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302 Principios de Filosofía del Lenguaje 7.5. La herencia de Wittgenstein Los discípulos y continuadores de Wittgenstein han solido se r agrupa- dos según se vinculen a una u otra de la s d os grandes universidades in gle- sas , Oxford y Cambridge. Tal clasificación. sin duda. nó pasa de se r apro- ximada, y por fuerza ha de dejar fcera a muchos pensadores ajenos a la filosofía inglesa, pero posee cierto sentido. De un ladv, la filosofía vigente en O xford después de la guerra ha estado ce ntrada en el lenguaje ordinario de una manera que ciertamente ti ene una estrecha relación con la doctrina de Wittgenstein y acusa su influencia; ha sido denominada, por ello, «filo- sofía del lenguaje ordinario» o «escuela de Oxford», y son sus representan- tes al gunos de los filósofos ingleses más importantes entre los años cuarenta y sesenta. A la llamada «escuela de Cambridge» pertenecen, en cambio, algunos pensadores que se caracterizan por llevar adelante el programa terapéutico de Wittgenstein, apli ndose de forma continuada y temática a la disolución de problemas filosóficos diversos. El representante más conocido de esta últim¡l tendenda es Wisdom. Su método consiste en considerar los problemas filosó ficos desde todos los puntos de vista posibles, a fin de mostrar que se trata de perplejidades producidas por afirmaciones paradójicas. Ilum!nado desde múltiples ángu- los, el problema aparece situado en un contexto en el que acaba perdiendo la problematicidad. De aquí el paralelismo entre las afirmaciones del filó- sofo y la s afirmaciones del psicoanalista (<<Filosofía, meta sica y psicoanáli- sis»). Pero a pesar de que engendren perplejidad, los enunciad os paradóji- cos deben tomarse en serio, pues sólo al cons iderar la paradoja literalmente se concede al detalle concreto aquella atención que puede permitir romp·er los viejos hábitos mentales y reconocer en qué med id a y de qué modo una vieja clasificación desfigura la realidad (op. cit ., p. 273 del original y 445 de la trad. cast.). La paradoja puede servir para captar aspectos de la rea- lidad sobre los que antes no se había reparado. Como en el psicoadlisis, <lsí en la fil osofía una visión s completa de la s raíces y conexiones del problema puede contribuir a curarlo. El tratamiento de un problema filo- sófIco t:s como el tratamiento de una enfermedad, ha bía dicho W itt ge nstein ; y Wisdom precisa: como el de una enfermedad mental, pues «cuando co nsideramos la s dudas obstinadas del ITI p.ta sico, tale s como «¿Puede algu ien saber 10 que está bien y lo que está mal?», «¿Puede alguien saber lo que otros piensan o sienten?», al punto nos recuerdan las dudas crónicas del neur ótico y del psicópata, tales como «¿He cometido el pecado que no se perdona?», «(iNo están todos realmente en contra de (op. ci t. , pá- ginas 281-282 del original, y 453 de la trad . cast.). Como en \Vittgenstein, los argumentos de \Visdom se desarrollan co n frecuencia en fo rma de diálogo, pero aquí la s argumentaciones tienden, muy claramente, a poner de manifiesto todas la s razo nes posibles a favor y en contra de una posición, de modo· tal que, a la postre, ninguna quede victoriosa, viéndose que todas ell as so n en parte aceptables y en parte inaceptables, y que cada una de la s posiciones en torno a un problema tiende a de!Stacar o subrayar un aspecto

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302 Principios de Filosofía del Lenguaje

7.5. La herencia de Wittgenstein

Los discípulos y continuadores de Wittgenstein han solido ser agrupa­dos según se vinculen a una u otra de las dos grandes universidades ingle­sas , Oxford y Cambridge. Tal clasificación. sin duda. nó pasa de ser apro­ximada, y por fuerza ha de dejar fcera a muchos pensadores ajenos a la filosofía inglesa, pero posee cierto sentido. De un ladv, la filosofía vigente en O xford después de la guerra ha estado centrada en el lenguaje ordinario de una manera que ciertamente tiene una estrecha relación con la doctrina de Wittgenstein y acusa su influencia; ha sido denominada, por ello, «filo­sofía del lenguaje ordinario» o «escuela de Oxford», y son sus representan­tes algunos de los filósofos ingleses más importantes entre los años cuarenta y sesenta. A la llamada «escuela de Cambridge» per tenecen, en cambio, algunos pensadores que se caracterizan por llevar adelante el programa terapéutico de Wittgenstein , aplicándose de forma continuada y temática a la disolución de problemas filosóficos diversos.

