3 Años Leyendo en Libertad

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  • Eugenio Aguirre, Agustn Snchez Gonzlez, Armando Bartra, Bernardo Fernndez BEF, Jorge Belarmino Fernndez, Benito Taibo, Luis Tmas Cabeza de Vaca, Marco Antonio Campos, Carmen Aristegui, Claudia Guilln, Cristina Pacheco, Hctor Daz Polanco, Eduardo Langagne, Epigmenio Ibarra, Laura Esquivel, Rafael Barajas El Fisgn, Fritz Glockner, Juan Gelman, Guadalupe Loaeza, Rogelio Guedea, Francisco Haghenbeck, Luis Hernndez Navarro, Rafael Ramrez Heredia, Helguera, Sal Ibargoyen, Jos Emlio Pacheco, Jenaro Villamil, Jorge Moch, Helio Flores, Julia Rodrguez, Leo Eduardo Mendoza, Hernndez, Mnica Lavn, Huidobro, Mariluz Surez, Carlos Monsivis, Carlos Montemayor, Eduardo Monteverde, Eduardo Mosches, Humberto Musacchio, scar de la Borbolla, scar de Pablo, Francisco Prez Arce, Eduardo Antonio Parra, Pedro Salmern, Elena Poniatowska, Sanjuana Martnez, Rius, Jos Alfonso Surez del Real, Paco Ignacio Taibo II, Thelma Nava, Vctor Luis Gonzlez, Armando Vega-Gil, Juan Villoro y Jos Luis Zrate.

    Enero 2013

    sta es una publicacin de Para Leer en Libertad A.C.

    brigadaparaleerenlibertad@gmail.comwww.brigadaparaleerenlibertad.com

    Antologadora: Paloma Saiz Tejero.Cuidado de la edicin: Alicia Rodrguez.Diseo de interiores y portada: Daniela Campero.Ilustracin cortesa de Huidobro

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    Secreto a voces Mnica Lavn

    Seguramente alguien ya lo haba ledo. Irene no lo encontr en su mochila, donde a veces lo traa con el temor de que en casa su hermano lo abriera. El diario no tena llave, as es que lo sujetaba con una liga a la que colocaba una pluma del plumero con la curva hacia el lomo de la libreta. De esa manera, cualquier cambio en la colocacin de la pluma, delataba una intromisin. Nunca pens que en la escuela al-guien se atrevera a sacarlo de su mochila. Se acord de la ta Beatriz con rabia. Cmo se le haba ocurrido regalrselo. A m me dieron un diario a los quince aos, as es que decid hacer lo mismo contigo. Dese no haber tenido nunca ese libro de tapas de piel roja. Ahora es-taba circulando por el saln, quin sabe por cuntas manos, por cuntos ojos. Mir de soslayo, sin atreverse a un franco recorrido de las caras de sus compaeros que resolvan los problemas de trigonometra. Tema toparse con alguna mirada burlona, poseedora de sus pensamientos escondidos. Repas las numerosas pginas donde estaba escrito cunto le gustaba Germn, cmo le parecan graciosos esos ojos color miel en su cara pecosa y cmo se le antojaba que la sacara a bailar en las fiestas del grupo. Ms lo pensaba y se

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    pona colorada. Menos mal que haba notado la prdida en la ltima clase del da. No podra haber resistido el recreo, ni las largas horas de clases de la mitad de la maana, sabindose entre los labios de todos y que su amor por Germn era un secreto a voces. Justo el da anterior, Germn se haba sentado junto a ella a la hora de la biblioteca. Deban hacer un resumen de un cuento ledo la semana anterior. Como no se poda ha-blar, Germn le pas un papelito pidiendo ayuda. SOS, yo analfabeta. Con dibujitos y flechas, Irene le cont la historia que Germn a duras penas entenda y se empezaron a rer. La maestra se acerc al lugar del ruido y atrap el papelito cuando Germn lo arrugaba de prisa entre sus manos. La salida de la hora de biblioteca les vali una primera pltica extra escolar y dos puntos menos en lengua y literatura. Todo eso haba escrito Irene en su libreta roja el mircoles 23 de abril, mencionando tambin qu bien se le vea el mechn de pelo castao sobre la frente y cmo era su sonrisa mientras le peda disculpas y le invitaba un he-lado, el viernes por la tarde, como desagravio. Los mismos latidos agitados de su corazn al darle el telfono, estaban consignados en esa ltima pgina plagada de corazones con una G y una I que ahora, todos, incluso el mismo Germn, conocan. Al sonar la campana, abandon deprisa el saln, y hasta fue grosera con Marisa. Qu te pasa?, parece que te pic algo. Me siento mal contest sin mirarla siquiera y preparando su ausencia del da siguiente. En la casa, por la tarde, record ese menjurje que le dieron una vez para que devolviera el estmago. Agua mi-

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    neral, un pan muy tostado y sal; todo en la licuadora. Cuan-do lleg su madre del trabajo, la encontr inclinada sobre el excusado y con la palidez de quien ha echado fuera los intestinos. Pas la maana del viernes en pijama, intentando leer El licenciado Vidriera, que era tarea para el mes siguiente, pero decidindose por Los crmenes de la calle Morgue, pues al fin y al cabo no pensaba volver ms a esa secundaria. Poco se pudo concentrar, pensando en las lneas de su libreta que ahora eran del dominio pblico y planeando la manera de argumentar en su casa un cambio de escuela. Era tal su vo-luntad de olvidarse del saln de clases, que ni siquiera repar en que era viernes y que haba quedado con Germn de to-mar un helado hasta que son el telfono. Te llama un compaero, Irene grit su madre. No pudo negarse a contestar, habra tenido que dar una explicacin a su madre, as es que se desliz con pesa-dez hasta el telfono del pasillo. Lo tengo grit para que su madre colgara. Bueno. Hola, soy Germn. Qu te pas? Me enferm del estmago. Y todava te animas al helado? se le oy con cierto temor. Irene se qued callada buscando una respuesta tajante. No, no me siento bien. Entonces voy a visitarte dijo decidido, as te llevo el tema de la investigacin de biologa. Nos toc juntos. No tuvo ms remedio que darle su direccin, baarse a toda prisa y vestirse. Esa intempestiva voluntad de Germn

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    por verla era un clara prueba de que la saba suspirando por l. Ahora tendra que ser fra, desmentir aquellas confesio-nes escritas en el diario como si fueran de otra. German lleg puntual y con una cajita de helado de limn pues era bueno para el dolor de estmago. Irene se empe en estar seca, distante y sin mucho entusiasmo por el trabajo que haran juntos. La cara de Germn fue perdien-do la sonrisa que a ella tanto le gustaba. Antes de despedirse, y con el nimo notoriamente disminuido despus de la efusiva llegada con el helado de limn, Germn le pidi el temario para los exmenes finales pues l lo haba perdido. Irene subi a la recmara y hurg sin mucho xito por los cajones del escritorio y en su mochi-la. Se acord de pronto que apenas el jueves haba cambiado todo a la mochila nueva. Dentro del clset oscuro, meti la mano en la mochila vieja y se top con algo duro. Lo sac despacio, era el diario de las tapas rojas con la curva de la pluma hacia el lomo. Baj de prisa las escaleras. Lo encontr dijo aliviada, pero el temario no. Germn la mir sin entender nada. Es que ya no iba a volver a la escuela explic tur-biamente. Quieres helado? Ya me iba contest Germn, an dolido. No, todo ha sido un malentendido. No te puedo ex-plicar, pero qudate, por favor intent Irene. Est bien contest Germn con esa sonrisa que a ella tanto le gustaba y el mechn castao sobre la frente, sin saber que esa tarde quedara escrita en un libro de tapas rojas.

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    Metro Balderas Agustn Snchez Gonzlez

    Para Rockdrigo Gonzlez

    Para los otros muertos

    El edificio, como tal, ya no exista. Lleg de la capital cubana a las doce cuarenta. Cinco horas despus, habra de arrepen-tirse. Se hallaba en una librera, en la Rampa; Radio Reloj in-terrumpi sus transmisiones para informar que la ciudad de Mxico haba desaparecido. Dej el libro que hojeaba y ech a correr rumbo al hotel Vedado. Como cuando haca casitas de arena en la playa y luego las desbarataba a pedradas, tal fue la impresin que le caus mirar el viejo edificio de San Cosme. En el lobby del hotel no se comentaba otra cosa; ah volvi a escuchar: Un gran terremoto azot a la ciudad de Mxico. La capital azteca no existe ms. Desde el edificio que ocupa Prensa Latina, podemos observar que la nica cons-truccin que sigue en pie, es la nuestra. En el aeropuerto mexicano consigui una moneda para hablar por telfono, pero no fue necesario: ese da el servicio era gratuito. En una esquina de la Alameda trat de reconstruir avenida Jurez,

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    la misma por donde aos atrs sola gritar: ese hotel ser hospital! Desde el Vedado intent comunicarse a Mxico sin ningn xito. Varios de sus compatriotas lloraban en el bar del hotel. Bajo la metralla, le cost trabajo recordar la ltima pelcula que vio en el cine Regis. Junto al parque Copelia se instal un vehculo sanitario para que los cubanos donaran sangre. Una semana despus, an se recogan cadveres y escombros. Ni la embajada mexicana tena contacto con el pas. Estaba deprimido, sin poder llorar; dos botellas de ron no lo emborracharon, pensaba en su ciudad, en su familia y sobre todo, en ella; consigui un viaje de trabajo en La Haba-na, intentando olvidarla, pero era imposible: all la recordaba ms. El sbado se enter de que slo era el Centro, supo de su colonia y llor; Caridad, a quien conoci en Guanabacoa, no pudo controlarlo y termin llorando con l. Se encami-n al Sorrento, pero no hubo vino tinto, ni tampoco ella y en sus reconciliaciones, slo hall piedras y un gran solar. Sinti un enorme vaco en su casa, puso el disco de Rock-drigo Gonzlez: Cuando tenga la suerte, de encontrarme la muerte, yo le voy a pedir, todo el tiempo vencido por un dis-

    tante instante, un instante de olvido. El pinche de Rockdrigo que un mes antes le haba deseado feliz navidad por si no se volvan a ver; tantas noches de ron y de rock haciendo pla-nes que nunca realizaron juntos, pensaban que la vida era larga. Haba invitado a Caridad a conocer Mxico, deveras, el centro se parece a La Habana vieja. Se entristeci al no hallar su vieja cantina, Los Portales: se acabaron las truchas y cervezas luego de cada manifestacin, tampoco estaba ella para recriminarle su filiacin comunista; el restaurante Edn, donde juntos coman berenjena, garbanza, alambre de car-

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    nero y pan de natas; el viejo edificio de San Cosme, lleno de largas jornadas de amor y desamor; la Roma, Tepito, la Mer-ced, avenida Jurez, qu quedaba? Tena ganas de regresar a Mxico pero tena miedo. En el malecn de La Habana viol la moral comunista al hacer el amor con Caridad; jams pen-s que sera la ltima vez, el ltimo momento placentero de sus treinta aos de vida. Abord el metro en Bellas Artes, en cuanto el tren sali a la superficie, mir un panorama deso-lador y deprimente: San Antonio Abad estaba en ruinas. Baj en Xola y regres a comprobar lo visto. Estuvo a punto de quedarse a vivir en La Habana, pues le ofrecieron prolongar su contrato de trabajo, regres para proponrselo a su mu-jer y volver a intentarlo, sin saber que ella lo haba excluido de su vida. No logr transbordar en Pino Surez y fue hasta Hidalgo, tom la direccin Universidad. En Balderas se lanz a las vas pensando encontrar a su amor...

