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 OSÉ LEZ M LIM

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  OSÉ

LEZ M

LIM

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JORGE

LUIS ARCOS

J

AMA LIM

Fragmento)

Caso aparte resulta [José] Lezama [Lima] , la filosofía, la aprehensión integral del ser,

descomunal incorporación de la cultura y que encontró finalmente

en

la razón

universal a su sistema poético del mundo, poética su vía de acceso a una suerte de

a

su

concepción de la cultura como una sabiduría unitiva, tanto

en

ella como

en

los

segunda naturaleza, a su validación cog- poetas antes mencionados desde presu

noscitiva de

la

imago. La poesía de Leza- puestos católicos evidentes. Precisamente

ma

significa

la

aventura poética más abso-

su

catolicidad esencial, más

su

naturaleza

luta emprendida en el ámbito del idioma. poética, les impedía desdeñar el mundo de

Hay que recurrir a los grandes poetas de la las apariencias.

Si

para ellos el centro de la

contemporaneidad para encontrarle pari- realidad es trascendente, sólo podrían

guales: Rilke, Celan, Pound, Eliot, Perse, y revelarlo a través de las apariencias, como

aún así su poesía continúa siendo una ex- aportándole más ser a la propia realidad ,

periencia única, irrepetible. Una poesía tan como tambíen supo ver Octavio Paz en

l

volcada hacia

el

conocimiento, hacia

la

poesía de Vitier. Pero

es en la

poesía de

penetración del ser de la realidad, tenía Lezama donde ese exceso de realidad se

que establecer determinadas correspon- torna más inaudito. Su afán de unión o

dencias con el conocimiento filosófico y igualación con Dios o con un principio crea

teológico. Lezama ha sido calificado de dor, genésico, es tan poderoso, que Le

poeta teólogo. Pero

en

general , tanto la zama parece recrear, o crear de nuevo,

poesía del autor de

Muerte de Narciso

co - toda la realidad. Su poder incorporativo no

mo la de Vitier y García Marruz se nutren conoció límites. Y el cubrefuego  de su

de un acendrado pensamiento aunque imagen, dador de una potencia de conoci

siempre desde una raíz poética. Por eso miento, de

un

apoderamiento de zonas

les fue tan cercana la lección de María desconocidas de la realidad, de un poder

Zambrano, quien buscaba, aunque desde cristalizador de cuerpos, materias, sustan-

Los poetas e Origenes. seleCCión. prólogo. bibliografía notas

de

Jorge LU S Arcos. Fondo

de

Cultura Económica. México. 2002. 454 pp.

cias como no había acaecido antes en la

poesía de la lengua.

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NÚMERO 118

JULIO-AGOSTO DE 2010 39.00

PLAZA DE

L

CIUDADELA 4 CENTRO HISTÓRICO

DE

L

CIUDAD DE MÉXICO 

CP

06040.

TELÉFONO 4155 0830, EXTENSIONES 385 Y 3858

CORREO ELECTRÓNICO

[email protected]

CERTIFICADO DE LICITUD DE TITULO NÚM.

6270

CERTIFICADO DE LICITUD DE CONTENIDO NÚM. 4380

CONSE JO

NACIONAL

PARA

LA CULTURA Y LAS

ARTES

PIU lllDEllTA

CONSUELO

sAlZAR

DIRECTOR GENERAL DE BIBLIOTECAS

FERNANDO ÁLVAREZ DEL CASTILLO

REVISTA

BIBLIOTECA

DE

MÉXICO

DlIIEC10R FUNDADOR

JAIME G RCI TERRÉS t

DIRECTOR

EDUARDO LIZALDE

EDITOR JOSÉ ANTONIO MONTERO

SECRETARIO

DE

REDACCiÓN

JOSÉ DE

L

COLINA

CONSE IEROS FUNDADORES

JUAN ALMELA 

FERNANDO ALVAREZ DEL CASTILLO MIGUEL

CAPISTRÁN. ADOLFO ECHEVERRIA. vlCTOR TOLEDO

y

R F EL V RG S

:

:::: ,-:_::W: ,:

  IGUEL

G RCI

RUIZ

4U( '

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I11II I:

M RlN GR F

M RT DONls

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JULIO CORTÁZAR

PARA

LLEGAR A

JOSÉ

LEZAMA LIMA

Fragmentos)

n

diez di

as

. interrumpiéndome

para respirar y darle su leche a

mi gato Teodoro W. Adorno, he

leído

Paradiso 

ce rra ndo (¿ce

rrando?) el itinerario que hace

muchos años iniciara con

la le

c

tura de algunos de sus capítulos

ca

idos

en la

revista Origenes

como otros tantos objetos de

Tlbn o de Uqbar. No soy un críti

co: algún d

ía

, que sospecho leja

no, esta suma prodigiosa encon

trara su Maurice Blanchot , por

que de esa raza debera ser el

hombre que

se

adentre a

su

lar

vario fabuloso. Me propongo so

lamente señalar una ignorancia

vergonzosa y romper por ade-

de esa ignorancia; leer a Le - tismo , y Lezama no sólo es her-

zama es una de las tareas mas

arduas y con frecuencia mas irri

tantes que puedan darse. La

perseverancia que exigen escri

tores de frontera como Raymond

Roussel , Hermann Broch o el

maestro cubano es infrecuente

incluso entre especialistas , y

de ahí que

en

el club sobren los

sillones. Borges y Paz (vuelvo a

citarlos para colgar el blanco en

lo mas alto del arbol de nuestras

tierras) le llevan a Lezama

la

ventaja de que son escritores

meridianos, casi diría apolíneos

desde

el

punto de vista del per

fecto ajuste expresivo, del siste-

lantado un a lanza contra los ma - ma coherente de su espíritu. Sus

lentendidos que

la

seguiran

cuando Latinoamérica oiga por

fin

la

voz de José Leza ma Lima .

De la ignorancia no me asom

bro; también yo desconocía a

Lezama doce años atras, y fue

preciso que Ricardo Vigón,

en

Pari

s,

me hablara de Oppiano

Licar

io

que acababa de publicar

se en

Orígenes y que ahora cie

rra

(si

es que algo puede cerrar

lo) Paradiso . Dudo de que

en

esos doce años

la

obra de Le

zama haya alcanzado

la

presen

c

ia

activa que

en un

plazo equi

valente fueron logrando la de un

Jorge Luis Borges o la de un

Octavio Paz, a cuya altura esta

dificultades y aun sus oscurida

des (Apolo puede ser también

nocturno, bajar al abismo para

matar a

la

serpiente Pitón) res

ponden a

la

dialéctica que evoca

Le cimetiére marin:

...Mais rendre la lumiere

Suppose d  ombre une mome moitie.

Extremos puntos de tensión de

un arco de raíz mediterranea,

ceden

lo

mejor de su fuerza sin

los tres enigmas previos que

haran del lector de Lezama

un

Edipo perpetuo. Y

si

digo que ello

constituye una ventaja de aqué

llos sobre éste, me refiero casi

sin

la

mas mínima duda. Raza - éticamente a los lectores que

nes de dificultad instrumental y detestan los trabajos de Edipo,

esencial son una primera causa que optan por la maxima cosecha

•Ju lio Cortazar 

La

vuelt  l dí

en

ochent

mundos siglo XXI editores   México 1969 

4 pp.

con

el

mínimo de riesgo. En la

Argentina ,

en

todo caso, se tien

de a hurtarle el cuerpo al herme-

 

Biblioteca de Méxic

mético en sentido literal por cuan

to

lo

mejor de

su

obra propone

una aprehensión de esencias por

vía de lo mítico y lo esotérico en

todas sus formas históricas, psí

quicas y literarias vertiginosa

mente combinadas dentro de un

sistema poético en el que con fre

cuencia un sillón Luis xv sirve de

asiento

al

dios Anubis , sino que

ademas es formalmente herméti

co, tanto por un candor que lo

lleva a suponer que la mas hete

róclita de sus series metafóricas

sera perfectamente entendida

por los demas, como porque

su

expresión es de un barroquismo

original (de origen   por oposición

a un barroquismo lúcidamente

mis en page

como el de un Alejo

Carpentier). Se ve, pues , lo difícil

que resulta entrar en el club

cuando tantas dificultades se van

sumando para trabar

el

goce de

una lectura, salvo si .

el

goce

comienza con las dificultades

mismas, puesto que yo empecé

por leer a Lezama como quien

trata de resolver

la

cifra de me

ssunkaSebr A.icefdok. segnitta-

murtn etcétera, que finalmente

se aclara en: Descends dans

le

cratére du Yocul

de

Sneffels

.

.;

se diría que la prisa y el senti

miento de culpa que suscita

la

proliferación bibliográfica llevan

al lector contemporáneo a des

cartar, muchas veces irónica

mente , todo trovar clus. A ello se

suman los falsos ascetismos y

las solemnes anteojeras de la

especialización mal entendida,

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contra la que se alza hoy en

buena hora una actitud como

la

lectores: ¿dónde empieza la no

vela   dónde cesa

el

poema, qué

estructuralista . Todavía un Goe- significa esa antropología imbri

the alcanzaba a fundir al filósofo cada

en

una mántica que es tam

y

al

poeta,

ya

querellados en su bién un folklore tropical que es

siglo, por obra de una avasalla- también una crónica de familia?

dora intuición unitiva ; hasta Se habla mucho

en

nuestros días

Thomas Mann (hablo ahora de de ciencias diagonales, pero el

novelistas) pareció que esa coe- lector diagonal se tomará su

xistencia se mantenía viva en

autor y lectores, pero es un he

cho que ya la obra de un Robert

Musil, para ceñirse al campo de

expresión germánica, se vio pri

vado

del eco universal que hubie

ra debido encontrar. Aunque se

trate de

un

mismo lector, éste

tiende hoy adoptar una actitud

especializada según lo que esté

leyendo, resistiéndose a veces

de manera subconsciente a toda

obra que le proponga aguas mez

cladas,

novelas

que entran

en el

poema o metafísicas que nacen

con el codo apoyado en un mos

trador de bar o en una almohada

de quehacer amoroso. Acepta

moderadamente la carga extrali

teraria de cualquier novela pero

siempre que el género conserve

sus prerrogativas básicas (que

nadie conoce bien, dicho sea de

paso, pero ésta es otra cuestión).

Paradiso novela que es también

un tratado hermético, una poética

y la poesía que de ella resulta,

encontrará dificultosamente a sus

tiempo en aparecer y

Paradiso 

tajo al sesgo en esencias y pre

sencias, conocerá la resistencia

que le opone el haz de las ideas

recibidas. Pero el tajo ya está

dado; como en la historia china

del perfecto verdugo, el decapita

do sigue

en

pie

sin

saber que

apenas estornude su cabeza ro -

dará por el suelo.

Si la dificultad instrumental es

la primera razón de que se igno

re tanto a Lezama, las circuns

tancias de nuestro subdesarrollo

político e histórico son la segun

da. Desde 1960 el miedo, la hi

pocresía y la mala conciencia se

aliaron para separar a Cuba y a

sus intelectuales y artistas del

resto de Latinoamérica . Los ya

conocidos, Guillén, Carpentier,

Wilfredo Lam, salvaron y salvan

la barrera por la vía de un presti

gio internacional anterior a la re

volución cubana, que obliga a

ocuparse de ellos cuando llega

el momento. Lezama, ya enton

ces inexcusablemente

al

mar-

3

ibliot

ec

a de Mé xi

co

JOSÉ LEZ M

LIM

1910-1976)

Se abre este número de la

revista con una memoria y

breve homenaje a Lezama

Lima, de cuyo nacimiento

se cumple el centenario.

Turbulenta ·y compleja la

extensa obra del cubano,

que concebida como se sa

be sin contemplaciones pa

ra ninguna clase de lector y

tardíamente, con la natural

resistencia del contexto crí

tico intolerante en el que le

tocó vivir durante las dos úl -

timas décadas de

su

vida  

terminó después de su

muerte por convertirse en

uno de los mayores astros

de la gran literatura cubana

y latinoamericana del siglo

.

El texto de Julio Cortázar,

Para llegar

a Lezama Lima

que fragmentariamente aquí

se publica en primer térmi

no, pertenece al libro La

vuelta

al día

en

ochenta

mundos (1969). Creo es

fundamental ese larguísimo

ensayo del argentino. que

se violentaba entonces por

la sordera que en

esos

años

había en Cuba frente a la

obra de tantos artistas

y

poetas cubanos que se ven

forzados a vivir

y

a trabajar

en un aislamiento del que. lo

menos que puede decirse.

es qye d asco y vergüen

{son palabras

del

autor

de

Rayuela

en esos años .

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gen de

las tablas valorativas de

los magisters peruanos mexi

canos argentinos,

ha

quedado

del otro lado de la barrera hasta

ρ υ π Ι ο

que incluso aquellos

abundan su prosa que, por

contraste con la sutileza la hon

dura del contenido, suscitan el

lector

s u p e r f ι c i a l m e n t e

r e f ι n a d o

movimiento de escandalo e

para seguirlo

su

implacable

s υ m e r s ί ό π θ Π aguas profundas.

hecho incontrovertible de que

Lezama parezca decidido a

escribir jamas correctamente

que han oido su nombre qui- impaciencia que casi nunca es nombre

Ρ Γ ο ρ ί ο

ingles, frances

sieran leer

Tratados en La Ha-

capaz de superar. Si a eso se ruso, de que sus citas idio

bana Ana/ecta de/

re/o}

La fije-

suma que las ediciones de los mas extranjeros esten constela

za

La

e Χ Ρ r e s i ό n

americana

bros de Lezama suelen estar das de fantasias ortograficas,

Paradiso pueden podran muy mal cuidadas tipografica- induciria a intelectual riopla

conseguir ejemplares. Tanto mente, que

Paradiso

diste de tense t ί p i c o a ν θ Γ

como muchos otros poetas ser una

e χ c e Ρ c ί ό π

puede ex- menos t ί p i c o autodidacto de pais

artistas cubanos se

ν θ Π

forzados traiiar que a las perplejidades de subdesarrollado, 1 que es muy

a

ν ί ν ί Γ

a trabajar aisla- fondo se sume la impaciencia exacto, a encontrar eso una

miento del que 1 menos que

puede decirse es que da asco

v e r g ϋ e Π Ζ a

Desde luego, 1 que

importa es cerrar el paso al

que producen las extravagancias j υ s t ί f ι c c ί ό π para penetrar

o r t o g r f ι c s

gramaticales don-

su

verdadera

d ί m e π s ί ό π

1

que

de trastabillan los ojos del d ό m ί -

es

muy lamentable. Desde luego

que casi todos Ilevamos den- θ Π Ι Γ θ los argentinos idiosincrasi-

comunismo totalitario.

ι Ρ a r a -

tro. Cuando hace aiios comence

diso?

Nada que merezca ese a mostrar a leer pasajes de

nombre puede

ν θ π ί Γ de

seme

jante infierno. Duerma usted

tranquilo,

la Ο Ε Α

vela

su

sueiio.

Lezama a personas que 1

conocian, el asombro que provo

caba su

v ί s ί ό π

de

la

realidad

la

Queda, quiza,

una

tercera osadia de las imagenes que la

mas

agazapada

r a Ζ ό π del

torvo comunicaban,

se

veia casi siem

silencio que

θ π ν υ θ l ν θ

la

obra de pre mitigado por una amable

ί Γ Ο -

Lezama; voy a hablar de ella sin nia, por una sonrisa de perdona

pudor alguno precisamente por- vidas. Ν ο tarde darme cuenta

que las escasas criticas cubanas

que conozco de esa obra han

querido mencionarla, cam

bio conozco

su

fuerza negativa

manos de tantos fariseos

de

nuestras letras. Me Γ θ f ι θ Γ o a las

incorrecciones formales que

de que entraba l l ί c c ί ό π

rapido mecanismo de defensa,

que los amenazados de absoluto

se

apresuraban a

m a g n i f ι c a r

las

tachas formales como pretex

to acaso inconsciente para que

darse de este lado de Lezama,

iblioteca

de Mexico

cos la c ο r r e c c ί ό n formal el

escribir como el vestir es

siempre una

g r n t ί

de serie

dad, cualquiera que anuncie

que

la

tierra es redonda con

estilo aceptable merecera mas

respeto que cronopio con una

papa

la

boca pero

cOn

mucho

que decir atras de la papa.

Si

hablo de la Argentina es porque

la COnOZcO pOCO pero tambien

cuando estuve Cuba me

contre con j ό v e π e s intelectuales

que se sonreian ί r ό n ί c a m e n t e al

recordar ό m ο Lezama suele

pronunciar caprichosamente

el

nombre de

a l g ύ n

poeta extranje-

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ro ;  la d iferencia empezaba en el

momento en que esos jóvenes,

puestos a decir algo sobre el

poeta en cuest ión, se quedaban

en la buena fonética mientras

que Lezam a, en cinco minutos de

hablar de él, los dejaba a todos

mirando para el techo. El subde-

sarrollo t iene uno de sus índices

en lo quisqui l losos que somos

para todo lo que toca la corteza

cultural, las apariencias y chapa

en la puerta de la cultura. Sabe

mo s que D ylan se dice Dí lan y no

Dáilan como lo d i j imos la pr imera

vez (y nos miraron irónicos o nos

corr ig ieren o nos ol imos que algo

andaba mal) ; sabemos exacta

mente cómo hay que pronunciar

Caen y Laon y Sean O'Casey y

Gloucester. Está muy  bien,  lo

mism o que tener las uñas l impias

y usar desodorantes. Lo otro em

pieza después, o no empieza.

Para muchos de los que con una

sonr isa le perdonan la vida a Le

zama, no empieza ni antes ni

después, pero las uñas, se lo

juro, perfectas.

A la ironía defensiva que se

apoya en fa lencias de superf ic ie

se suma la que ha de provocar

en muchos la insól i ta ingenuidad

que a f lora en tan tos momentos

de la narrat iva de Lezama. En el

fondo es por amor a esa ingenui

dad que hablo aquí de él; más

al lá de todo canon escolar, sé de

su penetrante ef icacia; mientras

tantos buscan, Parsifa l encuen

t ra ,

  mient ras tan tos hab lan,

Mishkin sabe. El barroquismo de

complejas raíces que va dando

en nuest ra Amé r ica productos

tan disímiles y tan hermanos a la

vez com o la expresión de Val le jo,

Neruda , Astur ias y Carpent ie r

(no hagamos cuest ión de géne

ros sino de fondos), en el caso

especialís imo de Lezama se t iñe

de un aura para la que sólo en -

cuentro esa palabra aproximado-

ra :  ingenuidad. Una ingenuidad

amer icana, insu la r en sent ido

d i recto y la to, una inocencia

americana. Una ingenua inocen

cia americana abr iendo eleát ica-

mente, ór f icamente los ojos en el

comienzo mismo de la creac ión,

Lezama Adán previo a la culpa,

Lezama Noé idént ico al que en

los cuad ros f lamencos as is te

apl icadamente al desf i le de los

an imales: dos mar iposas, dos

caba l los, dos leopardos, dos hor

migas, dos delf ines.. . Un pr imit i

vo que todo lo sabe, un

  sorbon-

nard  cumpl ido pero amer icano

en la medida en que los albatros

disecados del saber del Ecle-

siastés no lo han vuelto a   wiser

arid a sadder man  sino que su

ciencia es pal ingenesia, lo

  sabi

do es or ig ina l , jub i los o, nace

como el agua con Tales y el

fuego con Empédocles. Entre el

saber de Lezama y el de un

europeo (o sus homólogos r io-

p la tenses, mucho menos amer i

canos en el sent ido al que apun

to) hay la diferencia que va de la

inocencia a la culpa. Todo escr i

tor euro peo es esclavo de su

baut ismo , s i cabe parafrasear a

Rimbaud; lo quiera o no, su   dec i

sión de escr ib ir comporta cargar

con una inmensa y casi pavorosa

tradición; la acepte o luche  con

tra ella, esa tradición lo habita, es

su famil iar o su íncubo. ¿Por qué

escr ib ir , s i de alguna manera ya

todo ha sido escr i to? Gide obser

vó sa rdón icamen te que como

nadie escucha, hay que volver a

decir lo todo, pero una sospecha

de culpa y de superf lu idad mue

ve al inte lectual europ eo a la m ás

extrema vig i lancia de su of ic io y

de sus medios, única manera de

no rehacer caminos demasiado

andados. De ahí e l entusiasmo

que producen las novedades, e l

asalto en masa a la nueva reba

nada de lo invisible que alguien

ha conseguido corpor izar en un

libro;

  basta pensar en el s imbo

l ismo,

  el surreal ism o, e l nou ve-

au román : por f in a lgo verdade

ramente nuevo que no se habían

sospechado n i Ronsard , ni S ten

dhal ,  n i Proust. Por un t iempo se

puede dejar dormir e l sent imien-

  VIENTWEM

ite

Pero sobre todo es i

portante destacar en la ap,

sionada defensa de Cortá'^

zar esas l íneas sobre el

enorme desafío que se pn

sentaba, entonces y aho

al leer a l instrumentalment

intr incado y crít ico autor dej

Paradiso a  cuya compl ica

ción se agregaba el huracán

de erratas que las primeras

ediciones de sus l ibros pa

decieron en su is la; d ied

Cortázar:

. . . Leer a Lezama

una de las tareas más

duas y con frecuencia más|

irr itantes que puedan dar

se ,  pero más adelante

pone con lucidez y convi^

ción que esa tarea terriblej

vale la pena para descu

a un hombre de genio.

Léase el texto de C

tazar, como el de Octavi

Paz en 1978 o el de Julio

Ortega en 19 81, para apre

ciar las justas dimensiones

que los grandes y agudos

escr i tores y cr í t icos logra

ron descubr ir a t iempo ei

las páginas del enorme

oscuro car ibeño. Hay qu

leer también los luminosos

f ragmentos poét icos y p ro

síst icos del propio Lezama

que aquí se publ ican.

Cer ramos e l número con

otros mater ia les sobre Al

bert Camus, de cuya muer

te se cumple medio sig lo,

inclu ido un texto de Jean

Paul Sartre, su grande cole

ga y maestro, con el que

tuvo al f in de su vida dolo ro-

sas diferencias.

E. L.

m -

3a-

Jice

es

ar-

nás

dar-

ex-

ivic-

ible

brir

/Or-

ivio

i b l i o t e c a d e M é x i c o

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Reinaldo Gonzá lez,

Re

ynaldo Arenas, José Lezama Lima y Emma

nu el

Carballo en la puerta de Trocadero 162

to

de culpa ; hasta los epígonos

llegan a creer que están hacien

do algo nuevo. Después, despa

cio, se vuelve a ser europeo

y

cada escritor amanece con

su

albatros colgado del pescuezo .

Entre tanto Lezama

en su

isla

amanece

con

una

alegría

de

prea

damita

sin

corbata de pájaro,

y no

se siente culpable de ninguna tra

dición directa. Las asume todas,

desde los hígados etruscos hasta

Leopold Bloom sonándose en

un

pañuelo sucio, pero

sin

compro

miso histórico,

sin

ser

un

escritor

francés o austriaco;

él

es

un

cuba

no con un

mero puñado de cultu

ra

propia a

la

espalda y

el

resto es

conocimiento puro

y

libre,

no

res

ponsabilidad de carrera. Puede

escribir

lo

que

le

la

gana

sin

decirse que

ya

Rabelais, que

ya

Marcial.

No

es

un

eslabón de

la

de esa inocente libertad, de esa

libre inocencia. Por momentos,

leyendo Paradiso 

se

tiene una

impresión extraplanetaria ; ¿cómo

es posible ignorar o desafiar a

tal

punto los tabúes del saber, los o

escribirás

así de

nu

estros manda

mientos profesionales vergonzan

tes? Cuando asoma

el

inocente

americano,

el

buen salvaje que

atesora los dijes

sin

sospechar

que

no

valen nada o que

ya no

se

estilan, entonces pueden ocurrir

dos cosas con Lezama. Una,

la

que cuenta:

lo

genial irrumpe sin

los complejos de inferioridad que

tanto nos agobian en Latinoa

mérica, con

la

fuerza primordial

del robador del fuego.

La

otra, que

hace sonreír a los acomplejados,

a los impecablemente cultos, es

el

lado aduanero Rousseau,

el

lado

papelón a

lo

Mishkin, el hombre

cadena,

no

está obligado a hacer que en Paradiso  después de

un

más o mejor o diferente,

no

nece

sita justificarse como escritor.

Tanto

su

increíble sobreabundan

cia como sus carencias proceden

pasaje extraordinario, pone punto

y aparte y dice con

la

tranquilidad

más absoluta: ¿Qué hacia mien

tras transcurría el relato de sus

ancestros familiares,

el

joven

Ricardo Fronesis?

Si estoy escribiendo estas pá

ginas es porque sé que párrafos

como

el

citado pesarán más en

la

ponderación de los dómines que

la

prodigiosa invención

con

que

Paradiso

vuelve a proponerse

el

mundo. Y

si

cito

la

frase sobre

el

joven Fronesis es porque también

me molestan esa y muchísimas

otras cursilerías, pero sólo en

la

medida en que puede molestarme

una mosca posada en

un

Picasso

o

un

maullido de mi gato Teodoro

mientras estoy escuchando mú

sica

de

Xenakis.

La

impotencia

frente a

lo

intrincado de una obra

disfraza su retirada con los pretex

tos más superficiales -puesto que

de

la

superficie no

ha

pasado-.

Así, conocí a

un

señor que jamás

escuchaba discos de música clási

ca

porque, según

él

,

el

chirrido de

la

púa

le

impedía gozar de

la

obra

en

su

total perfección; sentado tan

exigente criterio, se pasaba

el

día

escuchando una de tangos y be-

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leras que daba miedo. Cada vez

que

cito

un

pasaje

de

Lezama y

cosecho una sonr

isa

y

un

cambio

de

tema , pienso

en

ese señor: los

incapaces de acceder a Paradiso

se

defenderán siempre asi, y para

ellos todo

será

ruido

de

púa, mos

ca

y maullido.

En

Rayuela defini y

ataqué al lector-hembra,

al

inca

paz

de la ve

rdadera batalla amo

rosa co

n

una

obra que

se

a como

el

ángel para Jacob.

Si se

dudara

de la

legitimidad

de mi

ofensiva

baste entender el doble sistema

posible

de

lectura de

la

no

ve la

, y

de

ahi pasaron

al

poI/ice verso

después de asegurar patética

mente que

la

habian leido de las

dos maneras que indica el autor ,

cuando

lo

que proponía

el

pobre

autor era una opción y jamás

hubiera tenido la vanidad de pre

tender que

en

nuestros tiempos

se

leyera dos veces

un

mismo libro.

¿Qué esperar entonces del lector

hembra frente a Paradiso que,

como decía

el

personaje

de

Lewis

Carroll , sería capaz

de

poner a

prueba

la

paciencia de una ostra?

Pero no hay paciencia allí donde

empieza por no haber humildad y

esperanza, donde una cultura

condicionada, prefabricada, adula

da por

los

escritores que cabría lla

mar funcionales,

con

rebeliones y

heterodoxias cuidadosamente

delimitadas por

los

marqueses

de

Queensberry de

la

profesión,

rechaza toda obra que

va

verda

deramente a contrapelo. Capaz

de

hacer frente a cualquier dificultad

literaria

en

el

plano intelectual o

sentimental siempre que

se

ajuste

a

las

leyes del juego

de

Occidente,

dispuesta a jugar

los

más arduos

ajedreces proustianos o joycianos

que comporten piezas conocidas y

estrategias adivinables, retrocede

indignada e irónica apenas se

la

invita a conocer

un

territorio ex

tragenérico, batirse

con una

len

gua y

una

acción que responden a

un

sistema narrativo que no nace

de los libros sino de largas leccio-

nes de abismo; y he aquí que por

fin

he podido colocar

la

razón de

mi

epigrafe, y

es

ti

empo

de

seguir

a otra cosa.

¿Una nove

la

Paradiso? Si , en

cuanto hay

un

hilo semiconduc

tor -

la

vida de José Cemi- al

que van o del

qu

e

sa

len los múl

tiples episodios y relatos c

on

e

xos o in conexo s. Pero ya de en

trada ese argumento  tiene

características curiosas. No sé si

Le

zama vio que el desarrollo ini

cial del tema llevaría a pensar

con gran regocijo en Tristram

Shandy pues si bien José Cemi

ya

está vivo

al

comienzo del

relato y

en

cambio Tristram,

qu

e

cuenta

su

propia vida ,

ni

siquie

ra ha

nacido a mitad del libro , es

evidente que el protagonista en

torno

al

cual se organiza Pa

 

-

diso queda en la penumbra

mientras el libro avanza tomán

dose todo

el

tiempo necesario

para narrar

la

vida de los abue

los, los padres y los t

ío

s de José

Cemí. Más importante es obser

var que falta en

Paradiso

lo

que

yo llamaría

el

re

verso continuo ,

la urdimbre que hace  una

novela por más fragmentarios

que puedan parecer sus episo

dios. No es un reparo, puesto

que lo esencial del libro no de

pende para nada de que sea o

no sea una nove

la

como la que

podría esperarse;

mi

propia lec

tura de

Paradiso 

como de todo

lo que conozco de Lezama, par

tió de no esperar algo determi

nado, de no exigir novela, y en

tonces la adhesión a

su co

nteni

do se fue dando sin tensiones

inútiles, sin esa protesta petulan

te que nace de abrir un armario

para sacar la mermelada y en

contrarse en cambio con tres

chalecos de fantasía . A Lezama

hay que leerlo con una entrega

previa

al

fatum   así como subi

mos al avión sin preguntar por el

color de los ojos o

el

estado del

hígado del piloto; lo que irrita a

la

inteligencia crítica en

su

sala de

pesas y medidas es connatural a

toda crítica intelígente en su ca -

verna de Alí Babá.

ibliotec 

de

MeKico

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SE

VERO S AR

DU

Y

CARTA

DE

LEZAMA

1981

tizo. Como

un

prisma con frecuencia le doy vuel-

21

de

julio

1969

tas a una de sus más significativas afirmaciones:

El mundo sólo se mueve por

el

malentendido uni-

Sr.

Severo Sarduy versal, por

el

malentendido todo

el

mundo se pone

En

París : de acuerdo. Porque si, por desgracia, todo

el

mundo se comprendiera, no podría entenderse

Querido amigo: Recibí sus letras

en

las que me

convoca a

la

fiesta de

la

piña barroca de Sceaux,

según su bella estampa. Pero todo viaje es para

mí muy problemático pues como no me acostum

bré a viajar en mi juventud , ya en mi madurez toda

traslación adquiere un ritmo histérico, de ultrapre

ocupaciones banales, insistencias y majaderías.

Ya

el

saltimbanquismo

me

atrae

mu

y poco, pues,

en realidad , quisiera estar

un

año por París y por

Madrid , descansando y reponiéndome,

ya

que en

los últimos años

mi

salud

si no

precaria

ha

sido

inestable .

Si

pudiera hacer

el

viaje con

mi

esposa,

creo que todo se desenvolvería con

un

ritmo

andantino. Todo se me presenta como un barullo,

como nubes acabalgadas, pero después

el

rayo

de

la

gracia va operando, hasta que

el

día se con

figura . Usted, sin duda alguna , comprenderá

mucho de mis estados de ánimo.

Volvamos a nuestros carneritos. Usted me con

sulta sobre

la

aparición de

la

obra en uno o dos

tomos. Si los dos

aparecieran en

el

mismo mo-

mento en s librerías ,

no me disgustaría, sino pre

feriría que fuese en un solo tomo, pues

si

entre

tomo y tomo mediara un tiempo, aunque fuese

breve, la

unidad de

la

obra se resentiría en esa

espera. Todo intermedio abriría una laguna en

el

centro de

la

obra. También comprendo que las ra

zones de

la

casa editorial para publicar

la

obra en

uno o dos tomos, deben de tener sólida funda

mentación . Usted, con

el

cariño que en todo mo

mento

ha

acompañado

al Paradíso,

y que es una

de mis alegrías , sabrá encontrar

la

diagonal de

la

fuerza ,

la

mejor solución.

Ya

estoy enamoriscado del tono conjunto de

Baudelaire, que ustedes van a dar. Espero

su

regalía , que por sí solo hará una pascua o

un

bau-

 Los novelistas como críticos Tomo

), Norma Klahn y Wilfrido H.

Corral (compiladores), Fondo de Cultura Económica, México, 1991 ,

72

pp.

jamás

.

Qué certeza para acercarse a nuestros días,

pues

si no

fuera por

la

enajenación ,

la

vida actual

no lograría alcanzar su lagos. Al suprimirse la ena

jenación ,

la

vida se convertiría en una llanura de

nieve , de la misma manera que ya san Agustín

exigía que existiesen herejes y mucho después

Gracián con amarga tolerancia acepta

q

ue este

mundo se concierta de desconciertos

 .

Por eso

Baudelaire tuvo que pedir ayuda

al

demonio de

la

lucidez, especie de de

la

enajenación.

Cariños de

J. Lezama Lima

..

la piña barroca de Sceaux

..

es más que una

metáfora lezamesca de

mi

carta de invitación

-las

ediciones Seuil , donde se publicó

Paradíso ,

en

la

colección que hoy animo, habían invitado a Leza

ma

para

la

salida del libro

en París-

; es una reali

dad de la repostería local. En esa naturaleza

muerta cuidadosamente dorada y asimétrica , co

mo

los bodegones españoles , que es

la

escritura

de Lezama , pero donde los manjares y frutas de

la

península han sido sustituidos por la chisporrote

ante cornucopia insular, donde

el

quimbombó y

el

caimito,

la

guayaba y

el

mango desdibujan

la

geo

metría puntual y atenuada de las manzanas , im

pera la calidad de lo abrillantado , de lo confitado.

