1ªSusan King - El señor del viento

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  • 8/22/2019 1Susan King - El seor del viento

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    Susan King

    EL SEOR DEL VIENTO

    Cuando Isobel vio a ese hombre - deprofundos ojos azules , tristes como lanoche sin luna , de mandbula firme yboca sensual supo supo que iba a

    ser su destino . Supo que se vera

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    forzada a acompaar a aquel extraoque sala de las oscuras brumas, que

    a el le dara su corazn, que en susmanos perdera su libertad. Aunqueen un mundo en el que reinaba laviolencia, dominado por el peligro y latraicin, por el dolor y las lgrimas,

    tal vez el amor era la nica esperanzapara un futuro mejor.

    PRLOGO

    Escocia, las Lowlands(Tierras bajas). Febrero de 1305.

    Un fogonazo de luz, seguido de una oscuridad aterciopelada,la calm totalmente en el mismo momento en que comenz

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    la visin. Isobel apret con fuerza los dedos sobre la silla quesoportaba su peso y cerr los ojos.

    Vio que un hombre surga de las sombras y caminaba hacia

    delante. Alto y de hombros anchos, vestido con una capa concapucha al modo de los peregrinos, se mova con la eleganciade un guerrero y el porte de un lder. En el puo protegidocon un guante llevaba un halcn. Su silueta fue envuelta porla neblina, y por fin desapareci.

    Isobel frunci el ceo, desconcertada. Ninguna palabra,ningn nombre, ninguna revelacin acompaaron a la

    visin; tan slo la vvida e intrigante imagen de un hombre,ya esfumada del todo.

    -Isobel? -La voz profunda y autoritaria de su padre, que secorresponda con su impresionante altura y su corpulencia,son deliberadamente atenuada. John Seton habl como siestuviera en el interior de una iglesia, pero se encontraba ensu dormitorio mirando fijamente a su nica hija, la heredera

    de su propiedad de Aberlady, que profetizaba de nuevo-.Qu ves? -pregunt.

    Ella movi la cabeza negativamente y mantuvo los ojoscerrados. Si los hubiera abierto, no habra visto el cuenco deagua poco profundo que haba sobre la mesa ni la relucientesuperficie en la que se haba mostrado la primera visin. Nohabra visto las paredes de piedra del dormitorio de su

    padre, ni el resplandor del fuego en la chimenea, ni los treshombres que la observaban con tanta concentracin.

    Estaba ciega.

    La oscuridad de su visin proftica siempre le arrebataba lavisin terrenal durante una hora o varias, a veces durantems de un da.

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    Cada vez que le sobrevena la ceguera, aguardaba confiadahasta recuperar la vista; cada vez trataba de combatir elmiedo de que un da no volviera a ver ms.

    Dej escapar un lento suspiro mientras las imgenes seformaban detrs de sus prpados. Contndose por miradasy rpidamente cambiantes, diversas caras y situacionespasaron ante ella como si las viera a travs de un cristalcentelleante de varias facetas. Entonces tomaron forma laspalabras, instndola a hablar.

    -Traicin -dijo-. Asesinato.

    Isobel percibi murmullos entre los hombres que tenacerca: su padre, su sacerdote, su prometido. Observ cmose desarrollaba la escena y aguard a que llegaran nuevosdescubrimientos.

    -Qu clase de traicin, Isobel? -le pregunt su padre.

    -S, qu es lo que ves, Isobel? -Sir Ralph Leslie, el hombre

    que su padre le haba elegido para marido, y amigo de este,posea una voz suave y agradable. Oy sus pasos acercndosea ella con un ruido pesado, pues se trataba de un hombrebajo y corpulento. Y tambin oy cmo el azor que Ralphhaba trado consigo emita un gorjeo desde su percha en elotro extremo de la habitacin.

    -No te acerques, Ralph -murmur John Seton-. El padre

    Hugh est sentado junto a ella para ir escribiendo todo lo quedice. No le hagas preguntas. Deja que nosotros nos ocupemosde eso. y procura que tu azor guarde silencio. Ese pjarotiene mal genio.

    Isobel oy a sir Ralph lanzar un gruido a modo derespuesta. Se haba comprometido con Leslie el da dePentecosts obedeciendo los deseos de su padre y de su

    sacerdote. Esta era la primera vez que sir Ralph la veapronunciar profecas, y ella comprendi con tristeza, en la

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    zona perifrica de su mente, que l no saba cmocomportarse durante la sesin.

    No haba querido que Ralph estuviera presente, as como

    tampoco haba querido el compromiso, pero su padre y elsacerdote tomaron la decisin, del mismo modo que habantomado tantas otras que le concernan a ella. A sir Ralph se lepermita observar, pero no poda

    distraerla.

    Isobel frunci el entrecejo, dejando que sus ojos se movierandetrs de los prpados en un intento de recuperar su intensaconcentracin en las rpidas y vvidas imgenes que sedeslizaban a travs de la oscura tela de su visin interior. Elsilencio llen la habitacin, excepto por el crepitar del fuegoen la chimenea.

    -Veo un guila volando sobre colinas escocesas -dijo.

    Sigui mirando mientras las imgenes pasaban veloces, tal

    como suceda siempre que se sentaba a hacer una prediccina instancias de su padre.

    -Unos halcones persiguen al guila -continu. Sus visionescon frecuencia se desarrollaban en forma de una mezcla delo real y lo simblico. Esta vez, su don pareca presentar a lasaves de rapia como metforas. Observ los pjaros, y sintique la inundaba el entendimiento.

    -Hay unos hombres -dijo con suavidad-. Un halcn de latorre, un halcn del bosque, y otros. Escoceses e ingleses,que apresan a un hombre, el guila, de forma traicionera. Esun lder al que temen y desean atrapar.

    John Seton, Ralph Leslie y el sacerdote guardaron silencio.Isobel oy el chillido de un halcn, pero no provena del avede caza de sir Ralph.

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    -Veo un azor posado en una mano enguantada -dijo Isobel,contemplando la imagen que se formaba en su mente-. Suamo ha llevado all a los dems. El halcn de la torre, el

    halcn del bosque, los dos estn all. Atrapan al guila, ellder, en medio de la noche. El se resiste, pues es fuerte decuerpo y tambin de corazn.

    Contempl cmo aquel hombre enorme forcejeaba conviolencia mientras los otros le llevaban a rastras.

    -Van a acusarle de varios delitos y a matarle. Pero es unsacrificio, un asesinato, que obedece a sus propios fines.

    Se interrumpi, contemplando cmo se llevaban al hombre acaballo, en medio de una lluvia de flechas adornadas conplumas blancas.

    -El halcn del bosque soltar la pluma blanca -dijo-. Huir atravs del brezo y de los rboles.

    -Y el guila? -pregunt su padre.

    Isobel dio un respingo al presenciar ntidas escenas decrueldad.

    -Le arrancarn su gran corazn del pecho -dijo, y despuscall por unos instantes, cerrando los puos angustiadahasta que la inquietante imagen pas-. El len inglsreclamar el triunfo. El halcn que traicion al guila, suamigo, desaparecer en el bosque.

    -El len ingls debe de ser el rey Eduardo -murmur el padreHugh, Isobel percibi el roce de la pluma al escribir sobre elpergamino-. Pero el guila, el halcn de la torre, el halcn delbosque... Quines son? Qu ms sabes, Isobel? -Su voz eratranquila y atemperada por la edad.

    Un gran nmero de visiones pasaron raudas ante sus ojos,brillantes como pinturas sobre el vidrio, tantas que no pudodescribirlas todas. El entendimiento volaba por su mente,

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    demasiado veloz para atraparlo. Sinti que la embargaba unaprofunda tristeza y una devastadora sensacin de traicinque amenazaron con hacerla llorar. De pronto comprendi

    que el hombre fuerte y valiente, el guila, morira antes delotoo.

    Y comprendi, con asombrosa claridad, de quin se trataba.

    Dios mo, pens, permteme avisarle. Por una vez, djameayudar y no simplemente predecir lo que va a suceder. Perono recibi respuesta alguna a su splica.

    Permteme recordar, aadi desesperada. Te lo ruego,permteme recordar esta vez.

    Normalmente, sus visiones se desvanecan de la memoria. Sims tarde se preguntaba por ellas, tena que recurrir a supadre o al sacerdote para saber qu haba dicho y qusignificaba. De lo contrario, ellos rara vez le comentabannada, y le decan que no se preocupase. Una vez dichas, lasprofecas ya dejaban de ser asunto de ella, le decan, ylegtimamente pasaban a pertenecer a hombres quepudieran entenderlas.

    Pero Isobel quera participar en aquello. Haba empezado apredecir acontecimientos de nia, doce aos atrs. Durantevarios aos, su padre haba hecho caso omiso de todo lorelativo a su vida y a su notable don. Pero ahora ya era unamujer, y haca preguntas pertinentes a su padre y al cura, ylas respuestas que ellos le daban no siempre la satisfacan.Saba que el sacerdote hablaba de esas profecas en suparroquia, y que a partir de all se extenda el rumor. Sabaque haba enviado copias de sus predicciones al rey deEscocia en el exilio, John Balliol, y a los hombres queactuaban como Guardianes del Reino, el rgano de gobiernode Escocia en ausencia del rey. Saba que los inglesestambin estaban al tanto de sus profecas.

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    Su padre le dijo que ella era una bendicin para la causa deEscocia, y eso la alegraba. La horrible tensin que sufradurante las visiones pareca merecer la pena si con ello se

    beneficiaban las gentes de su pas.Isobel agit los prpados y movi ligeramente los ojos. Lasimgenes seguan pasando, centelleantes, fascinantes,devastadoras.

    -Quin es el guila, el hombre al que han apresado?-pregunt el padre Hugh.

    -El jefe de los rebeldes, William Wallace. -Su voz son grave yspera por un sentimiento de pesar. Isobel no querapredecir el destino de aquel hombre, y sin embargo lo hizo.No poda contener la fuerza de la verdad-. El rey inglsdestrozar al luchador por la libertad para aplacar su propiaira -prosigui-. Lo llamarn justicia. Wallace es el guilaentre los halcones. Ser traicionado por un halcn.

    Oy que su padre y Ralph lanzaban suaves exclamaciones ydespus murmuraban entre s.-Contina, Isobel -la inst su padre. La siniestra y terrorficaescena ya haba pasado. Ahora vea otra mucho msagradable: un azor planeando graciosamente en el viento,por encima de las copas de los rboles de un denso bosque.

    -El seor del viento -dijo enseguida cuando las palabras

    acudieron a su mente. Casi sonri, pues por un instante sesinti como si compartiera la libertad del ave-. Es el halcndel bosque.

    -Quin es? -preguntaron al unsono su padre y el cura.

    -No tiene hogar. Vive en el bosque y vuela en libertad.-Contempl el hermoso vuelo del azor en lo alto, y frunci elceo ante lo que vino despus-: Otros halcones, otros

    hombres... le dan caza. l huye para salvar su vida. -Junt las

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    manos y se retorci los dedos-. l traicion, pero no pordecisin propia. Ahora es l el traicionado. Oh, cuntodolor, cunta felona! -Sacudi la cabeza adelante y atrs

    para apartar de s la angustia que la invadi.-Qu felona? Quin le ha traicionado? A quin traicionl? -quiso saber el padre Hugh, cuya pluma no dejaba dearaar el per-gamino.

