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RICARDO B O I Z A E D
En la joven generación periodística, la plu
m a de Ricardo Boizard se distingue y cautiva
por la vibración de su estilo nervioso y conci
so. Los temas políticos le han apasionado des
de su primera Juventud. Hace muchos años pu
blicó u n folleto intitulado "Hacia el ideal po
lítico de una juventud". Aquel libro era como
un llamado en medio del combale cívico: un a
exposición sincera y honrada de lo s propósitos
que, más tarde, inspirarían la formación de la
Falance NacinaL Boizard ha sido, puede decir
se, el precursor ideológico de aquel movimien
to . Años después, el joven escritor dio a las
prensas su segunda obra, "E l dramático proce
so de Anabalón". Admirable síntesis, en for
ma de humano alegato, de todas las inciden
cias a que dio origen el desaparecimiento del
malogrado profesor de Valparaíso. La obra de
Boizard, fulgurante de argumentos irrebatibles,
obligó a la s a uto rid ad es a reabrir el proceso.
Su tercer libro es "Voces de la calle, del pulpi
to y de la política", galería de figuras contem
poránea^ conjunto de siluetas de parlamenta
rlos, agitadores callejeros y oradores sagrados,
que la crítica aplaudió sin reservas por el d i
bujo exacto y bello de los caracteres. En poco
tiempo, aquella obra se agotaba completamen-
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ES PROPIEDAD:
■DITOftiAL "OBBE", SOCIEDAD COMERCIAL CHtLBNA, NO SH
LAB OPINIONES, IDEAS O TBORlAI QUB MAlil-
AUTORHB DB J,09 LIBROS QUB SDIXA.
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RICARDO BOIZARD
HISTORIA DE
UNA DERROTA
(25 DE OCTUBRE DE 1938)
.* CHILEr-
EDITORIAL ''ORBE"
Santiago de Chile—
1941
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A D o n
RAFAEL LUIS GUMUCIO,
CON
IRREDUCTIBLE ADHESIÓN
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PROLOGO
Las páginas que van a continuación han sido
escritas para gentes más amplias e imparciales que
las que, con ciertas excepciones, actúan en la po
lítica diaria. Tienen un objetivo preciso y es apar
ta r cada día más a esas gentes del encasillamiento
pueril, presentando ante sus ojos, lo más humana
mente posible, las debilidades y contradicciones deuna época condenada a muerte, al mismo tiempo
que abriendo para el porvenir una brecha de en
tendimiento.
Si un grupo de hombres no se propone des
pertar en las almas la repugnancia por lo actual
y modelar, aunquesea
imperfectamente, la primera célula del mañana, continuarán nuestras masas,
engañadas por el espejismo, tras de caudillos ines
crupulosos y pintorescos, que por comodidad es
piritual siguen y siguen ensayando unos métodos
que producen aplausos, pero no realidades.
Aquí se vera, por ejemplo, hasta qué punto no
es verdad que las derechas y las izquierdas, al tra
vés de sus dirigentes y aun de sus programas, ten
gan la diferencia que aparentan y por la cual pre-
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tenden los politiqueros que los hombres continúen
despedazándose. En general, unas y otras perma
necen bregando en el mismo estrecho riachuelo del
capitalismo liberal y si a veces se apartan y parecen
distanciarse, no es porque vayan al mar de las soluciones totales y humanas, sino porque simplemente
el accidente separó dos brazos del mismo río para
unirlos después.
Izquierdas y derechas son, en el fondo, la con
jugación de un mismo verbo inhumano y brutal.
Por ambos lados se trata de dominar y destruir a
la parte contraria. Los unos van desde el individua
lismo egolátrico hasta el fascismo asesino. Los otros
cultivan la anarquía y se estrellan con la dictadura
de clases. Una palabra de comprensión y cordia
lidad, una cosa que enlace los dos bandos y que
recuerde que por encima del problema de las ideasestá el problema de los hombres, y que más alto
que morder, es amar , eso resulta casi una blasfemia en el estadio abominable de nuestras luchas.
Una cosa sí.
Hasta ahora los que se sienten repelidos por
semejante festín, que es el verdadero festín de los
antropófagos en un mundo civilizado, cierran los
ojos a la realidad y se entregan a la simple y definitiva inacción. El apoliticismo es la expresión mo
derna de tal estado de ánimo.
Este libro pretende poner armas en las manos
de los apolíticos, y decirles que ante el imperativofatal de la destrucción, hay que darse a la tarea,pero no para lanzar a unos grupos contra otrospor motivos fútiles, sino para terminar por ahora
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con los dirigentes de todos, cuya ambtción es a la
postre el signo verdadero de nuestras reyertas.
Podrá este libro ser iconoclasta. Pero es que
ya los ídolos modernos han destruido tantas cosas
sagradas de la civilización, han puesto sus pies so
bre tantas creaciones del viejo humanismo, que
destruir esos ídolos no resulta ser iconoclasta, sino
que resulta precisamente convertirse en una espe
cie de gigantesco albañil que vaya destruyendo los
adornos barrocos de la cultura y deje a la vista del
porvenir la desnuda armazón de piedra.Lean, pues, estas páginas las almas llenas de
pesimismo y amargor. Léanlas aquellos a quienes
ningún bando, ninguna combinación, ningún par
tido logró dar respuesta a sus urgentes inquietudes
espirituales.No encontrarán aquí la solución ni la estruc
tura jurídica de lo que va a venir, porque antes
que los huesos está la carne y antes que la carne, la .
sangre, y más allá todavía la vida con sus oscuras
posibilidades.Solamente díganse en silencio, después de ha
ber meditado con profundidad y después de ha
berse levantado desde estos hechos superficiales aun
que trágicos a las últimas consideraciones genera
les, que la verdadera misión del hombre joven, antes
de actuar y de optar por un camino, es- abrirse la
herida del pesimismo, no para estallar en los sollo
zos románticos de Musset, sino para inyectar en
su
sangrela vitamina
del porvenir.
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21 DE MAYO DE 1938
En las postrimerías del Gobierno de Alessandri'
había ocurrido un fenómeno singular en lo que se
refiere a las derechas. Los personajes que con mayor
crudeza se oponían en 1933 al apoyo del gobierno
constitucional; los que mantenían vivo el rencor
del año 20; los que con tardío doctrinar i sino habían
levantado la candidatura conservadora de Rodrí
guez de la Sotta para cerrar una puerta al enten
dimiento civilista, estaban hoy situados junto a
Alessandri en un plano de franca incondicionalidad.
Ni las peligrosas intemperancias del Primer
Mandatario con sus enemigos; ni los prudentes con
sejos de los espíritus imparciales; ni los plebiscitoselectorales que acusaban un franco descontento en
ej país; nada lograba mitigar su adhesión.
Los veremos votando en el Parlamento inicia
tivas que jamás hubieran permitido en otras horas;los veremos
quebrantandosus más
puros conceptosde sana administración; los veremos danzando co
mo polichinelas en la cuerda inflacionista tendida
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Historia de una Derrota 1$
tado,no dando rienda suelta a sus instintivas
pasiones, sino extrayendo de su singular talento esos re
cursos que sólo él sabía crear cuando lo estrecha
ban las circunstancias.
En lugar de aconsejarlo, sin embargo, lo alentaban. En lugar de detenerlo, lo aplaudían. Y
cuando sus actos vejatorios llegaban al tapete de
las discusiones parlamentarias, ellos, que no habían
tenido valor para recomendarle cordura al Presi
dente, pretendían exigirle serenidad a la oposición.
No nos olvidaremos fácilmente de la primeramanifestación incontrolada de que dio pruebas el
Gobierno y que es, pudiéramos decir, el punto de
partida en el plano inclinado que siguió después.Nos referimos al 21 de Mayo de 1938.
Era un día lluvioso. Cuando llegué a la Cá
marapara asistir
a
la inauguracióndel
períodoor
dinario de sesiones, encontré una atmósfera extra
ña. AÍ entrar al hall de los diputados, Carlos Mu-
ller y Gabriel González me abordan con las si
guientes palabras:— Justiniano Sotomayor y Fernando Maira
han sido apaleados por la policía.Sigo adelante, hacia el Salón de Honor y veo
venir a Jorge González von Marees con el rostro
pálido. Detrás de él, los periodistas y numerosos
diputados de izquierda.
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14 Ricardo Boizard
Como era de esperar, había sido éste el iniciador de los incidentes.
Su actitud, desde los primeros días del Gobierno Constitucional, encaminada a producir trastor
nos para cosechar a río revuelto, no había tenido
hasta entonces un relieve que la hiciera temible,
La ciudadanía miraba en sus arrebatosun
complemento de la propaganda ibañista y nadie aceptabavolver a los días de la Dictadura. Fué necesaria
la exacerbación de las pasiones y la prepotencia del
rossísmo con sus arrogantes exigencias para que el
caudillo nacista encajara en la corriente de la opo
sición y fuera utilizado por ésta como uno de sus
más eficaces instrumentos.
Jorge González era un aporte inestimable pa
ra la izquierda ante la emergencia del rossísmo. Su
ligereza para acusar al enemigo, su claro talento,
su valerosa decisión y al mismo tiempo, una página
limpia como no
la tenían muchos de los caudillos
populares, iban haciéndolo crecer en la misma me
dida en que crecía también la furia incontrolada
del Primer Mandatario.
Días antes de la apertura del Congreso, los di
rigentes de izquierda solicitaron del Presidente una
audiencia para tratar sobre garantías electorales a
favor de su candidato presidencial. Alessandri no
quiso recibir a los que llamara "banda de gitanos"en un discurso reciente. Naturalmente, se sintie
ron éstos irritados y desgraciadamente para su pres
tigio, reaccionaron como banda de gitanos. El día
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Historia de una Derrota 15
de la apertura del Congreso almorzaron juntos, bebieron más de lo necesario y resolvieron asistir a
la sesión inaugural para retirarse después violenta
mente a la llegada del Presidente.
Por m uy vandálico que parezca este procedimiento, que incuestionablemente desprestigia al
paísante la
representación diplomática,no se crea,
sin embargo, que se quiso adoptar por el solo efecto
de la bebida. Era, como todas las cosas de los se
dicentes izquierdistas, una idea copiada de las de
rechas.
En efecto. Los parlamentarios derechistas de
1924 pretendieron hacer lo mismo frente a Ales
sandri. No se atrevieron en aquella ocasión, pero
su iniciativa siguió rodando, y lo que la banda ele
gante de gitanos no pudo hacer por buen gusto o
cobardía, lo hizo catorce años después la otra ban
da, la de los gitanos metidos a gente. . .
Como quiera que sea, ese día llegaron los iz
quierdistascon
la consigna de retirarse. Venían
alegres y vaUentes. Tomaron asiento en los viejos
sillones de cuero del Salón de Honor, Los diplo
máticos les miraban con curiosidad y hasta cierto
punto, con prudencia. Había tanta distancia entre
sus brillantes casacas o engominadas pecheras y esos
diputadosdel
pueblo,como la
que pudierahaber
hoy entre lo que esos dirigentes son y lo que
fueron.
Llegó Alessandri, acaso por la vigésima vez, a
dar lectura a su mensaje. Venía detrás Salas Ro-
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mo, su Ministro del Interior. Lo recibió como Pre
sidente del Senado don Miguel Cruchaga, su ex Mi
nistro de Relaciones. Las galerías tributaron un
aplauso seco, aplauso de ajenies de investigaciones.Todos tomaron asiento y Gabriel González pi
dió inusitadamente la palabra. Don Miguel, con
su casi benevolencia continental, miró paternalmente al jefe de la izquierda, pero no le dio la palabra. En ese momento, los diputados de oposición,acompañados de los nacistas, que por primera vez
se hacían solidarios de la democracia, como una pro
testa y de acuerdo con resoluciones previas, comen
zaron a abandonar la sala.
No fué éste, sin embargo, un acto silencioso
y prudente. Durante el éxodo de la representación
izquierdista se produjeron choques y recriminacio
nes recíprocas entre parlamentarios de ambos ban
dos. Se culpaban los unos a los otros, y natural
mente, el más sereno no era, sin duda, el jefe na-
cista.
De la investigación posterior nunca fluyó la
verdad, pero es el hecho que alguien insultó, empujó
o pegó quizás al señor González von Marees, y éste,
en un momento , premeditado o no, de indignación,
disparó un tiro de su revolver.
Un tiro en ese ambiente de sobresaltos y de
amenazas produjo el efecto de una bomba en ciu
dad abierta. El General Amagada, que se encon
traba cerca de González, le arrebató el arma y lo
detuvo. Alguien lo lanzó al suelo. Una masa irri-
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historia de una derrota í7
tada lo pisoteó con crueldad y para evitar el cuasi-linchámiento de su detestable enemigo, el brazo
fuerte de Eduardo Alessandri intervino. Apartó a
los agresores, puso una barrera entre el público y su
víctima, y condujo noblemente a González a un
sitio seguro.
Mientras esto
sucedía,los
parlamentariosiz
quierdistas que ya llegaban al pórtico se vieron abo
cados a un terrible pugilato con la policía. En ese
momento, que naturalmente no fué de serenidad ni
de plena conciencia para nadie, unos agentes de in
vestigaciones o carabineros detuvieron al diputadoradical Justiniano Sotomayor.
¿Por qué lo detuvieron? Quien conozca la ve
hemencia de Sotomayor no se haría esta pregunta.
Seguramente el joven precursor del frentismo, al
escuchar un disparo" se dio cuenta que ya comen
zaba para él ese momento histórico que anda bus
cando y que no cesa de hurgar aún en los más vul
gares episodios de nuestra política. Ha querido, sinduda, luchar con alguien, y el carabinero, menos
histórico pero con un palo en la mano, le ha cor
tado la inspiración.Ese palo y ese carabinero no habrían herido
a Justiniano Sotomayor si una voluntad serena y
respetuosa hubiera estado instalada en esos días en
el Ministerio del Interior. Se encontraba en el Mi
nisterio, sin embargo, un hombre aparentemente
flemático y frío, pero de profundas pasiones: el
Ministro Salas Romo.
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La
consignadel Ministro a los carabineros ha
bía sido ese día tener mano dura con los izquierdistas. Mano dura, en un parlamentario, significadecir verdades con entereza; en un Ministro, significa cumplir implacablemente la ley; en un ca
rabinero significa apalear por cualquier motivo.
Los carabineroscumplieron
laconsigna
mi
nisterial.
Cuando Fernando Maira vio caer a Justiniano
Sotomayor, increpó violentamente a sus atacantes,
hizo valer la calidad parlamentaria de éste, pero
nada fué eficaz. Por el contrario, su intervención
significósolamente
que
la mano duraque aplastaba a Sotomayor se ejercitara también con el im
prudente diputado.Se le cogió violentamente, se te arrojó al suelo
y de nuevo se le levantó de allí para sacarlo del re- ¡
cinto a viva fuerza, en compañía de su colega.
Aquellofué una
peregrinaciónvergonzosa por
las calles, en medio de golpes y bofetadas, propina
das violentamente por la autoridad, por la "mano'
dura", sin consideración a la dignidad humana ni
a la dignidad parlamentaria. ^
Maira y Sotomayor, a pesar de la presenta
ción de sus carnets, cosa
queaparta toda idea de
equivocación respecto al fuero, son tratados como
vulgares delincuentes, y en un gesto de compasión,
incomprensible en semejantes verdugos, son arroja
dos más allá de la Comisaría y de la ley, casi en la
antesala del Cementerio: en la Asistencia Pública.
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Historia de una Derrota 19
Todo esto, que es tragedia, fué conducido
después en forma de saínete por el Ministro del
Interior. O sea. No se le dio ni el castigo que el
delito de la autoridad imponía ni la consideración
que exigen las desgracias.En una nota del Director de Carabineros di
rigida a la Cámara de Diputados con motivo de la
investigación de los hechos, éste informa que los
diputados Maira y Sotomayor no fueron detenidos,
sino simplemente defendidos de la muchedumbre.
Se imponía de lleno un razonamiento. Si la
propia autoridad declaraba que no eran delincuen
tes sino víctimas, ¿por qué se les condujo a la Co
misaría y se dejó constancia de su detención?
Es que el Gobierno pensaba en esas horas que
su poder llegaba, incluso más allá de la razón y de
la lógica. Los carabineros actuaban salvaguardia-dos por el Ministro del Interior y no les importaba
explicar bien las cosas sino simplemente salir del
paso,
La única explicación aceptable hubiera sido su
confesión Usa y llana de que actuaban al margen
de toda ley, como instrumentos deuna
pasión desencadenada desde arriba, como sicarios de un amo
que no golpea por sí mismo, pero que tolera, de
sea y ordena que se golpee.
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20 Ricardo Boizard
Algunos diputados comprendimos que, aun
colocados en posición política favorable al gobierno y aun instigados por la derecha a guardar silen
cio, era necesario investigar y sobre todo, detener
al Ejecutivo en sus demasías. Cualquiera que fuese
el resultado de la prepotencia gubernativa a favor
de las derechas, éstas a la postre caerían envueltas,
no sólo bajo el peso de los errores que deliberada
mente se cometían, sino también de aquellos que
la impunidad va creando, aun en contra de los pro
pios amos.
Visité al día siguiente a nuestros colegas Maira
y Sotomayor. Estaban en la Asistencia Pública de
la calle Chacabuco y sus alcobas parecían una
asamblea deliberante. La fiebre todavía les con
sumía y sus cabezas vendadas apenas dejaban pa
sar el brillo de la indignación.Tenían sus cuerpos lacerados por los golpes.
Justiniano Sotomayor, especialmente, de naturaleza
más débil, parecía estar más afectado.
Debo confesar que al salir de la Asistencia Pú
blica y seguramente por la impresión recibida, no
me di cuenta que a partir de ese momento , iba a
comenzar a bifurcarse de una manera tan profun
da, nuestro camino del de la derecha.
Me fui con la decisión inquebrantable de acabar
de una vez con las complacencias. Creí poder con
vencer a la Derecha de que su mayor convenien
cia no era mantener a Salas Romo en el Gobierno.
■ Creí poderla convencer aún más, en la parte cris-
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Historia de una Derrota 21
tiana que constituía el Partido Conservador, que
no podíamos mirar con indiferencia el que se arras
trara impunemente por las calles a dos adversarios,sin duda, pero que tenían, como nosotros, el mis
mo derecho a vivir bajo el amparo de las leyes chi
lenas.
Algunos diputados de la Derecha visitaron a
las víctimas. Quedaron impresionados como yo.
Pero el fariseísmo que ya comenzaba a imponerseen ese campo, no permitió que tal impresión per
durara.
Los diputados que después reconocimos tien
da bajo la organización independiente de la Falan
ge, procuramos , sin embargo, dar los pasos nece
sarios para que el Partido Conservador acordara
votar la acusación que , como era de esperar, pre
sentó la izquierda contra Salas Romo.
No nos movía una cuestión personal. Por el
contrario, en mi caso particular, mantenía yo con
el Ministro del Interior una franca y sincera amis
tad. Hombre de gran talento y de claros concep
tos, era un verdadero placer oírlo disertar sobre
cualquier problema. Serio, cáustico, vivo, tenía
respecto a cada cosa un punto de vista original y
personalísimo. Pero una virtud suya es quizás el
mayor de sus defectos. Mira la política como un
problema subjetivo de lealtad, y juntoa
Alessandri no era propiamente el Ministro que se coloca
por encima de todas las cosas, aun de sus afectos
íntimos. No. El recordaba las heridas del pasado
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22 Ricardo Boizard
y trataba de vengarlas. Miraba complacientemente a los amigos, perseguía con tesón a los enemigosy le agradaba saborear, sin duda, en las tardes de
ajedrez con el Presidente, esos sinsabores creados a
los ibañistas y esos favores hechos desde el poder a
los que antes sufrieron por la libertad.
En pocas palabras, podríamos decir que era
un hombre magnífico y un agudo gobernante, perono había logrado separar en su fuero íntimo las ten
dencias del uno y las austeras obligaciones del otro.
Entre los carabineros tenía gente suya; en la
Cámara, enemigos irreconciliables. Las derechas
para él no eran el orden, sino su defensa en la pe
lea. Las izquierdas no eran un postulado social,
sino determinada persona a quien batir.
Conociendo el gran afecto que yo sentía por
él, estimó necesario hablar conmigo y asi lo hizo
presente a un amigo común. Quería convencerme
de lo imposible.Fuimos un día con varios dirigentes de la Fa
lange a conversar con el Ministro sobre su acusa
ción. Yo tenía mi decisión tomada y no me pilló
de sorpresa ni el talento ni la simpatía con que nos
pretendía envolver. Pensaba que nuestro idealismo
era de pasta romántica y que se nos podía llevar
al error alfombrándonos el camino. Todo fué inú
til, pero los muchachos que nos acompañaban, ¡
pesar de su convicción contraria a Salas Romo, sa
lieron con el placer de haber conocido a un hombre
de primera categoría.
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Historia de una Derrota 23
Con Manuel Garretón, Manuel José Irarráza-
bal y Alberto Bahamondes, continuamos las gestiones para inclinar al Partido Conservador en contra
de Salas Romo. Vano intento. Algunos de los mis
mos que en 1933 criticaban a los que, en defensa
del régimen constitucional, apoyaban a Alessandri,
hoy se horrorizaban ante la sola idea de lastimarlo.
Sacaban a colación para defender sus errores los
mismos argumentos que esgrimían ayer para des
quiciar su autoridad. Una acusación contra Salas
Romo socavaría el orden social, daría fuerza a las
izquierdas, impondría la revolución en el país,
¡Cosa curiosa! Cierta gente tiene entre nos
otros una revolución entre manos para derrocar al
gobernante que la perjudica y una revolución fan
tasmal para asustar al pobre diablo a quien oprime.
Hay un caos de los buenos y un caos de los malos.
Y aunque el de unos y otros es lo mismo, nadie
se acuerda que el verdadero espíritu del orden no
es el que pretende imponer en el poder a los hom
bres que lo preconizan, sino defender, contra todos,
el régimen que lo conserva.
Nos parecía en aquel momento , contrarios co
mo éramos a la candidatura Ross, que defendíamos
más al candidato de las derechas rectificando al
gobierno, que los mismos que no siempre gratuitamente lo ensalzaban.
Fuera de que defendíamos en realidad la ver
dadera concepción portaliana que el Partido de
Portales abandonaba, existía a nuestro favor en el
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24 Ricardo Boizard
peor de los casos un motivo utilitario que, a faltadel otro, debió poner a la derecha en guardia con
tra un porvenir amenazante.
Esa aceptación de la arbitrariedad y el atro
pello, iba a preparar los ánimos no a una lucha cí
vica que se ventilara en las urnas, sino a una re
vuelta de la calle. Las cosas necesariamente se agra
varían y los opositores de hoy, todavía dispersos poí
carecer de unidad constructiva, se irían juntando
en un solo haz para defender lo común.
El tiempo nos dio la razón, pero en aquellosdías no teníamos sino la justicia a nuestro lado.
Y la sola justicia, en esos casos, no basta.
Recuerdo yo los preliminares de nuestro voto
escandaloso en contra del Ministro Salas Romo.
El Presidente del Partido Conservador de esos
días, don Horacio Walker, estaba enfermo, pero
los temores por nuestra actitud llegaron hasta su
lecho para obligarlo a actuar.
Nos invitó a su casa una larga mañana que
se prolongó hasta después de las dos de la tarde.
Sus argumentos, aunque brillantes, los conocíamos
ya. No nos impresionaron. Es m uy difícil que una
herida sangrante pueda ser enfundada en interpreta
ciones legales. Se había cometido la más tremenda de
las arbitrariedades que se registra en los últimos tíem-
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Historia de una Derrota 25
pos. Había sido atropellada la dignidad humana y la
dignidad parlamentaria. El Ministro no sólo no pro
metía castigar, sino que se asilaba en una tinteri
llada siniestra que consistía en adoptar él la res
ponsabilidad plena para cubrir a los delincuentes
ante la Justicia y cubrir con la mayoría derechista
su propia responsabilidad ante el Congreso.O sea. Se pretendía decir ante el país que
arrastrar por las calles a dos parlamentarios, abo
fetearlos cruelmente y en seguida detenerlos sin
causa justificada, es algo que se puede hacer en un
mundo civilizado y en un régimen constitucional.
Los que hace poco tiempo protestaron porque
Las turbas, al salir del Congreso, bajo el Gobierno
de Frente Popular, habían amenazado a dos diputados derechistas, deberían mirar adentro en su con
ciencia y pensar que nosotros, en aquella ocasión,
estábamos defendiendo en verdad, tanto a éstos que
amenazó la turba como a esos otros a quienes apa
leó el Gobierno.
No negaremos que la presión ejercida sobre
nosotros en la tarde de la votación contra Salas
Romo, por ciertos momentos nos doblegaba. Reu
nidos como nos encontrábamos los diputados fa
langistas en una sala del Congreso, veíamos entrar
a cada momento a personas compungidas y deses
peradas.— ¿Es posible, nos decían, que ustedes nos
quieran entregar a estos desalmados de la izquier
da? ¿Es posible que pretendan socavar el régimen
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26 Ricardo Boizard
y escandalizar al país haciéndolo creer que este go
bierno ha atropellado la ley?
Don Miguel Cruchaga, con su bonhomía de
siempre, llegó también como mensajero. Cuando
buscó la paz en el Chaco seguramente estaba me
nos dudoso que en esta misión desagradable y cruel.
Pelear a veces contra la izquierda es cuestión
de gritar más y de obedecer a un buen gusto que
instintivamente nos guía. Pero pelear, desde su
propio punto de vista, contra la derecha, pelear ¡
contra los resortes sutiles y las palabras insinúan- 1tes, pelear contra lo respetable y lo querido, es in
dudablemente la más difícil posición para pelear.
Y fué así como trascurrió toda esa tarde, al
término de la cual Manuel Garretón, Manuel JoséIrarrázabal y yo, entramos resueltamente en la Sala
y votamos contra Salas Romo.
El Ministro fué absuelto por un voto de ma
yoría.Las caras que nos rodeaban eran ásperas y de
safiantes.
Yo tomé mi sombrero y me escurrí con la con
ciencia tranquila, pero con una terrible inquietud
por el porvenir. Desde ese día en adelante se ini
ciaba en Chile la lucha social, no bajo el imperio de
la ley, sino simplemente de la fuerza.
Triunfaría, no el que tuviera mayor justicia,sino simplemente mayor poder.
