20 años de Democracia (Ensayo)

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    20 aos de democracia

    Por Santiago Rafael Surez

    Qu diran nuestros 30 mil desaparecidos de nuestros 20 aos de democracia?

    Qu diran nuestros 2.245.3001 desocupados de nuestros 20 aos de democracia? Qu

    diran nuestros 18.830.000 pobres de nuestros 20 aos de democracia?

    La formulacin de estas preguntas puede bien parecer inadecuada y arbitraria. La

    crtica resulta, por cierto, admisible. Por qu plantearlas de esa forma? Y tambin, por

    qu ahora? Para avanzar en una posible explicacin ser necesario realizar algunas

    consideraciones preliminares.

    En principio, no estara de ms sealarlo: las preguntas son efectuadas desde un

    lugar particular, desde una geografa definida, en un tiempo preciso. Se enuncian desde la

    no-desaparicin, desde la no-desocupacin y desde la no-pobreza en la Repblica

    Argentina de fines de 2003. La magnitud de las cifras y la hondura de las experiencias

    polticas y sociales mencionadas al inicio hacen que la delimitacin resultante no sea

    menor, ni obvia. El ejercicio cartogrfico nos dice ms de lo que parece.

    Podra decirse entonces que se habla desde un doble espacio. Presuponiendo un

    nosotros abarcador (la Argentina?, quienes integramos esta Nacin en este tiempo?) y a

    la vez desde un sector particular (no-desaparecidos, no-desocupados, no-pobres).

    Al mismo tiempo, se busca reflexionar teniendo en cuenta la voz, el pensamiento, la

    accin de algunos de nosotros que -se dijo antes- no estn hoy, ahora, aqu, en el "lugar"

    1 Estimaciones en base a EPH-INDEC, Onda mayo de 2003.

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    desde el cual enunciamos las preguntas. No estn participando de este debate sobre nuestra

    democracia.

    Ellos no son exactamente identificables conmigo. No soy un desaparecido, no soy

    desocupado, no soy pobre. Detenerse a pensar por qu no soy ellos excede con holgura los

    lmites de este ensayo. Podemos afirmar que se trata de un hecho fctico. Surge entonces

    una posible objecin. Se dir que puede considerarse al menos discutible la inclusin de los

    desaparecidos y de decenas de miles de hombres, mujeres y nios argentinos afectados por

    la actual crisis econmica -entre ellos los pobres y los desocupados- en un mismo planteo.

    Desde ya que las diferencias son notorias, aunque, segn argumentaremos ms adelante, no

    en un punto sustancial.

    Adems, cabr sealar que la enumeracin no es exhaustiva. Porque qu diran

    nuestros jubilados de nuestros 20 aos de democracia?, qu diran nuestros jvenes

    hacinados en calabozos de comisaras de nuestros 20 aos de democracia?, qu diran

    nuestros policas con sueldos nfimos muertos en la violencia de las calles?, y qu nuestros

    denegados de toda Justicia o nuestras vctimas de la violencia del Estado democrtico?

    Bien podran ser pensados como incluidos en la formulacin con la que comenz este

    razonamiento y an as el planteo no variara en su eje central.

    Aqu habr que intentar avanzar por primera vez sobre algn terreno firme,

    ofreciendo ciertas precisiones. Al respecto, diremos que lo que se pretende con las

    preguntas formuladas es hacer el intento de reflexionar acerca del pensamiento, la voz, la

    afirmacin de alguien, de un conjunto de personas que no estn presentes aqu, en el lugar

    desde el cual estamos enunciando este debate. En rigor, la intencin es -al momento de

    referirnos a los 20 aos transcurridos desde la (re)instauracin de la democracia en la

    Argentina- poner en juego a quienes no estn o no han estado, por as decirlo, en

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    condiciones (plenas) de debatir, de manifestarse y ser escuchados, de hacerse or en la arena

    poltica con la pretensin de obtener respuestas a sus demandas.

    El punto central que se abre entonces y que deber ser considerado es si las primeras

    dos dcadas de nuestro renovado proceso democrtico pueden ser siquiera pensadas en

    forma vlida y confiable -en la ms estricta acepcin metodolgica de los trminos-

    mientras algunos de nosotros o bien han sido deliberadamente desaparecidos, o bien no

    pueden hacer or su voz por canales efectivos, mediante mecanismos que a la vez les

    brinden la posibilidad de obtener respuestas concretas a sus posiciones, a sus demandas.

    Qu decir entonces si el caso es que no slo ello ocurre en la Argentina actual, sino

    que, adems, un nmero cada vez ms creciente de nosotros ha quedado en esa situacin,

    en esa exclusin de hecho.

    Parecen comenzar a responderse algunos de los interrogantes que nos planteramos

    acerca de la seleccin (arbitraria) de nuestras preguntas iniciales.

    Para quienes ocupamos el lugar de no-desparecidos, no-desocupados, no-pobres,

    no-jubilados, no-hacinados... una pregunta clave a formularse entonces es si cabe alguna

    alternativa a la de preguntaros qu diran aquellos que no estn aqu, ahora; qu diran

    aquellos que de algn modo han sido suprimidos, a quienes se les ha cercenado (total o

    parcialmente) la voz, si de pensar sobre nuestra democracia se trata. Como argumentaremos

    ms adelante, no slo los sujetos acerca de los que tratamos de pensar, sino el objeto en

    cuestin -la democracia- convierten en imperativa la bsqueda de una respuesta.

    Este punto nos lleva necesariamente a otra cuestin central Podr ser que la

    democracia argentina de fines de 2003 slo pueda ser pensada a partir de quienes han sido,

    de algn modo u otro, suprimidos o apartados? An ms, podr ser que la propia

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    democracia argentina realmente existente est basada en una serie histrica de supresiones,

    individual y socialmente determinadas en tiempo y espacio?