    -Isobel, dinos lo que sepas -dijo su padre, ansioso. Lossentimientos que la inundaban ahora eran devastadores.Apenas poda hablar, y tuvo que luchar contra el llanto. No

    era frecuente que las visiones la arrastraran a un torbellinocomo este. Experiment una amarga pena.

    Un momento ms tarde, contempl con alivio nuevasimgenes que se formaron sobre el campo oscuro de suvisin interior. Apareci una neblina. Del velo de la nieblasurgi el hombre de la capa, sosteniendo un halcn en lamano. El corazn de Isobel dio un pequeo vuelco.

    -Veo un peregrino. -Le describi, y entonces tuvo otrarevelacin acerca de l-: Lleva una penitencia en el corazn,y anhela la paz.

    -Quin es? -pregunt Ralph. Le vino la respuesta.

    -Es el seor del viento.

    -Isobel, explcate mejor -dijo Ralph, impaciente.

    Isobel casi no le oy. Contempl al hombre vestido con lacapa de peregrino, fascinada, extasiada. Era alto y fuerte, yestaba solo bajo la lluvia en los escalones de la entrada deuna iglesia, sosteniendo en su mano alzada un azor gris. Bajosu amplia capucha, Isobel alcanz a ver un rostro apuesto ysombro: profundos ojos azules, una mandbula firme, unaboca casi blanda, cabello castao con vetas doradas. En sus

    ojos pareca pesar una tristeza, un dolor. Y percibi tambin

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    algo ms..., rabia y amargura contenidas. De algn modo leconoca tan bien como se conoca a s misma. Y sin embrgono saba quin era.

    El hombre baj los escalones y ech a andar a travs del patioempapado en direccin a un arbusto de espino. La lluvia caasuavemente cuando se detuvo junto al arbusto, solt al azor ypas de largo. El azor fue aleteando hasta posarse en unarama del espino.

    -El azor guarda el secreto del arbusto de espino -dijo Isobelimpulsivamente. De alguna manera saba que aquello era

    verdad.-Qu secreto? -exigi Ralph-. Quin es el hombre? Dndeest ese arbusto? John, de qu est hablando la muchacha?

    -Ralph, cllate -rugi su padre.

    -Probablemente es algo simblico -dijo el padre Hugh concalma-. Azores, arbustos, peregrinos... Son todos smbolos

    de algo ms amplio. Estudiar mis notas detenidamente.Fijaos en cmo mueve los ojos hacia arriba..., est viendoalgo ms. Isobel, dinos qu ests viendo ahora.

    Isobel no pudo contestar. Por primera vez en doce aos dedecir profecas, vio su propia imagen en una visin.

    Haba una mujer que vena andando suavemente sobre lahierba empapada por la lluvia. Alta y delgada, con un vestido

    azul, y con su cabello negro derramndose como la nochepor su espalda. Isobel, aturdida, contempl cmo ella seacercaba al arbusto de espino en el que se encontraba posadoel azor. Los ojos de color bronce del ave la miraron sinparpadear.

    El hombre de la capa de peregrino se volvi. Isobel sinticmo su mirada perforaba la de ella. El hombre levant la

    mano y le hizo una sea para que se acercara. Sinti un

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    abrumador deseo de ir hacia l, pero algo igualmente fuertela retuvo en el sitio. Mientras vacilaba, el patio de la iglesia sedesvaneci.

    Entonces vio unos altos muros de piedra, brillantes a la luzdel sol. Reconoci las murallas del castillo de Aberlady, suhogar. Las flechas silbaban sobre su cabeza, describiendoparbolas sobre las almenas. Oy hombres gritando,vociferando. Percibi el olor del humo y experiment unafra y pesada sensacin de hambre en el estmago.

    -Asedio -susurr-. Asedio.

    Entonces profiri un grito. La visin desapareci aunque ellatrat de aferrarse a las imgenes cada vez ms desvadas.Ojal Dios le permitiera recordar.

    Cuando abri los ojos, la oscuridad persista.

    3 de agosto de 1305

    Corri en silencio a travs del bosque iluminado por la luna.

    El ritmo de su respiracin, de su corazn y de sus pasos semezclaba con el sonido del viento. Corri en lnea recta, sindetenerse, deslizndose como una sombra entre los rboles,saltando gilmente con sus largas piernas a travs del follaje.

    Dios quisiera que no fuera demasiado tarde.

    Corri a travs del bosque y sobre los pramos, hasta que larespiracin empez a agitarle el pecho y el aire le quem lagarganta, hasta que sus poderosas piernas empezaron adolerle. Pero no se detuvo.

    No poda, porque cada zancada que daba le acercaba un pocoms a su objetivo. Tena que impedir una tragedia.

    Por fin, divis una luz brillando a lo lejos, entre los troncosde los rboles. Sin dejar de correr, vio una antorcha que

    arda con un resplandor amarillo y una casa. Despus

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    distingui caballos y hombres armados, y oy gritos confusosque parecan de furia y determinacin.

    Santo Dios. Haban alcanzado la casa antes que l.

    Se detuvo detrs de un roble, respirando en largasinspiraciones, con el corazn retumbndole en el pecho y latnica empapada de sudor. El patio de la casa, iluminado porla luna, estaba lleno de hombres vestidos con cota de malla,algunos de ellos a caballo. Seran unos veinte... casi treinta.

    Haba un hombre muerto en el suelo. Alguien dio una patadaal cadver. Otros trajeron un caballo montado por unhombre fuertemente atado y amordazado; un hombregigantesco, doblado hacia delante. La sangre que manaba dela herida que tena en la cabeza se vea negra a la luz de laluna. Un guardia le golpe de nuevo, y el que observaba laescena jur en voz baja, en tono desesperado. Sigilosamentey en silencio, cogi el arco que llevaba a la espalda y lo tensrpidamente. Sac una flecha del carcaj que colgaba de su

    cinturn, la coloc en el arco y apunt.El guardia, a punto de descargar otro salvaje golpe sobre elgigante, cay de su montura con el pecho atravesado por unaflecha. Desde los rboles surgi enseguida un segundodardo. Un soldado levant su ballesta y mir alrededor,dispuesto a usarla, pero un instante despus cay al suelocomo un rbol talado. Los hombres que rodeaban al

    prisionero gritaron, se giraron, desenvainaron sus espadas,prepararon sus ballestas. A la luz de la luna, las plumasblancas de las flechas resultaban visibles para todos.

    Era obvio que haban sido disparadas por el arco delrenegado de los bosques al que llamaban el Halcn de laFrontera. Alguien grit su nombre.

    Observando desde su escondite detrs del rbol, al renegadole pareci ver que el prisionero se volva y haca un gesto con

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    la cabeza en direccin a los rboles, como si estuviera dandolas gracias a su invisible aliado, un hombre al que siemprehaba llamado amigo.

    El renegado distingui la forma blanca de un objeto pequeoy plano que cay al suelo, arrojado disimuladamente por elprisionero. Lo vio perfectamente, y decidi ir a buscarlo encuanto le fuera posible.

    Un cuadrillo se estrell contra el tronco de un rbol cercanoa donde se encontraba el arquero. En lugar de huir, sedesliz hacia delante como una negra sombra y lanz otra

    flecha. Un grito surc la noche. Tres guardias menos.Colocar, tensar, apuntar, disparar. Cuatro. Todavademasiados para enfrentarse a ellos solo. Pero an quedabanvarias flechas en el carcaj, y cada una de ellas contara poruna vida antes de que acabara la noche. Incluso as, sin uncaballo para poder seguir a su presa, sin hombres que leapoyaran, no albergaba ninguna esperanza de rescatar a su

    amigo, que haba sido capturado a traicin. Una traicin a laque l haba contribuido. Aquel pensamiento le recorri elcuerpo como una hoja afilada. Tens de nuevo la cuerda delarco y dispar.

    Ya haba cinco hombres en el suelo, silenciosos o gimiendo.El resto se apresur a subir a sus monturas y, dejando atrs alos dems, formaron un crculo y sacaron al prisionero del

    patio. Varios proyectiles disparados por sus ballestas seperdieron entre los rboles o chocaron contra el suelo, altiempo que se alejaban a todo galope.

    l se abalanz hacia delante como un gato salvaje, corriendoen pos de ellos, saltando sobre la maleza con el arco en lamano. Los caballos eran ingleses, fuertes y de largas patas, ypronto sacaron ventaja al hombre a pie, que corra como loco

    entre los rboles junto al sendero de tierra.

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    De repente se detuvo, con las piernas separadas, paracolocar, apuntar y disparar otra flecha, y luego otra, y otrams. Disparaba tan rpido que no pensaba en el blanco. Cada

    una de las flechas era una prolongacin de su voluntad y desu rabia, y todas ellas encontraron

    su objetivo.

    Oy gritar frente a l y ech a correr a travs de lavegetacin. Los caballos estaban ya casi fuera de su alcance.Subi por un repecho a zancadas largas y rpidas para verdesde arriba el camino de tierra. Con los prpados

    entrecerrados, vio -con la prstina agudeza de visin que lehaba valido el sobrenombre de Halcn de la Frontera- elrelucir de las cotas de malla bajo la luz de la luna. Lequedaban dos flechas. Aunque saba que la distanciareducira su precisin, apunt, tens y dispar. El dardo fuea acertar en el brazo de un hombre, pero este siguicabalgando con los dems.

    Saba que aquellos hombres tenan la intencin de escoltar asu amigo y conducirle hasta una muerte horrible. El hombreal que haban apresado aquella noche era un jefe y unrebelde, y haba provocado al rey ingls hasta obsesionarle.Para l no habra justicia ni clemencia.

    Slo le quedaba una flecha. La coloc, tens la cuerda yapunt a su objetivo.

    Y entonces baj el arco. Por un instante de ardor, desearrebatar la vida a su amigo con una flecha segura, rpida yhonorable, antes de que lo hicieran los ingleses con tortura yhumillacin.

    Volvi a levantar el arco, con la mirada fija y la mandbulafuertemente cerrada. Aunque sinti que el corazn se lehunda como una piedra, dispar.

    Pero la flecha se qued corta.

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    Septiembre de 1305.

    La lluvia repiqueteaba sobre el musgo y la piedra mientras elperegrino suba los escalones de entrada a la iglesia de laabada. Empuj la pesada puerta de roble y penetr bajo elarco que formaba el umbral. Varios haces de luz, plateados

    por la lluvia, taladraban la penumbra que reinaba en la altanave con techo de bveda. Un cntico montono lleg hastal, procedente de los monjes que ocupaban el coro, ms alldel altar.

    El peligro se cerna sobre l como un demonio, incluso enaquel lugar. Aunque saba que no deba quedarse muchotiempo, se detuvo y cerr los ojos durante unos instantes. La

    paz le envolvi, tangible y maravillosa, como la neblina delatardecer que velaba las colinas cercanas. Pero para l,aquella serenidad era tan efmera como la niebla.

    Se alegr por el sencillo placer de poder refugiarse de lalluvia. Durante aos el bosque haba sido su hogar. No estabaacostumbrado a la densa inmovilidad del aire en un recintocerrado ni a la sensacin que le producan las losas del suelo,

    lisas bajo los pies. Se ci un poco ms la capa sobre susanchos hombros, moj las yemas de los dedos en unapequea pila que haba en la pared y se persign con elmovimiento rpido y rutinario de un monje entrenado. Traslanzar una mirada de cautela, avanz por el pasillo de laderecha, sumido en sombras, que haba detrs de losenormes pilares de la nave.

