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Plan Lector IES Jaroso 2015-2016 Un relato #eljarosolee
EL GIGANTE EGOSTA
Oscar Wilde (Irlanda, 1854-1900)
Cada tarde, a la salida de la escuela, los nios se iban a jugar al jardn del Gigante.
Era un jardn amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de csped verde y suave.
Por aqu y por all, entre la hierba, se abran flores luminosas como estrellas, y haba doce
albaricoqueros que durante la Primavera se cubran con delicadas flores color rosa y ncar,
y al llegar el Otoo se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pjaros se demoraban
en el ramaje de los rboles, y cantaban con tanta dulzura que los nios dejaban de jugar
para escuchar sus trinos.
-Qu felices somos aqu! -se decan unos a otros.Pero un da el Gigante regres. Haba ido
de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se haba quedado con l durante los ltimos
siete aos. Durante ese tiempo ya se haban dicho todo lo que se tenan que decir, pues su
conversacin era limitada, y el Gigante sinti el deseo de volver a su mansin. Al llegar, lo
primero que vio fue a los nios jugando en el jardn.
-Qu hacen aqu? -surgi con su voz retumbante.
Los nios escaparon corriendo en desbandada.
-Este jardn es mo. Es mi jardn propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso
y no dejar que nadie se meta a jugar aqu.
Y, de inmediato, alz una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que deca:
ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES
Era un Gigante egosta
Los pobres nios se quedaron sin tener dnde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la
carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gust. A menu-
do rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardn del Gigante y recordaban nostlgi-
camente lo que haba detrs.
-Qu dichosos ramos all! -se decan unos a otros.
Cuando la Primavera volvi, toda la comarca se pobl de pjaros y flores. Sin embargo, en
el jardn del Gigante Egosta permaneca el Invierno todava. Como no haba nios, los p-
jaros no cantaban, y los rboles se olvidaron de florecer. Slo una vez una lindsima flor se
asom entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sinti tan triste por los nios que volvi
a meterse bajo tierra y volvi a quedarse dormida.
Plan Lector IES Jaroso 2015-2016 Una biografa #eljarosolee
Los nicos que ah se sentan a gusto eran la Nieve y la Escarcha.
-La Primavera se olvid de este jardn -se dijeron-, as que nos quedaremos aqu todo el
resto del ao.
La Nieve cubri la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubri de plata los rbo-
les. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el
resto de la temporada. Y lleg el Viento del Norte. Vena envuelto en pieles y anduvo ru-
giendo por el jardn durante todo el da, desganchando las plantas y derribando las chime-
neas.
-Qu lugar ms agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con
nosotros tambin.
Y vino el Granizo tambin. Todos los das se pasaba tres horas tamborileando en los teja-
dos de la mansin, hasta que rompi la mayor parte de las tejas. Despus se pona a dar
vueltas alrededor, corriendo lo ms rpido que poda. Se vesta de gris y su aliento era co-
mo el hielo.
-No entiendo por qu la Primavera se demora tanto en llegar aqu -deca el Gigante Egosta
cuando se asomaba a la ventana y vea su jardn cubierto de gris y blanco-, espero que
pronto cambie el tiempo.
Pero la Primavera no lleg nunca, ni tampoco el Verano. El Otoo dio frutos dorados en
todos los jardines, pero al jardn del Gigante no le dio ninguno.
-Es un gigante demasiado egosta -decan los frutales.
De esta manera, el jardn del Gigante qued para siempre sumido en el Invierno, y el Vien-
to del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lgubremente entre los rbo-
les.
Una maana, el Gigante estaba en la cama todava cuando oy que una msica muy her-
mosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus odos, que pens que tena que ser el
rey de los elfos que pasaba por all. En realidad, era slo un jilguerito que estaba cantando
frente a su ventana, pero haca tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un p-
jaro en su jardn, que le pareci escuchar la msica ms bella del mundo. Entonces el Gra-
nizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dej de rugir y un perfume delicioso penetr
por entre las persianas abiertas.
-Qu bueno! Parece que al fin lleg la Primavera -dijo el Gigante, y salt de la cama para
correr a la ventana.
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Y qu es lo que vio?