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    La trayectoria poltica de Ricardo Flores Magn

    Armando Bartra

    Primeros pasos:

    Reflujo del movimiento obrero y agitacin estudiantil.

    Un joven estudiante de Leyes se dirige a un mitin cons-tituido por ms de trescientos compaeros de la prepa-ratoria y las escuelas superiores. Habla de opresin, de dic-tadura. Hay ira, excitacin.

    Alguien pide directivas concretas.El orador propone difundir entre el pueblo la de-

    nuncia del rgimen, llama a que se organicen brigadas de informacin de dos o tres compaeros y recorran la ciudad haciendo mtines-relmpago. Alerta contra la re presin policiaca.

    En los das siguientes la ciudad es escenario de en-frentamientos entre los estudiantes y la polica, y choques entre las brigadas y grupos de golpeadores de las organi-zaciones obreras patrocinadas por el gobier no. Finalmente, el ejrcito sale a la calle y en un tumulto frente al Palacio

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    Nacional ms de sesenta estudiantes son aprehendidos, entre ellos el joven orador del mitin. Un mes despus la presin popular obliga al gobierno a ponerlos en libertad.

    El dirigente estudiantil es Ricardo Flores Magn, tie-ne veinte aos, corren los das de marzo de 1892 y se est dando una de las primeras luchas contra el conti nuismo de Porfirio Daz en el poder.

    El mbito pequeoburgus de las primeras activi-dades de RFM no es casual. Durante las dos ltimas dca-das del siglo pasado la clase media ilustrada fue el refugio de una oposicin poltica al rgimen mnimamente orga-nizada, mientras que la clase obrera no pareca ofrecer una perspectiva inmediata de accin.

    En las dcadas anteriores, el movimiento obrero mexicano haba aparecido ya en la palestra poltica, sin em-bargo, en los ltimos veinte aos del siglo XIX entr en un profundo reflujo y sus organizaciones se desmembraron en una crisis total.

    Con la formacin en 1872 del Gran Crculo, el mo-vimiento obrero haba recibido un enorme impulso. La or-ganizacin lleg a contar con ms de 12 mil afiliados y en 1876 estaba constituida por 35 sucursales en 14 Estados de la Repblica. Publicaba un buen nmero de peridicos, entre los que destacaban El Socialista y El Hijo del Trabajo. Sin embargo, a partir de 1878 el asalto al poder del grupo porfirista interrumpe este vigoroso ascenso.

    La dictadura porfirista inaugura en Mxico la po-ltica de represin al movimiento obrero independiente, combinada con el control gubernamental sobre las or-ganizaciones de trabajadores. Para 1879 esta poltica se

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    apunta su primer xito y el Gran Crculo cae en manos del grupo encabezado por Carlos Olaguibel, autntico pre-cursor de nuestro charrismo, y fundador de la estirpe de Morones y Velzquez (aos despus, este agente del go-bierno tendra un puesto en la Secretara del Fomento, en recompensa a sus mritos en el movimiento obrero).

    Un grupo de militantes del Gran Crculo lucha du-rante un tiempo por redemocratizar su organizacin y finalmente se escinde para formar un nuevo ncleo, el Congreso Obrero, que contina publicando El Socialista. Sin embargo en 1888 el peridico deja de salir y para 1892 la organizacin prcticamente ha desaparecido.

    As, RFM nace a la vida poltica en un panorama en el que estn ausentes los trabajadores organizados, mientras que el movimiento estudiantil se muestra acti vo y desata sucesivas oleadas de lucha (auge 1872-1893, reflujo 1894-1898, nuevo ascenso 1899-1901). En estas condiciones su vocacin revolucionaria tendr que re correr una trayectoria que partiendo de la pequea bur guesa radical se revier-te, ya iniciando el siglo, en un mo vimiento obrero otra vez combativo.

    (Tomado del libro La Oveja Negra, Ed. Para leer en Libertad)

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    1873 Bernardo Fernndez BEF

    Doce de junio.El gran da. Diez aos del Imperio.La fiesta ms importante de la vida de Maximiliano I

    de Mxico y, sin embargo, todo estaba saliendo mal. Aquella maana, al ducharse, el Emperador descubri que no ha-ba agua caliente en el Castillo de Chapultepec. Los sistemas hidrulicos de Palacio, controlados por el cerebro mecnico central, simplemente se negaron a escupir otra cosa que no fuera agua helada.

    Los das de campaa en la marina le haban ensea-do a resistir esas carencias, no as a la Emperatriz, a quien el bao fro produjo una aguda recada de nimo.

    Mientras el valet imperial vesta al monarca, ste poda escuchar a su esposa emitir unos alaridos pavorosos desde la tina.

    Quiz sera buena idea administrar una pequea dosis de morfina a Carlota, padre murmur a su secretario particular con los ojos cerrados. Tan slo un golpecito.

    Lo dispondr de inmediato, Max repuso Fischer, dando de inmediato la orden a un androide enfermero. Sin

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    embargo, ste fue hacia ella y le propin una bofetada que derrib inconsciente a la Emperatriz.

    El jefe de sistemas de Palacio no poda explicar el equvoco funcionamiento del androide, que fue desactivado en el instante a patadas por el propio Emperador.

    Todo pareca estar en su lugar, pero sala mal.Una hora ms tarde, el prncipe de Salm Salm sugiri

    de ltima hora cambiar los planes, de manera que el Empe-rador no encabezara el desfile militar que ira del Castillo de Chapultepec hasta la Plaza Mayor de la ciudad.

    Le sugiero que lo presida desde el balcn impe-rial, seor, todas estas fallas me parecen muy sospechosas murmur el ministro al odo del Emperador mientras ste intentaba beber un lquido inmundo que la cafetera haba vomitado en la taza de Maximiliano.

    Al ver a las damas de compaa esforzarse en disi-mular el moretn en el rostro de Carlota, el Emperador de-cidi que era mejor no arriesgarse a sufrir ningn atentado. Estaran ms seguros en el balcn.

    Flix dijo a su ministro, comuncame con el general Miramn. Quiero que redoblen la seguridad.

    S, Su Majestad.La llamada tard ms de quince minutos en conectar

    con el secretario de Guerra. La pltica result prcticamente in-comprensible por la esttica que chasqueaba a travs de la lnea.

    Algo est pasando, Padre dijo nervioso el Empe-rador a Fischer, instantes antes de salir al balcn y no me gusta nada.

    El sacerdote slo alcanz a murmurar una respuesta incomprensible. El miedo poda leerse en su rostro.

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    Slo hasta que Maximiliano Primero de Habsburgo, Archiduque de Austria, Emperador de Mxico y el Caribe, sa-li al balcn del Castillo de Chapultepec, acompaado de una Emperatriz Carlota Amelia completamente sedada, com-prendi la dimensin de lo que ocurra en se, su Imperio, que de pronto no pareca tan prspero ni tan pacfico como lo declaraba todas las noches el noticiero oficial, o como lo pregonaban la prensa oficialista y los voceros del gobierno.

    Ante los ojos aterrados del monarca, uno de los di-rigibles que desfilaban en los cielos a la par de las fuerzas armadas se desplom pesadamente sobre la vanguardia del ejrcito imperial mexicano, aplastando al primer batalln de soldados mecnicos, al secretario de Guerra y al subsecreta-rio Meja, junto con la plana mayor de oficiales de la armada imperial.

    El dirigible estall en llamas donde el propio Empe-rador encabezara a su ejrcito, frente a una multitud que hua del fuego, despavorida.

    La confusin de Maximiliano aument cuando escu-ch repiquetear su telfono porttil. Slo Carlota, el Padre Fischer y Flix de Salm Salm tenan acceso a la lnea directa que comunicaba con su aparato. Los tres estaban ah, junto a l, observando cmo el caos se apoderaba de la ciudad.

    Aturdido, Maximiliano contest.Diga.Era una voz conocida, su tono grave y severo, incon-

    fundible, si bien con cierta reverberacin metlica que la ha-ca sonar artificiosa, mecnica. Inhumana.

    Seor Maximiliano. Nos volvemos a encontrar.Jurez?

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    Hasta yo mismo pens que jams volvera a pisar mi suelo, a oler mi tierra. Bueno, no creo volverlo a hacer, no en las condiciones en que me encuentro. Pero he vuelto.

    No puede ser! Usted est muerto! Vi las fotos que tomaron mis agentes en Nueva Orlens!

    Mi querido Emperador, perder una batalla no es perder la guerra. Esta vez, los rebeldes llevamos la ventaja. Recuerde que la mala yerba no muere. Slo se digitaliza.

    De qu habla usted? Jurez?! Hable!!La comunicacin se haba cortado.Fue el Padre Fischer quien llam la atencin de Maxi-

    miliano hacia el cielo.En cada uno de los dirigibles, la imagen del sonriente

    Emperador se desdibujaba para ser sustituida por el rostro adusto de un indio zapoteca. La frase 1863-1873 Diez aos de prosperidad desapareci para formar las palabras M-xico para los mexicanos.

    Maximiliano pudo escuchar cmo all abajo, en el Paseo Imperial, la muchedumbre rompi en un aplauso en-sordecedor mientras en cada una de las pantallas el rostro de Jurez sonrea, ladino.

    (Con el perdn del Conde de Lautrmont)

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    Tiempo de guerra

    Jorge Belarmino Fernndez

    Apasiona leer los relatos militares. Las batallas son un jue-go de alternativas infinitas en potencia, que se desarrolla sobre un tablero que presenta sorpresas a cada paso, por los numerosos, a ratos decisivos accidentes de la tierra. Los momentos y las acciones particulares son a montones e in-fluyen uno a uno en un resultado que depende de muchas, diversas inteligencias y corajes a lo largo de horas o das. Con frecuencia, por ms o menos prolongados plazos el grueso de las tropas sirve como simple contencin y el destino se decide en un pequeo punto o en un movimiento que pare-ce secundario, y siempre hay una sucesin imprevisible de coyunturas determinantes. El sentido de mera emocin ter-mina cuando se recuerda que hablamos de seres humanos y no de piezas.

