44-Los estudios sobre los partidos políticos - GUNTHER y MONTERO

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    INTRODUCCIN: LOS ESTUDIOS SOBRE LOS PARTIDOS POLTICOS

    Jos Ramn Montero y Richard Gunther

    (Texto tomado del libro: Partidos Polticos. Viejos conceptos y nuevos retos.MONTERO, Jos, GUNTHER, Richard y LINZ, Juan)

    Es probable que muchas personas interesadas por la poltica en generalalberguen sentimientos encontrados ante la aparicin de un libro como ste,dedicado a los partidos polticos. Si fueran adems expertos en temas polticos,diran que la bibliografa existente sobre partidos es ya suficiente, por lo quepoco ms podra aprenderse de un estudio adicional cuando se llevan decenasde aos realizando investigaciones acadmicas sobre ellos. Es posible, de otraparte, que muchos ciudadanos tampoco consideren necesarios nuevos trabajos

    sobre los partidos, dado que a su juicio estaran convinindose en actorescrecientemente irrelevantes, cosechando fracasos en sus respuestas a losproblemas polticos y siendo reemplazados con mayor eficacia por movimientossociales organizados informalmente, por el contacto directo entre los polticos ylos electores a travs de los medios de comunicacin o de Internet, o por elrecurso a los mecanismos de la democracia directa. Para ellos, los partidosestaran inmersos en proceso inexorable de declive. Finalmente, otraspersonas, especialistas tambin en cuestiones de teora democrtica, podranconcluir que no se ha avanzado mucho en la tarea de desarrollar una teorarigurosa y convincente sobre los partidos, y que cualquier esfuerzo que sigaalguna de las vas existentes est condenado al fracaso. Una afirmacin deeste tipo resultar especialmente atrayente para los investigadores que hayanadoptado aproximaciones analticas que concedan poco valor al estudio deorganizaciones complejas o de las instituciones polticas y que estimen que elestudio de los partidos es irrelevante para el desarrollo de una teora poltica dealcance universal.

    En contra de estas afirmaciones, los autores de este libro creemos que unanueva mirada a los partidos polticos resulta ms pertinente que nunca. Hayvarias razones para ello. Para empezar, argumentaremos que los partidosestn afrontando, a principios del nuevo siglo, una serie de problemas y

    dificultades que no han sido previstos ni adecuadamente tratados por laliteratura sobre los partidos. En buena medida, esta literatura aborda todava untipo de partidos que est ms cerca de los que emergieron a finales del sigloXIX o a principios del XX que de los que existen en la actualidad. Dadas lasenormes transformaciones sociales e innovaciones tecnolgicas ocurridas enlas ltimas dcadas, tos partidos estn ahora funcionando en sistemas polticosmuy distintos de los del pasado siglo, y muchos de aqullos han logradoadaptarse a las nuevas condiciones de la competicin poltica. Aunquereconozcamos la debilidad de los esfuerzos tericos sobre los partidospolticos, estamos convencidos de que su extraordinaria importancia en todoslos sistemas democrticos, en combinacin con las dificultades surgidas tras

    los cambios sociales, polticos, econmicos y tecnolgicos de las ltimasdcadas, ha planteado nuevas cuestiones sobre los partidos que exigen un

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    tratamiento analtico y emprico ms adecuado del que han recibido hastaahora. De ah que en las pginas siguientes intentemos desarrollar algunaspropuestas tericas, de las denominadas de rango medio, a partir de unarevisin de las concepciones tradicionales de los partidos, sus estructurasorganizativas y sus principales funciones polticas. Realizaremos tambin una

    evaluacin crtica de las tipologas y de los modelos partidistas habituales,especialmente en lo que hace a su capacidad para incorporar los desarrollosrecientes y los nuevos problemas que estn afectando a los partidos desdehace al menos dos dcadas. Tanto los captulos tericos como los empricoscontenidos en este libro abordarn ambos objetivos. En este captulointroductorio queremos discutir las afirmaciones crticas con las que se abra. Ylo cerraremos con un breve sumario de las contribuciones que cada uno de loscaptulos hace a la literatura sobre los partidos polticos. Nos centraremosfundamentalmente en los conceptos bsicos que han guiado lasinvestigaciones empricas sobre los partidos, sus estructuras organizativas ysus problemticas y cambiantes relaciones con los ciudadanos en los sistemas

    polticos democrticos.

    LA CRECIENTE BIBLIOGRAFA SOBRE LOS PARTIDOS

    Debemos comenzar concediendo al primer grupo hipottico de escpticos queno existe ciertamente una escasez de libros y artculos sobre los partidos.Como han sealado Strom y Mller (1999: 5), la bibliografa acadmica queexamina los partidos polticos es enorme. De hecho, los partidos fueron de losprimeros objetos de anlisis presentes en el mismo nacimiento de la CienciaPoltica moderna, como ejemplifican los trabajos clsicos de Ostrogorski (1964[1902]), Michels (1962 [1911]) y Weber (1968 [1922]). En los siguientes aos sepublicaron varios libros extremadamente importantes (como, por ejemplo, losde Merriam 1922, Schattschneider 1942, Key 1949), pero fue realmente en losaos cincuenta, sesenta y setenta cuando los estudios sobre los partidos seconvirtieron en un autntico subcampo de la Ciencia Poltica. Trabajos comolos de Duverger (1954), Ranney (1954), Neumann (1956), Eldersveld (1964),Sorauf (1964), LaPalombara y Weiner (1966, que inclua la contribucinseminal de Kirchheimer), Epstein (1967), Lipset y Rokkan (1967) y Sartori(1976) establecieron las bases conceptuales y empricas de incontablesestudios de poltica comparada. En trminos del nmero absoluto depublicaciones, el crecimiento de este subcampo ha sido espectacular. Desde

    1945 se han publicado aproximadamente 11.500 libros, artculos y monografassobre los partidos y los sistemas de partidos slo en Europa occidental(Bartolini, Caramani y Hug 1998)1. No es suficiente?

    Nosotros creemos que no. En sentido opuesto a la afirmacin de que la edadde oro de la bibliografa sobre partidos puede ya haber pasado (Caramani yHug 1998: 520), estamos convencidos de que es ms importante que nuncaestudiar los partidos y los papeles que desempean en las democraciasmodernas. Para empezar, los partidos han estado siempre entre el puado deinstituciones cuyas actividades son absolutamente esenciales para elfuncionamiento apropiado de la democracia representativa. Dada la centralidad

    y la misin fundamental de los partidos, no es sorprendente que los analistas1 De estas publicaciones, alrededores

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    de la democracia hayan reconocido, desde los mismos comienzos de laCiencia Poltica moderna, la importancia de supervisar constantemente suevolucin y sus rendimientos. Bryce (1921:119), por ejemplo, ha argumentadoque los partidos son inevitables: no ha existido ningn pas libre sin ellos; ynadie ha mostrado cmo podra funcionar el gobierno representativo sin ellos.

    A comienzos de la dcada de los cuarenta, Schattschneider (1942: 1) resumisucintamente su importancia al afirmar que la democracia moderna esimpensable salvo en trminos de los partidos polticos. Algunas dcadas mstarde, otros autores emplearon palabras similares para ilustrar el papel centraldesempeado por los partidos. Como los ha descrito Stokes (1999: 245), lospartidos son endmicos a la democracia, una parte inevitable de lademocracia. En Estados Unidos, los expertos han juzgado tradicionalmenteque los partidos se encuentran en el corazn de la poltica americana(Aldrich 1995: 3); Sin quedarse atrs, los especialistas en Europa occidentalhan sostenido que las democracias europeas no son slo democraciasparlamentarias, sino tambin democracias de partidos (Mller 2000a: 309).

    Lgicamente, los restantes captulos de este libro reconocen tambin laimportancia de los partidos y contienen discusiones esclarecedoras sobre lospapeles desempeados por ellos en numerosas dimensiones de la vida polticademocrtica.

    Despus de varios aos en los que el inters acadmico por los partidospareca haber decado, ha habido recientemente una notable revitalizacin deeste subcampo de estudio. La aparicin en 1995 de la revista Party Politics-dedicada explcitamente al examen sistemtico de los partidos y de lossistemas de partidos desde una variedad de perspectivas ha estadoacompaada por una expansin sustancial de estudios comparativos sobre lospartidos, culminada hace poco por la aparicin de un Handbook of PartyPolitics (Katz y Crotty 2006)2. En conjunto, este nuevo despertar del inters porlos partidos ha sido tan considerable como para convertir el declive temporal deeste subcampo de estudio tras su edad de oro en una curiosa anomala3.Como ha sealado Peter Mair (1997: vii), hace poco ms de una dcada, losestudiosos de los partidos polticos eran acusados frecuentemente de estardedicados a una rama de la disciplina un tanto pasada de moda; hoy ste es uncampo prometedor que rebosa salud. Como este libro atestigua, tambinnosotros creemos que las teoras sobre los partidos y sus actividades endistintos sistemas polticos deben continuar ocupando un lugar prominente en

    la agenda de investigacin de la Ciencia Poltica.

    2 Entre los muchos libros que han aparecido recientemente en este mbito estn los de Katz yMair (1994); Kalyvas (1996); Scarrow (1996a); Ware (1996); Mair (1997); Boix (1998a); Mller yStrom (1999a); Diamandouros y Gunther (2001); Karvonen y Kuhnle (2001); Diamond yGunther (2001); Luther y Mller-Rommel (2002a); Webb, Farell y Hollyday (2002); van Biezen(2003a) y Caramani (2004). Adems, Wolinetz (1998a, 1998b) ha editado dos volmenes muytiles que incluyen destacados artculos de revistas sobre partidos y sistemas de partidospublicados desde los aos sesenta.3 Adems, a lo largo de las dos ltimas dcadas, el estudio de los partidos ha emergido comoun campo claramente identificable dentro de la Ciencia Poltica. Como consecuencia, se han

    incluido captulos dedicados especficamente a los partidos en obras que pretenden dar unavisin de conjunto sistemtica de esta disciplina; vanse Epstein (1975, 1983); Crotty (1991) yJanda (1993). Y el ya citado Handbook editado por Katz y Crotty (2006) ratifica esta tendencia.

