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8/11/2019 32000000234
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JORGE
LUIS ARCOS
J
SÉ
AMA LIM
Fragmento)
Caso aparte resulta [José] Lezama [Lima] , la filosofía, la aprehensión integral del ser,
descomunal incorporación de la cultura y que encontró finalmente
en
la razón
universal a su sistema poético del mundo, poética su vía de acceso a una suerte de
a
su
concepción de la cultura como una sabiduría unitiva, tanto
en
ella como
en
los
segunda naturaleza, a su validación cog- poetas antes mencionados desde presu
noscitiva de
la
imago. La poesía de Leza- puestos católicos evidentes. Precisamente
ma
significa
la
aventura poética más abso-
su
catolicidad esencial, más
su
naturaleza
luta emprendida en el ámbito del idioma. poética, les impedía desdeñar el mundo de
Hay que recurrir a los grandes poetas de la las apariencias.
Si
para ellos el centro de la
contemporaneidad para encontrarle pari- realidad es trascendente, sólo podrían
guales: Rilke, Celan, Pound, Eliot, Perse, y revelarlo a través de las apariencias, como
aún así su poesía continúa siendo una ex- aportándole más ser a la propia realidad ,
periencia única, irrepetible. Una poesía tan como tambíen supo ver Octavio Paz en
l
volcada hacia
el
conocimiento, hacia
la
poesía de Vitier. Pero
es en la
poesía de
penetración del ser de la realidad, tenía Lezama donde ese exceso de realidad se
que establecer determinadas correspon- torna más inaudito. Su afán de unión o
dencias con el conocimiento filosófico y igualación con Dios o con un principio crea
teológico. Lezama ha sido calificado de dor, genésico, es tan poderoso, que Le
poeta teólogo. Pero
en
general , tanto la zama parece recrear, o crear de nuevo,
poesía del autor de
Muerte de Narciso
co - toda la realidad. Su poder incorporativo no
mo la de Vitier y García Marruz se nutren conoció límites. Y el cubrefuego de su
de un acendrado pensamiento aunque imagen, dador de una potencia de conoci
siempre desde una raíz poética. Por eso miento, de
un
apoderamiento de zonas
les fue tan cercana la lección de María desconocidas de la realidad, de un poder
Zambrano, quien buscaba, aunque desde cristalizador de cuerpos, materias, sustan-
Los poetas e Origenes. seleCCión. prólogo. bibliografía notas
de
Jorge LU S Arcos. Fondo
de
Cultura Económica. México. 2002. 454 pp.
cias como no había acaecido antes en la
poesía de la lengua.
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NÚMERO 118
JULIO-AGOSTO DE 2010 39.00
PLAZA DE
L
CIUDADELA 4 CENTRO HISTÓRICO
DE
L
CIUDAD DE MÉXICO
CP
06040.
TELÉFONO 4155 0830, EXTENSIONES 385 Y 3858
CORREO ELECTRÓNICO
CERTIFICADO DE LICITUD DE TITULO NÚM.
6270
CERTIFICADO DE LICITUD DE CONTENIDO NÚM. 4380
CONSE JO
NACIONAL
PARA
LA CULTURA Y LAS
ARTES
PIU lllDEllTA
CONSUELO
sAlZAR
DIRECTOR GENERAL DE BIBLIOTECAS
FERNANDO ÁLVAREZ DEL CASTILLO
REVISTA
BIBLIOTECA
DE
MÉXICO
DlIIEC10R FUNDADOR
JAIME G RCI TERRÉS t
DIRECTOR
EDUARDO LIZALDE
EDITOR JOSÉ ANTONIO MONTERO
SECRETARIO
DE
REDACCiÓN
JOSÉ DE
L
COLINA
CONSE IEROS FUNDADORES
JUAN ALMELA
FERNANDO ALVAREZ DEL CASTILLO MIGUEL
CAPISTRÁN. ADOLFO ECHEVERRIA. vlCTOR TOLEDO
y
R F EL V RG S
:
:::: ,-:_::W: ,:
IGUEL
G RCI
RUIZ
4U( '
riwl
I11II I:
M RlN GR F
M RT DONls
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JULIO CORTÁZAR
PARA
LLEGAR A
JOSÉ
LEZAMA LIMA
Fragmentos)
n
diez di
as
. interrumpiéndome
para respirar y darle su leche a
mi gato Teodoro W. Adorno, he
leído
Paradiso
ce rra ndo (¿ce
rrando?) el itinerario que hace
muchos años iniciara con
la le
c
tura de algunos de sus capítulos
ca
idos
en la
revista Origenes
como otros tantos objetos de
Tlbn o de Uqbar. No soy un críti
co: algún d
ía
, que sospecho leja
no, esta suma prodigiosa encon
trara su Maurice Blanchot , por
que de esa raza debera ser el
hombre que
se
adentre a
su
lar
vario fabuloso. Me propongo so
lamente señalar una ignorancia
vergonzosa y romper por ade-
de esa ignorancia; leer a Le - tismo , y Lezama no sólo es her-
zama es una de las tareas mas
arduas y con frecuencia mas irri
tantes que puedan darse. La
perseverancia que exigen escri
tores de frontera como Raymond
Roussel , Hermann Broch o el
maestro cubano es infrecuente
incluso entre especialistas , y
de ahí que
en
el club sobren los
sillones. Borges y Paz (vuelvo a
citarlos para colgar el blanco en
lo mas alto del arbol de nuestras
tierras) le llevan a Lezama
la
ventaja de que son escritores
meridianos, casi diría apolíneos
desde
el
punto de vista del per
fecto ajuste expresivo, del siste-
lantado un a lanza contra los ma - ma coherente de su espíritu. Sus
lentendidos que
la
seguiran
cuando Latinoamérica oiga por
fin
la
voz de José Leza ma Lima .
De la ignorancia no me asom
bro; también yo desconocía a
Lezama doce años atras, y fue
preciso que Ricardo Vigón,
en
Pari
s,
me hablara de Oppiano
Licar
io
que acababa de publicar
se en
Orígenes y que ahora cie
rra
(si
es que algo puede cerrar
lo) Paradiso . Dudo de que
en
esos doce años
la
obra de Le
zama haya alcanzado
la
presen
c
ia
activa que
en un
plazo equi
valente fueron logrando la de un
Jorge Luis Borges o la de un
Octavio Paz, a cuya altura esta
dificultades y aun sus oscurida
des (Apolo puede ser también
nocturno, bajar al abismo para
matar a
la
serpiente Pitón) res
ponden a
la
dialéctica que evoca
Le cimetiére marin:
...Mais rendre la lumiere
Suppose d ombre une mome moitie.
Extremos puntos de tensión de
un arco de raíz mediterranea,
ceden
lo
mejor de su fuerza sin
los tres enigmas previos que
haran del lector de Lezama
un
Edipo perpetuo. Y
si
digo que ello
constituye una ventaja de aqué
llos sobre éste, me refiero casi
sin
la
mas mínima duda. Raza - éticamente a los lectores que
nes de dificultad instrumental y detestan los trabajos de Edipo,
esencial son una primera causa que optan por la maxima cosecha
•Ju lio Cortazar
La
vuelt l dí
en
ochent
mundos siglo XXI editores México 1969
4 pp.
con
el
mínimo de riesgo. En la
Argentina ,
en
todo caso, se tien
de a hurtarle el cuerpo al herme-
Biblioteca de Méxic
mético en sentido literal por cuan
to
lo
mejor de
su
obra propone
una aprehensión de esencias por
vía de lo mítico y lo esotérico en
todas sus formas históricas, psí
quicas y literarias vertiginosa
mente combinadas dentro de un
sistema poético en el que con fre
cuencia un sillón Luis xv sirve de
asiento
al
dios Anubis , sino que
ademas es formalmente herméti
co, tanto por un candor que lo
lleva a suponer que la mas hete
róclita de sus series metafóricas
sera perfectamente entendida
por los demas, como porque
su
expresión es de un barroquismo
original (de origen por oposición
a un barroquismo lúcidamente
mis en page
como el de un Alejo
Carpentier). Se ve, pues , lo difícil
que resulta entrar en el club
cuando tantas dificultades se van
sumando para trabar
el
goce de
una lectura, salvo si .
el
goce
comienza con las dificultades
mismas, puesto que yo empecé
por leer a Lezama como quien
trata de resolver
la
cifra de me
ssunkaSebr A.icefdok. segnitta-
murtn etcétera, que finalmente
se aclara en: Descends dans
le
cratére du Yocul
de
Sneffels
.
.;
se diría que la prisa y el senti
miento de culpa que suscita
la
proliferación bibliográfica llevan
al lector contemporáneo a des
cartar, muchas veces irónica
mente , todo trovar clus. A ello se
suman los falsos ascetismos y
las solemnes anteojeras de la
especialización mal entendida,
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contra la que se alza hoy en
buena hora una actitud como
la
lectores: ¿dónde empieza la no
vela dónde cesa
el
poema, qué
estructuralista . Todavía un Goe- significa esa antropología imbri
the alcanzaba a fundir al filósofo cada
en
una mántica que es tam
y
al
poeta,
ya
querellados en su bién un folklore tropical que es
siglo, por obra de una avasalla- también una crónica de familia?
dora intuición unitiva ; hasta Se habla mucho
en
nuestros días
Thomas Mann (hablo ahora de de ciencias diagonales, pero el
novelistas) pareció que esa coe- lector diagonal se tomará su
xistencia se mantenía viva en
autor y lectores, pero es un he
cho que ya la obra de un Robert
Musil, para ceñirse al campo de
expresión germánica, se vio pri
vado
del eco universal que hubie
ra debido encontrar. Aunque se
trate de
un
mismo lector, éste
tiende hoy adoptar una actitud
especializada según lo que esté
leyendo, resistiéndose a veces
de manera subconsciente a toda
obra que le proponga aguas mez
cladas,
novelas
que entran
en el
poema o metafísicas que nacen
con el codo apoyado en un mos
trador de bar o en una almohada
de quehacer amoroso. Acepta
moderadamente la carga extrali
teraria de cualquier novela pero
siempre que el género conserve
sus prerrogativas básicas (que
nadie conoce bien, dicho sea de
paso, pero ésta es otra cuestión).
Paradiso novela que es también
un tratado hermético, una poética
y la poesía que de ella resulta,
encontrará dificultosamente a sus
tiempo en aparecer y
Paradiso
tajo al sesgo en esencias y pre
sencias, conocerá la resistencia
que le opone el haz de las ideas
recibidas. Pero el tajo ya está
dado; como en la historia china
del perfecto verdugo, el decapita
do sigue
en
pie
sin
saber que
apenas estornude su cabeza ro -
dará por el suelo.
Si la dificultad instrumental es
la primera razón de que se igno
re tanto a Lezama, las circuns
tancias de nuestro subdesarrollo
político e histórico son la segun
da. Desde 1960 el miedo, la hi
pocresía y la mala conciencia se
aliaron para separar a Cuba y a
sus intelectuales y artistas del
resto de Latinoamérica . Los ya
conocidos, Guillén, Carpentier,
Wilfredo Lam, salvaron y salvan
la barrera por la vía de un presti
gio internacional anterior a la re
volución cubana, que obliga a
ocuparse de ellos cuando llega
el momento. Lezama, ya enton
ces inexcusablemente
al
mar-
3
ibliot
ec
a de Mé xi
co
JOSÉ LEZ M
LIM
1910-1976)
Se abre este número de la
revista con una memoria y
breve homenaje a Lezama
Lima, de cuyo nacimiento
se cumple el centenario.
Turbulenta ·y compleja la
extensa obra del cubano,
que concebida como se sa
be sin contemplaciones pa
ra ninguna clase de lector y
tardíamente, con la natural
resistencia del contexto crí
tico intolerante en el que le
tocó vivir durante las dos úl -
timas décadas de
su
vida
terminó después de su
muerte por convertirse en
uno de los mayores astros
de la gran literatura cubana
y latinoamericana del siglo
.
El texto de Julio Cortázar,
Para llegar
a Lezama Lima
que fragmentariamente aquí
se publica en primer térmi
no, pertenece al libro La
vuelta
al día
en
ochenta
mundos (1969). Creo es
fundamental ese larguísimo
ensayo del argentino. que
se violentaba entonces por
la sordera que en
esos
años
había en Cuba frente a la
obra de tantos artistas
y
poetas cubanos que se ven
forzados a vivir
y
a trabajar
en un aislamiento del que. lo
menos que puede decirse.
es qye d asco y vergüen
{son palabras
del
autor
de
Rayuela
en esos años .
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gen de
las tablas valorativas de
los magisters peruanos mexi
canos argentinos,
ha
quedado
del otro lado de la barrera hasta
ρ υ π Ι ο
que incluso aquellos
abundan su prosa que, por
contraste con la sutileza la hon
dura del contenido, suscitan el
lector
s u p e r f ι c i a l m e n t e
r e f ι n a d o
movimiento de escandalo e
para seguirlo
su
implacable
s υ m e r s ί ό π θ Π aguas profundas.
hecho incontrovertible de que
Lezama parezca decidido a
escribir jamas correctamente
que han oido su nombre qui- impaciencia que casi nunca es nombre
Ρ Γ ο ρ ί ο
ingles, frances
sieran leer
Tratados en La Ha-
capaz de superar. Si a eso se ruso, de que sus citas idio
bana Ana/ecta de/
re/o}
La fije-
suma que las ediciones de los mas extranjeros esten constela
za
La
e Χ Ρ r e s i ό n
americana
bros de Lezama suelen estar das de fantasias ortograficas,
Paradiso pueden podran muy mal cuidadas tipografica- induciria a intelectual riopla
conseguir ejemplares. Tanto mente, que
Paradiso
diste de tense t ί p i c o a ν θ Γ
como muchos otros poetas ser una
e χ c e Ρ c ί ό π
puede ex- menos t ί p i c o autodidacto de pais
artistas cubanos se
ν θ Π
forzados traiiar que a las perplejidades de subdesarrollado, 1 que es muy
a
ν ί ν ί Γ
a trabajar aisla- fondo se sume la impaciencia exacto, a encontrar eso una
miento del que 1 menos que
puede decirse es que da asco
v e r g ϋ e Π Ζ a
Desde luego, 1 que
importa es cerrar el paso al
que producen las extravagancias j υ s t ί f ι c c ί ό π para penetrar
o r t o g r f ι c s
gramaticales don-
su
verdadera
d ί m e π s ί ό π
1
que
de trastabillan los ojos del d ό m ί -
es
muy lamentable. Desde luego
que casi todos Ilevamos den- θ Π Ι Γ θ los argentinos idiosincrasi-
comunismo totalitario.
ι Ρ a r a -
tro. Cuando hace aiios comence
diso?
Nada que merezca ese a mostrar a leer pasajes de
nombre puede
ν θ π ί Γ de
seme
jante infierno. Duerma usted
tranquilo,
la Ο Ε Α
vela
su
sueiio.
Lezama a personas que 1
conocian, el asombro que provo
caba su
v ί s ί ό π
de
la
realidad
la
Queda, quiza,
una
tercera osadia de las imagenes que la
mas
agazapada
r a Ζ ό π del
torvo comunicaban,
se
veia casi siem
silencio que
θ π ν υ θ l ν θ
la
obra de pre mitigado por una amable
ί Γ Ο -
Lezama; voy a hablar de ella sin nia, por una sonrisa de perdona
pudor alguno precisamente por- vidas. Ν ο tarde darme cuenta
que las escasas criticas cubanas
que conozco de esa obra han
querido mencionarla, cam
bio conozco
su
fuerza negativa
manos de tantos fariseos
de
nuestras letras. Me Γ θ f ι θ Γ o a las
incorrecciones formales que
de que entraba l l ί c c ί ό π
rapido mecanismo de defensa,
que los amenazados de absoluto
se
apresuraban a
m a g n i f ι c a r
las
tachas formales como pretex
to acaso inconsciente para que
darse de este lado de Lezama,
iblioteca
de Mexico
cos la c ο r r e c c ί ό n formal el
escribir como el vestir es
siempre una
g r n t ί
de serie
dad, cualquiera que anuncie
que
la
tierra es redonda con
estilo aceptable merecera mas
respeto que cronopio con una
papa
la
boca pero
cOn
mucho
que decir atras de la papa.
Si
hablo de la Argentina es porque
la COnOZcO pOCO pero tambien
cuando estuve Cuba me
contre con j ό v e π e s intelectuales
que se sonreian ί r ό n ί c a m e n t e al
recordar ό m ο Lezama suele
pronunciar caprichosamente
el
nombre de
a l g ύ n
poeta extranje-
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ro ; la d iferencia empezaba en el
momento en que esos jóvenes,
puestos a decir algo sobre el
poeta en cuest ión, se quedaban
en la buena fonética mientras
que Lezam a, en cinco minutos de
hablar de él, los dejaba a todos
mirando para el techo. El subde-
sarrollo t iene uno de sus índices
en lo quisqui l losos que somos
para todo lo que toca la corteza
cultural, las apariencias y chapa
en la puerta de la cultura. Sabe
mo s que D ylan se dice Dí lan y no
Dáilan como lo d i j imos la pr imera
vez (y nos miraron irónicos o nos
corr ig ieren o nos ol imos que algo
andaba mal) ; sabemos exacta
mente cómo hay que pronunciar
Caen y Laon y Sean O'Casey y
Gloucester. Está muy bien, lo
mism o que tener las uñas l impias
y usar desodorantes. Lo otro em
pieza después, o no empieza.
Para muchos de los que con una
sonr isa le perdonan la vida a Le
zama, no empieza ni antes ni
después, pero las uñas, se lo
juro, perfectas.
A la ironía defensiva que se
apoya en fa lencias de superf ic ie
se suma la que ha de provocar
en muchos la insól i ta ingenuidad
que a f lora en tan tos momentos
de la narrat iva de Lezama. En el
fondo es por amor a esa ingenui
dad que hablo aquí de él; más
al lá de todo canon escolar, sé de
su penetrante ef icacia; mientras
tantos buscan, Parsifa l encuen
t ra ,
mient ras tan tos hab lan,
Mishkin sabe. El barroquismo de
complejas raíces que va dando
en nuest ra Amé r ica productos
tan disímiles y tan hermanos a la
vez com o la expresión de Val le jo,
Neruda , Astur ias y Carpent ie r
(no hagamos cuest ión de géne
ros sino de fondos), en el caso
especialís imo de Lezama se t iñe
de un aura para la que sólo en -
cuentro esa palabra aproximado-
ra : ingenuidad. Una ingenuidad
amer icana, insu la r en sent ido
d i recto y la to, una inocencia
americana. Una ingenua inocen
cia americana abr iendo eleát ica-
mente, ór f icamente los ojos en el
comienzo mismo de la creac ión,
Lezama Adán previo a la culpa,
Lezama Noé idént ico al que en
los cuad ros f lamencos as is te
apl icadamente al desf i le de los
an imales: dos mar iposas, dos
caba l los, dos leopardos, dos hor
migas, dos delf ines.. . Un pr imit i
vo que todo lo sabe, un
sorbon-
nard cumpl ido pero amer icano
en la medida en que los albatros
disecados del saber del Ecle-
siastés no lo han vuelto a wiser
arid a sadder man sino que su
ciencia es pal ingenesia, lo
sabi
do es or ig ina l , jub i los o, nace
como el agua con Tales y el
fuego con Empédocles. Entre el
saber de Lezama y el de un
europeo (o sus homólogos r io-
p la tenses, mucho menos amer i
canos en el sent ido al que apun
to) hay la diferencia que va de la
inocencia a la culpa. Todo escr i
tor euro peo es esclavo de su
baut ismo , s i cabe parafrasear a
Rimbaud; lo quiera o no, su dec i
sión de escr ib ir comporta cargar
con una inmensa y casi pavorosa
tradición; la acepte o luche con
tra ella, esa tradición lo habita, es
su famil iar o su íncubo. ¿Por qué
escr ib ir , s i de alguna manera ya
todo ha sido escr i to? Gide obser
vó sa rdón icamen te que como
nadie escucha, hay que volver a
decir lo todo, pero una sospecha
de culpa y de superf lu idad mue
ve al inte lectual europ eo a la m ás
extrema vig i lancia de su of ic io y
de sus medios, única manera de
no rehacer caminos demasiado
andados. De ahí e l entusiasmo
que producen las novedades, e l
asalto en masa a la nueva reba
nada de lo invisible que alguien
ha conseguido corpor izar en un
libro;
basta pensar en el s imbo
l ismo,
el surreal ism o, e l nou ve-
au román : por f in a lgo verdade
ramente nuevo que no se habían
sospechado n i Ronsard , ni S ten
dhal , n i Proust. Por un t iempo se
puede dejar dormir e l sent imien-
VIENTWEM
ite
Pero sobre todo es i
portante destacar en la ap,
sionada defensa de Cortá'^
zar esas l íneas sobre el
enorme desafío que se pn
sentaba, entonces y aho
al leer a l instrumentalment
intr incado y crít ico autor dej
Paradiso a cuya compl ica
ción se agregaba el huracán
de erratas que las primeras
ediciones de sus l ibros pa
decieron en su is la; d ied
Cortázar:
. . . Leer a Lezama
una de las tareas más
duas y con frecuencia más|
irr itantes que puedan dar
se , pero más adelante
pone con lucidez y convi^
ción que esa tarea terriblej
vale la pena para descu
a un hombre de genio.
Léase el texto de C
tazar, como el de Octavi
Paz en 1978 o el de Julio
Ortega en 19 81, para apre
ciar las justas dimensiones
que los grandes y agudos
escr i tores y cr í t icos logra
ron descubr ir a t iempo ei
las páginas del enorme
oscuro car ibeño. Hay qu
leer también los luminosos
f ragmentos poét icos y p ro
síst icos del propio Lezama
que aquí se publ ican.
Cer ramos e l número con
otros mater ia les sobre Al
bert Camus, de cuya muer
te se cumple medio sig lo,
inclu ido un texto de Jean
Paul Sartre, su grande cole
ga y maestro, con el que
tuvo al f in de su vida dolo ro-
sas diferencias.
E. L.
m -
3a-
Jice
es
ar-
nás
dar-
ex-
ivic-
ible
brir
/Or-
ivio
i b l i o t e c a d e M é x i c o
8/11/2019 32000000234
http://slidepdf.com/reader/full/32000000234 8/69
Reinaldo Gonzá lez,
Re
ynaldo Arenas, José Lezama Lima y Emma
nu el
Carballo en la puerta de Trocadero 162
to
de culpa ; hasta los epígonos
llegan a creer que están hacien
do algo nuevo. Después, despa
cio, se vuelve a ser europeo
y
cada escritor amanece con
su
albatros colgado del pescuezo .
Entre tanto Lezama
en su
isla
amanece
con
una
alegría
de
prea
damita
sin
corbata de pájaro,
y no
se siente culpable de ninguna tra
dición directa. Las asume todas,
desde los hígados etruscos hasta
Leopold Bloom sonándose en
un
pañuelo sucio, pero
sin
compro
miso histórico,
sin
ser
un
escritor
francés o austriaco;
él
es
un
cuba
no con un
mero puñado de cultu
ra
propia a
la
espalda y
el
resto es
conocimiento puro
y
libre,
no
res
ponsabilidad de carrera. Puede
escribir
lo
que
le
dé
la
gana
sin
decirse que
ya
Rabelais, que
ya
Marcial.
No
es
un
eslabón de
la
de esa inocente libertad, de esa
libre inocencia. Por momentos,
leyendo Paradiso
se
tiene una
impresión extraplanetaria ; ¿cómo
es posible ignorar o desafiar a
tal
punto los tabúes del saber, los o
escribirás
así de
nu
estros manda
mientos profesionales vergonzan
tes? Cuando asoma
el
inocente
americano,
el
buen salvaje que
atesora los dijes
sin
sospechar
que
no
valen nada o que
ya no
se
estilan, entonces pueden ocurrir
dos cosas con Lezama. Una,
la
que cuenta:
lo
genial irrumpe sin
los complejos de inferioridad que
tanto nos agobian en Latinoa
mérica, con
la
fuerza primordial
del robador del fuego.
La
otra, que
hace sonreír a los acomplejados,
a los impecablemente cultos, es
el
lado aduanero Rousseau,
el
lado
papelón a
lo
Mishkin, el hombre
cadena,
no
está obligado a hacer que en Paradiso después de
un
más o mejor o diferente,
no
nece
sita justificarse como escritor.
Tanto
su
increíble sobreabundan
cia como sus carencias proceden
pasaje extraordinario, pone punto
y aparte y dice con
la
tranquilidad
más absoluta: ¿Qué hacia mien
tras transcurría el relato de sus
ancestros familiares,
el
joven
Ricardo Fronesis?
Si estoy escribiendo estas pá
ginas es porque sé que párrafos
como
el
citado pesarán más en
la
ponderación de los dómines que
la
prodigiosa invención
con
que
Paradiso
vuelve a proponerse
el
mundo. Y
si
cito
la
frase sobre
el
joven Fronesis es porque también
me molestan esa y muchísimas
otras cursilerías, pero sólo en
la
medida en que puede molestarme
una mosca posada en
un
Picasso
o
un
maullido de mi gato Teodoro
mientras estoy escuchando mú
sica
de
Xenakis.
La
impotencia
frente a
lo
intrincado de una obra
disfraza su retirada con los pretex
tos más superficiales -puesto que
de
la
superficie no
ha
pasado-.
Así, conocí a
un
señor que jamás
escuchaba discos de música clási
ca
porque, según
él
,
el
chirrido de
la
púa
le
impedía gozar de
la
obra
en
su
total perfección; sentado tan
exigente criterio, se pasaba
el
día
escuchando una de tangos y be-
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leras que daba miedo. Cada vez
que
cito
un
pasaje
de
Lezama y
cosecho una sonr
isa
y
un
cambio
de
tema , pienso
en
ese señor: los
incapaces de acceder a Paradiso
se
defenderán siempre asi, y para
ellos todo
será
ruido
de
púa, mos
ca
y maullido.
En
Rayuela defini y
ataqué al lector-hembra,
al
inca
paz
de la ve
rdadera batalla amo
rosa co
n
una
obra que
se
a como
el
ángel para Jacob.
Si se
dudara
de la
legitimidad
de mi
ofensiva
baste entender el doble sistema
posible
de
lectura de
la
no
ve la
, y
de
ahi pasaron
al
poI/ice verso
después de asegurar patética
mente que
la
habian leido de las
dos maneras que indica el autor ,
cuando
lo
que proponía
el
pobre
autor era una opción y jamás
hubiera tenido la vanidad de pre
tender que
en
nuestros tiempos
se
leyera dos veces
un
mismo libro.
¿Qué esperar entonces del lector
hembra frente a Paradiso que,
como decía
el
personaje
de
Lewis
Carroll , sería capaz
de
poner a
prueba
la
paciencia de una ostra?
Pero no hay paciencia allí donde
empieza por no haber humildad y
esperanza, donde una cultura
condicionada, prefabricada, adula
da por
los
escritores que cabría lla
mar funcionales,
con
rebeliones y
heterodoxias cuidadosamente
delimitadas por
los
marqueses
de
Queensberry de
la
profesión,
rechaza toda obra que
va
verda
deramente a contrapelo. Capaz
de
hacer frente a cualquier dificultad
literaria
en
el
plano intelectual o
sentimental siempre que
se
ajuste
a
las
leyes del juego
de
Occidente,
dispuesta a jugar
los
más arduos
ajedreces proustianos o joycianos
que comporten piezas conocidas y
estrategias adivinables, retrocede
indignada e irónica apenas se
la
invita a conocer
un
territorio ex
tragenérico, batirse
con una
len
gua y
una
acción que responden a
un
sistema narrativo que no nace
de los libros sino de largas leccio-
nes de abismo; y he aquí que por
fin
he podido colocar
la
razón de
mi
epigrafe, y
es
ti
empo
de
seguir
a otra cosa.
¿Una nove
la
Paradiso? Si , en
cuanto hay
un
hilo semiconduc
tor -
la
vida de José Cemi- al
que van o del
qu
e
sa
len los múl
tiples episodios y relatos c
on
e
xos o in conexo s. Pero ya de en
trada ese argumento tiene
características curiosas. No sé si
Le
zama vio que el desarrollo ini
cial del tema llevaría a pensar
con gran regocijo en Tristram
Shandy pues si bien José Cemi
ya
está vivo
al
comienzo del
relato y
en
cambio Tristram,
qu
e
cuenta
su
propia vida ,
ni
siquie
ra ha
nacido a mitad del libro , es
evidente que el protagonista en
torno
al
cual se organiza Pa
-
diso queda en la penumbra
mientras el libro avanza tomán
dose todo
el
tiempo necesario
para narrar
la
vida de los abue
los, los padres y los t
ío
s de José
Cemí. Más importante es obser
var que falta en
Paradiso
lo
que
yo llamaría
el
re
verso continuo ,
la urdimbre que hace una
novela por más fragmentarios
que puedan parecer sus episo
dios. No es un reparo, puesto
que lo esencial del libro no de
pende para nada de que sea o
no sea una nove
la
como la que
podría esperarse;
mi
propia lec
tura de
Paradiso
como de todo
lo que conozco de Lezama, par
tió de no esperar algo determi
nado, de no exigir novela, y en
tonces la adhesión a
su co
nteni
do se fue dando sin tensiones
inútiles, sin esa protesta petulan
te que nace de abrir un armario
para sacar la mermelada y en
contrarse en cambio con tres
chalecos de fantasía . A Lezama
hay que leerlo con una entrega
previa
al
fatum así como subi
mos al avión sin preguntar por el
color de los ojos o
el
estado del
hígado del piloto; lo que irrita a
la
inteligencia crítica en
su
sala de
pesas y medidas es connatural a
toda crítica intelígente en su ca -
verna de Alí Babá.
ibliotec
de
MeKico
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SE
VERO S AR
DU
Y
CARTA
DE
LEZAMA
1981
tizo. Como
un
prisma con frecuencia le doy vuel-
21
de
julio
1969
tas a una de sus más significativas afirmaciones:
El mundo sólo se mueve por
el
malentendido uni-
Sr.
Severo Sarduy versal, por
el
malentendido todo
el
mundo se pone
En
París : de acuerdo. Porque si, por desgracia, todo
el
mundo se comprendiera, no podría entenderse
Querido amigo: Recibí sus letras
en
las que me
convoca a
la
fiesta de
la
piña barroca de Sceaux,
según su bella estampa. Pero todo viaje es para
mí muy problemático pues como no me acostum
bré a viajar en mi juventud , ya en mi madurez toda
traslación adquiere un ritmo histérico, de ultrapre
ocupaciones banales, insistencias y majaderías.
Ya
el
saltimbanquismo
me
atrae
mu
y poco, pues,
en realidad , quisiera estar
un
año por París y por
Madrid , descansando y reponiéndome,
ya
que en
los últimos años
mi
salud
si no
precaria
ha
sido
inestable .
Si
pudiera hacer
el
viaje con
mi
esposa,
creo que todo se desenvolvería con
un
ritmo
andantino. Todo se me presenta como un barullo,
como nubes acabalgadas, pero después
el
rayo
de
la
gracia va operando, hasta que
el
día se con
figura . Usted, sin duda alguna , comprenderá
mucho de mis estados de ánimo.
Volvamos a nuestros carneritos. Usted me con
sulta sobre
la
aparición de
la
obra en uno o dos
tomos. Si los dos
aparecieran en
el
mismo mo-
mento en s librerías ,
no me disgustaría, sino pre
feriría que fuese en un solo tomo, pues
si
entre
tomo y tomo mediara un tiempo, aunque fuese
breve, la
unidad de
la
obra se resentiría en esa
espera. Todo intermedio abriría una laguna en
el
centro de
la
obra. También comprendo que las ra
zones de
la
casa editorial para publicar
la
obra en
uno o dos tomos, deben de tener sólida funda
mentación . Usted, con
el
cariño que en todo mo
mento
ha
acompañado
al Paradíso,
y que es una
de mis alegrías , sabrá encontrar
la
diagonal de
la
fuerza ,
la
mejor solución.
Ya
estoy enamoriscado del tono conjunto de
Baudelaire, que ustedes van a dar. Espero
su
regalía , que por sí solo hará una pascua o
un
bau-
Los novelistas como críticos Tomo
), Norma Klahn y Wilfrido H.
Corral (compiladores), Fondo de Cultura Económica, México, 1991 ,
72
pp.
jamás
.
Qué certeza para acercarse a nuestros días,
pues
si no
fuera por
la
enajenación ,
la
vida actual
no lograría alcanzar su lagos. Al suprimirse la ena
jenación ,
la
vida se convertiría en una llanura de
nieve , de la misma manera que ya san Agustín
exigía que existiesen herejes y mucho después
Gracián con amarga tolerancia acepta
q
ue este
mundo se concierta de desconciertos
.
Por eso
Baudelaire tuvo que pedir ayuda
al
demonio de
la
lucidez, especie de de
la
enajenación.
Cariños de
J. Lezama Lima
..
la piña barroca de Sceaux
..
es más que una
metáfora lezamesca de
mi
carta de invitación
-las
ediciones Seuil , donde se publicó
Paradíso ,
en
la
colección que hoy animo, habían invitado a Leza
ma
para
la
salida del libro
en París-
; es una reali
dad de la repostería local. En esa naturaleza
muerta cuidadosamente dorada y asimétrica , co
mo
los bodegones españoles , que es
la
escritura
de Lezama , pero donde los manjares y frutas de
la
península han sido sustituidos por la chisporrote
ante cornucopia insular, donde
el
quimbombó y
el
caimito,
la
guayaba y
el
mango desdibujan
la
geo
metría puntual y atenuada de las manzanas , im
pera la calidad de lo abrillantado , de lo confitado.
