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2200 3 630 769 de dólares. ¿Qué la casa de Peña Nieto con la Gaviota cuesta según la prensa norteamericana 2.2 millones de dólares? ¡Por favor! Si uno se atiene sólo al costo promedio del metro en la zona donde se encuentra ubicada la finca, que es de 23 000 pesos, y se lo multiplica por los 2000 metros que el inmueble mide en su totalidad, el precio aproximado se ubica en los 47 200 000 pesos, es decir 3 630 769 millones de dólares, lo cual ajustándose por efecto de la inflación y otros indicadores económicos, desde el momento que fue entregada al año en curso, sitúa el valor real del inmueble en aproximadamente 61 360 000 millones de pesos o lo que es lo mismo, 4 720 000 dólares. Con lo cual ubicada en el mercado inmobiliario nacional, sí que da la razón a la primera cifra que se conoció, es decir 86 000 000 de pesos o 6 600 000 dólares. ¿Qué vivimos en una democracia que periódicamente trasmite el poder por vía del voto libre y secreto de las mayorías en serio? ¡Válgame Dios! No es posible tantas mentiras en sola una frase –diría mi padre. Digo, si en sólo una familia es posible ubicar emparentados simultáneamente, a 6 ex presidentes priistas (Pascual Ortiz Rubio, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdés, Gustavo Díaz Ordaz, José López Portillo y Carlos Salinas), junto con 35 gobernadores del mismo régimen revolucionario (principalmente de los estados de Colima, Sonora, el Estado de México, Distrito Federal y Monterrey), así como a por lo menos 15 de la época porfirista, (principalmente de Monterrey, Jalisco, San Luis Potosí, Colima y Coahuila), así como a dos emperadores prehispánicos (Moctezuma y Cuauhtémoc) y a 5 Condes con Grandeza de España –entre los cuales, si no fuera suficientemente rocambolesco el recuento genealógico, se encuentra la actual titular del Ducado de Alba–, sin

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3 630 769 de dólares.

¿Qué la casa de Peña Nieto con la Gaviota cuesta según la prensa norteamericana 2.2 millones de dólares? ¡Por favor! Si uno se atiene sólo al costo promedio del metro en la zona donde se encuentra ubicada la finca, que es de 23 000 pesos, y se lo multiplica por los 2000 metros que el inmueble mide en su totalidad, el precio aproximado se ubica en los 47 200 000 pesos, es decir 3 630 769 millones de dólares, lo cual ajustándose por efecto de la inflación y otros indicadores económicos, desde el momento que fue entregada al año en curso, sitúa el valor real del inmueble en aproximadamente 61 360 000 millones de pesos o lo que es lo mismo, 4 720 000 dólares. Con lo cual ubicada en el mercado inmobiliario nacional, sí que da la razón a la primera cifra que se conoció, es decir 86 000 000 de pesos o 6 600 000 dólares.

¿Qué vivimos en una democracia que periódicamente trasmite el poder por vía del voto libre y secreto de las mayorías en serio?

¡Válgame Dios! No es posible tantas mentiras en sola una frase –diría mi padre. Digo, si en sólo una familia es posible ubicar emparentados simultáneamente, a 6 ex presidentes priistas (Pascual Ortiz Rubio, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdés, Gustavo Díaz Ordaz, José López Portillo y Carlos Salinas), junto con 35 gobernadores del mismo régimen revolucionario (principalmente de los estados de Colima, Sonora, el Estado de México, Distrito Federal y Monterrey), así como a por lo menos 15 de la época porfirista, (principalmente de Monterrey, Jalisco, San Luis Potosí, Colima y Coahuila), así como a dos emperadores prehispánicos (Moctezuma y Cuauhtémoc) y a 5 Condes con Grandeza de España –entre los cuales, si no fuera suficientemente rocambolesco el recuento genealógico, se encuentra la actual titular del Ducado de Alba–, sin contar a una muy larga lista de funcionarios públicos de primer nivel en el México de los últimos 200 años, con apellidos harto conocidos como Creel, Diez Gutiérrez, Barragán, Terrazas, Tovar y Teresa, Huerta del Águila, Muñoz Ledo, Abascal entre otros. Cómo diablos pretenden nuestros gobernantes que uno crea que vivimos en una democracia.