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    EL DECLIVE DE LOS PARTIDOS

    Paradjicamente, la revitalizacin del inters acadmico por los partidos hacoincidido con frecuentes afirmaciones de que los partidos han entrado en un

    proceso irreversible de declive. Si la hiptesis del declive de los partidos seconfirmase en la mayora de los sistemas democrticos contemporneos,podramos ciertamente concluir que la aparicin de nuevos estudios sobre lospartidos sera irrelevante. Pero sostenemos que justamente lo contrario escierto. Ms que asumir que un presunto declive de los partidos debe implicaruna reduccin de la literatura cientfica sobre ellos, pensamos que la aparicinde nuevos desafos exige una reevaluacin tanto de los partidos como dealgunos aspectos de la bibliografa tradicional que se ha ocupado de suestudio. Como demuestran muchos captulos incluidos en los libros sobrepartidos publicados durante los ltimos diez aos, estas venerablesorganizaciones han sido forzadas a enfrentarse a una considerable variedad de

    nuevos problemas4. Pero no est del todo claro el grado en que los partidoshayan fracasado al responder a esos desafos y, por lo tanto, se haya iniciadoun declive de su importancia como actores institucionalizados de la polticademocrtica. Como han sealado Strm y Svsand (1997b: 4), los tratadoscatastrofistas sobre los partidos se han convertido en una industria crecientedurante las pasadas dos dcadas, pero esta visin sombra de los partidoscontemporneos est lejos de ser autoevidente. En consecuencia, laspreguntas de investigacin que surgen de estas dudas serefieren a la medidaen que los partidos han declinado verdaderamente como organizaciones, comoobjetos de la lealtad de los ciudadanos, como movilizadores de votos y comoactores claves en la poltica democrtica. Todas ellas son preguntas empricascuyas repuestas no deben darse por supuestas o sobre las que no cabegeneralizar excesivamente.

    Una segunda lnea de investigacin est centrada en los desafos a que seenfrentan los partidos contemporneos, as como en sus reacciones ante ellos.Algunos tienen su origen en cambios sociales recientes. En muchospases, los niveles de afiliacin a los partidos y a sus organizaciones afines hancado significativamente, cuestionando as la viabilidad de las estructurasinstitucionales basadas en la participacin de los ciudadanos (que tuvieron suorigen en etapas histricas anteriores. Las tendencias hacia la secularizacin

    han debilitado el peso de los partidos confesionales, al mismo tiempo que elcrecimiento de la riqueza y la expansin de las clases medias han reducido labase electoral potencial de los partidos ligados a la clase obrera. La mayorparticipacin de las mujeres en la fuerza de trabajo ha situado nuevasdemandas en las agendas polticas de los partidos y ha creado un nuevoelectorado en busca de representacin. Las migraciones internacionalesmasivas han llevado a muchos individuos a pases que en algunos casos hanexperimentado reacciones xenfobas que a su vez han alimentado elcrecimiento de nuevos tipos de partidos conservadores.

    4 Cf., por ejemplo, adems de los captulos de Mariano Torcal, Jos Ramn Montero, Richard

    Gunther y Juan J. Linz incluidos en este libro, los de Strm y Svsand 1997a; Dalton yWattenberg 2000a; Diamond y Gunther 2001; Luther y Mller- Rommel (2002a); Webb, Farell yHolliday (2002); Cain Dalton y Scarrow (2003) y Katz y Crotty (2006).

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    Otros desafos a los partidos han aparecido como consecuencia de losmayores recursos que poseen los ciudadanos. Gracias a su mayor educacin ya la ausencia de privaciones econmicas, han tendido a adoptar valoresposmaterialistas que han entrado en conflicto con las ideologas tradicionales

    de muchos partidos y han provocado el incremento de expectativas departicipacin que ocasionalmente resultan mejor canalizadas por los nuevosmovimientos sociales, los grupos de inters centrados en una nica cuestin ylas protestas polticas. Ms y mejor informados, los ciudadanos son tambincapaces de incrementar sus capacidades de participacin, de utilizar en mayormedida medios no politizados de informacin independientes y de desarrollarsus propias orientaciones actitudinales hacia la poltica y los partidos al margende la gua de asociaciones secundarias o de lderes de opinin. Algunas deestas tendencias han debilitado los vnculos estructurales y psicolgicos entrelos partidos y los ciudadanos, como se evidencia en los menores niveles deidentificacin partidista y en el incremento de los sentimientos de insatisfaccin,

    de cinismo e incluso de alienacin poltica.

    Otros retos tienen sus orgenes en desarrollos tecnolgicos. Los medios decomunicacin de masas han abierto nuevas vas para el contacto directo entrelos ciudadanos y sus lderes polticos, lo que supone que estos ltimos ya noprecisan de los cauces partidistas tradicionales. La rpida extensin del accesoa Internet ha creado redes masivas y complejas de comunicacioneshorizontales directas entre los ciudadanos y ha establecido, al mismo tiempo,bases potenciales para la segmentacin de los mensajes que envan lospolticos a sectores especficos y especializados de la sociedad. El ladonegativo de estos avances en las comunicaciones es el enorme coste delestablecimiento de tales redes, de los consultores encargados de laelaboracin de mensajes y de imgenes atractivas de los polticos y, enalgunos pases (especialmente en Estados Unidos), de la adquisicin deespacios en la radio o en la televisin para la emisin de publicidad poltica oelectoral. Los espectaculares incrementos en el coste de las campaas hanobligado a los partidos a buscar grandes volmenes de ingresos procedentesde fuentes pblicas y privadas, lo que en ocasiones ha supuesto la adopcin deprcticas corruptas de diverso tipo (o la sospecha de su existencia). Por ltimo,los procesos de descentralizacin de la autoridad gubernamental hacia losniveles locales y regionales de gobierno han generado en varios pases nuevos

    desafos asociados a una competicin electoral multinivel entre los mbitossubnacionales y el nacional5.

    Los efectos acumulados de estos retos han dado lugar en algunas democraciasoccidentales a una literatura caracterizada por anlisis un tanto fatalistas de lossntomas organizativos, electorales, culturales e institucionales del declive delos partidos (por ejemplo, Berger 1979; Offe 1984; Lawson y MerkI 1988a).Para algunos investigadores, estos desafos son tan serios como paraamenazar la propia supervivencia de los partidos. Segn han afirmado Lawson

    5 Puede encontrarse una exploracin sistemtica de estos temas de Strm y Svsand (1997b).

    A pesar de que ese libro se concentra en el caos de Noruega, sus resultados tienenimplicaciones ms amplias para los sistemas democrticos occidentales; cf. Tambin Dalton yWattenberg (2000b), Bartolini y Mair (2001), Webb (2002) y Luther y Mller Rommel (2002b)

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    y Merld (1988b: 3), pudiera ser que el partido como institucin estuvieradesapareciendo gradualmente, siendo reemplazado paulatinamente por nuevasestructuras polticas ms adecuadas a las realidades econmicas ytecnolgicas de la poltica del siglo XXI

    Los partidos en las nuevas democracias han tenido que enfrentarse a unconjunto adicional de desafos. Con la tercera ola de democratizacin, hannacido o han sido restablecidas instituciones partidistas en docenas desistemas polticos en los que o bien faltaba una tradicin de estabilidaddemocrtica o nunca haban experimentado gobiernos verdaderamentedemocrticos. En esos casos, los partidos no slo han tenido que realizar lasfunciones tpicas que les corresponden en las democracias consolidadas (comoel reclutamiento de candidatos, la movilizacin del apoyo electoral, laestructuracin de las agendas polticas y la formacin de gobiernos), sino quetambin han sido actores clave en el establecimiento y consolidacin de losnuevos regmenes democrticos. Adems, ellos mismos han tenido que

    institucionalizarse como organizaciones partidistas viables6.Estos desafos han sido a menudo bastante severos y han forzado a lospartidos a realizar considerables esfuerzos para adaptarse a las cambiantescondiciones de la competicin poltica. Tambin han afectado a lasdemocracias occidentales al facilitar la aparicin de nuevos tipos de partidosasociados a los nuevos movimientos sociales. Pero en ningn caso han llevadoa la desaparicin de los partidos o a su reemplazo por otros tipos deorganizaciones (como los grupos de inters o los movimientos sociales) oprcticas institucionalizadas (como las de la democracia directa). De ah quedeba revisarse una buena parte de la literatura de tono alarmista respecto aldeclive de los partidos. Como ha sealado Tarrow (1990: 253), los estudiossobre la relacin entre los partidos y los nuevos movimientos sociales adolecentanto de una sobreestimacin de la distancia entre estos dos conjuntos deactores, como de una infraestimacin de la capacidad de los partidos paraadaptarse a las demandas de la nueva poltica. AIdrich (1995: cap. 8) esincluso ms radical en su reevaluacin de esta literatura, sugiriendo que losestudios relativos a las tres Des (decaimiento, declive y descomposicin delos partidos) deben reemplazarse por las tres Erres (reaparicin,revitalizacin y resurgimiento de los partidos), a la luz de los profundos cambiosen las funciones y objetivos de los partidos estadounidenses contemporneos7.

    En un grado an mayor, los partidos europeos occidentales han sido capacesde superar con xito esos retos a travs de procesos de adaptacin a lo largode las tres pasadas dcadas8. De hecho, Kuechler y Dalton (1990: 298) han

    6 Estos argumentos se desarrollan ms extensamente en varios libros recientes que tratansobre los partidos en las nuevas democracias del sur de Europa (Pridham y Lewis 1996;Morlino 1998; Ignazi e Ysmal 1998; Diamandouros y Gunther 2001; van Biezen 2003),Amrica Latina (Mainwaring y Scully 1995; Cavarozzi y Abal Medina 2002; Alcntara 2004),Europa central y del Este (White, Batt y Lewis 1993; Evans y Whitefield 1996; Hofferbert 1998;Hermes, Hottinger y Seiler 1998; Kitschelt y otros 1999; Moser 2001 y Rose y Munro 2003),frica (Mozaffar 2006) y el este de Asia (Stockton 2001).7 Para revisiones similares de los argumentos sobre el declive de los partidos realizados porBroker (1972), Crotty (1984) y Wattenberg (1990), vense Schlesinger (1991) y Coleman

    (1996).8 Para evaluaciones crticas de la bibliografa sobre el declive de los partidos, vanse, Strm ySvsand (1997a); Reiter (1989); Beyme (1993a: cap. 2); Schmitt y Homber (1995); Mair (1997:

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    afirmado que el principal (y desde luego inintencionado) impacto delsurgimiento de los nuevos movimientos sociales ha consistido en forzar a lospartidos a adaptarse e iniciar procesos evolutivos de cambio que adems hancontribuido a garantizar la estabilidad a largo plazo del sistema poltico. Si hasido as, la literatura sobre el declive de los partidos debera reformularse

    sustancialmente. Debera, en primer lugar, abandonar el carcter deterministade su valoracin del impacto negativo de una amplia variedad de factorescausales sobre los partidos. Y debera tambin, en segundo lugar, reconocer lacontribucin de las elites partidistas a la adopcin de estrategias pararesponder a los desafos externos y para mantener con xito organizacionesrazonablemente cohesivas y electoralmente competitivas (vase Rose yMackie 1988). Hasta la fecha, la principal consecuencia ha sido que, pese aexperimentar periodos de desalineamiento electoral durante las tres dcadaspasadas, la mayora de los indicadores disponibles sugiere que los partidosestn vivos y activos en el proceso de gobierno (como los describen Dalton yWattenberg 2000b: 273). Y en contra de las predicciones del declive de lospartidos desde los aos ochenta, siguen siendo los actores ms importantes enlos sistemas democrticos. En palabras de Mair (1997: 90):

    [] los partidos continan importando. Los partidos continan sobreviviendo,Los viejos partidos que existan bastante antes de que Rokkan elaboran suargumentacin sobre el congelamiento existen todava hoy a pesar de losdesafos procedentes de nuevos partidos y de nuevos movimientos sociales, lamayora de ellos todava permanece en posiciones poderosas y dominantes[...]. De acuerdo con Rokkan, las alternativas partidistas de los aos sesentaeran ms antiguas que la mayora de sus electorados nacionales. Treinta aosdespus, estos mismos partidos todava continan dominando la poltica demasas [...] En nuestros das, en resumen, son incluso ms antiguos.

