas.

Figura 11. Resultados de la exposición a altas temperaturas o fuego en azulejos tipo Pisano.

Figura 12. Destaca la intensidad de los colores logrados en este tipo de azulejería.

Figura 13. Colección Carranza, del Taller de Hernando Valladares.

Figura 14. Motivo compuesto que da la idea de un trenzado.

Figura 15. Verduguillos o tiras monocromáticas azules.

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tenso, que a la vista de los ejemplos existentes en los conventos de Lima, debían ser los más habituales.

Consideraciones finalesLa excavación arqueológica desarrollada en el año 2013, dentro del re-

cinto conventual de Santo Domingo de Panamá Viejo, ha permitido la re-cuperación de un conjunto de azulejos sevillanos con evidentes huellas de haber sufrido el incendio que arruinó la ciudad en 1671. Estos restos cerá-micos han servido de hilo conductor para exponer una interesante parte de la historia de Panamá.

Desde el punto de vista histórico, se ha establecido la relación económi-ca existente entre la ciudad de Sevilla y el Nuevo Mundo, aprovechando su posición estratégica y el favor obtenido de los reyes españoles. Esta situa-ción provocó, en la ciudad de Sevilla, un desarrollo muy rápido que fue foco de atracción para interesados en sacar partido de las ventajas que ofrecía la conquista de América. Así encontramos en el mismo punto inicial a em-presarios, aventureros y sacerdotes dispuestos a adentrarse en la aventura americana.

Es en este punto donde se unen los caminos de los nuevos modelos y estilos de fabricación de azulejería con los viejos talleres sevillanos proce-dentes de la herencia islámica del sur de la península. Una unión que rein-venta modelos y diseños al gusto de los siglos XVI-XVII que por influencia, accesibilidad y facilidad acaban siguiendo el mismo camino a los nuevos territorios españoles.

Este camino no es otro, hablando del caso de Panamá, que lanzarse a través del Istmo a la conquista de los mares del sur y el continente sudame-ricano, especialmente de los vastos territorios de Perú, cuyo paso obligato-rio se hace a través de Panamá. Este tránsito es el contacto entre la primera ciudad del Mar del Sur y los nuevos territorios incorporados por Pizarro a la Corona de Castilla. Territorios en los que se abrió paso con la compa-ñía de los frailes dominicos destinados a evangelizar a aquellas personas y cuya relación con conquistados y conquistadores tuvo episodios de mucha dificultad.

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Los azulejos hallados en el claustro dominicano nos sirven para ima-ginar el aspecto de este convento; similar según nuestra propuesta al que presenta el convento de Lima y cuyos aires e influencias le vienen de esa nueva Sevilla que crece y se abre al mundo gracias al desarrollo de su co-mercio marítimo. Decoraciones vegetales geométricas y verduguillos mo-nocromáticos forman el conjunto de los paneles que adornaban paredes y posiblemente los frentes de los pilares de sección cuadrada que han que-dado a la vista tras la excavación. Hasta el momento no hay constancia de la existencia de figuras humanas o animales entre los motivos decorati-vos, aunque no sería extraño que existiesen, tal y como resisten hoy día en Lima. E incluso nos atrevemos a advertir que puede que alguna de esas iconografías que se conservan en Perú proviniesen de ésta casa dominica, pues no debemos olvidar que el 28 de enero de 1671 partieron de Panamá hacia Perú algunos miembros de las órdenes religiosas y ciudadanos nota-bles, portando consigo parte de sus tesoros (Martínez, 2004).

AgradecimientosEste artículo surge a raíz de los resultados del proyecto “Recuperación

arqueológica y paisajística del claustro del convento de Santo Domingo en el Conjunto Monumental Histórico de Panamá Viejo” (Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, SENACYT, Patronato Panamá Viejo). Deseamos extender nuestro agradecimiento al personal de los Departa-mentos de Arqueología y Arquitectura, al equipo técnico de investigación: Mirta Linero Baroni (Directora del Proyecto Arqueológico Panamá Viejo), Juan R. Muñiz (Investigador Asociado) Clemente Marín (Coordinador del Laboratorio de Arqueología), Estefanía Torres Mariño y Audry Pallete (Ar-queólogas) y finalmente, a la directora del proyecto, Arquitecta Graciela Arosemena.

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Informes de avance

Arqueología del Palacio de la Real Aduana, Santiago de Chile

Miguel Ángel Saavedra V.Luis E. Cornejo B.

La localización de la villa de Santiago del Príncipe, Panamá

Javier Laviña Tomás Mendizábal Ricardo Piqueras Guillermina I. De Gracia Marta Hidalgo Pérez Meritxell Tous Rubén López Jordi Tresserras

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Canto Rodado▪10:97-124, 2015▪ISSN 1818-2917

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Arqueología del Palacio de la Real Aduana, Santiago de Chile. Secuencia histórica

Miguel Ángel Saavedra V.Consejo de Monumentos Nacionales, Santiago, [email protected]

Luis E. Cornejo B.Universidad Santiago Hurtado, Santiago, [email protected]

ResumenPresentamos los resultados generales del rescate arqueológico realizado

en el Palacio de la Real Aduana (Santiago, Chile) con motivo de las obras de

ampliación del Museo Chileno de Arte Precolombino que hoy tiene su sede

en este edificio de finales de la Colonia. Este lugar, dado que desde su fecha

de construcción en 1805 no ha vuelto a ser intervenido por obras mayores y

que se encuentra a sólo una cuadra de la Plaza de Armas, contiene eviden-

cias arqueológicas compuestas principalmente por restos de basura domésti-

ca que permiten el estudio de parte de la secuencia histórica de esta ciudad.

La evidencia cubre una parte importante del periodo colonial en la ciudad de

Santiago, al menos hasta la construcción del edificio, así como antecedentes

previos a la fundación de la ciudad que reportan la presencia de una ocupa-

ción de tiempos incaicos, correspondiente a un Centro Administrativo. El

rescate se realizó por medio de una excavación arqueológica extensiva en

los dos patios simétricos que presenta el volumen del edificio, donde fueron

hallados algunos sectores que mantenían la secuencia estratigráfica relati-

vamente bien conservada, y cuyos materiales arqueológicos se encuentran

en este momento en una fase de análisis detallado. A la vez, en el volumen

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Miguel Ángel Saavedra V. y Luis E. Cornejo B.▪Arqueología del Palacio de la Real Aduana,

Santiago de Chile

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central del edificio, logramos registrar, mientras se realizaban las obras de

construcción, aspectos relativos a las técnicas constructivas utilizadas en el

Palacio.

Palabras Clave: Secuencia colonial, Chile, arqueología histórica

AbstractThis paper presents the preliminary results of the salvage excavations

carried out at the site of the Palacio de la Real Aduana (Santiago, Chile)

during the amplification of the Chilean Museum of Pre-Columbian Art that

currently is housed in this building. The edifice is located just one block from

the Plaza de Armas, and revealed archaeological evidence that extends from

the Inka period, through the founding of the city of Santiago in 1541, to the

time of the construction of the Palace between1805 and 1807, near the end

of colonial period. It is one of the few surviving buildings of its time and was

declared a Historical Monument in 1979.

The salvage archaeological project was carried out in the two symmetri-

cal courtyards that lie north and south of a central hallway. Based on prior

excavations carried out in 1986 and following a series of a six new test pits,

it was determined that the stratigraphic sequence was relatively well pre-

served in both sectors. Due to the greater variety of features located in the

southern patio, more extensive excavations were carried out there, whereas

in the northern patio, a series of eight smaller pits were excavated to confirm

the presence of the original patio surface. A test pit was excavated at the base

of the wall surrounding the southern patio to recover aspects of the cons-

truction techniques used in the Palace.

A brief description of the foundation and initial settlement of Santiago

offers context for the interpretation of the archaeological sequence at the

site. The excavations present a complex stratigraphy corresponding to oc-

cupation levels with abundant material remains (ceramic, bone or glass, for

example), architectonic features (walls, floors, and foundations), cut through

by the installation of drains and other ducts. The sequence can be classified

broadly into three events: 1) the occupation of the site as the Palacio Real

de Aduana, as evidenced by the cobble paving and drainage ducts; 2) do-

mestic refuse corresponding to the occupations of the earlier colonial period

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(1555 to 1651) and/or to the Jesuit school that was present at the site until

1767, with ample ceramic and faunal remains, metallic, and glass items, and

numerous bricks and roof tiles in different stages of erosion that attest to

successive constructions on the site; and finally, 3) the earliest occupation

corresponds with the pre-Hispanic settlement of the site; ceramic remains

found in this context can be assigned to the Late Ceramic or Local Inka

period, with a high percentage of decorated wares and easily restorable frag-

ments, uncommon at most contemporary sites. The excavated materials are

currently under analysis, but they promise to contribute to the understan-

ding of the pre-Hispanic occupation of the site as well as the domestic sett-

lements of colonial Santiago, with insights into diet and trade relations, as

well as interactions with the indigenous population. At the same time, the

excavation reveals important architectonic details of the construction of the

Palacio de la Real Aduana.

Keywords: Colonial sequence, Chile, historical archaeology

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Santiago de Chile

PresentaciónLa construcción del Palacio de la Real Aduana de Santiago, Chile, fue

iniciada en el año 1805 para ser terminada en 1807. Se trata de un edificio de dos plantas, constituido por dos cuerpos definidos en torno a dos patios simétricos. El proyecto se le atribuye al capitán del Real Cuerpo de Ingenie-ros, Don Miguel María de Atero (Figura 1).

El edificio se encuentra en el centro histórico de la ciudad, en la esqui-na sur oriental de las calles Bandera con Compañía; a sólo una cuadra de la plaza de Armas de la Capital chilena. Desde 1981 este edificio es sede del Museo Chileno de Arte Precolombino; institución que, a partir del año 2010, comenzó un proceso de ampliación que implicó la excavación de un subterráneo bajo los patios y la crujía central del edificio.

En dicho contexto, y por tratarse de un Monumento Nacional, se acordó con el Consejo de Monumentos Nacionales la realización de excavaciones de rescate de las evidencias arqueológicas posibles de identificar bajo los patios, de las cuales ya existían antecedentes derivados de un estudio ar-queológico realizado durante el año 1986 en el Patio Sur (Botto, 1989).

Figura 1. Vista general del Palacio de la Real Aduana desde su esquina NW. Foto: Archivo

Museo Chileno de Arte Precolombino.

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Este trabajo estuvo compuesto de dos etapas. La primera implicó una se-rie de seis sondeos dirigidos a complementar la información de los trabajos realizados en 1986. En base a estos antecedentes posteriormente se planteó la segunda; la excavación de un total de 56 m² distribuidos en 16 unidades dispuestas en ambos patios del edificio que serán afectados por el proyecto de ampliación del Museo (Figura 2).

Figura 2. Planta general de las excavaciones de los Patios del Palacio de la Real Aduana.

Fuente: Saavedra y Cornejo, 2014.

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Miguel Ángel Saavedra V. y Luis E. Cornejo B.▪Arqueología del Palacio de la Real Aduana,

Santiago de Chile

En los sondeos en el Patio Norte se evidenció la existencia de estratifi-caciones de materiales culturales sin asociación de rasgos de distribución, exceptuando la reiterada presencia del emplantillado original de los pa-tios del Palacio de la Real Aduana bajo la actual carpeta de adoquines. En función de esto se privilegió aquí la excavación de 8 unidades de tamaños menores, con el fin de tener una idea general del conjunto (Figura 2). Por su parte en el Patio Sur, los datos existentes señalaban la presencia de rasgos de distribución de dimensiones mayores.

En 1986 se identificó un basural y -en nuestros sondeos- la presencia de un muro de pirca o cimiento en la base de la ocupación. Considerando esta información, se implementaron dos grandes cuadrículas, en torno a los pozos de sondeo donde se identificó el muro o cimiento, y cinco unida-des menores para complementar el muestreo y registrar mejor algunos de los hallazgos (Figura 2). Junto con esto, se excavó arqueológicamente un pozo de sondeo adyacente al muro en el corredor del Patio Sur, dirigido a reconocer los cimientos del edificio.

Metodología de excavaciónLa excavación del sitio se realizó mediante capas naturales y niveles ar-

tificiales, esto quiere decir que cuando una capa natural superaba los 10 cm de espesor, se subdividía en niveles (1a, 1b, 1c…, por ejemplo). La cota 0 de la excavación corresponde a los 578 m de altitud. El tamizado o cernido de la tierra, fue realizado con una malla de 5 milímetros. Los objetos fueron procesados en el lugar por una conservadora, para dejarlo preparado con fines de entrega a los especialistas.

El material arqueológico fue embolsado de acuerdo al tipo de material y su procedencia detallada. Las capas, y sus niveles, como los rasgos fue-ron registrados tridimensionalmente, así como cualquier otra información relevante. Se elaboraron planimetrías detalladas de los rasgos y de los per-files más significativos de cada unidad de excavación. Junto con esto se colectó muestras para fechados y para estudios arqueobotánicos.

En el Patio Norte, se trazaron 12 unidades de excavación de distintas magnitudes: los pozos de sondeo 1, 2, 3 y 4 de 1 x 1 m, las unidades 8, 9, 10 y 11 de 1 x 1 m, las unidades 7 y 12 de 1 x 1,5 m y las unidades 14 y 15 de 1,5 m x 3 m. En el Patio Sur se trazaron 9 unidades: los pozos de sondeo 5

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y 6 m de 1 x 1 m, las unidades 15 y 16 de 1,5 x 1 m, la unidad 18 de 3,0 x 4,0 m, la unidad 19 de 4 x 5 m y las unidades 20, 21 y 22 de 1,5 x 1,5 m. Estas excavaciones cubrieron el 14,1 % de la superficie intervenida en función del ya mencionado proyecto de ampliación del Museo (Figura 2).

Contexto históricoPara los fines de este trabajo, dos son los momentos en los que nos in-

teresa hacer énfasis. El primero de ellos es el que tiene que ver con la fun-dación de Santiago en el siglo XVI y la posterior distribución de solares en la capital para los conquistadores hispanos; mientras que el segundo momento es aquel en que se construye el actual edificio y que sucede a principios del siglo XIX.

Previo a la fundación de la ciudad, el primer europeo en visitar la Zona Central de Chile fue Don Diego de Almagro, en el año 1536. Para S. Vi-llalobos (1997), esto fue una prolongación de las empresas conquistadoras que se desplazaban hacia el sur por el Océano Pacífico, cuyo centro estaba en la ciudad del Cuzco, capital del imperio incaico.

Almagro, quien tuvo una destacada participación en varias empresas conquistadoras, rápidamente se decepcionó de estas tierras y volvió a Perú, estimándose que llegó hasta el valle del Mapocho, lugar donde se asienta hoy la ciudad de Santiago.

Uno de los cronistas de la primera época, Góngora Marmolejo, afirma que “estuvo junto al cerro Huelen o Santa Lucía como fue llamado poste-riormente por los españoles y que sus caballos atravesaron las aguas del Mapocho antes de regresar al valle de Aconcagua por la cuesta de Chaca-buco” (De Ramón, 2007: 15). Además, algunos de los hombres que venían con Almagro hicieron reconocimiento de la costa descubriendo la bahía de Valparaíso, mientras otros llegaron hasta las márgenes del río Itata, donde sostienen tal vez el primer enfrentamiento con los ancestros de los actua-les mapuches, en la batalla de Reinohuelen.

Luego del regreso de esta fracasada expedición, se produjo un segundo intento, esta vez al mando de Pedro de Valdivia, quien decide hacer un camino distinto al hecho por Diego De Almagro. Saliendo de la ciudad del Cuzco, en enero de 1540, llega a Chile cruzando el despoblado de Atacama hasta el valle de Copiapó, para posteriormente hacer su arribo al valle del

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Santiago de Chile

Mapocho, fundando la ciudad de Santiago el 12 de febrero de 1541.Según muchos historiadores, fundar esta ciudad era el objetivo final del

viaje; ciudad que posteriormente sería aprovechada como base para seguir conquistando el sur de Chile. La crónica indica que el conquistador Pedro de Valdivia pensaba fundar la ciudad en las cercanías de la ribera norte del río Mapocho y -de hecho- ya estaban instalándose en ese sector, cuando se acercó un grupo de caciques locales, entre los que sobresalía Loncomi-lla, cacique del Maipo, y al darle la paz le proponen ocupar el otro lado del río Mapocho, “donde los ingas habían hecho una población que es el lugar donde hoy está la ciudad de Santiago” (De Rosales, 1877, Tomo I:383).

Armando de Ramón (2007:17) menciona que el lugar donde se asienta la ciudad capital era el mismo en que existía un caserío indígena que debió ser parte del centro administrativo incaico, por lo cual, cuando se decidió fun-dar la población española, sus antiguos moradores indígenas debieron ser trasladados. Para otros autores, según refiere Ramón (2010:24), “ese lugar se había convertido en el asentamiento principal de la ocupación Inca del Mapocho, y fue probablemente un centro administrativo que podría haber cumplido funciones de proveedor de abastecimientos para las tropas del Inca encargadas de proseguir la conquista hacia el sur del país”. A esta pro-posición se suman Stehberg y Sotomayor (2012), quienes reuniendo otros antecedentes proponen que este centro administrativo habría sido el que controlaba la cuenca de Santiago.

El propósito de la elección de la capital en el lugar señalado tendría un fin estratégico, ya que ubicar la capital más al centro del territorio por con-quistar y poblar, haría más fácil las ocupaciones ubicadas más al sur, pen-sando en que el fin último de esta operación era llegar hasta el estrecho de Magallanes. Así lo ve Encina (1940:192), al señalar que Santiago “es el primer escalón para armar sobre él los demás e ir poblando por ellos toda esta tierra”.

El valle del Mapocho produjo muy buena impresión en los conquistado-res, considerando que llegaron a este lugar en medio del verano, tratándo-se de “un extenso valle y bastante poblado, y donde era posible asentar a numerosos encomenderos” (Encina, 1940:193). Entonces, podemos afirmar que “la elección del lugar, obedeció a la naturaleza del suelo, sano, fértil, y regado por una red de acequias derivadas del Mapocho”, y que además

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“los bosques que habrían en sus riberas, les aseguraban el agua y la leña”, (Idem: 195).

Así mismo, desde el punto de vista estratégico, el lugar elegido por los españoles podía ser considerado como una isla, pues se instaló la ciudad en medio de los dos brazos del río Mapocho que existían en esa época. Uno de estos brazos corría por su cauce actual, mientras que al sur existía un curso intermitente por donde hoy va la Avda. Bernardo O’Higgins. Estos dos brazos se abrían en la inmediaciones del que hoy se conoce como cerro Santa Lucía y que en ese tiempo los indígenas llamaban Huelen.