El

almíbar, alquimia simplona del azúcar nacional ,

lo dora y alcorza todo , empacando frutas y paste

les en una empalagosa capa de escarcha que con

el calor y los días se enturbia y adensa como un

espeso cristal. Pero este rasgo acaramelado no es

más que

el

sello de una conquista o apropiación

más vasta, en que Lezama reconoce

el

brío de la

gesta mambisa, los indicios de la independencia,

8

Biblioteca

de

Mexico

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un atisbo de subversión:

.. la

arrogancia de

la

cocina española y la voluptuosidad y las sorpres

as

de

la

cubana , que parece española pero que

se

rebela en

1868 .'

No excluyo que las actuales frutas heladas, ple

nas

de

sus jugos intactos apenas cuajado el sor

bete y tapadas

con

sus propios

pen

achos,

qu

e con

trofeos aún sangrantes y menores, de caza fores

tal , amenizan las calles de Sceaux, reanuden, de

algún modo, la tradición festiva y barroca del

Castillo , que Colbert confió a Claude Perrault y

que

Le

Brun, asistido por Coysevox y Girardon,

iba a aligerar con sus flamígeros carros de

la

Aurora y una decoración de plafones insistente en

sus metáforas monárquicas. La Fedra de Racine,

referencia constante de Lezama, se representó

en

la

inauguración; más tarde, para una visita del

soberano y de Madame de Maintenon,

el

poeta

cortesano compuso el Idilio de Sceaux, celebra

ción aplicada de las victorias del Rey-Sol.

El

banquete que intenté ofrecer

al

maestro'

estaba pues tan esmaltado por los prodigios su

burbanos de

la

gastronomía como por las conno

taciones textuales de una época

el

clasicismo del

rigor métrico,

el

barroco

de

la imagen raciniana

que adquirió en

él al

categoría de

era,

esos perio

dos de la imaginación en que

el

hombre vive a ple

nitud una gran poesía '

. como no me acostumbré a viajar en

mi

juven

tud

..

. Está, la vida de Lezama, sellada por lo que

fue también

el

centro

de

su sistema político y títu

lo de

su

obra clave:

La fijeza.

Y

aún

más:

el

encie

rro una persistente inmovilidad, fobia de todo des

plazamiento: toda traslación adquiere un ritmo

histérico . Ese todo que se le presenta como un

barullo, como nubes acabalgadas , en una imagen

escenográfica de ópera estridente, es

la

posibili

dad de moverse, el potens para utilizar

su

expre

sión de la deriva , como

si

el cuerpo estuviera

fija-

do

por ataduras de inflexibilidad genética, a ciu-

  Paradiso,

Era, México , 1968, cap. 1 p. 17.

2

A esto se

refiere la

Pág i

na sobr

e Lezama

 t

que . con el manusc

rito

de una carta a su hermana Eloísa , constituye

la

contratapa de las

Cartas (1939-1976) ,

Orígenes,

Madrid, 1979. La carta que aquí

comento no

forma parte del volumen

es inédita

.

3

unque

la presencia

de

los clásicos franceses ,

entre ello

s la del

propio

Racine ,

impide que

este

periodo

se

incluya

,

si

nos

atenemos

a la estricta definición del término , entre

las

eras imaginarias:

.. El

con

vencimiento de que

la

imagen se expresaba

tan

to en

eras

imaginarias

. en periodos históricos, que

sin ofrecer

grande

s

poetas viv ían a plenitud una

gran

poesía . Desde VirgiHo hasta la

aparición del Dante no surgen grandes poetas; sin embargo, es

una época de gran poesia. Es el periodo de los merov

ing

ios

Europa entera se llena de conjuros y prodigios. El hombre del

pueblo está convencido de que Cario Magno ha conquistado

Zaragoza cuando tenía 22 años, como los hombres del Antiguo

Testamento, empiezan las peregrinaciones y la constru

cc ión

en

piedra de los grandes símbolos.

[ a

imagen como fundamento

poético der mundo, por Lol6 de

la

TorMente , en Bohemia (¿hacia

1960). El sUbrayado es mío.]

dad familiar, círculo intermedio entre

la

legendaria

casa materna y la fiesta innombrable  de

la

isla

natal.

Los

biógrafos de Lezama

no

hablan de viajes.

Armando Álvarez Bravo señala , no obstante,

en

1949, una corta estancia

en

México donde Le-

zama

en

contacto con

la

tierra firme, con el pai

saje americano,

amplía sus conceptos sobre este

cosmos, del que sólo conocía un aspecto, las

islas .' Luego,

en

1950, realiza

un

nuevo y breve

viaje, esta vez a Jamaica . Basándose en él y en la

anterior excursión , empieza a fraguar una teoría

sobre

la

expresión americana . Creo que a partir

de entonces a menos que Eloísa Lezama Lima

pueda modificar esta interpretación-, el área inti

midante,

la

región enemiga

de

todo desplaza

miento

se va

estrechando, reduciendo

al

territorio

asegurador que en

su

quehacer cotidiano baliza la

Madre, espacio marcado por su atención, como

si

la

respiración dificultosa de Lezama le impidiera

alejarse de la medida de ese otro soplo, de

un

ritmo ideal de contacto con el espacio y el aire,

garantía a

la

vez de supervivencia y sosiego.

Aunque en poemas como

El arco invisible de

Viña/es

dejó constancia de sus travesías por la

isla interrumpiendo el puro regodeo fonético de su

poesía con detalles tan realistas y minuciosos que

llegan a armar como

un

relato

el

muchacho ven

dedor de estalactitas, la botella llena de cocuyos

donde guarda los 10 céntimos que gana por cada

• Lezama m . Los grandes to

dos

  Arca, Montevideo , 1968, presen·

tación y entrevistas por Armando varez Bravo.

9

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piedra y que coloca debajo de

la

almohada; su

hermano , saltimbanqui picassista ;

la

madre, que

abanica

la

puerta para alejar a una lagartija ;

la

her

mana que pasa sin hacer ruido , para no despertar,

antes de ir a visitar a

su

soldado: estampa de

la

familia guajira que rememora

en

su dibujo las de

Abela o Víctor Manuel-, Lezama no fue, ni siquie

ra, uno de esos viajeros insulares adictos -como

los de mi propia familia-

al

tren número uno, el

que recorría , a velocidades irrisorias, o indias, las

seis provincias, con paros vecinales que abarrota

ban los andenes.

Frecuentó , eso sí ,

en

Bauta, cerca de La Haba

na

, la

parroquia de Ángel Gaztelu, presbítero

miembro de

la

redacción de

Orígenes

en banque

tes dominicales, criollos florilegios de sobremesa

con sonetos siesteros, y también

en

las bodas y

bautizos de sus amigos, fiel , como

al

ritmo de las

estaciones,

al

regreso cíclico de las conmemora

ciones y rituales cristianos.'

Sin embargo, la voluptuosidad de saber, la mag

nitud de similitudes, de conexiones y referencias

que hilvana este hombre inmóvil son tales, que

asombran ,

ya en

los años treinta , a los primeros

viajeros con que va discutiendo su teología insular

y trazando las bases de su sistema poético a par

tir de

la

imagen como fundamento del mundo:

Juan Ramón Jiménez, con usted, amigo Lezama,

tan despierto, tan ávido, tan lleno, se puede seguir

Co

mo lo evoca , con el ac ierto que s610 otro miembro de

ígenes

podr

ia

lo

gr

ar Lorenzo Garcia Vega

en os años

de

O

ríg

en

es ,

Monte Av

i

a. C

ar

acas. 1979.

En

esta

mi

sma ca rta, al dar la metáfora de la alegria que le ca usa -

r

ía

rec

ibir

las obras completas de Baudelaire, Lezama evoca

un

a

pascua o

un

baut

izo

  ,

10

hablando de poesía siempre ; María Zambrano,

que escribe entonces su Cuba secreta   verdadero

decálogo de Orígenes; el doctor Pittaluga, de

quien Lezama dice lo que más tarde la condes

cendiente sucesión de viajeros invitados por la

Revolución acuñará como la imagen del propio

Lezama: fue un caballero y un sabio ... Era un

estilo viviente, sabía citar un clásico o fumarse un

tabaco en una forma incomparable ; Luis Cer

nuda, Wallace Stevens , Karl Vossler ...

Pero como si a la fijeza física,

al

encierro insu

lar y doméstico correspondiera , por una ley de

identidad de antípodas,

la

suprema agilidad,

la

ful

guración de las asociaciones , la cultura de

Lezama lo abarca, con ese vistazo del león que es

uno de los atributos del Buda

al

nacer,

l mismo

tiempo  todo.

Una simple página puede ensartar,

como en

un

espejismo semántico, el pitagorismo

improvisado y asimétrico, Le Corbusier,

un

cofre

alemán de relieves barrocos, un cuadro de Brue -

ghel, una mayólica con una limosnera argelina, un

pandero, el rococó Luis xv, Quentin

La

Tour,

el

Concilio de Trento, un carcaj escarlata ,

el

Greco,

Swedenborg, Boehme, Baudry, autor de un

bis-

cuit 

para atenernos a las referencias explícitas,

pues

la

extensión de las connotaciones y bifurca

ciones abarcaría

la

totalidad enciclopédica .

Siempre que me encontré en algún sitio descrito

por Lezama

lo reconocí

a

partir

de

su descripción 

a

tal punto es precisa lo que muy bien puede llamar

se su videncia. n monasterio tibetano, en

el

Hi

malaya, la sucesión verde y marchita de las arroce

ras ceilanesas, una cabeza antonina del Museo de

las Termas o

la

roseta de Notre Dame junto a

la

horizontal del río.

Toda

una metafísica es

la per-

cepción justa

-una

de las pautas búdicas, según el

discurso inaugural de Sarnath , en que Sakiamuni

señaló a gacelas y discípulos

la vía-

se podría deri

var de

la

agudeza visual lezamiana, de su desplie

gue y focalización de

la

vista antes de

la

mirada,

como

si

sólo

la

ausencia y lejanía del objeto real

-cuya

imagen mental contemplamos- permitiera

su

efecto de realidad

en

el

texto; toda una ciencia de

los signos: anular, obliterar, tachar

el

referente en la

distancia para que,

en la

pureza y desnudez del sig

nificado, nos dé acceso a

la

majestad

del

signifi

cante, a

la

compacidad de

la

letra. De all í, quizás,

el

rigor de Lezama en su fijeza, la persistencia, casi

moral , de

su

inmovilidad, como si las cosas, una

vez percibidas en

su

literalidad, fueran a desvane

cerse, como

si la

roseta de Notre Dame, contem

plada de cerca, fuera a reducir a

un

pitagorismo

improvisado y asimétrico ,

el

rigor incandescente de

sus cifras,

la

razón ardiente de los números, como

si

más allá de

la

cosa mentale

todas las cosas

se

degradaran y del ser, exterior a la imagen , no hubie-

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ra

más que simulacros o residuos de ser.

 

Lezama gustaba citar esta frase de Pascal: "Es

bueno ver y no ver, éste es precisamente el esta-

do de la naturaleza."

La poesía es potencia de conocimiento .

. itmo andantino." Hay, en el surgimiento de este

diminutivo, una epifanía de la lengua cubana.

Ninguna de las versiones del castellano en Amé-

rica

ha

sido más devota de lo minúsculo, de lo di-

minuto, como

si

las palabras torcidas o miniaturi-

zadas se prestaran de inmediato a un abarca-

miento total de la escucha, sonoro jardín japonés.

El

cariño

que

es el afecto más cubano linda con

la pulsión de achicar; la reducción divierte y fasci-

na, acerca. El cubano siempre tuvo una aversión

innata a lo monumental, que el

choteo

esa jarana

o irrisión inesperada, esa irrupción de lo paródico

y levemente grotesco, manifiesta en

la

primera

oportunidad. Cuántas frases de rancia oratoria, o

de un lirismo neblinoso y grosero, han quedado

ridiculizadas por una trompetilla, como enfrenta-

das con sus dobles siniestros, con las imposturas

pintarrajeadas de su presunción.

Juan Goytisolo señalaba cómo,

al

contrario de

lodos los países a lo largo de la historia, que han

considerado a sus guerras, cualesquiera que fue-

ran sus estragos reales, como catástrofes incon-

mensurables o prefiguraciones apocalípticas, Cu-

ba había bautizado a una de las suyas de "guerra

1

La c rt

que

comento

es

del21

de

julio

de

1969. Unos días después.

el 12 de agosto, Le

zama escribe a

su

hermana Eloísa hab lando esta

vez de una invitación de la UNESCO

que

le

hi

ciera César

Femández

Moreno poco

después

de la de

Seuil,

en que insiste en esta i m p o s i i ~

lidad de todo desplazamiento acorta drásticam ente su

posible

estan-

cia en ésta: en

mi

carta dice: quisiera estar un año por París y por

Madrid.

descansando

reponiéndome : en la de

El

oisa,

Lezama

Lima

dice:

piens

o estar una semana

en

París un mes

en

Madrid:'

Como te dije por

teléfono.

la UNESCO

me

ha invitado

a París para

su conversa torio sobre Gandhi. Me siento tan desolado, indolen-

te y abúlico , que lo que

en

otras épocas hubiera sido motivo de

gran

alegría, ahora

lo es de

hondas preocupaciones .

El

sentirse

solo, sin

familia ,

sin

respaldo ,

te va

debilitando

en

tal forma que

pierdes el

entusiasmo

la

decisión. María

Lu isa

me embulla y

creo,

si Dios quiere, que

el

viaje lo haremos, pero estos últimos

diez años han

sido

de tan hondas preocupa ciones, que

todo

se

nos ha

problematizado y

confundido. Si

hago

el viaje, pienso

estar

una

semana

en

Par

ís

y un mes

en

Madrid .

A

una

pregunta sobre los viajes, del Centro de Investigaciones

Literarias de La Habana, Lezama responde:

Es que hay viajes mas espléndidos: los que un hombre puede

in-

tentar por

los

corredores de

su

casa , yé

nd

ose del dormitorio

al

baño, desfilando entre parques librerías . ¿Para qué tomar

en

cuenta los med ios de transporte? Pienso

en

los aviones, donde

los viaje

ros

caminan sólo de proa a popa : eso no

es via

jar.

El

viaje

es

apenas

un

movimiento de la imaginación.

El viaje es

recono-

cer, reconocerse. es la pérdida de la niñez y la admisión de la

madurez. Goethe y Proust.

esos

hombres de inmensa diversidad.

no via jaron casi nunca. La

¡m go era

su

navio.

Yo

también:

casi

nunca he

salido de La

Habana.

Admito dos

raz

ones:

a cada sali·

da

. empeoran mis

bronqu ios.

además.

en el

centro

de todo

via

je

ha flotado siempre

el

recuerdo

de

la muerte

de

mi padre. Gide ha

dicho que toda

travesía es

un

pregusto de

la

muerte.

una

antici-

pación

del fin

. Yo

no viajo

:

por

eso

resucito

.

n l e r r o g a n d o

a Le-

zama

Lima   . en

ecopifación de textos sobre

J L L

Casa

de

las

Américas,

La

Habana, 1970.]

chiquita". Subrayó también

el

gráfico impacto cari-

catural de

la

frase que sanciona toda fortuna des-

moronada, prestigio desmentido o público es-

carnio del héroe de ayer: "iSe

le

cayó

el

altarito "

Podía leerse, también,

la

página de Lezama, a

la

escucha de estas oscilaciones, como una partitura

de bruscos acordes mínimos, esos estrechamientos

y torsiones

de la

desinencia que esmaltan la lengua

cubana

con su

fiesta de miniaturas, como aceitadas

maquinarias barrocas siempre prestas a desplegar

su desfile de enanos socarrones, levantando los

pies, sonando sus chaquetines de monedas.

.. como nubes acabalgadas, pero después el

rayo de

la

gracia va operando ... " Escenografía

barroca, esplendente pedagogía del Concilio de

Trento que apela sin reservas a lo más eficaz, a lo

más explícitamente teatral para deslumbrar a los

fieles, para reunirlos en el cono luminoso que filtra

una Lucerna borrominesca, o bajo los ángeles re-

molineantes de un plafón de Pozzo, en un mismo

movimiento ascendente y helicoidal.

Todo

por lle-

gar a lo más verosímil, a lo más palpable: al mis-

terio encarnado. Todo por convencer.

..Usted, sin duda alguna, comprenderá mucho

de mis estados de ánimo. " Ojalá que

mi

vida, aun-

que sin el telas que animó la suya, llegue a confi-

gurar las suficientes simetrías y paralelismos , las

necesarias coincidencias y complicidades con

la

de Lezama, como para justificar esta "empatía .

"Volvamos a nuestros carneritos." Si mi descifra-

miento es justo del "dibujo mismo de la letra rizada

B

ibli

ote c a de

Méxi

co

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y caprichosa , como el borde orlado del clavel, flor

suya preferida, en aquella escritura que no parecía

necesitar de los signos de admiración ni de interro

gación para dejar señal de una apertura incontesta

ble, de una diferente vehemencia ,· no reconozco

esta expresión como frase idiomática cubana ni

recuerdo haberla oído en

mi

infancia. Tiene, sin

embargo,

el

tono de lo verosímil idiolectal. Pero qui

sólo

se

trate de una formalidad de precedencia;

una frase idiomática, el saber anónimo

de

todos,

no

es más que la repetición, la imagen acuñada,

monedada y gastada por el uso, de

lo

que

un

día

fue, gracias a una leve alteración del lenguaje nor

mativo, el hallazgo de

un

poeta. Y viceversa.

Todo intermedio abriría una laguna en el centro

de la obra

.

Curiosa premonición, en lo temporal ,

de lo que será,

en

Oppiano Licario , la

estructura

formal : todo

el

relato gira en torno a una laguna ,

a una ausencia textual ; esa Súmula , clave pitagó

rica y suma gnoseológica del mundo, a

la

cual

nunca tenemos acceso, y que

un

ciclón y

un

perro,

igualmente infernales y oportunos, dispersan para

siempre. Una página en blanco, signo ilegible y

lacunario de la pérdida, interrumpe o centra- la

inconclusa suite de Paradiso.

 

... hará una pascua o

un

bautizo.  Además de lo

ya

comentado la fidelidad de Lezama al festejo

de los rituales cristianos, su sentido católico y crio

llo de la celebración- cabe recordar la identidad

del destino poético de José Cemí con el del Cristo

como hijo. Ello es legible desde las primeras líne

as de Paradiso: Cemí pierde

la

respiración el

libro se desplaza desde esta arritmia hasta la

recuperación total del soplo: el ritmo hesicástico

de la poesía- ante los criados de la familia, metá

foras de la Trinidad ; define su vida, a partir de la

devoción a la Madre, como una encarnación o un

misterio, y finalmente es reconocido, por Oppiano

Licario, gracias a sus iniciales: J. C.  o

El mundo sólo se mueve por el malentendido uni

versal, por el malentendido todo el mundo se pone

• Fina Garcia Marruz, Estación de gloria

 ,

en op. cit

.,

p. 278.

i Queda así para siempre borrado

el

libro que establece un relación

cósmica entre las excepciones de la naturaleza

y

las de la forma , la

Súmula, de la cual, arrancado

al

perro, Cemi rescata sólo un poema

que para nosotros se configura como un blanco en la página posi-

blemente Lezama pensó añadirlo al final de la redacción-; igualmen

te queda incompleto

el

libro que va a cerrar, con

Paradiso,

la funda

mentación insular por

al

imagen, la palabra genltora. Deriva en

el

rio,

espejeo en el agua, fluir sin fin, dispersión de la ceniza: cuerpo borra

do de los fundadores. ISevero Sarduy,

.

' Opplano Ucalio: el libro

que no podla concluir , en Vuelta, 18 de mayo de 1978, p 32, Y tam

bién en

Point otContact,

invierno, 1981, p. 123.)

Julio Ortega, Aproximaciones a

Paradiso

 , Imagen,

1-15 e

enero

de 1969, núm. 40, suplemento, pp. 9-16. Recogido

n CIP-

cit., Casa

de las Américas.

de acuerdo. Porque si, por desgracia, todo el mun

do se comprendiera, no podría entenderse jamás.

No he encontrado, en la misma edición de las

obras completas de Baudelaire que envié a Leza

ma

,

la

cita exacta. Pero esa paradoja suscita una

lectura reactivada a la luz del psicoanálisis actl,lal ;

la

perennidad de

la

obra, como el prisma a que le

da vueltas Lezama para engarzar la frase, no se

ría más que esa posibilidad, siempre renovada, de

otra lectura, de otra refracción en

la

nítida arista,

en lo traslúcido de

la

otra cara, para que el rayo

de

la

escritura, en apariencia incoloro y unido, se

abra en el haz divergente del iris.

El lenguaje estructurado, informativo, ese que

con sus nudos y nexos nos constituye y precede,

sería

un

gran Otro falsamente eficaz, soporte que

bradizo del entendimiento y la comunicación , Si

nos atuviéramos a ese simulacro utilitario, a su

falaz garantía, no nos entenderíamos jamás. Sólo

las faltas, los defectos, los olvidos, los lapsus de

ese código permiten que aflore, a la superficie

compacta y como marmórea del lenguaje, la insi

nuación del sujeto, un vislumbre de verdadera

comunicación . De allí la escucha, como distraída y

ausente del analista, que no presta atención al

fárrago inoportuno del discurso constituido, a lo

que

el

analizante cree decir, sino al segundo, en el

umbral de lo perceptible, en que ese discurso bas

cula, se desdice, se interrumpe, vacila, cae.

En

el

fondo

, el locutor-auditor

ideal de Chomsky es

lo que

Lacan llama

en

otra

parte el sujeto -supues

to saber, el sujeto

supuesto

saber completamente

la

lengua

, el sujeto supuesto saber siempre

lo

que

dice , y este personaje,

único,

invariable, impecable,

del

que se debe decir

que

se

sueña,

no existe.

Entonces

, se ganaría algo en la consideración cien

tífica del

lenguaje si se partiera

de

esto

que

.

Lacan

formula muy

sencillamente, y que es una especie de

verdad primera se necesita cierto tiempo para

de

-

cirio pero es una verdad primera- y es

que

el malen-

tendido es

la

esencia de la comunicación. El error de

cierto número de ciencias que son legítimamente

ciencias es empero imaginar que lo bien entendido

es la esencia de la comunicación. 

... una llanura de nieve. n Entre las constancias de

la poesía cubana, pacientemente repertoriadas por

Cintio Vitier, está, en una previsible paradoja, el frio,

lo helado, la nieve, esa constelación de valor y sen

tido se metaforiza en incoincidencia con la realidad,

ausencia de destino, insuficiencia para la comunión

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I

humana profunda, atmósfera de resent imiento y de

rencor, vida oculta, desamparo, desolación . '^

. . . ya san Agust ín ex ig ía que exis t iesen here

j es . . .

Act i tud, en e l esp lendor de su paradoja ,

muy cató l ica: e l pecado forma parte de l p lan

  divi

no;

  e l d ibu jo necesi ta , para destacar sus contor

nos y re l ieves -según la

  doxa

  med ieva l - , de la

sombra. S i san Agust ín , c i tado por Claudel , pro f ie

re e l e t íam peccafa -aun e l pecado s i rve a la g lo

r ia de Dios y a la redenc ión de l mu nd o- , c i tado por

Lezama parece más concern ido aún por e l mal ,

posible reminiscencia de la herejía que le dio   fun

damento: e l dua l ismo maniqueo, que de l Mal hace

un principio tan act ivo como el Bien y ve, hasta en

la menor imagen de lo mani f iesto , un combate de

esos antagónicos. Como san Agust ín , que vat ic ina

que con la toma de Roma la Ant igüedad concluye,

que le ha tocado v iv i r e l crepúsculo de un saber y

hasta vaci la ante e l paganismo, así Lezama, en e l

desasosiego de los ú l t imos años, no de ja de evo

car la resaca de la babarie, al ver aniqui lada de

golpe la sociedad catól ica en que ha vivido y que

- a u n q u e a  contracorriente:  escr ib ió a l mar gen de

e l l a -

  sustenta su lenguaje y su fe.

La here j ía que san Agust ín ex ige y rechaza es

la de Pelag io , asceta nacido en Gran Bretaña, f i ja

do en Roma, que a su paso por Áf r ica en 411

in tenta un d iá logo con é l . Como muchos re fug ia

dos i tal ianos sigue a Palest ina.

Los pe lag ianos, t ransformando e l cñst ian ismo

en pura mora l , sostuv ieron que lo esencia l para e l

hombre era la búsqueda de la v i r tud, y que éste

podía a lcanzar la -ya que no hay mal en sí - gra

c ias a su so la vo luntad. L legaron a conceder tan

poca importancia a l pecado or ig ina l que postu la

ron la inut i l idad de l baut izo. S an Agust ín a f i rmaba ,

a l cont rar io , que e l hombre no puede sa lvarse s in

la intervención de Dios, sin la gracia. De al l í quizás

que s ig los más tarde lo invocaran cont ra los jesuí

tas los adeptos de Port Royal . Éstos no creyeron,

como los maniqueos, en un mal absolu to a cuyo

combate debe de consagrarse e l hombre; no d i fe

r ían,

  s in embargo, rad ica lmente de e l los: sostuv ie

ron que e l mal era tan fuerte que e l hombre no

podía l iberarse de él sin la gracia.

Una probable h is tor ia de Occidente podría te jer

se a part i r de esta cont rovers ia . Hasta entonces e l

cr is t ian ismo, como e l pensamiento de la Ant igüe -

dad ,

  se sustentaba de exter ior idades, de leyes, de

pr inc ip ios y obediencias. A part i r de l momento en

que in terv iene la gracia , se p lantea también una

interrogación sobre el motor últ imo de toda posible

'· Cintio Vitier,  Lo cubano en la Poesía.  Universidad Central de las

Villas. 1958, p. 486.

ac c i ón :

  el yo, el sujeto, o la fuerza exterior de la

g rac i a .

  Comienza la vasta y tortuosa historia de la

in ter ior idad.

Una vert iente del pensamiento de la Edad Media,

y Descartes, der ivan pues de san Agust ín ; santo

Tomás, al contrario, se inscribe en un regreso y

recuperación de la Ant igüedad. En e l mismo en

que ,

 exp l íc i tamente, surg i rán

  Ulises

  y

  Paradiso

. . .este mundo se concier ta de desconcier tos , c ie

rra aquí, la célebre fras e de

 El criticón,

  la tríada que,

uniendo lo más distante y en apariencia disímil ,

Lezama, en el rayo del saber obl icuo, enmarca y

d ibu ja .  Trivium

  de la enajenación: alrededor de

Lezama, desde la época de la carta y hasta su

muerte, todo parecerá simulación y suave risa,

farsa d iscreta y genera l . Pero precisamente, gra

cias al consenso colect ivo de la apariencia, al

malentendido y e l desconcier to promulgados, casi

carnavalesca mente, a l rango de verdad , a l d iscurso

inf lado y vacuo aceptado como norma y código

mora l ,

  la sociedad del simulacro funciona, sobrevi

ve ,

  prospera incluso, como si en esa caída el hom

bre contemplara una imagen indolente y sin te/os

de su historia, una manifestación, aunque grotesca,

tan vál ida como las otras, de su   posibilidad.

Por   eso Bau dela i re tuvo que pedir ayuda a l de -

monio de la luc idez, especie de. . . [¿compendio?]

de la ena jen ación. No desci f ro con exact i tud la

pa labra que s igue a espec/e   de ,  qu izá sea com

pen dio pero el rasg o inicial y el que sigu e a la

le t ra d son d iscut ib les. Pref iero , de todos modos,

que esta lectura de Lezama termine apelando, a

part i r de lo ausente como en

  Oppiano Licario,

  a

conv ergen cia y com pl ic idad de l lector. E l texto ger

mina m ás a l lá de la muerte , aun que sea en la

  vac i

lac ión de una le t ra , en e l teorema de su sombra.

Son ya pocos los años que me quedan para sentir el

terrible encontronazo del más allá. Pero a todo

sobreviví, y he de sobrevivir también a la muerte.

Heidegger sostiene que el hombre es un ser para la

muerte; todo poeta, sin embargo, crea la resurrec

ción,

  entona ante la muerte un hurra victorioso. Y si

alguno piensa que exagero, quedará preso de los

desastres, del demonio y de los círculos infernales.

Voces

  2:

  Lezama Lima,  e d i ci ó n d e R a f a e l H u m b e r t o M o r e n o -

D u r a n ,  M o n t e s i n o s , B a r c e l o n a , 1 9 8 1 , p p .

  3 3 - 4 1 .

Henri Marrou. Le pélagianisme . en Jean Deniélou y Henri Man-ou.

Nouvelle Histoire de l église. I. Des originies a Grégoire le Grand.

Seuil ,

  Paris , 1963. pp. 450-459.

Interrogando a Lezama Lima , Centro de Investigaciones Litera

rias, en op   cit..  Casa de las Americas. La Haba na, 1970.

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DIÁLO G O POÉTICO

OCTAVIO PAZ

R

EFUTACiÓN

DE

LOS

ESPEJOS

Nunca nos vimos

yo le

enviaba mis libros y

él

los

suyos  nos escribíamos a veces nos tratamos

sie mpre de usted.

Leí

su

nombre por primera vez hace más

de

cin-

cuenta años en Espuela de plata hoja de poesía.

¿A quién espoleaba esa espuela? Caballito de

palo caballo de ajedrez caballito del diablo

ve

loz zumbido azul montado por

un

jinete que

segaba jardines de tinta con un largo silbido.

El jinete desmontó y alzando el yelmo de yedra  

descubrió un rostro hecho de ca torce letras:

yo

vi

  entre los chopos líquidos de las eles y los

montes magnéticos de las emes

rodeado de vocales -sólo faltaba

la

u  caracol de

la

melancolía   ciervo enamorado de

la luna-

a José Lezama Lima  apoyado en

su va ra

poli-

glota  pastor de imágenes.

Me

mostró un pobre cemento de corazón de león

y me dijo : a un puente  un gran puente  no se le ve

Desde entonces cruzo puentes que va n de aquí

a allá de nunca a siempre

desde entonces ingeniero de aire construyo

el

puente inacabable entre lo inaudible y lo invisible.

Nos tratábamos de usted pero ahora al leer en

xerox

el

manuscrito de Fragmentos a su imán

lo

tuteo .

Tú no

me oyes

ya

eres silencio más allá de

sentido y sin sentido tú estás más acá de silencio

y de ruido

no obstante puesto que has escrito: sólo existen

el bien

la

ausencia

existes y

te

tuteo .

Si el Agua ígnea demuestra que la imagen exis

tió antes que el hombre 

eres

ya tu

Imagen.

Has vuelto a ser

lo

que fuiste antes de ser José

Lezama Lima:

el

bien y

la

ausencia

en

una sola

imagen.

Tú dices que

lo

lúdico es lo agónico y yo digo que

lo

lúdico es lo lúcido y por eso

José Lezama Lima. Fragmentos a u imán   poema prólogo de Oc

ta vio Paz. Edi

ci

ones Era. S. A . México. 1978. 168 pp

.

en

este juego de las apariciones y las desapari-

ciones que jugamos sobre

la

tierra  

en

este ensayo general del

Fin

del Mundo que es

nuestro siglo

te

veo:

estás sentado en una silla hecha de una sola

nube de metal polisemia arrancado a

la

avaricia del

diccionario 

y tus ojos contemplan tu poema -¿o es tu poema

el

que contempla las visiones de tus ojos?

-sea

lo

uno o

lo

otro 

te

veo: teatro de las meta-

morfosis cámara de las transformaciones   templo

del triple Hermes.

Por

tu

cuerpo corren las sustancias enamoradas

de

su

forma  giran los elementos en busca de

su

imagen

perpetuas revoluciones del lenguaje que sólo

habita

la

forma que

in

ve

nta para devorarla y seguir

girando.

Sí tú

eres

la

gran boa de

la

poesía de nuestra

lengua que

al

enroscarse en sí misma se

ince

ndia

y

al

incendiarse asciende como

el

carro de lla-

mas del profeta y

al

tocar

el

ombligo del cielo

se precipita como

el

joven Faetonte 

el

avión ful-

minado del Sueño de Sor Juana.

Sí  tú eres el pájaro que perfecciona el dicciona

rio y que  plantado sobre

la

piedra de las etimolo-

gías 

canta -¿y qué dice

su

canto? Dice: cuacuá cua-

cuá

-lo

lúcido es

lo

lúdico y

lo

lúdico es

lo

agónico.

Sí tú

eres  como

el

gato de

la

bruja de Michelet

el lugarteniente de los participios en

la

noche llena

de esdrújulos.

Sí  tú eres el guardián del Spermatikos Lagos y

lo preservas como

tu

maestro Carpócrates de

la

tiranía del cosmócrata.

Los espejos repiten

al

mundo pero tus ojos lo

cambian: tus ojos son

la

crítica de los espejos: creo

en

tus ojos.

Aunque no esperas a nadie insistes en que al -

guien tiene que llegar. ¿alguien o algo  quién o

qué?

4

Bibli oteca

de

Mexico

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Preguntas al muro y

el

muro

no

responde y tú ras

cas al muro hasta que sangra y muestra su vacío:

ya tienes la

compañía insuperable el

pequeño

hueco donde cabes tú con tus Obras Completas y

tus fantasmas.

Ese agujero

no

es

el

espejo que devuelve tu ima

gen ; es el espejo que

te

vuelve Imagen

aquel o aquello que fuiste antes de ser José

Lezama Lima  pastor entre jardines de eles y colinas

de emes.

Ya

entraste en

el espejo que camina hacia noso

tros  

el espejo vacío de

la

poesía  

contradicción e las contradicciones ya estás en

la

casa de las semejanzas 

ya

eres a los pies del Uno  sin cesar de ser otro 

idéntico a

ti

mismo.

Es el

ciervo que ve en las respuestas del río

a la sierpe 

el

deslizarse naturaleza

con escamas que convocan

el

ritmo inaugural.

