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    Interpretando (una vez ms) losorgenes del peronismo

    Juan Carlos Torre

    Desarrollo Econmico- Revista de Cs.

    Sociales

    IDES - Enero-febrero de 1989 Vol. 28

    Este material se utiliza con finesexclusivamente didcticos

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    NDICE

    Lourdes Sola........................................................................................................................................ 483Choque heterodoxo y transicin poltica sin ruptura: un enfoque transdisciplinario.

    Juan Carlos Torre ................................................................................................................................ 525Interpretando (una vez ms) los orgenes del peronismo.

    Juan Carlos Garavaglia........................................................................................................................ 549Ecosistemas y tecnologa agraria: Elementos para una historia social de los ecosistemasagrarios rioplatenses (1700-1830).

    Jorge Gelman....................................................................................................................................... 577Una regin y una chacra en la campaa rioplatense: Las condiciones de la produccin trigueraa fines de la poca colonial.

    Roberto Mizrahi................................................................................................................................... 601

    Las condiciones fundacionales del sector informal urbano.

    Informacin de Biblioteca

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    INTERPRETANDO (UNA VEZ MS) LOS ORGENES DEL PERONISMO

    JUAN CARLOS TORRE

    Introduccin

    El surgimiento del sindicalismo de masas en la Argentina nos remite, en primer lugar, a un momentode crisis y reorganizacin del Estado a mitad de los aos cuarenta, en el cual surge una nueva elite dirigente,de origen militar, que procura darse una base de apoyo social apelando a la movilizacin de los sectorespopulares. Pero esta iniciativa de la elite militar, importante como es, no nos dice nada todava sobre laforma que toma la articulacin de ese apoyo de masas. Entre una masa obrera dbilmente organizada, quemantiene relaciones difusas y directas con un liderazgo de tipo paternalista, y un movimiento popularigualmente ligado a una direccin poltica externa pero basado en los sindicatos, hay diferencias, y stas sonlas que separan la experiencia inicial de Getulio Vargas; en Brasil y la de Pern en la Argentina. Estedistingo nos lleva a ocuparnos, en segundo lugar, de la intervencin que le cupo a los cuadros del viejosindicalismo argentino en la canalizacin y la organizacin de las bases populares del peronismo.

    Por mucho tiempo, la participacin de la vieja guardia sindical fue un tema inexistente en la historiadel peronismo, debido a que fue suprimida en la versin oficial que dicho movimiento se dio de sus orgenes.Es un hecho frecuente que en la memoria ideolgica de los movimientos polticos el comienzo de la historiasea el lugar de una ruptura, el momento en que, por sobre los escombros del antiguo orden, surge unavoluntad revolucionara sin lazos con el pasado inmediato. A este ejercicio de manipulacin del pasado noescap el peronismo. Segn su propia imagen de la sociedad en la que naci, fueron los nuevos trabajadores,recin llegados a la ciudad y la industria con las migraciones provenientes del interior del pas, los quedesempearon el papel de esa fuerza regeneradora, correspondiendo a Pern el papel no menos decisivo deser su intrprete y lder.

    Tan persuasiva fue esta visin del peronismo que los primeros estudios realizados en los mediosacadmicos la hicieron suya, concediendo a los nuevos trabajadores un lugar preponderante en lacomprensin del movimiento poltico que arriba al poder en 1946. Esta coincidencia en el sujeto no fue

    siempre acompaada por un acuerdo en su evaluacin. Mientras que los idelogos del peronismo vieron enesos trabajadores el elemento de renovacin de un orden de jerarquas y privilegios, muchos analistastendieron a considerarlos como la base social de una experiencia de autoritarismo de masas. As, los nuevostrabajadores, celebrados por su rol en la gestacin de una sociedad ms igualitaria o visualizados como lafuerza social impulsora de la instauracin de un rgimen no democrtico, ganaron el centro de la escena enlos orgenes del peronismo.

    Esta imagen era demasiado superficial para salir airosa de una investigacin ms fiel a los hechoshistricos En un ensayo justamente importante, M. Murmis y J. C. Portantiero han mostrado que losdirigentes del movimiento obrero formado durante los quince aos previos integrado por sindicatos deservicios como los ferroviarios, el comercio, el transporte, los telfonos participaron de la operacinpoltica que llev a la consolidacin de la nueva elite dirigente surgida del golpe de 19431. Que ocuparan esa

    En un trabajo de tesis terminado en 1982 me ocup de reconstruir los orgenes del peronismo centrando la atencin enlas relaciones entre la vieja guardia sindical que diriga el movimiento obrero y el liderazgo, emergente del entoncescoronel Pern. Circunscripto al examen de la coyuntura que va desde el golpe de Estado de junio de 1443 hasta lainstalacin del nuevo rgimen poltico luego del triunfo electora] de 1446, dicho trabajo sirvi de base para interpretar,una vez ms, las condiciones en las que surgi y las modalidades que revisti el movimiento peronista. El marco tericodentro del que funciona esta propuesta de interpretacin est constituido por las contribuciones de Gino Cermani cuyaobra ha servido de renovado estimulo a quienes hemos procurado comprender este fenmeno poltico tan decisivo en laArgentina contempornea. El otro aporte presente en mi interpretacin es el de Alain, Touraine, cuyos estudios sobrelos movimientos sociales de Amrica Latina contienen claves tericas imprescindibles a m juicio, para abordar los

    procesos de movilizacin de las masas populares en el continente. Finalmente ha sido la segura gua provista por losanlisis histricos de Tulio Halpern Donghi los que me han facilitado la reconstruccin de la situacin en la que surgiel peronismo. Estas contribuciones han sido revisadas e incorporadas en el texto que hoy se publica, que contiene lasconclusiones finales de la investigacin presentada como tesis de doctorado en la Ecole de Hautes Etudes de Pars.

    Finalmente quiero reconocer mi deuda intelectual con Silvia Sigal, con quien a lo largo de los aos he mantenido unprovechoso y exigente dilogo, que mucho ha contribuido a la gestacin de las ideas aqu expuestas.Instituto Torcuato Di Tella, Buenos Aires.1MURMIS, M. y PORTANTIERO, J. C.:Estudios sobre los orgenes del peronismo, Siglo XXl, Bueno. Aires, 1971.

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    posicin es comprensible: sus organizaciones eran las ms importantes de la poca y dichos dirigentes eranlos ms experimentados en la lucha social a diferencia de los nuevos trabajadores, todava noorganizados. Pern se dirigi, pues, primeramente, a la vieja guardia sindical para ganar su apoyo y ponerlos recursos, organizacionales y polticos con los que sta contaba, al servicio de su penetracin en el mundoobrero y de la conquista del poder. De esta manera, se cierra una brecha histrica existente en lainterpretacin tradicional. En efecto, entre el llamado a las masas realizado desde el Estado y la formacin deun movimiento poltico popular fuertemente articulado en los sindicatos hay una experiencia de organizacin

    que la referencia a los nuevos trabajadores no logra llenar. Esta experiencia es indisociable de la accin delos antiguos militantes: si es verdad que hay un apoyo oficial a la sindicalizacin, no es menos verdad que elproceso de aculturacin de las nuevas generaciones en las prcticas de la lucha social se lleva a cabo a travsdel saber acumulado en los sindicatos existentes.

    Pero el redescubrimiento de la vieja guardia sindical no estuvo dictado exclusivamente, en laintencin de los autores mencionados, por la fidelidad a la historia. Intentaban tambin cuestionar la lneainterpretativa expuesta por G. Germani que, al poner el acento en los nuevos trabajadores, acuda tanto afactores psicosociales el trauma de la repentina entrada al medio urbano como a la persistencia de unacultura tradicional, para explicar la identificacin de las masas con un liderazgo personalista externo almundo del trabajo2. En el caso de la vieja guardia sindical y del sector obrero por ella representado estamos,ms bien, frente a un sujeto que puede ser definido con independencia de los cambios econmicos y socialesque preceden al ascenso de Pern. Es decir, que es un grupo social ya adaptado a la vida urbana y, adems,con una larga experiencia en la lucha social. A partir de esta caracterizacin, la respuesta positiva de losantiguos militantes a la gestin de Pern es, antes que tributaria de un fenmeno de anomia colectiva o de unsndrome clientelista, el resultado de una deliberacin racional, que opone las desventajas del orden social ypoltico anterior a las oportunidades nuevas que un orden tambin nuevo ofrece.

    Aqu, el nfasis est puesto en la racionalidad del comportamiento obrero. De all que en elmovimiento que aproxima los trabajadores al lder militar se ponga el nfasis en la intervencin social delEstado, para ver en ella la satisfaccin de reivindicaciones largamente postergadas. La consecuencia casinatural de este enfoque, centrado en las vicisitudes de la situacin del trabajo en el marco de laindustrializacin de los aos treinta, es que desdibuja la distincin entre vieja y nueva clase obrera,dominante en la interpretacin tradicional. De hecho, ya la sola mencin del apoyo brindado a Pern por losantiguos militantes, confinados inicialmente en la versin convencional a un papel opositor, tiene por efecto

    el debilitamiento de los fundamentos histricos de esa distincin. A esto Murmis y Portantiero agregan que,al margen de las diferencias en cuanto a su experiencia previa, uno y otro sector del mundo del trabajocomparten una experiencia comn en los aos treinta: la de la explotacin dentro de un proceso deacumulacin capitalista sin distribucin de ingresos. Esa experiencia comn es la que est en la base delinters de clase que los acerca y asocia en la movilizacin de apoyo a la intervencin social del Estado.