    LAS TEORAS SOBRE LOS PARTIDOS

    Una tercera posible fuente de escepticismo respecto a la aparicin de un nuevolibro sobre partidos podra radicar en la decepcin que produce el subdesarrollode las teoras sobre ellos y en las dudas de si podr alguna vez construirse uncuerpo convincente de teoras de rango medio que sirvan pan orientar lainvestigacin futura de un modo consistente. Pese a reconocer la debilidadgeneral de la teora en este subcampo, creemos que algunas de estas crticas

    son excesivas. Desde sus mismos inicios, la literatura sobre partidos habuscado elevarse por encima del nivel de la mera descripcin (Daalder 1983).A lo largo del pasado medio siglo, muchos investigadores han intentadogenerar proposiciones tericas sobre el comportamiento de los partidos, hanpropuesto diversas tipologas para dar sentido a la extraordinaria variedad departidos existentes y han tratado de establecer conceptos que puedan servircomo piedras angulares de propuestas tericas de alcance medio. Como handocumentado Caramani y Hug (1998: 507), alrededor de una tercera parte delas publicaciones relacionadas con los partidos europeos son de naturaleza

    caps. 2 y 4, 2006); Dalton y Wattenberg (2000b); y el nmero especial de European Journal ofPolitical Research (vol. 29 [3], 19969 editado por T. Poguntke y S.E. Scarrow y dedicado aThe politics of anti-party sentiment.

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    terica o analtica9. Dados el prominente papel desempeado por los partidosen la poltica democrtica, el continuo impacto sobre esta bibliografa de lascontribuciones clsicas que citbamos antes y la considerable cantidad depublicaciones que han aparecido en dcadas recientes, cabra esperar quehubiera habido cierta convergencia acadmica alrededor de un marco terico

    sistemtico. Pero no ha sido as. Una parte sustantiva de la teorizacin sobrelos partidos ha sido poco convincente, tan inconsistente como para no haberservido de base a la comprobacin sistemtica de hiptesis o la construccinacumulativa de teora, o tan dividida entre tradiciones de investigacindivergentes como para haber impedido la elaboracin terica.

    Esta debilidad terica fue inicialmente sealada por Duverger (1954:XIII). En los primeros prrafos de su clsico libro haca un llamamiento aromper el crculo vicioso que afliga a la literatura sobre partidos: por un lado,una teora general de los partidos debe estar basada en estudios empricos;por otro, los estudios empricos deben estar guiados por hiptesis derivadas de

    algn cuerpo de teora, o al menos de un conjunto de proposiciones tericascomnmente aceptado. En realidad, ninguna de estas condiciones se cumpli,en detrimento del desarrollo de este campo de investigacin. Una generacindespus, Sartori (1976: X) comenzaba su libro con una crtica al desequilibrioresultante de la continua debilidad de la teora sobre los partidos y de laabundancia de materiales empricos que no eran fcilmente comparables oacumulativos. Y en la actualidad parece persistir una insatisfaccinampliamente extendida al respecto: los estudios sobre los partidos hanrealizado pocos progresos en el desarrollo de una teora construida sobreanlisis empricos comparados, hiptesis susceptibles de ser sometidas acomprobacin y explicaciones vlidas de fenmenos centrales (Wolinetz 1998c:XI y XXI; Crotty 1991).

    A lo largo de las ltimas dcadas, ha habido algunos intentos relevantes deconstruir teoras basndose en aproximaciones que a veces erancomplementarias y a veces rivales e incluso incompatibles. Estas diversasaproximaciones han sido categorizadas por muchos autores como histrica,estructural, de comportamiento, ideolgica y funcional sistmica (porejemplo, Lawson 1976: cap. 1; Ware 1996: cap. 6). Otras revisiones mscentradas en los sistemas de partidos que en los partidos per se las hanclasificado como gentica, morfolgica, competitiva e institucional (Bartolini

    1986; Epsteiu 1975). Es evidente, a partir de esta breve enumeracin, que talesesfuerzos han sido numerosos y diversos.

    Entre estos intentos de construccin terica, uno de los ms significativos tuvolugar en medio de la gran expansin de los estudios sobre partidos ocurrida enlos aos sesenta. Dado que en aquel momento el estructuralfuncionalismoera el paradigma ms sugestivo en la poltica comparada, no es sorprendenteque muchos estudios bebieran de 55 principales premisas. Esta aproximacin

    9 Otra tercera parte de esta literatura se ha dedicado al estudio de la organizacin de lospartidos, a su participacin en el proceso electoral o a sus bases de apoyo electoral. El terciorestante ha consistido en estudios de la ideologa de los partidos, la formulacin de polticas y

    sus papeles en el parlamento y en el gobierno; cf. Bartolini, Caramani y Hug (1998). Tresevaluaciones recientes de los estudios sobre los partidos son las de van Biezen (2003b),Hopkin(2004) y Wolinetz (2006a)

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    tuvo un impacto sustancial sobre el estudio de los partidos, en parte porquesurgi en un periodo crucial para la institucionalizacin definitiva de los partidosen las democracias occidentales y coincidi con la aparicin de muchos nuevospartidos en las efmeras democracias nacidas tras la descolonizacin en fricay Asia (Kies 1966). Bajo estas circunstancias, caracterizadas por la

    proliferacin de tipos muy divergentes de instituciones polticas en sociedadesque se encontraban en fases de desarrollo socioeconmico muy diferentes, laadopcin de un marco estructuralfuncionalista comn supona unaprometedora herramienta para el estudio cientfico comparado de la poltica.Segn sus cultivadores, la teorizacin sobre los partidos (y otros importantesfenmenos polticos) podra avanzar mediante la identificacin de los atributosy las funciones comunes desempeados por los partidos en todos los sistemaspolticos independientemente de su diversidad institucional, social y cultural.Para facilitar la comparacin, o al menos para intentar discernir tenias comunesentre trayectorias ampliamente divergentes de desarrollo, se afirmaba que lospartidos seran los principales realizadores de las funciones de agregacin y

    articulacin de intereses y, en menor medida, de las de socializacin,reclutamiento y comunicacin polticas. Este fundamento comn podra servircomo base para la elaboracin de conceptos, razonamientos deductivos yambiciosas proposiciones tericas10.

    Por distintas razones, esta aproximacin terica se agot. Su desaparicinpuede ser atribuida en parte a la desconcertante y anticumulativa (y,por lo tanto, no cientfica) capacidad de aparicin de nuevas tendencias, quehan llevado a una sucesin de cambios de enfoques en la Ciencia Poltica.Pero su extincin fue tambin consecuencia de los defectos inherentesa esa aproximacin, sobre todo su carcter esttico, su etnocentrismo y lapropensin de muchos de sus seguidores a subrayar el equilibrio, la estabilidady la funcionalidad de las instituciones por encima del conflicto y del cambio.Pudieron as formularse crticas ms radicales por su naturaleza tautolgica,por su confusin sobre dimensiones conceptuales bsicas y por la frecuentedebilidad del vnculo que se estableca entre las proposiciones centrales de lateora y el anlisis emprico que realizaba; esta ltima deficiencia era unresultado lgico de la falta de operacionalizacin de conceptos y de la ausenciade hiptesis contrastables11. Sea como fuese, ese intento por establecer unmarco universalista para el anlisis de la poltica en general, y de los partidosen particular, desapareci a mediados de los aos setenta.

    Un segundo esfuerzo significativo por desarrollar una teora universalista de lospartidos es la aparicin, a lo largo de la pasada dcada, de diversos estudiosque los analizan desde la perspectiva de la eleccin racional. Siguiendo elclsico libro de Anthony Downs (1957), las diferentes corrientes de la escuelade la eleccin racional han intentado formular conjuntos compatibles dehiptesis altamente estilizadas y fundadas en un grupo comn de supuestossobre los individuos, sus preferencias y sus objetivos. En Estados Unidos, esta

    10 Entre las muchas contribuciones clsicas de este gnero, vanse Almond (1960); Almond yPowell (1966: cap. 5); Holt (1967) y varios de los captulos incluidos en LaPalombara y Weiner(1966).1

    1 Vanse Meehan (1967: cap. 3) y Flanagan y Fogelman (1967) para dos evaluaciones crticas,y Loti (1963) y King (1969) para crticas especficas de los estudios funcionalistas sobre lospartidos polticos.

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    perspectiva ha transformado desde mediados de los sesenta el estudio de lospartidos americanos. Con anterioridad, como ha sealado Aldrich (1995: cap.1), los partidos americanos eran vistos como coaliciones entre diferentesgrupos cuyos intereses se agregaban alrededor de un programa atractivo parala mayora de los votantes, y que trataban de hacer avanzar esos intereses a

    travs de su presencia en el gobierno (Key 1964; Sorauf 1964). Un segundofoco de atencin anterior de la bibliografa sobre los partidos americanosadopt un tono ms normativo al proponer la necesidad de que los partidos seresponsabilizaran mediante la oferta a los votantes de compromisos polticosque realizaran cuando llegaran al gobierno o que serviran como programasalternativos cuando estuvieran en la oposicin (Ranney 1975; Epstein 1968). Eldesarrollo a partir de los aos setenta de diversas propuestas derivadas de lostrabajos de Schumpeter (1942) y Downs (1957) sirvi de base para una nuevafase en el estudio de los partidos americanos, dominada crecientemente por laperspectiva de la eleccin racional.