    Las guerras europeas acostumbran convocar a ejr-citos de sesenta, cien mil hombres y ms, de cada lado, y en la que inicia en Matamoros y sus cercanas se ponen en accin apenas unos nueve mil en total. No hay pues relacin

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    en cuanto al volumen del drama, pero s respecto al tono. La masa de soldados de infantera, de a caballo o que sirven a los caones, a lo largo de da y medio formarn un universo de incontables instantes y emociones sin futuro, en el cual el presente reclamar todo, alcanzando extremos que nadie ms que un combatiente puede experimentar. La sangre, el dolor y la muerte presidirn cada momento, en un espacio donde el mundo se agota. El miedo, el coraje, la conciencia de la patria, la obediencia, los recuerdos, estarn marcados por ellos, creando un espectculo que apenas podemos imagi-nar: de ruidos, de voces, de cuerpos atravesados aqu y all, a veces en grandes boquetes o rajaduras que dejan al descu-bierto las entraas, por un petardo, una espada, una lanza, la multitud de desechos que produce una bala de can, entre miembros semidesprendidos o cercenados: piernas, brazos, ojos, cabezas.

    Es una historia que ha empezado con la resquebraja-dura del ritmo habitual. Para cuando el asunto est a punto de empezar, Matamoros y sus cercanas han de vivir una borra-chera que contagia a los pjaros, a los perros, a los gallos, a los burros, a la pequea fauna del lugar, quienes intercambiarn anuncios, mudarn temporalmente de hogar o padecern la angustia de saber que no podrn escapar a lo que se presagia. Hombres, mujeres y animales deben dejar un hedor que re-troalimenta las pasiones, y las voces subirn de tono, el con-tacto con los otros irritar o apremiar. Cunto deseo car-nal, por ejemplo, se despierta y contiene o se cumple en esas horas o das previos, sin importar el sexo o incluso la especie? La vida entra pues en un estado de perturbacin por el cual el tiempo y el espacio tienen sentidos distintos a los con-

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    vencionales. Un segundo puede ser interminable, y un cen-tenar de metros equivaler a kilmetros. Durante el combate cuerpos y mentes se movern a una velocidad y con una l-gica aparentemente inconcebibles. Los actos ms comunes agacharse, voltear, tomar un objeto se acelerarn hasta el lmite de lo posible, y las manos, las cabezas, los torsos, los pies, las bocas, los ojos, adoptarn formas extraas, como si en lugar de hombres lo que hubiera all fueran caricaturas con vida que, de poder penetrar en ellas, descubriran una multitud de realidades contrahechas en las miradas altera-das por emociones que llegan al extremo y agrandan o em-pequeecen, iluminan u opacan las cosas, o que despiertan autnticas alucinaciones.

    Pareciera que ni por un momento siquiera la sensa-tez pudiera abrirse paso, porque no cabe all, porque desati-na, se vuelve ridcula, y que las ideas y los estados de nimo se exaltan con una fugacidad extraordinaria y se contradi-cen, casi minuto a minuto, sin responder necesariamente a lo que sucede alrededor. Valor y estupidez, mesura y locu-ra, comedimiento y arrojo, exaltacin y postracin, miedo y entereza, egosmo y fidelidad, asombro e indiferencia, opti-mismo y pesimismo, respeto y desprecio, placer y dolor, se confunden, entre una excepcional excitacin del olfato, del odo, del tacto.

    Da la impresin as de que la guerra se acerca, como ninguna otra cosa, a la realidad que subyace en el instan-te y que es aprensible slo por el subconsciente. Nada pa-rece entonces ms cercano a los sueos. Por ello, sin duda, los ejrcitos estn construidos sobre una reglamenta-cin particularmente rigurosa, que intenta borrar cuan-

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    to puede de las emociones, o contenerlas y aprovecharlas. Todo indica que la soledad, como conciencia y como rea-lidad, es el estado ms acusado y pertinaz, y que de all viene el esfuerzo por borrar la personalidad del recluta y de transmitirle la idea de disolverse en un ente colectivo.

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    Benito Taibo

    Nos iremos despacio haciendo viejos, despacio olvidando las maanas del amor con las ventanas entreabiertas,y el viento entrando a nuestra cama.

    Nos iremos sabiendo que la vida nos dio paz, victorias, primaveras, nos iremos despacio como entramos con la alegra de sentirnos en la entraa.

    Nos iremos querida compaera pasando por los aos, por la rabia nos iremos despacio haciendo viejos a golpes de recuerdos y de calma.

    Nos iremos sabiendo que la vida, nos dio paz, victorias, primaveras, nos iremos despacio como entramos con la alegra de sentirnos en la entraa.

    Nos iremos despacio

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    Ya vienen por m

    Luis Toms Cabeza de Vaca

    En 68 estbamos muy mal preparados polticamente. Algunos compaeros tenamos muchos pantalones, mucho corazn, pero a veces nos fallaba la cabeza y la preparacin. Creamos que la lucha poltica era ms simple y que bastaba ver de qu cuero salan ms correas para saber quin tena la razn. Y esa posicin ma, era la de muchos. No la de El Bho, ni la de Heberto Castillo, Guevara Niebla o Ral lvarez, por-que ellos ya haban pertenecido a las Juven tudes Comunistas, tenan preparacin, al igual que Marcelino Perrell.

    Hasta qu punto no llegara nuestra igno rancia que cuando sentamos que se nos cerraba la encrucijada, recu-rramos al Qu hacer? de Lenin. Aunque los burcratas s nos apoyaban, muchos nos quejbamos de que los obre-ros no participaran. Hoy lo entendemos. No haba un parti-do poltico, de cla se, ni tenamos un plan para cambiar las estructu ras. Haba un plan democratoide por todos cono-cido que no afectaba al Estado ni econmica, ni poltica, ni socialmente. Lo nico que podamos afectar era la posicin de autoridad del gobierno.

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    Aunque algunos compaeros han escrito sobre el 68, est claro que no se ha estudiado el movimiento a fondo. No se han visto sus causas lgicas desde un punto de vista poltico, econmico, antropolgico. No se ha seguido la se-cuencia del movimiento en provin cia. Se ha quedado en la ancdota, en la cronologa, pero falta anlisis. Para el 2 de octubre yo ya estaba preso. Cuando el Ejrcito entr a CU de inmediato comenzaron a detener estudiantes. Yo estaba en Filo sofa y Letras, vi venir a unos soldados y escap me-tindome al stano. Escondido en la oscuridad, me refugi atrs de un pilar. Vea cmo bajaban las bo tas de los solda-dos, que me buscaban con lmparas. Senta que mi corazn haca un escndalo que llegaba hasta las escaleras y cre que me iban a descubrir.

    Las luces me pasaban por enfrente y no poda conte-ner la respiracin. Salieron del stano y a oscu ras qued un rato que me pareci eterno. Sub cuando ya no oa ruido. Me encontr un peridico encima de uno de los escritorios. Lo tom y me lo puse debajo del brazo. Todo estaba rodeado de soldados. Prend un Delicado para serenarme. Me temblaba la mano. Comenc a caminar cuando en eso, el primer grito: Alto. Detngase! En lugar de huir, camin de frente al sar-gento. Identifquese! Soy un trabajador de la Universidad que me qued atrapado desconectando unos aparatos. Vyase!, me dijo. Tenga cuidado. Camin de nuevo tra-tando de aparentar seguridad. Subiendo por Insurgentes vi un jeep lleno de encorcholatados. Paracaidistas. Otra vez: Identifquese! Eran puros jefes. Sbase. Me sub al asien-to de atrs y pens: Ora s ya se acab todo el cuento.

    La barrera de soldados llegaba hasta la Villa Olmpica. Cuando la pasamos, me dice uno de los jefes: Bjese, que le

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    vaya bien. Y tenga mucho cui dado, no le vayan a dar en la madre esos cabrones es tudiantes. Me refugi en la casa de un amigo, donde a los pocos das me enferm de disentera amibiana. Mand llamar al mdico del movimiento a travs de Ayax Segura. Nadie ms saba dnde estaba. Era un su-puesto estudiante de una prepa fantasma; despus supimos que trabajaba para la Federal de Seguridad. Al da siguiente, 27 de septiembre, fueron por m como 20 cabrones, en cinco carros. Me agarraron 10 das despus de la ocupacin de CU.

    De la Federal de Seguridad me entregaron a un juez. Yo siempre he credo que la matanza del 2 de oc tubre estu-vo preparada de antemano por el gobierno y el Ejrcito. En Lecumberri ramos un madral. Las celdas humeaban. Casi nunca nos sacaban, pero el 2 de octubre en la maana nos sacaron a hacer fajina. Mientras haca la limpieza, un poli-ca me pregunt: Oiga, usted es fulano? S. Pues ya se lo carg la chingada. En una celda haban escrito: Chingue a su madre el asezino de Daz Ordaz. Su padre, Cabeza de Baca. Pero ni mi apellido lo escribo con b grande, ni asesino con z. Me hicieron borrar aquello con la len gua y con la cara. Ese da me separaron de los dems compaeros.

    Como a las diez de la noche me sacaron de Lecumberri y me entregaron a los militares. Ah me estuvieron dando suave desde las 10 hasta las 6 de la maana, que me regre-saron. Despus me pas una semana obrando y orinando sangre, por los golpes in ternos. Tena una cortada en el es-croto por un simula cro de castracin. Tambin me hicieron un simulacro de fusilamiento y luego me madrearon de dul-ce, de chile y de manteca. Todo lo que queran estos cabro-nes era que involucrramos a gobiernos extranjeros y a fun-cionarios del equipo de Daz Ordaz. Ya estaba muy cerca la

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    sucesin presidencial y queran que uno denunciara a sus compaeros, pero eso s no se pudo.

    Otra vez en Lecumberri, me metieron en una celda de metro y medio por dos metros, con planchas de acero por todos lados, y arriba haba un agujerito. Ah me pas un mesesote incomunicado. No nos da ban de tragar ms que una taza de atole en la maana y otra en la tarde. Sin cobi-jas ni nada, me pusieron un bote de cuatro hojas, de esos de alcoholeros, para que hiciera mis necesidades y no me lo cambiaron nunca. Sabes lo que es eso? No te lo puedes ima-ginar. Que d muy jodido, la neta. Nada ms oa: Las diez de la noche! y yo haz de cuenta que fuera un perro de Pavlov. Ya vienen por m, me van a madrear.

