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delcampus 30/07/2010 Nº 143 INTERNACIONAL Edición de la intervención de Xavier Reyes Matheus en la mesa redonda Los bicentenarios: la libertad, doscientos años después del curso “La libertad en 2010: encrucijadas y oportunidades” del Campus FAES 2010. David Mudarra Las opiniones de los conferenciantes en el Campus son suyas y de su exclusiva responsabilidad. FAES no las comparte necesariamente, pero sí considera que merecen ser difundidas. Más información del Campus FAES 2010 ELITES, PUEBLO Y CAUDILLO, 200 AÑOS DESPUÉS Xavier Reyes Matheus, premio Bicentenario 1808 “Liberalismo en Iberoamérica”

30/07/2010 Nº 143 INTERNACIONAL€¦ · como indicó Bolívar a propósito de la Constitución de Bolivia en 1826, era el caudi- llo, pues “en los sistemas sin jerarquías se necesita,

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30/07/2010Nº 143

INTERNACIONAL

Edición de la intervención de Xavier ReyesMatheus en la mesa redonda Los bicentenarios:la libertad, doscientos años después del curso“La libertad en 2010: encrucijadas yoportunidades” del Campus FAES 2010.D

avid Mudarra

Las opiniones de los conferenciantes en el Campus son suyas y de su exclusiva responsabilidad. FAES no las comparte necesariamente, pero sí considera que merecen ser difundidas.

� Más información del Campus FAES 2010

ELITES, PUEBLO Y CAUDILLO, 200 AÑOS DESPUÉS Xavier Reyes Matheus, premio Bicentenario 1808 “Liberalismo en Iberoamérica”

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Esta sesión del Campus FAES dedicada a los bicentenarios de las repúblicas hispa-noamericanas coincide exactamente con los 199 años de la declaración de la inde-pendencia de Venezuela, que resultaría, a finales de aquel mismo 1811, en la primeraConstitución del país y de toda la América Latina. El subcontinente no hacía entoncessino participar del movimiento que creaba el Estado moderno sobre el principio de lasoberanía nacional, y que impondría este modelo en todo Occidente. Pero así con-ceptualizado el Estado bajo las formas constitucionales, ha resultado en cambio pro-blemática desde el comienzo la manera de entender la naturaleza del gobierno, estoes, de las relaciones entre la autoridad y los ciudadanos, lo cual es en propiedad elobjeto de reflexión de la mentalidad liberal. No es, por cierto, una cuestión que afectesólo a Hispanoamérica: pero su particular deriva histórica actualiza esa reflexión yofrece en estos bicentenarios un motivo como el que en 1989 encontraron figuras dela talla de François Furet, a propósito del de la Revolución Francesa, para hacer uncorte de cuentas más que necesario en nuestra modernidad política y social1.

Creo que conviene, para trazar una especie de genealogía sobre el problema,repasar a grandes rasgos los criterios con que se manejó el proyecto democráticoen Hispanoamérica. Se ha comenzado hace poco a conmemorar las juntas que secrearon, a semejanza de las peninsulares, para rechazar la usurpación francesa,y que, convirtiendo al pueblo en defensor de la soberanía borbónica, acabaron porproclamarlo su titular. Los historiadores se han esforzado por hacer ver que, lejosdel discurso chavista que pinta el asunto como una insurrección popular, se tratóde un movimiento oligárquico, conducido por las elites de cada país. El constitu-cionalismo originado entonces buscó fundar las instituciones republicanas y de-mocráticas, pero al final fue la guerra quien modeló la ciudadanía: “El pueblo estáen el ejército”, decía Bolívar en carta al general Santander, porque “lo ha con-quistado de manos de los tiranos”. En efecto, la creación del ejército patriota di-soció las armas de la aristocracia, que durante la colonia había ostentado, adhonorem meramente, los rangos militares.

1 Xavier Reyes Matheus es autor de Más liberal que libertador. Gota a gota. Madrid, 2010.

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“Las juntas de gobierno, creadas para rechazar la usurpación francesa,proclamaron al pueblo titular de la soberanía. Lejos del discurso chavista que las califica de insurrección popular, fue un movimiento oligárquico”

Pero el pueblo que incorporaba en la guerra a todos, sin distingo de razas ni declases, no podía ser el pueblo en la paz: el Libertador alertaba contra “las votacio-nes hechas por los rústicos del campo y por los intrigantes moradores de las ciuda-des”, pues “los unos son tan ignorantes que hacen sus votaciones maquinalmente,y los otros tan ambiciosos que todo lo convierten en facción”, de modo que el go-bierno estaba condenado a quedar en manos de hombres “ya ineptos, ya inmora-les”. La democracia era, así, la puerta de la anarquía y del desgobierno. La solución,como indicó Bolívar a propósito de la Constitución de Bolivia en 1826, era el caudi-llo, pues “en los sistemas sin jerarquías se necesita, más que en otros, un punto al-rededor del cual giran los magistrados y los ciudadanos, los hombres y las cosas”.

