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WICIONES ORBE

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RICARDO B O I Z A E D

En la joven generación periodística, la plu

m a de Ricardo Boizard se distingue y cautiva

por la vibración de su estilo nervioso y conci

so. Los temas políticos le han apasionado des

de su primera Juventud. Hace muchos años pu

blicó u n folleto intitulado "Hacia el ideal po

lítico de una juventud". Aquel libro era como

un llamado en medio del combale cívico: un a

exposición sincera y honrada de lo s propósitos

que, más tarde, inspirarían la formación de la

Falance NacinaL Boizard ha sido, puede decir

se, el precursor ideológico de aquel movimien

to . Años después, el joven escritor dio a las

prensas su segunda obra, "E l dramático proce

so de Anabalón". Admirable síntesis, en for

ma de humano alegato, de todas las inciden

cias a que dio origen el desaparecimiento del

malogrado profesor de Valparaíso. La obra de

Boizard, fulgurante de argumentos irrebatibles,

obligó a la s a uto rid ad es a reabrir el proceso.

Su tercer libro es "Voces de la calle, del pulpi

to y de la política", galería de figuras contem

poránea^ conjunto de siluetas de parlamenta

rlos, agitadores callejeros y oradores sagrados,

que la crítica aplaudió sin reservas por el d i

bujo exacto y bello de los caracteres. En poco

tiempo, aquella obra se agotaba completamen-

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-í^-1

librería <^sj

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ES PROPIEDAD:

■DITOftiAL "OBBE", SOCIEDAD COMERCIAL CHtLBNA, NO SH

LAB OPINIONES, IDEAS O TBORlAI QUB MAlil-

AUTORHB DB J,09 LIBROS QUB SDIXA.

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RICARDO BOIZARD

HISTORIA DE

UNA DERROTA

(25 DE OCTUBRE DE 1938)

.* CHILEr-

EDITORIAL ''ORBE"

Santiago de Chile—

1941

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A D o n

RAFAEL LUIS GUMUCIO,

CON

IRREDUCTIBLE ADHESIÓN

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PROLOGO

Las páginas que van a continuación han sido

escritas para gentes más amplias e imparciales que

las que, con ciertas excepciones, actúan en la po

lítica diaria. Tienen un objetivo preciso y es apar

ta r cada día más a esas gentes del encasillamiento

pueril, presentando ante sus ojos, lo más humana

mente posible, las debilidades y contradicciones deuna época condenada a muerte, al mismo tiempo

que abriendo para el porvenir una brecha de en

tendimiento.

Si un grupo de hombres no se propone des

pertar en las almas la repugnancia por lo actual

y modelar, aunquesea

imperfectamente, la primera célula del mañana, continuarán nuestras masas,

engañadas por el espejismo, tras de caudillos ines

crupulosos y pintorescos, que por comodidad es

piritual siguen y siguen ensayando unos métodos

que producen aplausos, pero no realidades.

Aquí se vera, por ejemplo, hasta qué punto no

es verdad que las derechas y las izquierdas, al tra

vés de sus dirigentes y aun de sus programas, ten

gan la diferencia que aparentan y por la cual pre-

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tenden los politiqueros que los hombres continúen

despedazándose. En general, unas y otras perma

necen bregando en el mismo estrecho riachuelo del

capitalismo liberal y si a veces se apartan y parecen

distanciarse, no es porque vayan al mar de las soluciones totales y humanas, sino porque simplemente

el accidente separó dos brazos del mismo río para

unirlos después.

Izquierdas y derechas son, en el fondo, la con

jugación de un mismo verbo inhumano y brutal.

Por ambos lados se trata de dominar y destruir a

la parte contraria. Los unos van desde el individua

lismo egolátrico hasta el fascismo asesino. Los otros

cultivan la anarquía y se estrellan con la dictadura

de clases. Una palabra de comprensión y cordia

lidad, una cosa que enlace los dos bandos y que

recuerde que por encima del problema de las ideasestá el problema de los hombres, y que más alto

que morder, es amar , eso resulta casi una blasfemia en el estadio abominable de nuestras luchas.

Una cosa sí.

Hasta ahora los que se sienten repelidos por

semejante festín, que es el verdadero festín de los

antropófagos en un mundo civilizado, cierran los

ojos a la realidad y se entregan a la simple y definitiva inacción. El apoliticismo es la expresión mo

derna de tal estado de ánimo.

Este libro pretende poner armas en las manos

de los apolíticos, y decirles que ante el imperativofatal de la destrucción, hay que darse a la tarea,pero no para lanzar a unos grupos contra otrospor motivos fútiles, sino para terminar por ahora

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con los dirigentes de todos, cuya ambtción es a la

postre el signo verdadero de nuestras reyertas.

Podrá este libro ser iconoclasta. Pero es que

ya los ídolos modernos han destruido tantas cosas

sagradas de la civilización, han puesto sus pies so

bre tantas creaciones del viejo humanismo, que

destruir esos ídolos no resulta ser iconoclasta, sino

que resulta precisamente convertirse en una espe

cie de gigantesco albañil que vaya destruyendo los

adornos barrocos de la cultura y deje a la vista del

porvenir la desnuda armazón de piedra.Lean, pues, estas páginas las almas llenas de

pesimismo y amargor. Léanlas aquellos a quienes

ningún bando, ninguna combinación, ningún par

tido logró dar respuesta a sus urgentes inquietudes

espirituales.No encontrarán aquí la solución ni la estruc

tura jurídica de lo que va a venir, porque antes

que los huesos está la carne y antes que la carne, la .

sangre, y más allá todavía la vida con sus oscuras

posibilidades.Solamente díganse en silencio, después de ha

ber meditado con profundidad y después de ha

berse levantado desde estos hechos superficiales aun

que trágicos a las últimas consideraciones genera

les, que la verdadera misión del hombre joven, antes

de actuar y de optar por un camino, es- abrirse la

herida del pesimismo, no para estallar en los sollo

zos románticos de Musset, sino para inyectar en

su

sangrela vitamina

del porvenir.

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21 DE MAYO DE 1938

En las postrimerías del Gobierno de Alessandri'

había ocurrido un fenómeno singular en lo que se

refiere a las derechas. Los personajes que con mayor

crudeza se oponían en 1933 al apoyo del gobierno

constitucional; los que mantenían vivo el rencor

del año 20; los que con tardío doctrinar i sino habían

levantado la candidatura conservadora de Rodrí

guez de la Sotta para cerrar una puerta al enten

dimiento civilista, estaban hoy situados junto a

Alessandri en un plano de franca incondicionalidad.

Ni las peligrosas intemperancias del Primer

Mandatario con sus enemigos; ni los prudentes con

sejos de los espíritus imparciales; ni los plebiscitoselectorales que acusaban un franco descontento en

ej país; nada lograba mitigar su adhesión.

Los veremos votando en el Parlamento inicia

tivas que jamás hubieran permitido en otras horas;los veremos

quebrantandosus más

puros conceptosde sana administración; los veremos danzando co

mo polichinelas en la cuerda inflacionista tendida

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Historia de una Derrota 1$

tado,no dando rienda suelta a sus instintivas

pasiones, sino extrayendo de su singular talento esos re

cursos que sólo él sabía crear cuando lo estrecha

ban las circunstancias.

En lugar de aconsejarlo, sin embargo, lo alentaban. En lugar de detenerlo, lo aplaudían. Y

cuando sus actos vejatorios llegaban al tapete de

las discusiones parlamentarias, ellos, que no habían

tenido valor para recomendarle cordura al Presi

dente, pretendían exigirle serenidad a la oposición.

No nos olvidaremos fácilmente de la primeramanifestación incontrolada de que dio pruebas el

Gobierno y que es, pudiéramos decir, el punto de

partida en el plano inclinado que siguió después.Nos referimos al 21 de Mayo de 1938.

Era un día lluvioso. Cuando llegué a la Cá

marapara asistir

a

la inauguracióndel

períodoor

dinario de sesiones, encontré una atmósfera extra

ña. AÍ entrar al hall de los diputados, Carlos Mu-

ller y Gabriel González me abordan con las si

guientes palabras:— Justiniano Sotomayor y Fernando Maira

han sido apaleados por la policía.Sigo adelante, hacia el Salón de Honor y veo

venir a Jorge González von Marees con el rostro

pálido. Detrás de él, los periodistas y numerosos

diputados de izquierda.

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14 Ricardo Boizard

Como era de esperar, había sido éste el iniciador de los incidentes.

Su actitud, desde los primeros días del Gobierno Constitucional, encaminada a producir trastor

nos para cosechar a río revuelto, no había tenido

hasta entonces un relieve que la hiciera temible,

La ciudadanía miraba en sus arrebatosun

complemento de la propaganda ibañista y nadie aceptabavolver a los días de la Dictadura. Fué necesaria

la exacerbación de las pasiones y la prepotencia del

rossísmo con sus arrogantes exigencias para que el

caudillo nacista encajara en la corriente de la opo

sición y fuera utilizado por ésta como uno de sus

más eficaces instrumentos.

Jorge González era un aporte inestimable pa

ra la izquierda ante la emergencia del rossísmo. Su

ligereza para acusar al enemigo, su claro talento,

su valerosa decisión y al mismo tiempo, una página

limpia como no

la tenían muchos de los caudillos

populares, iban haciéndolo crecer en la misma me

dida en que crecía también la furia incontrolada

del Primer Mandatario.

Días antes de la apertura del Congreso, los di

rigentes de izquierda solicitaron del Presidente una

audiencia para tratar sobre garantías electorales a

favor de su candidato presidencial. Alessandri no

quiso recibir a los que llamara "banda de gitanos"en un discurso reciente. Naturalmente, se sintie

ron éstos irritados y desgraciadamente para su pres

tigio, reaccionaron como banda de gitanos. El día

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Historia de una Derrota 15

de la apertura del Congreso almorzaron juntos, bebieron más de lo necesario y resolvieron asistir a

la sesión inaugural para retirarse después violenta

mente a la llegada del Presidente.

Por m uy vandálico que parezca este procedimiento, que incuestionablemente desprestigia al

paísante la

representación diplomática,no se crea,

sin embargo, que se quiso adoptar por el solo efecto

de la bebida. Era, como todas las cosas de los se

dicentes izquierdistas, una idea copiada de las de

rechas.

En efecto. Los parlamentarios derechistas de

1924 pretendieron hacer lo mismo frente a Ales

sandri. No se atrevieron en aquella ocasión, pero

su iniciativa siguió rodando, y lo que la banda ele

gante de gitanos no pudo hacer por buen gusto o

cobardía, lo hizo catorce años después la otra ban

da, la de los gitanos metidos a gente. . .

Como quiera que sea, ese día llegaron los iz

quierdistascon

la consigna de retirarse. Venían

alegres y vaUentes. Tomaron asiento en los viejos

sillones de cuero del Salón de Honor, Los diplo

máticos les miraban con curiosidad y hasta cierto

punto, con prudencia. Había tanta distancia entre

sus brillantes casacas o engominadas pecheras y esos

diputadosdel

pueblo,como la

que pudierahaber

hoy entre lo que esos dirigentes son y lo que

fueron.

Llegó Alessandri, acaso por la vigésima vez, a

dar lectura a su mensaje. Venía detrás Salas Ro-

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mo, su Ministro del Interior. Lo recibió como Pre

sidente del Senado don Miguel Cruchaga, su ex Mi

nistro de Relaciones. Las galerías tributaron un

aplauso seco, aplauso de ajenies de investigaciones.Todos tomaron asiento y Gabriel González pi

dió inusitadamente la palabra. Don Miguel, con

su casi benevolencia continental, miró paternalmente al jefe de la izquierda, pero no le dio la palabra. En ese momento, los diputados de oposición,acompañados de los nacistas, que por primera vez

se hacían solidarios de la democracia, como una pro

testa y de acuerdo con resoluciones previas, comen

zaron a abandonar la sala.

No fué éste, sin embargo, un acto silencioso

y prudente. Durante el éxodo de la representación

izquierdista se produjeron choques y recriminacio

nes recíprocas entre parlamentarios de ambos ban

dos. Se culpaban los unos a los otros, y natural

mente, el más sereno no era, sin duda, el jefe na-

cista.

De la investigación posterior nunca fluyó la

verdad, pero es el hecho que alguien insultó, empujó

o pegó quizás al señor González von Marees, y éste,

en un momento , premeditado o no, de indignación,

disparó un tiro de su revolver.

Un tiro en ese ambiente de sobresaltos y de

amenazas produjo el efecto de una bomba en ciu

dad abierta. El General Amagada, que se encon

traba cerca de González, le arrebató el arma y lo

detuvo. Alguien lo lanzó al suelo. Una masa irri-

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historia de una derrota í7

tada lo pisoteó con crueldad y para evitar el cuasi-linchámiento de su detestable enemigo, el brazo

fuerte de Eduardo Alessandri intervino. Apartó a

los agresores, puso una barrera entre el público y su

víctima, y condujo noblemente a González a un

sitio seguro.

Mientras esto

sucedía,los

parlamentariosiz

quierdistas que ya llegaban al pórtico se vieron abo

cados a un terrible pugilato con la policía. En ese

momento, que naturalmente no fué de serenidad ni

de plena conciencia para nadie, unos agentes de in

vestigaciones o carabineros detuvieron al diputadoradical Justiniano Sotomayor.

¿Por qué lo detuvieron? Quien conozca la ve

hemencia de Sotomayor no se haría esta pregunta.

Seguramente el joven precursor del frentismo, al

escuchar un disparo" se dio cuenta que ya comen

zaba para él ese momento histórico que anda bus

cando y que no cesa de hurgar aún en los más vul

gares episodios de nuestra política. Ha querido, sinduda, luchar con alguien, y el carabinero, menos

histórico pero con un palo en la mano, le ha cor

tado la inspiración.Ese palo y ese carabinero no habrían herido

a Justiniano Sotomayor si una voluntad serena y

respetuosa hubiera estado instalada en esos días en

el Ministerio del Interior. Se encontraba en el Mi

nisterio, sin embargo, un hombre aparentemente

flemático y frío, pero de profundas pasiones: el

Ministro Salas Romo.

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La

consignadel Ministro a los carabineros ha

bía sido ese día tener mano dura con los izquierdistas. Mano dura, en un parlamentario, significadecir verdades con entereza; en un Ministro, significa cumplir implacablemente la ley; en un ca

rabinero significa apalear por cualquier motivo.

Los carabineroscumplieron

laconsigna

mi

nisterial.

Cuando Fernando Maira vio caer a Justiniano

Sotomayor, increpó violentamente a sus atacantes,

hizo valer la calidad parlamentaria de éste, pero

nada fué eficaz. Por el contrario, su intervención

significósolamente

que

la mano duraque aplastaba a Sotomayor se ejercitara también con el im

prudente diputado.Se le cogió violentamente, se te arrojó al suelo

y de nuevo se le levantó de allí para sacarlo del re- ¡

cinto a viva fuerza, en compañía de su colega.

Aquellofué una

peregrinaciónvergonzosa por

las calles, en medio de golpes y bofetadas, propina

das violentamente por la autoridad, por la "mano'

dura", sin consideración a la dignidad humana ni

a la dignidad parlamentaria. ^

Maira y Sotomayor, a pesar de la presenta

ción de sus carnets, cosa

queaparta toda idea de

equivocación respecto al fuero, son tratados como

vulgares delincuentes, y en un gesto de compasión,

incomprensible en semejantes verdugos, son arroja

dos más allá de la Comisaría y de la ley, casi en la

antesala del Cementerio: en la Asistencia Pública.

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Historia de una Derrota 19

Todo esto, que es tragedia, fué conducido

después en forma de saínete por el Ministro del

Interior. O sea. No se le dio ni el castigo que el

delito de la autoridad imponía ni la consideración

que exigen las desgracias.En una nota del Director de Carabineros di

rigida a la Cámara de Diputados con motivo de la

investigación de los hechos, éste informa que los

diputados Maira y Sotomayor no fueron detenidos,

sino simplemente defendidos de la muchedumbre.

Se imponía de lleno un razonamiento. Si la

propia autoridad declaraba que no eran delincuen

tes sino víctimas, ¿por qué se les condujo a la Co

misaría y se dejó constancia de su detención?

Es que el Gobierno pensaba en esas horas que

su poder llegaba, incluso más allá de la razón y de

la lógica. Los carabineros actuaban salvaguardia-dos por el Ministro del Interior y no les importaba

explicar bien las cosas sino simplemente salir del

paso,

La única explicación aceptable hubiera sido su

confesión Usa y llana de que actuaban al margen

de toda ley, como instrumentos deuna

pasión desencadenada desde arriba, como sicarios de un amo

que no golpea por sí mismo, pero que tolera, de

sea y ordena que se golpee.

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20 Ricardo Boizard

Algunos diputados comprendimos que, aun

colocados en posición política favorable al gobierno y aun instigados por la derecha a guardar silen

cio, era necesario investigar y sobre todo, detener

al Ejecutivo en sus demasías. Cualquiera que fuese

el resultado de la prepotencia gubernativa a favor

de las derechas, éstas a la postre caerían envueltas,

no sólo bajo el peso de los errores que deliberada

mente se cometían, sino también de aquellos que

la impunidad va creando, aun en contra de los pro

pios amos.

Visité al día siguiente a nuestros colegas Maira

y Sotomayor. Estaban en la Asistencia Pública de

la calle Chacabuco y sus alcobas parecían una

asamblea deliberante. La fiebre todavía les con

sumía y sus cabezas vendadas apenas dejaban pa

sar el brillo de la indignación.Tenían sus cuerpos lacerados por los golpes.

Justiniano Sotomayor, especialmente, de naturaleza

más débil, parecía estar más afectado.

Debo confesar que al salir de la Asistencia Pú

blica y seguramente por la impresión recibida, no

me di cuenta que a partir de ese momento , iba a

comenzar a bifurcarse de una manera tan profun

da, nuestro camino del de la derecha.

Me fui con la decisión inquebrantable de acabar

de una vez con las complacencias. Creí poder con

vencer a la Derecha de que su mayor convenien

cia no era mantener a Salas Romo en el Gobierno.

■ Creí poderla convencer aún más, en la parte cris-

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Historia de una Derrota 21

tiana que constituía el Partido Conservador, que

no podíamos mirar con indiferencia el que se arras

trara impunemente por las calles a dos adversarios,sin duda, pero que tenían, como nosotros, el mis

mo derecho a vivir bajo el amparo de las leyes chi

lenas.

Algunos diputados de la Derecha visitaron a

las víctimas. Quedaron impresionados como yo.

Pero el fariseísmo que ya comenzaba a imponerseen ese campo, no permitió que tal impresión per

durara.

Los diputados que después reconocimos tien

da bajo la organización independiente de la Falan

ge, procuramos , sin embargo, dar los pasos nece

sarios para que el Partido Conservador acordara

votar la acusación que , como era de esperar, pre

sentó la izquierda contra Salas Romo.

No nos movía una cuestión personal. Por el

contrario, en mi caso particular, mantenía yo con

el Ministro del Interior una franca y sincera amis

tad. Hombre de gran talento y de claros concep

tos, era un verdadero placer oírlo disertar sobre

cualquier problema. Serio, cáustico, vivo, tenía

respecto a cada cosa un punto de vista original y

personalísimo. Pero una virtud suya es quizás el

mayor de sus defectos. Mira la política como un

problema subjetivo de lealtad, y juntoa

Alessandri no era propiamente el Ministro que se coloca

por encima de todas las cosas, aun de sus afectos

íntimos. No. El recordaba las heridas del pasado

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22 Ricardo Boizard

y trataba de vengarlas. Miraba complacientemente a los amigos, perseguía con tesón a los enemigosy le agradaba saborear, sin duda, en las tardes de

ajedrez con el Presidente, esos sinsabores creados a

los ibañistas y esos favores hechos desde el poder a

los que antes sufrieron por la libertad.

En pocas palabras, podríamos decir que era

un hombre magnífico y un agudo gobernante, perono había logrado separar en su fuero íntimo las ten

dencias del uno y las austeras obligaciones del otro.

Entre los carabineros tenía gente suya; en la

Cámara, enemigos irreconciliables. Las derechas

para él no eran el orden, sino su defensa en la pe

lea. Las izquierdas no eran un postulado social,

sino determinada persona a quien batir.

Conociendo el gran afecto que yo sentía por

él, estimó necesario hablar conmigo y asi lo hizo

presente a un amigo común. Quería convencerme

de lo imposible.Fuimos un día con varios dirigentes de la Fa

lange a conversar con el Ministro sobre su acusa

ción. Yo tenía mi decisión tomada y no me pilló

de sorpresa ni el talento ni la simpatía con que nos

pretendía envolver. Pensaba que nuestro idealismo

era de pasta romántica y que se nos podía llevar

al error alfombrándonos el camino. Todo fué inú

til, pero los muchachos que nos acompañaban, ¡

pesar de su convicción contraria a Salas Romo, sa

lieron con el placer de haber conocido a un hombre

de primera categoría.

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Historia de una Derrota 23

Con Manuel Garretón, Manuel José Irarráza-

bal y Alberto Bahamondes, continuamos las gestiones para inclinar al Partido Conservador en contra

de Salas Romo. Vano intento. Algunos de los mis

mos que en 1933 criticaban a los que, en defensa

del régimen constitucional, apoyaban a Alessandri,

hoy se horrorizaban ante la sola idea de lastimarlo.

Sacaban a colación para defender sus errores los

mismos argumentos que esgrimían ayer para des

quiciar su autoridad. Una acusación contra Salas

Romo socavaría el orden social, daría fuerza a las

izquierdas, impondría la revolución en el país,

¡Cosa curiosa! Cierta gente tiene entre nos

otros una revolución entre manos para derrocar al

gobernante que la perjudica y una revolución fan

tasmal para asustar al pobre diablo a quien oprime.

Hay un caos de los buenos y un caos de los malos.

Y aunque el de unos y otros es lo mismo, nadie

se acuerda que el verdadero espíritu del orden no

es el que pretende imponer en el poder a los hom

bres que lo preconizan, sino defender, contra todos,

el régimen que lo conserva.

Nos parecía en aquel momento , contrarios co

mo éramos a la candidatura Ross, que defendíamos

más al candidato de las derechas rectificando al

gobierno, que los mismos que no siempre gratuitamente lo ensalzaban.

Fuera de que defendíamos en realidad la ver

dadera concepción portaliana que el Partido de

Portales abandonaba, existía a nuestro favor en el

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peor de los casos un motivo utilitario que, a faltadel otro, debió poner a la derecha en guardia con

tra un porvenir amenazante.

Esa aceptación de la arbitrariedad y el atro

pello, iba a preparar los ánimos no a una lucha cí

vica que se ventilara en las urnas, sino a una re

vuelta de la calle. Las cosas necesariamente se agra

varían y los opositores de hoy, todavía dispersos poí

carecer de unidad constructiva, se irían juntando

en un solo haz para defender lo común.

El tiempo nos dio la razón, pero en aquellosdías no teníamos sino la justicia a nuestro lado.

Y la sola justicia, en esos casos, no basta.

Recuerdo yo los preliminares de nuestro voto

escandaloso en contra del Ministro Salas Romo.

El Presidente del Partido Conservador de esos

días, don Horacio Walker, estaba enfermo, pero

los temores por nuestra actitud llegaron hasta su

lecho para obligarlo a actuar.

Nos invitó a su casa una larga mañana que

se prolongó hasta después de las dos de la tarde.

Sus argumentos, aunque brillantes, los conocíamos

ya. No nos impresionaron. Es m uy difícil que una

herida sangrante pueda ser enfundada en interpreta

ciones legales. Se había cometido la más tremenda de

las arbitrariedades que se registra en los últimos tíem-

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Historia de una Derrota 25

pos. Había sido atropellada la dignidad humana y la

dignidad parlamentaria. El Ministro no sólo no pro

metía castigar, sino que se asilaba en una tinteri

llada siniestra que consistía en adoptar él la res

ponsabilidad plena para cubrir a los delincuentes

ante la Justicia y cubrir con la mayoría derechista

su propia responsabilidad ante el Congreso.O sea. Se pretendía decir ante el país que

arrastrar por las calles a dos parlamentarios, abo

fetearlos cruelmente y en seguida detenerlos sin

causa justificada, es algo que se puede hacer en un

mundo civilizado y en un régimen constitucional.

Los que hace poco tiempo protestaron porque

Las turbas, al salir del Congreso, bajo el Gobierno

de Frente Popular, habían amenazado a dos diputados derechistas, deberían mirar adentro en su con

ciencia y pensar que nosotros, en aquella ocasión,

estábamos defendiendo en verdad, tanto a éstos que

amenazó la turba como a esos otros a quienes apa

leó el Gobierno.

No negaremos que la presión ejercida sobre

nosotros en la tarde de la votación contra Salas

Romo, por ciertos momentos nos doblegaba. Reu

nidos como nos encontrábamos los diputados fa

langistas en una sala del Congreso, veíamos entrar

a cada momento a personas compungidas y deses

peradas.— ¿Es posible, nos decían, que ustedes nos

quieran entregar a estos desalmados de la izquier

da? ¿Es posible que pretendan socavar el régimen

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26 Ricardo Boizard

y escandalizar al país haciéndolo creer que este go

bierno ha atropellado la ley?

Don Miguel Cruchaga, con su bonhomía de

siempre, llegó también como mensajero. Cuando

buscó la paz en el Chaco seguramente estaba me

nos dudoso que en esta misión desagradable y cruel.

Pelear a veces contra la izquierda es cuestión

de gritar más y de obedecer a un buen gusto que

instintivamente nos guía. Pero pelear, desde su

propio punto de vista, contra la derecha, pelear ¡

contra los resortes sutiles y las palabras insinúan- 1tes, pelear contra lo respetable y lo querido, es in

dudablemente la más difícil posición para pelear.

Y fué así como trascurrió toda esa tarde, al

término de la cual Manuel Garretón, Manuel JoséIrarrázabal y yo, entramos resueltamente en la Sala

y votamos contra Salas Romo.

El Ministro fué absuelto por un voto de ma

yoría.Las caras que nos rodeaban eran ásperas y de

safiantes.

Yo tomé mi sombrero y me escurrí con la con

ciencia tranquila, pero con una terrible inquietud

por el porvenir. Desde ese día en adelante se ini

ciaba en Chile la lucha social, no bajo el imperio de

la ley, sino simplemente de la fuerza.

Triunfaría, no el que tuviera mayor justicia,sino simplemente mayor poder.