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    Los ingleses y los escoceses le perseguan a diario para darlecaza.

    La llamada de un amigo le haba trado hasta aqu, la abada

    de Dunfermline, pero pronto regresara al sagrado refugiodel bosque. Si le descubran aqu, su captura -o su huida-perturbara la paz duramente ganada de la abada.

    Un ao antes, el rey ingls se haba alojado en la abada deDunfermline y haba convocado a los nobles escoceses paraque le jurasen sumisin y para administrar lo que ldenominaba justicia. Cuando se fue, el rey Eduardo orden

    que se prendiera fuego a aquel lugar sagrado, aunque supropia hermana estaba enterrada bajo las losas de la abada.Las ruinas ennegrecidas del refectorio y del dormitorio seencontraban a menos de un tiro de piedra de la capilla, lacual haba sobrevivido.

    El peregrino hizo una genuflexin a un lado del altar y lo dejatrs. En los aos que llevaba viviendo como fugitivo, jams

    se haba sometido al rey Eduardo como haban hecho lamayora de los nobles escoceses; l haba hecho voto delibertad, para s mismo y para Escocia. Meses atrs, habasido herido en batalla, capturado junto con dos primos suyosy encerrado en una mazmorra inglesa. Incluso entonces,aunque uno de sus primos haba muerto a su lado y el otro-una mujer- haba sido llevado a otra parte, no firm ningn

    documento de lealtad al rey Eduardo.Lo que firm al final result ser mucho peor. Apret loslabios con amargura y sigui recorriendo el pasillo.

    Su figura de guerrero alto y fuerte atraa de forma natural lasmiradas dondequiera que iba, pero hizo un esfuerzo porinclinar la cabeza y pasar desapercibido. La concha marinaque llevaba sujeta al hombro de la capa y la medalla del santo

    que luca junto a ella le identificaban como un penitente. La

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    abada de Dunfermline era una parada frecuente en la rutade peregrinaje que iba desde Saint Andrews hasta el norestey llegaba hasta Compostela. Pocas miradas de curiosos se

    volveran hacia l mientras llevase la capa y las enseas.Mir alrededor, buscando al hombre que haba prometidoreunirse con l despus del servicio de vsperas. Vio a variosindividuos arrodillados o sentados en los largos y estrechosbancos, absortos en la oracin. En el aire flotaba el olor aincienso, y los cnticos llenaban la iglesia. Recordaba bien lameloda: se trataba de un kyrie que l mismo haba entonado

    incontables veces, haca mucho tiempo, en lo que ahora lepareca otra vida. Ni siquiera aquel sonido tranquilizantelograba suavizar los endurecidos recovecos de su alma.Haba cambiado de manera irrevocable.

    Sus botas de piel de ciervo avanzaron sin hacer ruido sobrelas losas del suelo al entrar en la capilla de santa Margarita,situada en el extremo este del templo. Bajo la luz dorada y

    parpadeante de las velas, se dirigi hacia la enorme tumba demrmol de la santa reina escocesa. El golpeteo de la lluvia ylos cnticos se mezclaban entre s cuando se arrodill juntoal cuadrado pedestal. Cogi un cirio y encendi una velacomo homenaje a santa Margarita, que haba sido amiga delos peregrinos y los necesitados. Despus junt las manos enactitud de oracin y aguard.

    Al cabo de un rato oy el suave ruido de unas pisadas. Unmonje que vesta el hbito negro de la orden de losbenedictinos entr en la capilla y se arrodill junto a lmurmurando una plegaria en latn. Al inclinar la cabeza,dej ver una limpia tonsura en su cabello castao y de surostro alargado.

    -Peregrino, has viajado un largo camino en un da tan malo

    como este -susurr el monje cuando hubo terminado suplegaria.

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    -Bastante largo, de modo que espero recibir buenas noticias.

    -Ojal pudiera drtelas, James Lindsay.

    James mir fijamente a su amigo. El corazn parecihundrsele en el hueco del pecho. Aguard a que hablara elmonje, y supo exactamente lo que este iba a decir.

    -Est muerto, Jamie -musit el monje-. Wallace est muerto.

    James asinti despacio, aunque se sinti violentamentearrasado por la pena y la furia. Apret con fuerza lamandbula, los puos, y hasta lo ms hondo de su voluntad

    para combatir sus efectos.-William Wallace, capturado por medio de una suciatraicin. Dios tenga piedad de su alma -dijo el benedictino,sacudiendo la cabeza en un gesto negativo-. Le apresaronhace apenas un mes, Jamie.

    -Lo s -contest James en un tono sin inflexiones. Demasiadobien saba cundo haban capturado a Wallace. No poda

    borrar el recuerdo.-No tuvimos noticia de su muerte hasta hace unos das. Lellevaron a juicio en Londres, le declararon culpable detraicin y le ejecutaron el veintitrs de agosto.

    -Qu traicin? El jams jur obediencia al rey Eduardo-murmur James-. Le condenaron basndose en pruebasfalsas, John.

    John Blair asinti.

    -Le acusaron de acciones que l nunca llev a cabo. Hizoalgunas cosas, es cierto, pero nada para merecer lo que lehicieron a l. Le arrastraron hasta la horca y le colgaronhasta que estuvo medio muerto. Cuando le bajaron, l pidique le leyeran los salmos mientras le... cortaban... -Blair se

    interrumpi-. No puedo contarte el resto aqu, en este lugarsagrado.

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    -Cuntamelo -rugi James-. Quiero saberlo.

    Blair baj la cabeza y procedi a describir en voz baja y rotaun relato de crueldad, sufrimiento insoportable y valor

    supremo. James escuch sin mostrar expresin alguna, perosintiendo cmo la sangre le herva y golpeaba en las venasempujada por una oleada de rabia y dolor. Not un extraopicor en los ojos y respir hondo para combatirlo.

    Una flecha certera podra haber evitado aquella agona. Perosi hubiera tenido xito en aquel intento semanas atrs, ellono habra hecho otra cosa que incrementar su deuda con

    Wallace, y ahora ya nada podra pagarla.El monje separ las manos de la posicin orante y cerr lospuos mientras hablaba. James se miraba sus propiasmanos, cerradas con tal fuerza que los nudillos se le veanblancos. Su espritu pareci endurecerse en su interior,como si la ltima fibra blanda de su corazn se hubieraconvertido en piedra, invadida por una tristeza imposible de

    superar.-Le han martirizado -dijo cuando consigui hablar.

    -As es. Su muerte ser la llama que avive el fuego de la causaescocesa, justo cuando el rey Eduardo lo crea extinguidopara siempre.

    -S. John, nete a nosotros de nuevo, en el bosque de Ettrick.

    -Ya no me conviene llevar la vida de un proscrito -dijo John-.La abandon para regresar a Dunfermline a escribir el relatode la vida de Wallace. Es necesario dar a conocer la verdadde sus acciones.

    -Escribe esa crnica en el bosque. Nunca te ha gustadodemasiado la vida contemplativa.

    -La vida contemplativa no nos gusta a ninguno de los dos,hermano James -le record John con una mirada fugaz-. T

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    dejaste la orden hace aos para unirte a la causa de Escocia.Fuiste armado caballero en un campo de batalla escocs,mientras yo tomaba los votos sacerdotales.

    -Y, sin embargo, los dos hemos terminado siendo dosbandidos de los bosques. John, podramos valernos de tumano firme con un arma y de tu buen juicio.

    -Tienes a otros contigo, en los bosques.

    -Ahora son pocos. Ya te habrn llegado rumores.

    -S que te buscan de nuevo, esta vez con nimo de venganza.

    -John frunci el entrecejo-. Por todas partes se dice queWallace fue traicionado por escoceses. El seor de Menteithenvi a sus sirvientes le pusieran a Will bajo custodia, pero elresto son desconocidos.

    -No todos son desconocidos -repuso James con cuidado.

    -Te refieres al conde de Carrick? Dudo que l tuviera algoque con esa traicin. Aunque rinde vasallaje a Eduardo de

    Inglaterra, creo que Robert Bruce en su corazn est departe de los escoceses.

    -No me refiero a Robert Bruce -dijo James-.Recientemente ,he visto pruebas de que se inclinafuertemente del lado escocs.

    -Gracias sean dadas a Dios -coment Blair en voz baja-. Herogado por que Escocia encuentre a un dirigente fuerte.Bruce es el nico que puede desempear ese papel, Jamie.James asinti, y dej que el silencio se extendiera duranteunos momentos.

    -John -murmur por fin-, existe el rumor de que WilliamWallace fue traicionado... por sir James Lindsay deWildshaw.

    -Por todos los santos -musit John-. No lo haba odo. Teculpan a ti?

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    James afirm gravemente con la cabeza.

    -Escoceses que en otro tiempo apoyaban al Halcn de laFrontera ahora me vuelven la espalda, o me persiguen junto

    con los ingleses.-Pero t no traicionaste a Will. Jams podras hacer algo as.

    James contempl con expresin vaca la tumba de mrmol.Quera decir a John -y por lo tanto confesar ante unsacerdote -lo que haba hecho mientras estuvo cautivo de losingleses, y la tragedia que sobrevino a consecuencia de ello.Pero no se senta capaz de decirlo en voz alta. Todava no. Selo explicara ms tarde, cuando l y John ya se hubieranrecuperado de la impresin que les haba causado la muerteWill. Pero antes tena una cosa que cumplir. Y si sobreviva,regrera a Dunfermline a aliviar su alma.

    -Ha de haber alguna forma de quitarte la carga de esa culpade hombros -dijo el monje.

    -Eso es asunto mo. Yo me encargar de ello.-Qu vas a hacer?

    -Buscar al hombre que organiz la captura de Wallace respondi James-. El mismo hombre que hizo recaer la culpasobre m y que ahora intenta atraparme por medio de mifamilia.

    -Menteith?

    -l es uno de los traidores. Pero yo busco a otro hombre, queestaba con los que me capturaron hace meses. El que causla muerte de uno de mis primos y an retiene a otra primama en su poder. Sir Ralph Leslie.

    -Entonces sabes dnde est.

    -Al mando de la guarnicin de un slido castillo. No puedo

    llegar hasta l ni liberar a su prisionera llevando slo cuatrohombres conmigo.

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    -Cuatro?

    -Los que me siguen actualmente, cuando hubo un tiempo enque eran cincuenta o ms. Slo cuatro hombres creen que

    todava me queda algo de honor.-Yo tambin lo creo -dijo John en voz baja.

    Pero es que no lo creo yo mismo, se dijo James para s.Dirigi a John una triste sonrisa de agradecimiento y no dijonada.

    John lanz un suspiro.

    -Aunque me uniera a ti, Jamie, un puado de proscritos delos bosques no puede vencer a toda una guarnicin. Dndeest l?

    -El rey Eduardo acaba de hacerle guardin de un castillo quefue tomado hace aos a los escoceses y que todava est enpoder de Inglaterra -dijo James-. El castillo de Wildshaw.

    -Jesu -exclam John-. Realmente tienes asuntos que resolver

    con ese hombre.-As es -mascull James.

    -Te sugiero que esperes a su comitiva en el bosque y que leatrapes cuando abandone su guarida. Ponle un cuchillo en lagarganta y vers si est dispuesto a ofrecerte disculpas y adevolverte lo que es tuyo.

