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  • Una temporada en el infierno

    Arthur Rimbaud

    Traducido por Oliverio Girondo y Enrique Molina

    EDICOM, Buenos Aires, 1970

    Ttulo original: Une saison en enfer, 1873

    La paginacin ser corresponde con la edicin impresa. Se han

    eliminado las pginas en blanco

  • NOTA DE LOS TRADUCTORES Nuestra devocin por la obra de Rimbaud y por cuanto su nombre suscita como ima- gen de la ms pura impura rebelda, quiz no hubiera bastado para decidirnos a en- frentar el riesgo, escasamente indito, de verter en nuestro idioma Una temporada en el infierno, a los ochenta y cinco aos de su aparicin.1 Pero, adems del hechi- zo que ejerce la personalidad de Rimbaud y de la deslumbradora belleza de su texto cuya perenne vitalidad ha extendido su influencia sobre casi toda la literatura mo- derna, nos impuls a tomar esta determi- nacin la circunstancia de que las poqusi- mas traducciones que existen en espaol,

    1 La primera edicin de esta traduccin fue edi- tada en 1959 (N. del E.).

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  • adems de ser deficientes, se encuentran agotadas.

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    No desconocemos la responsabilidad que implica una tarea tan ardua y arriesgada. Pese a la humilde dedicacin con que la hemos realizado, es posible que, con dema- siada frecuencia, no hayamos encontrado la ms valedera solucin a los mltiples problemas que ella plantea. Adems de los que ofrece cualquier traduccin, se aaden, en el caso de Rimbaud, los provocados por la incandescencia y la extrema tensin que de continuo alcanza su poesa. Nacen otros de la riqueza polifnica de sus resonancias y modulaciones, de los relampagueos de su ritmo interior y, mucho ms an, del ex- traordinario poder de sntesis que logra su estilo, mediante el empleo de las ms vio- lentas contracciones y de la supresin de imprescindibles nexos sintcticos; licencias que obedecen a perentorios designios ex- presivos o responden a una lgica ms pro- funda que la gramatical. Agrguese a todo esto el uso y el abuso de interjeccio- nes, modismos y frases hechas que no siem- pre poseen una estricta equivalencia en

  • nuestra lengua, y se percibirn las dificul- tades de trasvasar a ella, o a cualquiera otra, la vertiginosa fuerza de encantamien- to de una obra, sobre la que puede afir- marse, sin temor a exagerar, que es una de las ms bellas del mundo.

    Aunque ello agrave nuestra responsabi- dad, advertiremos, sin embargo, que, frente a todas estas dificultades, ciertas caracters- ticas del estilo rimbaudiano hacen que se preste, particularmente, a ser vertido al es- paol. Demasiado evolucionado, lleno de frases hechas, de lugares comunes y de mo- dos expresivos esteriotipados, es el francs un idioma esencialmente lgico y discursi- vo. Ningn otro, quiz, logre expresar me- jor los ms variados matices de una idea, las ms sutiles graduaciones de un senti- miento. Pero en su afn de ceirlo todo, como una malla, pierde consistencia, peso, densidad, y, demasiado transparente y hasta delicado por dems, prefiere, con excesiva frecuencia, la gracia y el espritu de finura, al mpetu y al vigor.

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    Sin extremar las repercusiones del enor- me esfuerzo que Rimbaud debi realizar,

  • para tonificarlo e infundirle todo el calor y el color que requera cuanto anhela- ba expresar, parece lcito suponer que esta constante insatisfaccin contribuy, de al- guna manera, a provocar entre otros trascendentales y cuantiosos motivos la profunda crisis espiritual que terminara por decidirlo a no escribir nunca ms.

    Insistiremos, en todo caso, en subrayar algunas particularidades del espaol que se adaptan, segn nuestra opinin y en cier- to sentido por lo menos, al espritu y al estilo rimbaudianos. No ayudamos, tan slo, a su riqueza, a su poder expresivo, ni a su librrima sintaxis. Nos referiremos tambin al ascetismo de su construccin, cuya aus- teridad le permite prescindir del constante empleo de muletillas tan intiles, como los pronombres personales, antes del verbo, en que necesita apoyarse el francs, y nos re- ferimos, ms que nada, a la frrea sonori- dad de su fontica, en la que resuena toda- va la gutural aspereza de muchas voces de origen rabe, cualidades y defectos que per- miten aproximarse y, en escasos momen-

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  • tos, superar la violencia de latigazo de la brosa potica de Rimbaud 1.

    Tras el empeo de que ella no pierda, por lo menos, todo su fulgor, y sin de- jar de ceirnos al texto lo ms escrpulo- samente posible, no hemos titubeado en emplear vocablos y expresiones que, sin ser estrictamente textuales, son equivalentes, cada vez que lo ha requerido la expresivi- dad y la cadencia de la frase o el genio de nuestro idioma; pues, entendemos que es mucho ms importante traducir las n- timas resonancias del estilo de Rimbaud, que la aparente exactitud de su contenido. El lector juzgar si estas licencias resultan justificadas, como tambin si mediante y a pesar de ellas, hemos logrado trasladar de un idioma a otro, aunque sea en parte, la sustancia de sus formas rtmicas y ex- presivas.

    A la inversa de las traducciones en es-

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    1 Creemos sugestivo recordar que, antes de abandonar Europa, Rimbaud estudi con su ha- bitual vehemencia y su prodigiosa facilidad nu- merosos idiomas, entre los cuales figuraban el rabe y el espaol.

  • paol, anteriores a sta, que vertieron en prosa todos los poemas que forman parte de Una temporada en el infierno y lo que es peor an, en una prosa donde la poesa no se ha hospedado ni un instan- te, hemos recurrido al empleo del metro y de la rima, a pesar del riesgo de caer en mayores licencias que las denunciadas por- que, de lo contrario, ellos dejaran de cum- plir la funcin que les asign Rimbaud y que desempean con deslumbrante pleni- tud. Adems de conferirle al texto una va- riedad mayor, es evidente que figuran en l como verdaderas ilustraciones de su Al- quimia del Verbo, y como ejemplos carac- tersticos del originalsimo empleo de un medio de expresin cuyos recursos difie- ren de los de su prosa, aunque se susten- ten en los mismos principios. La esclarece- dora circunstancia de que existan versio- nes anteriores, con numerosas variantes, de todas estas poesas, nos ha permitido, por lo dems, si no vencer, al menos sosla- yar dificultades que, sin ellas, hubieran re- sultado insuperables.

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    Aunque la particularsima puntuacin

  • de Rimbaud suele contrariar las normas que rigen la de nuestro idioma, hemos de- cidido respetarla porque, adems de que ella suele violar tambin las del francs, constituye uno de los tantos recursos de que se vale para el logro de sus ms nti- mos propsitos.