    Inquirir acerca de nuestra democracia a partir de quienes han sido excluidos del

    mbito de lo pblico no es una decisin que tenga pocas consecuencias metodolgicas y

    tericas. Se trata de analizar las sucesivas supresiones como hechos en parte fundantes y

    constitutivos de los 20 aos de democracia vividos por los argentinos, por ese nosotros que

    se convierte as en un todo cercenado, incompleto. La bsqueda apunta a encontrar una

    clave interpretativa til para indagar en una trama social que se nos presenta como

    resquebrajada, en vistas a una necesaria reconstitucin.

    A modo de justificacin

    Por qu abordar el debate de los 20 aos de democracia argentina partiendo desde

    aquellos que no estn en el debate, desde los que no hablan ese debate, desde los que -en el

    mejor de los casos- son hablados por l? Trataremos de rastrear algunos posibles puntos de

    apoyo para esta idea.

    Tal como lo han sealado algunos de los ms lcidos tericos acerca de nuestras

    democracias latinoamericanas, an si pensramos en las definiciones "minimalistas" de

    democracia, difcilmente sta pueda ser pensada slo a nivel del rgimen poltico, sin tener

    en cuenta, al menos, importantes aspectos del "contexto social"2. A diferencia de lo que una

    buena parte del corpus terico haba venido sealando durante los aos 80 y an en los 90,

    lo moral, lo legal, lo social, lo econmico mismo asoman a la vez como aspectos inherentes

    a la cuestin del debate sobre la democracia.

    2 Sobre diferentes planteos que comparten este punto de partida, vase Born (1997), ODonnell (1999), Nun(2000).

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    La capacidad de ejercer en forma efectiva los derechos polticos y civiles, de

    obtener proteccin del sistema legal y de recurrir a los tribunales de Justicia son aspectos

    indisolubles del rgimen al que llamamos democracia. Pero claro, hay vida ms all del

    rgimen poltico. Junto con los aspectos antes referidos, tanto dentro como fuera del

    rgimen se registran "luchas" destinadas a definir, limitar y expandir los derechos de los

    ciudadanos (ODonnell, 1999, p. 61).

    Hasta qu punto la posibilidad efectiva de ejercer derechos civiles y polticos se

    conecta con aspectos "sociales", imbricados con el rgimen poltico pero que van ms all

    del mismo se revela entonces como una cuestin a ser atendida, particularmente al abordar

    la cuestin de la democracia argentina3.

    Y ello, como veremos, ser as tanto por una cuestin terica, como por aspectos

    histricos que han sido constitutivos del mbito de lo poltico en la Argentina moderna.

    Difcilmente se podra conocer qu ocurre efectivamente al interior de nuestra

    democracia si los nicos elementos que tuviramos a la mano para analizar fueran aspectos

    del rgimen poltico, como la realizacin peridica de elecciones limpias en condiciones de

    libertad de expresin. Quines ejercen los derechos polticos y civiles en forma efectiva y

    de qu manera lo hacen? En qu medida su condicin social repercute en la capacidad de

    poner en acto sus derechos? Cul es el grado de dignidad mnima, el "piso" que de hecho

    les permite a los ciudadanos presentarse como tales ante sus pares? Estos y otros puntos son

    relevantes para encarar un anlisis adecuado. Estas cuestiones han sido parte de un debate

    recurrente y necesario, como se ha dicho, no slo en el mbito acadmico-terico, sino

    tambin el de la arena poltica.

    3 La distincin entre aspectos "sociales" y "polticos" -debera agregarse "econmicos"- puede considerarsecomo puramente analtica en una sociedad capitalista. Para una mayor explicacin, vase ODonnell (1978).

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    Sin mencionar las argumentaciones desde la izquierda que han puesto en cuestin

    junto con el rgimen poltico al modelo de acumulacin vigente, la temtica acerca de cul

    es la "verdadera" democracia y quin la define como tal puede rastrearse al menos hasta

    poco despus de la consolidacin del Estado nacional en la Argentina.

    El surgimiento del radicalismo y la irrupcin del peronismo en la historia del siglo

    XX ha tenido una clara relacin con ese aspecto del debate poltico4. La impugnacin del

    "rgimen" por sus elementos inherentemente "corruptos"; la denuncia de la democracia

    "falsa" en oposicin a la "real", sta ltima definida a partir de la "justicia social", se

    insertan en el esquema de razonamiento expresado5.

    Entender entonces quin tiene capacidad efectiva de participar, as como de elegir y

    ser elegido, pero tambin quin puede obtener proteccin del sistema legal, quin tiene

    derecho a plantear demandas y a obtener respuestas efectivas o, ms an, quin tiene el

    poder para presentar visiones vlidas del mundo en el mbito del debate poltico resulta

    determinante para comprender qu ha sido y qu es nuestra democracia. Como se ha dicho,

    en virtud de aspectos tericos, pero adems de aquellos dados por un desarrollo histrico, la

    democracia actual de los argentinos requiere de un abordaje de ese conjunto de elementos

    relacionados para su comprensin.

    La pregunta sobre lo poltico en un sentido amplio, el planteo bsico sobre quin

    recibe qu, cmo y cundo; acerca de quin tiene derecho a reclamar y a imponer vuelve

    entonces al primer plano del anlisis.

    5Soy, pues, ms demcrata que mis adversarios porque yo busco una democracia real, mientras ellosdefienden una apariencia de democracia, la forma externa de la democracia, discurso de Juan DomingoPern del 12 de febrero de 1945, citado por Torre (1990).

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    Por lo tanto, y como la otra cara de la misma moneda, preguntarse acerca de quines

    han sido impedidos de ejercer (en forma plena) sus derechos polticos, civiles y sociales en

    el marco de nuestra democracia, resulta ineludible.

    Qu pas con ellos? Por qu no estn aqu, para dar el debate? Por qu no estn

    aqupara dar el debate, ser escuchados y recibir respuesta a sus demandas? Cmo sera

    nuestra democracia si ellos estuvieran? Qu diran ahora? Qu diran entonces?