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Y luego me juzgan loco por decir abiertamente, que me gustaría que se restablezca formalmente la vieja aristocracia novo-hispana, total de hacerlo, las cosas cambiarían realmente muy poco, pero cuando menos se verían regidas por Derecho, digo, de cualquier modo, es por todos conocido que el 90% de las veces, en este país se accede al poder político, porque se tiene parentesco con los predecesores en el cargo. Y ya mejor me callo, no sea que me dé por hablar de los parentescos en la localidad donde vivo, porque aquí es exactamente la misma gata revolcada de distinta manera, toda la vida las mismas 20 familias que desde siempre han controlado el poder.

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Uno sabe que su país es peor de lo que se dice, cuando mejor se indigna la gente por lo que una película retrata de forma por demás amable respecto el deterioro del régimen político, que por lo que realmente pasa a diario. ¿Y qué viene después de La ley de Herodes, El Infierno y La Dictadura Perfecta? ¿Una película que se llame “Crímenes de Estado” para que el ciudadano común le tome real seriedad a lo que hoy sucede?

Cuando un gobierno incurre por ausencia de argumentos en el argumento de la fuerza, desconoce su propia autoridad.

Cuando un gobierno incurre –por la ausencia de argumentos–, en el deleznable ejercicio de verse justificando el uso de la fuerza contra de sus propios ciudadanos, desconoce en el acto, los fundamentos mismos de su autoridad y otorga al mismo tiempo, mayores elementos para la desobediencia civil y la continua resistencia social, que para la continua permanencia de sus instituciones.

Cuando un gobierno incurre, –por ausencia de argumentos–, en el deleznable ejercicio de verse justificando el uso de la fuerza contra de sus propios ciudadanos para poder regir y acallar las críticas, desconoce en el acto los fundamentos mismos de su autoridad, y otorga al mismo tiempo, mayores elementos para la desobediencia civil, que para la continuidad de sus instituciones. Un orden genuinamente democrático, es aquel tipo de sociedad, donde la totalidad de sus integrantes –incluido el propio gobierno–, reconocen que, aun si la fuerza de los argumentos falla en el propósito de disuadirnos de ejercer la violencia como instrumento de interlocución, el uso de la fuerza quedará siempre excluido siquiera como último recurso. Los gobiernos que respetan la libre autodeterminación de sus pueblos saben que, cuando en el intento de hacer prevalecer sus intereses, la opción del dialogo ha fallado, en última instancia lo único que queda es la obediencia a quienes lo eligieron. Porque hacer valer la ley, es mucho más que reprimir; respetar la voluntad popular.

Tan débil es el argumento de los que buscan ‘ver para creer’, como creer que por ‘haberlo visto todo’, se puede tomar lo conocido por cierto.

Que quien no puede sostener en los hechos, lo que desde las palabras defiende, no sólo se muestra incapaz de auto controlarse, antes bien, carece también de lo necesario para posicionarse como gobernante.

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Dicen que de lo que sucedió en Ayotzinapa fue el Estado. Ya lo sabíamos; es más, siempre lo supimos. También dicen que se aplicarán todas las instancias legales hasta donde sea necesario por resolver el tema. Y no puedo evitar un rictus de sarcasmo mal disimulado. Porque en este país cuando hay poderosos y pobres involucrados en un mismo tema, no existe jamás justicia para estos últimos. No pocos dicen también, que nunca más debe volver a ocurrir, y todos sabemos que volverá ocurrir: Llevamos años escuchando lo mismo cada que la remembranza de una tragedia parecida se acerca. Y de todos modos, cada y tanto se entera uno casos parecidos.

Con estos antecedentes, no puedo evitar pensar, que si ya ninguna opción funciona, existen cada vez menos motivos para creer que lo mismo de siempre va dar resultados diferentes. Somos ciudadanos necios y cobardes, hemos aprendido a normalizar los excesos y errores de aquellos a quienes debiéramos vigilar, lo que es más nuestra vida pública es de tan ínfima calidad que vamos de escándalo en escándalo sin que existan visos de cambio. Pero no, no es que nos falte memoria, es que nos sobra complacencia, y comodidad, vivimos de continuo instalados el miedo del que aun sabiéndose miserable, cree que tiene mucho que perder y absolutamente nada que ganar.

Hace 100 años hubo personas que creyeron la posibilidad de ejercer el poder político de modos más justos y considerados con el común de la gente. Y en efecto así fue, del surgimiento de esa lucha armada que la historia registra como la primera gran revolución política del siglo XX, surgiría un sistema político, que con todo y sus numerosas contradicciones, dio sentido y fundamento ininterrumpido al devenir de nuestra vida pública por poco más de ocho décadas, detrás de las cuales fuimos testigos de una importante modernización social y material del país, el único problema fue que para ello hizo falta que la violencia nos sacudiera desde las entrañas. El saldo inmediato no pudo ser más desalentador, poco más del 10 % de la sociedad entre todos los bandos y facciones que intervinieron en el conflicto perdieron la vida.