El
almíbar, alquimia simplona del azúcar nacional ,
lo dora y alcorza todo , empacando frutas y paste
les en una empalagosa capa de escarcha que con
el calor y los días se enturbia y adensa como un
espeso cristal. Pero este rasgo acaramelado no es
más que
el
sello de una conquista o apropiación
más vasta, en que Lezama reconoce
el
brío de la
gesta mambisa, los indicios de la independencia,
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Biblioteca
de
Mexico
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un atisbo de subversión:
.. la
arrogancia de
la
cocina española y la voluptuosidad y las sorpres
as
de
la
cubana , que parece española pero que
se
rebela en
1868 .'
No excluyo que las actuales frutas heladas, ple
nas
de
sus jugos intactos apenas cuajado el sor
bete y tapadas
con
sus propios
pen
achos,
qu
e con
trofeos aún sangrantes y menores, de caza fores
tal , amenizan las calles de Sceaux, reanuden, de
algún modo, la tradición festiva y barroca del
Castillo , que Colbert confió a Claude Perrault y
que
Le
Brun, asistido por Coysevox y Girardon,
iba a aligerar con sus flamígeros carros de
la
Aurora y una decoración de plafones insistente en
sus metáforas monárquicas. La Fedra de Racine,
referencia constante de Lezama, se representó
en
la
inauguración; más tarde, para una visita del
soberano y de Madame de Maintenon,
el
poeta
cortesano compuso el Idilio de Sceaux, celebra
ción aplicada de las victorias del Rey-Sol.
El
banquete que intenté ofrecer
al
maestro'
estaba pues tan esmaltado por los prodigios su
burbanos de
la
gastronomía como por las conno
taciones textuales de una época
el
clasicismo del
rigor métrico,
el
barroco
de
la imagen raciniana
que adquirió en
él al
categoría de
era,
esos perio
dos de la imaginación en que
el
hombre vive a ple
nitud una gran poesía '
. como no me acostumbré a viajar en
mi
juven
tud
..
. Está, la vida de Lezama, sellada por lo que
fue también
el
centro
de
su sistema político y títu
lo de
su
obra clave:
La fijeza.
Y
aún
más:
el
encie
rro una persistente inmovilidad, fobia de todo des
plazamiento: toda traslación adquiere un ritmo
histérico . Ese todo que se le presenta como un
barullo, como nubes acabalgadas , en una imagen
escenográfica de ópera estridente, es
la
posibili
dad de moverse, el potens para utilizar
su
expre
sión de la deriva , como
si
el cuerpo estuviera
fija-
do
por ataduras de inflexibilidad genética, a ciu-
Paradiso,
Era, México , 1968, cap. 1 p. 17.
2
A esto se
refiere la
Pág i
na sobr
e Lezama
t
que . con el manusc
rito
de una carta a su hermana Eloísa , constituye
la
contratapa de las
Cartas (1939-1976) ,
Orígenes,
Madrid, 1979. La carta que aquí
comento no
forma parte del volumen
es inédita
.
3
unque
la presencia
de
los clásicos franceses ,
entre ello
s la del
propio
Racine ,
impide que
este
periodo
se
incluya
,
si
nos
atenemos
a la estricta definición del término , entre
las
eras imaginarias:
.. El
con
vencimiento de que
la
imagen se expresaba
tan
to en
eras
imaginarias
. en periodos históricos, que
sin ofrecer
grande
s
poetas viv ían a plenitud una
gran
poesía . Desde VirgiHo hasta la
aparición del Dante no surgen grandes poetas; sin embargo, es
una época de gran poesia. Es el periodo de los merov
ing
ios
Europa entera se llena de conjuros y prodigios. El hombre del
pueblo está convencido de que Cario Magno ha conquistado
Zaragoza cuando tenía 22 años, como los hombres del Antiguo
Testamento, empiezan las peregrinaciones y la constru
cc ión
en
piedra de los grandes símbolos.
[ a
imagen como fundamento
poético der mundo, por Lol6 de
la
TorMente , en Bohemia (¿hacia
1960). El sUbrayado es mío.]
dad familiar, círculo intermedio entre
la
legendaria
casa materna y la fiesta innombrable de
la
isla
natal.
Los
biógrafos de Lezama
no
hablan de viajes.
Armando Álvarez Bravo señala , no obstante,
en
1949, una corta estancia
en
México donde Le-
zama
en
contacto con
la
tierra firme, con el pai
saje americano,
amplía sus conceptos sobre este
cosmos, del que sólo conocía un aspecto, las
islas .' Luego,
en
1950, realiza
un
nuevo y breve
viaje, esta vez a Jamaica . Basándose en él y en la
anterior excursión , empieza a fraguar una teoría
sobre
la
expresión americana . Creo que a partir
de entonces a menos que Eloísa Lezama Lima
pueda modificar esta interpretación-, el área inti
midante,
la
región enemiga
de
todo desplaza
miento
se va
estrechando, reduciendo
al
territorio
asegurador que en
su
quehacer cotidiano baliza la
Madre, espacio marcado por su atención, como
si
la
respiración dificultosa de Lezama le impidiera
alejarse de la medida de ese otro soplo, de
un
ritmo ideal de contacto con el espacio y el aire,
garantía a
la
vez de supervivencia y sosiego.
Aunque en poemas como
El arco invisible de
Viña/es
dejó constancia de sus travesías por la
isla interrumpiendo el puro regodeo fonético de su
poesía con detalles tan realistas y minuciosos que
llegan a armar como
un
relato
el
muchacho ven
dedor de estalactitas, la botella llena de cocuyos
donde guarda los 10 céntimos que gana por cada
• Lezama m . Los grandes to
dos
Arca, Montevideo , 1968, presen·
tación y entrevistas por Armando varez Bravo.
9
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piedra y que coloca debajo de
la
almohada; su
hermano , saltimbanqui picassista ;
la
madre, que
abanica
la
puerta para alejar a una lagartija ;
la
her
mana que pasa sin hacer ruido , para no despertar,
antes de ir a visitar a
su
soldado: estampa de
la
familia guajira que rememora
en
su dibujo las de
Abela o Víctor Manuel-, Lezama no fue, ni siquie
ra, uno de esos viajeros insulares adictos -como
los de mi propia familia-
al
tren número uno, el
que recorría , a velocidades irrisorias, o indias, las
seis provincias, con paros vecinales que abarrota
ban los andenes.
Frecuentó , eso sí ,
en
Bauta, cerca de La Haba
na
, la
parroquia de Ángel Gaztelu, presbítero
miembro de
la
redacción de
Orígenes
en banque
tes dominicales, criollos florilegios de sobremesa
con sonetos siesteros, y también
en
las bodas y
bautizos de sus amigos, fiel , como
al
ritmo de las
estaciones,
al
regreso cíclico de las conmemora
ciones y rituales cristianos.'
Sin embargo, la voluptuosidad de saber, la mag
nitud de similitudes, de conexiones y referencias
que hilvana este hombre inmóvil son tales, que
asombran ,
ya en
los años treinta , a los primeros
viajeros con que va discutiendo su teología insular
y trazando las bases de su sistema poético a par
tir de
la
imagen como fundamento del mundo:
Juan Ramón Jiménez, con usted, amigo Lezama,
tan despierto, tan ávido, tan lleno, se puede seguir
Co
mo lo evoca , con el ac ierto que s610 otro miembro de
ígenes
podr
ia
lo
gr
ar Lorenzo Garcia Vega
en os años
de
O
ríg
en
es ,
Monte Av
i
a. C
ar
acas. 1979.
En
esta
mi
sma ca rta, al dar la metáfora de la alegria que le ca usa -
r
ía
rec
ibir
las obras completas de Baudelaire, Lezama evoca
un
a
pascua o
un
baut
izo
,
10
hablando de poesía siempre ; María Zambrano,
que escribe entonces su Cuba secreta verdadero
decálogo de Orígenes; el doctor Pittaluga, de
quien Lezama dice lo que más tarde la condes
cendiente sucesión de viajeros invitados por la
Revolución acuñará como la imagen del propio
Lezama: fue un caballero y un sabio ... Era un
estilo viviente, sabía citar un clásico o fumarse un
tabaco en una forma incomparable ; Luis Cer
nuda, Wallace Stevens , Karl Vossler ...
Pero como si a la fijeza física,
al
encierro insu
lar y doméstico correspondiera , por una ley de
identidad de antípodas,
la
suprema agilidad,
la
ful
guración de las asociaciones , la cultura de
Lezama lo abarca, con ese vistazo del león que es
uno de los atributos del Buda
al
nacer,
l mismo
tiempo todo.
Una simple página puede ensartar,
como en
un
espejismo semántico, el pitagorismo
improvisado y asimétrico, Le Corbusier,
un
cofre
alemán de relieves barrocos, un cuadro de Brue -
ghel, una mayólica con una limosnera argelina, un
pandero, el rococó Luis xv, Quentin
La
Tour,
el
Concilio de Trento, un carcaj escarlata ,
el
Greco,
Swedenborg, Boehme, Baudry, autor de un
bis-
cuit
para atenernos a las referencias explícitas,
pues
la
extensión de las connotaciones y bifurca
ciones abarcaría
la
totalidad enciclopédica .
Siempre que me encontré en algún sitio descrito
por Lezama
lo reconocí
a
partir
de
su descripción
a
tal punto es precisa lo que muy bien puede llamar
se su videncia. n monasterio tibetano, en
el
Hi
malaya, la sucesión verde y marchita de las arroce
ras ceilanesas, una cabeza antonina del Museo de
las Termas o
la
roseta de Notre Dame junto a
la
horizontal del río.
Toda
una metafísica es
la per-
cepción justa
-una
de las pautas búdicas, según el
discurso inaugural de Sarnath , en que Sakiamuni
señaló a gacelas y discípulos
la vía-
se podría deri
var de
la
agudeza visual lezamiana, de su desplie
gue y focalización de
la
vista antes de
la
mirada,
como
si
sólo
la
ausencia y lejanía del objeto real
-cuya
imagen mental contemplamos- permitiera
su
efecto de realidad
en
el
texto; toda una ciencia de
los signos: anular, obliterar, tachar
el
referente en la
distancia para que,
en la
pureza y desnudez del sig
nificado, nos dé acceso a
la
majestad
del
signifi
cante, a
la
compacidad de
la
letra. De all í, quizás,
el
rigor de Lezama en su fijeza, la persistencia, casi
moral , de
su
inmovilidad, como si las cosas, una
vez percibidas en
su
literalidad, fueran a desvane
cerse, como
si la
roseta de Notre Dame, contem
plada de cerca, fuera a reducir a
un
pitagorismo
improvisado y asimétrico ,
el
rigor incandescente de
sus cifras,
la
razón ardiente de los números, como
si
más allá de
la
cosa mentale
todas las cosas
se
degradaran y del ser, exterior a la imagen , no hubie-
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ra
más que simulacros o residuos de ser.
Lezama gustaba citar esta frase de Pascal: "Es
bueno ver y no ver, éste es precisamente el esta-
do de la naturaleza."
La poesía es potencia de conocimiento .
. itmo andantino." Hay, en el surgimiento de este
diminutivo, una epifanía de la lengua cubana.
Ninguna de las versiones del castellano en Amé-
rica
ha
sido más devota de lo minúsculo, de lo di-
minuto, como
si
las palabras torcidas o miniaturi-
zadas se prestaran de inmediato a un abarca-
miento total de la escucha, sonoro jardín japonés.
El
cariño
que
es el afecto más cubano linda con
la pulsión de achicar; la reducción divierte y fasci-
na, acerca. El cubano siempre tuvo una aversión
innata a lo monumental, que el
choteo
esa jarana
o irrisión inesperada, esa irrupción de lo paródico
y levemente grotesco, manifiesta en
la
primera
oportunidad. Cuántas frases de rancia oratoria, o
de un lirismo neblinoso y grosero, han quedado
ridiculizadas por una trompetilla, como enfrenta-
das con sus dobles siniestros, con las imposturas
pintarrajeadas de su presunción.
Juan Goytisolo señalaba cómo,
al
contrario de
lodos los países a lo largo de la historia, que han
considerado a sus guerras, cualesquiera que fue-
ran sus estragos reales, como catástrofes incon-
mensurables o prefiguraciones apocalípticas, Cu-
ba había bautizado a una de las suyas de "guerra
1
La c rt
que
comento
es
del21
de
julio
de
1969. Unos días después.
el 12 de agosto, Le
zama escribe a
su
hermana Eloísa hab lando esta
vez de una invitación de la UNESCO
que
le
hi
ciera César
Femández
Moreno poco
después
de la de
Seuil,
en que insiste en esta i m p o s i i ~
lidad de todo desplazamiento acorta drásticam ente su
posible
estan-
cia en ésta: en
mi
carta dice: quisiera estar un año por París y por
Madrid.
descansando
reponiéndome : en la de
El
oisa,
Lezama
Lima
dice:
piens
o estar una semana
en
París un mes
en
Madrid:'
Como te dije por
teléfono.
la UNESCO
me
ha invitado
a París para
su conversa torio sobre Gandhi. Me siento tan desolado, indolen-
te y abúlico , que lo que
en
otras épocas hubiera sido motivo de
gran
alegría, ahora
lo es de
hondas preocupaciones .
El
sentirse
solo, sin
familia ,
sin
respaldo ,
te va
debilitando
en
tal forma que
pierdes el
entusiasmo
la
decisión. María
Lu isa
me embulla y
creo,
si Dios quiere, que
el
viaje lo haremos, pero estos últimos
diez años han
sido
de tan hondas preocupa ciones, que
todo
se
nos ha
problematizado y
confundido. Si
hago
el viaje, pienso
estar
una
semana
en
Par
ís
y un mes
en
Madrid .
A
una
pregunta sobre los viajes, del Centro de Investigaciones
Literarias de La Habana, Lezama responde:
Es que hay viajes mas espléndidos: los que un hombre puede
in-
tentar por
los
corredores de
su
casa , yé
nd
ose del dormitorio
al
baño, desfilando entre parques librerías . ¿Para qué tomar
en
cuenta los med ios de transporte? Pienso
en
los aviones, donde
los viaje
ros
caminan sólo de proa a popa : eso no
es via
jar.
El
viaje
es
apenas
un
movimiento de la imaginación.
El viaje es
recono-
cer, reconocerse. es la pérdida de la niñez y la admisión de la
madurez. Goethe y Proust.
esos
hombres de inmensa diversidad.
no via jaron casi nunca. La
¡m go era
su
navio.
Yo
también:
casi
nunca he
salido de La
Habana.
Admito dos
raz
ones:
a cada sali·
da
. empeoran mis
bronqu ios.
además.
en el
centro
de todo
via
je
ha flotado siempre
el
recuerdo
de
la muerte
de
mi padre. Gide ha
dicho que toda
travesía es
un
pregusto de
la
muerte.
una
antici-
pación
del fin
. Yo
no viajo
:
por
eso
resucito
.
n l e r r o g a n d o
a Le-
zama
Lima . en
ecopifación de textos sobre
J L L
Casa
de
las
Américas,
La
Habana, 1970.]
chiquita". Subrayó también
el
gráfico impacto cari-
catural de
la
frase que sanciona toda fortuna des-
moronada, prestigio desmentido o público es-
carnio del héroe de ayer: "iSe
le
cayó
el
altarito "
Podía leerse, también,
la
página de Lezama, a
la
escucha de estas oscilaciones, como una partitura
de bruscos acordes mínimos, esos estrechamientos
y torsiones
de la
desinencia que esmaltan la lengua
cubana
con su
fiesta de miniaturas, como aceitadas
maquinarias barrocas siempre prestas a desplegar
su desfile de enanos socarrones, levantando los
pies, sonando sus chaquetines de monedas.
.. como nubes acabalgadas, pero después el
rayo de
la
gracia va operando ... " Escenografía
barroca, esplendente pedagogía del Concilio de
Trento que apela sin reservas a lo más eficaz, a lo
más explícitamente teatral para deslumbrar a los
fieles, para reunirlos en el cono luminoso que filtra
una Lucerna borrominesca, o bajo los ángeles re-
molineantes de un plafón de Pozzo, en un mismo
movimiento ascendente y helicoidal.
Todo
por lle-
gar a lo más verosímil, a lo más palpable: al mis-
terio encarnado. Todo por convencer.
..Usted, sin duda alguna, comprenderá mucho
de mis estados de ánimo. " Ojalá que
mi
vida, aun-
que sin el telas que animó la suya, llegue a confi-
gurar las suficientes simetrías y paralelismos , las
necesarias coincidencias y complicidades con
la
de Lezama, como para justificar esta "empatía .
"Volvamos a nuestros carneritos." Si mi descifra-
miento es justo del "dibujo mismo de la letra rizada
B
ibli
ote c a de
Méxi
co
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y caprichosa , como el borde orlado del clavel, flor
suya preferida, en aquella escritura que no parecía
necesitar de los signos de admiración ni de interro
gación para dejar señal de una apertura incontesta
ble, de una diferente vehemencia ,· no reconozco
esta expresión como frase idiomática cubana ni
recuerdo haberla oído en
mi
infancia. Tiene, sin
embargo,
el
tono de lo verosímil idiolectal. Pero qui
zá
sólo
se
trate de una formalidad de precedencia;
una frase idiomática, el saber anónimo
de
todos,
no
es más que la repetición, la imagen acuñada,
monedada y gastada por el uso, de
lo
que
un
día
fue, gracias a una leve alteración del lenguaje nor
mativo, el hallazgo de
un
poeta. Y viceversa.
Todo intermedio abriría una laguna en el centro
de la obra
.
Curiosa premonición, en lo temporal ,
de lo que será,
en
Oppiano Licario , la
estructura
formal : todo
el
relato gira en torno a una laguna ,
a una ausencia textual ; esa Súmula , clave pitagó
rica y suma gnoseológica del mundo, a
la
cual
nunca tenemos acceso, y que
un
ciclón y
un
perro,
igualmente infernales y oportunos, dispersan para
siempre. Una página en blanco, signo ilegible y
lacunario de la pérdida, interrumpe o centra- la
inconclusa suite de Paradiso.
... hará una pascua o
un
bautizo. Además de lo
ya
comentado la fidelidad de Lezama al festejo
de los rituales cristianos, su sentido católico y crio
llo de la celebración- cabe recordar la identidad
del destino poético de José Cemí con el del Cristo
como hijo. Ello es legible desde las primeras líne
as de Paradiso: Cemí pierde
la
respiración el
libro se desplaza desde esta arritmia hasta la
recuperación total del soplo: el ritmo hesicástico
de la poesía- ante los criados de la familia, metá
foras de la Trinidad ; define su vida, a partir de la
devoción a la Madre, como una encarnación o un
misterio, y finalmente es reconocido, por Oppiano
Licario, gracias a sus iniciales: J. C. o
El mundo sólo se mueve por el malentendido uni
versal, por el malentendido todo el mundo se pone
• Fina Garcia Marruz, Estación de gloria
,
en op. cit
.,
p. 278.
i Queda así para siempre borrado
el
libro que establece un relación
cósmica entre las excepciones de la naturaleza
y
las de la forma , la
Súmula, de la cual, arrancado
al
perro, Cemi rescata sólo un poema
que para nosotros se configura como un blanco en la página posi-
blemente Lezama pensó añadirlo al final de la redacción-; igualmen
te queda incompleto
el
libro que va a cerrar, con
Paradiso,
la funda
mentación insular por
al
imagen, la palabra genltora. Deriva en
el
rio,
espejeo en el agua, fluir sin fin, dispersión de la ceniza: cuerpo borra
do de los fundadores. ISevero Sarduy,
.
' Opplano Ucalio: el libro
que no podla concluir , en Vuelta, 18 de mayo de 1978, p 32, Y tam
bién en
Point otContact,
invierno, 1981, p. 123.)
Julio Ortega, Aproximaciones a
Paradiso
, Imagen,
1-15 e
enero
de 1969, núm. 40, suplemento, pp. 9-16. Recogido
n CIP-
cit., Casa
de las Américas.
de acuerdo. Porque si, por desgracia, todo el mun
do se comprendiera, no podría entenderse jamás.
No he encontrado, en la misma edición de las
obras completas de Baudelaire que envié a Leza
ma
,
la
cita exacta. Pero esa paradoja suscita una
lectura reactivada a la luz del psicoanálisis actl,lal ;
la
perennidad de
la
obra, como el prisma a que le
da vueltas Lezama para engarzar la frase, no se
ría más que esa posibilidad, siempre renovada, de
otra lectura, de otra refracción en
la
nítida arista,
en lo traslúcido de
la
otra cara, para que el rayo
de
la
escritura, en apariencia incoloro y unido, se
abra en el haz divergente del iris.
El lenguaje estructurado, informativo, ese que
con sus nudos y nexos nos constituye y precede,
sería
un
gran Otro falsamente eficaz, soporte que
bradizo del entendimiento y la comunicación , Si
nos atuviéramos a ese simulacro utilitario, a su
falaz garantía, no nos entenderíamos jamás. Sólo
las faltas, los defectos, los olvidos, los lapsus de
ese código permiten que aflore, a la superficie
compacta y como marmórea del lenguaje, la insi
nuación del sujeto, un vislumbre de verdadera
comunicación . De allí la escucha, como distraída y
ausente del analista, que no presta atención al
fárrago inoportuno del discurso constituido, a lo
que
el
analizante cree decir, sino al segundo, en el
umbral de lo perceptible, en que ese discurso bas
cula, se desdice, se interrumpe, vacila, cae.
En
el
fondo
, el locutor-auditor
ideal de Chomsky es
lo que
Lacan llama
en
otra
parte el sujeto -supues
to saber, el sujeto
supuesto
saber completamente
la
lengua
, el sujeto supuesto saber siempre
lo
que
dice , y este personaje,
único,
invariable, impecable,
del
que se debe decir
que
se
sueña,
no existe.
Entonces
, se ganaría algo en la consideración cien
tífica del
lenguaje si se partiera
de
esto
que
.
Lacan
formula muy
sencillamente, y que es una especie de
verdad primera se necesita cierto tiempo para
de
-
cirio pero es una verdad primera- y es
que
el malen-
tendido es
la
esencia de la comunicación. El error de
cierto número de ciencias que son legítimamente
ciencias es empero imaginar que lo bien entendido
es la esencia de la comunicación.
... una llanura de nieve. n Entre las constancias de
la poesía cubana, pacientemente repertoriadas por
Cintio Vitier, está, en una previsible paradoja, el frio,
lo helado, la nieve, esa constelación de valor y sen
tido se metaforiza en incoincidencia con la realidad,
ausencia de destino, insuficiencia para la comunión
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I
humana profunda, atmósfera de resent imiento y de
rencor, vida oculta, desamparo, desolación . '^
. . . ya san Agust ín ex ig ía que exis t iesen here
j es . . .
Act i tud, en e l esp lendor de su paradoja ,
muy cató l ica: e l pecado forma parte de l p lan
divi
no;
e l d ibu jo necesi ta , para destacar sus contor
nos y re l ieves -según la
doxa
med ieva l - , de la
sombra. S i san Agust ín , c i tado por Claudel , pro f ie
re e l e t íam peccafa -aun e l pecado s i rve a la g lo
r ia de Dios y a la redenc ión de l mu nd o- , c i tado por
Lezama parece más concern ido aún por e l mal ,
posible reminiscencia de la herejía que le dio fun
damento: e l dua l ismo maniqueo, que de l Mal hace
un principio tan act ivo como el Bien y ve, hasta en
la menor imagen de lo mani f iesto , un combate de
esos antagónicos. Como san Agust ín , que vat ic ina
que con la toma de Roma la Ant igüedad concluye,
que le ha tocado v iv i r e l crepúsculo de un saber y
hasta vaci la ante e l paganismo, así Lezama, en e l
desasosiego de los ú l t imos años, no de ja de evo
car la resaca de la babarie, al ver aniqui lada de
golpe la sociedad catól ica en que ha vivido y que
- a u n q u e a contracorriente: escr ib ió a l mar gen de
e l l a -
sustenta su lenguaje y su fe.
La here j ía que san Agust ín ex ige y rechaza es
la de Pelag io , asceta nacido en Gran Bretaña, f i ja
do en Roma, que a su paso por Áf r ica en 411
in tenta un d iá logo con é l . Como muchos re fug ia
dos i tal ianos sigue a Palest ina.
Los pe lag ianos, t ransformando e l cñst ian ismo
en pura mora l , sostuv ieron que lo esencia l para e l
hombre era la búsqueda de la v i r tud, y que éste
podía a lcanzar la -ya que no hay mal en sí - gra
c ias a su so la vo luntad. L legaron a conceder tan
poca importancia a l pecado or ig ina l que postu la
ron la inut i l idad de l baut izo. S an Agust ín a f i rmaba ,
a l cont rar io , que e l hombre no puede sa lvarse s in
la intervención de Dios, sin la gracia. De al l í quizás
que s ig los más tarde lo invocaran cont ra los jesuí
tas los adeptos de Port Royal . Éstos no creyeron,
como los maniqueos, en un mal absolu to a cuyo
combate debe de consagrarse e l hombre; no d i fe
r ían,
s in embargo, rad ica lmente de e l los: sostuv ie
ron que e l mal era tan fuerte que e l hombre no
podía l iberarse de él sin la gracia.
Una probable h is tor ia de Occidente podría te jer
se a part i r de esta cont rovers ia . Hasta entonces e l
cr is t ian ismo, como e l pensamiento de la Ant igüe -
dad ,
se sustentaba de exter ior idades, de leyes, de
pr inc ip ios y obediencias. A part i r de l momento en
que in terv iene la gracia , se p lantea también una
interrogación sobre el motor últ imo de toda posible
'· Cintio Vitier, Lo cubano en la Poesía. Universidad Central de las
Villas. 1958, p. 486.
ac c i ón :
el yo, el sujeto, o la fuerza exterior de la
g rac i a .
Comienza la vasta y tortuosa historia de la
in ter ior idad.
Una vert iente del pensamiento de la Edad Media,
y Descartes, der ivan pues de san Agust ín ; santo
Tomás, al contrario, se inscribe en un regreso y
recuperación de la Ant igüedad. En e l mismo en
que ,
exp l íc i tamente, surg i rán
Ulises
y
Paradiso
. . .este mundo se concier ta de desconcier tos , c ie
rra aquí, la célebre fras e de
El criticón,
la tríada que,
uniendo lo más distante y en apariencia disímil ,
Lezama, en el rayo del saber obl icuo, enmarca y
d ibu ja . Trivium
de la enajenación: alrededor de
Lezama, desde la época de la carta y hasta su
muerte, todo parecerá simulación y suave risa,
farsa d iscreta y genera l . Pero precisamente, gra
cias al consenso colect ivo de la apariencia, al
malentendido y e l desconcier to promulgados, casi
carnavalesca mente, a l rango de verdad , a l d iscurso
inf lado y vacuo aceptado como norma y código
mora l ,
la sociedad del simulacro funciona, sobrevi
ve ,
prospera incluso, como si en esa caída el hom
bre contemplara una imagen indolente y sin te/os
de su historia, una manifestación, aunque grotesca,
tan vál ida como las otras, de su posibilidad.
Por eso Bau dela i re tuvo que pedir ayuda a l de -
monio de la luc idez, especie de. . . [¿compendio?]
de la ena jen ación. No desci f ro con exact i tud la
pa labra que s igue a espec/e de , qu izá sea com
pen dio pero el rasg o inicial y el que sigu e a la
le t ra d son d iscut ib les. Pref iero , de todos modos,
que esta lectura de Lezama termine apelando, a
part i r de lo ausente como en
Oppiano Licario,
a
conv ergen cia y com pl ic idad de l lector. E l texto ger
mina m ás a l lá de la muerte , aun que sea en la
vac i
lac ión de una le t ra , en e l teorema de su sombra.
Son ya pocos los años que me quedan para sentir el
terrible encontronazo del más allá. Pero a todo
sobreviví, y he de sobrevivir también a la muerte.
Heidegger sostiene que el hombre es un ser para la
muerte; todo poeta, sin embargo, crea la resurrec
ción,
entona ante la muerte un hurra victorioso. Y si
alguno piensa que exagero, quedará preso de los
desastres, del demonio y de los círculos infernales.
Voces
2:
Lezama Lima, e d i ci ó n d e R a f a e l H u m b e r t o M o r e n o -
D u r a n , M o n t e s i n o s , B a r c e l o n a , 1 9 8 1 , p p .
3 3 - 4 1 .
Henri Marrou. Le pélagianisme . en Jean Deniélou y Henri Man-ou.
Nouvelle Histoire de l église. I. Des originies a Grégoire le Grand.
Seuil ,
Paris , 1963. pp. 450-459.
Interrogando a Lezama Lima , Centro de Investigaciones Litera
rias, en op cit.. Casa de las Americas. La Haba na, 1970.
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DIÁLO G O POÉTICO
OCTAVIO PAZ
R
EFUTACiÓN
DE
LOS
ESPEJOS
Nunca nos vimos
yo le
enviaba mis libros y
él
los
suyos nos escribíamos a veces nos tratamos
sie mpre de usted.
Leí
su
nombre por primera vez hace más
de
cin-
cuenta años en Espuela de plata hoja de poesía.
¿A quién espoleaba esa espuela? Caballito de
palo caballo de ajedrez caballito del diablo
ve
loz zumbido azul montado por
un
jinete que
segaba jardines de tinta con un largo silbido.
El jinete desmontó y alzando el yelmo de yedra
descubrió un rostro hecho de ca torce letras:
yo
vi
entre los chopos líquidos de las eles y los
montes magnéticos de las emes
rodeado de vocales -sólo faltaba
la
u caracol de
la
melancolía ciervo enamorado de
la luna-
a José Lezama Lima apoyado en
su va ra
poli-
glota pastor de imágenes.
Me
mostró un pobre cemento de corazón de león
y me dijo : a un puente un gran puente no se le ve
Desde entonces cruzo puentes que va n de aquí
a allá de nunca a siempre
desde entonces ingeniero de aire construyo
el
puente inacabable entre lo inaudible y lo invisible.
Nos tratábamos de usted pero ahora al leer en
xerox
el
manuscrito de Fragmentos a su imán
lo
tuteo .
Tú no
me oyes
ya
tú
eres silencio más allá de
sentido y sin sentido tú estás más acá de silencio
y de ruido
no obstante puesto que has escrito: sólo existen
el bien
la
ausencia
tú
existes y
te
tuteo .
Si el Agua ígnea demuestra que la imagen exis
tió antes que el hombre
tú
eres
ya tu
Imagen.
Has vuelto a ser
lo
que fuiste antes de ser José
Lezama Lima:
el
bien y
la
ausencia
en
una sola
imagen.
Tú dices que
lo
lúdico es lo agónico y yo digo que
lo
lúdico es lo lúcido y por eso
José Lezama Lima. Fragmentos a u imán poema prólogo de Oc
ta vio Paz. Edi
ci
ones Era. S. A . México. 1978. 168 pp
.
en
este juego de las apariciones y las desapari-
ciones que jugamos sobre
la
tierra
en
este ensayo general del
Fin
del Mundo que es
nuestro siglo
te
veo:
estás sentado en una silla hecha de una sola
nube de metal polisemia arrancado a
la
avaricia del
diccionario
y tus ojos contemplan tu poema -¿o es tu poema
el
que contempla las visiones de tus ojos?
-sea
lo
uno o
lo
otro
te
veo: teatro de las meta-
morfosis cámara de las transformaciones templo
del triple Hermes.
Por
tu
cuerpo corren las sustancias enamoradas
de
su
forma giran los elementos en busca de
su
imagen
perpetuas revoluciones del lenguaje que sólo
habita
la
forma que
in
ve
nta para devorarla y seguir
girando.
Sí tú
eres
la
gran boa de
la
poesía de nuestra
lengua que
al
enroscarse en sí misma se
ince
ndia
y
al
incendiarse asciende como
el
carro de lla-
mas del profeta y
al
tocar
el
ombligo del cielo
se precipita como
el
joven Faetonte
el
avión ful-
minado del Sueño de Sor Juana.
Sí tú eres el pájaro que perfecciona el dicciona
rio y que plantado sobre
la
piedra de las etimolo-
gías
canta -¿y qué dice
su
canto? Dice: cuacuá cua-
cuá
-lo
lúcido es
lo
lúdico y
lo
lúdico es
lo
agónico.
Sí tú
eres como
el
gato de
la
bruja de Michelet
el lugarteniente de los participios en
la
noche llena
de esdrújulos.
Sí tú eres el guardián del Spermatikos Lagos y
lo preservas como
tu
maestro Carpócrates de
la
tiranía del cosmócrata.
Los espejos repiten
al
mundo pero tus ojos lo
cambian: tus ojos son
la
crítica de los espejos: creo
en
tus ojos.
Aunque no esperas a nadie insistes en que al -
guien tiene que llegar. ¿alguien o algo quién o
qué?
4
Bibli oteca
de
Mexico
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Preguntas al muro y
el
muro
no
responde y tú ras
cas al muro hasta que sangra y muestra su vacío:
ya tienes la
compañía insuperable el
pequeño
hueco donde cabes tú con tus Obras Completas y
tus fantasmas.