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Historia de una Derrota 27
Me encontré en la puerta del Congreso con
don Rafael Luis Gumucio, y el viejo leader parlamentario me dijo, mirando hacia atrás:
—Esto, ya no existe . . .
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POSICIONES ELECTORALES
Contrariando a las aguas, que se desplazan a
los puntos más bajos, las pasiones politicas toman
altura y van buscando las figuras más altas para
concentrar sus ataques. Los errores de la mayoría
derechista de la Cámara caían en Alessandri; los
errores de éste y de aquella caían en Ross.
El propio Salas Romo, que con su ironía desa
fiante lograba exacerbar a la izquierda más de lo
necesario, no iba más allá de provocar escaramu
zas boxeriles en el Congreso, cuya falta de serie
dad, a la postre, se sumaba al patrimonio de Rcss.
El estilo con que operaba Salas Romo no era
para acumular sobre él n¡ fuertes odios ni urgen
tes venganzas. Se sabía que actuaba con la noble
pasión de defender el orden constitucional a todo
trance. Se conocía su lealtad inquebrantable con
el Presidente, y sobre todo, cuando hacía su gra
cia, la gente se divertía demasiado con su fresca
dialéctica como para querer borrar del escenario a
tan fecunda personalidad.
Agradaba muchísimo este hombre a dos clases
de personas: a los fanáticos y miopes partidarios
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30 Ricardo Boizard
de Rossy
a los
enemigos ocultos del gran Ministro. Los primeros creían en la eficacia de lo arbitrario y los segundos veían que el Gobierno mismoestaba fabricando la impopularidad de su candidato.
He tenido siempre una alta idea del talento,
de Salas Romoy
no
puedo creer que por pura ligereza haya sido víctima de semejante error. Me
inclino a pensar que sus planes, por lo menos en ],i
subconciencia, no se dirigían al mismo punto elec
toral que procuraban alcanzar sus enemigos de en
tonces.
La verdades
que Salas Romo no fué nunca en
el Ministerio buen amigo de Ross. Tuvo siemprediferencias con él y aun más, antes del período elec
toral había sido Ross el causante de su renuncia '
como Ministro.
La corte de Ross (me refiero a la más inteli
gente) le miraba entonces con desconfianza, yaun
que ahora no podía sino aplaudirle, permanente
mente expresaba su temor de que impopularizaraal candidato.
Y yo pienso: ¿no era ésta quizás, la verdadera
finalidad de Salas Romo? En cierta ocasión en que
los rossistas leatacaron
hasta obtenersu
salida delMinisterio, en ese tiempo por fútiles razones, yo
le oí decir que algún dia tomaría su revancha.
Los apaleos, los empastelamientos, las órdenes
arbitrarias y excesivas para defender la candidatura
de Ross, ¿no eran una revancha del más apasio-
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Historia de una Derrota 31
nado y al mismo tiempo del más sutil de los políticos chilenos que yo haya conocido? El favor ex
cesivo, en ciertos momentos, se convierte en el más
tremendo de los sabotajes.Y esta hipótesis no sólo se justifica por la pa
sión. Puede haber intervenido también en la volun
tad de Salas Romo un pensamiento que ya andaba
gestándose en los círculos de entonces. No era
conveniente para el país ni Aguirre Cerda, con la
demagogia detrás; ni Ibáñez, con la Dictadura; ni
Ross, con la Derecha. Frente a los grandes problemas que se veían venir y a la transición de regímenes en que el mundo entraba, nadie respondería mejor a la necesidad nacional que el propio Ales
sandri. En esta forma, la agríedad de la lucha y
el exacerbamiento de las pasiones podían ser fu
nestos para el candidato Ross, pero facilísimos ca
minos para una reelección.
La derecha podría doblegarse por temor a !a
izquierda. Y la izquierda se doblegaría, sin duda,
por temor a Ross.
En una palabra: la especulación del miedo.
Sea como quiera, sin embargo, el Ministerio
Salas Romo iba creando cada día un nuevo pro
blema al candidato oficial.
Algunos lo veían, pero ya esa candidatura no
era un hecho político solamente. Constituía casi
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32 Ricardo Boizaed
un fenómeno comercial. Cantidades inusitadas de
dinero se repartían a los agentes electorales. Comitivas opulentas recorrían el país abriendo secreta
rías montadas casi como Oficinas de corretaje.Ciertos políticos a todas luces arruinados mejoraban su situación de la noche a la mañana y se de
dicaban a pregonar a Ross como si se tratara de
venderuna
pomada maravillosa.Se abrió un concurso para crear el lema de la
candidatura y se pagaron dos premios de $ í.OOO
al mejor autor: uno, el más ingenioso, y otro, al
de buenas relaciones.
El autor del más ingenioso lema fué el perio-
dista Puga, ex enemigo de Ross en la Revista To-
paze.
Fué tan perfecta la organización burocrática;
y comercial organizada en torno a la candidatura ¡
de Ross; tenía tantos mecanismos administrativo» ,
y aun secretos; había tantos intereses amarrados a
ella, que ninguna consideración podría ya romper
la ni desquiciarla. Era un negocio, y. así como no
se cierran ciertas fábricas por la cesantía que pro
ducen, así también abandonar al candidato habría
sido un nuevo motivo de desocupación en el país,
Esta misma organización, sin embargo, era
una diabólica máquina contra Ross. La gente
pobre y de valer que lo hubiera apoyado no podíahacerlo en medio de una tan tremenda sinfonía
de monedas. Y la gente pobre y sin pretensión lo
apoyaba solamente con la condición de ser pagada.
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Historia de una Derrota 33
Aun más. No se monta una máquina tan per
fecta para una candidatura de opinión, en que to-
. do lo hace el entusiasmo y la colaboración espon
tánea." No se organiza una fábrica para producir
lentejas. Se hace todo eso cuando hay que tras-
formar la odiosidad en simpatía, cuando es preciso hacer un amigo del adversario: no un amigo,un
servidor. De ese modo, se hizo más palpableante el país la impopularidad de Ross. Su propios
partidarios reconocían que aquella candidatura no
era un cuerpo fuerte. Había que hacerlo vivir con
inyecciones.Mucha gente experta de la derecha veía las co
sas
con claridad.No hablemos de nosotros ni de don Rafael Luis
Gumucio, que ninguna simpatía teníamos por la
candidatura Ross. Hablemos de sus partidarios.Ellos veían la dificultad de triunfar. Ellos hubie
ran querido conversar de otros nombres. Hubie
ran
deseado buscaren
algún políticosereno
laecua
ción de armonía que se encuentra siempre en nues
tro pueblo cuando dos corrientes llegan a la exa
cerbada pasión.El propio Presidente de la República miraba
las cosas desde un plano infinitamente más real que
los impetuosos rossistas.Recuerdo una tarde en que fui a verlo, tor
turado como me encontraba por la intransigenciade la Derecha. Lo encontré solo en el hermoso hall
construido por Ross, como complemento del co-
HÍMTOlA,— 2
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34 Ricardo Boizard
medor familiar. Una amplia mesa baja de caoba
me separaba de Alessandri en aquella conversación
en que yo quise exponerle las profundas razones >
que me movían a separarme de su política.'
Le hablé de la inconveniencia de someterse a
la miopía rossista. Le dije que los mismos que ayer
se oponían a apoyarle por considerarle funesto para
el país, hoy le aplaudían con la sola condición de •
que se prestara a sus propósitos. Le insinué la ne
cesidad de poner el peso de su influencia a favor
de una solución.
Me escuchó tranquilamente y creo que con
simpatía. Después de un rato, me dijo: °
—Estimo que usted exagera en lo que se re- í
fiere a la animadversión contra Ross. Este ha sido jun gran Ministro. Es al mismo tiempo un hombre J
constructivo y capaz. Sin embargo, no estoy le- 1
jos de creer como usted que Gustavo Ross es un jcandidato difícil. Yo he hablado mucho sobre es- |to. Aun más. He recomendado la candidatura de
Emilio Bello. Pero Ud. comprende, la Moneda de
be ser imparcial.El "no quiero, no debo ni puedo" surgía allí
una vez más en los labios de Alessandri. Pero yo
conocía ya ef contenido de tales palabras. La Mo
neda imparcial significaba en esos momen to s una
cosa clara, y es que Alessandri, bajo la presión del
rossísmo, acariciaba, sin embargo, la idea de su can
didato de transacción.
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Historia de una Derrota 35
Salí con la convicción de que la Moneda nú
sería capaz de destruir ya lo que a su costa se ha
bía formado.
La Moneda puede disolver una manifestación,
pero no un negocio.
Con todo esto, sin embargo, la izquierda no
veía con claridad su posición en la lucha.
El candidato elegido en una convención ini
ciada a golpes y terminada con lágrimas, lograbacalentar apenas a los radicales, muy poco a los co
munistas por su reconocido anti-frentismo y sólo
por oportunismo a los socialistas. Hombre sin
grandes odios pero con pequeños rencores; sin gran
des ideales, pero con tenaces iniciativas; había es
tado sirviendo a su país desde las sectas masónicas
y lo miraba todo al través de tan oscura y ya des
valorizada cueva.
No digamos que traicionó sus principios de
mocráticos al servicio de Ibáñez ní sus hábitos de
moderación al servicio de Alessandri, porque lo mo
derado y lo democrático no eran la esencia de su
personalidad. Estuvo con el uno y con el otro por
destinación masónica.
No creo yo tampoco que con esto haya hecho
un daño exagerado al país. La masonería fué, en
los viejos tiempos, una institución de lucha reli
giosa. Socavó la instrucción y se quedó allí, como
el ratón en la despensa, mordiendo el queso y en-
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venenándonos la comida. Pero llegó un momento '
en que se envenenó a sí misma y casi dejó de ser
perjudicial.Ahora no pasaba de constituir una sociedad
de socorros mutuos en que el secreto y la fórmula
reemplazaban al ideal. Nada hacían los masones
en contra' de la sociedad burguesa porque pertene
cían a ella y porque ya su comida estaba en ella.Nada propiciaban de novedoso y de fuerte ante el
país. A lo sumo , intrigaban en las oficinas públicas, oficiaban de celestinas en el presupuesto y ha
cían zancadillas a los profanos.Con todo, había sido el candidato de las iz
quierdasun
hombre de derecha en el buen sentidode la palabra. Se le miraba con simpatía, en el Ban
co de Chile. Tomaba parte en las tertulias del Salón
Colorado. Tenía terror a los comunistas y fué a la
postre su terror y no su simpatía 10 que le obligóa acariciarlos.
Sin las torpezas de la Derecha, habría sido difícil para Gabriel González y sus acólitos hacer dr
este hombre un candidato popular.
Lo que no había logrado, sin embargo, la vida
entera del viejo político, lo hicieron en unas cuan
tas semanas los amigos y los enemigos embozados
de Ross. Fué el asalto a la Revista Topaze, fué el
saqueo de la Oficina de Rossetti, fué el empastela-
míento de "La Opinión", fué el apaleo de Maira
y de Sotomayor, fué la cuadrilla aristocrática y
repudiada que propiciaba a Ross, los que inflaron
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Historia de una Derrota 37
con artificial humareda a este hombre bueno, ca
zurro y masón.
Hicieron de él un candidato popular, o por
lo menos, semi-popular,Y mientras el incorregible viajero comenzaba
ya sus andanzas por los pequeños pueblos en cam
paña electoral, mientras buscaba unos pocos votos
en Requinoa, en Toltén, en Cochamó y Rari-Ruca,
la lluvia de votos que vino después se la organizaronen Santiago los bravos dirigentes izquierdistas y sus
no menos bravos colaboradores de la Derecha.
Los falangistas, en aquellos días, divorciados
un poco de la Derecha, celebrábamos concentra
ciones para contrariar al dinero en su empecinado
propósito. Y, naturalmente, viajábamos en los ca
rros de tercera y podíamos oler el tufo popular y
sentir sus reacciones. Todo aquel que viajaba con
un canasto era Partidario de Aguirre Cerda. Mu
chachitos imberbes recorrían los carros y entona
ban cantos alusivos a la contienda. El Pirata, figu
raba, naturalmente, en sitio de honor en esos cantos,
Pero dijimos hace un momento que la izquier
da no veía con claridad su posición, porque le fal
taba o parecía faltarle un elemento que, por dis
tintas razones que en los tiempos de la Dictadura,
comenzaba ya a ser mirado como decisivo en la con
tienda. Nos referimos al Ejército,
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No se trataba ya de cuartelazos ni de revo
luciones armadas. El Ejército tenía un papel dis
creto en la política, pero era un papel. Natural
mente, sí el dinero de Ross funcionaba en las elec
ciones con la complacencia de los militares, que
daría desequilibrada la balanza para los izquierdista
tas, pues mientras éstos pagaran una determinada ¡suma por el voto, Ross podía pagar el doble. !
Si, por el contrario, el Ejército reprimía el co
hecho, las cosas cambiarían de aspecto. Se podría i
votar con libertad y no habría dudas que el pueblo- ■]se inclinaría libremente a favor del candidato de \la oposición.
Pues bien, el complemento necesario del triun
fo de la izquierda era Ibáñez, no por la opinión- I
civil que éste pudiera arrastrar, bastante reducida I
y sin influencia, sino por la actuación preponde-'
rante que se esperaba de los militares en la con
tienda.Lo lógico, lo conveniente, lo natural y razo- ,
nable para el más corriente de los criterios políti-jeos favorable al pensamiento derechista hubiera si
do no tocar a Ibáñez ni zaherirlo.
La empresa comercial, sin embargo, sobre
la cual descansaba el rossismo, no encontraba que
aquella solución fuese tan conveniente para su man
tenimiento como para Ross y como su punto de
vista era mantener la candidatura aunque se per
diera el candidato, trató de disminuir a Ibáñez pa
ra destruir en él, no a un contendor, sino a una pa-
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Historia de una Derrota 39
tanca que a la postre levantaría una nueva candí-
datura en la Derecha.
Ibáñez había sido sólo proclamado por los na-
cistas y por un grupo de sus amigos personales.Procuraba formar una organización política, pero
en Chile, país netamente tradicionalista y con iner
cia espiritual, es muy difícil desarraigar a los elec
tores de su vieja tienda. Esa candidatura estabadestinada a fundirse en la izquierda o a precipitara la Derecha a un cambio en su cerrada posición.
Se destacaban figuras de primer orden como
posibles candidatos. La Falange había presentadouna quina formada por Jorge Matte, Guillermo Ed-
vyards, Francisco Garcés Gana, Máximo Valdés Fon-tecilla y Pedro N . Montenegro. Cualquiera de esos
nombres habría sido una desembocadura de las fuer
zas de Ibáñez, y sobre todo, de lo que Ibáñez significaba.
Pero se trataba, no de abrir paso a una candi
datura de derechas o de realización nacional con
amplios mirajes hacia el pueblo y con política cons
tructiva, sino de imponer a una persona contra to
dos y sobre todo.
No se trataba ni de la derecha ni del pais. Se
trataba simplemente de Ross.
Más adelante se verá hasta qué punto teníanconsistencia nuestras posibilidades de transacción.
Por ahora, sólo destacaremos que el rossismo ofi
cial y aun el rossismo personalista parecían ocu
pados en la labor de arrojar a Ibáñez hacia la iz-
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quierda, de
desprestigiarlesin
objetoy de destruir
todo aquello que se opusiera, no a la idea, -no a la
forma espiritual de un pensamiento determinado,sino a la persona de un especulador largo tiempo i
alejado del país.
No les interesaba, desgraciadamente, a estos
hombres,ni la fisonomía
política de Ross ni sus
ideas naturalmente avanzadas. No recordaban ya
los torvos odios ni las viejas desconfianzas.
A mí mismo, en los tiempos en que los ros-
sistas ardientes le miraban mal, me dijo el señor ;
Ross que le era imposible casi desarrollar su labor
con esa gente. Se quejaba de su falta de visión, desu incomprensión económica, de su egoísmo cerra
do. Eran los días de los grandes impuestos, del chif-
fre d'affaires y de la corporación de ventas. En
una ocasión, comentando conmigo el crecimiento
de la Milicia Republicana, creí entenderle que mi- ■
raba en eso una herramienta para defenderse de lareacción.
¿Qué provocó el cambio? ¿Qué cosa juntó la
mentalidad de ese hombre con tan amplias dispo
siciones de servir a sus semejantes y la de esa gente ,,
chata, menuda y calculista que le acompañaba hoy? ;
Sólo de una manera puede explicarse este fe
nómeno, y porque de esa manera se explica es por
que el movimiento espiritual de la Falange, aun ad- ;'
mirando muchas cosas grandes hechas por Ross, no
podía estar con el rossismo.
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historia de una Derrota 41
El rossísmo surgió cuando el audaz aventure
ro que había en el Ministro de Hacienda puso frente a los ojos abismados de sus secuaces dos cosas que
a éstos los dominan y los gobiernan: el garrote y
el dinero.
Se le hizo un día un reportaje sobre diversas
cuestiones generales y él dijo que había que tratar
al nativo en nuestro país bajo el látigo de los ne
greros. Ese látigo, que escandalizó a la izquierda,
que no podía menos de poner rubor en el movi
miento juvenil de la Derecha, tuvo un bello sentido
para nuestros eternos encomenderos. Les gusta el
Látigo. Acarician el látigo y saben de su eficacia.
Latigazos en carne humana hicieron surgir los
grandes cafetales del Brasil. Latigazos abrieron he
ridas y (.aminos en el África. Largos látigos presidieron la esperanza de los buscadores de tesoro, y
por el látigo vino la comida, la buena casa, el or
den y la comodidad,
Sólo una cosa en el mundo no se hizo por el
látigo. Fué en los tiempos oscuros de la Edad Me
dia en que brillaron rutilantes luces de civilización.
Hubo unas multitudes que sin látigo crearon ca
tedrales y todavía éstas duran y es allí donde al
gunos hombres de Derecha todavía encuentran per
dón para sus miserables codicias.¿Quién mejor que él, premunido de tan glo
rioso instrumento, podía detener a los izquierdistas
en sus protestas? ¿Quién mejor que él podía vigilar por la buena digestión de una buena gente con
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42 Ricardo Boizard
buenas tierras
y mejoresfrutos?
¿Quién mejor queél, por fin, podía acallar con su dura voz esos sen
timientos humanitarios que ya comenzaban a vis
lumbrarse en la derecha, especialmente en ese doc
tor Cruz Coke, a quien después han tenido que
tragar y digerir y que en ese tiempo provocabaverdaderos concilios admonítorios en su contra?
Pero el rossismo tuvo algo más satánico y tre
mendo que eso. No sólo era la gente que quería-
látigo para detener a la chusma. Era también la
gente que se sentía deslumbrada con el dinero.
Un hombre como Ross, a quien la Derecha re-J
pudiara y por cuyo pasado de especulación se es
candalizaran algunos en los primeros tiempos, ha
bía llegado de su último viaje botando, dilapidandoel dinero.
Su gran palacio en la Alameda de las Delicias
brillaba ante el sol. Difícil era no resbalar por los
pisos y más difícil aun, cuando ya los buenos lico
res habían llenado de músicas la cabeza.
Una mesa abierta a comensales de los más va- :
riados tonos. La rigurosa etiqueta dentro de la
complaciente aceptación. Billetes para arrendar un
teatro. Billetes para la banda popular. Billetes pa
ra los discursos y para los aplausos.— ¿Almuerzas hoy en la casa de Ross?
Era la pregunta de buen tono que se dirigían
los grandes sibaritas y los candidatos al sibaritismo.
Todo en el potentado era de contornos áureos.
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Historia de una derrota 43
Su llavín de oro girando en torno al dedo con
un gran anillo de oro.
Mujeres con el oro en el pecho y en las manos.
Oro en Londres y oro en París.
Eso, eso reconcilió a la Derecha con Ross. Eso
fanatizó a cierta gente: el látigo y el oro.
No se podía incrustar lo más noble de la es
piritualidad cristiana, lo que llevaba en sí las más
bellas ilusiones del porvenir, en eso otro, que a la
postre no era sino una forma rezagada del paga
nismo.
Se perdería Ross, pero se salvaría una cosa que-
valía más aun que Ross m ismo.
Y se ha salvado.
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ROSS
Antes de avanzar , es preciso detenerse un mo
mento en la contemplación imparcial de este per
sonaje singularísimo que casi ha logrado oscurecer
por corto tiempo el nombre y la fama de Ales
sandri.
La primera vez que le vi fué en la Comisión de
Hacienda de la Cámara de Diputados, a raíz de la
disolución de la Cosach y de su proyecto de reor
ganización salitrera.
Gente conspicua de la Derecha le desprestigiaba en exceso.
Decía de él que su pasado tortuoso le impedía
dirigir las finanzas del país. Era casi una afrenta
que el Presidente Alessandri hubiera colocado en
la más importante de sus Secretarías de Estado a
tan sospechoso especulador.No es la pasión la que a mi me hace recordar
estas cosas. Era, sin duda, la pasión la que obliga
ba en ese tiempo a la Derecha a juzgar a Ross de
esa manera.
Miraba yo en esos momentos, sin embargo, con
-profunda simpatía al Gobierno que restauraba en-
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Ricardo Boizard
tre nosotros elrégimen legal.
Habíamos vivido ir ;
gunos años en Dictadura. Cayó la Dictadura, y i
Montero, Presidente Constitucional, fué derrocado jpor Grove, Grove por Divila, Dávila por Manche.
Era suficiente.
Siguiendo la irónica frase de Genaro Prieto, tu |
el sentido de quehabia
queser, incluso, servil con
jel Gobierno que restaurara las libertades y la nor
malidad, estábamos algunos dispuestos a
perdonarjlo todo para conseguir ese fin. Y nuestra epideíP
mis apenas era rozada con semejantes hablillas.)
rumores.,
Pues bien,cuando el ex Ministro entro a ll
Sala de la Comisión de Hacienda, me pareció sim
pático y firme. Tenía la cara radiante y sus ojilla
miraban a los diputados con mal disimulada sobet,
bia. Seguramente se habia formado de nosotros uní
idea lamentable.
Aun
prevalecía
en el país la institución de los
Perseguidos por la Dictadura, y Carlos Vicuña se'
sentó junto a Ross para asesorar a su colega de per
secución. No lo recuerdo bien, pero creo que otro
de sus asiduos colaboradores en la Cámara era en,
esos tiempos Gabriel González. I
Un diputado de la Derecha, el más recatci-1
trante quizás de todos, que, por supuesto, después!,
se convertiría en su admirador, iba con la inten
ción de ponerle piedrecillas en el camino al especu
lador de marras . Le parecía el proyecto salitrero
bastante difícil de comprender y hacía toda clase
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Historia de una Derrota 47
de preguntas y objeciones. En un momento, el Mi
nistro Ross, con su habitual impaciencia, le dijo
textualmente :
—Señor, hace muchos años que yo no me ocu
po de otra cosa que de la industria salitrera. No
puedo discutir con usted, que no sabe ni una pa
labra sobre ella.
La primera bofetada que el astuto Ministro
había lanzado en el rostro de la democracia, se re
cibía como un triste augurio, en el carrillo de b
Derecha.
El era así. Tenía grandes proyectos y no acep
taba discusión. A lo sumo , en los momentos más
críticos de sus batallas parlamentarias, lanzaba mo
nosílabos al espacio y sus delgados labios se con
traían después.La idea central de su política era, ante todo,
regularizar la economía fiscal para mantener tran
quilos a los empleados y bien pagados a los mili
tares.
Una vez producido el orden y la confianza,
ordeñaría al productor. Con ese dinero, extraído
de las más variadas maneras , pensaba hacer obras
públicas en beneficio popular y acaso para dejar
en el cemento una huella imperecedera de su ac
ción.
O sea. Primero, el orden; con el orden, la con
fianza; con la confianza y la tranquilidad, el or
denamiento. Y con eso, la justicia y la fama.
Para él la justicia no era este concepto total
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^148 Ricardo Boizard
de nuestra civilización cristiana: dar a cada cual
lo que le corresponde, pero no según sus solas ne
cesidades materiales, sino cuidando también el ins
tinto de la libertad. Justicia para él era sólo darle
habitación, comida, sol, aire y salud al obrera Eso
mismo desea Hitler y buscó Lenin, con diferencia*;de método, por supuesto; Si todo eso se obtiene eiv
una cárcel, bajo la tremenda vigilancia de la po
licía, no importa. Si eso se obtiene con la negación ;
de todos los derechos, no importa. ¿Qué son los
derechos sino un instrumento inútil en manos de
los tontos? ¿Derecho para hacer preguntas maja
deras, como el diputado liberal? ¿Derecho para op
tar entre lo bueno y lo malo, entre la pobreza y la ,
abundancia? ¿Derecho para elegir libremente al1
que nos gobierna? ¿Y para qué todo eso en un mun
do rebozante de felicidad, con comida en abundan-i
cia y habitaciones lujosas?Si no de una manera tan absoluta y extrema,
por lo menos en un molde muy parecido se había
vaciado la mentalidad de Ross. Cuando le habla
ban de dificultades en el Parlamento, a veces difi
cultades impertinentes y politiqueras, el ex Minis
tro no se mesaba, naturalmente, los cabellos por
absoluta escasez, pero hacía girar su llavín en tor
no al dedo.
Cada argumento que se le hacía en privadoera contestado de lleno y sin vacilación. No con
testaba como un hombre, sino como un fusil. Te
nia en la punta de la lengua todas las cifras esen-
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Historia de una Derrota 40
ciales de un problema. Conocía de antemano to
das las soluciones. Había pensado yaen
todos losobstáculos.
No sé si los datos que lanzaba como catapultaeran exactos. En todo caso, la audacia y seguridadcon que los afirmaba reemplazaban a la exactitud.
Seguramente a veces no lo eran, pero eso no dismi
nuía en absoluto su conocimiento del problema. Dalo mismo, por ejemplo, que en un país haya diez
millones o diez millones y medio de habitantes, pe
ro en todo caso el que se afirme una cifra con exac
titud presta una fuerza definitiva al argumento.
Los industriales y comerciantes que le visita
ban salían encantados del personaje. Les había dado una lección sobre su propio negocio. Cuando al
guien le planteaba el problema creado a una industria
determinada y presentaba obstáculos para mejorarlos salarios, él contestaba secamente que si el indus
trial no resolvía ese problema, más valía que liqui
dara el negocio.
Muchas veces me he preguntado por qué, pre
sentando Ross un pensamiento tan ajustado al ma
terialismo de la izquierda, no se convirtió en su vo
cero y en cambio los dirigentes de izquierda le obs
taculizaron su acción en lugar de alentarla. Sólo
tiene esto una explicación.