    Antes de terminar esta nota cuya ni- ca finalidad consiste en sealar los motivos y los tropiezos del intento realizado s- lo nos queda por puntualizar que hemos seguido el texto de la Bibliothque de la Plaide, editado por la Nouvelle Revue Franaise, que reproduce, con toda fideli- dad salvo algunas erratas evidentes, el de la primera edicin, publicada por el mismo Rimbaud, y que no acepta, con to- da razn, las correcciones introducidas por Paterne Berrichon en la divulgada edicin del Mercure de France, que lleva el tan comentado prlogo de Paul Claudel.

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  • UNA TEMPORADA

    EN EL INFIERNO

  • N O C H E D E I N F I E R N O

  • Antao, si lo recuerdo bien, mi vida era un festn donde se abran todos los cora- zones, donde todos los vinos corran.

    Una noche, sent a la Belleza en mis ro- dillas. Y la encontr amarga. Y la injuri.

    Me arm contra la justicia. Hu. Oh hechiceras, oh miseria, oh col-

    lera, a vosotras os he confiado mi tesoro! Logr desvanecer de mi espritu toda es-

    peranza humana. Sobre toda alegra para estrangularla di el salto sordo de la bestia feroz.

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    Llam a los verdugos para morder, mientras agonizaba, la culata de sus fusi- les. Llam a las plagas, para ahogarme con la arena, la sangre. La desdicha fue mi dios. Me revolqu en el fango. Me sequ con el aire del crimen. Y le di buenos chas- cos a la locura.

  • Y la primavera me trajo la horrenda ri- sa del idiota.

    Ahora bien, hallndome hace muy poco a punto de lanzar el ltimo cuac! so re- cuperar la llave del antiguo festn, en don- de tal vez recobrara el apetito.

    Esta llave es la claridad. Tal inspira- cin prueba que he soado!

    Seguirs hiena, etc....., exclama el demonio que me coron con tan amables adormideras. Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egosmo y todos los pe cados capitales.

    Ah! Estoy harto de eso: Pero, que- rido Satn, os conjuro, una mirada menos iracunda! y a la espera de algunas peque- as vilezas repagadas, para quienes apre- cian en el escritor la ausencia de faculta- des descriptivas o instructivas, desprendo estas pequeas aborrecibles hojas de mi car- net de condenado.

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  • M A L A S A N G R E

  • Heredo de mis antepasados galos los ojos azulblancos, el juicio estrecho, y la tor- peza en la lucha. Considero mi vestimenta tan brbara como la suya. Pero no engraso mis cabellos.

    Los galos fueron los desolladores de bes- tias, los incendiarios de hierbas ms inep- tos de su tiempo.

    De ellos, heredo: la idolatra y el amor al sacrilegio; oh! todos los vicios, cle- ra, lujuria, magnfica, la lujuria; y sobre todo mentira y pereza.

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    Me horrorizan todos los oficios. Patro- nos y obreros, todos plebe, innobles. La mano que maneja la pluma vale tanto co- mo la que conduce el arado. Qu siglo de manos! Yo nunca tendr mano. Ade- ms, la domesticidad lleva demasiado lejos. Me exaspera la honradez; de la mendici-

  • dad. Los criminales repugnan como los cas- trados: en cuanto a m, estoy intacto, y me da lo mismo.

    Pero! quin hizo mi lengua tan per- fida como para que guiara y protegiera hasta ahora mi pereza? Sin servirme de mi cuerpo ni siquiera para vivir, y ms ocioso que el sapo, estuve en todas partes. No existe una familia de Europa que no conoz- ca. Hablo de familias como la ma, que lo deben todo a la declaracin de los Dere- chos del Hombre. He conocido cada hi- jo de familia!

    Si poseyera antecedentes en algn

    to de la historia de Francia! Pero no, nada. Es indudable que siempre fui raza infe-

    rior. No comprendo la rebelda. Mi raza slo se sublev para saquear: como los lo- bos al animal que no mataron.

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    Recuerdo la historia de Francia hija ma- yor de la Iglesia. Villano, habra hecho el viaje a Tierra Santa; rememoro caminos de las llanuras suabas, panoramas de Bisando,

  • murallas de Solima; el culto a Mara, el enternecimiento por el crucificado se des- piertan en m entre mil fantasas profanas. Estoy sentado, leproso, sobre tiestos y ortigas, al pie de un muro rodo por el sol. Ms tarde, mercenario, habra viva- queado bajo las noches de Alemania.

    Ah! ms an: con viejas y nios danzo el Sabat en el rojizo claro de un bosque.

    Mi recuerdo no va ms all de esta tie- rra y del cristianismo. Jams terminar de reverme en ese pasado. Pero siempre solo; sin familia; qu lenguaje hablara? Nun- ca me veo en los consejos de Cristo; ni en los consejos de los Seores, representan- tes de Cristo.

    Quienquiera que yo fuese en el siglo pa- sado, slo vuelvo a encontrarme hoy. Na- da de vagabundos, nada de guerras vagas. La raza inferior lo cubri todo el pue- blo, como se dice, la razn; la nacin y la ciencia.

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    Oh! la ciencia! Todo se ha retomado. Para el cuerpo y el alma, el vitico, contamos con la medicina y la filosofa, los remedios de buenas mujeres y las

  • canciones populares aregladas. Y los en- tretenimientos de los prncipes y los jueces que ellos prohiban! Geografa, cosmo- grafa, mecnica, qumica!...

    La ciencia, la nueva nobleza! El pro- greso. El mundo marcha! Por qu no ha- bra de girar?

    Es la visin de los nmeros. Vamos ha- cia el Espritu. Lo que digo es muy cierto, es orculo. Comprendo, e incapaz de expli- carme sin palabras paganas, quisiera en- mudecer.

    La sangre pagana retorna! El Espritu

    est prximo, por qu no me ayuda Cris- to confirindole a mi alma nobleza y liber- tad? Ay! el Evangelio ha muerto! el Evangelio! el Evangelio!

    Espero a Dios con verdadera gula. Soy de raza inferior por toda la eternidad.

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    Heme aqu en la playa armoricana. Que las ciudades se iluminen en la noche. He cumplido mi jornada; abandono a Europa. El aire marino quemar mis pulmones; me curtirn los climas perdidos. Nadar, pi-

  • sotear hierba, cazar, sobre todo fumar; be- ber licores fuertes como metal hirviente, a semejanza de aquellos queridos ante- pasados alrededor del fuego.

    Regresar, con miembros de hierro, la piel ensombrecida, la mirada furiosa: por mi mscara, se supondr que pertenezco a una raza fuerte. Tendr oro: ser ocioso y brutal. Las mujeres cuidan a esos feroces lisiados reflujo de las tierras clidas. nter- vendr en poltica. Salvado.