Ese agujero
no
es
el
espejo que devuelve tu ima
gen ; es el espejo que
te
vuelve Imagen
aquel o aquello que fuiste antes de ser José
Lezama Lima pastor entre jardines de eles y colinas
de emes.
Ya
entraste en
el espejo que camina hacia noso
tros
el espejo vacío de
la
poesía
contradicción e las contradicciones ya estás en
la
casa de las semejanzas
ya
eres a los pies del Uno sin cesar de ser otro
idéntico a
ti
mismo.
Es el
ciervo que ve en las respuestas del río
a la sierpe
el
deslizarse naturaleza
con escamas que convocan
el
ritmo inaugural.
Nombrar y hacer el nombre en la ceguera palpatoria.
La voz ordenando con
la
máscara a los reyes de
Grecia
la
sangre que
no se
acostumbra a la tenaza noctumal
y vuelve a
la
primigenia esfera en remolino .
El sacerdote dormido en la terraza
despierta en cada palabra que flecha
a la perdiz caída en su espejo de metal.
El movimiento de la palabra
en el instante del desprendimiento que comienza
a desfilar
en
la cantidad resistente
José Lezama Lima: qué pocos son capaces
e
pe- en
la
posible ciudad creada
dir como tu amigo Víctor Manuel un regalo para
regalarlo.
Yo lo he imitado y te pedí
un
manojo de frases:
te
las regalo para que te reconozcas
no en
el
que escribió esas frases
sí
no en aquel
tú-mismo en que ellas te han convertido.
México
D.
F
a 29 de abril de 1978
JOSÉ LEZAMA LIMA
OCT VIO P Z
En
el
chisporroteo del remolino
el
guerrero japonés pregunta por
su
silencio
le responden en el descenso a los infiernos
los huesos orinados con sangre
de la furiosa divinidad mexicana.
El mazapán con las franjas del presagio
se
iguala con
la
placenta de la vaca sagrada.
El Pabellón de la vacuidad oprime una brisa alta
y
la convierte en un caracol sangriento.
En Rio
el
carnaval tira de la soga
y aparecemos en la sala recién iluminada.
En
la
Isla de San Luis
la
conversación
serpiente que penetra
en el
costado como
la
lanza
hace visibles los faroles de la ciudad tibetana
y llueve como un árbol en los oídos.
El murciélago trinitario
extraño sosiego en la tau insular
con
su
bigote lindo humeando.
Todo
aquí y allí en acecho.
para los moradores increados pero ya respirantes.
Las danzas llegaron con sus disfraces
al
centro del bosque pero ya el fuego
había desarraigado
el
horizonte.
La
ciudad dormida evapora su lenguaje
el incendio rodaba como agua
por los peldaños de los brazos .
La nueva ordenanza indescifrable
levantó
la
cabeza del náufrago que hablaba.
Sólo
el
incendio espejeaba
el
tamaño silencioso del naufragio.
Marzo y
1971
5
iblioteca de éx i
co
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JOSÉ LEZAMA
LIMA
POEMAS
6
Aibliot .,c;I
p
Mpxieo
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~
ibujo de Wilfredo Lam
DE FR GMENTOS
SU
IM N
DISCORDI S
De
la
contradicción de las contradicciones
la
contradicción de la poesía
obtener con
un
poco de humo
la
respuesta resistente de
la
piedra
y volver a la transparencia del agua
que busca
el
caos sereno del océano
dividido entre una continuidad que interroga
y una ínterrupción que responde
como
un
hueco que se llena de larvas
y allí reposa después una langosta .
Su
ojos trazan
el
carbunclo del círculo
las miasmas langostas con ojos de fanal
conservando la mitad en el vacío
y con la otra arañando en sus tropiezos
el
frenesí del fauno comentado.
Contradicción primera: caminar descalzo
sobre las hojas entrecruzadas
que tapan las madrigueras donde
el
sol
se borra como la cansada espada
que corta una hoguera recién sembrada.
Contradicción segunda: sembrar las hogueras.
Última contradicción : entrar
en el espejo que camina hacia nosotros
donde se encuentran las espaldas
y en la semejanza empiezan
los ojos sobre los ojos de las hojas
la contradicción de las contradicciones.
La contradicción de la poesía
se
borra a
sí
misma y avanza
con cómicos ojos de langosta.
Cada palabra destruye su apoya tura
y traza
un
puente romano secular.
Gira
en
torno como
un
delfín
caricioso y aparece
indistinto como una proa fálica .
Restriega los labios que dicen
la
orden de retirada .
Estalla y los perros del trineo
mascan las farolas en los árboles.
De la contradicción de las contradicciones
la contradicción de la poesía
borra las letras y después respíralas
al amanecer cuando
la
luz te borra .
Di ciembre y 97
1937)
Dibujo de Amelia Peláez
7
Biblioteca de
México
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MARíA
ZAMBRANO
María se nos
ha
hecho tan transparente
que la vemos
al
mismo tiempo
en Suiza en Roma o en La Habana.
Acompañada de Araceli
no le teme
al
fuego
ni
al
hielo.
Tiene los gatos frígidos
y los gatos térmicos
aquellos fantasmas elásticos de Baudelaire
la miran tan despaciosamente
que María temerosa comienza a escribir.
La he oído conversar desde Platón hasta Husserl
en días alternos y opuestos por el vértice
y terminar cantando un corrido mexicano.
Las olitas jónicas del Mediterráneo
los gatos que utilizaban la palabra como
que según los eg ipcios unía todas las cosas
como una metáfora inmutable
le hablaban al oído
mientras Arace li trazaba un circulo mágico
con doce gatos zodiacales
y cada uno esperaba su momento
para salmodiar l libro de los muertos.
María es ya para mí
como una sibi
la
a la cual tenuemente nos acercamos
creye
nd
o oír
el
centro de la tierra
y el cielo de empíreo
que está más allá del cie lo visible .
Vivirla sentirla llegar como una nube
es como tomar una copa de v ino
y hundirnos en su
légamo.
Ella todavía puede despedirse
abrazada con Araceli
pero siempre retorna como una luz temblorosa .
Marzo y 1975
Grabado de Diago
1945)
8
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DE
N MIGO RUMOR
AH
QUE TÚ ESCAPES
h que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
h mi amiga que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada
que va mojando sus puntas en otra estrella
enemiga.
h si pudiera ser cierto que a la hora del baño
cuando en una misma agua discursiva
se
bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes serpientes de pasos brev
es
de pasos
evaporados
parecen entre sueños sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
h mi amiga
si
en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado
la
estatua que nos podía
acompañar
pues el viento el viento gracioso
se
extiende como
un
gato para dejarse definir.
UNA OSCURA
PRADERA
ME CONVIDA
Una oscura pradera me convida
sus manteles estables y ceñidos
giran en mí en
mi
balcón se aduermen.
Dominan
su
extensión
su
indefinida
cúpula de alabastro se recrea.
Sobre las aguas del espejo
breve la voz en mitad de cien caminos
mi memoria prepara
su
sorpresa :
gamo en
el
cielo rocío llamarada.
Sin sentir que me llaman
penetro
en
la pradera despacioso
ufano en nuevo laberinto derretido.
Allí se ven ilustres restos
cien cabezas cornetas mil funciones
abren
su
cielo
su
girasol callando
Extraña la sorpresa en este cielo
donde sin querer vuelven pisadas
y suenan las voces en su centro henchido
Una oscura pradera va pasando
Entre los dos viento o fino papel
el
viento herido viento de esta muerte
mágica una y despedida.
Un pájaro y otro ya no tiemblan.
• José Lezama Urna oes ía complet Instituto del libro La abana .
Cuba 1970 468 pp.
V
J O S E
L E Z A M A
L I M A
P O E S A COMPLE: :TA
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DE L
FIJEZ
PENSAMIENTOS EN
LA
HABANA
Porque habito un susurro como
un
velamen
una tierra donde el hielo es una reminiscencia
el fuego no puede izar un pájaro
y quemarlo en una conversación de estilo calmo.
Aunque ese estilo no me dicte
un
sollozo
y
un
brinco tenue
me
deje vivir malhumorado
no he de reconocer la inútil marcha
de una máscara flotando donde yo no pueda
donde yo no pueda transportar
el
picapedrero o
el
picaporte
a los museos donde se empapelan los asesinatos
mientras los visitadores señalan
la
ardilla
que con el rabo se ajusta las medias.
Si un estilo anterior sacude el árbol
decide
el
sollozo de dos cabellos y exclama:
y
soul is not in an ashtray
Cualquier recuerdo que sea transportado
recibido como una galantina de los obesos
embajadores de antaño
no nos hará vivir como
la
silla rota
de la existencia solitaria que anota la marea
y estornuda en otoño
y
el tamaño de una carcajada
rota por decir que sus recuerdos están
recordados
y sus estilos los fragmentos de una serpiente
19
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Méxi
co
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que queremos soldar
sin
preocuparnos de
la
intensidad de sus ojos.
Si alguien nos recuerda que nuestros estilos
están ya recordados;
que por nuestras narices no escogita un aire sutil
sino que el Eolo de las fuentes elaboradas
por los que decidieron que el ser
habitase
en
el hombre
sin
que ninguno de nosotros
dejase caer
la
saliva
de
una decisión bailable
aunque presumimos como los demás hombres
que nuestras narices lanzan un aire sutil.
Como sueñan humillarnos
repitiendo día y noche con
el
ritmo
de la
tortuga
que oculta
el
tiempo
en su
espaldar:
ustedes no decidieron que el ser habitase en el
hombre;
vuestro Dios
es
la
luna
contemplando como una balaustrada
al ser entrando
en
el hombre.
Como quieren humillarnos
le
decimos
fhe chief o fhe fribe descended the sfaircase.
Ellos tienen unas vitrinas y usan unos zapatos.
n esas vitrinas alternan el maniquí con el
quebrantahuesos disecado
y todo
lo
que
ha
pasado por
la
frente del hastío
del búfalo solitario.
Si no miramos la vitrina charlan
de
nuestra insuficiente desnudez que no vale una
estatuilla de Nápoles.
Si
la atravesamos y
no
rompemos los cristales
no subrayan con gracia que nuestro hastío puede
Pintura de René Portocarrero
2
quebrar el fuego
y nos hablan del modelo viviente y de
la
parábola
del quebrantahuesos.
Ellos que cargan con sus maniquíes a todos los
puertos
y que hunden en sus baúles
un
chirriar
de vultúridos disecados .
Ellos no quieren saber que trepamos por las
raíces húmedas del helecho
donde
hay dos hombres frente a una mesa; a
la
derecha
la
jarra
y el pan acariciado-
y que aunque mastiquemos su estilo
we don f choose our shoes in a show-window.
l caballo relincha cuando hay
un
bulto
que se interpone como un buey de peluche
que impide que el río le pegue en el costado
y se bese con las espuelas regaladas
por una sonrosada adúltera neoyorquina.
l caballo no relincha
de
noche;
los cristales que exhala por su nariz
una escarcha tibia de papel;
la
digestión
de
las espuelas
después de recorrer sus músculos encristalados
por un sudor
de
sartén.
l buey de peluche y
el
caballo
oyen
el
violin pero
el
fruto no cae
reventado
en su
lomo frotado
con un almíbar que no es nunca el alquitrán.
l caballo resbala por el musgo
donde hay una mesa que exhibe las espuelas
pero
l
oreja erizada de
l
bestia no descifra.
La
calma con música traspiés
y ebrios caballos de circo enrevesados
donde la aguja muerde porque no hay
un
leopardo
y
la
crecida del acordeón
elabora una malla de tafetán gastado.
Aunque
el
hombre no salte suenan
bultos divididos en cada estación indivisible
porque
el
violín salta como
un
ojo.
Las inmóviles jarras remueven
un
eco cartilaginoso:
el vientre azul del pastor
se muestra en una bandeja de ostiones.
n ese eco del hueso y de
la
carne brotan unos
bufidos
cubiertos por
un
disfraz
de
telaraña
para el deleite
al
que se le abre una boca
como
la
flauta de bambú elaborada
por los garzones pedigüeños.
Piden una cóncava oscuridad
donde dormir rajando insensibles
el
estilo del vientre de
su
madre.
Pero mientras afilan un suspiro de telaraña
dentro de una jarra de mano en mano
e/ rasguño en /a tiorba no descifra.
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Indicaba unas molduras
que
mi
carne prefiere a las almendras.
Unas molduras ricas y agujereadas
por la mano que las envuelve
y le riega los insectos que
la
han de acompañar.
y
esa espera esperada en la madera
por
su
absorción que no detiene el jinete .
mientras no unas máscaras los hachazos
que no llegan a las molduras
que no esperan como un hacha o una máscara
sino como
el
hombre que espera en una casa de
hojas.
Pero al trazar las grietas de la moldura
y al perejil y al canario haciendo gloria
rétranger nous demande le ga l;on maudit.
l
mismo almizclero conocía la entrada
el hilo de tres secretos
se continuaba hasta llegar a la terraza
sin ver el incendio del palacio grotesco.
¿Una puerta se derrumba porque el ebrio
sin
las botas puestas le abandona su sueño?
Un sudor fangoso caía de los fustes
y las columnas se deshacían en
un
suspiro
que rodaba sus piedras hasta el arroyo.
Las azoteas y las barcazas
resguardan el líquido calmo y el aire escogido ;
las azoteas amigas de los trompos
y las barcazas que anclan en
un
monte truncado
ruedan confundidas por una galantería disecada
que sorprende
l hilandería y al reverso del ojo enmascarados
tiritando juntos.
Pensar que unos ballesteros
disparan a una urna cineraria
y que de la urna saltan
unos pálidos cantando
porque nuestros recuerdos están ya recordados
y rumiamos con una dignidad muy atolondrada
unas molduras salidas de la siesta picoteada del
cazador.
Para saber si la canción es nuestra o de la noche
quieren darnos un hacha elaborada en las fuentes
de Eolo.
Quieren que saltemos de esa urna
y quieren también vernos desnudos.
Quieren que esa muerte que nos han regalado
sea la fuente de nuestro nacimiento
y que nuestro oscuro tejer y deshacerse
esté recordado por el hilo de la pretendida .
Sabemos que el canario y el perejil hacen gloria
y que
l
primera flauta se hizo de una rama robada .
Nos recorremos
y ya detenidos señalamos la urna y a las palomas
Dibujo de Mariano
grabadas en el aire escogido.
Nos recorremos
y
la
nueva sorpresa nos da los amigos
y
el
nacimiento de una dialéctica :
mientras dos diedros giran mordisqueándose .
el agua paseando por los canales de los huesos
lleva nuestro cuerpo hacia el flujo calmoso
de la tierra que no está navegada
donde un alga despierta digiere incansablemente
a un pájaro dormido.
Nos da los amigos que una luz redescubre
y
la
plaza donde conversan sin ser despertados.
De aquella urna maliciosamente donada
saltaban parejas contrastes y la fiebre
injertada en los cuerpos de imán
del paje loco sutilizando el suplicio lamido.
Mi
vergüenza los cuernos de imán untados de
luna fría
pero el desprecio paría una cifra
y ya sin conciencia columpiaba una rama.
Pero después de ofrecer sus respetos
cuando bicéfalos mañosos correctos
golpean con martillos algosos
el
androide tenorino
el j f de l tribu descendió la escalinata.
Los abalorios que nos han regalado
han fortalecido nuestra propia miseria
pero como nos sabemos desnudos
el ser se posará en nuestros pasos cruzados.
y
mientras nos pintarrajeaban
para que saltásemos de la urna cineraria
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Méx
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sabiamos que como siempre el viento rizaba las
aguas y unos pasos seguian con fruición nuestra
propia miseria.
Los pasos huian con las primeras preguntas del
sueño.
Pero
el
perro mordido por luz y por sombra
por rabo y cabeza;
de luz tenebrosa que
no
logra grabarlo
y de sombra apestosa; la luz no lo afina
ni lo nutre la sombra; y así muerde
la luz y el fruto la madera y la sombra
la mansión y el hijo rompiendo el zumbido
cuando los pasos se alejan y
él
toca
en el
pórtico.
Pobre rio bobo que no encuentra salida
ni las puertas y hojas hinchando
su
música.
E
sc
ogió doble contra sencillo los terrones malditos
pe
ro
yo no escojo mis zapatos
en
una vitrina
l perderse
el
contorno en la hoja
el
gusano revisaba oliscón
su
vieja morada;
al
morder las aguas llegadas
al
rio definido
el
colibri tocaba las viejas molduras.
El vial in de hielo amortajado en la reminiscencia .
El pájaro mosca destrenza una música y ata una
música .
Nuestros bosques no obligan el hombre a perderse
el
bosque
es
para nosotros una serafina
en la
reminiscencia .
Cada hombre desnudo que viene por
el
rio
en la corriente o
el
huevo hialino
nada
en
el aire si suspende el aliento
y extiende indefinidamente las piernas.
La boca de la carne de nuestras maderas
quema las gotas rizadas.
El
aire escogido
es
como
un
hacha
para
la
carne de nuestras maderas
y
el
colibrí las traspasa .
Mi espalda
se
irrita surcada por las orugas
que mastican un mimbre trocado en pez centurión
pero yo continúo trabajando la madera
como una uña despierta
como una serafina que ata y destrenza
en
la
reminiscencia.
El
bosque soplado
desprende
el
colibrí del instante
y las viejas molduras.
Nuestra madera es
un
buey de peluche;
el
estado ciudad es hoy
el
estado y un bosque
pequeño.
El
huésped sopla
el
caballo y las lluvias también.
El
caballo para
su
belfo su cola por la serafina
del bosque;
el
hombre desnudo entona su propia miseria
el pájaro mosca lo mancha traspasa.
Mi alma no está en
un
cenicero
Dibujo de Rene Portocarrero
DE POEM S
NO PUBLIC DOS
EN
LIBRO
OD
JULlÁN
DEL
C S L
Déjenlo verdeante que se vuelva;
permitid e que salga de la fiesta
a la terraza donde están dormidos.
A
los dormidos los cuidará quejoso
fijándose como se agrupa la mañana helada.
La errante chispa de
su
verde errante
trazará círculos frente a los dormidos
de la terraza la seda de su solapa
escurre el agua repasada del tritón
y otro tritón sobre su espalda en polvo.
Dejadlo que se vuelva mitad ciruelo
mitad piña laqueada por la frente.
Déjenlo que acompañe sin hablar
permitid e blandamente que se vuelva
hacia el frutero donde están los osos
con el plato de nieve o el reno
de
la
escribania con
su
manilla de ámbar
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por la espalda. Su tos alegre
espolvorea la máscara de combatientes japoneses.
Dentro de
un
dragón de hilos de oro
camina ligero con los pedidos de la lluvia
hasta la Concha de oro del Teatro Tacón
donde rígida
la
corista colo
ca
rá
sus flores
en
el
pi
co del cisne
como la mulata de los tres gritos en el vodevi l
y
los
neoclásicos senos martillados por la pedanter ia
de Clesinger. Todo pasó
cuando
ya
fue pasado pero también pasó
la aurora con su punto de nieve.
Si lo tocan chirrían sus arenas;
si lo mueven el arco iris rompe su s cenizas.
Inmóv il en
la
brisa sujetado
por el brillo de las arañas verdes.
Es un
vaho que
se
dobla en
la
s venta
na
s.
Trae la carta funeral del ópalo .
Trae
el
pañuelo de opopónax
y gu quejumbrosa a la visita
sin sentarse apenas con muchos
quédese quédese
que
se
acercan para llorar en
su
sonido
como los sillones de mimbre de las ruinas del
ingenio
en
cuyas ruinas se quedó para siempre el ancla
de su infantil chaqueta marinera .
Pregunta y no espera la respuesta
lo tiran de la manga con trifolias de ceniza .
Están frías las amadas florecillas.
Frías están sus manos que no acaban
aprieta las manos con sus manos frías.
Sus manos no están frías frío es
el
sudor
que lo detiene en su visita a la corista.
Le entrega las flores y el maniquí
se
rompe en las baldosas rotas del acantilado.
Sus manos frías avivan las arañas ebrias
que van a deglutir
el
maniquí playero .
Cuidado sus manos pueden avivar
la
araña fría y
el
maniquí de las coristas.
Cuidado
él
sigue oyendo como evapora
la propia tierra maternal
compás para el espacio coralino.
Su tos alegre sigue ordenando el ritmo
de nuestra crecida vegetal
al
extenderse dormido.
Las formas en que utilizaste tus disfraces
hubieran logrado influenciar a Baudelaire.
El
espejo que unió a la condesa de Fernandina
con Napoleón Tercero no te arrancó
las mismas flores que le llevaste a la corista
pues allí viste el eleph negro en lo alto del surtidor.
Cronista de la boda de Luna de Copas
con
la
Sota de Bastos. tuviste que brindar
con ch mp gne gelé por los sudores frias
de tu medianoche de agonizante.
Los dormidos en la terraza
que
tú tan
sólo los tocabas quejumbrosamente
escup ian sobre el tazón que tú le llevabas a los
cisnes.
No respetaban que tú le habías encristalado la
te rraza
y llevado el menguante de la liebre al espejo .
Tu s disfraces como el almirante samurai
que tapó la escuadra enemiga con un abanico
o el monje que
no
sabe qué espera en El Escorial
hubieran p
ro
ducido otro escalofrío en
Ba
udelai r
e.
Sus s
om
bríos rasguñ os exagramas chinos en tu
sangre
se iguala
ba
n con la influencia que tu vida
hu
biera dejado en Baudelair
e
como lograste aluc
in
ar al Sileno
con ojos de sa po y diamante frontal.
Los fantasma s re sinosos los gato s
que dormían en el bols
ill
o de
tu
chaleco
es
trellado
se embriagaban con
tu
s
oj
os verdes.
Desde entonces el mayor gato el peligroso
genuflexo
no ha vuelto a ser acariciado.
Cuando
el
gato termine la madeja
le gusta
rá
jugar con tu cerquill
o
como las estrías de la tortuga
no
s dan
la
hoja precisa de nuestro fin .
Tu calidad cariciosa
Dibujo de Re ne Portocarrero
3
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que colocaba un sofá de mimbre
en
una estampa
japonesa
el sofá volante como los paños de fondo
de los relatos hagiográficos
que vino para ayudarte a morir.
El mail coach con trompetas
acudido para despertar a los dormidos de la
terraza
rompía
tu
escaso sueño
en la
madrugada
pues entre
la
medianoche y el despertar
hacías tus injertos de azalea con araña fría
que engendraban los sollozos de la Venus
Anadyomena
y el brazalete robado por el pico del alción.
Sea maldito
el
que se equivoque y te quiera
ofender riéndose de tus disfraces
o de
lo
que escribiste
en a
Caricatura
con tan buena suerte que nadie
ha
podido
encontrar
lo
que escribiste para burlarte
y poder comprar la máscara japonesa.
Cómo se deben haber reído los ángeles
cuando saludabas estupefacto
a la marquesa Polavieja que avanzaba
hacia ti para palmearte frente
al
espejo.
Qué horror debes haber soltado un lagarto
sobre
la
trifolia de una taza de
té
Haces después de muerto
las mismas iniciales ahora
en el mojado escudo de cobre de la noche
que comprobaban al tacto
la trigueñita de los doce años
y
el
padre enloquecido colgado de un árbol.
Sigues trazando círculos
en
torno a los que se pasean por la terraza
la chispa errante de
tu
errante verde.
Todos sabemos ya que no era tuyo
el falso terciopelo de
la
magia verde
los pasos contados sobre alfombras
la daga que divide las barajas
para unirlas de nuevo con tizne de císnes.
No era tampoco tuya la separación
que la tribu de malvados
te
atribuye
entre el espejo y el lago.
Eres
el
huevo de cristal
donde el amarillo está reemplazado
por el verde errante de tus ojos verdes.
Invencionaste un color solemne
guardamos ese verde entre dos hojas.
El
verde de la muerte.
Ninguna estrofa de Baudelaire
puede igualar el sonido de tu tos alegre.
Podemos retocar
pero en definitiva lo que queda
4
es la forma en que hemos sido retocados.
¿Por quién?
Respondan la chispa errante de tus ojos verdes
y
el
sonido de tu tos alegre.
Los frascos de perfume que entreabriste
ahora
te
hacen salir de ellos como
un
homúnculo .
ente de imagen creado por la evaporación
corteza
del
árbol donde Adonai
huyó del jabalí para alcanzar
la resurrección de las estaciones.
El
frío de tus manos
es nuestra franja de la muerte
tiene la misma hilacha de la manga
verde oro del disfraz para morir
es
el
frío de todas nuestras manos.
A pesar del frío de nuestra inicial timidez
y del sorprendido
en
nuestro miedo final
llevaste nuestra luciérnaga verde
al
valle de
Proserpina.
La misión que te fue encomendada
descender a las profundidades con nuestra chispa
verde
la quisiste cumplir de inmediato y por eso
escribiste:
ansias de aniquilarme sólo siento.
Pues todo poeta se apresura sin saberlo
para cumplir las órdenes indescifrables de Adonai.
Ahora ya sabemos el esplendor de esa sentencia
tuya
quisiste levar el verde de tus ojos verdes
a
la
terraza de los dormidos invisibles.
Ilustración de René Portocarrero
1949)
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Por eso aqui y alli con los excavadores
de la
identidad
entre los reseñadores y los sombrosos
abres
el
quitasol de un inmenso Eros.
Nuestro escandaloso cariño
te
persigue
y por eso sonríes entre los muertos .
La muerte de Baudelaire balbuceando
incesantemente: Sagrado nombre Sagrado nom-
bre
tiene
la
misma calidad de
tu
muerte
pues habiendo vivido como un delfin muerto de
sueño
alcanzaste a morir muerto de risa .
Tu
muerte podía haber influenciado a Baudelaire .
Aquel
que entre nosotros dijo:
ansias de aniquilarme sólo siento
fue
tapado por
la
risa como una lava.
qu
é compañía
la
chis
pa
errante de su errante
ve
rde
mitad cirue
lo
y mitad piñ a laqueada por
la
frente.
RETR TO DE DON FR NCISCO DE QUEVEDO
Sin dientes pero c
on
dientes
como sierra y a
la
noche no cierra
el
negro terciopelo que lo entierra
entre
el
clavel y
el cl
avón crujiente.
Bailados sueños y las jácaras molientes
sacan
el
vozarrón Santiago de la tierra .
Noctámbulo tizón traza
en
vuelo ardientes
elipses en Nápoles donde
el
agua yerra.
Muérdago en semilla hinchado por la brisa
n
esas ruinas cubierto por la muerte risota en
el
infierno el tiburón quemado
ahora reaparece
el
cigarrillo que entre tus dedos escamas suelta tonsurado yerto.
se quemaba
la
chispa con
la
que descendiste
al lento oscuro de la terraza helada.
Permitid que se vuelva ya nos mira
n
el
fin de los fines ¿qué es esto ?
Roto maíz entuerto en el faisán barniza
y
en
la horca se salva encaramado.
5
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Sólo
lo
difícil es estimulante
escribió José Lezama Lima
(1910-1976) al inicio
de
uno
de
sus libros; y,
en
efecto, pocas
obras
más
difíciles y
más
estimu
lantes hay
en la
literatura latinoa
mericana como
la
suya propia.
Obra compleja , oscura y brillante,
cuya desmesurada empresa
cuestiona
las
nociones estableci
das del acto literario para propo
nerse el diseño insólito de una
li-
teratura capaz de reformular
nuestra misma experiencia
de lo
real.
Po cas veces la literatura
nuestra
ha
emprendido una
aventura poética como esta que
Lezama Lima
se
propuso. Em
presa radical, que dicta sus pro
pias reglas, que se muestra en el
proceso mismo de su riesgo, que
da
cuenta
de
su acopio como
de
sus disoluciones, que procede a
una reconstrucción del mundo
natural, y que, al final, funda un
universo verbal cuya ambición de
sentido es rehacer nuestra per
cepción. Y,
sin
embargo, no es
ésta una obra programática:
el
riesgo es
su
signo, y
la
zozobra
le
resulta connatural. Lezama Lima
se nos aparece
hoy,
culminado el
ciclo de
su
trabajo, como un arte
sano del sentido: como Borges,
pero más allá de Borges, fue
un
• José Lezama Lima, El reino de la imagen
selección, prólogo y cronología de Julio
Ortega, Biblioteca Ayacucho, Caracas, Ve-
nezuela, 1981 , 630 pp .
JULIO ORTEGA
PRÓLOGO
EL REINO
DE
L
IM GEN
.
Fragmentos)
escritor dotado por un espacio
propio, por
un
ámbito fecundo,
pródigo
en
registros y
en su
capacidad
de
conversión verbal.
O sea, fue un escritor que produ
cía una obra, no uno que se de
bía
al acabado de un libro.
Fue el
autor de amplios frescos, de tra
bajos poéticos que teorizaban
sobre
una
práctica siempre ina
cabada.
Fue,
por eso, un autor
de
una obra que no podría haber
culminado; que era, por su propia
naturaleza, a
la
vez inacabable e
imperfectible.'
De allí
la
calidad, manual, ar
tesanal
de
su trabajo, que supo
ne
el taller fecundo
de
su obra;
de
una obra cuyos tomos fue pro
duciendo no como quería Ma
lIarmé para sustituir al mundo
sino, más bien, para reinterpre
tarlo, para reconocer
su
sentido y
celebrar los laberintos de ese re-
conocimiento. Es por eso que al
leer cualquier página de Lezama
vemos al escritor escribiendo, no
al escritor reescribiendo; es decir,
Lezama no solamente se entrega
a
la
fluencia circular de sus rit
mos, a
la
sintaxis abierta y a ve-
, Una exce lente interpretación del sentido de
la obra de Lezama es la que propone Cintio
Vitier, a partir de la poesía , en el capítulo
Crecida de la ambición creadora. La poesía
de José Lezama Lima y el intento de una
teleologla insular , de su libro Lo cubano en
la poesía Santa Clara, Universidad Central
de Las Villas, 1958, pp. 369-97; asi mismo lo
es la memorable presentación de Julio
Cortázar Para llegar a Lezama Lima
,
en su
La vuena al dla en ochenta mundos México,
siglo XXI pp. 135-155. Ambos trabajos están
reunidos en Pedro Simón, ed ., Recopilación
de textos sobre
José
Lezama Lima
La Ha
bana, Casa de las Américas, 1970.
6
ces distraída de su prosodia in
corporadora, a
la
figuración pre
lógica de
su
discurso que es
un
acto haciéndose
en el
texto; sino
que, además, Lezama emplea
el
lenguaje como
si
el lenguaje no
hubiese sido aún escrito; esto es,
como
si
entre las palabras y las
cosas no hubiese sido todavía
establecida una propiedad refe
rencial y
un
orden discursivo del
nombre
en el
mundo.
Lo
cual
quiere decir que
las
palabras son
más
que el nombre: son el nom
bre y
su
resonancia original,
la
energía material y primaria que
la
poesía libera para reconstruir
la
interacción de la imagen en un
espacio de exploración y revela
ción. De allí el riesgo: nada pue
de ser prometido al inicio del
texto; y de allí
la
zozobra: ~ b l r
con los nombres para decir no
la
cosa sino
la
imagen como even
to
, puede culminar en
un
naufra
gio del lenguaje,
en
un espacio
donde
el
sentido entrevisto pue
de
no
ganar una forma. De estos
riesgos extremos y de estas zo
zobras fecundas está hecha,
todo,
la
poesía de Lezama; pero
toda
su
obra está recorrida por
este drama del texto, que así se
sitúa más allá
de
la eficacia o de
la bondad de un recurso literario,
más allá de la palabra justa y
del acabado de la forma , Se
sitúa
en el
origen mismo de los
textos: en el acto por el cual el
lenguaje es un espacio originario;
no sólo un instrumento sino tam-
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bien una materia poderosa y
enigmática capaz de rehacernos
y de devolvernos al sentido.
2
Escribir escribiendo: nada es
previo o posterior todo se decide
en esa incesante y proliferante
actividad
un poco maniática un
tanto ritual cuya celebración es
una forma de la dicha pero tam-
bién una ironía y una agonía.
Escribir no para desrealizar luego
de discernir como en Borges; no
para acumular la intensidad de la
transparencia vivida como en
Octavio Paz; no para habitar y
decir la excepción su brillo y nos-
talgia como en Cortázar. Escribir
más bien para que el lenguaje
Es pertinente esta conclusión de Guillermo
Sucre:
Έ Ι hermetismo de Lezama es un modo
de ser. No depende de una sintaxis compleja
o no. mucho menos del ocultamiento delibera-
do de una clave que en sí misma, ya sea cla
ra . Es cierto que Lezama concibe su sistema
poético regido por la razón. Esto no debe en
tenderse m al. Frente a los términos de la esco
lástica; ente de razón fundado en lo
real,
lo
cual darla en poesía: ente de razón fundado
en lo imaginario, él prefiere otra posibilidad:
ta
poesía como ente de razón fundado en lo irre-
al.
Por ello Lezama gusta citar una fórmula de
Pascal: Un arte incomprensible, pero razona
ble. Sin ser menos lúcida, su opción es
evi
dentemente más radical: aventura no sólo en
lo imaginario como imaginable, como virtuali
dad,
sino también en lo inexistente, lo no crea
d o . .V é a s e Lezama Lima: el logos de la ima
ginación , en su
La máscara ta transparencia
Caracas
Monte Ávila. 1975. pp. 181-206.
ocurra como la incesante pre-figu-
ración y desde allí como la
nueva percepción de una hiperfi-
guración.