    Esta tercera fase, basada en una analoga entre el funcionamiento de losmercados econmicos y el llamado mercado poltico, ha reducido los partidosa grupos de polticos que compiten por las instituciones. Aunque los modelosque se concentran en la competicin electoral han facilitado un crecimientoextraordinario de los estudios realizados por distintas escuelas de la eleccinracional, tienen algunos problemas cuando tratan de generar una teora de lospartidos ms all del modelo extremadamente formalizado del sistemahipartidista americano. Desde luego, la definicin de partido de Downs (1957:25) presenta claras ventajas frente a la aproximacin funcionalista alcaracterizar a los partidos como orientados por objetivos, a los polticos comoactores racionales y a sus objetivos como ordenados de acuerdo a preferenciasque pueden conseguirse a travs del acceso a puestos gubernamentales. Peroesta aproximacin es tambin problemtica en la medida en que su anlisisest basado en una serie de supuestos altamente simplificadores cuyacorrespondencia con la realidad es cuestionable. Uno de stos concibe alpartido como un actor unitario o como un equipo unificado. Como explicabaDowns (1957: 25-26), por equipo quiero decir una coalicin cuyos miembrosestn de acuerdo sobre todos sus objetivos y no slo sobre parte de ellos. Porlo tanto, cada miembro del equipo tiene exactamente los mismos objetivos quecualquier otro [...]. En efecto, esta definicin trata cada partido como si fuerauna nica persona. Tambin son problemticos los supuestos sobre las

    motivaciones de los polticos. Como de nuevo describe Downs (1957:28), asumimos que [los polticos] [] actan nicamente para conseguir elingreso, el prestigio y el poder que procede de estar en el gobierno [...]. Sunico objetivo es cosechar perse las recompensas del gobierno. Consideranlas polticas puramente como medios para la consecucin de sus propsitosprivados, que pueden lograr nicamente siendo elegidos. En consecuencia,los partidos formulan polticas para ganar elecciones, ms que gananelecciones para formular polticas. Esta caracterizacin extremadamentereduccionista ignora la complejidad organizativa de los partidos (Schlesinger1984 y 1991), las interacciones entre los miembros del partido, la obviaexistencia de diferentes preferencias intrapartidistas acerca de las polticas y

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    sus a veces conflictivas posiciones sobre objetivos y preferencias12. Tambinconcentra su atencin exclusivamente sobre la competicin electoral entrepartidos, que describe como competicin entre candidatos13. Los partidos handesaparecido virtualmente como actores significativos en los anlisis de laescuela de la eleccin racional14. De hecho, la mayora de los anlisis de este

    tipo han llegado incluso a evitar hacer referencias explcitas a los partidos,subsumiendo el concepto de partido bajo la rbrica de los candidatos. Ycuando aparecen, esas referencias estn sujetas frecuentemente asimplificaciones adicionales que contradicen la realidad y dan lugar a hiptesisde dudosa validez15. Como afirma Roemer (2001: 1-2), el modelo downsiano, ymuchos de aquellos que lo han adoptado, incurre en un grave error cuandosimplifica estas dinmicas hasta el punto de eliminar la poltica de lacompeticin poltica.

    Como resultado de estos presupuestos bsicos, la contribucin de la literaturade la eleccin racional al desarrollo de la teora sobre los partidos ha sitio

    notablemente dbil (con las excepciones sealadas ms abajo). Las crticas alas aplicaciones de la eleccin racional a la Ciencia Poltica (como la efectuadapor Green y Shapiro 1994) son particularmente pertinentes en el estudio de lospartidos: la pretensin universalista de los axiomas y supuestos de estaaproximacin ha ignorado inapropiada y arbitrariamente la gran variacin detipos de partidos existente; la seleccin de sus hiptesis, guiadas porcuestiones metodolgicas antes que los problemas que tratan de explicarse, harestringido enormemente su aplicabilidad e incluso su relevancia para muchasfacetas del comportamiento de los partidos; y su capacidad explicativa de lasinteracciones de los partidos con los votantes, o con otros partidos, es tambindbil. Por lo tanto, la misma consistencia y simplicidad de las ideas quesostienen esta aproximacin, que a priori podran resultar beneficiosas parapromover la contrastacin de hiptesis y la construccin de una teorapotencialmente acumulativa, son tambin fuentes de debilitlad cuando seaplican al estucho de los partidos, sobre todo debido a su incapacidad paracapturar la complejitlad, multidimensionalidad y naturaleza interactiva de los

    12 Por ejemplo, Gunther (1989) descubri, a travs de una extensa serie de entrevistas conlderes de partidos espaoles, que muy a menudo su comportamiento no estaba guiado porclculos de ventajas electorales en el corto plazo. En cambio, a veces formulaban susestrategias y orientaban su comportamiento intentando conseguir otros dos objetivos consolidar completamente el nuevo rgimen democrtico en Espaa y establecer

    organizaciones partidistas duraderas- que en numerosas ocasiones resultaron serincompatibles con la maximizacin del voto en el corto plazo.13 El proceso electoral suele entenderse como un modelo de competicin basado en lapercepcin del votante de las posiciones de los candidatos sobre cuestiones polticas (issues),estando la decisin de voto fundamentada en la proximidad percibida entre esas posicionessobre dichas cuestiones; un partido, por lo tanto, sera poco ms que la agregacin por partede sus candidatos de posiciones sobre ciertas cuestiones en una eleccin dada (cf., porejemplo, Davis, Inc. Y Ordeshook 1970: 426 y 445). Para un anlisis posterior de estos temasque utiliza concepciones formalizadas de los partidos, vase Inc. Y Munger (1997).14 En el libro de texto de Shepsle y Bonchek (1997), por ejemplo, los partidos estnnotablemente ausentes de las explicaciones de las interacciones entre los actores, procesos einstituciones polticas. Los partidos slo aparecen en el penltimo captulo sobre Gobierno degabinete y democracia parlamentaria [en Europa occidental].1

    5 Por ejemplo, Brenan y Lomasky (1993:121) asumen como una de las premisas sobre las quebasan su investigacin la existencia de un sistema bipartidista en muchas democraiasoccidentales.

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    objetivos que persiguen los partidos y sus ltleres, las estrategias quedespliegan y los comportamientos que adoptan en el mundo poltico. Como seha sealado, el anlisis de la competicin partidista es un buen ejemplo de ello.Bartolini (2002) ha analizado cuidadosamente los problemas asociados a launidimensionalidad y ambigedad del concepto de competicin, tomado

    inicialmente de la economa y aplicado, a menudo acrticamente, al campopoltico. Segn demuestra, muchos de los supuestos simplificadores presentesen esa aproximacin no concuerdan bien con importantes aspectos de lacompeticin real en el mbito de la poltica. En consecuencia, a construccinterica sobre los partidos ha sido socavada por la pobre correspondencia entreuna realidad emprica frecuentemente compleja, desordenada ymultidimensional, por un lado, y un intento de formacin de teora elegantepero a menudo simplista e irreal, por otro. Dadas estas incompatibilidades entremodelos excesivamente simples y una realidad altamente compleja, surgendudas incluso sobre la medida en que resulten finalmente contraproducentesestos esfuerzos por establecer un nico marco comn para la deduccin de

    hiptesis y la construccin de una teora acumulativa de la poltica.En los ltimos aos, algunos investigadores han empleado versionesblandas de la teora de la eleccin racional en sus estudios sobre lospartidos. Estos autores reconocen que, en los modelos sobre la competicinelectoral, la reduccin de los partidos a candidatos individuales ha debilitadoel anlisis emprico de las organizaciones partidistas. Como seala Strm(1990b: 565), los modelos de eleccin racional sobre los partidos [...] no hanconseguido generar una teora simple y coherente del comportamientocompetitivo de los partidos o producir resultados robustos que puedan aplicarsebajo una variedad de condiciones ambientales. En cambio, esos estudios deeleccin racional blanda han relajado en sus anlisis empricos muchos delos supuestos centrales de las visiones ms rgidas de este enfoque; susrepresentaciones de la racionalidad de los actores polticos son mucho msplausibles (aun siendo todava bastante estilizadas); han ensanchado el rangode los objetivos perseguidos por los polticos; han incluido consideraciones delos lmites existentes para el comportamiento de los partidos en distintoscontextos y han prestado ms atencin a los datos empricos en el desarrollode las proposiciones tericas sabre los partidos16. Estos estudios se hanbasado en anlisis empricos sistemticos y han pretendido mejorar laelaboracin de teoras teniendo en cuenta la complejidad organizativa de lospartidos, la diferenciacin de sus objetivos y la interaccin entre las demandas

    de los votantes y la naturaleza de las ofertas presentadas por los partidos. Deeste modo, tratan a los partidos como variables endgenas cuyascaractersticas organizativas, ideolgicas e institucionales estn condicionadaspor las estrategias perseguidas por los lderes (actuando como actoresracionales) y por los diversos contextos de los sistemas polticos dentro de losque actan. Esos estudios han realizado avances significativos en elestablecimiento de un mareo comn para la teorizacin sobre elcomportamiento de los partidos, las preferencias de sus lderes y lascondiciones que afectan a la formacin gobiernos en sistemas polticos condiversas estructuras institucionales. En nuestra opinion, tienen una mayor

    1

    6 Vanse, por ejemplo, Strm (1990a: cap.2); Budge y Keman (1990); Aldrich (1995); Laver yShepsle (1996) y Mller y Strm (1999a, 1999c); y para estudios de caso de dos familias departidos especficas, Koelbe (1991) y Kalyvas (1996).

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    probabilidad de hacer contribuciones relevantes a la elaboracin de teorassobre los partidos que la aplicacin de modelos economicos simplistas alestudio de organizaciones partidistas complejas y de sus interrelaciones condiferentes conjuntos de actores en la sociedad y en el gobierno. Sin embargo,persisten todava algunos problemas, especialmente en relacin con la

    capacidad de este enfoque para integrar supuestos sobre el comportamientode los lderes de diferentes tipos de partidos dentro de sistemas polticossimilares, o partidos con caractersticas organizativas comunes en sistemasdiferentes. En su captulo en este libro, Steven S. Wolinetz ha tratado deconectar los esquemas ciasificatorios basados en los diferentes objetivosperseguidos por las elites de los partidos con criterios operativos mejor dotadospara la generacin de hiptesis contrastables y la construccin de teoras sobrelos partidos.