    Entonces me haca chiquito, comenzaba a tem blar y llore y llore. Prcticamente no dorma. Dorma de da pero con sobresaltos. La cosa mejor cuando pude estar con los de-ms compaeros. Heberto estaba todo el tiempo chingue y jode: Nos quieren dar en la madre psicolgicamente, as que vamos a hacer ejerci cio fsico y a estudiar. Cuando un grupo de campesi nos jaramillistas y otros compaeros presos for-mamos un grupo de estudio, para analizar los movimientos de reforma, la revolucin, en general historia nacional y geo-grafa, andbamos en la calle de la amargura! No sabamos ni cuntos kilmetros tiene, ni cuntos ha bitantes haba en nuestro pas. Cuando eres estudiante tu idea del amor es muy romntica, de la mujer, de los hijos. En la crcel concretizas. Y sales con una visin totalmente diferente, ms seria y con una visin ms clara de la libertad. Porque por muy revoluciona-rios que se llamen muchos compaeros, con sus compae ras no han podido romper el esquema machista.

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    Me cas, me divorci y me volv a casar. Y soy muy feliz sin traumas del divorcio ni del matrimonio. Yo quiero, amo, adoro a mis hijos. Y si ando metido en estas broncas es porque quiero que los hijos de otras personas tengan, de perdida, lo que mis hijos tienen. Y tu compaera es eso, tu compaera. Y es tan libre y tan independiente como lo pue-des ser t mismo. Hay quien dice que no se puede luchar si no odias al ene migo. Yo creo que el motor de la lucha no es se, sino el infinito amor que uno tenga por sus semejantes.

    Hasta principios de 1974, cuando ya esta ban for-mados muchos comits de Cenao, trabaj en la Conasupo, cuando estaba al frente Jorge de la Vega Domnguez y tam-bin Gustavo Esteva. Trabaj con absoluta libertad. Se ven-de la fuerza de trabajo, no la conciencia. Luego trabaj en la Subsecretara forestal, con el ingeniero Crdenas y despus en la SSP. Por la forestal pas en Chiapas dos aos en la sierra Lacandona. De ah me sac el Ejrcito. Desgraciadamente, el jefe de la zona militar era el general Hernndez Toledo y me acusaron de trfico de armas. Ah s que ni por la silla volv. Llegu a Zacatecas, donde llevo siete aos. Milit primero en el PMT y ahora en el PMS. Yo no me peleo por un puesto en el partido, pero contribuyo con todo lo que puedo. Si yo volvie-ra a vivir me gustara repetir mi vida hasta el da de hoy. Los mismos compaeros, las mismas broncas. La misma gente. Debe uno reconocer, sin embargo, que hay que echarle ms ganas a la militancia. Amo la vida profundamente. A este pueblo guadalupano, pulquero y tequilero...

    (Tomado del libro Pensar el 68, Ed. Cal y Arena)

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    Julieta

    Marco Antonio Camposa Brbara Bertoni, a un paso de Verona

    Palomas del Adigio, maanas venideras! Visitar en Verona el palacio y la tumba de Julieta repre senta un momento para leer una historia del corazn y para soar en el corazn de la poesa y la historia. Quien haya fre cuentado la ciudad sabe que la imagen ms divulgada es la de la muchacha en el balcn del palacio. La escena del balcn inmortaliza el ltimo y desesperado instante de los jvenes esposos que se aman en esa primera noche y a quienes el adis es imposible y desgarrador. No saben que esa noche es la ltima. El genio de Shakespeare ha hecho que decenas de miles de personas, devotos o curiosos, visiten el Elsinore hamletiano y la Verana de los Capuleto y Montesco. Shakespeare jams estuvo en esas ciudades que vivieron en la gran poesa gracias a l y que gracias a l las vemos con un halo de magia. Desde la entrada al patio del palacio de los Capuleto, al ver el balcn, me pareci tambin or al joven Romeo en la hora de la hora de su despedida. El alba era su adversaria. Recorr los cuartos. Mi curiosidad se troc en asombro: no hay casi muro o ventana del palacio donde no estn grabados o escritos con tinta miles y miles de nombres

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    de parejas de Julieta enamorados de las cuatro orientaciones del globo. El palacio como un mapa ntegro de incisiones y grafittis. Sub. Mir desde una ventana del ltimo piso los techos de teja colorada de las casas, las torres medievales y las colinas color verde aceituna. Julieta, me dije, poda soar sin dormir con esa vista de gloga virgiliana. Pero ms intensa y conmovedora result mi visita al claus tro y a la cripta del convento de San Francesco al Corso, donde los amantes se encontraron, contrajeron nupcias y murieron. Segn una leyenda, Julieta yaci all, hasta una invasin de brbaros que saquearon convento y tumba. Pero fue cierto? A veces son ms verosmiles la leyenda y la poesa que la realidad prosaica. En la cripta tena la sensacin angustiosa de ver a Romeo en el desasosiego extremo, y a Julieta, un poco ms tarde, en el grito ahogado de la ltima desesperacin y la decisin anhe lante del ltimo sacrificio. Pero ms honda desazn me caus ver en el nicho del fondo posterior del sepulcro fotografas de parejas de enamorados y cartas y recados de mujeres, pro bablemente jvenes, dirigidos a Julieta. Cada carta o recado hablaba de un gran amor y pedan a Julieta sostn y ddiva espirituales. Una (recuerdo) deca que su amor era tan grande como el de la muchacha de Verona pero guardaba esperanzas de que durase ms tiempo. Sal. En el claustro del convento hay un pozo y una fuente. No se requiere ejercer la ars adivinatoria para saber con qu intencin se arrojaron las mltiples monedas al fondo del pozo. A unos pasos, un obrero que restauraba una pared del convento empez a cantar una cancin de amor.

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    Un instante ms tarde, para acompaarlo, las campanas de todas las iglesias de Verona empezaron a taer. Maanas del Adigio, palomas venideras!

    (Tomado del libro Nosotros los de entonces, Ed.Colibr)

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    La ira de octubre

    Carmen Aristegui

    Las revelaciones hechas, el domingo pasado, por el equipo de Univisin Investiga y el programa Aqu y ahora, de Jorge Ramos, sobre las consecuencias trgicas del operativo Rpi-do y Furioso en Mxico, son indignantes y estremecedoras. Si al pas le queda alguna hebra de sensibilidad, despus de haber sido sometido, masivamente, a la ms grande exposi-cin de violencia e impunidad de la que tengamos memoria, tendra que exigir una explicacin oficial de lo sucedido y una postura firme que corresponda, en lo mnimo, a la di-mensin del agravio. Lo que, hasta ahora, se ha visto es un gobierno que musita sobre el tema, que da muestras de querer pasarse de largo en el asunto. O por timoratos, o por no querer enfren-tar al aliado del norte o porque supieron de lo que ocurra. La presencia de un representante de PGR ante la Agencia de Tabaco, Alcohol y Armas de Fuego (ATF), de nombre Carlos Luque, hace suponer que s, que s saban de lo que ocurra. El funcionario debera rendir cuentas, por lo menos ante el Con-greso, para explicar qu tareas desempeaba y de qu infor-macin dispona. De Rpido y Furioso conocimos porque en Estados Unidos hubo quien, en un arranque de conciencia, dio a cono-

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    cer las primeras pistas de un asunto monstruoso. Cuando el agente de la patrulla fronteriza Brian Terry fue acribillado con armas que procedan de esta operacin a finales de 2010, se deton un asunto que deriv en investigaciones periodsticas y del Congreso. Se ha obligado al gobierno de Obama y a su procurador a dar explicaciones. No convincentes pero, las han tenido que dar. Ahora sabemos que en Mxico y en otros pases con un programa similar fueron tambin brutalmente asesina-das personas y casi nios como los 16 que murieron en Villas de Salvrcar. La matanza de jvenes en Ciudad Jurez ocu-rri un ao antes que la muerte del agente Terry. Apenas hoy sabemos que, por lo menos, tres armas toleradas sirvieron para matar a estos jvenes en Chihuahua a quienes, en una declaracin insensata y malinformada Caldern calific de pandilleros. Con armas de ese operativo fue ejecutado tam-bin el hermano de Patricia Gonzlez, la hoy ex procuradora de Justicia del mismo estado. En otro caso relacionado, abogados de la familia del agente de Inmigracin y Aduanas ICE Jaime Zapata, quien fue asesinado en una carretera mexicana, afirman que las armas usadas en el crimen pasaron a posesin de una banda que estaba bajo vigilancia de la ATF como parte de otra operacin encubierta. La ATF lanz su fallida estrategia en el ao 2009, des-de su sede en Arizona. El nmero de asesinatos con armas bajo la supervisin fallida se encuentra an indeterminado. Con el cruce de datos de los reportes oficiales; el re-gistro de las armas de Rpido y Furioso y las encontradas en escenas del crimen en Mxico, se logr descubrir que, de las cerca de 2 mil armas que cruzaron la frontera de forma con-

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    sentida, varias de ellas fueron utilizadas en dos masacres por lo menos. Se han identificado 57 armas que salieron del con-trol de los agentes y fueron utilizadas en decenas de crmenes en varios estados de la Repblica Mexicana. Los hallazgos obtenidos con el cruce de datos, entre-vistas a fuentes confidenciales y decenas de testigos en la in-vestigacin de Gerardo Reyes han dado nueva luz al asunto y han reactivado el nervio poltico en ambos lados de la frontera y tambin en otros pases. Univisin entrevist a un ex infor-mante de la ATF, quien asegura que en la Operacin Nufrago lanzada por esa agencia en la Florida, los funcionarios dejaron que salieran armas que terminaron en poder de los crteles de la droga en Honduras, Colombia y Puerto Rico. Durante el desarrollo de la investigacin, los colegas del equipo comandado por el periodista colombiano Gerardo Reyes dieron con lo que llamaron un punto siniestro, el que ha desatado esta ira de octubre: que el programa de rastreo lleg a un punto en el que su xito dependa, en parte, de que las armas que salan de Estados Unidos fueran usadas para matar en Mxico. De esa manera los agentes se enteraban a manos de quin haban llegado. Es decir, que haba que es-perar a que sucedieran los crmenes en Mxico para poder, entonces, registrar con los datos de la escena si haban llegado o no esas armas a tal o cual lugar con tal o cual crtel del crimen organizado en Mxico. Que de entre los cuerpos regados en Mxico se encon-trarn las pistas de sus armas perdidas. Ira, y no otra cosa, es lo que produce la revelacin.