El representante más conocido de esta últim¡l tendenda es Wisdom. Su método consiste en considerar los problemas filosóficos desde todos los puntos de vista posibles, a fin de mostrar que se trata de perplejidades producidas por afirmaciones paradójicas. Ilum!nado desde múltiples ángu­los, el problema aparece situado en un contexto en el que acaba perdiendo la problematicidad. De aquí el paralelismo entre las afirmaciones del filó­sofo y las afirmaciones del psicoanalista (<<Filosofía, metafísica y psicoanáli­sis»). Pero a pesar de que engendren perplejidad, los enunciados paradóji­cos deben tomarse en serio, pues sólo al considerar la paradoja literalmente se concede al detalle concreto aquella atención que puede permitir romp·er los viejos hábitos mentales y reconocer en qué medida y de qué modo una vieja clasificación desfigura la realidad (op. cit ., p. 273 del original y 445 de la trad. cast.). La paradoja puede servir para captar aspectos de la rea­lidad sobre los que antes no se había reparado. Como en el psicoadlisis, <lsí en la filosofía una visión más completa de las raíces y conexiones del problema puede contribuir a curarlo. El tratamiento de un problema filo­sófIco t:s como el tratamiento de una enfermedad, había dicho W ittgenstein ; y Wisdom precisa: como el de una enfermedad mental, pues «cuando consideramos las dudas obst inadas del ITIp.tafísico, tales como «¿Puede alguien saber 10 que está bien y lo que está mal?», «¿Puede alguien saber lo que otros piensan o sienten ?», al punto nos recuerdan las dudas crónicas del neurótico y del psicópata, tales como «¿He cometido el pecado que no se perdona?», «(iNo están todos realmente en contra de mí ?» (op. cit. , pá­ginas 281-282 del original, y 453 de la trad . cast.). Como en \Vittgenstein, los argumentos de \Visdom se desarrollan con frecuencia en forma de diálogo, pero aquí las argumentaciones tienden, muy claramente, a poner de manifiesto todas las razones posibles a favor y en contra de una posición, de modo· tal que, a la postre, ninguna quede victoriosa, viéndose que todas ellas son en parte aceptables y en parte inaceptables, y que cada una de las posiciones en torno a un problema tiende a de!Stacar o subrayar un aspecto

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7. Los abusos del uso 303

de la realidad que las demás pasan por alto. Wisdom ha mantenido, por ello que el método propio y característico de la filosofía consiste, no en un ;a~onamiento deductivo, ni en uno inductivo, sino en un tipo de razona­miento comparativo, analógico. según el cual se subsumen casos discintos bajo la misma categoría en base a sus semejanzas relativas (<<Gods», p. 157 de Philosophy and Psychoanalysis; recuérdense los parecidos de familia en Wittgenstein). . .... . .

En escritos de CUidado esulo lIterano, Wlsdorn se limIta a reelaborar y aplicar el diagnóstico wittgens~ein~an? s,:bre ;1 pro?lema filosófico y ~u terapia adecuada. No hay en aquel mngun lnteres particular por un estudIO del lenguaje ni aportación alguna destacable a su estudio. La preocupación por el lenguaje sí es, en cambio, un mocivo central en los filósofos ligados a la escuela de Oxford. El primero que ha de ser citado aquí es Ryle. Muchas de las insinuaciones que Wittgenstein desliza o sugiere se encuen­tran formuladas en él de manera explícita y con mayor precisión. Así, he propuesto, en la sección anterior, una posible razón por la que Wittgenstein rechazaba el uso filosófico del lenguaje, a saber: que no hay ninguna activi­dad peculiar que suministre un contexto para el mismo. Pues bien, en una vena levemente más comprensiva que la de Wittgenstein, Ryle ha señalado que una de las razones por las que los argumentos filosóficos parecen, en ocasiones, discusiones entre sordos, y por las que unos filósofos parecen emplear términos del todo heterogéneos con los de otros, es precisamente porque no existe actividad alguna que constituya el dominio de la habilidad filosófica; los expertos que usan términos técnicos de derecho, de química o de fontanería, aprenden a emplear esos términos, en parte siguiendo las instrucciones oficiales propias de su oficio, pero en mayor parte por el ejercicio directo de las técnicas especiales propias de su profesión. Pero los términos filosóficos no son de este tipo, pues no hay un campo pecu­liar del conocimiento ni una aptitud especial que sean propios del filósofo (<<El lenguaje comúm>, pp. 123-124 del original y 53 de la trad. cast.).

