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LA VIDA ETERNA 1.- En la doctrina de la Escritura: La escatología veterotestamentaria, la promesa de Dios a su pueblo se abre al futuro y va desplegando paulatinamente objetivos intramundanos (Tierra, descendencia) cuyo cumplimiento no agota la promesa, hay identidad entre el Dios que promete y la propia promesa: “Yo mismo seré tu recompensa. a) La predicación de Jesús: Los sinópticos atestiguan la frecuencia con que Jesús ha tratado de la fase futura del reino de Dios. Denominador común de su enseñanza es la riqueza y variabilidad de las imágenes que describen la plenitud escatológica y de los términos empleados para significarla: reino, reino de Dios, reino de los cielos, paraíso, gloria, cielo, visión de Dios, etc. Las parábolas hablan del éschaton utilizando símbolos cambiantes, adaptados cada vez a las peculiaridades de los diversos auditorios. (pescadores: red repleta, mercaderes: la perla fina) Entre los símbolos empleados por Jesús, el del Banquete mesiánico o el convite nupcial tiene una especial importancia. Es también importante en estas imágenes el carácter comunitario de la plenitud en ellas reflejada. Dicha índole se subrayará más tarde en los símbolos de la ciudad celestial o la nueva Jerusalén (Ap 21, 9ss); la ciudad, en efecto, “representa la superación de la soledad y da cobijo al hombre allí donde únicamente puede éste encontrarse cobijado: en la comunidad de los prójimos, de los otros hombres”. b) La visión de Dios: Los creyentes son “la raza de los que buscan a Dios”, los que “van tras su rostro” (Sal 24, 6), los que ruegan que alcen sobre ellos “la luz de su semblante” (sal 4, 7), los que “contemplarán su rostro” (Sal 11, 7) etc. La interpretación teológica, fuertemente influida por los hábitos mentales propios de occidente, destaque demasiado unilateralmente en el hecho de ver a Dios un elemento cognoscitivo-intelectivo (la Theoría o “contemplación”) que sin duda está presente en el concepto, más englobado en un contexto relacional más rico. Para el semita, ver al rey es participar de su vida, vivir en su presencia. En 1Co 13, 8- 13 contrapone San Pablo el carácter imperfecto de los dones y carismas propios de la existencia temporal a la perfección que nos aguarda en el eschaton: “Cuando venga lo que es perfecto (to teleion), lo imperfecto desaparecerá. (ahora vemos como en un espejo…) El otro texto clave sobre la visión de Dios es el de 1 Jn 3, 2: “ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. “le veremos tal cual es c) La vida eterna: Esta designación es utilizada ya en los sinópticos (en continuidad con el sentido veterotestamentario de vida) como sinónimo de la fase final del reino. Así en el texto sobre el escándalo (Mc 9, 43-48), donde “vida” está en paralelo con “reino de Dios”, obviamente en su estadio escatológico: “… es mejor para ti entrar en la vida…” (vv. 43.45); Pero es sobre todo Juan quien profundiza en este concepto. En última instancia Juan identifica la vida eterna con la plenitud del amor. En Pablo se encuentra también el concepto de vida, y con un significado muy próximo al que le otorga Juan, aunque la expresión “vida eterna” parece ser reservaa en exclusiva por aquel (como en los sinópticos) para la consumación escatológica: Rom 2, 7; 5, 21; Ga 6, 8; Tit 1, 2. d) ser con Cristo: Tanto la categoría “visión de Dios” como la de “vida (eterna)” están animadas por un vigoroso cristocentrismo: ver-conocer a Dios es ver a Cristo tal cual es (1Jn 3, 2) o estar presentes en el Señor (2Co 5, 8). 1

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LA VIDA ETERNA

