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CELEBRACIONES DOMINICALES EN AUSENCIA / ESPERA DE PRESBÍTERO También cuando una comunidad cristiana no tiene sacerdote para presidir su Eucaristía dominical, hay una serie de valores que siguen en pie el domingo, la comunidad, la Palabra, la vocación ministerial de todos los bautizados y, si se cree oportuno, la participación sacramental en la comunión eucarística. Por eso, cada vez más, también en nuestras tierras, tenemos que recurrir a lo que se llaman “Asambleas dominicales en ausencia de presbítero” (= ADAP) o, tal vez mejor “Celebraciones dominicales en ausencia de presbítero”, porque la palabra “asamblea”, aunque corresponde perfectamente a la clásica “synaxis” cristiana, tiene ahora resonancias más sociales que litúrgicas. El que el título contenga el matiz de “en ausencia” es oportuno, aunque sea negativo, porque así recuerda a la comunidad que le falta uno de los elementos esenciales para su plenitud: la presencia del presbítero. HISTORIA Y SITUACIÓN ACTUAL Las ADAP son unas “celebraciones de la Palabra”, con o sin comunión sacramental después. No son una novedad. El ejemplo más claro lo tenemos el viernes Santo, cuando celebramos la Palabra y recibimos la comunión, sin haber Eucaristía. En el Concilio Vaticano II se vio la necesidad de fomentar las Celebraciones de la Palabra sobre todo cuando falta el presbítero en una comunidad: “Foméntese la celebración sagrada de la palabra de Dios en las vigilias de las fiestas solemnes, en algunas ferias de Adviento y Cuaresma y en los domingos y días festivos, sobre todo en algunos lugares que carecen de sacerdote. En este caso dirigirá la celebración un diácono u otro delegado por el Obispo” (SC 35,4). La 1º instrucción que orientó la reforma en 1964 las recomendaba también: “En lugares donde no haya sacerdote y no se pueda celebrar la misa, los domingos y fiestas de precepto, organícese, a juicio ordinario, una sagrada celebración de la palabra de Dios, presidida por un diácono o incluso por un seglar, especialmente delegado” (Inter Oecumenici n. 37). Son celebraciones a las que hay que recurrir por la escasez de sacerdotes o la dispersión de la población rural. NO ES EL IDEAL

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“Estas celebraciones

no son el modo ideal

de comunidad

para celebrar el domingo”

“La celebración supletoria tiene que aumentar

el deseo de la

Eucaristía”

CELEBRACIONES DOMINICALES EN AUSENCIA / ESPERA DE PRESBÍTERO

También cuando una comunidad cristiana no tiene sacerdote para presidir su Eucaristía dominical, hay una serie de valores que siguen en pie el domingo, la comunidad, la Palabra, la vocación ministerial de todos los bautizados y, si se cree oportuno, la participación sacramental en la comunión eucarística.Por eso, cada vez más, también en nuestras tierras, tenemos que recurrir a lo que se llaman “Asambleas dominicales en ausencia de presbítero” (= ADAP) o, tal vez mejor “Celebraciones dominicales en ausencia de presbítero”, porque la palabra “asamblea”, aunque corresponde perfectamente a la clásica “synaxis” cristiana, tiene ahora resonancias más sociales que litúrgicas.El que el título contenga el matiz de “en ausencia” es oportuno, aunque sea negativo, porque así recuerda a la comunidad que le falta uno de los elementos esenciales para su plenitud: la presencia del presbítero.

HISTORIA Y SITUACIÓN ACTUAL

Las ADAP son unas “celebraciones de la Palabra”, con o sin comunión sacramental después. No son una novedad. El ejemplo más claro lo tenemos el viernes Santo, cuando celebramos la Palabra y recibimos la comunión, sin haber Eucaristía.En el Concilio Vaticano II se vio la necesidad de fomentar las Celebraciones de la Palabra sobre todo cuando falta el presbítero en una comunidad:

“Foméntese la celebración sagrada de la palabra de Dios en las vigilias de las fiestas solemnes, en algunas ferias de Adviento y Cuaresma y en los domingos y días festivos, sobre todo en algunos lugares que carecen de sacerdote. En este caso dirigirá la celebración un diácono u otro delegado por el Obispo” (SC 35,4).

La 1º instrucción que orientó la reforma en 1964 las recomendaba también: “En lugares donde no haya sacerdote y no se pueda celebrar la misa, los domingos y fiestas de precepto, organícese, a juicio ordinario, una sagrada celebración de la palabra de Dios, presidida por un diácono o incluso por un seglar, especialmente delegado” (Inter Oecumenici n. 37).

Son celebraciones a las que hay que recurrir por la escasez de sacerdotes o la dispersión de la población rural.