    Una tercera tradicin intelectual pretende generar aportaciones tericasempleando una aproximacin indctiva al estudio de los partidos. Ms clsica y

    mejor conocida por su larga tradicin, esta lnea ha elaborado un gran nmerode modelos y tipologas de partidos. Aunque se ha aprendido mucho acerca dela estructura, las estrategias yel comportamiento de los partidos a partir de lashiptesis de rango medio, tampoco este intento ha cumplido, con algunaexcepcin, sus expectativas sobre el desarrollo de una teora sobre lospartidos. Distintas razones han intervenido en este resultado. En primer lugar,la mayora de las tipologas de partidos estaba exclusivamente basada en lasexperiencias histricas de un nmero notablemente escaso de democraciaseuropeas durante las primeras seis dcadas del siglo XX. Estaconceptualizacin, generalmente esttica, ha tenido una aplicabilidad limitada apartidos de otros pases (incluso con democracias estables como EstadosUnidos), ha sido incapaz de dar cuenta de los retos a los que se enfrentan lospartidos y ha resultado crecientemente irrelevante para los estudios de un grannmero de partidos surgidos-a raz de la tercera ola de democratizacin. Nilos esquemas de categorizacin clsicos (por ejemplo, Duverger 1954;Neumann 1956) ni los ms contemporneos (por ejemplo, Kirchheimer 1966;Panebianco 1988; Katz y Mair1995; Krouwel 2006) han logrado capturar todoel rango de variacin del extremadamente amplio nmero de partidos actuales,especialmente a la vista del escaso nmero de tipos de partidos elaborados encada una de esas contribuciones. La principal excepcin es la de Gunther yDiamond (2001, 2003), que discuten 15diferentes tipos de partidos en distintas

    regiones del mundo a lo largo del ltimo siglo y medio.Este enfoque tampoco ha permitido la construccin acumulativa de teora ni unmnimo consenso sobre una categorizacin de los partidos de acuerdo aconjuntos de criterios consistentes. En realidad, las diversas tipologas handiferido sustancialmente respecto a la naturaleza de los criterios usados paradistinguir los distintos tipos de partidos. Algunas de estas categorizaciones (porejemplo, Neumann 1956; Kitschelt 1989b; Katz y Mair 1995) se basan encriterios funcionales, diferenciando los partidos sobre la base de una raisondtre organizativa o de algn objetivo especfico que persiguen. Otras sonorganizativas (Duverger 1954; Panebianco 1988; Kitschelt 1994, 2006),

    distinguiendo entre los partidos que tienen estructuras organizativas dbiles ylos que han desarrollado grandes infraestructuras y complejas redes de

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    relaciones de colaboracin con otras organizaciones secundarias. Otras aun(por ejemplo, Michels 1962 [1911]; Eldersveld 1964) han adoptado criteriossociolgicos, basando su trabajo explcita o implcitamente en la nocin de quelos partidos son productos de (y deben representar los intereses de) variosgrupos sociales. Finalmente, algunos trabajos, pioneros en su tiempo, han

    mezclado indiscriminadamente esos tres conjuntos de criterios. Este es el casode Kirchheimer (1966), que plantea cuatro modelos de partido: partidosburgueses de representacin individual, partidos clasistas de masas, partidosconfesionales y partidos catch-ll.

    A pesar de que son tiles para la identificacin de caractersticas distintivas delos partidos, estas tipologas carecen por s mismas de capacidad explicativa.Su mayor utiIidad, como seal Rokkan (1967: 174), radica en el empleo decriterios multidimensionales para capturar configuraciones complejas derasgos, incluyendo elementos que pueden ser significativos en un contextopoltico particular, pero al mismo tiempo permitiendo el anlisis comparado en

    relacin a varias dimensiones. Sin embargo, cuando estas tipologas se aplicanincorrectamente pueden inducir a los investigadores a caer en una trampametodolgica basada en el supuesto implcito de que un tipo de partidoespecfico se convertir en dominante ycaracterizar una fase completa en unproceso de evolucin histrica a largo plazo, que a su vez ser seguido por sudesplazamiento como el partido prototpico por un tipo diferente en un periodoposterior17. Adems, una utilizacin inapropiada y superficial de los modelos departidos puede debilitar los estudios empricos y la elaboracin de teoras,llevando a simplificaciones groseras de las caractersticas de los partidos, asupuestos injustificados de similitud (cuando no de uniformidad) entre partidosque de hecho son diferentes y a la aplicacin inapropiada de etiquetas (como lade catch-all) a partidos cuyas caractersticas organizativas, ideolgicas oestratgicas difieren significativamente del modelo original. En resumen, losinvestigadores pueden sentirse obligados a forzar la cuadratura del crculoporque las opciones disponibles son insuficientes en nmero y variedad paracapturar la naturaleza esencial de muchos partidos del mundo real. Y ello, a suvez, lleva a descuidar las diferencias potencialmente significativas que existenentre los partidos o las tensiones y tendencias evolutivas dentro de los propiospartidos, pese a que en realidad puedan tener una relevancia tericaconsiderable.

    El estudio de los partidos no debe ser fundamentalmente diferente del de otrossubcanipos de la Ciencia Poltica. Debe aspirar a reemplazar los crculosviciosos antes mencionados por un crculo virtuoso en el que proposicionestericas ayuden a estimular y estructurar la investigacin emprica. A su vez,sobre la base de los resultados de la investigacin emprica se validaran,rechazaran o modificaran las proposiciones tericas. En consecuencia, loscnones cientficos bsicos tienen reservado un importante papel tanto a los

    17 Como ha observado Bartolini (1986:259), en ninguna fase histrica ha existido unahomogeneizacin de los partidos. Al contrario, varios tipos diferentes de partidos han coexistidoa lo largo de toda la historia de la competicin multipartidista democrtica, de tal forma quepartidos preexistentes han coincidido con los nuevos tipos emergentes. Esto ha continuado

    hasta nuestros das: incluso aunque ha habido una tendencia geneal hacia partidosorganizativamente dbiles, en la mayora de los sistemas democrticos coexisten tips departidos muy diferentes.

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    procesos analticos inductivos como a los deductivos. La induccin es la msapropiada para la generacin de proposiciones tericas que concuerden con larealidad que pretenden explicar. La deduccin es necesaria para derivar, apartir de proposiciones tericas, hiptesis contrastables que puedan serconfirmadas o rechazadas a partir de la evidencia emprica. Hasta la fecha,

    este dilogo entre las fases inductiva y deductiva de las elaboraciones ha sidoinadecuado en el estudio de los partidos.

    Hemos revisado dos intentos predominantemente deductivos para estableceruna teora general de los partidos (o incluso de la poltica en su sentido ms aamplio): uno de ellos, el estructuralfuncionalismo, fue importado desde loscampos de la Antropologa y de la Sociologa; el otro, el anlisis de la eleccinracional, desde la Economa. Desde nuestro punto de vista, ninguno de ellos haconseguido su objetivo de establecer un marco analtico comn, o al menosreforzado un cierto consenso entre los investigadores de la disciplina que sirvade base aceptable para la investigacin y la formacin de teoras 18. Como

    paradigma de la Ciencia Poltica, el estatus del estructuralfuncionalismo durmenos de una dcada antes de que fuera virtualmente abandonado comomarco analtico. Las aproximaciones fundadas en la eleccin racional han sidomucho ms persistentes: en el estudio de los partidos, han sido empleadas poruna minora de investigadores durante ms de cuatro dcadas. Pero hasta elmomento las versiones ms rgidas y ortodoxas de la eleccin racional no hanconseguido aproximarse al estatus de paradigma en este subcampo, nitampoco han siclo capaces de convencer a una mayora de los acadmicosque trabajan en esta rea de que proporciona un enfoque vlido o tilpara enmarcar los estudios tericos y empricos del comportamiento de lospartidos. Desde luego, muchos resultados valiosos se han derivado de lasaplicaciones blandas de este enfoque, que comprueba rigurosamentehiptesis generadas a partir de los supuestos de la eleccin raciolial empleandodatos empricos. A la vista de los avances realizados por los estudiosos queutilizan este ltimo planteamiento, es improbable que haya muchosinvestigadores que acudan a las versiones ms ortodoxas, abrumadoramentedeductivas y no empricas de la teora de la eleccin racional. Por las razonesexpuestas antes (y discutidas con mayor extensin por Bartolini [2002]), cabendudas sobre la validez de la analoga entre los simples modelos econmicos deindividuos maximizadores de beneficios, por un lado, y las complejas ymultidimensionales organizaciones que persiguen una amplia variedad de

    objetivos dentro de contextos sumamente diferenciados, por otro. A juzgar porlos resultados obtenidos, es posible tambin albergar dudas sobre laformulacin de una nica teora de los partidos y ms an si se trata de unanica teora de la poltica. Como muchos otros investigadores, somosescpticos respecto a la posible construccin de una teora general queexplique, a travs de una serie de proposiciones interrelacionadas, fenmenostan diversos como los que van desde los rasgos organizativos de los partidoshasta el impacto de sus actividades en las vidas de los ciudadanos.

    18 Esta situacin contrasta con la de la Fsica, donde, como es notorio, ha existido durantedcadas un amplio consenso respecto a qu tipos de fenmenos pueden ser explicados

    adecuadamente por las hiptesis derivadas del paradigma newtoniano, qu fenmeno incluyenprocesos dinmicos que pueden ser explicados mejor por la fsica relativista, cules requierenanlisis enraizados en los preceptos de la fsica cuntica, etctera.

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    Esto no supone afirmar que los estudios empricos predominantementeinductivos que dominan la bibliografa sobre los partidos hayan culminado en eldesarrollo de un cuerpo satisfactorio de teoras de alcance medio. Aunquemuchas de ellas contienen aportaciones interesantes y realizan contribuciones

    empricas significativas, este subcampo muestra todava una considerableconfusin, derivada de conceptos, trminos y tipologas que soninnecesariamente redundantes, resultan escasamente comparables osimplemente no son acumulativos. Y aunque este florecimiento pueda seruna estrategia adecuada para fomentar la proliferacin de desarrollosnovedosos en un subcampo reciente, llegados a un cierto punto es deseableeliminar las malas hierbas del jardn y concentrarse en el cultivo de brotes msfructferos. Es posible, en consecuencia, que el subcampo de los partidos sebeneficie de la adopcin de estrategias analticas basadas en tu terrenointermedio entre los enfoques guiados por una metodologa deductiva,escasamente emprica y a veces excesivamente simplificadora, por un lado, y

    los estudios guiados empricamente que en ocasiones han culminado en unacacofona de conceptos, tipologas y modelos, a veces compatibles, peroredundantes, y a veces incompatibles y no acumulativos, por otro. Como hapropuesto Janda (1993: 184), nuestro desafo es asimilar, desarrollar yextender la teora existente ms que esperar que descienda de las alturas unateora general19.