Parece claro que esto era una vuelta al absolutismo del Antiguo Régimen, muy enla línea del Fernando VII que sentenciaba que España era una botella de cerveza yél el tapón; y es muy significativo que alguien como Ernesto Giménez Caballero,ninfa Egeria del fascismo hispánico, hiciera con la obra bolivariana la siguiente ana-logía: “Había que sustituir una monarquía hereditaria –planteó ya Bolívar– que erala estabilidad, la continuidad y el orden de tres siglos, por un sistema republicanoque era lo contrario, lo que él llamó ‘el Hemisferio de la anarquía’. Y para ello sólocabría un presidente vitalicio (continuidad del rey) con derecho a elegir su sucesor(continuidad del príncipe) y con un Senado hereditario (transformación de la antiguaaristocracia). Y ése fue el gran triunfo político de Franco al encarnar tal pensamiento:presidente o jefe de Estado vitalicio, con un Senado o Cortes orgánicas”2.

2 Ernesto Giménez Caballero, "El parangón entre Bolívar y Franco", en VV.AA., Bolívar regresa a España. Crónicade unas jornadas históricas, Madrid, Editora Nacional, 1971.

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El caso (volviendo a Hispanoamérica) es que el caudillo es a la vez el retoño dela autoridad absoluta y el fundador del orden republicano, para mantener a raya si-multáneamente a las elites y al pueblo. Por lo que a aquéllas toca, pueden desarro-llarse sólo las que lo hacen al amparo del régimen, de modo que más que una eliteconstituyen una corte, o, en su expresión más masiva e impersonal, una clientela.Este trabajo contra la formación de una elite verdadera es profundamente antide-mocrático, pues, como señala Bernard Manin, no en vano elite y elección son pala-bras etimológicamente relacionadas: elegir es siempre optar, y la razón de la opciónes el mayor mérito, que será apreciable sólo en el contexto de un sistema merito-crático (y no personalista). Las elites no sólo no son contrarias a la democracia:antes bien son su fundamento, siempre que todos tengan derecho a decidir sobreel mecanismo por el que pueden acceder al poder.

El caudillo, que teme a la democracia, teme por lo mismo a las elites verdaderas,y procura demonizarlas. Esto tiene que ver, en Hispanoamérica, con la negación delcriollo, que para los efectos no existe: o se es un europeo trasterrado, aliado del im-perialismo de las potencias, o se es indígena, más en el sentido de emanación te-lúrica que en el propiamente racial. Pero el criollo, que más bien que barbarie ocivilización representa la evolución natural de una a otra mediante el trabajo, la edu-cación, el empoderamiento de la propiedad y el rendimiento económico, ha sido exe-crado del discurso político.

Por lo que toca a las masas, ya se ve que jefes como Bolívar temían su acción des-tructora, e invocaban la necesidad del hombre fuerte para conjurar el peligro de laanarquía. Hugo Chávez, cuyo programa se pretende revolucionario, ha reinterpretadoen Venezuela la función del caudillo, que no es ya, como Bolívar, el baluarte del orden

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“Para Bolívar, la democracia era la puerta de la anarquía y el desgobierno. La solución era un caudillo para mantener a rayasimultáneamente a las elites y al pueblo”

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y la virtud republicanos, sino antes bien del caos y la disolución social, en la medidaen que ambas cosas se pongan al servicio del régimen. El orden nuevo es autorita-rio, pero no republicano, sino simplemente mafioso, con un capo que lo sustenta.

Tenemos, pues, entre las combinaciones posibles, la del orden bajo el caudillo,la de la anarquía, y este curioso híbrido del socialismo del siglo XXI que es la sumade caudillo y anarquía. Nos falta entonces la posibilidad del orden sin caudillo; perolo primero que cabría preguntarse es si verdaderamente esta opción se ha plante-ado como desiderátum político. De nuevo se hace necesario afinar aquí la vista paracomprender la forma en que se plantearon las relaciones entre la autoridad y los ciu-dadanos, y en esto, por cierto, el caso hispanoamericano ofrece interesantes pun-tos de encuentro con el de otros países.

