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209745831 La Ultima Vida de Un Gato

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Libro infantil de Fidencio Gonzáles

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Aquel sábado de luna llena, al joven

gato llamado Toñete se le antojó

que era una noche ideal para echar

relajo.

Fue a visitar a su amigo de juergas,

el viejo gato llamado Chilaquil. Lo

encontró tirado en el tapete persa

de la tibia sala donde vivía con sus

amos.

Lo despertó de un mordisco en la

cola. Chilaquil saltó de susto,

creyendo que era un perro, pero al

ver a Toñete muerto de risa, lo

correteó por debajo de las sillas

hasta atraparlo entre sus garras.

-¡Menso! – lo zarandeó -. ¿No

comprendes que me pudo haber

dado un paro cardiaco? –

Volverías a nacer – dijo Toñete. ¿Ya

no te acuerdas que los gatos

tenemos siete vidas.

- Yo ya no – lo soltó Chilaquil y se

trepó en el respaldo de un sofá,

sumamente agobiado.

- A mí nada más me queda una.

Al Chilaquil le gustaba mucho ver

las telenovelas, por lo que Toñete

creyó que estaba actuando. De un

brinco se sentó a su lado, en el cojín

del sofá.

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-¿Qué tal te caerían

unas sabrosas tripas

de gallina? – le

preguntó lamiéndose

los bigotes. Ayer que andaba de

vago, descubrí una pollería con un

agujero en el techo. Nada más es

cosa de hacernos flaquitos para

caber. Vamos, no te vas a

arrepentir. Queda a unas cuantas

Azoteas de aquí.

- No, gracias, si algo me sobra es

comida. – respondió el veterano

gato. Se dirigió al refrigerador y lo

abrió con el hocico. Había todo lo

que hay en el mercado.

- Lo sé – gruño Toñete -; pero el

chiste no es llenar la buchaca, sino

correr una aventura. A lo mejor nos

topamos con unos ratones y los

perseguimos, como si fuéramos

judiciales y ellos los ladrones. ¿A

poco ya no te gustan las emociones

fuertes?

- Ya no, desde hoy que me puse a

hacer cuentas y resultó que solo

me queda una vida.

- ¿No habrás sumado mal?

- ¡Ni que fuera burro, soy gato! –

Afirmó con orgullo Chilaquil. Luego,

la cara se le alargó -. Si llegara a

perder esta vida que tengo,

moriría para siempre.

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Así como sus amos les invitaban a

sus visitas una taza de café cuando

platicaban de temas importantes,

Chilaquil le invitó a Toñete la leche

que él no había probado.

- Ahora que estás muchacho y no

has perdido ninguna vida,

deberías recapacitar – le dijo -. Ya

no te expongas a los peligros

innecesariamente. Sí tienes el

privilegio de contar con siete

vidas, no las malgastes en

tonterías.

Mírate en este espejo. Por no

haber oído los consejos de mis

abuelos, a lo tonto se me

esfumaron seis vidas. Ahora

estoy sufriendo por el miedo de

que en cualquier momento, por

cualquier descuido, me atropelle

un carro y allí terminen mis días,

tirado en la calle.

El canoso gato se apartó un poco

para que los lengüetazos de Toñete

no lo salpiquen de leche.

- Tú hablas así porque ya estás ruco

– replicó Toñete después de haber

dejado el plato vacío -; pero yo soy

un gato jovenazo y con cierto pegue

con las gatas chavas. Si hubiera

perdido ya alguna vida a lo mejor te

hacía caso pero no, tengo mis siete

vidorrias bien enteritas. Así que

puedo darme el lujo de sentirme

inmortal.

Se rascó la

comezón de una

pulga que le

andaba por la

oreja, y siguió:

- Supongamos que ahorita me

envenenaran, me sobrarían seis

vidas. Y si de aquí a un año me

torcieran el pescuezo, todavía me

quedarían cinco. Y si luego me

colgaran, me restarían cuatro…

¡Újule!, es más fácil que se acabe el

mundo a que yo termine en el hoyo.

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A Chilaquil le dio lástima que se

expresara de esa manera. No lo

contradijo por no discutir. Sólo le

hizo una invitación.

- Mañana voy a ir con mis amos

de día de campo. Ellos ya te

conocen y se sentirían felices de

llevarte. Vamos, así ya tendrían

con quien ir maullando.