Aunque está claro que tuvo lugar durante el mes de febrero de 1541, existe desacuerdo respecto a la fecha exacta de fundación de Santiago. Las actas del cabildo de la ciudad, las cuales fueron reescritas en el año de 1544 pues las originales se quemaron en un ataque indígena en septiembre de 1541, señalan que la ceremonia oficial fue el día 12 de febrero de 1541. Por otro lado, Pedro de Valdivia señala que esto ocurrió el día 24 de febrero del mismo año. Al respecto, Vial (2010:54 y 84) sostiene que la primera fecha podría corresponder al acto jurídico y la segunda a la implementación pro-piamente.

El trazado de la ciudad fue organizado por el alarife Pedro de Gamboa, el cual había realizado trabajos de este tipo en Lima, Perú. Una manzana estuvo destinada para la plaza Mayor, a una distancia del río Mapocho similar a la que hay entre la plaza de Lima y el río Rímac.

A continuación, las manzanas se dividieron en cuatro solares que se distribuyeron entre instituciones y vecinos. En primer lugar estuvo la igle-sia, a la que se dieron dos solares al poniente de la plaza para que la nueva población levantara el templo. La edificación fue nombrada bajo la advoca-ción de la Asunción de la virgen María; luego transformada en la Catedral de Santiago. Al norte, se distribuyeron solares para el gobernador Pedro de Valdivia y para la real audiencia. Los demás solares frente a la plaza se repartieron entre los principales pobladores de la naciente ciudad (Vicuña Mackenna, 1968: Tomo I).

En estos solares -distribuidos a los colonizadores más importantes- comenzaron a alzarse, con el concurso de indígenas, las habitaciones de los españoles de madera, barro y paja; la mayoría de ellas de un solo piso (Eyzaguirre, 1973). Luego de un ataque de los indios, que destruyeron la

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incipiente ciudad, se decidió cambiar los materiales para construir las casas principalmente de adobe.

Desde el mes de agosto del año de 1555 en adelante comenzaron a le-vantar sus casas algunos de los hispanos que acompañaban a Pedro de Valdivia. Entre ellos, Juan de Cuevas obtiene el solar ubicado en la esquina sur Oriente de las actuales calles de Compañía y Banderas, lugar donde posteriormente se emplazará el Palacio de la Real Aduana. Aparece en el listado de los primeros propietarios, con dos solares, registrados con el n°32 (Thayer Ojeda, 1905). No existen antecedentes de las características que tendría la casa levantada en esa oportunidad.

Tampoco se sabe mucho sobre este personaje, aunque lo más probable es que haya nacido en Sahagún, León, España. Acompañó a Pedro de Val-divia en su empresa uniéndosele en Tarapacá. Fue nombrado ‘Encomende-ro’ en 1542, con tierras en Los Vilos, Maule y Cuyo; y entre sus actividades se consigna que fue tenedor de Bienes de Difuntos de Santiago, Fiel Eje-cutor de Santiago, Regidor del Cabildo de Santiago, Alcalde de Santiago y Corregidor de Santiago entre los años de 1575 y 1577. Según Eyzaguirre (1973), su familia es una de las de mayor influencia en Chile a lo largo del siglo XVI.

A la muerte de Juan de Cuevas, el solar se dividió entre sus dos hijas. Una mitad fue vendida en 1599 a los Jesuitas, los que posteriormente cons-truirían aquí una iglesia y el convento conocido como Colegio Máximo de San Miguel. La otra mitad, en la cual actualmente se ubica el Palacio de la Real Aduana, después de varios traspasos de propiedad llegó a manos del capitán Francisco de Fuenzalida; cuya casa quedó descrita como una de las principales de la ciudad y de dos pisos (Botto, 1989).

Las casas de ese siglo han sido caracterizadas por “la presencia de lar-gos corredores sobre pilares de algarrobo o de ciprés con bases de piedra, que circundaban la residencia (Peña, 1944) y mantienen la tradición de los patios. De éstos, el primero estaba ‘emplantillado’ y servía para recibir los coches y caballos; el segundo estaba reservado a la vida familiar (Ossan-don, 1988); y el tercero se destinaba “al huerto y patio de la servidumbre” (Botto, 1989:17).

En 1611, esta propiedad fue donada por el Capitán Fuenzalida a la orden Jesuita y anexada a la propiedad que ya tenían en el otro lado del antiguo

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solar de Juan de Cuevas, instalando ahí la residencia para los estudiantes y algunos sacerdotes. Estas instalaciones fueron rebautizadas luego como Convictorio San Francisco Javier. Años después, en 1647, el terremoto que asoló la ciudad también dio cuenta de la casa original construida por el Capitán Fuenzalida, la cual es remplazada por una edificación nueva, muy probablemente de un piso (Botto, 1989).

El lugar volvió a cambiar de dueños en el año 1767, cuando la Corona es-pañola expulsó a la Compañía de Jesús de todas sus colonias. La propiedad fue traspasada al clero secular, que continuó usando las instalaciones como colegio. La falta de mantención causó que en 1771 el edificio se encontrase en estado ruinoso y fuese un peligro para los que ahí estudiaban. En ese momento se abandonó el colegio y el Arzobispado lo destinó al proyecto de un hospital nuevo; obra que nunca se materializó.

Luego de algunos años en que los datos historiográficos no son claros, una Real Orden del 22 de septiembre de 1799 ordenó la compra de la casa en ruinas para instalar en ella la ‘Real Aduana de Santiago’ (Botto, 1989: 20).

La construcción del edificio de la Real Aduana fue parte de una serie de obras de adelanto que se habían iniciado en los gobiernos de Ambro-sio O’Higgins, y posteriormente de Avilés, a fines del siglo XVIII. La obra comenzó en el año de 1805 y fue concluida durante el año 1807, dándose forma a una de las edificaciones más destacadas de su época: el único le-vantado en dos pisos.

Vicuña Mackenna menciona que los planos y el planteo de la obra de este edificio se deben al ingeniero español Don Agustín Caballero, “…i sobre si este fue un hombre científico o un simple aficionado, puede com-prenderse a la vista de estas notables construcciones (1880:351). Según este mismo autor, el ingeniero Caballero trabajó con Joaquín Toesca, el arqui-tecto que diseñó y construyó el Edificio de La Moneda, y con el cual estuvo asociado en muchos trabajos. Esto lo confirma tomando como referencia “…la semejanza de estilo i distribución del palacio llamado de las Cajas, cuyos planos habían sido de aquel”, (Vicuña Mackenna, 1868, Tomo 2). Sin embargo, ha sugerido que el verdadero constructor fue el ingeniero y Capi-tán del Real Cuerpo de Ingenieros, Don Miguel María de Atero.

A grandes rasgos, el edificio se desarrolla en dos plantas. Hacia el exte-rior, tiene una modulación rítmica de pilastras y vanos que remataban en

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un antepecho formado por balaustres y pináculos (aunque éstos no existen en la actualidad). En el interior, los recintos se abren hacia dos patios inte-riores rodeados de columnas que forman corredores en el primero y segun-do piso; que en la actualidad han sido cerrados con grandes cristales para ser usados como museo. Los espacios que bordean las calles en el primer piso fueron transformados, uniéndolos mediante arcadas para producir un paso peatonal al cual se accede a través de tres vanos abiertos. A éstos se suman dos más -originales del edificio- que, en forma de zaguán, permi-tían pasar al interior de los patios (Montandón y otros, 1992).

Hasta allí llegaban las carretas que venían del puerto de Valparaíso, car-gadas de mercaderías y que debían ser registradas en ese control donde, como menciona Feliú (2001), los fardos lastimosamente maltratados ya-cían en el suelo. Eventualmente, las mulas ocupaban la plazuela que había frente al edificio, y el interior del edificio no presentaba ningún cuidado. No obstante esto, en el sentir de los viajeros de principios del siglo XIX, era unánime considerar al Palacio de la Real Aduana como uno de los de mayor valor arquitectónico; junto a la Catedral, La Moneda y el Templo de Santo Domingo. Este edificio es uno de los pocos de su época que perdura en la actualidad, siendo declarado Monumento Histórico en el año 1979.

Resultados arqueológicosA partir de la fase de excavación y considerando que los cuantiosos ma-

teriales arqueológicos colectados en las excavaciones aún no han sido estu-diados, es posible proponer la siguiente caracterización.

Estratigrafía del sitioEl sitio, como la mayor parte de los yacimientos arqueológicos urbanos,

presenta una compleja estratigrafía compuesta tanto de capas de ocupa-ción, generalmente producto del depósito de basuras primarias y secunda-rias, como de rasgos que intervienen dichas capas, en su mayoría producto de intervenciones arquitectónicas (muros, cimientos y rellenos); así como de la instalación de sistemas de ductos.

En la mayor parte de ellos, se rescataron abundantes materiales culturales (cerámica, óseo, vidrios, entre otros) debido a que su realización removió y re-depositó restos que se encontraban previamente depositados en capas.

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La estratigrafía general del sitio está representada básicamente por un cuerpo de depósitos limo arcillosos de color café oscuro donde se identifi-caron entre 2 y 7 capas que si bien presentan sutiles diferencias sedimento-lógicas (ver detalle en ‘Caracterización de las Unidades Excavadas’), todas contienen abundantes restos culturales.

A éstos le sigue una interfase más limosa, de color café claro con escaso material cultural, la que da paso a un estrato coluvial caracterizado por una matriz limosa y con abundantes cantos rodados de tamaños superiores a los 15 cm (Figura 3). Cortan estos estratos los rasgos ya referidos, en su mayor parte compuestos por la misma matriz, con el agregado de materia-

Figura 3. Estrato coluvial base de la estratigrafía del sitio (Unidad 15). Foto: L. Cornejo.

les de construcción tales como: trozos de ladrillos, tejas de arcilla, arena, o trozos de distintos tipos de argamasa, grava y gravilla. Muchos de ellos corresponden a la instalación de distintos tipos de ductos. Esta estructura sedimentaria se desarrolla en un perfil con una profundidad media de 96 cm, excluyendo la última capa descrita que no fue excavada hasta su base por ser una capa culturalmente estéril (Figura 4).

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Aunque en esta etapa los materiales provenientes de los sondeos sólo se han estudiado parcialmente, es posible definir en este cuerpo estratigráfico por lo menos tres eventos ocupacionales claramente diferenciados; dos de ellos coincidentes con los datos históricos conocidos del sitio.

En primer lugar, se define con claridad la ocupación del sitio como Pa-lacio de la Real Aduana. Esta ocupación se manifiesta principalmente por la presencia de rasgos constructivos tales como el emplantillado de cantos rodados que era el pavimento original de los patios del edificio (Figura 5) y distintos ductos y sistemas de evacuación de agua (Figura 6). Para ese momento, seguramente a causa de las funciones asignadas a estos espacios (que fungieron como patios públicos) y por el hecho de contar con un piso duro, indudablemente con recurrentes actividades de limpieza, no fue po-sible recuperar vestigios o desechos asociados.

Figura 4. Superposición de estratos con materiales de construcción y basuras (Unidad 19).

Foto: L. Cornejo.

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Figura 5. Piso emplantillado con cantos rodados de la construcción original del edificio

(Unidad 14). Foto: L. Cornejo.

Figura 6. Ductos modernos

para agua (Unidad 1). Foto:

L. Cornejo.

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Figura 7. Restos osteofaunístico y de vasijas de las ocupaciones coloniales. Foto: L. Cornejo.

El segundo conjunto de ocupaciones que se despliega con claridad bajo el citado piso emplantillado, corresponde a la deposición de basuras do-mésticas producto de las viviendas que aquí existieron durante la época colonial. Estas ocupaciones destacan en la mayor parte de la secuencia es-tratigráfica y reportan una gran cantidad de restos, especialmente frag-mentos de vasijas de distintos tipos (cerámica, cerámica enlozada o lozas, por ejemplo) y restos óseos de animales (Figura 7); aunque también hay presentes restos metálicos, vidrios de distintos tipos (botellas y ventanas), carbones y restos de moluscos.

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Esta ocupación colonial también está representada por una gran can-tidad de restos de elementos arquitectónicos, especialmente tejas y ladri-llos de distintos tipos. Estos restos se encuentran en rasgos caracterizados como depósitos, donde se presentan en altos grados de integridad física (Figura 8); aunque también fueron colectados fragmentos muy erosionados y con bajo nivel de conservación, de manera muy frecuente, en todas las capas o rasgos asociados.

Figura 8. Restos de tejas y ladrillos de un alto grado de integridad (Unidad 5 de las excava-

ciones de 1986). Foto: C. Botto.

En conjunto, estos restos son claramente representativos de un espacio doméstico, ya fuera de las familias que aquí vivieron entre 1555 y 1611 o las áreas domésticas asociadas al internado y colegio que los jesuitas mantu-vieron aquí hasta 1767. Del mismo modo, los rasgos de origen constructivo detectados también son consistentes con el hecho de que en el lugar se sucedieron varios eventos de construcción, colapso y/o demolición de edi-ficios de distintos tipos.

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Figura 9. Ejemplos de ti-

pos cerámicos decorados

asociados a la ocupación

Inka Local. Foto: L. Cornejo.

Por último, en la parte inferior de la secuencia estratigráfica se detec-tó un nivel que representa una ocupación de filiación prehispánica, hasta ahora determinada por la presencia de restos alfareros. La cerámica de este contexto señala la presencia de elementos diagnósticos del periodo Alfa-rero Tardío o Inka Local (Figura 10), marcado por fragmentos decorados asignables a las tipologías Diaguita III, Aconcagua Trícromo y Viluco, más algunos fragmentos asignables tentativamente a tipologías altiplánicas.

Desde las cuadrículas 19, 20 y 21, donde fue posible identificar grandes concentraciones de carbón asociado a cerámica decorada Inka se obtuvie-ron cuatro fechas, que se presentan aquí calibradas con la curva de calibra-ción shcal04 en el programa Calib 6.0.1 y con una probabilidad de 0.95%1. Estos fragmentos de cerámica presentan dos características que podrían ser significativas para interpretar el tipo de asentamiento al cual corres-pondía esta ocupación Inka Local.

Por un lado, la frecuencia en que se presentan los fragmentos decora-

1 Cuadrícula 19, cuadrante N, capa 2b: 1450 a 1625 años d.C.; Cuadrícula 19, cuadrante N, capa 3: 1454 a 1626 años d.C.; Cuadrícula 20, capa 3a: 1465 a 1636 años d.C. y Cuadrícula 21, capa 4b: 1443 a 1622 años d.C.

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dos es alta, en algunos casos por sobre los 5 fragmentos en una unidad de excavación de 1 x 1 x 0.1 m (0,05 por litro). Por otro lado, muchos de estos fragmentos son de tamaños superiores a 4 cm, alcanzando algunos tamaños superiores a los 15 cm y en varios casos con altas posibilidades de ser restaurados (Figura 10). Este conjunto de información nos permite proponer que este asentamiento no sería comparable con otros dispuestos en Chile Central durante el periodo de presencia Inka, ya que en la mayoría de ellos las variables antes descritas no son comunes; la alfarería decorada es poco frecuente, se presenta en tamaños relativamente pequeños y con baja posibilidad de ser restaurados.

Durante el rescate arqueológico hecho para la remodelación de la Cripta de la Catedral, a sólo una calle al norte, se registró material de similares características (C. Prado, comunicación personal), lo que podría sugerir que esta área de ocupación Inka se extendería al menos unos 100 m al nor-te, aunque -como veremos más adelante- con importantes diferencias de densidad.

Figura 10. Fragmentos de un Aríbalo Inka con un alto grado de restaurabilidad. Foto: L. Cornejo.

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Esta situación permitiría avalar la hipótesis de Stehberg (Stehberg y So-tomayor, 2012) de que, al igual que en otros territorios, la fundación de la ciudad capital se habría realizado sobre los restos de un centro adminis-trativo o Tambo Principal Inka. De hecho alguna información documental referida previamente señala que, al momento de la llegada de la expedición de Pedro de Valdivia al valle del Mapocho, Loncomilla, el cacique del Maipo, le habría sugerido que fundara la ciudad en el lugar donde los Inka habrían tenido población (Rodríguez, 2010; De Rosales, 1877, Tomo 1).

Estructura espacial del sitioLa formación estratigráfica antes descrita, y las ocupaciones que repre-

sentan, no se distribuyen de manera homogénea en el sitio, siendo evidente una muy clara diferencia entre ambos patios del edificio Palacio de la Real Aduana. Estas diferencias se relacionan especialmente con las ocupaciones previas al actual edificio, levantado a fines del siglo XVIII.

Por un lado, en el Patio Norte la formación estratigráfica presenta una profundidad significativamente menor que en el Patio Sur, siendo 85 cm y 125 cm la media respectiva para cada caso. Esto en parte se explica por el hecho que el piso actual del Patio Norte se encuentra unos 20 cm más bajo que el del Patio Sur; ya que al momento de restaurar -en 1987- a este último se incorporó un estrato de estabilización antes de poner la cober-tura actual de adoquines. Pese a esto, hay al menos otros 20 cm que muy probablemente se deben a diferencias del nivel de base sobre las cuales se desarrollaron las ocupaciones.

Por otro lado, la relación entre rasgos y capas es también diferencial en-tre ambos patios. En el Patio Norte, de los 16 m² excavados, sólo cerca del 8.1 % estaba intervenido por los rasgos asociados a ductos y rellenos masi-vos que incluyen materiales de construcción (ladrillos, tejas, trozos de ce-mento y arena), los que en el Patio Sur involucran cerca del 80 % excavado.

Esta diferencia está acompañada por el hecho que, en el Patio Norte, la mayor parte de las unidades excavadas presentaban bajo el piso actual, el pavimento emplantillado de cantos rodados que corresponde al patio original del Palacio de la Real Aduana (Figura 6). Esta diferencia se debe parcialmente a que la restauración del Patio Sur, para la instalación del ac-tual Museo Chileno de Arte Precolombino, hecha 8 años después que la del

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Patio Norte, involucró una remoción más profunda del suelo. No obstante, la mayor parte en esta notoria diferencia en la estructura

del sitio se debe a que en el Patio Sur se realizaron muchas más actividades de remoción del terreno (instalación de ductos de evacuación de aguas, ni-velación de superficies y, muy especialmente, la instalación de un cimiento de doble hilada de bloques rocosos angulares que está presente en todas las unidades excavadas).

Este patio fue despejado completamente, con monitoreo arqueológico). Se logró definir que los cimientos mencionados atrás estaban compuestos por grandes bloques angulares, los cuales fueron parcialmente canteados en el lugar. Estos cimientos correspondían a una estructura de forma octo-gonal que quedó inconclusa, probablemente por fallas en el terreno y que se aprecian en el hundimiento del cimiento en el sector sur (Figura 11).