Acto del origen y acto
del final el acto poético acontece
como el primer día y es por eso
fundacional; pero también ocurre
como la revelación cumplida y es
por
eso
paradisíaco. Naturalmen
te
entre ambos extremos entre
esas tensiones las palabras
abundan buscando despertar una
forma un proceso dinámico un
cuerpo verbal vivo. Muchas ve
ces
en su poesía Lezama diseña
el camino de esa búsqueda
camino ardido y sumerso y quizá
el poema entero el poema como
origen y revelación es sólo el
paradigma el sueño totalizado de
este camino de fragmentos y esta
ruta de figuraciones. De allí que
desde esta aventura en el origen
en las figuraciones del poema
Lezama debió moverse hacia las
organizaciones más discursivas
del texto de la novela. No sin an
tes haber pasado por el ensayo
por la teoría del poema y del co
nocimiento poético una de cuyas
configuraciones por cierto es su
libertad americana.
En el acto del poema así
acontece el lenguaje como un es
pacio exploratorio. Pero su pecu
liar aventura no busca un proceso
de esclarecimiento revelador sino
que descubre no pocas veces
más bien un espacio de desco
nocimiento. Y este es segura
mente el rasgo por el cual Le
zama difiere más de sus contem
poráneos: la poesía no sólo nos
descubre también nos encubre.
Es el lenguaje pre-lógico tanto
como su figuración autónoma no
referencial lo que nos conduce a
esta noción de un desconocer a
este descenso a las potencialida
des y virtualidades desde donde
la imagen emprende su vía meta
fórica su razón originaria para
encarnar como nuevo lenguaje
del mundo como decir posible.
3
'• Saúl Yurkievich advierte que La poesía
devuelve a la memoria germinal, anterior a la
reproductiva. Para Lezama Lima la reminis
cencia se apoca y empobrece al pasar del
germen a la forma, de la visión a la escritura
Propone y practica el camino inverso: el
retroceso de la menos forma factible al esta
do germinativo, el abandono de los cuerpos
para reintegrarlos a su misterio prenatal.
Véa se José Lezama Lima: el eros relacio-
nable o la imagen omnímod a y omnívora, en
su
La confabulación con la palabra
Madrid.
Taurus, 1978. pp 116-125.
2 7
Bib l io teca de México
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J O S É L E Z A M A L I M A
A PARTIR DE LA POESÍA*
( F r a g m e n t o s )
Es para mí el primer asombro de
la poesía que sumergida en el
mundo prelógico no sea nunca
ilógica. Como buscando la poe
sía una nueva causalidad se
aferra enloquecedoramente a
esa causalidad. Se sabe que hay
un camino para la poesía que
sirve para atravesar ese desfila
dero pero nadie sabe cuál es
ese camino que está al borde de
la boca de la ballena; se sabe
que hay otro camino que es el
que no se debe seguir donde el
caballo en la encrucijada resopla
como si sintiese el fuego en los
cascos pero sabemos también
que ese camino sembrado de
higueras cepilla las virutas del
perro de aguas cuando comien
za su lucha con el caimán en las
profundidades del légamo remo
vido.
Si divididos por el espíritu de
las nieblas o un sueño inconclu
so tratamos de precisar cuando
asumimos la poesía su primer
peldaño se nos regalaría la ima
gen de una primera irrupción en
la otra causalidad la de la poesía la cual puede ser
brusca y ondulante o persuasiva y terrible pero ya una
vez
n
esa
región
la de la otra
causalidad
se gana des
pués una prolongada duración que va creando sus
nudos y metáforas causales. Si decimos por ejemplo
el cangrejo usa lazo azul y lo guarda en la maleta lo pri
mero lo más difícil es pudiéramos decir subir a esa
frase trepar al momentáneo y candoroso asombro que
nos produce. Si el fulminante del asombro restalla y
lejos de ser rechazados en nuestro afán de cabalgar
esa frase la podemos mantener cubierta con la presión
de nuestras rodillas comienza entonces a trascender a
evaporar otra consecuencia o duración del tiempo del
poema. El asombro primero de poder ascender a otra
región. Después de mantenemos en esa región donde
* Op. cit.
vamos ya de asombro en asom
bro
pero como de natural respi
ración
a una causalidad que es
un continuo de incorporar y
devol
ver de poder estar en el espacio
que se contrae y se expande
separados tan sólo por esa deli
cadeza que separa a la anémona
de la marina.
Tenemos pues que el cangre
jo de lazo azul nos hizo ganar
otra región. Si después lo guardó
en una maleta nos hizo ganar
una morada es decir una causa
lidad metafórica. Pero he ahí que
cualquier viajante de comercio
puede guardar su lazo azul en
una maleta pero le falta ese pri
mer asombro que inicia otra cau
salidad en la región pues pasmo
aquella corbata azul en el viajan
te de vulgaridad cotidiana se de
sinfla sin tocar la poesía.
Así
la poesía queda como la
duración entre la progresión de la
causalidad metafórica y el conti
nuo de la imagen. Aunque la
poesía sobre su causalidad
metafórica se integra y se des
truye y apenas arribada a la fuente del sentido el con
trasentido golpea al caudal en su progresión. Si la cau
salidad al llegar a su final no se rinde al continuo de la
imagen aquella fantasía en el sentido platónico no
puede realizar la permanencia de sus fiestas.
Guiados por la precisión de la poesía colocamos
como una espera inaudita que nos mantiene en vilo
como con ojos de insectos. Durante cerca de doce
siglos antes de Cristo hasta el siglo pasado en las
enloquecedoras precisiones demostradas por los
arqueólogos los epítetos homéricos Terento la de las
grandes murallas o la áurea Mícenas estaban como en
acecho lotante semejante a la holoturia atravesada por
el amanecer. Hasta que la alucinación de Schlieman
descansó en la contemplación de una tumba rectangu
lar en Micenas con los restos de diecinueve personas
entre ellas dos niños pequeños no encontró su arraigo
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al epíteto homérico: Los rostros de los hombres esta
ban cubiertos con máscaras de oro, y sobre el pecho
tenían petos de oro. De las mujeres, dos tenían bandas
de oro sobre la frente, y otra una magnífica diadema de
oro.
Los dos niños estaban envueítos en /aminas de
oro. Junto a los hombres estaban tendidos en el suelo
sus espadas, puñales, copas para beber, de oro y de
plata y otros utensilios. Las mujeres tenían a su lado
sus cajas de tocador de oro, alfileres de diversos meta
les preciosos, y sus vestidos estaban adornados con
discos de oro decorados con abejas, jibias, rosetas y
espirales de oro ... Treinta y cuatro siglos para compro
bar la veracidad de un epíteto...
Comenzaban así a hervir los prodigios, desde la
suerte del Almirante misterioso, para nosotros los ame
ricanos, que sorprende en la cabellera de las indias,
como unas sedas de caballo. Aquí lo sutil se hace fuer
te, lo acerado ahilado viste como una resistencia ace
rada, refugiándose en la convocatoria para lo secular
eterno. Sorprende después un perro grande, pero sin
habla,
que lleva en su boca una madera, donde el
Almirante jura que cree ver letras. La imitación de lo
desconocido es por el costado americano más inme
diata y deseosa. Lo desconocido es casi nuestra única
tradición. Apenas un situación o palabras, se nos con
vierten en desconocido, nos punza y arrebata. La
atracción de vencer l s columnas en su
limitación,
o las
leyes del contomo, está en nuestros orígenes, pues
parece como si el misterioso A lmirante, siguiese desde
el puente nocturno, el traspaso entre la sexta y la sép
tima morada, donde ya no hay puertas, según los mís
ticos, y existe como la aventura de la regalía en el mis
terio. Sorprende además, la diferencia extrema en el
pequeño círculo mágico. Un árbol que tiene ramas
) cañas, y otr rama que tiene lentiscos. Los peces
tienen formas de gallos, azules, amarillos, colorados.
Toda esa riqueza de formas produce espera y descan
so.
En medio de esa diversidad, el hombre se nutre de
una espera, que tiene algo del arco y de la flecha apo
rética.
Aun la muerte entre nosotros parece que ordena, y
el caso de Martí, tan viviente antes como después de
su muerte, tiene antecedentes en la tierra de los hechi
zos.
En 1530, en el Castillo de la Fuerza, coinciden el
que va a enloquecer buscando la juventud, Juan
Ponce de León, y el que ya adivina que la tierra no lo
va a contener, si el camino del río dialoga con las som
brías hojas de la medianoche. Hernando de Soto,
hechizado de su época, perenne habitador de un cas
tillo, regalador de la misma sobreabundancia. El bus
cador de la juvencia, queda en asombro viendo cómo
el otro le regala riquezas, le burla su desconfianza, con
el indescifrable gesto bueno, sólo leíble en la tierra de
los prodigios y del eterno renacer. Le envía a su muje
con dinero, pues ya el otro sabe que la tierra no le
podrá dar la paz, aunque bailen sobre su podredum
bre, y los caballos hagan suerte para despistar a los
Indios,
que saben el secreto, y que apenas alejados los
españoles, comenzarán a desenterrar al hechizado.
Como en cuanto sintió unas calenturas, que el primer
día se mostró lenta y el tercero rigurosísima , según
nos dice el Inca Garcilaso, sintió que su mal era de
muerte, apenas pudo hacerse de papel para dictar el
testamento. Tres años siguieron a su muerte, en que
amigos y su esposa Inés de Bobadilla, lo seguían bus
cando, dejando señales en los árboles y cartas escri
tas metidas en un hueco de ellos con la relación de lo
que habían hecho y pensaban hacer el verano siguien
te .
Desenterrado, sepulto en el río, continuaban desde
las sombras las visitas del hechizado. El solo conocí-
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mien
to de
su mu e
rt
e,
tres años despu
és
de
estar en la
ti
erra de
fon
do
de
rí
o, m
ata
a su es
po
sa ,
que
ha b
ía
mandado con juv
entud
y riqueza,
al
bu
sca
dor
de
la
j
uve
n
cia
,
para
deci r
e
qu
e
es
taba en el
Ca stillo de la
Fu
erza
. Ya el hechizado ha
bí
a es t
ado
en el entierro y
en la
casa de
la
mu
e
rt
e
de
l
os
no
bles
c
ur
ac
as, re
par
-
tien
do
la al
morzada
de
pe
r
las ,
c
om
o
se
d
ecí
a al
reparto hecho
co
n l
as
dos manos, p
ara ha
ce
r cue
nta
s
de
rosario, a
pesar
de
qu
e eran g
ruesas co
mo g
arban
-
zos go
r
dos
,
segú
n
decía
el c
roni
s
ta.
Ll
eg
a
as
í
el he
c
hi-
zado a la
casa
de la
mu
erte. Gigantes con ca ra de dia-
mantes
d
efendía
n la e
ntra
da de
la
s
mar
avi
llas
.
Lu
eg
o,
intermina
bl
es ejércitos en los re
ev
es, c
on
h
ac
h
as
de
pedemal, que desca rgab
an
la
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ce
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ll
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o. La
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ado
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c
uatro esquina
s.
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de
cob
re. Y He
man
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ue
se
ade-
lan
ta
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rar en la
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de
la mu
e
rte
. Y
el
ejér
cito
,
en el re
lieve
de la
casa
de la
muerte
, disparando ince-
sa
n
te
men
te
, y el
ba
ta
ll
ador
qu
e
se
de
spl
oma .
Pero
está más a
ll
á de s
er
guard
ad
o en la tierra , de ser meci-
do
en el río
, so
br
e
vive
tres
años
después
de
muerto ,
vuelve
mue rt
o para
recog
er a su esposa y volver a
pas ea
rse en su
ca
s
till
o.
No sólo
los
h
ec
hiz
os
, enviándonos
sus
meteoros y
sus cometas , sino a veces
situa
ciones excepcionales ,
que
se
mantienen
en
unidad
de
espacio , logran pene-
tr
ar
en
el in
v
isible poético
,
dándole como un centro de
gra
v
edad
a
su permanencia
.
En
el
período de la re
s-
taura
ción Meijii,
en el
Japón , doscientos
niños
de
las
mejores familias japonesas fueron enviados al
Vati
cano
.
Aquell
a
unidad coral de
garzones penetraron
en lo
s pasillos seculares
con sus
colores ,
con
su
piel
,
c
on
su
habla
c
omo el
chillido
de las
gaviot
as
.
Debió de
se r una sorpresa mayor que la
de los
misioneros llega-
dos
al
oriente . ¿Cuál habrá sido
la
reacción de
la
roma-
ni
dad ante aquel envío de lo más
delicioso
del
feuda-
lismo de los shaguns
? ¿Al regresar a su
país
,
qué
impresión lle
v
arían los
garzones
japoneses de aquella
majestuosa valoración teoc
r
ática?
¿
Qué
copias
engen-
draron
,
en lo
que eran
pintores ,
la
Academia
y
la
Creación
Ellos que copiaron
con
tanta
delicadeza y
fidelidad las estampas
chinas , diferenciándose,
no obs
-
tante
de sus modelos
,
en
formas significativas y
muy
visibles , por
la
colocación
en la misma estampa, de un
sapo
domesticado
por la magia taoísta o
una
pesada
hoja
de
helecho
que
se mueve gemebunda .
Era
una
forma de invasión y reconocimiento hasta
en-
tonces desconocida. No eran los misioneros, los mer-
caderes
o
los
guerreros iracundos,
los que llevaban
la
responsab
i
lidad secreta de
la
visitación :
Por las calles
de la romanidad se
veían
aquellos muchachos extraí-
dos
de
la flor
del
feudal i
smo
japonés. Por
otra parte
,
qué valor incomparable en esas familias , de
permitir
un
3
v
iaje qu
e
podía
tener
sus
riegos secretos . Y
al
mismo
tiempo ,
qué
confianza
en
la delicadeza
de sus
custo-
dios
que
cuidaban
las
travesuras y
las
moscas
del
dia-
blo
.
Uno solo que
se
hubie
ra
perdido
o mostrado
su
desagrado,
habría
tra
í
do
consecuencias
no
previsibles.
\
.
En
sombrías hileras
de
c
ruce
s, veintitrés
sacerdQtes
fran
ci
scanos
, misioneros
en el
Japón , al mismo tiempo
del
ca
nto y
de
la
gloria , penetran
en
la
muerte . Con sus
uniformes
,
que
la altura abrillanta c
omo
un metal terro-
so
, c
on sus
s
almos apenas musitados
,
con
sus rostros
nobles que la
fla
cci
de
z de la muerte ladea , irrumpen ,
c
omo una
mi
lici
a que
penetra por las
murallas transpa-
rentadas,
con
la
mis
ma unidad ,
en el mismo
coro , por
el mismo
boqu
ete
de
la muerte . El mismo resplandor
de ve
intitrés hombres ,
que al un
í
sono repiten el
gesto
del Cruci ficado
mayor,
marcha
paralelizado
en la esce-
na
entregada a
la infamia
,
pues
veintitrés
lanzas bus-
c
an los costados
,
las
risotadas
no de una ronda,
sino
de
un regimiento ,
con
la
algazara
y
tumulto de
meren-
dero sombr ío,
los
jefes a caballo ,
las
máscaras y los
rabos diabólicos ,
los
guardias que agigantan
sus
pasos
para
extender
una
herida ,
para
vigilar impasiblemente
una agonía
,
los
indiferentes que
se
retiran
como
espe-
rando
el
final del
cansancio de la gloria y
de la infamia
.
Pero
ni siquiera tienen la tradición
de la
cruz, y el aspa
vertical
tiene c
asi una
triple extensión que
la
horizontal,
y para herir
en
el
costado tienen que usar unas
lanzas
tan
largas que
pare
ce
que van
a
tocar una llama más
que agranda
r
una herida
.
En
lo
alto
,
como una uma de
aire dorado , fuerte ,
lista
a la formación
de
sonidos,
lo
inv
isible que se llena
como de la
otra milicia, que viene
c
omo
a preparar
la recepción de los
veintitrés hombres
que
llegan ,
ya en
su transparencia, para agrandar la
rueda de
un
resplandor
mayor.
No solamente esos coros
que han
penetrado
con
algazara
coloreada
en
la
ciudad desconocida , o majes-
tuosamente en lo
invisible,
sino que el
hombre
ha
esbozado
gestos , situaciones, fugas y
sobresaJtos
, que
unas veces
exhalados por inexplicables
exigencias
, y
otras por
violencia
de un destino
indescifrable, lo
rode-
an
como si
hubiese
una zona de
trabajo y expectativas,
alejados
de la mera carga
individual, donde coinciden
los
acarreos
corales
, muchedumbres , cogidas por
idénticos
destinos,
marchando congeladas
dentro
de
las
mismas finalidades.
En un
salón , podemos estable-
cer
la
división
de los
que fuman y
los que
desdeñan la
hoja encendida ;
en la
cámara
de
la muerte , asisten
los
que parlotean y los que se adormecen .
En
una trave-
sía
,
los
que contemplan
la
estela , o los que bajan a val-
sar. Se acercan
en
sus potros los campesinos a un tor-
neo de gallos
,
unos llegan silbando, otros
cetrinos
silenciosos,
mascullan
la
borraja.
Fulgurantes
agrupa
-
ciones ,
que en
un instante o
en
cualquier unidad
de
tiempo , establecen
como una clave
,
una familia
,
una
semejanza
en
lo errante o inadvertido. Claves que no
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existen en una demorada casa temporal, sino impues-
tas por una circunstancia, un agrupamiento aparente-
mente caprichoso o fatal, pero que establece una divi-
sión por gestos o actitudes, por acudimientos o inhibi-
ciones, tan importantes, dentro de ese breve reducto
temporal,
como una reorganización por lo económico,
por las exigencias del trabajo, o por los linajes que se
fundan o se suceden. Nada más lejos de poder con-
tentamos con la creencia de que son agrupamientos
banales o dictados por el capricho. Muy pronto, en el
ejemplo de los que en la travesía contemplan la estela,
se cambian miradas, se acercan. Si continúan en la
medianoche en la contemplación de esos dualismos
engendrados por invisibles Nikés, ya se ciñen las
manos. Treinta años más tarde, ese hecho tiene una
asombrosa y patética resonancia, se evoca con júbilo
o con socarronería, mientras unas meninas jugando a
los yaquis disimulan sus risitas con dientes de leche.
En el otro ejemplo, el guajiro silbante que se acerca al
galleo, un colono oloroso a nicotina está en su diestra.
El S ultancillo al que le tiró su esca rcela llena de doblas
isabelinas, tumba y arrebata. De ahí sacó el silbante
una promesa de primeros labrantíos. Después, moja
los corazoncitos con la hija plañidera del rico home. Lo
vem os después hincharse con un cucharón en la mela-
za . Tiene tres ingenios , dicen ahora los copistas fra-
casados. Pero en el día de su muerte, cabeceando
como una góndola, se ve llegar a un natural guajolote
de mala brillantina, principal Tomás Risitas, pasándose
la estrella de su espuela por los labios, para estimular
una canción con lo de adentro.
En asombro o bulto que desconcierta un instante del
vivir, a veces se reproduce coralmente en idéntica
situación y t iempo. Lo que fue hecho excepcional, de
larga cauda, pasa a un todo, llevando por la energía
proporcional a la misma intencionalidad, riesgo o
fre-
nesí, que mantiene esa coincidencia durante un tiem-
po ,
que es al mismo tiempo contorno y sucesión del
hecho. Intencionalidad y t iempo quedan en esas oca-
siones tan bien soldados, que forman dentro del t iem-
po ,
como cuantidad sucesiva, un remolino aparte y
como congelado para la visión. Que esos hechos son
orgánicos dentro del m undo que los motiva y engarza,
lo revela su característica más valiosa, es decir, que
vuelven, que se reintegran, que son necesidad afano-
sa de reintegrarse y reincidir dentro de la ciudad.
Surgidos esos hechos, cuando alcanza la plenitud en
su presentación, adquieren una trágica eficacia, por el
rendimiento fabuloso que se exige de las personas que
coinciden en é l, por el paréntesis que ofrec en entre una
incitación potencial y una extinción, que es una sus-
pensión. Volverá a reincidir ese hecho privilegiado,
pero deshecho el encantamiento que encuadraba esa
coralidad en una misma unidad de tiempo, rompe el
mecanismo interno de sus compuertas, que ruedan o
se sobreviven con el tatuaje de aquella situación.
Cautiverio que atrajo todas las luces en su marcha,
pero que el t iempo de la dispersión fue extinguiendo
sus luces y sus redobles, quedando como un proce-
sional de pesadilla.
Nosotros entresacamos de esos coros en la imag en,
con un tiempo que llevan en su centro: la espera a los
pies de la muralla, el adolescente errante, la retirada
(Anabasis o la Grand Arm ée) y el destierro.
¿Por qué escogemo s com o entidad coral imaginaria
los que esperan a los pies de las murallas, y no la
ciu-
dad sitiada? Porque los sitiados se acogen a la perma-
nencia o a la muerte. El fin de una ciudad sitiada es el
fuego o la irrupción de los moradores bárbaros. Vemos
cómo el gran Príamo, conducido en el carro por
Herm es, se acerca al Aqu ileo, le abrazó las rodillas,
besó aquellas m anos terribles, que habían dado muer-
te a tantos hijos suyos . Viene a buscar a su hijo muer-
to y él mismo arriesga la vida. Pero el que espera a los
pies de las murallas, corre el riesgo de que su espera
se trueque en otra entidad imaginaria: la retirada, el
coro en fuga bajo el cierzo. A través de su hijo muerto,
el que domaba los potros, Príamo, establece un dem o-
rado contacto con Aquileo. Príamo Dardánida admiró
la estatura y el aspecto de Aquileo, pues el héroe pare-
cía un dios; y a su vez, Aquileo admiró a Príamo
Dardánida, contemplando su noble rostro y escuchan-
do su palabra. El rescate de Héc tor y la tregua de once
días lograda por Hermes, es una larga pinta de luz en-
tre los aqueos y los teucros. Dos entradas de H ermes ,
dos banquetes fúnebres, t iempo entre dos au roras. Es
decir, la comunicación entre las dos fuerzas se hace
imprevisible, el rescate del cuerpo de Héctor, por ejem-
plo. Y esto monstruoso: los donativos que acepta
Aquileo, a espaldas de Agamenón, por la devolución
del cadáver. El mismo Hermes que guía a Príamo
hasta la tienda del Aquileo, resguarda la fuga después
de la conducta reprobable del Aquileo. El dios guía en
una acción noble y en una acción reprobable, pues en
realidad el pasaje no tenía por qué hacerse a base de
la nobleza de Príamo y de la mezquindad del Aquileo,
que tasa su acción y aconseja la discreción con
Agamenón y la astucia para burlar sus propias tropas.
Después que el Aquileo queda dueñ o del camp o, se le
ve m ezquino en esa acción de indudable grandeza. Su
cortesía tiene un precio, su gesto no está solamente
llevado por la suprema caballerosidad. Desde el princi-
pio de La llíada se observa entre los que esperan a los
pies de las murallas, la tendencia a la subdivisión, o al
menos a la existencia de do s fuerzas, la de Agamenó n
Atrida,
y el héroe, el que trae el origen misterioso y la
protección de Dios. Apolo tiene que mantenerse lan-
zando sus bengalas para avisar los excesos del Atrida.
La gula por la Criseida y Briseida dividen al Agamenón
31
i b l i o t e c a d e M é x i c o
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y al Pél ida. El campamento si t iador sucumbe al que
hiere de le jos, saetas tras saetas se ven caer a los
héroes, víct imas de un malef ic io. A pesar de la d i feren-
cia entre Ag am enó n Atr ida y el Aqu i leo Pé l ida ¿qué los
une? La condición excepcional, impuesta por la tensión
entre los sit iados y los sit iadores. Hay una relación
entre H éctor, Patroclo y e l Aqui leo, do nde ya no puede
figurar e l Atr ida, que establece en la si tuación excep-
cional, la solución igualmente excepcional. Situación
que se enrarece cada vez más entre los que esperan
a los pies de las mural las, pues Agamenón ut i l iza a
Patroclo cada vez que la ocasión es propicia contra el
Pél ida.
Hay un designio indescifrable, pero que no obs-
tante actúa como si estuviese perfectamente descifra-
do. Después de la estal lante cólera del Aqui leo, v iene
la mansa entrega de Briseida al comando dir ig ido por
Patroclo, del l inaje de Zeus. En el canto f inal , la llega-
da del corte jo de Hermes y de Príamo, encuentra al
Pél ida dispuesto a todas las soluciones, aun a la acep-
tación de las dádivas. La intervención de la única clari-
dad posible en medio de los que esperan a los pies de
las mural las. Si no hubiese un desciframiento que es
com o un puente entre el h iere de le jos , y e l hech o qu e
se des hac e en la interpretación div inal, e l canto c aería.
Pero ahí se ofrece visib le y externo, y a l mismo t iempo,
le jano y misterioso, un campo donde lo circular de los
sit iados, la espira l abierta de los si t iadores, la manera
de atraer y descifrar un encuentro entre los dioses, por
un lado Afrodita, la chipriota diosa y por el otro la diosa
de ojos de lechuza . Aqu i les, que t iene la mitad de su
sangre del lado de lo d iv ino, prorrum pe en gri tos poten-
tes contra la enemistad de los dioses, celoso de ese
extremo del héroe pasado a los efímeros.
V ico cree que las pa labras sagradas, las sacerdo-
ta les, eran las que se transmit ían entre los etruscos.
Pero para nosotros el pueblo etrusco era esencial-
mente teocrá t ico . Fue e l más ev idente caso de un
pueblo surgido en el misterio de las primeras inaugu-
raciones del d ios, e l monarca, e l sacerdote y el pueblo
un idos en fo rma ind i fe renc iada. E l convencimiento
que tenía el pueblo de que el d ios, e l monarca y el
sacerdote eran la misma persona, le prestaba a cada
una de sus experiencias o de sus gestos, la part ic ipa-
ción en un mundo sagrado. Por eso la d iv is ión que
Vico hace, entre los primit ivos romanos, de las quaes-
tionem nominis y las quaestionem definitíonis
p e n -
san do que estas últ ima s eran las ideas que se des -
pertab an en la mente h um ana al proferir la palabra ,
eran , en esa d imensión e t rusca, la misma cosa. Pues
en aque l pueb lo , e l nombre y la remin iscencia , eco
an imista de cada pa labra , cobraban un re l ieve de un
solo perf i l . Vico podía creer en la t ransmisión sacerdo-
tal,
pero se le hacía muy dif íc i l la concepción del pue-
blo de sacerdotes, las innovaciones hechas por e l
pueblo entero. Vico, por e jemplo, se decide a colocar
los dragon es en e l cam ino de los tr iun fos de H ércu les.
Despu és de haber dom inado a l león y a la h id ra , v iene
su victoria en la Hesperia sobre el dragón. Pero el sur-
g imiento de l d ragón en la t rad ic ión occ identa l , nos
parece dif íc i l y paradojal, pues en la primit iva cultura
ch ina, las pr imeras d inast ías son l lamadas de los
c inco dragones, y en t re sus pr imeros reyes, de l per ío-
do mí t ico , Fou Hi , Ch in Noum y Hoang Ti , con una
ant igüedad de 2697 años antes de Cr is to . V ico no
podía comprender e l hech izo entero de la c iudad, de
la marcha d e l camp esinad o pene t rando en lo ir rea l , en
lo imposib le . ¿C óm o pud ieron l legar esas fábu las gr ie -
gas a los japoneses, se pregunta V ico , o a la Ch ina
donde ex is te una Orden de Caba l le ros de l Háb i to de l
Dragón? La respuesta br inca de concluyente : porque
Fou Hi , que corres pond e a lo que pud iéra mos l lamar
un equivalente del período cadmeo, l leva la letra y e l
número, y a l mismo t iempo es e l p r imer rey de drago-
nes de la cultura china. Si existen cinco dinastías de
dragones, con la manten ida presunción de que éstos
son invencibles, pues no podían tener la menor not ic ia
de los tr iunfos de Hércules, que l levaba al dragón a
una f lacc idez vencida. Ent re e l d ragón que lucha con
Hércu les, y los dragone s de las pr imeras d inast ías chi-
nas,
debe de mediar la extens ión crono lóg ica que va
desde la tortuga agrietada para la adiv inación, en la
China arcaica, y la l i ra de concha de tortuga, pulsada
para la adiv inación, en la China arcaica, y la l i ra de
concha de to r tuga, pu lsada por Orfeo. S i a esto añad i-
mos que el dragón verde es el característ ico en la
China del Este tenemos que l legar a la conclusión que
era en extremo dif íc i l esa inf luencia de la Grecia mito-
lógica sobre una le janía casi i rreconci l iable. Vico no
pudo conocer esa o t ra natura leza de l pueb lo como
penetración de un coro en los designios.
No basta que la imagen actúe sobre lo tempora l h is-
tó r ico , para que se engendre una era imag inar ia , es
decir, para que el re ino poét ico se instaure. Ni es tan
só lo que la causa l idad meta fór ica l legue a hacerse
viv iente por personas donde la tabulación unió lo real
con lo invisib le como los reyes pastores o sagrados, e l
Monarca como encarnac ión v iv ien te de l Uno (que en
la cultura china arcaica es el agua, e l norte y e l color
negro), o un Jul io César, un Eduardo el Confesor, un
San Lu is , o un A l fonso χ e l Sab io s ino que esas eras
imaginar ias t ienen que surg i r en grandes fondos
t e m -
pora les ya mi len ios ya s i tuac iones excepciona les
que se hacen a rquet íp icas que se congelan dond e la
imag en las puede apres ar a l repeti rse . En los mi len ios
exig idos por una cu l tura donde la image n actúa sobre
determinadas c i rcunstancias excepciona les a l conver-
t irse el hecho en una viviente causal idad metafórica
es donde se sitúan esas eras imaginarias. La historia
de la poesía no puede ser otra cosa que el estudio y
expres ión de las eras imaginar ias.
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JOSÉ
LEZ
AM A LI
M
EL
ROM
ANTICISMO
Y
EL
HECHO
AMERICANO*
Fragmentos)
n algún cuadro de Orozco, pintado con noble ter- ros jurisdicciona
les
de
las
ór
de nes qu eda
ron c
um
pli-
nura, aparece un padre franciscano tratando de dos, y entonces fueron
la
s co
mun
idades , en Ca ta luña
levantar por los brazos a un indio, que viene a ren- o
en
Zaragoza , los
qu
e se vieron obligados a de
fen
der
dirle
la
cornucopia de los diezmos debidos. Libe-
en
una forrna sangrienta sus prerrogativas y res
gu
a
r-
rados de las exigencias del poder central , por tierras dos contra el pod er central. Asi cuando Antonio Pé
re
z
americanas podian manifestar con pureza
un
re cto se declaró
en
rebeld ia co ntra el po der ce nt
ra
l. se aco
espíritu evangélico. En Santo Domingo, los dornini- ge al fuero zaragozano, para librarse de las a
cec
han
cos que mantenían
la
tradición del padre Victoria ; en
zas
de Felipe 11 pero para acercar
lo
a Madrid ex
ig
e el
Cuba, y después ante Carlos
v el
padre
de
las fuero
de
la inquisición, que utiliza sus tizones para
Casas; en México , los padres franciscanos. Y
lo
que arrancar confesión de asesinato, sin lograrlo. Cu and o
es más sorprendente, las colonias jesuitas del Pa- el desdén de Aquisgrán el pap a Pío V II se entristec ió ,
raguay, donde
la
compañía liberada , desde los pe
ro
no
ordenó guerra santa . Cuando
la in
vasión fran
Hapsburgo, para tener un apoyo austriaco frente a cesa,
el
clero español tocó a rebato , llegando la cruel
las
intentonas del nacíonalismo
de la
Reforma , reali- dad del canónigo
Cal
vo a li
mi
t
es tan
excesi
vos
, que
za experiencias para lograr la Jerusalén terrestre
en las
Juntas de liberación llegaron a destituirlo. De esa
relación con
la
celeste. A medida que
la
colonización manera el clero español se oponía a la supresión
de
la
se
integra y el poder central se muestra más absor- Inquisición, que fue la primera medida
de
José
Bo-
bente, el conflicto surge y se exacerba, al extremo de naparte en la gobernación de España, yalliberalismo .
llevar el clero católico, en
la
Argentina y México, al Napoleón se dio cuenta de inmediato lo que significa
separatismo, tratando de unir las esencias espiritua- ba su derrota
en
España, rebaj ó mi moral
en
Europa ,
les
de
la nación con las esencias evangélicas. comentaba
en los
días finales
de
Santa Elena. Cuan-
El proceso de ese hecho tiene una visible raiz his- do la vuelta
de
su destierro, el
Papa
, dándole
una
pal
tórica.
En
la Edad Media, desde la época
de
Fernando madita a Luciano, lo despidió diciéndole: Puesto qu e
el
Santo y Alfonso x
el
Sabio,
el
clero luchó tenaz-
va
usted a París. haga
las pa
c
es
entre
él
y
yo
.
Yo
es
mente por mantener sus fueros y el respeto de su toy en
Roma
; él no tendrá nun ca queja de m i. El clero
jurisdicción . Cada pueblo, un templo, fue la divisa de americano tomó distinto partido en relación con el
las
primeras comunidades españolas.
Un
nuevo ma- poder central.
