1er Capítulo Corrupcion y Politica

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    Corrupcin y polticaLos costes de la democracia

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    Estudio introductorio:La corrupcin en la democracia espaola

    Fernando Vallespn

    Ayer y hoy

    El pasado es un pas extranjero: all las cosas se hacende manera distinta. ste es el conocido inicio de la nove-la de L. P. Hartley, El mensajero. Despus de leer este yalejano texto de Javier Pradera que aqu introducimos de-

    beramos comenzar afirmando exactamente lo contrario.El manuscrito fue redactado en , diecisis aos des-pus de aprobada la Constitucin y, sin embargo, vistodesde la perspectiva del presente, nos resulta tremenda-mente familiar. La razn es obvia, ya que su objetivo re-side en sacar a la luz la conexin entre corrupcin y siste-ma democrtico que se produjo a lo largo de la entoncestodava joven democracia espaola. Y all las cosas, en

    efecto, no parecan hacerse de manera distinta.Veinte aos despus, una vez confrontados a la espe-luznante sucesin de casos de venalidad poltica quehan inundado nuestro escenario pblico, su contenidonos resulta, pues, de una actualidad asombrosa y nosestalla en la cara como una mina de efecto retardado.Tanto es as, que el principal mensaje que podemos ex-traer de l bien podra ser el siguiente: Desdichadoslos pases condenados a no aprender de su propia histo-

    ria!. Porque lo que en aquel momento se vivi comouna patologa puntual, como las andanzas de una seriede pillos, ha resultado ser un rasgo casi sistmico

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    II Corrupcin y poltica

    de nuestro sistema poltico, algo de lo que Pradera yaadverta en este texto. De ah que se nos acumulen dolo-rosamente las preguntas. Cmo es posible que a la vis-ta de la facilidad con que los ocupantes de cargos pbli-cos caan en estos usos y la reiteracin de su denunciano frenramos su reproduccin en el tiempo? Por qu nohicimos nada? En qu nos equivocamos? Qu impi-di que no pudiramos aprender de los errores?

    En unos momentos en los que se hallan inmersas encasos de corrupcin desde la ms alta institucin del Es-tado, pasando por el partido en el Gobierno, el princi-pal partido de la oposicin, los sindicatos, la patronal,hasta cargos de todos los colores polticos en cualquierterritorio, el eco que despiden las advertencias de unode los periodistas ms emblemticos del rgimen de laTransicin apela a nuestra irresponsabilidad colectiva.Sobre todo porque estas admoniciones no quedaron

    guardadas en un cajn o se redujeron a conversacionesprivadas; asomaban cada semana en las columnas de ElPasde este mismo autor y de muchos otros que pensa-ban que no haba, como se empe el entonces discursodominante en los medios de la derecha, una indisolubleunidad entre los ltimos gobiernos de Felipe Gonzlez yla corrupcin poltica; el mal flua ya por la corrientesangunea del sistema como un todo, se haba infiltrado

    en cada uno de sus intersticios y fue socavndolo pordentro, tenaz y sistemticamente, durante aos. nica-mente la crisis econmica tuvo la capacidad de sacarla ala luz en toda su desnudez.

    La crisis no slo nos permiti desvelar que habamosvivido por encima de nuestras posibilidades, tambinextirp al sistema poltico espaol de su aparente aire deimpecabilidad. Casos como la Trama Grtel, Nos/Ur-dangarn, Brcenas, los ERESde Andaluca, las andan-

    zas del presidente de la patronal Gerardo Daz Ferrn,los desvaros en la gestin de la mayora de las cajas deahorros y tantos otros, nos mostraron un paisaje de ve-

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    Estudio introductorio III

    nalidad retrospectiva generalizada y, como acabamos dedecir, nos enfrentaron a las vergenzas de un pas quehasta esos momentos pasaba por ser uno de los de ma-yor calidad democrtica del mundo.Segn un informedel Consejo General del Poder Judicial de , las cau-sas abiertas por casos de corrupcin en los diferentes r-ganos judiciales espaoles se elevaban a ., con msde imputados, aunque slo una veintena de ellos es-tuviera en prisin.Nos encontramos as con que la cri-sis econmica deriv en una profunda crisis institucio-nal y sta se vio en gran medida alimentada por unasensacin de descontento generalizado con la clase po-ltica, producto a su vez de un insoportable malestarcolectivo derivado de la nueva visibilidad pblica de lacorrupcin.