Cerca de tres décadas debieron pasar desde que el primer cartucho detonado a merced del conflicto, se tradujera en un cambio real para beneficio de esas mayorías en nombre de las cuales se encabezó la lucha armada. Un efecto de progreso, estabilidad y crecimiento, que pese a la importancia de sus logros –que no fueron pocos ni despreciables, en tanto hizo extensivo por vez primera, un umbral mínimo de derechos sociales para millones–, no supo resistir la inercia de constante acaparamiento que ha caracterizado el hacer de la política nacional a lo largo de nuestra historia. Acaparamiento de poder, riqueza y privilegios, salvedades y excepcionalidades, donde lo mismo intervienen las cúpulas dirigentes, que el más paupérrimo de los trabajadores al servicio del Estado. En cualquier caso la lógica fue siempre la misma, pensar desde lo propio, en el reconocimiento implícito de que nunca ha habido lo suficiente.

Un tema que pervive enraizado en lo más profundo de nuestro gen nacional. La nuestra es una sociedad perennemente viviendo a la zozobra, donde cualquier decisión parece siempre tener carácter provisional y transitorio. De ahí que con frecuencia se toma cualquier cantidad de decisiones sin el menor examen… disfrútalo mientras puedas es la máxima detrás de cualquier decisión que se toma, aprovechemos ahora que mañana quién sabe –rezan todos por ahí. Ya nos tocará –es el consuelo de los que lo pasan mal en esta constante exclusión de derechos, que tal pensamiento ha generado.

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Ayer por la noche en una reunión de estudio de la Biblia, le escuché decir a alguien, que no somos agradecidos con lo tenemos, somos o hacemos, porque desconocemos el valor de la generosidad y la importancia de trascender el egoísmo.

Luego recordé, que quien desconoce la existencia de Dios, en el fondo lo que afirma es que no hay ningún significado último para el acto de la vida. En consecuencia, cualquier otra cosa que se piense, haga o defienda a lo largo de la misma, resulta trivial, relativa y prescindible. Bajo esta lógica se llega a estar muerto mucho antes de siquiera terminarse la vida. Entonces sí, todo se vuelve urgente, egoísta, finito y carente de gratitud. Desprovistas de razones para ser solidarias, amables y respetuosas, las sociedades que de la desesperanza y la incredulidad nacen, se vuelven incapaces de proceder con justicia y misericordia para con sus integrantes, mucho antes de siquiera pensar en cumplimentar un orden que regule su existencia.

Tan conscientes somos todos en el fondo de lo funesto que una sociedad así resulta, que con frecuencia intentamos ofrecer en la forma de sistemas políticos variopintos, una amplia gama de respuestas al dilema de una vida carente de significado, opciones todas imperfectas y llamadas al fracaso, porque se fundamentan precisamente, en la negación de un fin último superior. Qué, cómo y para qué, es el tipo de dilemas a los que diario se hace frente. Sin duda que el último es a todas luces el que mayores dificultades supone.

Sin duda que para temas parecidos al que aquí describo podrá decirse bastante a favor o en contra de lo divino, las religiones y lo que el exceso de los fanatismos pueden generar para el sostenimiento y desarrollo de cualquier sociedad, pero se piense lo que se piense al respecto, va ser muy difícil negar, que quien no tiene un por qué para vivir, carece de sentido para pensar que otro mundo más amable y conciliador, no es sólo posible, sino incluso necesario y conveniente.

Globalización es mirar por todo el planeta en busca de recursos cuya utilización, despilfarro, explotación y acaparamiento harán desaparecer de sus legítimos dueños cualquier opción presente o futura de desarrollo humano. Es pensar que se puede apostar sin fin a una lógica donde el crecimiento de los intercambios económicos siempre prevalece por encima de las posibilidades del desarrollo social.

No es momento ya de esperar que los muchachos muertos en Ayotzinapa por la ineptitud de un Estado corrompido, aparezcan vivos, es tiempo de hacer que permanezcan vivos, en la denuncia cotidiana, lo mismo que en la memoria colectiva, impidiendo que su abrupta ausencia se vea –como en otros casos–, normalizada.

la interrupción de su existencia los haga siempre presentes y que no ocurra como siempre, que pasada la indignación de ausencia, se acepte la inevitabilidad de su partida como un hecho común.