    -Calma, sacerdote -dijo James con una sonrisa asomando asus labios. John sonri traviesamente a su vez-. Podra hacereso, pero l tiene ms cosas que son mas por derecho,adems de ese castillo. Margaret Crawford se encuentra bajosu custodia.

    -Margaret! Tu prima?

    -Exacto. Estaba con nosotros cuando camos en la emboscada

    que nos tendieron los ingleses.

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    -S que en ocasiones insista en acompaarte. Siempre tuvomano firme con el arco. Pero esto...

    -S. Nos vena muy bien contar con su ayuda, y yo nunca le

    impeda que hiciera lo que quisiera. Pero ahora Leslie latiene prisionera en Wildshaw, y espera atraerme utilizndolaa ella.

    -Pero si intentas rescatarla por la fuerza, pondrs en peligrosu vida y tambin la de otras personas.

    -As es. Por eso he decidido ofrecer un trato. Una vez queMargaret est libre gracias al trueque, me cobrar mivenganza.John le mir fijamente a la luz de las velas votivas queenmarcaban la tumba de la santa.

    -Qu puedes tener t que sea lo bastante importante paraque ese hombre haga lo que t quieres?

    -La profetisa de Aberlady -respondi James.

    -La tienes? -susurr John.-La tendr -repuso James.

    -Pretendes tomar como rehn a Isobel de Aberlady laNegra? -pregunt John, bajando el tono de voz hastaconvertirlo en un cuchicheo de ansiedad.

    -Si l puede utilizar a Margaret para atraerme, yo puedo

    utilizar a la profetisa -gru James.-Pero Isobel la Negra! Tengo entendido que el rey inglsaprecia mucho sus profecas. Se pondr furioso si le sucedealgo.

    -Ya est furioso conmigo, por ser un fiel camarada deWallace. ltimamente ha llegado a mis odos que el reyEduardo desea que la profetisa sea llevada a su presencia

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    para que haga adivinaciones de forma exclusiva para el tronode Inglaterra.

    -Ah, ya comprendo. El precio de esa mujer es bastante alto.

    -Exactamente. Se trata de un rehn muy valioso... pormuchas razones.

    -Cierto -seal John amargamente-. Predijo la cada deStirling, el apresamiento de Wallace, la traicin del Halcnde la Frontera. El rey Eduardo quiere que contine la buenaracha.

    -Ese pequeo gorrin podr cantar para el rey ms tarde-dijo James en tono calmo-. A m no me resulta muydivertida que digamos, puesto que me ech un lazo al cuellocon su bonita palabrera. Si Leslie paga el precio que yo lepida, Margaret, podr tener a su profetisa y llevrsela al reyingls como muestra de su lealtad, si le apetece.

    -Pero por qu iba a querer Leslie a esa profetisa?

    -Porque es su prometida. -La frase cal suave pero ntida enmedio del silencio.

    John le mir con una expresin de asombro, y acontinuacin sacudi la cabeza negativamente.

    -Ese es un plan muy arriesgado, y temerario tambin. Estsdejando que el corazn y las tripas gobiernen tu cabeza. Sprudente.

    -Ya sea temerario o sensato, con el corazn o con las tripas,as es como se har. Prefieres que me limite a presentarmeante las puertas de Wildshaw y solicitar que devuelvan a miprima a su familia?

    John neg con la cabeza.

    -Estaras muerto antes de que pudieras siquiera abrir la

    boca.

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    -Hoy mismo ir al castillo de Aberlady a solicitar unaaudiencia con la profetisa. Supongo que un peregrino puederequerir su sabidura. -James sonri apenas-. Aunque dudo

    que la verdadera sabidura sea la de ella.-Tal vez te sea posible verla si les pides permiso a su padre y asu sacerdote -dijo John, frunciendo el ceo-. Pero recuerdohaber odo decir que su padre, sir John Seton, que es uncaballero rebelde, fue hecho prisionero por los inglesesdespus de una escaramuza.

    -Su hija est hecha de otra madera -replic James-. Leslie,

    aunque es escocs, se ha pasado al Iado de los ingleses.-Ten cuidado, Jamie -advirti John-. Puede que hayaguardias a su alrededor. Su sacerdote es el padre Hugh, de laparroquia de Stobo. Si acudes a l, quiz conceda permiso aun humilde peregrino que suplica ver a la profetisa.

    -Necesito desesperadamente el consejo de esa mujer -dijoJames burln, arrastrando las palabras.

    John dej escapar un suspiro.

    -Si no fuera porque se trata de ti, me opondra a este plan. Esdeshonroso tomar como rehn a una mujer.

    -Dile eso a Leslie, que tiene prisionera a Margaret. Isobel laNegra no sufrir ningn mal trato estando a mi cuidado. Slopasar un tiempo custodiada.

    -Si la custodias slo la mitad de bien que los halcones queadiestraste hace tiempo, la muchacha estar a salvo.

    -He aprendido mucho con la cetrera -repuso James-. Con lapaciencia se llega a muchas partes. Margaret ser liberadasin sufrir dao alguno, y yo entregar la vidente a Leslie y alos ingleses para que la disfruten.

    -Entonces qu pasa con Leslie? Antes has hablado devenganza.

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    -La profetisa pronto necesitar un nuevo esposo -dijo Jamescon vehemencia-. El rey Eduardo le buscar un buen partido.

    -La mantienen aislada -dijo John-. Puede que esto no resulte

    tan sencillo como crees. -Suspir-Todo esto es deshonroso.-En ese caso, Leslie y yo tenemos un pacto -mascull John-.Es la irona de la vida. Debo cometer un acto deshonrosopara llevar a cabo algo honorable.

    -Qu quieres decir?

    -No pude hacer nada cuando capturaron a Wallace -dijo

    James en voz baja, inclinando la cabeza como si se estuvieraconfesando-. Yo estuve all esa noche. Demasiado tarde, peroestuve. Vi cmo se lo llevaban.

    -Ya. Corre el rumor de que mataste a la mitad de los guardiasque le acompaaban.

    -Pero no le salv a l. -Apret los puos y volvi a abrirlos-. Ytampoco pude hacer nada por mis hombres, algunos de ellos

    primos mos, cuando murieron a manos de los ingleses. Yano puedo limpiar mi nombre manchado, pero hay una cosaque s puedo hacer. -Alz la vista-. Puedo salvar a Margaretde la bestia que contribuy a la captura de Wallace. Y si mevoy al diablo por lo dems, pues que as sea.

    -El honor y la venganza, amigo mo -dijo John-, confrecuencia no se entienden entre s. S cauto.

    -Como siempre -dijo James ponindose de pie.-Y qu es eso de las profecas de Isobel la Negra? -Johntambin se incorpor.

    -Me conden mucho tiempo antes de la muerte de Will conesa bobada de los halcones y las guilas. Ella contribuy amanchar el nombre del Halcn de la Frontera. Me gustara

    saber si forma parte de algn juego perverso para envenenar

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    Escocia con rumores de fracaso. De ah sus profecas, quefavorecen a los ingleses.

    -S, no tienes ms que fijarte en el matrimonio que va a

    contraer. -John frunci el ceo-. Pero y si es una verdaderavidente?

    -Entonces posee un gran don, y podr adivinar todo lo que yoquiera saber -dijo James amargamente-. De cualquiera de lasdos maneras tiene valor como rehn para m. Ser una piezamuy til en el juego que quiero jugar. -Dio un paso atrs-.Tengo que irme.

    John asinti con un gesto y traz el signo de la cruz en el airecomo bendicin. James estrech con fuerza la mano de suamigo y a continuacin sali de la capilla por una pequeapuerta lateral. Se subi la capucha para protegerse de lalluvia y pas por delante de las ruinas del refectorio, dondela niebla se arremolinaba entre las piedras cubiertas demoho y renegridas por el humo. Levant la vista y vio una

    ventana de tracera rota, recortada contra el cielo, queenmarcaba las distantes colinas azuladas. Record queWallace haba amado aquellas bellas colinas. Estuvodispuesto a dar su vida para protegerlas.

    Dej escapar un profundo suspiro. Era mucho lo que deba aWallace, y ni siquiera podra pagar su deuda ahora que sucamarada estaba muerto y que su propio nombre haba cado

    en desgracia. Nadie seguira ya al Halcn de la Frontera ensu empeo de luchar por la marchita causa de Escocia. Laprofeca de Isobel la Negra y la enmaraada red que se habatejido a partir de ella -y de sus propias acciones- ayudaron ahacer de l un traidor.

    Inclin la cabeza y dej atrs la abada, pensando en aquellaprofetisa que haba causado tanta destruccin con sus

    malditas y reiteradas predicciones sobre los halcones.

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    Cuando la tuviera en su poder, mientras aguardaba larespuesta de Leslie a su peticin de rescate, aprovechara laoportunidad para enterarse de cunto de verdad haba en

    aquellas predicciones. No le caba ninguna duda de que laprofetisa actuaba como cmplice de alguna clase, o tal vezcomo una marioneta, de Ralph Leslie y de otros. Averiguarala verdad, aunque no le reportara ningn bien saberla. Eldao ya estaba hecho.

    Camin en medio de la llovizna en direccin al pequeocementerio que haba junto a la abada. En el centro haba un

    arbusto de espino solitario. Se detuvo a mirarlo.Bajo aquel arbusto yaca la madre de Wallace. Recordaba lamaana en que l, John Blair y Wallace la enterraron all, enuna tumba privada y sin marcar, para que nadie supieradnde descansaba lady Wallace. Will lo haba querido as,temiendo la destruccin o la veneracin de los restos de sumadre, dependiendo del destino de l. James tena la

    intencin de guardar aquel secreto para siempre. Despus detodo, aquello era lo mnimo que poda hacer por un amigo.

    Dej a un lado el espino y se encamin hacia el sendero queconduca al bosque que se extenda ms all del convento.

    Por un instante tuvo el impulso de dar la vuelta y regresar ala serenidad que reinaba en el interior de la capilla, absorberaquella paz y hacerla penetrar en su corazn, en su alma.

    Pero sigui caminando a travs de la lluvia sin detenerse. Pormucho que l la ansiara, la verdadera paz le eluda siempre.Le resultaba mucho ms fcil buscar el peligro que elconsuelo.

    En pocos minutos alarg la zancada y ech a correr hacia lalinde exterior del bosque.

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    Los muros de piedra arenisca del castillo de Aberladyresplandecan con un color rosado a la luz del crepsculomientras Isobel Seton ascenda los escalones que llevaban alas almenas. Camin de frente con paso firme y resuelto y lacabeza alta y orgullosa, mirando fijamente el muro recortadoque se extenda frente a ella.

    Se quit con una mano el velo de seda blanca y se lo guarden la manga. Acto seguido, sin dejar de andar, se deshizo lagruesa trenza negra con dedos firmes. Pero bajo los plieguesde su vestido gris y de su sobreveste le temblaban lasrodillas. El hambre y la fatiga la haban debilitado, se dijo a smisma. No el miedo. En ningn momento fue el miedo. Nopoda permitir que nadie viera eso en ella. Cada da, alponerse el sol, a lo largo de las diez semanas que duraba elasedio, paseaba por el mismo sitio para demostrar a los

    ingleses que an segua all y que estaba ilesa. Y todavadesafiante.