Nombrar y hacer el nombre en la ceguera palpatoria.

La voz ordenando con

la

máscara a los reyes de

Grecia 

la

sangre que

no se

acostumbra a la tenaza noctumal

y vuelve a

la

primigenia esfera en remolino .

El sacerdote   dormido en la terraza

despierta en cada palabra que flecha

a la perdiz caída en su espejo de metal.

El movimiento de la palabra

en el instante del desprendimiento que comienza

a desfilar

en

la cantidad resistente 

José Lezama Lima: qué pocos son capaces

e

pe- en

la

posible ciudad creada

dir  como tu amigo Víctor Manuel  un regalo para

regalarlo.

Yo lo he imitado y te pedí

un

manojo de frases:

te

las regalo para que te reconozcas

no en

el

que escribió esas frases

no en aquel

tú-mismo en que ellas te han convertido.

México

  D.

F

a 29 de abril de 1978

JOSÉ LEZAMA LIMA

OCT VIO P Z

En

el

chisporroteo del remolino

el

guerrero japonés pregunta por

su

silencio 

le responden en el descenso a los infiernos

los huesos orinados con sangre

de la furiosa divinidad mexicana.

El mazapán con las franjas del presagio

se

iguala con

la

placenta de la vaca sagrada.

El Pabellón de la vacuidad oprime una brisa alta

y

la convierte en un caracol sangriento.

En Rio

el

carnaval tira de la soga

y aparecemos en la sala recién iluminada.

En

la

Isla de San Luis

la

conversación  

serpiente que penetra

en el

costado como

la

lanza 

hace visibles los faroles de la ciudad tibetana

y llueve  como un árbol   en los oídos.

El murciélago trinitario

extraño sosiego en la tau insular

con

su

bigote lindo humeando.

Todo

aquí y allí en acecho.

para los moradores increados  pero ya respirantes.

Las danzas llegaron con sus disfraces

al

centro del bosque  pero ya el fuego

había desarraigado

el

horizonte.

La

ciudad dormida evapora su lenguaje

el incendio rodaba como agua

por los peldaños de los brazos .

La nueva ordenanza indescifrable

levantó

la

cabeza del náufrago que hablaba.

Sólo

el

incendio espejeaba

el

tamaño silencioso del naufragio.

Marzo y

1971

5

iblioteca de éx i

co

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JOSÉ LEZAMA

LIMA

POEMAS

6

Aibliot .,c;I

p

Mpxieo

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~

ibujo de Wilfredo Lam

DE FR GMENTOS

SU

IM N

DISCORDI S

De

la

contradicción de las contradicciones  

la

contradicción de la poesía 

obtener con

un

poco de humo

la

respuesta resistente de

la

piedra

y volver a la transparencia del agua

que busca

el

caos sereno del océano

dividido entre una continuidad que interroga

y una ínterrupción que responde 

como

un

hueco que se llena de larvas

y allí reposa después una langosta .

Su

ojos trazan

el

carbunclo del círculo 

las miasmas langostas con ojos de fanal  

conservando la mitad en el vacío

y con la otra arañando en sus tropiezos

el

frenesí del fauno comentado.

Contradicción primera: caminar descalzo

sobre las hojas entrecruzadas 

que tapan las madrigueras donde

el

sol

se borra como la cansada espada  

que corta una hoguera recién sembrada.

Contradicción segunda: sembrar las hogueras.

Última contradicción : entrar

en el espejo que camina hacia nosotros  

donde se encuentran las espaldas 

y en la semejanza empiezan

los ojos sobre los ojos de las hojas 

la contradicción de las contradicciones.

La contradicción de la poesía 

se

borra a

misma y avanza

con cómicos ojos de langosta.

Cada palabra destruye su apoya tura

y traza

un

puente romano secular.

Gira

en

torno como

un

delfín

caricioso y aparece

indistinto como una proa fálica .

Restriega los labios que dicen

la

orden de retirada .

Estalla y los perros del trineo

mascan las farolas en los árboles.

De la contradicción de las contradicciones  

la contradicción de la poesía  

borra las letras y después respíralas

al amanecer cuando

la

luz te borra .

Di ciembre y 97

1937)

Dibujo de Amelia Peláez

7

Biblioteca de

México

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MARíA

ZAMBRANO

María se nos

ha

hecho tan transparente

que la vemos

al

mismo tiempo

en Suiza   en Roma o en La Habana.

Acompañada de Araceli

no le teme

al

fuego

ni

al

hielo.

Tiene los gatos frígidos

y los gatos térmicos

aquellos fantasmas elásticos de Baudelaire

la miran tan despaciosamente

que María temerosa comienza a escribir.

La he oído conversar desde Platón hasta Husserl

en días alternos y opuestos por el vértice 

y terminar cantando un corrido mexicano.

Las olitas jónicas del Mediterráneo 

los gatos que utilizaban la palabra como 

que según los eg ipcios unía todas las cosas

como una metáfora inmutable  

le hablaban al oído

mientras Arace li trazaba un circulo mágico

con doce gatos zodiacales

y cada uno esperaba su momento

para salmodiar l libro de los muertos.

María es ya para mí

como una sibi

la

a la cual tenuemente nos acercamos

creye

nd

o oír

el

centro de la tierra

y el cielo de empíreo

que está más allá del cie lo visible .

Vivirla   sentirla llegar como una nube 

es como tomar una copa de v ino

y hundirnos en su

légamo.

Ella todavía puede despedirse

abrazada con Araceli  

pero siempre retorna como una luz temblorosa .

Marzo y 1975

Grabado de Diago

1945)

8

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DE

N MIGO RUMOR

AH

QUE TÚ ESCAPES

h   que tú escapes en el instante

en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.

h   mi amiga  que tú no quieras creer

las preguntas de esa estrella recién cortada 

que va mojando sus puntas en otra estrella

enemiga.

h   si pudiera ser cierto que a la hora del baño 

cuando en una misma agua discursiva

se

bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:

antílopes  serpientes de pasos brev

es

  de pasos

evaporados  

parecen entre sueños sin ansias levantar

los más extensos cabellos y el agua más recordada.

h   mi amiga 

si

en el puro mármol de los adioses

hubieras dejado

la

estatua que nos podía

acompañar 

pues el viento  el viento gracioso  

se

extiende como

un

gato para dejarse definir.

UNA OSCURA

PRADERA

ME CONVIDA

Una oscura pradera me convida

sus manteles estables y ceñidos

giran en mí en

mi

balcón se aduermen.

Dominan

su

extensión  

su

indefinida

cúpula de alabastro se recrea.

Sobre las aguas del espejo

breve la voz en mitad de cien caminos  

mi memoria prepara

su

sorpresa :

gamo en

el

cielo  rocío llamarada.

Sin sentir que me llaman

penetro

en

la pradera despacioso

ufano en nuevo laberinto derretido.

Allí se ven ilustres restos 

cien cabezas  cornetas mil funciones

abren

su

cielo 

su

girasol callando 

Extraña la sorpresa en este cielo 

donde sin querer vuelven pisadas

y suenan las voces en su centro henchido 

Una oscura pradera va pasando

Entre los dos  viento o fino papel

el

viento herido viento de esta muerte

mágica una y despedida.

Un pájaro y otro ya no tiemblan.

• José Lezama Urna   oes ía complet Instituto del libro  La abana .

Cuba 1970  468 pp.

V

J O S E

L E Z A M A

L I M A

P O E S A COMPLE: :TA

aaaee

~ ~ f h

eemm  

DE L

FIJEZ

PENSAMIENTOS EN

LA

HABANA

Porque habito un susurro como

un

velamen  

una tierra donde el hielo es una reminiscencia  

el fuego no puede izar un pájaro

y quemarlo en una conversación de estilo calmo.

Aunque ese estilo no me dicte

un

sollozo

y

un

brinco tenue

me

deje vivir malhumorado  

no he de reconocer la inútil marcha

de una máscara flotando donde yo no pueda 

donde yo no pueda transportar

el

picapedrero o

el

picaporte

a los museos donde se empapelan los asesinatos

mientras los visitadores señalan

la

ardilla

que con el rabo se ajusta las medias.

Si un estilo anterior sacude el árbol

decide

el

sollozo de dos cabellos y exclama:

y

soul is not in an ashtray

Cualquier recuerdo que sea transportado 

recibido como una galantina de los obesos

embajadores de antaño 

no nos hará vivir como

la

silla rota

de la existencia solitaria que anota la marea

y estornuda en otoño

y

el tamaño de una carcajada

rota por decir que sus recuerdos están

recordados  

y sus estilos los fragmentos de una serpiente

19

Biblioteca

de

Méxi

co

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que queremos soldar

sin

preocuparnos de

la

intensidad de sus ojos.

Si alguien nos recuerda que nuestros estilos

están ya recordados;

que por nuestras narices no escogita un aire sutil  

sino que el Eolo de las fuentes elaboradas

por los que decidieron que el ser

habitase

en

el hombre

sin

que ninguno de nosotros

dejase caer

la

saliva

de

una decisión bailable

aunque presumimos como los demás hombres

que nuestras narices lanzan un aire sutil.

Como sueñan humillarnos 

repitiendo día y noche con

el

ritmo

de la

tortuga

que oculta

el

tiempo

en su

espaldar:

ustedes no decidieron que el ser habitase en el

hombre;

vuestro Dios

es

la

luna

contemplando como una balaustrada

al ser entrando

en

el hombre.

Como quieren humillarnos

le

decimos

fhe chief o fhe fribe descended the sfaircase.

Ellos tienen unas vitrinas y usan unos zapatos.

n esas vitrinas alternan el maniquí con el

quebrantahuesos disecado

y todo

lo

que

ha

pasado por

la

frente del hastío

del búfalo solitario.

Si no miramos la vitrina charlan

de

nuestra insuficiente desnudez que no vale una

estatuilla de Nápoles.

Si

la atravesamos y

no

rompemos los cristales 

no subrayan con gracia que nuestro hastío puede

Pintura de René Portocarrero

2

quebrar el fuego

y nos hablan del modelo viviente y de

la

parábola

del quebrantahuesos.

Ellos que cargan con sus maniquíes a todos los

puertos

y que hunden en sus baúles

un

chirriar

de vultúridos disecados .

Ellos no quieren saber que trepamos por las

raíces húmedas del helecho

donde

hay dos hombres frente a una mesa; a

la

derecha 

la

jarra

y el pan acariciado-  

y que aunque mastiquemos su estilo

we don  f choose our shoes in a show-window.

l caballo relincha cuando hay

un

bulto

que se interpone como un buey de peluche

que impide que el río le pegue en el costado

y se bese con las espuelas regaladas

por una sonrosada adúltera neoyorquina.

l caballo no relincha

de

noche;

los cristales que exhala por su nariz 

una escarcha tibia de papel;

la

digestión

de

las espuelas

después de recorrer sus músculos encristalados

por un sudor

de

sartén.

l buey de peluche y

el

caballo

oyen

el

violin   pero

el

fruto no cae

reventado

en su

lomo frotado

con un almíbar que no es nunca el alquitrán.

l caballo resbala por el musgo

donde hay una mesa que exhibe las espuelas 

pero

l

oreja erizada de

l

bestia no descifra.

La

calma con música traspiés

y ebrios caballos de circo enrevesados 

donde la aguja muerde porque no hay

un

leopardo

y

la

crecida del acordeón

elabora una malla de tafetán gastado.

Aunque

el

hombre no salte suenan

bultos divididos en cada estación indivisible

porque

el

violín salta como

un

ojo.

Las inmóviles jarras remueven

un

eco cartilaginoso:

el vientre azul del pastor

se muestra en una bandeja de ostiones.

n ese eco del hueso y de

la

carne brotan unos

bufidos

cubiertos por

un

disfraz

de

telaraña 

para el deleite

al

que se le abre una boca 

como

la

flauta de bambú elaborada

por los garzones pedigüeños.

Piden una cóncava oscuridad

donde dormir rajando insensibles

el

estilo del vientre de

su

madre.

Pero mientras afilan un suspiro de telaraña

dentro de una jarra de mano en mano 

e/ rasguño en /a tiorba no descifra.

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Indicaba unas molduras

que

mi

carne prefiere a las almendras.

Unas molduras ricas y agujereadas

por la mano que las envuelve

y le riega los insectos que

la

han de acompañar.

y

esa espera   esperada en la madera

por

su

absorción que no detiene el jinete .

mientras no unas máscaras   los hachazos

que no llegan a las molduras 

que no esperan como un hacha o una máscara

sino como

el

hombre que espera en una casa de

hojas.

Pero al trazar las grietas de la moldura

y al perejil y al canario haciendo gloria  

rétranger nous demande le ga l;on maudit.

l

mismo almizclero conocía la entrada  

el hilo de tres secretos

se continuaba hasta llegar a la terraza

sin ver el incendio del palacio grotesco.

¿Una puerta se derrumba porque el ebrio

sin

las botas puestas le abandona su sueño?

Un sudor fangoso caía de los fustes

y las columnas se deshacían en

un

suspiro

que rodaba sus piedras hasta el arroyo.

Las azoteas y las barcazas

resguardan el líquido calmo y el aire escogido ;

las azoteas amigas de los trompos

y las barcazas que anclan en

un

monte truncado

ruedan confundidas por una galantería disecada

que sorprende

l hilandería y al reverso del ojo enmascarados

tiritando juntos.

Pensar que unos ballesteros

disparan a una urna cineraria

y que de la urna saltan

unos pálidos cantando

porque nuestros recuerdos están ya recordados

y rumiamos con una dignidad muy atolondrada

unas molduras salidas de la siesta picoteada del

cazador.

Para saber si la canción es nuestra o de la noche  

quieren darnos un hacha elaborada en las fuentes

de Eolo.

Quieren que saltemos de esa urna

y quieren también vernos desnudos.

Quieren que esa muerte que nos han regalado

sea la fuente de nuestro nacimiento 

y que nuestro oscuro tejer y deshacerse

esté recordado por el hilo de la pretendida .

Sabemos que el canario y el perejil hacen gloria

y que

l

primera flauta se hizo de una rama robada .

Nos recorremos

y ya detenidos señalamos la urna y a las palomas

Dibujo de Mariano

grabadas en el aire escogido.

Nos recorremos

y

la

nueva sorpresa nos da los amigos

y

el

nacimiento de una dialéctica :

mientras dos diedros giran mordisqueándose .

el agua paseando por los canales de los huesos

lleva nuestro cuerpo hacia el flujo calmoso

de la tierra que no está navegada 

donde un alga despierta digiere incansablemente

a un pájaro dormido.

Nos da los amigos que una luz redescubre

y

la

plaza donde conversan sin ser despertados.

De aquella urna maliciosamente donada 

saltaban parejas  contrastes y la fiebre

injertada en los cuerpos de imán

del paje loco sutilizando el suplicio lamido.

Mi

vergüenza  los cuernos de imán untados de

luna fría  

pero el desprecio paría una cifra

y ya sin conciencia columpiaba una rama.

Pero después de ofrecer sus respetos 

cuando bicéfalos  mañosos correctos

golpean con martillos algosos

el

androide tenorino 

el j f de l tribu descendió la escalinata.

Los abalorios que nos han regalado

han fortalecido nuestra propia miseria 

pero como nos sabemos desnudos

el ser se posará en nuestros pasos cruzados.

y

mientras nos pintarrajeaban

para que saltásemos de la urna cineraria  

2

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Méx

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sabiamos que como siempre el viento rizaba las

aguas y unos pasos seguian con fruición nuestra

propia miseria.

Los pasos huian con las primeras preguntas del

sueño.

Pero

el

perro mordido por luz y por sombra  

por rabo y cabeza;

de luz tenebrosa que

no

logra grabarlo

y de sombra apestosa; la luz no lo afina

ni lo nutre la sombra; y así muerde

la luz y el fruto   la madera y la sombra  

la mansión y el hijo rompiendo el zumbido

cuando los pasos se alejan y

él

toca

en el

pórtico.

Pobre rio bobo que no encuentra salida

ni las puertas y hojas hinchando

su

música.

E

sc

ogió doble contra sencillo  los terrones malditos 

pe

ro

yo no escojo mis zapatos

en

una vitrina

l perderse

el

contorno en la hoja

el

gusano revisaba oliscón

su

vieja morada;

al

morder las aguas llegadas

al

rio definido 

el

colibri tocaba las viejas molduras.

El vial in de hielo amortajado en la reminiscencia .

El pájaro mosca destrenza una música y ata una

música .

Nuestros bosques no obligan el hombre a perderse  

el

bosque

es

para nosotros una serafina

en la

reminiscencia .

Cada hombre desnudo que viene por

el

rio 

en la corriente o

el

huevo hialino

nada

en

el aire si suspende el aliento

y extiende indefinidamente las piernas.

La boca de la carne de nuestras maderas

quema las gotas rizadas.

El

aire escogido

es

como

un

hacha

para

la

carne de nuestras maderas 

y

el

colibrí las traspasa .

Mi espalda

se

irrita surcada por las orugas

que mastican un mimbre trocado en pez centurión

pero yo continúo trabajando la madera 

como una uña despierta  

como una serafina que ata y destrenza

en

la

reminiscencia.

El

bosque soplado

desprende

el

colibrí del instante

y las viejas molduras.

Nuestra madera es

un

buey de peluche;

el

estado ciudad es hoy

el

estado y un bosque

pequeño.

El

huésped sopla

el

caballo y las lluvias también.

El

caballo para

su

belfo su cola por la serafina

del bosque;

el

hombre desnudo entona su propia miseria

el pájaro mosca lo mancha traspasa.

Mi alma no está en

un

cenicero 

Dibujo de Rene Portocarrero

DE POEM S

NO PUBLIC DOS

EN

LIBRO

OD

JULlÁN

DEL

C S L

Déjenlo  verdeante  que se vuelva;

permitid e que salga de la fiesta

a la terraza donde están dormidos.

A

los dormidos los cuidará quejoso 

fijándose como se agrupa la mañana helada.

La errante chispa de

su

verde errante

trazará círculos frente a los dormidos

de la terraza  la seda de su solapa

escurre el agua repasada del tritón

y otro tritón sobre su espalda en polvo.

Dejadlo que se vuelva mitad ciruelo

mitad piña laqueada por la frente.

Déjenlo que acompañe sin hablar 

permitid e  blandamente  que se vuelva

hacia el frutero donde están los osos

con el plato de nieve  o el reno

de

la

escribania  con

su

manilla de ámbar

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por la espalda. Su tos alegre

espolvorea la máscara de combatientes japoneses.

Dentro de

un

dragón de hilos de oro 

camina ligero con los pedidos de la lluvia 

hasta la Concha de oro del Teatro Tacón 

donde rígida

la

corista colo

ca

sus flores

en

el

pi

co del cisne 

como la mulata de los tres gritos en el vodevi l

y

los

neoclásicos senos martillados por la pedanter ia

de Clesinger. Todo pasó

cuando

ya

fue pasado  pero también pasó

la aurora con su punto de nieve.

Si lo tocan  chirrían sus arenas;

si lo mueven   el arco iris rompe su s cenizas.

Inmóv il en

la

brisa  sujetado

por el brillo de las arañas verdes.

Es un

vaho que

se

dobla en

la

s venta

na

s.

Trae la carta funeral del ópalo .

Trae

el

pañuelo de opopónax

y gu quejumbrosa a la visita

sin sentarse apenas   con muchos

quédese  quédese  

que

se

acercan para llorar en

su

sonido

como los sillones de mimbre de las ruinas del

ingenio 

en

cuyas ruinas se quedó para siempre el ancla

de su infantil chaqueta marinera .

Pregunta y no espera la respuesta  

lo tiran de la manga con trifolias de ceniza .

Están frías las amadas florecillas.

Frías están sus manos que no acaban 

aprieta las manos con sus manos frías.

Sus manos no están frías   frío es

el

sudor

que lo detiene en su visita a la corista.

Le entrega las flores y el maniquí

se

rompe en las baldosas rotas del acantilado.

Sus manos frías avivan las arañas ebrias  

que van a deglutir

el

maniquí playero .

Cuidado  sus manos pueden avivar

la

araña fría y

el

maniquí de las coristas.

Cuidado 

él

sigue oyendo como evapora

la propia tierra maternal  

compás para el espacio coralino.

Su tos alegre sigue ordenando el ritmo

de nuestra crecida vegetal  

al

extenderse dormido.

Las formas en que utilizaste tus disfraces 

hubieran logrado influenciar a Baudelaire.

El

espejo que unió a la condesa de Fernandina

con Napoleón Tercero  no te arrancó

las mismas flores que le llevaste a la corista 

pues allí viste el eleph negro en lo alto del surtidor.

Cronista de la boda de Luna de Copas

con

la

Sota de Bastos. tuviste que brindar

con ch mp gne gelé por los sudores frias

de tu medianoche de agonizante.

Los dormidos en la terraza  

que

tú tan

sólo los tocabas quejumbrosamente 

escup ian sobre el tazón que tú le llevabas a los

cisnes.

No respetaban que tú le habías encristalado la

te rraza

y llevado el menguante de la liebre al espejo .

Tu s disfraces  como el almirante samurai 

que tapó la escuadra enemiga con un abanico  

o el monje que

no

sabe qué espera en El Escorial

hubieran p

ro

ducido otro escalofrío en

Ba

udelai r

e.

Sus s

om

bríos rasguñ os  exagramas chinos en tu

sangre

se iguala

ba

n con la influencia que tu vida

hu

biera dejado en Baudelair

e

como lograste aluc

in

ar al Sileno

con ojos de sa po y diamante frontal.

Los fantasma s re sinosos los gato s

que dormían en el bols

ill

o de

tu

chaleco

es

trellado 

se embriagaban con

tu

s

oj

os verdes.

Desde entonces el mayor gato el peligroso

genuflexo 

no ha vuelto a ser acariciado.

Cuando

el

gato termine la madeja  

le gusta

jugar con tu cerquill

o

como las estrías de la tortuga

no

s dan

la

hoja precisa de nuestro fin .

Tu calidad cariciosa

Dibujo de Re ne Portocarrero

3

iblioteca de México

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que colocaba un sofá de mimbre

en

una estampa

japonesa 

el sofá volante como los paños de fondo

de los relatos hagiográficos  

que vino para ayudarte a morir.

El mail coach con trompetas  

acudido para despertar a los dormidos de la

terraza 

rompía

tu

escaso sueño

en la

madrugada 

pues entre

la

medianoche y el despertar

hacías tus injertos de azalea con araña fría  

que engendraban los sollozos de la Venus

Anadyomena

y el brazalete robado por el pico del alción.

Sea maldito

el

que se equivoque y te quiera

ofender riéndose de tus disfraces

o de

lo

que escribiste

en a

Caricatura 

con tan buena suerte que nadie

ha

podido

encontrar

lo

que escribiste para burlarte

y poder comprar la máscara japonesa.

Cómo se deben haber reído los ángeles

cuando saludabas estupefacto

a la marquesa Polavieja que avanzaba

hacia ti para palmearte frente

al

espejo.

Qué horror  debes haber soltado un lagarto

sobre

la

trifolia de una taza de

Haces después de muerto

las mismas iniciales ahora

en el mojado escudo de cobre de la noche

que comprobaban al tacto

la trigueñita de los doce años

y

el

padre enloquecido colgado de un árbol.

Sigues trazando círculos

en

torno a los que se pasean por la terraza

la chispa errante de

tu

errante verde.

Todos sabemos ya que no era tuyo

el falso terciopelo de

la

magia verde 

los pasos contados sobre alfombras

la daga que divide las barajas

para unirlas de nuevo con tizne de císnes.

No era tampoco tuya la separación

que la tribu de malvados

te

atribuye 

entre el espejo y el lago.

Eres

el

huevo de cristal

donde el amarillo está reemplazado

por el verde errante de tus ojos verdes.

Invencionaste un color solemne

guardamos ese verde entre dos hojas.

El

verde de la muerte.

Ninguna estrofa de Baudelaire

puede igualar el sonido de tu tos alegre.

Podemos retocar 

pero en definitiva lo que queda 

4

es la forma en que hemos sido retocados.

¿Por quién?

Respondan la chispa errante de tus ojos verdes

y

el

sonido de tu tos alegre.

Los frascos de perfume que entreabriste

ahora

te

hacen salir de ellos como

un

homúnculo .

ente de imagen creado por la evaporación

corteza

del

árbol donde Adonai

huyó del jabalí para alcanzar

la resurrección de las estaciones.

El

frío de tus manos 

es nuestra franja de la muerte 

tiene la misma hilacha de la manga

verde oro del disfraz para morir 

es

el

frío de todas nuestras manos.

A pesar del frío de nuestra inicial timidez

y del sorprendido

en

nuestro miedo final  

llevaste nuestra luciérnaga verde

al

valle de

Proserpina.

La misión que te fue encomendada 

descender a las profundidades con nuestra chispa

verde

la quisiste cumplir de inmediato y por eso

escribiste:

ansias de aniquilarme sólo siento.

Pues todo poeta se apresura sin saberlo

para cumplir las órdenes indescifrables de Adonai.

Ahora ya sabemos el esplendor de esa sentencia

tuya  

quisiste levar el verde de tus ojos verdes

a

la

terraza de los dormidos invisibles.

Ilustración de René Portocarrero

1949)

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Por eso aqui y alli   con los excavadores

de la

identidad 

entre los reseñadores y los sombrosos 

abres

el

quitasol de un inmenso Eros.

Nuestro escandaloso cariño

te

persigue

y por eso sonríes entre los muertos .

La muerte de Baudelaire  balbuceando

incesantemente: Sagrado nombre  Sagrado nom-

bre

 

tiene

la

misma calidad de

tu

muerte 

pues habiendo vivido como un delfin muerto de

sueño 

alcanzaste a morir muerto de risa .

Tu

muerte podía haber influenciado a Baudelaire .

Aquel

que entre nosotros dijo:

ansias de aniquilarme sólo siento 

fue

tapado por

la

risa como una lava.

qu

é compañía

la

chis

pa

errante de su errante

ve

rde

 

mitad cirue

lo

y mitad piñ a laqueada por

la

frente.

RETR TO DE DON FR NCISCO DE QUEVEDO

Sin dientes  pero c

on

dientes

como sierra y a

la

noche no cierra

el

negro terciopelo que lo entierra

entre

el

clavel y

el cl

avón crujiente.

Bailados sueños y las jácaras molientes

sacan

el

vozarrón Santiago de la tierra .

Noctámbulo tizón traza

en

vuelo ardientes

elipses en Nápoles donde

el

agua yerra.

Muérdago en semilla hinchado por la brisa

n

esas ruinas  cubierto por la muerte  risota en

el

infierno  el tiburón quemado

ahora reaparece

el

cigarrillo que entre tus dedos escamas suelta  tonsurado yerto.

se quemaba 

la

chispa con

la

que descendiste

al lento oscuro de la terraza helada.

Permitid que se vuelva   ya nos mira 

n

el

fin de los fines ¿qué es esto ?

Roto maíz entuerto en el faisán barniza

y

en

la horca se salva encaramado.

5

iblioteca de México

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 Sólo

lo

difícil es estimulante 

escribió José Lezama Lima

(1910-1976) al inicio

de

uno

de

sus libros; y,

en

efecto, pocas

obras

más

difíciles y

más

estimu

lantes hay

en la

literatura latinoa

mericana como

la

suya propia.

Obra compleja , oscura y brillante,

cuya desmesurada empresa

cuestiona

las

nociones estableci

das del acto literario para propo

nerse el diseño insólito de una

li-

teratura capaz de reformular

nuestra misma experiencia

de lo

real.

Po cas veces la literatura

nuestra

ha

emprendido una

aventura poética como esta que

Lezama Lima

se

propuso. Em

presa radical, que dicta sus pro

pias reglas, que se muestra en el

proceso mismo de su riesgo, que

da

cuenta

de

su acopio como

de

sus disoluciones, que procede a

una reconstrucción del mundo

natural, y que, al final, funda un

universo verbal cuya ambición de

sentido es rehacer nuestra per

cepción. Y,

sin

embargo, no es

ésta una obra programática:

el

riesgo es

su

signo, y

la

zozobra

le

resulta connatural. Lezama Lima

se nos aparece

hoy,

culminado el

ciclo de

su

trabajo, como un arte

sano del sentido: como Borges,

pero más allá de Borges, fue

un

• José Lezama Lima, El reino de la imagen

selección, prólogo y cronología de Julio

Ortega, Biblioteca Ayacucho, Caracas, Ve-

nezuela, 1981 , 630 pp .

JULIO ORTEGA

PRÓLOGO

EL REINO

DE

L

IM GEN

.

Fragmentos)

escritor dotado por un espacio

propio, por

un

ámbito fecundo,

pródigo

en

registros y

en su

capacidad

de

conversión verbal.

O sea, fue un escritor que produ

cía una obra, no uno que se de

bía

al acabado de un libro.

Fue el

autor de amplios frescos, de tra

bajos poéticos que teorizaban

sobre

una

práctica siempre ina

cabada.

Fue,

por eso, un autor

de

una obra que no podría haber

culminado; que era, por su propia

naturaleza, a

la

vez inacabable e

imperfectible.'

De allí

la

calidad, manual, ar

tesanal

de

su trabajo, que supo

ne

el taller fecundo

de

su obra;

de

una obra cuyos tomos fue pro

duciendo no como quería Ma

lIarmé para sustituir al mundo

sino, más bien, para reinterpre

tarlo, para reconocer

su

sentido y

celebrar los laberintos de ese re-

conocimiento. Es por eso que al

leer cualquier página de Lezama

vemos al escritor escribiendo, no

al escritor reescribiendo; es decir,

Lezama no solamente se entrega

a

la

fluencia circular de sus rit

mos, a

la

sintaxis abierta y a ve-

, Una exce lente interpretación del sentido de

la obra de Lezama es la que propone Cintio

Vitier, a partir de la poesía , en el capítulo

Crecida de la ambición creadora. La poesía

de José Lezama Lima y el intento de una

teleologla insular , de su libro Lo cubano en

la poesía  Santa Clara, Universidad Central

de Las Villas, 1958, pp. 369-97; asi mismo lo

es la memorable presentación de Julio

Cortázar Para llegar a Lezama Lima

 ,

en su

La vuena al dla en ochenta mundos México,

siglo XXI pp. 135-155. Ambos trabajos están

reunidos en Pedro Simón, ed ., Recopilación

de textos sobre

José

Lezama Lima 

La Ha

bana, Casa de las Américas, 1970.

6

ces distraída de su prosodia in

corporadora, a

la

figuración pre

lógica de

su

discurso que es

un

acto haciéndose

en el

texto; sino

que, además, Lezama emplea

el

lenguaje como

si

el lenguaje no

hubiese sido aún escrito; esto es,

como

si

entre las palabras y las

cosas no hubiese sido todavía

establecida una propiedad refe

rencial y

un

orden discursivo del

nombre

en el

mundo.

Lo

cual

quiere decir que

las

palabras son

más

que el nombre: son el nom

bre y

su

resonancia original,

la

energía material y primaria que

la

poesía libera para reconstruir

la

interacción de la imagen en un

espacio de exploración y revela

ción. De allí el riesgo: nada pue

de ser prometido al inicio del

texto; y de allí

la

zozobra: ~ b l r

con los nombres para decir no

la

cosa sino

la

imagen como even

to

, puede culminar en

un

naufra

gio del lenguaje,

en

un espacio

donde

el

sentido entrevisto pue

de

no

ganar una forma. De estos

riesgos extremos y de estas zo

zobras fecundas está hecha,

todo,

la

poesía de Lezama; pero

toda

su

obra está recorrida por

este drama del texto, que así se

sitúa más allá

de

la eficacia o de

la bondad de un recurso literario,

más allá de la palabra justa y

del acabado de la forma , Se

sitúa

en el

origen mismo de los

textos: en el acto por el cual el

lenguaje es un espacio originario;

no sólo un instrumento sino tam-

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bien una materia poderosa y

enigmática capaz de rehacernos

y de devolvernos al sentido.

2

Escribir escribiendo: nada es

previo o posterior todo se decide

en esa incesante y proliferante

actividad

un poco maniática un

tanto ritual cuya celebración es

una forma de la dicha pero  tam-

bién una ironía y una agonía.

Escribir no para desrealizar luego

de discernir como en Borges; no

para acumular la intensidad de la

transparencia vivida como en

Octavio Paz; no para habitar y

decir la excepción su brillo y nos-

talgia como en Cortázar. Escribir

más  bien para que el lenguaje

Es pertinente esta conclusión de Guillermo

Sucre:

  Έ Ι hermetismo de Lezama es un modo

de ser. No depende de una sintaxis compleja

o no. mucho menos del ocultamiento delibera-

do de una clave que en  sí misma, ya sea cla

ra .  Es cierto que Lezama concibe su sistema

poético regido por la razón. Esto no debe en

tenderse m al. Frente a los términos de la esco

lástica; ente de razón fundado en lo

  real,

  lo

cual darla en poesía: ente de razón fundado

en lo imaginario, él prefiere otra posibilidad:

 ta

poesía como ente de razón fundado en lo irre-

al.

  Por ello Lezama gusta citar una fórmula de

Pascal: Un arte incomprensible, pero razona

ble. Sin ser menos lúcida, su opción es

  evi

dentemente más radical: aventura no sólo en

lo imaginario como imaginable, como virtuali

dad,

 sino también en lo inexistente, lo no crea

d o . .V é a s e Lezama Lima: el logos de la ima

ginación , en su

 La máscara ta transparencia

Caracas

Monte Ávila. 1975. pp. 181-206.

ocurra como la incesante pre-figu-

ración y desde allí como la

nueva percepción de una hiperfi-

guración.