    Qu tipo de pasos podran seguirse para reforzar las teoras de rango medio ylas hiptesis susceptibles de contrastacin emprica relacionadas con lospartidos? Una aproximacin (como la propuesta por von Beyme ([1985] yWolinetz [1998c] consistira en desarrollar teoras parciales que traten aspectosespecficos de los partidos, pero que vayan ms all demeras descripcionesesquemticas o de simples generalizaciones empricas. Esta aproximacin hasido eficazmente utilizada en subcampos de la Ciencia Poltica relacionadoscon el que tratamos en este captulo. En el del comportamiento electoral, porejemplo, este tipo de perspectiva queda ejemplificado por la teora de loscleavages sociales, en la que un conjunto de hiptesis explicativas (basadas enla existencia de un grupo comn de supuestos y conceptos, el recurso a unvocabulario comn y la utilizacin de metodologas empricas generalmentecompatibles) han podido comprobarse sistemticamente a lo largo de ms decuatro dcadas. Este cuerpo terico no slo ha sido capaz de alcanzar un

    amplio consenso alrededor de sus resultados empricos, sino que tambin hagenerado innovaciones tericas notables y ha sido muy sensible a los cambiosen la fuerza del anclaje del voto basado en cleavages sociales durante laspasadas dcadas20. Una segunda aproximacin tratara de disminuir an mslas barreras entre los enfoques predominantemente deductivos y los mstradicionales enfoques inductivos. En este sentido, Barnes (1997: 135) hapropuesto el desarrollo de teoras generales a travs de la integracin de lasque l denomina islas de teora inductiva y los principales logros de laeleccin racional. En muchos aspectos, la distancia entre los dos enfoques no19 Vase tambin Janda (1980), donde el autor contribuye a la teorizacin comparativacontrastando empricamente los conceptos que propuso originalmente Duveger (1954).2

    0 Vanse, por ejemplo, Lipset (1960, 1981); Lipset y ROkkan (1967a); Rose (1974b); Bartolini yMair (1990); Franklin, Mackie, Valen y otros (1992); Evans (1999); Bartolini (2000); Karvonen yKuhnle (2001); Gunther y Montero (2001) y tomasen (2005).

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    es tan grande, como atestigua el reciente florecimiento de estudios deeleccin racional blanda. Desde el campo de la eleccin racional,Schlesinger (1984: 118) ha sostenido que las crticas a la ausencia de unmarco terico sobre los partidos son simplemente una exageracin, dado queexiste un cuerpo comn que cimenta la mayora de las monografas sobre

    partidos, aunque pueda ser necesario pulirlo, sistematizarlo y contrastarloempricamente. De modo similar, Mller y Strm (1999b: 307) han defendidoposiciones de compromiso entre las tradiciones de investigacin caracterizadaspor la elaboracin de modelos formales y las aproximaciones ms empricas einductivas. Aunque este enfoque supondra un abandono de las pretensionesuniversalistas basadas en los estrictos supuestos de la racionalidad, que aveces imposibilitan su comprobacin emprica, podra tambin impulsar losestudios sobre los partidos, de otro modo atericos y descriptivos, tratando de-alcanzar objetivos tericos solventes en base a la construccin de hiptesis yde su contrastacin emprica.

    Una tercera aproximacin consistira en mantener una posicin bsicamenteinductiva/emprica, pero facilitando la generacin y comprobacin de hiptesismediante la consolidacin de la mirada de tipologas existentes: podra asadoptarse una terminologa comn para describir los modelos de partidosfundamentalmente equivalentes que en la actualidad se agripan bajo diferentesnombres. Esto, a su vez, requerira la estandarizacin de los criterios con losque se categorizan los partidos y, si es preciso, la elaboracin de modelosadicionales que capturen la esencia de los partidos que han emergido enalgunas de las nuevas democracias de la tercera ola, ms all de lasregiones ampliamente estudiadas de Europa occidental y de Amrica del Norte,o en las democracias establecidas con posterioridad a la formulacin de lastipologas tradicionales21. Los beneficios de esta orientacin pueden observarseen otros dos subcampos tambin prximos como los de las dinmicas de lossistemas de partidos22 y los efectos de los sistemas electorales23: el desarrollode ambos se ha visto facilitado por un conjunto comn de conceptos,definiciones y frmulas pan calcular sus principales indicadores operativos. Unacuerdo general sobre el significado y la operacionalizacin de estos conceptosha hecho posible comparar consistente y precisamente los sistemas departidos democrticos entre s, adems de observar su evolucin a lo largo devarias dcadas. Esta estandarizacin de conceptos, trminos e indicadoresoperativos no ha tenido lugar todava en el estudio de los partidos.

    Otra aproximacin, ms modesta pero a nuestro juicio tambin necesaria,consiste en reexaminar crticamente las viejas tipologas, los conceptos y los

    21 Vase Gunther y Diamond (2001) para un esfuerzo de este tipo.22 Entre muchos de los anlisis de los sistemas de partidos realizados a lo largo de las cincoltimas dcadas estn los de Duverger (1954); Lipset y Rokkan (1967a); Sartori (1976); Merkl(1980); Daalder y Mair (1983); von Beyme (1985); Wolinetz (1988); Ware (1996); Mair (1997);Pennings y Lane (1998); Broughton y Donovan (1999); Karvonen y Kuhnle (2001); Bardi (2002)y Wolinetz (2006b).23 Una cierta lnea continuada de desarrollo de teora e indicadores operativos en estesubcampo puede trazarse desde Duverger (1954) a Rae (1971); Nohlen (1984); Grofman y

    Lijphart (1986); Taagepera y Shugart (1989); Lijphart (1994); Cox (1997); Penads (2000,2006); Shugart y Wattenberg (2001); Colomer (2004); Norris (2004); Gallagher y Mitchell(2005), y Montero y Lago (2005).

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    supuestos que los sostienen. ste es el planteamiento adoptado en muchos delos captulos de este libro.

    EL CONTENIDO DE ESTE LIBRO

    Como ya se ha dicho, el principal objetivo de este libro radica en el desarrollode una ms rigurosa fundamentacin terica de los partidos mediante larevisin de los conceptos y modelos que han alimentado este subcampo de laCiencia Poltica a lo largo de las cinco ltimas dcadas. El libro est dividido entres partes. Los dos primeros captulos estn dedicados a lareconceptualizacin de los aspectos ms bsicos de los partidos polticos. Losdos siguientes discuten los modelos de partido a travs de distintos criteriosorganizativos. Los siguientes tres captulos examinan empricamente algunosproblemas relevantes de la estabilidad de los partidos, de su capacidadrepresentativa o de las actitudes de los ciudadanos hacia ellos a travs decasos de partidos espaoles o del sur de Europa. Finalmente, el captulo que

    cierra el libro desgrana algunos de los problemas y paradojas a los que seenfrentan los partidos en las democracias contemporneas. Desde diferentesperspectivas conceptuales y tericas, los autores de estos ocho captulospretenden as mejorar el conocimiento acumulado sobre los partidos polticos,formular hiptesis contrastables que puedan servir como cimientos para laconstruccin de teoras de rango medio y elaborar proposiciones tericas conun mayor poder explicativo.

    Una nueva conceptualizacin de los partidos

    En la primera parte del libro, Hans Daalder analiza sistemticamente en elcaptulo 2 los trabajos que desde comienzos del siglo XX han abordado lasupuesta crisis de los partidos o, como fue tambin conocido a partir de ladcada de los setenta, el declive de los partidos. Daalder critica lospseudoconceptos normativos o ideolgicos empleados implcita oexplcitamente en dicha literatura, con una frecuencia extraordinaria, en lasevaluaciones negativas de la situacin de los partidos en Europa occidental.Como sostiene, el trmino crisis de los partidos se ha utilizado habitualmentecomo un simple eufemismo para el rechazo de los partidos en general o dealguno de ellos en particular. As ha ocurrido sobre todo en la primera de lascuatro variaciones de esta literatura, que Daalder denomina como negacin

    del partido. Poco despus de la aparicin de los partidos de masas, lostrabajos de Ostrogorski (1964 [1902]) y Michels (1962 [1911]) denunciaron lasubordinacin del individuo a la organizacin, y la de esta ltima a los lderesdel partido. Existan dos tipos de argumentos balo aquella rbrica comn: unode ellos fue articulado por quienes sentan nostalgia de un orden polticotradicional y supuestamente armnico, y el otro fue mantenido por liberales eindividualistas que conceban el partido como una organizacin tirnica yantidemocrtica. El establecimiento subsiguiente del Estado de Partidos oParteienstaat (analizado en mayor profundidad por Hans-Jrgen Puhle en sucaptulo en este libro) confiri legitimidad a los partidos, pero no impidi unsegundo tipo de crticas, centradas ahora en ciertos tipos de partidos o de

    sistemas de partidos. Entre los autores europeos, las crticas se dirigieronfundamentalmente a los partidos catch-aII, mientras que en Estados Unidos se

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    descalificaba a los partidos por su falta de responsabilidad: en 1950, laAmerican Political Science Association aprob una resolucin en favor de unsistema hipartidista ms responsable (APSA 1950). Un tercer tipo dedescalificaciones estuvo localizado en los sistemas multipartidistas, y procedade una simplista caracterizacin del sistema bipartidista britnico. A pesar de

    que slo una minora de democracias cuenta con los elementos propios de unsistema bipartidista, han sido muchos los autores que lo han convenido en unaespecie de modelo natural, sobre todo entre quienes prefierenun sistema electoral mayoritario o analizan la competicin partidista desde laperspectiva de la eleccin racional. El cuarto grupo de crticas proviene dequienes afirman la redundancia de los partidos, por haber cumplido ya sufuncin bsica de movilizacin de los electorados o por haber degenerado ensimples maquinarias electorales. Desde su punto de vista, es probable que lospartidos desaparezcan o que cuando menos, acrecienten su declive tras laemergencia de los nuevos movimientos sociales y la adquisicin de nuevosrecursos personales por parte de los ciudadanos.

    Para Daalder, esta serie decrticas sucesivas en la literatura politolgica sobrelos partidos se encuentra vinculada a un determinado partido, pas o pocahistrica. Daalder advierte a quienes vayan a dedicarse a la revisin deconceptos que deberan ser muy cuidadosos para evitar estos sesgosnormativos, y que deberan dotar de especificidad a los criterios que sustentansus formulaciones. Un anlisis ms riguroso de los conceptos bsicos puededesbancar las generalizaciones fciles o los saberes convencionales quecirculan habitualmente dentro de numerosos crculos acadmicos, o en generalentre los ciudadanos, y puede a su vez proporcionar nociones ms apropiadasy facilitar la creacin de teoras ms rigurosas sobre los partidos.