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Historia de una Derrota 27

Me encontré en la puerta del Congreso con

don Rafael Luis Gumucio, y el viejo leader parlamentario me dijo, mirando hacia atrás:

—Esto, ya no existe . . .

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POSICIONES ELECTORALES

Contrariando a las aguas, que se desplazan a

los puntos más bajos, las pasiones politicas toman

altura y van buscando las figuras más altas para

concentrar sus ataques. Los errores de la mayoría

derechista de la Cámara caían en Alessandri; los

errores de éste y de aquella caían en Ross.

El propio Salas Romo, que con su ironía desa

fiante lograba exacerbar a la izquierda más de lo

necesario, no iba más allá de provocar escaramu

zas boxeriles en el Congreso, cuya falta de serie

dad, a la postre, se sumaba al patrimonio de Rcss.

El estilo con que operaba Salas Romo no era

para acumular sobre él n¡ fuertes odios ni urgen

tes venganzas. Se sabía que actuaba con la noble

pasión de defender el orden constitucional a todo

trance. Se conocía su lealtad inquebrantable con

el Presidente, y sobre todo, cuando hacía su gra

cia, la gente se divertía demasiado con su fresca

dialéctica como para querer borrar del escenario a

tan fecunda personalidad.

Agradaba muchísimo este hombre a dos clases

de personas: a los fanáticos y miopes partidarios

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30 Ricardo Boizard

de Rossy

a los

enemigos ocultos del gran Ministro. Los primeros creían en la eficacia de lo arbitrario y los segundos veían que el Gobierno mismoestaba fabricando la impopularidad de su candidato.

He tenido siempre una alta idea del talento,

de Salas Romoy

no

puedo creer que por pura ligereza haya sido víctima de semejante error. Me

inclino a pensar que sus planes, por lo menos en ],i

subconciencia, no se dirigían al mismo punto elec

toral que procuraban alcanzar sus enemigos de en

tonces.

La verdades

que Salas Romo no fué nunca en

el Ministerio buen amigo de Ross. Tuvo siemprediferencias con él y aun más, antes del período elec

toral había sido Ross el causante de su renuncia '

como Ministro.

La corte de Ross (me refiero a la más inteli

gente) le miraba entonces con desconfianza, yaun

que ahora no podía sino aplaudirle, permanente

mente expresaba su temor de que impopularizaraal candidato.

Y yo pienso: ¿no era ésta quizás, la verdadera

finalidad de Salas Romo? En cierta ocasión en que

los rossistas leatacaron

hasta obtenersu

salida delMinisterio, en ese tiempo por fútiles razones, yo

le oí decir que algún dia tomaría su revancha.

Los apaleos, los empastelamientos, las órdenes

arbitrarias y excesivas para defender la candidatura

de Ross, ¿no eran una revancha del más apasio-

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Historia de una Derrota 31

nado y al mismo tiempo del más sutil de los políticos chilenos que yo haya conocido? El favor ex

cesivo, en ciertos momentos, se convierte en el más

tremendo de los sabotajes.Y esta hipótesis no sólo se justifica por la pa

sión. Puede haber intervenido también en la volun

tad de Salas Romo un pensamiento que ya andaba

gestándose en los círculos de entonces. No era

conveniente para el país ni Aguirre Cerda, con la

demagogia detrás; ni Ibáñez, con la Dictadura; ni

Ross, con la Derecha. Frente a los grandes problemas que se veían venir y a la transición de regímenes en que el mundo entraba, nadie respondería mejor a la necesidad nacional que el propio Ales

sandri. En esta forma, la agríedad de la lucha y

el exacerbamiento de las pasiones podían ser fu

nestos para el candidato Ross, pero facilísimos ca

minos para una reelección.

La derecha podría doblegarse por temor a !a

izquierda. Y la izquierda se doblegaría, sin duda,

por temor a Ross.

En una palabra: la especulación del miedo.

Sea como quiera, sin embargo, el Ministerio

Salas Romo iba creando cada día un nuevo pro

blema al candidato oficial.

Algunos lo veían, pero ya esa candidatura no

era un hecho político solamente. Constituía casi

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32 Ricardo Boizaed

un fenómeno comercial. Cantidades inusitadas de

dinero se repartían a los agentes electorales. Comitivas opulentas recorrían el país abriendo secreta

rías montadas casi como Oficinas de corretaje.Ciertos políticos a todas luces arruinados mejoraban su situación de la noche a la mañana y se de

dicaban a pregonar a Ross como si se tratara de

venderuna

pomada maravillosa.Se abrió un concurso para crear el lema de la

candidatura y se pagaron dos premios de $ í.OOO

al mejor autor: uno, el más ingenioso, y otro, al

de buenas relaciones.

El autor del más ingenioso lema fué el perio-

dista Puga, ex enemigo de Ross en la Revista To-

paze.

Fué tan perfecta la organización burocrática;

y comercial organizada en torno a la candidatura ¡

de Ross; tenía tantos mecanismos administrativo» ,

y aun secretos; había tantos intereses amarrados a

ella, que ninguna consideración podría ya romper

la ni desquiciarla. Era un negocio, y. así como no

se cierran ciertas fábricas por la cesantía que pro

ducen, así también abandonar al candidato habría

sido un nuevo motivo de desocupación en el país,

Esta misma organización, sin embargo, era

una diabólica máquina contra Ross. La gente

pobre y de valer que lo hubiera apoyado no podíahacerlo en medio de una tan tremenda sinfonía

de monedas. Y la gente pobre y sin pretensión lo

apoyaba solamente con la condición de ser pagada.

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Historia de una Derrota 33

Aun más. No se monta una máquina tan per

fecta para una candidatura de opinión, en que to-

. do lo hace el entusiasmo y la colaboración espon

tánea." No se organiza una fábrica para producir

lentejas. Se hace todo eso cuando hay que tras-

formar la odiosidad en simpatía, cuando es preciso hacer un amigo del adversario: no un amigo,un

servidor. De ese modo, se hizo más palpableante el país la impopularidad de Ross. Su propios

partidarios reconocían que aquella candidatura no

era un cuerpo fuerte. Había que hacerlo vivir con

inyecciones.Mucha gente experta de la derecha veía las co

sas

con claridad.No hablemos de nosotros ni de don Rafael Luis

Gumucio, que ninguna simpatía teníamos por la

candidatura Ross. Hablemos de sus partidarios.Ellos veían la dificultad de triunfar. Ellos hubie

ran querido conversar de otros nombres. Hubie

ran

deseado buscaren

algún políticosereno

laecua

ción de armonía que se encuentra siempre en nues

tro pueblo cuando dos corrientes llegan a la exa

cerbada pasión.El propio Presidente de la República miraba

las cosas desde un plano infinitamente más real que

los impetuosos rossistas.Recuerdo una tarde en que fui a verlo, tor

turado como me encontraba por la intransigenciade la Derecha. Lo encontré solo en el hermoso hall

construido por Ross, como complemento del co-

HÍMTOlA,— 2

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34 Ricardo Boizard

medor familiar. Una amplia mesa baja de caoba

me separaba de Alessandri en aquella conversación

en que yo quise exponerle las profundas razones >

que me movían a separarme de su política.'

Le hablé de la inconveniencia de someterse a

la miopía rossista. Le dije que los mismos que ayer

se oponían a apoyarle por considerarle funesto para

el país, hoy le aplaudían con la sola condición de •

que se prestara a sus propósitos. Le insinué la ne

cesidad de poner el peso de su influencia a favor

de una solución.

Me escuchó tranquilamente y creo que con

simpatía. Después de un rato, me dijo: °

—Estimo que usted exagera en lo que se re- í

fiere a la animadversión contra Ross. Este ha sido jun gran Ministro. Es al mismo tiempo un hombre J

constructivo y capaz. Sin embargo, no estoy le- 1

jos de creer como usted que Gustavo Ross es un jcandidato difícil. Yo he hablado mucho sobre es- |to. Aun más. He recomendado la candidatura de

Emilio Bello. Pero Ud. comprende, la Moneda de

be ser imparcial.El "no quiero, no debo ni puedo" surgía allí

una vez más en los labios de Alessandri. Pero yo

conocía ya ef contenido de tales palabras. La Mo

neda imparcial significaba en esos momen to s una

cosa clara, y es que Alessandri, bajo la presión del

rossísmo, acariciaba, sin embargo, la idea de su can

didato de transacción.

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Historia de una Derrota 35

Salí con la convicción de que la Moneda nú

sería capaz de destruir ya lo que a su costa se ha

bía formado.

La Moneda puede disolver una manifestación,

pero no un negocio.

Con todo esto, sin embargo, la izquierda no

veía con claridad su posición en la lucha.

El candidato elegido en una convención ini

ciada a golpes y terminada con lágrimas, lograbacalentar apenas a los radicales, muy poco a los co

munistas por su reconocido anti-frentismo y sólo

por oportunismo a los socialistas. Hombre sin

grandes odios pero con pequeños rencores; sin gran

des ideales, pero con tenaces iniciativas; había es

tado sirviendo a su país desde las sectas masónicas

y lo miraba todo al través de tan oscura y ya des

valorizada cueva.

No digamos que traicionó sus principios de

mocráticos al servicio de Ibáñez ní sus hábitos de

moderación al servicio de Alessandri, porque lo mo

derado y lo democrático no eran la esencia de su

personalidad. Estuvo con el uno y con el otro por

destinación masónica.

No creo yo tampoco que con esto haya hecho

un daño exagerado al país. La masonería fué, en

los viejos tiempos, una institución de lucha reli

giosa. Socavó la instrucción y se quedó allí, como

el ratón en la despensa, mordiendo el queso y en-

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36 Ricardo Boizard

venenándonos la comida. Pero llegó un momento '

en que se envenenó a sí misma y casi dejó de ser

perjudicial.Ahora no pasaba de constituir una sociedad

de socorros mutuos en que el secreto y la fórmula

reemplazaban al ideal. Nada hacían los masones

en contra' de la sociedad burguesa porque pertene

cían a ella y porque ya su comida estaba en ella.Nada propiciaban de novedoso y de fuerte ante el

país. A lo sumo , intrigaban en las oficinas públicas, oficiaban de celestinas en el presupuesto y ha

cían zancadillas a los profanos.Con todo, había sido el candidato de las iz

quierdasun

hombre de derecha en el buen sentidode la palabra. Se le miraba con simpatía, en el Ban

co de Chile. Tomaba parte en las tertulias del Salón

Colorado. Tenía terror a los comunistas y fué a la

postre su terror y no su simpatía 10 que le obligóa acariciarlos.

Sin las torpezas de la Derecha, habría sido difícil para Gabriel González y sus acólitos hacer dr

este hombre un candidato popular.

Lo que no había logrado, sin embargo, la vida

entera del viejo político, lo hicieron en unas cuan

tas semanas los amigos y los enemigos embozados

de Ross. Fué el asalto a la Revista Topaze, fué el

saqueo de la Oficina de Rossetti, fué el empastela-

míento de "La Opinión", fué el apaleo de Maira

y de Sotomayor, fué la cuadrilla aristocrática y

repudiada que propiciaba a Ross, los que inflaron

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Historia de una Derrota 37

con artificial humareda a este hombre bueno, ca

zurro y masón.

Hicieron de él un candidato popular, o por

lo menos, semi-popular,Y mientras el incorregible viajero comenzaba

ya sus andanzas por los pequeños pueblos en cam

paña electoral, mientras buscaba unos pocos votos

en Requinoa, en Toltén, en Cochamó y Rari-Ruca,

la lluvia de votos que vino después se la organizaronen Santiago los bravos dirigentes izquierdistas y sus

no menos bravos colaboradores de la Derecha.

Los falangistas, en aquellos días, divorciados

un poco de la Derecha, celebrábamos concentra

ciones para contrariar al dinero en su empecinado

propósito. Y, naturalmente, viajábamos en los ca

rros de tercera y podíamos oler el tufo popular y

sentir sus reacciones. Todo aquel que viajaba con

un canasto era Partidario de Aguirre Cerda. Mu

chachitos imberbes recorrían los carros y entona

ban cantos alusivos a la contienda. El Pirata, figu

raba, naturalmente, en sitio de honor en esos cantos,

Pero dijimos hace un momento que la izquier

da no veía con claridad su posición, porque le fal

taba o parecía faltarle un elemento que, por dis

tintas razones que en los tiempos de la Dictadura,

comenzaba ya a ser mirado como decisivo en la con

tienda. Nos referimos al Ejército,

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38 Ricardo Boizard

No se trataba ya de cuartelazos ni de revo

luciones armadas. El Ejército tenía un papel dis

creto en la política, pero era un papel. Natural

mente, sí el dinero de Ross funcionaba en las elec

ciones con la complacencia de los militares, que

daría desequilibrada la balanza para los izquierdista

tas, pues mientras éstos pagaran una determinada ¡suma por el voto, Ross podía pagar el doble. !

Si, por el contrario, el Ejército reprimía el co

hecho, las cosas cambiarían de aspecto. Se podría i

votar con libertad y no habría dudas que el pueblo- ■]se inclinaría libremente a favor del candidato de \la oposición.

Pues bien, el complemento necesario del triun

fo de la izquierda era Ibáñez, no por la opinión- I

civil que éste pudiera arrastrar, bastante reducida I

y sin influencia, sino por la actuación preponde-'

rante que se esperaba de los militares en la con

tienda.Lo lógico, lo conveniente, lo natural y razo- ,

nable para el más corriente de los criterios políti-jeos favorable al pensamiento derechista hubiera si

do no tocar a Ibáñez ni zaherirlo.

La empresa comercial, sin embargo, sobre

la cual descansaba el rossismo, no encontraba que

aquella solución fuese tan conveniente para su man

tenimiento como para Ross y como su punto de

vista era mantener la candidatura aunque se per

diera el candidato, trató de disminuir a Ibáñez pa

ra destruir en él, no a un contendor, sino a una pa-

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Historia de una Derrota 39

tanca que a la postre levantaría una nueva candí-

datura en la Derecha.

Ibáñez había sido sólo proclamado por los na-

cistas y por un grupo de sus amigos personales.Procuraba formar una organización política, pero

en Chile, país netamente tradicionalista y con iner

cia espiritual, es muy difícil desarraigar a los elec

tores de su vieja tienda. Esa candidatura estabadestinada a fundirse en la izquierda o a precipitara la Derecha a un cambio en su cerrada posición.

Se destacaban figuras de primer orden como

posibles candidatos. La Falange había presentadouna quina formada por Jorge Matte, Guillermo Ed-

vyards, Francisco Garcés Gana, Máximo Valdés Fon-tecilla y Pedro N . Montenegro. Cualquiera de esos

nombres habría sido una desembocadura de las fuer

zas de Ibáñez, y sobre todo, de lo que Ibáñez significaba.

Pero se trataba, no de abrir paso a una candi

datura de derechas o de realización nacional con

amplios mirajes hacia el pueblo y con política cons

tructiva, sino de imponer a una persona contra to

dos y sobre todo.

No se trataba ni de la derecha ni del pais. Se

trataba simplemente de Ross.

Más adelante se verá hasta qué punto teníanconsistencia nuestras posibilidades de transacción.

Por ahora, sólo destacaremos que el rossismo ofi

cial y aun el rossismo personalista parecían ocu

pados en la labor de arrojar a Ibáñez hacia la iz-

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140 Ricardo Boizard

quierda, de

desprestigiarlesin

objetoy de destruir

todo aquello que se opusiera, no a la idea, -no a la

forma espiritual de un pensamiento determinado,sino a la persona de un especulador largo tiempo i

alejado del país.

No les interesaba, desgraciadamente, a estos

hombres,ni la fisonomía

política de Ross ni sus

ideas naturalmente avanzadas. No recordaban ya

los torvos odios ni las viejas desconfianzas.

A mí mismo, en los tiempos en que los ros-

sistas ardientes le miraban mal, me dijo el señor ;

Ross que le era imposible casi desarrollar su labor

con esa gente. Se quejaba de su falta de visión, desu incomprensión económica, de su egoísmo cerra

do. Eran los días de los grandes impuestos, del chif-

fre d'affaires y de la corporación de ventas. En

una ocasión, comentando conmigo el crecimiento

de la Milicia Republicana, creí entenderle que mi- ■

raba en eso una herramienta para defenderse de lareacción.

¿Qué provocó el cambio? ¿Qué cosa juntó la

mentalidad de ese hombre con tan amplias dispo

siciones de servir a sus semejantes y la de esa gente ,,

chata, menuda y calculista que le acompañaba hoy? ;

Sólo de una manera puede explicarse este fe

nómeno, y porque de esa manera se explica es por

que el movimiento espiritual de la Falange, aun ad- ;'

mirando muchas cosas grandes hechas por Ross, no

podía estar con el rossismo.

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historia de una Derrota 41

El rossísmo surgió cuando el audaz aventure

ro que había en el Ministro de Hacienda puso frente a los ojos abismados de sus secuaces dos cosas que

a éstos los dominan y los gobiernan: el garrote y

el dinero.

Se le hizo un día un reportaje sobre diversas

cuestiones generales y él dijo que había que tratar

al nativo en nuestro país bajo el látigo de los ne

greros. Ese látigo, que escandalizó a la izquierda,

que no podía menos de poner rubor en el movi

miento juvenil de la Derecha, tuvo un bello sentido

para nuestros eternos encomenderos. Les gusta el

Látigo. Acarician el látigo y saben de su eficacia.

Latigazos en carne humana hicieron surgir los

grandes cafetales del Brasil. Latigazos abrieron he

ridas y (.aminos en el África. Largos látigos presidieron la esperanza de los buscadores de tesoro, y

por el látigo vino la comida, la buena casa, el or

den y la comodidad,

Sólo una cosa en el mundo no se hizo por el

látigo. Fué en los tiempos oscuros de la Edad Me

dia en que brillaron rutilantes luces de civilización.

Hubo unas multitudes que sin látigo crearon ca

tedrales y todavía éstas duran y es allí donde al

gunos hombres de Derecha todavía encuentran per

dón para sus miserables codicias.¿Quién mejor que él, premunido de tan glo

rioso instrumento, podía detener a los izquierdistas

en sus protestas? ¿Quién mejor que él podía vigilar por la buena digestión de una buena gente con

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42 Ricardo Boizard

buenas tierras

y mejoresfrutos?

¿Quién mejor queél, por fin, podía acallar con su dura voz esos sen

timientos humanitarios que ya comenzaban a vis

lumbrarse en la derecha, especialmente en ese doc

tor Cruz Coke, a quien después han tenido que

tragar y digerir y que en ese tiempo provocabaverdaderos concilios admonítorios en su contra?

Pero el rossismo tuvo algo más satánico y tre

mendo que eso. No sólo era la gente que quería-

látigo para detener a la chusma. Era también la

gente que se sentía deslumbrada con el dinero.

Un hombre como Ross, a quien la Derecha re-J

pudiara y por cuyo pasado de especulación se es

candalizaran algunos en los primeros tiempos, ha

bía llegado de su último viaje botando, dilapidandoel dinero.

Su gran palacio en la Alameda de las Delicias

brillaba ante el sol. Difícil era no resbalar por los

pisos y más difícil aun, cuando ya los buenos lico

res habían llenado de músicas la cabeza.

Una mesa abierta a comensales de los más va- :

riados tonos. La rigurosa etiqueta dentro de la

complaciente aceptación. Billetes para arrendar un

teatro. Billetes para la banda popular. Billetes pa

ra los discursos y para los aplausos.— ¿Almuerzas hoy en la casa de Ross?

Era la pregunta de buen tono que se dirigían

los grandes sibaritas y los candidatos al sibaritismo.

Todo en el potentado era de contornos áureos.

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Historia de una derrota 43

Su llavín de oro girando en torno al dedo con

un gran anillo de oro.

Mujeres con el oro en el pecho y en las manos.

Oro en Londres y oro en París.

Eso, eso reconcilió a la Derecha con Ross. Eso

fanatizó a cierta gente: el látigo y el oro.

No se podía incrustar lo más noble de la es

piritualidad cristiana, lo que llevaba en sí las más

bellas ilusiones del porvenir, en eso otro, que a la

postre no era sino una forma rezagada del paga

nismo.

Se perdería Ross, pero se salvaría una cosa que-

valía más aun que Ross m ismo.

Y se ha salvado.

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ROSS

Antes de avanzar , es preciso detenerse un mo

mento en la contemplación imparcial de este per

sonaje singularísimo que casi ha logrado oscurecer

por corto tiempo el nombre y la fama de Ales

sandri.

La primera vez que le vi fué en la Comisión de

Hacienda de la Cámara de Diputados, a raíz de la

disolución de la Cosach y de su proyecto de reor

ganización salitrera.

Gente conspicua de la Derecha le desprestigiaba en exceso.

Decía de él que su pasado tortuoso le impedía

dirigir las finanzas del país. Era casi una afrenta

que el Presidente Alessandri hubiera colocado en

la más importante de sus Secretarías de Estado a

tan sospechoso especulador.No es la pasión la que a mi me hace recordar

estas cosas. Era, sin duda, la pasión la que obliga

ba en ese tiempo a la Derecha a juzgar a Ross de

esa manera.

Miraba yo en esos momentos, sin embargo, con

-profunda simpatía al Gobierno que restauraba en-

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Ricardo Boizard

tre nosotros elrégimen legal.

Habíamos vivido ir ;

gunos años en Dictadura. Cayó la Dictadura, y i

Montero, Presidente Constitucional, fué derrocado jpor Grove, Grove por Divila, Dávila por Manche.

Era suficiente.

Siguiendo la irónica frase de Genaro Prieto, tu |

el sentido de quehabia

queser, incluso, servil con

jel Gobierno que restaurara las libertades y la nor

malidad, estábamos algunos dispuestos a

perdonarjlo todo para conseguir ese fin. Y nuestra epideíP

mis apenas era rozada con semejantes hablillas.)

rumores.,

Pues bien,cuando el ex Ministro entro a ll

Sala de la Comisión de Hacienda, me pareció sim

pático y firme. Tenía la cara radiante y sus ojilla

miraban a los diputados con mal disimulada sobet,

bia. Seguramente se habia formado de nosotros uní

idea lamentable.

Aun

prevalecía

en el país la institución de los

Perseguidos por la Dictadura, y Carlos Vicuña se'

sentó junto a Ross para asesorar a su colega de per

secución. No lo recuerdo bien, pero creo que otro

de sus asiduos colaboradores en la Cámara era en,

esos tiempos Gabriel González. I

Un diputado de la Derecha, el más recatci-1

trante quizás de todos, que, por supuesto, después!,

se convertiría en su admirador, iba con la inten

ción de ponerle piedrecillas en el camino al especu

lador de marras . Le parecía el proyecto salitrero

bastante difícil de comprender y hacía toda clase

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Historia de una Derrota 47

de preguntas y objeciones. En un momento, el Mi

nistro Ross, con su habitual impaciencia, le dijo

textualmente :

—Señor, hace muchos años que yo no me ocu

po de otra cosa que de la industria salitrera. No

puedo discutir con usted, que no sabe ni una pa

labra sobre ella.

La primera bofetada que el astuto Ministro

había lanzado en el rostro de la democracia, se re

cibía como un triste augurio, en el carrillo de b

Derecha.

El era así. Tenía grandes proyectos y no acep

taba discusión. A lo sumo , en los momentos más

críticos de sus batallas parlamentarias, lanzaba mo

nosílabos al espacio y sus delgados labios se con

traían después.La idea central de su política era, ante todo,

regularizar la economía fiscal para mantener tran

quilos a los empleados y bien pagados a los mili

tares.

Una vez producido el orden y la confianza,

ordeñaría al productor. Con ese dinero, extraído

de las más variadas maneras , pensaba hacer obras

públicas en beneficio popular y acaso para dejar

en el cemento una huella imperecedera de su ac

ción.

O sea. Primero, el orden; con el orden, la con

fianza; con la confianza y la tranquilidad, el or

denamiento. Y con eso, la justicia y la fama.

Para él la justicia no era este concepto total

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^148 Ricardo Boizard

de nuestra civilización cristiana: dar a cada cual

lo que le corresponde, pero no según sus solas ne

cesidades materiales, sino cuidando también el ins

tinto de la libertad. Justicia para él era sólo darle

habitación, comida, sol, aire y salud al obrera Eso

mismo desea Hitler y buscó Lenin, con diferencia*;de método, por supuesto; Si todo eso se obtiene eiv

una cárcel, bajo la tremenda vigilancia de la po

licía, no importa. Si eso se obtiene con la negación ;

de todos los derechos, no importa. ¿Qué son los

derechos sino un instrumento inútil en manos de

los tontos? ¿Derecho para hacer preguntas maja

deras, como el diputado liberal? ¿Derecho para op

tar entre lo bueno y lo malo, entre la pobreza y la ,

abundancia? ¿Derecho para elegir libremente al1

que nos gobierna? ¿Y para qué todo eso en un mun

do rebozante de felicidad, con comida en abundan-i

cia y habitaciones lujosas?Si no de una manera tan absoluta y extrema,

por lo menos en un molde muy parecido se había

vaciado la mentalidad de Ross. Cuando le habla

ban de dificultades en el Parlamento, a veces difi

cultades impertinentes y politiqueras, el ex Minis

tro no se mesaba, naturalmente, los cabellos por

absoluta escasez, pero hacía girar su llavín en tor

no al dedo.

Cada argumento que se le hacía en privadoera contestado de lleno y sin vacilación. No con

testaba como un hombre, sino como un fusil. Te

nia en la punta de la lengua todas las cifras esen-

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Historia de una Derrota 40

ciales de un problema. Conocía de antemano to

das las soluciones. Había pensado yaen

todos losobstáculos.

No sé si los datos que lanzaba como catapultaeran exactos. En todo caso, la audacia y seguridadcon que los afirmaba reemplazaban a la exactitud.

Seguramente a veces no lo eran, pero eso no dismi

nuía en absoluto su conocimiento del problema. Dalo mismo, por ejemplo, que en un país haya diez

millones o diez millones y medio de habitantes, pe

ro en todo caso el que se afirme una cifra con exac

titud presta una fuerza definitiva al argumento.

Los industriales y comerciantes que le visita

ban salían encantados del personaje. Les había dado una lección sobre su propio negocio. Cuando al

guien le planteaba el problema creado a una industria

determinada y presentaba obstáculos para mejorarlos salarios, él contestaba secamente que si el indus

trial no resolvía ese problema, más valía que liqui

dara el negocio.

Muchas veces me he preguntado por qué, pre

sentando Ross un pensamiento tan ajustado al ma

terialismo de la izquierda, no se convirtió en su vo

cero y en cambio los dirigentes de izquierda le obs

taculizaron su acción en lugar de alentarla. Sólo

tiene esto una explicación.