Casi
todas
las
cátedras episcopales
pa , esencial y profundo , que tenía sus raices en lo
eran
provistas oídos los virreyes, la monarquía metro
popular
yen lo
evangélico. Al adoptar la compañía su politana y
las
altas autoridades eclesiásticas . El mis
política
de
acercamiento a los Austrias , en la época
de mo
beato Claret, en sus años de obispado en Santia
Carlos V y del austríaco Fernando el Católico, el man- go ,
se
jura fiel
de
Isabel sin que
le
rocen
los
proble
tenimiento de esos fueros fue relegado, pues ya los mas del separatismo. Pero
el
clero municipal, estable
jesuitas eran poder, política que tenía cierta justifica- ce sus relaciones con
los
agricultores y con
los
peque
ción
histórica, pues había que marchar
en
milicia con- ños terratenientes,
no
establece contacto c
on el
poder
tra
la
Reforma y
aun
contra la suspensión a que
se
central y
se
sabe hostil en relación con la jerarquía , ya
obligaba la vacilante actitud
del
Papado en relación que ésta , radicada
en
ciudades
de
más importancia,
con
la orden, y a las suspicacias
de la
autorídad roma- establece relaciones con autoridades subordinadas a
na después de
las
rectorías
de
Loyola,
de
Díego Laí- lo hispánico. Aparecen entonces, a príncipios del si
glo
nez y
de
San Francisco
de
Borja, exigiendo que el
XIX
los
curas independentistas de
Mé
xico y
de
las Jun
priorato general
de
la
orden estuviese
en
manos
de
tas
de
Buenos Aires, los curas constituyentes
de Cá-
extranjeros. Con
la
fundación de
la
Inquisición, los fue- diz, como el padre Varela. Hay
en
ellos algo del abate
• o p cir
Sieyés, del abate Marchena y
de
Blanco White.
Toman
parte
en
la Revolución francesa,
se
convierten, des-
Bibli
o
te
ca
de
Mé x ico
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pués de abj urar de nuevo al catolicismo después de
haber traducido a Lucrecio y a Voltaire o
se
acogen al
liberalismo inglés. Consecuencia: ganancia
del
catoli
cismo amplitud
de su
compás con su gran revolu
ció
n su absurdidad inagotable
en lo
poético y la cons
tante
prueba
del
ejercicio de su libertad .
Todo lo
que
ha ya
si
do
contrario a esa actitud del catolicismo es
tan só
lo vicisitud histórica suceso pero
no
cualifica
ción
de
su dogmática.
A fines del siglo
XV
II I aquel señor barroco que veía
mos
en
las fiestas pascuales ir de
su
granja rodea
do de aromas y de paños de primor al vistoso zóca
lo
donde repasa
la
filigrana del sagrario al tiempo
que establece el chisporroteo del torito y
la
revuelta
tequila pone
en
la indiada el reojo de
su
frenesí.
¿Q ué
ha
pasado?
Su
ilustrísima ha presidido
con
disimulado quebranto el predicamento de
un
curita
juvenil afiebrado muy frecuente
en la
exa ltación y el
párrafo numeroso .
Su
patemidad mayor
ha
contem
plado el tumulto del pueblo al paso de
un
predicador
dado a tesis heresiarca a machacar
con
probanzas
y distingos sobre apariciones y contrapruebas. Para
oír al joven investido ha acudido hasta el virrey pues
la
festividad es de rango mayor
se
trata de predicar
en
unas fiestas guadalupanas. Y el tonsurado que
causa tal revuelo verbal fray Servando Teresa de
Mier
se ha
lanzado según
el
arzobispado
en
peli
grosas temeridades. Afirmaba
el
predicador que
la
imagen pintada de
la
guadalupana estaba
en la
capa
de Santo Tomás y
no
en
la
del indio Juan Diego .
El
pueblo
se
mostraba
en
ricas albricias
en
júbilo indi-
4
simulable
el
arzobispo cambiaba posturas y
se
mor
día labi
os
y
el
virrey lanzaba a vuelo prudencial
su
mirada entre
la
alegría desatada del pueblo y
la
cóle
ra
atada y como reconcentrada del arzobispo. Se
encarcela a fray Servando se retracta éste pero el
frenesí del arzobispo
lo
envía a Cádiz y allí lo sigue
vigilante y fray Servando como
un
precursor de
Fabricio del Dombo comienza
la
ringlera de sus
fugas y sus saltos de frontera .
¿Por qué ese ensañamiento
en
su
ilustrísima
el
arzobispo? ¿Qué
se
agitaba
en
el fondo de aquellas
teologales controversias? Fray Servando
al
pintar
la
imagen guadalupana
en
el manto de Santo Tomás
de acuerdo
con la
legendaria prédica de los evange
lios que éste había hecho desvalorizaba
la
influencia
española sobre
el
indio por medio del espíritu evan
gélico. Había una tácita protesta antihispánica
en su
colonización y
el
arzobispo oliscón de la gravedad
de
la
hereje interpretación
le
salía
al
paso lo enreja
ba
y
lo
vigilaba ; sabiendo
el
peligro de aquella prédi
ca
y sus intenciones fray Servando bajo apariencia
teologal sentía como americano .y en
el
paso del
señor barroco al desterrado romántico se veía obli
gado a desplazarse por el primer escenario del ame
ricano
en
rebeldía España Francia Inglaterra e
Italia. l fin
la
querella entre el arzobispo frenético y
el cura rebelde va a encontrar su forma r íné se
arraiga en
el
separatismo. De la persecución religio
sa
va a pasar a
la
persecución política y estando en
Londres
al
tener noticias del alzamiento del cura
Hidalgo escribe folletos justificando
el
ideario sepa
ratista . Rodando por los calabozos amigándose
con
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el liberalismo de Jovella nos, combatiendo contra la
invasión francesa, o desemba
rca
ndo
co
n los
co
nju-
rados de Mina,
al
fin encuentra con la proclamación
de
la
independencia de su pais, la ple
ni
tud de su
rebeld ía, la forma
qu
e su madurez necesitaba pa ra
que su vida alcan za ra el se ntido de su proyección
histó
ri
ca.
En fray
Se rva
nd o,
en
esa transición del ba rro co al
romanticismo, sorprendemos ocultas
so
rpresas mu y
americanas. Cree romper con la tradic ión , cuan
do
la
agranda. Así, cuando cree se parar
se
de lo
hi
spá
nico
,
lo
reen cuentra en él, agrandado. Refo
rm
ar dentro del
ordenamiento previo, no romper, sino retomar el hilo,
eso que es hispánico, fra y Servan do lo espum a y
acrece,
lo
lleva a
la
temeridad. l catolicismo
se
recuesta y se ha ce tronal ; huidizo, rehusa el des-
campado, pues nuestro t ronado
me
xicano, lo lleva a
calabozos, a
co
nspiraciones noved osas, a ten aces
re
con ciliaciones romanas, a di ctados proféticos, a
inmensas piras funerales. l calabo
zo
no
lo ll
eva a la
ruptura con
la
secularidad, sino por el contrar
io
a
agrandarla , pa
ra
que el calabozo sea el gran ojo de
buey que le vanta los destinos. Primera se ñal ameri-
cana: ha convertido, como
en la le cc
ión de
lo
s grie-
gos, al en emigo en auxiliar. Si el arzobispo frenetiza-
do
lo
persigue, logra con su cadeneta
de
cala
bo
zos,
aclararse
en
la
totalidad de la i
nd
epe
nd
encia me-
xicana . Su proye cción de futuridad es tan ecuánime
y perfecta , que cuando ganamos su
v
ida c
on
sentido
retrospectivo, desd e el hoy hacia el boqu erón del
calabozo romántico, parece como
le
ctor de des
tin
os,
arúspice de
lo mej
or de cada momento. Cread or,
en
medio de
la
tradición que desfallece, se obliga a la
síntesis de ruptura y secularidad, apartarse de la tra-
dición que
se
resguarda para rehallar la tradici ón que
se
expande, juega y recorre destinos.
n Ba
yona,
la
curiosidad americana
lo
lleva a pe-
netrar en una sinagoga. Inmediatament
e,
sobre esa
curiosidad comenzarán a caer los dones. Como buen
americano se regala
en
el simpathos. Sorprende que
hablan un español meticuloso, tienen el orgullo de
que los semitas que Adriano
en
v
ió
a España, son de
la gran tribu de Judá . Al terminar el Rabino,
lo
rode-
an para que opine sobre el sermón.
La
onda larga de
su simpatía no retrocede ante refutar al predicador, y
como
lo
hace tan bien
le
ofrecen en matrimonio una
bella y rica Raquel , y
en
francés Fineta
".
Termina
revisándole sus sermones a los rabinos , y en que
éstos
le
llamen Jajá, que significa sabio. Otro signo
americano; entrar en templo ajeno por curiosidad ,
ganar
lo
por
la
simpatía y llevarlos después al sabo-
reo de nuestra omnisciente libertad .
n ese liberalismo de esfera armilar y de pisapa-
peles, pintado por Gaya, Jovellanos, que en la poe-
sía es el
pastor
Jovino se
siente tocado por su sim-
patía. l día del triunfo de Jovellanos, la noticia
se
recibe a las siete de la mañana, en el
co
nvento
donde está preso fray Servando, y ya a las once,
éste para ganarlo por los más finos modos,
fi
nge un
sueño, en que el pastor Jovino.
el
sesudo ministro
Jovellanos, estu dia su c
au
sa,
lo
libe
rt
a y le muestra
un semblante mu y bené
vo
lo:
El nevado Arlanzón que me aprisiona.
El fuego mismo helara de Narciso.
S
oy
naufrago
in
eliz que una borrasca.
a más
oscur
que exhaló el abismo
Arrojó hasta
l s
playas de
la
Hesperia.
Don de en va no el remedio solicito.
l pastor Jovi
no so
nríe
la
gracia
de
los versos de ci
r-
cun stancia, disculpando el ripio prosaico del último
ver
so
, descifra fáci
lm
en
te
la apetencia del sueno, y
ordena la libe
rt
ad de Fray Se rv and o. Buen signo
ame
ri
ca
no, la fi neza del
so
licita r con mi ste
ri
o, como
en ese marcado antecedente,
co
mo un sueño que la
ajena fina atención
se ve
obligado a descifrar.
Rea bs orbe el frag mento no dañado de la tradición
ca tóli
ca,
se a
ce
rca como un pez
po
r el sueño, aunq ue
lle
ga
co n respeto, se
so
rprend e ante el
ce ni
zoso
co
rralón hispáni
co
litera
ri
o del principio del
XIX
iSi
aú n los
ro
mánticos
pa
recen ingenieros de minas, y
la
s poetisas deste
rr
adas histé
ri
cas que hacen las
co
mpras matina les para las comidas del
se
ñor mini
s-
tr
o solterón La jactancia quere
nci
osa lo interrumpe, y
sin nada de la sombría v
ani
dad, tie
ne la
alegría que
L
5
iblioteca de México
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estira sus piernas y se recorre. La vanidad americana
es amigotera y como
en
requiebro. Fray Servando
sorprende el convento dominico desconchado, hela
das las palabras por los corredores, sin pimienta
de
cita oportuna, pura mortandad engarabitada y ríspida,
y anota en sus memorias: "iY
al
infeliz que, como
yo
,
trae las bellas letras
de
su casa , y por consiguiente se
luce, pegan como en un real
de
enemigos hasta que
lo
encierran o destierran " Rifoso ademán que recorre
desde
el
refrán hasta el reojo del espejo
de
ultramari
nos, pues las consecuencias de esa vanidad amisto
sa
y llevadera terminan en bonachona punta
de
refrán.
El
que escama para
el
lucimiento, salta para
ahorcado, o luce que
te
enyesarán, o la más sibilina
de
luzco y traduzco. En esas mezclas
de
alegre rebe
lión para encontrar el buen refrán , cómo no recordar
el
criollísimo
de
José María
de
Heredia, para que el
sol
alce
su
frente
al
encanto
de
su
fama o
el
yo
alza
ré
el
mundo
de
José Martí. Ambas son formas
del
pre
tender para ayudar, ambas criollísimas.
Cuando el mando
de
Jovellanos, como americano
que malicia rápido y traspasa, se
da
cuenta de la tie
sura de los nuevos. "Logré hablar al ministro, porque
también llev b recomendación para el portero
,
nos
dice en sus memorias. Conocimiento del que toma sus
precauciones para las cien puertas tebanas y sabe la
fuerza
del
recurso menor. Intuición de
esa
tiesura
de
los nuevos por inevitable minoridad o alarde superior
que rehúsa la mirada fija , que penetra con natu
ralidad
en
el momento de la recepción
oportuna.
Esa
recomendación para
el ministro y para el portero, reve-
la un instinto fresco para preci
sar
el
ordinario pequeño
en
el
hombre, que desconfía del
recién llegado, pero sucumbe
ante
el
apaciguamiento del
menor más cercano. Reco
mendaciones del barbero, del
que nos sirve
la
sopa, del veci-
no
de la
azotea, de
la
seguridad
majadera de
lo
diminuto, que se
alza por encima de
la
tranquila
v lo-
ración normal, y que
el
americano
hecho a la recepción de la pano
plia
de
las contingencias, valora
como su
ll ve
de penetración que
le
encristala el muro para que
el
instante necesario
de la
sombra
al
lIe-
gar a su casa, se realice con plenitud y
nos
vise
con querencia.
como un arúspice consultivo en
el
Palacio de la Presi
dencia de México, en la amistad
de
Guadalupe
Victoria. Pero
le
llega
el
momento de rendir, se incor
pora y silabea: "Se dice que soy hereje, se asegura
que soy masón y se anuncia que soy centralista . Todo
es , compatriotas carísimos, una cadena de atroces
imposturas.
Ni
mis escritos ni mis palabras ni mis
actos podrán jamás proponerse como calumnias de
tanto tamaño; más como se haga mucha mención del
ruidoso sermón de Guadalupe que prediqué muchos
años
ha y se afecte extrañeza por qué no digo misa ni
hago
vid
ascética, como religioso dominico, y tal vez
a esto se
le
quiera dar el carácter
de
otros tantos apo
yos de dichas quimeras." Y pasa de las palabras a los
hechos que a todos obligan. Demuestra que no decía
misa, enseñando la mano despedazada; que no esta
ba en el claustro por haberse secularizado en Roma.
Que no era masón, porque
la
masonería era
un
parti
do. Y que él no predicó contra el milagro de la Gua
dalupe, sino que la predicación del Evangelio
en
América se debió a Santo Tomás, cosa que defende
ría hasta morir.
Fray Servando fue
el
primer escapado, con la
necesaria fuerza para llegar al final que todo lo acla
ra,
del señorío barroco, del señor que transcurre en
voluptuoso diálogo con
el
paisaje. Fue el perseguido,
que hace de
la
persecución
un
modo de integrarse.
Desprendido, por una aparente sutileza que entraña
ba
el secreto de
la
historia americana
en
su dimen-
sión de futuridad, de
la
opulencia barroca
para llegar al romanticismo de principios
del siglo XIX al fin realiza un hecho,
toca la isla afortunada, la in
dependencia de su país.
El
paisaje
del señor barroco,
n veg ndo
con
v ri
fortuna, se había
vol tiliz do
con lentitud que
pocos asimilaban. Fray Ser-
v ndo
es el primero que se de
cide a ser el perseguido, porque
ha intuido que otro paisaje na-
ciente,
viene
en su búsqueda, el que
ya
no contaba con el gran arco
que unía el barroco hispánico y
su enriquecimiento en el barro
co americano, sino
el
que intu
ye
la
opulencia de un nuevo
destino, la imagen, la isla, que
surge de los portulanos de lo
desconocido, creando un hecho,
el surgimiento de las libertades de
su propio paisaje, liberado ya del
compromiso con un diálogo man
tenido con un espectador que era
Después de haber rendido su vida en
los calabozos, en los disfraces de la perse
cución ,
en la
madrugada de las fronteras,
le
llegan sus días, en que es instalado
Dibujo de Fernando Vicente
una sombra.
6
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éxico
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Jose ezama ima
l
ER
JOSÉ LEZAMA LIMA
PARADISO*
Capítulo IX
Fragmentos)
Al
inaugurarse
la
mañana, Upsalón
ya
había
encendido
su
tráfago temprano. Arreglos
en
las
tarjetas, modificaciones de horarios, listas
con
los
nombres equivocados, cambios de aula a última
hora para la clase de profesores bienquistos,
todas esas minucias que atormentan a
la
burocra
cia
los días de trabajo excepcional , habían comen
zado a rodar. Desde las ocho a las diez de
la
mañana, los estudiantes candorosos de provincia
copiaban
en
sus libretas las horas de clase. Sa
ludaban a las muchachas que habían sido sus
compañeras en todos los días del bachillerato. Si
alguno conocía a otros estudiantes
de
años supe
riores, se mezclaba con ellos muy orondo, risueño
• José
lezama
Lima r diso
ilustraciones de René Portocarrero
edición revisada por
el
autor y cuidada por Julio Cortázar y Carios
Monsilláis, Ediciones Era, México, 1970. 496
pp
a niversidad
en
su
disfraz de suficiencia gradual. Los de último
año pertenecían a una hierofanía especial : única
mente
sus
parientes, primos de provincia , podían
mezclarse
con
ellos. Intercambiaban risotadas
que eran el asombro de los otros compañeros bi -
soños. Mi primo esta noche vendrá conmigo al
baile de los novatos
dijo al
regresar
al
grupo, fro
tándose las manos. Yo iría
con
este mismo traje,
mí
tía de Camagüey
me
lo regaló -dijo una de las
muchachas, se miró de arriba abajo con mirada
graciosa, después hizo una reverencia como
si
recogiese flores
en la
falda.
a
escalera de piedra es
el
rostro de Upsalón,
es también
su
cola y
su
tronco. Teniendo entrada
por el hospítal , que evita la fatiga de
la
ascensión,
todos los estudiantes prefieren esa prueba de re
encuentros, saludos y recuerdos. Tiene algo de
mercado árabe, de plaza tolosana, de feria de Bag-
7
Biblioteca
de
México
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dad; es
la
entrada a un horno, a una transmuta-
ción , en donde ya
no
permanece en su fiel
la
inde-
cisión voluptuosa adolescentaria.
Se
conoce a
un
amigo, se hace el amor, adquiere su perfil el has-
tío,
la
vaciedad.
Se
transcurria o se conspiraba, se
rechazaba
el horror vacui
o se acariciaba
el
tedium vitae
pero
es
innegable que estamos
en
presencia de un ser que se esquina, mira opues-
tas direcciones y al final se echa a andar con fir-
meza, pero sin predisposición, tal vez sin sentido.
No tiene clases por
la
tarde, pero sin vencer su
indecisión se viste para ir a la biblioteca de Up-
salón, donde esperará a que el que se sienta a su
lado comience a conversar con él. l diálogo no se
ha
entablado, pero
la
tarde
ha
sido vencida. No
son aquellos dias de finales de bachillerato en que
se sentaba en el extremo de un banco, en el relle-
no del malecón, colgaba
un
brazo del soporte de
hierro y sentía que
la
noche húmeda lo penetraba
y lo tundía . Oye a los que están hablando en
un
banco del patio
en
Upsalón, al grupo que todos los
días
va
a
la
biblioteca, al que se precipita sobre el
profesor para hacerle preguntas banales, sin
saber que cada vez que se pone en marcha para
esa forzada salutación, se gana una enemistad o
un comentario que lo abochornaría
si
lo oyese.
n la
segunda parte de
la
mañana, desde las
diez
en
adelante, la fluencia ha ido tomando nue-
vas derivaciones,
ya
los estudiantes no suben la
8
escalera de piedra hablando,
ni
se dirigen a
la
tablilla de avisos en los distintos decanatos, para
tomar con precisión en sus cuadernos los horarios
de clase. Algunos ya habían regresado a sus
casas con visible temor; habían oliscado que en
cualquier momento la francachela de protestas
podía estallar. Otros, que
ya
sabían perfectamen-
te todo
lo
que podia pasar, se fueron situando
en
la
plaza frente a
la
escalinata. De pronto,
ya
con
los sables desenfundados, llegó
la
caballería, mo-
vilizándose como si fuera a tomar posiciones.
Miraban de reojo los grupos estudiantiles, que
ocupaban el lado de
la
plaza frente a
la
escalera
de piedra . Cuchicheaban los estudiantes, forman-
do islotes como
si
recibieran una consigna. Llegó
al grupo una figura apolínea , de perfil voluptuoso,
sin
ocultar las líneas de una voluntad que muy
pronto transmitía su electricidad. Por donde
qu
ie-
ra
que pasaba se le consultaba, daba instruccio-
nes. La caballería se ocultaba en el lado opuesto
al ocupado por los estudiantes. Usaban unas ca-
pas carmelitas, color de rata vieja, brillantes por la
humedad
en
sus iridiscencias, como
la
caparazón
de las cucarachas. Hacían vibrar sus espadas en
el aire, saltando
un
alacrán por
la
sangre que
pasaba al acero.
Su
sombrero
de
caballería
lo
sujetaban con una correa, para que
la
violencia de
la
arremetida no los dejase
en el
grotesco militar
de la testa al descubierto. La violencia o el cara-
coleo
de
los potros justificaba 1
Il
correa que le res-
taba toda benevolencia a
la
papada. l que hacía
de Apolo, comandaba estudiantes y no guerreros,
por eso
la
aparición de ese dios, y no de un gue-
rrero, tenía que ser
un
dios en
la
luz, no vindicati-
vo , no obscuro, no ctónico. Estaba atento a las
vibraciones de la luz, a los cambios malévolos de
la
brisa,
su
acecho del momento
en
que
la
caba-
llería aseguró
la
hebilla
de la
correa que sujetaba
el sombrero terminado en punta. Pareció dentro
de su acecho buscar como
un
signo. Tan pronto
como vio que la estrella de la espuela se hundía
en los ijares de los caballos, dio la señal. Inme-
diatamente los estudiantes comenzaron a gritar
muerte para los tiranos, muerte también para los
más ratoneros vasallos babilónicos. Unos, de los
islotes arremolinados, sacaron
la
bandera con la
estrella y sus azules de profundidad . De otro islo-
te,
al
que las radiaciones parecían dar vueltas co-
mo un trompo endomingado, extrajeron una cor-
neta, que centró
el
aguijón de una luz que se re-
fractaba en sus contingencias, a donde también
acudía
la
vibración que como astilla de peces sol-
taban los machetes
al
subir por el aire para deci-
dir que
la
vara vuelva a ser serpiente. l que ha.cla
de Apalo parecía contar de antemano con ,as em-
palizadas invisibles que se iban a movilizar para
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detener a la caballería en los infiernos.
La
s espue
las picaron para quemar el galope pero las impro
visadas empalizadas burlescas se abrieron para
darle manotazos a los belfos que comenzaron a
sangrar al ser cortados por los bocados de plata.
Las guaguas comenzaron a llenar
la
plaza chi lla
ban sus tripulantes como
si
ardiesen lanzaban
protestas del timbre buches del escape petrolero
enormes carteras del tamaño de una tortuga que
cortaban como navajas tibias . Rompieron por las
calles que fluían a las plazas carretas pintadas
que ofrecían
su
temeridad de colores a los cascos
equinales que se estremecían al sentir el asom
bro de la pulpa aplanada por la presión de la mar
cha maldita .
La
pella que cuidaba la doradilla de
los buñuelos
se
volcó sobre los ojos de los enca
puchados. Una puerta de los balcones de
la
plaza
al abrirse en
el
susto de
la
gritería escurrió
el
agua
del canario que cayó en los rostros de los malditos
como orine del desprecio transmutación infinita
de la cólera de un ave en su jaula dorada .
La
ma
ñana
al
saltar del amarillo al verde del berro can
taba para ensordecer a los jinetes que le daban
tajos a la carreta de frutas y a la jaula del canario .
l
que hacía de jefe de
la
caballería ocupó el
centro de la plaza destacó al jinete de
un
caballo
gris refractado bajo el agua para que persiguiese
al estudiante que volaba como impulsado por
el
ritmo de la flauta. A medida que la caballería se
extendía por
la
plaza parecían ganar alas sus ta-
Iones de divi nidad victoriosa al interpretar las
reducciones de la luz. Un j inete de bestia negra
llevó su espada a la mejilla de un estudiante que
se aturdió y vino a caer debajo del caballo som
brío. l parecido a Apolo co
rri
ó en
su ay
uda per
seguido por el caba llo
co
lor gris bajo el agua . Tiró
de sus pies mientras los que parecían de su guar
dia llovían piedras sobre
el
caba llo negro y el gri-
soso espía partiéndole los ca
rt
ones de su frente
con un escudo sin relieve.
l
Apolo volante no se
detuvo un instante
de
spués de su rescate pues
comenzó a lanzarle apóstrofes a los estudiantes
que habían huido tan pronto la caballería picó
espuelas . Vo lv
ían el
rostro y
ya
entonces cobra
ban verdadero
pa
vor veían en la lejanía las ancas
de los caballos negros y la mirada del vengador
que caía sobre ellos arrancándole pedazos de la
camisa con listones rosados sangre
ya
ra sp ada.
Así los grupos entre alaridos y toques de cla
xons se fueron deslizando de la plaza a la calle de
San Lázaro donde
se
impulsarían por esa aveni
da
que lanzaba a los conspiradores desde la esca
lera de piedra hasta las aguas de la bahía frente
al Palacio presidencial palmerales y cuadrados
coralinos con los patines de los garzones que pa
recían cortar
la
mañana en lascas y después
soplarlas como
si
fuesen un papalote.
La
plaza de
Upsalón tenía algo del cuadrado medieval de la
vecinería en
el
entorno de las canciones del calen
dario: cohetes de verbena y redoblantes de
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Semana Santa. Fiestas
de la
Pasión en
el
San
Juan y fiestas del diciembre para
la
Epifanía
esplendor de un
na
cimiento en
lo
que tiene que
morir para renacer.
El
cuadrado
de
una plaza tiene
algo del cuadrado ptolemeico todo sucede
en
sus
cuatro ángulos y cada ventana una estrellita fija
con sus ojeras de riñonada. Las constelaciones se
recuestan
en el
lado superior del cuadrado como
en un barandal. Algunas noches al recostarse la
cabeza de Jehová en ese lado parece que el
barandal cruje y al fin se ahonda en fragmentos
apocalipticos .
Dos cuadras después de haber salido de
la
plaza algunos estudiantes se dirigieron al parque
pequeño donde de noche descansaban las sir
vientas de sus trabajos
en
alguna casa cercana y
los enamorados comenzaban a cansarse
en un
Eros indiscreto.
En
la mañana bañados por una
luz intensa que se apoyaba
en el
verde raspado
de los bancos donde las fibras de la madera se
enarcaban por encima del verde impuesto los
estudiantes volaban gritando en
la
transparencia
de una luz que parecía entrar
en
las casas con
la
regalía de su cabellera .
Aprovechándose del pedestal saliente de algu
na columna o extrayendo de algún café una silla
crujidora algunos estudiantes querían que sobre
el
tumulto
el
verbo de
la
justicia poética prevale
ciese. Como los delfines y
la
cipriota diosa sur
giendo
de la
onda con
el
fondo resguardado por
una opulenta concha manchada por hojillas de
líquenes los adolescentes puestos bajo la advo
cación de la eimarmené en el arrebato y en el
espanto inmediato hacían esfuerzos de giganto
mas
por elevarse con
la
palabra por encima de
la
gritería. e los caballos negros opulentos de an
cas brotaba fuego iluminando aún más
la
trans
parencia
con la
candelada. Las detonaciones im
pedían
la
llegada del verbo con alas
el
que hacía
de Apolo de perfil melodioso había señalado los
distintos lugares
en la
distancia donde los estu
diantes deberían alzarse con
la
palabra. Como si
escalasen rocas se esforzaban en ser oídos pero
el
brillo de
la
detonación y en ese fulgurar
la
cara
del caballo con su ojo hinchado por
la
pedrea
ponía
un
punto final de pesadilla en el cobre de los
arengadores.
La caballería parecía confundirse por ese entre
cruzamiento de playa avenida y parque. No podía
precisar con eficacia a cuál de los grupos había
que perseguir. El encapotado mayor que los co
mandaba se confundía en
la
dispersión de los ca
minos mientras los estudiantes en la formación de
sus islotes repentinos parecían bañarse como en
una piscina. En ocasiones un solo jinete perseguía
a un estudiante que se aislaba por instantes reci-
bía refuerzos de piedras y laterías estaba
ya
en
la
otra acera describía espirales y abochornaba al
malvado que terminaba frenetizado pegando un
planazo
en
una ventana que soltaba una persia
na
anclada
en la
frente del centauro desinflado. El
\
primer turbión que se precipitó hacia
el
parque los
confundió aún más; por allí siguió
la
caballería
cuando
la
alharaca les tironeó
el
pescuezo
el
grueso de los estudiantes saltaba por la avenida
marchando más deprisa mascullando sus maldi
ciones con más pozo profundo y libertad.
Entre tantos laberintos la dispersión iba debili
tando
la
caballería.
Su
conjunto ya no operaba en
su nota coral sino cada soldado volvía persi
guiendo a uno solo de los estudiantes terminando
conque
el
caballo sudoroso se echaba a reír de las
saltantes burlas de los estudiantes. Parecía que
comenzaban a amigarse con los estudiantes
pues a pesar de los planazos que recibían
en
las
ancas sonaban sus belfos con la alegría con que
tomaban agua por la mañana . La transparencia de
la
mañana los hacía reidores
al
sentir las alas
regaladas. Al relincho épico de la inicial acometi
da había sucedido un relincho quejumbroso que
los hacía reidores como si las espuelas les produ
jesen cosquillas y afán de lanzar a los encapota
dos de sus cabalgaduras. El relincho marcial al
apagarse
en el
eco era devuelto como una risota
da amistosa.
La
risotada terminaría en un rabo
encintado.
Los grupos estudiantiles que se habían ladeado
hacia el parque por diversas calles se iban incor
porando de nuevo al aluvión que bajaba por la
avenida de San Lázaro de aceras muy anchas
con mucho tráfico desde las primeras horas de la
mañana con público escalonado que después se
iba quedando por Galiano Belascoaín e Infanta
ya
para ir a las tiendas o a las distintas iglesias o
hacer las dos cosas sucesivamente después de
oír
la
misa de rogar curaciones suertes amorosas
o buenas notas para sus hijos en los exámenes.
Se iban deslizando de vidriera en vidriera gustan
do los reflejos de una tela o simplemente y esto
es lo más angustioso pasando veinte veces por
delante de cualquier insignificancia mero capricho
o necesidad a medias que no se puede hacer
suya y que por lo mísmo subraya su brillo hasta
que la estrella se va amortiguando en nuestras
apetencias y queda por nuestra subconsciencia
como estrella invisible pero que después resurge
en el estudiante y en el soldado en unos para
matar y en otros para dejarse matar.
Si
trazáramos
un
círculo momentáneo en torno de aquellos tran
seúntes matinales los que salen para sus traba
jos o para fabricar un poco de ocio en sus tijeras
caseras penetramos en el secreto de los seres
4
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de M c o
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que están en e l contorno estud ia ntes y so ldad os
envueltos en torbel l inos de piedra y en los ref le jos
de los p lanazos sobre aque l los cuerpos que c a n
tan en la g lo r ia . Las inmensas f rust rac iones here
dadas en la co inc idencia de la v is ión de aque l ins
tan te que presenta com o s imu l táneo en lo exte
r ior lo que es suce sivo en un yo interior casi su
merg ido deba jo de las p iedras de una ru ina mot i
va esa co inc idencia en los contornos de un c í rcu
lo que está segregando esos dos productos: e l
que sale a buscar la muerte y e l que sale a rega
la r la muerte . Los que no part ic ipan de esos en
cuent ros eran la causa secre ta de esos d ua l ism os
de od ios ent re seres que no se conocen y donde
el d ispensador de la vida y el dador de la muerte
co inc iden en la e laborac ión de una gota de ópa lo
donde han pasado t r it u radas y ma ce rada s re to rc i
das com o las cactác eas mu chas ra íces que en
sus pro longaciones se encont raron con a lgún
acant i lado que las quemó con su so l .
A l l legar a l parque Maceo ya los estud iantes
habían rec ib ido nuevos cont ingentes de a lumnos
de bach i l le ra to de las normales escue las de
comerc io ; en con junto ser ían unos mi l estud ian
tes que af luían en el s i t io donde la si tuación se iba
a hacer más dif íc i l . La cabal lería había logrado
rehacerse y cerca de a l l í estaba una estac ión de
po l ic ía . Pero entonces acud ió e l ve loz como
Apolo de perf i l me lod ioso dando voces de que
recurvaran al mar. El que hacía de jefe de la caba
l le r ía reun ió de nuevo a sus huestes que conver
gieron por los belfos de las best ias. Se veía como
un gro tesco rosetón de anca de caba l los. Les t em
b laba todo e l cuerpo después coreaban e l a i re
con sus dos patas t raseras se sent ían perse gu i
dos por demonios mosqu i tos inv is ib les. Un t r ib i l ín
sin dom ici l io conoc ido entra ba y salía por las
patas de los caba l los. A lgu no d e los j ine tes qu iso
con su esp adín apu ntalar a l perr i l lo pero fue bur
lado y raspó e l adoq u inad o exac erba ndo ch ispas
que le rozaron los meji l lones.