    La brisa le levant la mata de pelo suelto mientras avanzabapor el paseo de ronda del muro en direccin a las almenasconstruidas sobre la entrada principal. Se asom por unatronera y mir hacia abajo. La vvida luz del atardecer sederramaba sobre el nico acceso a Aberlady: una ladera

    rocosa llena de zanjas. A lo largo de la traicionera pendiente,un centenar de soldados ingleses se apiaban alrededor delas fogatas y las tiendas, o permanecan agachados detrs detoscas empalizadas de madera que haban construido a modode proteccin. Seguramente tenan a mano las armas,aunque la batalla de ese da ya se haba calmado.

    Los hombres de su padre -que ahora eran los suyos, ya que

    sir John Seton haba sido capturado meses atrs y estaba en

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    manos de los ingleses- vigilaban desde posiciones protegidasa lo largo del muro. Slo quedaban once escoceses de laguarnicin de Aberlady, aunque diez semanas antes haba

    sesenta apostados en las almenas.Mir a su espalda por un instante. El patio, con suimpresionante torre de piedra en el centro, se vea desierto.Las construcciones exteriores, bajas y con techos de paja,estaban vacas de hombres, materiales o animales. Habandejado que los caballos salieran junto con el sacerdote en elnico da de tregua que se les haba concedido, y tambin se

    haban liberado unos cuantos halcones. El resto de las aveshaban ido a parar a las cocinas.

    Y un rincn del patio se haba convertido en cementerio paralos soldados y sirvientes que haban muerto en las pasadassemanas a causa de heridas, enfermedades o inanicin. Eramuy probable que pronto todos acabaran enterrados enaquel sombro rincn.

    Los hombres de la guarnicin le hicieron un gesto con lacabeza al verla pasar, con los arcos listos y los rostros gravesy demacrados. Pero Isobel saba que no pondran ningunaobjecin a que su seora paseara por las almenas; saban,igual que la misma Isobel, que ella estara segura encualquier parte, mientras permaneciera a la vista de losingleses que acampaban enfrente. El enemigo no disparara

    flechas ni proyectiles a Isobel la Negra, la profetisa deAberlady.

    Era su valor, ms que su misterio, lo que la protega. Ms deuna vez, el comandante del asedio le haba dicho a voces queel rey Eduardo quera llevarla a su presencia, ilesa y de unapieza. El rey ingls, dijo el hombre, apreciaba mucho laspredicciones que ella haba hecho respecto de la derrota de

    los escoceses en Falkirk, la reciente cada del castillo deStirling a manos de los ingleses y la captura y ejecucin del

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    rebelde William Wallace. El rey Eduardo estaba ansioso pororla profetizar ms triunfos para Inglaterra.

    La noticia de la muerte de Wallace, la cual ella haba

    intentado evitar envindole una nota de advertencia, le habacausado un hondo malestar. Pero sigui de pie en lasalmenas y escuch sin revelar reaccin alguna. Elcomandante del asedio dijo que sera bien recompensada porsus esfuerzos por parte del rey ingls. Ella envolvi unacorts nota de rechazo alrededor del fuste de una flecha, quefue entregada por uno de sus hombres disparndola con

    gran precisin y haciendo blanco en el muslo del caballerocuando este se encontraba a lomos de su caballo.

    Despus de aquello se intensific el asedio. Los inglesestrajeron mquinas de asalto para derribar la puerta y losmuros, y sus arqueros lanzaron flechas ardiendo por encimade las murallas de Aberlady.

    Soplaba una brisa fresca mientras Isobel permaneca de pie

    en lo alto de las almenas que le revolvi la larga cabellerasuelta, esparcindola como si fuera un estandarte negro ybrillante. Se haba quitado el velo precisamente para esto,para causar este efecto. Alz la barbilla, adopt una posturaorgullosa y dej que el viento le levantara y exhibiera elcabello. Pero su corazn lata aterrorizado.

    En el campamento, muchos de los soldados ingleses

    levantaron la vista hacia ella, mientras que otros practicabancon las armas o rellenaban las zanjas que llevaban hasta laspuertas del castillo con ramas y escombros. Haba unoscuantos que reparaban la estructura de madera de una de lasdos mquinas de asalto empleadas para golpear las gruesasmurallas.

    El delicioso aroma a carne asada que provena de las

    hogueras de los ingleses hizo que el estmago de Isobel se

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    retorciera penosamente. Las cotas de malla lanzabandestellos al sol mientras los ingleses coman y charlaban,preparndose para la noche. Por la maana comenzaran

    otra batalla, tal vez la ltima, pens Isobel. Los escasosdefensores que quedaban en Aberlady estaban debilitadospor el hambre y no podran resistir otro ataque de laguarnicin inglesa.

    Isobel se gir para escudriar las murallas de proteccin. Elcastillo se asentaba sobre un alto peasco que se elevabadesde una llanura. Rodeado por escarpados precipicios por

    tres de sus caras y por una empinada pendiente por lacuarta, donde haban acampado los ingleses, la fortalezatena fama de ser impenetrable. Ningn enemigo habalogrado nunca traspasar sus muros.

    Isobel exhal un suspiro y roz la spera piedra con losdedos. El castillo de Aberlady era resistente a todo excepto alhambre. All era donde haba nacido, y all pensaba que

    morira finalmente.Pero no tan pronto, por favor, Dios mo, no tan pronto.

    -Aprtate del muro, Isobel.

    Al levantar la vista vio a Eustace Gibson, el senescal delcastillo, que sala de las sombras. Cuando extendi la manohacia ella, la manga de la cota de malla lanz un destello rojobajo el sol.

    -No te acerques, Eustace -le advirti-. Te dispararn.

    Una triste sonrisa cruz por el curtido rostro del hombre.

    -Llevan semanas lanzndome guijarros y espinos, y aqu sigo.Vamos, deberas estar dentro de la torre.

    La acompa hasta los escalones que bajaban al patio. Alhacerlo, Isobel percibi el familiar silbido y despus el

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    choque de una flecha contra el muro exterior, cerca de dondemomentos antes se encontraba Eustace.

    -Por la santa cruz -musit el hombre-, no te han dado mucho

    tiempo para abandonar las almenas antes de dispararme am.

    Isobel se volvi con los labios apretados por la furia yascendi de nuevo los escalones hasta el paseo de ronda, apesar de las protestas de Eustace. Sac el velo blanco que sehaba guardado en la manga y se asom por la abertura de laalmena. Con un movimiento exagerado, limpi la reciente

    cicatriz que haba quedado en el muro y despus sacudi elpolvillo de piedra del velo y volvi a meterse dentro. La brisale levant la densa masa de su cabellera.

    Entre las tropas inglesas estall un gritero de vtoresmezclados con varios sonoros abucheos. Isobel inclin lacabeza con un gesto regio y se dio la vuelta para descenderlos escalones. Eustace la observ meneando la cabeza

    negativamente.-Has cambiado mucho en estas ltimas semanas, Isobel -ledijo-. En otro tiempo habra dicho que eras una muchachademasiado gentil para demostrar semejantes agallas. JohnSeton estara orgulloso de ver que su hija defiende el castillocon tanta inteligencia.

    -Mi padre, si estuviera aqu, no se rendira jams. Ni yotampoco.Baj los peldaos con toda calma, pero el corazn le lata confuerza y las manos le temblaban tras aquella exhibicin deactitud desafiante. Tal vez tuviera inteligencia, pero lasagallas eran falsas. Haba aprendido a ocultar sus miedos y amostrar un valor que no exista.

    Una nueva flecha se estrell contra las almenas, por encimade ellos, seguida de un estallido de risas que se elev desde el

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    campamento enemigo. Eustace alz una mano para disuadira los escoceses que montaban guardia en las almenas decontestar al ataque, y despus levant una ceja hacia Isobel a

    modo de advertencia, para impedirle que hiciera otraaparicin en lo alto del muro. Ella se limit a suspirar concansancio y a sacudir negativamente la cabeza.

    -Ojal hubiera terminado ya todo esto -dijo-. Anoche soque recibamos ayuda y que salamos de aqu, libres.

    -Es una profeca? -pregunt Eustace.

    -Slo una esperanza -respondi Isobel con voz queda-. Slouna esperanza.Alz los ojos al cielo. El resplandor rojo del sol poniente ibavirando al ail. Aquel sueo no haba sido proftico; al fin yal cabo, an poda contemplar aquel hermoso cielo. No habasentido el pesado tributo de la ceguera que acompaaba atoda profeca, y llevaba mucho tiempo sin sentirlo. Mientrasmiraba hacia arriba, un leve escalofro le recorri todo elcuerpo y sinti calor en el hombro, como si la hubiera tocadouna mano grande y suave. Mir a Eustace, pero este se habadado la vuelta y estaba examinando las almenas.

    Isobel frunci el entrecejo, pues tena la sensacin de unamirada penetrante posada en ella, y tambin perciba unafuerte presencia. Mir nerviosamente a su alrededor, a lassombras cada vez ms pronunciadas del patio vaco. Era sloel cansancio y el miedo, se dijo a s mIsma severamente.-Hay sopa en la cocina -dijo Eustace-. Ven a cenar.

    -Enseguida voy. -Tomara una pequea porcin, tal comohaba hecho en los ltimos tres das. La ligera sopa, que ellamisma haba preparado con agua del pozo y cebada, tenaque alcanzar para todos.

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    Cuando se terminase el ltimo grano -cosa que sucederapronto-, se enfrentaran a un enemigo ms fuerte que ningnejrcito. Ya notaba los efectos de la inanicin en el temblor

    que tena en pies y manos y en el hambre, el mareo y el sordodolor de cabeza que sufra desde haca das.

    -Apenas queda cebada suficiente para hacer sopa maana-dijo Eustace.

    -Lo s -contest ella en voz baja.

    -Isobel. -Su voz llevaba una nota de gravedad-. T eres ladama de Aberlady, y la heredera de sir John. Eres t quiendebe dar la orden definitiva de rendicin. Yo no puedohacerlo.

    -Mi padre no querra que nos rindisemos.

    -Pequea -dijo Eustace con cario-. l no querra quemurisemos.

    Isobel le mir. Eustace Gibson formaba parte de la

    guarnicin de Aberlady desde que ella no era ms que unania. Su destreza, su experiencia y su sensatez habanresultado esenciales a lo largo de aquellas horribles semanasde asedio. Ella se haba apoyado en su recio carcter y habaaprendido mucho de l.

    Lanz un suspiro, debatindose entre su preocupacin por laguarnicin y su lealtad hacia Aberlady y su padre ausente.

    -Cre que podramos derrotarles por medio de la resistencia.Cre que nuestros vveres duraran ms.

    -Isobel, hemos de rendirnos.

    -Pronto vendr sir Ralph a ayudamos. Recuerda que, antesde que comenzara el asedio, dijo que saba dnde tenan losingleses prisionero a mi padre. Fue a buscarle. Cuando

    regrese nos ayudar, y traer a mi padre con l. -Percibi la

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    nota quebradiza en su propia voz, pero no quera admitir queella misma haba empezado a perder las esperanzas.

    -Dudo que veamos a sir Ralph -gru Eustace-. Tenemos que

    rendimos. Tu seguridad es de importancia primordial param. Los ingleses no te harn dao, porque su rey quiereverte.

    -Pero s te harn dao a ti -replic Isobel-. Nos harnprisioneros o nos matarn en cuanto pongamos un pie fuerade las puertas. Aberlady se convertir en un baluarte deInglaterra. Pero este castillo es uno de los puntos fuertes de

    Escocia. Mi padre esperara que lo mantuviramos a salvohasta su regreso.