HliTOBlA.— i

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50 Ricardo Boizard

Hasta ese momento , la izquierda del país es

taba representada y dominada por el Partido Radical. Y el Partido Radical es materialista, pero no

avanzado. Ross preconizaba, en verdad, una ideo

logía materialista infinitamente más avanzada que

la del Partido Radical. El Partido Radical, por la

inercia espiritual del país a la cual nos hemos re

ferido hace un momento , aparece avanzado. La

gente todavía cree que el pensamiento de Matta y

de Gallo, de Bilbao y aun de Mac-Iver, tiene al

guna novedad. Y resulta que no es así.

Prácticamente, el Partido Radical es una co

lectividad reaccionaria que mira con reservas tti

problema gremial, que trata de desconocer o amor- ¡

tiguar el problema de la tierra, que dice unas

cuan-Jtas cosas vagas del imperialismo y que, a la postre*

asustado de perderlo todo en esa revolución que,

sin comprenderla, azusa, busca un alero bajo la bien

pagada burocracia.

Naturalmente,a

los señores González, Alfoñ* ]so, Aguirre Cerda, Figueroa, Moller, verdaderos

aristócratas provincianos de Serena, Pocuro o Con

cepción, les ha parecido demasiado audaz ese hom

bre bajo, semi-calvo, con ojos brillantes y juveniles,

que trataba ardorosamente de levantar las finanzas

del paísa costa de los ricos

para mejorar lascon

diciones de los pobres. Y como ellos eran los ver

daderos intermediarios entre el eminente personaje

y la calle, salieron a la calle diciendo que un Rosa

Santa María, nacido en Valparaíso y radicado en

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Historia de una derrota 51

París, no podía ser sino un Pirata: el Pirata del Pa

cífico.

Majaderos . . .

Ellos, dueños de la izquierda en esos días, pu

dieron hacer de Ross un formidable conductor de

realizaciones sociales. No les gustó, sin embargo, por

sus monumentales proyectos, bastante menos ingenuos que la campaña de la chilenidad, pero más

complejos y difíciles. No les gustó porque no daba

la mano y porque hacía girar el llavín. Especialmente no les gustó porque veían demasiado segu

ro que un hombre así desarrollaría empresas revo

lucionarias.

Lo dejaron entregado a los otros materialistas.

Estos lo pusieron hosco, lo encerraron en sus

cabalas siniestras. Le hablaron más del látigo que

de la solución social. Como él era un extranjeroradicado en París carecía de los elementos suficien

tes para moverse en un pueblo desconocido. Creyó

que verdaderamente la solución del látigo se ajustaba más al país que la solución de la justicia.

Cuando llegó, venía distinto. Yo sé que bus

caba él una manera de comunicarse con la masa.

Buscaba afanosamente a los radicales para que le

sirvieran de intermediarios.

Y como éstos no supieron, y quizás no quisieron prestarse para semejantes propósitos, en lugarde aprovechar a un hombre tan formidablemente

realizador en beneficio del pueblo, lo convirtieron

-en enemigo.

L /^H:. (gcwu:;,

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1

52 Ricardo Boizard

La cabala, la tertulia, el corrillo de amigos y

correligionarios, en los dos bandos, se juntaba para

perder al país. El extranjero fué encerrado entie

las cuatro paredes de unos señores antipáticos y ma

jaderos. Fué tapiado y negada para él toda comu

nicación con el mundo.

A mi me tocó el placer de tener con este hom

bre dos principales conversaciones que demuestran

de qué manera lo cambiaron los políticos en su».

ambiciones pequeñas y de círculo.Venía recién llegando al Ministerio y eran lod

tiempos en que buscaba soluciones sociales. Quería

comunicarse con la juventud, aunque la juventudno tenía en esos tiempos suficiente personería pc-j

lítica como para pesar. Se comunicaba con losra-j

dicales y les planteaba sus proyectos. Es verdadque miraba con cierto desprecio las soluciones de

mocráticas, pero quería con sinceridad levantar á]

nivel de la gran masa.

Se quejaba de que no lo comprendieran. Po

día hacerse tanto en un país dispuesto a luchar por

sus reivindicaciones. Habíaque

someter

el capitalextranjero a la soberanía nacional. Había que traer

capitales europeos para defenderse de la hegemoníayanke. Había que reconquistar para el país la in

dustria salitrera y la energía eléctrica.

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Historia de una Derrota 53

Su llavín girando era un signo en la mano de

inacabable laboriosidad.

Después de los acontecimientos políticos que

lo separaron de los radicales y en que éstos lo per-

dieron para el pueblo; después de su viaje por Eu

ropa en calidad de Ministro;, después de las decla

raciones del látigo, tan necesario para algunos diri

gentes y tan mal usado contra la masa; tuve la opor

tunidad de estar con él por última vez en una en

trevista que merece narrarse con lujo de detalles.

La Falange, naturalmente, se había separado

ya del Ross del látigo. No podíamos acompañaral materialismo de la Derecha, como no acompa

ñaríamos después al materialismo de la izquierda.Sin embargo, el Presidente de la República

creía doblegarnos con su simpatía y una mañana

se nos invitó a almorzar en la Moneda a Manuel

Carretón, Bernardo Leighton y a m í.

Creíamos nosotros que se trataba de una sim

ple entrevista con Alessandri. A m í personalmenteme producía esto cierta preocupación. Habían

ocurrido sucesos amargos y difíciles. Había yo pro

testado públicamente por el atropello a la libertad

de prensa con motivo de la incineración de Topa-

ze. Habíamos votado en contra de Salas Romo por

el apaleo de Maira y Sotomayor. A un más, Bernar

do había renunciado su cargo de Ministro por los

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■1

54 Ricardo Boizard

mismos motivos y esa renuncia tuvo ante el paísel efecto de una fuerte y viril condenación.

Quise, pues, afrontar rápidamente la situación

y llegué más temprano que de costumbre. Encon

tré al Presidente con Waldo Palma en el hall. Aquelse dirigió afectuosamente a mí con las siguiente;

palabras:—Usted no me visita. Es mi enemigo.—No, Presidente, le contesté. Por el contra

rio, soy su amigo y tengo que defenderlo constan

temente de los rossistas. cuando dicen que todo lo

bueno que se ha hecho en este Gobierno se debe a

Ross, Yo digo que no , y afirmo que es usted quienlo ha hecho.

El Presidente comprendió y tuvo para mi r«*¡

puesta una paternal sonrisa.

—Claro, mi amigo, que no todo era la recons

trucción económica del país. Había, también, que

ocuparse de la reconstrucción política. Pero en lo

primero, naturalmente, Ross ha hecho bastante, g

Siguió después una conversación trivial, bas

tante difícil y penosa. De esas conversaciones en

que no falta tema, sino en que precisamente se quiere eludir el tema que sobra. Comenzaron a llegarlos otros invitados y de improviso, vimos aparecertras la cortina del corredor al candidato a la Pre

sidencia de la República, don Gustavo Ross y al

personaje de todas las solemnidades, don MiguelCruchaga.

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Historia de una Derrota 55

No sé si Ross conocía la trampa. En todo caso

pareció extrañado. Su orgullo no le permitía esta

situación embarazosa de andar cazando a unos mu

chachos insignificantes con propósito electoral.

Dentro del comedor, a mi me tocó sentarme

precisamente frente al candidato. Hablamos de

Europa. Contó cosas interesantes, eso sí que de una

manera monosilábica. La conversación se extendía

como un elástico y se volvía a encojer.Tenía a mi lado a don Miguel Cruchaga y don

Miguel, a pesar de su larga experiencia diplomáti

ca, deseaba afrontar luego la cuestión y veía que

ya los postres asomaban.

En un momento dado, colocando sus brazos

en torno a mi espalda y haciendo lo mismo con Ga-

rretón, exclamó:—Bueno, mis amigos, ustedes naturalmente

van a acompañar a nuestro candidato.

Ross comprendió que el petardo no había es

tallado a tiempo. Y con su natural agilidad, cam

bió de conversación.

Una cosa espesa y desagradable invadió la sala.

Alessandri, con su inimitable olfato político, se son

rió, no sabemos si por causa del candidato, de nos

otros o de don Miguel.

Ross, entre tanto, buscaba una manera de de

jar a salvo su vanidad. En un momento determi

nado, habló de la campaña. Dijo que el triunfo

no le merecía dudas. Se manifestó maravillado de

la recepción a su llegada de Europa. Maravillado,

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56 Ricardo Boizard

pero no tanto, porque a punto seguido dijo como

para desafiarnos y como para afirmar, después deaquello, que nada le importaba nuestra adhesión:

—Por otro lado, una manifestación en Chile

se hace con cuatro bandas y unas cuantas botellas

de cerveza.

Entonces fué Alessandri el que cambió la con

versación. Veía la impresión que esas palabras ibana dejar en nosotros. Y sobre todo, sabía que trece...;

años antes, había pasado un hombre por la princi

pal arteria de la ciudad como un emperador ro

mano con el corazón distribuido en partículas en

tre millares de compatriotas.

Y en ese episodio, por lo menos , nadie ha sabidoque tuviera intervención la cerveza.

La verdad es que en aquellos tiempos el señor

del látigo nada tenía ya que ver con el Ministro

de las realizaciones. Ahora daba la impresión delhombre agriado, reconcentrado en su propia con

cha y dispuesto a ganar una elección, más para do

blegar a los nativos que para ofrecer soluciones.

Carente de toda flexibilidad y aun desconoce

dor de los propios resortes sutiles de nuestra len

gua, que él

procurabahablar lo menos

posible gracias a los monosílabos, no pudo comunicarse con

el pueblo ni encontró los intermediarios.

Reorganizó la industria salitrera, llegando a

una solución mucho más avanzada que la de loa

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Historia de una Derrota 57

anteriores gobiernos. Recuperó en parte las pam

pas e hizo marchar las Oficinas. Se dijo que nego

ciaba con los bonos priors y que sacrificaba a los

pequeños salitreros en beneficio de los grandes. La

verdad es que movía el salitre.

Se valió de una superchería, si se quiere, para

romper el contrato eléctrico, y gracias a eso intro

dujo en la industria una cuña chilena, que nadie

sino él hubiera sido capaz de introducir. El re

presentante norteamericano llegó un día al paísen avión para conocer de cerca los propósitos de es

te lobo que aparecía en Los Andes y tuvo que fir

mar un convenioque, después,

ha servidopara que

sus enemigos levanten cátedra de nacionalismo y

distribuyan prebendas. Se dijo entonces que el con

venio no fué sino un negociado escandaloso. La

verdad es que el convenio recuperó una parte de la

industria para el país,

Había consolidado la deuda externa, precisamente en el momento en que nadie pagaba para

pagar lo mínimo y para dejar restablecido el cré

dito del país. Ideó la más ingeniosa de las fórmu

las y el más inteligente de los métodos. Se dijo que

había estado jugando a la baja coi. los bonos chi

lenos en el mercado mundial. Se habló de su socio

López que se enriquecía en París, La verdad es que

aquello fué para nosotros una manera de vincular

el interés de nuestros acreedores al florecimiento de

nuestras industrias.

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/m

58 Ricardo Boizard

¿Qué hacer, pues, ante tal emergencia? ¿Quéhacer ante un país cuyas propias corrientes avan

zadas obstaculizan el avance y escarnecen a sus ser

vidores?

Un chileno responde lo que respondemos nos

otros, lo que estamos empeñados en responder por

encima de mil dificultades e incomprensiones. Un

chileno responde que hay que luchar por la dig

nificación del pueblo, por la dignificación de la

propia izquierda, por la expulsión de sus dirigentes voraces , y después, en los brazos de ese mismo

pueblo, corregir y triunfar.

Pero un hombre nacido en Valparaíso y con

sangre internacional, un jugador en las Bolsas de

Londres y Nueva York, con residencia en París, ¡

un turista apresurado que ha venido displiscente- ;

mente y con talento a resolver nuestros problemas,reacciona como él, y aun su reacción es más gene

rosa que la de otros.

Pues bien. Si no quieren el bien en la liber

tad, lo tendrán en la Dictadura. Primero venga, la

cerveza y detrás de la cerveza, el látigo. i

La masa tiene una cierta intuición, y lo queila masa decía cuando expresaba su odio a Ross, noJ

eratanto

el que Ross fuese ladrón, como sus ridícu-llos detractores afirmaban. No. Lo que le impre-2sionaba es que no fuese chileno, es que no tuviese

sus bienes en Chile, es que se cumpliese en él aque

lla frase sutil del Evangelio: "Donde está tu te

soro, allí está tu corazón".

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NUESTRA PALABRA SOLITARIA

La oposición de la Falange al candidato de las

Derechas no estaba fundada, sin embargo, exclusi

vamente en razones

transitoriaso

circunstanciales.Ella tenía su raíz en una larga etapa anterior, du

rante la cual surgieron para fracasar después, nu

merosos movimientos juveniles cuyo doctrinarismo

y método de lucha se apartaba cada día más de!

camino de la Derecha.

En el seno del Partido Conservador se hanpro

ducido siempre, por lo demás, disensiones profundas ante cada género de ideas y de problemas. Fue

ron las primeras quizás las que dieron nacimiento

a los viejos montinos, cuyo concepto anacrónico del

Estado se estrelló contra el esplritualismo cristia

no , el que no temió darse la mano con los liberales

jacobinos para salvar el principio de la libertad

amenazada.

La libertad, sin embargo, practicada bajo la

égida individualista y manchesteriana, tan exaltada

por la elocuencia de Mac-Iver y tan difamada des-

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Ricardo Boizard 1pues por sus discípulos, no dio los frutos que los

hijos de la civilización cristiana esperaban.

La industrialización fué creando masas pau- ■

pérrimas y explotadas. El fruto del trabajo fu i

acumulándose en unas pocas manos. Sobrevinie

ron crisis de producción y de consumo que arro

jaban de tiempoen

tiempoa la ciudad una ola de

desocupados. Y los cristianos, que por servir la li

bertad de la idea se habían sumido en una confusa"

idea de la libertad, permanecieron en la políticachilena como simples moluscos del liberalismo, co- \

mo resortes pegadizos y falsos, como sucursal de

un

negocio,en

quela

responsabilidadla llevaba el

cristianismo y la utilidad toda entera el liberalismo

jacobino.

Ya en la tienda política del social-cristianismo 1

no tenían eco las viejas enunciaciones de la solida- 3

ridad y de la justicia. Si alguien levantaba su voz

pararecordar las enseñanzas

de Roma, ese alguieni

recibía un aplauso complaciente s¡ se contentaba»

con la rebeldía verba!, o bien un definitivo ostra

cismo si, desentendiéndose de la política transitoria, i

pretendía efectivamente rectificar el camino.

"

Entre tanto, las masas, cuyo cristianismo inte

riorjamás

ha sido borradototalmente entre nos

otros, esperaban que la solución que ya no podía 1

dar la Enciclopedia, la diera ti Evangelio.

El Evangelio, sin embargo, est.iba manejado'

en la política por mano ajena.

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Historia de una Derrota 61

Esas manos no abrían' el camino 2 un cristia

nismo social, a una resurrección de la Edad Mediacon sus viejos gremios profesionales, a una enuncia

ción de la igualdad humana sobre la base del sa

crificio y del renunciamiento. Lo abrian, en cam

bio, el más oscuro capitalismo liberal, a la ciega ex

plotación y a la resignación aconsejada por el egoís

mo de Tartufo. . .

Los que tuvieron hambre en los campos deso

lados; los que vivieron cansancio en la pampa salo

bre; los que tiritaron de frío bajo sus harapos li

vianos y aun, los que se sintieron plantados en la

vida como un hongo sin raíz; todo esos fueron per

diendo lentamente la remembranza milenaria, olvidaron la leyenda de la caridad, dieron la espaldaal campanario y se dedicaron a chamar, a implorarde rodillas, a hurgar en los siglos y en la historia

una solución que se pareciera al cristianismo, pero

que no fuera ya un barco pirata protegido por la

bandera cristiana.Con Recabarren, con Cruz, con los primeros

agitadores de la pampa y del carbón aparecieron

por fin algunos hombres que se atrevían a repu

diar el capitalismo y que comenzaban a hablar de

cosas viejas, pero ya olvidadas; hablaban de solida

ridad,de

justicia,de lucha a la

explotación,a

lausura y a la guerra.

Cuando los primeros españoles llegaron a Mé

xico, los nativos creyeron que se trataba del Dios

sacrificado por el imperialismo azteca y tuvieron

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62 Ricardo Boizard

esperanza en la cruz. Así también, cuando los pri

meros comunistas llegarona

la vieja patria cristiana, las masas creyeron que se trataba de uno;

redentores bíblicos cuya voz había sido acallada

por la apostasía capitalista.

Y es así cómo sucedió que la primera palabra

surgida entre nosotros contra las consecuencias ds

los ensayos anti-religiosos y jacobinos, no la dijeronsus enemigos naturales, no la enunciaron los cris

tianos de fe, cuyo ideal se había confundido con la

Enciclopedia. Tuvieron que venir gentes agrieta

das por el trabajo y ennegrecidas por la mina para

que se levantara por fin contra el liberalismo una

condenación histórica y encendida.Naturalmente, aquella cosa, de consistencia '

brutal, fué avanzando pujantemente en el proleta-*

riado chileno. Mientras más cristiano ha sido un '}

pueblo, más fácil es aprovechar su irdor para en

caminarlo por una senda equivocada, siempre que

se coloquen, como indicadores en el camino, laípalabras cristianas de la justicia, de la solidaridad, !

de la pobreza y del sacrificio.

Nosotros preguntamos: ¿es que los cristiano*

sinceros y tenaces que luchan abnegadamente en

los patronatos, en las Conferencias de San Vicente !

de Paúl, en los círculos obreros, no se han dadocuenta jamás de este fenómeno que superó sus es

fuerzos y que fué a buscar el remedio contra el

capitalismo, no sólo en las buenas obras casuística)

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Historia de una Derrota '61

e individuales, sino también en los cimientos mis

mos del edificio social?

Y sí se han dado cuenta, y si ven a la vez que

el verdadero remedio para un hombre espiritual no

puede ser, sin duda, el materialismo comunista, sino

la resurrección cristiana, ¿cómo han podido que

darse pegados en una tentativa fallida, cual es la

doctrina liberal del Partido

Conservador, yno han

pensado que el problema nuestro es infinitamente

m ás profundo y su solución requiere el planteamiento de una cosa tan sólida ante el pueblo, tan

histórica, tan fuerte y tan audaz como la Interna

cional Comunista?

¿Es que la vieja doctrina medioeval,con sus

robustas concepciones humanas y sus intentos mil

veces rectificados de poner la justicia por encima

de la libertad y la libertad por encima del poder,

tiene menos derecho a ser seguida, en el corazón de

las muchedumbres, que el Evangelio de Marx?

¿Es que la crucificción de Cristoes

menos

sólida, menos generosa, menos inesperada, menos

dramática que la parálisis de Lenin?

¿Es que el desprecio cristiano por las mercedes

terrenales es menos fecundo que la agitación de las

masas? ¿Es que la condenación medioeval contra

la usura es menos imperativa que la lucha contra

las clases priviligiadas? ¿Es que la colectividad a

base de renunciación es menos vigorosa que la co

munidad a base de dictadura?

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-

64 Ricardo Boizard

Nada de eso es así. Pero lo que hay es que,

por haberse incrustado los cristianos en la estruc

tura liberal, por haber chupado de su sabia con es

candalosa avidez, por haber envenenado su espíritu en la fuente filosófica del egoísmo retardatario,

no han sido capaces de despertar a la verdad como

lo hicieron las masas excitadas por la explotación, i

Y lo que no hizo el amor de los cristianos re

sucitado en la historia, lo hizo el odio, el despecho

y la baja pasión, incubado todo esto por el capitalismo y rebelado en contra de él.

Lo que hay es que los cristianos en su función

política, y guiados por las exigencias oportunistas,

han alimentado más la virtud de la resignación que

la del amor por la justicia, han preferido la blanda

transacción al heroismo exigente,Han pensado más en la paz que en el amor ... }

Los comunistas, entre tanto, se levantan aira-*

dos contra el capitalismo burgués. Viven perseguidos como los primeros cristianos. Viven en renun

ciamiento como las primeras comunidades. Son

hermanos por encima de las patrias como los primeros cruzados. Mueren por su fe como los primeros mártires. Ponen, en una palabra, al servicio

del materialismo, esa gran fuerza que hasta ayersólo estuvo al servicio del espíritu en las primerasalmas civilizadoras.

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Historia de una Derrota 65

¿Puede vivir mucho tiempo una juventud con

esta espina en el corazón?

Los he visto yo cómo sufren y cómo luchan.

Mientras los diputados de todos los partidos gana

ban una renta de $ 2.000 y lloraban miserias para

acumular nuevos sueldos, los diputados comunistas

retiraban sólo $ 800 mensuales para sus gastos. El

resto lo consumía el partido.

He conocido íntimamente a algunos de ellos

y he visto cómo llevan una vida proletaria y difí

cil, en medio de la estrechez del hogar y de las aflic

ciones diarias. Una vez me encontré en un tran

vía con el senador Laffertte y éste se ruborizó al

confesarme que vivía en una casa más o menos có

moda y limpia. Esa casa, sin embargo, habría sido

mala para un escribiente del Senado.

El propio Chamudez, a quien el Partido Co

munista lanzó el cargo de vivir holgadamente y

de habituarse a comodidades burguesas, a penas si

tenía para pagar un modesto departamento en el

centro, y éste fué acaso el más grande delito que

justificó su expulsión.

Cristianos, digo yo: "Por sus hechos los co

noceréis".

Y ellos en general no lucran, ni comercian, ni

gozan de privilegio alguno. Le han robado ya al

cristianismo, no sólo la grandeza humana de su justicia, no sólo la universalidad de su lucha, sino tam

bién esa cosa formidable que había sido hasta ayer

nuestra fuerza y nuestra gloria: el ponerse al ser

vicio de los hombres renunciándose a sí mismos.

HMMBlA.— s

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66 Ricardo Boizard

Ah, el problema es más grave de lo que pa

rece y no tiene sino un dilema: o abandonamos to

dos los egoísmos, las propiedades, los títulos, los

negocios y salvamos la civilización para el esplritualismo cristiano, o los comunistas, valiéndose de

las armas cristianas, echarán abajo este orden cons

truido sobre la fe.

No serán eficaces contra ellos ni los sicarios de

un día que mañana caerán vencidos por la admira-

ción, ni las leyes ni los golpes de autoridad. Ya

lo sabemos eso por la experiencia de los siglos.

¿Qué pudieron los Césares contra los esclavos de

las catacumbas?

Sólo serán eficaces contra ellos unos hombrea

que salgan de la oscura cavidad de su propia alma,

que venzan los prejuicios acumulados por el tiem

po, que renuncien al bienestar de la cultura para

defender la cultura sola sin sus agregados, y que'

se pongan al frente de las masas para resucitar en i

ellas el espíritu, despedazado por la revolución bur- ]guesa y aventado por la Dictadura proletaria.

Esas consideraciones, entre otras, vivían todos

los días en nuestras almas.

Ganar una elección con dinero, imponer el or- ,

den con una ley, combatir la protesta justa con un

carcelazo, ¿puede eso apasionar el espíritu de loa

que han podido medir en sus dimensiones exacta!

el peligro, sin engañarse por el deseo optimista o

por el opio de la digestión satisfecha?

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HISTORIA DE UNA DERROTA 67

Cuando todavía el problema flotaba en la re

gión astral y llegaban los primeros libros bolche

viques y la gran guerra capitalista de 1914 no ha

bía lanzado aún hasta nosotros su oleaje pestilente;cuando las crisis encontraban un pueblo sufrido y

sin instinto, unos dirigentes inertes y sin inquietud,es natural que los cristianos no vieran el peligroni se apresuraran a afrontarlo.

Pero nuestra generación conoció la crisis de

1931.

Llegamos como propagandistas del orden a las

siniestras playas de Tocopilla y un barrio llamado

La Manchuria, presentaba al turista la carne la

cerada del proletariado cesante.

Eramos nosotros los mensajeros del orden y

«líos nuestras víctimas.

¿Cómo se puede echar Evangelio en ese mun

do impenetrable donde no existe necesidad de la

verdad y donde se pide, se implora, se exige y se

amenaza por un hueso y por un pan?Yo lo he visto.

Yo he acompañado en Iquique al Obispo Lab-

bé en su peregrinación por los albergues. La cos

tra de la pobreza impedía el paso de la luz. El

Obispo caminaba dulcemente entre los espectros,

y, cosa curiosa, esos espectros lo amaban, porque

distribuía leche, además de parábolas.Se trata, pues, de luchar en ese campo con

tra el comunismo, contra lo que esos hombres han

creído que es el remedio a su mal. Se trata de lu-

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1

68 Ricardo Boizard

char contra la apariencia de un remedio, contra

una

superstición,contra el talismán del

proletariado.

Vengan a decirme que las sesiones frías y jurídicas del Directorio General Conservador estáo

construidas para rom per la corteza de ese mundo,

Vengan a decirme que los argumentos ponderado*'

y

excesivamente farisaicos del

capitalismosirven

para bañar, alimentar, educar y pacificar a ese pue

blo. Vengan otros a obligarme a disparar contra

él sin que las balas, rebotando en los duros huesos,

se vuelvan contra m i conciencia.

Vengan aún a decirme que los coqueteos

masónicos entibian y aun

apagan

la terrible ho

guera. X

Necios, farsantes, presumidos y politiqueros. '4 ,

En la sementera del comunismo no puede caer

sino una cosa que sea tan vigorosa y humana como

él, más humana y vigorosa que él; que sea tan'l

grande como el dolor, tan fuerte como el odio.¡

Y lo único que allí puede crecer y quitarle campo

es el viejo, el grande, el primitivo cristianismo so

cial.

La lucha de hoy no es el parche en el cata

clismo.

Es la historia de un mundo contra otra hú- jtoria.

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EL NACI3MO

En la acumulación de los antecedentes de lo

que se ha llamado "el triunfo popular" del 2> de

Octubre, no puede faltar, sin duda, un examen de

la fuerza organizada, dirigida y desviada despuéspor el inquietante jefe nacista, Jorge González.

Los orígenes del nacismo chileno hay que bus

carlos en los días caóticos del 4 de Junio, en que

el pueblo recién organizado por un pensamientoserio bajo el partido socialista, no lograba todavía

salir dela horda demagógica ni

contrarrestar

lafronda militar.

