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115 Homilía Navidad (C),24dic15

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Homilia del P. Antonio Kuri, M.Sp.S.

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NAVIDAD, MISA DE MEDIA NOCHE

Lecturas: Is 9, 1-3. 5-6; Tit 2, 11-14; Lc 2, 1-14.

El motivo de nuestra alegría lo canta Isaías: “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva sobre sus hombros el signo del imperio y su nombre será “Consejero admirable”, “Dios poderoso” “Padre sempiterno”, “Príncipe de la paz”; para extender el principado con una paz sin límites sobre el trono de David y sobre su reino; para establecerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y para siempre. El celo del Señor lo realizará.”

La narración de Lucas presenta las circunstancias en las que nació este hijo de David, Jesús. Circunstancias que transparentan su manera de vivir. Este “Dios poderoso” llevó la vida de un pobre entre los pobres, que no nace en el centro sino en la periferia; no nace a la luz del día sino en la oscuridad de la noche; no nace rodeado de honores sino escondido y ninguneado, reconocido únicamente por un puñado de pastores que velaban cuidando por turnos sus rebaños. Jesús nace como tantos otros excluidos, que no son sino desechos, sobrantes de esta sociedad.

Jesús llevó siempre una vida itinerante, a la intemperie. Y nació de la misma manera cuando José su padre, debido al edicto promulgado por César Augusto que ordenaba un censo de todo el imperio, tuvo que dirigirse desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David llamad Belén, para empadronarse juntamente con María su esposa, que estaba encinta. Y mientras estaban ahí, le llegó a María el tiempo de dar a luz y tuvo a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada.

Este es el primer signo de la libertad con la que vivió Jesús: su vida itinerante, a la intemperie. La vida itinerante de Jesús en medio de los pobres de Galilea es el primer símbolo vivo de su libertad y de su fe en el Reino de Dios. Los evangelios presentan a Jesús en continua itinerancia: Él no vive de un trabajo remunerado; no posee casa ni tierra alguna; no tiene que responder ante ningún recaudador; no lleva consigo moneda alguna con la imagen del César. Él es el profeta itinerante que no tiene dónde recostar la cabeza, que no cesa de caminar ligero de equipaje, y que invita a sus discípulos a hacer lo mismo.

Jesús ha abandonado la seguridad del sistema para «entrar» confiadamente en el reino de Dios. Y para ello ha abandonado su familia y su pueblo. Sus paisanos y familiares de Nazaret no vieron con buenos ojos esta decisión de Jesús, pero él no buscaba la aprobación social. La región de la Galilea es el lugar donde Jesús convocó a su nueva familia, donde encontró a su madre y sus hermanos nuevos, que oyen la Palabra de Dios y la cumplen. La Galilea de los pobres y marginados es donde él inicia su predicación, es el lugar de los atormentados a quienes Jesús liberaba. En Galilea Jesús es bien acogido y su fama se extiende; muchos de sus seguidores procedían de Galilea.

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Sin embargo Jesús no se detiene en Galilea, sino que camina por ciudades y aldeas predicando la buena noticia del Reino. Él no se limita a ir a los lugares donde tiene asegurada la acogida, también va allí donde los judíos no son bien recibidos. Y allí, en medio de los “extranjeros” samaritanos, Jesús también encuentra fe y solidaridad.

Jesús termina su vida itinerante en Jerusalén, el centro del poder. En ese lugar Jesús no fue bien recibido; de hecho allí –fuera de Jerusalén- es donde dio el testimonio supremo de su muerte. Jesús venció su miedo y su tristeza al enfrentarse a su ciudad santa. Lloró y se lamentó amargamente por Jerusalén, su ciudad: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los enviados! ¡Cuántas veces intenté reunir a tus hijos como la gallina reúne la pollada bajo sus alas, y ustedes se resistieron!”. A pesar del dolor, la tristeza y el miedo, Jesús no claudicó, fue fiel hasta el final. He allí un ejemplo de libertad verdadera.

Lucas comenta que, cuando los pastores recibieron el anuncio del nacimiento del pequeño Jesús, vieron su ángel, la gloria del Señor los cercó de resplandor, escucharon el canto de la multitud del ejército celeste, que alababa a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en lo alto y en la tierra paz a los hombres que él ama! Comprendieron que se les daba una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo: “Hoy nos ha nacido en la Ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor.”

Nosotros quizá tenemos una imagen muy bucólica de los pastores, pero en tiempos de Jesús estas personas no gozaban de muy buena fama; eran gente de la que había que desconfiar. He aquí un segundo rasgo de la libertad con la que Jesús se movía: su amistad con los pecadores y los desclasados. Jesús hizo una clara y libre opción por los marginados; son ellos los destinatarios de su misión. Su predicación a los pobres es señal de que El es el Mesías. Para Jesús, los pobres son bienaventurados, pues viene el Rey que implantará la justicia y transformará la realidad de opresión y marginación en que viven. Convive con todos ellos: prostitutas, samaritanos, leprosos, pobres, niños, viudas, ignorantes, enfermos, etc. En sus parábolas de misericordia resalta su interés y su bondad hacia el pecador, lo mismo en las actitudes concretas que tuvo hacia ellos. Su identificación con los marginados es tan plena, que quien sirve a los marginados está sirviendo a Jesús mismo.

Hacer que nazca Jesús nuevamente es imitarlo en su manera de vivir, asumir su causa y sus valores. Sus seguidores, su Iglesia, hemos de recuperar esta memoria viva, haciéndola carne de nuestra carne, viviendo con la misma libertad con la que vivió Jesús. Libertad ante la deshonra que puede significar vivir al estilo de Jesús en una sociedad como la nuestra. Libertad para no sucumbir a la comodidad de nuestro encierro, que nos enferma. Libertad para salir a la calle, a la intemperie, aunque nos accidentemos. Libertad para movernos, para cambiar, para comprometernos. Libertad para seguir a Aquél de quien se dijo que era un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores, perturbado mental, revolucionario. Libertad para ser fieles al que murió entre malhechores. Libertad para resucitar como él, de todas nuestras muertes y para proclamar el Nombre por quien podemos salvarnos.

Antonio Kuri Breña Romero de Terreros, msps.

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