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VERGÜENZA La ambulancia hacía ulular la sirena, lanzando gemidos lastimeros que rasgaban el silencio de ese día que marcaba el comienzo de un nuevo año. ¡Qué mal inicio para esos abnegados bomberos que, habiendo dejado a los suyos en esa celebración que, como la Navidad, es de carácter familiar, por servir al prójimo, recibían esa ingrata visión! Si bien es cierto que están acostumbrados a ver todo tipo escenas dramáticas, lo es también que son seres humanos y les duele el alma cuando se topan con casos como el que estaban atendiendo: Auxiliaban a una jovencita que apenas frisaba, según cálculos que habían hecho, en los quince años. Su estado era lamentable: aparte de los cortes en las muñecas y los golpes en el rostro, la rasgadura de sus ropas, evidenciaba que había sido ultrajada sexualmente. Con el esmero necesario habían iniciado la labor prehospitalria para que pudiera llegar con vida al nosocomio. De lo contrario, inútil hubiera sido el trasladarla porque hubiera muerto de un shock hipovolémico, dada la hemorragia que presentaba la joven paciente. Ya ingresada, en la emergencia del hospital fue atendida por el personal que, pocas horas antes había comido un tamal, de esos deliciosos que prepara doña Mary con gran cariño y que le había

26. VERGÜENZA

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VERGÜENZA

La ambulancia hacía ulular la sirena, lanzando gemidos lastimeros que rasgaban el silencio de ese día que marcaba el comienzo de un nuevo año. ¡Qué mal inicio para esos abnegados bomberos que, habiendo dejado a los suyos en esa celebración que, como la Navidad, es de carácter familiar, por servir al prójimo, recibían esa ingrata visión! Si bien es cierto que están acostumbrados a ver todo tipo escenas dramáticas, lo es también que son seres humanos y les duele el alma cuando se topan con casos como el que estaban atendiendo: Auxiliaban a una jovencita que apenas frisaba, según cálculos que habían hecho, en los quince años. Su estado era lamentable: aparte de los cortes en las muñecas y los golpes en el rostro, la rasgadura de sus ropas, evidenciaba que había sido ultrajada sexualmente. Con el esmero necesario habían iniciado la labor prehospitalria para que pudiera llegar con vida al nosocomio. De lo contrario, inútil hubiera sido el trasladarla porque hubiera muerto de un shock hipovolémico, dada la hemorragia que presentaba la joven paciente. Ya ingresada, en la emergencia del hospital fue atendida por el personal que, pocas horas antes había comido un tamal, de esos deliciosos que prepara doña Mary con gran cariño y que le había llevado al doctor Escobar, sabiendo lo mucho que a él le gustan, para que compartiera con sus compañeros de turno, a quienes satisfizo ese que consideraron un buen regalo al paladar. ¡Qué contraste! De lo sublime de una cena tradicional al dolor de ver a la adolescente en una crisis que presagiaba algo fatal. Afortunadamente, el conocimiento, la experiencia y el sentido humano de los galenos y enfermeras de turno esa madrugada, hicieron posible salvarle la vida a la jovencita. Un par de días después, luego de los cuidados intensivos que recibió “Dul-ce” (así la llamaremos para no divulgar su verdadero nombre), pudo ser visitada por elementos del M P, institución que había tomado el caso un

tanto insólito. Naturalmente, ya había tenido comunicación con la psicóloga que labora en el hospital. La triste historia que contó a ésta y a los agentes del Ministerio Público, verdaderamente duele en lo más profundo. He aquí lo que ella dijo, más o menos. Digo más o menos porque con la perplejidad que provocó, algunas palabras se me escaparon, lo cual no altera el testi-monio de la adolescente: “Desafortunadamente para mí y mis hermanitos, producto de la violencia que se vive en la zona 18, lugar de nuestra residencia, en la muerte del piloto de un bus, como consecuencia por no pagar la cuota que les tienen impuesta los mareros, mi padre que viajaba en el mismo, recibió un balazo en la cabeza cuando iba a su trabajo, provocándole la muerte; y, con ello, matando las ilusiones de sus pequeños hijos (mis dos hermanitos y yo). Entonces vino la más duro para nosotros. Ya no teníamos al proveedor ni al ser que siempre nos brindó su amor, sus consejos y su ternura. El dinero empezó a hacer falta, y los alimentos también. Mi madre, poco tiempo después, llevó a un hombre a la casa y nos dijo que él haría las veces de papá y que no nos faltarían, a partir de ese momento, ni comida ni ropa. La cosa no fue así. “Mi padrastro tomaba guaro todos los días y pronto dejó de trabajar. Se quedaba en la casa y era mi mamá la que salía a ganar el alimento para la familia, a lo cual se le agregaba la poca lana que yo ganaba, porque a los pocos meses tuve que dejar de estudiar y ponerme a vender las tortillas que elabora doña Güicha, la vecina que vive enfrente de la casa. Cuando no lograba vender todas las tortillas, porque estaba lloviendo, por ejemplo, mi padrastro me pegaba y los insultos no se dejaban de oír por una o dos horas. De los golpes han quedado las cicatrices que tengo en la espalda y las piernas. Si quieren, pueden verlas. “En ese momento, yo tenía 11 años. Desde entonces él empezó a sobarme todo el cuerpo y me había amenazado con matar a uno de mis hermanitos si yo le contaba algo a mi mamá. Al principio guardé silencio por miedo a que hiciera lo que me decía. Cuando ya no soporté sus constantes manoseos, a los cuales había agregado besos que me ofendían por la forma en que me los daba, aparte del olor a aguardiente y al que

