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La poesía de la montaña. La Esfera (Madrid). 13 de marzo de 1915, n.º 63.
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LA ESFERA i é ^ ^ ^ i í ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ í ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ i ^ ^ ^ ^ ^ f e ^ ^ ^ ¿ ^ f e ^ ^ ¿ ^ ;
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POR LA ESPAÑA PINTORESCA
LA POESÍA DE LA MONTA
Salto de u^iia en las montañas de León
LA pocsfa no es la btigalelo. pasaliempo de burgfuescs que aspiran al caclieL ó de elegantes que han oído hablar de Grecia..., es
acaso el más serio estudio v probablemente de los más transcendenles y útiles por cuanto endulza la \'ida que es ya bastante práctica aplicación. Ad-más, estamos viendo que Iodo el progreso material, derivado de las ciencias experimentales, desde la aviación hasta los proyectores de luz, parece que fueron revelados para meior y más brutal desirucciún de la humanidad. IZn cambio las víctimas de la poesía se cuentan por los dedos... algún adolescente que leyó el suicidio de Werlnr, alguna tiiña soñadora enamorada de la palidez de la Uama de las Canic-lias; V de batallas no se hable, pues aun la formidable campaña de clásicos y románticos en el famoso estreno de HernanJ no paró de unos razonables bastonazos.
En vista del culto espectáculo civilizador que están dando al mundo las progresivas naciones europeas, resulta que emplearon mejor su tiempo los poetas que los mecánicos; con sonetos, aun siendo malos, no se mala gente ni se destruyen las riquezas de los pueblos.
Tolstoi ha vencido; la civilización es un mal, jcl mal mayor!
¡y nosotros, que hemos pasado la vida envidiando el porvenir de Bélgico, la de la manufac-lura cxquisiia. la del uliramaquinismo!... Nosotros, debeladorcs de nuestras alegres corridas de loros donde mueren cabalgaduras que se están muriendo y lo explicábamos como resto d -barbaria musulmana, sin sospechar que las selectas naciones civilizadas habían de llevar no caballos, sino esclavos, al sacrilicio...; nosotros
no sabíamos que el lin de la cultura era matar hombres para disputarse el .látigo bárbaro y cruel. Habíamos olvidado qué un '¿\-a\-i ingles, Carlyle, düo: «El ideal de la civilización moderna es hacer dinero».
¡Lástima de tiempo que han perdido los tratadistas de Derecho internacional, los conferenciantes de la paz. los que predicaban el humanitarismo, la patria-tierra y el derecho á la vida!...
Cultivemos, ¡mes, la santa poesía; y no se diga que no están los tiempos para cantar.
Él travador nacional, el del romance tL'l pueblo no se produce, es verdad, en e'pocas de tan bajo relieve como e'sta. pci-o surge la elegía, la más alta forma de la poesía, penetrada de aquellas «melancolías y desabrimientos» que amargaron los últimos días del Hidalgo.
Existe, es verdad, algo unánime en toda la nación, y esc algo es el miedo á la muerte delí-nitiva, pero e'ste tampoco gusta de cantar alias y sonoras estrofas, sino iodo la más un canturreo para espantarlo... y así sale la canción.
Nuestro miedo no es siquiera trágico, es sencillamente el de quien, pobre y apaleado, no tiene ánimo para alzar la vista ni levantar la voz. Al fin y al cabo, ni aquí sacudió nuestros nervios una revolución asoladora. ni nos hicieron lo que á fielgiea; nos sustrajeron algo que no sabíamos dirigir ni explotar, eso fué todo; y por eso caímos en el surco y no en el abismo, y por eso es en vano esperar un gran poeta que no encontraría en esta situación roc j para alzar el vuelo.
Ello es lambie'n un rcílelo de la general di5;ni-niición de las figuras: no hay grandes poetas donde no hay grandes hombres.
Pero la poesía es subjetiva, la que cada cual
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c i v a s " n U i e n M " " ^^P^"^^ ^^ situaciones co-
íes v l a s e n ' ; , . ' . ' • ' ' " ^ " '^" '̂ ^ naturaleza flo-' I ^ '-"^ encuentra siempre
hace i S o Tr ' ' " ' ' ' " '"^"''"'^ sosegado huyó yo ' S n f " T " " y ^ " ^' '''">>' ^"'^ l'uscarla.
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Es la montaña.