Los gendarmes de la estac ión sa l ie ron rubr i
cando con t i ros la persec ución pero ya los es tu
diantes tenían la sal ida al mar. Entrando y disper
sándose por las ca l les t ravesañas a San Lázaro
los estudiantes se hicieron casi invisib les a sus
persegu idores. Quedaba e l pe l ig ro supremo de l
cast i l lo de la Punta pero el que rem eda ba las apa
ric iones de Ap olo dio la con sign a de que sin for
mar un grupo m ayor fueran por Refug io hasta
entrar por uno de los costados de Palacio. Hasta
ese momento José Cern í había marchado so lo
desde que los grupos estac ionados f ren te a Up-
sa lón habían part ido con sus a le luyas y sus mald i
c iones. Se ponía e l cuenco de la ma no com o un
carac ol sobr e el bord e de los labios y lanzab a sus
condenaciones. Aunque había sent ido la mágica
imantac ión de la p laza de los grupos arremol ina
dos en e l parque de la re t i rada envo lvente hac ia
e l mar estaba como en duermeve la ent re la real i
dad y e l hech izo de aque l la mañana. Pero in tu ía
que se iba adent rando en un túne l en una s i tua
c ión en ext remo pe l ig rosa donde por pr imera vez
sent iría la ausencia de la mano de su padre.
Ante s de l legar a Pa lac io los estud ian tes se
fueron s i tuando en los por ta les de l macizo cua
drado de la c igarrer ía Bock que ocupab a una
ro tunda ma nza na. A l llegar a la esqu ina de la c iga
rrer ía Cern í pudo ver que en e l parque rodea do
de su grup o de ayud antes en la re f r iega e l que
tenía com o la luz de Apo lo lanzaba una soga para
at rapar e l b ronce que estaba sobre e l pedesta l .
Una y otra vez lanza ba la soga hasta que al f in la
a t rapó por e l cue l lo y comenzó a gu indarse de la
soga para desprender la fa lsa esta tua. Entonces
fue cuando de todas partes empezaron a sa l i r ron
das de po l ic ías acompañados de so ldados con
armas la rgas. Las descargas eran en rá fagas y
Cern í permanecía en su esqu ina como a to londra
do por la sorpresa. No sabía adonde d i r ig i rse
pues e l ru ido incesante de los d isparos impe día
precisar cuál sería la zona de más relat iva seguri
d a d .
Entonces s in t ió que una mano cogía la suya
lo t i roneó hasta la próx ima co lum na así fueron
sa l tando de resguardo en co lumna cada vez que
se hacía una ca lma en las detonaciones. Det rás
de l que lo t i roneaba iba o t ro en su segu im iento
un poco mayor que asom brab a por su ca lma en la
re f r iega. Así re t roced ieron por Refug io corr iend o
com o gam os perseg u idos por serp ientes. A l l legar
a Prado un poco remansados ya e l que t i raba e l
brazo se vo lv ió hac ia é l r iéndose. Era Ricardo
Fronesis que lo había reconocido tan pronto se
había general izado el t i roteo y que había corr ido
en su ayuda. Cern í no pudo expresar en o t ra
forma su a legr ía que abrazan do a Fronesis po
n iéndose ro jo como la puerta de un horno. Le pre
sentó a l que venía en su segu im iento Eugen io
Foc ión
mayor que Fronesis y que Cern í ; repre
sentaba unos ve in t ic inco años muy f laco con e l
pe lo dorado y agres ivo com o un ha lcón era de los
t res e l que estaba m ás sereno . La cam inata los
pe l ig ros de la marcha la cercanía de los d isparo s
no habían logrado alterarlo. Le dio la mano a Cerní
con c ie r ta ind i fe renc ia pero éste observó que era
una ind i fe renc ia que no rechaz aba porque había
comenzado por no most rar una fác i l aceptac ión.
Se oían en la lejanía los disparos pero cada vez
espaciándose más al mismo t iempo que los es tu
diantes convergían al Prado y allí se iban disper
sand o. Cerní con sus dos amig os Fronesis y
Foción tomaron por la cal le Colón para despedirse
41
B i b l i o t e c a d e M é x i c o
C
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al llegar a la esquina de la
ca
lle de Tro cade
ro
.
Mientras cumplimentaban el término de la tumultuo
sa
cam
inata Fronesis para iniciar la conversación
pues Cemí mostr
aba
un
si
len cio tímido dijo que se
había matriculado en Derecho y Filosofía y Letras
que
su
tia L
et
icia le había dicho que él lo haría
en
Derecho lo que hac
ía
que tu vies
en
asignaturas
comunes así es que
se
ve
rí
an con
mu
c
ha
frecuen
cia. F
oc
ión continuó
in
fo
rmando Fronesis
no
e
ra
es tudiante trabajaba en la oficina de
un
abogado y
procuraba ser estudioso. Estaba siempre en sus
ratos de ocio en Upsalón y con los que allí estudia
ban . ¿Por qué?
Ya
lo sabría en los días sucesivos
cuando
se
encontrasen de nuevo
en
la plaza de
la
co li
na
. El tiempo muy bre ve
en
que Fronesis aludió
a Foción mantuvo éste entreabierta una sonrisa no
mu y anchuro
sa
pero donde cabía la burla secreta y
la
al
eg
rí
a manifestada.
Las
leyes
del
apathos de los
estoicos funcionaron de inmediato no no le cayó
nada bien
Foción a Cemí. Después de darse las
manos de despedida un
rato
largo Cemí mantuvo el
recue
rd
o de su so
nri
sa ofrecida
con
un artificio que
se
h
ac
ía naturaleza por
la
facilidad con que se man
tenía en su apariencia vivaz.
Cemí llegó a su casa con el peso de una intran
quilidad que
se
remansaba más que con la angus
tia de una crisis nerviosa de quien
ha
atravesado
una obscuridad una zona pel igrosa. La presencia
de Frones is el co nocimiento de Foción lo habían
sobresa ltado pues cuando
la re
vuelta parecía que
había llegado a
su
final surgía la nueva situación.
Al toque en la puerta de
su
casa había acudido
Rialta que lo esperaba sentada muy cerca de la
puerta ansiosa por ver llegar a
su
hijo. Con ese
olfato típicamente maternal se había dado perfecta
cuenta de que
su
hijo acudía a
la
inauguración de
las clases
en
Upsalón y que
el
curso comenzaría
con algazaras y protestas pues los estudiantes
cada día iban penetrando con más ardor
en la
inquietud protestaria del resto del país. Cuando lo
vio llegar se sintió alegre pues siempre que las
madres ven que
un
hijo parte para un sitio de peli
gro se atormentan pensando que fuera de su cui-
dado
le
pasará a
su hi O lo
peor. La alegria de
su
equivocación maternal se hacía visible
en
Rialta .
-Tenía ganas ya de que llegaras he oído decir que
ha
habido disturbios
en
Upsalón y he estado toda
la
mañana rezando para que no fuera a suceder algo
desagradable. Ya sabes que cuando te agitas el
asma te ataca con más violencia. Mi hijo -Rialta se
emocionó al decir sto perdí a
tu
padre cuando
tenía treinta años ahora tengo cuarenta y pensar
que
te
pueda suceder algo que ponga en peligro
tu
vida ahora que percibo que vas ocupando el lugar
de él pues la muerte habla en ocasiones y sé como
madre que todo lo que tu padre no pudo realizar tú
lo vas haciendo a través de los años pues
en
una
familia no puede suceder una desgracia de tal mag
nitud sin que esa oquedad cumpla una extraña sig
nificación sin que esa ausencia vuelva por su res
cate.
No es
que yo
te
aconseje que evites
el
peligro
pues
sé
que
un
adolescente tiene que hacer
muchas experiencias y
no
puede rechazar ciertos
riesgos que en definitiva enriquecen su gravedad
en la vida. Y sé también que esas experiencias hay
que hacerlas como una totalidad y no
en
la disper
sión de los puntos de
un
granero.
Un
adolescente
astuto produce un hombre intranquilo.
El
egoísmo
de los padres hace que muchas veces quisieran
que sus hijos adolescentes fueran sus contemporá
neos más que la sucesión la continuidad de ellos
a través de las generaciones o lo que es aún peor
se dejan arrastrar por sus hijos y ya éstos están
perdidos pues ninguno de los dos está
en su
lugar
ninguno representa la fluidez de lo temporal; uno
los padres porque
se
dejaron arrastrar; otro los
hijos que
al
no tener qué escoger
se
perdían al
estar
en
obscuridad
en
el estómago de
un
animal
mayor. Después
al
paso del tiempo cuando llegan
a ver a sus hijos serenos maduros dentro de
su
cir
cunstancia no pueden pensar que fueron esos ries
gos esos peligros la causa de
su
serenidad poste
rior y que sus consejos egoístas cuando ya sus
hijos son mayores son un fermento inconcluso una
espina que
se
va pudriendo
en
el subconsciente de
todas las noches.
4
i _ de M xlco
~
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JEAN-P
AUL S
ARTRE
ALBERT
CAMUS
Hace
seis
meses, ayer apenas,
nos preguntábamos todavía:
¿Qué va a hacer Camus? . Cir
cunstancialmente , desgarrado por
contradicciones que
es
menester
respetar, había elegido el silencio.
Pero
era
una de
esas raras perso
nas
a quienes se puede esperar,
puesto que
eligen despacio y
se
mantienen fieles a su elección .
Ya
hablaría, llegado el momento.
Ni
siquiera nos habríamos atrevido a
conjeturar
lo
que diría entonces.
Simplemente, pensábamos que
debía
de
estar cambiando
con
el
mundo, como todos nosotros;
esto bastaba para que
su
presen
cia síguiera viva
Nos habíamos distanciado, él
y
yo Un
distanciamiento
no
signi
fica gran cosa, aunque haya
de
ser definitivo; a lo sumo una ma
nera diferente de convivir, sin per
derse
de
vista,
en un
mundo tan
pequeño y angosto como el que
nos ha cabido en suerte. Eso no
me impedía pensar en él , sentir
su mirada fija sobre
la
página del
libro o del diario que él leía, y pre
guntarme: ¿Qué dirá
de
esto?
¿Qué dirá
de
esto, ahora? . Su
sílencio que, según las circuns
tancias y mi propio humor, juzga
ba
yo
unas veces demasiado pru
dente, y otras, doloroso, era una
característica de cada día, como
el calor o la luz, aunque humana.
Jean-Paul Sartre.
Literatura
y
rt
t r d u c ~
ción de
Maria
Seuderi
Situations IV d itorial
Lo sa
da Buenos Aires 1966. 348
pp
.
•• [Articulo publicado después de la muerte
de Camus.
N .del E.)]
Se vivía de acuerdo o en contra
de
su
pensamiento, tal como nos
lo revelan sus libros -sobre todo
La caída, acaso el más hermoso
y el menos comprendido-, pero
siempre a
tra
vés de
su
pensa
miento. Era ésta una aventura
singular
de
nuestra cultura,
un
movimiento cuyas fases y cuyo
término intentábamos adivinar.
Ca mus encarnaba en este siglo,
y contra la historia , al heredero
actual del antiguo linaje
de
mora
listas cuyas obras constituyen
quizá,
lo
más original de las letras
francesas. Su humanismo obsti
nado, estrecho y puro, austero y
sensual , sostenía una lucha in
cierta contra los acontecimientos
densos y deformes
de
la época.
Por otra parte,
la
terquedad mis
ma
de
sus rechazos reafirmaba ,
en
el corazón de nuestro tiempo,
la
existencia del hecho moral,
contra los maquiavélicos, contra
el becerro
de
oro del realismo
Camus
era,
por así decirlo, esa
afirmación inquebrantable. A po
co que se leyera y reflexionara,
se daba
con
los valores humanos
que llevaba apretados
en
el pu
ño:
enjuiciaba el acto político.
Había que convertirlo o combatir
lo
;
en
una palabra, era indispen
sable para
esa
tensión que cons
títuye la vida del espíritu. Hasta
su silencio de los últimos años
práctica. Lo adivinábamos, y adi
vinábamos también los conflictos
íntimos que callaba; porque la
moral , considerada en sí misma,
exige a la vez rebeldía y repudio.
Esperábamos: había que esp
e-
rar, había que saber. Hiciera
lo
qu
e hiciese
en lo
sucesivo, y de
cidiera
lo
que decidiese, ya no
podía dejar
de
ser
una
de las
fuerzas pr incipales
de
nuestro
ámbito cultural, ní de representar
a
su
modo la historía
de
Francia y
tenía un aspecto positivo. Car-
de
este siglo. Pero quizá había
tesiano del absurdo, se negaba a mas conocido y comprendido su
abandonar el suelo firme de la re - itinerario.
Lo
había hecho todo
flexión moral, para aventurarse
-una
obra cabal- y, como siem
por los caminos inciertos
de la
pre ocurre, todo quedaba
po
r
4
8 1bUoteea de
Mé.ico
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hacer. El mismo
lo
decía: 'Tengo
mi obra por delante . Ahora, se
acabó. El escándalo singular de
esta muerte
es
la abolición del
orden humano, por irrupción
de
lo
inhumano.
También
el
orden humano es
sólo un desorden; es injusto y
precario: hay dentro
de él
quien
mata y quien muere
de
hambre.
Pero al menos ha sido fundado
por los hombres, y son hombres
quienes lo mantienen o comba
ten
.
De
acuerdo con este orden,
Camus tenía que vivir: ese hom
bre
en
marcha nos obligaba a
interrogarnos;
él
mismo era
un
interrogante que buscaba res
puesta. Vivía en l mitad de una
larga vida ; por nosotros, por él
por los hombres que imponen el
orden y por quienes lo rechazan ,
era imperativo que saliera del
silencio, que decidiera, que sa-
terísticas de una obra y las cir
cunstancias del momento histó
rico han exigido tan a las claras
que un escritor viva.
Llamo escándalo al accidente
que mató a Camus, porque hace
aparecer, en el seno del mundo
humano,
lo
absurdo de nuestras
exigencias más profundas. A los
veinte años, atacado de pronto
por
una
enfermedad que trastor
naba su vida,
Ca
mus descubrió el
absurdo: negación estúpida del
hombre. Se fue acostumbrando a
él
,
pensó su
condición insoporta
ble , salió del paso. Podría creer
se
,
no
obstante, que sólo sus pri
meras obras dicen la verdad de
su
vida
ya que este enfermo que
recobró la salud había
de
ser
aplastado por una muerte impre
visible y venida de fuera. El ab
surdo sería, pues,
esa
pregunta
que ya nadie le
hace
y que él
ya
no
hace a nadie; este silencio que
ni
siquiera
es
ya
un
silencio, que
ya
no es absolutamente nada.
Yo no lo creo así. Lo inhuma
no,
en
cuanto se manifiesta, de
viene parte de lo humano.
Toda
vida que se detiene aun la de
un hombre tan
joven
es a la vez
un disco que se rompe y una
vida completa. Todos los que lo
amaron encuentran
en
su muer
te algo intolerablemente absur
do. Pero habrá que aprender a
considerar esta obra mutilada
como una obra total. En la medi
da en que el humanismo de Ca
mus contiene una actitud huma
na ante la muerte que había de
sorprenderlo,
en
la medida en
que su búsqueda orgullosa
de
la
felicidad suponía y reclamaba la
necesidad inhumana de morir,
cara conclusiones. Otros mue- reconocemos en esta obra y en
ren viejos; otros, rezagados la vida que no es separable
de
siempre, pueden morir en cual- ella,
el
intento puro y victorioso
quier momento sin que
el
senti- de un hombre que luchó por res
do de su vida de
l
vida resul- catar cada instante de su exis
te cambiado. Pero nosotros, de- tencia al dominio de su muerte
sorientados y vacilantes, necesi- futura.
tamos que nuestros hombres
mejores lleguen hasta
la
salida
del túnel. Pocas veces las carac-
France-Observateur núm. 505, 7 de
enero de 1960.
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http://slidepdf.com/reader/full/32000000234 47/69
Camus
L'étranger
Albert Camus
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r n n ~ 1
~ ¡ . L - = f t ~ } v : : : : : : : : C ~ ~ ~
J
JEAN-PAUL
SARTRE
EXPLICACiÓN
DE
L ÉTRANGER
Apenas salido
de la
prensa, L Étranger de Albert
Camus obtuvo
el
éxito más grande. Se repetía que
era el mejor libro desde el armisticio
.
Entre
la
producción literaria de la época esa novela era ella
misma una extranjera. Nos llegaba del otro lado
de la línea, del otro lado del mar; nos hablaba del
sol ,
en
esta desabrida primavera sin carbón , no
como de una maravilla exótica, sino con
la
familia-
, ridad cansada de quienes han gozado demasiado
de él; no se preocupaba de sepultar una vez más
y con sus propias manos al viejo régimen ni de im
buimos
la
sensación
de
nuestra indignidad; al
leerla se recordaba que había habido
en
otro tiem
po
obras que pretendían valer por sí mismas y no
probar nada. Pero, como contrapartida de ese ca
rácter gratuito, la
novela era bastante ambigua:
¿cómo había que entender a ese personaje que,
al día siguiente de
la
muerte de su madre, se ba
ñaba, iniciaba una aventura amorosa irregular e
iba a reír ante una película cómica
,
que mataba a
un árabe a causa del sol y que,
la
víspera
de
su
ejecución, afirmando que había sido dichoso y lo
seguía siendo
,
deseaba muchos espectadores al
rededor del cadalso para que
lo
acogieran con
gritos de odio ? Unos decían: Es un tonto, un po-
bre tipo
;
otros, mejor inspirados: Es
un
inocente .
Pero quedaba por comprender
el
sentido de esa
inocencia.
El
señor Camus, en El mito e Sisifa , aparecido
algunos meses después, nos ha dado
el
comenta
rio exacto de su obra : su personaje no era bueno
ni malo, moral ni inmoral. Estas categorías no
le
convienen ; forma parte de una especie
mu
y singu
lar a
la
que el autor reserva el nombre
de
absurda.
Pero esta palabra adquiere bajo la pluma del señor
Camus dos significados muy diferentes: lo absurdo
es
a
la
vez
un
estado
de
hecho y
la
conciencia lúci
da
que ciertas personas adquieren de ese estado.
Es absurdo el hombre que de una absurdidad
fundamental saca sin desfallecimiento las conclu
siones que
se
imponen. Hay en ello
la
misma tras
lación de sentido que cuando se llama swing a
una juventud que baila
el swing.
¿Qué es , pues, lo
absurdo como estado de hecho, como dato origi
nal? Nada menos que la relación del hombre con
el mundo.
La
absurdidad primera pone de mani
fiesto ante todo un divorcio: el divorcio entre las
aspiraciones del hombre hacia la unidad y el dua
lismo insuperable del espíritu y de la naturaleza ,
entre el impulso del hombre hacia
lo
eterno y el
5
Biblioteca de México
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carácter
finito
de
su
existencia , entre la preocupa
ción que es
su
esencia mi s
ma
y la vanidad de sus
esfuerzos. La muerte,
el
pluralismo irreductible de
las verdades y de los seres, la ininteligibilidad de
lo
real ,
el
azar,
son lo
s polos de
lo
absurdo.
En
ver
dad, no son estos temas mu y nuevos y el señor
Camus no los presenta como tales. Fueron enu
merados, desde el siglo XV
III
, por cierta especie de
razón seca, somera y contemplativa que es pro
piamente francesa; sirvieron de lugares comunes
al pesimismo clásico. ¿No es Pascal quien insiste
en la desdicha natural de nuestra condición débil
y mortal y tan miserable que nada puede consolar
no
s cua
nd
o pensamos en ella de cerca? . ¿No es
él
quien
le
señala
su
lugar a
la
razón? ¿No apro
baría
sin
reservas esta frase de Camus:
El
mundo
no es
ni
enteramente racional
ni
tan irracional
?
¿No nos demuestra que la costumbre y la diver
sión ocultan
al
hombre
su
nada,
su
abandono, su
insuficiencia,
su
impotencia,
su
vacío ? Por
el
esti
lo helado de
El mito de Sísifo
por
el
tema de sus
ensayos,
el
señor Camus se coloca en la gran tra
dición de esos moralistas franceses a los que
Andler llama con razón los precursores de
Nietzsche;
en
cuanto a las dudas que plantea con
respecto
al
alcance de nuestra razón, se hallan en
Jean-P
aul
Sartre
l hombre las cosas
ituations
1
traducción
:
Luis Echávarri , Editorial Losada, Buenos Aires, 1960, 248 pp.
la tradición más reciente de la epistemología fran
cesa. Si se piensa en
el
nominalismo científico, en
Poincaré, Duhem y Meyerson, se comprenderá
mejor
el
reproche que nuestro autor
le
hace a
la
ciencia moderna: Me habláis de un sistema plane
tario invisible en
el
que los electrones gravitan alre
dedor de un núcleo. Me explicáis ese mundo con
una imagen. Me doy cuenta entonces de que
habéis
ve
nido a parar a
la
poesía.
'
Es
lo
que
expresa por
su
parte y casi
al
mismo tiempo
un
autor que bebe en las mismas fuentes cuando
escribe : (La física) emplea indiferentemente
modelos mecánicos, dinámicos o también psicoló
gicos, como si liberada de pretensiones ontológi
cas, se hiciera indiferente a las antinomias clásicas
del mecanismo o del dinamismo que suponen una
naturaleza en sí misma .'
El
señor Camus tiene
la
coquetería de citar textos de Jaspers, Heidegger y
Kierkegaard que, por
lo
demás, no parece com
prender siempre bien. Pero sus verdaderos maes
tros están en otra parte:
el
giro de sus razona
mientos,
la
claridad de sus ideas, el corte de su
estilo ensayista y cierto género de siniestro solar,
ordenado, ceremonioso y desolado, todo anuncia
un
clásico,
un
mediterráneo. En él todo, inclusive
su método (
El
equilibrio de evídencia y lirismo es
El mito
e
Sísifo, página 25 de
la
edición castellana de Editorial
Lo
sada.
6
, Merleau-Ponty: La structure
u
comportement (
La
Renais
sa
nce du
Li
v
re
, 1942), pág. 1
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lo único que puede permitirnos asentir al mismo
tiempo a
la
emoción y
la
claridad )' recuerda a las
antiguas geometrías apasionadas de Pascal y de
Rousseau y lo aproxima a Maurras, por ejemplo,
ese otro mediterráneo del que difiere ,
no
obstante,
en tantos respectos, mucho más que a un fenome-
nólogo alemán o
un
existencia ista danés.
Pero el señor Camus, sin duda alguna, nos con-
cedería de buena gana todo eso. En su opinión, su
originalidad consiste en ir hasta el fin de sus ideas.
Para
él
no se trata, en efecto, de coleccionar má xi-
mas pesimistas. Es cierto que lo absurdo
no
está en
el
hombre
ni
en el mundo, si
se
los toma aparte;
pero como la característica esencial del hombre es
estar en el mundo , lo absurdo, para terminar, se
identifica por completo con la condición humana.
Por lo tanto, no es ante todo
el
objeto de una sim-
ple noción: es una iluminación desolada
la
que nos
revela . Levantarse, tomar
el
tranvía , cuatro horas
de oficina o de fábrica , la comida, el sueño lunes,
martes, miércoles, jueves, viernes y sábado con el
mismo ritmo ...... y luego, de pronto, los decorados
se
desploman y alcanzamos una lucidez
sin
espe-
ranza. Entonces, si sabemos rechazar la ayuda
engañosa de las religiones o de las filosofías exis-
tenciales, nos atenemos a algunas evidencias
esenciales: el mundo es un caos, una divina equi-
valencia que nace de la anarquía
;
no hay día si-
guiente, puesto que se muere. ..en un uni verso
privado repentínamente de ilusiones y de luces el
hombre se siente extraño. Es un exilio sin remedio,
pues está privado de los recuentos de una patria
perdida o de la esperanza de una tierra prometida
'
Es que, en efecto, el hombre no es el mundo: Si yo
fuese un árbol entre los árboles... , esta vida tendría
un
sentido, o más bien, este problema
no
lo tendria ,
pues yo formaría parte de este mundo.
Yo
sería
este mundo,
al
que me opongo ahora, con toda mi
, conciencia ... Esta razón tan irrisoria es la que me
opone a toda
la
creación
.'
Así
se
explica ya en
parte
el
título de nuestra novela:
el
extranjero es
el
hombre frente al mundo. El señor Camus muy bien
habría podido elegir también para titular a su obra
el nombre de una obra de Georges Gissing: Né en
exil Nacido en
l
exilio) . El extranjero es también el
hombre entre los hombres. Hay días en que...
se
encuentra extraña a la mujer que se había amado.'
Soy en fin yo mismo con relación a mí mismo, es
decir el hombre de la naturaleza con relación
al
espíritu: El extraño que, en ciertos segundos, viene
a nuestro encuentro en un espejo .'
J El mito de
S
lsifo
página 14
de la edición
castellana
de la d
itorial
Losada
• Ibld. pág .
2
.
Ibld .
pág . 15.
t El mito de Sísifo
página 7
de
la edición castellana de Losada
Ibld. pág .
21
.
• Ibld . pág .
21
.
Pero no es solamente esto: es una pasión de lo
absurdo. El hombre absurdo no se suicidará; quiere
vivir, sin renunciar a ninguna de sus incertidumbres,
sin porvenir, sin esperanza, sin ilusión, y también sin
resignación .
El
hombre absurdo se afirma en
la
re-
belión. Mira a
la
muerte
con
una atención apasiona-
da y esa fascinación lo libera : conoce la divina irres-
ponsabilidad del condenado a muerte. Todo está
permitido, pues Dios
no
existe y
se
muere.
Todas
las
experiencias son equivalentes, sólo que conviene
adquirir la mayor cantidad posible de ellas. El pre-
sente y la sucesión de los presentes ante
un
alma
sin cesar consciente
es el
ideal
del
hombre absur-
do
.' Todos los valores se derrumban ante esta éti-
ca
de la cantidad ; el hombre absurdo, arrojado a
este mundo, rebelde , irresponsable, nada tiene que
justificar .
Es inocente .
Inocente como esos primiti-
vos de que habla Somerset Maugham, antes de
la
llegada del pastor que les enseña
el
Bien y
el
Mal, lo
permitido y lo prohibido. Inocente como
el
príncipe
Muichkin, quien vive en un presente perpetuo mati-
zado con sonrisas e indiferencia .
Un
inocente en
todos los sentidos de la palabra, un idiota también,
si queréis. Y esta vez comprendemos plenamente
el
título de
la
novela de Camus. El extraño que quiere
describir es justamente uno de esos terribles ino-
centes que constituyen
el
escándalo de una socie-
dad porque
no
aceptan las reglas de su juego. Vive
• Ibid .
pág . 56
7
Bib
lioteca
de
é
x i
co
8/11/2019 32000000234
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entre los extraños, pero para ellos es también
un
extraño. Por eso
le
amarán algunos, como Marie,
su
querida, quien siente afecto por él porque es raro ;
y otros
lo
detestarán por eso, como esa multitud de
sedentarios cuyo odio siente de pronto. Y nosotros
mismos, que al abrir el libro no estamos familiariza
dos todavía
con la
sensación de
lo
absurdo, tratare
mos inútilmente de juzgarle de acuerdo
con
nues
tras normas acostumbradas: también para nosotros
es
un
extraño.
Así,
el
choque que habéis sentido al abrir
el
li
bro y leer Pensé que era
un
domingo más, que
mamá estaba
ya
enterrada , que iba a reanudar mi
trabajo y que, en suma, nada había cambiado
o
era deseado: es el resultado de vuestro prilller en
cuentro con
lo
absurdo. Pero esperábais sin duda
que
al
continuar
la
lectura de
la
obra veríais que
se disipaba vuestro malestar, que todo se aclara
ba poco a poco, se fundaba en razón, se explica
ba.
Vuestra esperanza
ha
sufrido una decepción:
L'Étranger
no es
un
libro que explica : el hombre
absurdo no explica, describe. Tampoco es
un
libro
que demuestra.
El
señor Camus se limita a propo
ner y no se preocupa de justificar
lo
que es, por
principio, injustificable. El mito de Sísifo nos va a
enseñar
la
manera como hay que acoger
la
nove
la
de nuestro autor. En él encontramos, en efecto,
la
teoría de
la
novela absurda. Aunque
lo
absurdo
de la condición humana sea
su
único tema, no es
una novela de tesis ,
no
emana de
un
pensamien
to satisfecho y que tiende a suministrar sus do-
L'É/rang , pag o
36
8
cumentos justificativos; es,
al
contrario ,
el
produc
to
de un pensamiento limitado , mortal y rebelde
.
Demuestra por
sí
misma
la
inutilidad de la razón
razonadora :
El
hecho de que (los grandes nove
listas) hayan preferido escribir en imágenes más
bien que con razonamientos revela cierto pensa
miento que les es común, convencidos de
la
inutí
lidad de todo principio de explicación y del mensa
je docente de
la
apariencia sensible. Así
el
mero
hecho de entregar
su
mensaje en forma noveles
ca
revela
en el
señor Camus una humildad orgu
llosa. No se trata de resignación, sino del recono
cimiento rebelde de los límites del pensamiento
humano. Es cierto que
ha
considerado su deber
dar de
su
mensaje novelesco una traducción filo
sófica que es precisamente
el
Mito de Sísifo y
más adelante veremos qué es lo que hay que pen
sar de ese doblaje. Pero
la
existencia de esta tra
ducción
no
altera, en todo caso,
el
carácter gratui
to
de
la
novela. En efecto,
el
creador absurdo ha
perdido inclusive
la
ilusión de que
su
obra es ne
cesaria . Quiere, al contrario, que percibamos per
petuamente
su
contingencia. Desea que se escri
ba
en exergo: Habría podido no existir
,
como
Gide quería que se escribiese
al
final de Les Faux-
monnayeurs:
Se podría continuarla. Habría podi
do no existir: como esa piedra , como ese curso de
agua, como ese rostro; es un presente que se da,
sencillamente , como todos los presentes del mun
do. No tiene
ni
siquiera esa necesidad subjetiva
que los artistas reclaman de buena gana para sus
El mi/o
e
Sisifo,
pág
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obras cuando dicen: No podía dejar de escribirla ,
pues tenía que librarme de ella. Volvemos a
encontrar aquí , pasado por la criba del sol clásico,
un tema del terrorismo superrealista: la obra de
arte no es sino una hoja arrancada de una vida.
La
expresa , ciertamente , pero habría podido no
expresarla. Y, por otra parte, todo es equivalente :
escribir Los poseídos o beber un café con leche.
El
señor Camus no exige, por lo tanto, del lector
esa solicitud atenta que exigen los escritores que
han sacrificado
su
vida a
su
arte
, L'Étranger
es
una hoja de su vida, Y como la vida más absurda
debe ser la vida más estéril, su novela quiere ser
de una esterilidad magnífica, El arte es una gene
rosidad inútil. No nos asustemos demasiado: bajo
las paradojas del señor Camus vuelvo a encontrar
algunas observaciones muy juiciosas de Kant con
respecto a la finalidad sin fin de lo bello, De to
das maneras, L'Étranger está ahí, arrancado de
una vida , injustificado, estéril , instantáneo, aban
donado ya por
su
autor, y abandonado por otros
vida de uno de esos santos de lo absurdo
qu
e
enumera en
El mito e Sísifo
y que gozan de su
fa vor particular: el Don Juan , el Comediante , el
Conquistador,
el
Creador. No
es
eso lo que
ha
he -
cho y, hasta para
el
lector familiarizado con las
teorías de lo absurdo, Meursault,
el
protagonista
de
L'Étranger,
resulta ambiguo, Por supuesto, se
nos asegura que es absurdo y
la
lucidez implaca
ble constituye su característica principal. Además ,
en más de un punto está construido de manera
que proporciona una ilustración concertada de las
teorías expuestas en
El mito e Sisifo,
Por ejem
plo, el señor Camus escribe en esta última obra :
Un hombre es más un hombre por las cosas que
calla que por las cosas que dice
,
Y Meursault es
un
ejemplo de ese silencio viril , de esa renuncia a
contentarse con palabras: (Le han preguntado)
si
había observado que yo estaba ensimismado y ha
reconocido únicamente que yo no hablaba para no
decir nada, Y precisamente, dos líneas antes,
el
mismo testigo de descargo
ha
declarado que
presentes, Así es como debemos tomarlo: como Meursault era un hombre , (Le han preguntado)
una comunión brusca de dos hombres,
el
autor y qué entendia por eso y
ha
declarado que todo
el
el lector, en lo absurdo, más allá de las razones,
Eso nos indica más o menos la manera como
debemos considerar
al
protagonista de
L'Étranger,
Si el señor Camus hubiese querido escribir una
novela de tesis no le habría sido difícil mostrar a
un funcionario alardeando de superioridad en el
seno de su familia y luego, de pronto, presa de la
mundo sabía lo que quería decir, Asimismo el se
ñor Camus se explica largamente sobre el amor
en
El mito e Sísifo: No
llamamos amor di e a
lo que nos liga a ciertos seres sino por referencia
a una manera de ver colectiva y de
la
que son res
ponsables los libros y las leyendas, Y, paralela
mente, leemos en L'Étranger. Ella quiso saber
intuición de lo absurdo, resistiéndose
un
momento entonces
si
yo le amaba, Contesté que eso na
y decidiéndose por fin a vivir la absurdidad funda- da significa , pero que sin duda yo no le amaba ,
mental de su situación,
El
lector se hubiese con- Desde ese punto de vista la cuestión que se plan
vencido al mismo tiempo que
el
personaje y por tea en la audiencia y en la mente del lector alre
las mismas razones, O bien nos habría trazado
la
dedor de
la
pregunta: ¿Meursault amaba a
su
madre? es doblemente absurda, Ante todo, como
dice el abogado: ¿Se
le
acusa de haber ocultado
a su madre o de haber matado a un hombre?