    La transicin

    Segn una interpretacin que se ha reiterado en una buena porcin de la literatura de

    las ciencias sociales en la Argentina, la ltima dictadura militar se derrumb tras la derrota

    en la guerra de Malvinas, en 1982. La argumentacin seala que, por ello, y a diferencia de

    lo ocurrido con los dems regmenes autoritarios del Cono Sur, los militares argentinos

    emprendieron una retirada que les impidi fijar condiciones en medio de su virtual huida

    del poder.

    De acuerdo con esa interpretacin, el contorno particular que adopta la

    reinstauracin democrtica en la Argentina est dado por dicho derrumbe. La posibilidad

    que tuvo el gobierno de Ral Alfonsn de juzgar y condenar a las Juntas Militares es

    mostrado como un producto del final de algn modo anticipado al que llega el "Proceso de

    Reorganizacin Nacional".

    La reinstauracin de la democracia puede pensarse, sin embargo, de otra forma. No

    tanto a partir de aquello que a la dictadura le qued "por hacer", aquello que por los efectos

    de su impericia o su delirio no tuvo forma de negociar, sino sobre la base de lo que el

    rgimen militar efectivamente logr.

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    Siguiendo a Eduardo Basualdo6, puede sealarse que "ciertamente, la dictadura

    militar tuvo una importancia insustituible como uno de los factores explicativos centrales

    de la redefinicin no slo de la estructura econmica sino tambin del sistema poltico y la

    sociedad civil de la Argentina, en tanto seala el momento en que se concreta la mayor

    'derrota popular' del siglo XX". Al respecto, este autor destaca que "el aporte fundamental

    que hace la dictadura a los sectores dominantes es el 'aniquilamiento' de buena parte de

    los cuadros polticos que hacan posible la organizacin y movilizacin de los sectores

    populares, abortando la lucha social por medio del asesinato y el terror".

    La definicin del dictador Jorge Videla acerca de que "los desaparecidos son

    simplemente desaparecidos: no son, no estn" recobra desde esta perspectiva su ms

    descarnado sentido. Los desaparecidos no estn ms. Han sido suprimidos para siempre. No

    estaban all, entonces, para ejercer algn grado de influencia en la redefinicin del proceso

    poltico en marcha.Ellos no volvern.

    Ante esa certeza, se puede reaccionar de distintas maneras. Sin embargo, el ncleo

    central del hecho en cuestin sigue presente: los desaparecidos, quienes movilizaban a los

    sectores populares detrs de lo que podemos identificar como "grandes" demandas no

    pudieron actuar ni alzar su voz durante la dictadura, ni tampoco durante el perodo clave del

    derrumbe dictatorial y de la recomposicin democrtica. Abstrayndonos de la tragedia

    colectiva que signific la dictadura, podemos simplemente afirmar que no estaban all para

    expresar una posicin en la arena poltica.

    An si no concordsemos con Basualdo acerca de que los desaparecidos eran

    quienes "hacan posible la organizacin y movilizacin de los sectores populares"; an si

    no tuvisemos una valoracin positiva de aquellas luchas; an si la valoracin fuese

    6 (Basualdo, 2002, p. 15).

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    clave debe buscarse en la revancha de clase que signific la dictadura militar y su

    terrorismo desde el Estado.

    En ese contexto se inserta nuestra hiptesis inicial acerca de que uno de los hechos

    que puede pensarse como fundante de nuestra democracia realmente existente es la

    desaparicin de 30 mil argentinos. Su supresin fsica y su derrota poltica.

    Habr que decirlo, entonces: no es esta cualquier democracia. Es una en la que

    algunos de nosotros no estn. Es una en la que algunas "grandes" demandas que

    portbamos ya no son visualizadas como reales, ni realistas. Es una cuya forma y contenido

    pudo haber sido diferente si todos hubisemos estado para poner en palabras y actos

    nuestra voluntad poltica, la de esta sociedad, sea ella cual fuere. Y esto es cierto ms all

    de la valoracin que se pueda tener de aquellas posiciones, hoy suprimidas.

    Deber notarse adems que la experiencia del terror de Estado en los 70 es, en parte,

    constitutiva de las formas institucionales adoptadas por el rgimen democrtico argentino.

    Como intentaremos sostener, la "revalorizacin" de la democracia, de sus reglas de juego y

    de sus prcticas y valores registrada a partir de principios de los aos 80 en nuestra

    sociedad un resultado que podemos considerar como valioso, como un logro a ser

    defendido- proviene, en parte, de la dolorosa experiencia atravesada.

    La paradoja que asoma all, perturbadora, es si puede afirmarse que el terror de

    Estado termin en ltima instancia constituyendo, a modo de un producto no previsto por

    sus responsables, las bases sobre las que se asent la posibilidad de reinstauracin

    democrtica en los trminos en los que se dio.

    7 Vase ODonnell (1984).

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    Algunas lecturas sobre la democratizacin

    Algunas de las ideas con las que contamos an hoy sobre nuestra democracia

    estuvieron influidas por un conjunto de autores que desde las ciencias sociales intentaron

    ordenar diferentes aspectos de la llamada "transicin".

    No nos abocaremos a realizar una de las tantas crticas ya desarrolladas en la ltima

    dcada al enfoque procesualista y politicista8 que, al decir de algunos de aquellos mismos

    autores, fue utilizado en esa poca. Hacerlo a la luz de los hechos ocurridos en los ltimos

    20 aos no resultara justo.

    Tampoco nos centraremos en cuestionar a la primer literatura sobre la "transicin"

    por su nfasis en la cuestin de la "consolidacin"9; un tema del que surgi una verdadera

    "industria" acadmica y que tambin fue objeto de crticas y autocrticas.