Figura 11. Vista general de los cimientos octogonales del Patio Sur. Foto: M. Saavedra.

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Dado el ajuste geométrico de esta obra con el Patio Sur (Figura 12), es factible suponer que su construcción pudo realizarse a la par que el resto del edificio o bien posteriormente a éste. En cuanto a su función, es proba-ble que corresponda a los basamentos de una fuente o una jardinera que había sido proyectada para este patio. Sin embargo, a falta de evidencia respecto al tipo de materiales que eran dispuestos sobre estos cimientos, no es posible tener certeza sobre la materia.

En síntesis, los datos estratigráficos señalan con claridad que los dos patios del Palacio de la Real Aduana han tenido una historia estratigráfica o deposicional muy distinta. Siguiendo la secuencia cronológica, es evidente que durante la restauración del edificio, hecha durante la década de los 80 del siglo pasado para convertirlo en el actual Museo Chileno de Arte Preco-lombino, se intervino de manera mucho más marcada el subsuelo del Patio Sur; eliminando casi completamente el emplantillado original del Palacio de la Real Aduana y nivelando el suelo con una capa de ripio y grava. Hasta el momento, no se han podido establecer diferencias importantes anterio-

Figura 12. Plano de los cimientos octogonales del Patio Sur. Plano: Alex Paredes.

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res a esa etapa; muy probablemente debido a que ambos patios tenían el mismo tipo de ocupación.

En el periodo entre la construcción de la casa del solar de Juan de Cueva (a mediados del siglo XVI) y el momento en que la Corona decide demoler las ruinosas construcciones dejadas por los Jesuitas para la obra de la Real Aduana (Botto, 1989), es posible destacar diferencias mucho más marcadas entre ambos espacios.

Mientras que en la estratigrafía del Patio Norte no se aprecian rasgos producto de actividades de construcción, en el Patio Sur se observan va-rios de ellos (depósitos de tejas, cimientos, entre otros). De hecho algunos son suficientemente antiguos como para que se formaran sobre ellos otras capas de deposición, con materiales arqueológicos asignables a basuras do-mésticas (Figura 4).

Esta estructura establece una importante diferencia entre estos dos es-pacios, que si bien no tiene nada que ver con los actuales patios, nos señala que desde el principio de la ocupación colonial fueron considerados de ma-nera distinta. Al Norte, un espacio de mayor estabilidad y al Sur, un espacio de mayor dinámica constructiva.

Los datos hasta ahora estudiados, en cuanto a los restos óseos de fauna, provenientes de la etapa de sondeo, proveen cierta información de interés en esta línea.

En primer lugar, destaca la altísima densidad de éste tipo de restos pre-sentes en el sitio, alcanzando un recuento 182 NISP/ m² de distintas unida-des anatómicas para la especie Caprinae (caprinos), la más abundante en el sitio, en el Patio Sur.

Estos restos, sin embargo no se encuentran distribuidos de manera ho-mogénea entre ambos patios, ya que el Patio Norte sólo presenta un 20% de este tipo de restos en contraste con la densidad registrada en el Patio Sur. Esto podría reforzar la idea que ambos espacios tuvieron una forma de ocupación distinta, con un mayor depósito de basuras domésticas en lo que hoy es el Patio Sur.

Estas dos propuestas serían coincidentes con la idea de que los sola-res existentes en el lugar, antes de la construcción del Palacio de la Real Aduana, tuvieron eventualmente una segregación de espacios en unidades distintas. Al Norte un patio más público y al Sur un patio más doméstico,

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espacialmente marcado por las actividades generadoras de basuras. Era de esperar que la ocupación que se encuentra en la base de la se-

cuencia cronológica del sitio, la Inka, no hubiese tenido relación alguna con lo que ocurrió posteriormente. Sin embargo, también presenta una impor-tante diferencia entre ambos patios.

Esta diferencia se encuentra asociada a dos variables. Por un lado, en el Patio Norte, la densidad de fragmentos Inka decorados, locales o de otras tipologías de la época, son menos frecuentes que en el Patio Sur. Por otro lado, en la secuencia estratigráfica excavada en el Patio Norte no se observó claramente una capa en la cual se concentraran las basuras de este momen-to del mismo modo que en el Patio Sur. En el Patio Norte tampoco se pre-sentaron rasgos como los fogones; a partir de los cuales fueron obtenidas las fechas arqueométricas en el Patio Sur.

Esta diferencia observada en la densidad de la ocupación Inka podría señalar que el área de ocupación, que como dijimos previamente es muy probable que se extendiera hacia el norte en los depósitos excavados en la Catedral, podría presentar diferencias de densidad que posiblemente estén relacionadas con una ocupación de cierta complejidad interna.

Características constructivas del Palacio de la Real AduanaLa resolución del Consejo de Monumentos Nacionales que permitía la

intervención en este Monumento Nacional solicitaba el monitoreo arqueo-lógico de los muros del edificio en el momento de las obras para construir bajo él nuevas salas para el Museo. Éste sirvió para reconocer detalles ar-quitectónicos del edificio construido a principios del siglo XIX.

Se pudo determinar así la profundidad de los cimientos, que llegaban hasta los 2,20 m bajo la superficie. A la vez, se constató que la base de estos muros fue construida en forma escalerada, es decir en la superficie el muro tiene un ancho de 0,90 m, a los 0,50 m de profundidad es de 1,15 m y a una profundidad de 1,30 ms corresponde a 1,30 m. (Figura 13).

Por otra parte, la excavación del interior del cuerpo central del edificio, actualmente el Hall Central del Museo Chileno de Arte Precolombino, permitió identificar por lo menos cuatro estructuras de ladrillo recostado bajo el suelo del edificio, probablemente vigas de amarre subterráneas. Estas estructuras estaban ubicadas de forma perpendicular a los muros

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del edificio y, similar a sus cimientos, tenían un ancho de 0.80 m y una profundidad de 2.20 m. De ellas, las 1 y 2 estaban completas, en cambio las 3 y 4 se encontraban sólo a medias (Figuras 14 y 15). En el caso de la 4 se pudo determinar que fue alterada probablemente por la construcción de una escala que habilitó una conexión interna entre el primer y segundo piso, para el funcionamiento del actual Museo.

Figura 13. Cimiento escalerado del

muro. Foto: M. Saavedra.

Figura 14. Vista de una de las probables vigas de amarre subterráneas en el Hall Central .

Foto: M. Saavedra.

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Miguel Ángel Saavedra V. y Luis E. Cornejo B.▪Arqueología del Palacio de la Real Aduana,

Santiago de Chile

ConclusionesEl contexto excavado en los patios del Palacio de la Real Aduana, hoy

Museo Chileno de Arte Precolombino, ha resultado ser una invaluable fuente de información sobre la ocupación humana del lugar, especialmente relacionada al periodo entre la ocupación Inka y la edificación de la Real Aduana; que se encuentra en una etapa inicial de investigación.

Indudablemente, destaca la confirmación de una ocupación Inka previa a la fundación de la ciudad de Santiago. Este hallazgo permitirá contri-buir a la discusión sobre los aspectos más domésticos del Santiago colonial. A partir del análisis de las basuras, se podrá aportar información para la comprensión de temas como los hábitos alimenticios, las relaciones comer-ciales con otros territorios o la interacción con poblaciones indígenas.

No menor es la importancia de los detalles arquitectónicos y de planifi-cación del edificio del Palacio de la Real Aduana, alguna vez una de las edi-ficaciones más importantes de la ciudad de Santiago, que se han registrado y de los cuales no se tenía mucho conocimiento previo.

NotaLa información aquí presentada ya ha sido publicada o discutida, parcial

o totalmente, en publicaciones de diversa índole, entre 2010 y 2014.

Agradecimientos Esta investigación es parte del Proyecto “Chile antes de Chile: Museo

Chileno de Arte Precolombino - Minera Escondida”.

Figura 15. Planta de las probables

vigas de amarre subterráneas en el

Hall Central. Fuente: Saavedra y Cor-

nejo, 2014.

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La localización de la villa de Santiago del Príncipe, Panamá.Pruebas históricas e indicios arqueológicos

Javier Laviña Universidad de Barcelona – [email protected]

Tomás Mendizábal Ricardo Piqueras Guillermina I. De Gracia Marta Hidalgo Pérez Meritxell Tous Rubén López Jordi Tresserras

ResumenEn este ensayo se presentan los estudios, llevados a cabo desde la histo-

ria, que han servido para desarrollar una campaña arqueológica con el fin de ubicar la Villa de Santiago del Príncipe; primer pueblo de negros libres en América. Para este trabajo, se consultaron las distintas fuentes biblio-gráficas sobre cimarronaje en Panamá; en paralelo, se llevó a cabo la com-pilación de fuentes manuscritas complementadas con fuentes cartográficas de la época, muy escasas y de poca utilidad exceptuando un mapa trazado por Francis Drake (cerca de 1580), que sitúa una iglesia en el interior del te-rritorio al este del poblado de Nombre de Dios. Al cruzar la información de archivo con la toponimia, planimetría y orografía actuales, e ir incorporan-do como fuente novedosa La Dragontea –poema épico de Lope de Vega (1935) en el que recoge los ataques de Drake a las posesiones españolas en América, se procedió a implementar dos campañas de prospección ar-queológica, la segunda de las cuales arrojó restos de materiales cerámicos del siglo XVI que –debido a sus características tipológicas, temporalidad y ubicación- nos permitió llegar a la conclusión de que habíamos finalmente

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Laviña y otros▪La villa de Santiago del Príncipe, Panamá

localizado la villa de Santiago del Príncipe, primer pueblo de negros libres de las Américas.

Palabras clave: Santiago del Príncipe, cimarrones, Panamá.

AbstractThis essay presents the studies conducted from Historical point of view

to plan an archaeological campaign. The major objective was to locate the town of Santiago del Principe, the first settlement of free black people established in America. Different bibliographical sources on maroons in Panama were consulted. In parallel, it was carried out the compilation of manuscript sources complemented with cartographic fonts of the historical period -with very few and poor data- except for a map drawn by Francis Drake (about 1580). A very new kind of information: the Dragontea -an epic poem by Lope de Vega (1935), which includes the spaniard posses-sions in America that were assaulted by Drake was added to the classic sources. The crossing of information like place names, actual and ancient maps and local geography and rivers, allowed us to perform two archaeo-logical survey campaigns. The second field season resulted in the location of sixteenth century ceramics pot sherds and other objects related to them, which typological characteristics and location- enabled us to conclude that we finally located the town of Santiago del Principe, near to the early colo-nial settlement named Nombre de Dios.

Key words: Santiago del Príncipe, maroons, Panama.

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El contexto históricoEl avistamiento de la Mar del Sur (1513) supuso un cambio fundamental

en las estrategias expansionistas de la Corona de Castilla, puesto que la co-nexión entre ambos océanos propició y facilitó la extensión de la incipiente potencia.

El contacto entre el Atlántico y el Pacífico se convirtió en el fundamento del eje económico para el imperio español, y por ello fue objetivo de cons-tantes ataques cimarrones que, frecuentemente, entorpecieron las comuni-caciones. Mediante estas prácticas, los cimarrones no sólo incrementaban su número, porque liberaban esclavos, también obtenían las mercancías necesarias para su supervivencia.

Los cimarrones1 no vivían aislados del mundo colonial, necesitaban de los colonos o de los indígenas tanto para complementar su economía como para obtener utensilios de hierro que ellos mismos no podían fabricar –ya fuese por no existir minas en los territorios que ocupaban o por la dificultad de obtener dicho metal-.

En cierta medida, fue precisamente esta dependencia la que supuso, en algunos casos, el tendón de Aquiles de los grupos cimarrones respecto a la sociedad de la que habían huido. Se vieron obligados a asumir mayores riesgos, tales como la aproximación a los puntos de abastecimiento, nor-malmente haciendas o villas, y el establecimiento de alianzas con aquellos sectores de población que tenían acceso a los productos que ellos necesi-taban, por lo cual, en cualquier momento podían ser traicionados o captu-rados. Sin embargo, en otras ocasiones dichas alianzas constituyeron su tabla de salvación, ya que les dotó de la fortaleza suficiente para establecer negociaciones de paz con las autoridades coloniales, como fue el caso de los cimarrones de Portobelo, con Luis de Mozambique al frente (Archivo General de Indias2, Patronato: 234 1/3).

Para frenar la huida de los esclavos, los funcionarios de la Corona y los vecinos desplegaron una compleja maquinaria, que iba desde la organiza-ción de partidas para la captura de los esclavos fugitivos hasta el desarrollo

1 Esclavo negro. En Las  Antillas:  fugitivo de la casa de  su amo (Seco y otros, 1999: 1044).

2 A partir de ahora, A.G.I.

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Laviña y otros▪La villa de Santiago del Príncipe, Panamá

de un aparato legislativo que permitiera atraparles; así mismo regulaba los castigos que recibirían los capturados (Fortune, 1970).

Desde los primeros años de la colonia, el castigo a los cimarrones estaba regulado por la legislación y en algún caso la Corona tuvo que intervenir para aminorar las penas que recibían los esclavos que se levantaban en ar-mas contra los propietarios. A modo de ejemplo, mientras que en Castilla del Oro la ordenanza mandaba castrar a los esclavos sublevados, la Corona ordenó que se aplicara una pena acorde con el delito cometido, pero que en ningún caso se pusiera en peligro la vida del esclavo (Encinas, 1946 (1596), Libro IV, pág. 38). Este ejemplo constituye una muestra más de la incapaci-dad por parte de propietarios y autoridades para hacer frente al fenómeno cimarrón, cuya solución pasó por el endurecimiento de los castigos infligi-dos, no tanto para acabar con los apalencados como para frenar las huidas de otros esclavos (Castillero Calvo, 2004).

Asimismo, el cimarronaje se configuró en un problema de Estado y se enfrentó como tal, militarmente, para intentar pacificar y reducir en asen-tamientos controlables a los vencidos (Jaén Suarez, 1998), ya que constituía un verdadero aprieto para los españoles. No sólo se trataba de que el escla-vo huyese del control del propietario, con la consiguiente pérdida económi-ca, sino que, sobre todo, suponía un acicate para otros esclavos que veían en las comunidades cimarronas una alternativa al modelo social colonial; tanto desde el punto de vista económico como de organización familiar y religiosa. En este sentido, cabe recordar que en la Real Audiencia de Pana-má, los cimarrones representaban un alto porcentaje respecto al total de los esclavos en el siglo XVI (Jaén Suárez, 1998).

Exceptuando la costa de Panamá, en el área entre Nombre de Dios y Portobelo (Figura 1) el Atlántico centroamericano fue, prácticamente, ocu-pado por cimarrones tanto esclavos como indígenas que se resistieron a la conquista. Con la llegada a la Mar del Sur se consolidó el poblamiento de Nombre de Dios como puerto de entrada de las embarcaciones españolas que cruzaban el Atlántico.

Este hecho motivó el interés por comunicar ambos océanos, siendo los trabajadores, primero indígenas y posteriormente esclavos de la Corona, quienes se encargaron de implementar el paso de las mercancías y tesoros desde Suramérica hacia el Atlántico. Esta situación favoreció la aparición

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de comunidades cimarronas a lo largo de la ruta trans-ístmica, que com-prendía dos ejes principales, el Camino Real y el Camino de Cruces (Ver Figura 1), que unían, por tierra en el primer caso y por vía terrestre-fluvial en el segundo, las ciudades terminales en ambas costas, Panamá en el Pa-cífico con Nombre de Dios y luego Portobelo en el Atlántico.

Figura 1. Mapa de la re-

gión, destacando las loca-

lidades y puntos de refe-

rencia. Autor: Guillermina De

Gracia 2015, sobre base car-

tográfica disponible en: http://

www.mapasparacolorear.com/

panama/mapa-panama.php.

En Panamá, la sociedad colonial de los primeros años respondía a la realidad migratoria desde la Península. La población blanca constituía una mínima parte y era la que detentaba todo el poder, esto principalmente en las áreas controladas; mientras que la población indígena (diezmada por las enfermedades, la guerra y el trabajo forzado), fue decayendo a un ritmo tan vertiginoso que las autoridades coloniales se vieron obligadas a escla-vizar indígenas de otros territorios para enviarlos a Panamá (Tous, 2008). Paralelamente, se observa un incremento de población esclava a lo largo del siglo XVI, en especial tras la llegada al Pacífico. Este hecho comportó

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Laviña y otros▪La villa de Santiago del Príncipe, Panamá

una mayor presencia cimarrona en el área de Nombre de Dios, próxima al Camino Real, causada por las duras condiciones de trabajo impuestas por los propietarios.

Según Mena García, para el año de 1575 en Panamá había un total de 5.600 esclavos, 2.500 de los cuales eran cimarrones. En este sentido, pode-mos concluir que el fenómeno del cimarronaje fue un problema de difícil solución, por cuanto la economía de los intercambios imponía soluciones que no todas las autoridades estaban dispuestas a admitir.

El enorme desequilibrio demográfico entre blancos y negros esclavos fue un peligro añadido en las tensiones sociales en el Panamá del siglo XVI. Por un lado, las autoridades coloniales no tenían demasiadas posibilidades de controlar las fugas de esclavos y, por otro, ni la legislación represiva ni la esperanza de obtener la libertad, si el esclavo asumía su condición sin protestas, limaban las asperezas de unas relaciones conflictivas entre dos grupos sociales tan desequilibrados desde el punto de vista poblacional, el número de españoles que habitaban el territorio de Panamá era escaso y en ningún caso superaba al número de esclavos.

Así, el cimarronaje y los ataques al comercio interoceánico se convir-tieron en el gran problema del Panamá colonial. “En Nombre de Dios a 24 de agosto de 1551 (…) los vecinos denunciaron una situación que le era muy perjudicial… estimaban que por el camino a Panamá los cimarrones sobrepasaban el número de seiscientos individuos que robaban e incluso mataban a los viajeros y arrieros. Se atrevían a penetrar en Nombre de Dios con el mismo propósito o para llevarse negros y negras para engrosar sus filas (…) a pesar de matar a muchos de ellos no conseguían acabar con los rebeldes” (Tardieu, 2009:67).

Con los años, la situación no se solucionó en absoluto, sino todo lo con-trario. Así, por ejemplo, en la década de 1550 las autoridades coloniales pidieron repetidamente ayuda económica externa para poder combatir a los cimarrones de Bayano puesto que las características del terreno hacían imposible la victoria.

