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André Gunder Frank. La bomba nuclear y la bomba de la deuda. En: El País, España, 30 de Septiembre, 1984.
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20/7/2014 La bomba nuclear y la bomba de la deuda | Edición impresa | EL PAÍS
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ANDRE GUNDER FRANK 30 SEP 1984
TRIBUNA:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
La bomba nuclear y la bomba de la deuda
Archivado en: Condonación deuda Tercer mundo Opinión Comercio internacional Estados Unidos Política exterior Relaciones económicas Deuda externa
Finanzas internacionales Geopolítica Relaciones exteriores Política Finanzas Comercio
El tema de la deuda exterior de los países en vías de desarrollo ha adquirido tal gravedad, que el autor lo compara con otra bomba, que se une al de la bomba por
antonomasia, la nuclear. La táctica del amedrentamiento del adversario -el "juego del gallina"- ha llevado a una situación donde la salida se ve cada vez más oscura. Pero
es indudable que la conexión entre estos dos temas, el nuclear y el de la deuda, es más estrecha de lo que puede parecer, hasta el punto de que hay que trabajar
conjuntamente para salir de ambas crisis
Henry Kissinger dijo en los años setenta que el Tercer Mundo le importaba un rábano. Ahora se
ha unido al coro de quienes expresan una seria preocupación por la deuda del Tercer Mundo.
El año pasado, en un artículo titulado La salvación de la economía mundial, escribió que "la
raíz del problema de los actuales esfuerzos para resolver el problema de la deuda es que ésta,
en el futuro inmediato, es de hecho irresoluble". Y después de criticar al Fondo Monetario
Internacional por "contraer la economía, aumentar el desempleo y reducir el consumo" en los
países del Tercer Mundo, Kissinger se centró en su principal preocupación: "En ello está en
juego la evolución política interna de varios países en vías de desarrollo, entre ellos, muchos
amigos importantes de Estados Unidos. Si la crisis de la deuda lleva a la aparición de
Gobiernos, antioccidentales, las cuestiones económicas se verán reducidas por las
consecuencias políticas" (Newsweek, 24 de enero de 1983). Kissinger volvió a tocar el
problema en un artículo reciente titulado La solución a la crisis de la deuda: el arte de
gobernar, en el que observa que "no hay la menor posibilidad de que se pague el principal
antes de, como mínimo, una década. Incluso los pagos de intereses serán políticamente
inviables a menos que se enfoque el problema como una cuestión política y no puramente
económica. La continua negativa a aceptar estos hechos puede provocar una confrontación
política entre Estados Unidos y sus principales deudores latinoamericanos" (EL PAÍS, 24 de
junio de 1984. International Herald Tribune, 25 de junio de 1984.).
Lo que Kissinger olvida mencionar es que el mismo mecanismo que hace de la cuestión de la
deuda un problema político hace que sea tremendamente difícil, si no imposible, llegar a un
acuerdo político, incluso contando con dotes de gobernante como las suyas, que permita
reconciliar los intereses económicos más allá del control de nadie. La fe de Kissinger en el arte
de gobierno es bastante poco modesta o realista teniendo en cuenta el "problema técnico
económico" al que tendrán que hacer frente los políticos por la acumulación de la deuda, el
aumento de los tipos de interés, la acumulación de vencimientos expirados y la llegada, antes o
después, de la próxima recesión, aspectos todos ellos que amenazan con hacer explotar la
bomba de la deuda.
Es bastante probable que la próxima recesión ejerza una mayor influencia sobre los
acontecimientos y la situación de la deuda que la que puedan ejercer los gobernantes o
estadistas tipo Kissinger. Desde los inicios del capitalismo industrial, en torno a 1800, se han
DOMINGO, 30 de septiembre de 1984
ARCHIVOEDICIÓN
IMPRESA
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dado más de 40 recesiones, y ya van cuatro desde el inicio de la actual crisis económica
mundial a mediados de los sesenta. Ninguna de estas recesiones se ha visto esencialmiente
modificada, ni mucho menos evitada, por la política económica, y todas ellas han afectado de
manera importante o incluso determinado la puesta en marcha de ciertas políticas económicas.
Ningún analista económico responsable o bien informado, ya sea de empresas, Gobiernos o
universidades, duda actualmente de la llegada de otra recesión. La cuestión es cuándo y con
qué fuerza y consecuencias.
