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3.29 Marzo - Ave Lamia - Revista Cultural · que los castiguen; no les ... para ver cómo te sientes. Cuento este caso por-que he recibido otros, la ... Yo no quiero que se me

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DIRECTORIO Marzo 2015

Año 3, número 29

Director José Luis Barrera Mora

Editor

Luciano Pérez

Coordinador Gráfico Juvenal García Flores

Asistente de editor

Norma Leticia Vázquez González

Web Master Gabriel Rojas Ruiz

Consejo Editorial Agustín Cadena

Alejandro Pérez Cruz Alejandra Silva

Fabián Guerrero Fernando Medina Hernández

Ilustraciones

Portada: “Mujer”, Arte digital, Ali Hendler. Pág. 13: “Silvio, Serrat y Sabina”, collage de

Stregheria Leland. Pág. 14: ”La musa desnuda”, Franklin Ramos Pág. 28: “Pearls for kisses”, Fred Appleyard,

1894-1963.

Ave Lamia es un esfuerzo editorial de:

Director

Juvenal Delgado Ramírez www.avelamia.com

Reserva de Derechos: 04 – 2013 – 030514223300 - 023

Síguenos en:

Ave Lamia

@ave_lamia

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Norma Leticia Vázquez González

Fernando Medina Hernández

Portada: “Mujer”, Arte digital, Ali Hendler. “Silvio, Serrat y Sabina”, collage de

”La musa desnuda”, Franklin Ramos g. 28: “Pearls for kisses”, Fred Appleyard,

ÍNDICE

EDITORIAL

IMAGEN DEL MES “Blooming” de Ana Bick

CAMBIO DE IMAGEN Leticia Vázquez

¿SER… MUJER? Macarena Huicochea

CONSEJOS Engels

INSPIRACIÓN María Elena Méndez Gaona

UNA CIUDAD ES UN REFLUJO Neiffe Peña

MAÑANA DE JUNIO Luz Vázquez

LA DESGRACIA DEL CONQUISTADOR Norma Elsa Pérez

NINÓN SEVILLA Y ANITA ECKBERG: DOS MUSAS EN EL PARNASO. Stregheria Leland

CONFRONTADOS (de “Desnuda la piel”)

Claudia Contreras

SOBRE LAS AUTORAS

ÍNDICE

EDITORIAL 3

IMAGEN DEL MES ” de Ana Bick 5

CAMBIO DE IMAGEN Leticia Vázquez 6

¿SER… MUJER? Macarena Huicochea 10

CONSEJOS 13

INSPIRACIÓN Elena Méndez Gaona 18

UNA CIUDAD ES UN REFLUJO Neiffe Peña 20

MAÑANA DE JUNIO Luz Vázquez 22

LA DESGRACIA DEL CONQUISTADOR Norma Elsa Pérez 26

NINÓN SEVILLA Y ANITA ECKBERG: DOS MUSAS EN EL PARNASO. Stregheria Leland 29

CONFRONTADOS (de “Desnuda la piel”)

Claudia Contreras 33

SOBRE LAS AUTORAS 34

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“Los ojos de la mujer fueron mis únicos libros y todo lo que ellos me enseñaron fue locura”, pensa-ba Thomas Moore de la mujer. Así, la mujer, a lo largo del mito y de la historia, es la fuente de ins-piración de todas las hazañas po-sibles, y aparece con diferentes matices como personaje central, para bien o para mal, de los distin-tos acontecimientos que se refle-jan en la pasión de la literatura, en los múltiples significados del arte plástico, en la experiencia del diseño, en la severidad de la polí-tica, en la austeridad de la reli-gión, en la intensidad del teatro y del cine, en la catarsis de la músi-ca. Pero también ya no sólo se conforma con ser una inspiradora, sino que ya puede presentarse como su propia inspiración. A ve-

veces presa de la misoginia, la mujer logra escapar de este yugo para convertirse entonces en una espe-cie de diosa, esa que vive en su casa como su única señora y que está presente en su lugar de trabajo o en su tarea artística, y que luego brilla en una noche de fiesta o en un concierto, o en un sueño.

Seres mitológicos, seres mágicos, muchas veces grandes y fieles aliadas entre sí, pero otras veces como terribles enemigas, las mujeres han desempeñado un papel de suma importancia en el desarrollo económico, social y emocional de la humanidad, comenzando por su hogar, del que sale para atravesar obstáculos y transformaciones, riesgos y metamorfosis, y después pasar de ser el “sexo débil” a asumir el poder y el control total en sus decisiones.

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En este número de marzo de Ave Lamia, en exclusiva dedicado a las mujeres, ellas mismas nos llevarán de la mano a través de sus ensueños, pesadillas, deseos, y dando a saber todos éstos con sus manojos de cuentos, poemas, ensayos, dibujos, ideas, que son como un perfume de aromas distintos, un homenaje para todas y cada una de las mujeres, que siendo tan iguales son tan únicas a la vez.

Norma Elsa Pérez

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Odio que la gente me diga qué hacer. Odio más que la gente le diga a otra que me diga qué hacer. Por eso decidí poner mi empresa sin fines de lucro. Siempre me criticaron mi forma de vestir, cambié para taparle el hocico a la gente. Así pues, los pro-gramas de cambio de imagen no eran mi predilección.

Ahora quiero exponer sobre mi empresa, que se dedica a ayudar sólo a muje-res, no por feminismo cho-cante, sino por realidad, los hombres no sufren por su imagen tanto como las muje-res, a las mujeres las critican más; a los hombres no los manosean en las calles; no sufren violaciones y no los matan por odio, o porque es fácil matar a un hombre sin que los castiguen; no les avientan las esposas la co-mida cuando no les gusta, no son relegados, no han vivido detrás de una mujer, opa-cados…

Cualquier problema que una mujer tenga, le bus-camos solución, hasta ahora no he fallado.

Dicen que como te ven te tratan, que por eso te tie-nes que vestir bien; en mi opinión, esa es la justifica-

Cambio de imagen… mejor, cambio de vida

Leticia Vázquez

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ción para que se promueva la discriminación, nada te ase-gura que una persona es buena por su apariencia. Sólo falta que digan que también hay que blanquear-nos para que nos traten bien.

Todos discriminamos, no diría que es porque so-mos, los mexicanos, unos hijos de la chingada; pero no, en todo el mundo es igual. Todos discriminamos.

Algunas veces uno tiene que modificar su forma de ser, de vestir, como estrategia en la busca de una nueva vida, es lo que pro-muevo en mi taller: Ahora tienes que cambiar; pero por dentro, para hacer después un cambio externo, tu marido

te hacía sentir menos, te insultaba, te ridiculizaba ante tu familia. Eso las hace ver su vida anterior y ver que en verdad las trataban con la punta del pie.

