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Cuqui vivia en una colmena prendida
de un árbol jacaranda. Todas las abejitas tenian trabajos que hacer. Las abejas ob-reras, m
uy presurosas, corrían a recoger sus canastas para ir en busca del dorado polen.
Todo era bullicio. ¡Qué apuradas esta-
ban! Todas las abejas se sentían felices de trabajar; todas…
menos Cuqui.
Cuqui era una abeja gordezuela. A ella no le gustaba trabajar.
–¡Es muy aburrido trabajar! –protestaba.
–¡Vamos, Cuqui! Recoge tu canasta para
traer polen –le decían sus amigas.
De mala gana Cuqui tom
ó su canasta y fue con las abejas obreras para recoger el polen.
Como Cuqui no quería trabajar, se dur-
mió en los pétalos de una flor. ¡Q
ué lindo le pareció dorm
ir y no trabajar!
Después de horas se despertó.
–Uff, no quiero ir a la colmena. Allá
todos son tontos; trabajan mucho.
Luego Cuqui tuvo una idea. Decidió es-caparse de la colm
ena. Dejó su canastita de polen, y…
¡se fue!
–¡Al fin estoy libre! –dijo, muy contenta.
Cuqui estaba feliz. Volando de flor en flor conocía m
uchos lugares. Pero llegó la tarde y em
pezó a tener hambre.
¡Ay, me duele m
i barriguita! ¡Qué ham
-bre tengo!
La abeja haragana fue de colmena en
colmena, para ver si le podían invitar un
poquito de miel. Pero nadie le quiso dar
nada.
–Vete a tu colmena, floja –le decían.
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