    Si contemplamos los barmetros del CIS de la fasefinal de los gobiernos socialistas de la ltima poca del

    presidente Felipe Gonzlez, observaremos que entre losproblemas sealados por los espaoles,la corrupciny el fraude sufrieron un notable incremento a lo largode su ltima legislatura. En junio de ascenda a un

    . Por poner un ejemplo, en el ranking del Economist Democra-cy Unitsobre calidad de la democracia correspondiente a , Espa-a figuraba en el puesto n. . Entre los grandes pases slo Alema-

    nia apareca con una nota ms elevada. Otros de ms larga tradicindemocrtica como Francia, Reino Unido, Estados Unidos o Italia es-taban por debajo. En el ndice de Espaa se encuentra ya en elpuesto . Otro tanto cabe decir de nuestra presencia en el ndice depercepcin de la corrupcin de la organizacin Transparencia Inter-nacional, donde pasamos de ubicarnos en el puesto de su lista de pases en el ao hasta llegar al puesto en . Unacada de puntos en aos!

    . La Vanguardia, de abril de .. Es preciso sealar que en los barmetros mensuales del CISla

    pregunta relativa a los principales problemas que existen actual-mente en Espaa es una pregunta abierta y espontnea; esto es, nose presenta al encuestado un elenco de posibles problemas para queelija entre ellos.

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    IV Corrupcin y poltica

    ,%, para crecer en al ,% y alcanzar un picodel ,% en enero de . Lo curioso es que las elec-ciones del de marzo de , disputadas con la corrup-cin como uno de los temas fundamentales de la cam-paa por parte de quien acabara ganndolas, JosMara Aznar, provocaron el efecto de hacerla casi des-aparecer por completo como problema visiblepara losciudadanos. Ya en noviembre de descendi al,% y en marzo del no llegaba a los puntos,permaneciendo casi como un problema inexistentepara la percepcin ciudadana hasta la nueva gran subidaque se produce en enero de ! Esta fecha coincidecon la salida a la luz pblica de algunos de los aspectosms estrepitosos de los dos escndalos ms conspicuosde los ltimos aos, el caso Urdangarny el caso Brce-nas. Desde entonces se mantiene en los niveles ms ele-vados de la serie histrica, alcanzando en marzo de

    el % de las respuestas.En la curva del Grfico vemos como despus de la

    sorprendente cima que se alza a mediados de los aosnoventa, entramos en un apacible valle donde la corrup-cin deja de tener relevancia estadstica alguna. Y sinembargo, bien que la hubo! Insisto, hablamos de per-cepciones. La inmensa mayora de los escndalos de ve-nalidad poltica de nuestros das se gestaron a lo largo de

    esa poca. Como est sacando a la luz la instruccin deljuez Pablo Ruz sobre el caso Brcenas, a este respectodestaca en particular la financiacin irregular del Parti-do Popular (PP), que enlaza casi ininterrumpidamentecon los aos noventa. Comparados con los del perodoanterior, son escasos los asuntos de corrupcin posterio-res a la crisis econmica.

    . http://www.cis.es/cis/export/sites/default/-Archivos/Indicadores/documentos_html/TresProblemas.html.

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    Estudio introductorio V

    Grfico

    Fuente:Tre

    sproblemasprincipalesqueex

    istenactualmenteenEspaa.

    CIS.

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    La

    corrupcin

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    Nota sobre la edicin

    El presente texto fue encontrado entre el inmenso lega-do de papeles, notas y escritos varios dejados sin publi-car por Javier Pradera. No apareci en ningn archivoinformtico, sino en un manuscrito unido artesanal-mente por una modesta espiral de plstico. De su conte-nido se deduca que se trataba de un proyecto de libro,redactado a lo largo del ao y abandonado en sumomento por razones sobre las que slo podemos espe-cular. Puede que fuera un encargo de alguna editorial,

    aunque ignoramos qu le indujo a dejarlo inacabado.Todos los que le conocimos sabamos, en todo caso,que su condicin de editor, aquella que l ms asociabaa su persona, le haca ser extremadamente pudoroso ala hora de entregar cualquier texto a la imprenta.