  Acto del origen y acto

del final el acto poético acontece

como el primer día y es por eso

fundacional; pero también ocurre

como la revelación cumplida y es

por

 eso

paradisíaco. Naturalmen

te

entre ambos extremos entre

esas tensiones las palabras

abundan buscando despertar una

forma un proceso dinámico un

cuerpo verbal vivo. Muchas ve

ces

en su poesía Lezama diseña

el camino de esa búsqueda

camino ardido y sumerso y quizá

el poema entero el poema como

origen y revelación es sólo el

paradigma el sueño totalizado de

este camino de fragmentos y esta

ruta de figuraciones. De allí que

desde esta aventura en el origen

en las figuraciones del poema

Lezama debió moverse hacia las

organizaciones más discursivas

del texto de la novela. No sin an

tes haber pasado por el ensayo

por la teoría del poema y del co

nocimiento poético una de cuyas

configuraciones por cierto es su

libertad americana.

En el acto del poema así

acontece el lenguaje como un es

pacio exploratorio. Pero su pecu

liar aventura no busca un proceso

de esclarecimiento revelador sino

que descubre no pocas veces

más  bien un espacio de desco

nocimiento. Y este es segura

mente el rasgo por el cual Le

zama difiere más de sus contem

poráneos: la poesía no sólo nos

descubre también nos encubre.

Es el lenguaje pre-lógico tanto

como su figuración autónoma no

referencial lo que nos conduce a

esta noción de un desconocer a

este descenso a las potencialida

des y virtualidades desde donde

la imagen emprende su vía meta

fórica su razón originaria para

encarnar como nuevo lenguaje

del mundo como decir posible.

3

'• Saúl Yurkievich advierte que La poesía

devuelve a la memoria germinal, anterior a la

reproductiva. Para Lezama Lima la reminis

cencia se apoca y empobrece al pasar del

germen a la forma, de la visión a la escritura

Propone y practica el camino inverso: el

retroceso de la menos forma factible al esta

do germinativo, el abandono de los cuerpos

para reintegrarlos a su misterio prenatal.

Véa se José Lezama Lima: el eros relacio-

nable o la imagen omnímod a y omnívora, en

su

  La confabulación con la palabra

Madrid.

Taurus, 1978. pp 116-125.

2 7

Bib l io teca de México

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J O S É   L E Z A M A L I M A

A PARTIR DE LA POESÍA*

( F r a g m e n t o s )

Es para mí el primer asombro de

la poesía que sumergida en el

mundo prelógico no sea nunca

ilógica. Como buscando la poe

sía una nueva causalidad se

aferra enloquecedoramente a

esa causalidad. Se sabe que hay

un camino para la poesía que

sirve para atravesar ese desfila

dero pero nadie sabe cuál es

ese camino que está al borde de

la boca de la ballena; se sabe

que hay otro camino que es el

que no se debe seguir donde el

caballo en la encrucijada resopla

como si sintiese el fuego en los

cascos pero sabemos también

que ese camino sembrado de

higueras cepilla las virutas del

perro de aguas cuando comien

za su lucha con el caimán en las

profundidades del légamo remo

vido.

Si divididos por el espíritu de

las nieblas o un sueño inconclu

so tratamos de precisar cuando

asumimos la poesía su primer

peldaño se nos regalaría la ima

gen de una primera irrupción en

la otra causalidad la de la poesía la cual puede ser

brusca y ondulante o persuasiva y terrible pero ya una

vez

  n

 esa

 región

la de la otra

 causalidad

se gana des

pués una prolongada duración que va creando sus

nudos y metáforas causales. Si decimos por ejemplo

el cangrejo usa lazo azul y lo guarda en la maleta lo pri

mero lo más difícil es pudiéramos decir subir a esa

frase trepar al momentáneo y candoroso asombro que

nos produce. Si el fulminante del asombro restalla y

lejos de ser rechazados en nuestro afán de cabalgar

esa  frase la podemos mantener cubierta con la presión

de nuestras rodillas comienza entonces a trascender a

evaporar otra consecuencia o duración del tiempo del

poema. El asombro primero de poder ascender a otra

región. Después de mantenemos en esa región donde

* Op. cit.

vamos ya de asombro en asom

bro

pero como de natural respi

ración

a una causalidad que es

un continuo de incorporar y

 devol

ver de poder estar en el espacio

que se contrae y se expande

separados tan sólo por esa   deli

cadeza que separa a la anémona

de la marina.

Tenemos pues que el cangre

jo de lazo azul nos hizo ganar

otra región. Si después lo guardó

en una maleta nos hizo ganar

una morada es decir una causa

lidad metafórica. Pero he ahí que

cualquier viajante de comercio

puede guardar su lazo azul en

una maleta pero le falta ese  pri

mer asombro que inicia otra  cau

salidad en la región pues pasmo

aquella corbata azul en el viajan

te de vulgaridad cotidiana se de

sinfla sin tocar la poesía.

Así

la poesía queda como la

duración entre la progresión de la

causalidad metafórica y el conti

nuo de la imagen. Aunque la

poesía sobre su causalidad

metafórica se integra y se des

truye y apenas arribada a la fuente del sentido el con

trasentido golpea al caudal en su progresión. Si la cau

salidad al llegar a su final no se rinde al continuo de la

imagen aquella fantasía en el sentido platónico no

puede realizar la permanencia de sus fiestas.

Guiados por la precisión de la poesía colocamos

como una espera inaudita que nos mantiene en vilo

como con ojos de insectos. Durante cerca de doce

siglos antes de Cristo hasta el siglo pasado en las

enloquecedoras precisiones demostradas por los

arqueólogos los epítetos homéricos Terento la de las

grandes murallas o la áurea Mícenas estaban como en

acecho lotante semejante a la holoturia atravesada por

el amanecer. Hasta que la alucinación de Schlieman

descansó en la contemplación de una tumba rectangu

lar en Micenas con los restos de diecinueve personas

entre ellas dos niños pequeños no encontró su arraigo

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al epíteto homérico: Los rostros de los hombres esta

ban cubiertos con máscaras de oro, y sobre el pecho

tenían petos de oro. De las mujeres, dos tenían bandas

de oro sobre la frente, y otra una magnífica diadema de

oro.

  Los dos niños estaban envueítos en /aminas de

oro. Junto a los hombres estaban tendidos en el suelo

sus espadas, puñales, copas para beber, de oro y de

plata y otros utensilios. Las mujeres tenían a su lado

sus cajas de tocador de oro, alfileres de diversos meta

les preciosos, y sus vestidos estaban adornados con

discos de oro decorados con abejas, jibias, rosetas y

espirales de oro ... Treinta y cuatro siglos para compro

bar la veracidad de un epíteto...

Comenzaban así a hervir los prodigios, desde la

suerte del Almirante misterioso, para nosotros los ame

ricanos, que sorprende en la cabellera de las indias,

como unas sedas de caballo. Aquí lo sutil se hace fuer

te, lo acerado ahilado viste como una resistencia ace

rada, refugiándose en la convocatoria para lo secular

eterno. Sorprende después un perro grande, pero sin

habla,

  que lleva en su boca una madera, donde el

Almirante jura que cree ver letras. La imitación de lo

desconocido es por el costado americano más inme

diata y deseosa. Lo desconocido es casi nuestra única

tradición. Apenas un situación o palabras, se nos con

vierten en desconocido, nos punza y arrebata. La

atracción de vencer l s columnas en su

 limitación,

 o las

leyes del contomo, está en nuestros orígenes, pues

parece como si el misterioso A lmirante, siguiese desde

el puente nocturno, el traspaso entre la sexta y la sép

tima morada, donde ya no hay puertas, según los mís

ticos, y existe como la aventura de la regalía en el mis

terio. Sorprende además, la diferencia extrema en el

pequeño círculo mágico. Un árbol que tiene ramas

) cañas, y otr rama que tiene lentiscos. Los peces

tienen formas de gallos, azules, amarillos, colorados.

Toda esa riqueza de formas produce espera y descan

so.

 En medio de esa diversidad, el hombre se nutre de

una espera, que tiene algo del arco y de la flecha apo

rética.

Aun la muerte entre nosotros parece que ordena, y

el caso de Martí, tan viviente antes como después de

su muerte, tiene antecedentes en la tierra de los hechi

zos.

 En 1530, en el Castillo de la Fuerza, coinciden el

que va a enloquecer buscando la juventud, Juan

Ponce de León, y el que ya adivina que la tierra no lo

va a contener, si el camino del río dialoga con las som

brías hojas de la medianoche. Hernando de Soto,

hechizado de su época, perenne habitador de un cas

tillo, regalador de la misma sobreabundancia. El bus

cador de la juvencia, queda en asombro viendo cómo

el otro le regala riquezas, le burla su desconfianza, con

el indescifrable gesto bueno, sólo leíble en la tierra de

los prodigios y del eterno renacer. Le envía a su muje

con dinero, pues ya el otro sabe que la tierra no le

podrá dar la paz, aunque bailen sobre su podredum

bre, y los caballos hagan suerte para despistar a los

Indios,

 que saben el secreto, y que apenas alejados los

españoles, comenzarán a desenterrar al hechizado.

Como en cuanto sintió unas calenturas, que el primer

día se mostró lenta y el tercero rigurosísima , según

nos dice el Inca Garcilaso, sintió que su mal era de

muerte, apenas pudo hacerse de papel para dictar el

testamento. Tres años siguieron a su muerte, en que

amigos y su esposa Inés de Bobadilla, lo seguían bus

cando, dejando señales en los árboles y cartas escri

tas metidas en un hueco de ellos con la relación de lo

que habían hecho y pensaban hacer el verano siguien

te .

 Desenterrado, sepulto en el río, continuaban desde

las sombras las visitas del hechizado. El solo conocí-

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mien

to de

su mu e

rt

e,

tres años despu

és

de

estar en la

ti

erra de

fon

do

de

o, m

ata

a su es

po

sa ,

que

ha b

ía

mandado con juv

entud

y riqueza,

al

bu

sca

dor

de

la

j

uve

n

cia

,

para

deci r

e

qu

e

es

taba en el

Ca stillo de la

Fu

erza

. Ya el hechizado ha

a es t

ado

en el entierro y

en la

casa de

la

mu

e

rt

e

de

l

os

no

bles

c

ur

ac

as, re

par

-

tien

do

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morzada

de

pe

r

las  ,

c

om

o

se

d

ecí

a al

reparto hecho

co

n l

as

dos manos, p

ara ha

ce

r cue

nta

s

de

rosario, a

pesar

de

qu

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ruesas co

mo g

arban

-

zos go

r

dos

,

segú

n

decía

el c

roni

s

ta.

Ll

eg

a

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í

el he

c

hi-

zado a la

casa

de la

mu

erte. Gigantes con ca ra de dia-

mantes

d

efendía

n la e

ntra

da de

la

s

mar

avi

llas

.

Lu

eg

o,

intermina

bl

es ejércitos en los re

  ev

es, c

on

h

ac

h

as

de

pedemal, que desca rgab

an

la

muerte

ce

nt

e

ll

e

and

o. La

qu

inta fil

a de a

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s con

fl

ec

ha

s

de pedema

l y c

uen-

co de ve

nad

o la

br

ado

en

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uatro esquina

s.

De

s

pu

és,

la

s picas

de

cob

re. Y He

man

do de

So

to, q

ue

se

ade-

lan

ta

para ent

rar en la

casa

de

la mu

e

rte

. Y

el

ejér

cito

,

en el re

lieve

de la

casa

de la

muerte

, disparando ince-

sa

n

te

men

te

, y el

ba

ta

ll

ador

qu

e

se

de

spl

oma .

Pero

está más a

ll

á de s

er

guard

ad

o en la tierra , de ser meci-

do

en el río

, so

br

e

vive

tres

años

después

de

muerto ,

vuelve

mue rt

o para

recog

er a su esposa y volver a

pas ea

rse en su

ca

s

till

o.

No sólo

los

h

ec

hiz

os

, enviándonos

sus

meteoros y

sus cometas , sino a veces

situa

ciones excepcionales ,

que

se

mantienen

en

unidad

de

espacio , logran pene-

tr

ar

en

el in

v

isible poético

,

dándole como un centro de

gra

v

edad

a

su permanencia

.

En

el

período de la re

s-

taura

ción Meijii,

en el

Japón , doscientos

niños

de

las

mejores familias japonesas fueron enviados al

Vati

cano

.

Aquell

a

unidad coral de

garzones penetraron

en lo

s pasillos seculares

con sus

colores ,

con

su

piel

,

c

on

su

habla

c

omo el

chillido

de las

gaviot

as

.

Debió de

se r una sorpresa mayor que la

de los

misioneros llega-

dos

al

oriente . ¿Cuál habrá sido

la

reacción de

la

roma-

ni

dad ante aquel envío de lo más

delicioso

del

feuda-

lismo de los shaguns

? ¿Al regresar a su

país

,

qué

impresión lle

v

arían los

garzones

japoneses de aquella

majestuosa valoración teoc

r

ática?

¿

Qué

copias

engen-

draron

,

en lo

que eran

pintores ,

la

Academia

y

la

Creación

Ellos que copiaron

con

tanta

delicadeza y

fidelidad las estampas

chinas , diferenciándose,

no obs

-

tante

de sus modelos

,

en

formas significativas y

muy

visibles , por

la

colocación

en la misma estampa, de un

sapo

domesticado

por la magia taoísta o

una

pesada

hoja

de

helecho

que

se mueve gemebunda .

Era

una

forma de invasión y reconocimiento hasta

en-

tonces desconocida. No eran los misioneros, los mer-

caderes

o

los

guerreros iracundos,

los que llevaban

la

responsab

i

lidad secreta de

la

visitación :

Por las calles

de la romanidad se

veían

aquellos muchachos extraí-

dos

de

la flor

del

feudal i

smo

japonés. Por

otra parte

,

qué valor incomparable en esas familias , de

permitir

un

3

v

iaje qu

e

podía

tener

sus

riegos secretos . Y

al

mismo

tiempo ,

qué

confianza

en

la delicadeza

de sus

custo-

dios

que

cuidaban

las

travesuras y

las

moscas

del

dia-

blo

.

Uno solo que

se

hubie

ra

perdido

o mostrado

su

desagrado,

habría

tra

í

do

consecuencias

no

previsibles.

\

.

En

sombrías hileras

de

c

ruce

s, veintitrés

sacerdQtes

fran

ci

scanos

, misioneros

en el

Japón , al mismo tiempo

del

ca

nto y

de

la

gloria , penetran

en

la

muerte . Con sus

uniformes

,

que

la altura abrillanta c

omo

un metal terro-

so

, c

on sus

s

almos apenas musitados

,

con

sus rostros

nobles que la

fla

cci

de

z de la muerte ladea , irrumpen ,

c

omo una

mi

lici

a que

penetra por las

murallas transpa-

rentadas,

con

la

mis

ma unidad ,

en el mismo

coro , por

el mismo

boqu

ete

de

la muerte . El mismo resplandor

de ve

intitrés hombres ,

que al un

í

sono repiten el

gesto

del Cruci ficado

mayor,

marcha

paralelizado

en la esce-

na

entregada a

la infamia

,

pues

veintitrés

lanzas bus-

c

an los costados

,

las

risotadas

no de una ronda,

sino

de

un regimiento ,

con

la

algazara

y

tumulto de

meren-

dero sombr ío,

los

jefes a caballo ,

las

máscaras y los

rabos diabólicos ,

los

guardias que agigantan

sus

pasos

para

extender

una

herida ,

para

vigilar impasiblemente

una agonía

,

los

indiferentes que

se

retiran

como

espe-

rando

el

final del

cansancio de la gloria y

de la infamia

.

Pero

ni siquiera tienen la tradición

de la

cruz, y el aspa

vertical

tiene c

asi una

triple extensión que

la

horizontal,

y para herir

en

el

costado tienen que usar unas

lanzas

tan

largas que

pare

ce

que van

a

tocar una llama más

que agranda

r

una herida

.

En

lo

alto

,

como una uma de

aire dorado , fuerte ,

lista

a la formación

de

sonidos,

lo

inv

isible que se llena

como de la

otra milicia, que viene

c

omo

a preparar

la recepción de los

veintitrés hombres

que

llegan ,

ya en

su transparencia, para agrandar la

rueda de

un

resplandor

mayor.

No solamente esos coros

que han

penetrado

con

algazara

coloreada

en

la

ciudad desconocida , o majes-

tuosamente en lo

invisible,

sino que el

hombre

ha

esbozado

gestos , situaciones, fugas y

sobresaJtos

, que

unas veces

exhalados por inexplicables

exigencias

, y

otras por

violencia

de un destino

indescifrable, lo

rode-

an

como si

hubiese

una zona de

trabajo y expectativas,

alejados

de la mera carga

individual, donde coinciden

los

acarreos

corales

, muchedumbres , cogidas por

idénticos

destinos,

marchando congeladas

dentro

de

las

mismas finalidades.

En un

salón , podemos estable-

cer

la

división

de los

que fuman y

los que

desdeñan la

hoja encendida ;

en la

cámara

de

la muerte , asisten

los

que parlotean y los que se adormecen .

En

una trave-

sía

,

los

que contemplan

la

estela , o los que bajan a val-

sar. Se acercan

en

sus potros los campesinos a un tor-

neo de gallos

,

unos llegan silbando, otros

cetrinos

silenciosos,

mascullan

la

borraja.

Fulgurantes

agrupa

-

ciones ,

que en

un instante o

en

cualquier unidad

de

tiempo , establecen

como una clave

,

una familia

,

una

semejanza

en

lo errante o inadvertido. Claves que no

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existen en una demorada casa temporal, sino impues-

tas por una circunstancia, un agrupamiento aparente-

mente caprichoso o fatal,  pero que establece una  divi-

sión por gestos o actitudes, por acudimientos o inhibi-

ciones, tan importantes, dentro de ese breve reducto

temporal,

  como una reorganización por lo económico,

por las exigencias del trabajo, o por los linajes que se

fundan o se suceden. Nada más lejos de poder  con-

tentamos con la creencia de que son agrupamientos

banales o dictados por el capricho. Muy pronto, en el

ejemplo de los que en la travesía contemplan la estela,

se cambian miradas, se acercan. Si continúan en la

medianoche en la contemplación de esos dualismos

engendrados por invisibles Nikés, ya se ciñen las

manos. Treinta años más tarde, ese hecho tiene una

asombrosa y patética resonancia, se evoca con júbilo

o con socarronería, mientras unas meninas jugando a

los yaquis disimulan sus risitas con dientes de leche.

En el otro ejemplo, el guajiro silbante que se acerca al

galleo, un colono oloroso a nicotina está en su diestra.

El S ultancillo al que le tiró su esca rcela llena de doblas

isabelinas, tumba y arrebata. De ahí sacó el silbante

una promesa de primeros labrantíos. Después, moja

los corazoncitos con la hija plañidera del rico   home.  Lo

vem os después hincharse con un cucharón en la mela-

za .  Tiene tres ingenios , dicen ahora los copistas  fra-

casados. Pero en el día de su muerte, cabeceando

como una góndola, se ve llegar a un natural guajolote

de mala brillantina, principal Tomás Risitas, pasándose

la estrella de su espuela por los labios, para estimular

una canción con lo de adentro.

En asombro o bulto que desconcierta un instante del

vivir, a veces se reproduce coralmente en idéntica

situación y t iempo. Lo que fue hecho excepcional, de

larga cauda, pasa a un todo, llevando por la energía

proporcional a la misma intencionalidad, riesgo o

  fre-

nesí, que mantiene esa coincidencia durante un tiem-

po ,

  que es al mismo tiempo contorno y sucesión del

hecho. Intencionalidad y t iempo quedan en esas oca-

siones tan bien soldados, que forman dentro del t iem-

po ,

  como cuantidad sucesiva, un remolino aparte y

como congelado para la visión. Que esos hechos son

orgánicos dentro del m undo que los motiva y engarza,

lo revela su característica más valiosa, es decir, que

vuelven, que se reintegran, que son necesidad afano-

sa de reintegrarse y reincidir dentro de la ciudad.

Surgidos esos hechos, cuando alcanza la plenitud en

su presentación, adquieren una trágica eficacia, por el

rendimiento fabuloso que se exige de las personas que

coinciden en é l, por el paréntesis que ofrec en entre una

incitación potencial y una extinción, que es una sus-

pensión. Volverá a reincidir ese hecho privilegiado,

pero deshecho el encantamiento que encuadraba esa

coralidad en una misma unidad de tiempo, rompe el

mecanismo interno de sus compuertas, que ruedan o

se sobreviven con el tatuaje de aquella situación.

Cautiverio que atrajo todas las luces en su marcha,

pero que el t iempo de la dispersión fue extinguiendo

sus luces y sus redobles, quedando como un proce-

sional de pesadilla.

Nosotros entresacamos de esos coros en la imag en,

con un tiempo que llevan en su centro: la espera a los

pies de la muralla, el adolescente errante, la retirada

(Anabasis o la Grand Arm ée) y el destierro.

¿Por qué escogemo s com o entidad coral imaginaria

los que esperan a los pies de las murallas, y no la

 ciu-

dad sitiada? Porque los sitiados se acogen a la perma-

nencia o a la muerte. El fin de una ciudad sitiada es el

fuego o la irrupción de los moradores bárbaros. Vemos

cómo el gran Príamo, conducido en el carro por

Herm es, se acerca al Aqu ileo, le abrazó las rodillas,

besó aquellas m anos terribles, que habían dado muer-

te a tantos hijos suyos . Viene a buscar a su hijo muer-

to y él mismo arriesga la vida. Pero el que espera a los

pies de las murallas, corre el riesgo de que su espera

se trueque en otra entidad imaginaria: la retirada, el

coro en fuga bajo el cierzo. A través de su hijo muerto,

el que domaba los potros, Príamo, establece un dem o-

rado contacto con Aquileo. Príamo Dardánida admiró

la estatura y el aspecto de Aquileo, pues el héroe pare-

cía un dios; y a su vez, Aquileo admiró a Príamo

Dardánida, contemplando su noble rostro y escuchan-

do su palabra. El rescate de Héc tor y la tregua de once

días lograda por Hermes, es una larga pinta de luz en-

tre los aqueos y los teucros. Dos entradas de H ermes ,

dos banquetes fúnebres, t iempo entre dos au roras. Es

decir, la comunicación entre las dos fuerzas se hace

imprevisible, el rescate del cuerpo de Héctor, por ejem-

plo.  Y esto monstruoso: los donativos que acepta

Aquileo, a espaldas de Agamenón, por la devolución

del cadáver. El mismo Hermes que guía a Príamo

hasta la tienda del Aquileo, resguarda la fuga después

de la conducta reprobable del Aquileo. El dios guía en

una acción noble y en una acción reprobable, pues en

realidad el pasaje no tenía por qué hacerse a base de

la nobleza de Príamo y de la mezquindad del Aquileo,

que tasa su acción y aconseja la discreción con

Agamenón y la astucia para burlar sus propias tropas.

Después que el Aquileo queda dueñ o del camp o, se le

ve m ezquino en esa acción de indudable grandeza. Su

cortesía tiene un precio, su gesto no está solamente

llevado por la suprema caballerosidad. Desde el princi-

pio de La llíada se observa entre los que esperan a los

pies de las murallas, la tendencia a la subdivisión, o al

menos a la existencia de do s fuerzas, la de Agamenó n

Atrida,

  y el héroe, el que trae el origen misterioso y la

protección de Dios. Apolo tiene que mantenerse  lan-

zando sus bengalas para avisar los excesos del Atrida.

La gula por la Criseida y Briseida dividen al Agamenón

31

i b l i o t e c a d e M é x i c o

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y al Pél ida. El campamento si t iador sucumbe al que

hiere de le jos, saetas tras saetas se ven caer a los

héroes, víct imas de un malef ic io. A pesar de la d i feren-

cia entre Ag am enó n Atr ida y el Aqu i leo Pé l ida ¿qué los

une? La condición excepcional, impuesta por la tensión

entre los sit iados y los sit iadores. Hay una relación

entre H éctor, Patroclo y e l Aqui leo, do nde ya no puede

figurar e l Atr ida, que establece en la si tuación excep-

cional, la solución igualmente excepcional. Situación

que se enrarece cada vez más entre los que esperan

a los pies de las mural las, pues Agamenón ut i l iza a

Patroclo cada vez que la ocasión es propicia contra el

Pél ida.

  Hay un designio indescifrable, pero que no obs-

tante actúa como si estuviese perfectamente descifra-

do.  Después de la estal lante cólera del Aqui leo, v iene

la mansa entrega de Briseida al comando dir ig ido por

Patroclo, del l inaje de Zeus. En el canto   f inal ,  la llega-

da del corte jo de Hermes y de Príamo, encuentra al

Pél ida dispuesto a todas las soluciones, aun a la acep-

tación de las dádivas. La intervención de la única  clari-

dad posible en medio de los que esperan a los pies de

las mural las. Si no hubiese un desciframiento que es

com o un puente entre el h iere de le jos , y e l hech o qu e

se des hac e en la interpretación div inal, e l canto c aería.

Pero ahí se ofrece visib le y externo, y a l mismo t iempo,

le jano y misterioso, un campo donde lo circular de los

sit iados, la espira l abierta de los si t iadores, la manera

de atraer y descifrar un encuentro entre los dioses, por

un lado Afrodita, la chipriota diosa y por el otro la diosa

de ojos de lechuza . Aqu i les, que t iene la mitad de su

sangre del lado de lo d iv ino, prorrum pe en gri tos poten-

tes contra la enemistad de los dioses, celoso de ese

extremo del héroe pasado a los efímeros.

V ico cree que las pa labras sagradas, las sacerdo-

ta les, eran las que se transmit ían entre los etruscos.

Pero para nosotros el pueblo etrusco era esencial-

mente teocrá t ico . Fue e l más ev idente caso de un

pueblo surgido en el misterio de las primeras inaugu-

raciones del d ios, e l monarca, e l sacerdote y el pueblo

un idos en fo rma ind i fe renc iada. E l convencimiento

que tenía el pueblo de que el d ios, e l monarca y el

sacerdote eran la misma persona, le prestaba a cada

una de sus experiencias o de sus gestos, la part ic ipa-

ción en un mundo sagrado. Por eso la d iv is ión que

Vico hace, entre los primit ivos romanos, de las  quaes-

tionem nominis  y las  quaestionem definitíonis

p e n -

san do que estas últ ima s eran las ideas que se des -

pertab an en la mente h um ana al proferir la palabra ,

eran ,  en esa d imensión e t rusca, la misma cosa. Pues

en aque l pueb lo , e l nombre y la remin iscencia , eco

an imista de cada pa labra , cobraban un re l ieve de un

solo perf i l . Vico podía creer en la t ransmisión sacerdo-

tal,

  pero se le hacía muy dif íc i l la concepción del pue-

blo de sacerdotes, las innovaciones hechas por e l

pueblo entero. Vico, por e jemplo, se decide a colocar

los dragon es en e l cam ino de los tr iun fos de H ércu les.

Despu és de haber dom inado a l león y a la h id ra , v iene

su victoria en la Hesperia sobre el dragón. Pero el sur-

g imiento de l d ragón en la t rad ic ión occ identa l , nos

parece dif íc i l y paradojal, pues en la primit iva cultura

ch ina, las pr imeras d inast ías son l lamadas de los

c inco dragones, y en t re sus pr imeros reyes, de l per ío-

do mí t ico , Fou Hi , Ch in Noum y Hoang Ti , con una

ant igüedad de 2697 años antes de Cr is to . V ico no

podía comprender e l hech izo entero de la c iudad, de

la marcha d e l camp esinad o pene t rando en lo ir rea l , en

lo imposib le . ¿C óm o pud ieron l legar esas fábu las gr ie -

gas a los japoneses, se pregunta V ico , o a la Ch ina

donde ex is te una Orden de Caba l le ros de l Háb i to de l

Dragón? La respuesta br inca de concluyente : porque

Fou Hi , que corres pond e a lo que pud iéra mos l lamar

un equivalente del período cadmeo, l leva la letra y e l

número, y a l mismo t iempo es e l p r imer rey de drago-

nes de la cultura china. Si existen cinco dinastías de

dragones, con la manten ida presunción de que éstos

son invencibles, pues no podían tener la menor not ic ia

de los tr iunfos de Hércules, que l levaba al dragón a

una f lacc idez vencida. Ent re e l d ragón que lucha con

Hércu les, y los dragone s de las pr imeras d inast ías  chi-

nas,

  debe de mediar la extens ión crono lóg ica que va

desde la tortuga agrietada para la adiv inación, en la

China arcaica, y la l i ra de concha de tortuga, pulsada

para la adiv inación, en la China arcaica, y la l i ra de

concha de to r tuga, pu lsada por Orfeo. S i a esto añad i-

mos que el dragón verde es el característ ico en la

China del Este tenemos que l legar a la conclusión que

era en extremo dif íc i l esa inf luencia de la Grecia mito-

lógica sobre una le janía casi i rreconci l iable. Vico no

pudo conocer esa o t ra natura leza de l pueb lo como

penetración de un coro en los designios.

No basta que la imagen actúe sobre lo tempora l h is-

tó r ico , para que se engendre una era imag inar ia , es

decir, para que el re ino poét ico se instaure. Ni es tan

só lo que la causa l idad meta fór ica l legue a hacerse

viv iente por personas donde la tabulación unió lo real

con lo invisib le como los reyes pastores o sagrados, e l

Monarca como encarnac ión v iv ien te de l Uno (que en

la cultura china arcaica es el agua, e l norte y e l color

negro), o un Jul io César, un Eduardo el Confesor, un

San Lu is , o un A l fonso   χ e l Sab io s ino que esas eras

imaginar ias t ienen que surg i r en grandes fondos

  t e m -

pora les ya mi len ios ya s i tuac iones excepciona les

que se hacen   a rquet íp icas que se congelan dond e la

imag en las puede apres ar a l repeti rse . En los mi len ios

exig idos por una cu l tura donde la image n actúa sobre

determinadas c i rcunstancias excepciona les a l conver-

t irse el hecho en una viviente causal idad metafórica

es donde se sitúan esas eras imaginarias. La historia

de la poesía no puede ser otra cosa que el estudio y

expres ión de las eras imaginar ias.

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JOSÉ

LEZ

AM A LI

M

EL

ROM

ANTICISMO

Y

EL

HECHO

AMERICANO*

Fragmentos)

n algún cuadro de Orozco, pintado con noble ter- ros jurisdicciona

les

de

las

ór

de nes qu eda

ron c

um

pli-

nura, aparece un padre franciscano tratando de dos, y entonces fueron

la

s co

mun

idades , en Ca ta luña

levantar por los brazos a un indio, que viene a ren- o

en

Zaragoza , los

qu

e se vieron obligados a de

fen

der

dirle

la

cornucopia de los diezmos debidos. Libe-

en

una forrna sangrienta sus prerrogativas y res

gu

a

r-

rados de las exigencias del poder central , por tierras dos contra el pod er central. Asi cuando Antonio Pé

re

z

americanas podian manifestar con pureza

un

re cto se declaró

en

rebeld ia co ntra el po der ce nt

ra

l. se aco

espíritu evangélico. En Santo Domingo, los dornini- ge al fuero zaragozano, para librarse de las a

cec

han

cos que mantenían

la

tradición del padre Victoria ; en

zas

de Felipe 11 pero para acercar

lo

a Madrid ex

ig

e el

Cuba, y después ante Carlos

v el

padre

de

las fuero

de

la inquisición, que utiliza sus tizones para

Casas; en México , los padres franciscanos. Y

lo

que arrancar confesión de asesinato, sin lograrlo. Cu and o

es más sorprendente, las colonias jesuitas del Pa- el desdén de Aquisgrán el pap a Pío V II se entristec ió ,

raguay, donde

la

compañía liberada , desde los pe

ro

no

ordenó guerra santa . Cuando

la in

vasión fran

Hapsburgo, para tener un apoyo austriaco frente a cesa,

el

clero español tocó a rebato , llegando la cruel

las

intentonas del nacíonalismo

de la

Reforma , reali- dad del canónigo

Cal

vo a li

mi

t

es tan

excesi

vos

, que

za experiencias para lograr la Jerusalén terrestre

en las

Juntas de liberación llegaron a destituirlo. De esa

relación con

la

celeste. A medida que

la

colonización manera el clero español se oponía a la supresión

de

la

se

integra y el poder central se muestra más absor- Inquisición, que fue la primera medida

de

José

Bo-

bente, el conflicto surge y se exacerba, al extremo de naparte en la gobernación de España, yalliberalismo .

llevar el clero católico, en

la

Argentina y México, al Napoleón se dio cuenta de inmediato lo que significa

separatismo, tratando de unir las esencias espiritua- ba su derrota

en

España, rebaj ó mi moral

en

Europa ,

les

de

la nación con las esencias evangélicas. comentaba

en los

días finales

de

Santa Elena. Cuan-

El proceso de ese hecho tiene una visible raiz his- do la vuelta

de

su destierro, el

Papa

, dándole

una

pal

tórica.

En

la Edad Media, desde la época

de

Fernando madita a Luciano, lo despidió diciéndole: Puesto qu e

el

Santo y Alfonso x

el

Sabio,

el

clero luchó tenaz-

va

usted a París. haga

las pa

c

es

entre

él

y

yo

.

Yo

es

mente por mantener sus fueros y el respeto de su toy en

Roma

; él no tendrá nun ca queja de m i.  El clero

jurisdicción . Cada pueblo, un templo, fue la divisa de americano tomó distinto partido en relación con el

las

primeras comunidades españolas.

Un

nuevo ma- poder central.