De aquí que el filósofo consciente de su condición acabe por recurrir al lenguaje ordinario o común, en contraposición tanto a los lenguajes téc­nicos de las diferentes profesiones y disciplinas como a los lenguajes for­malizados propios de los cálculos lógicos . Recogiendo también aquí un mo­tivo claramente wittgensteiniano, Ryle se cuida de indicar las insuficiencias de ia lógica formal para la resolución de los problemas filosóficos. El sueño del formalizador, como Ryle lo llama (loe. cit., p. 125), consiste en creer que los poderes lógicos de las expresiones ordinarias pueden reducirse sin pérdida a los de las expresiones de un cálculo lógico. Mas el lenguaje ordi­nario tiene su propia lógica, una lógica informal , que es justamente la rele­vante para el planteamiento y la discusión de los problemas filosóficos (Dilemmas, cap. VIII), y que excede con mucho de las abstractas y tipifi­cad.as relaciones presentes en la lógica formal. El conjunto de las relaciones lóglcas que cada proposición tiene con las demás, 10 . que Ryle llama los «poderes lógicos de las proposiciones» (<<Argumentos filosóficos», p. 33 1 del original), no se dejan trasladar salvo en pequeña medida a un lenguaje

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formal. Por ello, desde el punto de vista de la lógica, entendida con esta amplitud y de tal modo que es, en su mayor parte, lógica infotmal, queda justificado el es tudio del lenguaje ordinario.

Ryle ha cuidado también, asimismo, de clarificar en qué sentido tiene interés filosófico el uso del lenguaje, y tal como él lo entiende, la conclusión es que se trata de algo muy tradicional en filosofía. A la pregunta: ¿Tiene algo que ver la filosofía con el uso del lenguaje? Ryle responde: es to equivale a preguntar si las discusiones conceptuales son discusiones filosó­ficas. Y es claro que las discusiones sobre conceptos. por ejemplo, como los de causa, número, voluntad. etc., siempre han sido consideradas discusiones filosóficas, y lo siguen siendo. Es decir, no hay para Ryle ninguna novedad radical en esta atención al uso del lenguaje, y la razón es que la pregunta por el uso de una expresión equivale, para él, a la vieja pregunta por un concepto. Si nos preguntamos por el uso del término «causa», lo que esta­mos cuestionándonos es para qué sirve, qué función o tarea cumple, y esto es precisamente lo que, por ejemplo, Hume se planteaba sobre el concepto de causa. Ni la pregunta por el uso ni la pregunta por el concepto son preguntas acerca de una pal~bra de una lengua particular. En la medida en que «causa» pueda traducirse, en los contextos que nos interesan, ror cause o por Ursache, nuestra investigación afectará indistintamente a cual­quiera de ellas, puesto que versa sobre las tareas, sobre la función, que esas palabras cumplen, y en la medida y grado en que sean intertraducibles coincidirán en su uso. No otra cosa hay en la investigación tradicional de los conceptos, pero la nueva terminología tiene la ventaja de que evita los problemas ohtológicos que solían plantear estos últimos, por ejeoplo, respecto a cómo existen o dónde están, así como evita también los similares problemas que surgen cuando se sustituye los conceptos por los sit;nifi­cados (por otra parte, el interés de hablar del uso más que del significado ya ha quedado bien documentado con la discusión de Wittgenstein). Por último, hablar sobre el uso tiene la ventaja de que permite d:stin­guir el uso correcto del uso incorrecto, y de esta manera deshacer más fácilmente ciertas confusiones filosóficas (<<El lenguaje común», pp. 112-114 Y 126 del original, y 42·44 Y 55 de la trad. caste.). Entendido el use lino güístico de esta manera, digamos conceptual, no corresponde exactamente a la extrema amplitud con la que Wittgenstein habla de «uso» en las Investigaciones filosóficas, ni encaja con algunos de los ejemplos que su­ministra en el parágrafo 23 de esta obra (hacer teatro, adivinar acertijos, contar chistes . .. ). El concepto de uso que tiene Ryle es más preciso y más restringido, y al tiempo que contribuye a acercar la fiJosoÍía lingüística a la filosoffa tradicional, le resta a aquélla gran parte de la novedad y del radicalismo que posee Wittgenstein. Ryle , por su parte, ha subrayado su interpre¡ación lógico-informal del concepto de uso, distinguiendo entre éste y lo que, en la traducción castellana, se ha vertido como «usanza» (en el original, distinguiendo ent re use y usage; «El lenguaje común», p. 115 y ss. del original y 46 Y ss. de la trad .). La distinción se refiere a aqueUos aspectos del uso que son del todo irrelevantes para la determina-