- Se te agradece mi buen, pero yo

soy un gato de grandes aventuras –

presumió Toñete encaminándose a

la ventana abierta.

Chilaquil fue detrás de él.

- No seas terco – insistió -. Vete a

dormir para que mañana estés

descansando cuando pasemos

por ti.

- ¡Tú y tus consejillos me valen un

rábano! – gruñó Toñete -. ¡Lo único

que quiero es echar relajo!

El viejo gato no le rogó más y lo vio

desaparecer en la oscuridad de la

noche. Sentado en el marco de la

ventana, contempló la luna: blanca y

redonda, como queso oaxaqueño.

- Si experimentáramos en cabeza

ajena, nos evitaríamos muchos

errores – suspiró.

Al día siguiente, Chilaquil despertó

con el ir y venir de botas y tenis que

pasaban a su lado. Eran sus amos

que entraban y salían con pelotas,

patines, y bicicletas. Se asomó a la

puerta y vio que el carro ya

empezaba a rugir como un león

poniéndose en sus marcas para

correr hacia el campo. En el cielo

blanquecino brillaba un sol

dominguero.

Chilaquil se disponía a ocupar su

lugar en la cajuela, cuando sus

japoneses ojos se toparon con la

maltrecha estampa de Toñete.

Apenas si podía cruzar la calle, todo

revolcado, con el pelambre tieso de

sangre seca.

- ¿Qué te pasó? – se adelantó

Chilaquil a saludarlo -. ¿No me

digas que te explotó el boiler?

- No te burles – murmuró Toñete

con un ojo cerrado, aunque no por

el resplandor de la mañana sino por

la hinchazón de un golpe. Me fue

como en feria.

Mientras los amos de Chilaquil se

acordaban de no haber cerrado la

llave del gas, Toñete le narró su

trágica aventura.

- Ya me estaba afilando las uñas

para devorarme unas suculentas

tripas, cuando… ¡sopas! , que se

aparece el dueño de la pollería con

santo pistolón. Nomás me acuerdo

que vi un flamazo y sentí calientito

en todo el cuerpo.

- ¡Perdiste una de tus vidas! –

exclamó Chilaquil, comprobando

que en la frente de su amigo había

una huella de bala -. Lo bueno es

que todavía tienes seis.

- Tenía, carnal, también me queda

una – lloró Toñete -. ¡Lo que

cargaba ese viejo no era pistola,

sino ametralladora! Apenas me iba

levantando cuando… ¡moles!, otro

plo-mazo me reventó la panza. Y

después otro me floreó la cola. Y

luego otro más me entró por el

hocico. ¡En total fueron seis los tiros

a muerte!

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- ¡No serán más? – preguntó

aterrado Chilaquil -. ¡A lo mejor

fueron ocho y es tu alma la que

viene a despedirse de mí.

- ¡No le hagas, manito! – Gimió

Toñete - ¡Cuéntame las marcas!

Revisándolo de cabo a rabo,

Chilaquil certificó que efectivamente

había seis cicatrices sin pelos en su

cuerpo.

- ¡Me salvé! ¡Me salvé! – gritó

eufórico Toñete, saltando como

canguro -. ¡Volví a nacer! ¡Volví a

nacer!

- ¿Se quieren quedar a cuidar la

casa, o van con nosotros? – oyeron

a sus espaldas la voz aseñorada de

uno de sus amos.

Más veloces que unas gacelas,

Chilaquil y Toñete se treparon por

las ventanillas del carro en marcha.

Ese día, en el campo, no se

cansaron de jugar. Amaron los

pinos puntiagudos, las mariposas

fluorescentes y el aire helado que

bajaba de las montañas. Amaron la

luz del sol que revuelta con la

neblina, hacía un paisaje de

almanaque. Amaron lo verde del

pasto. Amaron el arroyuelo donde

bebieron agua con sabor a jarro.

Amaron el humo que ascendía de

una fogata. Amaron el olor a bistecs

fritos y encebollados que volaba por

el bosque. Amaron la mano que les

ofreció de comer. Toñete y Chilaquil

se sintieron más amigos que nunca.

Disfrutaron ese domingo como si

fuera el último de su existencia.

- Qué lástima que aprendamos de

las experiencias sólo hasta que nos

llega el agua al cuello – se lamentó

Toñete.

- Sí. Aunque peor sería no

escarmentar jamás – corrigió

Chilaquil.