HliTOBlA.— i
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50 Ricardo Boizard
Hasta ese momento , la izquierda del país es
taba representada y dominada por el Partido Radical. Y el Partido Radical es materialista, pero no
avanzado. Ross preconizaba, en verdad, una ideo
logía materialista infinitamente más avanzada que
la del Partido Radical. El Partido Radical, por la
inercia espiritual del país a la cual nos hemos re
ferido hace un momento , aparece avanzado. La
gente todavía cree que el pensamiento de Matta y
de Gallo, de Bilbao y aun de Mac-Iver, tiene al
guna novedad. Y resulta que no es así.
Prácticamente, el Partido Radical es una co
lectividad reaccionaria que mira con reservas tti
problema gremial, que trata de desconocer o amor- ¡
tiguar el problema de la tierra, que dice unas
cuan-Jtas cosas vagas del imperialismo y que, a la postre*
asustado de perderlo todo en esa revolución que,
sin comprenderla, azusa, busca un alero bajo la bien
pagada burocracia.
Naturalmente,a
los señores González, Alfoñ* ]so, Aguirre Cerda, Figueroa, Moller, verdaderos
aristócratas provincianos de Serena, Pocuro o Con
cepción, les ha parecido demasiado audaz ese hom
bre bajo, semi-calvo, con ojos brillantes y juveniles,
que trataba ardorosamente de levantar las finanzas
del paísa costa de los ricos
para mejorar lascon
diciones de los pobres. Y como ellos eran los ver
daderos intermediarios entre el eminente personaje
y la calle, salieron a la calle diciendo que un Rosa
Santa María, nacido en Valparaíso y radicado en
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Historia de una derrota 51
París, no podía ser sino un Pirata: el Pirata del Pa
cífico.
Majaderos . . .
Ellos, dueños de la izquierda en esos días, pu
dieron hacer de Ross un formidable conductor de
realizaciones sociales. No les gustó, sin embargo, por
sus monumentales proyectos, bastante menos ingenuos que la campaña de la chilenidad, pero más
complejos y difíciles. No les gustó porque no daba
la mano y porque hacía girar el llavín. Especialmente no les gustó porque veían demasiado segu
ro que un hombre así desarrollaría empresas revo
lucionarias.
Lo dejaron entregado a los otros materialistas.
Estos lo pusieron hosco, lo encerraron en sus
cabalas siniestras. Le hablaron más del látigo que
de la solución social. Como él era un extranjeroradicado en París carecía de los elementos suficien
tes para moverse en un pueblo desconocido. Creyó
que verdaderamente la solución del látigo se ajustaba más al país que la solución de la justicia.
Cuando llegó, venía distinto. Yo sé que bus
caba él una manera de comunicarse con la masa.
Buscaba afanosamente a los radicales para que le
sirvieran de intermediarios.
Y como éstos no supieron, y quizás no quisieron prestarse para semejantes propósitos, en lugarde aprovechar a un hombre tan formidablemente
realizador en beneficio del pueblo, lo convirtieron
-en enemigo.
L /^H:. (gcwu:;,
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1
52 Ricardo Boizard
La cabala, la tertulia, el corrillo de amigos y
correligionarios, en los dos bandos, se juntaba para
perder al país. El extranjero fué encerrado entie
las cuatro paredes de unos señores antipáticos y ma
jaderos. Fué tapiado y negada para él toda comu
nicación con el mundo.
A mi me tocó el placer de tener con este hom
bre dos principales conversaciones que demuestran
de qué manera lo cambiaron los políticos en su».
ambiciones pequeñas y de círculo.Venía recién llegando al Ministerio y eran lod
tiempos en que buscaba soluciones sociales. Quería
comunicarse con la juventud, aunque la juventudno tenía en esos tiempos suficiente personería pc-j
lítica como para pesar. Se comunicaba con losra-j
dicales y les planteaba sus proyectos. Es verdadque miraba con cierto desprecio las soluciones de
mocráticas, pero quería con sinceridad levantar á]
nivel de la gran masa.
Se quejaba de que no lo comprendieran. Po
día hacerse tanto en un país dispuesto a luchar por
sus reivindicaciones. Habíaque
someter
el capitalextranjero a la soberanía nacional. Había que traer
capitales europeos para defenderse de la hegemoníayanke. Había que reconquistar para el país la in
dustria salitrera y la energía eléctrica.
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Historia de una Derrota 53
Su llavín girando era un signo en la mano de
inacabable laboriosidad.
Después de los acontecimientos políticos que
lo separaron de los radicales y en que éstos lo per-
dieron para el pueblo; después de su viaje por Eu
ropa en calidad de Ministro;, después de las decla
raciones del látigo, tan necesario para algunos diri
gentes y tan mal usado contra la masa; tuve la opor
tunidad de estar con él por última vez en una en
trevista que merece narrarse con lujo de detalles.
La Falange, naturalmente, se había separado
ya del Ross del látigo. No podíamos acompañaral materialismo de la Derecha, como no acompa
ñaríamos después al materialismo de la izquierda.Sin embargo, el Presidente de la República
creía doblegarnos con su simpatía y una mañana
se nos invitó a almorzar en la Moneda a Manuel
Carretón, Bernardo Leighton y a m í.
Creíamos nosotros que se trataba de una sim
ple entrevista con Alessandri. A m í personalmenteme producía esto cierta preocupación. Habían
ocurrido sucesos amargos y difíciles. Había yo pro
testado públicamente por el atropello a la libertad
de prensa con motivo de la incineración de Topa-
ze. Habíamos votado en contra de Salas Romo por
el apaleo de Maira y Sotomayor. A un más, Bernar
do había renunciado su cargo de Ministro por los
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■1
54 Ricardo Boizard
mismos motivos y esa renuncia tuvo ante el paísel efecto de una fuerte y viril condenación.
Quise, pues, afrontar rápidamente la situación
y llegué más temprano que de costumbre. Encon
tré al Presidente con Waldo Palma en el hall. Aquelse dirigió afectuosamente a mí con las siguiente;
palabras:—Usted no me visita. Es mi enemigo.—No, Presidente, le contesté. Por el contra
rio, soy su amigo y tengo que defenderlo constan
temente de los rossistas. cuando dicen que todo lo
bueno que se ha hecho en este Gobierno se debe a
Ross, Yo digo que no , y afirmo que es usted quienlo ha hecho.
El Presidente comprendió y tuvo para mi r«*¡
puesta una paternal sonrisa.
—Claro, mi amigo, que no todo era la recons
trucción económica del país. Había, también, que
ocuparse de la reconstrucción política. Pero en lo
primero, naturalmente, Ross ha hecho bastante, g
Siguió después una conversación trivial, bas
tante difícil y penosa. De esas conversaciones en
que no falta tema, sino en que precisamente se quiere eludir el tema que sobra. Comenzaron a llegarlos otros invitados y de improviso, vimos aparecertras la cortina del corredor al candidato a la Pre
sidencia de la República, don Gustavo Ross y al
personaje de todas las solemnidades, don MiguelCruchaga.
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Historia de una Derrota 55
No sé si Ross conocía la trampa. En todo caso
pareció extrañado. Su orgullo no le permitía esta
situación embarazosa de andar cazando a unos mu
chachos insignificantes con propósito electoral.
Dentro del comedor, a mi me tocó sentarme
precisamente frente al candidato. Hablamos de
Europa. Contó cosas interesantes, eso sí que de una
manera monosilábica. La conversación se extendía
como un elástico y se volvía a encojer.Tenía a mi lado a don Miguel Cruchaga y don
Miguel, a pesar de su larga experiencia diplomáti
ca, deseaba afrontar luego la cuestión y veía que
ya los postres asomaban.
En un momento dado, colocando sus brazos
en torno a mi espalda y haciendo lo mismo con Ga-
rretón, exclamó:—Bueno, mis amigos, ustedes naturalmente
van a acompañar a nuestro candidato.
Ross comprendió que el petardo no había es
tallado a tiempo. Y con su natural agilidad, cam
bió de conversación.
Una cosa espesa y desagradable invadió la sala.
Alessandri, con su inimitable olfato político, se son
rió, no sabemos si por causa del candidato, de nos
otros o de don Miguel.
Ross, entre tanto, buscaba una manera de de
jar a salvo su vanidad. En un momento determi
nado, habló de la campaña. Dijo que el triunfo
no le merecía dudas. Se manifestó maravillado de
la recepción a su llegada de Europa. Maravillado,
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56 Ricardo Boizard
pero no tanto, porque a punto seguido dijo como
para desafiarnos y como para afirmar, después deaquello, que nada le importaba nuestra adhesión:
—Por otro lado, una manifestación en Chile
se hace con cuatro bandas y unas cuantas botellas
de cerveza.
Entonces fué Alessandri el que cambió la con
versación. Veía la impresión que esas palabras ibana dejar en nosotros. Y sobre todo, sabía que trece...;
años antes, había pasado un hombre por la princi
pal arteria de la ciudad como un emperador ro
mano con el corazón distribuido en partículas en
tre millares de compatriotas.
Y en ese episodio, por lo menos , nadie ha sabidoque tuviera intervención la cerveza.
La verdad es que en aquellos tiempos el señor
del látigo nada tenía ya que ver con el Ministro
de las realizaciones. Ahora daba la impresión delhombre agriado, reconcentrado en su propia con
cha y dispuesto a ganar una elección, más para do
blegar a los nativos que para ofrecer soluciones.
Carente de toda flexibilidad y aun desconoce
dor de los propios resortes sutiles de nuestra len
gua, que él
procurabahablar lo menos
posible gracias a los monosílabos, no pudo comunicarse con
el pueblo ni encontró los intermediarios.
Reorganizó la industria salitrera, llegando a
una solución mucho más avanzada que la de loa
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Historia de una Derrota 57
anteriores gobiernos. Recuperó en parte las pam
pas e hizo marchar las Oficinas. Se dijo que nego
ciaba con los bonos priors y que sacrificaba a los
pequeños salitreros en beneficio de los grandes. La
verdad es que movía el salitre.
Se valió de una superchería, si se quiere, para
romper el contrato eléctrico, y gracias a eso intro
dujo en la industria una cuña chilena, que nadie
sino él hubiera sido capaz de introducir. El re
presentante norteamericano llegó un día al paísen avión para conocer de cerca los propósitos de es
te lobo que aparecía en Los Andes y tuvo que fir
mar un convenioque, después,
ha servidopara que
sus enemigos levanten cátedra de nacionalismo y
distribuyan prebendas. Se dijo entonces que el con
venio no fué sino un negociado escandaloso. La
verdad es que el convenio recuperó una parte de la
industria para el país,
Había consolidado la deuda externa, precisamente en el momento en que nadie pagaba para
pagar lo mínimo y para dejar restablecido el cré
dito del país. Ideó la más ingeniosa de las fórmu
las y el más inteligente de los métodos. Se dijo que
había estado jugando a la baja coi. los bonos chi
lenos en el mercado mundial. Se habló de su socio
López que se enriquecía en París, La verdad es que
aquello fué para nosotros una manera de vincular
el interés de nuestros acreedores al florecimiento de
nuestras industrias.
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/m
58 Ricardo Boizard
¿Qué hacer, pues, ante tal emergencia? ¿Quéhacer ante un país cuyas propias corrientes avan
zadas obstaculizan el avance y escarnecen a sus ser
vidores?
Un chileno responde lo que respondemos nos
otros, lo que estamos empeñados en responder por
encima de mil dificultades e incomprensiones. Un
chileno responde que hay que luchar por la dig
nificación del pueblo, por la dignificación de la
propia izquierda, por la expulsión de sus dirigentes voraces , y después, en los brazos de ese mismo
pueblo, corregir y triunfar.
Pero un hombre nacido en Valparaíso y con
sangre internacional, un jugador en las Bolsas de
Londres y Nueva York, con residencia en París, ¡
un turista apresurado que ha venido displiscente- ;
mente y con talento a resolver nuestros problemas,reacciona como él, y aun su reacción es más gene
rosa que la de otros.
Pues bien. Si no quieren el bien en la liber
tad, lo tendrán en la Dictadura. Primero venga, la
cerveza y detrás de la cerveza, el látigo. i
La masa tiene una cierta intuición, y lo queila masa decía cuando expresaba su odio a Ross, noJ
eratanto
el que Ross fuese ladrón, como sus ridícu-llos detractores afirmaban. No. Lo que le impre-2sionaba es que no fuese chileno, es que no tuviese
sus bienes en Chile, es que se cumpliese en él aque
lla frase sutil del Evangelio: "Donde está tu te
soro, allí está tu corazón".
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NUESTRA PALABRA SOLITARIA
La oposición de la Falange al candidato de las
Derechas no estaba fundada, sin embargo, exclusi
vamente en razones
transitoriaso
circunstanciales.Ella tenía su raíz en una larga etapa anterior, du
rante la cual surgieron para fracasar después, nu
merosos movimientos juveniles cuyo doctrinarismo
y método de lucha se apartaba cada día más de!
camino de la Derecha.
En el seno del Partido Conservador se hanpro
ducido siempre, por lo demás, disensiones profundas ante cada género de ideas y de problemas. Fue
ron las primeras quizás las que dieron nacimiento
a los viejos montinos, cuyo concepto anacrónico del
Estado se estrelló contra el esplritualismo cristia
no , el que no temió darse la mano con los liberales
jacobinos para salvar el principio de la libertad
amenazada.
La libertad, sin embargo, practicada bajo la
égida individualista y manchesteriana, tan exaltada
por la elocuencia de Mac-Iver y tan difamada des-
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Ricardo Boizard 1pues por sus discípulos, no dio los frutos que los
hijos de la civilización cristiana esperaban.
La industrialización fué creando masas pau- ■
pérrimas y explotadas. El fruto del trabajo fu i
acumulándose en unas pocas manos. Sobrevinie
ron crisis de producción y de consumo que arro
jaban de tiempoen
tiempoa la ciudad una ola de
desocupados. Y los cristianos, que por servir la li
bertad de la idea se habían sumido en una confusa"
idea de la libertad, permanecieron en la políticachilena como simples moluscos del liberalismo, co- \
mo resortes pegadizos y falsos, como sucursal de
un
negocio,en
quela
responsabilidadla llevaba el
cristianismo y la utilidad toda entera el liberalismo
jacobino.
Ya en la tienda política del social-cristianismo 1
no tenían eco las viejas enunciaciones de la solida- 3
ridad y de la justicia. Si alguien levantaba su voz
pararecordar las enseñanzas
de Roma, ese alguieni
recibía un aplauso complaciente s¡ se contentaba»
con la rebeldía verba!, o bien un definitivo ostra
cismo si, desentendiéndose de la política transitoria, i
pretendía efectivamente rectificar el camino.
"
Entre tanto, las masas, cuyo cristianismo inte
riorjamás
ha sido borradototalmente entre nos
otros, esperaban que la solución que ya no podía 1
dar la Enciclopedia, la diera ti Evangelio.
El Evangelio, sin embargo, est.iba manejado'
en la política por mano ajena.
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Historia de una Derrota 61
Esas manos no abrían' el camino 2 un cristia
nismo social, a una resurrección de la Edad Mediacon sus viejos gremios profesionales, a una enuncia
ción de la igualdad humana sobre la base del sa
crificio y del renunciamiento. Lo abrian, en cam
bio, el más oscuro capitalismo liberal, a la ciega ex
plotación y a la resignación aconsejada por el egoís
mo de Tartufo. . .
Los que tuvieron hambre en los campos deso
lados; los que vivieron cansancio en la pampa salo
bre; los que tiritaron de frío bajo sus harapos li
vianos y aun, los que se sintieron plantados en la
vida como un hongo sin raíz; todo esos fueron per
diendo lentamente la remembranza milenaria, olvidaron la leyenda de la caridad, dieron la espaldaal campanario y se dedicaron a chamar, a implorarde rodillas, a hurgar en los siglos y en la historia
una solución que se pareciera al cristianismo, pero
que no fuera ya un barco pirata protegido por la
bandera cristiana.Con Recabarren, con Cruz, con los primeros
agitadores de la pampa y del carbón aparecieron
por fin algunos hombres que se atrevían a repu
diar el capitalismo y que comenzaban a hablar de
cosas viejas, pero ya olvidadas; hablaban de solida
ridad,de
justicia,de lucha a la
explotación,a
lausura y a la guerra.
Cuando los primeros españoles llegaron a Mé
xico, los nativos creyeron que se trataba del Dios
sacrificado por el imperialismo azteca y tuvieron
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62 Ricardo Boizard
esperanza en la cruz. Así también, cuando los pri
meros comunistas llegarona
la vieja patria cristiana, las masas creyeron que se trataba de uno;
redentores bíblicos cuya voz había sido acallada
por la apostasía capitalista.
Y es así cómo sucedió que la primera palabra
surgida entre nosotros contra las consecuencias ds
los ensayos anti-religiosos y jacobinos, no la dijeronsus enemigos naturales, no la enunciaron los cris
tianos de fe, cuyo ideal se había confundido con la
Enciclopedia. Tuvieron que venir gentes agrieta
das por el trabajo y ennegrecidas por la mina para
que se levantara por fin contra el liberalismo una
condenación histórica y encendida.Naturalmente, aquella cosa, de consistencia '
brutal, fué avanzando pujantemente en el proleta-*
riado chileno. Mientras más cristiano ha sido un '}
pueblo, más fácil es aprovechar su irdor para en
caminarlo por una senda equivocada, siempre que
se coloquen, como indicadores en el camino, laípalabras cristianas de la justicia, de la solidaridad, !
de la pobreza y del sacrificio.
Nosotros preguntamos: ¿es que los cristiano*
sinceros y tenaces que luchan abnegadamente en
los patronatos, en las Conferencias de San Vicente !
de Paúl, en los círculos obreros, no se han dadocuenta jamás de este fenómeno que superó sus es
fuerzos y que fué a buscar el remedio contra el
capitalismo, no sólo en las buenas obras casuística)
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Historia de una Derrota '61
e individuales, sino también en los cimientos mis
mos del edificio social?
Y sí se han dado cuenta, y si ven a la vez que
el verdadero remedio para un hombre espiritual no
puede ser, sin duda, el materialismo comunista, sino
la resurrección cristiana, ¿cómo han podido que
darse pegados en una tentativa fallida, cual es la
doctrina liberal del Partido
Conservador, yno han
pensado que el problema nuestro es infinitamente
m ás profundo y su solución requiere el planteamiento de una cosa tan sólida ante el pueblo, tan
histórica, tan fuerte y tan audaz como la Interna
cional Comunista?
¿Es que la vieja doctrina medioeval,con sus
robustas concepciones humanas y sus intentos mil
veces rectificados de poner la justicia por encima
de la libertad y la libertad por encima del poder,
tiene menos derecho a ser seguida, en el corazón de
las muchedumbres, que el Evangelio de Marx?
¿Es que la crucificción de Cristoes
menos
sólida, menos generosa, menos inesperada, menos
dramática que la parálisis de Lenin?
¿Es que el desprecio cristiano por las mercedes
terrenales es menos fecundo que la agitación de las
masas? ¿Es que la condenación medioeval contra
la usura es menos imperativa que la lucha contra
las clases priviligiadas? ¿Es que la colectividad a
base de renunciación es menos vigorosa que la co
munidad a base de dictadura?
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-
64 Ricardo Boizard
Nada de eso es así. Pero lo que hay es que,
por haberse incrustado los cristianos en la estruc
tura liberal, por haber chupado de su sabia con es
candalosa avidez, por haber envenenado su espíritu en la fuente filosófica del egoísmo retardatario,
no han sido capaces de despertar a la verdad como
lo hicieron las masas excitadas por la explotación, i
Y lo que no hizo el amor de los cristianos re
sucitado en la historia, lo hizo el odio, el despecho
y la baja pasión, incubado todo esto por el capitalismo y rebelado en contra de él.
Lo que hay es que los cristianos en su función
política, y guiados por las exigencias oportunistas,
han alimentado más la virtud de la resignación que
la del amor por la justicia, han preferido la blanda
transacción al heroismo exigente,Han pensado más en la paz que en el amor ... }
Los comunistas, entre tanto, se levantan aira-*
dos contra el capitalismo burgués. Viven perseguidos como los primeros cristianos. Viven en renun
ciamiento como las primeras comunidades. Son
hermanos por encima de las patrias como los primeros cruzados. Mueren por su fe como los primeros mártires. Ponen, en una palabra, al servicio
del materialismo, esa gran fuerza que hasta ayersólo estuvo al servicio del espíritu en las primerasalmas civilizadoras.
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Historia de una Derrota 65
¿Puede vivir mucho tiempo una juventud con
esta espina en el corazón?
Los he visto yo cómo sufren y cómo luchan.
Mientras los diputados de todos los partidos gana
ban una renta de $ 2.000 y lloraban miserias para
acumular nuevos sueldos, los diputados comunistas
retiraban sólo $ 800 mensuales para sus gastos. El
resto lo consumía el partido.
He conocido íntimamente a algunos de ellos
y he visto cómo llevan una vida proletaria y difí
cil, en medio de la estrechez del hogar y de las aflic
ciones diarias. Una vez me encontré en un tran
vía con el senador Laffertte y éste se ruborizó al
confesarme que vivía en una casa más o menos có
moda y limpia. Esa casa, sin embargo, habría sido
mala para un escribiente del Senado.
El propio Chamudez, a quien el Partido Co
munista lanzó el cargo de vivir holgadamente y
de habituarse a comodidades burguesas, a penas si
tenía para pagar un modesto departamento en el
centro, y éste fué acaso el más grande delito que
justificó su expulsión.
Cristianos, digo yo: "Por sus hechos los co
noceréis".
Y ellos en general no lucran, ni comercian, ni
gozan de privilegio alguno. Le han robado ya al
cristianismo, no sólo la grandeza humana de su justicia, no sólo la universalidad de su lucha, sino tam
bién esa cosa formidable que había sido hasta ayer
nuestra fuerza y nuestra gloria: el ponerse al ser
vicio de los hombres renunciándose a sí mismos.
HMMBlA.— s
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66 Ricardo Boizard
Ah, el problema es más grave de lo que pa
rece y no tiene sino un dilema: o abandonamos to
dos los egoísmos, las propiedades, los títulos, los
negocios y salvamos la civilización para el esplritualismo cristiano, o los comunistas, valiéndose de
las armas cristianas, echarán abajo este orden cons
truido sobre la fe.
No serán eficaces contra ellos ni los sicarios de
un día que mañana caerán vencidos por la admira-
ción, ni las leyes ni los golpes de autoridad. Ya
lo sabemos eso por la experiencia de los siglos.
¿Qué pudieron los Césares contra los esclavos de
las catacumbas?
Sólo serán eficaces contra ellos unos hombrea
que salgan de la oscura cavidad de su propia alma,
que venzan los prejuicios acumulados por el tiem
po, que renuncien al bienestar de la cultura para
defender la cultura sola sin sus agregados, y que'
se pongan al frente de las masas para resucitar en i
ellas el espíritu, despedazado por la revolución bur- ]guesa y aventado por la Dictadura proletaria.
Esas consideraciones, entre otras, vivían todos
los días en nuestras almas.
Ganar una elección con dinero, imponer el or- ,
den con una ley, combatir la protesta justa con un
carcelazo, ¿puede eso apasionar el espíritu de loa
que han podido medir en sus dimensiones exacta!
el peligro, sin engañarse por el deseo optimista o
por el opio de la digestión satisfecha?
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HISTORIA DE UNA DERROTA 67
Cuando todavía el problema flotaba en la re
gión astral y llegaban los primeros libros bolche
viques y la gran guerra capitalista de 1914 no ha
bía lanzado aún hasta nosotros su oleaje pestilente;cuando las crisis encontraban un pueblo sufrido y
sin instinto, unos dirigentes inertes y sin inquietud,es natural que los cristianos no vieran el peligroni se apresuraran a afrontarlo.
Pero nuestra generación conoció la crisis de
1931.
Llegamos como propagandistas del orden a las
siniestras playas de Tocopilla y un barrio llamado
La Manchuria, presentaba al turista la carne la
cerada del proletariado cesante.
Eramos nosotros los mensajeros del orden y
«líos nuestras víctimas.
¿Cómo se puede echar Evangelio en ese mun
do impenetrable donde no existe necesidad de la
verdad y donde se pide, se implora, se exige y se
amenaza por un hueso y por un pan?Yo lo he visto.
Yo he acompañado en Iquique al Obispo Lab-
bé en su peregrinación por los albergues. La cos
tra de la pobreza impedía el paso de la luz. El
Obispo caminaba dulcemente entre los espectros,
y, cosa curiosa, esos espectros lo amaban, porque
distribuía leche, además de parábolas.Se trata, pues, de luchar en ese campo con
tra el comunismo, contra lo que esos hombres han
creído que es el remedio a su mal. Se trata de lu-
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1
68 Ricardo Boizard
char contra la apariencia de un remedio, contra
una
superstición,contra el talismán del
proletariado.
Vengan a decirme que las sesiones frías y jurídicas del Directorio General Conservador estáo
construidas para rom per la corteza de ese mundo,
Vengan a decirme que los argumentos ponderado*'
y
excesivamente farisaicos del
capitalismosirven
para bañar, alimentar, educar y pacificar a ese pue
blo. Vengan otros a obligarme a disparar contra
él sin que las balas, rebotando en los duros huesos,
se vuelvan contra m i conciencia.
Vengan aún a decirme que los coqueteos
masónicos entibian y aun
apagan
la terrible ho
guera. X
Necios, farsantes, presumidos y politiqueros. '4 ,
En la sementera del comunismo no puede caer
sino una cosa que sea tan vigorosa y humana como
él, más humana y vigorosa que él; que sea tan'l
grande como el dolor, tan fuerte como el odio.¡
Y lo único que allí puede crecer y quitarle campo
es el viejo, el grande, el primitivo cristianismo so
cial.
La lucha de hoy no es el parche en el cata
clismo.
Es la historia de un mundo contra otra hú- jtoria.
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EL NACI3MO
En la acumulación de los antecedentes de lo
que se ha llamado "el triunfo popular" del 2> de
Octubre, no puede faltar, sin duda, un examen de
la fuerza organizada, dirigida y desviada despuéspor el inquietante jefe nacista, Jorge González.
Los orígenes del nacismo chileno hay que bus
carlos en los días caóticos del 4 de Junio, en que
el pueblo recién organizado por un pensamientoserio bajo el partido socialista, no lograba todavía
salir dela horda demagógica ni
contrarrestar
lafronda militar.