    Si Daalder reexamina crticamente los pseudoconceptos que han aparecido enla literatura sobre la crisis de los partidos desde comienzos del siglo XX, en elcaptulo 3 HansJrgen Puhle centra su anlisis en la crisis del partidocatchall desde la dcada de los setenta. Discute all en detalle lareestructuracin experimentada por los partidos catchalloccidentales comorespuesta a los nuevos retos que han derivado de las transformacionessociales y de los cambios en los Partienstaatdonde operan. En su anlisis dela evolucin del partido catch-all, Puhle ofrece una valiosa combinacin deelementos tericos y empricos, de tipologas y de conceptos. De modo similar

    a los argumentos sostenidos por Katz y Mair en el captulo correspondiente,Puhle distingue tres olas en la consolidacin de los partidos, que culminaron encuatro tipos de partidos a lo largo del siglo pasado en Europa. Tambin comoKatz y Mair, Puhle subraya el carcter tentativo de la delimitacin de estasfases histricas: los modelos de partido son tipos ideales que no se ajustanplenamente a los partidos polticos del mundo real. En cambio, la mayora delos partidos contiene una combinacin de rasgos de tipos distintos, bien queunos u otros estn por lo general suficientemente delimitados como parapermitir al analista caracterizar a los partidos de manera precisa en unatipologa. Si las fases histricas que Puhle identifica son ms ilustrativas quedefinitivas, y si la mayora de los partidos en el mundo real se aproxima slo

    ligeramente a los criterios definitorios de los tipos ideales de partidoscontenidos en la mayor parte de las tipologas, resulta inapropiado establecer el

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    predominio de un tipo de partido en cualquiera de las fases histricas. Los tiposde partidos, sostiene Puhle, superan normalmente los lmites de los periodoshistricos, y las interacciones simultneas entre los partidos de diferentes tiposcontribuyen a dotar de mayor rigor al anlisis de la evolucin de los partidos.

    Sin olvidar estas especificidades, Puhle formula tres cuestiones relevantes. Laprimera recuerda que el partido catch-all, tal y como lo defini Kirchheimer(1966), fue una derivacin del partido de integracin de masas descrito porNeumann (1956). En consecuencia, este concepto inclua algunos criteriosespecficos que convierten en inadecuadas muchas de las aplicacioneserrneas de este trmino: es mucho ms sencillo utilizar una categora residualpara describir la panoplia completa de partidos surgida desde el apogeo delpartido de masas. En segundo lugar, Puhle afirma que el modelo catch-allpredomina an en la mayora de principales partidos europeos. Pero, en tercerlugar, la tendencia generalizada desde comienzos de los aos ochenta apunta,segn este autor, a menores grados de centralizacin y de penetracin social

    de los partidos. Los partidos democristianos, socialdemcratas yconservadores de Europa occidental se han adaptado a los retos de laspasadas dos dcadas mediante su re-equilibrio (ms que su desaparicin odeclive) en base a un nuevo tipo de partido que l denomina catch-all plus.Esta nueva clase de partido cuenta con una organizacin ms reducida ydesestructurada, y es ms flexible en sus esfuerzos por mantenerseelectoralmente competitiva. Los aspectos negativos de estas caractersticas,sin embargo, radican en los criterios cortoplacistas y ad hoc de susapelaciones programticas y electorales, adems de en su escasa capacidadpara la integracin social y la mediacin poltica. En conjunto, este desarrollosugiere no tanto el declive de los partidos ante los nuevos desafos como suadaptacin y continuidad, bien que con diferentes estrategias y formasorganizativas.

    La revisin de las organizaciones partidistasy de los modelos de partidos

    La segunda parte de este libro revisa distintas facetas de la organizacin departido. Como cabe imaginar, la literatura al respecto es considerable. Muchosde los trabajos clsicos sobre los partidos como los de Michels (1962 [1911]),Duverger (1954), Neumann (1956), Eldersveld (1964) y Kirchheimer (1966)

    abordan con amplitud las tipologas de las organizaciones partidistas y losproblemas asociados con los distintos tipos de partidos. Despus, laspreocupaciones sobre la organizacin de los partidos disminuyerondrsticamente. Muchos estudios posteriores estuvieron centrados en lasrelaciones de los partidos con los ciudadanos (sobre todo en el anlisis delcomportamiento electoral), en su presencia en las institucionesgubernamentales o en su intervencin en las polticas pblicas. La escasacuriosidad por los partidos como organizaciones resulta especialmentellamativa en el caso de los estudios de eleccin racional, cuya nocin departido como un actor unitario ignora explcitamente su complejidadorganizativa. Aunque existan excepciones24, estamos lejos de alcanzar los

    24 Entre ellas destacan Mayhew (1986), Schlesinger (1991) y Adrich (1995) en Estados Unidos;Panebianco (1988), Katz (1990), Katz y Mair (1992a, 1994), Ktschelt (1994), Scarrow (1996a,

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    objetivos de la agenda investigadora propuesta hace tiempo por Mair (1997:41-44) para superar las clasificaciones simplistas de la organizacin de partido,para desarrollar indicadores empricos referidos a la vida interna de lospartidos, para vigilar las relaciones entre el cambio organizativo y la volatilidadelectoral y para comprobar las hiptesis que aspiren a explicar tanto la

    diversidad como el cambio interno de los partidos. Los dos captulos incluidosen esta parte del libro discuten algunas de esas cuestiones y contribuyenpositivamente a sustentar nuevos esfuerzos tericos.

    En el captulo 4, Richard S. Katz y Peter Mair examinan las interacciones entrelos modelos de organizacin de partido y los cambios en el equilibrio de poderinterno a lo largo del siglo XX. En concreto, presentan cuatro modelos distintosde organizacin de partido (el partido cadre o de elites, el partido de masas, elpartido catch-all y el partido cartel) con las tres caras de los partidos: theparty on the groundo el partido como organizacin, o como bases de afiliados;the party in the central office o el partido desde el punto de vista de su propia

    organizacin; y the party in public office o el partido en las instituciones pblicaso desde la perspectiva de los cargos pblicos. Los autores sostienen que lasestrategias de las elites de los partidos, en combinacin con los procesosinstitucionales de la competicin partidista en las democracias avanzadas, hanprovocado el ascenso del partido como cargos pblicos y una desmedidasubordinacin de sus otras dos caras25. En relacin con la lnea argumental dePuhle, Katz y Mair nos alertan de las interpretaciones que conectan con nopoca simplicidad los modelos de partido y sus trayectorias evolutivas: sunaturaleza primaria no se encuentra determinada por una situacin histricaespecfica, de modo que varios tipos pueden coexistir simultneamente en lossistemas de partido democrticos. En su lugar, a lo largo de la historia puedensurgir invenciones organizativas que proporcionan a las elites partidistasrecursos adicionales para el repertorio disponible de formas institucionalessusceptibles de ser utilizadas. La inercia, los desarrollos contradictorios ydistintos tipos de factores pueden tambin determinar el resto de aspectosdestacables del tipo de partido en un determinado momento. Asimismo, Katz yMair aducen que cada uno de esos modelos partidistas es compatible concualquiera de los diferentes papeles que desempean los partidos. El partidocatch-all, por ejemplo, se ajusta mejor al papel de partido como organizacin, elpartido catch-all, por ejemplo, se ajusta mejor al papel de partido comoorganizacin; el partido de elites, al partido en los cargos pblicos en los

    regmenes liberales; y el partido de masas, al nexo entre el partido comoconjunto de afiliados y el partido en la organizacin central. No obstante, desdelos aos sesenta, cuando cristaliz el modelo de partido catch-all, se hanproducido cambios importantes, particularmente con respecto a la posicinprivilegiada del partido en los cargos pblicos. Estas condiciones se hanasociado a la emergencia del partido cartel(Kan y Mair 1995, 1996), del partido

    2000), Mair (1997), Scarrow, Webb y farell (2000), Harmel (2002), Heidar (2006), Webb yKoldny (2006) y Allern y Pedersen (2007) en Europa occidental, y Lewis (1996) en Europa delEste y central.25 Vanse tambin Thies (2000), Kopeck (1995) y van Biezen (2003a) para conclusionesdiferentes acerc de las democracias ms recientes. Para anlisis actualizados de los afiliados

    como la dimensin ms visible de la cara del partido de los afiliados, vanse Scarrow (2000),Mair y van Biezen (2001) y Heidar (2006). Para los partidos espaoles, Mndez, Morales yRamiro (2004)

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    electoral-profesional (Panebianco 1988) y del partido cadre moderno (Koole1994, 1996). Entre los factores que han posibilitado estos avances seencuentran la financiacin pblica de los partidos y de las campaaselectorales (que son distribuidas fundamentalmente por las elites del partido,quienes tambin controlan el acceso a los cargos pblicos), as como el

    creciente recurso a los miembros de los partidos por quienes ostentan cargospblicos, la personalizacin y centralizacin de las campaas electorales y lacreciente importancia de los profesionales expertos en coordinacin decampaas y medios de comunicacin de masas (Mller 2000a: 317-319). Encambio, la posicin privilegiada de las elites partidistas, la cartelizacin delos partidos y las prcticas de patronazgo o corrupcin han contribuido a ladeslegitimacin de los partidos, al aumento de los sentimientos antipartidistasentre los ciudadanos y a una insatisfaccin generalizada con su actuacin 26.Como veremos ms adelante, el captulo de Torcal, Montero y Gunther exploraestos temas con mayor detenimiento.

    En el captulo 5, Steven B. Wolinetz se acerca al tema de la organizacinpartidista desde una perspectiva complementaria: si Katz y Mair reexaminan laorganizacin de los partidos a partir de las interacciones entre los modelos departidos y sus distintas caras, Wolinetz utiliza la organizacin del partidocomo base para criticar la validez de las tipologas existentes y para proponerun nuevo esquema clasificatorio. Las causas del descontento con las tipologasactuales no son pocas: entre ellas des taca la incapacidad del nmeroextraordinariamente escaso de modelos de partidos para capturar la esencia dela ingente variedad de partidos existentes a fecha de hoy, el hecho de queestos modelos estn en muchas ocasiones orientados a la descripcin de lospartidos segn su apariencia hace ms o menos cien aos y un alcance enrealidad restringido a los partidos del occidente europeo. El resultado global esque esos modelos han sido en gran medida incapaces de asimilar lasvariaciones perceptible entre los numerosos partidos que han surgido desde elcomienzo de la tercera ola democratizadora de los aos setenta. Adems,los sesgos homogeneizadores implcitos en la naturaleza esttica de lasrelativamente escasas nuevas categoras empleadas para clasificar a lospartidos tienden a fomentar la presuncin de convergencia entre ellos,obviando diferencias fundamentales en sus objetivos prioritarios, en susestrategias a la hora de alcanzarlos y en sus respuestas a las limitaciones uoportunidades que irrumpen en los contextos en los que operan.