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7. Los abusos del uso 305

'ón de eso que Ryle ha denominado «los poderes lógicos de las proposi­c~ones» esto es, aquellas relaciones de implicación, consistencia , inconsis­~~ncia 'apoyo inductivo, e te. , que una proposición tiene con otras. Y es patem'e que, para la d~t,erminación de estas carac~erísticas,. es i rrelevan~e si la expresión en cuestlOn se usa mucho o poco, SI es propia del lenguaje culto o del habla popular, si está de moda o resulta anticuada, etc. Estos son los aspectos que Ryle atribuye al usage de las expresiones, dejando para el use lo que se refiere a la tarea o función que realizan las expresio­nes. De hecho, en castellano hay que decir que ambos son aspectos del uso de las expresiones, pero el aspecto conceptual, que a Ryle le in teresa, es el que corresponde a lo que podríamos llamar «la semántica de la expresiófl», mientras que las características sociológicas que excluye de su considera­ción forman parte más bien de un tratamiento pragmático y sociol in­güístico del lenguaje. La necesidad en que Ryle se ha visto de distinguir ambos aspectos, aunque no lo haga en estos términos, muestra por con­traste la enorme vaguedad del concepto de uso, algo que, por cierto, ya hemos visto ilustrado a propósito de Wittgenstein (y lo que digo se aplica igr.almente en inglés, pues la distinción de Ryle entre use y usage cierta­mcnte no se da en el lenguaje ordinario con nitidez, y tal como él la utiliza más bien resulta un recurso técnico para distingu.ir estos dos aspectos del temto).

lo anterior sugiere ya una importante cuestión en el estudio del len­guaje. y es la de cómo se relacionan el uso de las palabras entendido como empleo o funcionamiento con su uso entendido como costumbre ° háHto social. Ryle nota, con razón, que, cuando se trata de activida­des Ultersubjetivas, aprender el uso de ciertos instrumentos supone conOter los usos sociales que regulan dichas actividades. Pero en el caso del lenguaje la relación es compleja y sutil. Ryle ha admitido que puede hablarse de un mal use, pero no de un mal usage (loe. cit.); ahora bien, lo importante es ql.1e un use incorrecto suficientemente prolongado e imitado puede convertirse en un nuevo usage que a su vez legitime como correcto dicho use. O dicho en castellano: que el empleo correcto de las palabras obedece a prácticas sociales, y que una utilización incorrecta pue­de, 3 la larga, originar nuevas prácticas que vengan a justificar como co­rrecta dicha utilización. Podría objetarse que esta consideración introduce un punto de vista diacrónico o histórico que es ajeno, e irrelevante, para una ?osición que, como la de Ryle, es en definitiva, y aunque en un sen­tido amplio, lógica , y, por consiguiente , hace abstracción de los procesos de modificación en el lenguaje. Aun aceptando la objeción, hay que añadir que el tema de la relación entre ambos aspectos del uso es el propio Ryle quien lo menciona . Nótese, por cierto, que son estos aspectos del uso lin­güístico en cuanto práctica social los que ~e acentúan cuando se estudia el u~o del lenguaje en una perspectiva como la de la filosofía orteguiana (por ~Jempl?, en Ortega, El hombre y la gente, C&p. XI, o en Marías, «La rea­hdad histórica y social del uso lingüístico»).

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306 Principios de Filosofia del Lenguaje

El mejor ejemplo del método de Ryle es su obra sobre El concepto de lo mental . Se trata aquí de estudiar los poderes lógicos Je un cierto tipo de proposiciones, a saber : las que versan sobre los procesos llamados «men· tales», o, dicho con otra expresión que el autor emplea en la introducción de su libro, de rec tificar la geografía lógica de los conceptos mentales. Te­niendo en cuenta que, para él, un concepto es simplemente el modo de usar una expresión, hay que conduir que su proyecto consiste en recti· ficar , al menos en parte) nues tro uso de las expresiones que se refieren a fenómenos mentales. Sus argumentos van dirigidos de modo particular contra todas aquellas teorías que categorizan los fenómenos mentales como constituyentes de un mundo interno semejante y paralelo al mundo físico . Tales teorías serían culpables de aceptar lo que llama Ryle «el dogma del fantasma en la máquina» o mito de Descartes , según el cual lo ql e con· vierte nuestro comportamiento externo en propiamente humano es ,·1 con­junto de acontecimientos paralelos que supuestamente tienen lugar en SIJ