Gente venida del viejo ibañismo despótico pe
ro constructivo, del romántico alessandrismo anár
quico pero nacionalista y aun de la reacción ex
trema pero valerosa, se estaba aglutinando frente
al caos en torno a
cualquieraforma novedosa
yaudaz.
Con una página hebdomedaria en "El Impar-
cial", comenzaron los discípulos de González von
Marees a hablar de nacionalismo hermético; recor-
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70 Ricardo Boizard
daron los luminosos días de la vieja patria; unos
se sentían gozosos ante el recuerdo de Portales y
otros enfervorizados con la memoria de Prat. Aun
algunos, que habían sido perseguidos a su vez por la
Asociación de Perseguidos por la Dictadura en los
días de Montero, estaban prestos a cubrirse con un
idealismo que abría sus grandes alas hacia el por
venir y que, apartándose de la concepción del cuar
telazo, se alejaba también de la especulación del ci
vilismo.
Una dosis de combatividad, a la vez que un
grado de fascismo, prudentemente amalgamados,habrían seguramente dado fisonomía de fuerza f ~¡
de vitalidad al partido que nacia. La estridencia
excesiva, la pasión exagerada y el desmedido peli
gro no cuadran bien con la flema bovina de nues-1
tra raza. Estaba mal construido, sin embargo»!González, para dar tales notas en nuestra apagada
sinfonía nacional. Hombre de temperamento fuer-'
te y apasionado, iba caminando a saltos en el es
cenario estrecho del país, y naturalmente, esos sal
to s lo ponían a veces fuera del escenario.
Los hombres maduros y realistas que lo acom- 1pañaban perdieron su fe en él o temieron llegar
hasta las últimas consecuencias.Estas consecuencias, eran, por lo demás, bas- 1
tante ingratas y penosas. Los nacistas disparaban- 1
en la vía pública, provocaban la furia comunista y'
los comunistas disparaban también. De todos los
partidos se puede uno salir por renuncia o por ex-
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Historia de una Derrota 71
pulsión. Del nacismo, ya con excesiva frecuencia,
se salía por asesinato.
Por muy graves que sean los problemas en Chi
le, no son, afortunadamente, todavía tan trágicoscomo en Europa y nuestros políticos saben que no
es preciso morir a cada paso para que esos pro
blemas se resuelvan.
Un país en que las revoluciones terminan, co
mo en tiempos de Dávüa, con una simple retirada
del Presidente a su casa particular y los duelos se
resuelven, como entre Opazo y Rossetti, con un
desayuno de amanecida, un país así no se presta
para constituir un partido a base de héroes. Y por
lo demás, si los héroes consiguen librarse de las ba
las, no se libran en todo caso de la triunfante ma-
cuquería.Otra consecuencia grave tenía el nacismo para
los hombres maduros y era la que resultaba de sus
campañas de difamación. Usando la vieja táctica
de Maquiavelo, los nacistas no
tropezaban en loshechos para enlodar a un enemigo. A veces, por
casualidad, conseguían dar con un gestor. Gene
ralmente, andaban descaminados. Y esto se puede
también hacer en un país extenso, donde millones
y millones de habitantes disuelven los errores como
disolvería el océanouna
mancha de tinta. Peroen
Chile la gente se conoce bien y las cosas se saben
y los escándalos andan de boca en boca y si algún
culpable queda impune, ninguno permanece mu
cho tiempo oculto. Se sabe también quiénes son
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72 Ricardo Boizard
los que no roban ni mienten ni engañan. Resulta,
pues, demasiado patente un error cometido, y ese
error generalmente recae en parientes de un amigo,de un simpatizante o de un correligionario.
De ahí por qué González fué perdiendo en
su camino a mucha gente de primer orden y de
no poca influencia. Era gente de buen criterio que -
no quería morir ni hacerse cómplice de difamación, {
ni enredarse en procesos inútiles y engorrosos.
Le fué quedando un partido de muchachos .'
inexpertos, entusiastas, bravos, pero total y abso- 4
lutamente ciegos.Era gente fanatizada, no sólo por él, sino tam
bién por el tiempo, y más aun, por la vida misma.
Hitler y Mussolini, con sus triunfos, han tomado ,
bajo su comando una parte de la juventud, así co
mo otra la cogió Lenin, y otra Godoy, Joe Louis y ;~
otra también Douglas Fairbancks o José Mojica. jjEstos jóvenes, verdaderos moluscos espirituales que
jviven pegados a sus ídolos, naturalmente se dan en
todas las latitudes y su heroísmo es una especie de jsecreción sublime de la humanidad. Aprovechar Jesa fuerza es ¡dudablemente uña política; pero el
triunfo consiste, no en conseguir acción de una
fuerza que fatalmente actúa, sino en dirigirla a
jnuestros fines.
Y decimos que González von Marees, a pesar
de su gran claridad mental y aun con el retazo de \
partido que le quedó, llegó al fracaso, porque sus
muchachos sirvieron a la postre lo que jamás su
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Historia de una Derrota 73
conciencia ni su credo hubieran osado servir. Prác
ticamente, González organizó una juventud para
alimentar la revolución burguesa y anacrónica del
25 de Octubre, contra la cual se levantaba en ver
dad toda su filosofía inicial.
O sea. Batió el huevo del heroísmo, le echó
sal, lo revolvió y un viejo politiquero se lo comió.
* *
La bala disparada por González von Marees,
el 21 de Mayo de 1938 le originó un proceso re
tumbante y espectacular. Fueron a verle a la prisión los más destacados dirigentes de la izquierda.Comunistas anti-fascistas y democráticos electora
les ponían al Fuhrer criollo en los cuernos de la
luna. Se hacían solidarios de su actitud y aparecíanante la masa compartiendo un pedazo de la fama
policial del jefe naci.
Este, desde la prisión, acaso convencido de que
podría después aprovechar a su favor la corriente
frentista que le ensalzaba, hizo una declaración a
la prensa que es, quizás, la mayor audacia que un
político haya cometido en nuestro país.
Dijo tranquilamente ycon
el mayor desparpajo:
"No tenemos absolutamente ninguna conco-
"
mitancia con los llamados fascistas europeos, ní"
espiritual ni mucho menos material. Nuestro
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7174 Ricardo Boizard-
"
movimientotampoco
se
identifica ideológica-"
mente con el fascismo."
O sea, la media vuelta completa y definitiva.
Ellos habían tenido tanta concomitancia con
el fascismo que en 1933, el Jefe nacista se dirigíacon estas palabras a la Milicia Republicana:
"El movimiento nacional-socialista auspicia"
fundamentalmente el reemplazo del actual Es-"
tado nacista o fascista."
Habían confundido en tal forma su ideología j
con los movimientos similares de Europa, que en <
1937, frente a la Revolución Española, exclamaba |
el Jefe nacista:"A esas mismas derechas que hoy pugnan por
"
aplastar a cualquier precio al nacismo, les recor-
"
damos el caos de la España de Gil Robles, donde ;
"
también el movimiento fascista (como en Chile),
"debió sufrir la hostilidad enconada de los Parti-"
dos de Derecha. Sin embargo, hoyvemos en
"
aquel país a los perseguidores de ayer asilarse en
"
la fe fascista como en la única fuerza capaz de"
imponerse sobre la barbarie roja desencadenada ;"
en la Madre Patria."
¿Para qué seguir?Era tan monstruosa la contradicción en que
se incurría, era tan desatentada la táctica, que nos
parece que ese mismo día se acabó para siempre en
tre nosotros el fascismo, y, por lo menos , bajo la
consigna de Jorge González, es muy difícil que se
levante otra vez.
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Historia de una Derrota 75-
Lo que'no quiere decir que la potente per
sonalidad de González von Marees vaya a dejarde aparecer en argún sitio de futuros aconteci
mientos.
Muerto el fascismo o no , la verdad es que el
caudillo de la calle Huérfanos continuó sus aven
turas, cada día más espeluznantes, a través de to
da la jornada electoral. En una ciudad de un mi
llón de habitantes, a pesar de las contradicciones
en que se incurra, no es difícil que una colectivi
dad sobreviva por algún tiempo, aun cuando no
sea sino para llenarle la vida a un grupo de mucha
chos aficionados a las novelas policiales.Y sobre todo, no es difícil que sobreviva cuan
do la alimentan desde afuera los humos de una cam
paña presidencial.
Jorge González, indudablemente, no buscaba
el triunfo frentista. Su finalidad era. servir la can
didatura de Ibáñez. Sería él su Ministro del Inte
rior y lo manejaría a su amaño.
Ibáñez miraba con ojos desconfiados este jue
go, pero no con malos ojos. Era el momento en
que cada uno pensaba comerse al amigo y, natu
ralmente, procuraba engordarlo para el sacrificio.
González von Marees coqueteaba con Aguirre
Cerda. Este con los nacistas y con Ibáñez. Ibáñez
con los radicales y los comunistas. González Vi-
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76 Ricardo Boizard
déla con los comunistas y con Ibáñez." Sucedía allí
lo que en los "Viajes Morrocotudos" de Pérez Zú-
ñiga, en que el explorador invitado a comer por los
antropófagos no sabía si terminaría el festín en ca
lidad de visitante o de potaje.Los radicales, con su candidato frentista, no
se sentían bien. Juan Antonio Ríos, que ya no tra
bajaba para Ibáñez sino para él, encontraba las co
sas cada dia peor. Consideraba que los militares
no se calentaban con el candidato y llegaría el mo
mento de la votación sin ninguna garantía pata
los opositores. Habría sido mejor, quizás, cambiar
le por un hombre que atrajera las fuerzas ibañis-
tas, que hubiera tenido amistad con Ibáñez y hasta
que hubiera creado, en cierta forma, un Congreso
termal en la Dictadura. La buena táctica le acon
sejaba no decir más, pero hubiese agregado que el
candidato necesitaba ser un hombre de pantalones,
y los pantalones, desde tiempo atrás, no los usaba
sino él en el Partido.
Aguúrre Cerda viajaba. Se producían los he
chos más tremendos. Gabriel González abofeteaba
a Salas Romo en la Cámara y caía vendido sobre la
roja alfombra. No importa. Los telegramas de
cían que Aguirre Cerda pasaba por Ruca-Pequén,Se disolvían sindicatos obreros. Aguirre Cerda
llegaba a Curepto.
Una huelga ferroviaria en perspectiva. No im
porta. Aguirre Cerda seguía a Vichuqitén y pasa-
¿a por Hualañé.
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Historia de una Derrota 77
Enérgfca. protesta de la asamblea radical por
la expulsión de un empleado. En ese momento
Aguirre Cerda iba llegando a Curicó.Los huasos de Camarico, los viñateros de Cob-
quecura, los boteros de Tomé, le ofrecían sendas
manifestaciones populares.Pero en Santiago sabían que si Ibáñez o la co
rriente ibañista no los apoyaba, el cohecho resol
vería la elección.
Un grupo de ibañistas, encabezado brillante
mente por Ricardo Latcham y alentado por seme
jante panorama, comenzó a organizar lo que du
rante poco tiempo subsistió bajo el nombre de
Alianza Popular Libertadora. En realidad, aquellono tenía otro objeto que hacer aparecer a Ibáñez
sostenido por otra cosa que no fuese sólo el inci
piente nacismo,Ricardo A. Latcham había puesto su dialéc
tica y adjetivación al servicio de tal movimiento
sintético y se comenzaba ya a hablar del Genetal
de la Victoria, como también a decir que mientras
Aguirre Cerda visitaba los pueblecitos, Ibáñez re
corríalos cuarteles.
Tomaba cuerpo también una leyenda que con
el tiempo resultó verdadera. Se hablaba de un se
ñor Ariosto Herrera acaudillando a los militares.
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"*!%
Ricardo Boizard
Jorge González, naturalmente, fb podía dejar de sentir apetito ante tal rumor. Veía que por
el camino normal iba a llegar un momento en que
la candidatura frentista quedaría perdida en los
andurriales del sur.
No parecía lo suficientemente fuerte la posi
ción de un hombre que pretende luchar contra un
pirata desde los andenes del ferrocarril. Sin un
cambio de la situación, sin un hecho que violentara
las cosas y sacara a la izquierda del pantano, triun
faría Ross y los antropófagos terminarían por ser
devorados en conjunto.
Sólo así se explica que el jefe nacista, en con
comitancia o no con su candidato Ibáñez, haya pre
parado la bomba de Septiembre, perfectamente
arreglada para caer sobre Aguirre, pero que ]
la fuerza del destino cayó precisamente sobre 1cabeza de Ibáñez,
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E L 5 DE SEPTIEMBRE
Alguien ha dicho que el 5 de Septiembre es
la causa precisa de la victoria frentista. Es esta la
verdad, pero el í de Septiembre no es una callampasolitaria.
Es la resultante indispensable de numerosos fe
nómenos anteriores;, es la enfermedad largamente
preparada por unos y por otros. Producida ésta,
no había sino cortarla, pues sus consecuencias hu
biesen derrumbado toda la vida más o menos cons
titucional del país.En efecto, Ibáñez y el nacismo fueron incon
cientemente utilizados por las fuerzas políticas que
se disputaban el poder.Un día el Gobierno presentaba al Ibañismo
como responsable de todas las fechorías imagina
bles y, por cierto, le devolvía beligerancia.
Otro día la oposición amenazaba con Ibáñez,
confesaba claramente sus concomitancias con él,
buscaba alianza con los elementos dictatoriales y,
naturalmente, aceptaba las soluciones de violencia
que estos, implícitamente,- pudieran ofrecer.
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80 Ricardo Boizard
Los que confesaban su fe democrática con los
labios, los que abominaban de la violencia en lo s
discursos, parecían unánimemente resueltos a usar
de la violencia para defender la democracia, o lo
que ellos llamaban la democracia; para defender,en verdad, un interés o una ambición bajo la fal
sa máscara.
En cierta ocasión, Juan Antonio Ríos en la
Cámara lanzó un libro sobre la cabeza del Minis
tro del Interior. Quiso la casualidad que ese libro
fuera precisamente la Constitución Política del Es
tado. El enemigo del civilismo y la democracia Ha
bía dado un símbolo a los
hipócritasde la consti-
tucionalidad.
Desde ese día la Constitución Política se uti
lizaba, ya no para defender los derechos o para im
poner la autoridad, sino para lanzarla con todoK^
peso sobre el adversario.
Nadie de la oposición protestaba por sus con
comitancias con los dictadores. Nadie, sólo nosotros,
en el gobierno, protestábamos por los abusos de la
autoridad.
Era grave, sin duda, que la oposición usara
de violencia. Pero más grave aun nos parecía que
la violencia atropelladora y arbitraria surgiera del
Gobierno. Un Gobierno debe ser indudablemente
fuerte, y si siempre lo acompaña la ley, es más fuer
te todavía.
Cuando Alessandri, desentendiéndose del vere
dicto de la justicia, incineró la Revista Topaze, no
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Historia de una Derrota 81
robusteció su autoridad, sino, por el contrario, la
debilitóante
el país.Desde el alto sitio oficial de
su Gobierno, bajó a la arena candente. Dio segu
ramente un rudo golpe transitorio a sus enemigos,
pero desde ese día promulgó como ley de la República el que se podía usar de la violencia y los ¡ba
ñistas y nacístas, que hasta ese momento habían
usadode
ella'
subrepticiamente y temerosos,en
traron al comercio humano de la política, tuvie
ron públicamente voz y voto y sacaron del fondo
de su escondido baúl para el uso de todos una pro
hibida llave ganzúa: la violencia.
Comenzaba a imponerse en la política una co
sa
que yano es la
ley reguladora y justa,sino e!
instinto; el instinto con todas sus brutalidades y
salvajismo, con sus demasías grotescas y pueriles.González von Marees injuriaba en las asam
bleas públicas al Presidente, calumniaba a sus M i
nistros y partidarios. La izquierda miraba su in
terés inmediato y
aplaudíacon frenes!.
Alessandri incineraba Topaze. La Derecha sa
boreaba el bocado y presentía que , por ese cami
no, la fuerza sin ninguna limitación estaría al ser
vicio de sus propósitos electorales.
La Alianza Popular Libertadora preparaba un
homenaje a Ibáñez. La izquierda proporcionaba su
prensa y sumaba sus aplausos.Salas Romo atropellaba el fuero parlamenta
rio y tomaba la responsabilidad del apaleo de dos
diputados. La Derecha comentaba gozosamente ln
HfSTOíli .— i-
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Ricardo Boizard
situación y daba patente de legalidad al Ministro.Después de los vergonzosos sucesos del 21 de
Mayo, las izquierdas, ya lanzadas por el camino
franco de la revuelta y sin prever las consecuen
cias que pudiera algún día provocarles el monst ruo
so desatino, llegaban a la Cámara acaudilladas por
González von Marees y éste declaraba solemnemente que en lo sucesivo marcharían unidos de
mocráticos y nacístas, bajo lo que él llamó gráficamente "el signo de la pistola".
Me imagino yo que en esos días turbios y de-
menciales de 1938, el espíritu democrático de que
tanto se alardeaba por izquierdas y derechas no
existía ya sino en unos pocos corazones, cuya voz
cada día se sentía más apagada por los acontecí'
mientos.
Gran parte de la Derecha no miraba ya en
la democracia su salvación. Franco estaba a lai
puertas de Madrid ya
los rossistas les comían lasmanos por hacer otro tanto con su capital. Hala
gaban al Ejército, financiaban toda clase de pro- 4
yectos de armamentismo y procuraban estrechar'
cada día mayores lazos con el Cuerpo de Carabineros.
La
Izquierda, porsu
lado,estaba
dominada,en su ala moderada, por el ibañismo dictatorial yen su ala extrema por el comunismo antidemocrático.
No puedo yo olvidar a Gabriel González cómo hablaba de la simpatía de Ibáñez, con qué ter-
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Historia de una Derrota 83
nura se expresaba de los comunistas y, después de
sus tinterazos en el hemiciclo, cómo buscaba paz
para su espíritu conturbado en la compañía aba
cial de González von Marees y de Contreras La-
barca.
¿Creía en realidad Gabriel González que tan
democráticos amigos iban a seguirle muy lejos en
sus ilusiones republicanas? Tengo la impresión de
que, si no lo creía, por lo menos veía la utilidad
de aparentarlo, y además, pensaba, como en mu
chas ocasiones me lo confesó, que los comunistas
chilenos eran distintos de los rusos y que los nacis-
tas de Jorge González no se inspiraban en los or
ganizadores de putchs.
De lo que se deduce claramente que nada de
eso es verdad, sino que solamente los radicales chi
lenos son la misma cosa que los radicales de todo
el mundo.
Vivían ellos la
trágica amalgamade su inde
cisión y de su ambición a todo trance. Vivían," so
bre todo, la desorientación de las decadencias his
tóricas. Partidarios de la democracia, por lo me
nos al través de la ecuación programática, el ve
neno dictatorial se les metía por todos los poros y
conseguía generalmente dominarlos.
JuanAntonio
Ríos, radical, era un leader ibañista. Justiniano So
tomayor, radical, era célula comunista. Y hasta
había lo que se llamaba "los radicales Pilóla", fran
ca y decididamente rossistas.
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"
1Ricardo Boizard
Gabriel González tenía que moverse en todas
las latitudes de la política inmediata y de la doc
trina trascendental. Tenía que juntar en un solo
haz, bajo el aparente signo democrático, a tan con
tradictorias personas. Y como resultaba más senci
llo unificar a los hombres en torno a un interés,
que a las ideas en torno a la unidad ya despedan?Jda por el tiempo, consiguió lo primero, pero no \m
segundo. Todos los radicales se juntaron en torno
a Aguirre Cerda, pero cada uno llevaba bajo eiH
poncho su respectivo puñal.
Mientras los radicales civilistas pretendían coa
ducir las cosas a una solución democrática y repu-'
blicana, los otros, o por mejor decir, la inmensa ;j
mayoría, trabajaban en llevar las aguas a
alguo*|dictadura, a la nacista, la comunista, la ¡bañista, 0|en último término, a la rossista, dando la razón
con sus excesos a los elementos dictatoriales de la
derecha. iDon Rafael Luís Gumucio, en esos días, co- i
mentaba con nosotros la situación y constataba queJ
todos, a una voz, parecían resueltos a destruir lljdemocracia. Las izquierdas buscaban la revolució*
porque las derechas querían dictadura. Y fuerte!
elementos de la derecha buscaban dictadura pO"
que las izquierdas amenazaban con revolución
Hemos hablado del í de Septiembre en lo qoltuvo de golpe revolucionario. Pero debemos agre-]
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Historia de una Derrota 85
gar que en lo quea
la represión se refiere, tambiénlas cosas estaban preparadas para que sucediera !a
terrible masacre que dejó sumido al país en un abis
mo de perfidia.
Muchas veces he pensado que la sola aprobación
de la acusación contra Salas Romo el 21 de Mayo de
1938 nos habría librado de esa represión criminal.
¡Qué significó para el carabinero aquel episodio?
Significó simplemente que el gobierno acep
taba y aplaudía su manera de actuar. Significó que
se debía proceder con crueldad ante la oposición.
Significó también que había un sutil procedimiento jurídico para liberar de toda culpa al carabinera
cuando procede. Y ese era el instaurado tan ma
ravillosamente por la mente abogadil de la derecha
en el más farisaico de los procesos públicos que se
hayan ventilado en el país.
Ya lo dijimos en páginas anteriores.
El delito cometido por un jefe de carabineros
no es tal, si ha obedecido órdenes de sus superiores. Caso de que éstas órdenes provengan del Mi
nistro del Interior, o de cualquiera autoridad con
responsabilidad ante el Congreso, basta con que es
ta autoridad tome la responsabilidad del caso para
borrar la culpa del jefe delincuente.
Y basta con que el Congreso apruebe un voto
político a favor del Ministro para que toda huella
de responsabilidad desaparezca, para que no haya
delito, para que la culpa se disuelva y para que la
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86 Ricardo Boizard
sangre cruelmente derramada no tenga nadie en la
tierra a quien clamar.
Nunca los hechos históricos se producen aisla
damente y sjn un punto de referencia anterior. To
da cosa grande, todo acontecimiento macizo que
marca lindes en los pueblos tuvo siempre una cuesta
más baja por donde subieron las pasiones hasta He-
gar a la cumbre.
El 21 de Mayo de 193 8 es la primera etapa
del 5 de Septiembre.No son, sin duda, las mismas personas las que
actúan; no son tampoco las mismas circunstancias,
pero el hecho central de la crueldad es el mismo
y quienes la practicaron sabían ya que bajo aqud
gobierno se podía ser cruel sin sanción alguna. Aun
más, aquellos hombres simples y llanos que actua
ron el S de Septiembre creyeron que se debía ser?
cruel.
Proyectemos estas consideraciones sobre lo)
hechos.
El Domingo 4 de Septiembre, después de un)
larga etapa de rumores y de misteriosos trajines en
que González von Marees no aparecía por la Cá
mara, la Alianza Popular Libertadora celebró un
mitin para conmemorar el aniversario de la revo
lución militar de 1924.
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Historia de una Derrota 87
Fué
presidido por Ibáñez, Latcham,Gonzá
lez von Marees, Tobías Barros, etc.
Un mitin ¡bañista era desde luego una novedad
en el país. Nadie creía que el ibañismo pudierasalir de pronto a la palestra por simples objetivosde propaganda y se pensaba que de allí a la Mo
nedano habría
sino la distancia que toleraran losmiHtares comprometidos.
Tobías Barros acaudillaba de afuera a los de
adentro. Aparecía éste en la política como un mi
litar vestido de civil y sus actuaciones se entendían
como representativas de una parte de la voluntad
militar.Había para tener cuidado y curiosidad en esos
momentos.
Un grupo de amigos, que nos reuníamos ese
mismo día en un gran almuerzo estudiantil de la
Universidad Católica, fuimos a divisar desde lejosel desfile
paratomarle el
pulsoa la
ya famosa ydiscutida Alianza Popular.
Una larga columna de gente avanzaba por la
Avenida Matta. Una no menor cantidad de cu
riosos veía pasar a los ¡bañistas y nacistas, como si
se hubiera tratado de gente recién salida de un soca
vón. No estaban todavía en el Frente
Popular yabominaban de la derecha. Era un conjunto abi
garrado de gente que ni carecía de cuello ni lo
llevaba almidonado. Gente intermedia, casi pudié
ramos decir la provincia volcada en la capital,
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88 Ricardo Boizard
En todo caso, cualquiera que fuese la condición de esa gente, aquello constituía una fuerte
manifestación popular. En las avenidas del ParqueCousiño nos encontrábamos con grupos de espec
tadores y todos coincidían en la misma apreciación.
Esono era
quizás un mitin monstruo, pero síun
grave síntoma.
El mitin se desarrolló con discursos amenazan
tes. Se habló de revolución y de fuerza. Se habló,
incluso, de la participación del Ejército. Pero b
tibia tarde primaveral terminó sin que se hubiera
producido otro hecho grave que la ceguera de unos
cuantos hombres de la derecha empecinados en ne
garle importancia a la Alianza Popular.Los diarios oficiales, al día siguiente, infor
maron que un pequeño grupo de manifestantes ha
bía tratado de impresionar con su fuerza sin lo
grarlo.¡Qué tranquilidad para los lectores de esos dia
rios y para el país!
Iba yo caminando a las docey
media de ese
día, precisamente por la calle Agustinas al llegara Morandé, cuando un alto empleado de la Caíade Ahorros, cuyo nombre en este momento no re
cuerdo, me dice que acaban de asaltar el edificiodel Seguro Obligatorio y que un carabinero había:ido asesinado por los asaltantes.
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Historia de una Derrota 80
Hasta ese momento se creía que los móviles
del asalto eran el robo.
Un tumulto, cada vez más espeso, se formaba
en torno a las puertas del Seguro Obrero. Avanzo
hacia la calle Moneda y veo venir un muchacho
pálido en manos de dos carabineros. Seguí en di
rección a El Diario Ilustrado para conocer mayores
detalles y para asistir a la reunión vespertina de
redactores, pero ya en la esquina me encontré con
numerosas personas enteradas en parte de la situa
ción.
—Se trata de un asalto nacista y seguramente
vienen detrás los multares.
Tropa de carabineros había sitiado ya la Caja
y parece que pretendía descerrajar las puertas ce
rradas por los asaltantes.
Después de largos minutos de silencio y de es-
pectación sonaron disparos en el interior del edifi
cio. Una muchedumbre venida de no sé dónde pre
cisamente a la hora en que todos van a almorzar
estaba juntándose cerca de la Moneda y los cara
bineros optaron por desalojar los sitios de mayo t
importancia estratégica. A medida que los cara
bineros actuaban fuimos avanzando los curiosos , y
desde lejos mirábamos el teatro de los sucesos sin
comprender una palabra de lo que estaba ocu
rriendo.