    Eustace lanz un suspiro.

    -Prenderemos fuego a Aberlady al marchamos. Por lo menos,as los ingleses no podrn tomarlo.

    -Quemar Aberlady! -Isobel se qued mirndole.

    -Prefieres que lo capturen?-No podemos destruirlo! -La idea de quemar Aberlady, suhogar, su refugio, su proteccin, la aterraba-. Y sisiguiramos resistiendo?

    -En ese caso moriremos de hambre.

    -Sir Ralph vendr por nosotros. Se enterar de lo que est

    ocurriendo aqu.Eustace la mir durante largos instantes.

    -No podemos seguir as, Isobel.

    Ella apart la mirada en silencio y contempl la decrecienteluminosidad del cielo. A su lado, Eustace guard silenciodurante largo rato. Pero entonces le oy exclamar:

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    -Tal vez tengamos otra alternativa, despus de todo. -Isobelnot una sbita tensin en su voz. Le mir y vio que torca elgesto y que aferraba la empuadura de su espada.

    -Cul es, Eustace?-Mira all -murmur l-, en el rincn ms alejado del patio,detrs de los establos.

    Isobel hizo como l le deca, y lanz una leve exclamacin.Un grupo de hombres -cuatro, cinco, cont a toda prisa-emergi de las sombras por detrs de la pared trasera delrecinto. Avanzaron audazmente hacia el centro del patio y sedirigieron a los escalones donde se encontraban Eustace yella. En las almenas, los hombres de la guarnicin levantaronsus arcos y los sostuvieron en posicin.

    Isobel mir a Eustace. Este levant una mano para ordenaren silencio a la guarnicin que no atacara. Isobel volvi afijar su atencin en los cinco hombres con el coraznretumbndole en el pecho y ligeramente mareada, como sitoda la tensin de las pasadas semanas hiciera presa en ellade repente.

    -Dios santo -susurr con voz ronca-. Quines son?

    De aspecto salvaje y desaliado, vestan tnicas sencillas,chalecos de cuero y capas gastadas, aunque portaban buenasespadas y arcos y bastones bien hechos, como si fueran

    caballeros. Uno de ellos se adelant y empuj hacia atrs lacapucha de su larga capa de color marrn, sujeta con unaconcha de peregrino. Era ms alto que sus compaeros, dehombros anchos y piernas largas y esbeltas. Sus ropas y suscalzas estaban gastadas y descoloridas, y su enmaraadocabello castao dorado y su oscura barba necesitaban unrecorte. Isobel se fij en que sus facciones estabanbellamente cinceladas.

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    Se acerc hasta ella con paso gil y fuerte. Su presenciapareci llenar el aire igual que la descarga de un rayo,dejando paralizados a quienes le observaban. Conteniendo

    una exclamacin, Isobel se dio cuenta de que haba percibidosu llegada momentos antes, como si su mirada e incluso sumano la hubieran tocado en aquel momento.

    El hombre cogi el arco sin tensar como si fuera un bastn yse detuvo muy cerca del primer peldao. Cruzada sobre suespalda centelle la empuadura de una esplndida espada.Tras saludar a Eustace con un gesto de la cabeza, pos su

    mirada directa en Isobel.-Lady Isobel Seton? -pregunt. Su voz era tranquila, con untimbre grave que se haca or-. La profetisa de Aberlady?

    Ella asinti.

    -Quin sois vos? -le pregunt a su vez, juntando las manostemblorosas frente a s. l inclin la cabeza.

    -Venimos a rescataros.Isobel lo observ, fascinada y atnita. Aquel desconocidoposea una belleza salvaje y una sorprendente aura de poder,realzada por su misteriosa llegada. Sus ojosrefulgan en unazul profundo, como el color ail del crepsculo, y susmanos, que sostenan el arco, eran fuertes y elegantes.Pareca estar ms all del mundo ordinario, un hombre

    salido de la niebla, como si proviniera de las leyendas de laantigua raza y del reino de las hadas.

    Al principio, Isobel no logr encontrar una respuesta. Sesenta casi hechizada. La mirada firme y brillante de aquelhombre pareca evaluarla desde la cabeza hasta las races desu alma. A cambio, ella vio la chispa de aguda inteligencia yfirme propsito que destellaba en sus intensos ojos azules, y

    not la fuerte corriente de peligro que le rodeaba.

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    Respir hondo y alz la barbilla.

    -Vos conocis mi nombre, pero yo no conozco el vuestro -dijocalmosamente, a pesar del miedo que senta. La recorri una

    extraa y primitiva emocin-. Cmo habis penetradonuestras murallas?

    -A travs de la poterna que hay en el muro norte -contest l.Isobel le mir fijamente.

    -Pero esa pequea puerta est escondida detrs de rocas ymatorrales, y da a un barranco de ms de treinta metros dealto. Cmo habis llegado hasta all?

    l se encogi de hombros.

    -Me ha llevado algn tiempo.

    -Quin sois? -le pregunt de nuevo.

    -Soy James Lindsay -respondi l con su voz grave yautoritaria. Isobel oy la exclamacin de Eustace, pero a ellael nombre no le deca nada-. En ocasiones -prosigui el

    hombre- me llaman el Halcn de la Frontera.-Jesu -jade Eustace-. Me lo tema.

    Isobel dej escapar una ligera exclamacin. Aquel nombre slo conoca. El Halcn de la Frontera era un renegado escocsque se esconda tanto de los ingleses como de los escocesesen las vastas extensiones del bosque de Ettrick. Su llegada a

    Aberlady poda significar la salvacin... o la completa derrotapara todos ellos. Todo el mundo saba que ltimamente slose guardaba lealtad a s mismo.

    Isobel haba odo rumores de que el Halcn de la Fronterahaba huido hacia el norte, el oeste, el sur, incluso hacia elmar; que era un mago que cambiaba su apariencia avoluntad; que estaba vivo, que estaba muerto, incluso que

    era inmortal, nacido de la estirpe de las hadas. Adems,segn record, tambin se deca que haba cometido alguna

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    horrenda fechora contra Escocia. Saba que ella misma lehaba mencionado en una de sus profecas, pero norecordaba lo que haba predicho. El padre Hugh le haba

    dicho que se trataba de un asunto pequeo y sin importanciapara ella. Ahora dese conocer del todo aquel asunto, yafuera pequeo o grande.

    -James Lindsay -dijo Eustace-. Conozco bien ese nombre,seor. Sois bienvenido aqu si vuestro propsito es bienintencionado. En caso contrario... os superamos ligeramenteen nmero de hombres. -Indic el parapeto, donde los

    hombres apuntaban a medias sus arcos hacia los recinllegados.

    -Qu propsito os trae aqu? -pregunt Isobel-. Es evidenteque no habris subido hasta aqu slo para rescatarnos. Nonos conocis.

    -Vengo por un asunto privado -repuso Lindsay-. No sabamosnada del asedio hasta que nos aproximamos al castillo. Se

    nos ha ocurrido traer un poco de ayuda a los defensores deAberlady... y algo de comida. -Hizo una sea a uno de sushombres, que se acerc y sac tres conejos muertos de unsaco-. Supongo que esto ser de vuestro agrado.

    -As es -dijo Eustace-. Os damos las gracias. En las cocinashay unos cuantos de nuestros hombres. Ellos puedenpreparar la carne.

    El joven compaero de Lindsay asinti con un gesto y se diola vuelta para echar a correr hacia la torre de muros depiedra que se elevaba en el centro del patio.

    -He odo decir que el Halcn de la Frontera cuenta con unejrcito de hombres capaces escondido en el bosque deEttrick -dijo Isobel-. Estn ah fuera, listos para atacar a losingleses y echarles de aqu?

    -No somos ms que cinco -dijo Lindsay.

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    -Frente a las puertas hay ms de un centenar de ingleses!-explot Isobel-. Y vos trais slo cinco hombres!

    l junt sus cejas rectas y oscuras por encima de sus

    profundos ojos azules.-Os llevaremos hasta un lugar seguro -dijo en tono tranquilopero severo.

    Ella le mir boquiabierta, y a continuacin se volvi haciaEustace.

    -Dicen que un caballero escocs nunca se prueba de verdad

    hasta que huye junto al Halcn de la Frontera -le dijoEustace-. Puede que estos hombres sean pocos en nmero,pero no hay duda de que son listos y muy diestros.

    -Al menos, eso dijeron de m en otro tiempo -seal Lindsay-.Podemos sacaros de aqu por el mismo sitio por el que hemosentrado nosotros.

    -Por el precipicio de la cara norte? -pregunt Isobel,

    estupefacta.l asinti.

    -Despus de que hayis comido, y cuando oscurezca un pocoms, nos marcharemos.

    -Pero los ingleses tomarn el castillo si nosotros loabandonamos! -exclam Isobel.

    -No lo abandonaremos. -La voz tranquila de Lindsaysubrayaba la fuerza y la seguridad que emanaban de l-. Esuna costumbre escocesa hacer que los castillos quedeninutilizables para los ingleses. Un castillo se protege con lafuerza de las armas o se destruye.

    -Se destruye! -exclam Isobel otra vez.

    -S.

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    James Lindsay pas junto a ella y empez a subir losescalones en direccin al paseo de ronda. Eustace le dirigiuna mirada grave y se dio la vuelta para seguirle. Isobel se

    cogi las faldas y ech a correr escaleras arriba en pos deambos.

    Eustace se volvi hacia ella.

    -Ve a la torre, Isobel!

    -Pero l pretende destruir Aberlady! -protest.

    -Sabes que es necesario.

    -No conocemos a ese hombre! No podemos confiar en quevaya a ayudarnos!

    -Yo conozco su nombre y su reputacin.

    -Entonces sabrs lo que dicen de l!

    Eustace lanz un suspiro.

    -Isobel, piensa. James Lindsay nos ofrece la posibilidad de

    sobrevivir. Nos ofrece esperanza, donde ya no quedabaninguna.

    -Aberlady ser destruido por culpa de esa esperanza!

    -Con la ltima gota de mis fuerzas -rugi Eustace-, con mipropia mano, yo mismo habra prendido fuego a estos murospara impedir entrar a los ingleses. Esta es nuestra nicaoportunidad. Acptala.

    Isobel le mir fijamente, aturdida y silenciada por la verdad.Eustace se volvi y se alej para reunirse con Lindsay, queestaba de pie detrs de uno de los bloques de piedra de lasalmenas, escudriando con la mirada la guarnicin inglesa.Isobel vacil, y despus ech a correr por el paseo de rondatras ellos, detenindose frente a una almena totalmente a lavista de los soldados ingleses.

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    Lindsay se abalanz sobre ella y la agarr del brazo,arrastrndola para que se refugiara tras el bloque de piedra.Isobel quiso resistirse, pero l la sujet con fuerza.

    -Estis mal de la cabeza, para colocaros ah en medio?-Los ingleses no me harn dao -replic ella con certeza.

    -Si creis eso, entonces no sois muy buena profetisa -leespet l sin soltarla.

    -Mirad -dijo Eustace a Lindsay desde su posicin, a escasadistancia de l-. Todos los das, los ingleses rellenan esas

    zanjas de ramas y maleza para allanar el terreno a susmquinas de asalto. Y cada una de esas veces nosotros lesprendemos fuego.