    (Publicado en Reforma, 5 de octubre de 2012)

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    El Horla y sus correspondientes otredades

    Claudia Guilln

    Cuando se hace referencia al sujeto extico en la literatura, se alude a una figura de la otredad que frecuentemente al-canza un matiz extrao, desconocido; en ocasiones se refiere a un personaje peligroso, aunque, en otras, el personaje pue-de dar pie a una atraccin misteriosa. La literatura extica se inserta en la tradicin romntica y apela al mundo de la fic-cin y al espritu de aventura. El escritor francs Vctor Sega-len (1878-1919) es quien hizo un primer planteamiento del exotismo; en su libro Essai sur lexotisme nos ofrece un pa-norama que incluye tanto la visin poltica como la crtica de esta idea. En el caso del cuento El Horla, del escritor del si-glo XIX Guy de Maupassant (1850-1893), podemos observar no slo elementos exticos sino tambin el Umheimlich, que es la palabra utilizada por Sigmund Freud (1856-1939) para remitirnos a lo siniestro en la literatura fantstica. En este relato, Maupassant se vale de un diario nti-mo para narrarnos las alucinaciones del protagonista, quien siente la presencia de un ente a quien l mismo llama El Horla. Este ser siniestro aparece a partir de que el protago-nista saluda, a lo lejos, a un barco procedente de Brasil, y se

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    entiende que a travs de este acto espontneo el personaje principal invita a ese otro que por mar lleg de lejos del mundo desconocido y primitivo, desde un punto de vista colonialista para apoderarse de la mente y de las accio-nes cotidianas del personaje. De este modo se plantea el pri-mer elemento de exotizacin: el ser primitivo y maligno slo puede venir de tierras ajenas a Occidente, para apropiarse de un hombre con caractersticas civilizadas. Durante el relato el protagonista mantiene una lucha constante con sus estados de nimo y la angustia, da a da, se hace ms patente cuando comienza a sentirse en poder de ese otro que se integra a su vida de forma soterrada. Sus sntomas se materializan a travs de pesadillas donde El Horla intenta estrangularlo o beber su sangre. Muchas cosas suceden para que, finalmente, el protagonista se sepa po-sedo por esta criatura, que parece tener poder sobre cada uno de sus actos. Recordemos que otro de los elementos de la exotizacin es justamente lograr el apoderamiento de el otro, pues la figura extica surge desde un punto de vis-ta colonialista, es decir, quien coloniza toma la cultura y las costumbres del colonizado para cambiarlas y as, entre otras cosas, ejercer el control de poder sobre l. As, esta narracin nos remite a diversos puntos que se insertan en las estructuras del sujeto extico en la litera-tura, tomando en cuenta que stas se refieren a la figura de la otredad, que a menudo adquiere un matiz extrao, des-conocido en ocasiones podra tratarse de un personaje peligroso, y otras es motivo de una atraccin misteriosa, como se da cuando Maupassant entrecruza estos senti-mientos a lo largo de la trama. Si, como deca lneas arri-ba, el Unheimlich integra la idea de sensaciones cercanas a

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    lo espantable, angustiante o espeluznante, en el cuento de Maupassant esto se tratara de todo lo que representa El Horla, pues el ente se apropia del protagonista hasta cam-biar su percepcin de la realidad y lo arrastra a diversos es-tadios emocionales alterados cuando experimenta la lucha entre lo oculto y lo visible, pero tambin entre lo familiar y lo desconocido. Si bien el exotismo es el encuentro con el otro, tambin se refiere a enfrentarse con la idea de primitivismo. Est vinculando con un miedo a lo primigenio, con el pnico a la diferencia, que es el encuentro de lo extico (implicando en lo extico un descubrimiento y una posesin). Se trata de una conquista en este caso, la de la mente del protagonis-ta, y de una agresin pues el ser siniestro procedente del lejano Brasil cambia la conducta del protagonista hasta volverlo loco. Y qu idea podra representar lo primitivo y extico, ms que la de un ser que estrangula y bebe sangre humana, como lo suea en un principio el protagonista de El Horla? El cambio tan radical sufrido por el protagonista plantea esa lucha del que posee con quien es posedo, con lo que se construye un relato donde la pesadilla interior, uni-da a la experiencia exterior, logra un espectro espeluznante. Asimismo, en el cuento se aumenta el significado de lo ex-tico agregando los elementos gticos: estructuras onricas, alucinatorias y de angustia. La prdida del ser, en el pensamiento de lo extico, se da en los cuentos fantsticos, porque son el sustento que alimenta la sicologa de la alteridad, como lo hace Maupassant con El Horla, pues en sus pginas se identifica de qu ma-nera, en esa alteridad, el protagonista tambin mantiene su propia identidad.

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    El ltimo adis

    Cristina Pacheco

    I

    No poda aceptar que te hubieras ido. Pasaste por encima de todos los aos en que vivimos juntos, abriste la puerta y despus de unos segundos no qued siquiera el eco de tus pasos. Te imaginas lo que sent frente a ese silencio? Aunque quiera, no puedo describrtelo y no me esforzar por hacerlo: sera demasiado doloroso. Las personas que se van no piensan en que dejan las huellas de su ausencia. En la casa las encontraba por to-das partes y sin embargo me resista a verlas. Me volv una perfecta mentirosa para mi propio consumo: colocaba en la mesa dos cubiertos, pona en el jarroncito azul las flores que te gustan por cierto, nunca me atrev a preguntarte quin te ense a apreciarlasy luego me dio por hacer algo aun ms absurdo: segu llevando tu ropa a la tintorera. Acab por sentir una especie de agradecimiento hacia tu cha marra de pana gris y tu abrigo negro porque fueron las prendas que conservaron tu olor durante ms tiempo (tus

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    camisas no tuvieron memoria). Te lo digo y me dan escalo-fros porque me recuerdan lo sola que estaba; no, ms bien lo mutilada que me senta. No necesito aclararte que nuestros amigos no me ayudaron a sostener mi fantasa. Con la mejor intencin del mundo, en cuanto me los encontraba lo primero que hacan era preguntarme: Has sabido algo de Mauricio? Despus se ahorraron las palabras pero siguieron interrogndome con los ojos. Miraditas, ya sabes... Esta vez no voy a preguntarte si te aburre lo que te estoy contan do, pero puedes bostezar como lo hacas di-simuladamente cuando te hablaba de mis problemas de trabajo o de mis sueos. Hasta los que me parecan escalo-friantes te provocaban somnolencia. Finga no darme cuenta. Hice mal? No te preocupes, tengo la respuesta: s. En eso y en muchas otras cosas me equivoqu. Ahora que no tiene nin-gn sentido mencionarlas puedo hablar de ellas porque, aun cuando te tenga a medio metro de distancia, ya no ests. No debo ser tan injusta conmigo misma. En medio de todas mis debilidades me reconozco un mrito: nunca te busqu. No anduve merodeando por tu oficina ni por los rumbos que frecuentas. Lo que s hice fue estar lista para reconocerte en medio de las multitudes. No exagero: las hay a cualquier hora en todas partes. Tambin te esperaba en el telfono, a la salida de mi trabajo, en el estacionamiento, en la casa. Nunca pude ima-ginar qu nos diramos pero estaba segura de que a partir de ese reencuentro bamos a seguir caminando juntos. No me culpes por hablar como personaje de telenovela. Contraje la

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    infeccin durante las infinitas noches que pas frente a la tele viendo mundos de fieras.

    II

    Hay personas que se resisten a aceptar la muerte de sus se-res que ridos y se refugian en la idea de que estn lejos, de viaje o al otro extremo de la ciudad, y que un da regresarn. Us la tctica a la inversa: cuando comprend que no ibas a volver opt por enterrarte: Mauricio est muerto. La muerte es irreversible y nunca devuelve a sus presas. Me convert en tu viuda y lo hice bastante bien. Empec por empacar tu ropa y llevarla a un asilo. Guard tus retratos, excepto el que nos tomaron en una trajinera. Mralo, all est. No pare cemos una pareja de recin casa-dos? Despus vino lo ms difcil:, decidir entre permanecer en esta casa o buscar otra sin huellas en las paredes, sin que-maduras en la mesa de la cocina, sin la marca que le hiciste a la duela del comedor. Como ves, opt por quedarme aqu. Supongo que a pesar de haberme convertido voluntariamente en viuda, abri-gaba la estpida esperanza de que volvieras. Despus recono-c mis verdaderos mo tivos: este departamento es muy cmo-do y no encontrar otro con techos tan altos. Te cuento algo morboso? Los primeros das de tu ausencia miraba hacia lo alto pensando en colgarme de una viga. Me alegra no haberme suicidado, me habra perdido de muchas cosas; entre otras, asistir a tu verdadero entierro. Es hoy. No, me corrijo: est siendo hoy. No puedes resucitar de la muerte que te invent; no puedes haberte ido siete aos y luego volver como si nada para que rehagamos nuestra vida.

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    Lo que estamos reconstruyendo aqu es tu muerte. Cumpl por adelantado con las ceremonias que rodean la viu-dez, padec, me deshice de tus cosas, borr tus huellas y con-serv tu retrato como si fuera una reliquia. En la foto sigues igual que aquel domingo en el que yo ni siquiera imaginaba la posibilidad de nuestra separacin. No dices nada? Perdn: no te he dejado hablar, pero aunque te lo permitiera sera intil porque t ests muerto. No me cuesta ningn trabajo aceptarlo pero si me doliera podra decir: Mauricio est haciendo un viaje largo. Un da regresar. Me miras como si no me reconocieras. Lo entiendo. No estabas preparado para esto. Cmo imaginaste que iba a recibirte? Lloran do, pidindote perdn como si fuese yo quien se alej? O imaginaste una de aquellas pavorosas es-cenas que tanto te preocupaban, no porque me vieras sufrir, sino porque los vecinos podan escuchar mis reclamaciones que te mostraban ante ellos tal como eres, o mejor dicho, como eras conmigo. No dudo de que con otras mujeres hayas sido dis-tinto, ms cordial, menos impaciente. No te sientas extrao por eso. Todos tenemos muchas caras. Las vamos cambian-do segn el interlocu tor que tengamos enfrente... o abajo. Me avergenza recordar que llegu a ponerme de rodillas frente a ti para suplicarte supli carte! que no te fueras. No sirvi de nada. Deb comprenderlo desde el momento en que me decas: Con esos teatritos lo nico que vas a lograr es que me harte. Y sucedi: te hartaste y te fuiste sin llevarte siquiera el cepillo de dientes. Te lo agradezco en nom bre de los ancianos que resultaron los primeros beneficiados por tu abandono.