1.- En la doctrina de la Escritura: La escatología veterotestamentaria, la promesa de Dios a su pueblo se abre al futuro y va desplegando paulatinamente objetivos intramundanos (Tierra, descendencia) cuyo cumplimiento no agota la promesa, hay identidad entre el Dios que promete y la propia promesa: “Yo mismo seré tu recompensa.a) La predicación de Jesús: Los sinópticos atestiguan la frecuencia con que Jesús ha tratado de la fase futura del reino de Dios. Denominador común de su enseñanza es la riqueza y variabilidad de las imágenes que describen la plenitud escatológica y de los términos empleados para significarla: reino, reino de Dios, reino de los cielos, paraíso, gloria, cielo, visión de Dios, etc. Las parábolas hablan del éschaton utilizando símbolos cambiantes, adaptados cada vez a las peculiaridades de los diversos auditorios. (pescadores: red repleta, mercaderes: la perla fina)Entre los símbolos empleados por Jesús, el del Banquete mesiánico o el convite nupcial tiene una especial importancia. Es también importante en estas imágenes el carácter comunitario de la plenitud en ellas reflejada. Dicha índole se subrayará más tarde en los símbolos de la ciudad celestial o la nueva Jerusalén (Ap 21, 9ss); la ciudad, en efecto, “representa la superación de la soledad y da cobijo al hombre allí donde únicamente puede éste encontrarse cobijado: en la comunidad de los prójimos, de los otros hombres”. b) La visión de Dios: Los creyentes son “la raza de los que buscan a Dios”, los que “van tras su rostro” (Sal 24, 6), los que ruegan que alcen sobre ellos “la luz de su semblante” (sal 4, 7), los que “contemplarán su rostro” (Sal 11, 7) etc. La interpretación teológica, fuertemente influida por los hábitos mentales propios de occidente, destaque demasiado unilateralmente en el hecho de ver a Dios un elemento cognoscitivo-intelectivo (la Theoría o “contemplación”) que sin duda está presente en el concepto, más englobado en un contexto relacional más rico. Para el semita, ver al rey es participar de su vida, vivir en su presencia. En 1Co 13, 8-13 contrapone San Pablo el carácter imperfecto de los dones y carismas propios de la existencia temporal a la perfección que nos aguarda en el eschaton: “Cuando venga lo que es perfecto (to teleion), lo imperfecto desaparecerá. (ahora vemos como en un espejo…)El otro texto clave sobre la visión de Dios es el de 1 Jn 3, 2: “ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. “le veremos tal cual es c) La vida eterna: Esta designación es utilizada ya en los sinópticos (en continuidad con el sentido veterotestamentario de vida) como sinónimo de la fase final del reino. Así en el texto sobre el escándalo (Mc 9, 43-48), donde “vida” está en paralelo con “reino de Dios”, obviamente en su estadio escatológico: “… es mejor para ti entrar en la vida…” (vv. 43.45); Pero es sobre todo Juan quien profundiza en este concepto. En última instancia Juan identifica la vida eterna con la plenitud del amor. En Pablo se encuentra también el concepto de vida, y con un significado muy próximo al que le otorga Juan, aunque la expresión “vida eterna” parece ser reservaa en exclusiva por aquel (como en los sinópticos) para la consumación escatológica: Rom 2, 7; 5, 21; Ga 6, 8; Tit 1, 2. d) ser con Cristo: Tanto la categoría “visión de Dios” como la de “vida (eterna)” están animadas por un vigoroso cristocentrismo: ver-conocer a Dios es ver a Cristo tal cual es (1Jn 3, 2) o estar presentes en el Señor (2Co 5, 8). La alusión de Jesús en la última cena al convite escatológico (“…no beberé del fruto de la vid hasta el día en que lo beba de nuevo con vosotros en el reino de mi Padre: Mt 26, 29) sugiere que tal banquete será la prolongación de la cena eucarística, El diálogo de Jesús con el buen ladrón (Lc 23, 42-4) el acento recae en: estarás conmigo “…estaremos siempre con el Señor” (1 Ts 4, 17); Lo que se denomina reino de Dios, paraíso, visión de Dios, vida eterna, no es sino esto: ser con Cristo, en la forma de existencia definitiva. Allí donde está Cristo, allí está el reino. Él es, en el más riguroso y preciso de los sentidos, nuestro éschaton.2.- La tradición y la fe de la Iglesia:Doctrina de los padres: Uno de los elementos en que la tradición insiste más sostenidamente es en el del cielo como sociedad. Es símbolo escriturístico de la ciudad cuenta con numerosos comentarios. Los elegidos, dice San Agustín, participan “contigo en el reino perpetuo de tu santa ciudad”; según Gregorio Magno, el cielo “se construye con la congregación de los santos ciudadanos, San Cipriano había afirmado que la bienaventuranza consiste no sólo en la visión de Dios, sino en “el disfrute de la inmortalidad con los justos y los amigos de Dios”.

