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V DOMINGO ORDINARIO Lecturas: Is 6, 1-2ª. 3-8; 1Cor 12, 31-13,3; Lc 4, 21-30. Es sabido que los 66 capítulos de los que se compone el extenso libro del profeta Isaías no son obra de un único autor, sino de tres o más autores distintos que vivieron épocas muy diversas en la historia de Israel. En un período de al menos 250 años se fueron elaborando estos oráculos proféticos: desde el siglo VIII aC en el que el poderoso imperio asirio iba en creciente, hasta el siglo IV aC, fecha en la que inicia la restauración del pueblo judío, después de la dramática experiencia del Exilio en Babilonia. El fragmento que hoy escuchamos es el texto de vocación del primer Isaías, un profeta que “hubo de vivir dramáticamente las graves situaciones políticas generadas por la guerra sirio-efraimita (a partir del 734 aC) y el avance imparable del ejército asirio. Intervino activamente en ambas situaciones, aconsejando a los respectivos monarcas en la toma de decisiones 1 .” El primer Isaías fue un consejero político, al que le tocó sortear situaciones muy incómodas y comprometedoras. El pensamiento contrastante del primer Isaías es claro: El Señor Yhwh es tres veces santo, trascendente y absolutamente puro. En cambio, el ser humano por su fragilidad se muestra rebelde y neciamente arrogante, lo que con frecuencia le lleva a cometer errores de perspectiva y actuación, que lo separan del Señor. Este contraste absoluto se ve claramente reflejado en su texto vocacional: ante la excelsitud del santo y Señor de los ejércitos, cuya gloria llena la tierra y cuyo clamor hace retemblar el templo, el profeta se experimenta a sí mismo como un hombre de labios impuros, que habita en medio de un pueblo de labios impuros. Una vez que sus labios han sido purificados por el fuego del altar, y que experimenta que ha desaparecido su culpa y está perdonado su pecado, 1 Introducción al libro del profeta Isaías de la Biblia hispanoamericana. Traducción interconfesional. Verbo Divino, navarra 2013, p. 557. 1

122 Homilía v Ord (C),07feb16

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Homilia del P. Antonio kuri Romero, MSps.

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V DOMINGO ORDINARIO

Lecturas: Is 6, 1-2ª. 3-8; 1Cor 12, 31-13,3; Lc 4, 21-30.

Es sabido que los 66 capítulos de los que se compone el extenso libro del profeta Isaías no son obra de un único autor, sino de tres o más autores distintos que vivieron épocas muy diversas en la historia de Israel. En un período de al menos 250 años se fueron elaborando estos oráculos proféticos: desde el siglo VIII aC en el que el poderoso imperio asirio iba en creciente, hasta el siglo IV aC, fecha en la que inicia la restauración del pueblo judío, después de la dramática experiencia del Exilio en Babilonia.

El fragmento que hoy escuchamos es el texto de vocación del primer Isaías, un profeta que “hubo de vivir dramáticamente las graves situaciones políticas generadas por la guerra sirio-efraimita (a partir del 734 aC) y el avance imparable del ejército asirio. Intervino activamente en ambas situaciones, aconsejando a los respectivos monarcas en la toma de decisiones1.” El primer Isaías fue un consejero político, al que le tocó sortear situaciones muy incómodas y comprometedoras.

El pensamiento contrastante del primer Isaías es claro: El Señor Yhwh es tres veces santo, trascendente y absolutamente puro. En cambio, el ser humano por su fragilidad se muestra rebelde y neciamente arrogante, lo que con frecuencia le lleva a cometer errores de perspectiva y actuación, que lo separan del Señor. Este contraste absoluto se ve claramente reflejado en su texto vocacional: ante la excelsitud del santo y Señor de los ejércitos, cuya gloria llena la tierra y cuyo clamor hace retemblar el templo, el profeta se experimenta a sí mismo como un hombre de labios impuros, que habita en medio de un pueblo de labios impuros. Una vez que sus labios han sido purificados por el fuego del altar, y que experimenta que ha desaparecido su culpa y está perdonado su pecado, responde a la llamada del Señor con determinación absoluta: “Entonces, escuché la voz del Señor, que decía: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? Contesté: «Aquí estoy, mándame.”