Casi

todas

las

cátedras episcopales

pa , esencial y profundo , que tenía sus raices en lo

eran

provistas oídos los virreyes, la monarquía metro

popular

yen lo

evangélico. Al adoptar la compañía su politana y

las

altas autoridades eclesiásticas . El mis

política

de

acercamiento a los Austrias , en la época

de mo

beato Claret, en sus años de obispado en Santia

Carlos V y del austríaco Fernando el Católico, el man- go ,

se

jura fiel

de

Isabel sin que

le

rocen

los

proble

tenimiento de esos fueros fue relegado, pues ya los mas del separatismo. Pero

el

clero municipal, estable

jesuitas eran poder, política que tenía cierta justifica- ce sus relaciones con

los

agricultores y con

los

peque

ción

histórica, pues había que marchar

en

milicia con- ños terratenientes,

no

establece contacto c

on el

poder

tra

la

Reforma y

aun

contra la suspensión a que

se

central y

se

sabe hostil en relación con la jerarquía , ya

obligaba la vacilante actitud

del

Papado en relación que ésta , radicada

en

ciudades

de

más importancia,

con

la orden, y a las suspicacias

de la

autorídad roma- establece relaciones con autoridades subordinadas a

na después de

las

rectorías

de

Loyola,

de

Díego Laí- lo hispánico. Aparecen entonces, a príncipios del si

glo

nez y

de

San Francisco

de

Borja, exigiendo que el

XIX 

los

curas independentistas de

xico y

de

las Jun

priorato general

de

la

orden estuviese

en

manos

de

tas

de

Buenos Aires, los curas constituyentes

de Cá-

extranjeros. Con

la

fundación de

la

Inquisición, los fue- diz, como el padre Varela. Hay

en

ellos algo del abate

• o p  cir

Sieyés, del abate Marchena y

de

Blanco White.

Toman

parte

en

la Revolución francesa,

se

convierten, des-

 

Bibli

o

te

ca

de

Mé x ico

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pués de abj urar  de nuevo al catolicismo  después de

haber traducido a Lucrecio y a Voltaire  o

se

acogen al

liberalismo inglés. Consecuencia: ganancia

del

catoli

cismo  amplitud

de su

compás  con su gran revolu

ció

n  su absurdidad inagotable

en lo

poético  y la cons

tante

prueba

del

ejercicio de su libertad .

Todo lo

que

ha ya

si

do

contrario a esa actitud del catolicismo  es

tan só

lo vicisitud histórica  suceso pero

no

cualifica

ción

de

su dogmática.

A fines del siglo

XV

II I  aquel señor barroco  que veía

mos

en

las fiestas pascuales  ir de

su

granja rodea

do de aromas y de paños de primor  al vistoso zóca

lo

  donde repasa

la

filigrana del sagrario  al tiempo

que establece el chisporroteo del torito y

la

revuelta

tequila pone

en

la indiada el reojo de

su

frenesí.

¿Q ué

ha

pasado?

Su

ilustrísima ha presidido

con

disimulado quebranto  el predicamento de

un

curita

juvenil   afiebrado   muy frecuente

en la

exa ltación y el

párrafo numeroso .

Su

patemidad mayor

ha

contem

plado el tumulto del pueblo al paso de

un

predicador

dado a tesis heresiarca  a machacar

con

probanzas

y distingos  sobre apariciones y contrapruebas. Para

oír al joven investido ha acudido hasta el virrey pues

la

festividad es de rango mayor 

se

trata de predicar

en

unas fiestas guadalupanas. Y el tonsurado  que

causa tal revuelo verbal   fray Servando Teresa de

Mier 

se ha

lanzado  según

el

arzobispado 

en

peli

grosas temeridades. Afirmaba

el

predicador que

la

imagen pintada de

la

guadalupana estaba

en la

capa

de Santo Tomás  y

no

en

la

del indio Juan Diego .

El

pueblo

se

mostraba

en

ricas albricias

en

júbilo indi-

  4

simulable 

el

arzobispo cambiaba posturas y

se

mor

día labi

os

  y

el

virrey lanzaba a vuelo prudencial

su

mirada entre

la

alegría desatada del pueblo y

la

cóle

ra

atada y como reconcentrada del arzobispo. Se

encarcela a fray Servando  se retracta éste  pero el

frenesí del arzobispo

lo

envía a Cádiz y allí lo sigue

vigilante y fray Servando  como

un

precursor de

Fabricio del Dombo  comienza

la

ringlera de sus

fugas y sus saltos de frontera .

¿Por qué ese ensañamiento

en

su

ilustrísima

el

arzobispo? ¿Qué

se

agitaba

en

el fondo de aquellas

teologales controversias? Fray Servando

al

pintar

la

imagen guadalupana

en

el manto de Santo Tomás 

de acuerdo

con la

legendaria prédica de los evange

lios que éste había hecho  desvalorizaba

la

influencia

española sobre

el

indio por medio del espíritu evan

gélico. Había una tácita protesta antihispánica

en su

colonización  y

el

arzobispo  oliscón de la gravedad

de

la

hereje interpretación 

le

salía

al

paso  lo enreja

ba

y

lo

vigilaba ; sabiendo

el

peligro de aquella prédi

ca

y sus intenciones  fray Servando bajo apariencia

teologal  sentía como americano  .y en

el

paso del

señor barroco al desterrado romántico  se veía obli

gado a desplazarse por el primer escenario del ame

ricano

en

rebeldía España  Francia  Inglaterra e

Italia. l fin

la

querella entre el arzobispo frenético y

el cura rebelde va a encontrar su forma r íné   se

arraiga en

el

separatismo. De la persecución religio

sa

va a pasar a

la

persecución política y estando en

Londres 

al

tener noticias del alzamiento del cura

Hidalgo escribe folletos justificando

el

ideario sepa

ratista . Rodando por los calabozos   amigándose

con

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el liberalismo de Jovella nos, combatiendo contra la

invasión francesa, o desemba

rca

ndo

co

n los

co

nju-

rados de Mina,

al

fin encuentra con la proclamación

de

la

independencia de su pais, la ple

ni

tud de su

rebeld ía, la forma

qu

e su madurez necesitaba pa ra

que su vida alcan za ra el se ntido de su proyección

histó

ri

ca.

En fray

Se rva

nd o,

en

esa transición del ba rro co al

romanticismo, sorprendemos ocultas

so

rpresas mu y

americanas. Cree romper con la tradic ión , cuan

do

la

agranda. Así, cuando cree se parar

se

de lo

hi

spá

nico

,

lo

reen cuentra en él, agrandado. Refo

rm

ar dentro del

ordenamiento previo, no romper, sino retomar el hilo,

eso que es hispánico, fra y Servan do lo espum a y

acrece,

lo

lleva a

la

temeridad. l catolicismo

se

recuesta y se ha ce tronal ; huidizo, rehusa el des-

campado, pues nuestro t ronado

me

xicano, lo lleva a

calabozos, a

co

nspiraciones noved osas, a ten aces

re

con ciliaciones romanas, a di ctados proféticos, a

inmensas piras funerales. l calabo

zo

no

lo ll

eva a la

ruptura con

la

secularidad, sino por el contrar

io

a

agrandarla , pa

ra

que el calabozo sea el gran ojo de

buey que le vanta los destinos. Primera se ñal ameri-

cana: ha convertido, como

en la le cc

ión de

lo

s grie-

gos, al en emigo en auxiliar. Si el arzobispo frenetiza-

do

lo

persigue, logra con su cadeneta

de

cala

bo

zos,

aclararse

en

la

totalidad de la i

nd

epe

nd

encia me-

xicana . Su proye cción de futuridad es tan ecuánime

y perfecta , que cuando ganamos su

v

ida c

on

sentido

retrospectivo, desd e el hoy hacia el boqu erón del

calabozo romántico, parece como

le

ctor de des

tin

os,

arúspice de

lo mej

or de cada momento. Cread or,

en

medio de

la

tradición que desfallece, se obliga a la

síntesis de ruptura y secularidad, apartarse de la tra-

dición que

se

resguarda para rehallar la tradici ón que

se

expande, juega y recorre destinos.

n Ba

yona,

la

curiosidad americana

lo

lleva a pe-

netrar en una sinagoga. Inmediatament

e,

sobre esa

curiosidad comenzarán a caer los dones. Como buen

americano se regala

en

el simpathos. Sorprende que

hablan un español meticuloso, tienen el orgullo de

que los semitas que Adriano

en

v

a España, son de

la gran tribu de Judá . Al terminar el Rabino,

lo

rode-

an para que opine sobre el sermón.

La

onda larga de

su simpatía no retrocede ante refutar al predicador, y

como

lo

hace tan bien

le

ofrecen en matrimonio una

bella y rica Raquel , y

en

francés Fineta

".

Termina

revisándole sus sermones a los rabinos , y en que

éstos

le

llamen Jajá, que significa sabio. Otro signo

americano; entrar en templo ajeno por curiosidad ,

ganar

lo

por

la

simpatía y llevarlos después al sabo-

reo de nuestra omnisciente libertad .

n ese liberalismo de esfera armilar y de pisapa-

peles, pintado por Gaya, Jovellanos, que en la poe-

sía es el

pastor

Jovino   se

siente tocado por su sim-

patía. l día del triunfo de Jovellanos, la noticia

se

recibe a las siete de la mañana, en el

co

nvento

donde está preso fray Servando, y ya a las once,

éste para ganarlo por los más finos modos,

fi

nge un

sueño, en que el pastor Jovino.

el

sesudo ministro

Jovellanos, estu dia su c

au

sa,

lo

libe

rt

a y le muestra

un semblante mu y bené

vo

lo:

El nevado Arlanzón que me aprisiona.

El fuego mismo helara de Narciso.

S

oy

naufrago

in

eliz que una borrasca.

a más

oscur 

que exhaló el abismo

Arrojó hasta

l  s

playas de

la

Hesperia.

Don de en va no el remedio solicito.

l pastor Jovi

no so

nríe

la

gracia

de

los versos de ci

r-

cun stancia, disculpando el ripio prosaico del último

ver

so

, descifra fáci

lm

en

te

la apetencia del sueno, y

ordena la libe

rt

ad de Fray Se rv and o. Buen signo

ame

ri

ca

no, la fi neza del

so

licita r con mi ste

ri

o, como

en ese marcado antecedente,

co

mo un sueño que la

ajena fina atención

se ve

obligado a descifrar.

Rea bs orbe el frag mento no dañado de la tradición

ca tóli

ca,

se a

ce

rca como un pez

po

r el sueño, aunq ue

lle

ga

co n respeto, se

so

rprend e ante el

ce ni

zoso

co

rralón hispáni

co

litera

ri

o del principio del

XIX

iSi

aú n los

ro

mánticos

pa

recen ingenieros de minas, y

la

s poetisas deste

rr

adas histé

ri

cas que hacen las

co

mpras matina les para las comidas del

se

ñor mini

s-

tr

o solterón La jactancia quere

nci

osa lo interrumpe, y

sin nada de la sombría v

ani

dad, tie

ne la

alegría que

L

5

iblioteca de México

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estira sus piernas y se recorre. La vanidad americana

es amigotera y como

en

requiebro. Fray Servando

sorprende el convento dominico desconchado, hela

das las palabras por los corredores, sin pimienta

de

cita oportuna, pura mortandad engarabitada y ríspida,

y anota en sus memorias: "iY

al

infeliz que, como

yo

,

trae las bellas letras

de

su casa , y por consiguiente se

luce, pegan como en un real

de

enemigos hasta que

lo

encierran o destierran " Rifoso ademán que recorre

desde

el

refrán hasta el reojo del espejo

de

ultramari

nos, pues las consecuencias de esa vanidad amisto

sa

y llevadera terminan en bonachona punta

de

refrán.

El

que escama para

el

lucimiento, salta para

ahorcado, o luce que

te

enyesarán, o la más sibilina

de

luzco y traduzco. En esas mezclas

de

alegre rebe

lión para encontrar el buen refrán , cómo no recordar

el

criollísimo

de

José María

de

Heredia, para que el

sol

alce

su

frente

al

encanto

de

su

fama o

el

yo

alza

el

mundo

de

José Martí. Ambas son formas

del

pre

tender para ayudar, ambas criollísimas.

Cuando el mando

de

Jovellanos, como americano

que malicia rápido y traspasa, se

da

cuenta de la tie

sura de los nuevos. "Logré hablar al ministro, porque

también llev b recomendación para el portero

 ,

nos

dice en sus memorias. Conocimiento del que toma sus

precauciones para las cien puertas tebanas y sabe la

fuerza

del

recurso menor. Intuición de

esa

tiesura

de

los nuevos por inevitable minoridad o alarde superior

que rehúsa la mirada fija , que penetra con natu

ralidad

en

el momento de la recepción

oportuna.

Esa

recomendación para

el ministro y para el portero, reve-

la un instinto fresco para preci

sar

el

ordinario pequeño

en

el

hombre, que desconfía del

recién llegado, pero sucumbe

ante

el

apaciguamiento del

menor más cercano. Reco

mendaciones del barbero, del

que nos sirve

la

sopa, del veci-

no

de la

azotea, de

la

seguridad

majadera de

lo

diminuto, que se

alza por encima de

la

tranquila

v lo-

ración normal, y que

el

americano

hecho a la recepción de la pano

plia

de

las contingencias, valora

como su

ll ve

de penetración que

le

encristala el muro para que

el

instante necesario

de la

sombra

al

lIe-

gar a su casa, se realice con plenitud y

nos

vise

con querencia.

como un arúspice consultivo en

el

Palacio de la Presi

dencia de México, en la amistad

de

Guadalupe

Victoria. Pero

le

llega

el

momento de rendir, se incor

pora y silabea: "Se dice que soy hereje, se asegura

que soy masón y se anuncia que soy centralista . Todo

es , compatriotas carísimos, una cadena de atroces

imposturas.

Ni

mis escritos ni mis palabras ni mis

actos podrán jamás proponerse como calumnias de

tanto tamaño; más como se haga mucha mención del

ruidoso sermón de Guadalupe que prediqué muchos

años

ha y se afecte extrañeza por qué no digo misa ni

hago

vid

ascética, como religioso dominico, y tal vez

a esto se

le

quiera dar el carácter

de

otros tantos apo

yos de dichas quimeras." Y pasa de las palabras a los

hechos que a todos obligan. Demuestra que no decía

misa, enseñando la mano despedazada; que no esta

ba en el claustro por haberse secularizado en Roma.

Que no era masón, porque

la

masonería era

un

parti

do. Y que él no predicó contra el milagro de la Gua

dalupe, sino que la predicación del Evangelio

en

América se debió a Santo Tomás, cosa que defende

ría hasta morir.

Fray Servando fue

el

primer escapado, con la

necesaria fuerza para llegar al final que todo lo acla

ra,

del señorío barroco, del señor que transcurre en

voluptuoso diálogo con

el

paisaje. Fue el perseguido,

que hace de

la

persecución

un

modo de integrarse.

Desprendido, por una aparente sutileza que entraña

ba

el secreto de

la

historia americana

en

su dimen-

sión de futuridad, de

la

opulencia barroca

para llegar al romanticismo de principios

del siglo XIX al fin realiza un hecho,

toca la isla afortunada, la in

dependencia de su país.

El

paisaje

del señor barroco,

n veg ndo

con

v ri

fortuna, se había

vol tiliz do

con lentitud que

pocos asimilaban. Fray Ser-

v ndo

es el primero que se de

cide a ser el perseguido, porque

ha intuido que otro paisaje na-

ciente,

viene

en su búsqueda, el que

ya

no contaba con el gran arco

que unía el barroco hispánico y

su enriquecimiento en el barro

co americano, sino

el

que intu

ye

la

opulencia de un nuevo

destino, la imagen, la isla, que

surge de los portulanos de lo

desconocido, creando un hecho,

el surgimiento de las libertades de

su propio paisaje, liberado ya del

compromiso con un diálogo man

tenido con un espectador que era

Después de haber rendido su vida en

los calabozos, en los disfraces de la perse

cución ,

en la

madrugada de las fronteras,

le

llegan sus días, en que es instalado

Dibujo de Fernando Vicente

una sombra.

6

blioteca de

éxico

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Jose ezama ima

l

ER

JOSÉ LEZAMA LIMA

PARADISO*

Capítulo IX

Fragmentos)

Al

inaugurarse

la

mañana, Upsalón

ya

había

encendido

su

tráfago temprano. Arreglos

en

las

tarjetas, modificaciones de horarios, listas

con

los

nombres equivocados, cambios de aula a última

hora para la clase de profesores bienquistos,

todas esas minucias que atormentan a

la

burocra

cia

los días de trabajo excepcional , habían comen

zado a rodar. Desde las ocho a las diez de

la

mañana, los estudiantes candorosos de provincia

copiaban

en

sus libretas las horas de clase. Sa

ludaban a las muchachas que habían sido sus

compañeras en todos los días del bachillerato. Si

alguno conocía a otros estudiantes

de

años supe

riores, se mezclaba con ellos muy orondo, risueño

• José

lezama

Lima r diso

 

ilustraciones de René Portocarrero 

edición revisada por

el

autor y cuidada por Julio Cortázar y Carios

Monsilláis, Ediciones Era, México, 1970. 496

pp 

a niversidad

en

su

disfraz de suficiencia gradual. Los de último

año pertenecían a una hierofanía especial : única

mente

sus

parientes, primos de provincia , podían

mezclarse

con

ellos. Intercambiaban risotadas

que eran el asombro de los otros compañeros bi -

soños. Mi primo esta noche vendrá conmigo al

baile de los novatos

dijo al

regresar

al

grupo, fro

tándose las manos. Yo iría

con

este mismo traje,

tía de Camagüey

me

lo regaló -dijo una de las

muchachas, se miró de arriba abajo con mirada

graciosa, después hizo una reverencia como

si

recogiese flores

en la

falda.

a

escalera de piedra es

el

rostro de Upsalón,

es también

su

cola y

su

tronco. Teniendo entrada

por el hospítal , que evita la fatiga de

la

ascensión,

todos los estudiantes prefieren esa prueba de re

encuentros, saludos y recuerdos. Tiene algo de

mercado árabe, de plaza tolosana, de feria de Bag-

  7

Biblioteca

de

México

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dad; es

la

entrada a un horno, a una transmuta-

ción , en donde ya

no

permanece en su fiel

la

inde-

cisión voluptuosa adolescentaria.

Se

conoce a

un

amigo, se hace el amor, adquiere su perfil el has-

tío,

la

vaciedad.

Se

transcurria o se conspiraba, se

rechazaba

el horror vacui

o se acariciaba

el

tedium vitae  

pero

es

innegable que estamos

en

presencia de un ser que se esquina, mira opues-

tas direcciones y al final se echa a andar con fir-

meza, pero sin predisposición, tal vez sin sentido.

No tiene clases por

la

tarde, pero sin vencer su

indecisión se viste para ir a la biblioteca de Up-

salón, donde esperará a que el que se sienta a su

lado comience a conversar con él. l diálogo no se

ha

entablado, pero

la

tarde

ha

sido vencida. No

son aquellos dias de finales de bachillerato en que

se sentaba en el extremo de un banco, en el relle-

no del malecón, colgaba

un

brazo del soporte de

hierro y sentía que

la

noche húmeda lo penetraba

y lo tundía . Oye a los que están hablando en

un

banco del patio

en

Upsalón, al grupo que todos los

días

va

a

la

biblioteca, al que se precipita sobre el

profesor para hacerle preguntas banales, sin

saber que cada vez que se pone en marcha para

esa forzada salutación, se gana una enemistad o

un comentario que lo abochornaría

si

lo oyese.

n la

segunda parte de

la

mañana, desde las

diez

en

adelante, la fluencia ha ido tomando nue-

vas derivaciones,

ya

los estudiantes no suben la

8

escalera de piedra hablando,

ni

se dirigen a

la

tablilla de avisos en los distintos decanatos, para

tomar con precisión en sus cuadernos los horarios

de clase. Algunos ya habían regresado a sus

casas con visible temor; habían oliscado que en

cualquier momento la francachela de protestas

podía estallar. Otros, que

ya

sabían perfectamen-

te todo

lo

que podia pasar, se fueron situando

en

la

plaza frente a

la

escalinata. De pronto,

ya

con

los sables desenfundados, llegó

la

caballería, mo-

vilizándose como si fuera a tomar posiciones.

Miraban de reojo los grupos estudiantiles, que

ocupaban el lado de

la

plaza frente a

la

escalera

de piedra . Cuchicheaban los estudiantes, forman-

do islotes como

si

recibieran una consigna. Llegó

al grupo una figura apolínea , de perfil voluptuoso,

sin

ocultar las líneas de una voluntad que muy

pronto transmitía su electricidad. Por donde

qu

ie-

ra

que pasaba se le consultaba, daba instruccio-

nes. La caballería se ocultaba en el lado opuesto

al ocupado por los estudiantes. Usaban unas ca-

pas carmelitas, color de rata vieja, brillantes por la

humedad

en

sus iridiscencias, como

la

caparazón

de las cucarachas. Hacían vibrar sus espadas en

el aire, saltando

un

alacrán por

la

sangre que

pasaba al acero.

Su

sombrero

de

caballería

lo

sujetaban con una correa, para que

la

violencia de

la

arremetida no los dejase

en el

grotesco militar

de la testa al descubierto. La violencia o el cara-

coleo

de

los potros justificaba 1

Il

correa que le res-

taba toda benevolencia a

la

papada. l que hacía

de Apolo, comandaba estudiantes y no guerreros,

por eso

la

aparición de ese dios, y no de un gue-

rrero, tenía que ser

un

dios en

la

luz, no vindicati-

vo , no obscuro, no ctónico. Estaba atento a las

vibraciones de la luz, a los cambios malévolos de

la

brisa,

su

acecho del momento

en

que

la

caba-

llería aseguró

la

hebilla

de la

correa que sujetaba

el sombrero terminado en punta. Pareció dentro

de su acecho buscar como

un

signo. Tan pronto

como vio que la estrella de la espuela se hundía

en los ijares de los caballos, dio la señal. Inme-

diatamente los estudiantes comenzaron a gritar

muerte para los tiranos, muerte también para los

más ratoneros vasallos babilónicos. Unos, de los

islotes arremolinados, sacaron

la

bandera con la

estrella y sus azules de profundidad . De otro islo-

te,

al

que las radiaciones parecían dar vueltas co-

mo un trompo endomingado, extrajeron una cor-

neta, que centró

el

aguijón de una luz que se re-

fractaba en sus contingencias, a donde también

acudía

la

vibración que como astilla de peces sol-

taban los machetes

al

subir por el aire para deci-

dir que

la

vara vuelva a ser serpiente. l que ha.cla

de Apalo parecía contar de antemano con ,as em-

palizadas invisibles que se iban a movilizar para

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detener a la caballería en los infiernos.

La

s espue

las picaron para quemar el galope  pero las impro

visadas empalizadas burlescas se abrieron   para

darle manotazos a los belfos que comenzaron a

sangrar al ser cortados por los bocados de plata.

Las guaguas comenzaron a llenar

la

plaza   chi lla

ban sus tripulantes como

si

ardiesen  lanzaban

protestas del timbre  buches del escape petrolero 

enormes carteras del tamaño de una tortuga que

cortaban como navajas tibias . Rompieron por las

calles que fluían a las plazas  carretas pintadas

que ofrecían

su

temeridad de colores a los cascos

equinales que se estremecían al sentir el asom

bro de la pulpa aplanada por la presión de la mar

cha maldita .

La

pella que cuidaba la doradilla de

los buñuelos 

se

volcó sobre los ojos de los enca

puchados. Una puerta de los balcones de

la

plaza

al abrirse en

el

susto de

la

gritería escurrió

el

agua

del canario que cayó en los rostros de los malditos

como orine del desprecio transmutación infinita

de la cólera de un ave en su jaula dorada .

La

ma

ñana 

al

saltar del amarillo al verde del berro  can

taba para ensordecer a los jinetes que le daban

tajos a la carreta de frutas y a la jaula del canario .

l

que hacía de jefe de

la

caballería ocupó el

centro de la plaza   destacó al jinete de

un

caballo

gris refractado bajo el agua para que persiguiese

al estudiante que volaba como impulsado por

el

ritmo de la flauta. A medida que la caballería se

extendía por

la

plaza   parecían ganar alas sus ta-

Iones de divi nidad victoriosa al interpretar las

reducciones de la luz. Un j inete de bestia negra

llevó su espada a la mejilla de un estudiante que

se aturdió y vino a caer debajo del caballo som

brío. l parecido a Apolo co

rri

ó en

su ay

uda  per

seguido por el caba llo

co

lor gris bajo el agua . Tiró

de sus pies  mientras los que parecían de su guar

dia llovían piedras sobre

el

caba llo negro y el gri-

soso espía   partiéndole los ca

rt

ones de su frente

con un escudo sin relieve.

l

Apolo volante no se

detuvo un instante

de

spués de su rescate   pues

comenzó a lanzarle apóstrofes a los estudiantes

que habían huido tan pronto la caballería picó

espuelas . Vo lv

ían el

rostro y

ya

entonces cobra

ban verdadero

pa

vor  veían en la lejanía las ancas

de los caballos negros y la mirada del vengador

que caía sobre ellos  arrancándole pedazos de la

camisa con listones rosados   sangre

ya

ra sp ada.

Así los grupos  entre alaridos y toques de cla

xons  se fueron deslizando de la plaza a la calle de

San Lázaro  donde

se

impulsarían por esa aveni

da

que lanzaba a los conspiradores desde la esca

lera de piedra hasta las aguas de la bahía  frente

al Palacio presidencial   palmerales y cuadrados

coralinos   con los patines de los garzones que pa

recían cortar

la

mañana en lascas y después

soplarlas como

si

fuesen un papalote.

La

plaza de

Upsalón tenía algo del cuadrado medieval   de la

vecinería en

el

entorno de las canciones del calen

dario: cohetes de verbena y redoblantes de

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Semana Santa. Fiestas

de la

Pasión en

el

San

Juan y fiestas del diciembre para

la

Epifanía 

esplendor de un

na

cimiento en

lo

que tiene que

morir para renacer.

El

cuadrado

de

una plaza tiene

algo del cuadrado ptolemeico  todo sucede

en

sus

cuatro ángulos y cada ventana una estrellita fija

con sus ojeras de riñonada. Las constelaciones se

recuestan

en el

lado superior del cuadrado como

en un barandal. Algunas noches  al recostarse la

cabeza de Jehová en ese lado  parece que el

barandal cruje y al fin se ahonda en fragmentos

apocalipticos .

Dos cuadras después de haber salido de

la

plaza  algunos estudiantes se dirigieron al parque

pequeño  donde de noche descansaban las sir

vientas de sus trabajos

en

alguna casa cercana y

los enamorados comenzaban a cansarse

en un

Eros indiscreto.

En

la mañana  bañados por una

luz intensa  que se apoyaba

en el

verde raspado

de los bancos donde las fibras de la madera se

enarcaban por encima del verde impuesto  los

estudiantes volaban gritando en

la

transparencia

de una luz que parecía entrar

en

las casas con

la

regalía de su cabellera .

Aprovechándose del pedestal saliente de algu

na columna o extrayendo de algún café una silla

crujidora   algunos estudiantes querían que sobre

el

tumulto

el

verbo de

la

justicia poética prevale

ciese. Como los delfines y

la

cipriota diosa sur

giendo

de la

onda con

el

fondo resguardado por

una opulenta concha manchada por hojillas de

líquenes los adolescentes puestos bajo la advo

cación de la eimarmené en el arrebato y en el

espanto inmediato hacían esfuerzos de giganto

mas

por elevarse con

la

palabra por encima de

la

gritería. e los caballos negros  opulentos de an

cas  brotaba fuego iluminando aún más

la

trans

parencia

con la

candelada. Las detonaciones im

pedían

la

llegada del verbo con alas 

el

que hacía

de Apolo de perfil melodioso  había señalado los

distintos lugares

en la

distancia donde los estu

diantes deberían alzarse con

la

palabra. Como si

escalasen rocas se esforzaban en ser oídos  pero

el

brillo de

la

detonación y en ese fulgurar

la

cara

del caballo con su ojo hinchado por

la

pedrea

ponía

un

punto final de pesadilla en el cobre de los

arengadores.

La caballería parecía confundirse por ese entre

cruzamiento de playa avenida y parque. No podía

precisar con eficacia a cuál de los grupos había

que perseguir. El encapotado mayor que los co

mandaba se confundía en

la

dispersión de los ca

minos mientras los estudiantes en la formación de

sus islotes repentinos parecían bañarse como en

una piscina. En ocasiones un solo jinete perseguía

a un estudiante que se aislaba por instantes reci-

bía refuerzos de piedras y laterías   estaba

ya

en

la

otra acera  describía espirales y abochornaba al

malvado que terminaba frenetizado pegando un

planazo

en

una ventana  que soltaba una persia

na

anclada

en la

frente del centauro desinflado. El

primer turbión que se precipitó hacia

el

parque los

confundió aún más; por allí siguió

la

caballería 

cuando

la

alharaca les tironeó

el

pescuezo 

el

grueso de los estudiantes saltaba por la avenida

marchando más deprisa  mascullando sus maldi

ciones con más pozo profundo y libertad.

Entre tantos laberintos  la dispersión iba debili

tando

la

caballería.

Su

conjunto ya no operaba en

su nota coral   sino cada soldado volvía persi

guiendo a uno solo de los estudiantes terminando

conque

el

caballo sudoroso se echaba a reír de las

saltantes burlas de los estudiantes. Parecía que

comenzaban a amigarse con los estudiantes 

pues a pesar de los planazos que recibían

en

las

ancas  sonaban sus belfos con la alegría con que

tomaban agua por la mañana . La transparencia de

la

mañana los hacía reidores

al

sentir las alas

regaladas. Al relincho épico de la inicial acometi

da había sucedido un relincho quejumbroso que

los hacía reidores como si las espuelas les produ

jesen cosquillas y afán de lanzar a los encapota

dos de sus cabalgaduras. El relincho marcial al

apagarse

en el

eco era devuelto como una risota

da amistosa.

La

risotada terminaría en un rabo

encintado.

Los grupos estudiantiles que se habían ladeado

hacia el parque  por diversas calles se iban incor

porando de nuevo al aluvión que bajaba por la

avenida de San Lázaro de aceras muy anchas

con mucho tráfico desde las primeras horas de la

mañana con público escalonado que después se

iba quedando por Galiano Belascoaín e Infanta 

ya

para ir a las tiendas o a las distintas iglesias   o

hacer las dos cosas sucesivamente después de

oír

la

misa de rogar curaciones suertes amorosas

o buenas notas para sus hijos en los exámenes.

Se iban deslizando de vidriera en vidriera gustan

do los reflejos de una tela o simplemente   y esto

es lo más angustioso pasando veinte veces por

delante de cualquier insignificancia mero capricho

o necesidad a medias que no se puede hacer

suya y que por lo mísmo subraya su brillo hasta

que la estrella se va amortiguando en nuestras

apetencias y queda por nuestra subconsciencia

como estrella invisible pero que después resurge

en el estudiante y en el soldado en unos para

matar y en otros para dejarse matar.

Si

trazáramos

un

círculo momentáneo en torno de aquellos tran

seúntes matinales los que salen para sus traba

jos o para fabricar un poco de ocio en sus tijeras

caseras penetramos en el secreto de los seres

4

iblioteca

de M c o

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que están en e l contorno estud ia ntes y so ldad os

envueltos en torbel l inos de piedra y en los ref le jos

de los p lanazos sobre aque l los cuerpos que   c a n

tan en la g lo r ia . Las inmensas f rust rac iones here

dadas en la co inc idencia de la v is ión de aque l ins

tan te que presenta com o s imu l táneo en lo exte

r ior lo que es suce sivo en un yo interior casi su

merg ido deba jo de las p iedras de una ru ina mot i

va esa co inc idencia en los contornos de un c í rcu

lo que está segregando esos dos productos: e l

que sale a buscar la muerte y e l que sale a rega

la r la muerte . Los que no part ic ipan de esos en

cuent ros eran la causa secre ta de esos d ua l ism os

de od ios ent re seres que no se conocen y donde

el d ispensador de la vida y el dador de la muerte

co inc iden en la e laborac ión de una gota de ópa lo

donde han pasado t r it u radas y ma ce rada s re to rc i

das com o las cactác eas mu chas ra íces que en

sus pro longaciones se encont raron con a lgún

acant i lado que las quemó con su so l .

A l l legar a l parque Maceo ya los estud iantes

habían rec ib ido nuevos cont ingentes de a lumnos

de bach i l le ra to de las normales escue las de

comerc io ; en con junto ser ían unos mi l estud ian

tes que af luían en el s i t io donde la si tuación se iba

a hacer más dif íc i l . La cabal lería había logrado

rehacerse y cerca de a l l í estaba una estac ión de

po l ic ía . Pero entonces acud ió e l ve loz como

Apolo de perf i l me lod ioso dando voces de que

recurvaran al mar. El que hacía de jefe de la caba

l le r ía reun ió de nuevo a sus huestes que conver

gieron por los belfos de las best ias. Se veía como

un gro tesco rosetón de anca de caba l los. Les   t em

b laba todo e l cuerpo después coreaban e l a i re

con sus dos patas t raseras se sent ían perse gu i

dos por demonios mosqu i tos inv is ib les. Un t r ib i l ín

sin dom ici l io conoc ido entra ba y salía por las

patas de los caba l los. A lgu no d e los j ine tes qu iso

con su esp adín apu ntalar a l perr i l lo pero fue bur

lado y raspó e l adoq u inad o exac erba ndo ch ispas

que le rozaron los meji l lones.

Los gendarmes de la estac ión sa l ie ron rubr i

cando con t i ros la persec ución pero ya los  es tu

diantes tenían la sal ida al mar. Entrando y disper

sándose por las ca l les t ravesañas a San Lázaro

los estudiantes se hicieron casi invisib les a sus

persegu idores. Quedaba e l pe l ig ro supremo de l

cast i l lo de la Punta pero el que rem eda ba las apa

ric iones de Ap olo dio la con sign a de que sin for

mar un grupo m ayor fueran por Refug io hasta

entrar por uno de los costados de Palacio. Hasta

ese momento José Cern í había marchado so lo

desde que los grupos estac ionados f ren te a Up-

sa lón habían part ido con sus a le luyas y sus mald i

c iones. Se ponía e l cuenco de la ma no com o un

carac ol sobr e el bord e de los labios y lanzab a sus

condenaciones. Aunque había sent ido la mágica

imantac ión de la p laza de los grupos arremol ina

dos en e l parque de la re t i rada envo lvente hac ia

e l mar estaba como en duermeve la ent re la   real i

dad y e l hech izo de aque l la mañana. Pero in tu ía

que se iba adent rando en un túne l en una s i tua

c ión en ext remo pe l ig rosa donde por pr imera vez

sent iría la ausencia de la mano de su padre.