La próxima recesión
Ha habido mucho debate sobre si la próxima recesión tendría lugar o no antes de las
elecciones norteamericanas en noviembre de 1984 y cómo podría afectar al resultado de tales
elecciones. Pero sería más realista considerar cómo va a afectar la próxima recesión a la
política de la Administración que salga de ellas, sea la que sea. Las dos recesiones anteriores
han afectado de manera vital, llegando incluso a cambiarla, la política de los Gobiernos
norteamericanos y de otros países industriales, socialistas y del Tercer Mundo. Además es
probable que la próxima recesión vea sus efectos (sobre la economía de todos estos países y
sobre la política económica y general de sus Gobiernos) multiplicados mediante el detonante
de la bomba de la deuda, lo cual empeoraría a su vez ampliamente la recesión, convirtiéndola
posiblemente, en una depresión. Pero la próxima recesión no va a ser el único detonante de la
bomba de la deuda del Tercer Mundo (si es que no explota o se lo desactiva antes), sino que
hará también estallar las bombas de la deuda de los créditos de consumo, de las empresas y
de diferentes departamentos gubernamentales, a las que no se presta la atención que merecen
por su peligrosidad. El estallido de cualquiera de ellas puede hacer estallar cualquiera de las
otras o todas, acelerando así el desarrollo de la próxima recesión. Y, además, a mediados de
esta década se produce una acumulación masiva de vencimientos de deudas.
Así pues, la deuda del Tercer Mundo, vista de forma realista, constituye una bomba de relojería
con una mecha tan larga como el actual período de recuperación, que comenzó en 1983 y
acabará en 1984, 1985, 1986 o cuando sea. Y la recesión que siga a este período hará estallar
la bomba de la deuda si no se apaga antes. Si la acumulación de la deuda hizo posible amainar
la recesión de 1973-1975 para posteriormente agravar la recesión de 1979-1982 debido a la
resultante crisis de (falta de) liquidez, tal como se ha comprobado, podremos igualmente
comprobar que cualquier fracaso en la solución del problema pendiente, cada vez mayor, de la
transición de la crisis de (falta de) liquidez a la crisis de (falta de) solvencia supondrá
inevitablemente que la próxima recesión y su peso sobre la balanza de pagos del Tercer
Mundo hará que un país tras otro se declaren insolventes. Serán simplemente incapaces de
seguir haciendo frente al servicio de sus deudas, independientemente de la política que se
aplique en el hemisferio Norte o en el propio Tercer Mundo. Surgirá la cuestión simple y
escueta de cómo hay que hacer frente a esta situación de insolvencia, de quién tiene que
cargar con los costes o de cómo hay que compartirlos, y de qué hay que hacer a continuación.
La longitud de la mecha -y el tiempo disponible para apagarla- antes de que se produzca este
(¿in?)feliz acontecimiento no es otra que la incierta extensión del actual período de
recuperación de la pasada recesión hasta la aparición de la próxima, que será aún más grave o
incluso una auténtica depresión.
El análisis más autorizado
El análisis hasta ahora más cuidadoso y autorizado de la crisis de la deuda es el estudio de
Williani R. Cline La deuda internacional y la estabilidad de la economía mundial, publicado
por el Instituto Internacional de Washington en septiembre de 1983. Cline plantea de manera
explícita la cuestión de si la crisis de la deuda del Tercer Mundo es una cuestión de falta de
liquidez o de insolvencia. Para responder la pregunta constituye modelos económicos a partir
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de 40 combinaciones diferentes de proyecciones económicas para el período 1983 a 1986.
En el caso de las proyecciones más favorables, se trata de una crisis únicamente de liquidez,
fácil de controlar y solamente temporal. Tal es su condición, basada en sus proyecciones de
los índices de crecimiento industrial de los países de la OCDE en el conjunto de la economía
mundial, de un 3% anual entre 1984 y 1986, además de otras suposiciones sobre los precios
del petróleo y otras variables. Conclusiones similares fueron la alcanzadas por un estudio de la
Banca Morgan Guarantee, y algo menos favorables fueron las del FMI, según nos dice Cline.