Gente venida del viejo ibañismo despótico pe

ro constructivo, del romántico alessandrismo anár

quico pero nacionalista y aun de la reacción ex

trema pero valerosa, se estaba aglutinando frente

al caos en torno a

cualquieraforma novedosa

yaudaz.

Con una página hebdomedaria en "El Impar-

cial", comenzaron los discípulos de González von

Marees a hablar de nacionalismo hermético; recor-

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70 Ricardo Boizard

daron los luminosos días de la vieja patria; unos

se sentían gozosos ante el recuerdo de Portales y

otros enfervorizados con la memoria de Prat. Aun

algunos, que habían sido perseguidos a su vez por la

Asociación de Perseguidos por la Dictadura en los

días de Montero, estaban prestos a cubrirse con un

idealismo que abría sus grandes alas hacia el por

venir y que, apartándose de la concepción del cuar

telazo, se alejaba también de la especulación del ci

vilismo.

Una dosis de combatividad, a la vez que un

grado de fascismo, prudentemente amalgamados,habrían seguramente dado fisonomía de fuerza f ~¡

de vitalidad al partido que nacia. La estridencia

excesiva, la pasión exagerada y el desmedido peli

gro no cuadran bien con la flema bovina de nues-1

tra raza. Estaba mal construido, sin embargo»!González, para dar tales notas en nuestra apagada

sinfonía nacional. Hombre de temperamento fuer-'

te y apasionado, iba caminando a saltos en el es

cenario estrecho del país, y naturalmente, esos sal

to s lo ponían a veces fuera del escenario.

Los hombres maduros y realistas que lo acom- 1pañaban perdieron su fe en él o temieron llegar

hasta las últimas consecuencias.Estas consecuencias, eran, por lo demás, bas- 1

tante ingratas y penosas. Los nacistas disparaban- 1

en la vía pública, provocaban la furia comunista y'

los comunistas disparaban también. De todos los

partidos se puede uno salir por renuncia o por ex-

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Historia de una Derrota 71

pulsión. Del nacismo, ya con excesiva frecuencia,

se salía por asesinato.

Por muy graves que sean los problemas en Chi

le, no son, afortunadamente, todavía tan trágicoscomo en Europa y nuestros políticos saben que no

es preciso morir a cada paso para que esos pro

blemas se resuelvan.

Un país en que las revoluciones terminan, co

mo en tiempos de Dávüa, con una simple retirada

del Presidente a su casa particular y los duelos se

resuelven, como entre Opazo y Rossetti, con un

desayuno de amanecida, un país así no se presta

para constituir un partido a base de héroes. Y por

lo demás, si los héroes consiguen librarse de las ba

las, no se libran en todo caso de la triunfante ma-

cuquería.Otra consecuencia grave tenía el nacismo para

los hombres maduros y era la que resultaba de sus

campañas de difamación. Usando la vieja táctica

de Maquiavelo, los nacistas no

tropezaban en loshechos para enlodar a un enemigo. A veces, por

casualidad, conseguían dar con un gestor. Gene

ralmente, andaban descaminados. Y esto se puede

también hacer en un país extenso, donde millones

y millones de habitantes disuelven los errores como

disolvería el océanouna

mancha de tinta. Peroen

Chile la gente se conoce bien y las cosas se saben

y los escándalos andan de boca en boca y si algún

culpable queda impune, ninguno permanece mu

cho tiempo oculto. Se sabe también quiénes son

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72 Ricardo Boizard

los que no roban ni mienten ni engañan. Resulta,

pues, demasiado patente un error cometido, y ese

error generalmente recae en parientes de un amigo,de un simpatizante o de un correligionario.

De ahí por qué González fué perdiendo en

su camino a mucha gente de primer orden y de

no poca influencia. Era gente de buen criterio que -

no quería morir ni hacerse cómplice de difamación, {

ni enredarse en procesos inútiles y engorrosos.

Le fué quedando un partido de muchachos .'

inexpertos, entusiastas, bravos, pero total y abso- 4

lutamente ciegos.Era gente fanatizada, no sólo por él, sino tam

bién por el tiempo, y más aun, por la vida misma.

Hitler y Mussolini, con sus triunfos, han tomado ,

bajo su comando una parte de la juventud, así co

mo otra la cogió Lenin, y otra Godoy, Joe Louis y ;~

otra también Douglas Fairbancks o José Mojica. jjEstos jóvenes, verdaderos moluscos espirituales que

jviven pegados a sus ídolos, naturalmente se dan en

todas las latitudes y su heroísmo es una especie de jsecreción sublime de la humanidad. Aprovechar Jesa fuerza es ¡dudablemente uña política; pero el

triunfo consiste, no en conseguir acción de una

fuerza que fatalmente actúa, sino en dirigirla a

jnuestros fines.

Y decimos que González von Marees, a pesar

de su gran claridad mental y aun con el retazo de \

partido que le quedó, llegó al fracaso, porque sus

muchachos sirvieron a la postre lo que jamás su

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Historia de una Derrota 73

conciencia ni su credo hubieran osado servir. Prác

ticamente, González organizó una juventud para

alimentar la revolución burguesa y anacrónica del

25 de Octubre, contra la cual se levantaba en ver

dad toda su filosofía inicial.

O sea. Batió el huevo del heroísmo, le echó

sal, lo revolvió y un viejo politiquero se lo comió.

* *

La bala disparada por González von Marees,

el 21 de Mayo de 1938 le originó un proceso re

tumbante y espectacular. Fueron a verle a la prisión los más destacados dirigentes de la izquierda.Comunistas anti-fascistas y democráticos electora

les ponían al Fuhrer criollo en los cuernos de la

luna. Se hacían solidarios de su actitud y aparecíanante la masa compartiendo un pedazo de la fama

policial del jefe naci.

Este, desde la prisión, acaso convencido de que

podría después aprovechar a su favor la corriente

frentista que le ensalzaba, hizo una declaración a

la prensa que es, quizás, la mayor audacia que un

político haya cometido en nuestro país.

Dijo tranquilamente ycon

el mayor desparpajo:

"No tenemos absolutamente ninguna conco-

"

mitancia con los llamados fascistas europeos, ní"

espiritual ni mucho menos material. Nuestro

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7174 Ricardo Boizard-

"

movimientotampoco

se

identifica ideológica-"

mente con el fascismo."

O sea, la media vuelta completa y definitiva.

Ellos habían tenido tanta concomitancia con

el fascismo que en 1933, el Jefe nacista se dirigíacon estas palabras a la Milicia Republicana:

"El movimiento nacional-socialista auspicia"

fundamentalmente el reemplazo del actual Es-"

tado nacista o fascista."

Habían confundido en tal forma su ideología j

con los movimientos similares de Europa, que en <

1937, frente a la Revolución Española, exclamaba |

el Jefe nacista:"A esas mismas derechas que hoy pugnan por

"

aplastar a cualquier precio al nacismo, les recor-

"

damos el caos de la España de Gil Robles, donde ;

"

también el movimiento fascista (como en Chile),

"debió sufrir la hostilidad enconada de los Parti-"

dos de Derecha. Sin embargo, hoyvemos en

"

aquel país a los perseguidores de ayer asilarse en

"

la fe fascista como en la única fuerza capaz de"

imponerse sobre la barbarie roja desencadenada ;"

en la Madre Patria."

¿Para qué seguir?Era tan monstruosa la contradicción en que

se incurría, era tan desatentada la táctica, que nos

parece que ese mismo día se acabó para siempre en

tre nosotros el fascismo, y, por lo menos , bajo la

consigna de Jorge González, es muy difícil que se

levante otra vez.

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Historia de una Derrota 75-

Lo que'no quiere decir que la potente per

sonalidad de González von Marees vaya a dejarde aparecer en argún sitio de futuros aconteci

mientos.

Muerto el fascismo o no , la verdad es que el

caudillo de la calle Huérfanos continuó sus aven

turas, cada día más espeluznantes, a través de to

da la jornada electoral. En una ciudad de un mi

llón de habitantes, a pesar de las contradicciones

en que se incurra, no es difícil que una colectivi

dad sobreviva por algún tiempo, aun cuando no

sea sino para llenarle la vida a un grupo de mucha

chos aficionados a las novelas policiales.Y sobre todo, no es difícil que sobreviva cuan

do la alimentan desde afuera los humos de una cam

paña presidencial.

Jorge González, indudablemente, no buscaba

el triunfo frentista. Su finalidad era. servir la can

didatura de Ibáñez. Sería él su Ministro del Inte

rior y lo manejaría a su amaño.

Ibáñez miraba con ojos desconfiados este jue

go, pero no con malos ojos. Era el momento en

que cada uno pensaba comerse al amigo y, natu

ralmente, procuraba engordarlo para el sacrificio.

González von Marees coqueteaba con Aguirre

Cerda. Este con los nacistas y con Ibáñez. Ibáñez

con los radicales y los comunistas. González Vi-

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76 Ricardo Boizard

déla con los comunistas y con Ibáñez." Sucedía allí

lo que en los "Viajes Morrocotudos" de Pérez Zú-

ñiga, en que el explorador invitado a comer por los

antropófagos no sabía si terminaría el festín en ca

lidad de visitante o de potaje.Los radicales, con su candidato frentista, no

se sentían bien. Juan Antonio Ríos, que ya no tra

bajaba para Ibáñez sino para él, encontraba las co

sas cada dia peor. Consideraba que los militares

no se calentaban con el candidato y llegaría el mo

mento de la votación sin ninguna garantía pata

los opositores. Habría sido mejor, quizás, cambiar

le por un hombre que atrajera las fuerzas ibañis-

tas, que hubiera tenido amistad con Ibáñez y hasta

que hubiera creado, en cierta forma, un Congreso

termal en la Dictadura. La buena táctica le acon

sejaba no decir más, pero hubiese agregado que el

candidato necesitaba ser un hombre de pantalones,

y los pantalones, desde tiempo atrás, no los usaba

sino él en el Partido.

Aguúrre Cerda viajaba. Se producían los he

chos más tremendos. Gabriel González abofeteaba

a Salas Romo en la Cámara y caía vendido sobre la

roja alfombra. No importa. Los telegramas de

cían que Aguirre Cerda pasaba por Ruca-Pequén,Se disolvían sindicatos obreros. Aguirre Cerda

llegaba a Curepto.

Una huelga ferroviaria en perspectiva. No im

porta. Aguirre Cerda seguía a Vichuqitén y pasa-

¿a por Hualañé.

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Historia de una Derrota 77

Enérgfca. protesta de la asamblea radical por

la expulsión de un empleado. En ese momento

Aguirre Cerda iba llegando a Curicó.Los huasos de Camarico, los viñateros de Cob-

quecura, los boteros de Tomé, le ofrecían sendas

manifestaciones populares.Pero en Santiago sabían que si Ibáñez o la co

rriente ibañista no los apoyaba, el cohecho resol

vería la elección.

Un grupo de ibañistas, encabezado brillante

mente por Ricardo Latcham y alentado por seme

jante panorama, comenzó a organizar lo que du

rante poco tiempo subsistió bajo el nombre de

Alianza Popular Libertadora. En realidad, aquellono tenía otro objeto que hacer aparecer a Ibáñez

sostenido por otra cosa que no fuese sólo el inci

piente nacismo,Ricardo A. Latcham había puesto su dialéc

tica y adjetivación al servicio de tal movimiento

sintético y se comenzaba ya a hablar del Genetal

de la Victoria, como también a decir que mientras

Aguirre Cerda visitaba los pueblecitos, Ibáñez re

corríalos cuarteles.

Tomaba cuerpo también una leyenda que con

el tiempo resultó verdadera. Se hablaba de un se

ñor Ariosto Herrera acaudillando a los militares.

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"*!%

Ricardo Boizard

Jorge González, naturalmente, fb podía dejar de sentir apetito ante tal rumor. Veía que por

el camino normal iba a llegar un momento en que

la candidatura frentista quedaría perdida en los

andurriales del sur.

No parecía lo suficientemente fuerte la posi

ción de un hombre que pretende luchar contra un

pirata desde los andenes del ferrocarril. Sin un

cambio de la situación, sin un hecho que violentara

las cosas y sacara a la izquierda del pantano, triun

faría Ross y los antropófagos terminarían por ser

devorados en conjunto.

Sólo así se explica que el jefe nacista, en con

comitancia o no con su candidato Ibáñez, haya pre

parado la bomba de Septiembre, perfectamente

arreglada para caer sobre Aguirre, pero que ]

la fuerza del destino cayó precisamente sobre 1cabeza de Ibáñez,

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E L 5 DE SEPTIEMBRE

Alguien ha dicho que el 5 de Septiembre es

la causa precisa de la victoria frentista. Es esta la

verdad, pero el í de Septiembre no es una callampasolitaria.

Es la resultante indispensable de numerosos fe

nómenos anteriores;, es la enfermedad largamente

preparada por unos y por otros. Producida ésta,

no había sino cortarla, pues sus consecuencias hu

biesen derrumbado toda la vida más o menos cons

titucional del país.En efecto, Ibáñez y el nacismo fueron incon

cientemente utilizados por las fuerzas políticas que

se disputaban el poder.Un día el Gobierno presentaba al Ibañismo

como responsable de todas las fechorías imagina

bles y, por cierto, le devolvía beligerancia.

Otro día la oposición amenazaba con Ibáñez,

confesaba claramente sus concomitancias con él,

buscaba alianza con los elementos dictatoriales y,

naturalmente, aceptaba las soluciones de violencia

que estos, implícitamente,- pudieran ofrecer.

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80 Ricardo Boizard

Los que confesaban su fe democrática con los

labios, los que abominaban de la violencia en lo s

discursos, parecían unánimemente resueltos a usar

de la violencia para defender la democracia, o lo

que ellos llamaban la democracia; para defender,en verdad, un interés o una ambición bajo la fal

sa máscara.

En cierta ocasión, Juan Antonio Ríos en la

Cámara lanzó un libro sobre la cabeza del Minis

tro del Interior. Quiso la casualidad que ese libro

fuera precisamente la Constitución Política del Es

tado. El enemigo del civilismo y la democracia Ha

bía dado un símbolo a los

hipócritasde la consti-

tucionalidad.

Desde ese día la Constitución Política se uti

lizaba, ya no para defender los derechos o para im

poner la autoridad, sino para lanzarla con todoK^

peso sobre el adversario.

Nadie de la oposición protestaba por sus con

comitancias con los dictadores. Nadie, sólo nosotros,

en el gobierno, protestábamos por los abusos de la

autoridad.

Era grave, sin duda, que la oposición usara

de violencia. Pero más grave aun nos parecía que

la violencia atropelladora y arbitraria surgiera del

Gobierno. Un Gobierno debe ser indudablemente

fuerte, y si siempre lo acompaña la ley, es más fuer

te todavía.

Cuando Alessandri, desentendiéndose del vere

dicto de la justicia, incineró la Revista Topaze, no

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Historia de una Derrota 81

robusteció su autoridad, sino, por el contrario, la

debilitóante

el país.Desde el alto sitio oficial de

su Gobierno, bajó a la arena candente. Dio segu

ramente un rudo golpe transitorio a sus enemigos,

pero desde ese día promulgó como ley de la República el que se podía usar de la violencia y los ¡ba

ñistas y nacístas, que hasta ese momento habían

usadode

ella'

subrepticiamente y temerosos,en

traron al comercio humano de la política, tuvie

ron públicamente voz y voto y sacaron del fondo

de su escondido baúl para el uso de todos una pro

hibida llave ganzúa: la violencia.

Comenzaba a imponerse en la política una co

sa

que yano es la

ley reguladora y justa,sino e!

instinto; el instinto con todas sus brutalidades y

salvajismo, con sus demasías grotescas y pueriles.González von Marees injuriaba en las asam

bleas públicas al Presidente, calumniaba a sus M i

nistros y partidarios. La izquierda miraba su in

terés inmediato y

aplaudíacon frenes!.

Alessandri incineraba Topaze. La Derecha sa

boreaba el bocado y presentía que , por ese cami

no, la fuerza sin ninguna limitación estaría al ser

vicio de sus propósitos electorales.

La Alianza Popular Libertadora preparaba un

homenaje a Ibáñez. La izquierda proporcionaba su

prensa y sumaba sus aplausos.Salas Romo atropellaba el fuero parlamenta

rio y tomaba la responsabilidad del apaleo de dos

diputados. La Derecha comentaba gozosamente ln

HfSTOíli .— i-

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Ricardo Boizard

situación y daba patente de legalidad al Ministro.Después de los vergonzosos sucesos del 21 de

Mayo, las izquierdas, ya lanzadas por el camino

franco de la revuelta y sin prever las consecuen

cias que pudiera algún día provocarles el monst ruo

so desatino, llegaban a la Cámara acaudilladas por

González von Marees y éste declaraba solemnemente que en lo sucesivo marcharían unidos de

mocráticos y nacístas, bajo lo que él llamó gráficamente "el signo de la pistola".

Me imagino yo que en esos días turbios y de-

menciales de 1938, el espíritu democrático de que

tanto se alardeaba por izquierdas y derechas no

existía ya sino en unos pocos corazones, cuya voz

cada día se sentía más apagada por los acontecí'

mientos.

Gran parte de la Derecha no miraba ya en

la democracia su salvación. Franco estaba a lai

puertas de Madrid ya

los rossistas les comían lasmanos por hacer otro tanto con su capital. Hala

gaban al Ejército, financiaban toda clase de pro- 4

yectos de armamentismo y procuraban estrechar'

cada día mayores lazos con el Cuerpo de Carabineros.

La

Izquierda, porsu

lado,estaba

dominada,en su ala moderada, por el ibañismo dictatorial yen su ala extrema por el comunismo antidemocrático.

No puedo yo olvidar a Gabriel González cómo hablaba de la simpatía de Ibáñez, con qué ter-

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Historia de una Derrota 83

nura se expresaba de los comunistas y, después de

sus tinterazos en el hemiciclo, cómo buscaba paz

para su espíritu conturbado en la compañía aba

cial de González von Marees y de Contreras La-

barca.

¿Creía en realidad Gabriel González que tan

democráticos amigos iban a seguirle muy lejos en

sus ilusiones republicanas? Tengo la impresión de

que, si no lo creía, por lo menos veía la utilidad

de aparentarlo, y además, pensaba, como en mu

chas ocasiones me lo confesó, que los comunistas

chilenos eran distintos de los rusos y que los nacis-

tas de Jorge González no se inspiraban en los or

ganizadores de putchs.

De lo que se deduce claramente que nada de

eso es verdad, sino que solamente los radicales chi

lenos son la misma cosa que los radicales de todo

el mundo.

Vivían ellos la

trágica amalgamade su inde

cisión y de su ambición a todo trance. Vivían," so

bre todo, la desorientación de las decadencias his

tóricas. Partidarios de la democracia, por lo me

nos al través de la ecuación programática, el ve

neno dictatorial se les metía por todos los poros y

conseguía generalmente dominarlos.

JuanAntonio

Ríos, radical, era un leader ibañista. Justiniano So

tomayor, radical, era célula comunista. Y hasta

había lo que se llamaba "los radicales Pilóla", fran

ca y decididamente rossistas.

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"

1Ricardo Boizard

Gabriel González tenía que moverse en todas

las latitudes de la política inmediata y de la doc

trina trascendental. Tenía que juntar en un solo

haz, bajo el aparente signo democrático, a tan con

tradictorias personas. Y como resultaba más senci

llo unificar a los hombres en torno a un interés,

que a las ideas en torno a la unidad ya despedan?Jda por el tiempo, consiguió lo primero, pero no \m

segundo. Todos los radicales se juntaron en torno

a Aguirre Cerda, pero cada uno llevaba bajo eiH

poncho su respectivo puñal.

Mientras los radicales civilistas pretendían coa

ducir las cosas a una solución democrática y repu-'

blicana, los otros, o por mejor decir, la inmensa ;j

mayoría, trabajaban en llevar las aguas a

alguo*|dictadura, a la nacista, la comunista, la ¡bañista, 0|en último término, a la rossista, dando la razón

con sus excesos a los elementos dictatoriales de la

derecha. iDon Rafael Luís Gumucio, en esos días, co- i

mentaba con nosotros la situación y constataba queJ

todos, a una voz, parecían resueltos a destruir lljdemocracia. Las izquierdas buscaban la revolució*

porque las derechas querían dictadura. Y fuerte!

elementos de la derecha buscaban dictadura pO"

que las izquierdas amenazaban con revolución

Hemos hablado del í de Septiembre en lo qoltuvo de golpe revolucionario. Pero debemos agre-]

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Historia de una Derrota 85

gar que en lo quea

la represión se refiere, tambiénlas cosas estaban preparadas para que sucediera !a

terrible masacre que dejó sumido al país en un abis

mo de perfidia.

Muchas veces he pensado que la sola aprobación

de la acusación contra Salas Romo el 21 de Mayo de

1938 nos habría librado de esa represión criminal.

¡Qué significó para el carabinero aquel episodio?

Significó simplemente que el gobierno acep

taba y aplaudía su manera de actuar. Significó que

se debía proceder con crueldad ante la oposición.

Significó también que había un sutil procedimiento jurídico para liberar de toda culpa al carabinera

cuando procede. Y ese era el instaurado tan ma

ravillosamente por la mente abogadil de la derecha

en el más farisaico de los procesos públicos que se

hayan ventilado en el país.

Ya lo dijimos en páginas anteriores.

El delito cometido por un jefe de carabineros

no es tal, si ha obedecido órdenes de sus superiores. Caso de que éstas órdenes provengan del Mi

nistro del Interior, o de cualquiera autoridad con

responsabilidad ante el Congreso, basta con que es

ta autoridad tome la responsabilidad del caso para

borrar la culpa del jefe delincuente.

Y basta con que el Congreso apruebe un voto

político a favor del Ministro para que toda huella

de responsabilidad desaparezca, para que no haya

delito, para que la culpa se disuelva y para que la

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86 Ricardo Boizard

sangre cruelmente derramada no tenga nadie en la

tierra a quien clamar.

Nunca los hechos históricos se producen aisla

damente y sjn un punto de referencia anterior. To

da cosa grande, todo acontecimiento macizo que

marca lindes en los pueblos tuvo siempre una cuesta

más baja por donde subieron las pasiones hasta He-

gar a la cumbre.

El 21 de Mayo de 193 8 es la primera etapa

del 5 de Septiembre.No son, sin duda, las mismas personas las que

actúan; no son tampoco las mismas circunstancias,

pero el hecho central de la crueldad es el mismo

y quienes la practicaron sabían ya que bajo aqud

gobierno se podía ser cruel sin sanción alguna. Aun

más, aquellos hombres simples y llanos que actua

ron el S de Septiembre creyeron que se debía ser?

cruel.

Proyectemos estas consideraciones sobre lo)

hechos.

El Domingo 4 de Septiembre, después de un)

larga etapa de rumores y de misteriosos trajines en

que González von Marees no aparecía por la Cá

mara, la Alianza Popular Libertadora celebró un

mitin para conmemorar el aniversario de la revo

lución militar de 1924.

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Historia de una Derrota 87

Fué

presidido por Ibáñez, Latcham,Gonzá

lez von Marees, Tobías Barros, etc.

Un mitin ¡bañista era desde luego una novedad

en el país. Nadie creía que el ibañismo pudierasalir de pronto a la palestra por simples objetivosde propaganda y se pensaba que de allí a la Mo

nedano habría

sino la distancia que toleraran losmiHtares comprometidos.

Tobías Barros acaudillaba de afuera a los de

adentro. Aparecía éste en la política como un mi

litar vestido de civil y sus actuaciones se entendían

como representativas de una parte de la voluntad

militar.Había para tener cuidado y curiosidad en esos

momentos.

Un grupo de amigos, que nos reuníamos ese

mismo día en un gran almuerzo estudiantil de la

Universidad Católica, fuimos a divisar desde lejosel desfile

paratomarle el

pulsoa la

ya famosa ydiscutida Alianza Popular.

Una larga columna de gente avanzaba por la

Avenida Matta. Una no menor cantidad de cu

riosos veía pasar a los ¡bañistas y nacistas, como si

se hubiera tratado de gente recién salida de un soca

vón. No estaban todavía en el Frente

Popular yabominaban de la derecha. Era un conjunto abi

garrado de gente que ni carecía de cuello ni lo

llevaba almidonado. Gente intermedia, casi pudié

ramos decir la provincia volcada en la capital,

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88 Ricardo Boizard

En todo caso, cualquiera que fuese la condición de esa gente, aquello constituía una fuerte

manifestación popular. En las avenidas del ParqueCousiño nos encontrábamos con grupos de espec

tadores y todos coincidían en la misma apreciación.

Esono era

quizás un mitin monstruo, pero síun

grave síntoma.

El mitin se desarrolló con discursos amenazan

tes. Se habló de revolución y de fuerza. Se habló,

incluso, de la participación del Ejército. Pero b

tibia tarde primaveral terminó sin que se hubiera

producido otro hecho grave que la ceguera de unos

cuantos hombres de la derecha empecinados en ne

garle importancia a la Alianza Popular.Los diarios oficiales, al día siguiente, infor

maron que un pequeño grupo de manifestantes ha

bía tratado de impresionar con su fuerza sin lo

grarlo.¡Qué tranquilidad para los lectores de esos dia

rios y para el país!

Iba yo caminando a las docey

media de ese

día, precisamente por la calle Agustinas al llegara Morandé, cuando un alto empleado de la Caíade Ahorros, cuyo nombre en este momento no re

cuerdo, me dice que acaban de asaltar el edificiodel Seguro Obligatorio y que un carabinero había:ido asesinado por los asaltantes.

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Historia de una Derrota 80

Hasta ese momento se creía que los móviles

del asalto eran el robo.

Un tumulto, cada vez más espeso, se formaba

en torno a las puertas del Seguro Obrero. Avanzo

hacia la calle Moneda y veo venir un muchacho

pálido en manos de dos carabineros. Seguí en di

rección a El Diario Ilustrado para conocer mayores

detalles y para asistir a la reunión vespertina de

redactores, pero ya en la esquina me encontré con

numerosas personas enteradas en parte de la situa

ción.

—Se trata de un asalto nacista y seguramente

vienen detrás los multares.

Tropa de carabineros había sitiado ya la Caja

y parece que pretendía descerrajar las puertas ce

rradas por los asaltantes.

Después de largos minutos de silencio y de es-

pectación sonaron disparos en el interior del edifi

cio. Una muchedumbre venida de no sé dónde pre

cisamente a la hora en que todos van a almorzar

estaba juntándose cerca de la Moneda y los cara

bineros optaron por desalojar los sitios de mayo t

importancia estratégica. A medida que los cara

bineros actuaban fuimos avanzando los curiosos , y

desde lejos mirábamos el teatro de los sucesos sin

comprender una palabra de lo que estaba ocu

rriendo.