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    III

    Me gustara llevarte al asilo donde estn. Uno de ellos se pa-rece mucho a ti: tiene los mismos huesos de la frente, la mis-ma forma de ojos, el mismo valo de la cara. Si lo vieras ves-tido con tu blazer azul podras imaginarte cmo sers cuan-do tengas ochenta aos. Para ese viejo el encuentro contigo podra ser una experiencia fantstica, un viaje de regreso a sus aos de madurez. Nada de esto puede ocurrir porque t ests muerto, al menos para m. Un da ir a visitar al anciano. Casi estoy segura de que se lla ma Jernimo. Le hablar del parecido entre ustedes y le dir que fui a visitarlo porque quise hacerme las ilusio-nes de que te estaba viendo como si hubieras alcanzado a cumplir ochenta aos. El hombre se intrigar y como lo que le sobra es tiem-po, preguntar de qu moriste. No quiero asustar a ese pobre viejo describindole una agona prolongada, as que colmar su curiosidad ha-blndole de tu muerte repentina. Es posible que l te envidie sobre todo cuando le diga que expiraste en la sala de tu casa, en el silln en donde ahora ests sentado mirndome con la misma extraeza con que yo te vi alejarte. Ahora, si no te importa, me gustara que me dejaras sola. Antes me hubiera parecido insoportable, ya no. La so-ledad me gusta. Hago muchas cosas: trabajo, oigo msica, leo, ordeno la casa, salgo a pasear y te recuerdo sin rencor, sin sufrimiento, sin reprocharte nada. Cmo podra hacerlo si ests muerto?

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    El desafueroLa gran ignominia (Introduccin)

    Hctor Daz Polanco

    Durante el ao 2005, el proceso dirigido a quitar el fuero al Jefe de Gobierno de la capital mexicana, a solicitud del Minis terio Pblico Federal, para enjuiciarlo por la supuesta violacin de la Ley de Amparo en el caso del predio El Encino, absorbi buena parte de la atencin pblica. La razn resultaba sencilla: el mandatario del Distrito Federal era, por mucho, el puntero en las preferencias para la eleccin presidencial de 2006. De modo que si Andrs Manuel Lpez Obrador, quien haba esbozado un programa con tintes antineoliberales, era desaforado y procesado pe-nalmente, poda quedar excluido de la contienda. As, estara garantizado que el poder estatal permaneciese en manos del tndem neoliberal conformado por el partido de la derecha histrica, entonces en el gobierno, y la vieja fuerza priista. El clculo era que de esa manera la izquierda parti daria sera marginada como opcin poltica, no en las urnas sino me-diante un artilugio legaloide. Un sector creciente de la poblacin sospechaba que eso era lo que buscaba el gobierno de Vicente

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    Fox, bajo el ropaje de un proceso judicial. Si ste lograba su propsito, las consecuencias podran ser graves. Segn diversos sondeos, la mayora de los mexicanos pensaba entonces que Lpez Obrador era un buen gober-nante, deca la verdad sobre el caso El Encino y era vctima de una ma niobra poltica para excluirlo de la contienda electoral de 2006. Segn las encuestas nacionales, en la zona central del pas (Distrito Federal y Estado de Mxico) aventajaba con ms del 80 por ciento de aprobacin pblica. Asimismo, de acuerdo con un sondeo realizado a principios de septiembre de 2005 por la empresa Mitofsky, cerca del 60 por ciento de la poblacin rechazaba el proceso de desafuero contra el mandatario capitalino. El estudio revelaba que el 78 por ciento de los consultados que se identificaban con el PRD re-chazaban el intento de desafuero; pero ms del 40 por ciento de los que se declaraban del PAN y del PRI (43 y 45 por cien-to, respectivamente) tambin estaban en contra. Sin embargo, una parte minoritaria de la poblacin, aunque estaba en desacuerdo con el desafuero solicitado por la Procuradura General de la Repblica (PGR), tam-bin pensa ba que Lpez Obrador s haba violado la ley al desobedecer el mandato judicial durante un juicio de am-paro, o al menos tena dudas al respecto. Cmo se expli-caba esto? En buena medida, era el fruto de un sistemtico bombardeo propagan dstico. Durante los aos inmedia-tamente anteriores, de ma nera persistente, funcionarios del gobierno federal (incluyen do al presidente), diversos formadores de opinin afines a ste, y hasta miembros del poder judicial, haban repetido en diversas formas que

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    el jefe de gobierno del DF no acataba la ley y quera poner-se por encima de ella, cada vez que ste en frentaba lo que en su criterio constituan actos de corrupcin en perjuicio de los intereses ciudadanos.

    (Publicado en El Desafuero la gran ignominia, Ed. Para Leer en Libertad y Rosa Luxemburgo)

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    Eduardo Langagne

    Sueos

    Cuando despierto al filo de la nochey me corto los sueos con un vidrio punzante,que es opaco y es cruel y me cuestiona.Cuando no puedo dormiry esta altanera oscuridad me incita, me provoca y me altera y me rasga la piel y me desangra con un lento gotear que inunda la maana. Cuando sucede, no entiendo bien quin soy: si el que estaba dormido era yo mismo o alguien que acaso se parece a m y a mi cuerpo se une con astucia. A ambos los observo desde lejos como un guardin insomne que no sabe qu cosa est cuidando o si debe guardar slo a la noche. Y tengo sueo, tan slo tengo sueo: tengo sueos. Hay un sueo de dormir y hay otro de estar despierto.

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    Atencin Entre la multitud puedes reconocerme, amor: yo soy el que va cantando.

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    Razones para someter a juicio a Caldern(Primera parte)

    Epigmenio Ibarra

    Por dcadas quienes, desde la silla presidencial, han saquea-do al pas, burlado las reglas ms elementales de la demo-cracia, reprimido y asesinado a sus opositores se han ido impunes a casa. Impunes y gozando adems de una pensin vitalicia que, con nuestros impuestos, pagamos todos. Impunes y ro-deados por aparatos de seguridad que les permiten, a ellos y a sus familiares, seguir sacando provecho de su situacin de privilegio. El ritual del linchamiento sexenal no pasa de la persecucin meditica limitada slo para terminar de acotar los restos de su poder y el encarcelamiento, slo en algunos casos, de funcionarios menores que sirven como chivos expiatorios y como coartada de incorruptibilidad para quien apenas comienza a gobernar. Lo cierto, sin embargo, es que, ms all de estos arre-batos puramente retricos, el mandatario entrante garantiza

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    al saliente un manto de impunidad. Da a su antecesor lo que l, a su vez, espera recibir de quien lo sustituya; patente de corso para hacer lo que le venga en gana mientras est sen-tado en la silla. Slo Luis Echeverra, acusado de genocidio por la re-presin al movimiento estudiantil del 68 muchos aos des-pus de haber abandonado el cargo, enfrent una contin-gencia poltico-judicial que ni siquiera lo acerc a las puertas de la crcel. En su enorme mansin en San Jernimo este oscuro personaje, que ya no tena ni poder ni influencia para hacer valer este pacto de impunidad, se acerca a la muerte despus de haber burlado el nico esfuerzo en la historia por sentar a un ex mandatario en el banquillo de los acusados. En Amrica Latina militares y civiles que han traicio-nado a la democracia, robado y reprimido desde el poder han enfrentado juicios y han sido condenados a duras penas de crcel. Incluso en pases como Chile y Argentina, donde la transicin pacfica de una dictadura a la democracia exi-gi el perdn y olvido y la elaboracin de leyes como la de obediencia debida, una vez vencidas las resistencias de la institucin armada, reducido su protagonismo en la vida del pas y fortalecida la democracia, se ha procedido, luego de revertir esas medidas, contra generales y almirantes. En muchos otros pases los ex mandatarios civiles, incluso los que obtuvieron altsimas votaciones, no han es-capado, como los ex presidentes mexicanos, a la accin de la justicia y eso ha hecho que esas democracias estn hoy en mucho mejores condiciones que la nuestra o, ms bien, de lo que queda de la nuestra.

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    Somos, en ese sentido, la vergenza del continente. Los poderosos nos doblegan y mansamente los dejamos ha-cer y deshacer a su antojo. Si esto no termina, si permitimos que la impunidad transexenal siga producindose, ningn futuro tiene la democracia mexicana. Heredaremos a nues-tros hijos el abuso, la humillacin que, por dcadas, hemos tolerado. Intil creer que Enrique Pea Nieto, heredero y con-tinuador de la tradicin priista de impunidad, tenga la dis-posicin, el coraje para actuar de otra manera. Cmo pode-mos esperar que Pea Nieto someta a la accin de la justicia a Felipe Caldern si ha solapado los latrocinios de su antece-sor y padrino en la gubernatura del Estado de Mxico, Arturo Montiel? Nos toca a nosotros, las ciudadanas y los ciudada-nos conscientes, actuar para llevar ante la justicia al hombre por cuya causa se ha derramado ms sangre en la historia reciente de Mxico. Nadie entre los tiranuelos que nos han gobernado iguala en ese sentido a Felipe Caldern Hinojosa. Nadie, en tanto comandante en jefe de las fuerzas armadas, es responsable de la muerte de tantas y tantos mexicanos. No es el resentimiento, ni el odio, ni el afn de ven-ganza lo que nos mueve a los que promovemos al que, en las redes sociales, se conoce como #JuicioaCalderon. No son las diferencias ideolgicas y polticas las que nos han hecho fir-mar la demanda en su contra en la Corte Penal Internacional de La Haya. Consideramos que hay razones suficientes para lle-var a Caldern a juicio y tenemos la conviccin de que no

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    hacerlo sera tanto como renunciar a nuestro derecho a vivir en paz con justicia y democracia. No podemos ni debemos tolerar que un individuo, actuando contra la razn y por la fuerza, imponga una gue-rra que, adems de no tener perspectiva alguna de victoria, habr de prolongarse por muchos aos. Ningn comandante militar puede permitirse el c-mulo de despropsitos de Felipe Caldern sin enfrentar una corte marcial. Nadie puede demoler de esa manera las institu-ciones sin enfrentar las consecuencias jurdicas de sus actos. Muchas voces, desde organismos internacionales, la sociedad mexicana y la academia se alzaron previniendo a Caldern sobre los efectos desastrosos de su estrategia de guerra. A nadie escuch. Empecinado en cumplir con un proyecto de miedo y muerte, desat el infierno. No fue una ocurrencia la suya. Ni siquiera la nece-sidad de obtener la legitimidad de la que de origen careca. Sirvi de manera consciente a los intereses de una potencia extranjera. Para garantizar la paz en Estados Unidos, trajo la guerra a nuestro pas. Su opcin por la fuerza bruta no hizo sino fortalecer a los crteles de la droga y forzarlos a incre-mentar su poder de fuego y su barbarie.