Otro de los graves problemas que planteaba la presencia de cimarrones en las proximidades de Nombre de Dios y Portobelo, era la alianza que mantenían los alzados con los corsarios franceses o ingleses que constan-temente acechaban la zona. Por esta razón, en 1568, la Corona se vio for-

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zada a ordenar “Doctor Loarte, presidente de la nuestra Real Audiencia que reside en Panamá de la Provincia de Tierra Firme … de las relaciones que nos habéis hecho y otras que se han recibido… de los muchos robos y muertes que cada día hacen los negros cimarrones… que se haga guerra contra los dichos negros cimarrones y corsarios, hasta los castigar y desha-cer… y los corsarios que en esto han entendido y entienden sean castigados con mucho rigor, para que los demás no tengan atrevimiento a cosas seme-jantes” (Citado en Lucena, 2005:94-95).

Cuando Sir Francis Drake atacó Nombre de Dios en 1572, contó con el apoyo de los cimarrones, que veían en los ingleses unos aliados para minar el control de los españoles en la zona y asegurarse la libertad en los mon-tes. Después del saqueo de Nombre de Dios, los ingleses hundieron varias embarcaciones en la costa y una parte del grupo se dirigió hacia el interior, por el camino desde allí hacia Panamá, guiados por cimarrones que no sólo les facilitaban la entrada sino que también les dieron alojamiento en su po-blado. Al final llegaron a la Venta de Chagres que, así mismo, la asaltaron (A.G.I., Panamá 237 L12 f12v-13).

Según un informe del Virrey Toledo, del 3 de junio de 1573 (Citado en Tardieu, 2009), una de las consecuencias de este asalto fue la comprobación del peligro que suponían los cimarrones en la zona y su capacidad para establecer peligrosas relaciones con los corsarios. A pesar de todo, en poco o nada cambió la actitud de la Corona, puesto que continuó con la política de castigo a los cimarrones.

No obstante, tal y como se desprende de una Real Cédula de 1574 (En-cinas, 1945), cabe la posibilidad de que el pánico que generó el ataque a la Venta de Chagres provocara en la Corona un cambio de actitud respecto a ellos y reconsiderara su postura, después de más de 3 décadas de guerras cimarronas, ofreciendo el perdón a quienes se entregasen y depusiesen su actitud.

Sin embargo, esta alternativa de perdón de los delitos no fue la respuesta que esperaban los cimarrones. El cimarronaje representaba una alternativa a los poderes coloniales, tanto desde el punto de vista de la política como de la organización social, y finalmente representaba la libertad, a la que no estaban dispuestos a renunciar (Laviña y Ruiz Peinado, 2006).

Posteriormente, desde el Consejo de Indias, se enviaron órdenes para

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Laviña y otros▪La villa de Santiago del Príncipe, Panamá

pacificar la zona, y una de las soluciones propuestas era que ninguno de los negros alzados - que hubiesen entregado voluntariamente - fuesen casti-gados (Tardieu, 2009). Con esta amnistía se pretendía atraer a un número importante de negros sublevados, hecho que causó el efecto esperado y facilitó que algunas cuadrillas negociaran la paz. A pesar de todo, ni el em-perador Carlos, inductor de esta medida, ni su sucesor Felipe II, lograron acabar definitivamente con el cimarronaje, que continuó hasta que final-mente la promesa de libertad hizo posible el acuerdo entre ambas partes.

Como se ha mencionado anteriormente, la presencia de cimarrones en el área del Camino Real les convirtió en un peligro evidente para las comu-nicaciones y la circulación de metales. Amparados en la orografía del terre-no, que dificultaba enormemente su persecución, y ante la imposibilidad de lograr un triunfo sobre los mismos; forzaron a las autoridades coloniales, con el beneplácito de la Corona, a intentar negociar una paz duradera. Por lo tanto, la violencia no siempre fue un elemento clave en la solución de los conflictos entre propietarios y esclavos, así como entre estos y las autorida-des coloniales; aunque sí lo fueron en la represión del cimarronaje.

Debido al acoso al que se vieron sometidos por parte de las partidas de rancheadores3 -pese a contar con buenos sistemas de camuflaje en el interior de la selva panameña-, sus posibilidades de triunfo aumentaban en relación a su aislamiento, tanto geográfico como social, en relación con las ciudades coloniales. En consecuencia, algunos grupos próximos a los caminos creyeron más conveniente aceptar las condiciones de libertad que les ofrecía la Corona y colaborar, como súbditos libres, con las autoridades. Sin embargo, muchos cimarrones decidieron no acogerse a dicha amnistía y siguieron interrumpiendo el comercio entre los dos océanos por décadas.

La villa de Santiago del PríncipeEl primer grupo de cimarrones en acercarse a las autoridades coloniales,

para negociar la paz y obtener su libertad a cambio de lealtad y colaboración, fue el que operaba en los alrededores de Portobelo y Nombre de Dios, liderado por Don Luis de Mozambique en el año de 1579 (A.G.I., Patronato: 234 1/5).

3 Los rancheadores eran expertos conocedores del terreno que cobraban por cada esclavo huido capturado.

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Se les concedió la libertad, además de vestidos, maíz, ganado y otras cosas necesarias para asegurar la prosperidad del asentamiento; el cual fue bautizado como la Villa de Santiago del Príncipe, “la de Puerto bello ha proseguido en su reducción y paz también que ya de todo pacto tiene he-cha su población en el sitio que les fue señalado legua y media del Nombre de Dios han poblado el pueblo y lo nombran Santiago del Príncipe, tiene sacerdote que los doctrina y justicia… ha parecido que todavía esté allí con veinte soldados el Capitán Antonio de Salcedo…” (Citado en De la Guar-dia, 1976:90).

La fundación de Santiago del Príncipe, bautizada así en honor al prínci-pe heredero nacido el año anterior –Felipe (futuro Felipe III)-, con los cima-rrones que dirigía Don Luis Mozambique, tenía como objetivo primordial garantizar la paz en la zona y permitir el comercio de forma fluida entre Panamá y Nombre de Dios. Ciertamente, las pérdidas para los propieta-rios que tuvieron que reconocer la libertad de sus esclavos fueron consi-derables, aunque los beneficios de la paz resultaron mayores. Así mismo, gracias a esta fundación, sus habitantes no sólo se convirtieron en ejemplo para otros cimarrones, sino que también en mediadores con otros grupos que todavía actuaban en la zona.

Las negociaciones de paz se llevaron a cabo entre las autoridades de la Real Audiencia y los cimarrones. Estos últimos se vieron obligados a reco-nocer la autoridad de la Corona, se comprometieron a recibir doctrina y, a tener un capitán y una tropa que garantizase la paz. La villa se fundó con plaza e iglesia, bajo la advocación de la virgen de la Candelaria; Luis de Mozambique fue nombrado gobernador de la villa, y debían hacer monte-rías para capturar a otros cimarrones (A.G.I., Patronato 234/1/3, Citado en Jopling, 1994).

Por su parte, la Corona reconoció la autoridad de Don Luis de Mozam-bique sobre la comunidad y los delitos menores, cometidos por los antiguos cimarrones, se juzgarían en la comunidad. Si bien en un principio se les había ordenado poblar una zona cenagosa (en los montes de Chilibre), los cimarrones lograron que se les concedieran mejores tierras para labranza, cercanas a Nombre de Dios, que permitieran la subsistencia del grupo. Así mismo, la colonia contribuía a los gastos de mantenimiento de los capita-nes y del clérigo asignado para adoctrinarles.

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La nueva villa debía establecerse en la cima de alguna de las elevaciones cercanas a Nombre de Dios, a orillas del río Francisca. Además debía con-tar con un patrón urbanístico idéntico al de los demás pueblos coloniales españoles, típicamente construidos con el patrón del damero, de manzanas y solares cuadrados alrededor de una plaza con su iglesia (A.G.I, Panamá 237 L.11).

Las fuentes históricas, a la espera de los datos arqueológicos, no per-miten conocer si estas disposiciones se hicieron realidad. Tal y como se ha señalado, su fundación no sólo tuvo el propósito de reducir y pacificar a los cimarrones salteadores cercanos a Portobelo y Nombre de Dios, sino también el de lograr que estos ayudasen a pacificar a los demás que todavía estuviesen en estado de rebeldía, mediante el ejemplo de su vida asentada.

Una clara muestra es la de su participación -en 1580- como auxiliares en expediciones militares, “otra parcialidad de los negros es de los que habita-ban en Puerto Velo cerca de Nombre de Dios… después de les haber conce-dido perdón general de sus delitos y libertado sus personas, hijos y mujeres, y traídos al sitio que tenían poblaron una legua de la ciudad y puerto de Nombre de Dios a donde viven en paz y contentos, hicieron su elección de alcaldes en los caudillos que tenían antes de ser reducidos. La amistad que se les guarda (a los negros pacificados) confunde a estos contumaces rebel-des que han visto como algunos de estos negros de Puerto Velo reducidos sirven contra ellos en la guerra que se les hace” (De la Guardia, 1976:91).

La historia de Santiago del Príncipe se diluye tras el traslado de los ha-bitantes de Nombre de Dios a Portobelo por orden de la Corona (Mena García, 1992), incluso las fuentes documentales se vuelven contradictorias. Según Caro de Torres (1620) y la carta del Oidor Salazar (Citado en Jopling, 1994), Francis Drake prendió fuego a Nombre de Dios el 6 de enero de 1596, mientras que Lope de Vega (1935) sostiene que fueron los propios habitan-tes de Santiago quienes quemaron su pueblo para que no fuese tomado por los ingleses.

En enero de 1597 la Corona incluso llegó a desmantelar el empedrado del Camino Real en su último tramo de aproximación a Nombre de Dios, para aislar por completo al pueblo y sus obstinados habitantes que todavía se resistían a mudarse a Portobelo (Mena García, 1992). Tras la mudan-za, se presume que tanto Nombre de Dios como Santiago fueron entonces

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abandonados por completo. Carmen Mena cita al explorador inglés Wi-lliam Dampier quien un siglo después decía: “Nombre de Dios no es aho-ra sino un nombre. Yo he desembarcado en el sitio donde se levantó esa ciudad, pero todo se halla cubierto de selva que no hay señales de que allí existiera población” (Mena García, 1992:264). No obstante, siempre cabe la posibilidad de que algunos habitantes permanecieran en los asentamientos originales o se resistieran a mudarse, tal y como sucedió posteriormente en Panamá Viejo después de su destrucción por Morgan en 1671 (Castillero Calvo, 2006).

La falta de documentación sobre el destino de los habitantes de la Villa de Santiago del Príncipe, nos permite lanzar la hipótesis de que también se mudaron a Portobelo o sus cercanías, donde seguramente continuaron con un modo de vida similar al que llevaban en Santiago en proximidad del pueblo español. Si los habitantes de Santiago dependían de los de Nombre de Dios para comerciar y trabajar, poco sentido tenía que se quedasen en su pueblo, alejados de Portobelo y aislados de la nueva ruta del Camino Real.

Estudios cartográficosSantiago del Príncipe no aparece explicitada en la cartografía colonial,

a excepción del mapa de la bahía de Nombre de Dios trazado por Francis Drake, donde -sin especificar referencia toponímica alguna-, aparece una marca claramente diferenciada, señalando una iglesia y poblado, al este de Nombre de Dios.

Sin embargo, Nombre de Dios, no sólo se muestra en los mapas del siglo XVI, el de Vaca de Castro 15414, en (Drake, 15705), sino también en otros posteriores, a pesar de que la población se trasladó a Portobelo. Aun así es muy poco lo que se conoce (o se encontró) en la documentación disponible, acerca de la historia de ambos poblados después de que fueran abandona-dos (Salamanca, 2009), a pesar de la profusa bibliografía disponible sobre la historia de Nombre de Dios que, principalmente, discurre entre su fun-

4 A.G.I. Mapas y Planos, Panamá 1.

5 Biblioteque Nationale, Paris. Manuscrits Anglais 51 folio 13. http://visualiseur.bnf.fr/Visualiseur?Destination=Mandragore&O=08100585&E=13&I=922&M=imageseule. Consultado el 10 de diciembre 2014

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Laviña y otros▪La villa de Santiago del Príncipe, Panamá

dación y destrucción, más no en cuanto a su historia posterior.Santiago del Príncipe fue abandonado para siempre. Su corto recorrido

histórico (1579-1596) hace que no se mencione más en la documentación, hasta el punto de que muchos historiadores lo confunden con el actual Palenque y los recientes pobladores de Nombre de Dios desconocen su po-sible existencia.

Por lo que respecta a la cartografía, la aparición de Nombre de Dios entre los siglos XVII y XIX es frecuente, aún después del traslado a Portobelo. Sin embargo, muchos planos no mencionan si está poblado en ese momento o no: así por ejemplo los célebres planos de Alexander Exquemelin6 , quien acompañó a Henry Morgan en el saqueo a Panamá en 1671, no registran a Nombre de Dios, solamente muestran la ubicación de Portobelo. Otros, como el de Bellin en 1754 y o el de Juan Lopez en 17857, sí la la localizan y dan a conocer su estado de abandono, señalando las “ruinas de Nombre de Dios”.

No obstante, la documentación histórica disponible no menciona más a Nombre de Dios sino hasta bien entrado el siglo XIX. La referencia más antigua encontrada es la del explorador inglés John Cullen, quien buscando una ruta para la construcción de un canal interoceánico en 1853, indica que preguntó a los pobladores de los pueblos de “Palenque, Culebra, Nombre de Dios y Portobelo” (1853:74-75) sobre las posibilidades de ataques indí-genas en las cercanías. Aun así, extraña que Nombre de Dios no aparezca en la extensa lista de lugares poblados del istmo de Panamá, elaborada por Felipe Pérez en 1862, donde sí se mencionan lugares como Palenque y Portobelo, (Citado en Jaén Suárez, 1985).

En relación a la ubicación de Santiago del Príncipe con respecto a Nom-bre de Dios, población a la que estuvo ligada su existencia, las fuentes va-rían entre un cuarto de legua (Salamanca, 2009) hasta legua y media. Dada la subjetividad de la unidad de medida de la legua para el siglo XVI, hemos optado por utilizar un equivalente de entre 2 y 3 kilómetros, situando así el asentamiento en una zona de colinas al este de Nombre de Dios (Figura 2), área objeto de la posterior fase de prospecciones arqueológicas.

6 Exquemelin, Alexandre-Olivier (1646-1717). “Carte de l’isthme de Panama” / ”Cartographe”, 1686: http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/btv1b5970800b

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Sostenemos que los cálculos más acertados hallados en la documenta-ción histórica corresponden a los del licenciado Salazar, Oidor de Panamá, quién, en 1596, precisamente el año de la destrucción de Nombre de Dios

y de Santiago del Príncipe a manos de Drake, aseguraba que la distancia entre ambos era de menos de media legua (Citado en Jopling, 1994:411). La descripción de Lope de Vega en la Dragontea (1598: canto VII), corrobora también esa distancia:

“Está de la ciudad el lugar fuerte

Media legua en un cerro levantado,

Pegado al río del factor, de suerte

Que esta de monte alrededor cercado.”

A partir del análisis de la documentación histórica, literaria y cartográ-fica, el siguiente paso a seguir fue iniciar las prospecciones arqueológicas con el objetivo de validar nuestra hipótesis sobre la existencia de dicho asentamiento en las cercanías del Nombre de Dios colonial.

Figura 2. Foto desde la

Bahía de Nombre de Dios

señalando la Lomita de

Piedra. Foto. Tomás Mendizá-

bal, mayo 2014.

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Indicios arqueológicosA partir de los datos obtenidos del estudio histórico-cartográfico, opta-

mos por iniciar dichas prospecciones en la zona de colinas bajas situadas inmediatamente al este de Nombre de Dios, pasando el puente sobre el río “Fató” (Factor) y su llanura aluvial (Mendizábal y De Gracia, 2014). Estas colinas están cubiertas de un bosque secundario con sotobosque denso, que dificultaron la prospección e hicieron imposible avanzar en línea recta o realizar una prospección sistemática. Cabe señalar que desde estos pun-tos se domina todo el panorama noroeste con la bahía de Nombre de Dios y el poblado homónimo en primer plano (Figura 3).

Figura 3. Foto desde la lomita hacia la Bahía de Nombre de Dios. Foto. Tomás Mendizábal.

Mayo 2014.

Se procedió al sondeo de las cimas de la zona pero los hallazgos se ob-tuvieron en las laderas y en el fondo de una de estas lomas.

En total se realizaron 100 sondeos sub-superficiales, de los cuales 5 arrojaron resultados positivos con artefactos arqueológicos, además de 8 hallazgos de materiales antiguos, en superficie. Los sondeos, pequeñas ca-las de entre 30 y 40 cm de diámetro, se excavaron hasta llegar a los estratos arcillosos y culturalmente estériles que, por lo general, se sitúan a unos 20 a 25 cm de profundidad.

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Los artefactos recuperados evidencian la utilización continua de esta zona de Panamá, desde el período Precolombino hasta prácticamente la actualidad, con restos de cerámica prehispánica, cerámica del período co-lonial, mezclados con botellas y fragmentos de vidrio y lozas industriales de fines del siglo XIX e inicios del XX.

Sin duda alguna, los hallazgos más relevantes para nuestro proyecto de investigación fueron los materiales del período colonial, encontrados en superficie y en las inmediaciones de una pequeña elevación, llamada por sus habitantes la Lomita de Piedra (LdP), que se halla hacia el noreste de Nombre de Dios ( Figura 4).

Figura 4. Ubicación del sitio arqueológico de Santiago del Príncipe. La X señala el sitio co-

lonial de Nombre de Dios y los polígonos muestran las zonas prospectadas. Hacia el noreste

de la X está la Lomita de Piedra, el punto indica la localización del sondeo 20 y la unidad de

excavación 1. Nótese el río Fató inmediatamente al este de Nombre de Dios. Fuente: Tomás

Mendizábal sobre base cartográfica del Instituto Geográfico Nacional Tommy Guardia.

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Los restos aquí encontrados, procedentes de un área de más de 1 hectá-rea, indican la presencia de un yacimiento arqueológico utilizado durante la época colonial. A raíz de su localización, se prospectó la elevación con mayor detenimiento y se excavó una unidad de excavación (U1) de 1.4 x 1 m, de la cual se recuperaron más artefactos soterrados.

La cara norte de la LdP se caracteriza por un gran desnivel por lo que ofrece un bajo potencial arqueológico. Por ello, se prospectaron princi-palmente la cima y la ladera sur-suroeste. Fue aquí donde se dieron los principales hallazgos, especialmente en la zona suroeste del cerro donde el encargado de la finca (el sr. González) mantiene unos sembradíos de maíz y yuca que permiten una excelente visibilidad en superficie.