Cerca de las dos de la tarde llegué a mi casa

para tranquilizar a los míos. Las calles estaban lle

nas de noticias y de agitación. Una multitud in-

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90 Ricardo Boizard

quieta corría por todos lados y de vez en cuando

se escuchaban a lo lejos los característicos y secos

estampidos de las carabinas.

El teléfono zumbaba a cada momento. De to

das partes daban o pedían noticias.

Entretanto, frente a nosotros y sobre los te

chos se divisaba a lo lejos algo inmóvil y negruzco

de donde partían los inquietantes disparos: lo que

se llamó la Torre de la Sangre.

Después de almuerzo y dejando todo prepa

rado para cualquiera emergencia revolucionaria, sa

lí en dirección a la Cámara, donde la sesión debía

iniciarse a las 4, como de costumbre.

Con el objeto de pasar previamente por la casa

de don Rafael Luis Gumucio, seguí por la calle Ri-

quelme para continuar por Compañía. Me encon- \tré de improviso con Ladislao Errázuriz Pereira,

que tan ignorante como yo de los sucesos, detuvo- '|su automóvil para indagar noticias. Continúame* ]juntos en lo mismo, pero la verdad es que a esa

J

hora no habíaen

todas partes sino la más turbiaincertidumbre.

Nos fuimos a la Cámara. Al entrar, me se

paré de Ladislao y fui directamente a nuestra salade trabajo, donde me encontré con el diputado ra

dical ¡bañista de ese tiempo, mi querido amigo dofl :

Emiliano Bustos.

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Historia de una Derrota 9 1

Habían llegado tan allá las pasiones en esos

días, que un hombre tranquilo, serio y ecuánime

como Emiliano Bustos, me recibió con las textuales

palabras que siguen:—Vea usted. Estas son las gracias del León.

Organiza un complot para justificar la interven

ción electoral y para anular a Ibáñez.Inmediatamente le rebatí diciéndole que, por

muy seductor que fuese Alessandri, no parecía que

unas cuantas personas, incluso el carabinero asesi

nado, aceptaran morir para servir su capricho. Le

pedí que meditara y que esperáramos juntos los

acontecimientos.A las cuatro y cuarto de la tarde supimos algo

de lo que había sucedido.

Unos cuantos nacistas habían organizado un

pustch. Se habían apoderado de la Caja de Seguro

Obligatorio y de la Universidad, parapetándose allí

hasta que los dominó la policía.Se hablaba de muchos muertos entre amotina

dos y carabineros. Nadie conocía detalles precisos,,

pero se sabía sí que ya la revuelta estaba sofocada.

A la sesión llegaban diputados de todos los co

lores políticos, incluso ibañistas y nacistas. Venían

tan

ignorantescomo nosotros

detodo.

Esose

veíaa primera vista y de ahí por qué el complot, en

el primer momento , aparecía con caracteres ex

traordinarios de misterio.

Se sabía desde luego que no era Alessandri el

organizador de su propio asalto, como lo pensó de

buena fe Emiliano Bustos; y. que no era tampoco

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©2 Ricardo Boizard

el Frente Popular el asaltante, como lo creían al

gunos que confiaban más de lo necesario en la va

lentía frentista.

Nadie a esa hora sabía nada de la masacre ni

de sus horrendos pormenores . Todos parecían reac

cionara una

voz, espantados por las consecuencias,en contra de los organizadores del pustch. Les re

pugnaba el acto a las derechas por estar dirigidacontra el Gobierno. Les repugnaba a las izquierdas

porque con ello se justificaría la intervención. Y

parecía repugnarles también a los íbañistas, porque

su

candidato figuraba envueltoen una

aventura

pueril.

Todos, sin embargo, ese día, estaban ya pen

sando en la mejor manera de sacar partido del pustchy casi llegaron a un acuerdo para no hablar nada

de él en la sesión.

Elacuerdo

se

desbarató porque nosotros,a

quienes sólo interesaba el mantenimiento del or

den legal y la defensa de las instituciones, creímos

.necesario decir que desde luego condenábamos el

atentado.

Manuel Garretón habló en la Cámara a las

cuatro y media de la tarde del í deSeptiembre

en

defensa del régimen constitucional y don Humber

to Mardones ingenuamente preguntó per qué no se

cumplía con el compromiso del silencio.Silencio. ¿Y para qué el silencio?

¡Ah, los cuervos de la política veían cadáveres y había que pensar con tranquilidad en la ma

nera de devorárselos!

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Historia de una Derrota 93-

Comí esa noche en la casa de Gumucio y aun

que hacía varios meses que estábamos apartadosde la Moneda, creímos que en esa oportunidad, en

que el régimen atravesaba por una crisis cuyos de

talles desconocíamos, había que visitar al Presi

dente.

Fuimos a la Moneda y divisamos la mesa pre

sidencial llena de comensales. Naturalmente, la lar

ga familia del Presidente estaba allí reunids en el

momento del peligro.Vimos al General Novoa, a Waldo Palma, Sa

las Romo, el General Amagada y varios más. Ales

sandri estaba esa noche verdaderamente locuaz.

Después de un día en que todos los disparos y los

peligros gravitaron sobre él y sobre los suyos, ese

hombre permanecía sereno y hasta rejuvenecido.Hablaba de que si los nacistas hubieran lle

gado hasta su casa les habría recibido a balazos, y

sólo muerto, le hubieran podido coger. Lo que de

cía no era una exageración. Durante todo ese día

estuvo dirigiendo la sofocación del conato y en

ciertos momentos se le vio a cielo razo sin temor a

los proyectiles ni al peligro.

Los que después han pretendido suponer que

este hombre valeroso y firme de esa noche tuvo la

iniciativa de dar la orden fría y premeditada de

matar a los prisioneros habrían necesitado sólo ver

le así para desvanecer toda sospecha. Era un hom-

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94 Ricardo Boizard

bre después de la acción contra fuerzas desencadenadas y no después del crimen.

El crimen lo hubiera tenido envuelto en una

penumbra de silencio; le hubiera impedido comer

con sus hijos y sus nietos, unos muchachitos que

vagaban curiosamente entre la concurrencia agi

tando sus bucles rubios. Habría estado recluido en- ,

su cuarto, en el escritorio, en cualquier sitio aisla-

Jo, o en todo caso, lejos de allí.

El hombre que yo vi esa noche no ha dado la

orden que se dio esa tarde.

Si yo hubiera conocido a esa hora los detalles ,]de la masacre , que sólo fui escudriñando mucho íj

después, seguramente habría descubierto al autor.

Quién ha ordenado fríamente la muerte de gente

indefensa, quien la ha visto caer y retorcerse en la iagonía, debe tener algo en el rostro, una huella en

los ojos, cualquiera cosa torva y fría, pero en todo 1

caso no esa abierta y sincera voluntad de defen- ,

derse.

No negaremos que Alessandri esa noche dejaba de sentir una dilecta satisfacción. Y ésta con-

'

sistía en que Ibáñez había sido atrapado por la po- ,

licia.

—Lotengo, lo tengo ya en mis manos , excla

maba con fruición.

Fernando Alessandri nos dio detalles de la re

friega.Su versión era la misma de los primero» días:

la versión oficial. Cuando los muchachos estaban

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Historia de una Derrota 95

rendidos, alguien disparó contra los carabineros y

éstos se defendieron.

— ¿Cuántos muertos entre los amotinados?—

preguntamos con curiosidad.

Se nos dio una cifra espantable, que no es pre

cisamente la que resultó después. Nadie sabía nada

con seguridad en esa noche.—

¿Cuántos carabineros muertos?Se nos habló del carabinero Salazar. Eso ya lo

sabíamos. Pero ¿quiénes más?

Se pidieron listas. Aparecían heridos, pero no

muertos. ¡Cosa curiosa!

Salimos con don Rafael Luis de la Moneda. Al

pasar frente a la Caja de Seguro Obligatorio, unos

grandes furgones cargaban a los muertos. Aquelloera lóbrego y triste. Don Rafael Luis hizo un ges

to de repugnancia.

Después de largo silencio, le hice notar la cu

riosa circunstancia de que no hubiesen muerto ca

rabineros en la refriega.Gumucio estaba tan lejos de imaginar siquiera

la masacre; había tanta distancia entre su espíritu

y la vaga enunciación de esa sospecha, que inmedia

tamente me contestó:

—Es que ocultan, sin duda, el número de ca

rabineros muertos para no alarmar.

Seguimos én silencio. Había en las paredesunos letreros amenazantes. Eran alusiones al Go

bierno, eran vaticinios odiosos.

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96 Ricardo Boizard

Mientras don Rafael Luis me advertía que era

imposible mantener mucho tiempo esa situación

aguda de tirantez política en que ambos bandos se

habían colocado, yo continuaba obsesionado por el

problema de los muertos.

—¿Y si fuera verdad la versión de que no hay

,

ningún carabinero muerto en el combate?

—Ah, me dijo vivamente don R.afael Luis. Eso

no sería combate, sino masacre.

La palabra "masacre" venía a nuestra mente

con excesiva facilidad. Detrás de cada considera

ción nos asaltaba. E ra aquello como una adivina

ción en la noche, bajo la tristeza del presentimien- "¡

to, bajo la angustia de una desconfianza mortífi- i

cante. i

Al día siguiente, la prensa de izquierda fué

censurada en todo lo que se refería a los hechos del

Seguro Obrero. Sólo en "La Hora" se publicaronalgunas versiones extrañas y sugestivas.

Pero era tan difícil creer. Era tan monstruo

so creer . . .

A falta de diarios, la gente murmuraba. Lo!

prisioneros de la Universidad, una vez rendidos, habían sido llevados donde sus compañeros y muer

to s con ellos. Sólo cuatro salieron con vida.

¡Qué peso, qué mortificación la de esas ho

ras de incertidumbre!

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Historia de una Derrota 97

Los muchachos de la Falange, muchos de los

cuales habían conocido en la Universidad a los amo

tinados, nos proporcionaban detalles que tratába

mos de aminorar.

Rossetti, tomando la defensa de los ibañistas,

pintó en la Cámara un cuadro horripilante que

más atribuíamos a su imaginación dantesca que a

la realidad. Recordó que Ibáñez habia renuncia

do después de la muerte de Pinto Riesco. Ahora,sin embargo, se había masacrado a 63 muchachos.

No podía ser, y sin embargo, las circunstan

cias y los pormenores acusaban.

^ Tan sincera había sido hasta ese día la credu

lidad de los hombres más cercanos a Alessandri;tan desconocedores eran ellos de los detalles de la

represión, que el 7 de Septiembre, Eduardo Moore

pronunció en la Cámara un discurso violentísimo

contra los amotinados y sus instigadores.A los pocos días volvió a hablar y ya las co

sas que flotaban en el ambiente dulcificaban su

tono.

Jorge González von Marees confesó de planosu delito, en una carta patética, y se entregó a la

justicia.Sí, nos decíamos nosotros, el hecho central es

ese delito. El hecho central es el atentado contra

el régimen constitucional. Pero, en las calles, en

HlsToaü.— 1

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98 Ricardo Boizard

los salones, en los comentarios íntimos. . . ¿y esos

muertos?

Después, a empellones, a pesar de la censura,

con la fuerza de las verdades incontrarrestables,con ese grito inaudible que la sangre tiene y que

acaso sube de las raíces de la tierra a nuestra pro

pia sangre, se fué conociendo, se fué imponiendo la

verdad, la más atroz y desconsoladora verdad que

hayamos conocido los hombres que, por servir a

un gobierno con lealtad, nos olvidábamos de una

tremenda lealtad con las víctimas.

¡Cuánto endurece la política y cuánto en

gaña!

Declaro firmemente que si hubiera conocido

con certeza todos los detalles que en esos días pre

sentíamos y que nos obligaban a desconfiar, nues

tras intemperancias con la derecha, nuestras in

comprensiones por su actitud y nuestros obstácu

los a su propósito represivo, habrían sido mil veces

mayores que lo que fueron y habríamos quizás ei-

perímentado en ese instante una evolución trágica,

He aquí la verdad. .■)Por orden de Jorge von Marees, quien fragua- 'i

ba una conspiración militar de la cual sus subor- '

dinados darían el primer paso, el J de Septiembre ja mediodía dos grupos de nacistas entraron arma-

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Historia de una Derrota 99

dos a la Universidad de Chile y a la Caja de Se

guro Obligatorio.Los de la Universidad encontraron a dos o tres

empleados, como1 también al rector don Juvenal

Hernández, a quienes dejaron detenidos en sus res

pectivas Oficinas. En seguida cerraron las puer

tas y se parapetaron en el edificio.

Los de la Caja de Seguro Obligatorio fuerondetenidos por el carabinero Salazar, a quien mata

ron de un tiro en la puerta del edificio, cerrándola

después con llave. Empleadas y empleados que aun

no salían de su trabajo fueron llevados como rehe

nes al último piso, y allí los amotinados organizaron

el cuartel general de las operaciones. Tan pre

parado estaba todo, que allí montaron un receptor

especial que de tiempo en tiempo trasmitía lar ór

denes del Jefe, instalado en la ya famosa radio

Pitón.

Un doble tubo con escalera y ascensor comu

nica los doce pisos de la Caja ya

los amotinadosles fué fácil impedir la llegada de los carabineros

hasta el sexto piso, donde se corta el ascensor prin

cipal para continuar en otro sitio hacia arriba.

Los carabineros, entre tanto, habían entrado

ya a los primeros pisos del edificio, donde llegaban

las bombas que al través del tubo delascensor

lanzaban los amotinados desde arriba.

El Coronel González Cífuentes ron sus hom

bres alcanzaron el sexto piso, pero de allí no pu-

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100 Ricardo Boizard

dieron seguir hacia arriba. La posición adoptada

por los nacistas era casi inexpugnable.Grupos de carabineros disparaban a las venta

nas superiores desde la plaza de cemento, y uno de

estos disparos alcanzó al joven Gallmeier, único na

cista que murió combatiendo y a quien la bala atra

vesó la parte superior del cráneo.

En la Universidad estaban sucediendo otros

hechos a esas mismas horas. Tropa del Ejército dis

paró un cañonazo contra la vieja y pesada puerta

principal, y por el boquerón abierto, entró fuerza

de carabineros al mando del mayor Guerrero.

Los amotinados, al ver que el Ejército con cu

yo apoyo contaban se volvía contra ellos, compren

dieron la necesidad de rendirse y fué así como *a-..»

lieron conducidos por los carabineros de dos en dosj

hasta la calle. JAllí se les allanó con fiereza. Tres de ellos j

fueron golpeados a pesar de las garantías ofreci

das. Se les volvió a poner en fila y se les obligó a i

seguir por la Alameda hasta la calle Morandé y en

trar por esa calle en dirección a la Prefectura del

Tránsito.

En el momento en que pasaba la miserable ca

ravana frente a la casa particular del Presidente, '{

salía de allí el General Amagada, quien, al verla,preguntó con su habitual dureza:

—¿Quiénes son y dónde van éstos?

Se le hizo presente que eran los rendidos de la

Universidad. U n sobreviviente de la masacre, el na-

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Historia de una Derrota IO í

cista Montes, ha declarado después que el GeneralAmagada murmuró al saberlo:

—A éstos, hay que liquidarlos . . .

Numerosas fotografías que se les tomó en el

camino, acusan la terrible depresión de aquellosmuchachos. Van con los brazos en alto, temerosos

y pensativos. Sus pobres ropas se agitan con el vien

to frío de esa tarde y sus espaldas rozan la punta

de las carabinas con helada intuición.

Frente al edificio del Seguro, un muchacho al

to y rubio mira hacia arriba a sus compañeros que

combaten. Es la última vez que mirará hacia arri

ba, es el último día de mirar, de querer y de tener

esperanzas. Otro, de la cara huesuda y enjuta, na

da mira ni desea ya. Van algunos como despavoridos ante lo imprevisto. Piensan en la prisión, en

la muerte quizás. En la crueldad humana, no

piensan.

Al llegar al edificio de la Línea Aérea Nacio

nal, o sea, en Agustinas con Morandé, un emisario

los detiene y trasmite la orden de volver atrás. Au

tomáticamente, la columna gira. Los fotógrafos

persiguen a los muchachos hasta la puerta de la

Caja de Seguro. Los últimos fogonazos recogen to

davía entero lo que van a despedazar adentro.Se les empuja para que vayan de prisa. Una

lleva sangre en el rostro y parece desmayarse. Otro

mira con impavidez. A todos, inexorablemente, se

los va tragando la puerta.

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102 Ricardo Boizard

Pero ¿no estaban rendidos? Aun así, se les v«

a obligar a combatir o a parecer combatiendo. Vtft'ia servir de emisario y de parapeto,

El mayor Guerrero les ofreció seguridad para

que se rindieran. Pero más que un mayor es un

coronel, y más que un coronel, un general, y más

que un general, quién sabe. ¿Había que dictar una

ley de la República para garantizar esas vidas?

No es hora ya de discutir. Son las tres y hay

que terminar a las cuatro. Llegan al segundo piso,al tercero, al cuarto. En el sexto piso, está "com

batiendo" el coronel González Cifuentes, y al ver

llegar a los amotinados de la Universidad, no sabe

qué hacer con ellos. Mientras llegan las órdenes los

encierra.

Quedan allí bajo la vigilancia de sus verdugosy ya con la esperanza perdida. ¿Qué más esperarsi existe de antemano la seguridad de la muerte? ■]

¿A quién clamar si una fuerza desconocida y ca- 1nallesca se ha puesto en esa hora en el sitio de k*—

Tribunales de Justicia, en el sitio de la ley, para jfusilar en única instancia y sin proceso y sin apelación? ¿NO habría sido mejor combatir hasta la ■

muerte? ¿Por qué creer que rendirse es entregarse'

a la buena fe del enemigo? ¿Y cómo no creerlo1

cuando el enemigo es un soldado de la patria y des-

"

confiar de ese soldado sería traicionar a la patriamisma?

Ah, los instantes vividos dentro de esa pieza,deben haber sido el principio de una musrre peor

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Historia de una Derrota 103

que la otramuerte.

Muerte de todas las esperan

zas, de las más hermosas ilusiones, de las concepciones gallardas que se crean al calor de la juventud

y del.patriotismo.Pero no. Es posible que ahora venga el cum

plimiento de lo prometido. Golpean en la puerta.

El coronel González llama al joven Yuric, el dela mirada perdida en el cielo. Es un muchacho alto

y rubio. A pesar del raido abrigo, tiene frío. Se

le ha elegido para que vaya de emisario. El mucha

cho avanza prestamente, casi sin voluntad. Pen

semos que tuvo valor, pero ahora le asalta el mie

do. Ha vistotantas cosas en tan

pocas horas.Sube las escalinatas de piedra. En cada recodo

una ventana le hiere con el viento frío. Ese viento

silba y quema. Sus compañeros están en el último

piso y desde abajo les grita:—No disparen, que soy Yuric,

Ellos le esperancon

ansiedad. ¿A quéviene?

El pobre Yuric, todavía crédulo y optimista, les

aconseja que se rindan para salvar la vida propia

y la de todos. Los militares no están con ellos y en

la plaza apuntan hacia arriba. Si pasan las cuatro

y los carabineros no han logrado desalojar el edi

ficio,los militares

dispararánsus ametralladoras.

¿Para qué resistir?

Si los de arriba hubieran conocido los verda

deros propósitos de sus enemigos, habrían contes

tado fríamente:

—¿Y para qué rendirse?'

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J

104 Ricardo Boizard

Pero la ventaja del malvado es que va tan allí

en su maldad, que la imaginación no lo sigue. Y

he aquí que el pobre Yuric, después de dos viajes

entre los altos pisos para comunicarse con sus com

pañeros y traer la contestación, consigue conven

cerlos. Hay que rendirse, Hay que bajar.

Y los de arriba comienzan a bajar. Bajan jun-•

,

to al emisario, junto a Yuric. Llevan sus brazos ia¡alto. Son desarmados y después, en un momento de- M

terminado, sin que nadie sepa por qué, sin que se-

j

haya podido desenfrenar hasta hoy quién dio la.or- ¡

den y qué maldito chacal se introdujo en el cuer- ■

po de un hombre para darla, esos rendidos y deshe-'fl

chos combatientes, que habían sido despojados de

sus esperanzas y de sus armas , fueron diseminados

por las escaleras, fueron asesinados a quema-ropa,

fueron despedazados sin ninguna consideración de jf lpiedad.

¡Pobre Yuric! Allí quedó también él, con los!

ojos hacia arriba, como en la fotografía de la pren--1

sa, junto a sus compañeros de los cuales había sido

victimario sin saberlo.

Hay más. Los rendidos de la Universidad es-'

tan vivos.

Hay que "liquidarlos"también. Y los

,

hacen salir y les disparan a lo largo de las escaleras .:

y los matan con las armas con que se sacrifica a ,

los caballos que dejan de servir.

Son las seis de la tarde. Los "combatientes"han logrado ya reducir a los rendidos, pero no han

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Historia de una Derrota 105

logrado terminarlos de matar. La orden ha sidodada de manera definitiva: liquidarlos.

Y como resulta escandaloso que el público si

ga imponiéndose de los disparos, hay que liquidarlos con arma blanca, con la culata de los fusiles y

con la punta de los sables.

Comienza aquíun

segundo "combate", en que

ya no se trata de reducir a los rendidos. Ahora se

trata de reducir a los agonizantes. Uno de ellos,Pedro Molleda, muchacho chileno y difícil de mo

rir, con la vida pegada al cuerpo como' las raíces en

la tierra, pretende reanimar a sus compañeros, y

en

elmomento en

que lo rematan, exclama:— "N o importa, compañeros, porque esta san

gre salvará a Chile."

¡Pobre Molleda!

Pero es tarde ya y no todos han muerto. Se

siente ruido en la escalera y los asesinos se detie

nen.

Alguiensube. Es un

diputadoen visita. Raúl

Marín Balmaceda quiso conocer el teatro de la ba

talla. Su ingenuidad al pensar en "batallas" le ha

bría valido la muerte algo más temprano. Pero si

gue piadosamente mirando y en realidad, aquelloparece una batalla. (Los de la Universidad pare

cían rendidos. Los carabineros parecían soldados).De pronto, alguien se mueve. No es uno. Son

tres. Raúl Marín avanza y descubre que están vi

vos. Afortunadamente su piedad por esos hombres

fué mayor que su lealtad hacia el régimen que las

mataba. Y bajó apresuradamente para que se se-

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Ricardo Boizard

cara a

los moribundos de allí. Obtuvo inmediata.mente la orden. Estos se levantaron de entre los

- muertos y salieron, gracias a él, de la Torre de laS

Sangre.

¡Salvó tres vidas, y pensar que si vota con nos

otros el 21 de Mayo habría salvado las 63. . .!

Pero no lo sabía Raúl Marín y todos los chilenos debemos agradecerle su actuación de aquella ?

tarde sangrienta.Cuando salió el Diputado existía todavía un

vivo. Había visto rematar a sus companeros. Pre- 1senció una macabra discusión entre dos carabine-

'

ros, que, para robarle el reloj, estaban decididos >

cortarle la mano. Antes que se la cortaran llegóel relevo. Venía un carabinero de buen corazóny pudo entenderse con él. Este anunció lo que ocu

rría a sus superiores. Después de la visita de RaúlMarín, ya no se podía seguir rematando gente.Gracias a

eso, se libró.Era el nacista Montes.

Los días que

sucedierona

estos hechos fueronen la Cámara qu,2ás los más dolorosos de nuestravida parlamenta™. Existía, sin duda, „„ gran com

plot, en que la parte má, temible no era Gonzátavon Marees, s,no Ibáñez. En efecto, la mañanamisma en que ocurrieron los hechos habíase pre-

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Historia de una Derrota 107

sentado Ibáñeza

la Escuela de Caballería y allí losoficiales le detuvieron.

¿Se podía dudar de la relación que existía en

tre el General de la Victoria y el Jefe nacista?

Si existía un complot ¿cómo negarle a un go

bierno constituido las armas necesarias para que

se defienda?Las izquierdas hablaban de la masacre. Noso

tros no conocíamos aún los terribles hechos, y aun

que los vislumbrábamos, era insuficiente la sospe

cha para cooperar con nuestro voto en el derroca

miento del Gobierno.

El díaen

quese

discutieron las facultadesex

traordinarias en la Cámara, con motivo del com

plot, una espesa atmósfera de tragedia volaba so

bre nosotros. La inmensa cúpula de vidrio que co

rona la Sala de Diputados parecía roja de sangre,

y de las tribunas y galerías llegaba como el vaho de

un contenido llanto.

Mujeresde luto nos

mirabandesde las tribunas de damas y frente a nosotros una

abigarrada muchedumbre se apretujaba temblo

rosa.

La verdad es que en aquella cesión, arriba se

sabía más que abajo de la masacre. Arriba esta

ban los padres, los hermanos, las hermanas de las

víctimas. Nosotros éramos oficialmente los enemi

gos de las víctimas.

En los primeros días las derechas llegaronamenazantes y soberbias. Después, a medida que

se conocían los hechos, fueron recobrando la cal-

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••*^

108 Ricardo Boizard

ma. A pesar de la censura aparecían artículos en

los diarios. Las fotografías hablaban por sí solas,

Y sin embargo, había que condenar el atentado y

dar al Gobierno las armas para defenderse.

Esas crueldades en una Dictadura habrían si

do infinitamente más terribles y más irremediable! \que en el juego abierto de la democracia.

Este, sin embargo, es un argumento que con

vence , pero no mueve.

Mientras abajo nosotros sólo teníamos argu

mentos, arriba, los parientes de las víctimas tenían

el pueblo y las lágrimas.La derecha me pidió a mi que defendiera e*™

día las facultades extraordinarias, conocedora co- ¿

mo era de nuestra decidida convicción democrática, jAun cuando era quizás el momento más difícil pa

ra defender a un gobierno y yo el diputado menos

convencidopara hacerlo,

era

también elúnico mo

mento en que , acaso, tendría nuestra voz una ver

dadera eficacia.

Comencé con estas palabras, que , dichas m

otra ocasión, habrían parecido excesivas y ridiculas: a

"Yo no puedo negar que entro en este debate

con un sabor de

lágrimas yde

sangreen los la"!

bios. . ." ]El auditorio escuchó con respeto y aun con

cierta emoción.