En este texto precioso se expresa una experiencia honda de transformación del profeta. Podemos imaginar que esta experiencia no fue instantánea, sino procesual, como todo en la vida. Esta experiencia de acercarse a la santidad de Dios y de ser tocado por Su fuego, es algo que han experimentado muchos místicos. Recordemos el cántico de Juan de la Cruz, en el que su alma canta la íntima comunicación de unión de amor de Dios, y lo que en su interior provoca ese toque delicado:

“¡Oh llama de amor viva/ que tiernamente hieres/ de mi alma en el más profundo centro!/ Pues ya no eres esquiva,/ acaba ya, si quieres;/ ¡rompe la tela de este dulce encuentro!¡Oh cauterio suave!/ ¡Oh regalada llaga!/ ¡Oh mano blanda!/ ¡Oh toque delicado,/ que a vida eterna sabe,/ y toda deuda paga!/ Matando, muerte en vida la has trocado.

1 Introducción al libro del profeta Isaías de la Biblia hispanoamericana. Traducción interconfesional. Verbo Divino, navarra 2013, p. 557.

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¡Oh lámparas de fuego,/ en cuyos resplandores/ las profundas cavernas del sentido,/ que estaba oscuro y ciego,/ con extraños primores/ calor y luz dan junto a su querido!¡Cuán manso y amoroso/ recuerdas en mi seno, / donde secretamente solo moras:/ y en tu aspirar sabroso,/ de bien y gloria lleno/ ¡cuán delicadamente me enamoras!”

Pasemos al apóstol. Retomando uno de los credos litúrgicos más antiguos, Pablo exhorta a la comunidad de Corinto -casi increpándola- a aceptar y fundarse en el Evangelio, a conservar ese Evangelio que los está salvando, para que no se malogre su adhesión a la fe. Lo proclamado en el credo de la comunidad no es palabra muerta, sino experiencia viva del Resucitado: “Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras; se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles…”

La experiencia de Pablo es la misma que la del profeta. Ante la excelsitud del Misterio de Vida, expresado en este credo primitivo que canta al Resucitado, el apóstol se experimenta como un hijo nacido fuera de tiempo, como un aborto, como un intento de vida malogrado desde el principio. El contraste no puede ser mayor. Y sin embargo, el Resucitado también se le ha aparecido a un hombre como él, que no merece el nombre de apóstol, por cuanto persiguió a la Iglesia de Dios. Pero la gracia divina ha hecho de Pablo esto que es; una gracia que no se ha malogrado en cuanto a él toca. Al contrario, se ha afanado más que todos los “superapóstoles”. Bueno, no ha sido él, sino la gracia de Dios que actúa en él. La experiencia de Pablo como apóstol, es, pues, muy similar a la de Isaías profeta.

Con este antecedente, podemos leer el texto de Lucas desde una nueva luz. La narración de la pesca milagrosa no habla de un acontecimiento físico de la naturaleza, sino de una experiencia que se puede tener en la comunidad cristiana. En la barca de Pedro, Jesús, sentado, enseñaba a la gente. Es desde esta barca frágil y dividida que Simón oyó la invitación: “rema mar adentro, y echad las redes para pescar.” Es en esa pequeña barca que navega mares borrascosos, en la que Simón tiene una experiencia que le hace confiar y abandonarse. Sostenido por sus hermanos -y a pesar de haberse pasado la noche bregando y no haber cogido nada- vuelve a echar las redes confiando en la palabra del Maestro. Y entonces hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. 

Después de este acontecimiento, la experiencia de Pedro es la misma que la de Pablo e Isaías. Arrojándose a los pies de Jesús, le dice: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.” Pero Jesús le responde: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres.” Se expresa nuevamente el contraste: aparentemente, nada está más alejado de la santidad de Dios que la vulnerabilidad humana. Pero no es así, nada hay más cercano a su Ser, nada hay más Divino, nada transparenta mejor la superabundancia del Señor, que nuestra fragilidad y nuestra vulnerabilidad.

Antonio Kuri Breña Romero de Terreros, msps.

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