Cerca de las dos de la tarde llegué a mi casa
para tranquilizar a los míos. Las calles estaban lle
nas de noticias y de agitación. Una multitud in-
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90 Ricardo Boizard
quieta corría por todos lados y de vez en cuando
se escuchaban a lo lejos los característicos y secos
estampidos de las carabinas.
El teléfono zumbaba a cada momento. De to
das partes daban o pedían noticias.
Entretanto, frente a nosotros y sobre los te
chos se divisaba a lo lejos algo inmóvil y negruzco
de donde partían los inquietantes disparos: lo que
se llamó la Torre de la Sangre.
Después de almuerzo y dejando todo prepa
rado para cualquiera emergencia revolucionaria, sa
lí en dirección a la Cámara, donde la sesión debía
iniciarse a las 4, como de costumbre.
Con el objeto de pasar previamente por la casa
de don Rafael Luis Gumucio, seguí por la calle Ri-
quelme para continuar por Compañía. Me encon- \tré de improviso con Ladislao Errázuriz Pereira,
que tan ignorante como yo de los sucesos, detuvo- '|su automóvil para indagar noticias. Continúame* ]juntos en lo mismo, pero la verdad es que a esa
J
hora no habíaen
todas partes sino la más turbiaincertidumbre.
Nos fuimos a la Cámara. Al entrar, me se
paré de Ladislao y fui directamente a nuestra salade trabajo, donde me encontré con el diputado ra
dical ¡bañista de ese tiempo, mi querido amigo dofl :
Emiliano Bustos.
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Historia de una Derrota 9 1
Habían llegado tan allá las pasiones en esos
días, que un hombre tranquilo, serio y ecuánime
como Emiliano Bustos, me recibió con las textuales
palabras que siguen:—Vea usted. Estas son las gracias del León.
Organiza un complot para justificar la interven
ción electoral y para anular a Ibáñez.Inmediatamente le rebatí diciéndole que, por
muy seductor que fuese Alessandri, no parecía que
unas cuantas personas, incluso el carabinero asesi
nado, aceptaran morir para servir su capricho. Le
pedí que meditara y que esperáramos juntos los
acontecimientos.A las cuatro y cuarto de la tarde supimos algo
de lo que había sucedido.
Unos cuantos nacistas habían organizado un
pustch. Se habían apoderado de la Caja de Seguro
Obligatorio y de la Universidad, parapetándose allí
hasta que los dominó la policía.Se hablaba de muchos muertos entre amotina
dos y carabineros. Nadie conocía detalles precisos,,
pero se sabía sí que ya la revuelta estaba sofocada.
A la sesión llegaban diputados de todos los co
lores políticos, incluso ibañistas y nacistas. Venían
tan
ignorantescomo nosotros
detodo.
Esose
veíaa primera vista y de ahí por qué el complot, en
el primer momento , aparecía con caracteres ex
traordinarios de misterio.
Se sabía desde luego que no era Alessandri el
organizador de su propio asalto, como lo pensó de
buena fe Emiliano Bustos; y. que no era tampoco
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el Frente Popular el asaltante, como lo creían al
gunos que confiaban más de lo necesario en la va
lentía frentista.
Nadie a esa hora sabía nada de la masacre ni
de sus horrendos pormenores . Todos parecían reac
cionara una
voz, espantados por las consecuencias,en contra de los organizadores del pustch. Les re
pugnaba el acto a las derechas por estar dirigidacontra el Gobierno. Les repugnaba a las izquierdas
porque con ello se justificaría la intervención. Y
parecía repugnarles también a los íbañistas, porque
su
candidato figuraba envueltoen una
aventura
pueril.
Todos, sin embargo, ese día, estaban ya pen
sando en la mejor manera de sacar partido del pustchy casi llegaron a un acuerdo para no hablar nada
de él en la sesión.
Elacuerdo
se
desbarató porque nosotros,a
quienes sólo interesaba el mantenimiento del or
den legal y la defensa de las instituciones, creímos
.necesario decir que desde luego condenábamos el
atentado.
Manuel Garretón habló en la Cámara a las
cuatro y media de la tarde del í deSeptiembre
en
defensa del régimen constitucional y don Humber
to Mardones ingenuamente preguntó per qué no se
cumplía con el compromiso del silencio.Silencio. ¿Y para qué el silencio?
¡Ah, los cuervos de la política veían cadáveres y había que pensar con tranquilidad en la ma
nera de devorárselos!
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Historia de una Derrota 93-
Comí esa noche en la casa de Gumucio y aun
que hacía varios meses que estábamos apartadosde la Moneda, creímos que en esa oportunidad, en
que el régimen atravesaba por una crisis cuyos de
talles desconocíamos, había que visitar al Presi
dente.
Fuimos a la Moneda y divisamos la mesa pre
sidencial llena de comensales. Naturalmente, la lar
ga familia del Presidente estaba allí reunids en el
momento del peligro.Vimos al General Novoa, a Waldo Palma, Sa
las Romo, el General Amagada y varios más. Ales
sandri estaba esa noche verdaderamente locuaz.
Después de un día en que todos los disparos y los
peligros gravitaron sobre él y sobre los suyos, ese
hombre permanecía sereno y hasta rejuvenecido.Hablaba de que si los nacistas hubieran lle
gado hasta su casa les habría recibido a balazos, y
sólo muerto, le hubieran podido coger. Lo que de
cía no era una exageración. Durante todo ese día
estuvo dirigiendo la sofocación del conato y en
ciertos momentos se le vio a cielo razo sin temor a
los proyectiles ni al peligro.
Los que después han pretendido suponer que
este hombre valeroso y firme de esa noche tuvo la
iniciativa de dar la orden fría y premeditada de
matar a los prisioneros habrían necesitado sólo ver
le así para desvanecer toda sospecha. Era un hom-
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94 Ricardo Boizard
bre después de la acción contra fuerzas desencadenadas y no después del crimen.
El crimen lo hubiera tenido envuelto en una
penumbra de silencio; le hubiera impedido comer
con sus hijos y sus nietos, unos muchachitos que
vagaban curiosamente entre la concurrencia agi
tando sus bucles rubios. Habría estado recluido en- ,
su cuarto, en el escritorio, en cualquier sitio aisla-
Jo, o en todo caso, lejos de allí.
El hombre que yo vi esa noche no ha dado la
orden que se dio esa tarde.
Si yo hubiera conocido a esa hora los detalles ,]de la masacre , que sólo fui escudriñando mucho íj
después, seguramente habría descubierto al autor.
Quién ha ordenado fríamente la muerte de gente
indefensa, quien la ha visto caer y retorcerse en la iagonía, debe tener algo en el rostro, una huella en
los ojos, cualquiera cosa torva y fría, pero en todo 1
caso no esa abierta y sincera voluntad de defen- ,
derse.
No negaremos que Alessandri esa noche dejaba de sentir una dilecta satisfacción. Y ésta con-
'
sistía en que Ibáñez había sido atrapado por la po- ,
licia.
—Lotengo, lo tengo ya en mis manos , excla
maba con fruición.
Fernando Alessandri nos dio detalles de la re
friega.Su versión era la misma de los primero» días:
la versión oficial. Cuando los muchachos estaban
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Historia de una Derrota 95
rendidos, alguien disparó contra los carabineros y
éstos se defendieron.
— ¿Cuántos muertos entre los amotinados?—
preguntamos con curiosidad.
Se nos dio una cifra espantable, que no es pre
cisamente la que resultó después. Nadie sabía nada
con seguridad en esa noche.—
¿Cuántos carabineros muertos?Se nos habló del carabinero Salazar. Eso ya lo
sabíamos. Pero ¿quiénes más?
Se pidieron listas. Aparecían heridos, pero no
muertos. ¡Cosa curiosa!
Salimos con don Rafael Luis de la Moneda. Al
pasar frente a la Caja de Seguro Obligatorio, unos
grandes furgones cargaban a los muertos. Aquelloera lóbrego y triste. Don Rafael Luis hizo un ges
to de repugnancia.
Después de largo silencio, le hice notar la cu
riosa circunstancia de que no hubiesen muerto ca
rabineros en la refriega.Gumucio estaba tan lejos de imaginar siquiera
la masacre; había tanta distancia entre su espíritu
y la vaga enunciación de esa sospecha, que inmedia
tamente me contestó:
—Es que ocultan, sin duda, el número de ca
rabineros muertos para no alarmar.
Seguimos én silencio. Había en las paredesunos letreros amenazantes. Eran alusiones al Go
bierno, eran vaticinios odiosos.
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96 Ricardo Boizard
Mientras don Rafael Luis me advertía que era
imposible mantener mucho tiempo esa situación
aguda de tirantez política en que ambos bandos se
habían colocado, yo continuaba obsesionado por el
problema de los muertos.
—¿Y si fuera verdad la versión de que no hay
,
ningún carabinero muerto en el combate?
—Ah, me dijo vivamente don R.afael Luis. Eso
no sería combate, sino masacre.
La palabra "masacre" venía a nuestra mente
con excesiva facilidad. Detrás de cada considera
ción nos asaltaba. E ra aquello como una adivina
ción en la noche, bajo la tristeza del presentimien- "¡
to, bajo la angustia de una desconfianza mortífi- i
cante. i
Al día siguiente, la prensa de izquierda fué
censurada en todo lo que se refería a los hechos del
Seguro Obrero. Sólo en "La Hora" se publicaronalgunas versiones extrañas y sugestivas.
Pero era tan difícil creer. Era tan monstruo
so creer . . .
A falta de diarios, la gente murmuraba. Lo!
prisioneros de la Universidad, una vez rendidos, habían sido llevados donde sus compañeros y muer
to s con ellos. Sólo cuatro salieron con vida.
¡Qué peso, qué mortificación la de esas ho
ras de incertidumbre!
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Historia de una Derrota 97
Los muchachos de la Falange, muchos de los
cuales habían conocido en la Universidad a los amo
tinados, nos proporcionaban detalles que tratába
mos de aminorar.
Rossetti, tomando la defensa de los ibañistas,
pintó en la Cámara un cuadro horripilante que
más atribuíamos a su imaginación dantesca que a
la realidad. Recordó que Ibáñez habia renuncia
do después de la muerte de Pinto Riesco. Ahora,sin embargo, se había masacrado a 63 muchachos.
No podía ser, y sin embargo, las circunstan
cias y los pormenores acusaban.
^ Tan sincera había sido hasta ese día la credu
lidad de los hombres más cercanos a Alessandri;tan desconocedores eran ellos de los detalles de la
represión, que el 7 de Septiembre, Eduardo Moore
pronunció en la Cámara un discurso violentísimo
contra los amotinados y sus instigadores.A los pocos días volvió a hablar y ya las co
sas que flotaban en el ambiente dulcificaban su
tono.
Jorge González von Marees confesó de planosu delito, en una carta patética, y se entregó a la
justicia.Sí, nos decíamos nosotros, el hecho central es
ese delito. El hecho central es el atentado contra
el régimen constitucional. Pero, en las calles, en
HlsToaü.— 1
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los salones, en los comentarios íntimos. . . ¿y esos
muertos?
Después, a empellones, a pesar de la censura,
con la fuerza de las verdades incontrarrestables,con ese grito inaudible que la sangre tiene y que
acaso sube de las raíces de la tierra a nuestra pro
pia sangre, se fué conociendo, se fué imponiendo la
verdad, la más atroz y desconsoladora verdad que
hayamos conocido los hombres que, por servir a
un gobierno con lealtad, nos olvidábamos de una
tremenda lealtad con las víctimas.
¡Cuánto endurece la política y cuánto en
gaña!
Declaro firmemente que si hubiera conocido
con certeza todos los detalles que en esos días pre
sentíamos y que nos obligaban a desconfiar, nues
tras intemperancias con la derecha, nuestras in
comprensiones por su actitud y nuestros obstácu
los a su propósito represivo, habrían sido mil veces
mayores que lo que fueron y habríamos quizás ei-
perímentado en ese instante una evolución trágica,
He aquí la verdad. .■)Por orden de Jorge von Marees, quien fragua- 'i
ba una conspiración militar de la cual sus subor- '
dinados darían el primer paso, el J de Septiembre ja mediodía dos grupos de nacistas entraron arma-
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Historia de una Derrota 99
dos a la Universidad de Chile y a la Caja de Se
guro Obligatorio.Los de la Universidad encontraron a dos o tres
empleados, como1 también al rector don Juvenal
Hernández, a quienes dejaron detenidos en sus res
pectivas Oficinas. En seguida cerraron las puer
tas y se parapetaron en el edificio.
Los de la Caja de Seguro Obligatorio fuerondetenidos por el carabinero Salazar, a quien mata
ron de un tiro en la puerta del edificio, cerrándola
después con llave. Empleadas y empleados que aun
no salían de su trabajo fueron llevados como rehe
nes al último piso, y allí los amotinados organizaron
el cuartel general de las operaciones. Tan pre
parado estaba todo, que allí montaron un receptor
especial que de tiempo en tiempo trasmitía lar ór
denes del Jefe, instalado en la ya famosa radio
Pitón.
Un doble tubo con escalera y ascensor comu
nica los doce pisos de la Caja ya
los amotinadosles fué fácil impedir la llegada de los carabineros
hasta el sexto piso, donde se corta el ascensor prin
cipal para continuar en otro sitio hacia arriba.
Los carabineros, entre tanto, habían entrado
ya a los primeros pisos del edificio, donde llegaban
las bombas que al través del tubo delascensor
lanzaban los amotinados desde arriba.
El Coronel González Cífuentes ron sus hom
bres alcanzaron el sexto piso, pero de allí no pu-
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dieron seguir hacia arriba. La posición adoptada
por los nacistas era casi inexpugnable.Grupos de carabineros disparaban a las venta
nas superiores desde la plaza de cemento, y uno de
estos disparos alcanzó al joven Gallmeier, único na
cista que murió combatiendo y a quien la bala atra
vesó la parte superior del cráneo.
En la Universidad estaban sucediendo otros
hechos a esas mismas horas. Tropa del Ejército dis
paró un cañonazo contra la vieja y pesada puerta
principal, y por el boquerón abierto, entró fuerza
de carabineros al mando del mayor Guerrero.
Los amotinados, al ver que el Ejército con cu
yo apoyo contaban se volvía contra ellos, compren
dieron la necesidad de rendirse y fué así como *a-..»
lieron conducidos por los carabineros de dos en dosj
hasta la calle. JAllí se les allanó con fiereza. Tres de ellos j
fueron golpeados a pesar de las garantías ofreci
das. Se les volvió a poner en fila y se les obligó a i
seguir por la Alameda hasta la calle Morandé y en
trar por esa calle en dirección a la Prefectura del
Tránsito.
En el momento en que pasaba la miserable ca
ravana frente a la casa particular del Presidente, '{
salía de allí el General Amagada, quien, al verla,preguntó con su habitual dureza:
—¿Quiénes son y dónde van éstos?
Se le hizo presente que eran los rendidos de la
Universidad. U n sobreviviente de la masacre, el na-
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Historia de una Derrota IO í
cista Montes, ha declarado después que el GeneralAmagada murmuró al saberlo:
—A éstos, hay que liquidarlos . . .
Numerosas fotografías que se les tomó en el
camino, acusan la terrible depresión de aquellosmuchachos. Van con los brazos en alto, temerosos
y pensativos. Sus pobres ropas se agitan con el vien
to frío de esa tarde y sus espaldas rozan la punta
de las carabinas con helada intuición.
Frente al edificio del Seguro, un muchacho al
to y rubio mira hacia arriba a sus compañeros que
combaten. Es la última vez que mirará hacia arri
ba, es el último día de mirar, de querer y de tener
esperanzas. Otro, de la cara huesuda y enjuta, na
da mira ni desea ya. Van algunos como despavoridos ante lo imprevisto. Piensan en la prisión, en
la muerte quizás. En la crueldad humana, no
piensan.
Al llegar al edificio de la Línea Aérea Nacio
nal, o sea, en Agustinas con Morandé, un emisario
los detiene y trasmite la orden de volver atrás. Au
tomáticamente, la columna gira. Los fotógrafos
persiguen a los muchachos hasta la puerta de la
Caja de Seguro. Los últimos fogonazos recogen to
davía entero lo que van a despedazar adentro.Se les empuja para que vayan de prisa. Una
lleva sangre en el rostro y parece desmayarse. Otro
mira con impavidez. A todos, inexorablemente, se
los va tragando la puerta.
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Pero ¿no estaban rendidos? Aun así, se les v«
a obligar a combatir o a parecer combatiendo. Vtft'ia servir de emisario y de parapeto,
El mayor Guerrero les ofreció seguridad para
que se rindieran. Pero más que un mayor es un
coronel, y más que un coronel, un general, y más
que un general, quién sabe. ¿Había que dictar una
ley de la República para garantizar esas vidas?
No es hora ya de discutir. Son las tres y hay
que terminar a las cuatro. Llegan al segundo piso,al tercero, al cuarto. En el sexto piso, está "com
batiendo" el coronel González Cifuentes, y al ver
llegar a los amotinados de la Universidad, no sabe
qué hacer con ellos. Mientras llegan las órdenes los
encierra.
Quedan allí bajo la vigilancia de sus verdugosy ya con la esperanza perdida. ¿Qué más esperarsi existe de antemano la seguridad de la muerte? ■]
¿A quién clamar si una fuerza desconocida y ca- 1nallesca se ha puesto en esa hora en el sitio de k*—
Tribunales de Justicia, en el sitio de la ley, para jfusilar en única instancia y sin proceso y sin apelación? ¿NO habría sido mejor combatir hasta la ■
muerte? ¿Por qué creer que rendirse es entregarse'
a la buena fe del enemigo? ¿Y cómo no creerlo1
cuando el enemigo es un soldado de la patria y des-
"
confiar de ese soldado sería traicionar a la patriamisma?
Ah, los instantes vividos dentro de esa pieza,deben haber sido el principio de una musrre peor
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Historia de una Derrota 103
que la otramuerte.
Muerte de todas las esperan
zas, de las más hermosas ilusiones, de las concepciones gallardas que se crean al calor de la juventud
y del.patriotismo.Pero no. Es posible que ahora venga el cum
plimiento de lo prometido. Golpean en la puerta.
El coronel González llama al joven Yuric, el dela mirada perdida en el cielo. Es un muchacho alto
y rubio. A pesar del raido abrigo, tiene frío. Se
le ha elegido para que vaya de emisario. El mucha
cho avanza prestamente, casi sin voluntad. Pen
semos que tuvo valor, pero ahora le asalta el mie
do. Ha vistotantas cosas en tan
pocas horas.Sube las escalinatas de piedra. En cada recodo
una ventana le hiere con el viento frío. Ese viento
silba y quema. Sus compañeros están en el último
piso y desde abajo les grita:—No disparen, que soy Yuric,
Ellos le esperancon
ansiedad. ¿A quéviene?
El pobre Yuric, todavía crédulo y optimista, les
aconseja que se rindan para salvar la vida propia
y la de todos. Los militares no están con ellos y en
la plaza apuntan hacia arriba. Si pasan las cuatro
y los carabineros no han logrado desalojar el edi
ficio,los militares
dispararánsus ametralladoras.
¿Para qué resistir?
Si los de arriba hubieran conocido los verda
deros propósitos de sus enemigos, habrían contes
tado fríamente:
—¿Y para qué rendirse?'
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J
104 Ricardo Boizard
Pero la ventaja del malvado es que va tan allí
en su maldad, que la imaginación no lo sigue. Y
he aquí que el pobre Yuric, después de dos viajes
entre los altos pisos para comunicarse con sus com
pañeros y traer la contestación, consigue conven
cerlos. Hay que rendirse, Hay que bajar.
Y los de arriba comienzan a bajar. Bajan jun-•
,
to al emisario, junto a Yuric. Llevan sus brazos ia¡alto. Son desarmados y después, en un momento de- M
terminado, sin que nadie sepa por qué, sin que se-
j
haya podido desenfrenar hasta hoy quién dio la.or- ¡
den y qué maldito chacal se introdujo en el cuer- ■
po de un hombre para darla, esos rendidos y deshe-'fl
chos combatientes, que habían sido despojados de
sus esperanzas y de sus armas , fueron diseminados
por las escaleras, fueron asesinados a quema-ropa,
fueron despedazados sin ninguna consideración de jf lpiedad.
¡Pobre Yuric! Allí quedó también él, con los!
ojos hacia arriba, como en la fotografía de la pren--1
sa, junto a sus compañeros de los cuales había sido
victimario sin saberlo.
Hay más. Los rendidos de la Universidad es-'
tan vivos.
Hay que "liquidarlos"también. Y los
,
hacen salir y les disparan a lo largo de las escaleras .:
y los matan con las armas con que se sacrifica a ,
los caballos que dejan de servir.
Son las seis de la tarde. Los "combatientes"han logrado ya reducir a los rendidos, pero no han
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Historia de una Derrota 105
logrado terminarlos de matar. La orden ha sidodada de manera definitiva: liquidarlos.
Y como resulta escandaloso que el público si
ga imponiéndose de los disparos, hay que liquidarlos con arma blanca, con la culata de los fusiles y
con la punta de los sables.
Comienza aquíun
segundo "combate", en que
ya no se trata de reducir a los rendidos. Ahora se
trata de reducir a los agonizantes. Uno de ellos,Pedro Molleda, muchacho chileno y difícil de mo
rir, con la vida pegada al cuerpo como' las raíces en
la tierra, pretende reanimar a sus compañeros, y
en
elmomento en
que lo rematan, exclama:— "N o importa, compañeros, porque esta san
gre salvará a Chile."
¡Pobre Molleda!
Pero es tarde ya y no todos han muerto. Se
siente ruido en la escalera y los asesinos se detie
nen.
Alguiensube. Es un
diputadoen visita. Raúl
Marín Balmaceda quiso conocer el teatro de la ba
talla. Su ingenuidad al pensar en "batallas" le ha
bría valido la muerte algo más temprano. Pero si
gue piadosamente mirando y en realidad, aquelloparece una batalla. (Los de la Universidad pare
cían rendidos. Los carabineros parecían soldados).De pronto, alguien se mueve. No es uno. Son
tres. Raúl Marín avanza y descubre que están vi
vos. Afortunadamente su piedad por esos hombres
fué mayor que su lealtad hacia el régimen que las
mataba. Y bajó apresuradamente para que se se-
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cara a
los moribundos de allí. Obtuvo inmediata.mente la orden. Estos se levantaron de entre los
- muertos y salieron, gracias a él, de la Torre de laS
Sangre.
¡Salvó tres vidas, y pensar que si vota con nos
otros el 21 de Mayo habría salvado las 63. . .!
Pero no lo sabía Raúl Marín y todos los chilenos debemos agradecerle su actuación de aquella ?
tarde sangrienta.Cuando salió el Diputado existía todavía un
vivo. Había visto rematar a sus companeros. Pre- 1senció una macabra discusión entre dos carabine-
'
ros, que, para robarle el reloj, estaban decididos >
cortarle la mano. Antes que se la cortaran llegóel relevo. Venía un carabinero de buen corazóny pudo entenderse con él. Este anunció lo que ocu
rría a sus superiores. Después de la visita de RaúlMarín, ya no se podía seguir rematando gente.Gracias a
eso, se libró.Era el nacista Montes.
Los días que
sucedierona
estos hechos fueronen la Cámara qu,2ás los más dolorosos de nuestravida parlamenta™. Existía, sin duda, „„ gran com
plot, en que la parte má, temible no era Gonzátavon Marees, s,no Ibáñez. En efecto, la mañanamisma en que ocurrieron los hechos habíase pre-
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Historia de una Derrota 107
sentado Ibáñeza
la Escuela de Caballería y allí losoficiales le detuvieron.
¿Se podía dudar de la relación que existía en
tre el General de la Victoria y el Jefe nacista?
Si existía un complot ¿cómo negarle a un go
bierno constituido las armas necesarias para que
se defienda?Las izquierdas hablaban de la masacre. Noso
tros no conocíamos aún los terribles hechos, y aun
que los vislumbrábamos, era insuficiente la sospe
cha para cooperar con nuestro voto en el derroca
miento del Gobierno.
El díaen
quese
discutieron las facultadesex
traordinarias en la Cámara, con motivo del com
plot, una espesa atmósfera de tragedia volaba so
bre nosotros. La inmensa cúpula de vidrio que co
rona la Sala de Diputados parecía roja de sangre,
y de las tribunas y galerías llegaba como el vaho de
un contenido llanto.
Mujeresde luto nos
mirabandesde las tribunas de damas y frente a nosotros una
abigarrada muchedumbre se apretujaba temblo
rosa.
La verdad es que en aquella cesión, arriba se
sabía más que abajo de la masacre. Arriba esta
ban los padres, los hermanos, las hermanas de las
víctimas. Nosotros éramos oficialmente los enemi
gos de las víctimas.
En los primeros días las derechas llegaronamenazantes y soberbias. Después, a medida que
se conocían los hechos, fueron recobrando la cal-
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••*^
108 Ricardo Boizard
ma. A pesar de la censura aparecían artículos en
los diarios. Las fotografías hablaban por sí solas,
Y sin embargo, había que condenar el atentado y
dar al Gobierno las armas para defenderse.
Esas crueldades en una Dictadura habrían si
do infinitamente más terribles y más irremediable! \que en el juego abierto de la democracia.
Este, sin embargo, es un argumento que con
vence , pero no mueve.
Mientras abajo nosotros sólo teníamos argu
mentos, arriba, los parientes de las víctimas tenían
el pueblo y las lágrimas.La derecha me pidió a mi que defendiera e*™
día las facultades extraordinarias, conocedora co- ¿
mo era de nuestra decidida convicción democrática, jAun cuando era quizás el momento más difícil pa
ra defender a un gobierno y yo el diputado menos
convencidopara hacerlo,
era
también elúnico mo
mento en que , acaso, tendría nuestra voz una ver
dadera eficacia.
Comencé con estas palabras, que , dichas m
otra ocasión, habrían parecido excesivas y ridiculas: a
"Yo no puedo negar que entro en este debate
con un sabor de
lágrimas yde
sangreen los la"!
bios. . ." ]El auditorio escuchó con respeto y aun con
■
cierta emoción.