    Wolinetz afirma tambin que estas limitaciones son particularmente destacadasincluso cuando se aplican a los partidos franceses, holandeses, canadienses yestadounidenses, y mucho ms en lo que toca a los partidos de las nuevasdemocracias, cuyos tipos de partidos cuentan con formulaciones ms recientes(como las de Ware l987a; Koole 1994; Grabow 2001 y van Biezen 2003a). Loscriterios que plantea Kirchheimer (1966) al definir los partidos catchall, porejemplo, no sirven para diferenciar entre los partidos estadounidenses y loscanadienses, a pesar de sus muchas divergencias. La contribucin dePanebianco (1988) remedia algunos de estos inconvenientes, aunque sedebilita considerablemente por sus propuestas sobre las tendencias

    26 Cf. Tambin Kitschelt (2000), que ofrece una interpretacin distinta de este fenmeno, yHopkin (2006).

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    homogeneizadoras de los partidos occidentales: Panebianco cree que supartido electoralprofesional es un tipo cuyos rasgos sern adoptados portodos los partidos, sin tener en cuenta sus orgenes distintivos o sus aspectosorganizativos bsicos. Finalmente, el partido cartel de Katz y Mair (1995)resulta til a la hora de identificar algunas de las caractersticas de los partidos

    surgidos en las ltimas dos dcadas, aunque no est claro si se trata de unmodelo de un tipo de partido diferenciado o una descripcin de interaccionesdinmicas entre partidos en un sistema de partidos especfico (Koole 1996;Karz y Mair 1996). Dadas las limitaciones de estos esquemas clasificatorios,Wolinetz propone que nos centremos en las distinciones entre partidosorientados fundamentalmente a la consecucin de polticas (policyseekingparties), devotos (voteseeking parties) y de cargos (seatseeking parties).En su opinin, ello permitir plantear temas decisivos para conocer lasestrategias y las organizaciones de los partidos. Wolinetz propone adems unanueva operacionalizacin de esos indicadores (cf. tambin Mller y Strm1999a y 1999b; Strm y Mller 1999) .Se supone que el desarrollo de este

    enfoque facilitar la formulacin y la comprobacin de hiptesis relativas alcomportamiento de los partidos, la comparacin de partidos de diferentespases (sobre todo la referida a cmo los partidos han reaccionado ante lasamenazas de las ltimas dos dcadas) y, en general, el fortalecimiento de lasproposiciones tericas potencialmente acumulativas sobre los partidos.

    Modelos organizativos, representacin polticay actitudes antipartidistas: tres anlisis empricos

    Enlazando con la anterior, la tercera parte del libro est dedicada al anlisisemprico de tres cuestiones tan relevantes de la vida partidista como lainstitucionalizacin de los partidos sobre la base de un cierto modeloorganizativo en el caso del principal partido de la transicin espaola, lasconcepciones y elementos de la representacin poltica segn los partidosespaoles durante las tres ltimas dcadas y las actitudes hacia los partidos enel sur de Europa. En el captulo 6, Richard Gunther y Jonathan Hopkinexaminan el impacto de distintos modelos organizativos sobre el rendimientode los partidos mediante el estudio de la Unin de Centro Democrtico (UCD),el partido que protagoniz la transicin democrtica espaola y quedesapareci en 198327. Para ellos, el hundimiento de UCD es atribuible a sufalta de institucionalizacion como partido. Aunque la invocacin de este

    concepto como explicacin de la cada del partido podra parecer tautolgica,Gunther y Hopkin diseccionan el concepto de institucionalizacin en suselementos claves y documentan la importancia capital adquirida por uno deellos. La institucionalizacin de UCD no fue deficiente con respecto a su ampliodesarrollo organizativo o a su penetracin en todos los niveles de lasinstituciones gubernamentales. Por el contrario, su institucionalizacin fracasen lo relativo a las interacciones entre los lderes ms destacados del partido

    27 Este anlisis de la desaparicin de UCD es el resultado de dos proyectos de investigacindiferentes (uno llevado a cabo por Gunther entre 1979 y 1984 [cfr. Gunther 1986b; Gunther,Sani y Shabad 1986], y el otro por Hopkin en 1992-1993 [cfr. Hopkin 1999 t 2000], basado ennumerosas horas de entrevistas con los lderes centristas del antiguo partido. A pesar de

    realizarse de modo independiente, los autores de ambas investigaciones alcanzaron un notableconsenso en sus interpretaciones sobre el espectacular desplome del que fuera el partidoespaol en el gobierno.

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    en Madrid, muchos de los cuales entendieron el partido en trminos puramenteutilitaristas, como un vehculo con el que alcanzar sus objetivos a corto plazo,mientras fallaban a la hora de sin fundirle valor (utilizando la definicin clsicade institucionalizacin de Selznick [1957]) o de crear un sentimiento de lealtadabstracta hacia el partido. Esta falta de institucionalizacin se manifest

    igualmente en sus irreconciliables diferencias de opinin en torno al modelo departido que debera guiar su desarrollo organizativo, sus estrategias electoralesy, sobre todo, sus normas de gobierno interno.

    El fundador del partido y presidente del Gobierno, Adolfo Surez, favoreca laimplantacin de un modelo catch-all clsico bajo un fuerte liderazgopresidencial. Pero los barones del partido tenan en mente unos modelos biendistintos. Muchos de ellos favorecieron implcitamente el desarrollo del partidoa travs de sus distintas facciones, que gobernaran sobre la base de lasdecisiones colectivas de sus lderes y que asignaran de forma proporcionaltanto los cargos del partido como los del gobierno, siguiendo un procedimiento

    cuasiconsociacional (vase Hunneus 1985). Otros lderes demandaron queel partido estableciera unos lazos institucionales fuertes con grupos socialesespecficos (como la Iglesia y el gran capital) y defendiera enrgicamente susintereses, reduciendo virtualmente al partido al estatus de una holdingcompany. Las diferencias de los distintos aspectos sobre estos modelos departido se hicieron patentes en varias de las actuaciones de UCD en elGobierno, lo que condujo a una serie interminable de enfrentamientos pblicos,de defecciones de lderes destacados y en ltima instancia de escisiones queterminaron por desacreditar al partido. Aunque las tensiones y los conflictosson habituales en todos los partidos cuando se producen diferencias de opininsobre el reparto de cargos, la formulacin de la poltica gubernamental o laadopcin de una estrategia electoral, la falta de compromiso con el partido enabstracto, sumada al desacuerdo generalizado sobre las normas decomportamiento y los procesos de toma de decisin interna todos ellos,aspectos de la institucionalizacin, impidieron que UCD resolviera con xitoesos conflictos. Como consecuencia, UCD desapareci abruptamente tras laderrota electoral ms abultada en la historia europea occidental.

    En el captulo 7, Tnia Verge se propone recortar la distancia existente entrelas teoras de la democracia y de la representacin poltica y la investigacinemprica sobre los partidos polticos. La importancia de este enfoque reside en

    que cualquier discusin relevante sobre la erosin del apoyo popular y elcreciente descontento con los partidos polticos requiere que los estudiosempricos tengan como punto de referencia las teoras de la democracia, ascomo que los postulados normativos sean evaluados en relacin con losanlisis empricos (van Biezen y Katz 2005:5). De forma novedosa, la autoraanaliza, en un primer momento, los elementos que caracterizan a cada uno delos tres partidos polticos espaoles de mbito nacional (el Partido SocialistaObrero Espaol [PSOE], el Partido Popular [PP] e Izquierda Unida [IU]) en unadeterminada concepcin de la representacin poltica. Sus dimensiones mssignificativas seran las de la receptividad, la rendicin de cuentas y lainclusividad (entendida como la representacin de los grupos sociales y, en

    particular, de las mujeres). Verge trata as de proporcionar respuestas apreguntas tan relevantes como el grado de independencia que deberan tener

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    los representantes en la elaboracin de las polticas pblicas, la informacin apartir de la cual se fijan las propuestas del programa electoral o el papeldesempeado por ciudadanos y organizaciones sociales a la hora decomunicar sus preferencias a los partidos. De modo similar, la autora pretendeconocer cmo realizan los partidos el control sobre la actuacin de los cargos

    pblicos, los tipos de controles ex ante y ex post a los que someten a susgrupos institucionales y las medidas de accin y/o discriminacin positivaadoptadas para fomentar una mayor presencia de las mujeres en sus cargospblicos y orgnicos. El estudio de la representacin poltica adopta as unenfoque multidimensional que permite combinar diversas tradiciones deinvestigacin (competicin electoral, organizacin partidista y formulacin eimplementacin de polticas pblicas), facilitando la acumulacin deconocimiento y superando uno de los dficits ms importantes en estadisciplina. La evidencia emprica permite comprobar que los partidos difieren ensus concepciones sobre la representacin. El PSOE e IU valoran lasdimensiones de la inclusividad y de la receptividad en mayor medida que el PI

    una receptividad que entienden debe basarse de manera sustancial en laparticipacin ciudadana; en cambio, para el PP la dimensin ms importante esla rendicin de cuentas. Adems, los cambios introducidos por los partidos ensus discursos y estructuras organizativas en las ltimas tres dcadas soncoherentes con las distintas concepciones de la democracia que cada uno deellos mantiene.

    Por otro lado, el anlisis de la representacin poltica en los partidos polticosespaoles permite tambin plantear algunas cuestiones bsicas sobre elestadio actual del desarrollo organizativo de los partidos, poniendo a pruebaalgunas de las hiptesis del modelo cartel de partido como el crecientedistanciamiento de la sociedad, la colusin programtica o la falta intencionalde competicin, que en muy pocas ocasiones han sido analizadasempricamente (Detterbeck 2005; Yishai 2001; Young 1998). Verge demuestraque, en el caso espaol, pese a la alta dependencia de los partidos de lafinanciacin pblica, no se observa una cartelizacin ni de los partidos ni delsistema de partidos, sino que los patrones de conflicto que guan lacompetencia poltica siguen dominados por el modelo catch-allde partido. As,la penetracin del Estado es compatible con la aproximacin a la sociedad. Nose ha producido una colusin en las polticas presentadas por los partidos, y lacompeticin ideolgica y poltica, a veces notablemente polarizada, ha sido una

    constante desde los primeros aos de democracia.En el captulo 8, Mariano Torcal, Jos Ramn Montero y Richard Guntheranalizan la naturaleza, la evolucin y las consecuencias de las actitudesantipartidistas de los ciudadanos, empleando para ello los datos provenientesde una serie de encuestas efectuadas en Espaa y (en menor medida) en otrospases del sur de Europa a lo largo de las tres ltimas dcadas. Torcal,Montero y Gunther evalan uno de los aspectos menos controvertidos de