Los hallazgos se dieron tanto en superficie como soterrados, y consistie-ron principalmente en fragmentos de botijas peruleras del período colonial y una cerámica burda de pasta rojiza denominada criolla o Loza de Tierra, que constituye la vajilla de uso doméstico para la preparación y consumo de los alimentos, principalmente entre las clases con menor poder adqui-sitivo pero también utilizada en las cocinas de los ricos; muy frecuente en los contextos arqueológicos residenciales panameños entre los siglos XVI a inicios del XX (Linero Baroni, 2001; Rovira y otros, 2006; Schreg, 2010); destaca también el hallazgo de un artefacto metálico que parece ser una especie de cucharón (Figura 5).

Figura 5. Posible Cucharón. Foto: Tomás Mendizábal

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A juzgar por la localización de otros sondeos, el sitio se extiende por toda la ladera sur de la loma, por lo que la extensión alcanzaría más de 3 hectáreas. Estas evidencias indican sin lugar a dudas un yacimiento ar-queológico que se ajusta a la descripción de la localización de la Villa de Santiago del Príncipe. La zona sur y sureste de la LdP, que tiene un alto potencial arqueológico, no fue prospectada debido a la existencia de vege-tación baja muy densa.

Consideraciones finales y recomendacionesLa Villa de Santiago del Príncipe fue un efímero asentamiento de ne-

gros, ex-cimarrones, que vivieron –aproximadamente- 17 años hacia el este y a menos de media legua de Nombre de Dios. Allí construyeron sus casas, hicieron sus siembras, criaron sus animales y ayudaron a las autori-dades coloniales no solamente a pacificar a otros cimarrones, sino también a combatir las amenazas de corsarios y piratas (con éxito y pagando un alto precio, como demuestra el episodio del último ataque de Francis Drake a Nombre de Dios, en el que supuestamente también sucumbió Santiago, aunque por la mano de sus propios habitantes).

A partir de las evidencias históricas, cartográficas y materiales aquí pre-sentadas, concluimos que el yacimiento arqueológico situado en la Lomita de Piedra puede identificarse positivamente como el asiento de la villa de Santiago del Príncipe, poblada por los primeros negros formalmente libres de América, Don Luis de Mozambique y su gente, fundada en 1579 y su-puestamente destruida en 1596.

El sitio arqueológico está en una pequeña elevación, aproximadamente a media legua y a la vista de Nombre de Dios, prácticamente adyacente al río Fató, tal y como apuntan los documentos históricos. Se sitúa en tierra fértil para la siembra, prueba de ello es que hoy en día todavía se usa como sembradío por el cuidador de la propiedad.

Hasta el momento, no se han encontrado registros históricos de otros asentamientos o poblados cercanos a Nombre de Dios con estas caracte-rísticas, además de Santiago del Príncipe, por lo que los restos en la LdP constituyen el mejor candidato para la localización de la villa.

Cabe destacar la metodología empleada para el descubrimiento del si-tio. En primer lugar, se realizó analizando y siguiendo la documentación

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histórica, para proseguir con el estudio de planos topográficos, fotografías aéreas de la zona, trabajos arqueológicos anteriores con el fin de descartar y localizar posibles zonas de búsqueda en todo el territorio entre Portobelo y Nombre de Dios. En segundo lugar, una vez delimitado el territorio, se procedió a su prospección, sondeo y excavación. En este sentido destaca-mos el carácter interdisciplinario de esta investigación que, en un ejercicio conjunto de especialistas, ha llevado a la localización de la Villa de Santia-go del Príncipe.

El material arqueológico allí encontrado confirma su uso en el período colonial, pero igual de revelador es lo que no se encontró. A pesar de que las prospecciones fueron limitadas, no se hallaron fragmentos de mayóli-cas, cerámica ubicua en los contextos de las elites urbanas del siglo XVI y XVII. En consecuencia, su ausencia puede corroborar el hecho de que sus habitantes no tenían acceso a esa clase de vajillas finas y costosas, debido a su falta de recursos económicos, mientras que la presencia de cerámicas criollas de manufactura local, y la abundancia de botijas peruleras consti-tuyen una prueba del intercambio comercial entre Santiago del Príncipe y Nombre de Dios.

Los restos arqueológicos están esparcidos en un área que, según lo pros-pectado en la ladera suroeste de la LdP, ocupa alrededor de 1 hectárea. No obstante, el yacimiento muy probablemente se extiende por toda la ladera sur y sureste de la loma, en un área que abarcaría hasta las 3 hectáreas o más de terreno. Estos restos representan una aldea dispersa, de escasa densidad demográfica y de carácter efímero.

La documentación histórica sostiene que Don Luis de Mozambique y 51 personas más fueron los fundadores del pueblo, población que posi-blemente fue en aumento hasta su destrucción, tan sólo 17 años después. Consecuentemente, la baja densidad de los materiales puede ser un indica-tivo de la corta duración de este asentamiento.

Más allá de la complejidad de los rasgos arqueológicos muebles e in-muebles detectados o que se encuentren en un futuro en la LdP, su posible identificación como la villa de Santiago del Príncipe reviste de importancia y significado histórico tanto el hallazgo como la investigación. Sin duda alguna, se trata del primer pueblo de negros libres del continente ame-ricano, que dejó un precedente histórico imborrable en el devenir de los

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pueblos del istmo, cuando más de dos siglos antes de la abolición formal de la esclavitud en Panamá -en 1852-, ya algunos afrodescendientes podían integrarse a la sociedad colonial, como individuos libres (aunque sujetos a dificultades, desventajas y sufriendo discriminaciones), cuyos hijos tam-bién serían libres.

Adicionalmente, no se han realizado estudios arqueológicos en Panamá sobre los cimarrones o las comunidades negras en general, su modo de vida o su cultura material, aparte de las investigaciones de Robert Drolet en la década de 1970. En ese sentido se trata de un proyecto de investigación pionero en Panamá que ha de ser referente obligado de futuras investiga-ciones.

Hacia el futuro se recomienda revisar las colecciones arqueológicas ex-cavadas por Drolet que reposaban en las bodegas del Museo de Ciencias Naturales, cuando las condiciones de curaduría así lo permitan, y quizá revisitar el sitio PQ001 por él descubierto y que supuestamente represen-taba un verdadero palenque cimarrón (Drolet, 1980), con el propósito de obtener nuevas muestras para comparar la cultura material entre un pueblo de gente libre y uno de cimarrones fugitivos.

AgradecimientosEste trabajo se ha llevado a cabo con la ayuda del Ministerio de Educa-

ción y Cultura del programa AYUDAS EN RÉGIMEN DE CONCURREN-CIA COMPETITIVA PARA PROYECTOS ARQUEOLÓGICOS EN EL EX-TERIOR correspondientes al año 2012 y 2013 de España. Arqueología Afro colonial en Panamá. Investigación e intervención arqueológica en sitios de memoria de la Ruta del Esclavo de la UNESCO asociados en el Camino Real Español Intercontinental.

Queremos agradecer al propietario de la finca, Don Jaime Arias, las fa-cilidades que nos ha dado para poder hacer las catas en sus tierras, sin su comprensión este trabajo no hubiera sido posible.

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Ensayos

Una arteria del imperio entre occidente y orienteBethany Aram

El primer director del Museo Nacionalde PanamáHiram A. Moreno

Redescubriendo el paisaje cultural de Panamá ViejoGraciela Arosemena Díaz

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Una arteria del imperio entre occidente y oriente.Propuestas para canalizar la investigación interdisciplinar

Bethany Aram Universidad Pablo de Olavide, Sevilla [email protected]

PresentaciónLas siguientes reflexiones parten de un debate que surgió hace cuatro

años en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá, cuando presenté un análisis de los compromisos y conflictos legales de dos cro-nistas, Gonzalo Fernández de Oviedo y Antonio de Herrera y Tordesillas. Después de la conferencia, preguntó una colega si mi perspectiva no era un tanto Eurocentrista. Es una pregunta que me sigo planteando, sobre todo porque los centros y procesos de intercambios más destructivos, dinámicos y creativos de los siglos XVI y XVII, que es el mundo que pretendemos entender, no se ubicaban principalmente en Europa, sino en las Américas.

Aun así no deja de ser eurocéntrico mi análisis respecto a la decisión tomada por el cacique Ponca hace quinientos años de mandar guiar a Vasco Núñez de Balboa a estas costas del Mar del Sur, conmemorada en Panamá así como en Sevilla durante el año pasado. Quizás se salva por aportar alguna referencia documental o idea original, ya que la investigación, a mi criterio, no sirve para reiterar o confirmar lo que creemos saber, sino para abrir nuevos caminos.

Quisiera intentar abordar, en primer lugar, una visión europea, concre-tamente la de una élite cortesana ibérica, de las hazañas de Balboa con sus aliados indígenas, como parte del proceso de la reubicación de Europa en relación con otros tres continentes. En este sentido, las perlas y las especias permitían a las élites Europeas proyectar sus aspiraciones orientales sobre el istmo. Este interés convirtió al nexo Panamá-Nombre de Dios/Portobe-lo, en arterias principales, contestadas y vulnerables del imperio español.

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Ensayos▪Una arteria del imperio entre occidente y oriente

La demanda Europea, inicialmente centrada en las perlas, las especias, y, por supuesto, el oro, seguida por la de la plata de Potosí forjó una arteria del imperio hispánico por el Camino Real y por el Camino de Cruces. Por este motivo se podría considerar Panamá, Nombre de Dios y (después de 1597) Portobelo como puntos nodales hacia los cuales interesaría perfilar las elecciones, los rechazos o resistencias y los procesos de hibridación y transformación protagonizados por agentes locales – indígenas, africanos y europeos- de muchas “naciones” que convergían y se mezclaban aquí, y no en Europa, durante lo que podemos denominar la primera globalización. Son los trabajos de Beatriz Rovira y Alfredo Castillero Calvo, entre otros, que apuntan en esta dirección y que permiten lanzar, en la segunda par-te de este ensayo, otra propuesta para interrogar la primera globalización desde el Istmo.

El Amerocentrismo o Centroamerismo desde donde valdría la pena consi-derar una aportación a la historia global, intentaría superar el marco de las historias nacionales, que amenazan con tergiversar la historia al servicio de distintas naciones o, aún peor, nacionalismos. La historia nacional impone fronteras anacrónicas a procesos, gentes y productos que las transcienden.Asimismo conlleva cierto bagaje de positivismo del Siglo XIX. Pierde rigor científico cuando se utiliza para fines nacionalistas o separatistas, como su-cede algunas veces en o en contra de España. En lugar de crear identidades o esencias nacionales, desde el punto de vista histórico interesa abordar la construcción y articulación de fronteras e identidades mixtas, plurales, cambiantes y negociadas en los diferentes momentos estudiados.

En este sentido, el Istmo panameño se presentaba ante los españoles del Siglo XVI como un terreno privilegiado para acceder al oriente, una barre-ra terrestre llena de engaños y posibilidades. El nexo Panamá-Nombre de Dios se convirtió ya en el Siglo XVI en un camino para la convergencia de los cuatros continentes, encuentros asimétricos, devastadores, y creativos, en que interesa tanto lo que cruzaba estas tierras como lo que no, para abordar la naturaleza y los límites de la primera globalización a raíz de las elecciones, impactos y decisiones locales.

Este trabajo hace hincapié en el istmo de Panamá como un nexo privi-legiado para entender la primera globalización y las elecciones de agentes locales frente a la influencia de distintas potencias europeas, así como el

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auge de un comercio regional Pacífico. Existe la posibilidad de que el impe-rio español perdiera terreno, no tanto a rivales europeos, como a nuevos in-tereses comerciales y culturales durante el Siglo XVII. Se invitará un debate sobre las posibilidades de los registros arqueológicos y archivísticos explo-rados por Beatriz Rovira, Juan Guillermo Martín-Rincón, Alfredo Castille-ro Calvo y Carmen Mena García, entre otros especialistas, para abordar es-tas cuestiones. Asimismo se intentará considerar el impacto local, así como la transformación/apropiación, de distintos productos, la influencia de la creciente población de origen africano, y el desarrollo de nuevos circuitos económicos que competían con los forjados como una arteria del imperio español.

El atractivo del oriente y de las perlasLas perlas panameñas, codiciadas y celebradas por la Corona de Castilla,

ciertamente le aportaron menores ingresos que el oro, aunque posiblemen-te mayor prestigio. En ese sentido, la demanda europea (y hasta China) provocó una intensificación de la explotación mediante esclavos nativos y, a partir de 1575, de origen africano (Mena García, 1984). La imagen de la perla panameña que cautivaba Europa y le permitía reinventarse obviaba, por supuesto, la precariedad de su extracción. Una anécdota posiblemente apócrifa relatada por el médico renacentista Segoviano Andrés de Laguna sobre Cleopatra, la Reina de Egipto, subrayaba el valor de las perlas, y su asociación con el consumo conspicuo de la realeza. Según la traducción que Dioscordies hiciera de la obra De Materia Medica comentada por Lagu-na, la Reina de Egipto poseía dos pendientes de perlas, “los cuales en valor se estiman a dos muy ricas ciudades”. Durante una cena ofrecida por Mar-co Antonio, “para ostentar su magnificencia y grandeza” la Reina disolvió una de las perlas en vinagre para consumirla, y hubiera disuelto la otra en la copa de su marido si no le hubiesen detenido (Laguna, 1566: 515-6). Fuese o no apócrifa, la anécdota recoge el gran valor de las perlas así como su asociación con la realeza.

Las perlas, adoptadas como símbolo de las Reinas de la Casa de Austria, evocaban el oriente. En la época de Balboa, la presencia de perlas, tanto en el Caribe como en el Mar del Sur, se tomaba como una prueba de estar en las proximidades de las Indias Orientales. A principios de agosto de 1515,

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Ensayos▪Una arteria del imperio entre occidente y oriente

tres mensajeros de Gaspar de Morales, el sobrino y mayordomo de Pedra-rias Dávila, en el Golfo de San Miguel, llegaron a Santa María la Antigua del Darién, con la nueva de que el cacique de la isla denominada “de las Perlas” – después sería la Isla de las Flores y ahora la Isla de San Miguel -- se había bautizado “Pedrarias” y que sus habitantes se habían compro-metido, como vasallos de la Corona, a pagar un tributo de 100 marcos de perlas cada año. A la vista de esta y de otras expediciones que tenían en marcha, como la de Balboa a Dabaibe, los oficiales reales declararon que esperaban “ser aquel un Imperio mayor que el de los Romanos” (Archivo General de Indias [AGI], Patronato 26, R. 5, núm.32 [g], Vasco Núñez de Balboa al Rey [extracto], 16 octubre 1515). Este imperio, como el romano, lanzaría grandes proyectos que dependerían, finalmente, de sus agentes locales.

Al igual que el oro, las perlas movían grandes pasiones. Con el regreso del capitán Gaspar de Morales de la isla de las Perlas, se apartó la perla más magnífica traída para venderla en la almoneda pública. Según las cuentas del tesorero, efectivamente, fue comprada en la almoneda por un mercader, Pedro de Puerto, por 1.200 pesos de oro. La mejor descripción de la perla, y hasta su forma y tamaño dibujado, se encuentra en una carta que Balboa escribió al Rey dos meses más tarde.

Según el adelantado, la perla “horadada por lo alto en el pezón”... “pesa-ba diez tomines, muy perfecta, sin ninguna raya ni mácula, y de muy lindo color, lustre y hechura, que en verdad es joya que bien pertenencia para V.M., y más por ser destas partes...” Balboa indicó que Pedrarias obtuvo la perla después de que el mercader la había sacado de la almoneda, y que los oficiales reales, aunque tenían oro para poder comprar la joya para el rey, preferían cubrir sus propios sueldos (Álvarez Rubiano, 1944: 434; CoDoIn, 1881: 36: 405). Según esta crítica, el valor simbólico - más que económico - de la famosa perla hacía que debía pertenecer a la Corona.

El Acta de la Subasta de la “Perla Rica” en la plaza pública del Darién, custodiado en el Archivo de los Condes de Puñonrostro en Madrid, re-gistró un procedimiento minuciosamente legalista: El gobernador abrió la subasta con una oferta de mil pesos “porque él tenía mucha gana de aver la dicha perla para la enviar e servir con ella a su Alteza e porque la gen-te fuese aprovechada.” La oferta fue aprobada por los oficiales, “porque

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pensaban que recibía mucho provecho la hacienda de Sus Altezas”, con el asentimiento de Gaspar de Morales, Francisco Pizarro y los otros hombres presentes. Al no producirse otra oferta, el gobernador subió su propia puja a mil y cien pesos. Finalmente, el mercader Pedro del Puerto ofreció 1200 pesos y, al no surgir otra oferta tras varios días y pregones repetidos, en presencia del adelantado Vasco Núñez y otros testigos, el mercader se llevó la perla (Archivo de los Condes de Puñonrostro [ACP] 90-6a, “Escriptura de la perla que se remató en Pedro del Puerto mercader e de lo que paso en el almoneda”, 19 agosto 1515).

Según la relación de Gonzalo Fernández de Oviedo, Pedro del Puerto tuvo la perla “una noche o dos, e con mucho trabajo; e acordándose que había dado tanto por ella, no hacía sino suspirar, e se tornó cuasi loco”

(Fernández de Oviedo, 992, II: 203). El gobernador le sacó de esta tesitura al comprarle la perla por el mismo precio que el mercader había ofrecido. ¿Fue un engaño por parte de Pedrarias Dávila, como insinuaba Fernández de Oviedo? Hay mayores indicios de que Pedrarias deseaba dejarle la perla a su esposa, doña Isabel de Bobadilla, como rezaba su testamento redacta-do en 1514 (ante el mismo escribano Gonzalo Fernández de Oviedo) con respecto a la joya de su elección, “porque viéndola pueda haber más con-tinua memoria del amor que a su merced siempre tuvo, porque siempre se acuerde que ha de morir e que la espero en el otro siglo” (ACP, 117-17, Testamento de Pedrarias, 20 de marzo de 1514).

Poco después de su subasta, doña Isabel de Bobadilla llevaría la famosa perla con la memoria de su marido a Castilla para lo que le hiciera falta en la corte o en sus señoríos, donde procedería a ganar los pleitos que Gaspar de Morales no podía, a pesar de volver a Segovia antes que ella. Tras la muerte de Pedrarias en 1531, doña Isabel de Bobadilla alcanzó sendas mer-cedes a la vez que vendió dos perlas, probablemente incluida la que Balboa había dibujado, a su amiga, la Emperatriz Isabel, regente de Castilla, por 2000 pesos (ACP, 116-2g, Emperatriz Isabel a los oficiales de la provincia de Nicaragua, 14 enero 1532).