Que la vida eterna sea la visión de Dios se afirma explícitamente desde San Ireneo; San Cipriano presenta la gloria como configuración acabada con Cristo y participación en su reino.La fe de la Iglesia: la más importante de las declaraciones magisteriales en torno a nuestro tema, hasta el Vaticano II, es la constitución dogmática de Benedicto XII Benedictus Deus (DS 1000); la atención se dirige a la visión de Dios como constitutivo esencial de la vida eterna, acerca de la cual se hacen una serie de precisiones: a) El hecho de la visión: los bienaventurados (“los que estuvieron, están y estarán en el cielo”) “vieron y ven la esencia divina”. b) El modo de la visión: se trata de una “visión intuitiva” (no es un conocimiento discursivo), “facial” (resuena aquí el “cara a cara” de 1 Co 13, 12), “no mediando ninguna criatura en razón de objeto visto” (se excluye el conocimiento mediato, a través de la analogía de las criaturas), “sino mostrándose inmediata, clara y abiertamente la esencia divina”. c) Las consecuencias de la visión: el gozo (“con tal visión gozan de la misma esencia divina”), la bienaventuranza (“son verdaderamente felices”) y la vida eterna (“tienen el descanso y la vida eterna”). d) La duración de la visión: ésta, una vez comenzada, permanece “sin interrupción… hasta la eternidad”.

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Es de notar el carácter marcadamente intelectual que en este documento reviste la vida eterna. Llama la atención que no se mencione explícitamente el amor; en cambio se insiste en el conocimiento y se asigna como término del mismo “la esencia divina”. Se alude al elemento cristológico muy de pasada (los bienaventurados “están en el cielo… con Cristo”). La doctrina, en suma, notable por su precisión y rigor conceptual, no recoge (ni tampoco lo pretende) todos los aspectos bíblicos de la realidad que denominamos “vida eterna”. el Concilio de Florencia: en el cielo “se ve intuitivamente al mismo Dios, trino y uno, como es” (DS 1305). La constitución Lumen Gentium ha aportado a la doctrina del magisterio sustanciales complementos. El n. 48 recoge el dato “visión de Dios”: “en la gloria… seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal como es”. Pero inmediatamente añade el de “ser con Cristo”, “reinar con Cristo gloriosos”, “entrar con él a las bodas”; en el n. 49 se afirma que “los bienaventurados están íntimamente unidos con Cristo”, el cual “vendrá para ser glorificado en sus santos y mostrarse admirable en todos los que creyeron” (n. 48). Como se ve, el acento cristológico se recalca aquí con firmeza. Por otra parte, se hace también patente la índole social de la vida eterna en las frecuentes alusiones a la Iglesia cual sujeto de la misma (ya desde el comienzo del n. 48: “La Iglesia… se consumará en la gloria celeste”; cf. Los nn. 49.50; el n. 51 concluye el capitulo hablando de “la ciudad celestial” y “la Iglesia de los santos”) y en la cualificación de su actual status como transitorio (n. 48, párrafo tercero). La doctrina conciliar, en suma, incorporando precedentes enseñanzas, ha ensanchado el horizonte de la temática y recuperado con una rica documentación bíblica aspectos de la vida eterna muy destacados por el NT.3.- Reflexiones teológicas: el hombre está constituido además por otras dos relaciones, que lo refieren indeclinablemente al tú humano y al mundo.La función de Cristo en la vida eterna: antes del Vaticano II se habla de la visión de la esencia divina, lo cual no da lugar a la humanidad de Cristo, sin embargo Jesús dice: el que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Esta afirmación, respuesta a la pretensión de ver al Padre, podría parafrasearse así: “el único modo de ver al Padre es verme a mí”. En Mt 11, 27 y Jn 1, 18 se expresa, con otras palabras, la misma idea. El ser de Dios se hace comunicable en el Verbo Encarnado.Según la conocida frase paulina, es en Cristo resucitado donde está permanentemente emplazada “toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (somatikós: humanamente). La bienaventuranza no se dará sin la captación inmediata e