    Sin embargo, parece interesante verificar cmo, en algunos casos, si bien estos

    autores percibieron a principios de los 80 con una por dems destacable claridad ciertas

    claves del proceso histrico en curso, las desdearon luego como posibles factores

    explicativos en un sentido prospectivo.

    A pesar de haber sealado la verdadera "derrota popular" sufrida por las mayoras

    en la Argentina -en un sentido similar al que sera enunciado 20 aos ms tarde por

    Basualdo en el texto citado- aquellos autores terminaron construyendo una visin en la que,

    al parecer, no hay mal que por bien no venga. La necesaria apuesta por la democracia

    registrada durante "transicin", se acerc as a lo teleolgico.

    En primer trmino, debe destacarse que muchos de estos autores tuvieron plena

    conciencia de cmo la dictadura haba cambiado para siempre la sociedad argentina

    mediante un doble esquema de represin poltica y reestructuracin regresiva econmica, y

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    en virtud de ello denunciaron una accin coordinada y deliberada del rgimen militar en tal

    sentido10.

    Por otra parte, alertaron sobre muchas de las acechanzas para el proceso de

    redemocratizacin entonces en curso11. La idea de que el proceso democrtico poda tener

    reveses y retrocesos constituy uno de los temas principales de aquellos anlisis. En ese

    contexto, la democracia como un valor social a resguardar, como un objetivo por el cual

    luchar fue sido sealado tempranamente por la mayora de estos autores.

    Un punto sobre el que resulta interesante reflexionar es el hecho de que en algunos

    de aquellos textos se sealaba, por un lado, la existencia de una "desmovilizacin" poltica

    de la sociedad -en comparacin con los aos anteriores- y al mismo tiempo la aparicin de

    un proceso de "revalorizacin" de los mecanismos, instituciones y prcticas democrticas.

    Sin embargo, no hubo para estos autores una ligazn entre los aspectos antes

    marcados. Es decir: la represin, la derrota popular, la desmovilizacin y la

    "revalorizacin" de la democracia fueron presentados como hechos separados.

    Incluso, la desmovilizacin, ms que como un aspecto negativo -como bien podra

    ser interpretada- lleg a ser vista entonces como una oportunidad para reducir las demandas

    a las que se vera sometida la naciente democracia. En ese contexto, el fenmeno detectado

    8 ODonnell (1997, p. 19).9 Para una primera crtica proveniente desde este mismo enfoque, vase O'Donnell (1996).10 De Riz (1984, p. 13), seala: "...En 1976, la economa fue concebida como un instrumento fundamental,

    junto a la represin, para transformar radicalmente la morfologa social y poltica. Por su parte, Portantiero(1984, p. 136), indica: Jams se avanz tanto en el sentido de una reformulacin de las bases materiales de lasociedad, desde la crisis del 30. La desindustrializacin ha determinado -adems de haber diezmado a la

    burguesa orientada hacia el mercado interno- una disminucin en trminos absolutos del proletariado fabril,con lo que los principales actores sociales de la Argentina que se consolidara en la dcada del 40 han perdidogran parte del poder de presin que posean. De igual modo, Cavarozzi (1989, p. 70), afirma en cuanto a ladictadura militar que "... el plan de trabajo inclua no slo el ordenamiento de los modos anteriores deorganizacin poltica, sino tambin la creacin de una nueva sociedad.11 Portantiero (1984, p. 139) seala que ...hay derecho a preguntarse seriamente por la viabilidad argentina;

    por sus posibilidades no de ser ya la potencia prometida, sino siquiera por salir del pozo de la decadenciaeconmica y la inestabilidad poltica.

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    termin siendo identificado casi como un mero signo de los tiempos, ms positivo que

    negativo para la coyuntura de la transicin12.

    En ese contexto es que esta literatura, fundamental por cierto para abordar desde las

    ciencias sociales el proceso poltico post 83, descarta en forma explcita ahondar en

    apreciaciones sobre el "contenido" de la democracia, allanndose a un ideario que termina

    postulando que slo lo "formal" cuenta para pensar la Argentina de entonces. Se desligan

    de esa forma los aspectos "polticos" -represivos- y "econmicos" de la dictadura, del

    naciente proceso democrtico.

    Por lo tanto, y a riesgo de violar la premisa con la que se inici este pargrafo,

    debemos sealar que de estos enfoques surgieron frmulas tericas que, -ahora s como un

    signo de la poca- se acoplan a la visin poltica segn la cual la reinstauracin (formal)

    de la democracia, sumada a ciertos mecanismos de pactos y acuerdos poltico-econmico-

    sociales podran derivar en beneficios (sustantivos) esperados por una buena porcin de

    aquella sociedad. Pensar que con la democraciase come, se cura y se educa apareca como

    parte de un ideario a ser abrazado y defendido, sin una indagacin ms profunda sobre los

    cmo, los quin y los cundo, a la luz de un proceso histrico.

    Este somero anlisis de la literatura de la "transicin" resulta de utilidad ya que el

    esquema de anlisis que de all puede derivarse tuvo impactos concretos en la forma de

    abordar esta temtica en el futuro.

    12 De Riz (1984, p. 22), seala: ...La sociedad argentina hoy, agobiada por la represin y la crisis econmica,no es la de hace una dcada. Sin embargo, la desmovilizacin que hoy se observa, si se piensa en la agitacinde finales de los sesenta, o en el desencanto frente al espritu entusiasta que acompa otras transiciones, no

    pueden ser interpretadas como un signo de un estado de apata. Y luego indica: Esta situacin permiteconjeturar que tal vez esta desmovilizacin de la sociedad y la sbita relevancia adquirida por la lucha inter eintrapartidaria, sea un indicador de una voluntad de transformar la sociedad y los modos de hacer poltica.As, la desmovilizacin social bien podra ser un sntoma de la intuicin acertada de los cambios ocurridos enel lapso de ms de diez aos que se extiende desde el Cordobazo hasta la actualidad....