    Llam a dos hombres de la guarnicin, que se pusieron apreparar flechas ardiendo con telas, resina de pino y unaantorcha, materiales que tenan cerca precisamente para esefin. Dispararon las flechas en llamas, que volaron cruzando

    la creciente oscuridad y cayeron en las zanjas,incendindolas.

    Sujeta por la garra de acero del brazo de Lindsay, Isobeltorci el cuello y vio cmo el fuego lanzaba chispas yllamaradas. Vio a los hombres de Lindsay, con los arcospreparados, subir los escalones y situarse a lo largo de lasalmenas, junto a la guarnicin de Aberlady.

    -Cuando os suelte -le murmur Lindsay al odo-, quiero querecorris a gatas el paseo del parapeto hasta esa torreta de laesquina.

    -Cuando me soltis -dijo Isabel entre dientes-, ir a donde meplazca.

    -Isobel, haz lo que te dice -le rog Eustace al tiempo quecargaba una ballesta. Se agach para esquivar una flecha quepas volando por encima de su cabeza y fue a clavarse en un

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    barril, seguida de otras dos que chocaron contra la piedra ycayeron a un lado. Lindsay la solt.

    -Idos! Manteneos agachada.

    Isobel se incorpor audazmente de frente a la abertura de laaspillera. Saba que una vez que los ingleses la vieran,dejaran de disparar. Pero al ponerse de pie una flecha laalcanz en el brazo derecho con tremenda fuerza. El impactodel golpe la hizo girar sobre s misma, impotente, y lanz ungrito. Lindsay la agarr y la oblig a agacharse. Isobel sedobl hacia delante presa de un intenso dolor, y Lindsay se

    ech sobre ella, sostenindola con un brazo mientras tirabade la tela destrozada de la manga.

    -Isobel! -exclam Eustace-. Santo Dios, si la hubieran vistono habran disparado. Se ha puesto de pie demasiado aprisa.Isobel!

    -No es grave.

    Isobel oy la voz tranquilizante de Lindsay a travs de unanebulosa, a causa del dolor. Con gran habilidad, l parti ellargo fuste que sobresala de su brazo y dej la puntaincrustada en el msculo.

    -Podris aguantar un poco, mi seora? -le pregunt.

    Ella se mordi el labio inferior y afirm con la cabeza.Alrededor de ellos sigui precipitndose una cruel lluvia de

    flechas que se estrellaban contra la madera y la piedra. Encuestin de pocos segundos, una flecha pas silbando por elhueco de la almena y roz levemente la espalda del chalecode Lindsay, que estaba agachado sobre Isobel. Otro proyectilalcanz a esta en el tobillo izquierdo y despus cay a unlado. Isobel se estremeci y grit, agarrndose la pierna.Lindsay maldijo y la atrajo hacia l con un gesto brusco,

    protegindola.

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    -Acabaris muerta si os quedis aqu -rugi al tiempo que lasujetaba por la mueca. Mientras las flechas silbaban ychocaban alrededor, tir de Isobel medio arrastrndola por

    el suelo hasta una pequea torreta, abri la puerta de unpuntapi y la empuj al interior.

    La acomod en el suelo de piedra del minsculo y oscurorecinto y se arrodill en cuclillas junto a ella. Le cogi elbrazo con una mano y examin la herida a la tenue luz quepenetraba por la tronera. Sin pedirle permiso, le levant elborde de la falda y rasg una ancha franja de tela de la

    enagua bordada, y utiliz parte de ella para tapar la heridasangrante que Isobel tena en el brazo derecho, mientrasella, con mano temblorosa, sacaba el velo de seda que llevabaoculto en la manga y se lo apretaba contra el corte abierto deltobillo.

    -Las heridas de flecha son muy dolorosas -dijo Lindsay-. Yomismo he sufrido varias. Pero estas se curarn bastante

    bien. Ahora no puedo ocuparme de ellas, pero enseguidaregresar para ver cmo siguen. Mientras estis aqu,quedaos sentada por debajo de la abertura de la tronera.-Sacudi la cabeza-. Ha sido una locura ponerse de pie detrsde las almenas.

    -Los ingleses nunca me disparan -dijo Isobel-. Cuando yoestoy en el muro, dejan de lanzar flechas. Pero como est

    oscuro, no me han visto.Lindsay le quit la tela de la mano y se la puso alrededor deltobillo.

    -Me cuesta creer que sea simplemente por caballerosidad-dijo-.Tenis alguna clase de acuerdo con ellos? -preguntmirndola con intencin.

    Isobel aspir con fuerza al notar el tono.

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    -No quieren hacerme dao porque su rey desea entrevistarseconmigo. Y eso nos ha ayudado, una y otra vez, durante esteasedio. Me he puesto de pie porque con ello esperaba detener

    la batalla.l no dijo nada, sino que se incorpor y la mir fijamente,con los ojos relucientes de un color azul noche en lassombras. Isobel percibi en l una profunda rabia y unafirme determinacin.

    -James Lindsay -le dijo, levantando la vista hacia l-. Porqu habis venido? Os ha enviado alguien?

    -He venido -respondi l con suavidad- a buscar a Isobel laNegra, la profetisa de Aberlady. -En su tono haba algo queprovoc en Isobel un estremecimiento a lo largo de lacolumna vertebral-. Vos y yo tenemos asuntos que discutir.

    -Yo no os conozco -replic ella-, aunque vos s parecisconocerme a m.

    Lindsay se encogi de hombros.-La profetisa de Aberlady es muy famosa.

    Isobel record que haba hecho una prediccin que hablabade l, y de nuevo dese saber cul haba sido. Se limit amirarle en silencio.

    -Dejad que haga una prediccin, Isobel la Negra -dijo Lindsaycon voz grave y amenazante-: Llegaris a conocerme bien. Yllegaris a lamentar lo que vos y los vuestros me habishecho a m y a los mos.

    Isobel dio un respingo al percibir la dureza de su tono.

    -No... no comprendo.

    -Yo creo que s. -Se volvi hacia la puerta-. Regresar encuanto pueda para atender esas heridas. Aqu estaris a

    salvo. -y acto seguido sali por la puerta y emergi bajo unagranizada de flechas.

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    Isobel se qued mirando el lugar por donde habadesaparecido, con el corazn desbocado y preguntndoseverdaderamente hasta qu punto estaba a salvo.

    3

    Una flecha encendida pas describiendo un arco entre lasalmenas, roz el paseo del parapeto y fue a clavarse en latierra del patio. James sigui su trayectoria con la vista y

    despus mir al hombre que estaba a su lado, protegido trasel bloque de piedra de la almena.

    -A esos ingleses les gustan demasiado las flechas ardiendo-coment Henry.

    James observ cmo otro proyectil en llamas volaba porencima de sus cabezas.

    -S. Pero si incendian el castillo, ya no tendremos que

    preocuparnos de eso. -Coloc una flecha y tens la cuerda. Lapunta hizo blanco a un centenar de metros de distancia, enun arquero ingls que se llev la mano al hombro y sedesplom en el suelo.

    -Esa -anunci James, severo- es por la muchacha herida.

    -Esta maana no te mostrabas tan protector hacia ella.

    -Esta maana no saba que estaba sufriendo un asedio nimuriendo de hambre, ni que era tan joven. -James extrajootra flecha del carcaj que penda de su cinturn y la coloc enel arco.

    -Ni tan gentil -dijo Henry con una amplia sonrisa. Jamesfrunci el ceo y dispar hbilmente la flecha.

    -Gentil o desagradable, al menos ahora necesita nuestra

    ayuda.

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    -Cierto. Ja! Fjate! Apostara a que a ese soldado le gustarasaber que la herida de la pierna se la ha hecho el Halcn de laFrontera!

    -Seguro que s -dijo James arrastrando las palabras, antes dedisparar de nuevo.

    La luna llena se elevaba rpidamente en el cielo de color ail,y las flechas de fuego inglesas volaban como un ejrcito decometas. James disparaba constantemente, una flecha trasotra, sin apenas tiempo para pensar ni hacer una pausa. A sulado, Henry Wood haca lo mismo. Un poco ms lejos, James

    vio parte de la guarnicin de Aberlady ya sus propioshombres -Quentin Fraser, Patrick Boyd y el joven GeordieShaw-, todos haciendo lo posible por que no cesara la lluviade flechas sobre las cabezas de los ingleses.

    Saba que no mereca mucho la pena librar aquella batalla,porque no podran ganarla. Pero quera que los soldados deAberlady supieran que el Halcn de la Frontera y sus

    hombres estaban dispuestos a arriesgar sus vidas pordefender a escoceses. Probar aquello pareca ahora msimportante que matar unos cuantos ingleses ms.

    Durante un receso en el fuego cruzado, James vio que Henryse daba la vuelta. Sigui su mirada y divis al senescal, quevena andando por el paseo de ronda.

    -Es sir Eustace? -pregunt Henry.

    -S, sir Eustace Gibson -contest el hombre fornido-.Senescal y capitn del castillo de Aberlady.

    -Yo soy Henry Wood -dijo Henry tendindole la mano.Eustace apoy la mano con cautela en la empuadura de laespada que llevaba al cinto.

    -Ese es un nombre ingls -gru-. Adems, usis el arco largo

    con la destreza propia de los ingleses.

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    -Pues s, soy ingls -replic Henry-. Preferirais que usara elarco corto como un escocs? Los escoceses son unosarqueros lamentables. Excepto Jamie, yo dira que ninguno

    de ellos vale nada con el arco. Ahora bien, con una espada lacosa es muy distinta.

    Eustace torci el gesto..

    -Si sois ingls por lealtad, entonces salid de este castillo porel mismo lugar por el que entrasteis, o despedos del mundo.

    -Tranquilo, amigo. -James levant una mano-. Henry esingls por nacimiento, y un verdadero maestro con el arcolargo. Pero emplea ese talento a favor de la causa escocesa.Eustace se mostr sorprendido.

    - Es cierto eso?

    -Mi mujer es escocesa -dijo Henry-. Su gente es ahora la ma.

    -Pero luchis contra vuestro propio rey.

    -S, y por eso soy un proscrito. He visto la crueldad del reyEduardo con los escoceses, y no quiero formar parte de ella.

    Eustace asinti, retir la mano de la espada y volvi la vistahacia James.

    -ltimamente tambin se duda de vuestra lealtad, JamesLindsay.

    -Eso parece. -James le devolvi la mirada sin alterarse.

    -Debo dudar de vuestra lealtad?-Si as lo deseis.

    Eustace frunci el entrecejo.

    -De momento tendremos que confiar en vos. Hasta ahorahabis demostrado ser de ayuda. Apreciamos vuestro apoyoen esta refriega. Pero si estis pensando en llevarnos a

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    manos de los ingleses por medios traicioneros... -Toc denuevo la empuadura de su espada.

    -Mi propsito es ayudar -dijo James en tono llano, y volvi el

    rostro. Saba por qu aquel hombre se mostraba cauto ysuspicaz con l, pero no pensaba defender su lealtad antecada hombre que se cruzara en su camino.

    -Juzgad al Halcn de la Frontera por lo que vos mismo sabisde l, y no por los rumores que hayis odo -dijo Henry.

    James no dijo nada, pero oy que Eustace emita de malagana un ruido afirmativo.

    Una flecha inglesa pas silbando por encima de ellos, yHenry sac otro dardo de su carcaj y se prepar paradisparar. Pero Eustace le puso una mano en el hombro.