NO ES EL IDEAL

En la manera de realizar estas celebraciones se tiene que notar claramente que no son el modo ideal de comunidad para celebrar el domingo.

Son una celebración buena, pero incompleta, por la imposibilidad de celebrar la Eucaristía. No tienen que aparecer como una solución “alternativa”, sino como “supletoria” y excepcional.

El ideal de un domingo para la comunidad cristiana es que pueda reunirse y celebrar la Eucaristía. La celebración supletoria no tiene que apagar el deseo de la Eucaristía, sino aumentarlo.

“Es necesario que los fieles perciban con claridad que estas celebraciones tienen carácter de suplencia, y no pueden considerarse como la mejor solución de las dificultades nuevas o una concesión hecha a la comodidad” (Directorio 21).

Hay una serie de valores importantes para una comunidad cristiana que se “salvan” con las ADAP, aunque no se pueda celebrar la Eucaristía:

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“En las ADAP se conserve el valor del domingo y la conciencia de que Cristo

está presente en la comunidad y en la

Palabra”

- el domingo mismo, como día del Señor y día festivo;- la comunidad reunida;- la escucha la Palabra de Dios;- la oración, la alabanza y la súplica comunitaria;- la comunión eucarística, si la hay;- la corresponsabilidad y la dignidad de los fieles laicos, basada en su

Bautismo;- la capacidad de un seglar para dirigir estas celebraciones;- la conciencia de falta de sacerdotes y el estímulo para que surjan

vocaciones ministeriales en la comunidad;- la conexión que sigue existiendo con la Iglesia diocesana y parroquial;

Lo principal que se conserva en esta clase de celebraciones es el valor del domingo (valor humano y cristiano) y la conciencia de que Cristo está presente en la comunidad y en la palabra, aunque no se celebre la Eucaristía.

De la doble mesa a la que él invita a los cristianos, se pone mayor énfasis en la primera: la Palabra, aunque se ha generalizado participar también en la comunión eucarística.

¿BUSCAR OTRAS SOLUCIONES?

Antes de recurrir a las ADAP, El Directorio invita a que se haga lo posible por resolver la carencia de Eucaristía:

a) Ante todo, que los fieles se trasladen a la iglesia más próxima:

“Se ha de considerar ante todo si los fieles no pueden acercarse a la iglesia del lugar más cercano para participar así en la celebración del misterio eucarístico” (Directorio).

Lo cual se hace de un modo admirable en muchos países de misión, en que los fieles recorren distancias muy grandes para acudir a la Eucaristía. Pero en nuestra cultura, aunque si nos trasladamos fácilmente para otros aspectos de la vida social o comercial, nos resulta tal vez más difícil convencernos de que podríamos hacer lo mismo para la Eucaristía. Sobre todo por motivos de edad o salud. Además, pueden influir también motivos de edad, salud, motivos psicológicos, si no son demasiado amistosas las relaciones con los pueblos vecinos.

b) La diócesis tiene que procurar una mejor distribución del clero, incluidos los sacerdotes, religiosos, pensando también en la conveniencia de disminuir el número de misas en las parroquias urbanas y liberar a algunos sacerdotes para las más alejadas.

“Antes que el obispo establezca que se hagan reuniones dominicales sin la celebración de la Eucaristía, además del estudio sobre la situación de las parroquias, deben ser eximidas las posibilidades de recurrir a presbíteros, también religiosos, no directamente vinculados a la cura de almas, y la frecuencia de las misas celebradas en las diversas iglesias y parroquias.Se ha de mantener la primacía de la celebración eucarística sobre cualquier otra acción pastoral, especialmente en domingo” (Directorio 25).

La Eucaristía de una comunidad es el aspecto primordial de la pastoral diocesana.

Tal vez se podrían “liberar” más sacerdotes para esta misión si se encomendaran a fieles seglares algunos de los trabajos o servicios que actualmente realizan los sacerdotes.

c) No parece el ideal que un sacerdote diga muchas misas. A pesar de la generosidad con que algunos recurren a este medio para poder llegar a muchas comunidades, no parece que sea lo más apropiado para su propia psicología y para dignidad del sacramento, que exige ahora mucho más intensidad de dedicación por parte del sacerdote que antes.

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“Algunas comunidades se

resisten a que un laico dirija las celebraciones.

Debe quedar claro que es iniciativa del obispo y del sacerdote o grupo de sacerdotes a los que se les encomendó una

determinada zona pastoral”

No se trata solo de que el sacerdote “diga una Misa”, apareciendo momentos antes en una comunidad como caído del cielo. Su ministerio supone también acompañamiento, preparación, disponibilidad para otros sacramentos…No es de extrañar que el Código de Derecho establezca límites a la multiplicación de misas por parte de un sacerdote: “Si hay escasez de sacerdotes, el Ordinario de lugar puede conceder que, con causa justa, celebren dos veces al día, e incluso, cuando lo exige una necesidad pastoral, tres veces los domingos y fiestas de precepto” (CIC 905).

d) Otra consigna que se repite en los documentos oficiales, y a la que hemos aludido ya, es la de revisar el horario y el número de las misas en las ciudades.