Ante sus ojos haba un espectculo maravilloso. A travs de una brecha del muro haban
entrado los nios, y se haban trepado a los rboles. En cada rbol haba un nio, y los r-
boles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se haban cubierto de flores
y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pjaros revolotea-
ban cantando alrededor de ellos, y los pequeos rean. Era realmente un espectculo muy
bello. Slo en un rincn el Invierno reinaba. Era el rincn ms apartado del jardn y en l
se encontraba un niito. Pero era tan pequen que no lograba alcanzar a las ramas del
rbol, y el nio daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre
rbol estaba todava completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte so-
plaba y ruga sobre l, sacudindole las ramas que parecan a punto de quebrarse.
-Sube a m, niito! -deca el rbol, inclinando sus ramas todo lo que poda. Pero el nio
era demasiado pequeo.
El Gigante sinti que el corazn se le derreta.
-Cun egosta he sido! -exclam-. Ahora s por qu la Primavera no quera venir hasta
aqu. Subir a ese pobre niito al rbol y despus voy a botar el muro. Desde hoy mi jardn
ser para siempre un lugar de juegos para los nios.
Estaba de veras arrepentido por lo que haba hecho.
Baj entonces la escalera, abri cautelosamente la puerta de la casa, y entr en el jardn.
Pero en cuanto lo vieron los nios se aterrorizaron, salieron a escape y el jardn qued en
Invierno otra vez. Slo aquel pequen del rincn ms alejado no escap, porque tena los
ojos tan llenos de lgrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acerc por
detrs, lo tom gentilmente entre sus manos, y lo subi al rbol. Y el rbol floreci de re-
pente, y los pjaros vinieron a cantar en sus ramas, y el nio abraz el cuello del Gigante y
lo bes. Y los otros nios, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo
alegremente. Con ellos la Primavera regres al jardn.
-Desde ahora el jardn ser para ustedes, hijos mos -dijo el Gigante, y tomando un hacha
enorme, ech abajo el muro.
Al medioda, cuando la gente se diriga al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando
con los nios en el jardn ms hermoso que haban visto jams.
Estuvieron all jugando todo el da, y al llegar la noche los nios fueron a despedirse del
Gigante.
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-Pero, dnde est el ms pequeito? -pregunt el Gigante-, ese nio que sub al rbol del
rincn?
El Gigante lo quera ms que a los otros, porque el pequeo le haba dado un beso.
-No lo sabemos -respondieron los nios-, se march solito.
-Dganle que vuelva maana -dijo el Gigante.
Pero los nios contestaron que no saban dnde viva y que nunca lo haban visto antes. Y
el Gigante se qued muy triste.
Todas las tardes al salir de la escuela los nios iban a jugar con el Gigante. Pero al ms chi-
quito, a ese que el Gigante ms quera, no lo volvieron a ver nunca ms. El Gigante era muy
bueno con todos los nios pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se
acordaba de l.
-Cmo me gustara volverlo a ver! -repeta.
Fueron pasando los aos, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no po-
da jugar; pero, sentado en un enorme silln, miraba jugar a los nios y admiraba su jar-
dn.
-Tengo muchas flores hermosas -se deca-, pero los nios son las flores ms hermosas de
todas.
Una maana de Invierno, mir por la ventana mientras se vesta. Ya no odiaba el Invierno
pues saba que el Invierno era simplemente la Primavera dormida, y que las flores estaban
descansando.
Sin embargo, de pronto se restreg los ojos, maravillado, y mir, mir
Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincn ms lejano del jardn haba
un rbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas
colgaban frutos de plata. Debajo del rbol estaba parado el pequeito a quien tanto haba
echado de menos.
Lleno de alegra el Gigante baj corriendo las escaleras y entr en el jardn. Pero cuando
lleg junto al nio su rostro enrojeci de ira, y dijo:
-Quin se ha atrevido a hacerte dao?
Porque en la palma de las manos del nio haba huellas de clavos, y tambin haba huellas
de clavos en sus pies.
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-Pero, quin se atrevi a herirte? -grit el Gigante-. Dmelo, para tomar la espada y matar-
lo.
-No! -respondi el nio-. Estas son las heridas del Amor.
-Quin eres t, mi pequeo niito? -pregunt el Gigante, y un extrao temor lo invadi, y
cay de rodillas ante el pequeo.
Entonces el nio sonri al Gigante, y le dijo:
-Una vez t me dejaste jugar en tu jardn; hoy jugars conmigo en el jardn mo, que es el
Paraso.
Y cuando los nios llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del rbol. Pa-
reca dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.