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XXXII DOMINGO ORDINARIO, CICLO B Lecturas: 1Re 17, 10-16; Heb9,24-28; Mc 12, 38-44. “Mientras que la sociedad y la cultura occidental se han construido, dicen los especialistas, sobre el concepto de la culpa, la unidad cultural que formaba la cuenca mediterránea durante los siglos en torno al cambio de era estaba sostenida por el concepto del honor, que sería muy cercano a lo que un occidental entiende como respeto, reconocimiento público de la propia dignidad y valor social; el punto de contacto entre el estatus reclamado por alguien y el reconocido por los demás. Este concepto de honor es lo que determinaba el lugar de alguien en la sociedad 1 .” Aunque el honor dependía del grupo social al que uno pertenecía, era patrimonio del grupo, se podía adquirir o aumentar de diversas formas, por ejemplo a través de obras de beneficiencia…el honor se manifestaba con signos externos, en los ropajes, en los saludos y tratamientos, en los lugares que se ocupaban en las sinagogas y en los banquetes. Es claro que Jesús -como lo muestra el evangelio que hoy leemos- desafía las normas convencionales de honor y critica los signos honorables tan del gusto de los escribas: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.” Jesús sabe que el honor ante Dios es muy diferente que el honor ante los hombres. Él sabe que el honor de una pobre viuda tiene más valor ante Dios que los gestos opulentos de los ricos: “Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó 1 R.AGUIRRE, C.BERNABÉ Y C.GIL, Qué se sabe de Jesús de Nazaret, Ed. Verbo Divino, Navarra 2011, p.48 1

108 Homilía XXXII Ord (B), 08nov15

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Homilia del P. Antonio Kuri Breña, M.Sp.S.

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Page 1: 108 Homilía XXXII Ord (B), 08nov15

XXXII DOMINGO ORDINARIO, CICLO B

Lecturas: 1Re 17, 10-16; Heb9,24-28; Mc 12, 38-44.

“Mientras que la sociedad y la cultura occidental se han construido, dicen los especialistas, sobre el concepto de la culpa, la unidad cultural que formaba la cuenca mediterránea durante los siglos en torno al cambio de era estaba sostenida por el concepto del honor, que sería muy cercano a lo que un occidental entiende como respeto, reconocimiento público de la propia dignidad y valor social; el punto de contacto entre el estatus reclamado por alguien y el reconocido por los demás. Este concepto de honor es lo que determinaba el lugar de alguien en la sociedad 1.” Aunque el honor dependía del grupo social al que uno pertenecía, era patrimonio del grupo, se podía adquirir o aumentar de diversas formas, por ejemplo a través de obras de beneficiencia…el honor se manifestaba con signos externos, en los ropajes, en los saludos y tratamientos, en los lugares que se ocupaban en las sinagogas y en los banquetes.

Es claro que Jesús -como lo muestra el evangelio que hoy leemos- desafía las normas convencionales de honor y critica los signos honorables tan del gusto de los escribas: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.”

Jesús sabe que el honor ante Dios es muy diferente que el honor ante los hombres. Él sabe que el honor de una pobre viuda tiene más valor ante Dios que los gestos opulentos de los ricos: “Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas. Llamando a sus discípulos, les dijo: Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.”

Jesús enseña a sus discípulos a no buscar los lugares considerados como más honorables: “Cuando alguien te invite a una boda, no ocupes el primer puesto; no sea que haya otro invitado más importante que tú y el que os invitó a los dos vaya a decirte que le cedas el puesto al otro. Entonces, abochornado, tendrás que ocupar el último puesto. Cuando te inviten, ve y ocupa el último puesto. Así, cuando llegue el que te invitó, te dirá: Amigo, sube a un puesto superior. Y quedarás honrado en presencia de todos los invitados.” (Lc 14, 8-10). Les enseña también a no invitar a la gente distinguida que prestigia con su presencia, sino a los tenidos por deshonorables: “Cuando ofrezcas una comida o una cena, no invites a tus amigos o hermanos o parientes o a los vecinos ricos; porque ellos a su vez te invitarán y quedarás pagado.

1 R.AGUIRRE, C.BERNABÉ Y C.GIL, Qué se sabe de Jesús de Nazaret, Ed. Verbo Divino, Navarra 2011, p.48

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Cuando des un banquete, invita a pobres, mancos, cojos y ciegos. Dichoso tú, porque ellos no pueden pagarte; pero te pagarán cuando resuciten los justos.” (Lc 14, 12-14).

Pero no sólo eso, sino que Jesús conoció el colmo de lo deshonorable, la mayor de las vergüenzas: la muerte en cruz. Pero precisamente porque supo humillarse y entregarse hasta la muerte y muerte de cruz, Dios lo exaltó a lo más alto; porque ante Dios el honor es muy diferente que ante los hombres. El verdadero y único Sumo Sacerdote Jesús lo fue no por su “honorabilidad”, ni por sus ropajes o su estatus, sino por su entrega hasta el final. Así lo explica la carta a los Hebreos, que hoy leemos: “Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena; si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, a los que lo esperan, para salvarlos.”

Porque al que se empequeñece, Dios lo exalta, y al que se entrega, Dios lo colma en abundancia. Como a aquella pobre viuda que –creyendo en la palabra del profeta Elías- supo entregar de su pobreza lo único que tenía para alimentar al hombre de Dios: un puñado de harina y un poco de aceite. Aunque ella sabía que ese puñado de harina en el cántaro y ese poco de aceite en la alcuza no era suficiente ni para ella ni para su hijo, lo donó a Elías, pues confiaba en la promesa de Dios que decía: “"La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra.” Y así fue. El mensaje es claro: a quien da con generosidad, Dios lo colma. Al que se abaja, Dios lo exalta.

Escuchar este mensaje nos hace bien a los hombres y mujeres del siglo XXI, que también podemos estar en busca de prestigio social y honorabilidad. Porque también a nosotros nos gustan las reverencias y los aplausos. También a nosotros nos seducen los asientos de honor en la comunidad y los primeros puestos en los banquetes. También se nos da bien el ostentar títulos y privilegios.

“En una importante tradición judía, las riquezas y la abundancia de bienes materiales eran signo de la bendición divina. Jesús lleva una vida pobre y envía a sus discípulos en un ministerio pobre sin ningún tipo de recursos materiales…El tesoro que vale para Jesús no es el que se acumula en la tierra, sino el que se deposita en el cielo…Jesús proclamaba una alternativa social –el Reinado de Dios- y hacía de su vida una denuncia visible de los valores dominantes entre las élites.2” Y nosotros, ¿le creemos a Jesús y seguimos sus caminos?

Antonio Kuri Breña Romero de Terreros, msps.

2 Op.cit. pp. 89-902