    -No merece la pena devolver cada disparo -le dijo-. Ellostienen ms hombres, ms flechas, ms comida... y muchams fuerza que nosotros.

    James observ a los asaltantes. A unos treinta metros de laspuertas del castillo, bajo la luz de las antorchas, un grupo dehombres empujaba una imponente estructura de maderapara acercarla a las murallas.

    -Ese mandrn estar listo para ser utilizado al amanecer -dijo-. Es lo bastante robusto para destrozar estas murallassin muchos problemas. Pretenden acabar con vosotros en

    cuestin de das.-El hambre lo conseguir antes. Habis llegado en elmomento de mayor necesidad, Halcn de la Frontera -dijoEustace-. Lady Isobel tambin agradece vuestra ayuda,podis estar seguro de eso. Pero teme que destruyis sucastillo.

    -Y lo har -dijo James con brusquedad-. Pero antes liberar ala guarnicin... y a ella.

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    -Descender por ese precipicio es una aventura arriesgada. Lamayora de mis hombres estn debilitados por el hambre, yla muchacha est dolorosamente herida.

    -Ese precipicio plantea menos riesgo que rendirse al enemigo-seal Henry Wood.

    -Saldremos todos de aqu, con vuestra ayuda -dijo James.

    -De acuerdo, entonces. -Eustace asinti-. Pero temo que ladyIsobel no os perdone nunca si reducs a ruinas su fortaleza.

    -La preservara para los ingleses? -pregunt James, agudo.

    -Ya le he dicho que es necesario prenderle fuego, pero ellaama mucho este lugar.

    James mir a otra parte. Aos atrs, los ingleses habanquemado su propio castillo, de modo que conoca bien elsufrimiento que causaba semejante prdida. En aquelterrible incendio perdi algo que era muy preciado para l.No tena ningn deseo de quemar Aberlady, pero no le

    quedaba ms remedio.-La guerra implica sacrificios -dijo con dureza-. Lady Isobeltendr que aceptarlo. -Lanz una mirada a Eustace-. Cuandohaya comido todo el mundo y sea un poco ms tarde,podremos emprender la huida. Bajad a las cocinas con laguarnicin. Mis hombres vigilarn las murallas, y yo ir abuscar a la dama y la llevar a la torre.

    Eustace asinti con un gesto.-Tenemos sogas fuertes en el almacn, si las necesitis parabajar por el precipicio. Hay alguna otra cosa que podamoshacer?

    -S -respondi James en voz baja-. Rezad, seor.

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    El resplandor de la luna penetraba a travs de la estrechasaetera cuando James abri la puerta de la torreta. Pas al

    interior de la estancia oscura y desnuda, apoy el arco y laespada contra la pared y cruz el escaso espacio en doszancadas.

    Isobel estaba sentada en el suelo, con la cabeza inclinada y elcabello negro esparcido sobre los hombros. La manga de suvestido se vea manchada de sangre. Permaneca dobladahacia delante, lo cual indicaba claramente que sufra.

    James puso una rodilla en tierra.-Cmo os encontris?

    -Bien.

    Contest en tono suave y ronco. Cuando levant el rostropara mirarle, plido a la luz de la luna, James distingui enla tensin de sus facciones las claras huellas del dolor. Le

    embarg un sentimiento de compasin, y estir la mano paratocarle suavemente el brazo izquierdo, que estaba ileso.

    -Las heridas son dolorosas, lo s, pero os recuperarisrpidamente -le dijo.

    Isobel le mir con incertidumbre. l se dio cuenta de que susojos se vean grandes y extraordinariamente hermosos a laluz de la luna. A pleno sol tal vez adquiran un color azulclaro, pero ahora parecan opalescentes, como rayos de lunaatrapados por casualidad. Cuando ella baj las pestaas,densas y oscuras, pareci extinguirse una luz.

    -Ha cesado el ruido de la lluvia de flechas -dijo Isobel.

    -S, ya casi es de noche.

    -Durante la noche suelen lanzar algn que otro disparo al

    azar. -Dej escapar un suspiro tembloroso-. Hay algnhombre herido?

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    -Ningn hombre -repuso James-. Slo una mujer. Dejad queos examine el brazo. -Cuando le toc el brazo derecho, elladio un respingo e hizo una mueca de dolor-. Lo siento

    -murmur l.Isobel frunci el ceo y le mir fijamente con aquellos ojosgrandes, claros, semejantes a dos joyas. James abri con uncuchillo la manga del vestido y de la camisola y le desnud elbrazo. Al apartarle la sedosa mata de pelo a un lado, todo elesplendor de esta se derram sobre su mano. La piel delcuello y el hombro de Isobel era como tersa seda bajo sus

    dedos endurecidos. Toda ella desprenda un aroma suave yclido, dulce y femenino, con una pizca de olor a rosas.James sinti un vuelco en el estmago y not que la partebaja de su cuerpo se contraa impulsivamente, presa de unsbito e intenso deseo. Centr su pensamiento y su miradaen la herida, esforzndose por excluir todo lo dems de suconcentracin.

    El fuste roto de la flecha sobresala violentamente de la carnedel brazo. Cogi la base de la flecha con dos dedos y tir consuavidad. Isobel aspir profundamente y se mordi el labiopara reprimir un grito. James murmur unas palabrastranquilizadoras al tiempo que entornaba los ojos paraestudiar la posicin de la flecha. Tras algunos movimientosms y otro pequeo tirn, vio lo que ms tema: resultaradifcil extraer la flecha, e insoportablemente doloroso paraIsobel. Suspir y se sent en cuclillas.

    -La punta es ancha y con lengetas -le dijo-. No puedo sacarlasin causar graves destrozos en el msculo. -Hizo una pausa ydespus dijo-: Tendr que empujarla para que salga por elotro lado.

    Isobel trag saliva. Sus ojos brillantes y asustados

    impresionaron extraamente a James.

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    -Habis hecho esto antes?

    -No. Pero lo he visto hacer, y me lo han hecho a m. Una vez,un cirujano de campaa me empuj una flecha a travs de la

    pierna. -Record que incluso con la ayuda del aqua vitae eldolor haba sido considerable-. Debemos bajar a las cocinaspara hacerlo. Y necesitamos agua y vino, sobre todo vino encantidad abundante, si os queda algo en las despensas.

    Isobel neg con la cabeza.

    -Se ha acabado el vino, pero nuestro pozo de agua siguelimpio, aunque escaso. Al menos podremos lavar la herida.

    -Tenis hierbas medicinales? -pregunt James-. Sauce ovaleriana? Os queda sal? Podra sernos de ayuda prepararun cataplasma de agua salada, si no hay otra cosa.

    -Despus de diez semanas de asedio, tenemos suerte de quean nos quede agua y un poco de cebada. -Le toc el dorso dela mano, con mirada suplicante-. Sacadla ahora. Aqu.

    James frunci el entrecejo, desconcertado.-Ser ms fcil en la cocina. Necesito cauterizar la herida, yaque no hay medicinas.

    -Podis hacerlo aqu? -Baj la vista-. No quiero que lo veanlos dems. Mis hombres me consideran muy fuerte. Vosseris el nico que vea la verdad... No tengo suficiente valorpara esto.

    l dio vuelta a la mano para cogerle los dedos.

    -Sospecho que sois ms fuerte de lo que creis -murmur-.Pero est bien. Lo haremos aqu, si eso que lo que queris.

    Le subi un poco ms la manga. Ella le observ mientrasJames segua examinando la herida.

    -Est muy oscuro. Veis bien?

    -Me llaman halcn -respondi l en tono ligero-, no topo.

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    -Sin duda necesitis ms luz para hacer esto.

    -Veo bien.

    -No me gusta mucho la oscuridad. Podemos sentarnos unpoco ms cerca de la luz de la luna? -La vibracin de su vozhizo que James levantase la vista hacia ella de pronto. Altocarle el brazo sinti el temblor que recorra el cuerpo deIsobel y not una fra e intensa oleada de miedo en ella.

    -Est bien -dijo con suavidad, preguntndose si la terrorficaperspectiva de sacar la flecha era lo que la asustaba tanto. Laayud a situarse ms directamente bajo la ventana, por laque la luna arrojaba una luz fra y brillante.Con el ceo fruncido, volvi a centrar la atencin en laherida. Hubiera preferido que la muchacha estuviera ebriaen el momento de sacarle la punta de la flecha, pues la tareaiba a ser dura de veras. La punta del dardo, que l habapalpado a travs de la carne, era ms ancha que su dedopulgar y tena lengetas como una espina doble. Noresultara sencillo extraerla, lo hiciera como lo hiciera.Al rodearle el brazo con la mano percibi la tensinretumbar en todo el cuerpo de Isobel como si se tensara unacuerda de una arpa. Musit unas palabras tranquilizadoras ynot que ella empezaba a relajarse bajo su contacto. Isobel ledirigi una mirada fugaz de inocencia y de splica, y cerrlos ojos,recostndose contra la pared.

    Al tocarla, al observarla, James vio el valor de la muchacha,frgil pero seguro. Ella no conoca su existencia, pero l s. Ytambin vio algo ms: Isobel estaba depositando suconfianza en l. Eso le hizo sentirse anonadado; eran muypocos los que an confiaban en l. Qu irona, pens. Habaido a Aberlady con la intencin de utilizar a la profetisa pararecuperar la confianza que haba perdido, y sin embargo, lonico que vea en sus ojos en este momento era fe. De

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    repente se sinti avergonzado del propsito que le haballevado hasta all.

    Isobel le obsequi una sonrisa trmula que suscit en l un

    sentimiento ms vivo que la luz de la luna, pero que sedesvaneci antes de que pudiera absorber su agradablecalor.

    -Hacedlo -susurr Isobel-. Adelante, James Lindsay.

    James la observ fijamente, vio cmo su pecho suba ybajaba con las rpidas inspiraciones, y mir el fuste partidode la flecha que sobresala cruelmente de su blanda carne.Desat la ancha correa de cuero que llevaba alrededor delantebrazo izquierdo, como proteccin contra el roce de lasflechas, y se lo tendi a Isobel.

    -Tal vez queris morder esto -le dijo. Ella asinti conmovimientos rgidos y se puso la correa de cuero entre losdientes. l le lade el torso para prepararla, y al moverla,ella gimi y cerr los ojoscon fuerza.

    James se arrodill y le aferr el brazo derecho por encimadel codo, mientras con la otra mano agarraba el fuste de laflecha.

    -Ahora, tranquila, Isobel -murmur.

    Con los ojos cerrados y los dientes mordiendo el pedazo decuero, Isobel aguard con sereno y radiante valor. James

    admir su valenta y se maravill de por qu ella no la veraen s misma. Resplandeca en todo su ser, igual que unallama dentro de una linterna.

    James respir hondo y estudi detenidamente el ngulo de laflecha, preocupado por la posibilidad de chocar con el hueso.Entonces empuj el fuste con fuerza, en un movimientobrusco y rpido. La punta de hierro atraves la carne. Isobel

    lanz un grito, un sonido grave y gutural que a James le lleg

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    al corazn. Mordindose el labio, y consciente de que habacausado a la muchacha un dolor terrible, empuj el resto deldardo roto y ensangrentado y por fin lo sac del todo.

    Ella solt el pedazo de cuero que sujetaba ente los dientes ydej que la cabeza se le desplomara pesadamente haciadelante, contra el pecho de James. La cabeza le oscil sincontrol durante unos instantes por el intenso dolor y suresp