Lo decía explícitamente la instrucción Eucharisticum Mysterium de 1967:

“Hay que tener en cuenta, para la hora y el número de misas que hay que celebrar en las parroquias, la utilidad de la comunidad parroquial, y no multiplicar el número de misas de manera que se disminuya la verdadera eficacia de la acción pastoral. Esto sucedería, por ejemplo, si por la multiplicación de las misas acudiesen a cada misa en iglesias de gran capacidad únicamente pequeñas comunidades de fieles, o si, por la misma causa, los sacerdotes de tal manera se viesen abrumados de trabajo que únicamente con gran dificultad pudiesen cumplir con su ministerio” (n.26)

Lo mismo decidió el Concilio provincial Tarraconense de 1995 en sus resoluciones:

“El Concilio recomienda que se haga un esfuerzo para coordinar los horarios y el número de las celebraciones, en función de las necesidades de los fieles, del número de presbíteros y de calidad de las celebraciones. Se procurará no suprimir la Eucaristía en los pueblos pequeños, aunque para tal fin convenga reducir el número de celebraciones en las grandes ciudades. Si el número de presbíteros no permite asegurar de ninguna manera la asamblea dominical eucarística en todas las comunidades, el obispo de cada Iglesia, con su presbiterio, estudiará la conveniencia de aplicar el Directorio para las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero” (n.65).

Una diócesis tiene que procurar por todos los medios que ninguna comunidad falte a la Eucaristía en las grandes solemnidades.

QUE SEA BUENA LA PRIMERA EXPERIENCIA

Cuando se ha decidido abrir la puerta a estas celebraciones dominicales dirigidas por un seglar -o también por un diácono o un acólito instituido- hay que cuidar mucho como se dan los primeros pasos, evitando la sorpresa y la apariencia de usurpación de misiones por parte de esas personas.

A veces habrá que superar la alergia que existe en algunos lugares a que un laico dirija estas celebraciones. Está muy arraigado lo de la presencia del sacerdote.

Tiene que aparecer claramente que no es iniciativa de esas personas, sino del obispo y del sacerdote o grupo de sacerdotes a los que les está encomendada una zona pastoral con sus diversas comunidades. A veces a los primeros a quienes hay que convencer es a los mismos sacerdotes, que están más dispuestos a multiplicar su trabajo que a hacerse ayudar por seglares en este ministerio.

Hay que explicar amablemente las motivaciones del cambio y presentar a los fieles laicos que serán encargados de las celebraciones, y la formación que han recibido para esta misión. El obispo si no va personalmente -lo que sería lo más conveniente al inicio de la “Experiencia”- a las comunidades a las que el sacerdote no pueda ir alguna vez a celebrar la Eucaristía, debería al menos enviarles una carta oficial en la que se explica la decisión y se da oficialmente el encargo a esas personas concretas.

En todo momento debe quedar clara la conexión con el sacerdote que tiene encomendado el cuidado pastoral de esta comunidad, en conexión también con los sacerdotes y párrocos de la zona, y el carácter de “suplencia” que

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“A todos ellos no se les concede un

privilegio, sino que se les encomienda un servicio para el

bien de la comunidad”

tienen estas celebraciones y cómo su finalidad es la de mantener vivos los valores del domingo cristiano que antes se han enumerado.

A QUIENES ENCOMENDAR ESTE MINISTERIO

El Directorio ofrece (nn.29ss) la lista de personas a las que el obispo puede encomendar el ministerio de dirigir estas celebraciones dominicales sin sacerdote.

a) Ante todo, los diáconos, que son los primeros colaboradores de los sacerdotes. Si son ellos los que presiden esta celebración tienen un modo de actuar propio:

“Cuando preside la celebración el diácono debe comportarse de acuerdo con su ministerio, en los saludos, oraciones y proclamación del Evangelio y homilía, distribución de la comunión y despedida de los participantes con la bendición. Viste los ornamentos propios de su ministerio, esto es el alba con la estola y según la oportunidad la dalmática, y usa la sede presidencial” (Directorio 38)

b) En ausencia también de diáconos, se designarán a laicos:

“a los que encomendará el cuidado de las celebraciones, es decir, la guía de la plegaria, el servicio de la Palabra y la distribución de la santa comunión” (Directorio 30).