Hoy como ayer, nos sigue haciendo tanta falta: ¡Viva Don Porfirio!

Acuciantes

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Ayotzinapa. La tentación de una revolución. (Parte II).

Dicen que de lo que sucedió en Ayotzinapa fue el Estado. Ya lo sabíamos; es más, siempre lo supimos. También dicen que se aplicarán todas las instancias legales hasta donde sea necesario por resolver el tema. Y no puedo evitar un rictus de sarcasmo mal disimulado. Porque en este país cuando hay poderosos y pobres involucrados en un mismo tema, no existe justicia para estos últimos. No pocos dicen también, que nunca más debe volver a ocurrir algo parecido, sin embargo, de un modo u otro, todos sabemos también que va volver a ocurrir: Llevamos años escuchando lo mismo cada que la remembranza de una tragedia parecida se acerca. Y de todos modos, a diario suceden casos parecidos.

Con estos antecedentes, es inevitable pensar, que si ya ninguna opción institucional funciona, existen cada vez menos motivos para creer, que lo mismo de siempre vaya dar resultados diferentes. Somos ciudadanos necios, cobardes e indolentes, hemos aprendido a normalizar los excesos de aquellos a quienes debiéramos vigilar, lo que es más, nuestra vida pública es de tan baja calidad, que literalmente vamos de escándalo en escándalo, sin visos de cambio. No, no es que nos falte memoria, pasa que nos sobra complacencia y comodidad, vivimos de continuo en el miedo de ‘perder lo más por lo menos’, con el complejo de aquel que aun sabiéndose miserable, cree que tiene mucho más que perder que ganar.

Hace 100 años hubo personas que creyeron en la posibilidad de ejercer el poder político de modos más justos y considerados para el común de la gente. Y en efecto así fue, del surgimiento de esa lucha armada que la historia mundial registra como la primera gran revolución política del siglo XX, surgiría un sistema político, que con todo y sus numerosas contradicciones y limitaciones, dio sentido y fundamento ininterrumpido al devenir de nuestra vida pública, por poco más de ocho décadas, detrás de las cuales fuimos testigos de una importante modernización social y material del país, el único problema fue que para ello hizo falta que la violencia nos sacudiera desde las entrañas. El saldo inmediato no pudo ser más desalentador: poco más del 13 % de la sociedad entre todos los bandos y facciones que intervinieron en el conflicto, perdieron la vida.

Sin embargo, pese al costo en vidas humanas que el conflicto representó, tendríamos que esperar cerca de tres décadas desde que el primer cartucho detonado estalló, para que dicha revolución se tradujera en un cambio real para beneficio de los millones de ciudadanos empobrecidos en nombre de las cuales se encabezó. Un efecto de progreso, estabilidad, desarrollo y crecimiento, que pese a la importancia de sus logros –que no fueron pocos ni despreciables, en tanto hicieron extensivo por vez primera, un umbral mínimo de derechos sociales para la mayoría–, no supo resistir la inercia de constante acaparamiento que ha caracterizado la política nacional a lo largo de nuestra historia.

Acaparamiento de poder, riqueza, privilegios, salvedades y posiciones de ventaja sesgadas y excluyentes, somos una sociedad que goza y vive rutinariamente al amparo de regímenes de excepción y concesiones particularistas, donde lo mismo intervienen las cúpulas dirigentes, que el más paupérrimo de los trabajadores al servicio del Estado. En

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cualquier caso, la lógica ha sido siempre la misma, pensar desde lo propio, en el reconocimiento implícito de que la ausencia de opciones estables para vivir, justifica que cada cual haga lo crea conveniente por acaparar lo más que puede, sin detenerse a pensar las consecuencias. Un tema que pervive enraizado en lo más profundo de nuestro gen nacional.

Porque la nuestra es una sociedad egoísta y oportunista, acostumbrada a vivir entre la zozobra y la incertidumbre de ‘no saber qué pasar mañana’, donde cualquier decisión parece siempre tener carácter provisional y transitorio. De ahí que con frecuencia se toman decisiones apresuradas, sin el menor examen de sus consecuencias. ‘Disfrútalo mientras puedas’, es la máxima detrás de cualquier decisión, 'aprovechemos ahora que mañana quién sabe' –reza por ahí la cultura popular. 'Ya nos tocará algún día' –ha sido siempre el consuelo del que lo pasa mal en esta constante exclusión de derechos que tal pensamiento ha generado.