    No obstante la importancia que reviste la contribucin de estos autores, en la medida en quereintroduce a un actor hasta entonces descuidado y, por su intermedio, una perspectiva de anlisis tambinausente, creemos sin embargo que su enfoque no abarca en toda su complejidad el proceso en el que lasmasas obreras se ligan a Pern. A su manera, por cierto discutible, la interpretacin tradicional intenta darcuenta de otra y tambin importante dimensin de ese proceso, cual es la constitucin de nuevas identidadescolectivas populares. Nada nos obliga a hacer nuestro el enfoque a travs del cual Germani estudia estefenmeno. Pero es preciso prestar atencin y no eliminar esta otra problemtica rechazando los conceptos y

    el razona miento con los que ha sido convencionalmente abordada. Este es, precisamente, el riesgo delenfoque de Murmis y Portantiero: en su esfuerzo por exorcizar la hiptesis del irracionalismo obrero,desplazan el foco de anlisis del campo de la poltica donde se plantea la cuestin del tipo de vinculo entrelas masas y Pern y dirigen su mirada hacia el campo de la lucha social, en el que se articula el inters declase3.

    Es verdad que en la movilizacin obrera un inters de clase est presente; no lo es menos que ellaexpresa tambin una conciencia poltica heternoma. La problemtica de esta doble realidad de la accin demasas ser el objeto de estas reflexiones. Pero anticipemos ya las lneas principales de nuestra

    2GERMANI, Gino:Poltica y sociedad en una poca de transicin, Paids. Buenos Aires, 1966.33 En rigor, estos autores hacen referencia a esta problemtica, pero lo hacen desde otro ngulo: as, distinguen entredistintos tipos de participacin dentro del movimiento de masas y los ligan a las diferencias en cuanto al tipo de

    experiencia industrial y sindical previa. Esta distincin, muy til en la reconstruccin de las prcticas de lasorganizaciones obreras en relacin con el Estado, no termina, sin embargo, por dar cuenta de la formacin de lasidentidades colectivas polticas de los trabajadores.

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    argumentacin. La primera de ellas concierne a la necesidad de ampliar el concepto de racionalidad de laaccin de masas. Visto desde la perspectiva del inters de clase, como lo hacen Murmis y Portantiero, elcriterio de racionalidad est basado en la maximizacin de los beneficios; de all que la adhesin a Pernpueda ser considerada verosmilmente como una funcin de la satisfaccin de las reivindicaciones del trabajopor parte del Estado. Sabemos, sin embargo, que si es el clculo de utilidades el que preside el acercamientoinicial a Pern, ste se resuelve, muy pronto, en una identificacin poltica directa. Para comprender estedesarrollo no es preciso salir de la idea de racionalidad4. Slo que, en este caso, el criterio de racionalidad es

    otro, el reforzamiento de la cohesin y la solidaridad de las masas obreras. Desde este ngulo la accinpoltica deviene, no un medio para aumentar las ventajas materiales de acuerdo con los interesespreexistentes, sino un fin en s mismo, cual es la consolidacin de la identidad poltica colectiva de lossujetos implicados. La pregunta que se impone inmediatamente es sta: cul es el marco en el que lareferencia a Pern acta como un principio de unificacin poltica de los trabajadores? Esto es, cules sonlos mecanismos distintos de la lgica propia del inters de clase a travs de los cuales opera esta lgicade la representacin heternoma?

    Se comprende bien que, para responder este interrogante, es preciso contar con una nuevadescripcin de la situacin; es decir que all donde se habla de reivindicaciones econmicas insatisfechas, sedebe subrayar tambin la existencia de la alienacin poltica de las masas en un orden social excluyente;donde se habla de un intervencionismo social que eleva el nivel de vida y de trabajo, hay que ver tambin elgesto de reconocimiento que hace de los trabajadores miembros de pleno derecho de la comunidad polticanacional. En estos elementos, que son los del estado de marginalidad poltica de los sectores laborales y de lamodalidad de su acceso a la ciudadana estn, entendemos, las claves que permiten comprender la naturalezade la insercin de los trabajadores en el peronismo. Para ampliar esta nueva descripcin, dirijamos ahora laatencin al contexto de la coyuntura de los aos 1943-1946.

    I. La modernizacin conservadora de los aos treinta y la crisis de participacin

    Si hay una categora general que permite dar cuenta de esta coyuntura, sta es la de "proceso decambio poltico". Sin duda, es todava una conceptualizacin muy vaga, pero tiene el mrito de clarificarnuestro punto de vista al descartar una visin alternativa: la que nos presenta el periodo bajo consideracinen trminos de la transicin hacia una economa industrial y una sociedad burguesa. No estamos, en verdad,

    ante un cambio societal. La expansin de la industria se cumple en la dcada anterior bajo la direccin de laelite conservadora; es una industrializacin caracterizada por la escasa intervencin directa del Estado y porla progresiva interpenetracin de los grupos agroexportadores y los sectores industriales emergentes.

    As, estamos lejos de la lucha de fuerzas modernizantes contra una organizacin productiva arcaica einmvil. Adems, habida cuenta de que el debate econmico ocupa un lugar pblico secundario entre 1943 y1946, cuando ste se plantea se inscribe dentro de un modelo de desarrollo del que la industria es ya parteintegrante, y que no cuestiona tampoco la subordinacin que ella guarda con respecto a "la rueda maestra dela economa", que contina siendo la acumulacin agraria. Dnde estn, pues, los puntos dbiles de estasociedad que se transforma? A este respecto, es sugestivo recordar el contrastante lugar que tiene reservadala etapa precedente (la dcada del treinta) en la historia intelectual que se escribe en la Argentina.

    En los ensayos econmicos stos son los aos dedicados a hacer el inventario de los ajustes einnovaciones a los que apela la elite conservadora para hacer frente a la desfavorable situacin internacional

    planteada por la crisis de 1929, los cuales, no obstante estar presididos por la esperanza de un rpido retornoal equilibrio previo, van alejando naturalmente al pas de ese punto de partida y colocndolo en la senda de laindustrializacin Aunque son pocos los que se privan de ironizar retrospectivamente sobre las ilusionesfallidas de la elite conservadora, los historiadores de la economa tienden a reconocer, de manera ms omenos explcita, la flexibilidad que sta paso de manifiesto en la administracin de la emergencia.

    En los escritos polticos la imagen dominante de los aos treinta es menos celebratoria, como lorefleja bien el nombre bajo el cual se los recuerda: la Dcada Infame. El recurso al fraude electoral, lacorrupcin, he ah los rasgos a los que ha quedado asociada la restauracin conservadora que irrumpe por lafuerza en 1930. A partir de entonces vamos cmo el sistema poltico cesa de ser el vehculo de la presin delos sectores medios y populares y es confinado a un papel crecientemente marginal, mientras que el Estadodeviene el canal directo de las influencias del bloque econmico dominante.

    4Con relacin a esta perspectiva sobre el concepto de racionalidad en la accin poltica ver PIZZORNO, Alessandro"Sulla razionalit della scelta democratica", en Stato e Mercato, N 7, abril 1983.

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    Transmitidas a menudo en forma independiente, estas dos imgenes, una vez yuxtapuestas,combinan las luces y las sombras de una escena histrica cuya unidad est dada no por una clase deempresarios modernos ni por una oligarqua tradicional, sino por ambos tipos sociales juntos, reunidos en unmismo personaje la gran burguesa agraria capitalista, en quien se complementan el papel econmicodirigente con una gestin encaminada a la reproduccin de su control poltico y sus privilegios. En estaescena, donde plasticidad y rigidez, dinamismo y conservadorismo se mezclan solidariamente, se hallan lospuntos dbiles de una sociedad que se transforma pero lo hace reforzando un orden excluyente. Si ste es un

    diagnstico vlido, la coyuntura 1943-1946 aparece como el marco de un proceso de cambio poltico querompe las fronteras de ese orden excluyente, incorporando a las fuerzas populares consolidadas durante elimpulso modernizador.

    Con los elementos reunidos, es posible sostener que la Argentina de los aos treinta encaja bien enlas situaciones analizadas por el esquema de la modernizacin. Dicho esquema parte de la identificacin deuna discontinuidad en la estructura econmico-demogrfica, habitualmente de origen externo. De all sesigue la diversificacin de las actividades productivas y urbanas y, con ella, el desarrollo de una trama mscompleja de intereses sociales. El esquema se interesa luego por la reacomodacin de las instituciones a losefectos generados por la modernizacin de la sociedad. El proceso de cambio global se resolvera idealmentepor una ampliacin y diferenciacin institucional, la cual transformara los nuevos intereses sociales endemandas reconocidas dentro de la comunidad poltica. Que sta sea la secuencia ideal no excluye, empero,que se produzcan desfasajes a lo largo del proceso; precisamente este esquema se propone analizar lastensiones derivadas de la interaccin entre la magnitud y velocidad de la modernizacin, y la flexibilidad yprofundidad con la que se produce la recomposicin institucional. Tal es el objetivo de los estudios de G.Germani, sobre los que habremos de volver enseguida5.