    Ahora estoy maldito, tengo horror a la patria. Lo mejor, sera dormir, completa- mente ebrio, sobre la playa.

    No se parte. Retomemos los caminos

    de aqu, cargado con mi vicio, el vicio que ech sus races de sufrimiento en mi flan- co, desde la edad de la razn que sube al cielo, me azota, me derriba, me arrastra.

    La ltima inocencia y la ltima timidez;. Lo dicho. No llevar al mundo mis repug- nancias y mis traiciones.

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  • Vamos! La marcha, el fardo, el desier- to, el hasto y la clera.

    A quin venderme? A qu bestia ado- rar? A qu imagen santa atacar? Qu corazones destrozar? Qu mentira debo sostener? Sobre qu sangre caminar?

    Cuidarse, ms bien, de la justicia. La vida dura, el simple embrutecimiento, levantar, con el puo reseco, la tapa del fretro, sentarse, sofocarse. As, nada de peligros, ni de senectud: el terror no es francs.

    Ah! me encuentro tan abandonado que ofrezco a cualquier divina imagen mis impulsos hacia la perfeccin.

    Oh mi abnegacin, oh mi caridad ma- ravillosa! aqu en la tierra, sin embargo!

    De profundis Domine, si ser estpido! Cuando an era muy nio, admiraba al

    presidiario intratable tras el cual se cierran siempre las puertas de la crcel; visitaba los albergues y las posadas que l haba santificado con su presencia; vea con su

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  • idea el cielo azul y el florido trabajo del campo; husmeaba su fatalidad en las ciu- dades. El era ms fuerte que un santo, ms sensato que un viajero y l, slo l! co- mo nico testigo de su gloria y de su razn.

    En las rutas, durante las noches de in- vierno, sin techo, sin ropas, sin pan, una voz oprima mi corazn helado: Debili- dad o fuerza. No sabes a dnde vas ni por qu vas, entra en todas partes, responde a todo. Como si fueras un cadver ya no te podrn matar. A la maana tena una mirada tan extraviada y un aspecto tan muerto que aquellos que encontr quiz no me hayan visto.

    En las ciudades el fango se me apareca sbitamente rojo y negro, como un espe- jo cuando la lmpara circula en la habita- cin contigua, cual un tesoro en el bos- que! Buena suerte, exclamaba, y vea un mar de llamas y humo en el cielo; y, a iz- quierda, a derecha, todas las riquezas fla- meando como un millar de relmpagos.

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    Pero la orga y la camaradera de las mujeres me estaban prohibidas. Ni siquie- ra un compaero. Me vea ante una mul-

  • titud exasperada, ante el pelotn de ejecu- cin, llorando la desgracia de que ellos no hubieran podido comprender, y perdo- nando! Como Juana de Arco! Sa- cerdotes, profesores, maestros, os equivo- cis al entregarme a la justicia. Jams per- tenec a este pueblo; nunca he sido cristia- no; pertenezco a la raza que cantaba en el suplicio; no comprendo las leyes; ca- rezco de sentido moral, soy una bestia: es- tis equivocados...

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    S, tengo los ojos cerrados a vuestra luz. Soy una bestia, un negro. Pero puedo ser salvado. Vosotros sois falsos negros, voso- tros: maniticos, feroces, avaros. Merca- der, t eres negro; magistrado, t eres ne- gro; general, t eres negro; emperador, vieja comezn, t eres negro: has bebido un licor sin impuesto, de la fbrica de Sata- ns. Este pueblo se inspira en la fiebre y el cncer. Invlidos y ancianos son tan respetables que piden que los hiervan. Lo sagaz es abandonar este continente, donde ronda la locura para proveer de re- henes a esos miserables. Yo entro en el ver- dadero reino de los hijos de Cam.

  • Conozco tan siquiera la naturaleza? me conozco? Basta de palabras. Sepul- to a los muertos en mi vientre. Gritos, tambor, danza, danza, danza, danza! Ni si- quiera vislumbro la hora en que, al desem- barcar los blancos, me precipitar en la nada.

    Hambre, sed, gritos, danza, danza, dan- za, danza!

    Los blancos desembarcan. El can!

    Hay que someterse al bautismo, vestirse, trabajar.

    He recibido el golpe de la gracia en pleno corazn. Ah! no lo haba previsto!

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    Yo no hice el mal. Los das me sern leves, se me ahorrar el arrepentimiento. No habr padecido los tormentos del alma casi muerta para el bien, por la que ascien- de la luz severa como los cirios funerarios. El destino del hijo de familia, fretro pre- maturo cubierto de lmpidas lgrimas. Sin duda el libertinaje es estpido, el vicio es estpido; hay que dejar a un lado la podre- dumbre. Pero el reloj no habr llegado a

  • dar ms que la hora del puro dolor! Me raptarn como a un nio para jugar al Paraso en el olvido de toda desdicha!

    Pronto! hay otras vidas? El sueo en la riqueza es imposible. La riqueza fue siempre un bien pblico. nicamente el amor divino otorga las llaves de la ciencia. Veo que la naturaleza es slo un espectcu- lo de bondad. Adis quimeras, ideales, errores.

    El razonable canto de los ngeles se ele- va del navio salvador: es el amor divino. Dos amores! puedo morir de amor te- rrestre, morir de abnegacin. Dejo almas cuya pena se acrecentar con mi partida! Me has elegido entre los nufragos; los que quedan no son acaso mis amigos?

    Slvalos! Me ha nacido la razn. El mundo es bue-

    no. Bendecir la vida. Amar a mis her- manos. Estas ya no son promesas infanti- les. Ni la esperanza de escapar a la vejez y a la muerte. Dios hace mi fuerza, y yo alabo a Dios.

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  • El hasto ya no es mi amor. Las iras, el libertinaje, la locura, de la que conozco todos los impulsos y los desastres, todo mi fardo est depositado. Apreciemos sin vrtigo la extensin de mi inocencia.

    En adelante ser incapaz, de reclamar el consuelo de una paliza. No me creo embar- cado para unas bodas donde Jesucristo es el suegro.

    No soy prisionero de mi razn. He di- cho: Dios. Quiero la libertad en la salva- cin: cmo alcanzarla? Los gustos frvo- los me han abandonado. Ya no necesito ni abnegacin ni amor divino. No echo de menos el siglo de los corazones sensibles. Cada uno tiene su razn, su desprecio, su caridad: yo conservo mi sitio en la cumbre de esta angelical escala de buen sentido.

    En cuanto a la felicidad establecida, sea o no domstica... no, no puedo. Soy de- masiado dbil, demasiado disipado. La vi- da florece por el trabajo, vieja verdad: en cuanto a mi vida no es lo bastante pesada, y vuela y flota lejos muy por encima de la accin, ese dorado punto del mundo.