Y fue con esa misma lógica de acaparamiento descontrolado, que las conquistas de la revolución se verían tarde que temprano reducidas a prebendas de unos cuantos, el resultado final no ha podido ser más complejo y desalentador para el ciudadano común: el agotamiento de todos los derechos sociales que la revolución trajo y un progresivo viraje hacia un modelo económico, donde la intervención del Estado se ha visto desplazada como eje articulador del desarrollo nacional.

Empero el problema per se, –lo he dicho en otros momentos–, no es la agresiva privatización a la que se ha visto sometido el país por las reformas estructurales que desde los años 80’s se han ido implementando, tanto como que tales cambios no han tenido el más mínimo efecto sobre esa histórica tendencia al acaparamiento que nos distingue. Lo que es más, buena parte de esos cambios se han visto en no pocas ocasiones, alimentados por dicha tendencia. Ha sido de este modo que a lo largo de las dos últimas décadas hemos visto el surgimiento de todo un caudal de nuevas fortunas financiadas por el Estado y la complacencia de sus titulares, que al cobijo del acaparamiento, no han hecho otra cosa que acentuar todavía más las acuciantes diferencias sociales que nos caracterizan.

No es de extrañar por ello, que en la misma medida que la erosión del legado revolucionario, y la in eficiencia de las políticas estructurales que le han ido sustituyendo, han dejado un saldo negativo de fuertes contrastes, entre una minoría cada vez mejor posicionada y una mayoría que no tiene siquiera lo más elemental para vivir, la situación política del país se ha convertido en un campo fértil para que todo tipo de ideas enajenantes que creen ver el recurso de tomar la justicia por su propia cuenta y ejercer violencia como instrumentos de interlocución válidos. Con todo esto, a lo que quiero llegar, es que si bien resulta imperativo promover cambios institucionales, que posibiliten un modo más amable de ocuparnos de lo público, donde los intereses del ciudadano común se vean claramente reflejados, en la implementación de políticas públicas y decisiones de gobierno consecuentes a sus necesidades, hoy hace falta propuestas mucho más inteligentes que las del tentador recurso de la violencia para dar respuesta a los problemas que enfrentamos. De otro modo el costo podría llegar por demás oneroso. La pregunta es: ¿Sabremos estar a la altura de lo que este reto nos plantea?

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No es momento ya de esperar que los muchachos muertos en Ayotzinapa por la ineptitud de un Estado corrompido, aparezcan vivos, antes bien, es tiempo de hacer que permanezcan vivos, en la denuncia cotidiana, lo mismo que en la memoria colectiva, impidiendo que su abrupta ausencia se vea –como en otros casos–, normalizada. No olvidar lo sucedido es hoy un reto monumental, cuyo ejercicio nos involucra a todos por igual, y precisa de mucha inteligencia, sensibilidad y coraje, para hallar en el acto, respuestas más valerosas y productivas que las que hasta hoy han sido ensayadas. Vivos se los llevaron; vivos que permanezcan.

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Soy sólo un pobre diablo. En este país el salario mínimo es tan mínimo, que no alcanza siquiera para mal vivir. Sirva para ejemplo de lo dicho, que tan sólo el costo de lo que ‘amablemente’ se llama ‘canasta básica’ (de acuerdo con el gobierno, el consumo mínimo necesario para vivir), es de 7 000 pesos (540 dólares), sin embargo, el salario mínimo fijado por el propio Estado, es de apenas 63 pesos al día (es decir 5 dólares), o lo es lo mismo, 1 512 pesos al mes (116 dólares). Es cierto, algunos dirán que muy pocos ganan sólo un salario mínimo al día, yo francamente disiento, muchos ni siquiera eso obtienen al día. Cosa que ocurre cada vez con mayor frecuencia, sobre todo desde que la sub contratación se ha vuelto legal. Pero mucho me temo que pese a su importancia, temas como la pobreza y sus efectos sobre el desarrollo personal, se hallan muy mal tratados como cuestiones a considerar en la muy larga lista de carencias que a diario enfrentamos.