    Lo que nos importa retener de esta frmula descriptiva es la dimensin modernizacin-participacincomo principio de anlisis del periodo bajo estudio. Los indicadores disponibles desde la mitad de la dcadadel treinta son, en este sentido, elocuentes. De un lado ellos nos revelan, definiendo el perfil de una sociedadque cambia, la integracin estructural y el ascenso objetivo del mundo del trabajo. Bajo el estmulo de lasustitucin de importaciones se acortan las distancias entre regiones perifricas y regiones centrales, entrecampo y ciudad, por los desplazamientos de poblacin que suman nuevos contingentes de mano de obra alncleo obrero urbano original, acrecido l mismo por la afluencia de los descendientes de los trabajadoresinmigrantes de procedencia europea. La industrializacin acelera la unificacin del mercado de trabajo

    nacional y; a travs de la creacin de empleos para los recin llegados y la apertura de oportunidades nuevaspara los ya establecidos, funde a unos y otros en un solo movimiento de ascenso colectivo. Sin duda entre lasdistintas corrientes que confluyen en el mundo del trabajo existen diferencias, como no podra ser de otromodo cuando los migrantes internos inician su entrada a un medio urbano-industrial en el que los viejostrabajadores y sus familias han tenido tiempo de adquirir una experiencia de trabajo y organizacin. Peroestas diferencias nos parecen menos cruciales que la comn exposicin de ambos a ese proceso que se hallamado de movilizacin social, a los efectos de subrayar la quiebra de la deferencia6 tradicional y elaumento de las expectativas que acompaan la marcha de la modernizacin.

    De otro lado, dicho proceso de movilizacin social no se traduce, sin embargo, en cambiosapreciables en el carcter de la cuestin obrera. Es verdad que se pueden observar los comienzos de lainstitucionalizacin de las relaciones de trabajo; pero sus alcances son todava limitados. En ausencia de unalegislacin general sobrevive, en rigor, una estructura de tipo estamental, cuya heterogeneidad normativa

    refleja el desigual poder de presin de los diversos estratos obreros. As, se puede hablar de los ferroviarios,los empleados de comercio, los textiles, pero muy difcilmente de una fuerza obrera consolidada en torno deun estatuto compartido de garantas y derechos. La misma dificultad existe con el sindicalismo. Lapenetracin de las organizaciones sindicales no sigue ni el ritmo ni la direccin del ingreso de los nuevosreclutas al mercado de trabajo. Si bien se observa un incremento del activismo obrero en las fbricas, ste serefleja muy parcialmente en logros desde un punto de vista organizativo. En consecuencia, la influencia

    5GERMANI, Gino: Sociologa de la modernizacin, Paidos, Buenos Aires, 1971.6 Hemos preferido traducir literalmente el trmino ingls deference, para conservar el uso que ha hecho de l laliteratura acadmica a fin de aludir al acatamiento/subordinacin/integracin a un orden social y poltico determinado.Este trmino es la contrapartida en el nivel de conciencia de los actores de los conceptos de autoridad tradicional enMax Weber y hegemona en A. Gramsci. E. P. Thampson ha examinado este aspecto de las relaciones de dominacin en

    "Patrician Society. Plebeian Culture",Journal of Social History. vol. 7, N 4, 1 974. El primer momento del proceso demovilizacin social en el esquema de Germani es, precisamente, la quiebra de la deferencia, esto es, el fin de laaceptacin del lugar que en un sistema normativo, o en un orden hegemnico llenen los actores sociales involucrados.

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    sindical queda confinada a los antiguos sectores de servicios en momentos en que se agranda el lugar de laindustria en la estructura ocupacional. Finalmente, la evolucin de los salarios est lejos de corresponder a laexpansin del empleo, marginando a los trabajadores de los frutos del crecimiento.

    Si bien las transformaciones estructurales tienden a fortalecer y a poner en movimiento al mundo deltrabajo, las instituciones de la restauracin conservadora permanecen en gran medida sordas a esos cambios:he aqu que se perfila la escena caracterstica de una crisis de participacin. Pero antes de continuar con suanlisis y el de las modalidades de su resolucin, una observacin se impone.

    II. La exclusin poltica y la centralidad econmica: las dos caras de la situacin de lostrabajadores

    Hasta aqu hemos razonado a partir del esquema de la modernizacin. Pero esta concepcin, queconsidera a la sociedad como una organizacin ms o menos diversificada y se interesa por establecer lareaccin de las instituciones ante los desafos de la movilizacin social, no es, en s misma, una visinparcial de la Argentina de la poca? De hecho, cuanto hemos sealado con referencia a los cambiosestructurales que se operan durante la dcada del treinta nos est indicando la importancia nueva que cobraotra dimensin: la de los conflictos de clase. Acaso no es ste el efecto previsible del crecimiento de lasfbricas, de la unificacin progresiva del mercado de trabajo, del reforzamiento de la presencia obrera dentro

    de un proceso de industrializacin de tipo liberal? A medida que la sustitucin de importaciones desplaza eldinamismo del desarrollo hacia adentro, se va gestando el espacio para la confrontacin entre trabajadores yempresarios en el terreno de la produccin. Sin embargo, la persistencia de formas de organizacin y deautoridad tradicional en las empresas, as como la falta de proteccin legal, obstaculizan las negociaciones yafirman el arbitrio patronal. La militancia obrera, impotente para imponer su reconocimiento en lasempresas, se orienta fuera de ellas y toma la forma de huelgas dirigidas a atraer la atencin de losfuncionarios gubernamentales para su causa. Pero esta voluntad de insertarse en los mecanismos delpatronazgo estatal raramente encuentra el eco esperado, y la desidia o la represin suelen ser las respuestasms frecuentes.

    En un contexto donde las relaciones de clase estn recubiertas por el peso de la dominacin poltica ysocial conservadora, la expresin directa de los conflictos se debilita. Si es posible, no obstante, identificaruna orientacin de clase en el movimiento de los trabajadores durante estos aos es a condicin de definirla

    como una orientacin ms defensiva que ofensiva, vuelta menos hacia los empresarios que hacia el Estado,que opera como agente de sustentacin de privilegios y de represin de las reivindicaciones populares. Loque nos lleva nuevamente (subraymoslo de paso), a travs de un planteo diferente, al nivel poltico, cuyacentralidad en el perodo previo a 1943 ya hemos visto al referimos a la crisis de participacin.

    Lo que hemos dicho hasta aqu con respecto al funcionamiento del mundo de la produccin y lastransformaciones de la modernizacin se puede sintetizar as: estamos en presencia de una sociedad que, enefecto, cambia y se moderniza, pero que al mismo tiempo es una sociedad ya dominada por las realidades ylos problemas de una economa industrial. Esto implica que, paralelamente a las demandas de participacinque entraa la puesta en movimiento de los estratos populares, los conflictos de clase se desarrollan, aunquese manifiestan en forma indirecta. Para decirlo en los trminos de la accin social: estamos ante laformacin de un movimiento social mixto, en el que coexisten tanto la dimensin de la modernizacin y la

    integracin poltica, como la de las relaciones de clase y los conflictos en el campo del trabajo.

    Para denominar a dicho movimiento, el concepto tan utilizado de movimiento nacional-popular nosparece inadecuado y parcial. Este concepto acenta unilateralmente la primera de las dimensiones, la demodernizacin-integracin, y est asociado a una cierta indeterminacin social. Esto lo hace ms apropiadopara aquellas situaciones en las que el grado de consistencia de clase de las masas movilizadas es bajo, por loque en su bsqueda de la incorporacin poltica, frecuentemente pueden entrar en alianzas sociales de lasms diversas y amplias. El teln de fondo de este tipo de situaciones es un avance ms rpido de laurbanizacin sobre la industrializacin y la limitada capacidad de generar empleo por parte del polo modernode la economa; de tal suerte, la fbrica capitalista no llega a convertirse en un principio de homogeneizacindel conjunto de los trabajadores. As, junto al proletariado moderno se forma una poblacin urbana flotante,definida por una marginalidad que es tanto de naturaleza econmica y social como poltica. Esta no es,creemos, la situacin de la Argentina. Aqu el movimiento popular est caracterizado simultneamente porun componente de clase, derivado del hecho de que el sujeto de las demandas de participacin es elproletariado antiguo y nuevo que crece al ritmo de la expansin de la ocupacin urbana y la integracin delmercado de trabajo. Es, pues, la doble vertiente de la exclusin del orden poltico y de la insercin en el

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    ncleo dinmico del desarrollo la que interviene para dar su complejidad y su fuerza al movimiento populary obrero.

    La contrapartida de este perfil del movimiento de los trabajadores la encontramos en los rasgos delas fuerzas a las que se confronta. Desde este ngulo es posible hablar, igualmente, de articulacin, puestoque a nivel poltico y en el terreno de la produccin el adversario es el mismo: el conjunto de los gruposnuevos y antiguos que conducen el desarrollo, asegurando a la vez la continuidad, esto es, la restauracin deun orden excluyente. Se trata del sector social que en el lenguaje sindical de la poca aparece a la vez como

    "las fuerzas del capital" y "la minora privilegiada", conceptos uno y otro que aluden a la complementariedaddel papel dirigente-empresario y el papel poltico y culturalmente conservadordel bloque en el poder. Seest lejos de esa fragmentacin de los sectores dominantes en la que una burguesa modernizante se opone auna oligarqua arcaica. En consecuencia, falta el marco histrico que a menudo lleva a una accin polticaobrera insertada en una coalicin de sectores sociales altos y bajos construida en nombre del desarrollo y laampliacin de la comunidad poltica nacional. Al contrario, lo que es previsible es que los clivajes polticostengan una fuerte connotacin de clase.