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    No resulta posible a partir de aquella lnea de razonamiento marcar los efectos que

    de hecho tuvo la prdida, la eliminacin de ciertas demandas y reivindicaciones de los

    sectores populares a partir del accionar de la dictadura, ni verificar esa situacin como un

    aspecto (pasible de ser considerado) negativo para el naciente rgimen democrtico.

    Tampoco fue posible desde ese esquema prever qu nuevas y reiteradas supresiones

    acecharan a la democracia, no ya a partir de la represin de una dictadura, sino mediante

    otras formas institucionales y diferentes objetivos polticos.

    20 aos despus

    Al inicio de este ensayo se esboz una hiptesis: no hay forma vlida de encarar un

    anlisis de nuestra democracia si no es pensndola a partir del reconocimiento de que el

    proceso poltico iniciado en 1983 tal como se dio se funda y se hace posible -de hecho y

    ms all de la valoracin que se pueda tener acerca de los actores polticos en juego- a

    partir del derrumbe del rgimen dictatorial, pero adems de la eliminacin y la derrota

    poltica de quienes movilizaban a los sectores populares en funcin de "grandes" demandas

    surgidas en los aos 70 y tambin con anterioridad.

    Aquellas "grandes" demandas fueron eliminadas de la agenda de la reinstauracin

    democrtica, lo que pudo ser percibido en su momento por no pocos analistas y

    protagonistas como un aspecto positivo.

    De igual modo, se indic que aquella supresin "fundante", clave para comprender

    qu procesos tuvieron lugar durante la transicin a la democracia de los 80, fue seguida de

    sucesivas supresiones, de exclusiones que, por lo pronto, y a 20 aos de haberse iniciado el

    proceso, aparecen como permanentes.

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    El fenmeno creciente de la pobreza, primero, y luego el de la desocupacin, en los

    aos 80 y 90 pueden pensarse a partir de esa misma clave interpretativa. Ms an si se

    identifica a esos fenmenos como la manifestacin ms patente del progresivo deterioro del

    nivel de vida de los sectores populares que, llegando hasta franjas sociales que van ms all

    de los tcnicamente pobres y desocupados, vienen sufriendo una regresiva distribucin del

    ingreso desde 1976.

    Pero al mismo tiempo, donde aquellos se revelan como perdedores, otros actores

    han ganado espacio. Los grupos econmicos locales que terminan de ser alumbrados por la

    dictadura se consolidan durante el proceso democrtico. Los inversores extranjeros en el

    rea de servicios que (va privatizaciones), en un contexto que foment la expulsin de

    mano de obra, se revelan tambin como sectores clave a partir de los 90. En la nmina

    tambin podra incluirse a actores que juegan por fuera de todo anclaje local, en instancias

    que aparecen lejos del alcance de cualquier tipo de control democrtico-popular, como los

    organismos financieros de crdito o las agencias calificadoras de riesgo.

    Se ha hablado aqu de supresin. La afirmacin no es poco problemtica. En el caso

    de los pobres y los desocupados -en fin, de todos a los que se ha arrojado a la intemperie

    social- no nos referimos, en principio, a una eliminacin fsica e inmediata, como en el caso

    de los desaparecidos, pero s a una clara exclusin de los sectores populares del cada vez

    ms selecto grupo de actores que pueden, por su propio peso o an generando coaliciones,

    redefinir el proceso poltico y social en marcha.

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    De cualquier modo, bastara con verificar la esperanza de vida en algunas barriadas

    de nuestro pas para determinar hasta qu punto la diferencia entre supresin fsica y

    supresin de la arena poltica que antes esbozamos aparece como relativa13.

    Lo cierto es que, as como en los sistemas de partidos hay fuerzas polticas que, al

    decir de Giovanni Sartori, no cuentan, no tienen la capacidad por s mismas o a travs de

    coaliciones de torcer en modo alguno el proceso poltico; los pobres y los desocupados, en

    un proceso que durante los 80 y los 90 ha ido horadando importantes instancias de

    resistencia, corren el peligro cierto de dejar de tener algn peso especfico propio cuando se

    toman decisiones que los afectan, ya sea desde el Estado o desde el mercado.

    La estructura de una sociedad "consolidada en lo alto y disgregada en lo bajo"14 que

    comienza a conformarse ya en la dcada del 60, en un proceso que da un salto cualitativo

    durante la dictadura de los 70, no hace sino reforzarse en su dinmica durante los gobiernos

    de Ral Alfonsn y Carlos Menem. Hiperinflaciones mediante, el dique de contencin para

    que esa situacin se torne permanente en lo econmico y social y decisiva en lo poltico,

    parece haber quedado roto para siempre.

    Si se piensa que hablar de supresin en este caso puede resultar demasiado

    estridente, habr que preguntarse entonces dnde han estado polticamente puestas en acto

    las demandas de los sectores populares en una Argentina en la que -salvo subas slo

    relativas en perodos que luego se verificaron como excepcionales y ciertamente

    artificiales- sus niveles de ingreso reales no han detenido su cada? quin ha representado

    efectivamente y con xito a los asalariados y a los cada vez ms amplios sectores que

    dejaron de estarlo durante el perodo democrtico?

    13 Vase Torrado (1995).14 Halpern Donghi (1994, p. 40).

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    No parecen haberlo hecho algunos de los dirigentes del gobierno radical iniciado en

    1983, cuyo maridaje con los grupos econmicos locales prob ser ms perdurable que

    algunas apelaciones a la democracia participativa con las que se inici la "privamera

    alfonsinista".

    Verificar las ingentes transferencias de recursos estatales a esos sectores del

    empresariado, ya fuera va la contratacin directa desde el Estado, ya por medio de

    mecanismos travestidos de "desarrollistas" -como la fraudulenta promocin industrial

    entonces vigente- sera suficiente para fundamentar las afirmaciones precedentes. Sin

    contar, claro est, algunas comprobables donaciones directas realizadas por los sectores del

    capital concentrado para la causa del "tercer movimiento histrico"15.