intuitiva del propio ser de Dios, que, justamente para darse, ha adquirido figura humana (¡somatikós!). La realidad humana del Hijo de Dios no es el tertium quid interpuesto entre la persona humana y la persona divina (como el cuerpo del hombre no es lo que se interpone entre él y el otro), sino el lugar (el único lugar) de encuentro entre el hombre y Dios, la relación personal inmediata con él es, simultáneamente y por sí misma, relación inmediata al Padre y al Espíritu, quienes a su vez son los que son por su relación al Hijo. De esta forma los bienaventurados “ven a Dios uno y trino como es” (DS 1305).Visión-divinización: ver aquí significa, en su sentido complexivo, comulgar en la vida de la persona vista.De nuevo hemos de subrayar en este punto el elemento cristológico: es el ser-con-Cristo (el ser uno con el Hijo) lo que nos otorga ahora la filiación divina, que es autentica divinización. A propósito de ser asimilados a Dios, es menester insistir igualmente en la categoría “relación interpersonal”; de lo contrario, la divinización celeste podría ser interpretada, al modo de las místicas panteístas, como una pérdida del propio yo por absorción en la divinidad, con lo que la vida eterna sería, no ya el coronamiento de la creación, sino su aniquilación. Lejos de presentar una enajenación de la propia personalidad, la participación inmediata de Dios es personalizante en grado sumo. “El amor borra las distancias entre el yo y el tú, pero no anula su mismidad”.La eternidad: La visión de Dios es la vida eterna. la fe de la Iglesia en la constitución de Benedicto XII: como duración sin interrupción ni término; como situación definitiva e irrevocable. En la noción misma de vida eterna se incluye: a) un permanente dinamismo (de lo contrario no sería vida); b) que no puede extenderse a lo largo de una duración idéntica a nuestro tiempo (de lo contrario no sería eterna). Lo “eterno” parece implicar una densidad tal que descarta la alternancia de lo transitorio a lo definitivo; densidad de la que ahora sólo poseemos una cierta predisposición y una recurrente nostalgia. Socialidad y mundanidad: Al igual que, durante la existencia histórica, la relación trascendental a Dios no sólo no deroga, sino que funda y afianza las relaciones categoriales, la vida eterna sostendrá, consumándola, la índole social y mundana del hombre. La dimensión social de la vida eterna viene a refrendar que no puede darse una auténtica consumación del hombre al margen de la consumación de la humanidad, y viceversa; la doctrina cristiana del reino de Dios consumado se distancia de este modo tanto de una mística individualista como de un colectivo abstracto e impersonal, haciendo patente que el punto álgido de la personalidad coincide con el de la comunicabilidad. (insertando al hombre en las relaciones Trinitarias)La relación al mundo (a la creación transfigurada) es más difícilmente tematizable. Y, sin embargo, no podemos prescindir de ella: el mundo no es únicamente infraestructura o soporte de la existencia humana; es además el espacio abierto a su creatividad y el entorno natural a su corporeidad. Si Dios destina al hombre entero a la vida eterna, si hay no sólo resurrección, sino nueva creación, habrá igualmente una conexión hombre-tierra, y la bienaventuranza no se reducirá a “recibir en pura pasividad un influjo beatificante redundante del alma”; importará también “una verdadera actividad de todo hombre, actividad totalitaria y unitaria del espíritu y del cuerpo”.Por lo demás, apenas puede diseñarse con mayor precisión un género de actividad hasta ahora inédito sin bordear el ridículo de las extrapolaciones fantásticas. También aquí es menester tomar en serio el carácter inefable de la existencia

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transfigurada, explícitamente advertido por Pablo (1 Cor 2, 9), y que se remonta, en definitiva, a la inefabilidad misma de Dios: la vida eterna, en su núcleo esencial y en cualquiera de sus manifestaciones, es el misterio, porque es el don que Dios hace de sí mismo.

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