    III. Los obstculos a la emergencia de un nuevo movimiento social

    Se ha hablado de modernizacin y de relaciones de clase, del proceso de movilizacin social que

    pone en movimiento a los sectores proletarios y de la constitucin del campo virtual de los conflictos deltrabajo. Pero, dnde se encuentra el punto de confluencia de estos dos rdenes de fenmenos? El est, lohemos anticipado tambin, en el nivel poltico. Esto es claro apenas se advierte el progresivo desajuste de lasinstituciones ante la complejidad nueva de la sociedad civil, que est en la base de la crisis de participacin.Pero es igualmente manifiesto desde la perspectiva de las relaciones de clase, pues si la industrializacin vadefiniendo a los protagonistas del conflicto social, ste no llega a articularse: para que el terreno de laproduccin sea el lugar de un conflicto abierto de clases es preciso que se levanten las barreras einterdicciones que reproducen la autocracia patronal. Lo que nos remite en este caso a la limitadainstitucionalizacin de las relaciones del trabajo. Hacia el fin de la dcada del treinta, una cuestinimportante en la agenda de la sociedad argentina es la del acceso de los sectores populares y obreros a laciudadana industrial, como lo fuera a comienzos de siglo el acceso de los sectores medios a la ciudadanapoltica.

    Cules son los datos de la situacin histrica en el momento en que se plantea la recomposicin delcampo institucional para dar cabida al reconocimiento de las fuerzas del trabajo? La respuesta a esta preguntacontiene las claves que habrn de explicar tanto la modalidad de la incorporacin poltica de dichas fuerzas,como los atributos del movimiento en el que habrn de expresarse. La experiencia recin evocada de lossectores medios puede ser til como marco de referencia. En el origen de los conflictos polticos de laArgentina moderna estuvo el colapso de la frmula fundacional ensayada por la elite conservadora a finesdel siglo XIX. Dos eran los elementos que organizaban ese proyecto, segn las categoras empleadas por susestudiosos7. Por un lado, la creacin de una repblica abierta, basada en las garantas de la libertad civil,reputada como el medio apropiado para incorporar valores de innovacin, atraer a la inmigracin europea,acelerar la ocupacin productiva del territorio, implantar el comercio, extender la educacin. Por otro, laconsolidacin de una repblica restrictiva, en la que el ejercicio de la libertad poltica queda reservado alncleo dominante tradicional, cuyos miembros se controlan entre s con exclusin de una mayora que no

    est en condiciones ni de ser electora ni de ser representante. El xito mismo del esfuerzo modernizadorcondujo bien pronto, sin embargo, al estallido de las tensiones presentes en ese proyecto. La poblacinextranjera afluy hacia el pas, florecieron los oficios, el comercio y la educacin, y se desarroll, junto a unproletariado incipiente, una vasta clase media gracias a los efectos redistributivos de la economaagroexportadora y los canales de movilidad propios de una sociedad de frontera. Esto hace entrar enconflicto a los valores igualitarios de la repblica abierta con los valores jerrquicos de la repblicarestrictiva. Los sectores medios se movilizan y, bajo la direccin del Partido Radical, impugnan lalegitimidad de las prcticas polticas y demandan la libertad de sufragio. Se trata de una movilizacin queopone a las resistencias de la elite conservadora el recurso a la insurreccin y al abstencionismo electoral.Finalmente, ya sabemos que es un sector de dicha elite, liderado por R. Senz Pea, el que, no ajeno a unatentativa transformista, promulga la reforma electoral de 1912.

    7BOTANA, Natalio:El orden conservador, Sudamericana. Buenos Aires, 1979.

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    En este breve resumen, varios son los elementos que pueden subrayarse: a) la posibilidad de laarticulacin de la protesta por los sectores excluidos; b) la gestin de una elite interna que orienta lamovilizacin; c) la reaccin favorable a las demandas de participacin por parte del bloque en el poder, y d)el desenlace, que es el de un proceso de incorporacin a travs de los mecanismos del sistema poltico. Elcontraste con el caso que estamos analizando no puede ser ms evidente. Si hay una similitud, ella terminadespus de constatar, en una experiencia y en otra, un cambio de sociedad. A partir de all los senderos seseparan. No obstante que es posible hablar de la constitucin de nuevos actores sociales bajo el impacto de la

    modernizacin y la industrializacin durante los aos treinta, stos no encuentran, sino muy parcialmente, elespacio para traducir sus orientaciones de accin en un movimiento colectivo.

    Retomemos lo dicho. El pasaje de las orientaciones que animan al movimiento social en formacin,integrado por los sectores populares y obreros, a la accin reivindicativa tropieza con numerosos obstculos.En primer lugar, estn los obstculos puestos por la naturaleza de sus adversarios, unos sectores dominantesms vidos de preservar sus privilegios que de avanzar sus intereses econmicos. As vemos que losempresarios se resisten a la legislacin social y a la negociacin salarial en nombre de las exigencias de laacumulacin, transformando las empresas en bastiones celosamente protegidos de la autoridad de lagerencia. En una situacin donde las prohibiciones y la represin ocupan el lugar natural de losenfrentamientos, se multiplican las dificultades para articular la protesta. Que existan huelgas intermitentes ypuntuales no impide que se pueda caracterizar este perodo (en particular su ltimo tramo) por una parlisisde la accin obrera, tanto ms significativa cuanto que, contemporneamente, se expande el mercado detrabajo.

    En segundo lugar, estn los obstculos puestos por el estado del sistema poltico. Con la restauracinconservadora, las instituciones pasan a ser apndices ms o menos directos de una dominacin social hostil atoda forma de militancia obrera. Adems, la vigencia del fraude quita importancia electoral a la cuestinsocial. Para las organizaciones obreras, la posibilidad de suplir las debilidades de sus posiciones en el terrenode la produccin recurriendo a la presin sobre el sistema institucional se encuentra, por todo ello,bloqueada. Aunque desde un punto de vista estructural la sociedad se halla "madura", la prdida deautonoma de las instituciones polticas impide la emergencia de movimientos sociales de base, puesto questos no pueden formarse y crecer sin la existencia previa de un mnimo de libertades y de garantas.

    A estos obstculos externos es preciso agregar los problemas especficos que dominan el mundo deltrabajo en los aos treinta: aqu se plantea la cuestin de la elite interna obrera. La afluencia de nuevos

    trabajadores al medio urbano-industrial no puede no afectar el liderazgo de las viejas direcciones sindicales ypolticas, que deben revalidar sus ttulos ante una audiencia ms amplia y heterognea. Esta cuestin hamerecido un inters privilegiado en los estudios sobre los orgenes del peronismo y aqu tambin lo tendr.

    IV. Acerca del debate sobre la vieja y nueva clase obrera

    Las dificultades que enfrenta el antiguo liderazgo han sido abordadas a menudo con independenciade la consideracin de las barreras sociales e institucionales a la accin obrera que acaban de ser evocadas.El hecho en torno del cual se discute es el lento incremento de la tasa de sindicalizacin en momentos en queaumenta rpidamente la fuerza de trabajo urbana. G. Germani, entre otros, entrev all la expresin de dosfenmenos paralelos8. El primero es una versin ms de la asincrona del cambio societal y del cambio

    institucional que comanda su interpretacin de la Argentina en las vsperas de 1943 La velocidad y laamplitud que revisti el proceso de movilizacin social provocado por la modernizacin, apunta Germani,impidieron la absorcin de las masas movilizadas por los canales institucionales existentes; esto fue vlidotanto para el sistema poltico en general cuanto para las asociaciones del mundo del trabajo. Estadiscontinuidad demogrfica y social, de naturaleza casi fsica en su definicin, actu junto a la intervencinde un segundo fenmeno ms cualitativo: las masas movilizadas eran portadoras de valores de tipotradicional muy opuestos a los valores de clase de las viejas direcciones obreras. La suma de la inerciainstitucional, de un lado, y del choque de culturas polticas, de otro, ampli la distancia entre la base y la elitedel movimiento laboral, lo que se tradujo en un vaco organizacional o, ms propiamente, en la puesta en

    8 GERMANI, G.: Autoritarismo, fascismo e classi sociali, Il Mulino, Bologna, 1975, cap. IV, "El surgimiento del

    peronismo: el rol de los obreros y los migrantes internos", en MORA Y ARAUJO, M. y LLORENTE, I.(compiladores):El voto peronista, Sudamericana, Buenos Airea, 1980.

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    disponibilidad de los nuevos contingentes de trabajadores y la prdida de representatividad de los antiguoslideres.