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    Hasta dnde me he convertido en una

  • vieja solterona que me falta coraje para amar a la muerte!

    Si Dios me concediera la calma celestial, area, la plegaria como a los santos de antao. Los santos, fuertes! los ana- coretas, artistas como yo no hacen falta!

    Perpetua farsa! Mi inocencia podra hacerme llorar. La vida es la farsa en que participamos todos.

    Basta! He aqu el castigo. En marcha! Ah! los pulmones arden, bullen las sie-

    nes! la noche rueda en mis ojos, con este sol! el corazn... los miembros...

    A dnde vamos? al combate? Yo soy dbil! los otros avanzan. Las herramien- tas, las armas... el tiempo!...

    Fuego! fuego sobre m! All! o me rin- do. Cobardes! Me mato! Me arro- jo a las patas de los caballos!

    Ah!..., Me habituar. Eso sera la vida francesa, el sendero

    del honor!

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  • He ingerido un enorme trago de veneno. Sea tres veces bendito el consejo que lleg hasta m! Se me abrasan las entra- as. La violencia del veneno me retuerce los miembros, me deforma, me derriba. Muero de sed, me ahogo, no puedo gritar. Es el infierno, la pena eterna! Mirad c- mo asciende el fuego! Ardo como es de- bido. Vaya, demonio!

    Haba entrevisto la conversin al bien y a la felicidad, la salvacin. Podra des- cribir esa visin, el aire del infierno no tolera himnos! Eran millones de criaturas encantadoras, un suave concierto espiri- tual, la fuerza y la paz, las nobles ambi- ciones, qu se yo?

    Las nobles ambiciones!

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    Y an es la vida! Si la condenacin es eterna! Un hombre que desea mutilarse est bien condenado no es as? Yo me creo en el infierno, por lo tanto estoy en l. Es el cumplimiento del catecismo. Soy escla- vo de mi bautismo. Padres mos, habis he cho mi desgracia y la vuestra. Pobre ino- cente! El infierno no puede atacar a los paganos. An es la vida! Las delicias

  • de la condenacin resultarn despus profundas. Un crimen, y pronto, que yo caiga en la nada, en virtud de la ley hu- mana.

    Calla, pero calla!... Es la vergenza, el reproche, aqu: Satn proclamando que el fuego es innoble y que mi clera es ho- rriblemente estpida. Basta!... Errores que me soplan al odo, magias, perfumes falsos, msicas pueriles. Y pensar que poseo la verdad, que percibo la justicia: tengo un criterio sano y definido, estoy preparado para la perfeccin... Orgullo. La piel de mi cabeza se reseca. Piedad! Seor, tengo miedo. Tengo sed, tanta

    sed! Ah! la infancia, la hierba, la lluvia, el lago sobre las piedras, el claro de luna cuando el campanario daba las doce... All se encuentra el diablo a esa hora. Ma- ra! Virgen santa!... Me horroriza mi estupidez.

    No estn all esas almas honradas, que desean mi bien?... Que acudan!... Ten- go una almohada sobre la boca, no me oyen, son fantasmas. Por lo dems, nadie

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  • piensa en los otros. No se me acerquen. Huelo a quemado, es evidente.

    Las alucinaciones son innumerables. Es lo que siempre tuve: falta de fe en la his- toria, olvido de los principios. Me callar: poetas y visionarios sentiran celos de m. Soy mil veces el ms rico, seamos avaros como el mar.

    Ah! el reloj de la vida se ha detenido hace un instante. Ya no estoy en el mundo. La teologa es seria, el infierno con se- guridad est abajo y el cielo en lo alto. xtasis, pesadilla, un sueo en un nido de llamas.

    Cuntas malicias en la atenta contem- placin del campo... Satn, Fernando, corre con los granos salvajes... Jess ca- mina sobre las zarcas purpurinas, sin do- blegarlas... Jess caminaba sobre las aguas irascibles. La linterna nos lo mostr de pie, blanco y de negras trenzas, sobre una ola de esmeralda...

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    Voy a revelar todos los misterios: mis- terios religiosos o naturales, muerte, naci- miento, porvenir, pasado, cosmogona, la nada. Soy maestro en fantasmagoras.

  • Escuchad!... Poseo todos los talentos! Aqu no hay

    nadie y sin embargo hay alguien: no qui- siera esparcir mi tesoro. Queris cantos negros, danzas de hures? Queris que des- aparezca, que me sumerja en busca del anillo.? Qu queris? Har oro, remedios.

    Confiad en m, la fe alivia, gua, cura. Venid todos, hasta las criaturas, pa- ra que os consuele, para que uno esparza entre vosotros su corazn, el corazn maravilloso! Pobres hombres, trabaja- dores! Yo no pido plegarias; con vuestra confianza solamente, ser feliz.

    Y pensemos en m. Esto apenas me hace extraar el mundo. Tengo suerte de no sufrir ms. Mi vida slo fue dulces lo- curas, es lamentable.

    Bah! hagamos todas las muecas imagi- nables.

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    Decididamente, estamos fuera del mun- do. Ni un solo sonido. Mi tacto desapare- ci. Ah! m castillo, mi Sajonia, mi bos- que de sauces. Los atardeceres, las maa- as, las noches, los das... Estoy tan cansado!

  • Debera tener mi infierno para la c- lera, mi infierno para el orgullo, y el in- fierno de la caricia; un concierto de in- fiernos.

    Muero de lasitud. Esto es la tumba, voy hacia los gusanos, horror de horrores! Sa- tn, farsante, quieres disolverme, con tus hechizos. Yo reclamo. Yo reclamo! un hor- quillado, una gota de fuego.

    Ah! ascender otra vez; a la vida! Otear nuestras deformidades. Y ese veneno, ese beso mil veces maldito! Mi debilidad, la crueldad del mundo! Piedad, Dios mo, ocltame, me siento demasiado mal! Es- toy escondido y no lo estoy.

    Es el fuego que se levanta con su con- denado.

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  • D E L I R I O S

  • I

    VIRGEN LOCA

    EL ESPOSO INFERNAL

    Escuchemos la confesin de un compaero de infierno:

    Oh divino Esposo, mi Seor, no rehu- ses la confesin de la ms triste de tus sier- vas. Estoy perdida, ebria. Soy impura. Qu vida!

    Perdn, divino Seor, perdn! Ah! perdn! Cuntas lgrimas! Y cuntas l- grimas todava para despus, espero!

    Ms tarde, conocer al divino Esposo! Nac sometida a l. Ahora puede gol- pearme el otro!

    Actualmente, estoy en el fondo del mundo! Oh mis amigas!... no, no son mis amigas... Jams hubo delirios ni torturas semejantes... Qu tontera!