Les doy alojamiento, un oficio y una profesión. Nada te faltará, sólo tienes qué hacer lo que te diga, si algo no te parece lo habla-mos, recuerda que primero será difícil.

Primero te cambias el peinado, vas a hacer lo que a él no le gustaba que hicieras. Después el examen de apti-tudes y conocimientos. Ahora vamos a leer todos los días, tenemos que practicar la dic-ción y la conjugación de verbos. Tú cocinabas, enton-

ces serás la cocinera del res-taurante, es así como paga-rás tu estancia aquí.

Cada vez nuestra Casa es más grande, busca-mos niñas de la calle y las educamos, vamos a sitios rurales y reclutamos mujeres. Eso sí, nadie es forzada a ingresar en La Casa, tienen que decidirlo ellas solas, incluso a pocos días del ingreso; después de la firma del contrato y de la trans-formación todo cambia.

Ese es un ejemplo de reinvención de las mujeres. Me gusta mi trabajo, he teni-do incluso que enfrentarme a hombres enfurecidos que quieren a su mujer de vuelta, gritan e insultan; un arma nata de casi todos los hom-bres, creen que con sus gri-tos intimidan, que nos que-damos calladas, que con sus insultos nos ridiculizan, nos rebajan.

No les grito porque los veo tan mediocres que me dan lástima. Sólo les digo: Eso es lo que es ahora, y quiere a su esposa de vuelta para que lo haga sentir me-nos basura, ¿verdad?

A nosotras nos toca la peor parte en todo. He visto mujeres muy nerviosas que sienten que no sirven para nada, que no se quieren porque les decían gordas, feas, indias, burras; las he

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visto asustadizas por un error que cometen. Los medios ha-cen su parte con su publici-dad, con sus telenovelas, con sus programitas tontos, y la sociedad aporta otro tanto. Tengo, tenemos que luchar contra eso, y debo decirlo, contra los hombres también, debemos modificar sus pen-samientos, eso ya nos co-rresponde a todos.

Como te ven te tratan. Tuve el caso de una mujer que su esposo contrató a una mujer experta en imagen para que le cambiara el look; la mujer se molestó, no que-ría vestir lo que le probaban, ella se decía: “pero no me visto mal, mi estilo es origi-nal”. Total, que cuando espe-raban la presentación del cambio de imagen, salió a escondidas de la casa y nun-ca volvió con su esposo.

Al inicio yo no quería aceptar su caso, que sólo era una reivindicación de la ma-nera de vestir de la mujer; pero decidí que por su profesión, bióloga, sería de ayuda para “La Casa del Renacimiento de las Musas”.

La mujer sólo quería saber si lo que había hecho era lo correcto. “Si yo me hu-biera vestido mal en verdad, lo aceptaría, pero yo doy cla-ses, así me gusta vestir, eso le dije y la experta en imagen me gritó, dijo que era una necia. Y mi esposo la respal-

dó. Él me quiere y sufre sin mí… No sé qué hacer, pien-so en volver”.

No, no regreses, le aconsejé, que escarmiente, si te quisiera no te habría ridiculizado. Y no te vistes mal. Quizá él se refería a que incluso en casa te vistes así. Y quiere un cambio, tendrías que platicarlo con él. Tu situación no es tan grave. Obvio no vivirás aquí con no-sotras, pues tienes recursos y tu familia te apoya; pero sí me gustaría que experimen-taras con los estilos, sólo para ver cómo te sientes.

Cuento este caso por-que he recibido otros, la mayoría, en donde las muje-res pasan por una transfor-mación de ese tipo; cambio de imagen, corrección de postura, de dicción; pero es para que se acepten ellas, no para que esperen la acep-tación de los demás.

Sólo tienen prohibida una cosa, volver con sus ex parejas y volver a ser las es-clavas de otro hombre, no pueden salir de la casa, les hago ver que eso sería la perdición otra vez, es un mal que hay que evitar.

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Una mujer no necesita a un hombre, o si lo necesita es mínimamente, en la medi-da que ellos nos necesitan a

nosotras biológicamente. La diferencia es que sin un hom-bre podemos vivir y ellos ne-cesitan a una mujer.

Nunca deben volver. Y no vuelven.

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Yo no quiero que se me considere mujer por mis órganos sexuales, por mi ropa o maquillaje, ni porque alguien diga que soy de Venus.

No me gusta creer que es un asunto simplemente de género, pues me parece semejante a ese afán de dife-renciarse por raza, cultura o religión… y siempre he pen-sado que estas prácticas causan separación, conflicto y exacerbación de los con-trastes por encima de las similitudes y coincidencias.

Tampoco quiero ser mujer para reclamarme “vícti-ma” del dominio y someti-miento masculino; menos aún para reivindicar mi dere-cho a la igualdad: no quiero ser igual, sólo quiero ser yo y

¿Ser…mujer?

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liberarme de cualquier eti-queta que nos estereotipe y nos diga cómo debemos ac-tuar, o cuáles son nuestros derechos y obligaciones. Pa-ra mí los derechos funda-mentales son los humanos y

no importa si somos hombres, mujeres, niños, anos, bisexuales, homosexuales, judíos, cristianos o musulmanes.

¿Ser…mujer?

Macarena

no importa si somos hom-bres, mujeres, niños, ancia-nos, bisexuales, homosexua-les, judíos, cristianos o mu-sulmanes.

¿Ser…mujer?

Macarena Huicochea

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No me convence que ser mujer sea una cuestión de democracia, ni siquiera de leyes nacionales o usos y costumbres… creo que ser mujer es una convicción, una decisión y un proceso que, llevado a su máxima expre-sión, puede diluir los límites y las diferencias que no hacen sino enfrentarnos a una lucha estéril donde todos perdemos. Y creo que las mujeres no debemos enfren-tarnos a nadie, sino a noso-tras mismas: madres, cuña-das, hermanas, hijas que no sean cómplices de lo que hacen sus hijos, hermanos o padres, que no condenen a “otras” mujeres a aceptar y enceguecerse ante el mal-trato, la irresponsabilidad y la baja autoestima de ellos o ellas.

Es más, ni siquiera me parece adecuado restringir a dos “géneros” la condición humana… creo que hay múl-tiples posibilidades y combi-naciones de una sola rea-lidad cuyos matices e inten-sidades sólo puede definir cada individuo desde su libertad.

Si pudiera describir mi condición ¿femenina? Tam-poco recurriría a la materni-dad ni a mi derecho a decidir sobre mi cuerpo (derecho que no depende, creo yo, sólo del género)…

Y aunque sin duda una visión superficial podría distinguir claramente las di-ferencias entre noche y día; luz y oscuridad; fuego y agua; vida y muerte; alma y

cuerpo; hombre y mujer…no me cabe la menor duda de que no son realidades dis-tintas, sino simplemente pro-cesos y aspectos de una rea-lidad que danza, se mueve, se transforma y existe gra-cias a los contrastes y complementariedades de un universo donde los opuestos son resultado de nuestras deficiencias de percepción: apariencias más que verda-des absolutas.