despedía porque casi nunca se bañaba, decidí contárselo a mi mamá. Ella, en lugar de creerme, me pegó y dijo que yo no quería que ella fuera feliz. Que yo no le daría la felicidad que mi padrastro le daba y que eso que le decía eran puros cuentos, inventos míos y que lo decía por celos. Que tal vez lo que quería era acostarme con él. A todo esto, ya tenía 14 años y mi cuerpo se había desarrollado como el de algunas jovencitas de unos 17 ó 18 años. Por eso algunos muchachos me decían varios piropos, algunos atrevidos, y yo me sonrojaba. “Cuando de bañaba en el patio, con un camisón para cubrir mi cuerpo, mi padrastro descaradamente me miraba con unos ojos mefistofélicos. Esto no me gustaba pero ya no le podía decir nada a mi mamá y me tenía que callar porque ella no me iba a creer. “Pasé un año viviendo esas miradas lascivas y aguantando los “cariñitos” que él me hacía constantemente. Mi vida se volvió insoportable. Sin embargo todo empeoró a partir del día que cumplí mis 15. Fue entonces cuando me amenazó al decirme que ya era una mujer y que tendría que ser para él. “Con esa angustia viví mes y medio hasta que… hasta que…” (al decir estas palabras, gruesas gotas brotan de los hermosos ojos de “Dulce”, recorriendo su rostro desfigurado por el dolor, aparte de los golpes que aún son evidentes). Al fin, luego de varios instantes de un silencio que golpeaba el alma, logró continuar… “hasta que, el Año Nuevo, aprovechando que mi mamá se había quedado dormida porque había estado tomando guaro con él, y que mis hermanitos andaban jugando en la calle con otros vecinos de su edad, recogiendo y quemando los cohetes que no habían estallado durante la quema de media noche, mi padrastro llegó hasta mi cama y sin decir más, quitándome la colcha que me cubría, me empezó a sobar y al no dejarme, me golpeó con mucha fuerza y … y… y… y luego de romper mis ropas, me violó. “Tanto dolor sentí no sólo por los golpes y la forma brutal con la que me trató que, loca de vergüenza, decidí quitarme la vida. Por eso me corté las venas. Por eso quiero morir. Mi vida ya no será igual a partir de ese día. No creo poder arrastrar mi vergüenza ante mis hermanos, a quienes tanto

quiero y respeto, ni ante los vecinos que me conocen. Mejor déjenme morir; así será menor el fuego que me quema las entrañas y me causa dolor”. No sé cual sea un dolor más grande, si el de “Dulce” o el mío al sentir la impotencia ante actos tan miserables que se comenten frecuentemente en esta sociedad que nosotros, los adultos, permitimos que se lleven a cabo. El dolor de ver a una jovencita maltratada en todo sentido, con su dignidad de mujer por los suelos no se puede describir. Y, al igual que ella, lloré desconsoladamente; muchas lágrimas salieron de mis ojos. De esos ojos que no podré alzar para ver el rostro de tantas “Dulces” que no arrastran su vergüenza sino la nuestra porque no hemos sido capaces de detener a la fiera que se ensaña contra tanta niña, adolescente o mujer madura que es víctima de la brutalidad por parte de seres que ofenden a todo el género humano. Seres que olvidan que nacieron de una mujer. Esos sujetos nos demuestran, con hechos, que es sólo un apodo el que tenemos y del cual, estúpidamente, alardeamos: Homo sapiens. Esa sí es UNA VERGÜENZA.