    Diversos son los comentarios que nos sugiere esta interpretacin. Para comenzar, puede decirse queconcebir tan slo en trminos de la fsica social la relacin existente entre mutaciones sociales ydiferenciacin institucional, es discutible. Veamos, por ejemplo, el argumento de Germani segn el cualcuanto mayor es el ritmo y la escala de los cambios y ms breve la duracin del proceso, tanto menor ser lacapacidad de los mecanismos institucionales preexistentes para integrar a los sectores movilizados. Si bien

    no se debe descartar el impacto especfico de variables como la magnitud y la rapidez de los cambiossociales, a los efectos de analizar su influencia es preciso introducir hiptesis sobre las caractersticas delbloque en el poder. Es plausible pensar que la flexibilidad o la rigidez de las instituciones polticas estarigualmente determinada por el peso relativo que tengan dentro de aqul los sectores vueltos hacia el pasado,hacia la defensa del orden establecido. Las vicisitudes de la ampliacin de la democracia tienden a estarasociadas, es innecesario subrayarlo, al predominio que alternativamente tengan, en una coyuntura concreta,el componente de innovacin o el componente de dominacin dentro del bloque en el poder. En este sentido,el caso de la Argentina durante los aos treinta est bien ubicado e identificado cuando se habla de larestauracin conservadora.Lo que aparece como inercia institucional es tambin, en rigor, la manifestacindel costado dominante, esto es, el aspecto autoritario de la elite que dirige el desarrollo . Dentro de estecontexto hay que situar la lenta y trabajosa penetracin de la institucin sindical.9

    A pesar de que la influencia sindical no acompaa la evolucin de la poblacin trabajadora sino muyparcialmente, ella es visible, sin embargo, en las nuevas ramas industriales, como la textil, y en sectores que,como los frigorficos y la construccin, pueden ser considerados la va de entrada de una mano de obra pococalificada al mercado de trabajo. Esta referencia nos lleva a examinar la otra dimensin que es parte de lainterpretacin tradicional, la del choque de culturas polticas en el seno del mundo del trabajo. Este punto hasido ya debatido por Tulio Halperin Donghi10, quien ha observado que: a) el ncleo obrero urbano originalera menos cosmopolita y extranjero de lo que se supone, y b) las regiones de origen de los trabajadoresmigrantes mal pueden ser vistas como reas marcadas por una cultura poltica criolla, a la que el aislamientogeogrfico hubiera preservado intacta. En ausencia de investigaciones que permitan pasar del niveldemogrfico-ecolgico en el que est localizado el debate entre Germani y sus crticos, al conocimiento delas orientaciones culturales de los diversos sectores obreros en ese momento de cambio de la sociedadargentina, es difcil avanzar ms all de las conjeturas. Lo que nos importa destacar es que si ese conflicto de

    valores polticos existi, debera haber sido posible reconocerlo por sus presuntos efectos. Pero en ese planose constata una imagen opuesta a la que se desprende de la interpretacin tradicional, puesto que quienesestn a la cabeza de las primeras luchas de los trabajadores de la industria en los aos treinta no son otros quela expresin por excelenciade lo que dicha interpretacin sobreentiende como orientacin de clase, a saber,los militantes comunistas11. Aunque precarios, los logros de los comunistas entre los trabajadores textiles, dela construccin y los frigorficos parecen contradecir la idea de la existencia de barreras culturales entre lanueva clase obrera y la antigua direccin sindical. Ms bien, si la participacin de esta nueva clase obrera enla accin colectiva no fue mayor segn lo indican los ndices de huelgas y la tasa de sindicalizacin, lasrazones hay que buscarlas en la coraza autoritaria que rodea al desarrollo de signo conservador y no en unrechazo de naturaleza ideolgica al llamado de las organizaciones obreras.

    Cualquiera sea la interpretacin que se d, es preciso admitir que, de todos modos, permaneceinamovible el punto inicial, el del liderazgo de la vieja guardia sindical. En el marco de la recomposicin del

    mundo del trabajo que se opera en los aos treinta, la vieja guardia sindical tiene dificultades para revalidar

    9 Antes de continuar el anlisis, vale la pena destacar que, desde un punto de vista comparativo, el desfasaje entreindustrializacin y sindicalizacin no tiene, en si mismo, nada de sorprendente. Sin necesidad do hacer referencia a losrasgos de las elites dirigentes, es comprensible que los patrones se resistieran a poner en tela de juicio su poder dedecisin unilateral en las empresas. La misma resistencia encontraron a la implantacin de la C.I.O. en los EstadosUnidos en la dcada del treinta y las organizaciones obreras en la industria francesa antes del Frente Popular. dossituaciones que, juzgadas en el plano poltico, no son asimilables a la de la Argentina conservadora. Sobre los EstadosUnidos, cfr. BERNSTEIN, Irving: The lean years, Boston, 1972; Francia, en COLLINET, Michel: L'esprit du

    syndicalisme, Pars, 1956.10HALPERIN DONGHI, Tulio: "Algunas observaciones sobre Germani, el surgimiento del peronismo y los migrantesinternos", en MORA y ARAUJO, M. y LLORENTE, I., op. cit.11El papel de los comunistas en el mundo del trabajo y las luchas obreras en la segunda mitad de los as treinta fue

    primero destacado por Celia DURRUTY en Clase obrera y peronismo, Pasado y Presente, Buenos Aires, 1968.Retomado luego por otros autores es, no obstante, una experiencia insuficientemente reconstruida todava.

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    sus ttulos y devenir el agente poltico capaz de articular y expresar los conflictos y demandas que animan elcrecimiento de las capas populares y obreras. Sobre la naturaleza de estas dificultades volveremos msadelante.

    Resumiendo los datos de la escena histrica tenemos, entonces, un nuevo movimiento social que noalcanza a constituirse, trabado por las restricciones de una dominacin arcaizante y un sistema polticocerrado. En una coyuntura en la que el espacio para la intervencin de las fuerzas de base est casicongelado, el centro de gravedad se desplaza hacia arriba, hacia las elites dirigentes. Es all, en el nivel del

    Estado, que todo se juega, sea el reforzamiento de un orden excluyente, sea la reversin de las antiguasbarreras y la extensin de la participacin social y poltica. Arribamos as a las vsperas del golpe de 1943.

    V. El fracaso de la tentativa de sustitucin poltica lanzada por Pern

    A los efectos de analizar el proceso de cambio poltico que sigue a la revolucin militar del 4 dejunio, nos parece oportuno evocar dos tipos de situaciones distinguidas por Alain Touraine12. La primera deellas es propia de una sociedad reformista. All la incorporacin de fuerzas nuevas se opera a travs de lasinstituciones polticas, que representan el lugar de tratamiento de los problemas sociales. En una situacinsemejante, se forma, por un lado, un movimiento que presiona en favor de la participacin de sectores hasta

    entonces marginados, mientras por otro lado hay agentes polticos tpicamente los partidos que se hacencargo de esas demandas y procuran su reconocimiento. Si bien el movimiento popular depende de estosagentes polticos para redefinir su posicin dentro del cuadro institucional, no se somete enteramente a ellosy retiene una autonoma que le viene de su origen previo, de su arraigo en la sociedad civil. Diferente es lasituacin en la que la va de las reformas polticas est clausurada y en la que prevalece un aparato dedominacin y control autoritario. En este caso, el movimiento popular no logra organizarse en forma directa,en tanto que el papel de los mediadores polticos est prcticamente ausente.As las cosas, es la intervencindel Estado, orientada por una elite de nuevo tipo, la que mediante el recurso a una accin de ruptura puededebilitar las interdicciones sociales y desbloquear el sistema poltico para, de un mismo golpe, abrir laspuertas a la participacin de los sectores populares. Aqu, la constitucin del movimiento popular nopreexiste sino que es posterior a la iniciativa transformadora del agente estatal; ello habr de traducirse en lasubordinacin de ese movimiento, por falta de una expresin poltica propia, respecto de las orientaciones de

    la nueva elite dirigente en el poder.Por cierto que es esta ltima situacin la que se esboza, en la Argentina de 1944, a medida que pierdeterreno entre los militares la tentativa anacrnica y puramente represiva de la faccin ms integrista, enbeneficio de la poltica de apertura social del ncleo revolucionario que rodea al coronel Pern. Ms quesuscitada por la fuerza de la movilizacin popular, que sabemos muy limitada en esa poca, dicha poltica seinspira en los peligros potenciales de un orden regresivo e ilegitimo para el mantenimiento de los pilares delequilibrio social existente. El Estado irrumpe en la vida de las empresas, impone la negociacin colectiva,repara viejos agravios, altera las normas de trabajo, se lanza, en fin, a la modernizacin de las clasespatronales por decreto.

    La otra vertiente de esta poltica de apertura es la liberacin de las energas del mundo del trabajoPrecedidas por la proteccin del Estado, las asociaciones sindicales salen de su forzado letargo, van alencuentro de las bases obreras, incursionan en los dominios hasta entonces bien salvaguardados del poder

    patronal. En este contexto, que es el del debilitamiento de los obstculos organizacionales e institucionales,crecen los movimientos reivindicativos, al tiempo que se desarrollan los conflictos propiamente capitalistas.

    Pero bien pronto se percibe que esta intervencin en el campo de las relaciones de clase es slo unaspecto de la accin de ruptura de la elite militar lo que comanda los esfuerzos de este actor emergente es unproyecto de reorganizacin institucional que apunta, por una parte, a resolver la crisis de participacin delantiguo orden a travs del reconocimiento de los sectores populares y, por otra, a afirmar un principio deautoridad estatal por encima de la pluralidad de las fuerzas sociales. Ampliacin de las bases de lacomunidad poltica, consolidacin de la autonoma del Estado: he ah los contornos del proyecto que sepropone levantar un verdadero Estado nacional en el lugar ocupado por el Estadoparcial y representativo, dela restauracin conservadora.