Con los índices de crecimiento al "2,5% o inferiores, la situación mejora poco o incluso
empeora" (página 52). Pero "en el caos de un crecimiento de únicamente 1,5% a lo largo del
período indicado (caso A), el actual déficit de cuentas corrientes de los 19 países aumenta
hasta 107.000 millones de dólares en 1986..., y resultaría tan difícil financiar estos tremendos
déficit potenciales que el diagnóstico sería de insolvencia en lugar de falta de liquidez" (página
58). El peor caso que analiza es el de un índice de crecimiento del 1,4%, tipo de interés Libor
del 13,5%, el descenso de los precios del petróleo a 20 dólares el barril y una depreciación del
dólar de únicamente un 5%. Respecto a este último caso, el peor de los que él analiza, pero en
forma alguna el peor que podría darse, Cline escribe: "En el peor caso la deuda es claramente
incontrolable y son lógicos los procedimientos de declaración de quiebra para hacer frente a la
situación de insolvencia, Es obvio que el problema de la deuda internacional tiene grandes
riesgos de empeoramiento, a pesar de que el análisis central expuesto sugiere que en el caso
base presentado tiene solución" (página 67). Pero el caso base esperado por Cline no tiene en
cuenta una nueva recesión dentro del período de sus proyecciones, hasta 1986, y él no hace
proyección alguna para después de ese año. Pero cualquier caso base un poco realista del
desarrollo del capitalismo mundial durante la actual crisis debe lógicamente incluir la llegada de
la próxima recesión, muy probablemente mucho antes de 1986, y debería realizar
proyecciones teniéndola en cuenta, muy posiblemente, con índices de crecimiento muy por
debajo del 1,4%, o quizá negativos, como en las dos últimas recesiones, además de otras
variables asimismo menos favorables que en el peor caso de Cline. Cline recomienda planes
de contingencia por si acaso sus proyecciones optimistas no se ven respaldadas por los
próximos acontecimientos, y considera que el factor que con mayor probabilidad puede llevar a
un empeoramiento es un nuevo descenso en los precios del petróleo, ya que esto perjudicaría
a unos pocos países exportadores de petróleo más de lo que beneficiaría a los muchos
países importadores.
La mecha se acorta
No obstante, la misma existencia de la bomba de la deuda está acortando su propia mecha y
acelera el proceso que, inevitablemente, conduce a la próxima recesión. Empeora las
variables, sobre todo los índices de crecimiento,y los tipos de interés que influyen de manera
negativa sobre las proyecciones, y se comporta como una profecía que por su propia
naturaleza debe cumplirse, avanzando hacia su posible explosión, y quiera Dios que no
provoque también la explosión de la bomba nuclear.
A pesar de todo, se puede aún plantear la siguiente pregunta: si estos peligros y los que
Kissinger, Muldoon y otros observadores ven son tan graves e inmanentes, ¿por qué no hace
nadie nada para evitarlos? Eso nos lleva, desde luego, a la pregunta de quién podría hacer algo
y qué. Para responder a estas preguntas sobre la bomba de la deuda puede que sea útil
compararlas con otras notablemente análogas sobre la bomba nuclear y la amenaza de su
explosión en una guerra. Da la impresión de que estamos presenciando un juego de
amedrentamiento económico similar al del amedrentamiento nuclear (del tipo de juego de
amedrentamiento o gallina que jugaban, por ejemplo, en la película de James Dean Rebelde
sin causa, en el que dos coches se dirigen uno hacia el otro por una carretera estrecha o se
dirigen los dos hacia un precipicio; el primero que se acobarda y se aparta a un lado es el
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perdedor; el último en hacerlo, el ganador). Los norteamericanos están negociando en lo que
es un juego de amedrentamiento nuclear con la Unión Soviética en Ginebra, e incluso con sus
aliados europeos, desde lo que ellos creen que pueden permitirse todo tipo de faroles, porque
a los otros jugadores no les queda otra alternativa que seguirlos a ellos, que están
continuamente subiendo las apuestas en este juego de póquer nuclear, con la esperanza de
obligar a su oponente a tirar las cartas. Viendo la cuestión a corto plazo y desde la posición de
cada uno de los jugadores de este póquer nuclear, parece bastante lógico que se sigan tales
reglas. De igual manera, en el páquer económico mundial, con una visión de corto plazo, para el
período de
desarrollo del juego, y contemplándolo desde el punto de vista de cada jugador
individualmente, resulta también bastante lógico seguir negociando mientras haya dinero en
juego. Estados Unidos mantiene todavía un dominio económico relativo, basado en parte en la
ausencia por ahora de una alternativa realista al dólar norteamericano como principal moneda
internacional, y Estados Unidos puede continuar operando con el dinero de otros países: una
gran parte del programa armamentístico norteamericano no lo pagan los contribuyentes de ese
país, sino otros países que están financiando el resultante déficit de Estados Unidos. Mientras
que los bancos y la industria norteamericana dependen en gran medida del mantenimiento de la
situación actual en un futuro indefinido, resulta lógico que jueguen a este chantaje económico
contra el Tercer Mundo o incluso contra sus socios o competidores europeos y japoneses. Es
igualmente lógico que los otros sigan el juego y jueguen siguiendo las mismas normas.