Ante s de l legar a Pa lac io los estud ian tes se

fueron s i tuando en los por ta les de l macizo cua

drado de la c igarrer ía Bock que ocupab a una

ro tunda ma nza na. A l llegar a la esqu ina de la c iga

rrer ía Cern í pudo ver que en e l parque rodea do

de su grup o de ayud antes en la re f r iega e l que

tenía com o la luz de Apo lo lanzaba una soga para

at rapar e l b ronce que estaba sobre e l pedesta l .

Una y otra vez lanza ba la soga hasta que al f in la

a t rapó por e l cue l lo y comenzó a gu indarse de la

soga para desprender la fa lsa esta tua. Entonces

fue cuando de todas partes empezaron a sa l i r  ron

das de po l ic ías acompañados de so ldados con

armas la rgas. Las descargas eran en rá fagas y

Cern í permanecía en su esqu ina como a to londra

do por la sorpresa. No sabía adonde d i r ig i rse

pues e l ru ido incesante de los d isparos impe día

precisar cuál sería la zona de más relat iva seguri

d a d .

  Entonces s in t ió que una mano cogía la suya

lo t i roneó hasta la próx ima co lum na así fueron

sa l tando de resguardo en co lumna cada vez que

se hacía una ca lma en las detonaciones. Det rás

de l que lo t i roneaba iba o t ro en su segu im iento

un poco mayor que asom brab a por su ca lma en la

re f r iega. Así re t roced ieron por Refug io corr iend o

com o gam os perseg u idos por serp ientes. A l l legar

a Prado un poco remansados ya e l que t i raba e l

brazo se vo lv ió hac ia é l r iéndose. Era Ricardo

Fronesis que lo había reconocido tan pronto se

había general izado el t i roteo y que había corr ido

en su ayuda. Cern í no pudo expresar en o t ra

forma su a legr ía que abrazan do a Fronesis po

n iéndose ro jo como la puerta de un horno. Le pre

sentó a l que venía en su segu im iento Eugen io

Foc ión

mayor que Fronesis y que Cern í ; repre

sentaba unos ve in t ic inco años muy f laco con e l

pe lo dorado y agres ivo com o un ha lcón era de los

t res e l que estaba m ás sereno . La cam inata los

pe l ig ros de la marcha la cercanía de los d isparo s

no habían logrado alterarlo. Le dio la mano a Cerní

con c ie r ta ind i fe renc ia pero éste observó que era

una ind i fe renc ia que no rechaz aba porque había

comenzado por no most rar una fác i l aceptac ión.

Se oían en la lejanía los disparos pero cada vez

espaciándose más al mismo t iempo que los   es tu

diantes convergían al Prado y allí se iban disper

sand o. Cerní con sus dos amig os Fronesis y

Foción tomaron por la cal le Colón para despedirse

41

B i b l i o t e c a d e M é x i c o

C

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al llegar a la esquina de la

ca

lle de Tro cade

ro

.

Mientras cumplimentaban el término de la tumultuo

sa

cam

inata  Fronesis para iniciar la conversación  

pues Cemí mostr

aba

un

si

len cio tímido   dijo que se

había matriculado en Derecho y Filosofía y Letras  

que

su

tia L

et

icia le había dicho que él lo haría

en

Derecho  lo que hac

ía

que tu vies

en

asignaturas

comunes  así es que

se

ve

an con

mu

c

ha

frecuen

cia. F

oc

ión  continuó

in

fo

rmando Fronesis 

no

e

ra

es tudiante   trabajaba en la oficina de

un

abogado  y

procuraba ser estudioso. Estaba siempre en sus

ratos de ocio en Upsalón y con los que allí estudia

ban . ¿Por qué?

Ya

lo sabría en los días sucesivos

cuando

se

encontrasen de nuevo

en

la plaza de

la

co li

na

. El tiempo muy bre ve

en

que Fronesis aludió

a Foción  mantuvo éste entreabierta una sonrisa no

mu y anchuro

sa

  pero donde cabía la burla secreta y

la

al

eg

a manifestada.

Las

leyes

del

apathos de los

estoicos funcionaron de inmediato  no   no le cayó

nada bien

Foción a Cemí. Después de darse las

manos de despedida  un

rato

largo Cemí mantuvo el

recue

rd

o de su so

nri

sa ofrecida

con

un artificio que

se

h

ac

ía naturaleza por

la

facilidad con que se man

tenía en su apariencia vivaz.

Cemí llegó a su casa con el peso de una intran

quilidad que

se

remansaba  más que con la angus

tia de una crisis nerviosa de quien

ha

atravesado

una obscuridad  una zona pel igrosa. La presencia

de Frones is el co nocimiento de Foción lo habían

sobresa ltado  pues cuando

la re

vuelta parecía que

había llegado a

su

final   surgía la nueva situación.

Al toque en la puerta de

su

casa había acudido

Rialta   que lo esperaba sentada muy cerca de la

puerta  ansiosa por ver llegar a

su

hijo. Con ese

olfato típicamente maternal  se había dado perfecta

cuenta de que

su

hijo acudía a

la

inauguración de

las clases

en

Upsalón y que

el

curso comenzaría

con algazaras y protestas pues los estudiantes

cada día iban penetrando con más ardor

en la

inquietud protestaria del resto del país. Cuando lo

vio llegar se sintió alegre  pues siempre que las

madres ven que

un

hijo parte para un sitio de peli

gro  se atormentan pensando que fuera de su cui-

dado

le

pasará a

su hi O lo

peor. La alegria de

su

equivocación maternal se hacía visible

en

Rialta .

-Tenía ganas ya de que llegaras he oído decir que

ha

habido disturbios

en

Upsalón y he estado toda

la

mañana rezando para que no fuera a suceder algo

desagradable. Ya sabes que cuando te agitas el

asma te ataca con más violencia. Mi hijo -Rialta se

emocionó al decir sto perdí a

tu

padre cuando

tenía treinta años  ahora tengo cuarenta y pensar

que

te

pueda suceder algo que ponga en peligro

tu

vida ahora que percibo que vas ocupando el lugar

de él pues la muerte habla en ocasiones y sé como

madre que todo lo que tu padre no pudo realizar tú

lo vas haciendo a través de los años pues

en

una

familia no puede suceder una desgracia de tal mag

nitud  sin que esa oquedad cumpla una extraña sig

nificación   sin que esa ausencia vuelva por su res

cate.

No es

que yo

te

aconseje que evites

el

peligro 

pues

que

un

adolescente tiene que hacer

muchas experiencias y

no

puede rechazar ciertos

riesgos que en definitiva enriquecen su gravedad

en la vida. Y sé también que esas experiencias hay

que hacerlas como una totalidad y no

en

la disper

sión de los puntos de

un

granero.

Un

adolescente

astuto produce un hombre intranquilo.

El

egoísmo

de los padres hace que muchas veces quisieran

que sus hijos adolescentes fueran sus contemporá

neos  más que la sucesión   la continuidad de ellos

a través de las generaciones  o lo que es aún peor 

se dejan arrastrar por sus hijos  y ya éstos están

perdidos  pues ninguno de los dos está

en su

lugar 

ninguno representa la fluidez de lo temporal; uno 

los padres  porque

se

dejaron arrastrar; otro los

hijos  que

al

no tener qué escoger 

se

perdían al

estar

en

obscuridad

en

el estómago de

un

animal

mayor. Después

al

paso del tiempo  cuando llegan

a ver a sus hijos serenos   maduros dentro de

su

cir

cunstancia   no pueden pensar que fueron esos ries

gos  esos peligros la causa de

su

serenidad poste

rior y que sus consejos egoístas  cuando ya sus

hijos son mayores  son un fermento inconcluso una

espina que

se

va pudriendo

en

el subconsciente de

todas las noches.

4

i _ de M xlco

~

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JEAN-P

AUL S

ARTRE

ALBERT

CAMUS

Hace

seis

meses, ayer apenas,

nos preguntábamos todavía:

¿Qué va a hacer Camus? . Cir

cunstancialmente , desgarrado por

contradicciones que

es

menester

respetar, había elegido el silencio.

Pero

era

una de

esas raras perso

nas

a quienes se puede esperar,

puesto que

eligen despacio y

se

mantienen fieles a su elección .

Ya

hablaría, llegado el momento.

Ni

siquiera nos habríamos atrevido a

conjeturar

lo

que diría entonces.

Simplemente, pensábamos que

debía

de

estar cambiando

con

el

mundo, como todos nosotros;

esto bastaba para que

su

presen

cia síguiera viva

Nos habíamos distanciado, él

y

yo Un

distanciamiento

no

signi

fica gran cosa, aunque haya

de

ser definitivo; a lo sumo una ma

nera diferente de convivir, sin per

derse

de

vista,

en un

mundo tan

pequeño y angosto como el que

nos ha cabido en suerte. Eso no

me impedía pensar en él , sentir

su mirada fija sobre

la

página del

libro o del diario que él leía, y pre

guntarme: ¿Qué dirá

de

esto?

¿Qué dirá

de

esto, ahora? . Su

sílencio que, según las circuns

tancias y mi propio humor, juzga

ba

yo

unas veces demasiado pru

dente, y otras, doloroso, era una

característica de cada día, como

el calor o la luz, aunque humana.

Jean-Paul Sartre.

Literatura

y

rt

t r d u c ~

ción de

Maria

Seuderi

 

Situations IV d itorial

Lo sa

da   Buenos Aires  1966. 348

pp

.

•• [Articulo publicado después de la muerte

de Camus.

N .del E.)]

Se vivía de acuerdo o en contra

de

su

pensamiento, tal como nos

lo revelan sus libros -sobre todo

La caída, acaso el más hermoso

y el menos comprendido-, pero

siempre a

tra

vés de

su

pensa

miento. Era ésta una aventura

singular

de

nuestra cultura,

un

movimiento cuyas fases y cuyo

término intentábamos adivinar.

Ca mus encarnaba en este siglo,

y contra la historia , al heredero

actual del antiguo linaje

de

mora

listas cuyas obras constituyen

quizá,

lo

más original de las letras

francesas. Su humanismo obsti

nado, estrecho y puro, austero y

sensual , sostenía una lucha in

cierta contra los acontecimientos

densos y deformes

de

la época.

Por otra parte,

la

terquedad mis

ma

de

sus rechazos reafirmaba ,

en

el corazón de nuestro tiempo,

la

existencia del hecho moral,

contra los maquiavélicos, contra

el becerro

de

oro del realismo

Camus

era,

por así decirlo, esa

afirmación inquebrantable. A po

co que se leyera y reflexionara,

se daba

con

los valores humanos

que llevaba apretados

en

el pu

ño:

enjuiciaba el acto político.

Había que convertirlo o combatir

lo

;

en

una palabra, era indispen

sable para

esa

tensión que cons

títuye la vida del espíritu. Hasta

su silencio de los últimos años

práctica. Lo adivinábamos, y adi

vinábamos también los conflictos

íntimos que callaba; porque la

moral , considerada en sí misma,

exige a la vez rebeldía y repudio.

Esperábamos: había que esp

e-

rar, había que saber. Hiciera

lo

qu

e hiciese

en lo

sucesivo, y de

cidiera

lo

que decidiese, ya no

podía dejar

de

ser

una

de las

fuerzas pr incipales

de

nuestro

ámbito cultural, ní de representar

a

su

modo la historía

de

Francia y

tenía un aspecto positivo. Car-

de

este siglo. Pero quizá había

tesiano del absurdo, se negaba a mas conocido y comprendido su

abandonar el suelo firme de la re - itinerario.

Lo

había hecho todo

flexión moral, para aventurarse

-una

obra cabal- y, como siem

por los caminos inciertos

de la

pre ocurre, todo quedaba

po

r

4

8 1bUoteea de

Mé.ico

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hacer. El mismo

lo

decía: 'Tengo

mi obra por delante . Ahora, se

acabó. El escándalo singular de

esta muerte

es

la abolición del

orden humano, por irrupción

de

lo

inhumano.

También

el

orden humano es

sólo un desorden; es injusto y

precario: hay dentro

de él

quien

mata y quien muere

de

hambre.

Pero al menos ha sido fundado

por los hombres, y son hombres

quienes lo mantienen o comba

ten

.

De

acuerdo con este orden,

Camus tenía que vivir: ese hom

bre

en

marcha nos obligaba a

interrogarnos;

él

mismo era

un

interrogante que buscaba res

puesta. Vivía en l mitad de una

larga vida ; por nosotros, por él

por los hombres que imponen el

orden y por quienes lo rechazan ,

era imperativo que saliera del

silencio, que decidiera, que sa-

terísticas de una obra y las cir

cunstancias del momento histó

rico han exigido tan a las claras

que un escritor viva.

Llamo escándalo al accidente

que mató a Camus, porque hace

aparecer, en el seno del mundo

humano,

lo

absurdo de nuestras

exigencias más profundas. A los

veinte años, atacado de pronto

por

una

enfermedad que trastor

naba su vida,

Ca

mus descubrió el

absurdo: negación estúpida del

hombre. Se fue acostumbrando a

él

,

pensó su

condición insoporta

ble , salió del paso. Podría creer

se

,

no

obstante, que sólo sus pri

meras obras dicen la verdad de

su

vida

ya que este enfermo que

recobró la salud había

de

ser

aplastado por una muerte impre

visible y venida de fuera. El ab

surdo sería, pues,

esa

pregunta

que ya nadie le

hace

y que él

ya

no

hace a nadie; este silencio que

ni

siquiera

es

ya

un

silencio, que

ya

no es absolutamente nada.

Yo no lo creo así. Lo inhuma

no,

en

cuanto se manifiesta, de

viene parte de lo humano.

Toda

vida que se detiene aun la de

un hombre tan

joven

es a la vez

un disco que se rompe y una

vida completa. Todos los que lo

amaron encuentran

en

su muer

te algo intolerablemente absur

do. Pero habrá que aprender a

considerar esta obra mutilada

como una obra total. En la medi

da en que el humanismo de Ca

mus contiene una actitud huma

na ante la muerte que había de

sorprenderlo,

en

la medida en

que su búsqueda orgullosa

de

la

felicidad suponía y reclamaba la

necesidad inhumana de morir,

cara conclusiones. Otros mue- reconocemos en esta obra y en

ren viejos; otros, rezagados la vida que no es separable

de

siempre, pueden morir en cual- ella,

el

intento puro y victorioso

quier momento sin que

el

senti- de un hombre que luchó por res

do de su vida de

l

vida resul- catar cada instante de su exis

te cambiado. Pero nosotros, de- tencia al dominio de su muerte

sorientados y vacilantes, necesi- futura.

tamos que nuestros hombres

mejores lleguen hasta

la

salida

del túnel. Pocas veces las carac-

 

France-Observateur  núm. 505, 7 de

enero de 1960.

8/11/2019 32000000234

http://slidepdf.com/reader/full/32000000234 47/69

Camus

L'étranger

Albert Camus

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J

JEAN-PAUL

SARTRE

EXPLICACiÓN

DE

L ÉTRANGER

Apenas salido

de la

prensa, L Étranger de Albert

Camus obtuvo

el

éxito más grande. Se repetía que

era el mejor libro desde el armisticio

 .

Entre

la

producción literaria de la época esa novela era ella

misma una extranjera. Nos llegaba del otro lado

de la línea, del otro lado del mar; nos hablaba del

sol ,

en

esta desabrida primavera sin carbón , no

como de una maravilla exótica, sino con

la

familia-

, ridad cansada de quienes han gozado demasiado

de él; no se preocupaba de sepultar una vez más

y con sus propias manos al viejo régimen ni de im

buimos

la

sensación

de

nuestra indignidad; al

leerla se recordaba que había habido

en

otro tiem

po

obras que pretendían valer por sí mismas y no

probar nada. Pero, como contrapartida de ese ca

rácter gratuito, la

novela era bastante ambigua:

¿cómo había que entender a ese personaje que,

al día siguiente de

la

muerte de su madre, se ba

ñaba, iniciaba una aventura amorosa irregular e

iba a reír ante una película cómica

 ,

que mataba a

un árabe a causa del sol  y que,

la

víspera

de

su

ejecución, afirmando que había sido dichoso y lo

seguía siendo

 ,

deseaba muchos espectadores al

rededor del cadalso para que

lo

acogieran con

gritos de odio ? Unos decían: Es un tonto, un po-

bre tipo

 ;

otros, mejor inspirados: Es

un

inocente .

Pero quedaba por comprender

el

sentido de esa

inocencia.

El

señor Camus, en El mito e Sisifa , aparecido

algunos meses después, nos ha dado

el

comenta

rio exacto de su obra : su personaje no era bueno

ni malo, moral ni inmoral. Estas categorías no

le

convienen ; forma parte de una especie

mu

y singu

lar a

la

que el autor reserva el nombre

de

absurda.

Pero esta palabra adquiere bajo la pluma del señor

Camus dos significados muy diferentes: lo absurdo

es

a

la

vez

un

estado

de

hecho y

la

conciencia lúci

da

que ciertas personas adquieren de ese estado.

Es absurdo  el hombre que de una absurdidad

fundamental saca sin desfallecimiento las conclu

siones que

se

imponen. Hay en ello

la

misma tras

lación de sentido que cuando se llama swing   a

una juventud que baila

el swing.

¿Qué es , pues, lo

absurdo como estado de hecho, como dato origi

nal? Nada menos que la relación del hombre con

el mundo.

La

absurdidad primera pone de mani

fiesto ante todo un divorcio: el divorcio entre las

aspiraciones del hombre hacia la unidad y el dua

lismo insuperable del espíritu y de la naturaleza ,

entre el impulso del hombre hacia

lo

eterno y el

5

Biblioteca de México

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carácter

finito

de

su

existencia , entre la preocupa

ción que es

su

esencia mi s

ma

y la vanidad de sus

esfuerzos. La muerte,

el

pluralismo irreductible de

las verdades y de los seres, la ininteligibilidad de

lo

real ,

el

azar,

son lo

s polos de

lo

absurdo.

En

ver

dad, no son estos temas mu y nuevos y el señor

Camus no los presenta como tales. Fueron enu

merados, desde el siglo XV

III

, por cierta especie de

razón seca, somera y contemplativa que es pro

piamente francesa; sirvieron de lugares comunes

al pesimismo clásico. ¿No es Pascal quien insiste

en la desdicha natural de nuestra condición débil

y mortal y tan miserable que nada puede consolar

no

s cua

nd

o pensamos en ella de cerca? . ¿No es

él

quien

le

señala

su

lugar a

la

razón? ¿No apro

baría

sin

reservas esta frase de Camus:

El

mundo

no es

ni

enteramente racional

ni

tan irracional

 ?

¿No nos demuestra que la costumbre y la diver

sión  ocultan

al

hombre

su

nada,

su

abandono, su

insuficiencia,

su

impotencia,

su

vacío ? Por

el

esti

lo helado de

El mito de Sísifo 

por

el

tema de sus

ensayos,

el

señor Camus se coloca en la gran tra

dición de esos moralistas franceses a los que

Andler llama con razón los precursores de

Nietzsche;

en

cuanto a las dudas que plantea con

respecto

al

alcance de nuestra razón, se hallan en

Jean-P

aul

Sartre  

l hombre las cosas

 

ituations

traducción

:

Luis Echávarri , Editorial Losada, Buenos Aires, 1960, 248 pp.

la tradición más reciente de la epistemología fran

cesa. Si se piensa en

el

nominalismo científico, en

Poincaré, Duhem y Meyerson, se comprenderá

mejor

el

reproche que nuestro autor

le

hace a

la

ciencia moderna: Me habláis de un sistema plane

tario invisible en

el

que los electrones gravitan alre

dedor de un núcleo. Me explicáis ese mundo con

una imagen. Me doy cuenta entonces de que

habéis

ve

nido a parar a

la

poesía.

'

Es

lo

que

expresa por

su

parte y casi

al

mismo tiempo

un

autor que bebe en las mismas fuentes cuando

escribe : (La física) emplea indiferentemente

modelos mecánicos, dinámicos o también psicoló

gicos, como si liberada de pretensiones ontológi

cas, se hiciera indiferente a las antinomias clásicas

del mecanismo o del dinamismo que suponen una

naturaleza en sí misma .'

El

señor Camus tiene

la

coquetería de citar textos de Jaspers, Heidegger y

Kierkegaard que, por

lo

demás, no parece com

prender siempre bien. Pero sus verdaderos maes

tros están en otra parte:

el

giro de sus razona

mientos,

la

claridad de sus ideas, el corte de su

estilo ensayista y cierto género de siniestro solar,

ordenado, ceremonioso y desolado, todo anuncia

un

clásico,

un

mediterráneo. En él todo, inclusive

su método ( 

El

equilibrio de evídencia y lirismo es

El mito

e

Sísifo, página 25 de

la

edición castellana de Editorial

Lo

sada.

6

, Merleau-Ponty: La structure

u

comportement (

La

Renais

sa

nce du

Li

v

re

, 1942), pág. 1

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lo único que puede permitirnos asentir al mismo

tiempo a

la

emoción y

la

claridad )' recuerda a las

antiguas geometrías apasionadas de Pascal y de

Rousseau y lo aproxima a Maurras, por ejemplo,

ese otro mediterráneo del que difiere ,

no

obstante,

en tantos respectos, mucho más que a un fenome-

nólogo alemán o

un

existencia ista danés.

Pero el señor Camus, sin duda alguna, nos con-

cedería de buena gana todo eso. En su opinión, su

originalidad consiste en ir hasta el fin de sus ideas.

Para

él

no se trata, en efecto, de coleccionar má xi-

mas pesimistas. Es cierto que lo absurdo

no

está en

el

hombre

ni

en el mundo, si

se

los toma aparte;

pero como la característica esencial del hombre es

estar en el mundo , lo absurdo, para terminar, se

identifica por completo con la condición humana.

Por lo tanto, no es ante todo

el

objeto de una sim-

ple noción: es una iluminación desolada

la

que nos

revela . Levantarse, tomar

el

tranvía , cuatro horas

de oficina o de fábrica , la comida, el sueño lunes,

martes, miércoles, jueves, viernes y sábado con el

mismo ritmo ...... y luego, de pronto, los decorados

se

desploman y alcanzamos una lucidez

sin

espe-

ranza. Entonces, si sabemos rechazar la ayuda

engañosa de las religiones o de las filosofías exis-

tenciales, nos atenemos a algunas evidencias

esenciales: el mundo es un caos, una divina equi-

valencia que nace de la anarquía

 ;

no hay día si-

guiente, puesto que se muere. ..en un uni verso

privado repentínamente de ilusiones y de luces el

hombre se siente extraño. Es un exilio sin remedio,

pues está privado de los recuentos de una patria

perdida o de la esperanza de una tierra prometida

'

Es que, en efecto, el hombre no es el mundo: Si yo

fuese un árbol entre los árboles... , esta vida tendría

un

sentido, o más bien, este problema

no

lo tendria ,

pues yo formaría parte de este mundo.

Yo

sería

este mundo,

al

que me opongo ahora, con toda mi

, conciencia ... Esta razón tan irrisoria es la que me

opone a toda

la

creación

.'

Así

se

explica ya en

parte

el

título de nuestra novela:

el

extranjero es

el

hombre frente al mundo. El señor Camus muy bien

habría podido elegir también para titular a su obra

el nombre de una obra de Georges Gissing: Né en

exil Nacido en

l

exilio) . El extranjero es también el

hombre entre los hombres. Hay días en que...

se

encuentra extraña a la mujer que se había amado.'

Soy en fin yo mismo con relación a mí mismo, es

decir el hombre de la naturaleza con relación

al

espíritu: El extraño que, en ciertos segundos, viene

a nuestro encuentro en un espejo .'

J El mito de

S

lsifo

página 14

de la edición

castellana

de la d

itorial

Losada

• Ibld. pág .

2

.

Ibld .

pág . 15.

t El mito de Sísifo

 

página 7

de

la edición castellana de Losada  

Ibld. pág .

21

.

• Ibld .  pág .

21

.

Pero no es solamente esto: es una pasión de lo

absurdo. El hombre absurdo no se suicidará; quiere

vivir, sin renunciar a ninguna de sus incertidumbres,

sin porvenir, sin esperanza, sin ilusión, y también sin

resignación .

El

hombre absurdo se afirma en

la

re-

belión. Mira a

la

muerte

con

una atención apasiona-

da y esa fascinación lo libera : conoce la divina irres-

ponsabilidad  del condenado a muerte. Todo está

permitido, pues Dios

no

existe y

se

muere.

Todas

las

experiencias son equivalentes, sólo que conviene

adquirir la mayor cantidad posible de ellas. El pre-

sente y la sucesión de los presentes ante

un

alma

sin cesar consciente

es el

ideal

del

hombre absur-

do

.' Todos los valores se derrumban ante esta éti-

ca

de la cantidad ; el hombre absurdo, arrojado a

este mundo, rebelde , irresponsable, nada tiene que

justificar .

Es inocente .

Inocente como esos primiti-

vos de que habla Somerset Maugham, antes de

la

llegada del pastor que les enseña

el

Bien y

el

Mal, lo

permitido y lo prohibido. Inocente como

el

príncipe

Muichkin, quien vive en un presente perpetuo mati-

zado con sonrisas e indiferencia .

Un

inocente en

todos los sentidos de la palabra, un idiota  también,

si queréis. Y esta vez comprendemos plenamente

el

título de

la

novela de Camus. El extraño que quiere

describir es justamente uno de esos terribles ino-

centes que constituyen

el

escándalo de una socie-

dad porque

no

aceptan las reglas de su juego. Vive

• Ibid .

pág . 56

7

Bib

lioteca

de

é

x i

co

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entre los extraños, pero para ellos es también

un

extraño. Por eso

le

amarán algunos, como Marie,

su

querida, quien siente afecto por él porque es raro ;

y otros

lo

detestarán por eso, como esa multitud de

sedentarios cuyo odio siente de pronto. Y nosotros

mismos, que al abrir el libro no estamos familiariza

dos todavía

con la

sensación de

lo

absurdo, tratare

mos inútilmente de juzgarle de acuerdo

con

nues

tras normas acostumbradas: también para nosotros

es

un

extraño.

Así,

el

choque que habéis sentido al abrir

el

li

bro y leer Pensé que era

un

domingo más, que

mamá estaba

ya

enterrada , que iba a reanudar mi

trabajo y que, en suma, nada había cambiado

o

era deseado: es el resultado de vuestro prilller en

cuentro con

lo

absurdo. Pero esperábais sin duda

que

al

continuar

la

lectura de

la

obra veríais que

se disipaba vuestro malestar, que todo se aclara

ba poco a poco, se fundaba en razón, se explica

ba.

Vuestra esperanza

ha

sufrido una decepción:

L'Étranger

no es

un

libro que explica : el hombre

absurdo no explica, describe. Tampoco es

un

libro

que demuestra.

El

señor Camus se limita a propo

ner y no se preocupa de justificar

lo

que es, por

principio, injustificable. El mito de Sísifo nos va a

enseñar

la

manera como hay que acoger

la

nove

la

de nuestro autor. En él encontramos, en efecto,

la

teoría de

la

novela absurda. Aunque

lo

absurdo

de la condición humana sea

su

único tema, no es

una novela de tesis ,

no

emana de

un

pensamien

to satisfecho  y que tiende a suministrar sus do-

  L'É/rang  , pag o

36

8

cumentos justificativos; es,

al

contrario ,

el

produc

to

de un pensamiento limitado , mortal y rebelde

 .

Demuestra por

misma

la

inutilidad de la razón

razonadora :

El

hecho de que (los grandes nove

listas) hayan preferido escribir en imágenes más

bien que con razonamientos revela cierto pensa

miento que les es común, convencidos de

la

inutí

lidad de todo principio de explicación y del mensa

je docente de

la

apariencia sensible. Así

el

mero

hecho de entregar

su

mensaje en forma noveles

ca

revela

en el

señor Camus una humildad orgu

llosa. No se trata de resignación, sino del recono

cimiento rebelde de los límites del pensamiento

humano. Es cierto que

ha

considerado su deber

dar de

su

mensaje novelesco una traducción filo

sófica que es precisamente

el

Mito de Sísifo  y

más adelante veremos qué es lo que hay que pen

sar de ese doblaje. Pero

la

existencia de esta tra

ducción

no

altera, en todo caso,

el

carácter gratui

to

de

la

novela. En efecto,

el

creador absurdo ha

perdido inclusive

la

ilusión de que

su

obra es ne

cesaria . Quiere, al contrario, que percibamos per

petuamente

su

contingencia. Desea que se escri

ba

en exergo: Habría podido no existir

 ,

como

Gide quería que se escribiese

al

final de Les Faux-

monnayeurs:

Se podría continuarla. Habría podi

do no existir: como esa piedra , como ese curso de

agua, como ese rostro; es un presente que se da,

sencillamente , como todos los presentes del mun

do. No tiene

ni

siquiera esa necesidad subjetiva

que los artistas reclaman de buena gana para sus

El mi/o

e

Sisifo,

pág 

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obras cuando dicen: No podía dejar de escribirla ,

pues tenía que librarme de ella.   Volvemos a

encontrar aquí , pasado por la criba del sol clásico,

un tema del terrorismo superrealista: la obra de

arte no es sino una hoja arrancada de una vida.

La

expresa , ciertamente , pero habría podido no

expresarla. Y, por otra parte, todo es equivalente :

escribir Los poseídos o beber un café con leche.

El

señor Camus no exige, por lo tanto, del lector

esa solicitud atenta que exigen los escritores que

han sacrificado

su

vida a

su

arte

 , L'Étranger

es

una hoja de su vida, Y como la vida más absurda

debe ser la vida más estéril, su novela quiere ser

de una esterilidad magnífica, El arte es una gene

rosidad inútil. No nos asustemos demasiado: bajo

las paradojas del señor Camus vuelvo a encontrar

algunas observaciones muy juiciosas de Kant con

respecto a la finalidad sin fin de lo bello, De to

das maneras, L'Étranger está ahí, arrancado de

una vida , injustificado, estéril , instantáneo, aban

donado ya por

su

autor, y abandonado por otros

vida de uno de esos santos de lo absurdo

qu

e

enumera en

El mito e Sísifo

y que gozan de su

fa vor particular: el Don Juan , el Comediante , el

Conquistador,

el

Creador. No

es

eso lo que

ha

he -

cho y, hasta para

el

lector familiarizado con las

teorías de lo absurdo, Meursault,

el

protagonista

de

L'Étranger,

resulta ambiguo, Por supuesto, se

nos asegura que es absurdo y

la

lucidez implaca

ble constituye su característica principal. Además ,

en más de un punto está construido de manera

que proporciona una ilustración concertada de las

teorías expuestas en

El mito e Sisifo,

Por ejem

plo, el señor Camus escribe en esta última obra :

Un hombre es más un hombre por las cosas que

calla que por las cosas que dice

,

Y Meursault es

un

ejemplo de ese silencio viril , de esa renuncia a

contentarse con palabras: (Le han preguntado)

si

había observado que yo estaba ensimismado y ha

reconocido únicamente que yo no hablaba para no

decir nada,  Y precisamente, dos líneas antes,

el

mismo testigo de descargo

ha

declarado que

presentes, Así es como debemos tomarlo: como Meursault era un hombre , (Le han preguntado)

una comunión brusca de dos hombres,

el

autor y qué entendia por eso y

ha

declarado que todo

el

el lector, en lo absurdo, más allá de las razones,

Eso nos indica más o menos la manera como

debemos considerar

al

protagonista de

L'Étranger,

Si el señor Camus hubiese querido escribir una

novela de tesis no le habría sido difícil mostrar a

un funcionario alardeando de superioridad en el

seno de su familia y luego, de pronto, presa de la

mundo sabía lo que quería decir, Asimismo el se

ñor Camus se explica largamente sobre el amor

en

El mito e Sísifo: No

llamamos amor di e a

lo que nos liga a ciertos seres sino por referencia

a una manera de ver colectiva y de

la

que son res

ponsables los libros y las leyendas,  Y, paralela

mente, leemos en L'Étranger. Ella quiso saber

intuición de lo absurdo, resistiéndose

un

momento entonces

si

yo le amaba, Contesté   que eso na

y decidiéndose por fin a vivir la absurdidad funda- da significa , pero que sin duda yo no le amaba ,

mental de su situación,

El

lector se hubiese con- Desde ese punto de vista la cuestión que se plan

vencido al mismo tiempo que

el

personaje y por tea en la audiencia y en la mente del lector alre

las mismas razones, O bien nos habría trazado

la

dedor de

la

pregunta: ¿Meursault amaba a

su

madre?  es doblemente absurda, Ante todo, como

dice el abogado: ¿Se

le

acusa de haber ocultado

a su madre o de haber matado a un hombre?

Pero sobre todo la palabra amar  carece de sen

tido, Sin duda Meursault

ha

encerrado a su madre

en

el

asilo porque no tenía dinero y porque

ya

nada tenían que decirse ,

Sin

duda también, no

íba

a verla con frecuencia, porque eso le ocupa

ba su domingo, sin contar el esfuerzo para ir a la

parada del ómnibus, tomar los boletos y hacer dos

horas de camino ,   ¿Pero qué significa eso? ¿No

pertenece todo al presente, todo a sus estados de

ánimo presentes? Lo que se llama

un

sentimiento

no es sino la unidad abstracta y la significación de

impresiones discontinuas, Yo no pienso siempre

en quienes amo, pero pretendo que los amo hasta

cuando no pienso en ellos, y sería capaz de com-

  L'É/rangar,

p o121 ,

n

El mito de S ís ; o  pág  63

..