interior; un cuerpo sería humano porque está animado por un alma. Ryle consideraba es te tipo de teorías como un desgraciado producto de la fi lo­sofía cartesiana, e intentaba mostrar en su obra que semejante forma .:le hablar acerca de la mente conduce a diversas falacias y confusiones y q:le, en suma) constituye un ejemplo de lo que denominaba «error categoritl», esto es, el error de asignar a un tipo de realidades una categoría diferente de la que les corresponde. Su posición era que a los fenómenos melLa les no puede aplicarse las categorías propias del ~náljsis físico, y que POI ello no tiene sentido contraponer la mente y la materia, que 10 mental 'o es un mundo paralelo al mundo físico , sino una clase particular de ca:acte­rísticas del comportamiento humano. Lo interesante es que, en el :urso de sus argumentaciones, Ryle, de acuerdo con el propósito rectific~torio que he mencionado, hacía recomendaciones diversas sobre cómo Uiar o no~ usar las palabras; así, por ejemplo, recOMendaba prescinJir de la ex­presión «en la mente» , a fin 'de evitar la falsa localización de los procesos mentales (cap. Il, secc. 5) . Pero en Otras ocasiones, en cambio, recurría al uso ordinario para descalificar el uso de los filósofos por divergentt con aquél ; y así , indicaba que los términos «voluntario» e «involuntariCl» se aplican comúnmente a las accioQes que no deben realizarse, mientras que es típico de los filósofos extender el uso de esos términos a los actos rteri­torios , dando así lugar a numerosos pseudoproblemas acerca de la libertad de la voluntad (cap. IlI , secc . 3). Sean cuales fueren los méritos especí· ficos de la investigación de Ryle sobre la lógica de los conceptos nen­tales, hay que decir que su manera de recurrir al lenguaje ordinario dislaba mucho de ser clara y homogénea. Pues si bien la divergencia del uso iiJo­sófico respecto al primero puede constituir un testimonio adicional de que tal uso corresponde a una doctrina filosófica equivocada, es patente que la reconstrucción de los conceptos mentales emprendida por Ryle implicaba una reforma de ciertos usos ordinarios del lenguaje, tanto más cuanto que, por mucho que el dogma dualista que intentaba desacreditar tenga como uno de sus representante modernos más eximios a Descartes, se trata evi·

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dentemente de un .dogma, no s~lo constante en la filosofía occidental desde los griegos, SIJ10 muy antenor a ésta y procedente de lejanas instan­cias míticas y reEgiosas; y por ello se trata de un dogma profundamente arraigado en el lenguaje ordinario y presente en numerosas locuciones.

El contraste entre lógica formal y iógica informJI o dd lenguaje ordi­nario aparece bien marcada asimismo en Strawson, perteneciente también al grupo de Oxford . .En e! curso de una obra sobre el carácter de la teoría lógica, Strawson ha comparado repetidamente la lógica forma l, caracterizada por reglas exactas, precisa~ y rígidas, con la lógica del discurso común, carente de semejante exactltud, pero notablemente más compleja y multi­forme , razón por la que no puede esperarse de la primera que recoja o sistematice del todo las reglas y distinciones características de! lenguaje ordinario (Introducción a la teoría 14gica, cap. 2, seccs. 5 y 16, Y cap. 8, seccs. 7 Y 8). Por lo mismo, el discurso común nos pondrá en presencia de relaciones no reducibles a la deducibilidad y de incoherencias no asimilables a la contradicción lógica. Una de esas relaciones es precisamente la de presuposición , desarrollada por Strawson como parte de su crítica al aa­tamiento logicista del lenguaje.

Según Strawson, un enunciado A presupone un enunciado B cuando la verdad de B es una condición necesaria tanto para la verdad de A como para su falsedad (op. cit., cap. 6, secc. 7). Si la verdad de B fuera una con­dición necesaria exclusivamente para la verdad de A, tendríamos que decir que de A se deduce B, y estaríamos en presencia de ]a relación de deduci­bilidad que Jos lógicos formalizan; es la relación que hay entre «Todos los hombres son mortales)~ (A) y «El hombre que escribió Fragmentos de apocalipsis es mortal» (B). Pero hay casos en que un enunciado es condi­ción no s610 de la verdad, sine también de la fa lsedad de otro. Así, según el ejemplo que vimos en las secciones 6.6 y 6.7, la verdad del enunciado