Tenía sentido que la Emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, luciera la famosa joya del Mar del Sur en un retrato post-mortem pintado por Tiziano (véase Figura 1), y que se llegaría a convertir en una piedra de

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toque de los Austrias.1 La perla, un símbolo oriental por excelencia, re-cordaba los logros y aspiraciones a veces enfrentadas de ambas potencias ibéricas en el Pacífico. Igualmente, en el imaginario Europeo, subrayaba y

1 Annemarie Jordan Gschwend argumenta que la perla lucida por la Emperatriz Isabel y después por María Tudor, no fue la misma joya que la “Perla Peregrina” identificada con Margarita de Austria, y posteriormente comprada por Richard Burton para Elizabeth Taylor. (Jordan Gschwend 2008: 163-183).

Figura 1. Tiziano, Retrato post-mortem de la Emperatriz Isabel [reproducido con el permiso del

Museo del Prado].

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parecía confirmar la proximidad entre la costa del Mar del Sur, la Isla de las Perlas, y las Molucas. Al contemplar este retrato, se puede discernir en el paisaje de la ventana la cima desde dónde Vasco Núñez de Balboa divisó el Mar del Sur en 1513, con el mismo mar del sur al fondo.

El sueño de la especieríaLas mismas asociaciones orientales que enriquecían las perlas apunta-

ban hacia la posibilidad de alcanzar las fuentes de la especiería - es decir las Molucas y la India - por el Mar del Sur. La intención de Carlos V desde 1521 fue reconducir el lucrativo comercio portugués a Panamá y a conti-nuación, a la Coruña, donde proyectaba una Casa de la Contratación de la Especiería. En relación con ese proyecto, el Emperador no dejaba de insistir en la necesidad de “descubrir la especiería por el Mar del Sur” (AGI, Pa-namá 233, tomo I, fol. 282, Los regentes a Pedrarias, 6 septiembre 1521 en Álvarez Rubiano, 1944: 528-531). La documentación de la época presenta este esfuerzo como la continuación y la culminación del “descubrimiento” iniciado por Balboa.

La esperanza de un paso natural navegable entre el Mar del Norte y el Mar del Sur persistía durante la década de 1520 a la par de una creencia en la proximidad de la especería. Las armas concedidas al capitán y alcalde mayor, Gaspar de Espinosa, en 1524, celebraron su tercer viaje “en la dicha Mar del Sur”, con el descubrimiento de “fasta cuatro cientos leguas de costa la vía del poniente” incluida “la boca de un estrecho por la dicha Mar del Sur que se cree que pasa a la del Norte” y ocho leguas “de costa que hera todo de cocos como los que ay en Calicud”. Los cocoteros parecían señalar las proximidades de la India. El escudo concedido a Espinosa representó a cuatro carabelas en señal - según el privilegio - de la esperanza de en-contrar la especiería (AGI, Panamá 233, L. 1. f.393-394v, El Rey Carlos al licenciado Gaspar de Espinosa, 5 marzo 1524. En: CoDoIn, 1883, Tomo I vol. 40: 155-160).

Al mismo tiempo, el Rey insistió en que el gobernador mandara explorar la zona donde los navíos no habían podido pasar “por las grandes corrien-tes que salen de la mar del norte a la del sur” y recalcó la importancia “del descubrimyento del dicho estrecho... así para el propósito de la contrata-ción de la especería como para que de una mar a otra se navegue y sepan

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los secretos que en aquellas partes ay”( AGI, Panamá, leg. 233, tomo I, fol. 367v, El Rey Carlos a Pedrarias Dávila, 16 abril 1524, en Álvarez Rubiano, 1944: 549). Pedrarias mandaría al capitán Francisco Hernández para ex-plorar la zona y fundar un pueblo, denominado Bruselas, en honor al rey y sus cortesanos, en lo que muy pronto llamaría “el estrecho dudoso” (AGI, Patronato 28, R. 18, núm. 1, Pedrarias [hológrafo] al Emperador, 10 abril 1525, en Álvarez Rubiano 1944: 555-558).

La Corona volvió a insistir en la proximidad de la especería en instruc-ciones al sucesor de Pedrarias en Castilla del Oro en 1526: “como acá se vos dixo de palabra, uno de los mas principales medios por donde parece que puede conseguirse el trato y comercio del especería que cae dentro de los límites de nuestra demarcación es trayéndolo y navegándolo por la mar del Sur por ser tan breve navegación para las nuestras islas de Maluco y las otras partes donde lo ay...”

De allí surgió la idea de conducir el mismo comercio a través de Pana-má y Nombre de Dios y las órdenes de estudiar las posibilidades sobre el terreno, “como la grandeza del negocio lo requiere”, y sin dilación, pues ya habían Armadas encaminadas hacía las islas de Maluco y el Mar del Sur con fray García de Loaisa y Sebastián Caboto (AGI, Panamá 233, L. 2, f. 147-147v, El rey, Instrucciones a Pedro de los Ríos, lugarteniente general y gobernador de Tierra Firme, 3 de mayo de 1526).

No obstante las aspiraciones de reconducir la especería, la ausencia de un estrecho natural de mar a mar y el coste del comercio terrestre entre Panamá y Nombre de Dios, aconsejaba desarrollar otra ruta. Desde 1532 a 1534 la Emperatriz y el Emperador pidieron al juez de residencia y licencia-do Antonio de la Gama, así como al gobernador Francisco de Barrionuevo, estudiar la posibilidad de establecer una ruta trans-istmíca que aprovecha-se el Río Chagres. En palabras de la Emperatriz, la idea era identificar un pasaje más directo “por donde, abierto este camino, podría pasar por él la especería” (AGI, Patronato 193, R.18, f. 8, Cédula de la Reina al lic. Antonio de la Gama, juez de Residencia, 12 de marzo de 1532).

Tras recibir el informe favorable de la Gama, el Emperador insistió en averiguar “que forma e horden se podría dar para abrir la dicha tierra e para que abierta se junte la mar del sur en el dicho río [de Chagres] de manera que aya navegación e que dificultad tierna así por el menguante de la mar

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como por la altura de la tierra e que costa de dineros e onbres seran meses-ter e en que tiempo se podrá faser...” (AGI, Patronato, 193, R.18, f. 35, Borra-dor de una cédula del Emperador a Francisco de Barrionuevo, 21 de enero de 1534). La idea, “si la especeria se descubiere” sería que la ciudad tam-bién se pudiera “proveer de mercaderías baratas” (AGI, Patronato,193,R.18, f. 13, Testimonio de Gonzalo Gallego, marinero, 10 de marzo de 1533). Se proyectó, entonces, el primer canal de Panamá ya en el Siglo XVI, si con-sideramos que, según Castillero Calvo la obra moderna es “básicamente el Chagres canalizado” (Castillero, 2008: 135). Mientras que aún seguía presente la idea de transportar “la especiería” a la Coruña en Galicia, desde el punto de vista de la ciudad de Panamá, la carestía de provisiones y sus precios elevadísimos hacían imprescindible la apertura del camino.

En el testimonio de la expedición, el Cacique del Río de Chagre llevó al gobernador y regidores de Panamá al sitio que recomendó para abrir el camino desde el Río a Panamá, que el gobernador bautizó el Puerto de Cruces o el “descargadero” (AGI, Patronato, 193, R.18, f.14-16, Testimonio del gobernador y regidores, 17 de marzo de 1533). Al observar la ruta ha-cia Panamá desde un cerro alto, Cristóbal Rodríguez, regidor, y Diego de Esquivel, estanciero, acordaron seguirla junto a Pedro de Frutos y Alonso Palomino, detrás de “un Indio del Cacique del Río Chagre” llamado Barto-lomé y encomendado a Alonso Palomino, y quién decía conocer el camino. Al llegar a Panamá sería premiado con “una camisa muy buena” mientras que los tres “hombres negros” que abrieron el camino, probablemente es-clavos, recibían solamente sus raciones (AGI, Patronato, 193, R.18, f. 24-27, Expedición de Cruces a Panamá, 22 de marzo de 1533).

Medio siglo después, no cabía la menor duda sobre la primerísima im-portancia estratégica del camino real entre el Mar del Sur y el del Norte así como la del camino de Chagres. Es más, surgió una propuesta firmada por el obispo de Verapaz en 1587 para “romper cinco leguas por el rio de Chagre[s] y hazer que la una mar se juntase con la otra, que sería una de las hazañas famosas del mundo, y de grandísima importancia para las nave-gaciones de España al Perú y para la Especería que tan cerca está de Pana-má” (Hispanic Society of America, New York, Altamira 9/I/7, Fray Antonio, obispo de Verapaz, a Mateo Vázquez, recibido en Madrid el 2 de julio de 1587). En efecto, se volvía a proponer la construcción del canal de Panamá.

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¿Por qué, entonces, no se llegó a construir hasta el Siglo XX?, ¿se juzgó conveniente mantener las barreras naturales contra piratas como Francis Drake y, más adelante, Henry Morgan?, ¿fueron los Cimarrones otro impe-dimento, con o sin sus aliados corsarios?, ¿o resultó una inversión demasia-do grande para la época de crisis que se iniciaría en la década de 1590? Sin duda las circunstancias se vieron agravadas por el contexto bélico contra Inglaterra, así como la revuelta de los Países Bajos.

Aún queda por demostrar la naturaleza de la crisis del Siglo XVII –indu-dable desde el punto de vista de la monarquía Hispánica y recientemente analizado como un suceso global (Parker, 2013)- en Panamá la Vieja y su impacto en el comercio regional Pacífico. El hecho de que llegara menos plata a las arcas del Rey de Castilla no perjudicaba necesariamente al mer-cader o al artesano en Panamá. De forma significativa, no dejaba de au-mentar la cantidad de esclavos africanos que cruzaban el istmo.

Tradicionalmente se ha achacado un supuesto “declive económico del Siglo XVII” a la zona debido a una caída en las exportaciones desde Por-tobelo a Sevilla, a la vez que un auge de incursiones de otras potencias Europeas. Al mismo tiempo, tanto Alfredo Castillero Calvo como Beatriz Rovira, en distintos artículos, han señalado la presencia de porcelana china en las ruinas de Panamá La Vieja (Castillero, 2005; Castillero, 2006; Rovira, 2001; Rivera y Martín, 2008). ¿Hasta qué punto llegaban productos asiáti-cos a Panamá y a qué demanda local respondían? Según Castillero Calvo, hay un declive en la importación de productos Europeos en Panamá entre 1630 y 1640 (Castillero, 2008). ¿Es posible que hayan sido sustituidos por bienes asiáticos? La tesis doctoral de José Luis Gasch, defendida en 2012 en el Instituto Europeo de Florencia, documenta un proceso parecido en México, donde una fuerte demanda de sedas y porcelanas asiáticas que llegaban en el Galeón de Manila entre 1565 y 1630 superó con creces la de Sevilla (Gasch, 2012). Sin embargo, la demanda europea se extendía mucho más allá que Sevilla y las preferencias de las élites Holandesas, por ejemplo, no tenían por qué coincidir con las de las Sevillanas.

Un paso más allá, Rovira ha identificado una industria cerámica local cuyos búcaros se exportaban al mundo colonial y a Europa. Es decir, se-gún mi lectura de sus trabajos, los productos asiáticos llegaba a Panamá, donde los artesanos diseñaban sus propias cerámicas para otros mercados

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americanos y europeos (Rovira y Gaitán Ammann, 2010). Son datos alta-mente sugerentes y que piden una reconstrucción y evaluación sistemática de las rutas del comercio regional pacíficos y asiáticos. Sería imprescindible evaluar su importancia más allá que la “fuga” de plata e impacto frente al comercio Atlántico, especialmente el que eludía el control de la monarquía hispánica.

Solamente un proyecto interdisciplinar podría intentar sistematizar y cruzar los registros archivísticos y arqueológicos para aclarar, de esta ma-nera, la escala y naturaleza del comercio regional Pacífico, y, además, faci-litar una reconstrucción de las redes que transportaron y transformaban a las personas y sus condiciones de vida. La naturaleza fragmentaria y parcial de las fuentes que sobreviven para elaborar tanto el registro arqueológico como el archivístico nos obliga a buscar herramientas para unirlos. De allí podría surgir la posibilidad de desarrollar una perspectiva verdaderamente amerocéntrica, tan lógica como necesaria, para una aproximación a los re-sultados divergentes y diversos de la primera globalización.

Agradecimientos Una versión anterior de este trabajo fue presentada en la Facultad de

Humanidades de la Universidad de Panamá el 15 de abril de 2014. Se agra-decen las sugerencias aportadas por las profesoras Beatriz Rovira, Yolanda Marco Serra, Marcela Camargo, María Rosa Muñoz, y por el señor Arís-tides Royo en esa ocasión. Se agradece asimismo el apoyo económico del proyecto P09-HUM 5330, “Nuevos Productos Atlánticos…” dirigido por el profesor Bartolomé Yun Casalilla, así como de una ayuda del CEI Cambio (Universidad Pablo de Olavide) para la realización de visitas preparatorias de proyectos europeos.

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Tras las elusivas huellas de Rafael T. Marquís Oropeza.El primer director del Museo Nacional de Panamá

Hiram A. MorenoMuseo de Ciencias Naturales de Caracas. [email protected]

PresentaciónSe presenta un breve recorrido biográfico sobre el venezolano Rafael To-

bías Marquís Oropeza, el primer director del Museo Nacional de Panamá y exponen, de manera sucinta y sin pretensión de exhaustividad, las elusivas huellas de su significativa contribución y esfuerzo a los pasos iniciales del museo. Así mismo, se pondera la actividad científica y la docencia des-plegada por Marquís en el transcurso de su temporal estancia panameña. Visto esto desde el ámbito latinoamericano de la museología de ciencias naturales, donde hallaremos rasgos compartidos entre instituciones aná-logas, establecidas en las últimas décadas del siglo XIX y las iniciales del XX, como son una frágil instauración o el precario apoyo económico y su obligada atadura a las circunstancias y vaivenes de la política nacional. Al parecer, dos vertientes importantes se desprenden de la actividad intelec-tual de R.T. Marquís: la evaluación de los recursos florísticos panameños, haciendo énfasis en las plantas útiles o de aprovechamiento económico. Y el insoslayable ejercicio de la docencia en la naciente república.

IntroducciónEl origen de los museos en Latinoamérica, y específicamente los deno-

minados museos de historia natural, está signado por las ideas políticas y sociales de progreso y del arropamiento secular de la naturaleza como pro-veedora de bienestar económico. Una cornucopia brindada por los extensos y feraces territorios, inexplorados o escasamente explorados, del continen-te. Para ese momento, la ciencia era estimada como fuente de progreso y los

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museos propendían a la condición de agente “civilizador” (Carrillo Trueba, 2002-2003). Entre 1870 y las primeras décadas del Siglo XX surgirán mu-chos de los museos latinoamericanos (Lopes, 2000) y a nuestro parecer, compartirán, como telón de fondo, el ineludible empeño de un naturalista extranjero o connacional en su puesta en marcha o cristalización, allende del acto administrativo fundacional.

Por otro lado, se propone como modo de acercamiento a las ideas y procesos relacionados con esta “museología” finisecular, reconocer cómo muchas de esas instituciones, también llamadas museos nacionales (afin-cado, sí se quiere, en los procesos de constitución e identidad de los esta-dos nacionales), adquieren en nuestro ámbito y en sus pasos iniciales la pregnancia de una cámara de maravillas o de un gabinete de curiosidades -sensu lato-. Dado esto por el heteróclito1 abigarramiento de los fondos de colección y de su ordenamiento; una particular narrativa expográfica y su asunción como un artefacto público de constatación. Cercano, por su heterogeneidad y disposición, al epítome de la totalidad que hallaríamos en tales recintos y a su ingenua confianza por alcanzar la representación general de la naturaleza (Dujovne, 1995) o la Scala naturae y el “principio de plenitud” (Carrillo Trueba, 2002-2003:34).

A escasos doce meses de la independencia de la Nueva Granada, el go-bierno liberal encabezado por Manuel Amador Guerrero, junto al secreta-rio de Instrucción Pública y Justicia Melchor Lasso de la Vega, promueven la erección del Museo Nacional de Panamá (1904), en la capital de la na-ciente república (Sánchez Laws, 2007). Dos años más tarde, contratan al ingeniero agrónomo venezolano Henrique Defendente Luppi, oriundo del estado andino de Trujillo, para colectar especímenes de historia natural a través de la geografía istmeña y establecer los primordios de los fondos de colección de dicha institución. En los inicios, y cónsono con el Decreto N° 220 de 26 de octubre de 1906, la Biblioteca y el Museo Nacional comparten la misma edificación (Solís, 1992).

Henrique Defendente Luppi, hijo de inmigrantes italianos, había obte-nido su grado académico (1897) en la Universidad de Pisa (Toscana, Italia). En 1902, regenta las cátedras de Agricultura y Economía Rural en la Uni-

1 Irregular, extraño, fuera de orden (http://www.rae.es/recursos/diccionarios/drae).

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versidad de Caracas (Pacheco Troconis, 2008, 2009). Sin embargo, ciertas desavenencias con el entorno político del presidente Cipriano Castro lo fuerzan a emigrar y elige radicarse en Panamá, donde posteriormente pu-blicaría el trabajo “La agricultura en Panamá” (Tipografía Sosa y Paredes).

Nuevo e importante paso en el camino del progreso Con estas palabras remata Ernesto Hoffman, en el Nº 66 de “El Heraldo

del Istmo” (1906:346), su descripción acerca del Museo Nacional (MN), “no cabe duda que con la fundación del Museo, Panamá dio un gran paso hacia la civilización. La República de Panamá ha sentado plaza entre las naciones civilizadas del mundo, desde que vino a la vida independiente en 1903”.

Hoffman, para ese momento, dirige el recién establecido, 16 de abril de 1906, Colegio Nacional de Comercio e Idiomas.

En su conciso artículo, describe la sala de exposiciones y da a conocer parte del material expuesto: muestras de rocas y minerales más dos seccio-nes. Una, la vegetal, agrupa a los especímenes de plantas útiles -medicina-les, oleaginosas, tintóreas y fibrosas- y la otra, denominada “Etnográfica”, correspondía a objetos arqueológicos y etnográficos. Resalta la presencia de la decoración u ornamento de una vasija, dice “tiene caracteres de la diosa del hogar azteca” y los trajes indígenas pintados y elaborados con corteza de árbol; junto a fotografías donde se evidencia el uso de los mis-mos en festividades católicas.

A dos años de su inauguración, se devela en las propias palabras del director R. T. Marquís el siguiente cuadro, “…funciona en un salón de 154 metros cuadrados, donde ha sido imposible establecer las secciones reque-ridas; carece de un órgano propio de publicidad y su personal administra-tivo se halla reducido á un Director y un Portero. Sin embargo, el Museo cuenta hoy con 2843 objetos, de los cuales 2640 son de Historia Natural.” (Marquís, 1908b:215-216).