Naturalmente, un criterio necesario para esta elección será la imagen que estas personas den en la comunidad, por su conducta y su situación personal y familiar: “Estos sean elegidos atendiendo a su conducta de vida, en consonancia con el Evangelio, y se tenga en cuenta el que puedan ser bien aceptados por los fieles” (Directorio 30).

Dentro de esta categoría de fieles laicos, se sugiere seguir este orden: ante todo los acólitos y lectores instituidos; a falta de estos, hombres y mujeres, que pueden ejercer esta función en base a su bautismo y a su confirmación.

Naturalmente, tienen una cierta prioridad los religiosos, las religiosas y los seminaristas.

c) Todos ellos, sean diáconos o sean laicos, han de presentarse en coordinación con el sacerdote encargado de estas comunidades y, a través de él, con los de la zona.

d) La primera vez deberían ser presentados por el sacerdote, con la oportuna “catequesis” sobre el cambio. En la celebración debería resonar claramente en su momento el nombre del sacerdote del que depende más directamente la comunidad, y del obispo de la diócesis, precisamente por las circunstancias especiales de esta comunidad.

Tendrán también como consigna no acaparar todos los ministerios, sino saber designar a otros como encargados de las lecturas, los cantos, las moniciones, la preparación del local, etc. A todos ellos no se les confiere un “privilegio”, sino que se les encomienda un “servicio” para bien de la comunidad.

Las cualidades que de un modo general apuntábamos en el capítulo 1 (“comunidad y ministerios”) para los ministros que ayudan a la comunidad celebrante, deben brillar todavía más en estas personas a las que se les ha encomendado un ministerio tan delicado.

LA CELEBRACIÓN

El directorio describe detenidamente el proceso de la celebración de la Palabra dirigida por personas que no son sacerdotes.

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Se han de notar las dos partes de toda celebración, la Liturgia de la Palabra y la Comunión suprimiendo claramente lo que es específico de la Eucaristía: el ofertorio y la Plegaria Eucarística.

En el rito de entrada habría que nombrar al párroco. Los textos de las oraciones y lecturas se toman del mismo Misal y Leccionario que en la Eucaristía general.

El laico lee la homilía que le ha procurado el párroco, si no hay otra norma en la diócesis.

Después de la oración universal se pasa ya directamente al Padrenuestro.

Hay una oración de acción de gracias para la que el Directorio ofrece varias fórmulas. Se puede decir:

a) o bien después de la oración universal, b) o bien antes del Padrenuestro, una vez que él dirige la reunión ha ido al sagrario y ha colocado el Pan consagrado encima del altar, c) o bien después de la comunión, pero de manera que no se confunda con la Plegaria Eucarística y su estilo.

Al final se dan los avisos y notificaciones que convenga, recalcando de nuevo la unión con la parroquia “madre”.

CONSIGNAS PASTORALES

Si es laico quien dirige (aquí no se habla de “presidir”) la celebración, tiene otras consignas, lógicamente distintas de las del DIÁCONO:

“El laico que modera la reunión actúa como uno entre iguales, como ocurre en la Liturgia de las Horas cuando no preside el ministro ordenado, y en las bendiciones, cuando el ministro es laico (“El Señor nos bendiga…”, bendigamos al Señor…”). No debe emplear las palabras reservadas al presbítero o al diácono y debe omitir aquellos ritos que remiten de alguna manera directa a la Misa, por ejemplo los saludos (especialmente “El Señor este con vosotros”) y la formula de despedida que haría aparecer al laico moderador como un ministro sagrado” (Directorio 39).

Otros aspectos son las del vestido y el acceso a la sede presidencial o al altar:

“Lleve un vestido que no desdiga de esta función, o la vestidura que oportunamente señale el obispo. No use la sede presidencial, sino prepárese otra fuera del presbiterio.El altar, que es la mesa del sacrificio y del convite pascual, será usado solamente para poner el Pan consagrado antes de la distribución de la Eucaristía”.

Se decidirá también en la diócesis el tiempo para el que estas personas reciben esta misión:

“La designación se hará habitualmente por un período determinado y se manifestará públicamente a la comunidad. Es conveniente que se haga una plegaria especial por ellos en alguna celebración” (Directorio 30).

Se ha de proclamar un proceso de formación para estas personas, y se les ha de ayudar cada vez en la preparación de las celebraciones:

“El párroco se responsabilizará de dar los laicos una oportuna y continua formación y de preparar con ellos unas celebraciones dignas” (Directorio30).

No basta que sean personas de buena voluntad: debe ir adquiriendo una “formación permanente” que les facilite el ejercicio cada vez más eficaz de su misión.Es también una ocasión para que todos los fieles vayan recibiendo la oportuna formación catequística sobre la importancia del domingo, la reunión de la comunidad, la escucha de la Palabra y la corresponsabilidad de la comunidad respecto a las vocaciones.