No creo que una mujer necesite o deba depender de un hombre, como tampoco creo que suceda al revés. Creo que, como sugería en su mito Platón, hombre y mujer (tanto externa como internamente) contienen am-bos principios que se buscan y complementan en sí mis-mos y a veces, con suerte, con otros.

Así que si pudiera definir mi condición de mujer sería a través de una danza, una pintura de arena, tal vez también tejiendo palabras o sembrando ideas... o por qué no, de la mano de otras mujeres y hombres que pusieran más atención en la condición de humanos y especie que… en señalar genitales o roles impuestos socialmente.

No creo que las mujeres seamos iguales a los hombres, pero tampoco creo que seamos diferentes; me

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niego a definirme por contraste y prefiero pensar que hombre-mujer, mujer-mujer, hombre-hombre, y todas sus posibles combina-ciones son solamente como el espectro de luz: un solo rayo que, de acuerdo a su manera de manifestar su existencia define su color, temperatura y movimiento.

Aprovechando la ima-gen del arco iris (que tanto agrada a la comunidad lésbi-

co-gay), apostaría mejor por concebir así nuestra libertad, representando nuestras diversas expresiones y posibilidades de elección (incluida la sexual) como potencialmente absolutas, de tal modo que siempre seamos libres de cambiar de color y, como un teclado luminoso, tocar las notas que mejor expresen nuestra danza en determinados momentos de nuestras vidas, pudiendo permanecer en un

solo matiz, o mezclarnos y recorrer una autodefinida y amplia gama de coloridas notas que toquen múltiples melodías de vida o sólo aquella que, por nuestra decisión (libre de prejuicios, esquemas o del “deber ser”) nos permitan reconocernos, sin distinción alguna, como parte de una polifacética, respetuosa y plena expresión de la humanidad.

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Enamórate mi alma que me dice y yo (sonriendo y parpa-deante) si ya lo estoy de ti y él (con aire sabio y ahuecan-do la voz) no me grilles ma-macita y yo (poniendo carita de ángeles) de veritas mi amor entonces él niega ex-tendiendo el índice hacia mí y me mira como diciendo más sabe el diablo por viejo y yo bajo los ojos y todavía sonriente alcanzo el timón de tan navegado barco y él so-lemne (como primerizo) no hagas olas todavía y escú-chame de veras y yo (rebuz-nante y enrojecida con ese aire intelectual que asumi-mos en la repetición) de veri-tas y como acostumbro le planto un herrador beso sin dejar de maniobrar y él (que como que se resiste) balbu-cea porque uno debe enamo-rarse si no de nada sirve hacer lo que uno hace y (as-pirando cada vez más fuerte)

la grilla nomás es grilla pero vale madres y yo (que de repente siento que me tocan las fibras más sensibles re-trocedo casi autoritaria) y le suelto que las escamas de mi pasado hánme puesto muy en la desconfianza pero que de todos modos luego me sorprendo cantando de lo más cursi eso sí (apurada-

mente aclaradora) Sabina o Serrat o Silvio (maravillosas lagunas donde ahogarse) para que no digan que además de cursi pendeja suspiro (casi dominante) y que si eso no es estar ena-morada entonces ¿qué es a ver tú que sabes tanto qué es? (totalmente retadora) y él (develando de inmediato una

Consejos Engels

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sonrisa forzadamente per-versa) y... ¿de quién? y yo (como descubierta) levanto los hombros y rectificando el ademán (otra vez parpadean-te y afanosamente conven-cedora) de ti, ya te dije y de nuevo al ataque y él (empe-ñosamente renuente) no re-siste el descubrimiento de la desnudez y así empezamos la efímera batalla en la que las desventajas nunca impo-nen

en la madre las diez (des-pertándome sin compasión) grita él en mi oído y luego más suave vámonos chula (ya bien familiarizado) y yo todavía en el sueño pero por qué y él (casi liberado y to-talmente vestido) mi mejorci-ta ya sabes ¿no? y yo (que no encuentro abrigo) suspiro de nuevo y me visto y él (como en todos los despue-

ses) ni me mira y pone cara de inquisidor y yo (como en todos los siempres) salgo silenciosa y me voy fumando todo el camino y aspirando las neonas luces de la sole-dad que se agolpan de tan rápido que llegamos y él (apuradamente nostálgico) a’i nos vemos mi alma yo te lla-mo eh (medio balbuceante) y yo sale valedor (increíble-mente enérgica) y adentrada ya en la dulzura hogareña quién sabe cómo me verá mi madre y ora por qué tan con-tenta tú (profundamente críti-ca) y yo que tiro el café ante el reclamo y ella (tan obser-vadora) qué te pasa pues y yo no nada nomás no me hable al tiro (casi tímida) y ella a mí no me hables así que no estás con tus amigo-tes esos del partido (contun-dente y sabia) y yo ya mejor me voy a dormir hasta ma-

ñanita (bostezante y evasiva) me dejo solita en mis apo-sentos y me la paso dándo-me vueltas entre los consejos y mi rebeldía (insomnemente convencida) me sumerjo en la oscuridad del destiempo y sabrá Dios a qué hora me quedé dormida porque ya son las diez de la mañana chingue su madre (cotidia-namente devota) me levanto de un salto porque estamos en plena campaña electoral y hoy tenemos (colectivizante) debate con los otros candida-tos y además yo quedé de llegar temprano y echarle la mano al Tulio (candidateado por enésima) con la organi-zación y las mantas porque a falta de poco descaro pues nosotros convocamos y bien clavada en la autocompasión porque antes que nada tengo que preparar el desayuno y peinar a mi más pequeña y lavar los trastos (militante-mente liberada) total que lle-go a eso de las doce y a chambear corazón que es tardísimo (bien convincente) me dice el Tulio y yo (incapaz de remordimientos) órale di-ciendo y haciendo me aplico en las mantas al tiempo que cuestiono que dónde carajos anda el Tebas a lo que cen-telleante responde el César (con autoritarismo de director de campaña) que si ya sé para qué pregunto y yo sin dejar los garabatos (con un dulce tonito reprochón) ay pinche Tebas no entiende el