Desarrollé todos mis argumentos con tranquilidad y, a pesar de que sostuve con calor la necesi
dad de apoyar las facultades extraordinarias, se me
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Historia de una Derrota ioíj
dejó terminar en el más religioso silencio, sin nin
guna interrupción.Naturalmente, en contra de mí temperamen
to, yo ese día no ataqué ni critiqué. Había que
marchar con cuidado para no resbalar en la sangre.
La Cámara discutió dos días seguidos y conti
nuos las facultades extraordinarias. Los oradores de
izquierda, en su mayoría, hablaban con frenesí. Ha
blaban demasiado de la "terrible masacre", de que
"la sangre caería sobre el Gobierno" y da mil tru
culencias más. Todo eso,
naturalmente,se tomaba
con beneficio de inventario. Los que queríamosescuchar la verdad, oíamos sólo acusaciones apoca
lípticas y repetidas.Un orador, sin embargo, pretendió contar los
hechos. Fué Pedro Alfonso. Pero la voz de Pedro
Alfonso es
apagada,
su acento monótono y su ade
mán carece de vitalidad. Es lo que se llama un buen
orador que no se hace escuchar. Después he leído
el magnífico discurso. En esos días no había tiem
po para leer.
Más que los oradores, era la intuición la que
hablaba a nuestra conciencia, y cada tarde parecía
que de la negruzca chimenea del Seguro saliera el
humo de la crueldad . . .
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lio Ricardo Boizard
Cuando se aprobaron las facultades con nues
tros votos, después de incidentes que daremos a co
nocer en el próximo capítulo, los diputados de la
Falange no podíamos borrar aún el pensamiento de
las víctimas masacradas.
Nos parecía que en una civilización cristiana
que se precia de tal no se puede matar alevosamente.
sin que se despierte una tempestad que con la ex-*píación destruya el mal.
Especialmente, Manuel José Irarrázabal me
participaba sus aprensiones.
Un día, como si nos hubiéramos puesto de
acuerdo, hicimos sendas declaraciones a "El Impar-
cial",en
el sentido de que aquella masacre debíaser castigada, investigándosela a fondo y sin con
templación.Al dia siguiente en la mañana, recibí un tele
fonazo de la Moneda. Uno de los más talentoso»'
ministros conservadores estaba en el fono:—Ricardo, me dijo, ¿cómo es posible que ha
yan hecho ustedes esas declaraciones en "El Im-
parcial"?—Ministro, le contesté, son declaraciones ten
dientes a conocer la verdad.—Estoy de acuerdo, pero usted comprende que
esas cosas
inquietana
los militares. Hoy ha venido1!el Ganeral Arriagada a la Moneda para protestar.—¿No quiere que se conozca la verdad?—Perdóneme, Ricardo, es que ellos se han sa
crificado por mantener el orden público y no podemos nosotros atacarlos.
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Historia de una Derrota II 1
—¿Y las víctimas, Ministro?
—Por
favor, amigo mío, vengaa la
Moneda,Vea usted a Alessandri. Lo verá cómo está deprimido con la situación. A él mismo le han hecho
efecto los detalles conocidos. Acuérdese que es un
caballero como todos, influenciable y! sentimental.
Cualquiera cosa puede obligarlo en un momento
dadoa hacer un
disparate.—Me parece a mi que el mayor disparate es
echarle tierra a esta cuestión.
La conversación terminó.
Aquello era más grave aun que la masacre mis
ma. Lo constatamos en tiempos de la incineración
deTopaze,
en
que Alessandricometió una
locuray el Partido Liberal tomó un acuerdo aplaudiéndolo. También lo constatamos en los sucesos del
21 de Mayo, en que la reacción de la derecha no
fué la natural de condenar al Ministro, sino la tor
cida de justificarlo.Ahora se iba más
lejos.N o se trataba ya de
una revista en que el daño material sólo afectaba al
derecho de propiedad. N o se trataba de lesiones a
personas ni de atropellos a dignidades. Ahora se tra
taba de algo más valioso, de la vida misma de unos
hombres a quienes se asesinó fríamente. Se trataba
de castigar la negación del más humano de los de
rechos, de un derecho que mi profesor don Roberto
Peragallo, en las clases de la Universidad Católica,
llamaba derecho natural de que a uno "no le qui
ten la vida".
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Ricardo B o izard
L a esencia de la sociedad, su finalidad
mediata, fu é defender y a m p a r a r e s e derecho. Aho
r a , a veinte siglos de civilización, a diez años de
universidad, con el libro de Fernández Concha en
la m a n o , sabía y o p o r la boca de un discípulo de
ese libro q u e las pr ot e s t a s de los militares valían
m ás q u e todas las filosofías.
Ah, no. Piensen en esto los q u e se escandali
zaron después de nuestra actitud. Esa sola c o n v e r
sación era un signo de la posición inmoral en que
se encontraba la derech a. P a ra no molestar a los
militares y carabineros, q u e darían el verdadero
triunfo el 2 S de Octubre; p a r a q u e no s e sintieran
irritados o descontentos; p a r a q u e nada temieran
p o r la vergüenza del Seguro Obrero, había que
callar.
L o s principios espirituales iban a ser defendí» jdos por unos m e r c e n a r i o s q u e pedían carnaza.
-11- 1
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políticos y cadáveres
El 6 de Septiembre la situación política y elec
toral había cambiado enteramente. Desde luego,
desaparecía de la escena un candidato temible pa
ra los rossistas y los frentistas: Ibáñez. Este iba a
ser sometido a proceso y aunque saliera libre, nun
ca sucederían las cosas antes del 25 de Octubre.
Antes que se conocieran los detalles de la ma
sacre, los aguirristas, especialmente en el lado radi
cal, cayeron en la más absoluta de las desorienta
ciones. El Gobierno se robustecía porque, a la vez
que justificaba un período largo de facultades ex
traordinarias, echaba sobre la oposición el despres
tigio del pustch.Gabriel González, comprendiendo los peligros,
comenzó a hablar de una candidatura de transac
ción. Se levantó de su tumba nuestra quina y co
menzó a tratarse de la posibilidad de Jorge Matte.
Un día Gabriel González hizo francamente la
proposición. Lo puse en contacto con don Rafael
Luis Gumucio y sólo faltaba el acuerdo de la De
recha para entrar a un nuevo terreno político, al
HI STClfí.- •
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y*-*
114 Ricardo Boizard
del entendimiento de los partidos democráticos en
contra de un solo frente dictatorial.
La Derecha, en esos días, estaba ilusionada con
las posibilidades del pustch. Veía venir el codicia
do período de facultades extraordinarias, en que su
candidato podría tranquilamente viajar por el paíssin temor a contra-manifestaciones. Veía la. imposibilidad de actuar para la izquierda y, por consi- ,-f*
guíente, un triunfo fácil.
Las primeras gestiones que se realizaron para
conversar siquiera sobre la materia fracasaron de
plano.A todo esto, comenzaban a conocerse detalle! ■
de la masacre y los frentistas vieron que sus solos,j
contornos daban ya consistencia a la candidatura '-a
de Aguirre y posibilidades imprevistas de triunfo. JEra cuestión de administrar los cadáveres y, a basf -«i
de ellos, buscar entendimiento con los ibañistas. M
"La Hora", una vez terminada la crisis re- .
presiva, comenzó la tarea de una manera ver- J
daderamente maestra. Todos los días aparecían Jfotografías de los muertos. Una vez la carta de ?Jun pariente, otra la de una madre. Quienes des
pués, con el halago del poder, propiciarían la am
nistía completa y el olvido de todo, vociferaban en
tonces por un castigo ejemplar y por un sumario
público. Su espíritu de justicia no era de tipo sen
timental, sino simplemente electorero.
La celda de González von Marees se veía lle
na de políticos. Olvidaban ellos que una parte d*
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Historia de una Derrota 1 15
culpa le correspondía, sin duda, al jefe nacista por
haber lanzado a la muerte a sus adeptos. Olvidaban
que el propósito de éste no era de carácter repu
blicano, sino dictatorial. ¿Qué importa eso, sin em
bargo, cuando se han perdido todas las nociones de
la moral y de los principios, cuando por un lado
se entrega carnaza al asesino y por el otro, se abo
mina del fascismo y se busca, sin embargo, su com
plicidad?Hay que hacer justicia, sin embargo. Lo que
los frentistas buscaban en la celda de González no
era su adhesión. Era simplemente la administración
de los cadáveres.
Nosotros comprendíamos que ya las cosas iban
entrando, por la fuerza de los acontecimientos, en
un terreno francamente revolucionario. Ya no se
rían las urnas las que designarían el 25 de Octu
bre al Presidente. Sería la revuelta o la dictadura.
SÍ se permitía al gobierno continuar con su
personal de siempre y especialmente, con la fiso
nomía ya simbólica de Salas Romo, nadie podríadecir hasta qué punto llegarían las cosas. Y aun
más, era casi seguro afirmar que eso no acabaría
bien.
Con ese convencimiento, y ya cansados de tan
to insistir sin resultado ante la ceguera del rossis
mo, nos acercamos al Presidente del Partido Con
servador don Horacio Walker, para decirle que
nosotros no votaríamos las facultades extraordina
rias mientras no saliera Salas Romo del Ministerio.
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^^
i 16 Ricardo Boizard
Horacio Walker se manifestó de acuerdo con
nuestra opinión. Yo creo que sinceramente era asi.
El había resultado un rossista disciplinario sin ser
lo en realidad. Su rectitud le impedía caer en las
contradicciones de la derecha, pero ya estaba m e
tido allí. Tradiciones, ejemplos superiores, prejui-ry
cios y hasta un concepto exagerado de la disciplniina le ataban a un carro cuyo término fatal estaba^ya vislumbrándose.
Nos pareció que miraba con simpatía el ul
timátum, y en la tarde anterior al día en que se ve
tarían las facultades me llamó a los pasillos de la
Cámara para decirme que había conversado cen elPresidente y que éste se comprometía a cambiar
a Salas Romo el mismo día en que se aprobaran la)
facultades.
Yo le pregunté:—¡Y si no cumple?—Ah, no, respondió. Bajo mi palabra de ho
nor yo le aseguro que el Partido Conservad»» K re
tira del Gobierno en ese caso.
Me pareció suficiente la garantía y llamé a
mis colegas a una sala reservada. Discutimos aíliíjlargo rato. Algunos manifestaron su desacuerdo poir"la
garantía. Les parecía débil. Insistíanen
que no se votaran las facultades. Creo que ManuelGarretón estaba en ese predicamento.
Hubo mayoría, sin embargo, para contraer el
compromiso y nos fuimos a la Sala con la deter
minación de que yo hiciera públicamente una de-
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Historia de una Derrota 117
clarado» de que votábamos bajo la solemne con
dición deampliarse
el Ministerio departe
del Go
bierno. Cuando nos correspondió dar el voto, yo
dije textualmente:
"A nombre de los diputados señores Alberto
"Bahamondes, Fernando Duran, Guillermo Eche-"
níque, Manuel Garretón, Manuel J. Irarrázabal,"
PabloLarraín
yen el mío
propio,debo decir
que"
votaremos a favor las facultades extraordinarias"y la ampliación de su plazo en virtud de-un cora-
"
promiso de honor con personas que nos merecen
"plena fe de que estas facultades sólo se emplea-"
rán para los fines exclusivos de detener el com-
"
plotrevolucionario
queha estallado en el
país, y"
que a la vez el gobierno adoptará una posición"
que no pueda ser tachada de parcial ni de inter
ventora, ampliando la base de confianza y de"
opinión con que cuenta."
"Del cumplimiento de esta promesa de honor,"
nos hacemos solemnemente
responsablesante el
"país."Hubo en la tarde de ese día un aflojamiento de
la tirantez política. Se pensó en la posibilidad de
un Ministerio Nacional que trajera, a la vez, una
variación de las posiciones. Algunos ministros anun
ciaron su propósito de renunciar y todo hacía pen-
Bar en el cumplimiento de la promesa contraída.
Había una clase de rossismo, sin embargo, muy
distinta del rossismo de Horacio Walker. Era gen
te que pretendía triunfar a troche y moche, con
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118 Ricardo Boizard
seguridad
absoluta de cohecho, con encerronas de
electores bajo vigilancia de carabineros, con deten
ciones injustas y arbitrarias. Era gente que queríaverdaderamente plantear en el país el principio de
una revolución armada.
Esa gente miró con escándalo nuestra propo
sición. Dijoaun que nosotros procedíamos en alian- :
za con el Frente Popular y que nuestro propósito í
era sólo enterrar la candidatura Ross. ¡Quién sabe
sí tenían razón, pues nosotros queríamos hacer po-;
sible una elección democrática!
Comenzaron a llegar los políticos a la Mone
da.
"El Mercurio" publicó un editorial sobre la
ninguna necesidad de cambiar el Ministerio y aun
sobre los peligros. Las cosas iban mal.
El Lunes por la mañana recibi un telefonazo
del Ministerio del Interior. Era Salas Romo.
Nuestra amistad no se había quebrado con la
persona de Salas Romo. De ahí que conversamos
en forma cordial.
—Usted habla con Salas Romo, mi amigo.— ¡Cuánto gusto de saludarle, don Luchol
¿Qué se le ofrece?
—Quería saber en qué consiste la condición
sobre la cual ustedes votaron las facultades extra
ordinarias.
—Simplemente, le dije, en que usted renuncia
ra a su cartera.
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Historia de una Derrota 1 19
—Me lo suponía; pero dígame ¿quién contra
jo ese compromiso con ustedes?
—El compromiso se contrajo con el Presiden
te de la República por una persona que nos mere
ce plena fe.— ¿Podría saberse el nombre de esa persona?—Necesito previamente tener su consentimien
to .
Fui esa mañana donde don Horacio Watker
y le pedí autorización para dar a Salas Romo su
nombre. Me la dio ampliamente y me agregó aun
que el compromiso emanaba directamente del Pre
sidente de la República.Me trasladé al Ministerio del Interior para con
versar con Salas Romo sin pérdida de tiempo. Es
te me recibió cordialmente y al darle yo el nom
bre de la persona con quien habíamos tratado, se
manifestó extrañado de que el Presidente de la Re
pública no le hubiera dicho una sola palabra.—Quiere decir, me agregó, que están nego
ciando conmigo a mis espaldas. No me parece leal.
Me voy inmediatamente a la Presidencia a averi
guar las cosas, pero le advierto que hoy mismo pre
sentaré mi renuncia porque, en todo caso, yo apre
cio su amistad y no quiero dejar mal a mis amigos.
Pasando por encima de la ironía de estas pa
labras, cuya contestación me tragué, le dije que a
mi juicio debía él renunciar no sólo por mi amis
tad, que en ese caso nada valía, sino porque su per
manencia en el Ministerio continuaría siendo un
motivo de perturbación en el país.
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120 Ricardo Boizard
Nuestro desacuerdo sobre la política era ya
"cosa juzgada" y podíamos hablarcon
claridad sinenojarnos.
Yo me retiré del Ministerio con la convicción
de un hombre de honor de que Salas Romo aban
donaría su cartera esa misma tarde. Había de por
medio un compromiso d& Presidente de la Repú
blica con don Horacio Walker,un
compromiso deWalker con nosotros y ahora, un compromiso for
mal de Salas Romo.
Esa tarde renunció el Ministerio, pero la acep
tación de la renuncia estuvo tramitándose por va
rios días.
La directiva del Partido Conservador, entre
tanto, tuvo a bien hacer una declaración extraña
en el sentido de que no existía ningún compromiso del Partido para producir la crisis. Nosotros re
afirmamos públicamente nuestra posición y la di
rectiva del Partido, ante la reiteración tenaz, guar
dó silencio.Los ministros conservadores, sin embargo, de
clararon terminantemente que no reasumirían. Ten
go entendido que Ramón Gutiérrez, espíritu sutil
y sensible, no quería pasearse en bandeja el 18 de
Septiembre ante un pueblo ceñudo y amenazante.
Lasfestividades patrias fueron pretexto para
retardar la solución. Todo se arreglaría después.Entretanto, las fiestas se desarrollaron en me
dio de una lúgubre vigilancia. Como en el año que
precedió al derrocamiento de Balmaceda, el cami-
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Historia de una Derrota 121
no de la Moneda a la Catedral fué limpiado de cu-
:■ riosos. Nadie podía transitara esa
hora por lisca
lles centrales. Todas las ventanas y puertas de los
edificios que dan a esas calles fueron clausuradas.
Para llegar a la Catedral tuve necesidad esa
mañana de hacer presente mi calidad de diputadaen la boca de la calle Ahumada por Alameda, don
deun amenazante
cordón impedía todoacceso.
Elcarabinero llamó a un sargento, el sargento a un
oficial y si afortunadamente este último no me re
conoce, me habría sido difícil llegar a tiempo al
L.Té-Deum.
A lo largo de las calles había tropa. Ni un so
lo civilse
divisabaa
dos cuadrasa
la redonda. Losnuevos cascos del Ejército parecían tapar los ojos
a los soldados y yo avanzaba en un mundo sordo,
mudo y ciego.Todas las fiestas se desarrollaron así. Los rosis-
tas, por fin, habían cumplido su sueño dorado. En
tre elgobierno y el pueblo,
una
apretadaselva de
cascos.
Al día siguiente de las fiestas patrias volvie
ron los cubileteos. Había una vaga voluntad de
cumplir, pero los que no tenían respeto por las le
yes ni por el pueblo, ni por las vidas de sus seme
jantes, ¿iban a tenerlo por nosotros, unos empe
dernidos comunizantes que no se daban a la razón?
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122 Ricardo Boizard
Había que mantener las formas, sin embargo,
y se buscó una solución florentina.
Como el compromiso de la salida de Salas Ro
mo lo había contraído el Presidente solamente con
don Horacio Walker, era incompleto, porque lo s
Partidos de Gobierno eran tres y en ese caso la exi
gencia no partía sino de uno.
Como estaba de por medio la palabra del se
ñor Walker de que el Partido se retiraría del Go
bierno, éste, en realidad, retiró a sus Ministros, pe
ro hizo la declaración de que continuaría prestan- !■
do su entusiasta cooperación.Y como el Presidente de la
Repúblicarogaba
a Salas Romo que se quedara, éste no tenia más que ¡
someterse a la voluntad de su Jefe.Y Salas Romo se quedó.Y las facultades, como un escarnio para nues
tra buena fe por última vez burlada en la derecha,
se comenzaron a aplicar en la más violenta de las
formas.
Como un signo pintoresco de aquellos días,
vale la pena exponer la conversación sostenida en
tre el intendente de Santiago y Juan B. Rossetti,'
cuyo diario había sido clausurado por plazo inde
finido.
—Vengo, señor, dijo Rossetti, a solicitar ga
rantías para que mi diario, que nada tiene que ver \
con el complot, continúe publicándose.
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Historia de una Derrota 12S
—Según y conforme, contestó el Intendente.
—Por otro lado, la ley de facultades extraor
dinarias no se ha dictado aun y ustedes la aplicansin derecho alguno.—El que manda, manda, contestó el Inten
dente.
En esos días, el que mandaba, mandaba.
Eso era el fondo de la cuestión.Nada de discutir si el complot alcanzaba a gran
parte de la oposición o a una mínima fracción de
ella. Nada de discriminar ni de hacer alegatos es
tériles. Se trataba exclusivamente de aprovechar los
cadáveres al máximum y de sacar de su sacrificio,
si se pudiera,un triunfo que difícilmente se ob
tendría en las urnas.
Los censores de los diarios de la oposición tar
jaban todo aquello en que pudiera deslizarse un
ataque a Ross. Aun tarjaban las naturales réplicas
que se daban por la prensa de la oposición a los
ataques oficiales.
*
El que manda, manda.
Y la verdad es que el que- en esos días man
daba no estaba aconsejado por la prudencia y ni
aun por su propio interés. La única posibilidad de
triunfo de la derecha consistía en mantener la di
visión de sus
opositores.La posibilidad consistía en
que continuaran vivas las expectativas de Ibáñez
en contraposición a las de Aguirre Cerda. Con la
persecución exagerada a los ibañistas, con las medi
das absurdas que se tomaban en su contra, con la
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124 Ricardo Boizard
amenaza formidable que se levantaba ante ellos y
con la anulación de su trabajo electoral, esa gen
te buscó asilo en la unidad porque no tenía otro
camino que seguir. Poco a poco y lentamente se
convirtieron en frentistas sin serlo y desequilibraron la balanza cargándose con todo su peso a fa- '.
vor de Aguirre.
¡Ah, pienso yo, el favor exagerado a veces et
tan funesto para ciertos políticos como el encona- ^do ataque!
* * 'i1
Pero después de la burla malvada y torpe de \
que se nos había hecho objeto por parte de la De
recha, confieso yo que ya no tenía ninguna espe
ranza en el corazón.
Veía con claridad que la izquierda, gracias a
los acontecimientos últimos, triunfaría en las ur
nas, en los cuarteles o en la calle, y su triunfo no
iba a ser sino la ganancia de unos cuantos politM
queros radicales que se valían de la ingenuidad del
pueblo y del heroísmo de sus aliados para trepar.
Veía yo que la nueva etapa iba a tener la misma
marca de lo que se estaba deshaciendo: el concepto
materialista de la oportunidad y de la ganancia I
todo trance; la afirmación demagógica de cosas que
no se quieren cumplir; y el mantenimiento de un
régimen bastardo fundado en el capitalismo libe
ral, que los liberales propiciaron en el siglo pasado
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Historia de una Derrota 125
con la interesada simpatía de los radicales y que los
radicales de hoy propiciarían con la ingenua sim
patía socialista.
Entretanto, el país continuaría debilitándose en
la pobreza y la anarquía, cosas estas últimas que
sirven para que el comunismo incansable continúe
laborando hacia el porvenir.
Cuando perdimos ya toda esperanza de solucionar por la buena y con el sano ejercicio de la
justicia los problemas políticos, no nos quedaba si
no contemplar con pavor el choque inevitable de
las dos corrientes creadas por el capitalismo bajoel acicate de la lucha de clases.
Pelearían los ricos contra los pobres, igualmente injustos y materialistas los unos y los otros. Ca
da uno jugaría con malas cartas. Los unos pon
drían al servicio de su causa el dinero y la fuerza;
los otros, el odio, la amenaza y la parte de fuerza
que les correspondía.
Impotentes para crear con nuestro esfuerzo un
motivo más elevado de lucha, destruido» nuestros
intentos de formar en la derecha una trinchera de
la justicia cristiana y generosa en lugar de hacer
de ella una fortaleza del capitalismo, desesperan
zados de encontrar en la izquierda una enuncia
ción nacional yno
demagógica,teníamos
que aceptar un dilema que nos parecía trágico: los ricOs o
los pobres.Me alejé durante esos días de la Cámara y de
lai asambleas. Conversaba con don Rafael Luis Gu-
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126 Ricardo Boizard
mucio, el único hombre de la derecha que com
prendía nuestras inquietudes. Le decía yo:—No puede ser. En esta encrucijada, natural
mente, se opta por los pobres. Pero desgraciada
mente , los pobres van guiados por mentirosos após
toles que a la postre no son sino instrumentos de
los ricos, de unos ricos con menos energía que losde la derecha, porque mientras éstos afrontaban
!
la revolución de frente, los otros la socavaban por
debajo y sin valor.
¿Qué hacer?
Eso mismo preguntaría yo en estas páginas a
las almas puras, infinitamente más sabias y vigorosas que nosotros, a esas almas que nunca se mezcla
ron en la política y que siguen por la inercia un
camino equivocado.Piensen ellos en el verdadero problema. Salgan
un instante de su vida sin mancha y comparen con
su vida esta cosa terrible de ver que unos hombresmasacrados sin piedad, sin justicia, aun sin confe
sión, sólo son recibidos por la sociedad busguesa co
mo un pasto para la satisfacción de sus propios ape
titos.
La Derecha, que se confiesa espiritual, no tie
ne los resortes necesariospara imponer
su concen
to de la vida sobre la necesidad de defender sus ne
gocios. La izquierda hace rodeos y componendascon los cadáveres. A las almas puras les pregunto
yo: ¿Es una locura pensar que un mundo así no
puede ser servido por los corazones cristianos, a me
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Historia de una Derrota 127
nos que se quiera perder hasta la última huella de
la civilización en el término sangriento de la aven
tura?
Es perdonable que el temor haya llegado un
día al tremendo paroxismo de la crueldad. Es per-
L dqnable aun que el mismo que desencadenó la gue
rra se sienta un día desorientado por el miedo. Pe
ro yo digo: ¿y después?¿No hubo un día siguiente y muchos días pa
ra las conciencias torturadas por el remordimien
to y para aquellos que con su silencio se hacían
cómplices de tales conciencias?
¿Cómo nadie confesó de plano la crueldad?
¡Cómo nadie tuvo el sincero deseo de castigarla y- lo declaró desde arriba? ¿Qué cosa detenía el cum
plimiento de un instinto cristiano que en las raí
ces del pueblo está esperando siempre que las co
sas se resuelvan según su fe?
Mi silencio de esos días me obligó a descubrirlo.
Ah, es que la sociedad burguesa tiene ya tan
to s bienes que defender, tantas montañas de inte
reses que dejar a salvo, tantas propiedades, tantos
dineros que cuidar, que ya se le ha olvidado que to
do eso fué creado para el hombre y no el hombre
para eso. . .
Enuna
hora de tristeza y de desolación, no
en los caminos solitarios ni en los bosques de Áfri
ca, ni en la estepa dd Polo, sino en el mismo co
razón de una ciudad cristiana, ocurrieron cosas bes
tiales y los hombres las miraron con frivolidad.
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128 Ricardo Boizard
Si alguien hubiera robado todo el dinero de
las cajas del Seguro Obrero, si hubiera saqueado sus
almacenes e incendiado el edificio, ¡qué escándalo
y qué sanción!
Nadie habría dicho: Prudencia.;.
Nadie habría pedido silencio. Nadie habría ex-■
clamado desde la Moneda: "No investigue usted".
Ahora, sin embargo, unos hombres desalma- - '.
dos y brutales habían abierto las carnes de otros hom- ;*jbres. Habían despedazado su envoltura corpórea,
y con la punta de los sables habían robado de aden
tro de las carnes hasta el último suspiro, hasta la i
última queja de decenas de vidas. Pidieron socorro
y confesión. Nada importa.- El tesoro fué arran-
'
-
cado y conducido después, como en los tiempos de
los cuarenta ladrones, a las cuevas del capitalismo. i
No. La derecha y Ross. La cueva y sus pala- ?jbras simbólicas, nunca más. !