    Para seguir las peripecias del proyecto de cambio poltico desatado desde el aparato del Estado por laelite militar y del propsito que lo anima, habremos de abordar, primeramente, la respuesta de los sectores

    12TOURAINE. Alain:La societ invisible, Seuil. Paris. 1977.

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    dominantes. Despus, dirigiremos la atencin a las relaciones que se establecen entre dicha elite y elmovimiento popular dentro del marco de la modalidad de incorporacin poltica en acto.

    A modo de introduccin digamos que en ausencia de una aguda polarizacin social, de undesbordamiento del sistema poltico, de un fraccionamiento del viejo bloque en el poder, las chances para elfortalecimiento de un actor estatal emergente son inciertas

    13. Y, en la Argentina anterior a 1943, no estamosante unas clases dominantes atemorizadas por una revolucin inminente. De hecho los propietarios y losempresarios no se muestran inclinados a pagar altos Precios, a renunciar a sus privilegios, para librarse de

    una amenaza que juzgan, a partir de su visin de la situacin, improbable. Ni estn dispuestos tampoco aponer la defensa de sus intereses en manos de la nueva elite que se autopostula para esa misin.

    Por lo dems, lejos est de facilitar la ententeuna poltica social que en nombre de la reconciliacinde clases alienta la movilizacin de los trabajadores. Esta poltica es, empero, parte inseparable del proyectoen curso: es la presencia de las masas movilizadas la que confiere a la elite militar su papel excepcional derbitro. Ciertamente desde la perspectiva de Pern no se trata de dejar abierto el campo a la espontaneidadpopular: sta debe ser disciplinada y canalizada. Pero los reaseguros estatales no debilitan la hostilidad de lospatrones, que no ven diferencia alguna entre las banderas rojas del pasado, frgiles como eran, y las banderasazules y blancas que el rgimen militar reparte entre las masas movilizadas.

    Es que los objetivos de la intervencin estatal, a pesar de no ser revolucionarios su inspiradorrechaza en todo momento verse asociado a un propsito semejante, comportan transformaciones muyprofundas del antiguo orden. No solamente en lo que la nueva poltica social tiene de ms evidente: lalimitacin del poder de decisin unilateral de los jefes de empresa. Por los derechos que reconoce, por lainfluencia que otorga a quienes han estado hasta entonces excluidos, el proyecto del Estado trasciende elterreno de la produccin para acelerar la crisis de la deferencia que la vieja sociedad jerrquicaacostumbraba a esperar de sus estratos ms bajos. De esta manera, la gestin de la elite militar vuelveefectivo lo que exista en forma virtual en el origen, en las condiciones iniciales del proceso de cambiopoltico por efecto de la modernizacin: nos referimos a la descomposicin de un modelo hegemnico globaly al desencadenamiento de un estado de movilizacin social generalizado.

    Todo esto no escapa a la percepcin de los sectores dominantes, que reaccionan primero confrialdad, para pasar luego a la resistencia frente a las reformas sociales y a la tentativa de sustitucin polticalanzada desde el Estado. Pero esa accin de ruptura del agente estatal, que profundiza el derrumbe de unorden basado en la marginalidad popular y la distancia social, no vuelca nicamente a la oposicin al mundo

    del dinero y los privilegios. Son los sectores medios urbanos los que primero engruesan el frente deresistencia. Vino a confirmarse as que la relativa plasticidad con la que la Argentina tradicional hablaasignado a estos sectores un lugar relevante en el sistema sirvi para inculcar, tambin entre ellos, laadhesin que otros mejor situados profesaban por el equilibrio social y poltico existente. Frente a las masasen movimiento, un reflejo cultural conservador reemplaza a ese progresismo que habla sido caracterstico delos sectores medios en el pasado, y en nombre de la defensa de la ley y las instituciones se colocan a lacabeza de la ofensiva civilista contra las innovaciones del rgimen militar.

    Oposicin de clase y resistencia cultural se confunden y refuerzan en el frente comn que aproxima alos sectores dominantes y los sectores medios. Esto explica, de un lado, el carcter traumtico del acceso delas capas populares y obreras a la ciudadana industrial; de otro, el hecho de que el Estado se vea obligado aabandonar su pretensin de arbitraje, a tomar partido y a descender al combate social y poltico que dividiren dos campos la sociedad argentina.

    VI. La democratizacin por va autoritaria y sus alcances

    Ya anticipamos que las relaciones entre la nueva elite dirigente y el movimiento popular estninfluidas por la modalidad que asume la incorporacin poltica de las masas. A fin de extraer de ella todo suvalor histrico, esta proposicin general debe ser especificada, tomando en cuenta, en primer lugar, el perfilsocial e institucional de la sociedad de la poca y, en segundo lugar, los efectos de la lucha por el poder en lacoyuntura de 1943 a 1946.

    Para comenzar, subrayemos una vez ms que los derechos adquiridos por los trabajadores despus de1943 no son el resultado de prolongadas luchas contra un poder de clase adverso entronizado en el Estado.Ms bien, estamos ante un proceso de democratizacin por va autoritaria (utilizando la definicin de A.

    13ZERMEO, Sergio: "Estado y sociedad en el capitalismo tardo", Revista Mexicana de Sociologa, vol. 39, N I,1977.

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    Touraine), en el cual el cambio poltico no sigue la secuencia que va desde las luchas sociales a las reformasinstitucionales sino que es motorizado por la accin de ruptura de la elite estatal. Es, pues, en el contexto deuna iniciativa lanzada desde arriba que surge en la sociedad una movilizacin que combina la lucha de clasesy la demanda de participacin, el enfrentamiento con los patrones pero tambin con las estructuras de poderque protegen sus privilegios. As las cosas, la fusin de las dos vertientes de la movilizacin dentro de unmovimiento poltico no llega a ser asegurada por los agentes directos de clase los sindicatos y partidosobreros sino por la nueva elite dirigente, cuya accin de ruptura del orden dominante comanda el cambio

    poltico.La interpretacin que proponemos guarda una cierta similitud con la realizada por A. Touraine sobre

    la formacin de movimientos populares en Amrica Latina14. El punto de contacto reside en el papel quecumplen en su articulacin los agentes polticos externos al movimiento populartpicamente, los lderesnacionalistas y las elites de origen estatal. Hay, sin embargo, diferencias que deben ser explicitadas y queremiten a las peculiaridades del caso argentino dentro de los pases de la regin.

    En el esquema de Touraine, la intervencin de dichos agentes polticos externos es una funcin de ladesarticulacin caracterstica de las sociedades en desarrollo de Amrica Latina. En las condiciones inicialestenemos, pues, una sociedad en la que coexisten un polo capitalista dinmico, controlado por una burguesaextranjera, orientado en general hacia el mercado internacional, y una vasta periferia subordinada, que operacomo reserva de mano de obra y como abastecedora de alimentos y servicios personales baratos, sometida ala dominacin de oligarquas locales. La consecuencia de esta penetracin capitalista limitada, que toma laforma de una dualizacin del espacio econmico, es un mercado de trabajo dbilmente integrado, donde seyuxtaponen las relaciones salariales propias de la fbrica capitalista con una variedad de otras formasarcaicas de insercin de la fuerza de trabajo. En este cuadro, donde la heterogeneidad de las relacionessociales debilita la articulacin de las posiciones de clase, es difcil hablar de un conjunto de trabajadoresunificados como clase a nivel nacional. As se tiene, de un lado, un sindicalismo que es menos unmovimiento de clase y ms el portavoz corporativo del sector obrero asalariado, que presiona en defensa desus ingresos mientras procura aumentar al mismo tiempo las ventajas relativas derivadas de su pertenencia alncleo capitalista moderno. Del otro, est la protesta intermitente de los trabajadores poco ligados a laindustria, para quienes no se trata de combatir la explotacin cuanto de escapar a la marginalidad social yeconmica.

    Si en una situacin semejante puede hablarse del mundo del trabajo, es a condicin agrega

    Touraine de subrayar a la vez que la clase de referencia est dividida en dos por el dualismo econmico ysocial. De all que se pueda afirmar que, dado un mundo del trabajo fragmentado, es una intervencin deorigen externo la que provee la cohesin que los mismos trabajadores no estn en condiciones de generar aparte de su propia experiencia de trabajo. Esta intervencin puede ser, diramos, indirecta. Este es el caso delas polticas del Estado de signo autoritario y regresivo, que afectan al conjunto de los diversos actoresobreros y tienen por efecto una reaccin defensiva generalizada: un ejemplo de ello son las huelgas generalesen el Per de los aos cincuenta y sesenta, en las que, al regionalismo y al seccionalismo creados por la dbilintegracin nacional y el dualismo econmico, se sobreimpone, aunque de manera temporaria y puntual, unmovimiento de masas concertado. Esa intervencin externa tiene repercusiones ms vastas cuando es msdirecta: tal es la situacin en la que un agente poltico toma a su cargo o estimula la unificacin delfragmentado mundo del trabajo. Los ejemplos aqu son los provistos por la accin de los lderes nacionalistasque surgen entre los aos veinte y cuarenta en Amrica Latina (Haya de la Torre, Crdenas, Vargas), y cuya

    intervencin consisti en dar un principio de identificacin, un lenguaje compartido a las masas trabajadoras,haciendo pasar al primer plano la experiencia de alienacin poltica que, por sobre las diferentes modalidadesde su insercin en la estructura productiva, constitua el denominador comn de la condicin popular en elantiguo orden patrimonialista.