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cabrón en eso muy salido de onda llega el que presidirá la mesa de debate preguntando (casi sabio e imprescindible) que qué onda que a qué hora empieza todo porque yo ten-go una bronca pero regreso segurito y yo (bien memorio-sa) Tulio acuérdate que nos van a prestar el sonido y hay que recogerlo a la una y el Tulio (ocurrente y paternalis-ta) pues que te lleve él en el carro no hija (señalando al aludido) y entonces (precaria y solícita) le parpadeo y le pregunto que si sí y el otro (bien interfectado) pues órale porque vengo de prisa y yo (bien tolerante y obviamente complacida) pero si tú vas a moderar la mesa y él (rubori-zado y sonriente) sí ya sé regreso segurito ya les dije y yo órale pues le digo y me encamino por delante y todo el camino la plática girando en la onda del Sub que qué hombre le digo y él que sí qué tipazo (bien compartido-tes) pero que sus desplantes al perredé le digo ni a él se los perdono y este él que encuentra la oportunidad pa-ra el debate me dice que tie-ne razón y que además el Sub sabio como es distingue bien entre los altos mandos y la base que somos nosotros y yo digo que sí pero qué chinga porque con quienes se reúne es con los altos y él que se elabora unos argu-mentos dignos de mejor público porque yo me evado

pensando que si tendrá razón el que me aconseja y si sí pues tendré que dedi-carme a buscar bien como Diógenes mínimo y luego (impertinente conmigo mis-ma) pienso en voz alta y se me sale el amor por el Sub (acostumbradamente origina-lita) y el otro que se sonríe y me dice que no que lo mejor es la libertad y que el amor es un compromisotote y que eso nomás encadena y que además luego por eso te va cómo te va y que los golpes de la vida son los que más se notan en la cara mira cómo andas me dice y yo (tan va-nidosa como puedo) luego luego me miro en el espejo y el otro (cruelito y divertido) dice que no que me lo dijo sin convicción pero cómo te convencí (irónicamente tier-no) y reitera el tema total que quedamos en que lo del Sub

era nomás para don Porfis para que sepa lo que es amar a Dios en tierra de indi-os y que yo no debería sen-tirme aludida porque además me dice (muy generoso) el pinche Sub ni sabe que exis-tes así que estás a salvo y yo le suelto un cabrón (rete agradecida y cariñosísima) y cuando llegamos frente al aparatejo el Dante (extrema-damente amable) nos ense-ña cómo se instala dónde están los cables de la co-rriente directa y todas esas cosas de la técnica que es lo que ellos mejor entienden y yo (sin entender pero bien aplicada) ya vámonos porque nos esperan allá y como a las cinco que es la mera hora el Tulio como trenecito de cuerda vuelta y vuelta y fume y fume y el Tebas atareado como nunca y con las dificul-tades que implica tener sólo

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dos manos y al César a su espalda dándole indicaciones (aleccionador y experimen-tadísimo en colocar mantas) a la izquierda pero derechitas como debe ser y yo (debida-mente acomedida) ayudando y con unos nervios de miedo pero malhaya quién dijo mie-do si para bailar nací porque los sonorizadores (bien ale-vosos) que nos ambientan la espera con una cumbiecita y yo con estos pies que no se quedan quietos baile y baile y causándole mayores proble-mas al Tebas porque con tanto meneo no atino a pa-sarle la cinta adhesiva y el César (momentáneamente cuerdo) o le ayudas o bailas y se acomoda la gorra y yo (totalmente amenazada) perdón señor director y me tranquilizo los segundos ne-cesarios y el presidente de la

mesa por allá nomás para asegurarse pero segurísimo le pide línea al Tulio y luego a Gris (única fuente segura de información) y luego viene conmigo que ni sé qué onda (pero bien ensuficientada) le repito lo que le acaban de decir y ya todo preparado los esperadísimos contrincantes (de lo que se perdieron) no aparecen y el presidente de la mesa (ya bien documenta-do y basto de saber) ni modo haremos un acto de autocon-sumo (engreído y arreglán-dose el cuello) se trepa al improvisado presidium y el Tulio y el Tebas tras él pues ni modo (bien sacrificados y re gandules) y yo (con los pasos apaciguados por el silencio) me recargo en uno de los bafles arremolinándo-me en la sinuosa disyuntiva que me presentan los soba-

dos consejos y se me ocurre que qué tal si le pido el pro-pio al futuro consejero ciuda-dano porque dos puntos de vista equidistantes y para-lelos puede que me aclaren la existencia pero qué tal si no cuando de repente salto y me pongo otra vez en tierra (olímpica y con una coordi-nación digna de cámara baja) al momento en que el mode-rador me habla al oído pero desde el micrófono y al mis-mo tiempo saco la cámara como desenfundado para fingir el susto que me llevé y me hago pendeja solita por-que todos se dieron cuenta y se abanican con los volantes cerca de la boca como para espantar la carcajada y los del panel (entradísimos) ni se inmutan ante el acto que se asemeja a una sala de trau-matología de tanta queja y todos nosotros los de abajo (reterrevolucionarios y bien zapatistas) descubriendo a los responsables de la co-rrupción y de las desgracias nacionales y el Tulio (con esa oratoria que nomás él sabe) provocando los aplausos en cada punto y aparte y otra vez los de abajo (asentidores y solidarios) sí sí'cierto y lue-go el Tebas (como en el de-sierto e inflamando el pecho) ya no vendamos nuestro voto por una cubeta o por una bolsa compañeros y una se-ñora que se pone el suéter sobre su camiseta del pe erre í y vuelve la cara hacia todos

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lados a ver quién la vio y na-die más que yo y me sonríe y yo (más que comprensiva) le contesto el gesto y le perdo-no la vida y me voy a echar flashazos a otro lado hasta que terminamos de batirnos y guardo el arma y los arreos y me clavo de nuevo en el di-lema y con el corazón revuel-to porque aunque inconscien-te todavía creo que el que aconseja puede que sepa lo que dice y como para provo-carme se me aparece así de frente el icono creciente de la noche y yo como esquivando me imagino que detrás de esa brillantez está el Gato de Chester pero que yo ahorita quisiera hacerme chiquita y desaparecer o mejor me voy de la ciudad a Kalkiní por ejemplo y me dejo de taruga-das y sirve que estreno lo que no conozco en eso el Tulio (palmeándome el hom-bro bien liderzote) ya vámo-nos mija que ya se acabó todo aquí y yo que de la sor-presa balbuceo (rete analítica y muy profunda de voz) ah ya tan rápido pues órale vámo-nos y ahí andamos deambu-lando por las calles con nuestras mantas y procuran-do que queden bien arriba y yo (mansamente) caminando y calladota porque a cada ratito me vuelvo a ver si le encuentro los ojos al de Chester pero nada y me digo que si lo llego a oír ése sí que me dará buenos conse-jos no como esta bola de

mandones y entonces la lu-na-risa como que se amplía y yo (cuánta vergüenza) mejor le sonrío al César que lleva horas preguntándome desde lo alto de la escalera (equili-brante y envalentonado) que si así ya que como es natural a media noche el equipazo de campaña ya menguó y de los diez perritos ya nomás quedamos tres porque el pin-che Tebas hizo mutis tose y

tose hasta que se esfumó y como ya me habían colgado el título de dirección del equipo (resignada y respon-sabilísima) me paso toda la noche aplicando las ense-ñanzas del César a la iz-quierda pero derechitas co-mo debe ser y sin saber cuál es el centro de equilibrio por-que la atención se me esca-pa nomás buscándole cuatro ojos al misterio…