L'É/ranger,

pá 59 ,

.. Ib ld  pá 12,

9

iblioteca de

Mixleo

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prometer

mi

tranquilidad en nombre de un senti-

miento abstracto, en ausencia de toda emoción

real e instantánea. Meursault piensa y obra de ma-

nera distinta: no quiere conocer esos grandes sen-

timientos continuos y semejantes; para

él no

exis-

te el

amor, ni tampoco los amores. Sólo cuenta

lo

presente, lo concreto.

Va

a ver a su madre cuando

siente

el

deseo de hacerlo, eso es todo. Si ese

deseo existe, será lo bastante fuerte para hacerle

tomar el ómnibus, puesto que tal otro deseo con-

creto tendrá bastante fuerza para hacer correr a

ese indolente y para hacerle saltar a

un

camión en

marcha. Pero siempre llama a su madre con

la

palabra tierna e infantil de mamá y no pierde una

ocasión de comprenderla y de identificarse con

ella. Del amor sólo conozco esa mezcla del de-

seo, ternura e inteligencia que me une a tal ser. 1

Se ve, por lo tanto , que no se debería descuidar el

aspecto teórico del carácter de Meursault.

Asimismo, muchas de sus aventuras tienen como

razón principal poner de relieve talo cual aspecto

de

la

absurdidad fundamental. Por ejemplo, como

hemos visto,

El mito

de

Sísifo

alaba

la

divina dis-

ponibilidad del condenado a muerte ante el que se

El mito de Sisi o . pág  

5

abren

la

puertas de la prisión cierta madrugada ,  

y para que gocemos de esa madrugada y de esa

disponibilidad es para lo que el señor Camus ha

condenado a su protagonista a la pena capital.

¿Cómo

no

había visto yo -le hace decir- que

nada era más importante que una ejecución.. y

que,

en un

sentido , era inclusive la única cosa ver-

daderamente interesante para un hombre? Se

podrían multiplicar los ejemplos y las citas. Sin

embargo, este hombre lúcido, indiferente, tacitur-

no,

no

está enteramente hecho para las necesida-

des de la causa. Sin duda

el

carácter, una vez

esbozado, se ha terminado por sí solo; el perso-

naje tenía sin duda una pesadez propia. Lo cierto

es que su absurdidad no nos parece conquistada,

sino dada: es así y nada más. Tendrá su ilumina-

ción

en la

última página, pero

ha

vivido siempre

según las normas del señor Camus.

Si

hubiera

una gracia de

lo

absurdo habría que decir que

él

posee esa gracia. No parece plantearse ninguna

de las cuestiones que se agitan en El mito de

Sisifo; tampoco se ve que se haya rebelado antes

de ser condenado a muerte. Era feliz, se dejaba

llevar y

su

dicha no parece haber conocido ni

siquiera esa mordedura secreta que

el

señor Ca-

mus señala en muchas ocasiones en su ensayo y

que proviene de

la

presencia cegadora de la

muerte. Su indiferencia misma se parece con mu-

cha frecuencia a

la

indolencia, como

en

ese do-

mingo

en

que

se

queda en casa por simple pere-

za

y

en

que confiesa que se

ha

aburrido un poco .

Así, hasta para una mirada absurda, el personaje

tiene una opacidad propia. No es el Don Juan, ni

el Don Quijote de la absurdidad, y con frecuencia

hasta se podría creer que es su Sancho Panza.

Está ahí, existe , y no podemos comprenderlo ni

juzgarlo plenamente; vive, en fin, y sólo su densi-

dad novelesca puede justificarlo para nosotros.

Sin embargo, no habría que ver en L'Étranger

una obra enteramente gratuita. El señor Camus

distingue, lo hemos dicho, entre el sentimiento y la

noción

de lo absoluto. Dice a este respecto: Co-

mo las grandes obras, los sentimientos profundos

declaran siempre más de lo que dicen consciente-

mente ... Los grandes sentimientos pasean consi-

go

su

universo, espléndido o miserable. Y añade

un

poco más adelante: La sensación de lo absur-

do no es lo mismo que

la

noción de lo absurdo. La

fundamenta y nada más. No se resume en ella

sino durante el breve instante

en

que juzga al uni-

verso . Se podría decir que

El mito de Sísifo

aspi-

ra

a darnos esa

noción

y que

L'Étranger

quiere

inspirarnos ese

sentimiento. El

orden de aparición

Ibid • pág 53.

El mito de Sls

i o

.

pág   18 

Ibid • pág  

31

.

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de las dos obras parece confirmar esta hipótesis.

L Étranger,

que se publicó primeramente, no s

sumerge sin comentarios

en el

clima 

de lo

absur

do; luego viene el ensayo para aclarar el paisaje.

Ahora bien ,

lo

absurdo es

el

divorcio, el desacuñe.

L Étranger

será por lo tanto , una no vela del desa

cuñe, del divorcio, del extrañamiento.

De

ahí

su

construcción hábil ; por una parte el flujo cotidiano

y amorfo de

la

realidad vivida ; por otra parte la

recomposición edificante

de

esa realidad , por la

razón humana y el razonamiento.

Se

trata de que

el

lector, puesto

al

principio en presencia de la rea

lidad pura,

la

vuelva a encontrar,

sin

reconocerla,

en

su

transposición racional.

De

ahí nacerá la sen

sación

de lo

absurdo,

es

decir,

de la

impotencia en

que nos hallamos

de pensar

con nuestros con

ceptos , con nuestras palabras, los acontecimien

tos del mundo. Meursault encierra a su madre,

toma una querida, comete un crimen. Estos dife

rentes hechos serán relatados

en

su proceso por

los testigos y agrupados y explicados por

el

fiscal.

Meursault tendrá la impresión de que se habla de

otra persona.

Todo

está construido para producir

de

pronto la explosión de Marie, quien habiendo

hecho

en la

barra de los testigos un relato com

puesto según las reglas humanas, estalla

en

sollo

zos y dice que no era eso, que había otra cosa ,

que la

obligaban a decir

lo

contrario

de lo

que pen

saba

 .

Esos juegos de espejo son utilizados co

rrientemente desde

Les Faux-monnayeurs.

No es

en eso la originalidad del señor Camus. Pero el

problema que debe resolver le va a imponer una

forma original : para que sintamos el desacuñe

entre las conclusiones del fiscal y las verdaderas

circunstancias del homicidio, para que conserve

mos al cerrar el libro

la

impresión

de

una justicia

absurda que jamás podrá comprender

ni

siquiera

alcanzar los hechos que se propone castigar, es

necesario que primeramente nos hayamos puesto

en

contacto con la realidad o con

una de

esas cir

cunstancias. Pero para establecer ese contacto el

señor Camus, como el fiscal , sólo dispone

de

pa

labras y conceptos; tiene que describir con pala

bras, reuniendo pensamientos,

el

mundo anterior

a las palabras. La primera parte

de L Étranger

po

dría titularse, como un libro reciente, Traducido del

sí/encio.

Nos encontramos aquí

con un

mal común

a muchos escritores contemporáneos y cuyas pri

meras manifestaciones veo en Jules Renard;

yo lo

llamaré: la obsesión del silencio. El señor Paulhan

vería

en

ello ciertamente

un

efecto del terrorismo

literario. Ha tomado mil formas, desde

la

escritura

automática de los superrealistas hasta el famoso

teatro del silencio  de J. J. Bemard. Es que el si -

lencio, como dice Heidegger, es el modo auténtico

de la palabra. Sólo calla quien puede hablar. El

señor Camus habla mucho y

en El mito

e

sifo

inclusive charla . Y sin embargo nos confía su amor

al silencio. Cita

la

frase

de

Kierkegaard: El más

seguro

de

los mutismos no consiste en callar, sino

en hablar  y añade por su cuenta que un hom

bre es más un hombre por las cosas que calla que

por las cosas que dice

 .

Así, en

L Étranger

se ha

propuesto

callarse .

¿Pero cómo se puede callar

con palabras? ¿Cómo se puede expresar

con

con

ceptos

la

sucesión impensable y desordenada

de

los presentes? Esta empresa implica el recurso a

una técnica nueva.

¿Qué técnica es ésa?

Me

habían dicho: Es

Kafka escrito por Hemingway. Confieso que no he

encontrado a Kafka . Las consideraciones del se

ñor Camus

son

todas terrestres. Kafka es el no

velista de la trascendencia imposible;

el

universo

está para

él

cargado con signos que no compren

demos; hay un revés del decorado. Para

el

señor

Camus el drama humano es , al contrario, la

ausencia

de

toda trascendencia : Yo no sé si este

mundo tiene un sentido que está fuera

de

mi al

cance. Pero sé que no conozco ese sentido y que

por

el

momento me es imposible conocerlo. ¿Qué

significa para mí una significación fuera

de mi

con

dición? Yo no puedo comprender más que en tér

minos humanos. Lo que toco, lo que me resiste,

eso es lo que comprendo . Para

él

no se trata , por

lo

tanto,

de

encontrar disposiciones de palabras

que hagan suponer un orden inhumano e indesci

frable: lo inhumano es simplemente

el

desorden,

lo mecánico.

En

él nada hay de sospechoso, de in

quietante, de sugerido.

L Étranger

nos ofrece una

sucesión de opiniones luminosas.

Si

desconcier-

M

El

mito

de Sís

i o

  pág  29  Piénsese también en la teorla del len·

guaje de

rice

Parain y

en

su con

ce

p

ció

n

del

silencio 

5

B

lbllotec

da M6xlco

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ta

n es únicamente por su número y por

la

fal

ta

de

un

lazo que las

un a.

Las mañanas,

lo

s cre

scu

los claros , las tardes implacables son sus horas

fa voritas;

el ve

rano perpetuo de Arg el es su esta

ción preferida. La noche apenas tiene lugar en

su

unive r

so

. Si hab

la

de e

ll

a es en estos términos:

Me desperté con estre

ll

as en

el

ro stro. Los ruidos

del

ca

m

po

subian

ha

s

ta

. Olores de noches, de

tí erra y de sal re frescaban mis sienes. La marav

i-

ll

osa paz de es

te

estío dormido entraba en mí

co mo una marea.

2

Quien

ha

escrito estas líneas

está todo lo lejos posible de las angustias de un

Ka fka. Se halla mu y tranquilo en el centro del

desorden ;

la

ceguedad obstinada de

la

naturaleza

le

irrita s

in

duda , pero

le

tranquiliza.

Su

elemento

irracional

no

es sir.o

un

negativo:

el

hombre absur

do es

un

humanist

a, no

conoce más que los bie

nes de este mundo.

La comparación con Hemingway parece más pro

vecho sa. El parentesco de los dos estilos es evi

dente. En uno y otro tex to aparecen las mismas fra

ses corta s; cada una de ellas se niega a aprovechar

el impulso adquirido por las precedentes, cada una

es un comenzar de nuevo. Cada una es como una

toma de vista de un gesto, de un objeto. A cada

gesto nuevo, a cada objeto nuevo corresponde una

fra

se nueva.

Sin

embargo, no quedo satisfecho:

la

existencia de una técnica de relato americana 

le ha

sido,

sin

duda alguna, útil

al

señor Camus. Dudo de

que haya influido en

él

propiamente hablando.

Hasta en Oeath

in

the Afternoon, que no es una

novela, Hemingway conserva ese modo entrecorta

do de narración que hace salir a cada frase de

la

nada mediante una especie de espasmo respirato

rio ;

su

estilo es él mismo. Sabemos ya que el señor

Camus tiene otro estilo,

un

estilo de ceremonia.

Pero, además, en L'Étrangermismo, alza a veces el

tono;

la

frase adquiere entonces un caudal más

amplio y continuo: El grito de los vendedores de

diarios en

el

aire

ya

menos tenso, los últimos pája

ros en

el

jardín público,

el

pregón

de

los vendedores

de

sándwiches ,

el

quejido de los tranvías en los

altos recodos de

la

ciudad y ese rumor del cielo

antes que

la

noche caiga sobre el puerto, todo eso

recomponía para mí un itinerario de ciego que cono

cía

mucho antes de ingresar

en

la

cárcel. A través

del relato jadeante de Meursault disciemo en trans

parencia una prosa poética más caudalosa que

lo

sostiene y que debe de ser el modo de expresión

personal del señor Camus. Si L'Étranger muestra

ofrecían el que

le

parecía más conveniente para su

propósito. Dudo de que lo utilice en sus próximas

obras.

Examinemos más de cerca

la

trama del relato y

nos daremos cuenta mejor de sus procedimientos.

También los hombres segregan lo inhumano

-escribe

el

señor Camus- . En ciertas horas de luci

dez,

el

aspecto mecánico de sus gestos,

su

panto

mima carente de sentido vuelven estúpido cuanto

los rodea . He aquí, por lo tanto, lo que hay que

expresar ante todo: L'Étranger debe ponernos ex

abrupto en estado de malestar ante la inhumani

dad del hombre . ¿Pero cuáles son las ocasiones

singulares que pueden provocar en nosotros ese

malestar? El mito

e

Sísifo nos da

un

ejemplo de

ellas:

Un

hombre habla por teléfono detrás de

un

tabique de vidrio;

no

se

le

oye, pero se ve

su

mími

ca sin sentido: uno se pregunta por qué vive.  

Quedamos informados, casi demasiado, pues

el

ejemplo revela cierto prejuicio del autor. En efecto,

el gesto del hombre que telefonea y al que no oís

no

es sino relativamente absurdo: es que pertene

ce a un circuito truncado. Abrid

la

puerta, aplicad el

oído

al

auricular y el circuito queda restablecido, la

actividad humana vuelve a adquirir su sentido.

Habría que decir, por lo tanto, si se obrara de buena

fe

, que

no

hay sino absurdos relativos y sólo con

referencia a racionales absolutos . Pero no se trata

de buena fe, sino de arte:

el

procedimiento del

señor Camus es muy rebuscado: entre los perso

najes de que habla y el lector va a intercalar un tabi

que de vidrio. ¿Qué hay más inepto, en efecto, que

hombres detrás de un vidrio? Éste parece dejar que

pase todo y sólo intercepta una cosa: el sentido de

sus gestos. Falta elegir el vidrio: será

la

conciencia

del Extraño. Es,

en

efecto, transparente; vemos

todo lo que ella ve. Sólo que se la ha construido de

tal modo que es transparente para las cosas y

opaca para los significados.

Desde ese momento todo sucedió muy rápida

mente. Los hombres avanzaron hacia

el

ataúd con

un

paño.

El

sacerdote, sus acompañantes,

el

di

rector y yo salimos. Delante de

la

puerta se ha

llaba una dama a la que yo no conocía: 'El señor

Meursault' , dijo el director. No percibí el nombre de

la

dama y comprendí solamente que era enferme

ra

delegada. Inclinó sin una sonrisa su rostro hue

soso y largo. Luego nos alineamos para dejar que

pasara el cadáver.  25

Unos hombres bailan tras un vidrio . Entre ellos y

huellas tan visibles de

la

técnica americana es por- el lector han interpuesto una conciencia, casi nada,

que

se

trata de un préstamo deliberado. El señor una pura translucidez, una pasividad pura que

Camus ha elegido entre los instrumentos que se le registra todos los hechos. Pero se ha realizado

la

El mito de

i

sifo,

pág.

21

.

L'Étranger,

pág.

15

8.

tbid

.,

pág  

21

.

L'Étranger,

pág.

128. Véanse

ta

mbién

pág .

81-82, 158-159, etc. L'Étr

 nger

,

pág .

23.

5

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jugarreta: precisamente porque es pasiva ,

la

con

ciencia no registra sino los hechos. El lector no se

ha dado cuenta de esa interposición. ¿Pero cuál es

el

postulado que implica este género de relato? En

suma, de lo que era organización melódica se ha

hecho una adición de elementos invariantes;

se

pretende que la sucesión de los

movimientos

es

rigurosamente idéntica al

acto

tomado como totali

dad. ¿No nos las tenemos que haber aquí con el

postulado analítico, que pretende que toda realidad

es reducible a una suma de elementos? Ahora bien ,

si el análísis es el instrumento de

la

ciencia ,

es

tam

bién el instrumento del humorismo. Si quiero des

cribir

un

partido de rugby y escribo:

Vi

a unos adul

tos en calzoncillos que

se

peleaban y

se

arrojaban

a tierra para hacer pasar una pelota de cuero entre

dos postes de madera, hago la suma de lo que he

visto , pero deliberadamente no tengo en cuenta

su

sentido: hago humorismo. El relato del señor Ca

mus es analítico y humorístico. Miente

como

todo

artista- porque pretende restituir la experiencia

desnuda y filtra socarronamente todas

las

relacio

nes significativas, que pertenecen tambíén a la

experiencia. Es lo que hizo en

otro

tiempo Hume

cuando declaró que

no

descubría en la experiencia

sino impresiones aisladas. Es lo que hacen todavía

al

presente los neorrealistas americanos cuando

niegan que haya entre los fenómenos algo más que

relaciones externas. Contra ellos

la

filosofía con

temporánea

ha

establecido que los significados

eran también datos inmediatos. Pero esto nos lle

varía demasiado lejos. Bástenos señalar que el uni

verso del hombre absurdo es el mundo analítico de

los neorrealistas. El procedimiento

ha

hecho sus

pruebas literariamente: es el de L ingénu o de Mi -

cromégas;

es

el de Gulliver, pues el siglo

XVIII

tuvo

también sus extranjeros, en general buenos salva

jes  que, transportados a una civilización descono

cida, percibían los hechos antes de comprender

su

sentido. ¿El efecto

de

ese cambio de lugar no con

sistía, precisamente, en provocar en el lector

la

sen

sación de lo absurdo?

El

señor Camus parece

recordarlo en muchas ocasiones, sobre todo cuan

do nos muestra a

su

protagonista reflexionando

sobre los motívos de

su

encarcelamiento.'

Ahora bien , es este procedimiento analítico el

que explica el empleo de la técnica americana en

• L É/rangar, págs. 103 104.

5

Biblioteca de

M¡ xJco

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L'ftranger. La presencia de la muerte al final de

nuestro camino

ha

disipado en humo nuestro por-

ve nir, nuestra vida no tiene mañana , es una suce-

sión de presentes. ¿Qué quiere decir eso sino que

el hombre absurdo aplica al tiempo su espírítu de

análisis? Allí donde Bergson veía una organización

que

no se

puede descomponer,

el

hombre absurdo

no ve sino una serie de instantes.

Es

la pluralidad

de los instantes incomunicables la que finalmente

dará cuenta de la pluralidad de los seres. Lo que

nuestro autor toma prestado a Hemingway es, por

lo tanto, la discontinuidad de sus frases cortadas

que

se

calca en la discontinuidad del tiempo. Ahora

comprendemos mejor

el

corte de

su

narración:

cada frase

es

un presente . Pero

no

un presente

indeciso que hace sombra y

se

prolonga

un

poco

sobre

el presente que le sigue. La frase es clara , sin

rebabas, cerrada

en sí

misma; está separada de la

frase siguiente por una nada, como el instante de

Descartes está separado del instante que le sigue.

Entre cada frase y la siguiente el mundo

se

acaba

y renace: la palabra, desde el momento en que

se

eleva,

es

una creación

ex

nihilo; una frase de

L'Étranger es una ísla . Y nosotros caemos

en

cas-

cada de frase en frase, de nada

en

nada. Para

acentuar la soledad de cada unidad frásica es para

lo que el señor Camus

ha

decidido hacer su relato

en

el tiempo de pretérito perfecto.

El

pretérito inde-

finido es

el

tiempo de la continuidad: Paseó duran-

te largo tiempo . Estas palabras nos remiten a un

pluscuamperfecto , a un futuro; la realidad de la

frase es el verbo, es

el

acto, con

su

carácter transi-

tivo, con su trascendencia. Se ha paseado durante

largo tiempo  disimula la verbalidad del verbo;

el

verbo queda roto, dividido

en

dos: a

un

lado encon-

tramos un participio pasado que

ha

perdido toda

5

trascendencia, inerte como una cosa; y al otro lado

el ve

rbo

se

r

que no tiene más que el sentido de

una có pula, que une al participio con

el

sustantivo

co mo al atributo con el sujeto;

el

carácter transitivo

del verbo ha desaparecido y la frase se ha coagu-

lado;

su

realidad, ahora, es

el

nombre. En vez de

lanzarse como

un

puente entre el pasado y el por-

venir, no

es

ya sino una pequeña sustancia aislada

que

se

basta a

misma. Si , por añadidura,

se

tiene

cuidado de reducirla todo lo posible a la proposición

principal,

su

estructura interna adquiere una senci-

llez perfecta y gana otro tanto

en

cohesión.

Es

ver-

daderamente

un

insecable, un átomo de tiempo.

Naturalmente, no se organizan las frases entre si;

se

las yuxtapone únicamente;

en

particular se evi-

tan todas las relaciones causales, que introducirían

en el relato una especie de embrión de explicación

y pondrían entre los instantes un orden diferente de

la sucesión pura. Se escribe: Un momento des-

pués ella me

ha

preguntado si la amaba. Yo le he

contestado que eso no quería decir nada, pero que

me

parecía que no. Ella h parecido triste .

Pero

mientras preparaba

el

almuerzo y a propósito de

nada ha vuelto a reír de tal manera que la he besa-

do. Es en ese momento cuando los ruidos de una

disputa han estallado en casa de Raymond

. 27

Sub-

rayamos dos frases que disimulan de

la

manera

más cuidadosa posible un nexo causal bajo la pura

apariencia de la sucesión. Cuando es absoluta-

mente necesario aludir en una frase a la frase ante-

rior se utilizan las palabras

y ',

pero , después  y

fue en ese momento cuando , que no evocan sino

la disyunción , la oposición o la adición pura. Las

relaciones de estas unidades temporales son exter-

nas, como las que el neorrealismo establece entre

las cosas;

lo

real aparece sin ser traído y desapa-

rece sin ser destruido, el

mundo se hunde y renace

a cada pulsión temporal. Pero no vayamos a creer

que se produce por

mismo: es inerte. Toda activi-

dad por su parte tendería a sustituir con poderes

temibles

el

tranquilizador desorden del azar. Un

naturalista del siglo XIX habría escrito: Un puente

saltaba sobre

el

río . El señor Camus rechaza ese

antropomorfismo y dirá: Sobre

el

río

había un

puente . Así

la

cosa nos entrega inmediatamente su

pasividad.

Está ahí,

simplemente; indiferenciada:

Había cuatro hombres negros

en

la habitación. ..

Delante de la puerta se hallaba una dama que

yo

no conocía .

..

Delante de la puerta estaba

el

co-

che... Junto a ella se hallaba

el

ordenador de

pagos... Se decía de Renard que terminaría escri-

biendo: La gallina pone . El señor Camus y

muchos autores contemporáneos escribirían: Hay

la

gallina y ella pone

 . Es

que les gustan las cosas

L'Étranger, pág. .

Ib id, pág. .

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por ellas misma

s,

no qu ieren diluirlas en

la co

rrien-

te

de

la

duración. "Hay agua

 :

he aqui

un

trocito de

eternidad, pasivo, impenetrable,

in

comunicable,

rutilante : iqué goce sensual

si

se

lo

puede tocar

Para el hombre absurdo es

el

único bien de este

mundo. Por eso

el

novelista prefiere a

un

relato

organizado ese centelleo de pequeños fulgores sin

mañana, cada uno de los cuales es

una

voluptuosi-

dad; por eso

el

señas Camus,

al

escribir

L Étranger,

puede creer que calla :

su

frase no pertenece

al

uni-

verso del discurso; no tiene ramificaciones,

ni

pro-

longaciones,

ni

estructura interior; podria definirse ,

como

la

Sílfide de Valéry:

Ni vista

n

conocida:

el tiempo

de

un seno desnudo

entre dos camisa

s

se

la

mide muy exactamente por el tiempo de

una intuición silenciosa.

En

estas condiciones se puede hablar de

un

todo

que sería

la

novela del señor Camus. Todas las fra-

ses de

su

libro son equivalentes, como son equiva-

lentes todas

las

experiencias del hombre absurdo;

cada una se plantea por sí misma y remite a las

otras a la nada; pero por lo mismo, salvo en los raros

momentos en que

el

autor, infiel a

su

principio,

hace

poesía, ninguna se destaca sobre

el

fondo de las

otras. Los diálogos mismos forman parte integral del

relato;

el

diálogo, en efecto, es

el

momento de

la

ex

pli

cación, de la significación; da rle

un

lugar pri vile-

giado sería admitir

qu

e las

si

gn

ifi

cacion

es

existen . El

se

ñor Camus lo pu

le

, lo resume, lo reproduce con

fre

c

uen

c

ia en

est

ilo in

directo, le

ni

ega todo p

ri

vi legio

tipog rá

fico

, de modo que las frases pronunciadas

apare

ce

n c

om

o aco

nt

ec

imi

entos semejantes a los

otros,

es pe

jean duran

te

un in

sta

n

te

y desaparecen.

como un relámpago de calor, com o

un so

nido,

co

mo

un

olor. Por eso, cuando se

ini

cia la

le

ctura del libro

no parece que uno

se en

cuentra en pres

en

cia de

una

nov

ela

, sin o má s bi

en

de

una

m

el

op

ea

monóto-

na

, del canto gangoso de

un

árabe. Se puede creer

entonces que

el

libro se parecerá a

un

o de esos

aires de que habla Courteline , qu e se va n y nun ca

vuelv

en

" y que se interrumpen de pronto sin

qu

e

se

sepa por qué. Pero poco a poco la obra se organiza

por

sola bajo

los

ojos del lector y

re

ve

la la

lid

a

infraestructura que la sostiene. No

ha

y un detalle

inútil , uno solo que no sea tomado de nuevo más

adelante y lanzado a

la

contiend

a;

y cuando cerra-

mos

el

libro comprendemos que no podía c

om

enzar

de otro modo, que no podía tener otro fin ; en este

mundo que se nos quiere dar como absurdo y del

que

se

ha extirpado cuidadosamente la causalidad ,

el

menor incidente tiene importancia, no

ha

y uno

solo que no contribuya a conducir

al

protagonista

hacia

el

crimen y

la

pena de muerte.

L Étranger

es

una obra clásica, una obra de orden , compuesta a

propósito de lo absurdo y contra

lo

absurdo. ¿Es

enteramente

lo

que deseaba el autor? No lo

; la

que doy es

la

opinión del lector.

¿ cómo se puede clasificar esta obra seca y

neta, tan compuesta bajo

su

desorden aparente,

tan "humana , tan poco secreta tan luego como se

posee

la

clave? No podríamos llamarla un relato:

el

relato explica y coordina

al

mismo tiempo que

narra, sustituye con

el

orden causal

el

encadena-

miento cronológico. El señor Camus

la

llama "no-

vela" . Sin embargo , la novela exige una duración

continua, un devenir,

la

presencia manifiesta de

la

irreversibilidad del tiempo. No sin vacilar daría yo

ese nombre a esta sucesión de presentes inertes

que deja entrever por debajo

la

economía mecáni-

ca de una pieza armada o en ese caso sería , a la

manera de

Zadig

y de

Candide,

una novela corta

de moralista, con un discreto sabor de sátira y

retratos irónicos" que, a pesar del aporte de los

existencialistas alemanes y de los novelistas nor-

teamericanos , sigue pareciéndose mucho, en rea-

lidad, a un cuento de Voltaire.

Febrero de 1943

zt

Los

del

rufián. el juez de instrucción   el fisca1

etcétera

.

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MAURICE BLANCHOT

EL

MITO E

SíSIFO

Un

autor para el que la tarea de

escribir es tanto

un

instrumento

de

meditación como

un

medio

de

expresión, se dirige necesaria

mente hacia los más antiguos mi

tos; tiene que pensar en Pro

meteo,

en

Orfeo, a veces también

en Sísifo. Es curioso

el

que este

héroe del tormento infundado

ocupe

un

lugar relativamente me

diocre en la literatura;

tal

vez por

que su historia es un poco breve,

¿fue condenado porque traicionó

a los dioses, porque había enca

denado a la muerte , o porque

amó a

la

vida hasta

el

punto de

sacrificarle

la

trascendencia?

La

leyenda deja estas dudas

en el aire y sólo se ocupa de su

castigo; le encontramos en los

infiernos, condenado

al

horror de

un trabajo sin redención, siempre

idéntico, siempre gratuito desde

el momento en que terrnina.

Se le

contempla cuando empuja con

toda

la

fuerza de

su

agotado

cuerpo

la

enorme piedra que

amenaza

con

aplastarle; luego,

arrastrado por el peñasco que

cae, desciende hasta el mundo

inferior, de donde intentará subir

constantemente. Este extraño

héroe está unido a una realidad

irrazonable. Carga con

la

singula

ridad de un destino que le conde

na

a agotarse en vano;

no

sólo a

causa de éste parece maldito,

se

halla también a merced de una

paradoja que

le

obliga a ser fuer

te , a consumir su fuerza y n

hacer nada. Cada vez que

se

encuentra

al

pie de la montaña

es

Maurice Blanchot. lsos

p

sos   Pre-tex

tos

  traducción: Ana Aibar Guerra  Valencia 

España, 1977, 336 pp .

ALBEJ T EL MITO

¡CAMUS DE

SISIFO

~

EL

HOMBRE

·

_  

D E

__

.

I

1

I

un

hombre intacto, con toda su

fuerza, y cuando, cerca de la ci

ma

, se le escapa el peñasco, es

apenas un hombre que ha consu

mido todo lo que era en una tarea

nula. Sísifo, en este sentido, en

carna

un

mito bastante oprimen

te.

En

un

mundo en el que todo

gasto de energía debe desembo

car en una acción real que la con

serve, Sísifo es imagen de lo que

se pierde, de un intercambio eter

namente deficitario, de una ba

lanza en perpetuo desequilibrio.

Representa una acción que es

lo

contrario de la acción. Simboliza,

por

su

trabajo, lo opuesto

al

tra

bajo.

Es

lo útil-inútil, o sea, a los

ojos de

un

mundo profano,

lo

insensato y

lo

sagrado.

En su ensayo sobre Le Mythe

e

Sisyphe  Albert Camus

ha

intentado, bajo

la

máscara del

héroe, describir y captar a su

nivel más sincero el sentimiento

del absurdo, que

le

parece inse

parable de la sensibilidad y el

pensamiento contemporáneos.

La

intención de esta obra es de

considerable magnitud, puesto

que no se contenta con analizar

un problema en

el

que el hombre

6

iblioteca de México

actual se reconoce con una

complacencia y orgullo incons

cientes , sino que intenta también

unirlo a este problema por unas

cadenas que

no

puede romper.

Los que lean esta obra como un

intento de explicación de nuestro

tiempo, como un esfuerzo por

reunir dentro de una misma

perspectiva modos de pensar y

sentir dispares, encontrarán en

ella análisis que les iluminarán;

pero hay que señalar que la obra

de Camus contiene algo aún

más serio y exigente. No se em -

plea el absurdo como medio de

ver claro, hay que enfrentarse a

él

y sostenerlo en una experien

cia que, de no llevarse hasta el

final,

se

convierte en ridícula.

Esta obra debe ser considerada

como algo más que notable a

nivel literario a causa de la inti

midad de las experiencias en

que parece haberse formado.

El

sentimiento del absurdo es

incomprensible, se experimenta

con evidencia en las situaciones

más vulgares, pero el análisis

que intenta expresarlo sólo en -

cuentra vestigios insignificantes.

El

hombre que piensa repentina

mente que está envejeciendo,

que las expresiones mañana ,

más tarde , ya no tienen sentido

para él se siente rozado por el

absurdo; si observa

un

rostro,

una piedra,

un

trozo de cielo,

que se salen de sus imágenes

habituales, se siente herido por

un sentimiento de rareza irredu

cible, tiene la impresión del sin

sentido que nos provocan no los

estados excepcionales de nues

tro pensamiento, sino la simple

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coherencia lógica de nuestros

mecanismos mentales: lo racio

nal

, desde una cierta perspecti

va, es también lo absurdo. Lo s

ejemplos de esta situación sui

g n ris pueden encontrarse tan

to

en el

arte de vivir como

en el

simple arte, en los instantes 

que iluminan

la

vida cotidiana y

en

la

monotonía de una existen

cia a la que nada altera. Pero el

espíritu posee en grado sumo el

privilegio de iluminar el absurdo,

y lo hace de

un

modo simplista ,

abrumador, inexorable, tal que

ningún argumento sutil puede

enmascarar. Volviéndose hacia

el mundo,

lo

ve de un modo que

la razón no puede comprender;

volviéndose hacia el hombre, lo

descubre infinitamente ávido de

esa explicación que no puede

alcanzar. Aquí, una realidad que

puede ser descrita , expresada

por medio de

leyes, utilizada,

pero nunca aclarada

ni

concebi

da

en su

totalidad . Allá ,

un

ser

que aspira sin cesar a la clari

dad, que invoca, ante

la

diversi

dad con que se encuentra, a una

unidad que se oculta. Esto es el

absurdo. Depende del hombre y

del mundo. Se halla en la rela

ción que une a

un

ser cuya voca

ción es

la

búsqueda de la verdad

con un universo para

el

que ésta

carece de sentido. Deriva cons

tantemente de la eterna confron

tación de lo absoluto , objeto del

deseo del hombre, con lo relati

vo, respuesta del mundo a ese

deseo.