    La experiencia del peronismo puede ser considerada una variante de ese tipo de intervencin externa.En efecto, a travs de su discurso, de su poltica social, Pern facilit la confluencia de los sectores de lavieja clase obrera y los nuevos trabajadores industriales en un movimiento sindical y poltico organizadonacionalmente. Aqu terminan, no obstante, las similitudes con los ejemplos evocados. Porque si lacontrapartida de la unidad poltica popular alcanzada por intermedio de los lderes nacionalistas ha sido,habitualmente, un mundo del trabajo heterogneo, en la Argentina de los aos cuarenta dicho mundo deltrabajo marchaba hacia su progresiva homogeneizacin en torno de la condicin obrera moderna. Estecontraste comporta diferencias muy significativas en cuanto a los alcances de la intervencin poltica

    14TOURAINE, Alain:Las sociedades dependientes, Siglo XXI, Mxico, 1976.

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    externa. Cuando la cohesin poltica de los trabajadores est asociada a un grado elevado de consistenciacomo clase, aumenta la capacidad del movimiento social que as se forma para actuar e influir sobre lasociedad. No sucede lo mismo cuando, detrs de la unidad lograda en el nivel poltico, subsiste un mundo deltrabajo desgarrado por sus fracturas internas, por su heterogeneidad. En estos casos, dicha unidad permanecedependiente de la accin del agente poltico externo que la hace posible; lo que implica que se desarrolla unafuerza social manipulable, que sobrevive mal a la crisis de las coyunturas polticas en las que surge. Elejemplo del sindicalismo brasileo patrocinado por Vargas y Goulart, la discontinuidad de su peso social y

    poltico, esto es, el desenvolvimiento y luego la atrofia de sus organizaciones, es una prueba de ello.Las relaciones del movimiento obrero y el peronismo tuvieron un signo diferente. La proteccin

    estatal entre 1944 y 1945 contribuy, es verdad, a la constitucin de un sindicalismo de masas nacional. Peroeste sindicalismo, una vez estructurado, moviliz a una masa obrera cuyo podero estaba en su fuertearticulacin como clase, cumpliendo as un papel decisivo en la consolidacin del propio rgimen peronistae incluso lo sobrevivi luego de su cada. Los obstculos que impedan su desarrollo no estaban en unmercado de trabajo dualizado por la penetracin limitada del capitalismo, sino en las barrerasorganizacionales e institucionales puestas por el orden jerrquico y excluyente. La intervencin disruptiva dela elite militar, al quebrar dichas barreras, abri el campo a una fuerza obrera previamente formada en elmarco de la industrializacin de la dcada del treinta. Esto nos coloca delante de una doble realidad: si lascaractersticas de su incorporacin poltica nos obligan a hablar de la heternima popular, no es menoscierto que, paralelamente a esa accin poltica subordinada a las orientaciones que le vienen del Estado, esuna accin de clase obrera la que se organiza y pasa a animar los conflictos de la sociedad argentina.

    VII. La coyuntura de 1945: la disputa por la representacin de la voluntad popular

    Con estos elementos, podemos ocuparnos de las relaciones entre la elite dirigente y el movimientopopular, pero ahora a partir del segundo ngulo de anlisis, que es el de la relacin de fuerza durante lacoyuntura de la lucha por e1 poder que tiene lugar entre 1943 y 194615. Tambin aqu el punto de partida esel proceso de cambio poltico desatado desde el Estado y lo que interesa considerar es el lugar que habrn detener las masas trabajadoras en el nuevo orden que surge. Los elementos a tomar en cuenta son, a esterespecto, la magnitud y la unidad de la reaccin de los sectores dominantes y la cohesin de la elite dirigenteestatal.

    Recordemos que el intervencionismo social del poder militar comienza siendo mucho ms modestode lo que luego ser llevado a ser por los avatares de las luchas polticas: En primer lugar, est el hecho deque dicha intervencin forma parte de una modernizacin de las relaciones de trabajo que intenta reformar elorden existente sin romper abiertamente con las clases patronales. En segundo lugar, la bsqueda de apoyospolticos por parte de Pern est orientada en la direccin de los partidos tradicionales, como ciertos sectoresdel radicalismo y el conservadorismo. Se trata de una intervencin cuyas innovaciones son presentadas comosi estuvieran al servicio de la regeneracin del antiguo rgimen y no en favor del establecimiento de otrototalmente nuevo: razonamiento que si est dictado por la prudencia poltica no es, sin embargo,independiente de que sean las fuerzas armadas el sostn de las reformas y la Iglesia quien les da la bendicin.Son las verdaderas fuerzas conservadoras del pas las que proyectan el futuro y preparan la escena para laentrada de las masas a la comunidad poltica nacional.

    La voluntad transformista que alienta al proyecto del jefe de la elite militar est presente igualmente

    en el diseo de la apertura social; as, las viejas organizaciones sindicales son convocadas a colaborar con elEstado. Confinados como han estado a una existencia siempre en las fronteras de la legalidad, los dirigentesobreros de origen socialista y sindicalista no pueden evitar, a su turno, la tentacin de responder al llamado,pero su respuesta est cargada de dudas y recelos sobre las finalidades de la colaboracin. Ello conduce a quese establezca una alianza de compromiso, en la que la vieja guardia sindical procura extraer beneficiospreservando su independencia, mientras que Pern se sirve de ella para iniciar su penetracin entre lostrabajadores. En esta etapa dicha operacin de apertura es todava solidaria con el carcter limitado que tieneel apoyo obrero en los clculos polticos del jefe militar, o sea, con la pretensin de organizar al conjunto delas fuerzas de la produccin bajo el arbitraje del Estado.

    Se sabe ya que este proyecto cuidadosamente esbozado a la imagen de un bonapartismo estdestinado a experimentar un giro rotundo cuando se pone en movimiento la ofensiva concertada de los

    15 Sobre la coyuntura de 1943-1946 ver HALPERIN DONGHI, Tulio: Argentina en el callejn, Arca, Montevideo,1964, yArgentina, la democracia de masas, Paids, Buenos Aires, 1972.

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    sectores medios y las organizaciones empresarias durante 1945. Cerrado el camino de los partidos, sobretodo despus de la negativa a colaborar del lder radical A. Sabattini, confrontado a una oposicin social yeconmica que se moviliza sin fisuras contra sube reformas laborales, el hombre fuerte de la Revolucin deJunio se vuelve hacia las masas obreras. Este vuelco es as contemporneo a un momento de debilidad. Enestas circunstancias, son los decorados de la escena los que cambian.

    En efecto, hasta aqu y desde 1943 el proceso de cambio poltico y la coyuntura histrica coincidenen la direccin que a uno y a otro le imprime la elite dirigente. Con la movilizacin del frente adversario y

    las divisiones del ejrcito, esa direccin flaquea y disminuye su control sobre los acontecimientos. Es as queel poder autoritariamente alojado en el Estado se libera, se dispersa por todos lados, dando lugar a un juegopoltico en el que Pern deviene un actor entre otros. La prioridad de la iniciativa estatal sobre elcomportamiento del movimiento popular tiende, entonces, a encogerse, lo que habr de expresarse en ladilatacin del margen de maniobra independiente de los dirigentes del antiguo sindicalismo. Tal es lasituacin que precede a la crisis de octubre de 1945, en la que Pern, luego de ser destituido y encarceladopor un sector del ejrcito aliado a la oposicin, es rescatado de su muerte poltica gracias a la intervencin delas masas organizadas por los sindicatos.

    El 17 de octubre corporiza en el centro de la escena la presencia de esa nueva fuente de legitimidadconjurada desde las alturas del poder, la de la voluntad popular de las masas. Y, explicablemente, esavoluntad popular que se desprende de la descomposicin del viejo orden conservador se convierte en el ejede luchas polticas. Vemos, as, que entre Pern y la vieja guardia sindical se entabla una competencia porocupar esa posicin simblica, por hablar en su nombre y apropiarse de la representatividad que emana deella. A ese fin, el lder militar radicaliza su discurso, multiplica sus gestos reformistas, en tanto que losdirigentes sindicales dan forma a un proyecto de autonoma poltica obrera creando el Partido Laborista.

    As, paralelamente a la lucha poltica y social que polariza la sociedad argentina en dos camposopuestos durante la campaa electoral con vistas a los comicios de febrero de 1946, habr de desarrollarseotra confrontacin entre las palabras rivales de Pern y la vieja guardia sindical, que buscan hacer suya laexpresin de la voluntad del movimiento de masas emergente. Existe, sin embargo, entre quienesprotagonizan esta disputa una igualdad ilusoria, que es producto de la debilidad poltica de Pern en losmeses previos. Con la victoria electoral y la consagracin plebiscitaria del jefe de la coalicin triunfante, larealidad recupera sus derechos: es el momento en que se repone la centralidad de la iniciativa estatal queestaba en los orgenes del proceso de cambio poltico.

    VIII. El peronismo se impone al laborismo

    Evoquemos el contexto de este desenlace, iluminando desde un nuevo ngulo las fuentes de laheternima popular.