    La hiperdesocupacin como poltica pblica, puesta en marcha durante el gobierno

    de Carlos Menem, exime de mayores comentarios a quien intente indagar acerca de la

    (imaginaria) conexin entre las demandas de los sectores populares y los resultados

    provistos por aquella gestin. Deber recordarse que, de acuerdo con algunas conocidas

    interpretaciones16, los militares del terror de Estado, artfices de la ms acelerada cada del

    salario real del siglo XX en la Argentina, impidieron a Jos Martnez de Hoz, bajo un

    rgimen absolutamente represivo, utilizar la combinacin de recesin con desocupacin

    como mtodo para combatir la inflacin, por considerarlo peligroso polticamente.

    El gobierno democrtico de Carlos Menem, revalidado dos veces en elecciones

    limpias y en condiciones de libertad de expresin, durante una dcada en que las libertades

    individuales no fueron (formalmente) interrumpidas en ningn momento, no dud en

    inaugurar la convivencia forzada de cientos de miles de argentinos con el fenmeno del

    desempleo y el subempleo. Sumado a esto, el segundo gobierno de nuestra democracia

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    reciente tuvo el triste privilegio de transformarse en la primera gestin de la historia

    argentina durante la que se registraron aumentos absolutos del nivel de pobreza en

    condiciones de inflacin casi nula. Y esto, como se dijo, en un contexto en el que los

    ganadores del esquema econmico en marcha fueron, casi exclusivamente, los grupos

    econmicos locales ms concentrados, las empresas extranjeras concesionarias de servicios

    pblicos privatizados y el sector financiero.

    Siguiendo el derrotero histrico, no ser necesario aqu argumentar acerca de si el

    gobierno de Fernando de la Ra apunt a satisfacer las demandas de los sectores populares.

    Podemos, ms bien, pensar una empresa de ese tipo como la intil tarea de explicar por qu

    las paralelas no se tocan.

    En similar condicin debera considerarse al gobierno de Eduardo Duhalde, a cargo

    de la salida devaluadora de la convertibilidad que transform a la Argentina en un pas con

    ms del 50 por ciento de su poblacin por debajo de la lnea de pobreza. Ms an si se tiene

    en cuenta que aquel dato aislado no podra explicar por s mismo la exponencial

    redistribucin regresiva del ingreso producida durante la gestin Duhalde17, ante la cual los

    150 bonos Lecop mensuales entregados a algunas familias sin salarios fijos parecen un

    fsforo echado al mar.

    Esta somera e infructuosa bsqueda de la puesta en acto de demandas profundas de

    los sectores populares durante las dos ltimas dcadas no debe ser considerada slo como

    una impugnacin de los resultados de las polticas aplicadas por los gobiernos antes

    15 Halpern Donghi (1994, p. 139).16Vase Cantitrot (1981).17 Sobre este tema, vase a modo de ejemplo Aspiazu y Schorr (2003).

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    mencionados. Se trata de un intento por acercarse al concepto de democracia en tanto que

    gobierno del pueblo18.

    El objetivo, como se explic, es poder considerar al rgimen poltico que llamamos

    democracia como algo ms que una regulacin minimalista del recambio de elites en el

    poder -un abordaje que, ha sido demostrado con creces, ni el aristocrtico Joseph

    Schumpeter hubiera osado utilizar19-.

    Lo perturbador de este examen macro a nuestros 20 aos de democracia es

    encontrar, como se esboz anteriormente, la dinmica de un rgimen poltico que utiliz la

    supresin -de demandas, al menos; de cuerpos, llevando el argumento a su lmite20- como

    mtodo para sostener el poder a veces, para huir hacia adelante otras. En particular, la

    aplicacin y perfeccionamiento polticas econmicas, de acciones de disciplinamiento

    social que los seores del poder dictatorial temieron poner en marcha debe necesariamente

    encender una luz de alarma a quien encare el anlisis de nuestra democracia.

    Resistencias y perspectivas

    Cierto es que durante los 20 aos de democracia argentina se han registrado

    persistentes resistencias al deterioro de los niveles de vida de amplios sectores de la

    poblacin y al proceso que sobre todo en coyunturas decisivas- dej fuera del tablero las

    demandas de los sectores populares.

    18 Seguimos aqu la conceptualizacin de Nun (2001, p. 160).19 Nun (2001, 23-36).20 Grner (2001) seala que la poltica econmica de dficit cero, cuyo intento de aplicacin corri porcuenta del gobierno de la Alianza, signific una etapa en la cual los detentadores del poder econmico yfinanciero decidieron ...proceder al liso y llano exterminio por inanicin de por lo menos esa tercera partede la poblacin, incluyendo por supuesto a los jubilados, empleados estatales, pobres 'estructurales', docentesy desocupados.

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    De Foucault a esta parte sabemos que donde hay poder, hay resistencia. Donde hay

    un intento de supresin, hay un intento de afirmacin. Donde hay exclusin de demandas

    del tablero poltico, hay luchas para replantearlas.

    Para analizar estas resistencias no parecera adecuado adoptar la difundida idea,

    sobre todo promovida desde la dirigencia poltica tradicional, segn la cual algunos

    dirigentes han actuado durante los 20 aos de democracia como un obstculo para la

    "ofensiva neoliberal", en defensa de la mayora del pueblo argentino. Resultara difcil

    explicar desde esa perspectiva las lacerantes consecuencias sociales de las gestiones de

    dirigentes que suelen aborrecer del capitalismo salvaje desde las tribunas, como lo son

    Alfonsn y Duhalde.

    El rastreo de estos movimientos defensivos, an vigentes, deber traducirse en una

    indagacin sobre la trama de una sociedad que todava conserva una memoria de prcticas

    sociales y polticas que se remontan a varias dcadas atrs en la Argentina y que han

    sorteado no pocos golpes: la violencia desligada de los sectores populares que algunos

    grupos polticos adoptaron en la dcada del 70; el terror de Estado; la hiperinflacin; la

    crisis de 2001 y la traumtica salida devaluadora de la convertibilidad.