Los pasos inaugurales del Museo NacionalHasta ahora, se han encontrado cinco informes de R.T. Marquís acerca

de las actividades del MN, en la revista Reseña Escolar (órgano oficial de la Secretaría de Instrucción Pública y Justicia); el inicial corresponde al mes de diciembre de 1906 (Marquís, 1907). Reporta allí, el incremento de las

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colecciones botánicas -gracias a la donación realizada por el gobernador de la provincia de Coclé- y de las secciones zoológica y mineralógica -por la donación de particulares nacionales y extranjeros- y señala la asistencia de alumnos a las conferencias diarias sobre historia natural. Así mismo, ha asesorado a ingenieros extranjeros sobre yacimientos de “carbonato dicú-prico” en Coclé y Los Santos; y sobre producción de madera para ebanis-tería y construcción.

En el mes de diciembre de 1906, el MN fue visitado por 121 personas. Para enero del año siguiente (Marquís, 1907a), el libro de visitantes arrojó un total de 103 personas. Se amplió la colección de maderas de construc-ción, así como la sección zoológica. Marquís trabaja en el montaje artístico de una colección de aves. El profesor de Ciencias Naturales Cristóbal M. Hicken (1875 – 1933) del Instituto Superior de Agronomía y Veterinaria (Facultad de Agronomía, Universidad de Buenos Aires, Argentina) visitó el museo y expresó “benévolos conceptos” para el mismo.

En junio del mismo año, el MN llega a 110 visitantes (Marquís, 1907b). Ha recibido varias publicaciones y algunas de éstas, remitidas por el sabio naturalista Carlos E. Porter (1867 – 1942), director del Museo de Historia Natural de Valparaíso, Chile.

Porter ejercería dicho cargo por más de una década, desde 1897 hasta 1911 (Bahamonde, 1983; Gajardo Tobar, 1969) y a la postre sería un inva-luable soporte del trabajo científico y museológico de Marquís.

A tenor del informe, el MN agrupa para esta época por lo menos seis secciones. Las designaremos, de manera tentativa, como las naturalia: Mineralógica, Botánica y Zoológica y las artificialia: Artística, Industrial e Historia. Para todas éstas ha recibido donaciones de “objetos” y reporta, entre otras, el ingreso por donación de la obra “Hombre que ríe” de Ro-berto Lewis, premiada en Francia. En una nota de la revista Nuevos Ritos (Nº 8, año 1, 15 de mayo de 1907), dice que la intención de Lewis es la de “iniciar la galería artística de nuestro Museo…y hacer de nuestra educación estética no una vana palabra sino una hermosa realidad”.

Inicia correspondencia con instituciones análogas de Caracas, San Sal-vador, San José de Costa Rica, México y La Habana, para solicitar canje de productos y publicaciones. Alude a lo reducido del espacio ocupado por el museo y de una propuesta de ensanche emanada de la Secretaría de

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Instrucción Pública. Tiene en preparación un catálogo general de las co-lecciones.

El Informe N° 6 (Marquís, 1907c) es del mes de julio de 1907. El MN re-cibió a 220 personas. Nuevos ingresos en la sección Zoológica: donación de 22 aves y la adquisición de 40 ejemplares de Lepidoptera. Acusa recibo de publicaciones y correspondencia de otras instituciones -Chile, Argentina y Venezuela-. Solicita la elaboración de mobiliario: “cuadros para insectos” y de “vidrieras para las aves”; así como adquirir sillas para la dirección. En “Gastos” aparece el detalle de la compra de artículos de escritorio, jabón y toallas, entre otros rubros. Al parecer, el museo cuenta con una asignación mensual de 4 Balboas para su funcionamiento.

El último informe hallado corresponde al 1° de octubre de 1097 (Mar-quís, 1907d). Lo señala como Informe N° 7 y corresponde a los meses de agosto y septiembre. El público visitante llega a 237 personas. Comunica el ingreso de muestras en la sección Mineralogía y ejemplares en Zoolo-gía; en su mayoría se trata de insectos, algunos donados por Porter y otros colectados por Marquís. En la Etnográfica, hachas de sílex y “un cacharro indígena de arcilla”. En Historia, copias de planos del territorio del istmo y en Artística, un trabajo en cera.

Menciona haber recibido publicaciones, entre éstas la Revista Chilena de Historia Natural. Dicta clases de esa materia, con el apoyo didáctico de las colecciones, a los Colegios Nacional de Comercio e Idiomas y Superior de Señoritas. Realiza algún intercambio con el Museo Pedagógico de San-tiago de Chile.

En “Gastos” está indicada la asignación mensual de 4 Balboas, recibien-do las correspondientes a los meses de agosto y septiembre, y un saldo a su favor del mes anterior. Los egresos son por compra de materiales de oficina; naftalina para la conservación de animales, ácido clorhídrico y alcohol. Así como gastos por envío de correspondencia y canje con otros museos; lava-do de toallas y el transporte de una caja.

Además de los documentos ya descritos, aparece una extensa nota de Marquís en el N° 10 de Reseña Escolar (1908b). No está encabezado como informe, sin embargo, el texto es un llamado de atención acerca de las con-diciones del MN (arriba referidas en “Nuevo e importante paso en el cami-no del progreso”). Aclarando, en otros acápites, las circunstancias que han

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obstaculizado el adecuado desarrollo de la institución y la miope pondera-ción expresada por parte de sectores de la sociedad panameña.

Señalando, además, la aprobación de una ley por la Asamblea Nacio-nal, que destina recursos económicos para el fomento del museo. Insiste en la consecución de un edificio apropiado “ya que es esta la más urgente necesidad”. Más adelante, “el material que hoy existe, es bueno y abundan-te, y ordenado debidamente en lugar á propósito, respondería satisfacto-riamente al objeto de la Institución. La cantidad destinada por el Gobier-no á su fomento, empleada concienzudamente aumentaría lo mucho que existe.”(Marquís, 1908b:216).

En el camino de la exploración científicaPromovido por la Secretaría de Instrucción Pública encabeza una “Co-

misión Científica Exploradora” a la provincia de Coclé. Los cinco miem-bros, R.T. Marquís, J.E. Calvo, O. Méndez, B. Quintero T. y S. Sucre, parten desde Aguadulce, el 5 de febrero de 1908, a la localidad de Calobre, con el propósito de estudiar sus aguas termales y colectar muestras de rocas y plantas para el MN (Marquís y otros, 1908). Trabajan en la evaluación de la calidad de las aguas de cinco pozos (temperatura; densidad; olor y pre-sencia de burbujas gaseosas y de ciertos compuestos solubles) localizados a las orillas del río Las Guías; visitan una localidad hipogea llamada “la casa de piedra”, cercana al caserío de Monjarás y exploran en Los Volcanes la presencia, según los habitantes de la zona, de unos supuestos cráteres.

Describe, puntualmente, el entorno fisiográfico y florístico del recorrido e incluye un croquis de los pozos de Calobre. Herboriza helechos y colecta especímenes vivos de orquídeas. Reconoce varias familias pertenecientes a la flora terapéutica e industrial; procurando herborizar la mayoría de éstas. Abandonan la idea de alcanzar la ciénaga o laguna Yeguada, debido a lo in-transitable del camino y el despeado de las bestias de carga. La exploración finaliza con el retorno a Calobre.

Otro miembro de la comisión, J.E. Calvo, entrega un ulterior y corto artículo (1908), donde expresa su opinión sobre la calidad de las aguas ter-males. Enfatiza en la alusión a ese recurso y las dificultades para su explo-tación.

El director del MN va a permanecer en la provincia de Coclé y aprovecha

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para estudiar algunas plantas útiles de la región (Marquís, 1908). Acompa-ñado por el clérigo José Suárez y el señor M.J. Conte, ambos inspectores de instrucción pública, emprenden viaje al caserío de Río Grande. Allí en las cercanías hallan semienterrada y de manera fortuita “una estatua tallada en basalto”. El clérigo estaba encargado de remitir la pieza, posteriormente, al museo para su ingreso a la sección de Arqueología.

Realiza una evaluación rápida de especies vegetales usadas para dife-rentes fines por los habitantes locales: las textiles, como el malaguete (Ma-lagueta Xylopia frutescens o malagueto X. aromatica, Annonaceae), cuya corteza aporta la fibra utilizada para elaborar cuerdas; oleaginosas, como la cera vegetal y el lolá; algunas especies maderables para ebanistería y construcción; y finalmente realiza un estudio sobre plantas tintóreas, es-pecíficamente la chisna (Arrabidaea chica, Bignoneaceae), luego publicado en Reseña Escolar (Marquís 1908a).

Finiquita su informe con las siguientes palabras. “Es de desearse que el estudio de las riquezas naturales con que cuenta la Provincia de Coclé, se haga con más calma, para que así pueda redundar en beneficio de ella y del país en general”. (Marquís, 1908:106).

El aventajado discípulo de H. D. LuppiEl venezolano Rafael Tobías Marquís Oropeza, nacido en Carora (estado

Lara), llegó a estar al frente, cuando menos durante seis años, del novísimo Museo Nacional de Panamá. Según Escobar (1987); el MN fue instalado en el antiguo Colegio de Artes y Oficios y Marquís sería sustituido por Demetrio H. Brid en 1912. Señala, además, cinco secciones que agrupaban a los disímiles “productos” del museo: Ciencias Naturales, Arte, Historia, Etnología y Arqueología.

Rafael Tobías era hijo de Manuel María Marquís y de la educadora caro-reña Francisca Oropeza de Marquís (Zubillaga Perera, 1967), fundadora de la escuela particular para niñas “Santa Teresa”. Sus primeros estudios son realizados en la Escuela Federal Anexa al Colegio Federal Carora de su ciu-dad natal (Cortés Riera, 1997). Erigido, primero como “La Esperanza”, en las postrimerías del siglo XIX por el Dr. Ramón Pompilio Oropeza. Egresa el 13 de julio de 1898 con el título de bachiller en Ciencias Filosóficas (Cor-tés Riera idem:95).

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Trasladándose, más tarde, a la población de Curarigua para ocuparse por un tiempo en la actividad comercial. Recibe una beca, concedida por el general Rafael González Pacheco, a la sazón presidente del estado Lara, para estudiar en el “Instituto Agrario o Agronómico” establecido, en Cara-cas (1900), por Henrique D. Luppi (Zubillaga Perera ídem:24).

Estando al tanto de las capacidades del joven Rafael Tobías, Luppi lo ins-ta a seguirlo a Panamá y reanudar sus estudios. Luego, continuaría en los Estados Unidos y obtendría un título académico en Agronomía. Retorna a Panamá y retoma la senda de su progenitora: el magisterio y con mayor ventaja el de las ciencias naturales en el propio MN y en colegios públi-cos, recién creados, como el Nacional de Comercio e Idiomas, el Instituto Nacional, la Escuela de Artes y Oficios o en los planteles de formación de las futuras educadoras panameñas, las Escuelas Superior de Señoritas y Normal de Institutoras. Así como, en los institutos privados Colegio de la Inmaculada y Marina.

Entre otros de sus trabajos, se encuentra “Algunas palmeras industriales de la flora istmeña” (1908c); publicado en Panamá y modificado como ar-tículo para la Revista Chilena de Historia Natural (1909:225-236). Ambos fueron dedicados al profesor Carlos E. Porter, director del Museo de Val-paraíso y director fundador de dicha revista. El trabajo sobre las Arecaceae útiles había sido, posiblemente parte, de la tesis de doctorado en Nueva York.

En Reseña Escolar se encuentran dos escritos adicionales de Marquís: El opúsculo biográfico acerca de “el gran sabio” Carlos Linneo (1908d:67-68), admitido para una importante revista de México (1908a) y una apreciación sobre los llamados “museos escolares” (1908:94), que también fuera publi-cada en el periódico La Estrella de Panamá.

Transitados algunos años en el istmo, decide regresar a Venezuela. Se establece en la ciudad de Carora y funda el “Liceo Contreras” (1915), un instituto exclusivo para señoritas (Zubillaga Perera, 1967). Así mismo, di-rige junto a María Perera en 1916, el quincenario científico y literario Mi-nerva -órgano del Liceo Contreras-. Cuatro años más tarde, aparece como responsable de la revista de literatura y ciencia Vendimia, también publica-da en dicha ciudad del occidente venezolano.

En 1921 ocurre una nueva mudanza, se traslada a la ciudad de Valera

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(estado Trujillo). Allí fundaría el Colegio “Padre Rosado” y al año siguiente, fallecería un 10 de agosto (Zubillaga Perera, 1967).

La educación desde el Museo NacionalR.T. Marquís supo vislumbrar el rol preponderante del Museo Nacional

(MN) para la educación, en términos generales, y con mayor pertinencia para la enseñanza y práctica de las ciencias naturales. Todo esto en el con-texto formativo de la nacionalidad panameña y en un país que desconocía sus valiosos recursos bióticos y abióticos, así como sus potencialidades. Por otro lado, se impulsaban, con denodado esfuerzo, las bases de las políticas públicas en materia de educación y proporcionaban las necesarias institu-ciones educativas del naciente país.

Así mismo, Marquís apreció y cultivó el tangible vínculo entre edu-cación y museo. Su idea puede considerarse un antecedente en la larga marcha hacia un concepto contemporáneo; como lo encontraríamos en las recomendaciones de la 22ª Conferencia general del Consejo Internacional de Museos (ICOM por sus siglas en inglés) del año 2007, en Viena, Austria.

Sin embargo, el MN no tuvo la necesaria recepción de la sociedad pa-nameña y al parecer, de las personalidades que asumirán, ulteriormente, la conducción del gobierno; lo cual llevaría a la institución a su parálisis y, años más tarde, a su irrevocable disolución como fue conocida en sus inicios. Un proceso que guarda cierto paralelismo con lo ocurrido en Venezuela y en su Museo Nacional, fundado e impulsado por Gustavo Adolfo Ernst entre 1874 y 1875 (Vilera, 2012; González, 2007).

A modo de conclusión provisionalDe los trabajos de Rafael T. Marquís Oropeza se desprenden una línea

de desarrollo y una actividad: el levantamiento de información y evalua-ción de los recursos florísticos panameños (haciendo énfasis en las plantas útiles o de aprovechamiento económico) y su insoslayable actividad do-cente en Panamá. Luego retomada, con el mismo empuje, en los estados Lara y Trujillo de su país natal, Venezuela. Ésta última, integrada a su febril participación en los pasos iniciales del Museo Nacional de Panamá.

Ambas pueden ponderarse de manera precaria; en tanto la revisión bi-bliográfica y hemerográfica está muy lejos de ser exhaustiva. Empero, se

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encuentran rasgos comunes entre los museos latinoamericanos de ciencias naturales o de historia natural. Una frágil instauración y un apoyo limitado y constreñido a las circunstancias y vaivenes de la política nacional son parte de esos rasgos. Así mismo, lo son las ideas y las nociones que gravi-taban en torno al “artefacto” que llamamos museo.

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Redescubriendo el paisaje cultural de Panamá Viejo.Una mirada introductoria

Graciela Arosemena Díaz Investigadora independiente, [email protected]

PresentaciónEn el año 2012, el Patronato Panamá Viejo desarrolló el Plan de Recu-

peración Sostenible del Paisaje Cultural del Conjunto Histórico, elaborado por quien suscribe, conjuntamente con su Departamento de Arquitectura.

Esta experiencia, y sucesivos trabajos sobre la temática, me han llevado a considerar cómo la interacción cultural con el entorno, y la del entorno so-bre las evidencias culturales, han tejido un escenario indivisible de Panamá Viejo. Escenario al cual se denomina “paisaje cultural”.

En este ensayo reflexiono acerca de cómo el entorno no ha sido un silencioso testigo de la historia, sino que el entorno mismo es historia desde el momento en que fue el lienzo sobre el que se expresaron los primeros pobladores del sitio, hace miles de años; pasando por las transformaciones generadas por la ciudad colonial, su abandono; hasta las intervenciones modernas en el sitio, dejando su huella en el paisaje resultante hoy. Parale-lamente, manifiesto el insuficiente reconocimiento del valor de ese paisaje cultural y su potencial interpretativo.

Finalmente, en este trabajo discierno sobre cómo el Plan del Paisaje Cul-tural de Panamá Viejo contribuye a introducir la naturaleza, el territorio y sus recursos en la interpretación y puesta en valor del sitio.

Antecedentes: El concepto de “paisaje cultural”El término paisaje cultural ha sido raramente utilizado en la concepción

de Panamá Viejo, y dada la novedad en el abordaje del concepto cabe la necesidad de definirlo brevemente.

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Existen diversas definiciones y enfoques sobre el término paisaje, pero a grandes rasgos se refiere a la parte visible del medio ambiente (Navés, Aro-semena, Ruíz, Martínez y otros, 2004), es el entorno natural y/o antrópico (Ávarez Muárriz, 2011), sin precisar de ningún tipo de valoración estética.

El concepto paisaje además integra los factores que intervienen en la relación del ser humano con el entorno. De manera que la propia definición ya se encuentra relacionada al aspecto cultural, ya sea por el hecho de que una persona observa, aprecia y valora; y en algunos casos (aunque no siem-pre) porque alguien ha intervenido en el paisaje.

Por lo tanto, hablar de paisaje cultural, puede ser ya en sí mismo, una repetición. Sin embargo, reconocer valores culturales en el paisaje implica exclusivamente la interacción humana y del entorno en forma conjunta, a lo largo de la historia.

Se considera paisaje cultural la expresión visual de una cultura (o varias) en el uso de los recursos naturales de un territorio dado. Este paisaje refleja años de evolución de la acción natural y humana; la natural definida por el medio y sus recursos, y la humana por el modelo de ocupación y/o aprove-chamiento del territorio y sus recursos.

Panamá Viejo ¿un paisaje cultural?Los elementos que definen el paisaje cultural están presentes en Pa-

namá Viejo. Es ampliamente conocido que en Panamá Viejo el entorno natural ha sido transformado por varias culturas, pero además la propia evolución natural también ha interactuado con las huellas culturales visi-bles actualmente.

Cada cultura, sus actividades y sus decisiones sobre el territorio, a lo largo de la historia de Panamá Viejo, ha generado un “estrato” del paisaje, en algunos casos estratos desaparecidos hoy, pero no por ello de poca im-portancia. En esta evolución histórica del paisaje, se pueden identificar las siguientes etapas:

Paisaje prehispánico. A través de las crónicas de los conquistadores

españoles, es conocido que el territorio en el que fundaron la ciudad de Pa-

namá, estaba ocupado por una aldea indígena perteneciente a grupos de la

lengua Cueva, y a través de la arqueología y la paleoecología, sabemos que

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sus actividades transformaron a lo largo de los siglos, el bosque natural en

una sabana antrópica, un paisaje de sabana. Sin embargo, de esta etapa no

quedan rastros visibles, más sí a nivel arqueológico.