    Con ese mismo pudor hemos abordado la edicin deeste libro, que respeta escrupulosamente la copia origi-nal. Los aadidos se corresponden a la paginacin de

    algunas citas literales y a la correccin de las referenciasbibliogrficas que aparecan incompletas; tambin in-corporamos un nmero limitado de citas a pie de pginadirigidas a ofrecer algunas informaciones suplementa-rias. Hemos agregado adems los epgrafes que salpicancada una de las tres partes de las que consta el texto conel fin de hacerlo ms legible. Para esto ltimo nos inspi-ramos en lo que hiciera el propio Pradera en un captulode libro que recoge fragmentos de este manuscrito corres-

    pondientes a su tercera parte. Se trata de La maquina-ria de la democracia. Los partidos en el sistema polticoespaol, en Reflexiones sobre la democracia espaola,

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    XXX Corrupcin y poltica

    editado por Javier Tusell, Emilio Lamo de Espinosa yRafael Pardo, Madrid, Alianza Editorial, . De estecaptulo incorporamos tambin sus tres ltimos epgra-fes, que permiten eludir un cierre brusco del libro y en-cajan como un guante con lo anterior.

    La edicin no hubiera sido posible sin la continuacolaboracin de Natalia Rodrguez-Salmones, esposadel autor, que nos facilit el manuscrito y enseguida noscontagi su entusiasmo e inters por este proyecto. Slopor los buenos ratos que nos permiti pasar en su com-paa ya nos ha merecido la pena esta empresa. Nuestroagradecimiento se extiende a Joan Tarrida, director deGalaxia Gutenberg, por su generosa acogida desde elprimer momento en tan prestigiosa editorial. Y, desdeluego, a Mara Cifuentes, por su apoyo y tesn constan-te, adems de su gran profesionalidad, que constituye laautntica garanta de rigor de esta edicin. Todos cuan-

    tos hemos contribuido a esta obra ramos amigos delautor y, por tanto, siempre estuvimos preocupados porno fallarle y por reflejar lo que a l le hubiera gustadover. Me temo que el resultado es una aportacin dema-siado modesta como para compensar mnimamente aquien tanto nos dio y ense.

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    Introduccin

    Este ensayo se propone examinar los nexos entre casosde corrupcin poltica producidos bajo el sistema demo-crtico y otros dos fenmenos relacionados de una u otraforma con esa patologa: la creciente profesionalizacinde las gentes dedicadas a la poltica y el cambio de posi-cin de los partidos dentro del sistema de democraciarepresentativa desde su constitucionalizacin. Por su-puesto, cualquiera de esas cuestiones puede ser analizadade manera aislada o en conexin con otras transforma-

    ciones registradas por las sociedades contemporneas.Pero la interrelacin y los efectos de retroalimentacinentre esos tres centros de inters pueden ayudar a enten-der mejor no slo las caractersticas respectivas de cadauno sino tambin el funcionamiento de un sistema polti-co dominado por un aparato estatal que administra yacasi la mitad del producto nacional y que interviene cadavez en ms aspectos de las vidas de los ciudadanos. De

    manera especial, ese enfoque puede desplazar el debatesobre la corrupcin desde las condenas indignadas delmoralismo individual hasta la sobria bsqueda de con-troles institucionales: una gestin pblica sometida auna vigilancia eficaz constituye una garanta mil vecesms segura que los buenos propsitos de los gobernantesy las inflamadas exhortaciones de los predicadores. Elnfasis puesto sobre las dimensiones psicolgicas en lalucha contra la corrupcin las nobles motivaciones y

    los sentimientos generosos de los polticos resulta pocopertinente en un asunto donde cuentan sobre todo loscomportamientos.

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    Corrupcin y poltica

    As pues, el objetivo de este ensayo no es levantar unacta pormenorizada de los escndalos de corrupcinque han ido apareciendo ante la opinin pblica espa-ola desde finales de la dcada de los ochenta: aunquealgunos de esos asuntos hayan sido sometidos a diligen-cias judiciales (como el caso Roldny el caso Rubio) eincluso hayan sido ya objeto de sentencias (como el casoPea, el caso Guerra, el caso Hormaecheao el caso Cal-vi), de la mayora slo se dispone de informaciones im-precisas y controvertidas que nicamente el transcursodel tiempo o la posterior intervencin de los tribunalespermitir aclarar. El centro de inters de esta reflexinno es la corrupcin poltica en generalsino las manifes-taciones en particularde esa degeneracin de la vida p-blica en los sistemas de democracia representativa avan-zados, esto es, caracterizados por las elecciones libres, laindependencia del poder judicial, la autonoma de los