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Acabo de matarlo… Aviento el arma, la recojo de inmedia-to. Acabo de matarlo, aún no lo dimensiono. Mi corazón late sin decidirse a una tona-da, lo mismo son fanfarrias que algo cercano a una corte marcial. La incredulidad marca notas más prolonga-das. ¡Ja! Lo hice, quién lo diría. En el taller de creación

literaria se comentó que el asesinato era la mejor de las musas; que te despertaba el instinto creador. Ahora lo es-toy corroborando. De pronto alguien abrió una ventana y las ideas se tropiezan para penetrar; o para salir. Saco mi libreta y anoto algunas. Otras no se dejan pescar, escapan mientras trato de a-

sirlas como si se tratara de moscas. ¿Tendrá esto una equivalencia a vender el al-ma al diablo?

Si hubiéramos aposta-do quién se atrevería a co-meter un crimen para corro-borar la teoría de la creación, habría cobrado dinero sufi-ciente para mantenerme un tiempo. ¿A quién habrá asesinado García Márquez? ¿Y Cortázar? ¿Y... los otros? ¿Serán los causantes de algunos de los crímenes sin resolver alrededor del mun-do? Crece mi admiración.

Más ideas; escríbelas. Son hurañas, como el dinero. Hasta hace poco me desgas-taba en historias insulsas, más de las tonterías de siem-pre. Mi crimen me hizo subir peldaños. Me doy cuenta de lo novato que en realidad e-ra; o soy. Mi crimen. Se oye bien… mal… mal… bien... Mi crimen… Y pensar que no podré presumirlo. O tal vez

Inspiración

María Elena Méndez Ga ona

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sí, pero ¿me creerían? Como yo mismo no lo creo todavía. Uno más. Uno menos, para ser exactos. Hace rato lo dejé lejos; tal vez no tarden en descubrirlo. Algunos ase-sinos son atrapados por mezclarse entre la multitud de curiosos. No pueden evi-tar vanagloriarse de su mo-mentánea paridad con Dios.

Mientras camino vuel-ve a sacudirme la incredu-lidad. Luego, la ufanía. Ahora el deseo de aplaudirme con euforia. El golpeteo en el co-razón por el orgullo de ha-berme atrevido. El mismo golpeteo en el corazón por el miedo a que me descubran. Llego a casa; me siento ante la computadora; respiro pro-

fundo. Mis manos parecen tartamudear, al igual que mi cuerpo entero. Mis dedos se mueven como con vida pro-pia sobre el teclado. Acabo de matarlo...

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Una ciudad es un reflujo

Neiffe Peña

Una ciudad es un reflujo de tu propia esperanza, una isla oscura de torres ajenas y calles humanas. En ella te habitas colgando tus rostros, tendedero deshelado tras un cuarto de fondo. Mañana vuelta un sudario de vitrinas, la diastólica habitante que subyace en tu memoria caminará a tientas por las hojas del parque, y entre los novios y policías como ánima en pena que recorre los salones sobre los costados sordos de los espacios no vividos verás tu sacrificio; porque la ciudad se convirtió de pronto en tu tatuaje, en tu camino, en tu sepultura. Mega sabandija de concreto que come asfalto a media noche Y palpita con el diesel y los excrementos. La ciudad-trampa, colcha, perdida, letrina.

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Laberinto de mil funciones, nido de puertas, infierno de balcones y de microbios que te enferman y te matan. La ciudad existe debajo de tu miedo, irracional memoria de saberte solo, a pesar de las luces de neón, la botella y aquella piel que se duerme en tus manos… en una cueva de “La Merced” “Sabana Grande” “Soho” “Lava Pie”. Ciudad de México, periodo dos mil.

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Fue fácil suponer que aque-

lla mañana de junio lluviosa,

esperando el camión al cual

nos condenó el gobierno des-

de que su supuesto maravi-

lloso metro no funcionó,

parecía ser el augurio de un

mal día; por si fuera poco la

lluvia me obligó a salir media

hora antes por cualquier

imprevisto del tráfico. Hacia

demasiado frío y observé

rostros diferentes esa maña-

na, entre la lluvia una mujer

de zapatos rojos sombrero

de hongo, como queriendo

imitar alguna época extraña,

corrió con su abrigo, el cual

cubría su cuerpo, e intentaba

proteger su bolsa como si en

eso se le fuera la vida. En

ese momento creí que era

una tonta por querer salvar

su maquillaje o tal vez su

celular.

A diferencia de los

demás, esperaba con más

tranquilidad el transporte. De

su bolsa que tanto protegió

sacó un libro, tratándolo co-

mo si fuera el gran tesoro.

Aquel acto me sorprendió, de

repente me vi imaginando mil

posibles vidas de aquella mu-

jer, ese sinfín de posibilida-

des de quién era ella se apo-

deraron de mí; esa breve vi-

sión bastó para que desde

aquella mañana saliera me-

dia hora antes. A veces la

dejaba de ver en el mismo

transporte, otras corría con

suerte y tomaba el mismo

vagón del metro. Después de

un mes de aquella rutina me

decidí por fin a hablarle, pero

mis intentos siempre fueron

en vano.

Un día la vi sin el som-

brero y me sorprendió su cor-

te de cabello tan corto como

un hombre, apenas un poco

quebrado y negro; una maña-

na ella se acercó a mí y me

Mañana de Junio

Luz Velázquez

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preguntó por la hora. Con la

cara de incrédulo enmudecí

hasta que ella sujetó mi

muñeca y vio mi reloj. Ape-

nas aguantando la risa me di-

jo: “gracias”. Esos ojos cafés

y su brillo tan particular me

robaron hasta la voz. Desde

aquel día fue fácil hablar con

ella; grande fue mi sorpresa

cuando descubrí que ambos

trabajábamos en el Centro

Histórico, sólo que yo en Be-

llas Artes en la reparación de

computadoras y ella en Don-

celes en las librerías de

segunda mano, trabajo que

disfrutaba mucho. Pronto las

pláticas en el transporte se

convirtieron en invitaciones a

cenar después del trabajo y

sin darnos cuenta empezaron

a ocupar nuestros días libres.

Lo demás fue tan

natural como el respirar.