La explosión posible
Pero, al igual que en la cuestión nuclear, lo que resulta lógico para cada uno de los jugadores
individualmente y a corto plazo no lo es a un plazo medio o largo (que puede resultar bastante
corto) para todos los jugadores en conjunto. La carrera armamentística resultante y la actual
acumulación de la deuda empeoran la situación a cada mano y aumentan las posibilidades de
una explosión accidental de la bomba nuclear y de la bomba de la deuda. Pero no hay nadie
que esté dispuesto a ceder hasta el último momento, y puede que en el último momento sea
demasiado tarde, porque puede que el último momento sea, efectivamente, el último. Si bien la
bomba de la deuda es menos grave que la nuclear, no obstante podría provocar tal quiebra
económica que convertiría en impracticable el actual sistema internacional de comercio y
pagos. Y, además, la quiebra del sistema financiero y económico generaría ulteriores
presiones para una guerra financiera y económica entre diversos bloques económicos: una
zona del dólar, otra del marco, otra del yen, e incluso quizá otra del rublo, y este mayor conflicto
económico y político podría convertirse en militar, dando como resultado una guerra. Así pues,
los juegos económicos y nucleares de amedrentamiento o póquer están relacionados entre sí
por la posible convergencia de sus resultados en una guerra económica y militar. Pero aunque
vaya en interés de mucha gente, a largo plazo, evitar tal débâcle parece no obstante que, a
corto plazo, a nadie le interesa hacer nada para evitarla. Consecuentemente, si se apaga la
bomba de la deuda, el alargamiento o corte de la mecha se producirá con más probabilidad de
manera no intencionada o por lo menos no controlada que por medio de medidas políticas, y
mucho menos si ello supone una concertación internacional. Algo que podría alterar de manera
importante el detonante de la bomba de la deuda sería un descenso importante del tipo de
interés en el mercado, conjuntamente con un descenso del valor del dólar, y por medio de la
operación de las fuerzas del mercado, que están por encima del control de nadie y que apenas
se ven sujetas a ningún control mediante medidas económicas o políticas, y mucho menos
mediante acuerdos internacionales. Es decir, si se sale o nos salvamos de la maldición de este
dilema, será más a pesar de la creación de una política coherente que debido a ella. ¿Pero
pueden las políticas de los Gobiernos actuar con más eficacia para salvarnos de la bomba
nuclear?
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Unir a los deudores
La situación del Tercer Mundo es análoga. Los grupos de interés que compiten entre sí en este
campo tratan igualmente de vivir en el presente. Mientras el sistema siga funcionando -es decir,
mientras las finanzas y el comercio sigan funcionando a pesar de todas sus dificultades-, el
coste del intento de introducción de cualquier cambio radical es muy elevado, sobre todo para
que lo intente un solo país, y mucho más si el país es, por supuesto, pequeño. En este caso se
cubriría cualquier falta de pago, y al país que no pagara se le dejaría fuera del sistema
financiero internacional y tendría que pagar sus importaciones en efectivo. Si Brasil o México no
pagaran o incluso declararan unilateralmente una moratoria sobre su deuda financiera, tendrían
mayor fuerza, precisamente porque sus deudas son tan elevadas que cualquier paralización de
los pagos resultaría peligrosa para los bancos. Las deudas de Argentina son menores, pero
depende menos de las importaciones y tiene una balanza comercial más fuerte, de manera que
podría resistir fácilmente cualquier represalia. No obstante, ninguno de estos países se ha
atrevido por ahora a poner en práctica tales medidas en solitario, a pesar de que Argentina
amenazase con hacerlo en la primavera de 1984.
La otra alternativa, por supuesto, es un cártel de deudores. Ha habido ya muchas propuestas
para formar un grupa de este tipo y negociar, imponer condiciones o incluso declarar
moratorias como grupos. Sin embargo, en la reunión celebrada entre los ministros de
Economía latinoamericanos y Estados Unidos, bajo los auspicios del SELA, en Caracas
(Venezuela) en 1983, y en la reunión de presidentes latinoamericanos en Quito (Ecuador) a
principios de 1984, fueron rechazadas las propuestas del cártel de deudores. Las principales
objeciones provinieron precisamente de los mayores deadores, que se muestran preocupados
por mantener su prestigio como deudores para obtener los nuevos y elevados créditos que
necesitan, y se muestran poco interesados en hacer causa común con sus más pequeños y
débiles vecinos. En Caracas, los latinoamericanos se sometieron completamente a Estados
Unidos. En Quito se mostraron solamente de acuerdo en que los bancos y los Gobiernos
occidentales deberían concederles mejores condiciones y en formar un sistema de
intercambio de información mediante el cual cada país miembro compartiría información con
los restantes sobre sus propias negociaciones, condiciones, etcétera. Tras la reunión de Quito
el ministro de Asuntos Exteriores de Ecuador realizó una gira mundial como representante de
todos estos países latinoamericanos para asegurar a los países y bancos acreedores que los
países latinoamericanos no desean un enfrentamiento, sino que buscan la conciliación a fin de
retrasar o impedir el día del juicio final. Así pues, por el momento parece haber pocas
perspectivas de solución por medio de medidas de gobierno.