    medios de comunicacin y la organizacin de la partici-pacin ciudadana a travs de los partidos. La circuns-tancia de que los primeros aos de los noventa hayansido escenario temporal de denuncias de corrupcin enFrancia y sobre todo en Italia de proporciones anmayores ha arrebatado a Espaa el dudoso honor de ha-ber sido precursora o campeona en las prcticas de ve-nalidad poltica: las impresionantes cifras manejadas

    en las tangentesitalianas y los suicidios de algunos im-plicados en sus tramas dejan reducida la experiencia es-paola a la fase de aprendizaje. La cultura poltica deestos pases no descontaba como inevitable e inclusocomo funcional para el sistema al estilo de algunos re-gmenes latinoamericanos formalmente democrticosun cierto nivel de corrupcin en beneficio de los profe-sionales del poder; si el affaire Staviskyhizo temblar

    . El affaire Staviskyfue un sonado escndalo que en sa-cudi la vida poltica francesa de la II IRepblica, provocando lacada del Gobierno de Camille Chautemps. La muerte, un aparente

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    Introduccin

    los cimientos de la III Repblica francesa, el escndaloStraperloarruin al partido radical en la II Repblicaespaola.

    La limitacin del espacio geogrfico, temporal e ins-titucional a los pases democrticos permite, de aadi-dura, renunciar a emprender una excursin por la his-toria (desde Babilonia hasta la Europa contempornea,pasando por las estampas menos ejemplares de la deca-dencia romana, la Edad Media, el Renacimiento y losorgenes del parlamentarismo) en busca de los estragosproducidos por el pecado original en esa provincia de lahumanidad que forma la clase poltica. Cualquier expli-cacin de la venalidad poltica en trminos de castigodivino a nuestros primeros padres por haber almorzadocon los frutos del rbol de la sabidura o como conse-cuencia inevitable de un mandato biolgico inscrito ennuestro cdigo gentico hara intil cualquier indaga-

    cin posterior sobre la materia y arrojara conclusionesfatalistas sobre la imposibilidad de frenar esas pulsiones

    suicidio, del protagonista, Alexander Stavisky tambin llamado elbello Sacha, sac a la luz una red de circulacin de bonos falsosen Bayona en la que resultaron estar involucrados el director delbanco Crdit Communal y el propio alcalde de la ciudad. Las rami-ficaciones del caso, en el que participaron importantes representan-tes del hampa, se extendieron tambin a la judicatura, la prensa, la

    polica y al propio cuado del primer ministro. Alain Resnais lleva-ra la historia al cine en la pelcula Stavisky, con Jean-Paul Belmon-do en el papel del estafador.

    . Elcaso Straperlotuvo unas consecuencias similares al ante-rior ejemplo francs, ya que signific la cada del Gobierno de Ale-jandro Lerroux a instancias del presidente de la II Repblica espao-la, Niceto Alcal Zamora, una vez que hubo tenido conocimiento deuna trama para autorizar la aplicacin de una ruleta trucada en loscasinos de San Sebastin y Formentor, en la que estaban implicadosmiembros del Gobierno en connivencia con los promotores. Stra-

    perloaluda al nombre de los impulsores de la ruleta y es el trminoque despus acabara por sealar, castellanizado como estraperloo estraperlista, a quienes se dedicaban al fraude al fisco o al mer-cado negro en general.

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    concupiscentes de los titulares del poder para enrique-cerse a costa de los dems. Pero tampoco sera justo, sinembargo, partir de un enfoque que descargase sobre lospolticos profesionales, a ttulo individual, el peso nte-gro de unas responsabilidades que, por definicin, de-ben compartir necesariamente quienes, al otro extremode la madeja, pagan comisiones y compran voluntadespara conseguir recalificaciones urbansticas, subvencio-nes presupuestarias, contratas de obras pblicas, licen-cias administrativas y concesiones de servicios pblicos.Cabra mantener, incluso, como hiptesis provisionalque las virtudes y los vicios, el respeto a la ley y la pro-pensin a delinquir, la entereza moral y la desvergenzatica se encuentran distribuidas aleatoriamente a lo lar-go de todas las profesiones y actividades creadas por ladivisin social del trabajo. No es probable que la socie-dad espaola sea angelical y sus gobernantes satnicos