Nunca más.
w*
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El rumor del M u n d o
El viento q u e soplaba en las velas de la izquierda no sólo v e n í a del interior, sino también, en
fuertes rachas, de un m u n d o e x t e r i o r convulsio
nado p o r las más agudas depresiones.
%: L a Europa occidental, ante la amenaza del co-
|- munismo, había reaccionado, sin duda, en forma
m ás inteligente q u e la derecha chilena, p e r o no p o r
eso de un m o d o inofensivo. L a s grandes masas q u e
p a s a r o n de las trincheras a la p a z después de la pri-
,mera g u e r r a , conservaban el socialismo en el cora
zón, p e r o el u n i f o r m e militar, q u e en los duros días
de co mb ate se pegaba en los c u e r p o s , después, en
los días de p a z , se pegó en las almas.
Y como la revolución proletaria estaba en mar
cha y no había manera de detenerla, una especie
de socialismo militar, distribuidor p e r o disciplina
do; deseoso de producir la igualación, p e r o en ar
m o n í a con la tradición nacionalista; n acid o p a r a
conjugar lo viejo con lo nuevo y p a r a crear un mun-
L do acerado en qué va c i a r a la h u m a n i d a d futura;
fe HiffTOI
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^
Ricardo Boizard
había tomado el poder en Italia bajo el fascismo de
Mussolini y en Alemania bajo el nacional-socialis
mo de Hitler.
Las dictaduras nacista y fascista son dos gol
pes mortales que el comunismo sufrió en dos pun
tos neurálgicos de la cultura europea. Fueron ba
rridas sus organizaciones obreras; fueron perseguidos o desterrados sus dirigentes; fué aniquilado de
raíz todo vínculo con la Tercera Internacional da»
Moscú.
Esto trajo consecuencias imprevistas en el de- jsarrollo de la revolución mundial.
Una provino de las grandes masas descentradas
que salieron a vagar al mundo y otra del método jgsolapado y sibilino que adoptó el comunismo en su
nueva etapa, bajo la experiencia ya de los golpes ex-:
perimentados.
Hemos dicho que el fascismo tenía, sin duda, ym
un origen comunizante, pero que la disciplina mi-j
litar y el patriotismo transformaron la mente del *
proletariado y buscaron, en los países donde triun-.
fó, unas cuantas derivaciones o sustitutos a la fuer- m
za dinámica de la revolución social.
Uno de esos sustitutos fué, sin duda, la lucha™
racial que se desencadenó en Alemania. El nacista
sumido en su organización de clase y sin la posibí- ,
lidad de perseguir, como hubiera sido su deseo,
ibi- 1
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i*; Historia de una Derrota 131
*"'
txplótador burgués, necesitaba una fuente en qué
vaciar los viejos odios creados por la injusticia ca
pitalista. Hitler, que es una especie de genial trans
formador de energía revolucionaria, supo descubrir
esa fuente y todo el odio acumulado por los largos
siglos de opresión, toda la furia apocalíptica engen
drada por el comunismo en el corazón de los obre
ros, toda la presión multitudinaria y sangrienta queel bolchevismo había descargado contra los zares
y los mujics, todo eso, en un momento de necesi
dad vital, fué destapado y lanzado de lleno contra
los judíos.¡Cuántas veces me ha tocado conocer de cer
ca a
las víctimas del hitlerismo y lanzar desde elfondo de mi conciencia civilizada ese impotente
rumor de venganza que naturalmente sopla en el
alma del judío y que no sabemos mañana a qué tra
gedias nos volverá a conducir!
Pero ¿qué hacerle cuando esas persecuciones
han sido el sustitutoque
encontró el nacismopara
la lucha social?
Condolido de las desgracias de esa gente, ven-
-ciendo la natural desconfianza que todo cristiano
siente por el judío, he visitado numerosas veces su
hogar social de la calle Serrano y he podido impo
nerme cara a cara de la espantosa realidad.
Un muchacho imberbe me contaba, con los
ojos atónitos y humedecidos, su peregrinación por
el mundo. Tuvo que salir de Alemania y alcanzar
en pocas horas la frontera de Holanda. Con el al-
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132 Ricardo boizard
ma contraída por el miedo, con unos pocos dinerosapretados en la mano , tenía que huir como un pe
rro para librarse. En la espalda jibada por el can
sancio, además del saco, iba la raza.
Otro hablaba de un padre encarcelado en los
campos de concentración, o de una madre masa
crada por la soldadesca.
Todos, en fin, han traído en su pecho la Hue
lla del gran dolor, una cosa que se difunde y que
ma, algo que se alarga, con sus tentáculos invisi
bles, y que parece tomar del cuello a la sociedad ca
pitalista, al fascismo hipócrita o declarado y dejar _
metida en el caos la semilla de un mundo nuevo y £
mejor. a
Los comunistas, como es lógico, explotaban wM
sus anchas en cada país este argumento viviente con-'l
tra el fascismo y algunos de sus agentes, especian"-.1
zados en el ramo, tenían la misión exclusiva de cul- 1
tivar la cuestión judía y de provocar en cada caao^llas naturales y humanas protestas.
Por cierto que los comunistas, eminentemente -¡
dialécticos, no pensaban tanto en socorrer a las víc-j
timas como en exagerar la maldad del victimario.
En esos días actuaba entre nosotros un poeta
que los comunistas cultivan y que más de algunaconexión tiene con ellos. Era Pablo Neruda, que se 1
instaló en Santiago para dedicarse con preferencia j
a la lucha contra el fascismo.
Neruda vivía con algunos bohemios extran
jeros, entre los cuales, por ejemplo, creo haber di-
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Historia de .una Derrota 133
$, Visado al poeta argentino González Tuñón, radi
cado en Chile desde entonces, polemista de monó-
■" logo, boxeador con la sombra y comunista por aña
didura.
La obsesión principal de aquella gente era la
cuestión judía. Mantenían polémicas terribles con
los alemanes. Recibían anónimos amenazantes y
contestaban con asambleas a favor de los judíos y
a veces con colectas para "los niños españoles".Neruda ponía todo su ardor en la noble causa.
J■
Organizó una magnífica velada^ universitaria
en homenaje a Freud. Propició la entrega de libros
de judíos alemanes a la Biblioteca Nacional. Llenó
d Caupolicán para protestar de la persecución en
una asamblea en que el pueblo, por naturaleza com-
-.■ pasivo, defendía al judío de la dictadura nacista al
mismo tiempo que calentaba la hoguera de su pro
pia revolución.
Los judíos servían en Alemania a los nacistas
para descargar el odio colectivo de las masas.
En Chile servían a los comunistas para enar
decer el odio social.
Y seguramente en los dos países eran víctimas
propiciatorias.
Pero no sólo los judíos traían al país el fer
mento de la revolución social. Comenzaban tam
bién a llegar, algunos como emisarios oficiales y
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134 Ricardo Boizard
otros quizás como finos adivinadores del desastre,los ardorosos mensajeros de la revolución española.
Estos traían a Chile una tragedia totalmente^desproporcionada a nuestra historia y aun a nues
tros hábitos de pasividad. No hablaban ya como
nuestros
políticosde desfiles o de asambleas de
protesta. No hablaban ni aun de apaleos y masacres,
Hablaban de aviones y de bombas explosivas. nEse tono aumentaba la violencia de nuestra
paulatina revolución y aceleraba el motor de los
viejos odios.
mí- a
Dijimos que el otro fenómeno creado por ¿
nacismo o fascismo entre nosotros fué el nuevo mí- 5
todo con
quelos comunistas comenzaban su lucha
en el Occidente. Ese método se llamó, en Francia,
en España, en Chile, Frente Popular. .
La raíz comunista del Frente Popular ya no la J
discute nadie.
Los propios socialistas españoles han sido en
tre nosotros los encargados de dar las mejores prue- .
bas documentales. ■
Pero más convincente que la prueba documen- 1
tal es la constatación evidente de que a la postre una >
política como la del Frente Popular, totalmente .
confusa y dirigida al ya previsto fracaso, no podía Iser otra cosa que una creación de aquellos cuya úni-
:
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Historia de una Derrota 135
t—
ca posibilidad inmediata es preparar el río revuel
to para lanzar sus redes . , .
Los comunistas habían abandonado ya la te
sis leniniana en el sentido de que es preciso hacer la
revolución exclusivamente a base de la cíase obre
ra. Se habían encontrado en el Occidente con so
ciedades menos diferenciadas que la monarquía za
rista. Vieron funcionar en Inglaterra un régimen de
^ explotación si se quiere, pero con amplia aparien-S
'
.cía de libertad. Presenciaron en Francia el fenóme
no de la pequeña burguesía y se dieron cuenta que
:¿ esa fuerza era necesario agregarla al carro de la re-
l\ volución o entregarla al fascismo,
Optaron por lo primero y crearon una nueva
dialéctica para sus luchas occidentales. No habla
ban ya de la dictadura del proletariado sino del ro-
Efr hustecimiento de la democracia; no hablaban de la
distribución lisa y llana de la tierra sino simplemente del problema agrario; no hablaban de la gue-
1
rra contra el burgués sino de la lucha contra el im
perialismo.Iban más lejos aun en su afán de mimetismo y
se constituían en los verdaderos patriotas de cada
país, dejando lo más oculta posible su ardorosa con
cepción internacional y negando a cada paso su so
metimiento a Moscú.
Sus diarios ya no eran el órgano de la Inter
nacional Comunista sino el órgano del Partido Co
munista, adherido a la Internacional.
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136 Ricardo Boizard
I :
■
Toda esta treta para cazar a las burguesías ra
dicales o simplemente descontentas del estado ac
tual, tuvo un efecto maravilloso. Estas, natural- fl
mente reaccionarías y apegadas a lo viejo, pero al \mismo tiempo temerosas de enemistarse con la ma
sa, sentían un verdadero alivio al saber que los co-^1munistas las
aceptabanen el festín
revolucÍonariq|Hy que podrían pasar al porvenir con sus vidas y sus
bienes, aun cuando este pasaje se produjera bajo el
sígno inquietante del trapo rojo.
No puedo olvidar yo, por ejemplo, un discur
so encendido de patriotismo pronunciado en la Cá
mara
de Diputadosa fines de 1937
porel
diputadoí
comunista José Vega.El último modelo de la propaganda bolchevi-;
que tenía buenos amortiguadores y la verdad es que
casi no se sentían las brutales asperezas. Querían"^
los comunistas un país democrático y libre, una
propiedad respetada yuna industria floreciente. Se J
mantendrían las utilidades del comercio y solamen-,M
te los grandes especuladores sufrirían un poco (no (>,
mucho, por supuesto) con la maternal revolución. ■,.— i
Había que defender el concepto de patria y luchar j
contra el imperialismo extranjero recuperando pa- "i¡
ra el país toda su fuente de riqueza.jEra aquello un programa que llegaba, con ma- i
ravillosa elasticidad, hasta los lindes del Partido Li
beral. M
Gabriel González escuchaba al camarada conb
una gran sonrisa confiada y alegre. Los radical** i
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Historia de una Derrota 137
aplaudían entusiastas y se puede decir que en aquel
día ya no lo pensaron más. El Frente Popular, con
su programa de paz y de justicia, estaba hecho y
remachado.
A la Rusia bolchevique era difícil y peligroso entrar.
Pero a este Frente Popular organizado por los
rusos era facilísimo introducirse. Sus puertas se
abrían hospitalariamente a cualquier burgués y ni
siquiera existía en la entrada el espeluznante letre
ro: "Proletarios del mundo, unios".
;Es tan ciega la ambición política o los diri
gentes izquierdistas del país tenían demasiada pri
sa en llegar, para pasar por todos los obstáculos a'
cambio de alcanzar la Moneda?
Puede ser esa una explicación del fenómeno
frentista, pero hay otra y es que, reaccionarios co
mo son los radicales, no saben nada de la ideología
comunista ni comprenden su flexible dialéctica.
Han creído o no en su sinceridad, pero han
imaginado que en el camino los comunistas vende
rían su patrimonio por puestos públicos o grange-
rías oficiales.No conocen al hambriento y mesiánico lobo
de la estepa. Esteno es un asambleísta cualquiera ni
un abogadillo revoltoso que se calma con intenden
cias y gobernaciones,
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138 Ricardo Boizard
Viene de una lejana región del globo y de la"
historia. Tiene en su heráldica las torturas de Sibe-
ría, las complejas esperanzas de Gengís Khan, d
misticismo supraterrenal de Dostoiewsky, la reso
lución fría, directa, insobornable, de Lenin.""
|Los socialistas, más en contacto con la reali- j
dad bolchevique, miraban desconfiados el terrible |juego. Pero no gobernaban todavía plenamente a -:?
las masas n¡ tenían influencia decisiva en la bur- 1
guesía. Se colaron a regañadientes en el Frente Po- J
pular, a u n q u e les parecía imposible conjugar su ver
dad con ese evangelio moderado y confuso, cuyas
palabras a la postre sumirían a la masa obrera en
la definitiva desorientación. jMás ocupados de la revolución chilena que Je
la revolución mundial y moscovita, temían la des- jorientación p o r q u e es ella a la postre el verdadero jenemigo de la clase obrera.
Hagamos justicia a un hombre entre toda
ellos. César Godoy, desde el socialismo, anatemati
zaba toda fórmula de entendimiento a base del fren-
tismo. Exagerado, impulsivo, fanático, su gesto,
sin embargo, fué durante muchos días un penachode implacable tosudez. E ra un anarquista quila!,
pero veía con claridad q u e el frenrismo sería un
triunfo inmediato de los radicales, y una marcha
atrás en el movimiento obrero. ¡
Seguramente Schnacke veía lo mismo, au n ■
cuando su ojo apreciaba también la dimensión po-
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F'
*.' Historia de una Derrota 139
lítíca y se daba cuenta que era inútil resistir ya las
>e consecuencias de la habilidosa táctica. El radicalis
mo unido con el comunismo tenía que apretar a
los socialistas como en un sandwich y no había más
V remedio que facilitar el embutido.
Así fué creciendo el Frente Popular y desvian
do el curso de la revolución chilena hacia la maso
nería voraz y por ese camino, hacia el comunismo
en acecho.
Ninguna de las fuerzas que se parecen al co-
'■ ■ munismo, ninguno de los hombres que pretendíancrear paUativos a la revolución, fueron capaces de
|, dominar una voluntad metida ya en el corazón de
la izquierda como aquella espada del caballero que
si se la dejan, lo mata y si se lasacan, muere.
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LoQUE
SE
JUGABA
En medio de tan trágicos acontecimientos y
de tan irremediables querellas había un país con
problemas de fondo cuya soluciónse buscaba des
pués de veinte años de titubeos, de tentativas y de
fracasos.
Alessandri había despertado el año 20 la con
ciencia popular. Esta había tomado consistencia al
través de los años, había sido interpretada por unos
y porotros. Había sido
engañada porlos
políticoso acallada por los militares. Pero esta conciencia
permanecía vigilante y procuraba encontrar una
vez más el camino de la justicia y de la verdad.
Sin entrar al fondo de los problemas espirituales, cuya enunciación parcial esbozábamos en capi
tulo aparteydesarrollaremos
algúndía con exten
sión, hay que convenir que en lo económico y so
cial los partidos históricos no sabían ya qué hacer
con sus programas.
Superados algunos por los acontecimientos, car
comidos otros por los años o simplemente expre-
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F"Historia de una Derrota 141
sión todos ellos de una modulación política enve
jecida, les faltaba flexibilidad para comprender la
época, les faltaba generosidad para renunciar a sus
prerrogativas y sobre todo, les faltaba entender en
toda su extensión la gravedad del mal.
Nuestro país, entre todos los de América, pre
sentaba dos épocas distintas y marcadas en su his
toria. La primera fué la que pudiéramos llamar de
índole agraria. Las altas clases, poseedoras de los
mejores valles de nuestra zona central, habían te
nido mano dura con los nativos, pero habían abier
to caminos y canales, habían extendido vías ferro
viarias a lo largo del país, habían creado una mari
na mercante y todo aquello sin desangrar el valorde la moneda ni enajenar la riqueza nacional.
Sobrios y virtuosas, tuvieron quizás el torvo
ceño de los viejos vascos, pero sus principios es
pirituales les hicieron constituir un país con la más
férrea organización republicana, con las más abier
tas posibilidades a la industria y con una hermo
sa expectativa de liberación en el porvenir.
Verdad es que el régimen capitalista imperan
te fraguaba ya en el seno de aquella clase un ger
men de codida y de decadencia. Estaba forjando
un desnivel excesivo entre las fortunas de unos y
de otros. Estaba creando las grandesmasas
proletarias a impulsos del desarrollo industrial. Estaba
desorganizando las familias con su funesto régi
men civil de distribución individual de la rique
za. Pero, por lo menos el esfuerzo de la colectivi-
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142 Ricardo Boizard
dad chilena era íntegramente aprovechado por el '■■
país y no se conocían aun los agiotistas interna- -^cionales ni los gestores a sueldo del extranjero. ]
Después de la guerra del Pacífico, en que le jcupo al país disponer de la rica pampa salitrera,los sobrios pelucones tuvieron que ceder su sitio a
otros hombres y a otros métodos gubernativos. Ha
bía terminado la etapa agraria, en que dominaban
los dueños de la tierra con sus métodos duros, pe- -¡
ro constructivos. Empezaba la etapa del imperia
lismo, en que gobernarían los abogados con ideas
de libertad, pero con el arma sutil y peligrosa de la'
interpretación legal.
Los hombres que impensadamente derrocaron J(
a Balmaceda por su pasión nacionalista más que por'*
sus arrebatos dictatoriales, cambiaron de improviso J
la fisonomía del país. Comenzaron a conocerse las 1
grandes rentas, los lujosos coches y las brillantes li- M
breas. Comenzó la costumbre de salir fuera del '1
país y visitar un mundo más hermoso y agradable,«j|en que los pesos chilenos, robustecidos por 50 años
de organización, compraban levitas en París y adus- ¡
tos hongos en Londres.
Surgían a la superficie losgestores,
que eran ■m
algo así como los tubos comunicantes entre el ca-J
pítal extranjero y la nación.
¿Para qué crear manufacturas o mejorar 1*39
condiciones de labranza o proporcionar viviendas fl
al nativo, cuando las fortunas que se pierden, HjH
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Historia de una Derrota 143
recuperan en coimas o se compensan por el Gobier
no con opulentas comisiones al extranjero?Era cuestión de mantener mucho tiempo el ce
tro del poder y de asegurarse con ello las más es
pléndidas condiciones de vida.
Las energías chilenas se perdían, los capitalesV chilenos decrecían y la moneda, lentamente, iba
£v perdiendo su valor.<i. Más aun. Los terratenientes dispendiosos co-
'k- nocieron un nuevo sistema de gastar y fué el tié-
dito hipotecario. Un hijo que necesitaba viajar o
el ajuar de un matrimonio encontraban siempre
a un cajero que a cambio de monedas, cercenaba e!
derecho chileno de la propiedad.■
El capital extranjero, entretanto, ante la im-
¡v potencia del capital nacional o de la energía nacio
nal para explotar sus riquezas, aprovechaba a sus
anchas de tan inconciente y desusado jolgorio. Hun
día sus garras en la pampa y en las montañas co
brizas. Buscaba concesiones y
grangerías.
Contro
laba el alto comercio y creaba monopolios.
Es así cómo, por la voluptuosidad y gregarismo
de las altas clases dirigentes corrompidas, estaba
| perdiendo el país la posibilidad de extraer su pro
pio cobre y su propio salitre, la prerrogativa de
cambiar sus productos y aun el derecho legítimo
de la venta libre.
El pueblo comenzaba a hablar. Pero resulta
ue hablaba solamente al través de una secta ma-
Snica, tan burguesa y tan corrompida como la
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R icard o Boizard
vieja sociedad. Es t a secta masónica, ap aren tem en te
enemiga de la burguesía, no hacía sino imitarla en
el estilo, p u e s controlaba una educación que a b
pos t r e le daba al país bachilleres en lugar de ope
rarios, abogados en lugar de ingenieros. Por último,su corrupción la hermanó con los corrompidos que
atacaba y b u scó refugio en el Presupuesto e n que
desgraciadamente p a r a el país no iba sino a c o n
tinuar dañando los intereses populares y abultan
do hasta el infinito la burocracia.
Todas las luchas tien en un reajuste final, y-VM
q u e resultó de todo eso es q u e la política dispen
diosa de las altas clases corrompidas tuvo q u e busc a r , ante el a t a q u e , un socio de sus a v e n t u r a s , uní
especie de cómplice q u e le ayudara a robar y a de
s a n g r a r al país en cuarenta a ñ o s de disipación y e n -
treguismo. Ese cómplice fu é el Partido Radical, que
incapaz de recibir c o ima s y desposeído de la tierra,
descubrió en el Presupuestoun
cubilete subalterno p a r a r e c o g e r los mendrugos del capitalismo,
Es así c ó m o durante largos a ñ o s la política c
cional no fu é sino el c o n c e r t a m i e n t o encadenado a
las altas clases con los radicales p a r a empobrecer a
país.
Unos, losastutos
abogados y gestores, entregab an nuestras i ndus t r i a s e x t r a c t i v a s al capital extran
jero sin ninguna compensación. Otros, los dueños de
la zona central, dilapidaban sus entradas afuera y ,
no reemplazaban el arado por el tractor n i procu
raban transformar la m a t e r i a p o r me dio de la in - I
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Historia de una Derrota 145
dustria manufacturera. Los últimos inflaban el Pre
supuesto con las entradas del salitre primero y con
los impuestos después para constituir en la Adminis-
~- tración Pública una verdadera clase privilegiada de
f¿f funcionarios.
Y as! como habían gobernado primero los
,
dueños de la tierra y en seguida los gestores, así tam
bién aquellos últimos moluscos de la economía na
cional esperaban su turno y se entregaban a cualquiera aventura a cambio de incrementar su negocio.
Todo eso, naturalmente, repercutía en la mo
neda. Todo se hacía a costa de la precaria industria
nacional, de las emisiones fiscales o de mil manio
bras parecidas. Y si algunos incautos, como los primeros demócratas, interpretadores en su tiempo del
i- instinto nacional, levantaban imprudentemente la
voz, eran ametrallados por la policía y silenciados
por las leyes represivas. El pueblo, que veía salir el
cobre de sus montañas, el trigo de sus campos, el
salitre de sus pampas y los escuálidos y pobres aho~rros de las Cajas para convertirse en papel, estaba
B condenado a comer cada día menos , para preparar
se, como el caballo de don Quijote, a la vigilia defi
nitiva.
fe ■ ¿O1^ *e importaba a la masonería esa tragedia
fe. si precisamente su negocio presupuestarioestaba en
E, contraproposición con el negocio del pueblo?
I Una cosa le importaba sí y era conquistar el
poder para mejorar la renta y para codearse con loe
'[, señores a su misma altura.
BlBKHtlA.— 1
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Ricardo Boizard
El año 20 los radicalescreyeron
madura laopor
tu ni dad y se disfrazaron de pueblo para acompaña!a Alessandri. Les gustaba mucho ese conjunto de
oficinas que crearían las leyes sociales. Les agradaba inmensamente azusar a los profesores primariosen sus peticiones de aumento, para conseguir, a su
vez,nuevas
grangeríasa los secundarios. Hablaban-
de justicia y de mil otras cosas que les parecían com
plemento de su política logrera, y colocados ya en
los altos sitios bajo el auxilio de los buenos sueldos,
no titubearon una vez más en imitar a la alta bur
guesía disparando en San Gregorio contra los obre
ros
dela
pampa.Y no titubearon tampoco en pasarse al otro
lado y precipitar la caída de su propio gobiernoavanzado de 1924 cuando otros pretendían arreba
tarles una parte de la ración.
Partidarios románticos de la libertad, vivieron,
sin
embargo,en
maridajecon
Ibáñez, paradefen
der posiciones burocráticas.
Enemigos aparentes de la solución capitalista, ,
exaltaron a Montero para mejorar la presa.
Fueron partidarios de Ross cuando éste finan
ciaba los presupuestos y aumentaba los sueldos. Su
abandono al Ministro coincidió con la
llegada
de
los períodos de pobreza.Cada una de sus cooperaciones a los gobiernos
o de sus campañas de oposición puede perfectamente conocerse en nuestro barómetro financie
ro. Radicales fuera del gobierno significa sobriedad
1¿
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Historia de una Derrota 147
y economía, reajustede sueldos
ydescanso
parael
;■' contribuyente. Radicales en el Gobierno significa*
despilfarro presupuestario, fuertes impuestos y acu
mulaciones de rentas.
Después de las truculencias radicales del año
24, el ideal popular abandonó definitivamente su
esperanzaen tan voraces como inconstantes ami
gos. Pretendió asirse a Ibáñez, representante en esos
días de la juventud militar, pero la Dictadura no
es precisamente el sistema más adecuado para co
rregir los males profundos de una economía y de
un país. El silencio en que desarrolla sus actos la ha
ce desconocer lospuntos
de vista de los humildes y
í generalmente favorece las insinuaciones intencio
nadas de los fuertes. Una protesta, aunque a veces
? se levante de mala fe, corrige más que el amigo que
otorga y que generalmente lo hace por negocio.
(De
ahí por qué a la altura de 1938 el pueblo
había buscado la
interpretación
de su instinto en
partidos más íntimamente populares que el radica
lismo, más ocupados de las cuestiones obreras que
& del Presupuesto, aunque desgraciadamente todavía
7? de raíz materialista.
{ Estos, llegando a veces a exageraciones puen-
f les, trataban de encauzar a las masas en un plano
i decididamente popular,' sin concomitancias con la
;
'
burguesía radical y tras la realización de un pro
grama constructivo.
r. El Partido Comunista, sin embargo, cuya revo-
f 3urión dd porvenir ocupaba más sus afanes que las
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148 Ricardo Boizard
l : __
conquistas inmediatas, en lugar de dirigir a las ma-
sas, las llenaba de desorientación y las debilitaba en su
camino. Miembro efectivo de la Tercera Internacio
nal de Moscú, iba siguiendo las curvas permanentes
que le trazaba d maquiavelismo ruso. Unas veces los
comunistas aparecían partidarios de la política pu
ramente obrera, sin alianzas con la burguesía, y.
otras veces ensalzaban a la burguesía y se poníanen su propio plano. Primero fueron los exaltado:
apóstoles de la dictadura del proletariado y despuésse convirtieron en los más feroces demócratas. Lo
que más adelante no les impediría luchar contra las
democracias y más adelante aun, unirse a las demo
cracias para exterminar el fascismo.