Conocer su mundo, sus gus-

tos, sus amigos, sus compa-

ñeras de trabajo, cada una

tan original como ella, aboga-

das, estudiantes de comuni-

cación, de letras, todas ellas

coincidieron en aquel em-

pleo; en cuanto a ella, quería

ser escritora, y momentánea-

mente trabajaba ahí para

ahorrar. Siempre me sorpren-

dió aquella determinación.

Nunca supe a ciencia

cierta si ella también disfrutó

de mi mundo, sé que se

divertía y que fue feliz, pero

no pude notar si lo sentía

también suyo. Claro, yo era

diferente: me gustaba la vida

más sencilla, sin tantas

complicaciones, a mí me

bastaba con poder mantener-

me, mi trabajo no era nada

del otro mundo, sólo vendía

accesorios para computado-

ras.

La besé una noche en

la que fuimos a la exposición

pictórica de su compañera y

desde aquel momento fue

imposible separarnos; aun-

que quisimos ir lento, todo

fue tan perfecto que nos

resultó imposible no ir rápi-

do.

La vi dejar el trabajo

que amaba tanto para regre-

sar a la escuela, trabajar y

estudiar; la vi terminar su

carrera; la observé cuando

empacaba todo para mudar-

se conmigo, jamás me había

hecho tan feliz ayudar a al-

guien con sus maletas.

Ella es así, sincera,

transparente. Es difícil no a-

sombrarse con su forma de

ser, su mente cambió tanto

con las clases pero no su

personalidad. Poco a poco

cumplía sus metas y yo me

sentía mal por no seguir su

ritmo pero ella jamás me

pidió seguirla. Ella sólo

quería que fuera yo, pero me

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daba cuenta que a veces me

veía estancado. Soy siete

años mayor que ella, no ter-

miné ninguna carrera; no

gano mal pero tampoco bien.

Habían pasado seis años

desde aquella vez en el RTP

y yo seguía en el mismo

punto mientras que ella avan-

zaba. Su vida cambió e

incluso sus amigas habían

madurado, un nuevo círculo

de personas la rodeaba.

Todo a su alrededor había

comenzado a transformarse

desde hacía mucho y yo

nunca lo noté, no fui capaz

de notar cómo transcurría el

tiempo y con él los cambios

naturales de nuestro entorno.

Simplemente un día

me di cuenta que ya no

podíamos hablar de lo

mismo, ya no podía seguir su

ritmo de vida, no podía

conversar con sus amigos ni

con las personas de su

trabajo. Empezaba a ser

frustrante para mí. Después

de su graduación, su debut

como escritora fue compli-

cado. Existieron noches que

lloraba conmigo después de

que la rechazaban las edito-

riales, pero un día lo consi-

guió: alguien le dio una opor-

tunidad, y en ese momento la

vida nos volvió a cambiar.

Presentaba libros, se

la pasaba peleando con e-

ditores y huyendo de ellos,

de repente todo fue diferente.

Adquirió la manía de dejar de

contarme las cosas porque

ya no las podía entender, se

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encerraba en su estudio a

escribir y rara vez salía, ya

no hablaba conmigo; y cuan-

do volvió a salir, no sonreía

para mí. Me di cuenta que

había dejado de llenar su

vida, hacía mucho habíamos

dejado de encajar en la vida

del otro.

La vida se me iba en

intentos desesperados de re-

gresar a lo que fuimos, pero

nada daba resultado; aunque

ambos lo deseábamos, no

nos fue posible. Una noche

la encontré con sus maletas

bañada en llanto, no sé si fue

bueno o malo que tuviera el

valor de decírmelo en per-

sona. Ya no me amaba, no

era lo mismo y debía irse a

buscar algo diferente, algo

que la llenara. Con un beso

en la mejilla, sus zapatos ro-

jos y su sombrero de hongo,

guardó algunos libros en su

bolsa de mano. Se fue, era la

misma de aquel día y al mis-

mo tiempo otra; pero aquel

al que dejó era exactamente

el mismo.

Han transcurrido algu-

nos años. El dichoso metro

jamás fue reparado de aquel

tramo, me he mudado no

muy lejos de mi antiguo

departamento, pero lo sufi-

ciente para ya no esperar el

camión. Sigo saliendo a la

misma hora, pero ya no voy

al mismo lugar. En otra gran

avenida, en las librerías de

novedad de Coyoacán, ahí

encontré otro trabajo de do-

mingo a viernes, y los sába-

dos voy a la escuela abierta

aspirando a graduarme de la

carrera de filosofía. Para mi

sorpresa he resultado un

buen estudiante, aunque me

siento un anciano en las cla-

ses.

Sigo sin notar qué tan

rápido pasa el tiempo, pero

puedo notar los cambios que

trae.

Hoy es un día normal;

están llegando los nuevos

libros que tendremos que

acomodar, un compañero al

tropezar tira algunos, y al

ayudarlo a levantar uno llama

mi atención en la portada la

ilustración de una mujer con

zapatillas rojas, un abrigo y

un sombrero de hongo co-

rriendo entre la lluvia. El título

del libro me absorbe y hace

que una lágrima de extraño

sabor se asome: “Mañana de

junio”.

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Son todos los viajes que hice, los únicos buenos recuerdos que tengo, sí; yo viajé por todo el mundo. Re-corrí cada paisaje, cada lugar, vi amaneceres agoni-zantes de rara belleza, vi la penumbra, caminé también por desiertos, por ciudades oscuras, por lugares devasta-dos de singular belleza. También estuve en los dominios del "Desolado", de ese hombre con un funesto brillo de oscuridad; hombre de fuego de metal, amado y temido, cuando abría la boca, llamaradas de fuego en un universo diabólico muy inten-so e impresionante que salí-an. Vi otras tantas cosas, navegué por ese mar lleno de monstruos, de sirenas, platiqué con faunos, con ni-ños katzanzaros y con espí-

ritus. En una ocasión el "De-solado" me invitó a una de sus fiestas donde comidas abundantes fluían, hermosas mujeres, vinos diversos, mú-sica y danzas místicas des-critas en una lúgubre abs-tracción. Siempre que me iba de ahí, recordaba ese lugar con mucha melancolía.

En un viaje de regre-so, a la tierra de la desola-ción, en una reunión de ajen-jo y clericot, conocí a una de sus hijas; él tenía muchas, todas bonitas, de suprema belleza, lujuriosas, tentado-ras; de ojos fascinantes, de piel de terciopelo, que habla-ban lenguajes etéreos, con miles de amigos, todas ellas brujas, todas ellas de espe-sas cabelleras negras y pro-

fundas como cortinas de os-curidad interminable.