    (Leguina, ); ms bien ocurre que la sociedad espa-ola rehye sus responsabilidades en el debate pblicopor una accin combinada de alienacin poltica, cultu-ra de queja e infantilismo (Prez Daz, ). Desde esaperspectiva, atribuir a los polticos una especie de pro-pensin ontolgicapersonal a la corrupcin tendra lasospechosa doble utilidad de especializar a un gremioen esa prctica degenerativa y exonerar a la vez de cual-

    quier sospecha al resto de los oficios, entre otros el pe-riodismo y la judicatura.Es evidente que la satanizacin de la profesin polti-

    ca choca con obstculos insuperables. La despreciativaatribucin de un nico mvil (o de un mvil abrumado-ramente dominante) a una clase poltica supuestamenteorientada de manera cuasi exclusiva al reparto del botnpresupuestario remite a un modelo antropolgico burda-mente simplificado; cualquier conducta humana se halla

    multimotivada y no se deja explicar por interpretacionesreduccionistas. La evidencia emprica muestra que laeleccin de la profesin poltica descansa sobre razones

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    complejas. En el caso de Espaa, el historial de muchosdirigentes polticos en activo, que iniciaron sus activida-des como opositores al franquismo y sufrieron crcel ypersecucin, descarta un origen cnico en sus carreras;algo, por lo dems, que no puede afirmarse de aquellospublicistas que descubrieron despus de la rentabi-lidad de presentarse como adalides de la pureza demo-crtica y fiscales de la corrupcin pero que no dudaronen servir al franquismo y regatearon su solidaridad aquienes denunciaban las venalidades del rgimen. Lospolticos culpables de corrupcin individualconstituyenuna pequea minora si se les compara con los profesio-nales de la vida pblica (sean cargos electos, altos funcio-narios o responsables de partidos polticos) por encimade toda sospecha. El principal nudo a desatar en las de-mocracias desarrolladas es la corrupcin institucionalque ha engendrado el desmesurado crecimiento de los

    aparatos de los partidos y el enorme aumento de los gas-tos electorales en la competicin interpartidista. Ah es-tn, a mi juicio, las races de todas las formas degenerati-vas especficasde la poltica contempornea, ayudadas ocomplementadas por el gigantismo del Estado que cobracuerpo en la multiplicacin de sus efectivos burocrticos,la creciente intervencin en la actividad econmica y elaumento del gasto pblico.

    Ni que decir tiene que estas reflexiones se muevendentro del mundo de valores y de creencias de la demo-cracia representativa. Las tensiones entre hechos y valo-res, entre dimensiones descriptivas y dimensiones pres-criptivas, entre las resistencias del esy el empuje del debeserson la savia misma de la democracia (Sartori, ;Dahl, ). Existe, sin embargo, el peligro de confun-dir conceptualmente, primero, y de enfrentar como ver-dad y falsificacin, despus, la democracia como ideal

    normativo y la democracia como realidad emprica, des-conociendo la articulacin interna entre los arquetipospropuestos como ideales y las conductas que intentan

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    ajustarse a esos modelos. La desvinculacin entre el mo-mento normativo y el momento descriptivo puede llevarno slo al descubrimiento de un nuevo Mediterrneo,esto es, que un sistema democrtico no funciona como lostextos constitucionales ordenan y los programas predi-can, sino tambin a la exasperada interpretacin de esedesfase como demostracin de que se trata de un sistemaautoritario disfrazado. Esa democracia intransigentede-fendida tanto desde la derecha como desde la izquierdalleva a la pira a las democracias existentesen nombre delas democracias imaginarias; la condena se extiende aunos ciudadanos que no piensan ms que en sus medio-cres intereses y son incapaces de entender la autentici-dad democrtica (Hermet, ). Durante los ltimosaos, la publicstica poltica espaola abunda en ejem-plos de esa intransigencia, desde la derecha y desde laizquierda, que entronca con la tradicin furiosa y exaspe-

    rada del viejo regeneracionismo. La desesperacin antelas desgracias del mundo y un moralismo indistinguiblede la moralina refuerzan las jeremiadas de los profetasque denuncian la inautenticidad del sistema democrti-co espaol. La transicin de la dictadura a la monarquaparlamentaria, que signific formalmente la continui-dad del Estado y materialmente la transformacin de lasinstituciones, contribuye en cierta medida a explicar no

    slo las imperfecciones del actual sistema constitucionalsino tambin la irracional irresponsabilidad de algunascrticas. La democracia fue negociada y consensuada en-tre los sectores aperturistas del aparatofranquista, ins-talados en la Administracin Pblica, el Movimiento ylos Sindicatos Verticales, y los dirigentes de los embrio-narios partidos de la oposicin, bajo la proteccin de unjefe del Estado al que haba nombrado el propio Francocomo su sucesor y que era el comandante supremo de las