Digo que son muy mal tratados como asuntos de verdadero interés social, porque a más de uno, hablar de pobreza, le suena el tipo de temas que jamás llegarán a conocer de primera mano. Que para mucha gente que conozco en lo cotidiano, pobreza y exclusión es el tipo de cosas que pasan allá afuera, al otro lado del mundo, en África o el sudeste asiático, incluso en el peor de los casos, es algo que sucede en el sur del país, fuera de la vista del común, a la espera de que alguna eventualidad le haga objeto de seguimiento mediático. Porque para quien así piensa, pobres, lo que se dice realmente pobres, nadie será, a no ser que se raye en la indigencia.

Algunas instancias de gobierno en el país llegan a verse incluso, en el exabrupto de querernos vender la idea falsa de que a México lo componen, 6 clases sociales (Alta, media y baja, dividida la media a su vez en, alta, media y baja). Y no puedo sino fingir una sonrisa cada que lo pienso, porque sin ir más lejos, la mayor parte del país percibe un ingreso mensual que no sobrepasa los 10 000 pesos, lo cual ya es de sumo un dato revelador, toda vez que los propios indicadores que el gobierno utiliza para dar cuenta de la realidad económica del país, clase media –sin entrar en mayores salvedades de si se trata de alta, media o baja–, lo es quien tiene un ingreso superior a 14 000 pesos. Lo cual no deja de sorprenderme, porque a decir verdad, yo no conozco mucha gente que perciba eso, lo que es más, me atrevería a decir que ni siquiera a quienes veo que viven con mayor tranquilidad los veo percibiendo un ingreso parecido.

Si a ello agregáramos la llamada pobreza patrimonial –esa que se da en ausencia de recursos propios para habitar y trasladarnos habitualmente–, el escenario luciría mucho más sombrío de lo que aquí digo, porque para empezar, si evaluara la cuestión desde lo meramente personal, me vería en la necesidad de confesar que, hace mucho no recuerdo que alguien de todos esos que en el diario se piensan clase media, por el mero hecho de lavar su consciencia, puedan siquiera pensar en comprarse su propia casa o adquirir un auto nuevo, sin verse en la necesidad de endeudarse con un crédito por décadas, porque sencillamente su ingreso apenas alcanzar para mantenerse a flote.

Y mejor no digo ya nada del tema frente al contexto internacional, no sea que en el hacer termine abriendo los ojos de aquellos connacionales que aún sin serlo, se piensan clase media, porque no tienen un punto de referencia general para descubrir que aunque aquí se les tome por potentados, allá afuera, más allá de las fronteras de este país apenas si llegarían a ser considerados pobres habitantes de los suburbios de un primer mundo que no sabe siquiera que existen. Pero qué se yo, si sólo soy un pobre diablo.

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La única opción de este país es muy clara y no negociable: Un país vivo, libre y próspero o la muerte del régimen que lo mantiene secuestrado. Imposible pensar en la estabilidad de la que desde el gobierno se nos llama, si la misma tiene por condición que sigamos ajenos a esa diaria violencia política, económica y social en la que permanentemente se nos invita a permanecer. 43 son los años que esta sociedad lleva esperando respuestas diferentes de un partido cuyos gobiernos cuando no saben qué decir agreden o se callan. 43 estu

Que la gente entienda o no, que no hay nada extraordinario en el inútil ejercicio de acumular –sin llegar a necesitarlo– cuantiosas posesiones materiales con el propósito de ser admirado, depende más de la inteligencia y sensibilidad para recuperar el valor de la frugalidad como una expresión de virtud personal, que del intento obstinado y testarudo, por desconocer el alto atractivo que la riqueza material puede llegar a ejercer sobre aquellos cuya auto confianza se halla –en lo cotidiano– severamente lastimada por la ausencia de experiencias solidarias de afecto y cariño desinteresado.

Se achica el mundo y crecen nuestras diferencias. El mundo es hoy un sitio estrambótico, de portentoso progreso técnico amalgamado con un alza creciente de la desigualdad y el acaparamiento de los pocos sobre el derecho de los muchos por vivir

No es cosa de esperar que el mundo cambie. No es mundo lo que nos sobra.