Esa mujer era dife-rente a todas ellas. Quizá por ser fea, por tener ojos de ébano que incendiaban la penumbra dejando sigilos como estrellas; la hija más preciada del desolado era esta mujer, que en las no-ches se convertía en sirena y se bañaba en el mar de lá-grimas de olas como lamen-tos; cantaba con voz fúnebre satánicas letanías.

La misma noche que le conocí vi su transforma-ción con mis propios ojos: vi la mitad de su cuerpo, que siendo una cola de pez como que arrastraba estrellas de fuego hacia el mar con una dulce y satisfactoria violencia

La desgracia del conquistador

Norma Elsa Pérez

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al mismo tiempo en una me-lancólica danza....

Le gustaban las bebi-das etílicas, dulces y fuertes, pero que después felizmente vomitaba para sacar brumas de demonios de su boca. Ella se casó 666 veces, aunque vivía con el corazón desecho, pues la abandonaban cuando conocían su secreto, huían despavoridos algunos, otros tantos la aburrían y los aho-gaba en el mar de lamentos. Cuando vi su transformación yo quedé estupefacto, miedo y fascinación invadieron mi existencia; era como ver dos mujeres diferentes que co-mulgaban en la misma copa.

Pocas veces hablé con ella y así me enamoré, ¿es de locos caer en un extraño enamoramiento, con una mujer o sería una bes-tia? Aún no lo sé, pero a tra-vés de ella conocí la profun-didad del amor, del deseo, de la agonía, mas nunca habla-mos el mismo lenguaje

Una vez le dije a su papá que quería llevarme a su hija, pero que antes de eso iba a hacer un viaje y a mi regreso pasaría por ella a mitad del desierto. Su papá movió la cabeza de pesada cornamenta diciendo que no, pero ella le pidió que la deja-ra ir. Él aceptó.

A ninguna de sus her-manas les importó que se fuera, su despedida fue des-apercibida pues continuaron con sus rituales como si na-da.

Ella cruzó el desierto sola, lejos de su papá y de su mundo abstracto; en medio de la nada me esperó no-ches, noches y más noches y nunca me aparecí, hizo labe-rintos, hizo muros de arena. Sin querer la condené a vivir en un tormento pues su cora-zón se hizo piedra. Y nunca llegué. ¿El motivo?

Alguien cruzó su des-tino con el mío y me casé con otra. Y no quise saber nada más. Quizá ella se re-gresó a su casa o quizá en-contró a otro hombre, ade-más no iba a funcionar, nun-ca la entendí del todo; me daba miedo que la mayor parte de su vida se la pasara poseída por espíritus....

La olvidé. O más bien no la quise recordar. Tiempo después, en uno de mis via-jes me encontré a su padre, su rostro lucía triste, ausente, y furioso a la vez, y me pre-guntó por ella pues nunca volvió a su casa. Se perdió en el desierto.

–No debí dejarla ir, y ya llegará tu tiempo de sufrir pérdidas y desesperación pa-ra pagar por mi amargura–, él me dijo. Aunque no lo volví

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a ver, me atormenta de vez en cuando, para hacerme re-cordar el agravio que le hice al tomar a su hija y perderla en el infinito, por ello llevo la

maldición de su corazón des-pechado; aunque puedo es-cuchar su risa en las olas del mar o cuando llora, son ho-ras de lluvia sin parar que

mojan mi destino incierto, pues sin ella dejé de ser feliz. Demasiado tarde para darme cuenta.......

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Enero llegó con malas noti-cias en el mundo del cine, dos figuras de diferentes lati-tudes dejaron de existir ape-nas iniciado el año. Una, cu-bana con ya 85 años de edad y la otra sueca con 83, cada una con su estilo y porte, pero ambas del agrado de los hombres. Ninón Sevilla y Anita Ekberg, dos bellezas incomparables que hicieron de su belleza un ícono cine-matográfico.

Ninón Sevilla, quien naciera en La Habana, Cuba, el 10 de noviembre de 1929 y bautizada con el nombre de Emelia Pérez Castellanos – adoptando posteriormente su nombre artístico en honor a

la legendaria escritora, corte-sana y mecenas de las artes francesa Ninón de Lenclos –, fue criada por una tía y su abuela (mujer con enorme devoción católica), quienes la

hicieron ingresar a un colegio de monjas, mismo que influyó a tal punto en la futura “Venus dorada”, que por po-co decide convertirse en monja misionera.

Ninón y Anita:

Dos musas al parnaso

Stregheri a Leland

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Afortunadamente y ca-si por designio divino, decide dedicarse a la danza al descubrir sus habilidades como bailarina, y empezó a bailar en los centros noc-turnos y cabarets de Cuba y posteriormente a trabajar en los coros de los comediantes cubanos Mimi Cal “Nananina” y Leopoldo Fernández “Tres Patines” (famosos internacio-nalmente por su programa radial La tremenda corte) en el Teatro Martí de la Habana.

Llega a México en la década de los 40 contratada por el empresario, productor y director puertorriqueño Fer-nando Cortés, para trabajar en el Teatro Lírico de la Ciudad de México (en la calle de Cuba 46). Su belleza y sensualidad para bailar le fueron ganando adeptos, pa-ra incursionar en un género muy popular en México cono-

cido como el “Cine de rum-beras”; mismo que venía ga-nando adeptos desde 1930, cuando Maruja Griffel apa-rece como la primera en bai-lar rumba en la película ¡Que viva México! de Sergei Eisen-stein. Su debut cinematográ-fico fue en la cinta Carita de cielo (1946), con María Elena Marqués y Antonio Badú, y a partir de ese momento, Ninón se convirtió en artista exclu-siva de Producciones Cal-derón. Tuvo ofertas de parte de estudios como Metro-Goldwyn-Mayer y Columbia Pictures, pero a Ninón no le interesaba trabajar en los Es-tados Unidos.

De la mano de gran-des directores como Julio Bracho, Emilio “Indio” Fer-nández y Alberto Gout, logró una sólida carrera, que la llevó a ganar una Diosa de

Plata en 1984 por la película Noche de Carnaval, de Mario Hernández. Con Gout filmó la trilogía integrada por Aventu-rera, Sensualidad (ambas de 1950) y No niego mi pasado (1951), siendo la primera la que logró ganar el honor de ser la obra cumbre del llamado “Cine de rumberas”, aunque no en una primera instancia, sino hasta que fue revalorada por la crítica francesa tiempo después de su estreno en México, cuando ella ya estaba semi-retirada del los sets cine-matográficos, ya para finales de los años sesenta, justo cuando el “Cine de rumbe-ras” estaba en declive.