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    Ah! sufro, grito. Sufro verdaderamen-

  • te. Cargada con el desprecio de los ms despreciables corazones, todo me est per- mitido sin embargo.

    En fin, hagamos esta confidencia, a condicin de poder repetirla otras veinte veces, tan opaca, tan insignificante!

    Soy esclava del Esposo infernal, de aquel que perdi a las vrgenes locas. Es ciertamente ese demonio. No es un espec- tro, no es un fantasma. Pero a m que perd la prudencia, que estoy condenada y muer- ta para el mundo, no me matarn! Cmo os lo describir! Ya ni siquiera s hablar. Estoy de luto, lloro, tengo miedo. Un poco de frescura, Seor, si quieres, si t as lo quieres!

    Soy viuda... Era viuda... pe- ro s, antes era muy seria, y no nac para convertirme en esqueleto!... El era casi un nio... Sus misteriosas delicadezas me sedujeron. Olvid todo deber humano por seguirlo. Qu vida! La verdadera vida es- t ausente. No estamos en el mundo. Yo voy adonde l va, es necesario. Y l se en- colerina a menudo conmigo, conmigo, la

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  • pobre alma. El Demonio! Es un Demo- nio, ya lo sabis, no es un hombre.

    El dice: No amo a las mujeres. Hay que reinventar el amor, ya se sabe. Ellas slo pueden ambicionar una posicin se- gura. Obtenida, corazn y belleza se dejan a un lado: slo queda fro desdn, nico alimento del matrimonio de hoy. O bien en- cuentro mujeres con los signos de la fe- licidad, a quienes yo hubiera podido tras- formar en buenas camaradas mas, devora- das desde el comienzo por brutos sensibles como hogueras...

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    Le escucho convertir la infamia en una gloria, la crueldad en un encanto. Soy de raza lejana: mis padres eran escandinavos: se atravesaban las costillas, beban su pro- pia sangre. Yo cubrir de incisiones to- do mi cuerpo, me tatuar, quiero volverme horrible como un mongol: ya vers, aulla- r por las calles. Quiero enloquecer de ra- bia. Nunca me muestres joyas, me arras- trara y me retorcera sobre la alfombra. Mi riqueza, la querra toda manchada de sangre. Jams trabajar... Muchas no- ches, su demonio se apoderaba de m, y

  • rodbamos juntos, y yo luchaba con l! Otras, a menudo, ebrio, acecha en las calles o en las casas, para asustarme mortal- mente. Con toda seguridad me cortarn la cabeza; ser repugnante. Oh!, esos das en que desea andar con aire de crimen!

    A veces habla, en una especie de jerga enternecida, de la muerte que hace arre- pentir, de desdichados que ciertamente existen, de trabajos penosos, de despedi- das que desgarran los corazones. En los tugurios donde nos embriagbamos, llo- raba al pensar en la gente que nos rodea- ba, rebao de la miseria. Levantaba a los ebrios en las negras calles. Senta la piedad de una mala madre por las criaturas. Se alejaba con gentileza de niita que va al catecismo. Simulaba conocerlo todo, ce mercio, arte, medicina. Yo lo segua, como corresponde!

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    Vea todo el decorado con que se ro- deaba mentalmente: vestimentas, telas, muebles; yo le prestaba armas, otro rostro. Vea cuanto le concerna, como l hubiera querido crearlo para s mismo. Cuando su espritu parecame inerte, lo segua, lejos,

  • en acciones extraas y complicadas, buenas o malas: estaba segura de no penetrar ja- ms en su mundo. Junto a su querido cuer- po dormido, cuntas horas nocturnas he velado, preguntndome por qu ansiara tanto evadirse de la realidad. Jams nin- gn hombre hizo semejante voto. Recono- ca sin temer por l que podra repre- sentar un serio peligro para la sociedad. Tendr acaso secretos para cambiar la vida.? No, slo los busca, me responda. En fin, su caridad est hechizada, y yo soy su prisionera. Ninguna otra alma tendra fuerza suficiente fuerza de desespera- cin! para soportarla, para ser proteg- da y amada por l. Por lo dems, no lo imaginaba con otra alma: uno ve a su pro- pio ngel, nunca al ngel de otro, creo. Yo resida en su alma como en un palacio que se ha desocupado para no recibir a una persona tan innoble como vosotros: eso es todo. Qu vamos a hacerle! Yo dependa de l enteramente. Pero qu pretenda con mi opaca y pusilnime exis- tencia? El no consegua que fuese mejor,

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  • sino hacindome morir! Te comprendo. l se encoga de hombros.

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    As, mi pena se renovaba sin cesar, y encontrndome cada vez ms perdida ante mis propios ojos como tambin ante los de aquellos que hubieran querido fijarse en m, si no hubiese estado condenada para siempre al olvido de todos! senta ms y ms hambre de su bondad. Con sus besos y sus cariosos abrazos aquello era un ver- dadero cielo, un sombro cielo en el que yo penetraba, y en el cual hubiese querido que me dejaran, pobre, sorda, muda, cie- ga. Ya me iba habituando a ello. Yo nos vea como dos buenos nios que pueden pasearse libremente en el Paraso de la tris- teza. Nos compenetrbamos. Llenos de emocin, trabajbamos juntos. Pero, des- pues de una penetrante caricia, l me de- ca: Qu extrao te parecer todo lo que has pasado, cuando ya no est. Cuando ya no tengas mi brazo bajo tu cuello, mi cora- zn para que reposes, ni esta boca sobre tus ojos. Porque tendr que irme, muy lejos, algn da. Pues tengo que ayudar a otros: es mi deber. Aunque sea tan poco

  • apetecible... alma querida... En se- guida yo me presenta, ya lejos de l, pre- sa de un vrtigo que me precipitaba en las ms horribles de las sombras: la muerte. Le haca jurar que no me abandonara. Veinte veces, hizo esta promesa de aman- te. Era tan frvolo como yo cuando le deca: Te comprendo.

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    Ah! Jams me inspir celos. Creo que no me abandonar. Qu sucedera? Carece de relaciones; no trabajar jams. Quiere vivir sonmbulo. Bastaran su bondad y su caridad para darle derecho al mundo real? Hay instante en que olvido la miseria en que he cado: l me har fuer- te, viajaremos, casaremos en los desiertos, dormiremos sobre el pavimento de ciuda- des desconocidas, sin cuidados, sin penas. O despertar, y las leyes y las costumbres habrn cambiado gracias a su poder m- gico, el mundo, aunque siga siendo el mismo, me permitir entregarme a mis de- seos, a mis alegras, a mis indolencias. Oh! la vida de aventuras que existe en los libros de los nios me la dars como recompensa por todo lo que he sufrido? No puede.