    Fuerzas Armadas. Resultaba inevitable que ese acelera-do trnsito desde un sistema cerrado a un sistema abier-to, desde un rgimen autoritario a un rgimen democr-

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    tico, administrado por un reducido nmero de personas,condicionara todo el desarrollo posterior. Se entiende,as, que la Constitucin y el entramado institucional ha-yan ido por delante de la construccin de los valores c-vicos, los usos polticos y los hbitos de convivencia pro-pios de los sistemas democrticos de larga historia; aveces se tiene la impresin de que vivimos una democra-cia no habitada por demcratas. Desde esa perspectiva,los problemas de la corrupcin y la tendencia de los po-lticos a afirmar su autonoma respecto a la sociedad y labaja participacin son una doble y desdichada herenciadel tardofranquismo y de la transicin a la democracia,dos periodos dominados por el propsito de conseguirla desmovilizacin poltica: la irregular participacinelectoral, la debilidad del asociacionismo y la escasa mi-litancia sindical y poltica son manifestaciones de esemismo fenmeno (Valles, ).

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    ndice

    E : La corrupcin en lademocracia espaola,por Fernando Vallespn Ayer y hoy. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Corrupcin y poltica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las lecciones del pasado . . . . . . . . . . . . . . . . . Ay, los partidos! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    N . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    P . La corrupcinDemocracia y corrupcin. . . . . . . . . . . . . . . . . Disonancia cognitiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Explicaciones conspirativas . . . . . . . . . . . . . . . Matar al mensajero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Formas de corrupcin . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    Corrupcin y delito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Factores estructurales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Bienes posicionales y otras prebendas . . . . . . . Zonas grises . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Corrupcin negra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . La complicidad de la sociedad civil . . . . . . . . . La corrupcin en contexto . . . . . . . . . . . . . . . . Crece el pastel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las tentaciones del poder. . . . . . . . . . . . . . . . .

    Enrichissez-vous!Euforia poltica y euforiae c o n m i c a . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    Todos se apuntan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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    Corrupcin y poltica

    El fin de la inocencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El caso Juan Guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El sndrome Zapata y la llamada a cerrar filas Corrupcin y financiacin de los partidos . . . .

    S . La profesionalizacin de lapolticaFuncionarios y polticos de ida y vuelta . . . . . . Profesin y vocacin poltica . . . . . . . . . . . . . . Un oficio permanente y corporativo. . . . . . . . . Transfuguismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . C o n t r a d i c c i o n e s . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las remuneraciones de los polticos . . . . . . . . . Agencias de colocacin . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las puertas giratorias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Mala prensa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El poltico y el hombre comn . . . . . . . . . . . . .

    Duplicidades: el efecto Dr. Jekyll yMr. Hyde. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    El efecto Pinocho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El efecto flautista de Hameln . . . . . . . . . . . El efecto Gato con Botas y el efecto Robin

    Hood. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    T . Los partidos polticos

    El Estado de partidos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Partidos y elecciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Crticas al sistema electoral . . . . . . . . . . . . . . . El dinero de los partidos . . . . . . . . . . . . . . . . . Acciones censurables . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Corrupcin y patronazgo. . . . . . . . . . . . . . . . . Oligarqua y jerarqua . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ciudadanos y militantes . . . . . . . . . . . . . . . . . Macropoltica y micropoltica . . . . . . . . . . . . .

    Despilfarro ritualizado . . . . . . . . . . . . . . . . . . Responsabilidad institucional, responsabilidad

    individual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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    ndice

    Subvertir el Estado de Derecho . . . . . . . . . . . . Vas de reforma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Un nuevo sistema de financiacin . . . . . . . . . . Poltica y derecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    B . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

    . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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    Tambin disponible en ebook

    Edicin de Mara Cifuentes

    Publicado por:Galaxia Gutenberg, S.L.

    Av. Diagonal, , . . A-Barcelona

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    Crculo de Lectores, S.A.Travessera de Grcia, -, Barcelona

    www.circulo.es

    Primera edicin: septiembre

    Natalia Rodrguez-Salmones Cabeza, del prlogo: Fernando Vallespn,

    Galaxia Gutenberg, S.L., para la edicin club, Crculo de Lectores, S.A.,

    Preimpresin: gama, slImpresin y encuadernacin: xxxxxxx

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