    En un ensayo de 2001, Mara del Carmen Feijo21 indica con certeza que todava

    quedan fragmentos de la herencia y de la memoria histrica de la integracin que no

    consideran (la situacin vigente econmico-social) como un paradigma deseable, y sujetos,

    pobres y no pobres, que estn dispuestos a luchar" para evitar un deterioro mayor de los

    actuales niveles de vida. La advertencia que va ligada a esta afirmacin, claro est, es que

    si la persistencia de las restricciones actuales, la desocupacin y la desigualdad, se

    sostienen en el mediano plazo y, tal como pas con la pobreza material, se consolidan, la

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    dinmica futura ser necesariamente excluyente. El terreno en el que se intenta desplegar

    un anlisis es movedizo y cambiante. La resistencia todava existe; el peligro de la

    exclusin definitiva sigue latente.

    En ese contexto pueden ubicarse las protestas de fines de 2001 y comienzos de

    2002. Manipulados o no, los estallidos, los reclamos imposibles parecieron recordarles a

    muchos que por debajo de la democracia formal hay luchas que se despliegan. Que las

    agresiones al tejido social, ms aqu o ms all, tienen un lmite.

    Intentando indagar en esos procesos, diremos que uno de los terrenos en los que se

    sigue jugando la resistencia, es el electoral. Queda claro a esta altura que determinados

    dirigentes, identificados con el ncleo de lo que fueron gobiernos nacionales o provinciales

    de los ltimos 20 aos, no pudieron, ni podran regresar al poder por medio de las urnas.

    Otros s lo han hecho, pero ms que nada afincados en poderes territoriales desde donde

    parecen reclamar un espacio para ejercer poderes de veto y seguir tramitando, escudados en

    zonas grises de la democracia, negocios privados legales y no tanto.

    Adems, en una multiplicidad de espacios fragmentadas, con demandas que estn

    lejos de ser unvocas, pero que sera errado percibir como enteramente diferenciadas,

    diversos sectores que no se cuentan precisamente entre los ganadores del perodo

    democrtico han hecho or su voz.

    Las derrotas de ptreos oficialismos en las urnas; el constante reclamo de las

    Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo: las manifestaciones a favor del orden democrtico

    de 1987; las huelgas contra el proceso privatizador de comienzos de los 90; las reiteradas

    marchas de docentes, jubilados, estudiantes y empleados estatales contra los ajustes; las

    manifestaciones y "puebladas" contra abusos de poder; las protestas de desocupados en

    21 Feijo (200, p. 52).

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    todo el pas; los escarches; los cacerolazos; las reivindicaciones y afirmaciones en el

    espacio pblico por parte de sectores marginados o avasallados han sido destacados hechos

    polticos de nuestra democracia.

    Es as que a los intentos de supresin, aplicados desde el Estado, desde el mercado,

    desde los sectores concentrados de la economa, amplios sectores de la sociedad argentina

    han respondido con afirmaciones de identidades, de proyectos colectivos, de luchas por

    espacios vitales.

    Est claro que esas muestras de una memoria de lo colectivo, a veces meramente

    defensivas y con xitos acotados, corren el peligro de debilitarse hacia el futuro. Siguiendo

    a Feijo, podemos afirmar que la trama social todava tiene capacidad de respuesta, pero

    que el riesgo de que aquellos reflejos se extingan es ciertamente real.

    Y es desde ese punto de apoyo desde donde deberan comenzar a buscarse los

    "antdotos" para una democracia, pensada en tanto que gobierno del pueblo, que como

    proyecto colectivo todava se resiste a morir.

    Debe quedar claro que los peligros de regresin abrupta -pero tambin de ms

    retrocesos paulatinos- son an mayores que cuando el proceso comenz, en 1983. La

    concentracin de ingresos de algunos sectores en detrimento de otros es an ms amplia

    que entonces. Los millones de dlares de poderosos argentinos en el exterior -fuga de

    capitales mediante- son cada vez ms y retumban con un peso inusitado sobre un pas

    empobrecido. Baste ver los vaivenes comunicacionales a los que se ve sometida la opinin

    pblica, para conocer parte del poder de aquellos dineros, cuando se los destina a vociferar

    ciertas ideas o acallar otras.

    De cualquier modo, el mayor peligro que afronta la sociedad argentina en el marco

    de esta aventura democrtica quiz sea que algunos de nosotros olvidemos para siempre la

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    formulacin de preguntas como las que se delinearon al comienzo de este ensayo. Que los

    que tenemos capacidad y responsabilidad para recordar omitamos pensar en los reclamos de

    los que ya no estn aqu para expresarse, o de aquellos que con un hilo de voz apenas si

    tienen la fuerza para exigir un nivel mnimo de dignidad.

    Es ante esa encrucijada que se halla hoy nuestra democracia: la de reforzar y

    perfeccionar la dinmica centrfuga registrada durante el ltimo cuarto de siglo,

    condenando al olvido y la exclusin a millones de argentinos con la excusa de una

    "gobernabilidad" huidiza y depredadora, o comenzar el lento y difcil camino de incluir a

    los expropiados del ms mnimo rastro de ciudadana.

    Es decir, si la democracia continuar su derrotero de supresiones, si ms amplios

    sectores quedarn relegados a la insignificancia poltica, social y econmica o si la idea de

    gobierno del pueblo comenzar a tomar alguna forma con posibilidades de sustentarse en el

    tiempo.