Paisaje colonial. La transformación de la colonia generó varios escena-

rios, el más evidente, el paisaje urbano asociado a la ciudad colonial, su tra-

zado, y edificaciones; y además el paisaje del hinterland1 , el territorio del que

la ciudad se abastecía de recursos para alimentación (agrícolas y ganaderos),

recursos forestales para la construcción de edificaciones principalmente. El

paisaje prehispánico de la aldea y sabana, fue transformado en una ciudad y

un área de producción agropecuaria extensiva.

Paisaje de la ciudad abandonada. Es de todos conocido, que a raíz del

asedio de la Ciudad de Panamá por el pirata Morgan, la misma fue abando-

nada en el año 1671. Durante cerca de 300 años, la ciudad estuvo a merced de

la acción de la naturaleza, quedando progresivamente deteriorada. En esta

etapa la ciudad, sus calles y edificios se fueron desdibujando, a la vez que se

fundían con la vegetación, consolidándose la “imagen de ruina”, tal como

fue reconocida Panamá Viejo en el siglo XX.

Paisaje moderno. A principios del siglo XX, es probable que las circuns-

tancias inciertas de la separación de Panamá con Colombia, crearan la ne-

cesidad de definir una identidad nacional, y que como consecuencia de ello

se emprendieran labores de rescate de las ruinas de Panamá Viejo. Iniciando

así una nueva etapa del paisaje del sitio, con la remoción de vegetación y

limpieza de las ruinas. Esta pudo ser la génesis de esa labor de conservación de

los monumentos que se lleva acabo en la actualidad. Podemos considerar que

inclusive las propias labores de consolidación y conservación de ruinas, deja una

huella cultural en el paisaje, una manera de valorar y gestionar el territorio.

Sin embargo, el mayor impacto transformador del paisaje, es la huella de la ciudad moderna, provocando una modificación de proporciones nunca antes vista en Panamá Viejo. Un asedio urbano iniciado hace más de cua-renta años, que ha ido menoscabando la integridad y el perfil paisajístico del sitio.

1 Término de origen alemán, utilizado para designar al área de influencia de un asentamiento sobre el territorio que le rodea.

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La lectura de esta huella cultural, es un indicador de los desafortunados valores de una parte de la sociedad actual, sobre Panamá Viejo y el patri-monio histórico.

Pero no sólo en el ámbito antrópico el paisaje de Panamá Viejo ha cam-biado, el entorno natural también lo ha hecho, destacándose el rápido cre-cimiento del manglar a partir de inicios del siglo XXI.

Ante lo descrito, se puede afirmar que se puede hablar de una evolución histórica del paisaje de Panamá Viejo, y que el mismo ha sido producto de la acción humana sobre el medio y viceversa, es decir un paisaje cultural.

La puesta en valor del paisaje culturalA partir de los años noventa, en el ámbito de la gestión de los sitios

arqueológicos, comenzó a surgir el concepto de “parque arqueológico” o “parque histórico”, lo cual implicó el surgimiento de nuevos criterios de puesta en valor. Entre ellos apareció el aspecto de la puesta en valor y pro-tección del paisaje (Orejas Saco del Valle, 2001).

Bajo ese espíritu de “parque histórico” se conceptualizó a mediados de

Figura 1. Perfil del paisaje moderno de Panamá Viejo, 2012. El reciente crecimiento del

manglar y el progresivo crecimiento urbano reciente, compiten visualmente con la torre de la

catedral de Panamá Viejo. Foto: Graciela Arosemena Díaz.

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los años 90, el Conjunto Monumental Histórico de Panamá Viejo (CMHPV) de forma coherente, sin embargo hasta hace poco es que ha surgido el as-pecto de la valoración del paisaje.

Los primeros indicios de valoración del paisaje se puede percibir indi-rectamente por el Plan Maestro (Caribe Law Environmental, 1999), al con-siderar que “la condición de ruina es una característica crucial e invariable de la autenticidad del sitio”. Aunque no concreta explícitamente una valo-ración del entorno, la idea de ruina está contenida no sólo por los restos en sí, de origen humano, sino también por la acción de la naturaleza sobre los elementos culturales que generaron esa condición de ruina.

Figura 2. Ruinas del Convento de la Compañía de Jesús y el entorno vegetal, paisaje repre-

sentativo del sitio. Foto: Graciela Arosemena Díaz.

Sin embargo, sobre la valoración del paisaje cultural, no existen referen-tes documentales ni experiencias técnicas en el ámbito nacional, por tanto, las aportaciones antecesoras referentes en este sentido se han dado en el ámbito internacional.

Se destaca el Seminario sobre Parques Arqueológicos realizado en Es-

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Ensayos▪Redescubriendo el paisaje cultural de Panamá Viejo

paña en 1989 y publicado por el Ministerio de Cultura en 1993, en donde se establecen una serie de aspectos que definen los fundamentos de “parque arqueológico”, entre los cuales recalcamos los relacionados con el tema de la recuperación paisajística:

• Un parque arqueológico es un bien inmueble, ya sea “zona arqueológica

o conjunto histórico”, y se plantea la necesidad de que esté conectado con su

medio natural, ya que es lo que le da el carácter al sitio.

• Los restos arqueológicos deben estar contextualizados en su medio, de

tal forma que el visitante comprenda el papel del sitio y los vínculos con su

entorno a lo largo de la historia.

Figura 3. Calle de Santo Domingo Casa Alarcón, y el Convento de Santo Domingo, 2012.

Las ruinas, la espontaneidad del crecimiento vegetal presentes a través del roble de sabana

(Tabebuia rosea) y el árbol Panamá (Sterculia apetala), junto con la recuperación del trazado

de la calle, evidencian distintos “estratos” del paisaje cultural de Panamá Viejo. Foto: Graciela

Arosemena Díaz.

La valoración del entorno como parte del patrimonio de Panamá Viejo, ha sido tímidamente abordada en la gestión del Sitio. Sobre este aspecto, en el Plan Maestro de Panamá Viejo (Caribe Law Environmental, 1999), se establecía la necesidad de tomar en cuenta el entorno y la naturaleza del Sitio cuando establece que ‘su desarrollo como lugar histórico deberá ser acompañado por un desarrollo ambiental que resalte la naturaleza del sitio.’

Valorar el paisaje abre la posibilidad de integrar en la interpretación del sitio aspectos históricos tales como las distintas maneras de concebir y aprovechar el territorio y los recursos naturales en cada cultura, o cómo el entorno ha ejercido su influencia sobre la configuración de Panamá Viejo, inclusive en la actualidad, con el crecimiento del manglar.

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Cabe mencionar, que de hecho, siempre que se aprecie un territorio como paisaje, implica unos valores culturales, aunque estos valores no ne-cesariamente son excepcionales y universales. (UNESCO, 2009).

El Plan de Recuperación del Paisaje CulturalSobre la base de la necesidad de orientar y recuperar el paisaje cultural

de Panamá Viejo, se desarrolló en el año 2012 el Plan de recuperación sos-tenible del paisaje cultural del CMHPV.

La esencia de dicho plan es la definición de estrategias para la valora-ción del paisaje, que evidencien las interrelaciones humanas con el entorno que se dieron en Panamá Viejo, interpretando los diferentes modelos de intervención en el territorio. Aunque la recuperación del paisaje tiene como objetivo mejorar la lectura de la ciudad colonial, siguiendo el criterio marco de la gestión del sitio, todas las huellas, tanto culturales como naturales, que han dejado su marca en Panamá Viejo son reconocidas por el Plan, y forman parte de la estrategia de interpretación del sitio.

Además establece la recuperación de espacios abiertos como claustros, huertas y patios, de la ciudad colonial, como elementos de un paisaje cul-tural a escala doméstica que deben intervenirse para su adecuada lectura, bajo los criterios de conservación de monumentos y de recuperación de jardines históricos. Pero también establece que esto no puede llegar a eje-cutarse íntegramente sin un profundo trabajo investigativo.

Sobre la huella natural, el Plan reconoce la vegetación arbórea presente en Panamá Viejo, como elemento que contextualiza las ruinas con el entor-no, pero además, tienen el potencial de contar parte de la evolución del pai-saje del sitio, los árboles que han llegado por crecimiento espontáneo en el pasado, o los que fueron introducidos con objetivos puramente ornamen-tales en otra época, e inclusive el hecho de encontrar especies exóticas en el sitio, reflejan aspectos sobre la historia de la interrelación natural y humana del sitio y de nuestro País. Paralelamente se identifica que el entorno de Pa-namá Viejo posee un gran valor ecológico y ambiental, con la presencia de ecosistemas marinos, fauna, especialmente la avifauna, y el Plan lo plantea como un activo más de la visita al sitio y un escenario de las ruinas.

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Ensayos▪Redescubriendo el paisaje cultural de Panamá Viejo

Reflexión finalEs posible afirmar después de lo expuesto, que Panamá Viejo cuenta con

una rica historia de la evolución del paisaje, que además posee el poten-cial para ser explicado y apreciado. El Plan de Recuperación Sostenible del Paisaje Cultural del CMHPV, es apenas un primer paso hacia el reconoci-miento del paisaje cultural, su recuperación y puesta en valor. Un paisaje que, ante este ejercicio de redescubrimiento, podemos concluir que no es estático y su evolución es un proceso dinámico y continuo en el tiempo.

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Referencias Bibliográficas

Álvarez, Luis2011. La categoría de Paisaje Cultural. Revista de Antropología Iberoame-ricana. Volumen 6 no.1. Enero-Abril. pp. 57-80. Documento electrónico. http://www.redalyc.org/pdf/623/62321332004.pdf, Consultado en: marzo, 2015.

Caribe Law Environmental. 1999. Plan Maestro de la puesta en valor del conjunto monumental histórico de Panamá Viejo. Panamá. Documento inédito presentado al Patronato Panamá Viejo.

Navés, Francesc, Graciela Arosemena, Conchita Martínez y otros.2004. Arquitectura del paisaje rural. Barcelona. Omega.

Orejas Saco del Valle, Almudena 2001. Los parques arqueológicos y el paisaje como patrimonio. Ar-queoweb no. 3-1. Documento electrónico. http://www.pendientedemigra-cion.ucm.es/info/arqueoweb/pdf/3-1/almudenaorejas.pdf, Consultado en: marzo, 2015.

UNESCO2009. World Heritage Cultural Landscapes. A Handbook for Conservation and Management. World Heritage papers No. 26.

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Reseña bibliográfica PANAMÁ: HISTORIA CONTEMPORÁNEA (1808-2013)

Dirigida por: Dr. Alfredo Castillero Calvo. Alfaguara Grupo Editorial. Fundación MAPFRE. España 2014, 707 pp.

Guillermina I. De Gracia

La bibliografía existente sobre la historia panameña durante los

Siglos XIX y XX es escasa y poco ac-tualizada. Este libro, Panamá: His-toria Contemporánea (1808-2013), compila de manera sucinta el desa-rrollo histórico de esa época.

El Dr. Castillero Calvo reúne en este libro a historiadores y especia-listas de la talla de: Fernando Apari-cio, Marcela Camargo R., Marco A. Gandásegui, hijo, Carlos Guevara Mann, Yolanda Marco Serra, Juan Moreno Labón o Rodrigo Noriega, quienes a lo largo de estas 707 páginas analizan y describen de forma muy amena la historia del país a través de la investigación sobre la vida política, su relación con el mundo y el desarro-llo de los procesos económicos contemporáneos. Asimismo se describen la población, la sociedad y la cultura de ambos siglos.

Para iniciar ese recorrido los historiadores Fernando Aparicio y Carlos Guevara Mann desarrollan el debate en torno a la vida política de los Siglos XIX y XX, respectivamente, aportando datos estadísticos sobre el desarrollo de la Independencia de Panamá de España tras casi 300 años de dominio. Ese hecho supondrá el comienzo de lo que sería una nueva época para nuestra historia: la unión a Colombia. Los acontecimientos más importan-

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Reseñas Bibliográficas

tes de esos 82 años (1821-1903) son relatados por los autores a través de una prosa crítica y reflexiva. Seguidamente se llega al Siglo XX en el que surge Panamá como república independiente y como escribe Guevara Mann “la historia política de Panamá del Siglo XX se puede interpretar de varias ma-neras. Una de ellas es como una difícil progresión hacia la democracia…”.

Es de resaltar el ensayo de Rodrigo Noriega, que nos ofrece un amplio panorama sobre algunos datos de la historia panameña, que como él co-menta, son “pocos conocidos”. Ese análisis hace un énfasis del cuestionado surgimiento del istmo como país independiente gracias a la intervención norteamericana, remarcando cómo el Siglo XX fue un período lleno de acontecimientos que sentarían las bases para el estado-nación que hoy es Panamá.

El libro se adentra en escudriñar los procesos económicos acontecidos durante los últimos dos siglos. El Dr. Castillero Calvo explica los remanen-tes de la época colonial durante el Siglo XIX, el estancamiento económico y los impactos que se sucedieron con la construcción del Canal Francés, hasta la llegada del nuevo siglo bajo una nueva estructura económica. En el personal ensayo de Juan Moreno Lobón se abarcan 100 años de histo-ria, abordando los hitos más importantes bajo una perspectiva económica global e individual, entre los que se encuentra la venta por parte del Estado de los servicios públicos y las repercusiones que esto tuvo en las clases sociales.

Otro tema que se aborda en esta publicación es la organización de la sociedad en un país, que para ese momento, contaba con la población más escasa de toda Hispanoamérica. La pluma de Fernando Aparicio nos da una introducción a esa sociedad de inicios del Siglo XIX con esas caracte-rísticas particulares. Un departamento de Panama que estaba alejado de la ciudad capital de Bogotá y que tenía que satisfacer sus necesidades de una forma muy particular. Dentro de ese amplio panorama que nos presenta, el Prof. Aparicio hace hincapié en cómo -durante la construcción del Canal Francés- se incorpora un nuevo grupo y como a inicios del Siglo XX hay un cambio en esta nueva República, producto de la migración.

Seguimos leyendo en este libro esa historia de la nueva República. Aho-ra es el Prof. Marcos Gandásegui, hijo, quien reafirma cómo la coyuntura histórica del país fue propiciando los procesos migratorios que caracteriza-

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ron entre 1950 y 1980 la evolución demográfica de la capital y del resto de las ciudades terminales.

Escasas investigaciones han abordado de manera tan especial el desa-rrollo de la vida cotidiana en el país en estos dos siglos como el ensayo de la Prof. Marcela Camargo y la Prof. Yolanda Marco Serra, que trata temas como la alimentación y la moda de la época siempre desde un punto de vista histórico. También analizan la educación y la arquitectura; la estratifi-cación social y cultural de la ciudad sin olvidar los sucesos que marcaron el interior del país, entre los que destacan el nacimiento de la nueva República y el proceso de transición que sucedió desde 1821 a 1903.

Para finalizar este caminar por la historia la Prof. Yolanda Marco Serra, en su apartado sobre la formación de la nacionalidad y la educación en el Siglo XX aporta datos y reflexiones sobre la evolución del sistema educativo panameño tal y como lo conocemos hoy, que surgió gracias al interés de los gobernantes de la incipiente República de 1903, quienes a la vista de la falta de profesionales decidieron crear el Instituto Nacional en 1909. Adicional-mente, en esta investigación de la historia de la educación en Panamá, se puede leer desde el surgimiento de la Universidad de Panamá y de otras instituciones que lograron consolidar el devenir del desarrollo académico en este país.

El libro que estamos reseñando es un valioso aporte principalmente a futuras generaciones de historiadores, en él se consolida de manera di-námica la visión de hechos que construyeron lo que hoy es este país, esta sociedad, esta nación.

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Reseña SEMINARIO ExPERIENCIAS EN lA INTERPRETACIóN HISTóRICA

ARquITECTóNICA dE RuINAS MONuMENTAlES: El CASO dEl

ClAuSTRO dEl CONvENTO dE SANTO dOMINgO

Guillermina I. De Gracia

El día 24 de junio del 2015 se celebró el Seminario

“Experiencias en la interpre-tación histórica y arquitectó-nica de ruinas monumenta-les: el caso del Claustro del Convento de Santo Domin-go”, con una duración de cin-co horas. La actividad estuvo dirigida a la comunidad aca-démica: investigadores, profesores y estudiantes universitarios de diversas disciplinas como arquitectura, antropología, historia y física, entre otras ciencias.

La finalidad del Seminario era dar a conocer los resultados de la in-vestigación multidisciplinaria de mano del equipo que ha llevado a cabo este proyecto durante tres años consecutivos; donde el eje central ha sido conocer -a través del estudio desde diversas áreas- el claustro de Santo Domingo.

Este seminario buscaba que el proceso de presentación sucediera en un ambiente cordial y abierto, motivo por el cual el programa fue presentado de forma interactiva, existiendo intercambio no solo entre los diferentes investigadores, sino con los mismos participantes. Por esta razón el curso se realizó en las instalaciones del Patronato Panamá Viejo y se utilizó una metodología de charla-conversatorio donde los investigadores mostraron

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Reseña▪Experiencias en la interpretación histórica arquitectónica de ruinas monumentales:

el caso del Claustro del Convento de Santo Domingo.

los resultados y diferentes enfoques del trabajo multidisciplinario que se ha venido llevando a cabo desde inicios del año 2012.

En la jornada de trabajo participaron siete expositores: el Dr. Alexis Mo-jica, quien durante su exposición habló de “Las aplicación de nuevas tec-nologías en la prospección arqueológica no invasiva: uso de tomografía de resistividad en la electricidad; la Dra. Mirta Linero Baroni: “Conjunto Con-ventual de Santo Domingo. Caracterización arqueológica preliminar del claustro”; el Arquitecto Félix Durán: “La Modelación tridimensional arqui-tectónica una herramienta gráfica interpretativa de la evolución histórica del Convento de Santo Domingo” y la Dra. Graciela Arosemena: “La vege-tación como instrumento para la interpretación del patrimonio edificado: El claustro del Convento de Santo Domingo”. Finalmente el seminario fue cerrado con la presentación de los pasantes Félix Mantilla, Victoria Ada-

mes y Benito De Gracia, que hablaron de su “Ex-periencia del programa de pasantía”.

El seminario se vio gra-tamente enriquecido con la participación de los pre-sentes, quienes por medio de preguntas e intercam-bio de opiniones apor-taron nuevos puntos de vista a la presentación de cada uno de los ponentes.

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