El único partido que , dentro de una línea se-
midictatorial si se quiere, pero con alcance nacio
nal, pretendía sinceramente interpretar las necesi
dades del pueblo enunciando una política rectilí
nea, era en esos días el Partido Socialista.
¿Qué quería el Partido Socialista?
Saliéndose del terreno doctrinario y sólo refi
riéndose a la cuestión inmediata, ese Partido que
ría en verdad lo que ya buscaban otras fuerzas en
embrión, y ¿por qué no decirlo? lo único que por
ahora y frente al problema de Chile, nos parecíaa todos indispensable.
El país, desangrado por, el capitalismo extran
jero, empobrecido por los dueños de la tierra, cu
yos ahorros compraron lujos y dispendios en lugarde levantar el nivel del campo y de apoderarse de
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Historia de una Derrota 149
las industrias extractivas, debía comenzar a luchar
enun
solo frente nacional contra estas cosas. Debían utilizarse los impuestos, más que en pagar fun
cionarios inútiles o en debilitar la moneda, en re
cuperar las fuentes de riqueza nacional usurpadas,en formar la industria manufacturera y en distri
buir la tierra.
El lema demagógico adoptado por el Frente
Popular, "pan, techo y abrigo" no era, en verdad,
una síntesis de la revolución que se buscaba. Su ver
dadera síntesis pudiera haber sido: "Cobre, Fábri
cas y Tierras".
Si los politiqueros habían logrado de nuevo
confundir lascosas
y enturbiarlas;si los comunis
tas, con su política universal, habían conseguidodar forma entre nosotros al frentísmo importado;si los radicales, a cambio de asegurarse el poder pa
ra hoy, dejaban abierta^ la incógnita del potvenir;
si todos, con singular maestría, ponían sólo su vis
ta en lo accidental frente al
impulsode un ideal
trascendente; la verdad es que el pueblo, instinti
vamente, buscaba en el triunfo del Frente Popular
el sólo triunfo del socialismo y en su imaginación
encajaba mejor la figura de Grove que la de Agui
rre Cerda.
Actuaba, además, el pueblo, por la ley dia
léctica de la síntesis y la antítesis, poniendo frente
a Ross no a un correspondiente de Ross como Agui
rre Cerda, sino a Grove o a Schnacke; no a un co
rrespondiente de los liberales y conservadores como
los radicales, sino a los proletarios socialistas.
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Historia de una Derrota 151
El pueblo, pues, aquel día del 25 de Octubre,
inmensamente más grande que sus dirigentes, bus-
| cadores algunos de prebendas, de situaciones y de
m sueldos, iba a presentarse en posición histórica a de
cir:
"La vieja burguesía, la que exportó el trigo y"
el salitre, la que entregó el cobre y sus derivados,"
la que me cargó con impuestos, la que desvalo-
B"
rizó la moneda, la que ametralló a mis hermanos
>"
en la Coruña y en San Gregorio, la de las emisio-
,-
"
nes y los estados de sitio, la que mata d puebloí'
"
en los hospitales y en las cárcdes, debe caer. Si
¡j-"
hoy voto por un burgués, es solamente para que
í "m e sirva de peldaño."Lo que esa gente se jugaba, pues, no era el pan,
i el techo y el abrigo. Se jugaba la historia.
Lo que quería no era cambiar el cáncer oji-
[: gárquico por la peste masónica. Lo que pretendía
i era salvarse.
i-
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}
El 25 de Octubre
Después de cumplir con mis deberes electora
les, fui a la casa de don Rafael Luis Gumucío pa
ra comentar junto a la radio los acontecimientos
del día.
A un convencidos de las trágicas consecuencias i
ulteriores, creíamos en el triunfo de Ross y lo mi- i
rábamos como el ahorcado puede contemplar la ho- jgüera que encendieron a sus pies. Si se corta la cuer
da, no va a morir en la horca, pero sí en las llamas.
En mi visita a las mesas , pude constatar una
absoluta tranquilidad. El pueblo ya no gritaba ni !
protestaba del cohecho. Este se ejercía tranquila- ,j
mente y con el visto bueno de la autoridad. Eri las ■:
secretarías de Ross, llenas de gente, se entregaba a
veces unos tubos con el voto del candidato aden- «
tro para que, abiertos en el pupitre, emitieran un m
ruido que por sí solo controlaba al elector. Las em -, i
panadas estaban en todas partes ofreciendo su jugo
y su olor. Los agentes, alegres y confiad*
nían ya ni siquiera el trabajo de buscar
s, no te -
carneros.
te
ros. 3
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Historia de una Derrota i 53
Los carneros llegaban dócilmente y se dejaban tras
quilar.Las radios comunicaban noticias tranquiliza
doras; uno que otro incidente sin importancia, pe
ro en general, una elección pacífica.Como a las seis de la tarde comenzaron a co
nocerse los primeros datos.
Venían de norte a sur. Como era de esperar,
los del norte favorecieron al candidato frentista.
En Valparaíso éste obtuvo un triunfo mayor que
el previsto. Las comunas rurales conseguían a pe
nas equilibrar la situac ión de Ross con la de su con
tendor. Santiago daba cifras espeluznantes para la
derecha. Dentro de la ciudad, el triunfo de Aguirre era completo y fuera de ella, relativamente in
ferior. O'Higgins y Colchagua quedaban todavía
como grandes tablas de salvación en el ya presen
tido naufragio. Las comunas rurales arrojaban efec
tivamente grandes diferencias a favor de Ross, pe
ro
venían luego las ciudades ydesbarataban lo con
seguido.
A las siete de la tarde, con menos de la mitad
de las cifras, ya se veía claro para los conocedores
del mapa electoral, el triunfo del candidato fren
tista. En todo caso se veía que si Ross aventajaba
a
Aguirresería por tan pequeña cantidad de votos
que esa débil victoria no iba a ser suficiente para
llevarle a la Moneda.
Me volví a mi casa a las 8- y después de comer ,
me acosté, colocando en mi velador la radio. La co-
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154 Ricardo Boizard
necté con la trasmisora de "El Mercurio" que, a
pesar de su apasionado rossismo, era más susceptible de cambiar en caso de derrota. El speaker, que
durante el día trasmitía gozoso las espectativas del
triunfo, estaba ya más calmado y discreto. Daba
cifras a medida que las recibía. Rectificaba algu
nas cuando era necesario y se expresaba casi con
ternura de la candidatura popular.Me pareció todo eso de m d augurio para Ross,
Hice sumas con las cifras recibidas. Esperé que se
me completara el cuadro. Vacilé un rato y de pron
to, el agudo speaker, poseído de un verdadero fre
nesí popular, casi con odio de clases, exclamó:— El Presidente Electo, don Pedro Aguirre Cer
da, va a dirigiros la palabra.Una vocecita ronca y tranquilizadora se escu
chó. Era como para dormir en paz, pues prometíacomo todos trabajar por el bienestar de la patria,:
por las clases necesitadas y por el respeto a los dere- jchos ciudadanos.
La verdad es que aquel discurso pronunciado
por el candidato frentista desde "El Mercurio" era
bastante más moderado que el editorial de esa pren
sa al día siguiente.
Las calles estaban llenas de ruidos y algazara.Verdejo tiene uft solo derecho cada cierto tiem
po y es gritar. Hay ciertos días en que se le deja
i
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Historia de una Derrota 155
gritar a pasto, celebrar el comienzo de una nuevr.
era,sacar
banderasa
las calles y sentirsecomo
dueño de la situación.
Gritó y sacó banderas ante el triunfo de Ales
sandri en 1920. Se aprobaron leyes sociales y eco
nómicas. Se reformó la Constitución del Estado.
Pero la rotura de sus pantalones creció.
Volvióa
gritaren
1925 cuando la vuelta dela civilidad le ofrecía pan y liberación. Pero sus
pantalones remendados continuaban deshilacliándo
se.
Gritó un poco en 1931 a la caída de Ibáñez.
Ya no tenía pantalones. Volvió a gritar en 1932
cuando Gróve le ofrecióel
paraíso.Eran
yasus ha
rapos una bandera revolucionaria y además de per
der los pantalones, perdió el trabajo.
Pero Verdejo es duro para gritar y no se des
engaña nunca. Cree que por lo menos una vez va
a gritar para siempre. Y esa noche anduvo por las
cdles hasta las más avanzadas horas. Y anduvo con
plata porque se había vendido a Ross, había recibi
do el tubito de Ross, había comido las empanadas
de Ross y había votado por Aguirre.
Al día siguiente, el Gobierno confesó secamen
te el triunfo frentista. Resultaba éste estrechísimo,
pero suficiente para parecer un triunfo ante tanto
dinero y ante tanto poder.
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Ricardo Boizard
Laderecha, imprudentemente, declaró que no-
había terminado el proceso electord y que éste so
lamente quedaría finiquitado el día en que el Tri
bunal Calificador se pronunciara sobre numerosos
hechos que viciaban el acto.
Yo recibí esa tarde a un periodista de Ercilla 1en
micasa
y le manisfesté sin ambajes que dudar
■
"¡del triunfo de Aguirre Cerda era una majadería. Si
se alegaba el vicio de la violencia ejercitado en al
gunas partes por los electores contra el cohecho,
los frentistas alegarían a su vez el cohecho misrrw¡^_Con lo cual ambos vicios quedaban compensados. ^
La sociedad comercialen
liquidación, como■■<
era de esperar, no se quedó tranquila con mis de- ¡jclaraciones y las comentó con aspereza. No dudo j
que los rossistas derrotados tenían derecho a eso y ',
a mucho más. Se les podía tolerar que se quejaran, -i
que buscaran culpables de sus propios errores y que -^encontraran en
los falangistas las víctimas propi-i
cíatorias de la derrota. Lo que no se les podía to - V
lerar es que continuaran torpemente poniendo ban
derillas al toro y provocando a un pueblo que has
ta allí había dado muestras evidentes de serenidad
y de cordura.
He sabidoque
Ross recibió en la noche de la
elección la noticia con tanta dignidad como la que
tuvo el pueblo al derrotarle. Estaba más acostum- jbrado a perder que sus amigos y es posible que cuan
do llegaban a su mesa los mezquinos datos, haya te
nido esa misma sonrisa apretada de los corredores i
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Historia de una Derrota 157
de bolsa cuando en la pizarra aparecen sus accio
nes depreciadas.
Algunos derechistas, sin embargo, insistieron
en lo dd proceso electoral. Consideraban absurdo
entregar el poder teniéndolo en las manos y aun
pensaban, obsesionados con lo de España, que era
preferible resistir desde arriba que atacar después
con las armas desde abajo,Alessandri, que, en este caso, supo mantener
la tradición republicana del país, se vio asediado por
los requetés chilenos y tuvo que rechazar toda cla
se de consejos descabellados.
Un día aparecieron en los diarios dos cartas
que venían como caídas del cielo, aun cuando hu
biera sido mejor no haberlas provocado. Era una
del General Novoa y otra del General Arriagada.
Ambos exponían al Presidente la necesidad de de
clarar de una vez por todas el triunfo del degido y
no seguir insistiendo, para la. tranquilidad del país,
en la peligrosa idea del "proceso electoral".
Pero los bravos derechistas no daban ni pedían
^cuartel, como en las novelas de Pacheco. N i la cer-
f
teza honrada del triunfo, ni la contemplación de
un pueblo extraordinariamente respetuoso y tran
quilo, ni las declaraciones pacíficas de Aguirre Cer
da les convencieron que era preferible ser derrota
dos una sola vez.
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Queríanuna
segunda derrota y los militaresles dieron la oportunidad de sufrirla.
N o se convencieron. Pretendían ellos insistir 5
en algo, caer en posición heroica, dejar planteadav^Hal país una cuestión que con el tiempo tuviera im- A
portancia y pudiera provocar disturbios. Y, ante jlas cartas de los Generales, declararon que, privadosde sus derechos por la intervención de la fuerza,renunciaban a continuar el "proceso electoral
mientras el país no volviera a la normalidad jurí
dica.
¿Qué quería esa gente?
; ¿Quería otra masacre , otro período de repre
sión y de fuerza? ¿Quería revolución? ¿Y revolu
ción con qué?Las revoluciones se hacen con el pueblo o con
el Ejército. Las dos cosas estaban contra la derecha
y c»ntra Ross.
¿Quería atrincherarse en el Club de la Unión
y levantar allí una bandera de protesta contra to- -fl
do y contra todos? A falta de armas y municiones,*
¿iba a lanzar contra el pueblo las bolas de billar o \
los cómodos sillones del salón verde? J
¿Qué Rochefoucauld trasnochado estaba man- jdando allí sin que nadie fuera capaz de volverle a ¡jla razón?
La verdad es que estas cosas quedarán en el
misterio por los siglos de los siglos.
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r
Historia de una Derrota 159
Ha sido siempre corriente en el país la gente
que piensa de prestado. Los liberales chilenos, por
:ejemplo; a principios del siglo XLX, no concebían
una conquista por la libertad sin proceder como
girondinos, porque se alimentaban de la revolu
ción francesa y es de allí de donde sacaban las pren
das para aparecer vestidos a la usanza de Rolland
o de Vergniaud. Las izquierdas- chilenas, obsesionadas por la revolución soviética, generalmente siguenel inadecuado padrón y por imitar a Kerensky o a
Lenin, se desentienden de la realidad chilena.
Las derechas de 1938 estaban dominadas por
la Revolución Española. Naturalmente, reacciona
ban ante lo nuestro como si se tratara del Frente
? Popular español. Esperaban desórdenes en las ca
lles, incendios de conventos, asesinatos de políticos.
Más de alguien se ha sentido defraudado con
la tranquilidad y ha pensado que aquello no era si
no una pasajera táctica.
¿Cómo entregarle, pues, el poder,a
gente tan
mdvada, tan criminal e incendiaria?
Sobre todo, Jes preocupaba muchísimo la re
ciente llegada al país de los embajadores españoles
a la trasmisión dd mando. Especialmente miraban
con ojos desconfiados a Indalecio Prieto, un hom
bre terriblecon
barrigade burgués, con cara de
carnicero y elocuencia de Danton. Le perdonaban
la barriga y la cara, pero no la elocuencia.
Aquella noche en que Indalecio Prieto pronun
ció un discurs» en el Estadio ante treinta mil per-
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1
160 Ricardo Boizard
sonas
quele
aplaudían,la derecha
creyó quea
lavuelta de la concurrencia a su casa no iban a que
dar iglesias en el camino.
La yerdad es que ni los frentistas chilenos es- .
taban decididos a quemar iglesias ni los españoles ]venían a conseguir candelabros para su guerra. .!
Los chilenos se habían sentido asustados con
su triunfo y buscaban todos los medios de hacer-^selo perdonar. Sabían también que una parte de ■
los electores católicos había mirado desconfiada-^mente a Ross.
Los españoles, por su parte, poco seguros de
su estabilidad, aconsejaban prudencia y pedían ayu
da.
Llegaba tan allá en los salones la aprensión re
ligiosa y los infundados temores de las señoras, que
éstas habrían perdonado ciertamente al pobre dia
blo que quemara una iglesia, pero no perdonaban |
a los que pretendían negar las impiedades del Frente.
La Iglesia Católica, sin embargo, estaba más
enterada de estas cosas que los políticos y sus se
ñoras. Y precisamente en los días en que hablaban
las derechas de la falta de normalidad, Monseñor
Caro envió su bendición al Presidente electo, lo que
no significa que la Iglesia celebre la supercheríafrentista, sino simplemente que su misión alcanza
a todos.
Pues bien. Roma, en lugar de excomulgarlo,a los pocos meses , lo nombró Arzobispo.
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historia de una Derrota 101
Miradas las cosas con serenidad, el triunfo de
Aguirre Cerda era, hasta derto punto, en lo polí
tico, un desahogo para el pueblo; en lo social, un
mal trago para la aristocracia; y en lo económico,
ninguna amenaza formal para el capitalismo, pe
ro sí una nueva amenaza terrible contra el Presu
puesto.
Los frentistas chilenos, dirigidos por los radi
cales, no distribuirían la tierra ni acabarían con el
■ derecho de la propiedad. Crearían nuevas oficinas,
viajarían sin descanso, gastarían sin medida y de
jarían que los comunistas trabajaran hasta que el
Dolsillo del radicdismo estuviese lleno.
Los días anteriores a la asunción del mando
transcurrían monótonos y cargados de tristeza. To
do el edificio político derechista se desmoronaba.
Los grandes sueldos, las rentas fabulosas, las bue
nas mesas oficiales y. los mejores vinos estaban re
servados para unos insolentes agitadores que de la
noche a la mañana se instalarían en el poder.
Las cosas hechas en seis años, sin embargo, no
habían sido tan malas ni tan contrarias al interés
nacional como se decía en las postrimerías del Go
bierno de Alessandri por los enemigos de Ross.
Dentro de la fórmula capitalista, y salvo su
incapacidad para absorber a ciertos elementos des
plazados y constructivos del ibañismo, Alessandri
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'
1
Ricardo Boizard;
en los primeros años de su tercer Gobierno había:llegado muy allá en la defensa de los intereses generales.
Desde luego, restableció con firmeza el ordenconstitucional. Volvió a los viejos cauces de la nor
malidad y tuvo la suficienteenergía
como
paraarrancar al país, a despecho de las conspiraciones, ...
del caos en que se encontraba.
Los presupuestos defmandados producían una
constante alteración política y económica. Los fon- !
cionarios, inseguros de sus rentas, estaban más al
servido de las intrigas conspirativas que del país,'
Las reparticiones públicas no cumplían sus objeti- !
vos y se buscaba para mantenerlas unos cuantos
recursos ficticios a los cuales no acompañaba nin
gún esfuerzo productor.El país, recien salido de la postración salitre- *
ra
ysin
divisas con qué atendersus
más premiosasnecesidades, experimentó una fuerte reacción y a
su impulso crecieron rápidamente industrias hasta
ayer desconocidas.
Las Oficinas Salitreras volvieron a funcionar
y encontraron allí trabajo remunerador los miles
de cesantes que en los puertos nortinos languidecían el año 32, en promiscuidad vergonzosa y ba
jo la más horrenda de las miserias,
Ya hemos dicho que el pago de la deuda ex
terna y la derogación del Contrato Eléctrico fue-
ron soluciones felices y convenientes. Gracias a elle
--"*■
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Historia de una Derrota 163
recuperó el país el crédito perdido y la fuente de
su
energía industrial.Es verdad que un sistema leonino de impues
tos recargó el costo de la vida y dio al presupuesta
una iníladón desproporcionada con nuestra riqueza. Es verdad que nada se hizo por mejorar las con
diciones de los campesinos y que la defensa del tra
bajadorestuvo
expuesta, como también lo está hoy,a constantes tropiezos y persecuciones.
Es verdad que en las postrimerías de su Go
bierno una casta cerrada y reaccionaria cercó al
Presidente hasta separarlo total y absolutamente del
pueblo.
Pero ya lo hemos dicho. Dentro de la fórmula capitalista en que todavía vivimos y en que con
tinuará desarrollándose la política del Frente Po
pular bajo la égida del radicalismo, ese gobierno en
su aspecto esencial fué quizás el más fructífero y
constructivo de los que la burguesía le ha dado al
paísen los últimos años.
Antes que Alessandri abandonara la Casa Pre
sidencial, a pesar de la distancia que me separó du
rante los dos últimos años, creí que no era posible
dejar de visitarle por última vez, asi como le había
visitado en los tiempos vigorosos del 34.
Llegué una noche a las 11 P. M. Muchos mue
bles habían desaparecido ya. Pero no sólo los mué-
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164 Ricardo Boizard
bles habían desaparecido. Extrañé también muchascaras que antes resultaban familiares. En buenas
cuentas, no había dlí junto al Presidente sino sus
hijos y creo que Waldo Palma. A su lado estaba tam
bién el gran perro del tercer período, el que, según
decían, ladraba a la gente de mal talante, acostum
brado como estaba esos seis años a mirar cuellos al
midonados y zapatos lustrosos. En todo caso, el
aristocrático perro estaba allí haciendo honor a los
de su raza.
En el momento en que yo llegaba, Alessandri
se preparaba a abandonar la Moneda. Era la pri
mera noche que alojaría en la calle Central y me
invitó a conocer su departamento.Cuando bajábamos en el ascensor , me dijo es
tas palabras como un reproche:—Ya ve usted. Getulio Vargas se quedó. Yo
me voy.
Salimos juntos. Me invitó a su lado en el au
tomóvil presidencial y le acompañé a su nueva re
sidencia. O sea. Me tocó el placer de dejar al Pre
sidente Constitucional de Chile que terminaba en
1938 su período, en el lugar que le correspondíapor disposición de la ley.
No puedo negar queme
invadió cierto orgu
llo, cierta íntima satisfacción porque a pesar de to
das las alternativas y conflictos, a pesar de todos
los temores y amenazas , el Primer Mandatario de
la República iba a cumplir con su deber.
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Historia de una Derrota 165
Quise pagar de algún modo esa acogida cari
ñosa de Alessandri después de tantas cosas que nos
habían separado. Y, por primera vez, al cabo de
seis años de haberle sacado el cuerpo a las ceremo
nias oficiales y a las comisiones de reja o de pórtico en la apertura del Congreso, fui a pedir que se
me designara en una de ellas. Bajo el peso tremen
do de la impopularidad que nosotros habríamos evi
tado si Alessandri nos escucha, quería yo recibir al
Presidente y acompañarle hasta que dejara de serlo.
Me fué muy fácil encontrar hueco en la co
misión de reja. Eran muchos los contertulios de la
Moneda, pero la Moneda no es lo mismo que la ca
lle abierta en que el pueblo vocifera y en que se
trata de desafiar su furor.
El 24 de Diciembre a las 3 de la tarde estaba
yo instalado con mis otros colegas junto a la reja
del salón de honor del Congreso, mientras un po
pulacho frenético y amenazante esperaba.Es necesario haber visto aquello desde ese si
tio para conocer la entereza de Alessandri en su ac
titud. Pudo haber buscado un pretexto para no ve
nir. Pudo aun escapar a las injurias y llegar por otra
puerta. Peroesa
actitudno cuadra con su
espíritu batallador y prefirió desafiar la tempestad.
Profundamente enemigo de los dos años últi
mos de su Gobierno; recalcitrante acusador de su
extraña actitud ante los hechos del Seguro Obre-
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166 Ricardo Boizard
ro, yo declaro que ese gesto me pareció en cierto
modo reivindkador de lo pasado. Con mirada es
toica, con altivez y paciencia, recibió las injuriasasí como había redbido los viejos aplausos.
Un ruido ensordecedor se dejó sentir cuando se
acercaba la carroza dd Presidente. Daba la impresión de que el populacho amenazaba con algo más
que silbarle. Unos puños se levantaban en la mul
titud y ésta giraba como un reptil para estrecharla
Se detuvo la carroza frente a la reja y recuer
do que Raúl Marín, noblemente, corrió a recibir
al Primer Mandatario.
Yo, entretanto, le estreché la mano al bajar y
le abrí camino.
Una muchedumbre nos envolvió y Alessandri
fué avanzando serenamente hasta su puesto.
Presencié de cerca todos los detalles de la ce
remonia.
En el momento en que Aguirre Cerda entra
ba aclamado por tribunas y galerías, Alessandri mi
raba sonriente el espectáculo y medía, por cierto,
como pocos, el valor de esos aplausos.Cuando Aguirre Cerda llegó a la mesa de ho
nor traía unos guantes blancos en la mano y ya los
agitaba ante la multitud en un gesto indeciso de
conservar la prenda o de cerrar el puño. Durante
todo d trayecto posterior, hizo lo mismo.
Eso, naturdmente, daba satisfacción a la iz
quierda y tranquilizaba a la derecha. Los izquierdistas veían a su Presidente con el amenazante pu-
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Historia de una derrota 167
ño cerrado. Los derechistas veían en sus manos una
elegante indumentaria de salón.La mano de Alessandri se tendió dignamente
para saludar a su sucesor. Este la estrechó con apa
rente cordialidad y una vez que se colocó la ban
da de tres colores con el dorado broche de O'Hi-
[: ggins, que ya era casi la única reserva de oro que
ÍLnos
iba quedando,se
abrazó cortésmentecon el ex
fc ' Presidente de la República.La banda se veía un poco larga en el pequeño
talle de S. E. Pero aun así, le daba una fisonomía
especid y quedaba éste entregado a la muchedum
bre, ya no como el simple viajero de los andurria-
K les del sur, sino como el elevado penacho de una de-
F- mocracia en camino.
» Los parlamentarios de la derecha salieron de
i la Sala acompañando a Alessandri, donde con un
f ligero lunch despedirían para siempre de la polí-
r tica y del Congreso a ese hombre que por ambas
[ cosas había pasado en medio de vientos contrarios
\ y ruidosas tempestades.
f Más allá de las ventanas estaba el pueblo, una
í masa ondulante que olvidaba sus odios para dar pa-
| so d nuevo amor.
Se dice de Napoleón que su inteligencia fun
cionaba con la rapidez de una estantería en la cual
se cerraba el cajónde un
problemapara abrir el de
otro. Esta masa tenía esa misma costumbre en su
£ corazón. Cerraba automáticamente la caja de sus
odios y abría la de la esperanza.
í
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Pág.
Prólogo 7
21 de Mayo de 1938 11
Posiciones electorales 23
Ross45
Nuestra palabra solitaria 59
El Nacismo,
69
El 5 de Septiembre79
Políticos y cadáveres113
El rumor del mundo 129
Lo que se jugaba 140
El 25 de Octubre,52
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1 Hoy día, en este libro, fruto de largas medi
taciones, Ricardo Boizard enfoca, en amplio y
curioso panorama, lo que él llam a la "Historia
de una derrota". Toda una época nacional, con
sus grandezas 7 miserias y las contradicciones
de sus hombres representativos, pasa por estas
páginas, palpitantes de actualidad: lo s últimos
meses de la administración Alessandri, el fra
caso d el can did ato de las Derechas, los prime
ros pasos del Frente Popular. T en el fondo de
todo esto, el dram a patético de una juventud
que busca su destino y señala una orientación.
Son páginas llenas de vida, de verdad, hasta
diríamos de fe. A t ravés de ellas, y con abso
luta franqueza, discurre el poeta, el político, el
periodista, grande animador de hombres y de
cosas. Es un libro destinado, sin duda, a pro
vocar contradictorios comentarios, pero de un
Interés apasionante. La "Historia de una de
rrota" colocará a Ricardo Boizard entre los
mejores cronistas políticos de nuestro país.