  • Ignoro su ideal. Me ha dicho que tiene penas, esperanzas: no debo inmiscuirme en eso. El habla con Dios? Tal vez yo debie- ra dirigirme a Dios. Estoy en lo ms hon- do del abismo, y ya no s rezar.

    Si me explicase sus tristezas, las com- prendera mejor que sus sarcasmos? Me ataca, pasa horas enteras avergonzndome por todo lo que pudo conmoverme en el mundo, y se indigna si lloro.

    Ves a ese elegante joven, penetrando en la hermosa y calma mansin: se llama Duval, Dufour, Armando, Mauricio, qu s yo? Una mujer se ha consagrado a que- rer a ese maligno idiota: est muerta, con seguridad ahora es una santa en el cielo. T me matars como l mat a esa mujer. Es nuestro destino, el destino de los cora- zones caritativos... Ay! algunos das se le antojaba que todos los hombres labo- riosos eran juguetes de delirios grotescos; se rea largo rato, espantosamente. Luego recobraba sus modales de joven madre, de hermana querida. Si fuera menos salvaje, estaramos salvados! Pero su dulzura tam-

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  • bien es mortal. Yo estoy sometida a l. Ah! Si ser loca!

    Quizs algn da l desaparezca mara- villosamente; pero necesito saber si subir a un cielo, y presenciar, aunque sea en par- te, la asuncin de mi amiguito!

    Vaya una pareja!

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  • II

    ALQUIMIA DEL VERBO

    A m! La historia de una de mis locuras. Desde tiempo atrs me vanagloriaba de

    poseer todos los paisajes imaginables, y me parecan irrisorias todas las celebridades de la pintura y la poesa modernas.

    Gustaba de las pinturas idiotas, orna- mentos de puertas, decorados, telas de sal- timbanquis, enseas, iluminadas estampas populares; la literatura pasada de moda, latn de iglesia, libros erticos sin ortogra- fa, novelas de nuestras abuelas, cuentos de hadas, pequeos libros de infancia, viejas peras, estribillos bobos, ritmos ingenuos.

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    Soaba cruzadas, viajes de descubr- miento sobre los que no existen relaciones, repblicas sin historia, guerras de religin sofocadas, revoluciones de costumbres, des- plazamientos de razas y de continentes: crea en todos los encantamientos.

  • Inventaba el color de las vocales! A negra, E blanca, I roja, O azul, U verde. Rega la forma, el movimiento de cada con- sonante, y, con ritmos instintivos, me jac- taba de inventar un verbo potico, accesi- ble, un da u otro, a todos los sentidos. Reservaba la traduccin.

    Al comiendo fue un estudio. Escriba silencios, noches, anotaba lo inexpresable. Fijaba vrtigos: Lejos ya de rebaos, de pjaros, de aldeanos, qu era lo que beba entre aquella maleza, de rodillas, en ese tierno bosque de avellanos y ese brumoso y tibio medioda? Qu era lo que beba en ese joven Oise, olmos sin voz, oscurecido cielo, csped sin una flor! en esas amarillas calabazas, lejos ya de mi choza, tan amada?

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  • Un licor de oro inspido que nos baa en sudor. Haca yo de ensea dudosa de hostera. Una tormenta vino a perseguir los cielos. En la virgen arena el agua de los bosques se perda, y el vendaval de Dios su granito arrojaba a la marea, en el atardecer. Oro vea, llorando y no pude beber.

    Hasta la aurora, en verano, el sueo de amor perdura. Bajo el follaje se esfuma la noche que festejamos. All, en sus vastos talleres y ya en mangas de camisa- los Carpinteros trajinan bajo el sol de las Hesprides.

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    En espumosos Desiertos tranquilos arman los techos,

  • donde, luego, ha de pintar falsos cielos, la ciudad.

    Oh, por esos Artesanos de algn rey de Babilonia deja, Venus, los Amantes de alma en forma de corona! Oh Reina de los Rebaos, obsequiales aguardiente! Que en paz; su fuerza se encuentre, mientras esperan el bao en el mar ms meridiano! Las antiguallas poticas formaban gran

    parte de mi alquimia del verbo. Me habitu a la alucinacin simple:

    vea con toda nitidez una mezquita en lugar de una fbrica, una escuela de tam- bores erigida por ngeles, calesas por las rutas del cielo, un saln en el fondo de un lago; los monstruos, los misterios; un ttu- lo de sainete proyectaba espantos ante m.

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    Despus explicaba mis sofismas mgi-

  • cos por medio de la alucinacin de las palabras!

    Termin por encontrar sagrado el des- orden de mi espritu. Permaneca ocioso, presa de pesada fiebre: envidiaba la feli- cidad de las bestias las orugas, que re- presentan la inocencia de los limbos, los topos el sueo de la virginidad!

    Mi carcter se agriaba. Me despeda del mundo en una especie de romanzas:

    CANCIN DE LA MS ALTA TORRE

    Que venga! Que venga! el tiempo que nos prenda.

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    Tuve tanta paciencia que por siempre olvid. Sufrimientos, temores a los cielos se elevan. Y la malsana sed oscurece mis venas. Que venga! Que venga! el tiempo que nos prenda.

  • Tal como una pradera entregada al olvido, se expande, florecida de inciensos y cardones, al hurao zumbido de sucios moscardones. Que venga! Que venga! el tiempo que nos prenda. Amaba el desierto, los vergeles quema-

    dos, las pequeas tiendas marchitas, las bebidas tibias. Me arrastraba por calles hediondas y, con los ojos cerrados, me ofre- ca al sol, dios de fuego.

    General, si queda un viejo can sobre tus ruinosas murallas, bombardanos con bloques de tierra seca. A los cristales de los esplndidos almacenes! a los salones! Que la ciudad trague su polvo. Oxida las gr- golas... Colma los tocadores con polvos de rub ardiente...

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    Oh! el ebrio moscardn en el mingito- rio de la posada, enamorado del sedimento, y al que un rayo disuelve!

  • HAMBRE

    Si es que algn gusto me queda es por la tierra y las piedras. Me desayuno con viento, peascos, carbones, hierro. Den vueltas, mis hambres! Las hambres, que pasten en prado de sones! Que atraigan la suave, la alegre ponzoa de las amapolas! Coman riscos que alguien quiebra, antiguas piedras de iglesia o de diluvios de antao; panes de los valles plidos.

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    Aullaba bajo la fronda el lobo escupiendo plumas de un voltil desayuno: como l ay! yo me consumo.