(1) Hay una entidad única que es el segundo satélice natural de la Tierra,

es condición t.anto para la verdad como para la falsedad de (2) El segundo satélite natural de la tierra se encuentra a 800.000 ki-

lót::1etros de ésta ya que no tiene sentido intentar averiguar si esta afjrmaci6n es verdadera o faIsa a menos que la primera sea verdadera. Strawson dirá que (2) pre­supone (1) , y defenderá que esta manera de enfocar el problema de la relación entre ambos enunciados hace innecesaria la teoría de las descripcio­nes de Russell , la cual, por contraste, ha de resultar extremadamente arti­ficio~~. Como se recordará, la teoría de Russell exige, en el caso de que la orar:ión (1) sea falsa, que (2) también lo sea, ya que esta última equivale, según él (secc. 6.6), a

(3) Hay una entidad untca que es el segundo satélite natural de la Tierra y se encuentra a 800.000 kilómetros de ésta

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Strawson, en cambio, dirá que, si (1) es un enunciado falso, entonces no tiene sentido plantear la cuestión de si (2 ) es verdadero o falso, pues cuestión semejante sólo puede plantearse sobre el supuesto de que (1) es cierta, y añadirá que analizar (2 ) como equivalente a (3) no es más que una fuente de problemas típicos de quienes intentan reducir el lenguaje ordinario a los estrechos moldes de la lógica formal, y que viene al fin a dar en el absurdo de considerar como únicos nombres, en sentido lógico, los pronombres demostrativos.

La crítica de Russell por Strawson se halla en el artículo de éste «Sobre la referencia» (<<On Referring», 1950). Lo que nos interesa ahora no es tanto la crítica como tal (de hecho, fue implícitamente recogida en la sec­ción 6.7) cuanto el espíritu con el que está hecha y la diferente actitud frente al lenguaje que ella ejemplifica. Y ese espíritu es, claramente, el de una vindicación del lenguaje ordinario frente a las estrechas exigencias de la lógica. Hay que notar, por cierto, que en su artículo no aparece todavía el término «presuposición» que Strawson empleará posteriormente y que, de forma más elaborada, utilizan hoy filósofos y lingüistas para el análisis de ciertos aspectos del lenguaje; Strawson recurre en su artículo al término «implicar» (imply), cuidando de añadir que se trata de «un sentido muy es­pecial y extraño» de dicho término, y ciertamente distinto del que tiene cuando se trata de la implicación lógica (op . cit.) secc. III). El término «presuponer» (presuppose), que introduce en su Introducción a la teoría ló­gica, constituye, desde luego, una mejor elección , pues la propia distinción terminológic.a contribuye a manifestar que se trata de una relación peculiar al discurso ordinario y ajena al ámbito de la lógica formal. Esta diferencia de nivel - llamémosla así-~- se relaciona con otra distinción que es tÍpica de Strawson y bien característica de un filósofo del lenguaje ordinario: la distinción entre una oración (sentence), el uso de una oración (use) y la pro­ferencia o emisión de una oración (utterance), y otro tanto por lo que toca a las expresiones que son parte de una oración (<<Sobre la referencia», ~ecc. II). Así, una oración o una exnresión puede ser proferida en diversas ocasiones o por diferentes personas, y tendremos entonces otras tantas proferencias de la expresión u oración de que se trate; pero distintas per­sonas, o la misma en distintas ocasiones, pueden referirse con una expre­sión al mismo objeto, en cuyo caso habrá que decir que hacen de ella el mismo uso, y que hacen un uso diferente sólo cuando se refieran a dis­tinto objeto o entidad. Pues bien, la idea de Strawson es que la verdad y la falsedad han de predicarse del uso de las oraciones, pero no de las oraciones mismas, así como la referencia ha de predicarse del uso de las expresiones y no de las expresiones mismas. Veamos un ejemplo: la ora­ción «El presidente del gobierno español nació en Cebreros» no es por sí verdadera ni falsa ni tiene sentido pretender que lo sea, igual que la expre­sión «El presidente del gobierno español» no se refiere por sí sola a nadie ni a nada. Esta expresión adquiere referencia al ser usada para decir algo sobre alguien, así como la oración anterior adquirirá un valor de verdad al ser usada en una ocasión determinada. El uso de tal oración en 1975

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7. Los abusos del uso 309

hubiera constitui~o ~n enunciado. falso, y su uso en 1977, por. el contra­rio, hubiera constituIdo ~n enunc,Iad? verdadero, pues la. expreSIón que en dicha oración hace de SUjeto habna sIdo usada para refenrse a una persona disrinta en cada ocasión. Lo que es 'verdadero o falso no es la oración, sino la aserción o enunciado (statement) hechos al usarla, o, dicho de ocro modo, la proposición expresada por la oración en ese uso. Por ello, si la expresión que hace de sujero no tiene referencia en una ocasión deter­minada, la oración de la que forma parte no podrá tener, a su vez, valor de verdad. Así, la expresión «El presidente de la República española» no podía usarse literalmente en 1980 para referirse a nadie, por lo que la oración «El presidente de la República española es un médico» tampoco podía usarse en ese tiempo para hacer un enunciado, y si alguien la hubiera usado, su aserción hubiera carecido, en rigor, de valor veritativo.