Pero sobre todo la palabra amar carece de sen
tido, Sin duda Meursault
ha
encerrado a su madre
en
el
asilo porque no tenía dinero y porque
ya
nada tenían que decirse ,
Sin
duda también, no
íba
a verla con frecuencia, porque eso le ocupa
ba su domingo, sin contar el esfuerzo para ir a la
parada del ómnibus, tomar los boletos y hacer dos
horas de camino , ¿Pero qué significa eso? ¿No
pertenece todo al presente, todo a sus estados de
ánimo presentes? Lo que se llama
un
sentimiento
no es sino la unidad abstracta y la significación de
impresiones discontinuas, Yo no pienso siempre
en quienes amo, pero pretendo que los amo hasta
cuando no pienso en ellos, y sería capaz de com-
L'É/rangar,
p o121 ,
n
El mito de S ís ; o pág 63
..
L'É/ranger,
pá 59 ,
.. Ib ld pá 12,
9
iblioteca de
Mixleo
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prometer
mi
tranquilidad en nombre de un senti-
miento abstracto, en ausencia de toda emoción
real e instantánea. Meursault piensa y obra de ma-
nera distinta: no quiere conocer esos grandes sen-
timientos continuos y semejantes; para
él no
exis-
te el
amor, ni tampoco los amores. Sólo cuenta
lo
presente, lo concreto.
Va
a ver a su madre cuando
siente
el
deseo de hacerlo, eso es todo. Si ese
deseo existe, será lo bastante fuerte para hacerle
tomar el ómnibus, puesto que tal otro deseo con-
creto tendrá bastante fuerza para hacer correr a
ese indolente y para hacerle saltar a
un
camión en
marcha. Pero siempre llama a su madre con
la
palabra tierna e infantil de mamá y no pierde una
ocasión de comprenderla y de identificarse con
ella. Del amor sólo conozco esa mezcla del de-
seo, ternura e inteligencia que me une a tal ser. 1
Se ve, por lo tanto , que no se debería descuidar el
aspecto teórico del carácter de Meursault.
Asimismo, muchas de sus aventuras tienen como
razón principal poner de relieve talo cual aspecto
de
la
absurdidad fundamental. Por ejemplo, como
hemos visto,
El mito
de
Sísifo
alaba
la
divina dis-
ponibilidad del condenado a muerte ante el que se
El mito de Sisi o . pág
5
abren
la
puertas de la prisión cierta madrugada ,
y para que gocemos de esa madrugada y de esa
disponibilidad es para lo que el señor Camus ha
condenado a su protagonista a la pena capital.
¿Cómo
no
había visto yo -le hace decir- que
nada era más importante que una ejecución.. y
que,
en un
sentido , era inclusive la única cosa ver-
daderamente interesante para un hombre? Se
podrían multiplicar los ejemplos y las citas. Sin
embargo, este hombre lúcido, indiferente, tacitur-
no,
no
está enteramente hecho para las necesida-
des de la causa. Sin duda
el
carácter, una vez
esbozado, se ha terminado por sí solo; el perso-
naje tenía sin duda una pesadez propia. Lo cierto
es que su absurdidad no nos parece conquistada,
sino dada: es así y nada más. Tendrá su ilumina-
ción
en la
última página, pero
ha
vivido siempre
según las normas del señor Camus.
Si
hubiera
una gracia de
lo
absurdo habría que decir que
él
posee esa gracia. No parece plantearse ninguna
de las cuestiones que se agitan en El mito de
Sisifo; tampoco se ve que se haya rebelado antes
de ser condenado a muerte. Era feliz, se dejaba
llevar y
su
dicha no parece haber conocido ni
siquiera esa mordedura secreta que
el
señor Ca-
mus señala en muchas ocasiones en su ensayo y
que proviene de
la
presencia cegadora de la
muerte. Su indiferencia misma se parece con mu-
cha frecuencia a
la
indolencia, como
en
ese do-
mingo
en
que
se
queda en casa por simple pere-
za
y
en
que confiesa que se
ha
aburrido un poco .
Así, hasta para una mirada absurda, el personaje
tiene una opacidad propia. No es el Don Juan, ni
el Don Quijote de la absurdidad, y con frecuencia
hasta se podría creer que es su Sancho Panza.
Está ahí, existe , y no podemos comprenderlo ni
juzgarlo plenamente; vive, en fin, y sólo su densi-
dad novelesca puede justificarlo para nosotros.
Sin embargo, no habría que ver en L'Étranger
una obra enteramente gratuita. El señor Camus
distingue, lo hemos dicho, entre el sentimiento y la
noción
de lo absoluto. Dice a este respecto: Co-
mo las grandes obras, los sentimientos profundos
declaran siempre más de lo que dicen consciente-
mente ... Los grandes sentimientos pasean consi-
go
su
universo, espléndido o miserable. Y añade
un
poco más adelante: La sensación de lo absur-
do no es lo mismo que
la
noción de lo absurdo. La
fundamenta y nada más. No se resume en ella
sino durante el breve instante
en
que juzga al uni-
verso . Se podría decir que
El mito de Sísifo
aspi-
ra
a darnos esa
noción
y que
L'Étranger
quiere
inspirarnos ese
sentimiento. El
orden de aparición
Ibid • pág 53.
El mito de Sls
i o
.
pág 18
Ibid • pág
31
.
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de las dos obras parece confirmar esta hipótesis.
L Étranger,
que se publicó primeramente, no s
sumerge sin comentarios
en el
clima
de lo
absur
do; luego viene el ensayo para aclarar el paisaje.
Ahora bien ,
lo
absurdo es
el
divorcio, el desacuñe.
L Étranger
será por lo tanto , una no vela del desa
cuñe, del divorcio, del extrañamiento.
De
ahí
su
construcción hábil ; por una parte el flujo cotidiano
y amorfo de
la
realidad vivida ; por otra parte la
recomposición edificante
de
esa realidad , por la
razón humana y el razonamiento.
Se
trata de que
el
lector, puesto
al
principio en presencia de la rea
lidad pura,
la
vuelva a encontrar,
sin
reconocerla,
en
su
transposición racional.
De
ahí nacerá la sen
sación
de lo
absurdo,
es
decir,
de la
impotencia en
que nos hallamos
de pensar
con nuestros con
ceptos , con nuestras palabras, los acontecimien
tos del mundo. Meursault encierra a su madre,
toma una querida, comete un crimen. Estos dife
rentes hechos serán relatados
en
su proceso por
los testigos y agrupados y explicados por
el
fiscal.
Meursault tendrá la impresión de que se habla de
otra persona.
Todo
está construido para producir
de
pronto la explosión de Marie, quien habiendo
hecho
en la
barra de los testigos un relato com
puesto según las reglas humanas, estalla
en
sollo
zos y dice que no era eso, que había otra cosa ,
que la
obligaban a decir
lo
contrario
de lo
que pen
saba
.
Esos juegos de espejo son utilizados co
rrientemente desde
Les Faux-monnayeurs.
No es
tá
en eso la originalidad del señor Camus. Pero el
problema que debe resolver le va a imponer una
forma original : para que sintamos el desacuñe
entre las conclusiones del fiscal y las verdaderas
circunstancias del homicidio, para que conserve
mos al cerrar el libro
la
impresión
de
una justicia
absurda que jamás podrá comprender
ni
siquiera
alcanzar los hechos que se propone castigar, es
necesario que primeramente nos hayamos puesto
en
contacto con la realidad o con
una de
esas cir
cunstancias. Pero para establecer ese contacto el
señor Camus, como el fiscal , sólo dispone
de
pa
labras y conceptos; tiene que describir con pala
bras, reuniendo pensamientos,
el
mundo anterior
a las palabras. La primera parte
de L Étranger
po
dría titularse, como un libro reciente, Traducido del
sí/encio.
Nos encontramos aquí
con un
mal común
a muchos escritores contemporáneos y cuyas pri
meras manifestaciones veo en Jules Renard;
yo lo
llamaré: la obsesión del silencio. El señor Paulhan
vería
en
ello ciertamente
un
efecto del terrorismo
literario. Ha tomado mil formas, desde
la
escritura
automática de los superrealistas hasta el famoso
teatro del silencio de J. J. Bemard. Es que el si -
lencio, como dice Heidegger, es el modo auténtico
de la palabra. Sólo calla quien puede hablar. El
señor Camus habla mucho y
en El mito
e
sifo
inclusive charla . Y sin embargo nos confía su amor
al silencio. Cita
la
frase
de
Kierkegaard: El más
seguro
de
los mutismos no consiste en callar, sino
en hablar y añade por su cuenta que un hom
bre es más un hombre por las cosas que calla que
por las cosas que dice
.
Así, en
L Étranger
se ha
propuesto
callarse .
¿Pero cómo se puede callar
con palabras? ¿Cómo se puede expresar
con
con
ceptos
la
sucesión impensable y desordenada
de
los presentes? Esta empresa implica el recurso a
una técnica nueva.
¿Qué técnica es ésa?
Me
habían dicho: Es
Kafka escrito por Hemingway. Confieso que no he
encontrado a Kafka . Las consideraciones del se
ñor Camus
son
todas terrestres. Kafka es el no
velista de la trascendencia imposible;
el
universo
está para
él
cargado con signos que no compren
demos; hay un revés del decorado. Para
el
señor
Camus el drama humano es , al contrario, la
ausencia
de
toda trascendencia : Yo no sé si este
mundo tiene un sentido que está fuera
de
mi al
cance. Pero sé que no conozco ese sentido y que
por
el
momento me es imposible conocerlo. ¿Qué
significa para mí una significación fuera
de mi
con
dición? Yo no puedo comprender más que en tér
minos humanos. Lo que toco, lo que me resiste,
eso es lo que comprendo . Para
él
no se trata , por
lo
tanto,
de
encontrar disposiciones de palabras
que hagan suponer un orden inhumano e indesci
frable: lo inhumano es simplemente
el
desorden,
lo mecánico.
En
él nada hay de sospechoso, de in
quietante, de sugerido.
L Étranger
nos ofrece una
sucesión de opiniones luminosas.
Si
desconcier-
M
El
mito
de Sís
i o
pág 29 Piénsese también en la teorla del len·
guaje de
rice
Parain y
en
su con
ce
p
ció
n
del
silencio
5
B
lbllotec
da M6xlco
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ta
n es únicamente por su número y por
la
fal
ta
de
un
lazo que las
un a.
Las mañanas,
lo
s cre
pú
scu
los claros , las tardes implacables son sus horas
fa voritas;
el ve
rano perpetuo de Arg el es su esta
ción preferida. La noche apenas tiene lugar en
su
unive r
so
. Si hab
la
de e
ll
a es en estos términos:
Me desperté con estre
ll
as en
el
ro stro. Los ruidos
del
ca
m
po
subian
ha
s
ta
mí
. Olores de noches, de
tí erra y de sal re frescaban mis sienes. La marav
i-
ll
osa paz de es
te
estío dormido entraba en mí
co mo una marea.
2
Quien
ha
escrito estas líneas
está todo lo lejos posible de las angustias de un
Ka fka. Se halla mu y tranquilo en el centro del
desorden ;
la
ceguedad obstinada de
la
naturaleza
le
irrita s
in
duda , pero
le
tranquiliza.
Su
elemento
irracional
no
es sir.o
un
negativo:
el
hombre absur
do es
un
humanist
a, no
conoce más que los bie
nes de este mundo.
La comparación con Hemingway parece más pro
vecho sa. El parentesco de los dos estilos es evi
dente. En uno y otro tex to aparecen las mismas fra
ses corta s; cada una de ellas se niega a aprovechar
el impulso adquirido por las precedentes, cada una
es un comenzar de nuevo. Cada una es como una
toma de vista de un gesto, de un objeto. A cada
gesto nuevo, a cada objeto nuevo corresponde una
fra
se nueva.
Sin
embargo, no quedo satisfecho:
la
existencia de una técnica de relato americana
le ha
sido,
sin
duda alguna, útil
al
señor Camus. Dudo de
que haya influido en
él
propiamente hablando.
Hasta en Oeath
in
the Afternoon, que no es una
novela, Hemingway conserva ese modo entrecorta
do de narración que hace salir a cada frase de
la
nada mediante una especie de espasmo respirato
rio ;
su
estilo es él mismo. Sabemos ya que el señor
Camus tiene otro estilo,
un
estilo de ceremonia.
Pero, además, en L'Étrangermismo, alza a veces el
tono;
la
frase adquiere entonces un caudal más
amplio y continuo: El grito de los vendedores de
diarios en
el
aire
ya
menos tenso, los últimos pája
ros en
el
jardín público,
el
pregón
de
los vendedores
de
sándwiches ,
el
quejido de los tranvías en los
altos recodos de
la
ciudad y ese rumor del cielo
antes que
la
noche caiga sobre el puerto, todo eso
recomponía para mí un itinerario de ciego que cono
cía
mucho antes de ingresar
en
la
cárcel. A través
del relato jadeante de Meursault disciemo en trans
parencia una prosa poética más caudalosa que
lo
sostiene y que debe de ser el modo de expresión
personal del señor Camus. Si L'Étranger muestra
ofrecían el que
le
parecía más conveniente para su
propósito. Dudo de que lo utilice en sus próximas
obras.
Examinemos más de cerca
la
trama del relato y
nos daremos cuenta mejor de sus procedimientos.
También los hombres segregan lo inhumano
-escribe
el
señor Camus- . En ciertas horas de luci
dez,
el
aspecto mecánico de sus gestos,
su
panto
mima carente de sentido vuelven estúpido cuanto
los rodea . He aquí, por lo tanto, lo que hay que
expresar ante todo: L'Étranger debe ponernos ex
abrupto en estado de malestar ante la inhumani
dad del hombre . ¿Pero cuáles son las ocasiones
singulares que pueden provocar en nosotros ese
malestar? El mito
e
Sísifo nos da
un
ejemplo de
ellas:
Un
hombre habla por teléfono detrás de
un
tabique de vidrio;
no
se
le
oye, pero se ve
su
mími
ca sin sentido: uno se pregunta por qué vive.
Quedamos informados, casi demasiado, pues
el
ejemplo revela cierto prejuicio del autor. En efecto,
el gesto del hombre que telefonea y al que no oís
no
es sino relativamente absurdo: es que pertene
ce a un circuito truncado. Abrid
la
puerta, aplicad el
oído
al
auricular y el circuito queda restablecido, la
actividad humana vuelve a adquirir su sentido.
Habría que decir, por lo tanto, si se obrara de buena
fe
, que
no
hay sino absurdos relativos y sólo con
referencia a racionales absolutos . Pero no se trata
de buena fe, sino de arte:
el
procedimiento del
señor Camus es muy rebuscado: entre los perso
najes de que habla y el lector va a intercalar un tabi
que de vidrio. ¿Qué hay más inepto, en efecto, que
hombres detrás de un vidrio? Éste parece dejar que
pase todo y sólo intercepta una cosa: el sentido de
sus gestos. Falta elegir el vidrio: será
la
conciencia
del Extraño. Es,
en
efecto, transparente; vemos
todo lo que ella ve. Sólo que se la ha construido de
tal modo que es transparente para las cosas y
opaca para los significados.
Desde ese momento todo sucedió muy rápida
mente. Los hombres avanzaron hacia
el
ataúd con
un
paño.
El
sacerdote, sus acompañantes,
el
di
rector y yo salimos. Delante de
la
puerta se ha
llaba una dama a la que yo no conocía: 'El señor
Meursault' , dijo el director. No percibí el nombre de
la
dama y comprendí solamente que era enferme
ra
delegada. Inclinó sin una sonrisa su rostro hue
soso y largo. Luego nos alineamos para dejar que
pasara el cadáver. 25
Unos hombres bailan tras un vidrio . Entre ellos y
huellas tan visibles de
la
técnica americana es por- el lector han interpuesto una conciencia, casi nada,
que
se
trata de un préstamo deliberado. El señor una pura translucidez, una pasividad pura que
Camus ha elegido entre los instrumentos que se le registra todos los hechos. Pero se ha realizado
la
El mito de
i
sifo,
pág.
21
.
L'Étranger,
pág.
15
8.
tbid
.,
pág
21
.
L'Étranger,
pág.
128. Véanse
ta
mbién
pág .
81-82, 158-159, etc. L'Étr
nger
,
pág .
23.
5
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jugarreta: precisamente porque es pasiva ,
la
con
ciencia no registra sino los hechos. El lector no se
ha dado cuenta de esa interposición. ¿Pero cuál es
el
postulado que implica este género de relato? En
suma, de lo que era organización melódica se ha
hecho una adición de elementos invariantes;
se
pretende que la sucesión de los
movimientos
es
rigurosamente idéntica al
acto
tomado como totali
dad. ¿No nos las tenemos que haber aquí con el
postulado analítico, que pretende que toda realidad
es reducible a una suma de elementos? Ahora bien ,
si el análísis es el instrumento de
la
ciencia ,
es
tam
bién el instrumento del humorismo. Si quiero des
cribir
un
partido de rugby y escribo:
Vi
a unos adul
tos en calzoncillos que
se
peleaban y
se
arrojaban
a tierra para hacer pasar una pelota de cuero entre
dos postes de madera, hago la suma de lo que he
visto , pero deliberadamente no tengo en cuenta
su
sentido: hago humorismo. El relato del señor Ca
mus es analítico y humorístico. Miente
como
todo
artista- porque pretende restituir la experiencia
desnuda y filtra socarronamente todas
las
relacio
nes significativas, que pertenecen tambíén a la
experiencia. Es lo que hizo en
otro
tiempo Hume
cuando declaró que
no
descubría en la experiencia
sino impresiones aisladas. Es lo que hacen todavía
al
presente los neorrealistas americanos cuando
niegan que haya entre los fenómenos algo más que
relaciones externas. Contra ellos
la
filosofía con
temporánea
ha
establecido que los significados
eran también datos inmediatos. Pero esto nos lle
varía demasiado lejos. Bástenos señalar que el uni
verso del hombre absurdo es el mundo analítico de
los neorrealistas. El procedimiento
ha
hecho sus
pruebas literariamente: es el de L ingénu o de Mi -
cromégas;
es
el de Gulliver, pues el siglo
XVIII
tuvo
también sus extranjeros, en general buenos salva
jes que, transportados a una civilización descono
cida, percibían los hechos antes de comprender
su
sentido. ¿El efecto
de
ese cambio de lugar no con
sistía, precisamente, en provocar en el lector
la
sen
sación de lo absurdo?
El
señor Camus parece
recordarlo en muchas ocasiones, sobre todo cuan
do nos muestra a
su
protagonista reflexionando
sobre los motívos de
su
encarcelamiento.'
Ahora bien , es este procedimiento analítico el
que explica el empleo de la técnica americana en
• L É/rangar, págs. 103 104.
5
Biblioteca de
M¡ xJco
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L'ftranger. La presencia de la muerte al final de
nuestro camino
ha
disipado en humo nuestro por-
ve nir, nuestra vida no tiene mañana , es una suce-
sión de presentes. ¿Qué quiere decir eso sino que
el hombre absurdo aplica al tiempo su espírítu de
análisis? Allí donde Bergson veía una organización
que
no se
puede descomponer,
el
hombre absurdo
no ve sino una serie de instantes.
Es
la pluralidad
de los instantes incomunicables la que finalmente
dará cuenta de la pluralidad de los seres. Lo que
nuestro autor toma prestado a Hemingway es, por
lo tanto, la discontinuidad de sus frases cortadas
que
se
calca en la discontinuidad del tiempo. Ahora
comprendemos mejor
el
corte de
su
narración:
cada frase
es
un presente . Pero
no
un presente
indeciso que hace sombra y
se
prolonga
un
poco
sobre
el presente que le sigue. La frase es clara , sin
rebabas, cerrada
en sí
misma; está separada de la
frase siguiente por una nada, como el instante de
Descartes está separado del instante que le sigue.
Entre cada frase y la siguiente el mundo
se
acaba
y renace: la palabra, desde el momento en que
se
eleva,
es
una creación
ex
nihilo; una frase de
L'Étranger es una ísla . Y nosotros caemos
en
cas-
cada de frase en frase, de nada
en
nada. Para
acentuar la soledad de cada unidad frásica es para
lo que el señor Camus
ha
decidido hacer su relato
en
el tiempo de pretérito perfecto.
El
pretérito inde-
finido es
el
tiempo de la continuidad: Paseó duran-
te largo tiempo . Estas palabras nos remiten a un
pluscuamperfecto , a un futuro; la realidad de la
frase es el verbo, es
el
acto, con
su
carácter transi-
tivo, con su trascendencia. Se ha paseado durante
largo tiempo disimula la verbalidad del verbo;
el
verbo queda roto, dividido
en
dos: a
un
lado encon-
tramos un participio pasado que
ha
perdido toda
5
trascendencia, inerte como una cosa; y al otro lado
el ve
rbo
se
r
que no tiene más que el sentido de
una có pula, que une al participio con
el
sustantivo
co mo al atributo con el sujeto;
el
carácter transitivo
del verbo ha desaparecido y la frase se ha coagu-
lado;
su
realidad, ahora, es
el
nombre. En vez de
lanzarse como
un
puente entre el pasado y el por-
venir, no
es
ya sino una pequeña sustancia aislada
que
se
basta a
sí
misma. Si , por añadidura,
se
tiene
cuidado de reducirla todo lo posible a la proposición
principal,
su
estructura interna adquiere una senci-
llez perfecta y gana otro tanto
en
cohesión.
Es
ver-
daderamente
un
insecable, un átomo de tiempo.
Naturalmente, no se organizan las frases entre si;
se
las yuxtapone únicamente;
en
particular se evi-
tan todas las relaciones causales, que introducirían
en el relato una especie de embrión de explicación
y pondrían entre los instantes un orden diferente de
la sucesión pura. Se escribe: Un momento des-
pués ella me
ha
preguntado si la amaba. Yo le he
contestado que eso no quería decir nada, pero que
me
parecía que no. Ella h parecido triste .
Pero
mientras preparaba
el
almuerzo y a propósito de
nada ha vuelto a reír de tal manera que la he besa-
do. Es en ese momento cuando los ruidos de una
disputa han estallado en casa de Raymond
. 27
Sub-
rayamos dos frases que disimulan de
la
manera
más cuidadosa posible un nexo causal bajo la pura
apariencia de la sucesión. Cuando es absoluta-
mente necesario aludir en una frase a la frase ante-
rior se utilizan las palabras
y ',
pero , después y
fue en ese momento cuando , que no evocan sino
la disyunción , la oposición o la adición pura. Las
relaciones de estas unidades temporales son exter-
nas, como las que el neorrealismo establece entre
las cosas;
lo
real aparece sin ser traído y desapa-
rece sin ser destruido, el
mundo se hunde y renace
a cada pulsión temporal. Pero no vayamos a creer
que se produce por
sí
mismo: es inerte. Toda activi-
dad por su parte tendería a sustituir con poderes
temibles
el
tranquilizador desorden del azar. Un
naturalista del siglo XIX habría escrito: Un puente
saltaba sobre
el
río . El señor Camus rechaza ese
antropomorfismo y dirá: Sobre
el
río
había un
puente . Así
la
cosa nos entrega inmediatamente su
pasividad.
Está ahí,
simplemente; indiferenciada:
Había cuatro hombres negros
en
la habitación. ..
Delante de la puerta se hallaba una dama que
yo
no conocía .
..
Delante de la puerta estaba
el
co-
che... Junto a ella se hallaba
el
ordenador de
pagos... Se decía de Renard que terminaría escri-
biendo: La gallina pone . El señor Camus y
muchos autores contemporáneos escribirían: Hay
la
gallina y ella pone
. Es
que les gustan las cosas
L'Étranger, pág. .
Ib id, pág. .
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por ellas misma
s,
no qu ieren diluirlas en
la co
rrien-
te
de
la
duración. "Hay agua
:
he aqui
un
trocito de
eternidad, pasivo, impenetrable,
in
comunicable,
rutilante : iqué goce sensual
si
se
lo
puede tocar
Para el hombre absurdo es
el
único bien de este
mundo. Por eso
el
novelista prefiere a
un
relato
organizado ese centelleo de pequeños fulgores sin
mañana, cada uno de los cuales es
una
voluptuosi-
dad; por eso
el
señas Camus,
al
escribir
L Étranger,
puede creer que calla :
su
frase no pertenece
al
uni-
verso del discurso; no tiene ramificaciones,
ni
pro-
longaciones,
ni
estructura interior; podria definirse ,
como
la
Sílfide de Valéry:
Ni vista
n
conocida:
el tiempo
de
un seno desnudo
entre dos camisa
s
se
la
mide muy exactamente por el tiempo de
una intuición silenciosa.
En
estas condiciones se puede hablar de
un
todo
que sería
la
novela del señor Camus. Todas las fra-
ses de
su
libro son equivalentes, como son equiva-
lentes todas
las
experiencias del hombre absurdo;
cada una se plantea por sí misma y remite a las
otras a la nada; pero por lo mismo, salvo en los raros
momentos en que
el
autor, infiel a
su
principio,
hace
poesía, ninguna se destaca sobre
el
fondo de las
otras. Los diálogos mismos forman parte integral del
relato;
el
diálogo, en efecto, es
el
momento de
la
ex
pli
cación, de la significación; da rle
un
lugar pri vile-
giado sería admitir
qu
e las
si
gn
ifi
cacion
es
existen . El
se
ñor Camus lo pu
le
, lo resume, lo reproduce con
fre
c
uen
c
ia en
est
ilo in
directo, le
ni
ega todo p
ri
vi legio
tipog rá
fico
, de modo que las frases pronunciadas
apare
ce
n c
om
o aco
nt
ec
imi
entos semejantes a los
otros,
es pe
jean duran
te
un in
sta
n
te
y desaparecen.
como un relámpago de calor, com o
un so
nido,
co
mo
un
olor. Por eso, cuando se
ini
cia la
le
ctura del libro
no parece que uno
se en
cuentra en pres
en
cia de
una
nov
ela
, sin o má s bi
en
de
una
m
el
op
ea
monóto-
na
, del canto gangoso de
un
árabe. Se puede creer
entonces que
el
libro se parecerá a
un
o de esos
aires de que habla Courteline , qu e se va n y nun ca
vuelv
en
" y que se interrumpen de pronto sin
qu
e
se
sepa por qué. Pero poco a poco la obra se organiza
por
sí
sola bajo
los
ojos del lector y
re
ve
la la
só
lid
a
infraestructura que la sostiene. No
ha
y un detalle
inútil , uno solo que no sea tomado de nuevo más
adelante y lanzado a
la
contiend
a;
y cuando cerra-
mos
el
libro comprendemos que no podía c
om
enzar
de otro modo, que no podía tener otro fin ; en este
mundo que se nos quiere dar como absurdo y del
que
se
ha extirpado cuidadosamente la causalidad ,
el
menor incidente tiene importancia, no
ha
y uno
solo que no contribuya a conducir
al
protagonista
hacia
el
crimen y
la
pena de muerte.
L Étranger
es
una obra clásica, una obra de orden , compuesta a
propósito de lo absurdo y contra
lo
absurdo. ¿Es
enteramente
lo
que deseaba el autor? No lo
sé
; la
que doy es
la
opinión del lector.
¿ cómo se puede clasificar esta obra seca y
neta, tan compuesta bajo
su
desorden aparente,
tan "humana , tan poco secreta tan luego como se
posee
la
clave? No podríamos llamarla un relato:
el
relato explica y coordina
al
mismo tiempo que
narra, sustituye con
el
orden causal
el
encadena-
miento cronológico. El señor Camus
la
llama "no-
vela" . Sin embargo , la novela exige una duración
continua, un devenir,
la
presencia manifiesta de
la
irreversibilidad del tiempo. No sin vacilar daría yo
ese nombre a esta sucesión de presentes inertes
que deja entrever por debajo
la
economía mecáni-
ca de una pieza armada o en ese caso sería , a la
manera de
Zadig
y de
Candide,
una novela corta
de moralista, con un discreto sabor de sátira y
retratos irónicos" que, a pesar del aporte de los
existencialistas alemanes y de los novelistas nor-
teamericanos , sigue pareciéndose mucho, en rea-
lidad, a un cuento de Voltaire.
Febrero de 1943
zt
Los
del
rufián. el juez de instrucción el fisca1
etcétera
.
Biblioteca de México
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MAURICE BLANCHOT
EL
MITO E
SíSIFO
Un
autor para el que la tarea de
escribir es tanto
un
instrumento
de
meditación como
un
medio
de
expresión, se dirige necesaria
mente hacia los más antiguos mi
tos; tiene que pensar en Pro
meteo,
en
Orfeo, a veces también
en Sísifo. Es curioso
el
que este
héroe del tormento infundado
ocupe
un
lugar relativamente me
diocre en la literatura;
tal
vez por
que su historia es un poco breve,
¿fue condenado porque traicionó
a los dioses, porque había enca
denado a la muerte , o porque
amó a
la
vida hasta
el
punto de
sacrificarle
la
trascendencia?
La
leyenda deja estas dudas
en el aire y sólo se ocupa de su
castigo; le encontramos en los
infiernos, condenado
al
horror de
un trabajo sin redención, siempre
idéntico, siempre gratuito desde
el momento en que terrnina.
Se le
contempla cuando empuja con
toda
la
fuerza de
su
agotado
cuerpo
la
enorme piedra que
amenaza
con
aplastarle; luego,
arrastrado por el peñasco que
cae, desciende hasta el mundo
inferior, de donde intentará subir
constantemente. Este extraño
héroe está unido a una realidad
irrazonable. Carga con
la
singula
ridad de un destino que le conde
na
a agotarse en vano;
no
sólo a
causa de éste parece maldito,
se
halla también a merced de una
paradoja que
le
obliga a ser fuer
te , a consumir su fuerza y n
hacer nada. Cada vez que
se
encuentra
al
pie de la montaña
es
Maurice Blanchot. lsos
p
sos Pre-tex
tos
traducción: Ana Aibar Guerra Valencia
España, 1977, 336 pp .
ALBEJ T EL MITO
¡CAMUS DE
SISIFO
~
EL
HOMBRE
·
_
D E
__
.
I
1
I
un
hombre intacto, con toda su
fuerza, y cuando, cerca de la ci
ma
, se le escapa el peñasco, es
apenas un hombre que ha consu
mido todo lo que era en una tarea
nula. Sísifo, en este sentido, en
carna
un
mito bastante oprimen
te.
En
un
mundo en el que todo
gasto de energía debe desembo
car en una acción real que la con
serve, Sísifo es imagen de lo que
se pierde, de un intercambio eter
namente deficitario, de una ba
lanza en perpetuo desequilibrio.
Representa una acción que es
lo
contrario de la acción. Simboliza,
por
su
trabajo, lo opuesto
al
tra
bajo.
Es
lo útil-inútil, o sea, a los
ojos de
un
mundo profano,
lo
insensato y
lo
sagrado.
En su ensayo sobre Le Mythe
e
Sisyphe Albert Camus
ha
intentado, bajo
la
máscara del
héroe, describir y captar a su
nivel más sincero el sentimiento
del absurdo, que
le
parece inse
parable de la sensibilidad y el
pensamiento contemporáneos.
La
intención de esta obra es de
considerable magnitud, puesto
que no se contenta con analizar
un problema en
el
que el hombre
6
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actual se reconoce con una
complacencia y orgullo incons
cientes , sino que intenta también
unirlo a este problema por unas
cadenas que
no
puede romper.
Los que lean esta obra como un
intento de explicación de nuestro
tiempo, como un esfuerzo por
reunir dentro de una misma
perspectiva modos de pensar y
sentir dispares, encontrarán en
ella análisis que les iluminarán;
pero hay que señalar que la obra
de Camus contiene algo aún
más serio y exigente. No se em -
plea el absurdo como medio de
ver claro, hay que enfrentarse a
él
y sostenerlo en una experien
cia que, de no llevarse hasta el
final,
se
convierte en ridícula.
Esta obra debe ser considerada
como algo más que notable a
nivel literario a causa de la inti
midad de las experiencias en
que parece haberse formado.
El
sentimiento del absurdo es
incomprensible, se experimenta
con evidencia en las situaciones
más vulgares, pero el análisis
que intenta expresarlo sólo en -
cuentra vestigios insignificantes.
El
hombre que piensa repentina
mente que está envejeciendo,
que las expresiones mañana ,
más tarde , ya no tienen sentido
para él se siente rozado por el
absurdo; si observa
un
rostro,
una piedra,
un
trozo de cielo,
que se salen de sus imágenes
habituales, se siente herido por
un sentimiento de rareza irredu
cible, tiene la impresión del sin
sentido que nos provocan no los
estados excepcionales de nues
tro pensamiento, sino la simple
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coherencia lógica de nuestros
mecanismos mentales: lo racio
nal
, desde una cierta perspecti
va, es también lo absurdo. Lo s
ejemplos de esta situación sui
g n ris pueden encontrarse tan
to
en el
arte de vivir como
en el
simple arte, en los instantes
que iluminan
la
vida cotidiana y
en
la
monotonía de una existen
cia a la que nada altera. Pero el
espíritu posee en grado sumo el
privilegio de iluminar el absurdo,
y lo hace de
un
modo simplista ,
abrumador, inexorable, tal que
ningún argumento sutil puede
enmascarar. Volviéndose hacia
el mundo,
lo
ve de un modo que
la razón no puede comprender;
volviéndose hacia el hombre, lo
descubre infinitamente ávido de
esa explicación que no puede
alcanzar. Aquí, una realidad que
puede ser descrita , expresada
por medio de
leyes, utilizada,
pero nunca aclarada
ni
concebi
da
en su
totalidad . Allá ,
un
ser
que aspira sin cesar a la clari
dad, que invoca, ante
la
diversi
dad con que se encuentra, a una
unidad que se oculta. Esto es el
absurdo. Depende del hombre y
del mundo. Se halla en la rela
ción que une a
un
ser cuya voca
ción es
la
búsqueda de la verdad
con un universo para
el
que ésta
carece de sentido. Deriva cons
tantemente de la eterna confron
tación de lo absoluto , objeto del
deseo del hombre, con lo relati
vo, respuesta del mundo a ese
deseo.