  • Las frutas, las ensaladas, slo esperan la cosecha; pero en el soto la araa no ingiere ms que violetas. Que yo duerma, que yo hierva! en aras de Salomn. Corre el caldo por la herrumbre para mezclarse al Cedrn. En fin, oh dicha! oh razn!, apart del

    cielo el azul, que es negro, y viv, chispa de oro, de la luz naturaleza. De alegra, adoptaba la ms bufonesca y extraviada expresin posible:

    Se la volvi a encontrar! Qu? la eternidad. Es el sol mezclado al mar. Cumple tu voto alma eterna pese a los fuegos del da y de la noche desierta.

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    As pues t te desprendes de los sufragios humanos

  • y entusiasmos cotidianos para alzar vuelo... segn.

    Ya se alej la esperanza, nunca ya ms orietur. Tan slo ciencia y paciencia. El suplicio es sin albur. Ha sucumbido el maana. Brasas ardientes de raso, es el deber vuestras llamas. Se la volvi a encontrar. Qu? la eternidad. Es el sol mezclado al mar. Me trasform en una pera fabulosa:

    vi que todos los seres tienen una fatalidad de dicha: la accin no es la vida, sino una forma de malgastar una fuerza, un enerva- miento. La moral es la debilidad del ce- rebro.

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    Me pareci que, a cada ser, se le deban muchas otras vidas. Ese seor ignora lo

  • que hace: es un ngel. Esta familia es una carnada de perros. Ante muchos hombres, convers en voz; alta con un momento de una de sus otras vidas. As, am a un cerdo.

    Ninguno de los sofismas de la locura de la locura que se recluye, fue olvi- dado por m: podra repetirlos todos, poseo el sistema.

    Mi salud peligr. El terror llegaba. Caa dormido durante das enteros, y, despierto, continuaba los sueos ms tristes. Me en- contraba maduro para la muerte, y por una ruta de peligros mi debilidad me conduca a los confines del mundo y de la Cimeria, patria de la sombra y de los torbellinos.

    Deb viajar, disipar los encantamientos acumulados en mi cerebro. Sobre el mar, al que amaba como si l debiera lavarme de un estigma, vea elevarse la cruz; consola- dora. Yo haba sido condenado por el arco iris. La Dicha era mi fatalidad, mi remor- dimiento, mi gusano: mi vida sera siempre demasiado inmensa para ser consagrada a la fuerza y a la belleza.

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    La Dicha! Su diente, dulce para la

  • muerte, me adverta al cantar el gallo ad matutinum, al Christus venit, en las ms sombras ciudades:

    Oh estaciones! Oh castillos! qu alma carece de vicios?

    El mgico estudio yo hice de la dicha ineludible.

    Salud! a ella, cada ves que canta el gallo francs.

    Ah! no tendr ms codicia. Se ha encargado de mi vida.

    Su encanto invade alma y cuerpo y dispersa todo esfuerzo.

    Oh estaciones! Oh castillos!

    El instante, ay! de su fuga ser el mismo de la tumba.

    Oh estaciones! Oh castillos!

    Eso ha terminado. Hoy s saludar a la belleza. 65

  • L O I M P O S I B L E

  • Ah! la vida de mi infancia, el ancho ca- mino en cualquier tiempo, sobrenatural- mente sobrio, ms desinteresado que el mejor de los mendigos, orgulloso de no tener patria, ni amigos, qu tontera fue aquello. Y slo ahora lo advierto!

    Tuve razn de despreciar a esos bue- nos burgueses que no perderan la oportu- nidad de una caricia, parsitos del aseo y de la salud de nuestras mujeres, hoy cuan- do ellas estn tan poco de acuerdo con nosotros.

    Tuve razn en todos mis desdenes: puesto que me evado!

    Me evado! Me explicar.

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    Ayer no ms, suspiraba: Cielos! So- mos ya bastantes los condenados aqu aba- jo! Llevo ya tanto tiempo en su rebao!

  • Los conozco a todos. Nos reconocemos siempre; nos damos asco. La caridad nos es desconocida. Pero somos corteses; nues- tras relaciones con el mundo son correct- simas. No es asombroso? El mundo! los mercaderes, los ingenuos! No esta- mos deshonrados. Pero cmo nos reci- biran los elegidos? Ahora bien, hay gentes ariscas y joviales, falsos elegidos, puesto que se necesita humildad o audacia para abordarlos. Ellos son los nicos elegidos. No son bendecidores!

    Al recobrar dos cntimos de razn eso pasa pronto! veo que mis malestares pro- vienen de no haberme figurado a tiempo que estamos en Occidente. Los pantanos occidentales! No es que la luz me parezca alterada, la forma extenuada, el movimiento extraviado... Bueno! He aqu que mi espritu quiere asumir ntegramente todos los crueles desarrollos que ha sufrido el espritu desde el fin del Oriente... Pues no es nada lo que quiere mi espritu!

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    ... Mis dos cntimos de razn termi- naron! El espritu es autoridad, exige que permanezca en Occidente. Tendra que

  • obligarlo a callar para concluir como yo quera.

    Mandaba al diablo las palmas de los mrtires, los resplandores del arte, el orgu- lio de los inventores, el ardor de los ban- didos; retornaba al Oriente, a la primera y eterna sabidura. Parece un sueo de grosera pereza!

    No pensaba ni remotamente, sin embar- go, en el placer de eludir los sufrimientos modernos. No tomaba en cuenta la sabi- dura bastarda del Corn. Pero no es realmente un suplicio que, desde esa deca- racin de la ciencia, el cristianismo, el hom- bre se burle, se pruebe las evidencias, se hinche de placer al repetir esas pruebas y slo viva en tal forma? Tortura sutil, tonta; fuente de mis divagaciones espiri- tuales! La naturaleza quiz pudiera has- tiarse! El seor Prudhomme ha nacido con Cristo.

    71

    No ser porque cultivamos la bruma? Comemos la fiebre con nuestras legumbres acuosas. Y la embriaguez! y el tabaco! y la ignorancia! y las abnegaciones! Se encuentra todo esto muy lejos del pensa-

  • miento, de la sabidura de Oriente, la pa- tria primitiva? Para qu un mundo mo- derno, si se inventan semejantes venenos!

    Las gentes de Iglesia dirn: Entendido. Pero t quieres referirte al Edn. No hay nada para ti en la historia de los pueblos orientales. Es cierto. Pensaba en el Edn! Qu significa para mi sueo la purera de las rasas antiguas?

    Los filsofos: El mundo no tiene edad. La humanidad se desplaza, simplemente. Te encuentras en Occidente, pero eres libre de habitar en tu Oriente, tan antiguo como te haga falta y de habitarlo a gusto. No seas un vencido. Filsofos, sois de vuestro Occidente.

    Espritu mo, ten cuidado. Nada de me- dios de salvacin violentos. Ejerctate! Ah! la ciencia no avanza lo suficiente- mente veloz; para nosotros!

    Pero advierto que mi espritu duerme.