Estos razonamientos pertene

cen a cualquier época, su senci

llez es tal que parecen carentes

de fuerza. Pero en este punto

aparece la originalidad del ab

surdo: míentras que las religio

nes, para justificar su invocación

a una unidad que la existencia

rídiculiza , proponen la fe en otra

existencia que satisfaga esa

invocación, y las filosofías han

construido, por encima del mun

do que se desploma y escapa,

el

espíritu del absurdo, por

el

internado en estos desiertos ,

contrario , acepta tal cual la con- reconociéndolos como el domi

tradicción que le es dada de an- nio del pensamiento. De Husserl

temano, se encierra en ella ,

la

a Kierkegaard , de Heidegger a

agudiza, toma conciencia y, lejos Jaspers y Chesto

v

señala toda

de buscar una escapatoria a tra- una familia de pensamientos,

vés de ensoñaciones, intenta cuya influencia en nosotros es

vivirla como la única pasión que evidente que han puesto al des

puede satisfacerle. Según una cubierto alguno de los rostros de

imagen de la que filósofos y es-

la

reflexión sobre el absurdo.

crítores se han servido alternati- Sería insuficiente decir que es

vamente, el pensamiento , una tos filósofos han cerrado el cami

vez descorrido el velo de las no a la razón, no es solamente el

apariencias, se encuentra re- universo razonable lo que han

pentinamente en la

so

ledad de convertido en ruinas, sino que

una región remota donde no hay han tomado como reino esas

puntos de orientación, ni razón mismas ruinas, el exilio como

de ser, ni esperanza alguna de patria , y, en la contradicción , la

escapatoria: pero de esta impo- paradoja, el vacío, la angustia,

sibilidad el pensamiento hace su han comprometido la realidad

destino, exaltándose en él y des- del hombre en una aventura que

garrándose. Albert Camus ob-

la

convierte en enigma y pregun

serva que

la

mayoría de los filó- taoAdemás, incluso los grandes

un mundo esencial que subsiste, sofos de nuestra época

se

han escritores contemporáneos se

7

iblioteca

de

México

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de

la

pasión , que opone

al

espí

ritu , que quiere entender

el

mun

do que no puede ser entendido,

pasión que expresa y funda ,

el

absurdo, las doctrinas dan

un

salto ilegítimo, evadiéndose, Es

te salto , que tiene al absurdo por

trampolín, es llamado por Ca

mus suicidio filosófico ,

Albert Camu s

Un

sucinto examen de los filó

sofos contemporáneos presenta

el interés de acercarnos al pro

blema que estamos tratando;

hemos llamado absurdo a esa

situación humana que aspira

apasionadamente a

la

claridad y

a

la

unidad,

en un

universo

en

el

que esta aspiración siempre ter

mina en decepción;

al

que acep

ta dicha situación como único

punto de partida , irrefrenable

evidencia, se

le

impone la regla

de no intentar escapar de ella

empleando cualquier truco, de

conservarla

en

todo rigor, puesto

que no puede evadirse de un

modo válido, y de vivirla tenien

do plena conciencia de todo lo

que exige, Desde el momento

en

que, con todas mis fuerzas, me

han agotado

en

la creación de

obras que son espejos del

absurdo: Sade, Melville, Dos

toievski , Proust, Kafka, Joyce,

uno,

en

tanto que único posible,

preciso glorificar la excepción , a un universo donde mi presen

silenciar a la razón , que

es

la cia carece de sentido,

es

preciso

norma, y salvarla haciéndole to- que renuncie totalmente a la es -

mar conciencia de su fracaso peranza. Desde

el

momento

en

Malrau

x

Faulkner y otros mu - como se reclaman de

la

opinión que, hacia y contra todo, man

chos novelistas que han dado

al

de que la razón es apta para tengo mi voluntad de ver claro,

sinsentido la garantía de un arte

razonablemente acoplado

al

absurdo .

Es sencillo captar en

un

breve

esbozo algunos de los temas del

absurdo , pero lo es menos

el

mantenerlos

en

todas sus exi-

captar

la

irrazonable diversidad

del mundo y construyen un nue

vo modo de inteligibilidad en el

que el no-sentido se reduce a

una simple categoría del pensa

miento. En ambos casos,

el

ab

surdo

ha

sido eludido,

ya

sea

gencias e ir hasta

el

extremo de dando como respuesta a la ra

lo

que proponen. Según Albert zón

su

propia pregunta sobre

el

Camus, las filosofías existencia

les, que con tanta fuerza han

reconocido la realidad de lo que

no tiene sentido, no la toman co

mo punto de partida más que

para desprenderse de ella y en

contrar el principio de una expli

cación. Tan pronto, partiendo del

hecho de que existe lo imposible

en

el universo, deducen que

es

mundo incomprensible, o bien

interpretando

la ininteligibilidad

del mundo como verdad de una

significación superior. La razón

acepta el juego de interrogar

en

vano, y halla

en

esta derrota la

vía que

la

lleva a

la

trascenden

cia. El mundo convierte su irra

cionalidad concreta

en

prototipo

de una nueva racionalidad. Des-

  8

iblioteca de

Méxi

co

aun sabiendo que la oscuridad

no disminuirá jamás, es preciso

que renuncie totalmente al repo

so. Desde el momento

en

que

sólo puedo impugnarlo todo sin

otorgar a nada, ni siquiera a esta

impugnación,

un

valor absoluto,

es preciso que renuncie a todo,

incluso a ese acto de rechazarlo

todo. Ausencia total de esperan

za, insatisfacción consciente ,

lucha sin fin , tales son las tres

exigencias de la lógica del -

surdo que definen el carácter de

la experiencia consistente en

vivir sin recurso. ¿Esto es todo?,

podría serlo, pero Camus aún

saca otras consecuencias de

la

condición en

la

que investiga.

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considera

qu

e todo está bien .

Este universo sin dueño no le

pa

re ce ni

estéril

ni va

no.. Hay

que concebir a un Si

si

fo feliz.  

¿F eliz? Si

el

libro de Camus no

merece ser juzgado como un a

obra corriente , es preciso consi

derarla a igual

ni

v

el

, porque en

algunos momentos su lectura se

nos hace pesada e indignante;

se

debe a que

él mi

smo

no

es

completamente fiel a

su

norma,

convirtiendo

el

absurdo no en el

que desordena y rompe todo, si

no en algo susceptible de ser

organizado , incluso capaz de

organizarlo todo. En

su

obra ,

el

absurdo aparece como una e

s-

pecie de desenlace, una solu

ción, una salvación . El hombre

que

ha

analizado lo extraño de

dos

ce

rtezas

no

son más que

traducciones frági les , dudosas .

simp listas , expresadas en len

guaje discursivo, de una situa

ción que precisamente consiste

en que no puede se r aclarada, ni

siquiera de

sc

rita con autentic i-

dad. Lo único que puede hacer

la razón

pa

ra

ace rcarse a ella es

poner en duda constantemente

su

s propios métodos de acer

ca

miento. Si

se

admite, cosa de la

que Camus no parece haberse

dado cuenta , que el dominio del

absurdo es el del no-saber, se

comprenderá que la

ra

zón no

puede ocuparse de él más que a

condición de en vilecerlo y utili

zarlo; indudablemente, la razón

es capaz de comprobar por si

misma este abuso y de autode-

Mantiene, en primer lugar, que

el

suicidio es un falso desenlace

del absurdo; salir de

la

vida por

que no tiene sentido es aceptar

la derrota y poner

fin

a

un

desti

no irrazonable, en lugar de man

tenerlo como una constante re

belión . La muerte nos

es

dada

como un posible inevitable que

en cada instante nos entrega

al

mañana.

El

hombre absurdo,

vuelto hacia la nada como hacia

el absurdo más evidente , se

siente lo bastante ajeno a su

vida como para aceptarla , reco

rrerla e incluso acrecentarla ; vi

ve porque es absurdo el hacerlo,

y desea vivir lo máximo posible,

el mayor tiempo posible. Abraza

el

presente y la sucesión de pre

sentes, siendo en todo momento

plenamente consciente de ello ;

acepta como una suerte

la

dura

ción que le mantiene cara

al

mundo. A excepción de la única

fatalidad de la muerte, de todo,

su condición , advirtiendo su me- nunciarse como depositaria

canismo y suscribiéndola con infiel. Y es precisamente esta

lucidez sinceridad ,

se

convier- capacidad de cuestionarse, de

te, desde el momento en que denunciarse constante e infati

deduce de ella una norma de gablemente , la que le da una

alegria o felicidad, se halla libe- vida, en un impostor, alguien que

rado. ha perdido la visión:

se

salva

Así escribe Camus deduz- con lo que le pierde, tomando

co del absurdo tres consecuen- como clave el hecho de no te

cias, que son

mi

rebelión,

mi

nerla, manteniendo fuera de las

líbertad y mi pasión . Con el úni- terribles garras del absurdo

al

co medio de la conciencia , con

vierto en norma de vida lo que

era invitación a la muerte, y

rechazo

el

suicidio.   En su ensa

yo, demuestra cuál es

el

estilo

de vida que responde a estas ra

zones. Don Juan, el actor y

el

aventurero representan

el

absur

do: Son príncipes sin reino,

pero tienen la ventaja sobre los

demás de que saben que todo

absurdo mismo.

No debe pensarse que este

abandono, esta contradicción ,

sean fácilmente evitables; for

man parte de lo que Camus lla

ma

la búsqueda del absurdo.

Incluso si

se

tuviera conciencia

de que hay

un

modo de evitarlo,

éste se convertiría en el acto, en

la trampa en la que nunca se ha

bía pensado caer, encontrándo-

apariencia de autenticidad por la

que aumenta

su

legítima preten

sión de ocuparse del absurdo .

La

acusación que es capaz de

lanzar contra sí misma le permi

te comprometerse en una pirue

ta sin fin consistente en perderse

constantemente y después reen

contrarse; cada vez que cae,

se

levanta; cada vez su caída la

restituye a sí misma.

La

autenti

cidad de

su

perderse  podrá ser

negada hasta que la razón

no

haya demostrado que, por sí

misma, por sus propios medios,

puede autodestruirse , convertir

se en locura . Suponiendo que la

reino es ilusorio. Saben, y en se cazado de la forma más mi - razón, mediante una impugna

ello radica toda su grandeza, serable, seriamente herido. Hay ción verdadera , pudiese conver

que es ocioso hablar de sus mal- que deducir de ythe

e

Sisy - tirse en extravío, éste no repre

vadas intenciones o de los res- phe que esta búsqueda no pro- sentaria un desenlace. Habría

caldos de la desilusión.  Igual - porciona posiblemente ninguna que aspirar a un más allá de la

mente, Sísifo es también cons

ciente: conoce la vanidad de lo

que le aplasta , pertenece

al

pe

ñasco y éste le pertenece, pues

to que ha sido capaz de com

prender su abrumadora ligereza.

A su tormento se añade una si

lenciosa alegría. También él

ventaja, si lo que se persigue es

organizarse cómodamente a ni

vel intelectual. Camus reconoce

con facilidad: Tengo dos certe

zas, mi ansia de absoluto y de

unidad, y la irreductibilidad del

mundo a cualquier principio ra

cional y razonable . Pero estas

9

iblioteca de

México

locura , a una nueva posibil idad

en la locura que fuese también

impugnada, denunciada por una

razón que se ha vuelto loca,

pero que ha permanecido fiel a

sí misma en la locura. Y sobre

esta posibilidad aún no se podría

decir: esto es

el absurdo.

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  LBERT

C MUS

*

EL TESTIGO DE

L

LIBERT D

V iv

im

os en una época en que los

homb

re

s, por ideologías medio

c

re

s y feroces, se acostumbran a

tener vergüenza de todo.

Ve r-

güenza de

mismos, vergü e

nz

a

de ser felices, de amar o de crear.

Una época en que R

ad

ne se

ruboriza ría de

Berenice

y Rem

brandt, para hacerse perdonar el

haber pintado

La ronda nocturna 

correría a hacer penitenda. Los

escritores y los artistas de hoy tie

nen sentido de

cu

lpa y está de

moda entre nosotros hacernos

perdonar nuestra profesión. La verdad es que se

nos ayuda a ello con bastante interés .

De

todos

los rin

co

nes de nuestra sodedad política se

le

van

ta

una gran protesta

en

contra nuestra que nos

obliga a justifi ca rnos . Debemos justificarnos de

ser inútiles

al

mismo tiempo que de servir, por

nuestra misma inutilidad , a malas causas. Y cuan

do respondemos que es muy difícil quedar limpios

de acusaciones tan contradictorias, se nos dice

que no es posible justificarse a los ojos de todos,

pero que podemos obtener

el

generoso perdón de

algunos, tomando

su

partido, que es, por otra

parte,

el

único verdadero, según ellos. Si este tipo

de argumento falla , se

le

dice entonces

al

artista:

Observe

la

miseria del mundo. ¿Qué hace usted

por ella? A este chantaje cínico ,

el

artista podría

contestar:

¿

La miseria del mundo? No

la

aumen

to. ¿Q uién de ustedes puede decir otro tanto? 

Pero no es menos cierto que ninguno de nosotros,

si

es exigente consigo mismo, puede permanecer

indiferente

al

llamamiento de una humanidad

desesperada. Es preciso, pues, sentirse culpable

a todo trance. Esto nos arrastra

al

confesionario

la

ico,

el

peor de todos .

• Albert Camus, Moral política   traducción: Rafael Aragó, Editorial

Alianza-Losada. Madr

id

, 1984, 144 pp .

6

(A

l

ocuc

ión

pronunciada

en

Ple ye

l,

en

no

v

iembre

de 1

948

, durante

un

encuentro interna c

ional

de

esc

r

ito re

s, y publicado

por La Gauche

,

el

20

de

diciembre

de 1948 .)

y

sin embargo,

el

problema no

es tan sen

ci llo.

La elección que

se nos pide

no

puede hacerse

por

misma, está determinada

por otras elecciones, hechas

anteriormente . Y

la

primera elec

ción que hace

un

artista es, pre

cisamente , la de ser artista. Y si

ha elegido ser artista , lo ha hecho

considerando

lo

que

él

mismo es

y a causa de una cierta idea que

se forma del arte. Y si esas razo

nes

le

han parec

id

o lo suficiente

mente buenas como para justifi

ca

r su elección existe

la

posibilidad de que sigan

siendo suficientemente buenas para ayudarlo a

definir

su

posición frente a

la

historia. Esto es,

al

meno

s, lo

que pienso, y quisiera singularizarme

un

poco, esta

no

che, haciendo hincapié, ya que

hablaremos aquí con libertad, a título individual ,

no

sobre

un

remordimiento que no tengo, sino

sobre los dos sentimientos que frente a

la

miseria

del mundo, e incluso a causa de ella, abrigo con

respecto a nuestra profesión, es decir,

el

agrade

cimiento y

el

orgullo.

Ya

que hay que justificarse,

quisiera decir por qué hay una justificadón en ejer

cer una profesión que, dentro de los límites de

nuestras fuerzas y de nuestro talento , y en medio

de

un

mundo endurecido por el odio, nos permite

a cada uno de nosotros decir tranquilamente que

no es el enemigo mortal de nadie. Pero esto exige

una explicación y no puedo darla si no hablo un

poco del mundo en que vivimos y de lo que noso

tros, artistas y escritores, nos consagramos a

hacer en él.

El

mundo que nos rodea es desdichado y se

nos pide hacer algo para cambiarlo . ¿Pero cuál es

esa desdicha? A primera vista , se define fácilmen

te: se

ha

matado mucho en

el

mundo en estos últi

mos años y algunos prevén que se seguirá matan

do.

Un

número tan elevado de muertos termina

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por enrarecer la atmósfera. Naturalmente esto no

es nuevo.

La

historia oficial

ha

sido siempre

la

his

toria de los grandes criminales . Y no es de hoy

que Caín mate a Abel   pero es de hoy que Caín

mata a Abel en nombre de la lógica y reclama des

pués

la

Legión de Honor. Daré

un

ejemplo para

que se me entienda mejor.

Durante las grandes huelgas de 1947  los perió

dicos anunciaron que

el

verdugo de París aban

donaría también

su

trabajo. No

se ha

reparado lo

suficiente   en

mi

opinión en

la

decisión de nuestro

compatriota. Sus reivindicaciones eran claras. Pe

día naturalmente una prima por cada ejecución lo

que está en las normas

de

toda empresa. Pero  

sobre todo  reclamaba enérgicamente

el

rango de

jefe de negociado. Quería en efecto recibir del

Estado

al

que tenía conciencia de servir eficaz

mente  la única consagración   el único honor tan

gible que una nación moderna puede ofrecer a sus

buenos servidores  es decir  un estatuto adminis

trativo. Así

se

extinguía   bajo

el

peso de

la

historia 

una de nuestras últimas profesiones liberales. Sí  

efectivamente   bajo

el

peso de la historia. n los

tiempos bárbaros  una aureola terrible mantenía

al

verdugo alejado del mundo. Era

el

que  por oficio 

civilización en la que

el

crimen y la violencia son

ya

doctrinas y están en trance de convertirse en

instituciones   los verdugos tienen todo el derecho

de ingresar en los cuadros administrativos. A decir

verdad   nosotros  los franceses   estamos un poco

atrasados. Repartidos por

el

mundo  los verdugos

están

ya

instalados en los sillones ministenales.

Sólo que han reemplazado

el

hacha por

el

sello.

Cuando la muerte se convierte en un asunto

administrativo y de estadísticas es que  en efecto 

las cosas del mundo

va

n mal. Pero si

la

muerte se

hace abstracta es que la vida también lo es. Y la

vida de cada uno

no

puede ser sino abstracta a

partir del momento en que se la somete a una ideo

logía. Desgraciadamente estamos en la época

de

las ideologías  y

de

las ideologías totalitarias   es

decir  lo bastante seguras de sí mismas de

su

razón imbécil o de su mezquina ve rdad   como pa

ra

creer que

la

salvación del mundo reside sólo en

su

propia dominación. Y querer dominar a alguien

o algo es desear la esterilidad  el silencio o la

muerte de ese alguien . Para comprobarla  basta

con mirar a nuestro alrededor.

No

hay vida sin diálogo. Y en

la

mayor parte del

mundo  el diálogo se sustituye hoy por la polémi-

atentaba contra el misterio de la vida y de

la

carne.

ca

. l siglo xx es

el

siglo de

la

polémica y del insul

Era  y lo sabía  objeto de horror. Y ese horror con-

too

La polémica ocupa  entre las naciones y los

sagra

al

mismo tiempo

el

precio de la vida huma- individuos  e incluso a nivel de las disciplinas anta

na.

oyes

sólo objeto de pudor. Y  en esas condi- ño desinteresadas 

el

lugar que ocupa tradicional

ciones  encuentro que tiene razón 

al no

querer mente

el

diálogo reflexivo. Miles de voces  día y

ser más

el

pariente pobre

al

que se esconde en la noche  cada una por su lado  en un monólogo

cocina porque no tiene las uñas limpias. n una tumultuoso  vierten sobre los pueblos

un

torrente

6

Blblloteca de éxico

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de palabras engañosas, ataques, defensas, exal

taciones. Pero, ¿cuál es el mecanismo de la polé

mica? Consiste

en

considerar

al

adversario como

enemigo, en simplificarlo, en consecuencia, y en

negarse a verlo . No

de qué color tiene los ojos

aquel a quien insulto, ni

si

sonrie, ni de qué

manera. Convertidos

en

casi ciegos gracias a

la

polémica, ya

no

vivimos entre los hombres, sino

en

un

mundo de siluetas .

No

hay v

ida sin

persuasión. Y

la

historia

de

hoy

sólo conoce la intimidación. Los hombres viven, y

solamente pueden vivir, con la idea de que tienen

algo en común, que les permitirá volver a encon

trarse . Pero nosotros hemos descubierto que hay

hombres a los que no

se

persuade. Era y es impo

sible que

una

víctima

de

los campos de concen

trac

ión

explique a quienes

lo

degradan que no

deben hacerlo. Porque estos últimos ya no repre

sentan a hombres , sino a una idea arrasada por

la

fiebre

de la

más inflexible

de

las voluntades.

El

que quiere dominar es sordo. Frente a él hay que

pelear o morir. Por eso, los hombres de hoy viven

en el terror. En el ibro de los muertos

se

lee que

el egipcio justo, para merecer el perdón, debía

poder decir:

No

he atemorizado a nadie

.

En

esas

condiciones, el día del juicio final buscaremos en

vano a nuestros grandes contemporáneos en la

fila de los bienaventurados.

No es de extrañar que esas siluetas, sordas y

ciegas, aterrorizadas, alimentadas con tickets, y

cuya vida entera se resume en una ficha policial ,

pueden ser después tratadas como abstracciones

anónimas.

Es

interesante comprobar que los regí

menes surgidos de esas ideologías son, precisa

mente, los que, por sistema, proceden

al

desarrai-

6

go de las poblaciones paseándolas por Europa

como símbolos exangües que sólo cobran una vi

da irrisoria en las cifras de las estadísticas. Desde

que esas hermosas filosofías entraron

en la

histo

ria , enormes masas de hombres, cada uno de los

cuales, no obstante, tenía antaño una manera

de

estrechar

la

mano, están definitivamente sepulta

dos bajo las dos iniciales

de

las personas despla

zadas, que un mundo muy lógico inventó para

ellas.

Sí, todo esto es lógico. Cuando se quiere unifi

car el mundo entero en nombre de una teoría , no

hay otro camino que hacer este mundo tan des

carnado, ciego y sordo como

la

teoría misma.

No

hay otro camino que cortar las raíces que vinculan

al hombre a

la

naturaleza. Y no es una casualidad

que no se encuentren paisajes

en la

gran literatu

ra europea desde Dostoievski. No es una casuali

dad que los libros más significativos de hoy, en

lugar de interesarse por los matices del corazón y

p rl s

verdades del amor, sólo

se

apasionan por

los jueces, los procesos y la mecánica de las acu

saciones, y que en lugar de abrir las ventanas a

la

belleza del mundo, las cierran cuidadosamente a

la angustia de los solitarios . No es una casualidad

que el filósofo que inspira hoy todo el pensamien

to

europeo es

el

mismo que escribió que única

mente

la

ciudad moderna permite al espíritu tomar

conciencia de sí mismo y que llegó a decir que la

naturaleza es abstracta y que sólo la razón es con

creta. Este es, en efecto, el punto de vista de

Hegel y es el punto de partida de una inmensa

aventura de

la

inteligencia, que termina por matar

todo.

En el

gran espectáculo de

la

naturaleza,

esos espíritus ebrios sólo

se

ven a

mismos.

Es

la

ceguera definitiva.

¿Para qué ir más lejos? Quienes conocen las

ciudades destruidas de Europa saben de lo que

estoy hablando. Esas ciudades ofrecen

la

imagen

de este mundo descarnado, reseco de orgullo,

donde, a lo largo de un monótono apocalipsis, an

dan errantes los fantasmas a

la

búsqueda de una

amistad perdida, con

la

naturaleza y con los seres.

El gran drama del hombre de Occidente es que

entre él y

su

acontecimiento histórico ya no se

interponen las fuerzas de

la

naturaleza

ni

las de

la

amistad. Con las raíces cortadas y los brazos

resecos, el hombre se confunde

ya

con las horcas

que

le

tienen destinadas. Pero, al menos, en el

colmo del despropósito, nada debe impedirnos

denunciar el engaño de este siglo que aparenta

correr tras

el

imperio de

la

razón, cuando sólo bus

ca

las razones para amar que perdió. Y nuestros

escritores, que terminan todos por apelar a ese

sucedáneo desdichado y descarnado del amor

que se llama moral, lo saben bien . Los hombres

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de hoy pueden   tal vez dominar todo en ellos  y

ésa es su grandeza. Pero hay  al menos  algo que

la mayoría de estos hombres no podrá jamás vol-

ver a encontrar: la fuerza para amar que les arre-

bataron . Por eso tienen vergüenza. Y es justo que

los artistas compartan esta vergüenza porque

contribuyeron a ella. Pero que sepan decir 

al

menos  que tienen vergüenza de sí mismos y no

de

su

profesión.

Pues todo lo que constituye la dignidad del arte

se opone a

un

mundo asi y lo rechaza . La obra de

arte por

el

solo hecho de existir  niega las con-

quistas de la ideología . Uno de los sentidos de la

historia del mañana es la lucha  ya iniciada  entre

los conquistadores y los artistas . Ambos se propo-

nen sin embargo   el mismo fin. La acción política

y la creación son las dos caras de una misma

rebelión contra los desórdenes del mundo. En los

dos casos se quiere dar al mundo

su

unidad. Y

durante mucho tiempo la causa del artista y la del

innovador político se confundieron. La ambición

de Bonaparte fue

la

misma que

la

de Goethe. Pero

Bonaparte nos dejó

el

tambor en los liceos y Goe-

the las Elegías romanas Mas desde que las ideo-

logías de la eficacia   apoyadas

en

la técnica inter-

vinieron   desde que por

un

sutil movimiento 

el

re

volucionario se convirtió en conquistador  las

dos corrientes de pensamiento divergen. Pues lo

que busca el conquistador de la derecha o de la

izquierda   no es la unidad   que es ante todo la

armonía de los contrarios   sino la totalidad  que

consiste

en

aplastar las diferencias. El artista dis-

tingue allí donde el conquistador ni vela. El artista

que vive y crea desde la carne y la pasión sabe

que nada es simple y que el otro existe .

El

con-

quistador quiere que

el

otro no exista   su mundo

es un mundo de amos y de esclavos. este mismo

mundo donde vivimos. El mundo

del

artista es

el

mundo de la discusión vi

va

y de la comprensión.

No conozco una

so

la gran obra que

se

ha ya cons-

truido sólo sobre el odio  pero si conocemos los

imperios del odio. En una época

en

que el con-

qu

is

tador  por la lógica misma de

su

actitud .

se

convierte en ejecutor y politico. el artista esta obli-

gado a ser refractario . Frente a la sociedad políti -

ca co

nt

emporánea la única act itud coherente del

artista   o si no debe renunciar al arte es el recha-

zo sin conces ión . No puede ser  aunque lo qu ie

ra

 

cómplice de los que emplean

el

lenguaje o los

medios de las ideologías contemporáneas .

Por todo esto   es inútil y ridiculo pedirnos justifi-

cación y compromiso. Comprometidos  lo esta-

mos  aunque

in

voluntariamen te . Y  para te

rm

inar 

no es la lucha la que nos hace artistas  sino el arte

el que nos obliga a ser luchadores. Por

su

función

misma  el artista es el

te

stigo de la libertad y es

ésta una justificación que suele pagar cara . Po r su

función misma esta enredado en la má s inextrica-

ble espesura de la historia alli donde se ahoga la

propia carne del hombre. Por ser el mundo como

i

  liotec

a de Me xico

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es   es tamos

co

mprometidos

co

n

él 

queramos o

no queramos  y somos por naturaleza enemigos

de l

os id

ol

os

abstractos que en él hoy triunf

an

 

ya

sean na cionales o partidistas.

No

en nombre de

la

moral y de la vi rtu d  co mo se intenta hacer creer

c

on un

engaño adicion

al.

No so mos virtuosos   y

no lo lamentam

os

  al ver el aspecto antropométri

co que toma la virtud en nuestros reformadores.

En no mb

re

de

la

pasión del hombre  y por lo que

existe de único

en

él  siempre rechazaremos esas

empresas que

se

arrop

an

c

on

lo que

ha

y de más

miserable en la razón.

Pero esto determ i

na

  al

mi

smo tiempo  nuestra

tas testimonian en favor de

lo

que en el hombre se

niega a morir. iEnemigos de nadie  excepto de los

verdugos

l

Y esto es lo que siempre los destinará  

eternos girondinos  a las amenazas y a los golpes

de nuestros jacobinos de puños de lustrina . Des

pués de todo  esta mala posición   por

su

misma

incomodidad  constituye

su

grandeza. Llegará

el

dia en que todos los reconocerán y respetuosos

de nuestras diferencias los más valiosos de noso

tros dejarán de desgarrarse como lo hacen. Re

conocerán que

su

vocación más profunda es

defender hasta sus últimas consecuencias el

derec

ho

de sus

ad

versarios a tener otra opinión.

so

lidaridad

co

n todo

el

mundo  y como tenemos Proclamarán   de acuerdo con

su

condición   que

es

qu

e defender

el

derecho de cada persona a

la so

- mejor equivocarse sin matar a nadie y dejando

ledad jamás seremos unos solitari

os.

Tenemos que hablar a

lo

s demás que tener razón

en

medio del

apresurarnos  y

no

podemos trabajar solos . Tolstoi silencio y de los cadáveres. Intentarán demostrar

pudo escribir  so bre un a guerra que no habia que

si

las revoluciones pueden triunfar por la vio

hecho  la

más hermosa novela de todas las literatu- lenc

ia

  no pueden mantenerse sin

el

diálogo. Y

ras. Nuestras guerras no nos dejan tiempo para sabrán entonces que esa singular vocación les

escribir so

br

e nada que

no

sea ellas mismas  y

al

crea

la

más perturbadora de las fraternidades  

la

m

ismo

tiempo  matan a Péguy y a miles de jóvenes de los combates dudosos y de las grandezas ame

poe tas.

Po

r eso  creo que por encima de nuestras nazadas  

la

que a través de todas las épocas de

la

diferencias  que pued

en

ser grandes 

la

reunión de inteligenc

ia

no dejó jamás de luchar para afirmar

todos estos hombres esta noche tiene sentido .

s contra

la

s abstracciones de la historia lo que reba

allá de las fronteras  a veces sin saberlo  todos tra- sa a toda historia : la carne  ya sea sufriente  o

bajan juntos en los mil rostros de una misma obra dichosa . Toda la Europa de ho

y

erguida en su

que

se le

vantará frente a

la

creación totalitaria . soberbia   les grita que esa empresa es irrisoria y

Todo

s juntos  sí  y c

on

ellos  esos miles de hombres vana. Pero todos nosotros estamos en

el

mundo

que tratan de erigir las formas silenciosas de sus para demostrar lo contrario.

creaciones

en el

tumulto

de

las ciudades. Y con

ellos  incluso los que

no

están aquí  pero que por

la

fuerza de las cosas

se

nos unirán algún día. Y tam

bién esos otros que creen poder trabajar para

la

ideología totalitaria con los medios

de su

arte  mien

tras que

en

el

seno mismo de

su

obra

la

pujanza del

arte destruye

la

propaganda  reivindica

la

unidad de

la

que e/los

son

los verdaderos servidores y los

destina  a nuestra obligada fraternidad 

al

mismo

tiempo que a

la

desconfianza de los que provisio

nalmente   los emplean.

Los verdaderos artistas no son buenos vence

dores políticos pues son incapaces de aceptar

despreocupadamente

-iah

yo lo sé

bien-

la

muerte del adversario . Están de parte de

la

vida  

no de la muerte. Son los testigos de la carne  no

de

la

ley. Por

su

vocación   están condenados a la

comprensión de lo que consideran su enemigo.

Esto no significa   por

el

contrario  que sean inca

paces de juzgar

el

bien y el mal. Pero  ante ei peor

criminal  

su

aptitud para vivir la vida de otros les

permite reconocer la constante justificación de los

hombres:

el

dolor. Esto

es lo

que siempre nos

impedirá pronunciar

el

vereQicto absoluto y 

en

consecuencia  ratificar

el

castigo absoluto.

En

este

mundo nuestro de

la

condena a muerte  los artis-

64

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La

Del

lat.

iIIe

artodeter. Formas

de

singu-

lar

en femenino.

Dichosa e dicha

1

  1.

adj. feliz. 2.

adj

. Que incluye o trae consigo

dicha. Dichosa virtud.

Soledad dichosa. PA-

LABRA

Del

lat.

paraba/a

1.

f.

Segmento

del discurso unificado habitualmente por el

aéento, el significado y

pausas

potenciales

inicial

y

final.

2. f.Representación gráfica de

la palabra hablada . 3.

f. Facultad

de hablar.

4.

f. Aptitud

oratoria

.

sábado

Del lat.

bíblico sabbatum,

este del

gr

. a á ~ ~ o v

este del hebr.

sabbat

, y este del acadio sa-

battum, descanso) 1. m. Sexto día

de

la

semana, séptimo

de

la semana litúrgica. 9

Del

lat.

novem

1 .

adj

.

Ocho

más uno.

de

Del

lat. de 1. prep. Denota

posesión

o

per-

tenencia

.

la

Del

lat.

iIIe

1. arto deter.

Formas

de

singular

en femenino. noche

Del

lat. nox, noctis . 1. f.

Tiempo en

Que

falta la

claridad

del día. por

Del

lat.

pro,

infl.

por p no prep . Denota el medio

de

eie-

cutar algo.

anal

Del lat. car

tación

de

televisión y radio.

22

de

signos

o

cifras

con

Que

se

r

número veintidós.

El Conaculta a rraves de la Biblioteca de Mexico Jose Vasconcelos

en colaboración con el Fondo Nacional para la CulTUra f las Anes se complacen en

invitarle a la exposición

Viajar dentro de la casa

escultura

y

cotidianidad

Javier del Cueto

BIBLIOTECA

DE

MÉXICO

Saja de exposiciones I

Del de agosto al

26

de septiembre de

2.010

Plaza de

la

Ciudadela 4

Centro Histórico

Metro Ba lde ra s

41 55 08

JO

ext. 3859

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Vive

o

ultura

podr ían

aplicársele

las

palabras

Luis

de Góngora :

Pregonero

y

relator

~ u . i : l l n 1 t r i l 3 n

contemplen.

de

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  B i b l i o t e c a

~ m M é x i c o

S U S R I P i Ó N

SEIS NÚMEROS

$237.00

México

O

FORMA DE PAGO

Cheque a nombre del Consejo Nacional para

la

Cultura y las Artes O

DATOS

PE

RSONALES

Recibo Oficial a nombre de

Dire

cción

)

Delegación o municipio

)

(

(

(

(

(

Código postal

Ciudad

Te léfono oficina

Fax

Te

léfono particular

..

Correo electrónico

País

R

FC

A

p rt ir

l m

jm

ro

Plaza

de la

Ciudadela

·

Centro

Histórico·

México.

D F 06040

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4155

0839 41550830

ex . 3858

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dc

[email protected] .

mx

)

)