En resumen: la verdad y la falsedad no son propiedades de oraciones, sino de usos de oraciones; referirse no es algo que haga una expresión, sino algo que hace un hablante cuando usa esa expresión. En última instancia, estas consideraciones son parte de una crítica al referencialismo de la doc­trina de Russell sobre el lenguaje, críticas muy semejantes a las que hemos visto dirigidas por Wittgenstein también contra el Tractatus. Según Straw­son, Russell confundió significar con referirse, pero significar es «al menos en un importante sentido, una función de la oración o de la expresiófi», y dar el significado de una expresión es, en este sentido, «dar directrices generales para su uso en la referencia o mención de objetos o personas particulares» , así como dar el significado de una oración es «dar directrices generales para su uso al hacer afirmaciones verdaderas o falsas» (<<Sobre la referencia» , secc. Il). La semejanza entre esta forma de hablar del signi­ficado y las consideraciones del segundo Wittgenstein es patente. La cues­tión es: ¿se gana algo realmente hablando de «uso» y no de «oración»? Es clato que una. oración, entendida como entidad abstracta, corno eso que hemos llamado t:n la sección 2.2 «signo tipo», no es ni verdadera ni falsa, pero no es menos claro que cuando los filósofos, incluido Russell , hablan de oraciones verdaderas o f: lsas se refieren a oraciones concretas, en cuanto utilizadas en una ocasÍón determinada para hacer afirmaciones, esto es , en cuanto acontecimientos o signos concretos. Recurrir, como hace Strawson, a ejemplos del tipo de «El presidente del gobierno español» contribuye a hacer sus distinciones más recomendables, pues no puede dudarse que la referencia de esta expresión cambiará según el momento en que se use, y distinguir entre la expresión y su uso permite dar razón cómodamente de esos cambios de referencia y, por tanto, también de los cambios de valor veritativo en las oraciones en que tal expresión aparezca como sujeto. Pero todo esto puede conseguirse igualmente distinguiendo entre la expre­sión tipo, que como tal carecerá de referencia, y la expresÍón utilizada, que la tendrá o no según cuándo se use. Empeñarse, entonces, en que no es una expresión la que se refiere sino un hablante por medio de una expre­sión, no pasaría de set empeño bizantino, pues una expresión utilizada es una expresión en cuanto pronunciada, escrita o entendida por un hablante.

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Una argumentación en todo similar justificaría, por su parte, la atribución de valores veritativos a las oraciones en cuanto utilizadas. La justificación para estas distinciones, aun cuando no desaparece, resulta más cuestionable si, en lugar de ejemplos como los considerados, pensamos en expresiones como «El presidente del gobierno español durante 1975», cuya referencia, evidentemente, no depende del uso que hagamos de ella, ni puede cambiar de un tiempo a otro. Igualmente, la oración «El presidente del gobierno español durante 1975 es socialista» es falsa para quienquiera que la use y cuandoquiera que se use, y no se ve qué ventaja puede haber aquí en recurrir al uso. Pues es claro que la referencia de la expresión que hace de sujeto en esta oración viene determinada por su significado y es indepen­diente del contexto de su uso (siempre que éste sea literal, y excluyendo, por tanto, el uso literario, poético, figurado, etc.). En suma: ¿es mejor decir, como Frege, que las expresiones tienen sentido y referencia, o afir­mar, como Strawson, que tienen sólo sentido (o significado) y que la refe­rencia es propia de su uso? Creo que ambos enfoques son compatibles con tal que atribuyamos referencia a las expresiones en cuanto utilizadas y que no olvidemos que una expresión tipo no es más que la abstracción de una expresión.