Estos razonamientos pertene
cen a cualquier época, su senci
llez es tal que parecen carentes
de fuerza. Pero en este punto
aparece la originalidad del ab
surdo: míentras que las religio
nes, para justificar su invocación
a una unidad que la existencia
rídiculiza , proponen la fe en otra
existencia que satisfaga esa
invocación, y las filosofías han
construido, por encima del mun
do que se desploma y escapa,
el
espíritu del absurdo, por
el
internado en estos desiertos ,
contrario , acepta tal cual la con- reconociéndolos como el domi
tradicción que le es dada de an- nio del pensamiento. De Husserl
temano, se encierra en ella ,
la
a Kierkegaard , de Heidegger a
agudiza, toma conciencia y, lejos Jaspers y Chesto
v
señala toda
de buscar una escapatoria a tra- una familia de pensamientos,
vés de ensoñaciones, intenta cuya influencia en nosotros es
vivirla como la única pasión que evidente que han puesto al des
puede satisfacerle. Según una cubierto alguno de los rostros de
imagen de la que filósofos y es-
la
reflexión sobre el absurdo.
crítores se han servido alternati- Sería insuficiente decir que es
vamente, el pensamiento , una tos filósofos han cerrado el cami
vez descorrido el velo de las no a la razón, no es solamente el
apariencias, se encuentra re- universo razonable lo que han
pentinamente en la
so
ledad de convertido en ruinas, sino que
una región remota donde no hay han tomado como reino esas
puntos de orientación, ni razón mismas ruinas, el exilio como
de ser, ni esperanza alguna de patria , y, en la contradicción , la
escapatoria: pero de esta impo- paradoja, el vacío, la angustia,
sibilidad el pensamiento hace su han comprometido la realidad
destino, exaltándose en él y des- del hombre en una aventura que
garrándose. Albert Camus ob-
la
convierte en enigma y pregun
serva que
la
mayoría de los filó- taoAdemás, incluso los grandes
un mundo esencial que subsiste, sofos de nuestra época
se
han escritores contemporáneos se
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México
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de
la
pasión , que opone
al
espí
ritu , que quiere entender
el
mun
do que no puede ser entendido,
pasión que expresa y funda ,
el
absurdo, las doctrinas dan
un
salto ilegítimo, evadiéndose, Es
te salto , que tiene al absurdo por
trampolín, es llamado por Ca
mus suicidio filosófico ,
Albert Camu s
Un
sucinto examen de los filó
sofos contemporáneos presenta
el interés de acercarnos al pro
blema que estamos tratando;
hemos llamado absurdo a esa
situación humana que aspira
apasionadamente a
la
claridad y
a
la
unidad,
en un
universo
en
el
que esta aspiración siempre ter
mina en decepción;
al
que acep
ta dicha situación como único
punto de partida , irrefrenable
evidencia, se
le
impone la regla
de no intentar escapar de ella
empleando cualquier truco, de
conservarla
en
todo rigor, puesto
que no puede evadirse de un
modo válido, y de vivirla tenien
do plena conciencia de todo lo
que exige, Desde el momento
en
que, con todas mis fuerzas, me
han agotado
en
la creación de
obras que son espejos del
absurdo: Sade, Melville, Dos
toievski , Proust, Kafka, Joyce,
uno,
en
tanto que único posible,
preciso glorificar la excepción , a un universo donde mi presen
silenciar a la razón , que
es
la cia carece de sentido,
es
preciso
norma, y salvarla haciéndole to- que renuncie totalmente a la es -
mar conciencia de su fracaso peranza. Desde
el
momento
en
Malrau
x
Faulkner y otros mu - como se reclaman de
la
opinión que, hacia y contra todo, man
chos novelistas que han dado
al
de que la razón es apta para tengo mi voluntad de ver claro,
sinsentido la garantía de un arte
razonablemente acoplado
al
absurdo .
Es sencillo captar en
un
breve
esbozo algunos de los temas del
absurdo , pero lo es menos
el
mantenerlos
en
todas sus exi-
captar
la
irrazonable diversidad
del mundo y construyen un nue
vo modo de inteligibilidad en el
que el no-sentido se reduce a
una simple categoría del pensa
miento. En ambos casos,
el
ab
surdo
ha
sido eludido,
ya
sea
gencias e ir hasta
el
extremo de dando como respuesta a la ra
lo
que proponen. Según Albert zón
su
propia pregunta sobre
el
Camus, las filosofías existencia
les, que con tanta fuerza han
reconocido la realidad de lo que
no tiene sentido, no la toman co
mo punto de partida más que
para desprenderse de ella y en
contrar el principio de una expli
cación. Tan pronto, partiendo del
hecho de que existe lo imposible
en
el universo, deducen que
es
mundo incomprensible, o bien
interpretando
la ininteligibilidad
del mundo como verdad de una
significación superior. La razón
acepta el juego de interrogar
en
vano, y halla
en
esta derrota la
vía que
la
lleva a
la
trascenden
cia. El mundo convierte su irra
cionalidad concreta
en
prototipo
de una nueva racionalidad. Des-
8
iblioteca de
Méxi
co
aun sabiendo que la oscuridad
no disminuirá jamás, es preciso
que renuncie totalmente al repo
so. Desde el momento
en
que
sólo puedo impugnarlo todo sin
otorgar a nada, ni siquiera a esta
impugnación,
un
valor absoluto,
es preciso que renuncie a todo,
incluso a ese acto de rechazarlo
todo. Ausencia total de esperan
za, insatisfacción consciente ,
lucha sin fin , tales son las tres
exigencias de la lógica del -
surdo que definen el carácter de
la experiencia consistente en
vivir sin recurso. ¿Esto es todo?,
podría serlo, pero Camus aún
saca otras consecuencias de
la
condición en
la
que investiga.
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considera
qu
e todo está bien .
Este universo sin dueño no le
pa
re ce ni
estéril
ni va
no.. Hay
que concebir a un Si
si
fo feliz.
¿F eliz? Si
el
libro de Camus no
merece ser juzgado como un a
obra corriente , es preciso consi
derarla a igual
ni
v
el
, porque en
algunos momentos su lectura se
nos hace pesada e indignante;
se
debe a que
él mi
smo
no
es
completamente fiel a
su
norma,
convirtiendo
el
absurdo no en el
que desordena y rompe todo, si
no en algo susceptible de ser
organizado , incluso capaz de
organizarlo todo. En
su
obra ,
el
absurdo aparece como una e
s-
pecie de desenlace, una solu
ción, una salvación . El hombre
que
ha
analizado lo extraño de
dos
ce
rtezas
no
son más que
traducciones frági les , dudosas .
simp listas , expresadas en len
guaje discursivo, de una situa
ción que precisamente consiste
en que no puede se r aclarada, ni
siquiera de
sc
rita con autentic i-
dad. Lo único que puede hacer
la razón
pa
ra
ace rcarse a ella es
poner en duda constantemente
su
s propios métodos de acer
ca
miento. Si
se
admite, cosa de la
que Camus no parece haberse
dado cuenta , que el dominio del
absurdo es el del no-saber, se
comprenderá que la
ra
zón no
puede ocuparse de él más que a
condición de en vilecerlo y utili
zarlo; indudablemente, la razón
es capaz de comprobar por si
misma este abuso y de autode-
Mantiene, en primer lugar, que
el
suicidio es un falso desenlace
del absurdo; salir de
la
vida por
que no tiene sentido es aceptar
la derrota y poner
fin
a
un
desti
no irrazonable, en lugar de man
tenerlo como una constante re
belión . La muerte nos
es
dada
como un posible inevitable que
en cada instante nos entrega
al
mañana.
El
hombre absurdo,
vuelto hacia la nada como hacia
el absurdo más evidente , se
siente lo bastante ajeno a su
vida como para aceptarla , reco
rrerla e incluso acrecentarla ; vi
ve porque es absurdo el hacerlo,
y desea vivir lo máximo posible,
el mayor tiempo posible. Abraza
el
presente y la sucesión de pre
sentes, siendo en todo momento
plenamente consciente de ello ;
acepta como una suerte
la
dura
ción que le mantiene cara
al
mundo. A excepción de la única
fatalidad de la muerte, de todo,
su condición , advirtiendo su me- nunciarse como depositaria
canismo y suscribiéndola con infiel. Y es precisamente esta
lucidez sinceridad ,
se
convier- capacidad de cuestionarse, de
te, desde el momento en que denunciarse constante e infati
deduce de ella una norma de gablemente , la que le da una
alegria o felicidad, se halla libe- vida, en un impostor, alguien que
rado. ha perdido la visión:
se
salva
Así escribe Camus deduz- con lo que le pierde, tomando
co del absurdo tres consecuen- como clave el hecho de no te
cias, que son
mi
rebelión,
mi
nerla, manteniendo fuera de las
líbertad y mi pasión . Con el úni- terribles garras del absurdo
al
co medio de la conciencia , con
vierto en norma de vida lo que
era invitación a la muerte, y
rechazo
el
suicidio. En su ensa
yo, demuestra cuál es
el
estilo
de vida que responde a estas ra
zones. Don Juan, el actor y
el
aventurero representan
el
absur
do: Son príncipes sin reino,
pero tienen la ventaja sobre los
demás de que saben que todo
absurdo mismo.
No debe pensarse que este
abandono, esta contradicción ,
sean fácilmente evitables; for
man parte de lo que Camus lla
ma
la búsqueda del absurdo.
Incluso si
se
tuviera conciencia
de que hay
un
modo de evitarlo,
éste se convertiría en el acto, en
la trampa en la que nunca se ha
bía pensado caer, encontrándo-
apariencia de autenticidad por la
que aumenta
su
legítima preten
sión de ocuparse del absurdo .
La
acusación que es capaz de
lanzar contra sí misma le permi
te comprometerse en una pirue
ta sin fin consistente en perderse
constantemente y después reen
contrarse; cada vez que cae,
se
levanta; cada vez su caída la
restituye a sí misma.
La
autenti
cidad de
su
perderse podrá ser
negada hasta que la razón
no
haya demostrado que, por sí
misma, por sus propios medios,
puede autodestruirse , convertir
se en locura . Suponiendo que la
reino es ilusorio. Saben, y en se cazado de la forma más mi - razón, mediante una impugna
ello radica toda su grandeza, serable, seriamente herido. Hay ción verdadera , pudiese conver
que es ocioso hablar de sus mal- que deducir de ythe
e
Sisy - tirse en extravío, éste no repre
vadas intenciones o de los res- phe que esta búsqueda no pro- sentaria un desenlace. Habría
caldos de la desilusión. Igual - porciona posiblemente ninguna que aspirar a un más allá de la
mente, Sísifo es también cons
ciente: conoce la vanidad de lo
que le aplasta , pertenece
al
pe
ñasco y éste le pertenece, pues
to que ha sido capaz de com
prender su abrumadora ligereza.
A su tormento se añade una si
lenciosa alegría. También él
ventaja, si lo que se persigue es
organizarse cómodamente a ni
vel intelectual. Camus reconoce
con facilidad: Tengo dos certe
zas, mi ansia de absoluto y de
unidad, y la irreductibilidad del
mundo a cualquier principio ra
cional y razonable . Pero estas
9
iblioteca de
México
locura , a una nueva posibil idad
en la locura que fuese también
impugnada, denunciada por una
razón que se ha vuelto loca,
pero que ha permanecido fiel a
sí misma en la locura. Y sobre
esta posibilidad aún no se podría
decir: esto es
el absurdo.
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LBERT
C MUS
*
EL TESTIGO DE
L
LIBERT D
V iv
im
os en una época en que los
homb
re
s, por ideologías medio
c
re
s y feroces, se acostumbran a
tener vergüenza de todo.
Ve r-
güenza de
sí
mismos, vergü e
nz
a
de ser felices, de amar o de crear.
Una época en que R
ad
ne se
ruboriza ría de
Berenice
y Rem
brandt, para hacerse perdonar el
haber pintado
La ronda nocturna
correría a hacer penitenda. Los
escritores y los artistas de hoy tie
nen sentido de
cu
lpa y está de
moda entre nosotros hacernos
perdonar nuestra profesión. La verdad es que se
nos ayuda a ello con bastante interés .
De
todos
los rin
co
nes de nuestra sodedad política se
le
van
ta
una gran protesta
en
contra nuestra que nos
obliga a justifi ca rnos . Debemos justificarnos de
ser inútiles
al
mismo tiempo que de servir, por
nuestra misma inutilidad , a malas causas. Y cuan
do respondemos que es muy difícil quedar limpios
de acusaciones tan contradictorias, se nos dice
que no es posible justificarse a los ojos de todos,
pero que podemos obtener
el
generoso perdón de
algunos, tomando
su
partido, que es, por otra
parte,
el
único verdadero, según ellos. Si este tipo
de argumento falla , se
le
dice entonces
al
artista:
Observe
la
miseria del mundo. ¿Qué hace usted
por ella? A este chantaje cínico ,
el
artista podría
contestar:
¿
La miseria del mundo? No
la
aumen
to. ¿Q uién de ustedes puede decir otro tanto?
Pero no es menos cierto que ninguno de nosotros,
si
es exigente consigo mismo, puede permanecer
indiferente
al
llamamiento de una humanidad
desesperada. Es preciso, pues, sentirse culpable
a todo trance. Esto nos arrastra
al
confesionario
la
ico,
el
peor de todos .
• Albert Camus, Moral política traducción: Rafael Aragó, Editorial
Alianza-Losada. Madr
id
, 1984, 144 pp .
6
(A
l
ocuc
ión
pronunciada
en
Ple ye
l,
en
no
v
iembre
de 1
948
, durante
un
encuentro interna c
ional
de
esc
r
ito re
s, y publicado
por La Gauche
,
el
20
de
diciembre
de 1948 .)
y
sin embargo,
el
problema no
es tan sen
ci llo.
La elección que
se nos pide
no
puede hacerse
por
sí
misma, está determinada
por otras elecciones, hechas
anteriormente . Y
la
primera elec
ción que hace
un
artista es, pre
cisamente , la de ser artista. Y si
ha elegido ser artista , lo ha hecho
considerando
lo
que
él
mismo es
y a causa de una cierta idea que
se forma del arte. Y si esas razo
nes
le
han parec
id
o lo suficiente
mente buenas como para justifi
ca
r su elección existe
la
posibilidad de que sigan
siendo suficientemente buenas para ayudarlo a
definir
su
posición frente a
la
historia. Esto es,
al
meno
s, lo
que pienso, y quisiera singularizarme
un
poco, esta
no
che, haciendo hincapié, ya que
hablaremos aquí con libertad, a título individual ,
no
sobre
un
remordimiento que no tengo, sino
sobre los dos sentimientos que frente a
la
miseria
del mundo, e incluso a causa de ella, abrigo con
respecto a nuestra profesión, es decir,
el
agrade
cimiento y
el
orgullo.
Ya
que hay que justificarse,
quisiera decir por qué hay una justificadón en ejer
cer una profesión que, dentro de los límites de
nuestras fuerzas y de nuestro talento , y en medio
de
un
mundo endurecido por el odio, nos permite
a cada uno de nosotros decir tranquilamente que
no es el enemigo mortal de nadie. Pero esto exige
una explicación y no puedo darla si no hablo un
poco del mundo en que vivimos y de lo que noso
tros, artistas y escritores, nos consagramos a
hacer en él.
El
mundo que nos rodea es desdichado y se
nos pide hacer algo para cambiarlo . ¿Pero cuál es
esa desdicha? A primera vista , se define fácilmen
te: se
ha
matado mucho en
el
mundo en estos últi
mos años y algunos prevén que se seguirá matan
do.
Un
número tan elevado de muertos termina
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por enrarecer la atmósfera. Naturalmente esto no
es nuevo.
La
historia oficial
ha
sido siempre
la
his
toria de los grandes criminales . Y no es de hoy
que Caín mate a Abel pero es de hoy que Caín
mata a Abel en nombre de la lógica y reclama des
pués
la
Legión de Honor. Daré
un
ejemplo para
que se me entienda mejor.
Durante las grandes huelgas de 1947 los perió
dicos anunciaron que
el
verdugo de París aban
donaría también
su
trabajo. No
se ha
reparado lo
suficiente en
mi
opinión en
la
decisión de nuestro
compatriota. Sus reivindicaciones eran claras. Pe
día naturalmente una prima por cada ejecución lo
que está en las normas
de
toda empresa. Pero
sobre todo reclamaba enérgicamente
el
rango de
jefe de negociado. Quería en efecto recibir del
Estado
al
que tenía conciencia de servir eficaz
mente la única consagración el único honor tan
gible que una nación moderna puede ofrecer a sus
buenos servidores es decir un estatuto adminis
trativo. Así
se
extinguía bajo
el
peso de
la
historia
una de nuestras últimas profesiones liberales. Sí
efectivamente bajo
el
peso de la historia. n los
tiempos bárbaros una aureola terrible mantenía
al
verdugo alejado del mundo. Era
el
que por oficio
civilización en la que
el
crimen y la violencia son
ya
doctrinas y están en trance de convertirse en
instituciones los verdugos tienen todo el derecho
de ingresar en los cuadros administrativos. A decir
verdad nosotros los franceses estamos un poco
atrasados. Repartidos por
el
mundo los verdugos
están
ya
instalados en los sillones ministenales.
Sólo que han reemplazado
el
hacha por
el
sello.
Cuando la muerte se convierte en un asunto
administrativo y de estadísticas es que en efecto
las cosas del mundo
va
n mal. Pero si
la
muerte se
hace abstracta es que la vida también lo es. Y la
vida de cada uno
no
puede ser sino abstracta a
partir del momento en que se la somete a una ideo
logía. Desgraciadamente estamos en la época
de
las ideologías y
de
las ideologías totalitarias es
decir lo bastante seguras de sí mismas de
su
razón imbécil o de su mezquina ve rdad como pa
ra
creer que
la
salvación del mundo reside sólo en
su
propia dominación. Y querer dominar a alguien
o algo es desear la esterilidad el silencio o la
muerte de ese alguien . Para comprobarla basta
con mirar a nuestro alrededor.
No
hay vida sin diálogo. Y en
la
mayor parte del
mundo el diálogo se sustituye hoy por la polémi-
atentaba contra el misterio de la vida y de
la
carne.
ca
. l siglo xx es
el
siglo de
la
polémica y del insul
Era y lo sabía objeto de horror. Y ese horror con-
too
La polémica ocupa entre las naciones y los
sagra
al
mismo tiempo
el
precio de la vida huma- individuos e incluso a nivel de las disciplinas anta
na.
oyes
sólo objeto de pudor. Y en esas condi- ño desinteresadas
el
lugar que ocupa tradicional
ciones encuentro que tiene razón
al no
querer mente
el
diálogo reflexivo. Miles de voces día y
ser más
el
pariente pobre
al
que se esconde en la noche cada una por su lado en un monólogo
cocina porque no tiene las uñas limpias. n una tumultuoso vierten sobre los pueblos
un
torrente
6
Blblloteca de éxico
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de palabras engañosas, ataques, defensas, exal
taciones. Pero, ¿cuál es el mecanismo de la polé
mica? Consiste
en
considerar
al
adversario como
enemigo, en simplificarlo, en consecuencia, y en
negarse a verlo . No
sé
de qué color tiene los ojos
aquel a quien insulto, ni
sé
si
sonrie, ni de qué
manera. Convertidos
en
casi ciegos gracias a
la
polémica, ya
no
vivimos entre los hombres, sino
en
un
mundo de siluetas .
No
hay v
ida sin
persuasión. Y
la
historia
de
hoy
sólo conoce la intimidación. Los hombres viven, y
solamente pueden vivir, con la idea de que tienen
algo en común, que les permitirá volver a encon
trarse . Pero nosotros hemos descubierto que hay
hombres a los que no
se
persuade. Era y es impo
sible que
una
víctima
de
los campos de concen
trac
ión
explique a quienes
lo
degradan que no
deben hacerlo. Porque estos últimos ya no repre
sentan a hombres , sino a una idea arrasada por
la
fiebre
de la
más inflexible
de
las voluntades.
El
que quiere dominar es sordo. Frente a él hay que
pelear o morir. Por eso, los hombres de hoy viven
en el terror. En el ibro de los muertos
se
lee que
el egipcio justo, para merecer el perdón, debía
poder decir:
No
he atemorizado a nadie
.
En
esas
condiciones, el día del juicio final buscaremos en
vano a nuestros grandes contemporáneos en la
fila de los bienaventurados.
No es de extrañar que esas siluetas, sordas y
ciegas, aterrorizadas, alimentadas con tickets, y
cuya vida entera se resume en una ficha policial ,
pueden ser después tratadas como abstracciones
anónimas.
Es
interesante comprobar que los regí
menes surgidos de esas ideologías son, precisa
mente, los que, por sistema, proceden
al
desarrai-
6
go de las poblaciones paseándolas por Europa
como símbolos exangües que sólo cobran una vi
da irrisoria en las cifras de las estadísticas. Desde
que esas hermosas filosofías entraron
en la
histo
ria , enormes masas de hombres, cada uno de los
cuales, no obstante, tenía antaño una manera
de
estrechar
la
mano, están definitivamente sepulta
dos bajo las dos iniciales
de
las personas despla
zadas, que un mundo muy lógico inventó para
ellas.
Sí, todo esto es lógico. Cuando se quiere unifi
car el mundo entero en nombre de una teoría , no
hay otro camino que hacer este mundo tan des
carnado, ciego y sordo como
la
teoría misma.
No
hay otro camino que cortar las raíces que vinculan
al hombre a
la
naturaleza. Y no es una casualidad
que no se encuentren paisajes
en la
gran literatu
ra europea desde Dostoievski. No es una casuali
dad que los libros más significativos de hoy, en
lugar de interesarse por los matices del corazón y
p rl s
verdades del amor, sólo
se
apasionan por
los jueces, los procesos y la mecánica de las acu
saciones, y que en lugar de abrir las ventanas a
la
belleza del mundo, las cierran cuidadosamente a
la angustia de los solitarios . No es una casualidad
que el filósofo que inspira hoy todo el pensamien
to
europeo es
el
mismo que escribió que única
mente
la
ciudad moderna permite al espíritu tomar
conciencia de sí mismo y que llegó a decir que la
naturaleza es abstracta y que sólo la razón es con
creta. Este es, en efecto, el punto de vista de
Hegel y es el punto de partida de una inmensa
aventura de
la
inteligencia, que termina por matar
todo.
En el
gran espectáculo de
la
naturaleza,
esos espíritus ebrios sólo
se
ven a
sí
mismos.
Es
la
ceguera definitiva.
¿Para qué ir más lejos? Quienes conocen las
ciudades destruidas de Europa saben de lo que
estoy hablando. Esas ciudades ofrecen
la
imagen
de este mundo descarnado, reseco de orgullo,
donde, a lo largo de un monótono apocalipsis, an
dan errantes los fantasmas a
la
búsqueda de una
amistad perdida, con
la
naturaleza y con los seres.
El gran drama del hombre de Occidente es que
entre él y
su
acontecimiento histórico ya no se
interponen las fuerzas de
la
naturaleza
ni
las de
la
amistad. Con las raíces cortadas y los brazos
resecos, el hombre se confunde
ya
con las horcas
que
le
tienen destinadas. Pero, al menos, en el
colmo del despropósito, nada debe impedirnos
denunciar el engaño de este siglo que aparenta
correr tras
el
imperio de
la
razón, cuando sólo bus
ca
las razones para amar que perdió. Y nuestros
escritores, que terminan todos por apelar a ese
sucedáneo desdichado y descarnado del amor
que se llama moral, lo saben bien . Los hombres
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de hoy pueden tal vez dominar todo en ellos y
ésa es su grandeza. Pero hay al menos algo que
la mayoría de estos hombres no podrá jamás vol-
ver a encontrar: la fuerza para amar que les arre-
bataron . Por eso tienen vergüenza. Y es justo que
los artistas compartan esta vergüenza porque
contribuyeron a ella. Pero que sepan decir
al
menos que tienen vergüenza de sí mismos y no
de
su
profesión.
Pues todo lo que constituye la dignidad del arte
se opone a
un
mundo asi y lo rechaza . La obra de
arte por
el
solo hecho de existir niega las con-
quistas de la ideología . Uno de los sentidos de la
historia del mañana es la lucha ya iniciada entre
los conquistadores y los artistas . Ambos se propo-
nen sin embargo el mismo fin. La acción política
y la creación son las dos caras de una misma
rebelión contra los desórdenes del mundo. En los
dos casos se quiere dar al mundo
su
unidad. Y
durante mucho tiempo la causa del artista y la del
innovador político se confundieron. La ambición
de Bonaparte fue
la
misma que
la
de Goethe. Pero
Bonaparte nos dejó
el
tambor en los liceos y Goe-
the las Elegías romanas Mas desde que las ideo-
logías de la eficacia apoyadas
en
la técnica inter-
vinieron desde que por
un
sutil movimiento
el
re
volucionario se convirtió en conquistador las
dos corrientes de pensamiento divergen. Pues lo
que busca el conquistador de la derecha o de la
izquierda no es la unidad que es ante todo la
armonía de los contrarios sino la totalidad que
consiste
en
aplastar las diferencias. El artista dis-
tingue allí donde el conquistador ni vela. El artista
que vive y crea desde la carne y la pasión sabe
que nada es simple y que el otro existe .
El
con-
quistador quiere que
el
otro no exista su mundo
es un mundo de amos y de esclavos. este mismo
mundo donde vivimos. El mundo
del
artista es
el
mundo de la discusión vi
va
y de la comprensión.
No conozco una
so
la gran obra que
se
ha ya cons-
truido sólo sobre el odio pero si conocemos los
imperios del odio. En una época
en
que el con-
qu
is
tador por la lógica misma de
su
actitud .
se
convierte en ejecutor y politico. el artista esta obli-
gado a ser refractario . Frente a la sociedad políti -
ca co
nt
emporánea la única act itud coherente del
artista o si no debe renunciar al arte es el recha-
zo sin conces ión . No puede ser aunque lo qu ie
ra
cómplice de los que emplean
el
lenguaje o los
medios de las ideologías contemporáneas .
Por todo esto es inútil y ridiculo pedirnos justifi-
cación y compromiso. Comprometidos lo esta-
mos aunque
in
voluntariamen te . Y para te
rm
inar
no es la lucha la que nos hace artistas sino el arte
el que nos obliga a ser luchadores. Por
su
función
misma el artista es el
te
stigo de la libertad y es
ésta una justificación que suele pagar cara . Po r su
función misma esta enredado en la má s inextrica-
ble espesura de la historia alli donde se ahoga la
propia carne del hombre. Por ser el mundo como
6
i
liotec
a de Me xico
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es es tamos
co
mprometidos
co
n
él
queramos o
no queramos y somos por naturaleza enemigos
de l
os id
ol
os
abstractos que en él hoy triunf
an
ya
sean na cionales o partidistas.
No
en nombre de
la
moral y de la vi rtu d co mo se intenta hacer creer
c
on un
engaño adicion
al.
No so mos virtuosos y
no lo lamentam
os
al ver el aspecto antropométri
co que toma la virtud en nuestros reformadores.
En no mb
re
de
la
pasión del hombre y por lo que
existe de único
en
él siempre rechazaremos esas
empresas que
se
arrop
an
c
on
lo que
ha
y de más
miserable en la razón.
Pero esto determ i
na
al
mi
smo tiempo nuestra
tas testimonian en favor de
lo
que en el hombre se
niega a morir. iEnemigos de nadie excepto de los
verdugos
l
Y esto es lo que siempre los destinará
eternos girondinos a las amenazas y a los golpes
de nuestros jacobinos de puños de lustrina . Des
pués de todo esta mala posición por
su
misma
incomodidad constituye
su
grandeza. Llegará
el
dia en que todos los reconocerán y respetuosos
de nuestras diferencias los más valiosos de noso
tros dejarán de desgarrarse como lo hacen. Re
conocerán que
su
vocación más profunda es
defender hasta sus últimas consecuencias el
derec
ho
de sus
ad
versarios a tener otra opinión.
so
lidaridad
co
n todo
el
mundo y como tenemos Proclamarán de acuerdo con
su
condición que
es
qu
e defender
el
derecho de cada persona a
la so
- mejor equivocarse sin matar a nadie y dejando
ledad jamás seremos unos solitari
os.
Tenemos que hablar a
lo
s demás que tener razón
en
medio del
apresurarnos y
no
podemos trabajar solos . Tolstoi silencio y de los cadáveres. Intentarán demostrar
pudo escribir so bre un a guerra que no habia que
si
las revoluciones pueden triunfar por la vio
hecho la
más hermosa novela de todas las literatu- lenc
ia
no pueden mantenerse sin
el
diálogo. Y
ras. Nuestras guerras no nos dejan tiempo para sabrán entonces que esa singular vocación les
escribir so
br
e nada que
no
sea ellas mismas y
al
crea
la
más perturbadora de las fraternidades
la
m
ismo
tiempo matan a Péguy y a miles de jóvenes de los combates dudosos y de las grandezas ame
poe tas.
Po
r eso creo que por encima de nuestras nazadas
la
que a través de todas las épocas de
la
diferencias que pued
en
ser grandes
la
reunión de inteligenc
ia
no dejó jamás de luchar para afirmar
todos estos hombres esta noche tiene sentido .
Má
s contra
la
s abstracciones de la historia lo que reba
allá de las fronteras a veces sin saberlo todos tra- sa a toda historia : la carne ya sea sufriente o
bajan juntos en los mil rostros de una misma obra dichosa . Toda la Europa de ho
y
erguida en su
que
se le
vantará frente a
la
creación totalitaria . soberbia les grita que esa empresa es irrisoria y
Todo
s juntos sí y c
on
ellos esos miles de hombres vana. Pero todos nosotros estamos en
el
mundo
que tratan de erigir las formas silenciosas de sus para demostrar lo contrario.
creaciones
en el
tumulto
de
las ciudades. Y con
ellos incluso los que
no
están aquí pero que por
la
fuerza de las cosas
se
nos unirán algún día. Y tam
bién esos otros que creen poder trabajar para
la
ideología totalitaria con los medios
de su
arte mien
tras que
en
el
seno mismo de
su
obra
la
pujanza del
arte destruye
la
propaganda reivindica
la
unidad de
la
que e/los
son
los verdaderos servidores y los
destina a nuestra obligada fraternidad
al
mismo
tiempo que a
la
desconfianza de los que provisio
nalmente los emplean.
Los verdaderos artistas no son buenos vence
dores políticos pues son incapaces de aceptar
despreocupadamente
-iah
yo lo sé
bien-
la
muerte del adversario . Están de parte de
la
vida
no de la muerte. Son los testigos de la carne no
de
la
ley. Por
su
vocación están condenados a la
comprensión de lo que consideran su enemigo.
Esto no significa por
el
contrario que sean inca
paces de juzgar
el
bien y el mal. Pero ante ei peor
criminal
su
aptitud para vivir la vida de otros les
permite reconocer la constante justificación de los
hombres:
el
dolor. Esto
es lo
que siempre nos
impedirá pronunciar
el
vereQicto absoluto y
en
consecuencia ratificar
el
castigo absoluto.
En
este
mundo nuestro de
la
condena a muerte los artis-
64
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La
Del
lat.
iIIe
artodeter. Formas
de
singu-
lar
en femenino.
Dichosa e dicha
1
1.
adj. feliz. 2.
adj
. Que incluye o trae consigo
dicha. Dichosa virtud.
Soledad dichosa. PA-
LABRA
Del
lat.
paraba/a
1.
f.
Segmento
del discurso unificado habitualmente por el
aéento, el significado y
pausas
potenciales
inicial
y
final.
2. f.Representación gráfica de
la palabra hablada . 3.
f. Facultad
de hablar.
4.
f. Aptitud
oratoria
.
sábado
Del lat.
bíblico sabbatum,
este del
gr
. a á ~ ~ o v
este del hebr.
sabbat
, y este del acadio sa-
battum, descanso) 1. m. Sexto día
de
la
semana, séptimo
de
la semana litúrgica. 9
Del
lat.
novem
1 .
adj
.
Ocho
más uno.
de
Del
lat. de 1. prep. Denota
posesión
o
per-
tenencia
.
la
Del
lat.
iIIe
1. arto deter.
Formas
de
singular
en femenino. noche
Del
lat. nox, noctis . 1. f.
Tiempo en
Que
falta la
claridad
del día. por
Del
lat.
pro,
infl.
por p no prep . Denota el medio
de
eie-
cutar algo.
anal
Del lat. car
tación
de
televisión y radio.
22
de
signos
o
cifras
con
Que
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r
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