Desarrollé todos mis argumentos con tranquilidad y, a pesar de que sostuve con calor la necesi

dad de apoyar las facultades extraordinarias, se me

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Historia de una Derrota ioíj

dejó terminar en el más religioso silencio, sin nin

guna interrupción.Naturalmente, en contra de mí temperamen

to, yo ese día no ataqué ni critiqué. Había que

marchar con cuidado para no resbalar en la sangre.

La Cámara discutió dos días seguidos y conti

nuos las facultades extraordinarias. Los oradores de

izquierda, en su mayoría, hablaban con frenesí. Ha

blaban demasiado de la "terrible masacre", de que

"la sangre caería sobre el Gobierno" y da mil tru

culencias más. Todo eso,

naturalmente,se tomaba

con beneficio de inventario. Los que queríamosescuchar la verdad, oíamos sólo acusaciones apoca

lípticas y repetidas.Un orador, sin embargo, pretendió contar los

hechos. Fué Pedro Alfonso. Pero la voz de Pedro

Alfonso es

apagada,

su acento monótono y su ade

mán carece de vitalidad. Es lo que se llama un buen

orador que no se hace escuchar. Después he leído

el magnífico discurso. En esos días no había tiem

po para leer.

Más que los oradores, era la intuición la que

hablaba a nuestra conciencia, y cada tarde parecía

que de la negruzca chimenea del Seguro saliera el

humo de la crueldad . . .

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lio Ricardo Boizard

Cuando se aprobaron las facultades con nues

tros votos, después de incidentes que daremos a co

nocer en el próximo capítulo, los diputados de la

Falange no podíamos borrar aún el pensamiento de

las víctimas masacradas.

Nos parecía que en una civilización cristiana

que se precia de tal no se puede matar alevosamente.

sin que se despierte una tempestad que con la ex-*píación destruya el mal.

Especialmente, Manuel José Irarrázabal me

participaba sus aprensiones.

Un día, como si nos hubiéramos puesto de

acuerdo, hicimos sendas declaraciones a "El Impar-

cial",en

el sentido de que aquella masacre debíaser castigada, investigándosela a fondo y sin con

templación.Al dia siguiente en la mañana, recibí un tele

fonazo de la Moneda. Uno de los más talentoso»'

ministros conservadores estaba en el fono:—Ricardo, me dijo, ¿cómo es posible que ha

yan hecho ustedes esas declaraciones en "El Im-

parcial"?—Ministro, le contesté, son declaraciones ten

dientes a conocer la verdad.—Estoy de acuerdo, pero usted comprende que

esas cosas

inquietana

los militares. Hoy ha venido1!el Ganeral Arriagada a la Moneda para protestar.—¿No quiere que se conozca la verdad?—Perdóneme, Ricardo, es que ellos se han sa

crificado por mantener el orden público y no podemos nosotros atacarlos.

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Historia de una Derrota II 1

—¿Y las víctimas, Ministro?

—Por

favor, amigo mío, vengaa la

Moneda,Vea usted a Alessandri. Lo verá cómo está deprimido con la situación. A él mismo le han hecho

efecto los detalles conocidos. Acuérdese que es un

caballero como todos, influenciable y! sentimental.

Cualquiera cosa puede obligarlo en un momento

dadoa hacer un

disparate.—Me parece a mi que el mayor disparate es

echarle tierra a esta cuestión.

La conversación terminó.

Aquello era más grave aun que la masacre mis

ma. Lo constatamos en tiempos de la incineración

deTopaze,

en

que Alessandricometió una

locuray el Partido Liberal tomó un acuerdo aplaudiéndolo. También lo constatamos en los sucesos del

21 de Mayo, en que la reacción de la derecha no

fué la natural de condenar al Ministro, sino la tor

cida de justificarlo.Ahora se iba más

lejos.N o se trataba ya de

una revista en que el daño material sólo afectaba al

derecho de propiedad. N o se trataba de lesiones a

personas ni de atropellos a dignidades. Ahora se tra

taba de algo más valioso, de la vida misma de unos

hombres a quienes se asesinó fríamente. Se trataba

de castigar la negación del más humano de los de

rechos, de un derecho que mi profesor don Roberto

Peragallo, en las clases de la Universidad Católica,

llamaba derecho natural de que a uno "no le qui

ten la vida".

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Ricardo B o izard

L a esencia de la sociedad, su finalidad

mediata, fu é defender y a m p a r a r e s e derecho. Aho

r a , a veinte siglos de civilización, a diez años de

universidad, con el libro de Fernández Concha en

la m a n o , sabía y o p o r la boca de un discípulo de

ese libro q u e las pr ot e s t a s de los militares valían

m ás q u e todas las filosofías.

Ah, no. Piensen en esto los q u e se escandali

zaron después de nuestra actitud. Esa sola c o n v e r

sación era un signo de la posición inmoral en que

se encontraba la derech a. P a ra no molestar a los

militares y carabineros, q u e darían el verdadero

triunfo el 2 S de Octubre; p a r a q u e no s e sintieran

irritados o descontentos; p a r a q u e nada temieran

p o r la vergüenza del Seguro Obrero, había que

callar.

L o s principios espirituales iban a ser defendí» jdos por unos m e r c e n a r i o s q u e pedían carnaza.

-11- 1

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políticos y cadáveres

El 6 de Septiembre la situación política y elec

toral había cambiado enteramente. Desde luego,

desaparecía de la escena un candidato temible pa

ra los rossistas y los frentistas: Ibáñez. Este iba a

ser sometido a proceso y aunque saliera libre, nun

ca sucederían las cosas antes del 25 de Octubre.

Antes que se conocieran los detalles de la ma

sacre, los aguirristas, especialmente en el lado radi

cal, cayeron en la más absoluta de las desorienta

ciones. El Gobierno se robustecía porque, a la vez

que justificaba un período largo de facultades ex

traordinarias, echaba sobre la oposición el despres

tigio del pustch.Gabriel González, comprendiendo los peligros,

comenzó a hablar de una candidatura de transac

ción. Se levantó de su tumba nuestra quina y co

menzó a tratarse de la posibilidad de Jorge Matte.

Un día Gabriel González hizo francamente la

proposición. Lo puse en contacto con don Rafael

Luis Gumucio y sólo faltaba el acuerdo de la De

recha para entrar a un nuevo terreno político, al

HI STClfí.- •

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y*-*

114 Ricardo Boizard

del entendimiento de los partidos democráticos en

contra de un solo frente dictatorial.

La Derecha, en esos días, estaba ilusionada con

las posibilidades del pustch. Veía venir el codicia

do período de facultades extraordinarias, en que su

candidato podría tranquilamente viajar por el paíssin temor a contra-manifestaciones. Veía la. imposibilidad de actuar para la izquierda y, por consi- ,-f*

guíente, un triunfo fácil.

Las primeras gestiones que se realizaron para

conversar siquiera sobre la materia fracasaron de

plano.A todo esto, comenzaban a conocerse detalle! ■

de la masacre y los frentistas vieron que sus solos,j

contornos daban ya consistencia a la candidatura '-a

de Aguirre y posibilidades imprevistas de triunfo. JEra cuestión de administrar los cadáveres y, a basf -«i

de ellos, buscar entendimiento con los ibañistas. M

"La Hora", una vez terminada la crisis re- .

presiva, comenzó la tarea de una manera ver- J

daderamente maestra. Todos los días aparecían Jfotografías de los muertos. Una vez la carta de ?Jun pariente, otra la de una madre. Quienes des

pués, con el halago del poder, propiciarían la am

nistía completa y el olvido de todo, vociferaban en

tonces por un castigo ejemplar y por un sumario

público. Su espíritu de justicia no era de tipo sen

timental, sino simplemente electorero.

La celda de González von Marees se veía lle

na de políticos. Olvidaban ellos que una parte d*

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Historia de una Derrota 1 15

culpa le correspondía, sin duda, al jefe nacista por

haber lanzado a la muerte a sus adeptos. Olvidaban

que el propósito de éste no era de carácter repu

blicano, sino dictatorial. ¿Qué importa eso, sin em

bargo, cuando se han perdido todas las nociones de

la moral y de los principios, cuando por un lado

se entrega carnaza al asesino y por el otro, se abo

mina del fascismo y se busca, sin embargo, su com

plicidad?Hay que hacer justicia, sin embargo. Lo que

los frentistas buscaban en la celda de González no

era su adhesión. Era simplemente la administración

de los cadáveres.

Nosotros comprendíamos que ya las cosas iban

entrando, por la fuerza de los acontecimientos, en

un terreno francamente revolucionario. Ya no se

rían las urnas las que designarían el 25 de Octu

bre al Presidente. Sería la revuelta o la dictadura.

SÍ se permitía al gobierno continuar con su

personal de siempre y especialmente, con la fiso

nomía ya simbólica de Salas Romo, nadie podríadecir hasta qué punto llegarían las cosas. Y aun

más, era casi seguro afirmar que eso no acabaría

bien.

Con ese convencimiento, y ya cansados de tan

to insistir sin resultado ante la ceguera del rossis

mo, nos acercamos al Presidente del Partido Con

servador don Horacio Walker, para decirle que

nosotros no votaríamos las facultades extraordina

rias mientras no saliera Salas Romo del Ministerio.

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^^

i 16 Ricardo Boizard

Horacio Walker se manifestó de acuerdo con

nuestra opinión. Yo creo que sinceramente era asi.

El había resultado un rossista disciplinario sin ser

lo en realidad. Su rectitud le impedía caer en las

contradicciones de la derecha, pero ya estaba m e

tido allí. Tradiciones, ejemplos superiores, prejui-ry

cios y hasta un concepto exagerado de la disciplniina le ataban a un carro cuyo término fatal estaba^ya vislumbrándose.

Nos pareció que miraba con simpatía el ul

timátum, y en la tarde anterior al día en que se ve

tarían las facultades me llamó a los pasillos de la

Cámara para decirme que había conversado cen elPresidente y que éste se comprometía a cambiar

a Salas Romo el mismo día en que se aprobaran la)

facultades.

Yo le pregunté:—¡Y si no cumple?—Ah, no, respondió. Bajo mi palabra de ho

nor yo le aseguro que el Partido Conservad»» K re

tira del Gobierno en ese caso.

Me pareció suficiente la garantía y llamé a

mis colegas a una sala reservada. Discutimos aíliíjlargo rato. Algunos manifestaron su desacuerdo poir"la

garantía. Les parecía débil. Insistíanen

que no se votaran las facultades. Creo que ManuelGarretón estaba en ese predicamento.

Hubo mayoría, sin embargo, para contraer el

compromiso y nos fuimos a la Sala con la deter

minación de que yo hiciera públicamente una de-

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Historia de una Derrota 117

clarado» de que votábamos bajo la solemne con

dición deampliarse

el Ministerio departe

del Go

bierno. Cuando nos correspondió dar el voto, yo

dije textualmente:

"A nombre de los diputados señores Alberto

"Bahamondes, Fernando Duran, Guillermo Eche-"

níque, Manuel Garretón, Manuel J. Irarrázabal,"

PabloLarraín

yen el mío

propio,debo decir

que"

votaremos a favor las facultades extraordinarias"y la ampliación de su plazo en virtud de-un cora-

"

promiso de honor con personas que nos merecen

"plena fe de que estas facultades sólo se emplea-"

rán para los fines exclusivos de detener el com-

"

plotrevolucionario

queha estallado en el

país, y"

que a la vez el gobierno adoptará una posición"

que no pueda ser tachada de parcial ni de inter

ventora, ampliando la base de confianza y de"

opinión con que cuenta."

"Del cumplimiento de esta promesa de honor,"

nos hacemos solemnemente

responsablesante el

"país."Hubo en la tarde de ese día un aflojamiento de

la tirantez política. Se pensó en la posibilidad de

un Ministerio Nacional que trajera, a la vez, una

variación de las posiciones. Algunos ministros anun

ciaron su propósito de renunciar y todo hacía pen-

Bar en el cumplimiento de la promesa contraída.

Había una clase de rossismo, sin embargo, muy

distinta del rossismo de Horacio Walker. Era gen

te que pretendía triunfar a troche y moche, con

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118 Ricardo Boizard

seguridad

absoluta de cohecho, con encerronas de

electores bajo vigilancia de carabineros, con deten

ciones injustas y arbitrarias. Era gente que queríaverdaderamente plantear en el país el principio de

una revolución armada.

Esa gente miró con escándalo nuestra propo

sición. Dijoaun que nosotros procedíamos en alian- :

za con el Frente Popular y que nuestro propósito í

era sólo enterrar la candidatura Ross. ¡Quién sabe

sí tenían razón, pues nosotros queríamos hacer po-;

sible una elección democrática!

Comenzaron a llegar los políticos a la Mone

da.

"El Mercurio" publicó un editorial sobre la

ninguna necesidad de cambiar el Ministerio y aun

sobre los peligros. Las cosas iban mal.

El Lunes por la mañana recibi un telefonazo

del Ministerio del Interior. Era Salas Romo.

Nuestra amistad no se había quebrado con la

persona de Salas Romo. De ahí que conversamos

en forma cordial.

—Usted habla con Salas Romo, mi amigo.— ¡Cuánto gusto de saludarle, don Luchol

¿Qué se le ofrece?

—Quería saber en qué consiste la condición

sobre la cual ustedes votaron las facultades extra

ordinarias.

—Simplemente, le dije, en que usted renuncia

ra a su cartera.

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Historia de una Derrota 1 19

—Me lo suponía; pero dígame ¿quién contra

jo ese compromiso con ustedes?

—El compromiso se contrajo con el Presiden

te de la República por una persona que nos mere

ce plena fe.— ¿Podría saberse el nombre de esa persona?—Necesito previamente tener su consentimien

to .

Fui esa mañana donde don Horacio Watker

y le pedí autorización para dar a Salas Romo su

nombre. Me la dio ampliamente y me agregó aun

que el compromiso emanaba directamente del Pre

sidente de la República.Me trasladé al Ministerio del Interior para con

versar con Salas Romo sin pérdida de tiempo. Es

te me recibió cordialmente y al darle yo el nom

bre de la persona con quien habíamos tratado, se

manifestó extrañado de que el Presidente de la Re

pública no le hubiera dicho una sola palabra.—Quiere decir, me agregó, que están nego

ciando conmigo a mis espaldas. No me parece leal.

Me voy inmediatamente a la Presidencia a averi

guar las cosas, pero le advierto que hoy mismo pre

sentaré mi renuncia porque, en todo caso, yo apre

cio su amistad y no quiero dejar mal a mis amigos.

Pasando por encima de la ironía de estas pa

labras, cuya contestación me tragué, le dije que a

mi juicio debía él renunciar no sólo por mi amis

tad, que en ese caso nada valía, sino porque su per

manencia en el Ministerio continuaría siendo un

motivo de perturbación en el país.

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120 Ricardo Boizard

Nuestro desacuerdo sobre la política era ya

"cosa juzgada" y podíamos hablarcon

claridad sinenojarnos.

Yo me retiré del Ministerio con la convicción

de un hombre de honor de que Salas Romo aban

donaría su cartera esa misma tarde. Había de por

medio un compromiso d& Presidente de la Repú

blica con don Horacio Walker,un

compromiso deWalker con nosotros y ahora, un compromiso for

mal de Salas Romo.

Esa tarde renunció el Ministerio, pero la acep

tación de la renuncia estuvo tramitándose por va

rios días.

La directiva del Partido Conservador, entre

tanto, tuvo a bien hacer una declaración extraña

en el sentido de que no existía ningún compromiso del Partido para producir la crisis. Nosotros re

afirmamos públicamente nuestra posición y la di

rectiva del Partido, ante la reiteración tenaz, guar

dó silencio.Los ministros conservadores, sin embargo, de

clararon terminantemente que no reasumirían. Ten

go entendido que Ramón Gutiérrez, espíritu sutil

y sensible, no quería pasearse en bandeja el 18 de

Septiembre ante un pueblo ceñudo y amenazante.

Lasfestividades patrias fueron pretexto para

retardar la solución. Todo se arreglaría después.Entretanto, las fiestas se desarrollaron en me

dio de una lúgubre vigilancia. Como en el año que

precedió al derrocamiento de Balmaceda, el cami-

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Historia de una Derrota 121

no de la Moneda a la Catedral fué limpiado de cu-

:■ riosos. Nadie podía transitara esa

hora por lisca

lles centrales. Todas las ventanas y puertas de los

edificios que dan a esas calles fueron clausuradas.

Para llegar a la Catedral tuve necesidad esa

mañana de hacer presente mi calidad de diputadaen la boca de la calle Ahumada por Alameda, don

deun amenazante

cordón impedía todoacceso.

Elcarabinero llamó a un sargento, el sargento a un

oficial y si afortunadamente este último no me re

conoce, me habría sido difícil llegar a tiempo al

L.Té-Deum.

A lo largo de las calles había tropa. Ni un so

lo civilse

divisabaa

dos cuadrasa

la redonda. Losnuevos cascos del Ejército parecían tapar los ojos

a los soldados y yo avanzaba en un mundo sordo,

mudo y ciego.Todas las fiestas se desarrollaron así. Los rosis-

tas, por fin, habían cumplido su sueño dorado. En

tre elgobierno y el pueblo,

una

apretadaselva de

cascos.

Al día siguiente de las fiestas patrias volvie

ron los cubileteos. Había una vaga voluntad de

cumplir, pero los que no tenían respeto por las le

yes ni por el pueblo, ni por las vidas de sus seme

jantes, ¿iban a tenerlo por nosotros, unos empe

dernidos comunizantes que no se daban a la razón?

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122 Ricardo Boizard

Había que mantener las formas, sin embargo,

y se buscó una solución florentina.

Como el compromiso de la salida de Salas Ro

mo lo había contraído el Presidente solamente con

don Horacio Walker, era incompleto, porque lo s

Partidos de Gobierno eran tres y en ese caso la exi

gencia no partía sino de uno.

Como estaba de por medio la palabra del se

ñor Walker de que el Partido se retiraría del Go

bierno, éste, en realidad, retiró a sus Ministros, pe

ro hizo la declaración de que continuaría prestan- !■

do su entusiasta cooperación.Y como el Presidente de la

Repúblicarogaba

a Salas Romo que se quedara, éste no tenia más que ¡

someterse a la voluntad de su Jefe.Y Salas Romo se quedó.Y las facultades, como un escarnio para nues

tra buena fe por última vez burlada en la derecha,

se comenzaron a aplicar en la más violenta de las

formas.

Como un signo pintoresco de aquellos días,

vale la pena exponer la conversación sostenida en

tre el intendente de Santiago y Juan B. Rossetti,'

cuyo diario había sido clausurado por plazo inde

finido.

—Vengo, señor, dijo Rossetti, a solicitar ga

rantías para que mi diario, que nada tiene que ver \

con el complot, continúe publicándose.

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Historia de una Derrota 12S

—Según y conforme, contestó el Intendente.

—Por otro lado, la ley de facultades extraor

dinarias no se ha dictado aun y ustedes la aplicansin derecho alguno.—El que manda, manda, contestó el Inten

dente.

En esos días, el que mandaba, mandaba.

Eso era el fondo de la cuestión.Nada de discutir si el complot alcanzaba a gran

parte de la oposición o a una mínima fracción de

ella. Nada de discriminar ni de hacer alegatos es

tériles. Se trataba exclusivamente de aprovechar los

cadáveres al máximum y de sacar de su sacrificio,

si se pudiera,un triunfo que difícilmente se ob

tendría en las urnas.

Los censores de los diarios de la oposición tar

jaban todo aquello en que pudiera deslizarse un

ataque a Ross. Aun tarjaban las naturales réplicas

que se daban por la prensa de la oposición a los

ataques oficiales.

*

El que manda, manda.

Y la verdad es que el que- en esos días man

daba no estaba aconsejado por la prudencia y ni

aun por su propio interés. La única posibilidad de

triunfo de la derecha consistía en mantener la di

visión de sus

opositores.La posibilidad consistía en

que continuaran vivas las expectativas de Ibáñez

en contraposición a las de Aguirre Cerda. Con la

persecución exagerada a los ibañistas, con las medi

das absurdas que se tomaban en su contra, con la

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124 Ricardo Boizard

amenaza formidable que se levantaba ante ellos y

con la anulación de su trabajo electoral, esa gen

te buscó asilo en la unidad porque no tenía otro

camino que seguir. Poco a poco y lentamente se

convirtieron en frentistas sin serlo y desequilibraron la balanza cargándose con todo su peso a fa- '.

vor de Aguirre.

¡Ah, pienso yo, el favor exagerado a veces et

tan funesto para ciertos políticos como el encona- ^do ataque!

* * 'i1

Pero después de la burla malvada y torpe de \

que se nos había hecho objeto por parte de la De

recha, confieso yo que ya no tenía ninguna espe

ranza en el corazón.

Veía con claridad que la izquierda, gracias a

los acontecimientos últimos, triunfaría en las ur

nas, en los cuarteles o en la calle, y su triunfo no

iba a ser sino la ganancia de unos cuantos politM

queros radicales que se valían de la ingenuidad del

pueblo y del heroísmo de sus aliados para trepar.

Veía yo que la nueva etapa iba a tener la misma

marca de lo que se estaba deshaciendo: el concepto

materialista de la oportunidad y de la ganancia I

todo trance; la afirmación demagógica de cosas que

no se quieren cumplir; y el mantenimiento de un

régimen bastardo fundado en el capitalismo libe

ral, que los liberales propiciaron en el siglo pasado

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Historia de una Derrota 125

con la interesada simpatía de los radicales y que los

radicales de hoy propiciarían con la ingenua sim

patía socialista.

Entretanto, el país continuaría debilitándose en

la pobreza y la anarquía, cosas estas últimas que

sirven para que el comunismo incansable continúe

laborando hacia el porvenir.

Cuando perdimos ya toda esperanza de solucionar por la buena y con el sano ejercicio de la

justicia los problemas políticos, no nos quedaba si

no contemplar con pavor el choque inevitable de

las dos corrientes creadas por el capitalismo bajoel acicate de la lucha de clases.

Pelearían los ricos contra los pobres, igualmente injustos y materialistas los unos y los otros. Ca

da uno jugaría con malas cartas. Los unos pon

drían al servicio de su causa el dinero y la fuerza;

los otros, el odio, la amenaza y la parte de fuerza

que les correspondía.

Impotentes para crear con nuestro esfuerzo un

motivo más elevado de lucha, destruido» nuestros

intentos de formar en la derecha una trinchera de

la justicia cristiana y generosa en lugar de hacer

de ella una fortaleza del capitalismo, desesperan

zados de encontrar en la izquierda una enuncia

ción nacional yno

demagógica,teníamos

que aceptar un dilema que nos parecía trágico: los ricOs o

los pobres.Me alejé durante esos días de la Cámara y de

lai asambleas. Conversaba con don Rafael Luis Gu-

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126 Ricardo Boizard

mucio, el único hombre de la derecha que com

prendía nuestras inquietudes. Le decía yo:—No puede ser. En esta encrucijada, natural

mente, se opta por los pobres. Pero desgraciada

mente , los pobres van guiados por mentirosos após

toles que a la postre no son sino instrumentos de

los ricos, de unos ricos con menos energía que losde la derecha, porque mientras éstos afrontaban

!

la revolución de frente, los otros la socavaban por

debajo y sin valor.

¿Qué hacer?

Eso mismo preguntaría yo en estas páginas a

las almas puras, infinitamente más sabias y vigorosas que nosotros, a esas almas que nunca se mezcla

ron en la política y que siguen por la inercia un

camino equivocado.Piensen ellos en el verdadero problema. Salgan

un instante de su vida sin mancha y comparen con

su vida esta cosa terrible de ver que unos hombresmasacrados sin piedad, sin justicia, aun sin confe

sión, sólo son recibidos por la sociedad busguesa co

mo un pasto para la satisfacción de sus propios ape

titos.

La Derecha, que se confiesa espiritual, no tie

ne los resortes necesariospara imponer

su concen

to de la vida sobre la necesidad de defender sus ne

gocios. La izquierda hace rodeos y componendascon los cadáveres. A las almas puras les pregunto

yo: ¿Es una locura pensar que un mundo así no

puede ser servido por los corazones cristianos, a me

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Historia de una Derrota 127

nos que se quiera perder hasta la última huella de

la civilización en el término sangriento de la aven

tura?

Es perdonable que el temor haya llegado un

día al tremendo paroxismo de la crueldad. Es per-

L dqnable aun que el mismo que desencadenó la gue

rra se sienta un día desorientado por el miedo. Pe

ro yo digo: ¿y después?¿No hubo un día siguiente y muchos días pa

ra las conciencias torturadas por el remordimien

to y para aquellos que con su silencio se hacían

cómplices de tales conciencias?

¿Cómo nadie confesó de plano la crueldad?

¡Cómo nadie tuvo el sincero deseo de castigarla y- lo declaró desde arriba? ¿Qué cosa detenía el cum

plimiento de un instinto cristiano que en las raí

ces del pueblo está esperando siempre que las co

sas se resuelvan según su fe?

Mi silencio de esos días me obligó a descubrirlo.

Ah, es que la sociedad burguesa tiene ya tan

to s bienes que defender, tantas montañas de inte

reses que dejar a salvo, tantas propiedades, tantos

dineros que cuidar, que ya se le ha olvidado que to

do eso fué creado para el hombre y no el hombre

para eso. . .

Enuna

hora de tristeza y de desolación, no

en los caminos solitarios ni en los bosques de Áfri

ca, ni en la estepa dd Polo, sino en el mismo co

razón de una ciudad cristiana, ocurrieron cosas bes

tiales y los hombres las miraron con frivolidad.

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128 Ricardo Boizard

Si alguien hubiera robado todo el dinero de

las cajas del Seguro Obrero, si hubiera saqueado sus

almacenes e incendiado el edificio, ¡qué escándalo

y qué sanción!

Nadie habría dicho: Prudencia.;.

Nadie habría pedido silencio. Nadie habría ex-■

clamado desde la Moneda: "No investigue usted".

Ahora, sin embargo, unos hombres desalma- - '.

dos y brutales habían abierto las carnes de otros hom- ;*jbres. Habían despedazado su envoltura corpórea,

y con la punta de los sables habían robado de aden

tro de las carnes hasta el último suspiro, hasta la i

última queja de decenas de vidas. Pidieron socorro

y confesión. Nada importa.- El tesoro fué arran-

'

-

cado y conducido después, como en los tiempos de

los cuarenta ladrones, a las cuevas del capitalismo. i

No. La derecha y Ross. La cueva y sus pala- ?jbras simbólicas, nunca más. !