    (Publicado en Diaro MILENIO, 11 de enero de 2013)

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    En torno al fuego(Fragmento)

    Laura Esquivel

    Los primeros aos de mi vida los pas junto al fuego de la cocina de mi madre y de mi abuela, viendo cmo estas sa-bias mujeres, al entrar en el recinto sagrado de la cocina, se convertan en sacerdotisas, en grandes alquimistas que ju-gaban con el agua, el aire, el fuego, la tie rra, los cuatro ele-mentos que conforman la razn de ser del universo. Lo ms sorprenden te es que lo hacan de la manera ms humilde, como si no estuvieran haciendo nada, como si no estuvie-ran transformando el mundo a travs del poder purificador del fuego, como si no supieran que los alimentos que ellas preparaban y que nosotros comamos permanecan dentro de nuestros cuerpos por muchas horas, alterando qumica-mente nuestro organismo, nutrindonos el alma, el espritu, dndonos identidad, len gua, patria. Fue ah, frente al fuego, donde recib de mi madre las primeras lecciones de lo que era la vida. Fue ah donde Saturnina, una sirvienta recin llegada del campo, a quien cariosamen te llambamos Sato, me impidi un da pisar un

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    grano de maz tirado en el piso porque en l estaba conte-nido el Dios del Maz y no se le poda faltar al respeto de esa manera. Fue ah, en el lugar ms comn para recibir visitas, don de yo me enter de lo que pasaba en el mundo. Fue ah donde mi madre sostena largas plti cas con mi abuela, con mis tas y de vez en cuan do con algn pariente ya muerto. Fue ah, pues, donde atrapada por el poder hipntico de la lla ma, escuch todo tipo de historias, pero sobre todo, histo-rias de mujeres. Ms tarde, tuve que salir, me alej por completo de la cocina. Tena que estudiar, prepararme para mi actuacin fu-tura en la Sociedad. La escuela estaba llena de conoci mientos y sorpresas. Para empezar, me enter que dos ms dos son cuatro, que ni los muer tos ni las piedras ni las plantas ha-blan, que no existen los fantasmas, que el Dios del Maz y todos los dems dioses pertenecen al pen samiento mgico, primitivo del ser humano que no tiene cabida en el mun-do racional, cien tfico, moderno. Uf, cuntas cosas aprend! En esa poca, me senta tan superior a las pobres mujeres que pasaban su vida encerra das en la cocina. Senta mucha lstima de que nadie se hubiera encargado de hacerles sa-ber, entre otras cosas, que el Dios del Maz no exista. Crea que en los libros y en las univer sidades estaba contenida la verdad del uni verso. Con mi ttulo en una mano y el ger-men de la revolucin en la otra, el mundo se abra para m. El mundo pblico, por supuesto, un mundo completamente alejado del hogar. Muchas de nosotras participamos durante los aos sesenta en la consolidacin de la lucha que otras mujeres ya haban iniciado a prin cipios de siglo. Sentamos que los urgentes cambios sociales que se necesitaban en ese

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    momento se iban a dar fuera de la casa. Todas tenamos que incorporarnos, salir, luchar. No haba tiempo que per-der, mucho menos en la cocina. Lugar por dems devaluado, junto con las actividades hogareas que se vean como actos cotidianos sin mayor trascendencia, que nicamente obsta-culizaban la bsqueda del conocimiento, el reconocimiento pblico, la rea lizacin personal. Las mujeres, pues, no pen-samos dos veces el abandonar nuestro mundo ntimo y pri-vado para participar activamen te en el mundo pblico, con la sana intencin de lograr importantes cambios sociales que culminaran con la aparicin del Nuevo Hombre. Y junto a los hombres tomamos las calles y a veces repartamos flores y a veces consignas. Y por todos lados se escuchaban nues-tros cantos de protesta, y nos pusimos pantalones y arroja-mos los sostenes por la ventana.

    (Tomado del libro ntimas suculencias, Ed. Plaza y Jans)

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    Rafael Barajas El Fisgn

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    De seguro

    Fritz Glockner

    Seguro de vida? A quin carajos se le habr ocurrido lla-marle as? Sin duda alguna ms bien se trata de un seguro de muerte, lo adquieres porque sabes que tarde o temprano te vas a morir y deseas dejar un dinero a alguien especial, para el beneficiario puede que llegue a ser un respiro econmico, porque al comprarlo no garantizas tu vida, tu existencia; al contrario, lo adquieres con la conciencia de que a la vuelta de la esquina estar la muerte por ti. Lo obtuve sabiendo que pronto se tendra que usar. Afortunadamente los agentes o vendedores de seguros nunca se cercioran de tu actividad, chistoso hubiera sido que al llenar la solicitud escribiera en la lnea de ocupacin: narcomenudista; habr seguros para los narcos? A cunto ascendern las primas de los trabajos peligrosos? Un polica, un ratero, un guerrillero, un bombero tendrn un seguro? Afortunadamente en mi caso la cara de pendejo y la apariencia de ser menor de edad permiti que creyeran lo que dej escrito como oficio: estudiante, alguien podra llegar a dudarlo? Eso nadie lo podra negar, ya que estoy ins-

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    crito en la universidad, la matrcula est al corriente, las cole-giaturas pagadas. Que solamente vaya a la universidad para hacer negocios es otra cosa, pero de que mi aspecto es el de un estudiante no hay duda, incluso varios de mis conocidos podran testimoniar a favor de aquella versin. Transar a los narcos es cosa de grandes, de muchos huevos, de decisin, es una apuesta y yo decid jugarla, total, poco tena por perder, de antemano saba que la vida era lo ms que podra dejar en el camino y para eso me saqu el seguro de vida, o el seguro de muerte. Las Vegas fue un destino correcto, quin no ha so-ado con ser personaje en aquel luminoso lugar? Los yan-quis no tienen nada, pero qu tal lo inventan todo, con su dinero logran importar todos los sueos y para eso la ciudad de Las Vegas es el mejor de los ejemplos. Desde que llegu al aeropuerto pude descubrir las luces, la sorpresa fue exci-tante, todos los colores ah convocados: prpura, rojo, azul, amarillo, caf, dorado, celeste, anaranjado, morado, todos se te meten por los ojos. Conforme alquilas una limusina para que te traslade del aeropuerto a tu hotel te quedas absorto del juego de luces, de colores, cmo fue que en medio de un desierto se levantara esta ciudad? Segn dicen que un tal Bugsy fue el que tuvo la ini-ciativa de fundar Las Vegas como el gran centro para el jue-go, una vez que decidiera separarse de la mafia italiana que controlaba la venta prohibida de alcohol en Nueva York. Ahora que segn mis clculos, no fue sino hasta la cada de Batista en Cuba, all por el ao de 1959, cuando Las Vegas no levantaron el vuelo, su fama y la emocin, ya que a quin se le podra haber ocurrido venir a un desierto para

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    apostar? Sobre todo que en Cuba los gringos adems de ca-sinos contaban con hermosas playas, mujeres exuberantes y grandes espectculos, pero claro, cuando Castro los mand al carajo recuperaron la idea de Bugsy, quien ya no fue testi-go del xito de su iniciativa. Para impulsar la ciudad trajeron a Elvis con toda su leyenda a cuestas, repitiendo en sus bailables el jolgorio de lo que exista en La Habana con su legendario espectculo del Tropicana. Imagino que parte de aquel mito me influy para venir hasta aqu como un acto para exorcizar viejos fantas-mas, ya que todava recuerdo con emocin cuando la no-via de la preparatoria me confes que haba aceptado andar conmigo porque todas sus amigas le insistan en mi parecido con Elvis, gusto que dur pocas semanas, pero aqul s que fue un amor de verdad. Pronto la limusina tom el boulevard Las Vegas, el trfico no me molest por primera ocasin en la vida, al con-trario, me dio gusto que tuviramos que conducirnos a baja velocidad, y que en ocasiones permaneciramos hasta por diez minutos detenidos, para poder disfrutar con la mira-da esa loquera del juego de la luz, del color, del brillo. Pas lista a los hoteles que ya haba logrado visualizar en varias pelculas que se desarrollan en la ciudad del juego, los es-pectculos, la ilusin, las bodas, el destrampe, las prostitutas y la frustracin; ya que antes de abordar el avin y venir me encerr por tres das y alquil todas las cintas: Adis a las Vegas, Bugsy, Querida, agrand a los nios, Juegos de placer, Una propuesta indecorosa, Ocean Eleven, otra donde actu la buenota de Salma Hayek, La gran estafa, Tres mil millas al infierno, hasta aquella serie de dibujos animados cuando los

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    Simpson van a la ciudad del pecado consegu para que nadie me dijera que no saba a dnde iba. Entiendo que es muy chafa pretender ser personaje de pelcula; aun as asum sin duda alguna la influencia para optar como ltima morada las Vegas, por ello saba que para llegar a mi hotel tendra que circular largamente por el boulevard principal, que por cierto eleg el ms caro, total, si de despedirse del mundo se trataba por qu no habra de darme todo el lujo posible? Por ello pude ver desde el principio el hotel Luxor con su imagen egipcia, el Excalibur simulando los tiempos del rey Arturo, el MGM con su ficcin de pelcula, el New York, New York para recordar a Sinatra y pasar a un lado de la Estatua de la Libertad que ni gringa es, el Montecarlo y el Paris para sen-tir el aire europeo, el Bellagio con sus fuentes danzantes, el Caesars Palace con esa majestuosidad romana, el Flamingo donde comenz toda la historia de esta ciudad y el Mirage con su verde tropical, hasta que al fin el chofer de la limusina respir descansado con nuestra llegada al hotel Venetian, sin haberse dignado a dirigirme cualquier palabra amable, cosa que a final de cuentas me agrad ya que pude dejar mi aten-cin en el paseo. A quin carajo se le habr ocurrido bautizar la bue-na suerte del juego de una maquinita con el nombre de BAR? La entrada a todo casino de los hoteles de Las Vegas es una cuestin de locura, si por la calle la luz y los colores son des-bordantes, el ambiente en cada espacio de juego provoca una sensacin de contagio con la emocin, los ruidos de mone-das cayendo en las bandejas, el accionar de las palancas de las mquinas y su estruendo esperando que coincidan los cilindros para ganar algn premio, las expresiones de felici-