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    Si a partir de este instante siempre estu- viese completamente despierto, alcanzara- mos bien pronto la verdad, que quiz nos circunde con sus ngeles en llanto!... Si hasta ahora hubiese permanecido des-

  • pierto, yo no habra cedido a los instintos deletreos, en una poca inmemorial!... Si siempre l hubiera estado despierto, navegara yo en plena sabidura!...

    Oh pureza! pureza! Es este minuto de vigilia el que me ha

    proporcionado la visin de la pureza! Por el espritu se va a Dios!

    Desgarrador infortunio!

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  • E L R E L M P A G O

  • El trabajo humano! explosin que ilumina mi abismo de vez en cuando.

    Nada es vanidad; hacia la ciencia, y adelante! exclama el Eclesiasts moderno, es decir Todo el mundo. Y sin embargo los cadveres de los malvados y de los holga- zanes caen sobre el corazn de los otros... Ah! rpido, un poco rpido; all lejos, ms all de la noche, esas recompensas futuras, eternas... las eludiremos?

    Qu puedo hacer? Conozco el tra- bajo; y la ciencia es demasiado lenta. Que la plegaria galopa y la luz brama... bien lo veo. Es demasiado simple y hace dema- siado calor; prescindirn de m. Tengo mi deber, pero me enorgullecera como mu- chos, dejndolo a un lado.

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    He malgastado mi vida. Vamos! Finja- mos, holguemos, oh piedad! Y existiremos

  • divirtindonos, soando amores monstruo- sos y universos fantsticos, quejndonos y combatiendo las apariencias del mundo, saltimbanqui, mendigo, artista, bandido, sacerdote! Sobre mi lecho de hospital, el olor del incienso retorn a m tan poten- te; guardin de aromas sagrados, confesor, mrtir...

    Reconozco en todo esto la sucia educa- cin de mi infancia. Y qu!... Andar mis veinte aos, si los otros andan veinte aos...

    No! No! ahora me rebelo contra la muerte! El trabajo resulta excesivamente liviano para mi orgullo: mi traicin al mundo significara un suplicio demasiado breve. A ltimo momento, atacara a diestra y siniestra...

    Entonces, oh! pobre alma querida, la eternidad no se habra perdido para nosotros!

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  • M A A N A

  • Acaso no tuve una vez una juventud amable, heroica, fabulosa, digna de inscri- birse en hojas de oro? demasiada suer- te! Por qu crimen, por qu error he me- recido mi actual debilidad? Ya que pre- tendis que las bestias sollozan de dolor, que los enfermos desesperan, que los muer- tos suean mal, intentad relatar mi cada y mi sueo. Ya no logro expresarme mejor que el mendigo con sus continuos Pater y Ave Maa... Ya no s hablar!

    Hoy creo, sin embargo, haber terminado la relacin de mi infierno. En verdad era el infierno; el antiguo, aqul cuyas puertas abri el hijo del hombre.

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    Desde el mismo desierto, hasta la misma noche, mis fatigados ojos siempre se abren a la estrella de plata, siempre, sin que se conmuevan los Reyes de la vida, los tres

  • magos, el corazn, el alma, el espritu. Cundo iremos, ms all de las playas y los montes, a saludar el nacimiento del nuevo trabajo, la nueva sabidura, la fuga de los tiranos y de los demonios, el fin de la supersticin? a adorar los prime- ros! la Natividad sobre la tierra!

    El canto de los cielos, la marcha de los pueblos! Esclavos, no maldigamos a la vida.

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  • A D I S

  • El otoo ya! Pero por qu aorar un sol eterno, cuando estamos empeados en descubrir la claridad divina, lejos de las gentes que mueren en las estaciones.

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    El otoo. Nuestra barca en lo alto de las brumas inmviles vira hacia el puerto de la miseria, la ciudad enorme de cielo mancha- do de fuego y lodo. Ah! los harapos po- dridos, el pan empapado en lluvia, la em- briagues, los mil amores que me han cru- cificado! No acabar nunca esta vampi- ra, soberana de millones de almas y de cuerpos muertos y que sern juzgados.! Vuelvo a verme, la piel devorada por el fango y la peste, lleno de gusanos los ca- bellos y las axilas y con gusanos an ma- yores en el corazn, tendido entre desco- nocidos sin edad, sin sentimiento... Hu- biera podido morir all... Horrible evo- cacin! Execro la miseria.

  • Y temo al invierno por ser la estacin del confort!

    A veces veo en el cielo playas sin fin cubiertas de blancas naciones jubilosas. Por encima de m, un enorme navo de oro agi- ta sus pabellones multicolores en las brisas de la maana. He creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. He tratado de inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevos idiomas. Cre adquirir poderes sobrenaturales. Y bien! debo enterrar mi imaginacin y mis re- cuerdos! Bella glora de artista y de na- rrador perdida!

    Yo! Yo que me consider ngel o ma- go, dispensado de toda moral, soy restitui- do a la tierra, con un deber que hay que buscar, y una rugosa realidad que es nece- sario estrechar! Patn!

    Me engao? La caridad sera, para m, hermana de la muerte?

    En fin, pedir perdn por haberme nu- trido de falsedad. Y adelante!

    Pero ni una mano amiga! Y adnde pedir socorro?

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  • S, la nueva hora al menos es muy severa. Porque puedo decir que alcanc la vic-

    toria: el rechinar de dientes, los silbos del fuego, los suspiros pestferos se moderan. Todos los inmundos recuerdos se desvane- cen. Mis ltimos pesares escapan celos de los mendigos, los bandoleros, los amigos de la muerte, los retardados de toda espe- cie. Condenados, si yo me vengase!

    Hay que ser absolutamente moderno. Nada de cnticos: conservar lo ganado.

    Dura noche! La sangre reseca humea so- bre mi rostro, y detrs de m slo tengo ese horrible y diminuto arbusto... El comba- te espiritual es tan brutal como la batalla de los hombres; pero la visin de la justicia es el placer de Dios nicamente.

    Entretanto es la vspera. Recibamos todos los influjos de vigor y de autntica ternura. Y al llegar la aurora, armados de ardiente paciencia, entraremos en las es- plndidas ciudades.

    Qu hablaba yo de mano amiga! Es una ventaja considerable poder rerme de los viejos amores engaosos y cubrir de ver- genza a esas parejas embusteras he vis-

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  • to all el infierno de las mujeres; y me ser posible poseer la verdad en un alma y un cuerpo.

    Abril Agosto; 1873

    84

    NOTA DE LOS TRADUCTORESUNA TEMPORADA EN EL INFIERNONOCHE DE INFIERNOMALA SANGREDELIRIOSI VIRGEN LOCAII ALQUIMIA DEL VERBO

    LO IMPOSIBLEEL RELMPAGOMAANAADIS