Nunca más.

w*

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El rumor del M u n d o

El viento q u e soplaba en las velas de la izquierda no sólo v e n í a del interior, sino también, en

fuertes rachas, de un m u n d o e x t e r i o r convulsio

nado p o r las más agudas depresiones.

%: L a Europa occidental, ante la amenaza del co-

|- munismo, había reaccionado, sin duda, en forma

m ás inteligente q u e la derecha chilena, p e r o no p o r

eso de un m o d o inofensivo. L a s grandes masas q u e

p a s a r o n de las trincheras a la p a z después de la pri-

,mera g u e r r a , conservaban el socialismo en el cora

zón, p e r o el u n i f o r m e militar, q u e en los duros días

de co mb ate se pegaba en los c u e r p o s , después, en

los días de p a z , se pegó en las almas.

Y como la revolución proletaria estaba en mar

cha y no había manera de detenerla, una especie

de socialismo militar, distribuidor p e r o disciplina

do; deseoso de producir la igualación, p e r o en ar

m o n í a con la tradición nacionalista; n acid o p a r a

conjugar lo viejo con lo nuevo y p a r a crear un mun-

L do acerado en qué va c i a r a la h u m a n i d a d futura;

fe HiffTOI

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^

Ricardo Boizard

había tomado el poder en Italia bajo el fascismo de

Mussolini y en Alemania bajo el nacional-socialis

mo de Hitler.

Las dictaduras nacista y fascista son dos gol

pes mortales que el comunismo sufrió en dos pun

tos neurálgicos de la cultura europea. Fueron ba

rridas sus organizaciones obreras; fueron perseguidos o desterrados sus dirigentes; fué aniquilado de

raíz todo vínculo con la Tercera Internacional da»

Moscú.

Esto trajo consecuencias imprevistas en el de- jsarrollo de la revolución mundial.

Una provino de las grandes masas descentradas

que salieron a vagar al mundo y otra del método jgsolapado y sibilino que adoptó el comunismo en su

nueva etapa, bajo la experiencia ya de los golpes ex-:

perimentados.

Hemos dicho que el fascismo tenía, sin duda, ym

un origen comunizante, pero que la disciplina mi-j

litar y el patriotismo transformaron la mente del *

proletariado y buscaron, en los países donde triun-.

fó, unas cuantas derivaciones o sustitutos a la fuer- m

za dinámica de la revolución social.

Uno de esos sustitutos fué, sin duda, la lucha™

racial que se desencadenó en Alemania. El nacista

sumido en su organización de clase y sin la posibí- ,

lidad de perseguir, como hubiera sido su deseo,

ibi- 1

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i*; Historia de una Derrota 131

*"'

txplótador burgués, necesitaba una fuente en qué

vaciar los viejos odios creados por la injusticia ca

pitalista. Hitler, que es una especie de genial trans

formador de energía revolucionaria, supo descubrir

esa fuente y todo el odio acumulado por los largos

siglos de opresión, toda la furia apocalíptica engen

drada por el comunismo en el corazón de los obre

ros, toda la presión multitudinaria y sangrienta queel bolchevismo había descargado contra los zares

y los mujics, todo eso, en un momento de necesi

dad vital, fué destapado y lanzado de lleno contra

los judíos.¡Cuántas veces me ha tocado conocer de cer

ca a

las víctimas del hitlerismo y lanzar desde elfondo de mi conciencia civilizada ese impotente

rumor de venganza que naturalmente sopla en el

alma del judío y que no sabemos mañana a qué tra

gedias nos volverá a conducir!

Pero ¿qué hacerle cuando esas persecuciones

han sido el sustitutoque

encontró el nacismopara

la lucha social?

Condolido de las desgracias de esa gente, ven-

-ciendo la natural desconfianza que todo cristiano

siente por el judío, he visitado numerosas veces su

hogar social de la calle Serrano y he podido impo

nerme cara a cara de la espantosa realidad.

Un muchacho imberbe me contaba, con los

ojos atónitos y humedecidos, su peregrinación por

el mundo. Tuvo que salir de Alemania y alcanzar

en pocas horas la frontera de Holanda. Con el al-

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132 Ricardo boizard

ma contraída por el miedo, con unos pocos dinerosapretados en la mano , tenía que huir como un pe

rro para librarse. En la espalda jibada por el can

sancio, además del saco, iba la raza.

Otro hablaba de un padre encarcelado en los

campos de concentración, o de una madre masa

crada por la soldadesca.

Todos, en fin, han traído en su pecho la Hue

lla del gran dolor, una cosa que se difunde y que

ma, algo que se alarga, con sus tentáculos invisi

bles, y que parece tomar del cuello a la sociedad ca

pitalista, al fascismo hipócrita o declarado y dejar _

metida en el caos la semilla de un mundo nuevo y £

mejor. a

Los comunistas, como es lógico, explotaban wM

sus anchas en cada país este argumento viviente con-'l

tra el fascismo y algunos de sus agentes, especian"-.1

zados en el ramo, tenían la misión exclusiva de cul- 1

tivar la cuestión judía y de provocar en cada caao^llas naturales y humanas protestas.

Por cierto que los comunistas, eminentemente -¡

dialécticos, no pensaban tanto en socorrer a las víc-j

timas como en exagerar la maldad del victimario.

En esos días actuaba entre nosotros un poeta

que los comunistas cultivan y que más de algunaconexión tiene con ellos. Era Pablo Neruda, que se 1

instaló en Santiago para dedicarse con preferencia j

a la lucha contra el fascismo.

Neruda vivía con algunos bohemios extran

jeros, entre los cuales, por ejemplo, creo haber di-

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Historia de .una Derrota 133

$, Visado al poeta argentino González Tuñón, radi

cado en Chile desde entonces, polemista de monó-

■" logo, boxeador con la sombra y comunista por aña

didura.

La obsesión principal de aquella gente era la

cuestión judía. Mantenían polémicas terribles con

los alemanes. Recibían anónimos amenazantes y

contestaban con asambleas a favor de los judíos y

a veces con colectas para "los niños españoles".Neruda ponía todo su ardor en la noble causa.

J■

Organizó una magnífica velada^ universitaria

en homenaje a Freud. Propició la entrega de libros

de judíos alemanes a la Biblioteca Nacional. Llenó

d Caupolicán para protestar de la persecución en

una asamblea en que el pueblo, por naturaleza com-

-.■ pasivo, defendía al judío de la dictadura nacista al

mismo tiempo que calentaba la hoguera de su pro

pia revolución.

Los judíos servían en Alemania a los nacistas

para descargar el odio colectivo de las masas.

En Chile servían a los comunistas para enar

decer el odio social.

Y seguramente en los dos países eran víctimas

propiciatorias.

Pero no sólo los judíos traían al país el fer

mento de la revolución social. Comenzaban tam

bién a llegar, algunos como emisarios oficiales y

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134 Ricardo Boizard

otros quizás como finos adivinadores del desastre,los ardorosos mensajeros de la revolución española.

Estos traían a Chile una tragedia totalmente^desproporcionada a nuestra historia y aun a nues

tros hábitos de pasividad. No hablaban ya como

nuestros

políticosde desfiles o de asambleas de

protesta. No hablaban ni aun de apaleos y masacres,

Hablaban de aviones y de bombas explosivas. nEse tono aumentaba la violencia de nuestra

paulatina revolución y aceleraba el motor de los

viejos odios.

mí- a

Dijimos que el otro fenómeno creado por ¿

nacismo o fascismo entre nosotros fué el nuevo mí- 5

todo con

quelos comunistas comenzaban su lucha

en el Occidente. Ese método se llamó, en Francia,

en España, en Chile, Frente Popular. .

La raíz comunista del Frente Popular ya no la J

discute nadie.

Los propios socialistas españoles han sido en

tre nosotros los encargados de dar las mejores prue- .

bas documentales. ■

Pero más convincente que la prueba documen- 1

tal es la constatación evidente de que a la postre una >

política como la del Frente Popular, totalmente .

confusa y dirigida al ya previsto fracaso, no podía Iser otra cosa que una creación de aquellos cuya úni-

:

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Historia de una Derrota 135

t—

ca posibilidad inmediata es preparar el río revuel

to para lanzar sus redes . , .

Los comunistas habían abandonado ya la te

sis leniniana en el sentido de que es preciso hacer la

revolución exclusivamente a base de la cíase obre

ra. Se habían encontrado en el Occidente con so

ciedades menos diferenciadas que la monarquía za

rista. Vieron funcionar en Inglaterra un régimen de

^ explotación si se quiere, pero con amplia aparien-S

'

.cía de libertad. Presenciaron en Francia el fenóme

no de la pequeña burguesía y se dieron cuenta que

:¿ esa fuerza era necesario agregarla al carro de la re-

l\ volución o entregarla al fascismo,

Optaron por lo primero y crearon una nueva

dialéctica para sus luchas occidentales. No habla

ban ya de la dictadura del proletariado sino del ro-

Efr hustecimiento de la democracia; no hablaban de la

distribución lisa y llana de la tierra sino simplemente del problema agrario; no hablaban de la gue-

1

rra contra el burgués sino de la lucha contra el im

perialismo.Iban más lejos aun en su afán de mimetismo y

se constituían en los verdaderos patriotas de cada

país, dejando lo más oculta posible su ardorosa con

cepción internacional y negando a cada paso su so

metimiento a Moscú.

Sus diarios ya no eran el órgano de la Inter

nacional Comunista sino el órgano del Partido Co

munista, adherido a la Internacional.

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136 Ricardo Boizard

I :

Toda esta treta para cazar a las burguesías ra

dicales o simplemente descontentas del estado ac

tual, tuvo un efecto maravilloso. Estas, natural- fl

mente reaccionarías y apegadas a lo viejo, pero al \mismo tiempo temerosas de enemistarse con la ma

sa, sentían un verdadero alivio al saber que los co-^1munistas las

aceptabanen el festín

revolucÍonariq|Hy que podrían pasar al porvenir con sus vidas y sus

bienes, aun cuando este pasaje se produjera bajo el

sígno inquietante del trapo rojo.

No puedo olvidar yo, por ejemplo, un discur

so encendido de patriotismo pronunciado en la Cá

mara

de Diputadosa fines de 1937

porel

diputadoí

comunista José Vega.El último modelo de la propaganda bolchevi-;

que tenía buenos amortiguadores y la verdad es que

casi no se sentían las brutales asperezas. Querían"^

los comunistas un país democrático y libre, una

propiedad respetada yuna industria floreciente. Se J

mantendrían las utilidades del comercio y solamen-,M

te los grandes especuladores sufrirían un poco (no (>,

mucho, por supuesto) con la maternal revolución. ■,.— i

Había que defender el concepto de patria y luchar j

contra el imperialismo extranjero recuperando pa- "i¡

ra el país toda su fuente de riqueza.jEra aquello un programa que llegaba, con ma- i

ravillosa elasticidad, hasta los lindes del Partido Li

beral. M

Gabriel González escuchaba al camarada conb

una gran sonrisa confiada y alegre. Los radical** i

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Historia de una Derrota 137

aplaudían entusiastas y se puede decir que en aquel

día ya no lo pensaron más. El Frente Popular, con

su programa de paz y de justicia, estaba hecho y

remachado.

A la Rusia bolchevique era difícil y peligroso entrar.

Pero a este Frente Popular organizado por los

rusos era facilísimo introducirse. Sus puertas se

abrían hospitalariamente a cualquier burgués y ni

siquiera existía en la entrada el espeluznante letre

ro: "Proletarios del mundo, unios".

;Es tan ciega la ambición política o los diri

gentes izquierdistas del país tenían demasiada pri

sa en llegar, para pasar por todos los obstáculos a'

cambio de alcanzar la Moneda?

Puede ser esa una explicación del fenómeno

frentista, pero hay otra y es que, reaccionarios co

mo son los radicales, no saben nada de la ideología

comunista ni comprenden su flexible dialéctica.

Han creído o no en su sinceridad, pero han

imaginado que en el camino los comunistas vende

rían su patrimonio por puestos públicos o grange-

rías oficiales.No conocen al hambriento y mesiánico lobo

de la estepa. Esteno es un asambleísta cualquiera ni

un abogadillo revoltoso que se calma con intenden

cias y gobernaciones,

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138 Ricardo Boizard

Viene de una lejana región del globo y de la"

historia. Tiene en su heráldica las torturas de Sibe-

ría, las complejas esperanzas de Gengís Khan, d

misticismo supraterrenal de Dostoiewsky, la reso

lución fría, directa, insobornable, de Lenin.""

|Los socialistas, más en contacto con la reali- j

dad bolchevique, miraban desconfiados el terrible |juego. Pero no gobernaban todavía plenamente a -:?

las masas n¡ tenían influencia decisiva en la bur- 1

guesía. Se colaron a regañadientes en el Frente Po- J

pular, a u n q u e les parecía imposible conjugar su ver

dad con ese evangelio moderado y confuso, cuyas

palabras a la postre sumirían a la masa obrera en

la definitiva desorientación. jMás ocupados de la revolución chilena que Je

la revolución mundial y moscovita, temían la des- jorientación p o r q u e es ella a la postre el verdadero jenemigo de la clase obrera.

Hagamos justicia a un hombre entre toda

ellos. César Godoy, desde el socialismo, anatemati

zaba toda fórmula de entendimiento a base del fren-

tismo. Exagerado, impulsivo, fanático, su gesto,

sin embargo, fué durante muchos días un penachode implacable tosudez. E ra un anarquista quila!,

pero veía con claridad q u e el frenrismo sería un

triunfo inmediato de los radicales, y una marcha

atrás en el movimiento obrero. ¡

Seguramente Schnacke veía lo mismo, au n ■

cuando su ojo apreciaba también la dimensión po-

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F'

*.' Historia de una Derrota 139

lítíca y se daba cuenta que era inútil resistir ya las

>e consecuencias de la habilidosa táctica. El radicalis

mo unido con el comunismo tenía que apretar a

los socialistas como en un sandwich y no había más

V remedio que facilitar el embutido.

Así fué creciendo el Frente Popular y desvian

do el curso de la revolución chilena hacia la maso

nería voraz y por ese camino, hacia el comunismo

en acecho.

Ninguna de las fuerzas que se parecen al co-

'■ ■ munismo, ninguno de los hombres que pretendíancrear paUativos a la revolución, fueron capaces de

|, dominar una voluntad metida ya en el corazón de

la izquierda como aquella espada del caballero que

si se la dejan, lo mata y si se lasacan, muere.

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LoQUE

SE

JUGABA

En medio de tan trágicos acontecimientos y

de tan irremediables querellas había un país con

problemas de fondo cuya soluciónse buscaba des

pués de veinte años de titubeos, de tentativas y de

fracasos.

Alessandri había despertado el año 20 la con

ciencia popular. Esta había tomado consistencia al

través de los años, había sido interpretada por unos

y porotros. Había sido

engañada porlos

políticoso acallada por los militares. Pero esta conciencia

permanecía vigilante y procuraba encontrar una

vez más el camino de la justicia y de la verdad.

Sin entrar al fondo de los problemas espirituales, cuya enunciación parcial esbozábamos en capi

tulo aparteydesarrollaremos

algúndía con exten

sión, hay que convenir que en lo económico y so

cial los partidos históricos no sabían ya qué hacer

con sus programas.

Superados algunos por los acontecimientos, car

comidos otros por los años o simplemente expre-

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F"Historia de una Derrota 141

sión todos ellos de una modulación política enve

jecida, les faltaba flexibilidad para comprender la

época, les faltaba generosidad para renunciar a sus

prerrogativas y sobre todo, les faltaba entender en

toda su extensión la gravedad del mal.

Nuestro país, entre todos los de América, pre

sentaba dos épocas distintas y marcadas en su his

toria. La primera fué la que pudiéramos llamar de

índole agraria. Las altas clases, poseedoras de los

mejores valles de nuestra zona central, habían te

nido mano dura con los nativos, pero habían abier

to caminos y canales, habían extendido vías ferro

viarias a lo largo del país, habían creado una mari

na mercante y todo aquello sin desangrar el valorde la moneda ni enajenar la riqueza nacional.

Sobrios y virtuosas, tuvieron quizás el torvo

ceño de los viejos vascos, pero sus principios es

pirituales les hicieron constituir un país con la más

férrea organización republicana, con las más abier

tas posibilidades a la industria y con una hermo

sa expectativa de liberación en el porvenir.

Verdad es que el régimen capitalista imperan

te fraguaba ya en el seno de aquella clase un ger

men de codida y de decadencia. Estaba forjando

un desnivel excesivo entre las fortunas de unos y

de otros. Estaba creando las grandesmasas

proletarias a impulsos del desarrollo industrial. Estaba

desorganizando las familias con su funesto régi

men civil de distribución individual de la rique

za. Pero, por lo menos el esfuerzo de la colectivi-

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142 Ricardo Boizard

dad chilena era íntegramente aprovechado por el '■■

país y no se conocían aun los agiotistas interna- -^cionales ni los gestores a sueldo del extranjero. ]

Después de la guerra del Pacífico, en que le jcupo al país disponer de la rica pampa salitrera,los sobrios pelucones tuvieron que ceder su sitio a

otros hombres y a otros métodos gubernativos. Ha

bía terminado la etapa agraria, en que dominaban

los dueños de la tierra con sus métodos duros, pe- -¡

ro constructivos. Empezaba la etapa del imperia

lismo, en que gobernarían los abogados con ideas

de libertad, pero con el arma sutil y peligrosa de la'

interpretación legal.

Los hombres que impensadamente derrocaron J(

a Balmaceda por su pasión nacionalista más que por'*

sus arrebatos dictatoriales, cambiaron de improviso J

la fisonomía del país. Comenzaron a conocerse las 1

grandes rentas, los lujosos coches y las brillantes li- M

breas. Comenzó la costumbre de salir fuera del '1

país y visitar un mundo más hermoso y agradable,«j|en que los pesos chilenos, robustecidos por 50 años

de organización, compraban levitas en París y adus- ¡

tos hongos en Londres.

Surgían a la superficie losgestores,

que eran ■m

algo así como los tubos comunicantes entre el ca-J

pítal extranjero y la nación.

¿Para qué crear manufacturas o mejorar 1*39

condiciones de labranza o proporcionar viviendas fl

al nativo, cuando las fortunas que se pierden, HjH

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Historia de una Derrota 143

recuperan en coimas o se compensan por el Gobier

no con opulentas comisiones al extranjero?Era cuestión de mantener mucho tiempo el ce

tro del poder y de asegurarse con ello las más es

pléndidas condiciones de vida.

Las energías chilenas se perdían, los capitalesV chilenos decrecían y la moneda, lentamente, iba

£v perdiendo su valor.<i. Más aun. Los terratenientes dispendiosos co-

'k- nocieron un nuevo sistema de gastar y fué el tié-

dito hipotecario. Un hijo que necesitaba viajar o

el ajuar de un matrimonio encontraban siempre

a un cajero que a cambio de monedas, cercenaba e!

derecho chileno de la propiedad.■

El capital extranjero, entretanto, ante la im-

¡v potencia del capital nacional o de la energía nacio

nal para explotar sus riquezas, aprovechaba a sus

anchas de tan inconciente y desusado jolgorio. Hun

día sus garras en la pampa y en las montañas co

brizas. Buscaba concesiones y

grangerías.

Contro

laba el alto comercio y creaba monopolios.

Es así cómo, por la voluptuosidad y gregarismo

de las altas clases dirigentes corrompidas, estaba

| perdiendo el país la posibilidad de extraer su pro

pio cobre y su propio salitre, la prerrogativa de

cambiar sus productos y aun el derecho legítimo

de la venta libre.

El pueblo comenzaba a hablar. Pero resulta

ue hablaba solamente al través de una secta ma-

Snica, tan burguesa y tan corrompida como la

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R icard o Boizard

vieja sociedad. Es t a secta masónica, ap aren tem en te

enemiga de la burguesía, no hacía sino imitarla en

el estilo, p u e s controlaba una educación que a b

pos t r e le daba al país bachilleres en lugar de ope

rarios, abogados en lugar de ingenieros. Por último,su corrupción la hermanó con los corrompidos que

atacaba y b u scó refugio en el Presupuesto e n que

desgraciadamente p a r a el país no iba sino a c o n

tinuar dañando los intereses populares y abultan

do hasta el infinito la burocracia.

Todas las luchas tien en un reajuste final, y-VM

q u e resultó de todo eso es q u e la política dispen

diosa de las altas clases corrompidas tuvo q u e busc a r , ante el a t a q u e , un socio de sus a v e n t u r a s , uní

especie de cómplice q u e le ayudara a robar y a de

s a n g r a r al país en cuarenta a ñ o s de disipación y e n -

treguismo. Ese cómplice fu é el Partido Radical, que

incapaz de recibir c o ima s y desposeído de la tierra,

descubrió en el Presupuestoun

cubilete subalterno p a r a r e c o g e r los mendrugos del capitalismo,

Es así c ó m o durante largos a ñ o s la política c

cional no fu é sino el c o n c e r t a m i e n t o encadenado a

las altas clases con los radicales p a r a empobrecer a

país.

Unos, losastutos

abogados y gestores, entregab an nuestras i ndus t r i a s e x t r a c t i v a s al capital extran

jero sin ninguna compensación. Otros, los dueños de

la zona central, dilapidaban sus entradas afuera y ,

no reemplazaban el arado por el tractor n i procu

raban transformar la m a t e r i a p o r me dio de la in - I

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Historia de una Derrota 145

dustria manufacturera. Los últimos inflaban el Pre

supuesto con las entradas del salitre primero y con

los impuestos después para constituir en la Adminis-

~- tración Pública una verdadera clase privilegiada de

f¿f funcionarios.

Y as! como habían gobernado primero los

,

dueños de la tierra y en seguida los gestores, así tam

bién aquellos últimos moluscos de la economía na

cional esperaban su turno y se entregaban a cualquiera aventura a cambio de incrementar su negocio.

Todo eso, naturalmente, repercutía en la mo

neda. Todo se hacía a costa de la precaria industria

nacional, de las emisiones fiscales o de mil manio

bras parecidas. Y si algunos incautos, como los primeros demócratas, interpretadores en su tiempo del

i- instinto nacional, levantaban imprudentemente la

voz, eran ametrallados por la policía y silenciados

por las leyes represivas. El pueblo, que veía salir el

cobre de sus montañas, el trigo de sus campos, el

salitre de sus pampas y los escuálidos y pobres aho~rros de las Cajas para convertirse en papel, estaba

B condenado a comer cada día menos , para preparar

se, como el caballo de don Quijote, a la vigilia defi

nitiva.

fe ■ ¿O1^ *e importaba a la masonería esa tragedia

fe. si precisamente su negocio presupuestarioestaba en

E, contraproposición con el negocio del pueblo?

I Una cosa le importaba sí y era conquistar el

poder para mejorar la renta y para codearse con loe

'[, señores a su misma altura.

BlBKHtlA.— 1

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Ricardo Boizard

El año 20 los radicalescreyeron

madura laopor

tu ni dad y se disfrazaron de pueblo para acompaña!a Alessandri. Les gustaba mucho ese conjunto de

oficinas que crearían las leyes sociales. Les agradaba inmensamente azusar a los profesores primariosen sus peticiones de aumento, para conseguir, a su

vez,nuevas

grangeríasa los secundarios. Hablaban-

de justicia y de mil otras cosas que les parecían com

plemento de su política logrera, y colocados ya en

los altos sitios bajo el auxilio de los buenos sueldos,

no titubearon una vez más en imitar a la alta bur

guesía disparando en San Gregorio contra los obre

ros

dela

pampa.Y no titubearon tampoco en pasarse al otro

lado y precipitar la caída de su propio gobiernoavanzado de 1924 cuando otros pretendían arreba

tarles una parte de la ración.

Partidarios románticos de la libertad, vivieron,

sin

embargo,en

maridajecon

Ibáñez, paradefen

der posiciones burocráticas.

Enemigos aparentes de la solución capitalista, ,

exaltaron a Montero para mejorar la presa.

Fueron partidarios de Ross cuando éste finan

ciaba los presupuestos y aumentaba los sueldos. Su

abandono al Ministro coincidió con la

llegada

de

los períodos de pobreza.Cada una de sus cooperaciones a los gobiernos

o de sus campañas de oposición puede perfectamente conocerse en nuestro barómetro financie

ro. Radicales fuera del gobierno significa sobriedad

1¿

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Historia de una Derrota 147

y economía, reajustede sueldos

ydescanso

parael

;■' contribuyente. Radicales en el Gobierno significa*

despilfarro presupuestario, fuertes impuestos y acu

mulaciones de rentas.

Después de las truculencias radicales del año

24, el ideal popular abandonó definitivamente su

esperanzaen tan voraces como inconstantes ami

gos. Pretendió asirse a Ibáñez, representante en esos

días de la juventud militar, pero la Dictadura no

es precisamente el sistema más adecuado para co

rregir los males profundos de una economía y de

un país. El silencio en que desarrolla sus actos la ha

ce desconocer lospuntos

de vista de los humildes y

í generalmente favorece las insinuaciones intencio

nadas de los fuertes. Una protesta, aunque a veces

? se levante de mala fe, corrige más que el amigo que

otorga y que generalmente lo hace por negocio.

(De

ahí por qué a la altura de 1938 el pueblo

había buscado la

interpretación

de su instinto en

partidos más íntimamente populares que el radica

lismo, más ocupados de las cuestiones obreras que

& del Presupuesto, aunque desgraciadamente todavía

7? de raíz materialista.

{ Estos, llegando a veces a exageraciones puen-

f les, trataban de encauzar a las masas en un plano

i decididamente popular,' sin concomitancias con la

;

'

burguesía radical y tras la realización de un pro

grama constructivo.

r. El Partido Comunista, sin embargo, cuya revo-

f 3urión dd porvenir ocupaba más sus afanes que las

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148 Ricardo Boizard

l : __

conquistas inmediatas, en lugar de dirigir a las ma-

sas, las llenaba de desorientación y las debilitaba en su

camino. Miembro efectivo de la Tercera Internacio

nal de Moscú, iba siguiendo las curvas permanentes

que le trazaba d maquiavelismo ruso. Unas veces los

comunistas aparecían partidarios de la política pu

ramente obrera, sin alianzas con la burguesía, y.

otras veces ensalzaban a la burguesía y se poníanen su propio plano. Primero fueron los exaltado:

apóstoles de la dictadura del proletariado y despuésse convirtieron en los más feroces demócratas. Lo

que más adelante no les impediría luchar contra las

democracias y más adelante aun, unirse a las demo

cracias para exterminar el fascismo.