No obstante, parte de la preocupación de Kissinger es realista en el sentido de que quizá haga
falta adoptar medidas más radicales -y tal como él teme, por Gobiernos de izquierda más
radicales- no como cuestión de gobierno, sino como algo inevitable, una vez que no quede otra
alternativa. La izquierda se ha mostrado siempre contraria al FMI y a sus condiciones de
chantajista. Pero actualmente son cada vez más las fuerzas políticas de derechas que están
uniendo sus voces al coro popular que se opone a hipotecar el futuro del país, e incluso el
presente, para hacer frente al servicio de la deuda exterior. Por ejemplo, el vice presidente civil
del Gobierno militar brasileño y los políticos de la supuesta oposición de derechas al general
Pinochet en Chile han solicitado en sus respectivos países que se hiciera una declaración
unilateral de moratoria del servicio de la deuda. Sin embargo, no parece aún muy probable que
se tomen decisiones políticas, como parte de la política de gobierno, para declarar moratorias
unilateralmente, ni mucho menos el impago de esas deudas; y lo que aún parece menos
factible es un acuerdo resultado de negociaciones políticas entre varios Estados. De esta
manera, los ministros de Economía y de Asuntos Exteriores de los 11 principales países
latinoamericanos deudores, reunidos en Cartagena en junio de 1984 para llevar a cabo
consultas sobre qué hacer con sus problemas comunes de deudas, rechazaron todas las
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propuestas para formar un cártel de deudores o para buscar acuerdos comunes de
negociación, aún más para declarar una moratoria y ya no digamos para repudiar sus deudas
como grupo. Los portavoces norteamericanos se sintieron tranquilizados y contentos con el
resultado.
Por otro lado, cuando llegue el momento -a causa de la próxima recesión o incluso antes- en
que sea físicamente imposible seguir haciendo frente al servicio de la deuda, sencillamente
porque no tengan dinero y no haya forma de obtenerlo porque los países y los bancos
acreedores no hayan podido llegar a los acuerdos políticos necesarios para organizar otra
operación de rescate a tiempo, entonces tendrá que darse una moratoria o una situación de
impago. Es decir, no será una cuestión de medidas de política, sino de hechos consumados.
De hecho, ya ha habido en realidad ciertas moratorias menores, ya que algunos países se han
retrasado en sus pagos por falta de dinero. Tales moratorias, de hecho, se darán a una escala
mayor, debido a una mayor incapacidad de pagar. Nadie puede predecir si o cuándo la
incapacidad de pagar se convertirá en la primera ficha del dominó que llevará a una reacción en
cadena incontrolada -porque no pueda ser controlada o no pueda serlo a tiempo- de quiebras
de bancos y de quiebras financieras. Entonces, por fin, se darán las medidas políticas para
declarar la detención de los pagos en una carrera de sálvese quien pueda. El nacionalismo
económico y político será virulento.
De esta manera, tanto en el Sur como en el Norte, y en los dos hemisferios juntos, parece
difícil si no imposible encontrar una vía institucional para convertir los intereses comunes a
largo plazo para la solución de sus conflictos de interés de manera pacífica mediante acuerdos
políticos en intereses individuales de Estados a corto plazo para tomar las medidas necesarias
a fin de evitar una débâcle común. Y los países del Tercer Mundo y de otras partes que se
muestran interesados en llevar a cabo las medidas políticas necesarias para poner al mundo en
otra vía de desarrollo y paz no parecen tener el poder necesario para hacerlo con las actuales
normas de juego e incluso tienen aún menos poder para cambiar esas normas.
André Gunder Frank, economista y profesor en la universidad de Amsterdam, es autor de, entre otros libros, La crisis mundial, Desarrollo del
subdesarrollo y El desafío europeo.
© EDICIONES EL PAÍS S.L.