Para Alfredo C. Ville-da, “Elena Tejero es la joven Manon Lescaut de la novela homónima de Abbé Prévost; es la inocente enamorada Marguerite Gautier de La da-ma de las camelias, de Alexandre Dumas hijo; es la explotada Naná de Émile Zola, si bien ésta ya tiene entonces su versión mexi-cana con Santa, novelada por Federico Gamboa; el de Ninón es una combinación de estos personajes adaptado a los cabarets mexicanos de la época”(*). Y en realidad, la película Aventurera ha sido tan grandiosa que ha dado para una de las más exitosas obras de teatro de la época moderna.

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Además, en las pelí-culas Mulata (1954) de Gil-berto Martínez Solares y Yambaó (1956) de Alfredo B. Crevenna, fueron las pri-meras producciones del cine mexicano en incluir argumen-tos basados en la Santería y otras tradiciones y elementos de la cultura afrocubana.

Ninón Sevilla, quien en 1952, en un concurso realizado en Francia, ganó el nombramiento de las piernas más hermosas del cine, por encima de Marlene Dietrich y Ginger Rogers, se acercó al arte de la seducción como pocas mujeres en la pantalla grande, y fue sin duda una figura emblemática del cine mexicano, motivo por el cual se le entregó la Diosa de Plata por segunda ocasión en 2009, esta vez por su trayectoria cinematográfica.

Por su parte, Anita Ekberg, una magnífica rubia europea, de gran belleza y porte; na-cida en Malmó, Escania, Suecia, el 29 de septiembre de 1931, le bastó una frase: “Marcello, come here”, para meterse en la historia del cine (como los toreros artistas, que con una sola faena ganan la eternidad). Y es que la escena de La fontana di Trevi de La Dolce Vita (1960) de Federico

Fellini, al lado de Marcello Mastroiani, es una postal toral en la iconografía del cine de todos los tiempos.

Kerstin Anita Marianne Ekberg, en 1950 participó en el concurso Miss Malmó, motivada por su madre, mismo que la llevó a re-presentar a Suecia en Miss Universo, el cual tan sólo por ser una de las seis finalistas le hizo merecedora de un contrato Starlette (aspirante a estrella de cine) con Uni-versal Studios, como era en esos tiempos. En realidad, no se dedicó de lleno a las lecciones de drama, dicción, baile, equitación y esgrima que le ofrecían ni a per-seguir, por ende, papeles grandes, y fue más conocida por su impresionante belleza y por sus romances con Frank Sinatra, Tyrone Power,

Yul Brynner, Rod Taylor y Errol Flynn. De tal modo que en realidad fue una pin-up, de los años cincuenta, apare-ciendo en la revista Playboy, entre otras. Para mediados de esa década gracias a los trabajos de modelaje incur-siona ahora sí en la industria del cine.

Muy poca fue la tras-cendencia que tuvo Anita, antes de la súbita irrupción al parnaso cinematográfico al que la llevó Fellini interpre-tando a Sylvia en la ya men-cionada La dolce vita. Ya con la fama adquirida, Fellini vuelve a llamarla para el e-pisodio Le tentazioni del dottor Antonnio, que él mismo dirige en la película Boccaccio 70 (1962), basada en una idea de Cesare Zavattini y dirigida, aparte del propio Fellini, por Mario Mo-

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nicelli, Luchino Visconti y Vittorio de Sica, tratando ca-da quien –evocando el estilo del autor clásico italiano Boccaccio– el tema de la moralidad y el amor en los tiempos modernos. Recu-rriendo a su trascendencia de modelo, Anita queda perfecta en el papel de la mujer del cartel que inquieta al moralista doctor Antonio Ma-zzuolo (Peppino De Filippo), quien la encarna en sus fantasías sexuales. Una enorme y descalza Anita Ek-berg, se levanta de su diván donde anuncia una nutritiva leche (como la que le pide Sylvia a Marcello a altas ho-ras de la noche para ali-mentar a un pequeño gato, en La dolce Vita) acosa la tranquilidad moralista del doctor Mazzuolo.

Después del efecto Fellini en su carrera, estuvo a punto de interpretar a la pri-

mera “Chica Bond”, Honey Ryder en el Dr. No (1962), de Terence Young e interpre-tada por Sean Connery y Ursula Andress, pero esta última fue finalmente la se-leccionada para el papel. Después de ello, coprota-gonizó con Andress, Frank Sinatra y Dean Martin en la comedia western Cuatro tíos de Texas (1963). Fellini la llamaría para dos películas más: I clowns (1972) e Intervista (1987) de Robert Aldrich, en donde se interpre-tó a sí misma en una escena que la reunió con Mastro-ianni.

Si bien es cierto que no tuvo una carrera muy fructífera, necesitaba tan sólo de un gran director, que con un toque de genialidad, la inmortalizara como un pintor en un lienzo. Respecto a la muy famosa escena, en un programa de radio sueco en

2005, Ekberg recordó el ro-daje en la Fontana di Trevi: Dijo que la filmaron en fe-brero, “…el agua estaba muy fría y Mastroianni, borracho de vodka, no podía man-tenerse en pie.”

– Y ahí estaba yo, me estaba congelando. Tuvieron que sacarme del agua porque no sentía mis piernas –, dijo.

– He visto esa escena algu-nas veces. Demasiadas, tal vez. Ahora no puedo soportar el verla, pero era hermosa –, mencionó por último el sím-bolo sexual de las décadas de 1950 y 60.

Ninón y Anita, Elena y Sylvia: dos rubias que se merecen el honor de ser llamadas musas. Una con una carrera más fructífera que la otra, pero ambas instaladas en la inmortalidad del séptimo arte, que dejaron de existir apenas iniciado el año. Ninón Sevilla el primero de enero y Anita Ekberg el 11 de enero. Diez años de diferencia entre sus películas más emblemáticas (Aventurera en 1950 y La dolce vita en 1960) y diez días de diferencia entre sus muertes.

(*)http://www.milenio.com/firmas/alfredo_c-_villeda/Ninon-Sevilla_18_439336063.html

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Confrontados (Ying - Yang)

Claudia Contreras

No quiero dejar mi mugre correr, verla ir al drenaje, y con ella irme de a poco. Sí quiero, ir y venirme en ti, ser tu semejante, espejo de tu erecta calentura. No quiero madrugar cada día, ser la rutina viviente. No quiero mi vida hipócrita y perfecta. Sí quiero tu boca, comerla con lengua y saliva, comerla, sí quiero. No quiero serte indispensable, como un cotidiano desayuno, el café necesario para continuar. Sí quiero mi sexo mojado en tu lengua implorando tu calor, que marque humedad y hambre.

No quiero ser la madre santísima, la señora esposa de un alguien que me posea. Sí quiero besarte y hablar, hablar y amar, ser libertad, transfigurada. No quiero terminar en cadáver sin antes amarte entero, rozagante, árbol de vida bullendo.

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Llegamos a la treintena y sumando,

Ave Lamia del mes más cruel