Si llegara a renunciar Peña Nieto, renuncia y punto, ok y pero, ¿después qué? ¿Saldrá entonces otro títere para cubrir la mierda que tenemos? El punto con cambiar está, no sólo con se vaya el actual titular del Ejecutivo, sino que se vaya también el resto de la gente que está detrás de él, algo que seamos sinceros, se antoja difícil por no decir imposible. Porque es como dejar de ser de la noche a la mañana, un país con tanto interés político material en la función pública, es un asunto más de fondo que de forma. Tantos Partidos políticos innecesarios –a mi modo de ver, bastarían dos como en el sistema norteamericano. Denunciar sin miedo a los corruptos, y a su vez, dejar en lo personal de ser parte de la corrupción. Digo, tanta gente que el gobierno contrata para eventos, compras y demás… cuando nosotros mismos decimos: Sí a la corrupción –cuando llevamos a cabo una venta al gobierno– porque nos gustó tener una lanita extra. Es preciso recordar que el cambio está en nosotros mismos, ayudando en lo diario a quienes nos rodean, alimentando la esperanza de los más necesitados, dando trabajo al desocupado, así sea para limpiar el frente de la casa y que no esté mendigando en las calles o tentado a salir a robar. Más claro: Que renuncie Peña Nieto es ciertamente necesario, más no suficiente para corregir todo lo que en este país sucede. La pregunta por extraño que parezca, es: ¿Con qué cara se puede pedir cambios de titularidad si

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cuestiones parecidas se saben ya desde hace décadas y sin embargo, permanecemos cómodos en nuestra condición de meros espectadores?___

Muchos de los que me conocen incluso podrán llegar a ver lo que aquí escribo con ligereza, como el tipo de ejercicio improductivo e inútil que alguien con mucho tiempo se puede permitir. Todo un privilegiado y encima quejumbroso podrán decir. Un activista de sofá -dicen los más críticos.

¿Qué tipo de juristas son aquellos que en la defensa de la legalidad son perfectamente capaces de llegar a pasar por alto, que en el marco de la justicia un crimen no se paga con otro crimen? Ayotzinapa es producto de un tiempo sin alma, época de trepidante vicio, donde el valor de la vida se halla des humanizado, porque ha sido en la renuncia de lo posible que vamos afincando nuestras más graves miserias. Lo sucedido, nos recuerda que no es fácil decir hasta dónde se debe o no respetar las verdades. Empero, si la indignación no sirve para corregir las distorsiones que la violencia tiene sobre nuestras vidas. ¿De qué mierdas habrá de servir que todos estemos en mayor o menor medida, resueltos a repudiar lo sucedido?

Ayotzinapa es el tipo de problemas que no quiere nadie. Ni lo quieren los poderes facticos porque le quita al tema de la inseguridad ese bajo perfil que tan conveniente les ha sido por décadas para controlar. Ni lo quiere el empresariado (grande, mediano o pequeño), ya que por muy lucrativo que pueda llegar a ser la explotación mediática de una tragedia así, sus efectos a largo plazo pueden afectar de tal modo la economía, que literalmente pueden llegar a echar por tierra años de trabajo.

Tampoco lo quiere el pequeño o mediano comerciante y prestador de servicios, porque al poner en evidencia la fragilidad de nuestra legalidad y la ausencia regular de seguridad vial, termina disuadiendo al consumidor promedio de salir con tranquilidad a la calle. Tampoco lo quiere el padre de familia, el maestro o el amigo de toda la vida, porque la sola idea de pensar que algo parecido suceda, puede significar incluso, perder en el acto a sus hijos, alumnos o amigos.

Ayotzinapa pasará, lo sé porque es imposible mantener por siempre la misma celeridad para pensar en ello. Sin embargo, Ayotzinapa dejará una huella difícil de borrar (espero aquí si para siempre) en la medida de no pensar siquiera en permitir que algo parecido vuelva a suceder, porque el tema ha dejado tras de sí una dolorosa confrontación con numerosos vicios y problemas del México actual, mismos que requieren una urgente intervención de todos, en la medida de que constituyen temas de orden común cuya profundidad es tal que han ido erosionando la regularidad de nuestra vida institucional al punto de hacernos cuestionar si esta es o no realmente democrática.

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Lo que algunos llaman la crisis ecológica del planeta, es el triunfo avasallante de la codicia y la ambición humana por acaparar, de esa mezquina e imperiosa necesidad siempre insatisfecha, por acumular tanto como sea posible para ser felices. Porque así, con ese modo de crónica insatisfacción por el deseo material fetichista de poner las cosas por delante de la persona, es que se nos ha venido educando en todo el mundo, desde que lo que gobierna es la lógica del mercado. Vamos pues en una carrera galopante hacia el barranco mismo de la aniquilación. Lo más funesto de todo esto, es que lo vamos haciendo, radiantes de felicidad, en la creencia de que en cualquier momento, bastará de la voluntad humana para recuperar todo lo que en el transcurso de nuestro despilfarro planetario hemos ido malgastando.