V Pinto^^!>L^'".'' " ' ' ^^ ' ' " c i ^ de León, la más varia de luí^n.^-r- ' " V~ ^''''"^'' ""•' ^' Ví^'-^o rayos Per"nn"?i ' ' • V ' ' ^ ' ' ' ' ' ' " ^ ^ " " ^ "̂̂ los puertos L o W T ; "^^' P^^oramas insuperables que de los m f ''"' '." F"-^'^ '"- l"s poetas y al oro
d e h / w ^ ^ i " ^ P''^^^'' ^""^ '̂ í mundo la pena cíe nalícr nacido ricos. t s t a montaña es el país de los ensueños; su3
HXUA'^-'^ ' •°^^'^" d*̂ ^''^S?'"'^ "^s clásicas severidades pircnaieas. sus ríos ríen y sus praderas lamas se marchitaron bajo un sol más luz que tuego. con un cielo que es una turquesa
íLas hoces de Vegacervera! Viene el T o r i o - u n río saltador y bullicioso—
en cauce profundo.de peñasco vivo que la iVas-nn ' rT . ' ^ ! . ' ! " ' ''Í,'"' ""^ S?faciosa curva apretada por la roca que de vez en cuando se derrumba en bloques que alteran, de año en año, la silueta de la corriente,
sa.id3 el agua en profundo pozo, inquietador v misienoso. salla luego y es de ver la algazara con que cae en luvia blanca, para seguir sS marcha cammo délas tierr^as-llanas. del Esla cauda-
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LA ESFERA
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loso. Dos macizos ¡ngfrnics de esa peña caliza blanca é iniímculada. qu2 por paradojti liene enlrafui de carbón, dos alifsimas moles ninrcan el cauce del río, se elevan al ciclo y en curvo inienninable. cixrrraii las hoces de Ve-gacervcra, liaeta salir en Cármenes á una veffa luminosa y florccienle, para de nuevo subir por los Poniedos al puerto de Piedrafiía, á buscar la gran cordillera asturiana.
El viajero, al salir de Vegacerve-ra—un pueblo risueño e;i campo verde y ameno, con casitas alegres y aire de querer vivir—no sospecha que poco más allá se ha de enconirar, en plenas hoces, en el corazón solemne de una montaña arquitectónica, trá-gicainenle solitaria y silenciosa.
Es una escena wagnerianíi. Cerrado el horixonte allá arriba por
la pena gigante, blanca, severa como un templo, y allá abaio el río sombreado por !a profundidad del cauce, deteniendo su corriente anic la majestad del cuadro.
De Freiile los oíos sólo ven el circo de la montaña cierna, callada, melancólica; la luz de un sol que no tiene crepúsculo llega á la hondura con trabaio, sin durezas de enionacion. sin brillanteces, y todo se baña y se disuelve en un suave color propiciD á la inquietud.
En lo inás alto la piedra ha formado una estatua: un nionie orante, que parece enseñar al vialcro la lección de la austeridad; en lo más profundo el agua brota silenciosa de una sitna que las gentes llaman «el pozo del inlierno».
Siempre he soñado, en estas hoces espléndidas, inagnílicas, con romper el silencio en noche de verano para qu2 allí entonara una orquesta gigante páginas de Pars¡f¿¡l.
liayalgo religioso enestamontaña. Los mozos, aun cuando van de fiesta en fiesta en tiempo de ainores y lu
jurias, no cantan en las hoces; los dastemplados toques de la bocina del
automóvil son rcpelidus. como con escándalo y protesta, por el eco... «¡como una blasfemia entre una oración!» El misterio se agranda ante la boca negra, siniestra de las cuevas que en la roca abrió el tiempo; viven en ellas las sombras de ios siglos y en las sombras solo prospera la florlrágica, la leyenda de la mala ventura, el cuento de pastores, la poesía del terror, acaso la más hondamente i^opular y, desde luego, la má3 humana ante la imperiosa grandezn de la montaña.
El núcleo de la fábula es acaso el mismo cEi todas parlas. El pastor que os cuenta la leyeiuh no sabe bien si ía ha soñado ó la ha oido contar. Ero. allá en tiempos remotos de los moros ó antes quizá, cuando una dama misteriosa, ¡quien sabe por qué pecados ó virtudes..!, ¡quién sabe si por amores (') por odios, pero eternos, insaciables..!, una dama misteriosa, errante como una sombra, como una ráfaga, quedó vagando por la montaña; ella sabe los ocultos precipicios, las recónditas cuevas á las que nadie vio el lin; y como la dama bcccfjcriana á veces se hundeen lo profundo de ISJ aguas; los pastores que la vieron cuentan y no acaban de su gloriosa lurmosura y del gesto trágico con que desafía las tirmpcslades alzando en lo máserguido de un peñasco su gallarda iícniilcza. iluminada por el rayo que ri.'neia en sus ojos, en sus lagrimas, Inda la braveza de la tornunta. acaso no comparable ala de su alma enigmática. El pastor no leyó á Esehilo ni oyó ha'jlar d^ Clytcmneslra. que clavaba s j s ojos en el horizonte por ser una lLiza:isiosamenie es:?erada... Clylem-nesira. que había de'morirámanos de su hijo..., no sabedc las doncellasqu; llevaban en silencio libacioncí al túmulo úz Agamcmnóii..., no c o n ó c e l a Orcsfiada.... no sabe ÜUC SU fábula es
digna del teatro griego y de las fiestas sacras, y que su montaña liene toda la belleza clásica.—MARIANO D. B E R R U E T A
En las hoces de Vcgacervera