En un libro impagable, Bertrand de Jouvenel3 ha retratado el dilema sobre el poderejecutivo en la transición del Antiguo Régimen al nuevo. Visto como la hidra todo-poderosa que encarnaba al absolutismo, y que había por tanto que decapitar sin re-medio, los norteamericanos en su primera etapa y luego los revolucionariosfranceses rehuyeron la construcción de una cabeza visible al frente del poder. En laréplica que las Constituciones hispanoamericanas hicieron del ejemplo de Nortea-mérica se asumió el tema del federalismo como el instrumento liberal por excelen-cia. Pero al sustituir los endebles Artículos de la Confederación por la Constituciónde 1787, conforme a la cual se estableció el gobierno del presidente Washington,los propios estadounidenses habían emprendido la tarea de trascender las decla-raciones de principios y transformar su modelo político, social y económico en algo

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“En Latinoamérica, el criollo, que representa la evolución natural en los valores a la modernidad, ha sido

execrado del discurso político”

3 Les debuts de l´État moderne, París, Fayard, 1976.

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eficaz, de modo que libertad y autoridad se relacionaran sobre el terreno donde ver-daderamente tienen sentido, y que no es otro que el de las empresas creadoras delos hombres, que son las que se abren paso, las que definen el tipo de seguridadque demandan, las que configuran al demos sujeto de la democracia.

Lejos de la idea federal norteamericana de que en la unión está la fuerza, y enla fuerza la garantía de la libertad, la descentralización del poder podía mirarsecomo la ocasión de preservar cacicazgos e intereses creados, algo que no eramás que el resto de privilegios feudales que acogotaban ya al Antiguo Régimen:como cuenta Jouvenel, Necker recordaba que ya antes de la Revolución en Fran-cia era imposible una reforma económica profunda, pues, anota el ex ministro deLuis XVI, “para poder llevarla a cabo, en medio de tantos intereses encontrados,habría sido necesario poner de acuerdo a los parlamentos, las provincias de Es-tados, y quizá incluso las cámaras y los tribunales de Cuentas, puesto que parasuspender y para impedir, no había autoridad que no dispusiese de alguna parcelade poder”4. También Ángel Ganivet, hablando de España, se refirió a este problemaen su Idearium español de 1898, donde escribió: “En la Edad Media nuestras re-giones querían reyes propios, no para estar mejor gobernadas, sino para destruirel poder real; las ciudades querían fueros que las eximieran de la autoridad de losreyes ya achicados; y todas las clases sociales querían fueros y privilegios a mon-tones. Entonces estuvo nuestra Patria a dos pasos de realizar su ideal jurídico: quetodos los españoles llevasen en el bolsillo una carta foral con un solo artículo, re-dactado en estos términos breves, claros y contundentes: este español está au-torizado para hacer lo que le dé la gana”.

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“Hugo Chávez ha reinterpretado la función del caudillo convirtiéndolo enbaluarte del caos y de la disolución social al servicio del régimen. El ordennuevo es autoritario, pero no republicano, sino simplemente mafioso”

4 Ídem, cap. IV

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Aun sin el factor de los regionalismos, esta manera de comprender el ideario li-beral ha tenido en Hispanoamérica un enorme predicamento. Los instrumentos delEstado liberal han sido utilizados siempre como ariete del voluntarismo político, nopara moldear a la autoridad sino para hacerle el salto. En 1863 el venezolano PedroJosé Rojas decía ya que “los partidos nunca han sido doctrinarios en tierra de Ve-nezuela. Sus fuentes fueron los odios personales. El que se apellidó liberal encon-tró hechas por el contrario cuantas reformas liberales se han consagrado en códigosmodernos. El que se llamó oligarca luchaba por la exclusión del otro. Cuando seconstituyeron gobernaron con las mismas leyes y con las mismas instituciones. Ladiferencia consistió en los hombres”.

En efecto, la superación de estos problemas en el ámbito hispano-americano re-sulta imposible sin la concurrencia de una clase política que no se limite a aprove-char el Estado liberal como medio de vida, sino que tenga una comprensión de laautoridad en el sentido que debería ser propio de aquel modelo, usándola para cons-truir y no para destruir, y de modo que los gobernados, comprendiendo también cuáles la utilidad que ella tiene en la vida social y en el bien común, entiendan las li-bertades según la lógica de las reglas y no de sus excepciones.

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“En Hispanoamérica, los instrumentos del Estado liberal han sidoutilizados siempre como ariete del voluntarismo político, no para moldear a la autoridad sino para hacerle el salto”