Lo que verdaderamente importa, ni se compra ni se vende. Si de lo que se trata es celebrar la unidad, el amor y la gentil consideración de ser solidarios por encima de nuestras diferencias, vicisitudes o carencias. Lo que la Navidad nos significa, no tiene por qué ser apresado en el mezquino yugo del consumo. Ligeros de posesiones evitamos que el peso de las cosas nos robe el alma propia.

El cometido de esa agrupación es despilfarrar, Para la Venta del Estado Mexicano.

Cuando no se cree en nada, se vive sólo para uno, para el egoísmo.

Ayotzinapa nos grita en la cara, que sin verdad no habrá jamás justicia.

Para mantenernos políticamente congruentes, no es preciso militar entre partidismos de dientes para afuera. Porque si no es para bien del pueblo al que se aspira a gobernar, cualquier color que desde lo político se decida defender, terminará convertido en una simulación detrás de la cual, puede incluso, verse suprimida cualquier posibilidad de entendimiento por el bien común.

será lo de menos, porque la congruencia partidista que precie de serlo, queda sin razones para ser puesta como razón pública, ahí donde lo que prevalece es el cuidado de las formas que las leyes tienen, por encima de su contenido sustantivo.

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Si las autoridades creen que entre los numerosos manifestantes hoy en las calles por lo ocurrido con lo de Ayotzinapa, hay grupos de sediciosos cuyo único propósito es la transgresión del orden público y la paz vial, que actúen según lo necesario para hacer que prevalezca la regularidad legal y el orden institucional, pero que exista el debido proceso. Resulta inadmisible que en la defensa de la legalidad sea humanamente ético pensar que el ejercicio criminal se salde con la consecución de nuevas y más graves faltas jurídicas. La cuestión es: ¿Cómo puede llamarse desde el Estado, a la conservación de la legalidad y el orden público, cuando ha sido desde la propia falta de las fuerzas de seguridad del Estado donde está avergonzante tragedia dio comenzó?

Por cierto, debo aclarar que detesto sobremanera, ese antivalor contemporáneo que sugiere que seremos más felices sin nos enriquecemos sea como sea. De lo que yo hablo en estas líneas, es de vivir todos con un mínimo de justa dignidad, porque no habrá modo de sentirnos satisfechos como representantes del género humano con el tipo de sociedad que tenemos, hasta no ver garantizado, que todos puedan acceder al tipo de condiciones, que hacen posible crecer nuestro más amplio potencial personal.

– Me quito el sombrero, este es el tipo de estadistas que el mundo necesita a manos llenas, no esos buitres enfermos de poder que hoy nos gobiernan.

¡Que bueno que la revolución y echó por fuera todas distorsiones económicas de más antes, como las tiendas de raya y demás tonterías! –escucho decir a muchos potentados de vez en cuando, y no puedo evitar pensar con mucho coraje: si caray, quitaron las tiendas de raya y en su lugar, hoy tenemos una abultada sobre oferta de sitios para comprar muy poco y pagar un chingo por siempre.

¿Ser sujeto de elección popular para hacer por ello todo lo que creo mejor en nombre de la sociedad en la que vivo? No lo sé, no me ha hecho falta antes y sin embargo lo hago. Ayudar a que el mundo donde vivo mejore lo intento a diario en el aula de clases, lo mismo que en ese necio ejercicio de escribir en todo momento lo que la voz universal que me habita me dicta.

Si la indignación no sirve para corregir las distorsiones que la denuncia de resistirnos a aceptar sin mayor reparo los perversos efectos de violencia sobre nuestras vidas. ¿De qué mierdas sirve que todos estemos resueltos a expresar nuestro rechazo por lo sucedido?

Gobierno necio, sordo e indolente, entiende y atiende como los ciudadanos demandamos o atente a las consecuencias. Porque rotos los caminos de la paz, ni el más enérgico llamado al común entendimiento logrará disipar el natural rechazo de tus ciudadanos a mantener sus actividades de disidencia en una cordial convivencia frente a quienes ulteriormente se han mostrado proclives a vulnerar nuestra integridad. A no ser claro, que por ello mismo, se ofrezcan garantías de una nueva concertación ciudadana de la que en el ejercicio libre de la voluntad pública, se integre un nuevo gobierno.

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La yerba amarga que en mi boca anido, me sabe a casa, hogar y familia. Porque ha estado toda la vida, en la tristeza, como en el triunfo, lo mismo en la derrota en el despertar. La llaman yerba mate; pero es