La cuestión de a qué atribuyamos sentido, referencia y valores de verdad es, sin embargo, cuestión cuya solución no prejuzga que aceptemos o no la teoría russelliana de las descripciones. Aún hemos de resolver qué hacer cuando el sujeto de una oración carece de referencia, por ejemplo, si alguien afirma en 1980 «El presidente de la República española es un filósofo». ¿ Vamos a considerar esta oración así utilizada como falsa, . o simplemente como carente de valor veritativo? Por las razones que ya se indicaron en la sección 6.7, considerarla como falsa y analizarla de acuerdo con la teoría de las descripciones me parece demasiado ar.tificioso. Aquí hay que reconocer, con Strawson, que, desde el punto de vista del lengua;e ordinario) resulta más natural considerarla como una oración que, en cuanto usada en esa fecha, no es ni verdadera ni falsa. ¿Impide esta decisión un tratamiento lógico de esa oración? Bueno, no se ve muy bien qué interés puede tener el tratamiento lógico de oraciones declarativas que carezcan de condiciones veritativas; pero supongamos que alguien está muy inte­resado en averiguar qué proposkiones pueden deducirse de esa oración o cuáles son incompatibles con ella: en tal caso podemos asumir por hipó­tesis que la oración fuera verdadera y proceder en consecuencia. O bien podemos formalizar esa oración en un sistema lógico trivalente y asignarle el tercer valor de verdad. El tratamiento lógico de una oración siempre depende de los procesos de inferencia que queramos considerar, y éste es un punto de vista lo bastante restringido como para que no haya de afectar a una consideración lingüística que atienda al modo de funcionar la ora­ción en el discurso ordinario. Por esta razón, hay que coincidir con Straw­son cuando da fin a su artículo con estas palabras: «Ni las reglas aristoté­licas ni las de Russell proporcionan la lógica exacta de ninguna de las ex­presiones del lenguaje ordinario, pues el lenguaje . ordinario carece de una

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7. Los abusos del uso 31 1

lógica exacta.» ~ero, por e~o m~s~o, tampoco pu~dc rdutarse ?es.de el lenguaje ordinano una doctnna 10g1ca como la teona de las descn pcJOnes. Todo lo más, podrá mostrarse que aplicada al lenguaje común rcwlta con­fundentc o artificiosa, y que se pucJen conseguir los mismos o mejores resultados por mcdios más económicos. (Strawson no parece consciente de que su crítica a Russeil d..:be moverse dentro de estos márgenes de relati­vidad , Y menos aún 10 es Russell en la respuesta quc le da en el capítulo final de La evolución de mi pensamiento filosófico, pero la relatividad de esta disputa está sugerida en el bello artículo de Lcmmon, «Sentences, Ststemer,ts and Propositions».)

Se habrá notado que en lo anterior nos hemos topi\do con Otro uso dd término «uso». Tal y como Strawson emplea el término, se hace un uso de una expresión para referirse a un objeto o persona particular. Straw­son se cuida de anotar esta peculiaridad, y escribe en una nota (al comienzo de la sección II de su artículo): «Este uso (usage ) de 'uso' (use) cs, desde luego, distinto de : (a) el LISO (usage) coniente en el que 'uso' (use) (de una palabra, frase u oración particular) es igual (aproximadamente) a 're­glas para usar', que a su vez es igual (aproximadamente) a 'significado'; y de (b) mi propio uso (usage) en la frase 'uso referencial individualizador (uniquely referring use) de las expresiones', en el cual 'uso' es igual (apro­ximadamente) a 'manera de usat.» (El lector reconocerá que el parecido que es te párrafo tiene con un trabalenguas no es culpa mía.) En la acep­ción (a), «uso» tiene un sentido que me parece muy próximo al que hemos visto que: le da Wittgenstein. En la acepción (b), que es más restringida, se aproxima al carácter conceptual que «uso» tiene en Ryle. Tenemos, pues, una tercera acepción propia de Strawsoo, y es una acepción impor­tante puesto que en ella el uso aparece como aquello que da referencia a una expresión y que convierte una oración en un enunciado, esto es, en algo capaz de ser verdadero o falso. Que las tres acepciones de «uso» tienen mucho en común salta a la vista, y que las di ferencias pueden ser sólo dt: matiz no hace falta subrayarlo. ¿Por dónde pasa la línea que distingue las reglas para usar una expresión de la manera de usarla? De otra pane, ¿no ba reconocido Strawson que las reglas de uso suministran directrices gene­rales para el uso referencial de las expresiones y para el uso de las oracio­nes que consiste en hacer enunci"dos verdaderos o falsos? Aquí podemos empezar a preguntarnos si un concepto como el de uso, con tan variadas manifestaciones, que, por otra parte, quedan sumidas en esta vaguedad, constituye realmente para el es tudio del lenguaje un inst rumento más útil que los viejos conceptos de sentido y referencia.

7.6 Cómo hacer cosas con palabras

Esa atención al lenguaje coml.Ín, de la que acab<lmos de ver algunos ejemplos, adqu iere en Austin tal primada que parece en ocasiones inde­pendizarse de cualquier ouo propósito filosófico ulterior. Aunque muerto