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    dad de algn ganador en la mesa de veintiuno, todo aquello me permiti asegurar que la opcin haba sido la correcta, aunque imitara a final de cuentas a Nicolas Cage con su des-pedida en Las Vegas, ahora me faltara una mujer guapa y mucho alcohol. El dejarse desbordar por una apuesta tan sencilla, como lo es introducir una moneda por la mquina y esperar ansioso que la probabilidad est de tu lado para ganar alguna cantidad, fue la mejor de las recetas para olvidar los moti-vos por los cuales habra elegido Las Vegas como opcin para poner nerviosos a los narcos. Los cuatro das que me la pas fueron buenos, los disfrut, dej atrs los viejos rencores, las frustraciones, sin duda constate que ah se juega el hambre del mundo, pero no me permit la opcin filosfica, ni mucho menos el remordimiento por andar despilfarrando un dinero que de todas maneras no me perteneca y que gracias a l mis das podran haber llegado al lmite. Varias ocasiones inmerso en el remolino humano pa-seando de un hotel a otro, de un casino a otro, me pregunt en cuntas de las fotografas de los turistas que baboseaban al igual que yo estara retratado y que le pudieran servir a los narcos para dar conmigo, aunque no por ello dej de saber que la vida puede ser una perra y al final de todos modos dan con-tigo, quien busca encuentra, y yo apost as las cartas. Los disparos en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de Mxico fueron exactos, medidos, ya me esperaban y yo los esperaba, sonaron como simples fuegos pirotcni-cos, los gritos de las personas a mi alrededor fueron el aviso de que aquellas detonaciones eran dirigidas hacia m, ni las sent, si acaso alguno que otro ardor en la piel, no ms de

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    cuando te pica un mosquito, ahora es el escndalo de la am-bulancia que me intenta transportar al hospital ms cercano por las contaminadas y congestionadas calles de la Ciudad de Mxico lo que me estorba, lo que me inquieta, me moles-ta, de no ser por eso, estara completamente satisfecho. Qu va a ser de mis objetos personales? Quin se dedicar a revisar todas mis cosas en casa? Encontrar mam mi diario? Lo leer? Qu pedir Laura para ella? Al-gn recuerdo mo? Qu opinar mi padre? Qu harn con mis pantalones de mezclilla favoritos? Usar alguien mis camisas? Qu harn con mis amuletos? Siento como que van a violar mi intimidad, despus de muerto sabrn todos mis secretos, para que se decepcionen de m, para que no se las digan a nadie, para que las guarden en lo ms profundo como lo hice yo; eso s, espero que mi madre d con la pliza del seguro de muerte que adquir hace un mes, ese dinero siempre ser un alivio para el dolor, por lo menos igual y alguien de la casa decide ir detrs de mis pasos en Las Vegas, para ambientar los ltimos das de mi vida, antes de que tu-viera que pagar a los narcos mi osada.

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    Juan Gelman

    Otras partes

    oste corazn? nos vamoscon la derrota a otra parte con este animal a otra parte los muertos a otra parte

    que no hagan ruido callados como estn nise oiga el silencio de sus huesossus huesos son animalitos de ojos azulesse sientan mansos a la mesa

    rozan dolores sin querer no dicen una sola palabra de sus balazos tienen una estrella de oro y una luna en la boca aparecen en la boca de los que amaron

    pasan noticias de sus sueosarrastran sus lgrimas con un pauelito detrs

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    como barriendo el padecer como no queriendo mojarlo para que el padecer estalle y arda y haga asiento donde sentarse a pensar otra vez

    nos vamos corazn a otra partehace mal que no pods sacar los pies de la tristezaaunque es tristeza que besa la mano que empu el fusil y triunfy tiene corazn y guarda en su corazn una mujer y un hombre pasando como tigres por el cielodel sur

    una mujer y un hombre como tigres enjaulados en la memoria del sur besando hijitos que nunca ms van a crecer compaeros que nunca ms van a crecer y ahora cosen la tierra al aire cosen

    tu corazn corazn sus animalesuna mujer y un hombrecaminando por el cielo del tigre

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    como tigre que cantavmonos con esta perra a otra parteno tenemos derecho a molestarnuestro solo derecho es empezar otra vezbajo la luz del sol sereno

    los lmites del cielo cambiaronahora estn llenos de cuerpos que se abrazany dan abrigo y consolacin y tristezacon una estrella de oro y una luna en la boca

    con un animal en la boca mirando el centellear de los compaeritos que sembraron corazn y levantan su corazn ardiente como un pueblo de besos

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    La culpa es de las mujeres inteligentes

    Guadalupe Loaeza

    Pocas cosas provocan ms culpa en las mujeres casadas que el saberse ms inteligentes que el marido. Por lo general, esta categora de culposas sufre en lo ms ntimo de su ser, pero no lo admite plenamente. Por las noches, arde de remordimientos y maldice su destino que permiti que tomara conciencia de esta injusta diferen-cia. Cmo es posible que ella se atreva a pensar que es su-perior a su hombre? Acaso no le ensearon desde pequea que las mujeres no piensan, y que deben someterse a lo que diga el marido? Ella es la seora de... y tiene que obedecer al seor, al amo, al padre de sus hijos, a quien de ningn modo se debe contradecir. Chitn, perrito ladrn, le dice su con-ciencia. Ay, pero esas seoras ya no existen!, dirn muchas de ustedes. Sin embargo, se equivocan: desgraciadamen-te todava hay muchsimas. Lo que sucede es que prefieren callar. Es difcil que una seora diga: Mi marido, ese seor que en las reuniones sociales parece un autntico winner, en

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    realidad es un soberano idiota. Hace mucho descubr que yo soy ms inteligente que l. Pero jams se lo he dicho, porque acabara odindome. Nunca de los nuncas me lo perdonara. Por eso, prefiero pasar por tonta, para que l tenga la posibi-lidad de brillar. Rosario Castellanos, poeta y escritora que tanto en-se con su vida a las mujeres dice: Si compito en fuerza corporal con un hombre normalmente dotado (siendo yo una mujer tambin normalmente dotada) es seguro que me superar en agudeza, en agilidad, en volumen, en minucio-sidad y, sobre todo, en el inters en la pasin consagrados a los objetos que servirn de material a la prueba. Si planeo un trabajo que para m es el colmo de la ambicin y lo someto a juicio de un hombre, ste lo calificar como una actividad sin importancia. Desde su punto de vista yo (y conmigo to-das las mujeres) soy inferior. Desde mi punto de vista, con-formado tradicionalmente a travs del suyo, tambin lo soy. Es un hecho incontrovertible que est all. Y puede ser que hasta est bien. De cualquier manera no es el tema a discutir. El tema a discutir es que mi inferioridad me cierra una puerta y otra y otra por las que ellos (los hombres) holgadamente atraviesan para desembocar en un mundo luminoso, sereno, altsimo, que yo ni siquiera sospecho y del cual lo nico que s es que es incomparablemente mejor que el que yo habito, tenebroso, con su atmsfera casi irrespirable por su densi-dad, con su suelo en que se avanza reptando, en contacto y al alcance de las ms groseras y repugnantes realidades. El mundo que para m est cerrado tiene un nombre: se llama cultura. Sus habitantes son todos ellos del sexo masculino.

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    La cita es larga, pero ejemplifica perfectamente el sentimiento de culpa que siente la mujer con respecto a la superioridad del hombre. Cmo es posible que una mujer tan excepcional como Rosario Castellanos insista en que es inferior? Qu es lo que la haca pensar as? La explicacin se remonta a la poca en que Rosario es pequea. A la muerte de su herma-no menor, Benjamn Castellanos, el consentido de los pa-dres, ocurrida por una apendicitis en Comitn, Rosario escu-cha mientras velan al nio: Por qu muri el varn y no la mujercita? Sumido en la desesperacin, Csar Castellanos, el padre, todava le dice a su mujer: ahora ya no tenemos por quin luchar. Seguramente hemos de haber escuchado expresio-nes en este sentido desde que ramos nias. Recuerdo que cuando mi madre se daba cuenta de que en el refrigerador nada ms quedaban un par de rebanadas de jamn, nos de-ca sin la menor vacilacin: Este jamn es para su hermano. Ustedes como mujeres no necesitan tantas protenas para estudiar, al fin se van a casar. Mi hermano, sin rubor, se las coma, sintiendo desde chiquito la autoridad que le daba ser el nico varn entre siete mujeres. Bendito entre mujeres? me preguntaba con rabia al verlo comer sus sabrossimas rebanadas de jamn. Cuntas veces en las reuniones sociales hemos visto a las esposas (en este caso espositas) mantenerse en silen-cio durante horas y horas, mientras que los maridos (ma-ridotes, en este caso) hablan de poltica, economa, chistes colorados y ancdotas de la universidad? Ellas no se atreven a intervenir, y si alguna tuviera la idea de intentarlo, se li-

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    mitara a acercarse delicadamente al odo del marido para susurrarle su opinin. El jefe, el amo, el seor, el cuate de los cuates, su hombre la oye apenas recurriendo a toda su to-lerancia, limitndose a sonrer tiernamente, como diciendo: S, s, mi amor, eso es... Pero en realidad lo que le dice es: ay de ti si te atreves a intervenir personalmente. Otros, los ms terribles, ni siquiera se percatan de que su mujer se les ha acercado, y si sta tuviera la psima idea de insistir, con su mirada de macho, de hombre y de pual, le ordenaran: Calla. Escucha. O bien, ve a ayudar a la anfitriona. Pero deja de fastidiar. Sin embargo, existen seoras que ya estn har-tas de tener cara de maceta y deciden lanzarse con cualquier comentario. Pero es tanta y tanta su culpa, que en seguida sienten que se les quiebra la voz, se equivocan, tartamudean, confunden la ancdota o, de pronto, sienten que su mente se les pone en blanco fosforescente. Todo el mundo las observa con una profunda lstima. Se da cuenta de ello y opta por no volver a abrir su maldita boca para no arriesgarse a caer en el ridculo y en la humillacin. Con la mirada estrellada con-tra el suelo se pasa el resto del tiempo comiendo cacahuates y rumiando su culpa. Por lo general, en estos casos los ma-ridotes, no las apoyan, sino todo lo contrario. En el coche de regreso a su casa les dicen en tono reprochn: mira, mejor no hables. No sabes. Interrumpas a cada momento y siem-pre salas con una tarugada. La prxima vez escucha, para ver si aprendes algo. No hace mucho, organic una pequea reunin en mi casa. ramos cuatro parejas y todos nos conocamos entre s. Una de las seoras, contrariamente a la costumbre, platic detalladamente cmo haba conocido su padre a su madre.

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    Todo lo que deca era simptico, gil y entretenido. Nos tena encantados a todos. Incluso el marido pareca disfrutar mu-cho el relato. Nunca la interrumpi y varias veces era el que ms celebraba las ocurrencias de su mujer. Formbamos entonces, todos tan buen pblico, que mi amiga segua con su relato como si gozara ella ms que nosotros. Mucho del xito de esa velada fue la armona y el buen humor que todos sentamos esa noche. Al otro da, mi amiga me habl. Su voz pareca lejana y triste. Cuando le dije que haca mucho no la vea y senta en tan buena forma, lo nico que