El único partido que , dentro de una línea se-

midictatorial si se quiere, pero con alcance nacio

nal, pretendía sinceramente interpretar las necesi

dades del pueblo enunciando una política rectilí

nea, era en esos días el Partido Socialista.

¿Qué quería el Partido Socialista?

Saliéndose del terreno doctrinario y sólo refi

riéndose a la cuestión inmediata, ese Partido que

ría en verdad lo que ya buscaban otras fuerzas en

embrión, y ¿por qué no decirlo? lo único que por

ahora y frente al problema de Chile, nos parecíaa todos indispensable.

El país, desangrado por, el capitalismo extran

jero, empobrecido por los dueños de la tierra, cu

yos ahorros compraron lujos y dispendios en lugarde levantar el nivel del campo y de apoderarse de

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Historia de una Derrota 149

las industrias extractivas, debía comenzar a luchar

enun

solo frente nacional contra estas cosas. Debían utilizarse los impuestos, más que en pagar fun

cionarios inútiles o en debilitar la moneda, en re

cuperar las fuentes de riqueza nacional usurpadas,en formar la industria manufacturera y en distri

buir la tierra.

El lema demagógico adoptado por el Frente

Popular, "pan, techo y abrigo" no era, en verdad,

una síntesis de la revolución que se buscaba. Su ver

dadera síntesis pudiera haber sido: "Cobre, Fábri

cas y Tierras".

Si los politiqueros habían logrado de nuevo

confundir lascosas

y enturbiarlas;si los comunis

tas, con su política universal, habían conseguidodar forma entre nosotros al frentísmo importado;si los radicales, a cambio de asegurarse el poder pa

ra hoy, dejaban abierta^ la incógnita del potvenir;

si todos, con singular maestría, ponían sólo su vis

ta en lo accidental frente al

impulsode un ideal

trascendente; la verdad es que el pueblo, instinti

vamente, buscaba en el triunfo del Frente Popular

el sólo triunfo del socialismo y en su imaginación

encajaba mejor la figura de Grove que la de Agui

rre Cerda.

Actuaba, además, el pueblo, por la ley dia

léctica de la síntesis y la antítesis, poniendo frente

a Ross no a un correspondiente de Ross como Agui

rre Cerda, sino a Grove o a Schnacke; no a un co

rrespondiente de los liberales y conservadores como

los radicales, sino a los proletarios socialistas.

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Historia de una Derrota 151

El pueblo, pues, aquel día del 25 de Octubre,

inmensamente más grande que sus dirigentes, bus-

| cadores algunos de prebendas, de situaciones y de

m sueldos, iba a presentarse en posición histórica a de

cir:

"La vieja burguesía, la que exportó el trigo y"

el salitre, la que entregó el cobre y sus derivados,"

la que me cargó con impuestos, la que desvalo-

B"

rizó la moneda, la que ametralló a mis hermanos

>"

en la Coruña y en San Gregorio, la de las emisio-

,-

"

nes y los estados de sitio, la que mata d puebloí'

"

en los hospitales y en las cárcdes, debe caer. Si

¡j-"

hoy voto por un burgués, es solamente para que

í "m e sirva de peldaño."Lo que esa gente se jugaba, pues, no era el pan,

i el techo y el abrigo. Se jugaba la historia.

Lo que quería no era cambiar el cáncer oji-

[: gárquico por la peste masónica. Lo que pretendía

i era salvarse.

i-

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}

El 25 de Octubre

Después de cumplir con mis deberes electora

les, fui a la casa de don Rafael Luis Gumucío pa

ra comentar junto a la radio los acontecimientos

del día.

A un convencidos de las trágicas consecuencias i

ulteriores, creíamos en el triunfo de Ross y lo mi- i

rábamos como el ahorcado puede contemplar la ho- jgüera que encendieron a sus pies. Si se corta la cuer

da, no va a morir en la horca, pero sí en las llamas.

En mi visita a las mesas , pude constatar una

absoluta tranquilidad. El pueblo ya no gritaba ni !

protestaba del cohecho. Este se ejercía tranquila- ,j

mente y con el visto bueno de la autoridad. Eri las ■:

secretarías de Ross, llenas de gente, se entregaba a

veces unos tubos con el voto del candidato aden- «

tro para que, abiertos en el pupitre, emitieran un m

ruido que por sí solo controlaba al elector. Las em -, i

panadas estaban en todas partes ofreciendo su jugo

y su olor. Los agentes, alegres y confiad*

nían ya ni siquiera el trabajo de buscar

s, no te -

carneros.

te

ros. 3

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Historia de una Derrota i 53

Los carneros llegaban dócilmente y se dejaban tras

quilar.Las radios comunicaban noticias tranquiliza

doras; uno que otro incidente sin importancia, pe

ro en general, una elección pacífica.Como a las seis de la tarde comenzaron a co

nocerse los primeros datos.

Venían de norte a sur. Como era de esperar,

los del norte favorecieron al candidato frentista.

En Valparaíso éste obtuvo un triunfo mayor que

el previsto. Las comunas rurales conseguían a pe

nas equilibrar la situac ión de Ross con la de su con

tendor. Santiago daba cifras espeluznantes para la

derecha. Dentro de la ciudad, el triunfo de Aguirre era completo y fuera de ella, relativamente in

ferior. O'Higgins y Colchagua quedaban todavía

como grandes tablas de salvación en el ya presen

tido naufragio. Las comunas rurales arrojaban efec

tivamente grandes diferencias a favor de Ross, pe

ro

venían luego las ciudades ydesbarataban lo con

seguido.

A las siete de la tarde, con menos de la mitad

de las cifras, ya se veía claro para los conocedores

del mapa electoral, el triunfo del candidato fren

tista. En todo caso se veía que si Ross aventajaba

a

Aguirresería por tan pequeña cantidad de votos

que esa débil victoria no iba a ser suficiente para

llevarle a la Moneda.

Me volví a mi casa a las 8- y después de comer ,

me acosté, colocando en mi velador la radio. La co-

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154 Ricardo Boizard

necté con la trasmisora de "El Mercurio" que, a

pesar de su apasionado rossismo, era más susceptible de cambiar en caso de derrota. El speaker, que

durante el día trasmitía gozoso las espectativas del

triunfo, estaba ya más calmado y discreto. Daba

cifras a medida que las recibía. Rectificaba algu

nas cuando era necesario y se expresaba casi con

ternura de la candidatura popular.Me pareció todo eso de m d augurio para Ross,

Hice sumas con las cifras recibidas. Esperé que se

me completara el cuadro. Vacilé un rato y de pron

to, el agudo speaker, poseído de un verdadero fre

nesí popular, casi con odio de clases, exclamó:— El Presidente Electo, don Pedro Aguirre Cer

da, va a dirigiros la palabra.Una vocecita ronca y tranquilizadora se escu

chó. Era como para dormir en paz, pues prometíacomo todos trabajar por el bienestar de la patria,:

por las clases necesitadas y por el respeto a los dere- jchos ciudadanos.

La verdad es que aquel discurso pronunciado

por el candidato frentista desde "El Mercurio" era

bastante más moderado que el editorial de esa pren

sa al día siguiente.

Las calles estaban llenas de ruidos y algazara.Verdejo tiene uft solo derecho cada cierto tiem

po y es gritar. Hay ciertos días en que se le deja

i

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Historia de una Derrota 155

gritar a pasto, celebrar el comienzo de una nuevr.

era,sacar

banderasa

las calles y sentirsecomo

dueño de la situación.

Gritó y sacó banderas ante el triunfo de Ales

sandri en 1920. Se aprobaron leyes sociales y eco

nómicas. Se reformó la Constitución del Estado.

Pero la rotura de sus pantalones creció.

Volvióa

gritaren

1925 cuando la vuelta dela civilidad le ofrecía pan y liberación. Pero sus

pantalones remendados continuaban deshilacliándo

se.

Gritó un poco en 1931 a la caída de Ibáñez.

Ya no tenía pantalones. Volvió a gritar en 1932

cuando Gróve le ofrecióel

paraíso.Eran

yasus ha

rapos una bandera revolucionaria y además de per

der los pantalones, perdió el trabajo.

Pero Verdejo es duro para gritar y no se des

engaña nunca. Cree que por lo menos una vez va

a gritar para siempre. Y esa noche anduvo por las

cdles hasta las más avanzadas horas. Y anduvo con

plata porque se había vendido a Ross, había recibi

do el tubito de Ross, había comido las empanadas

de Ross y había votado por Aguirre.

Al día siguiente, el Gobierno confesó secamen

te el triunfo frentista. Resultaba éste estrechísimo,

pero suficiente para parecer un triunfo ante tanto

dinero y ante tanto poder.

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Ricardo Boizard

Laderecha, imprudentemente, declaró que no-

había terminado el proceso electord y que éste so

lamente quedaría finiquitado el día en que el Tri

bunal Calificador se pronunciara sobre numerosos

hechos que viciaban el acto.

Yo recibí esa tarde a un periodista de Ercilla 1en

micasa

y le manisfesté sin ambajes que dudar

"¡del triunfo de Aguirre Cerda era una majadería. Si

se alegaba el vicio de la violencia ejercitado en al

gunas partes por los electores contra el cohecho,

los frentistas alegarían a su vez el cohecho misrrw¡^_Con lo cual ambos vicios quedaban compensados. ^

La sociedad comercialen

liquidación, como■■<

era de esperar, no se quedó tranquila con mis de- ¡jclaraciones y las comentó con aspereza. No dudo j

que los rossistas derrotados tenían derecho a eso y ',

a mucho más. Se les podía tolerar que se quejaran, -i

que buscaran culpables de sus propios errores y que -^encontraran en

los falangistas las víctimas propi-i

cíatorias de la derrota. Lo que no se les podía to - V

lerar es que continuaran torpemente poniendo ban

derillas al toro y provocando a un pueblo que has

ta allí había dado muestras evidentes de serenidad

y de cordura.

He sabidoque

Ross recibió en la noche de la

elección la noticia con tanta dignidad como la que

tuvo el pueblo al derrotarle. Estaba más acostum- jbrado a perder que sus amigos y es posible que cuan

do llegaban a su mesa los mezquinos datos, haya te

nido esa misma sonrisa apretada de los corredores i

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Historia de una Derrota 157

de bolsa cuando en la pizarra aparecen sus accio

nes depreciadas.

Algunos derechistas, sin embargo, insistieron

en lo dd proceso electoral. Consideraban absurdo

entregar el poder teniéndolo en las manos y aun

pensaban, obsesionados con lo de España, que era

preferible resistir desde arriba que atacar después

con las armas desde abajo,Alessandri, que, en este caso, supo mantener

la tradición republicana del país, se vio asediado por

los requetés chilenos y tuvo que rechazar toda cla

se de consejos descabellados.

Un día aparecieron en los diarios dos cartas

que venían como caídas del cielo, aun cuando hu

biera sido mejor no haberlas provocado. Era una

del General Novoa y otra del General Arriagada.

Ambos exponían al Presidente la necesidad de de

clarar de una vez por todas el triunfo del degido y

no seguir insistiendo, para la. tranquilidad del país,

en la peligrosa idea del "proceso electoral".

Pero los bravos derechistas no daban ni pedían

^cuartel, como en las novelas de Pacheco. N i la cer-

f

teza honrada del triunfo, ni la contemplación de

un pueblo extraordinariamente respetuoso y tran

quilo, ni las declaraciones pacíficas de Aguirre Cer

da les convencieron que era preferible ser derrota

dos una sola vez.

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Ricardo Boizard

Queríanuna

segunda derrota y los militaresles dieron la oportunidad de sufrirla.

N o se convencieron. Pretendían ellos insistir 5

en algo, caer en posición heroica, dejar planteadav^Hal país una cuestión que con el tiempo tuviera im- A

portancia y pudiera provocar disturbios. Y, ante jlas cartas de los Generales, declararon que, privadosde sus derechos por la intervención de la fuerza,renunciaban a continuar el "proceso electoral

mientras el país no volviera a la normalidad jurí

dica.

¿Qué quería esa gente?

; ¿Quería otra masacre , otro período de repre

sión y de fuerza? ¿Quería revolución? ¿Y revolu

ción con qué?Las revoluciones se hacen con el pueblo o con

el Ejército. Las dos cosas estaban contra la derecha

y c»ntra Ross.

¿Quería atrincherarse en el Club de la Unión

y levantar allí una bandera de protesta contra to- -fl

do y contra todos? A falta de armas y municiones,*

¿iba a lanzar contra el pueblo las bolas de billar o \

los cómodos sillones del salón verde? J

¿Qué Rochefoucauld trasnochado estaba man- jdando allí sin que nadie fuera capaz de volverle a ¡jla razón?

La verdad es que estas cosas quedarán en el

misterio por los siglos de los siglos.

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r

Historia de una Derrota 159

Ha sido siempre corriente en el país la gente

que piensa de prestado. Los liberales chilenos, por

:ejemplo; a principios del siglo XLX, no concebían

una conquista por la libertad sin proceder como

girondinos, porque se alimentaban de la revolu

ción francesa y es de allí de donde sacaban las pren

das para aparecer vestidos a la usanza de Rolland

o de Vergniaud. Las izquierdas- chilenas, obsesionadas por la revolución soviética, generalmente siguenel inadecuado padrón y por imitar a Kerensky o a

Lenin, se desentienden de la realidad chilena.

Las derechas de 1938 estaban dominadas por

la Revolución Española. Naturalmente, reacciona

ban ante lo nuestro como si se tratara del Frente

? Popular español. Esperaban desórdenes en las ca

lles, incendios de conventos, asesinatos de políticos.

Más de alguien se ha sentido defraudado con

la tranquilidad y ha pensado que aquello no era si

no una pasajera táctica.

¿Cómo entregarle, pues, el poder,a

gente tan

mdvada, tan criminal e incendiaria?

Sobre todo, Jes preocupaba muchísimo la re

ciente llegada al país de los embajadores españoles

a la trasmisión dd mando. Especialmente miraban

con ojos desconfiados a Indalecio Prieto, un hom

bre terriblecon

barrigade burgués, con cara de

carnicero y elocuencia de Danton. Le perdonaban

la barriga y la cara, pero no la elocuencia.

Aquella noche en que Indalecio Prieto pronun

ció un discurs» en el Estadio ante treinta mil per-

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1

160 Ricardo Boizard

sonas

quele

aplaudían,la derecha

creyó quea

lavuelta de la concurrencia a su casa no iban a que

dar iglesias en el camino.

La yerdad es que ni los frentistas chilenos es- .

taban decididos a quemar iglesias ni los españoles ]venían a conseguir candelabros para su guerra. .!

Los chilenos se habían sentido asustados con

su triunfo y buscaban todos los medios de hacer-^selo perdonar. Sabían también que una parte de ■

los electores católicos había mirado desconfiada-^mente a Ross.

Los españoles, por su parte, poco seguros de

su estabilidad, aconsejaban prudencia y pedían ayu

da.

Llegaba tan allá en los salones la aprensión re

ligiosa y los infundados temores de las señoras, que

éstas habrían perdonado ciertamente al pobre dia

blo que quemara una iglesia, pero no perdonaban |

a los que pretendían negar las impiedades del Frente.

La Iglesia Católica, sin embargo, estaba más

enterada de estas cosas que los políticos y sus se

ñoras. Y precisamente en los días en que hablaban

las derechas de la falta de normalidad, Monseñor

Caro envió su bendición al Presidente electo, lo que

no significa que la Iglesia celebre la supercheríafrentista, sino simplemente que su misión alcanza

a todos.

Pues bien. Roma, en lugar de excomulgarlo,a los pocos meses , lo nombró Arzobispo.

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historia de una Derrota 101

Miradas las cosas con serenidad, el triunfo de

Aguirre Cerda era, hasta derto punto, en lo polí

tico, un desahogo para el pueblo; en lo social, un

mal trago para la aristocracia; y en lo económico,

ninguna amenaza formal para el capitalismo, pe

ro sí una nueva amenaza terrible contra el Presu

puesto.

Los frentistas chilenos, dirigidos por los radi

cales, no distribuirían la tierra ni acabarían con el

■ derecho de la propiedad. Crearían nuevas oficinas,

viajarían sin descanso, gastarían sin medida y de

jarían que los comunistas trabajaran hasta que el

Dolsillo del radicdismo estuviese lleno.

Los días anteriores a la asunción del mando

transcurrían monótonos y cargados de tristeza. To

do el edificio político derechista se desmoronaba.

Los grandes sueldos, las rentas fabulosas, las bue

nas mesas oficiales y. los mejores vinos estaban re

servados para unos insolentes agitadores que de la

noche a la mañana se instalarían en el poder.

Las cosas hechas en seis años, sin embargo, no

habían sido tan malas ni tan contrarias al interés

nacional como se decía en las postrimerías del Go

bierno de Alessandri por los enemigos de Ross.

Dentro de la fórmula capitalista, y salvo su

incapacidad para absorber a ciertos elementos des

plazados y constructivos del ibañismo, Alessandri

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'

1

Ricardo Boizard;

en los primeros años de su tercer Gobierno había:llegado muy allá en la defensa de los intereses generales.

Desde luego, restableció con firmeza el ordenconstitucional. Volvió a los viejos cauces de la nor

malidad y tuvo la suficienteenergía

como

paraarrancar al país, a despecho de las conspiraciones, ...

del caos en que se encontraba.

Los presupuestos defmandados producían una

constante alteración política y económica. Los fon- !

cionarios, inseguros de sus rentas, estaban más al

servido de las intrigas conspirativas que del país,'

Las reparticiones públicas no cumplían sus objeti- !

vos y se buscaba para mantenerlas unos cuantos

recursos ficticios a los cuales no acompañaba nin

gún esfuerzo productor.El país, recien salido de la postración salitre- *

ra

ysin

divisas con qué atendersus

más premiosasnecesidades, experimentó una fuerte reacción y a

su impulso crecieron rápidamente industrias hasta

ayer desconocidas.

Las Oficinas Salitreras volvieron a funcionar

y encontraron allí trabajo remunerador los miles

de cesantes que en los puertos nortinos languidecían el año 32, en promiscuidad vergonzosa y ba

jo la más horrenda de las miserias,

Ya hemos dicho que el pago de la deuda ex

terna y la derogación del Contrato Eléctrico fue-

ron soluciones felices y convenientes. Gracias a elle

--"*■

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Historia de una Derrota 163

recuperó el país el crédito perdido y la fuente de

su

energía industrial.Es verdad que un sistema leonino de impues

tos recargó el costo de la vida y dio al presupuesta

una iníladón desproporcionada con nuestra riqueza. Es verdad que nada se hizo por mejorar las con

diciones de los campesinos y que la defensa del tra

bajadorestuvo

expuesta, como también lo está hoy,a constantes tropiezos y persecuciones.

Es verdad que en las postrimerías de su Go

bierno una casta cerrada y reaccionaria cercó al

Presidente hasta separarlo total y absolutamente del

pueblo.

Pero ya lo hemos dicho. Dentro de la fórmula capitalista en que todavía vivimos y en que con

tinuará desarrollándose la política del Frente Po

pular bajo la égida del radicalismo, ese gobierno en

su aspecto esencial fué quizás el más fructífero y

constructivo de los que la burguesía le ha dado al

paísen los últimos años.

Antes que Alessandri abandonara la Casa Pre

sidencial, a pesar de la distancia que me separó du

rante los dos últimos años, creí que no era posible

dejar de visitarle por última vez, asi como le había

visitado en los tiempos vigorosos del 34.

Llegué una noche a las 11 P. M. Muchos mue

bles habían desaparecido ya. Pero no sólo los mué-

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164 Ricardo Boizard

bles habían desaparecido. Extrañé también muchascaras que antes resultaban familiares. En buenas

cuentas, no había dlí junto al Presidente sino sus

hijos y creo que Waldo Palma. A su lado estaba tam

bién el gran perro del tercer período, el que, según

decían, ladraba a la gente de mal talante, acostum

brado como estaba esos seis años a mirar cuellos al

midonados y zapatos lustrosos. En todo caso, el

aristocrático perro estaba allí haciendo honor a los

de su raza.

En el momento en que yo llegaba, Alessandri

se preparaba a abandonar la Moneda. Era la pri

mera noche que alojaría en la calle Central y me

invitó a conocer su departamento.Cuando bajábamos en el ascensor , me dijo es

tas palabras como un reproche:—Ya ve usted. Getulio Vargas se quedó. Yo

me voy.

Salimos juntos. Me invitó a su lado en el au

tomóvil presidencial y le acompañé a su nueva re

sidencia. O sea. Me tocó el placer de dejar al Pre

sidente Constitucional de Chile que terminaba en

1938 su período, en el lugar que le correspondíapor disposición de la ley.

No puedo negar queme

invadió cierto orgu

llo, cierta íntima satisfacción porque a pesar de to

das las alternativas y conflictos, a pesar de todos

los temores y amenazas , el Primer Mandatario de

la República iba a cumplir con su deber.

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Historia de una Derrota 165

Quise pagar de algún modo esa acogida cari

ñosa de Alessandri después de tantas cosas que nos

habían separado. Y, por primera vez, al cabo de

seis años de haberle sacado el cuerpo a las ceremo

nias oficiales y a las comisiones de reja o de pórtico en la apertura del Congreso, fui a pedir que se

me designara en una de ellas. Bajo el peso tremen

do de la impopularidad que nosotros habríamos evi

tado si Alessandri nos escucha, quería yo recibir al

Presidente y acompañarle hasta que dejara de serlo.

Me fué muy fácil encontrar hueco en la co

misión de reja. Eran muchos los contertulios de la

Moneda, pero la Moneda no es lo mismo que la ca

lle abierta en que el pueblo vocifera y en que se

trata de desafiar su furor.

El 24 de Diciembre a las 3 de la tarde estaba

yo instalado con mis otros colegas junto a la reja

del salón de honor del Congreso, mientras un po

pulacho frenético y amenazante esperaba.Es necesario haber visto aquello desde ese si

tio para conocer la entereza de Alessandri en su ac

titud. Pudo haber buscado un pretexto para no ve

nir. Pudo aun escapar a las injurias y llegar por otra

puerta. Peroesa

actitudno cuadra con su

espíritu batallador y prefirió desafiar la tempestad.

Profundamente enemigo de los dos años últi

mos de su Gobierno; recalcitrante acusador de su

extraña actitud ante los hechos del Seguro Obre-

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166 Ricardo Boizard

ro, yo declaro que ese gesto me pareció en cierto

modo reivindkador de lo pasado. Con mirada es

toica, con altivez y paciencia, recibió las injuriasasí como había redbido los viejos aplausos.

Un ruido ensordecedor se dejó sentir cuando se

acercaba la carroza dd Presidente. Daba la impresión de que el populacho amenazaba con algo más

que silbarle. Unos puños se levantaban en la mul

titud y ésta giraba como un reptil para estrecharla

Se detuvo la carroza frente a la reja y recuer

do que Raúl Marín, noblemente, corrió a recibir

al Primer Mandatario.

Yo, entretanto, le estreché la mano al bajar y

le abrí camino.

Una muchedumbre nos envolvió y Alessandri

fué avanzando serenamente hasta su puesto.

Presencié de cerca todos los detalles de la ce

remonia.

En el momento en que Aguirre Cerda entra

ba aclamado por tribunas y galerías, Alessandri mi

raba sonriente el espectáculo y medía, por cierto,

como pocos, el valor de esos aplausos.Cuando Aguirre Cerda llegó a la mesa de ho

nor traía unos guantes blancos en la mano y ya los

agitaba ante la multitud en un gesto indeciso de

conservar la prenda o de cerrar el puño. Durante

todo d trayecto posterior, hizo lo mismo.

Eso, naturdmente, daba satisfacción a la iz

quierda y tranquilizaba a la derecha. Los izquierdistas veían a su Presidente con el amenazante pu-

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Historia de una derrota 167

ño cerrado. Los derechistas veían en sus manos una

elegante indumentaria de salón.La mano de Alessandri se tendió dignamente

para saludar a su sucesor. Este la estrechó con apa

rente cordialidad y una vez que se colocó la ban

da de tres colores con el dorado broche de O'Hi-

[: ggins, que ya era casi la única reserva de oro que

ÍLnos

iba quedando,se

abrazó cortésmentecon el ex

fc ' Presidente de la República.La banda se veía un poco larga en el pequeño

talle de S. E. Pero aun así, le daba una fisonomía

especid y quedaba éste entregado a la muchedum

bre, ya no como el simple viajero de los andurria-

K les del sur, sino como el elevado penacho de una de-

F- mocracia en camino.

» Los parlamentarios de la derecha salieron de

i la Sala acompañando a Alessandri, donde con un

f ligero lunch despedirían para siempre de la polí-

r tica y del Congreso a ese hombre que por ambas

[ cosas había pasado en medio de vientos contrarios

\ y ruidosas tempestades.

f Más allá de las ventanas estaba el pueblo, una

í masa ondulante que olvidaba sus odios para dar pa-

| so d nuevo amor.

Se dice de Napoleón que su inteligencia fun

cionaba con la rapidez de una estantería en la cual

se cerraba el cajónde un

problemapara abrir el de

otro. Esta masa tenía esa misma costumbre en su

£ corazón. Cerraba automáticamente la caja de sus

odios y abría la de la esperanza.

í

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Pág.

Prólogo 7

21 de Mayo de 1938 11

Posiciones electorales 23

Ross45

Nuestra palabra solitaria 59

El Nacismo,

69

El 5 de Septiembre79

Políticos y cadáveres113

El rumor del mundo 129

Lo que se jugaba 140

El 25 de Octubre,52

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n ¿>& ^

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1 Hoy día, en este libro, fruto de largas medi

taciones, Ricardo Boizard enfoca, en amplio y

curioso panorama, lo que él llam a la "Historia

de una derrota". Toda una época nacional, con

sus grandezas 7 miserias y las contradicciones

de sus hombres representativos, pasa por estas

páginas, palpitantes de actualidad: lo s últimos

meses de la administración Alessandri, el fra

caso d el can did ato de las Derechas, los prime

ros pasos del Frente Popular. T en el fondo de

todo esto, el dram a patético de una juventud

que busca su destino y señala una orientación.

Son páginas llenas de vida, de verdad, hasta

diríamos de fe. A t ravés de ellas, y con abso

luta franqueza, discurre el poeta, el político, el

periodista, grande animador de hombres y de

cosas. Es un libro destinado, sin duda, a pro

vocar contradictorios comentarios, pero de un

Interés apasionante. La "Historia de una de

rrota" colocará a Ricardo Boizard entre los

mejores cronistas políticos de nuestro país.

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