    Desde esa perspectiva, la provisin por parte del Estado democrtico de un nivel

    mnimo de ingresos que le permita a un argentino considerarse ciudadano es un paso

    absolutamente necesario. La reduccin de la brecha entre ricos y pobres, no ya como un

    reclamo extraviado, sino como la necesaria condicin para una poltica econmica de

    disciplinamiento de los sectores ms concentrados de la economa, tendiente a un proyecto

    de crecimiento productivo con redistribucin del ingreso22 -nica forma conocida en el

    mundo moderno de encarar una salida colectiva de una crisis como la argentina-, aparece

    como el segundo y vital objetivo a perseguir.

    22 Para un anlisis acerca de la importancia del disciplinamiento del sector privado en un contexto deindustrializacin tarda, vase Amsden (1992).

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    Se trata adems de la imperiosa tarea de construir un horizonte posible para todos,

    que rompa con una dinmica de "pobreza de futuro"23 instalada ya desde antes de la crisis

    de 2001 y que diluye cualquier idea de salida colectiva.

    El insumo para recorrer el camino hacia esas metas primordiales no puede ser otro

    que la estimulacin y la defensa consciente e ininterrumpida de los reflejos, de los gestos y

    las afirmaciones sociales antes enumeradas, muestras patentes de una sociedad con una

    memoria inclusiva que no se resigna a morir.

    No hablamos tan slo aqu de una de las consabidas apelaciones a la "reforma

    poltica", en no pocas ocasiones demasiado parecidas a las recetas neoliberales de

    cercenamiento de las ya diezmadas capacidades estatales24.

    Lo que se reclama son mecanismos democrticos y a la vez movilizadores -no

    exentos de conflictos- que permitan poner en acto demandas largamente acumuladas, entre

    las cuales una recomposicin de los ingresos de los sectores populares es una de tantas que

    podran enumerarse. Se trata de promover acciones que alienten la participacin de la

    sociedad para lograr dichos objetivos, de modo de abrir el escenario, de ampliar de alguna

    forma la "incertidumbre" del proceso democrtico.

    Lo que se busca, en resumen, son mecanismos de participacin que no determinen

    de antemano, como nuestra democracia realmente existente ha hecho hasta el momento, a

    los mismos ganadores y a los mismos perdedores ante cada coyuntura decisiva.

    La experiencia de estos aos de democracia parece decirnos que la inestabilidad y

    las turbulencias que puedan provocar la consecucin de objetivos mnimos como los aqu

    fijados no ser menor que si se encara un camino absolutamente contrario o se vuelven a

    23 Vase Minujin (2003)

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    ensayar frmulas de mero gerenciamiento de la pobreza y de administracin de la crisis25.

    All estn de muestra la entrega anticipada del poder de Alfonsn, las permanentes

    agresiones a los sectores populares de Menem -pobreza con estabilidad, desocupacin con

    crecimiento-, la huida de De la Ra y la imposibilidad de ampliar las bases de legitimidad

    de Duhalde.

    Sumado a ello, podemos agregar que los sectores dominantes de ningn pas, en

    ninguna coyuntura histrica, han estado dispuestos a entregar graciosamente sus privilegios

    como una ddiva, y que cualquier avance en la adquisicin y aplicacin de derechos ha sido

    el resultado de luchas ms o menos conscientes, ms o menos coherentes y ms o menos

    prolongadas. Habr que perderle el miedo entonces a la tan meneada "crisis de

    gobernabilidad".

    Estas reflexiones se escriben cuando la Argentina experimenta los primeros seis

    meses de gestin de Nstor Kirchner, con sus rupturas y continuidades; novedades y

    recurrencias. La encrucijada democrtica antes mencionada sigue vigente y los escenarios

    posibles estn an abiertos. Pero el tiempo de millones de argentinos amenazados por las

    penurias de una crisis sin fin o por el miedo a quedar sumergidos para siempre en sus

    efectos se acorta. Encontrar el delicado equilibrio entre tiempos y oportunidades ser una

    tarea del actual gobierno y tambin de una sociedad que parece haber comprendido la

    necesidad de no delegar todo en manos de los encargados de gestionar el Estado, ni -menos

    24 Muchas de las Organizaciones No Gubernamentales que suelen demandar una "reforma poltica" sonpartidarias tambin del ajuste estructural en el Estado y de la imposicin de lgicas propias del sector privadoal sector pblico, en virtud de una supuesto criterio de eficiencia, altamente discutible.25 Adems, como lo seala Born (1997, p. 258), "Si estas exigencias -modestas y elementales- de las clasessubalternas tornan ingobernable al sistema es porque la poltica se ha disuelto en las aguas cenagosas elmercado, olvidando que la estabilidad del orden poltico slo puede fundarse sobre la justicia y no sobre elegosmo de la rational choice de los capitalistas. Y esto, en Amrica Latina, quiere decir que la democraciastiene que ser audazmente reformista; de lo contrario, su suerte est echada".

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    an- en las de quienes tienen la capacidad de operar en posiciones de poder cada vez ms

    concentrado en el mercado.

    Las preguntas esbozadas al inicio de este ensayo, como un obligado espejo donde

    mirarnos durante el camino por recorrer, debern ser respondidas por una sociedad a la que

    todava le resta definir qu democracia fue capaz construir y qu democracia est dispuesta

    a defender.

    Pensar acerca de lo que diran nuestros 30 mil desaparecidos, nuestros 2.245.300

    desocupados y nuestros 18.830.000 pobres ante los nuevos pasos que tome en el futuro la

    sociedad argentina debera erigirse como una lnea visible en un horizonte cercano y

    concreto que, como un punto de referencia obligado, nos diga hacia dnde se dirige nuestra

    democracia.

    El costo de haber dejado de lado las metas conscientes que debe imponerse una

    sociedad integrada para seguir sindolo se ha probado como excesivo durante la

    experiencia democrtica de las ltimas dos dcadas.

    La democracia, en caso de inaugurar una dinmica movilizadora, brinda la

    posibilidad de retomar aquellos objetivos bsicos y necesarios que muchos argentinos se

    han negado, a lo largo de estos 20 aos, a desechar.

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