    En el pasado, el lugar poltico de las masas obreras estaba en los squitos populares de los partidostradicionales: el voto de los trabajadores era un voto radical en las zonas urbanas y un voto conservador en lacampaa.

    Los partidos de clase (el socialista y, en menor proporcin, el comunista) contaban con las lealtades-polticas de fracciones muy reducidas del mundo del trabajo. Lo contrario suceda en el plano sindical, dondelos cuadros dirigentes se reclutaban entre militantes que respondan a ideologas de clase, con el apoyoincluso de los trabajadores simpatizantes de los partidos tradicionales: tal era el caso ejemplar de la Unin

    Ferroviaria, en el que la direccin era de origen socialista y sindicalista pero cuya reputacin en los mediospolticos era la de ser "un sindicato radical". Esta disociacin de las lealtades obreras era la expresin de lacoexistencia de un sistema poltico relativamente abierto en el marco del sufragio universal y de unasrelaciones de trabajo dbilmente institucionalizadas.

    En un escenario semejante, los estratos obreros tienen un acceso indirecto a los recursos distribuidosa travs del sistema poltico, como parte de las clientelas plebeyas de los partidos tradicionales un accesoque no se interrumpe del todo en los periodos de fraude debido a la penetracin popular de las mquinaselectorales de cuo conservador. Por otro lado, estos estratos obreros estn insertos dentro de relaciones detrabajo marcadas por la precaria proteccin de las leyes y el predominio de la fuerza. Esta doble ycontrastante pertenencia es la que tiende a movilizar sus lealtades polticas en torno de las luchas deinfluencias entre los partidos, al tiempo que orienta su adhesin en las empresas hacia los militantes queexpresan, an en la prctica sindical moderada de la poca, la resistencia al arbitrio de las clases patronales.

    Sobre este teln de fondo es preciso colocar el viraje de los alineamientos polticos y sociales que seproduce a lo largo de 1945. Con la ofensiva concertada de los partidos y los intereses econmicos contraPern desaparecen los matices y es un orden poltico y social el que se unifica, compacto, en el rechazo a las

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    reformas que apuntan a ampliar la participacin de los trabajadores. Y al hacerlo, cambia la trama en la quese definan las orientaciones obreras. As, aquello que emerge en primer lugar en la movilizacin de masasdel 17 de octubre es una suerte de exorcismo colectivo el acto de liberacin por el cual los sectores obrerosrompen con los antiguos lazos que caucionaban sus lealtades. Esta imagen primera, la de una clase queparece encontrar al fin su cohesin interna, la correspondencia entre sus orientaciones polticas y susorientaciones sociales, es la que habr de animar la accin de los fundadores del laborismo.

    Pero lo que esta confiada visin de los lideres laboristas no logra capturar en su real significacin es

    la consigna que desencadena la movilizacin de octubre: la libertad de Pern encarcelado. En rigor, durantela coyuntura de 1945 no tenemos a una masa obrera directamente enfrentada a una oposicin poltica y socialunida detrs de la defensa del viejo orden. Si este hubiera sido el caso, es probable que los fragmentosdispersos de las lealtades obreras se hubieran soldado espontneamente en un movimiento poltico de clase.Acaso no haba sido en medio de los enfrentamientos contra un sistema poltico cerrado y un poder patronalhostil a toda forma de militancia obrera, que las masas trabajadoras de principios de siglo sellaron su unidadbajo las banderas del anarquismo? Lo que en esa poca estaba ausente, para ocupar, en cambio, un lugarprominente en los conflictos de la Argentina de 1945, era la intervencin de una elite estataluna eliteestatal que comenzara por asignarse el papel de rbitro para terminar siendo llevada a hacer un llamadodirecto a los trabajadores. He aqu el elemento crucial que reorganiza el campo dentro del cual pasan adefinirse las orientaciones obreras.

    Pero lo que ms importa destacar es que tanto la crisis de la dominacin poltica tradicional sobre lossectores obreros, como la gestin de Pern dirigida a hacer de ellos miembros plenos de la comunidadpoltica nacional, son los componentes de un proceso nico y simultneo. No hay, pues, como lo quiere lavisin que inspira al proyecto laborista, primero la ruptura de los trabajadores con los antiguos lazos departido, luego la rearticulacin de sus lealtades polticas por una elite interna y finalmente el apoyo a un lderque por su origen es externo a ellos. Si es verdad que el 17 de octubre se asiste al surgimiento de una fuerzasocial polticamente nueva, por sobre las ruinas de la hegemona de los partidos tradicionales, no es menoscierto que esa fuerza nueva da sus primeros pasos en defensa de Pern16.El peronismo habr de imponerse,as, al laborismo, lo que refleja el papel decisivo que juega el agente de movilizacin estatal por sobre losagentes directos de clase en el proceso de unificacin de las masas obreras como sujeto poltico.

    La disolucin del Partido Laborista por orden de Pern, la cooptacin de la CGT en medio delsilencio de las bases. obreras, hacen caer, luego, de manera brutal, el velo de las ilusiones de la vieja guardia

    sindical. Protagonista de la coyuntura de los aos 1943-1946, el sindicalismo no llega a ser, empero, un actorindependiente. En rigor, l no controla las condiciones que hacen posible su intervencin en la escenapoltica, las que dependen, ampliamente, de la apertura estatal. Y es ese mismo Estado el que, investidoahora de la legitimidad popular, se le impone, subordinndolo a las necesidades de la gestin del nuevorgimen.

    IX. La marca de loa trabajadores en el peronismo

    Aunque la reconstruccin realizada en nuestra investigacin concluye en el momento del ascenso delperonismo al poder, hay una cierta arbitrariedad histrica en detener el anlisis en la imagen fija del apogeode la autoridad de Pern sobre el movimiento popular. El llamado a las masas como recurso para fortalecer laautonoma del Estado con respecto a los sectores dominantes es una constatacin frecuente en los estudios

    sobre las elites nacionalistas en Amrica Latina. En cambio, no es tan frecuente comprobar que por esa vaestas elites no hacen ms que alejarse de su objetivo, terminando habitualmente a la cabeza de unmovimiento que rompe el equilibrio de las fuerzas polticas existentes y activa las tensiones sociales17. Elresultado no puede ser otro que la prdida consiguiente de la autonoma del Estado y su absorcin en elcampo de los conflictos de la sociedad. Estas consecuencias son tanto ms profundas cuanto ms se estrechael margen de sus alianzas y ms estructurada es la consistencia de clase de los sectores popularesconvocados. Sabemos que estas condiciones se cumplen en el caso del peronismo.

    En efecto, el triunfo del liderazgo popular de Pern es, paradjicamente, la instancia en la que elEstado queda expuesto a la accin de los trabajadores sindicalizados y se convierte en un instrumento ms desu participacin social y poltica. El conjunto de derechos y garantas al trabajo incorporados a las

    16IPOLA. Emilio de:Ideologa y discurso populista. Folios, Mxico, 1983.17SIGAL, Silvia y TORRE, J. C.: "Syndicats et travailleurs en conjoncturo populiste", enAmerique Latine, Pars, N 7,1981.

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    instituciones, la penetracin del sindicalismo en el aparato estatal, todo ello aleja a Pern de su proyectooriginal, adems de introducir lmites ciertos a sus polticas, particularmente en el terreno econmico. Latentativa de constitucin de un Estado nacional termina dando lugar a un Estado que es como lo era el dela restauracin conservadora, si bien con un signo diferente tambin un Estado representativo. Lo cualhabr de debilitar su legitimidad poltica.

    Igualmente, el movimiento de unanimidad nacional, que deba replicar un modelo de partidosemejante al PRI mejicano, concluye siendo un movimiento fuertemente determinado por la presencia obrera

    organizada. Incluso la ideologa de paz social y orden bajo cuyos auspicios el pas deba marchar hacia laintegracin de su comunidad poltica estar atravesada por los efectos del componente de clase delperonismo. As, el liderazgo popular de Pern le impondr una renegociacin constante de su hegemonasobre las masas obreras; y esto lleva al rgimen a recrear peridicamente sus condiciones de origen.Entonces la palabra de Pern se desdobla y por la voz desgarrada de Evita es revivido el clima de 1945 y seactualiza en toda su fuerza primigenia la conflictualidad de los antagonismos sociales. Estado, movimiento eideologa estarn marcados, pues, por el sobredimensionamiento del lugar poltico de los trabajadores,

    resultante de la gestacin y el desenlace de la coyuntura en la que el peronismo llega al poder.

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    RESUMEN

    El artculo es una nueva contribucin al debate sobre los orgenes del peronismo y el papel de lostrabajadores. Luego de revisar las interpretaciones existentes, el autor propone una versin alternativa queparte de la caracterizacin del movimiento de masas peronista como uno que articula una conciencia poltica

    heternoma y una accin de clase. Para dar cuenta de ese doble y contradictorio perfil enfatiza, por un lado,las modalidades del proceso de cambio poltico que tiene lugar entre 1943 y 1946 y, por otro, la naturalezade la modernizacin econmica de la dcada precedente. El artculo se ocupa asimismo de las vicisitudes delproyecto poltico de Pern y las examina a la luz del sobredimensionamiento del papel que tienen lostrabajadores en la coyuntura en la que el peronismo accede al poder.