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n.o 58/20136,50 €
EL PODER DEL BEBÉEl nacimiento y cuidado de un hijo transforma la neuropsicología de los padres
NUEVA SERIE Técnicas de la neurociencia
9 771695 088703
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ENER
O/ F
EBRE
RO 2
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58/2
013
PSICOLOGÍAEl duelo crónico
COGNICIÓNDecidir con acierto
TABAQUISMONeurobiología de la adicción a la nicotina
NEUROLOGÍAEl estado vegetativo y su diagnóstico
Disponible en su quiosco el número de enero
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www.investigacionyciencia.es
2 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
SUM ARIO
GENÉ TIC A
10 El mejor amigo del genetistaLa investigación del genoma de los
perros puede desentrañar claves
sobre las patologías neuropsiquiá
tricas de los humanos. Por David
Cyranoski
PERCEP CIÓN
16 Expertos en rostrosPoco después de nacer, los bebés
muestran una sensibilidad especial
para las caras. Distinguen los rostros
individuales de humanos; también
de monos. Sin embargo, pronto pier
den esa capacidad y se centran en la
fisonomía de sus congéneres.
Por Stefanie Höhl
NEUROLO GÍ A
46 Una nueva era en el diagnós tico del estado vegetativoLos avances en el campo de la neuro
imagen ofrecen alternativas nove
dosas para mejorar el diagnóstico de
pacientes en estados de consciencia
alterada tras una lesión cerebral.
Por Davinia Fernández Espejo
SERIE «TÉCNIC A S DE L A NEURO CIENCIA» (I)
54 Atlas genético del cerebroUna cartografía del encéfalo huma
no, minuciosamente construida,
revela las raíces moleculares de la
enfermedad mental. Y de la conducta
cotidiana. Por A. R. Jones y C. C. Overly
A DICCIÓN
68 La rutina del pitilloLa dependencia de la nicotina no
solo se manifiesta en el centro
neuronal responsable de la adicción.
La tendencia a coger un cigarrillo
también deja huella en regiones
sensoriales y motoras del cerebro.
Por Y. Yalachkov, J. Kaiser
y M. J. Naumer
P SIQUIATRÍ A
72 Alienados de sí mismosAlgunas personas se sienten obser
vadoras de sus propios procesos
mentales y de su cuerpo. También el
mundo se les antoja irreal y extraño.
Con todo, su trastorno pasa con fre
cuencia inadvertido. Por M. Canterino
y M. Michal
ARTÍCULOS
Estado vegetativo Se estima que el cuarenta por ciento de los
afectados recibe un diagnóstico incorrecto.
Enero / Febrero de 2013 – N.o 58
Atlas Allen La cartografía genética del cerebro humano
y del ratón inicia la nueva serie «Técnicas de
la neurociencia».
Adicción al tabaco La dependencia de la nicotina afecta a áreas
cerebrales sensoriales y motoras.
46 54 68
CO GNICIÓN
62 Recompensa sin sacrificios¿Decidimos mejor cuanta más informa
ción tenemos? Al parecer, no. A menudo,
unas reglas empíricas aportan más que
análisis exhaustivos de la situación. Los
jugadores de póquer y corredores de
bolsa bien lo saben. Por Thorsten Pachur
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 3
22 Cerebro y maternidadEl embarazo y el parto remodelan
el cerebro y la mente de la mujer.
Por Craig H. Kinsley y Elizabeth Meyer
28 Cerebro y paternidadEl nacimiento de un hijo propicia
una renovación neuronal en
el encéfalo del padre.
Por Brian Mossop
SECCIONES
4 Encefaloscopio
> Pensar antes de pestañear
> Querer es poder
> Depuración mental
> Plácida creación
> Alcohol y violencia
> Múridos rescatadores
> Aprender a escuchar
> Emociones a paso marcial
34 Entrevista
Uta Frith: «La empatía no se
puede aprender»
Por Daniela Ovadia
38 Instantánea
Arsenal científico del ayer
40 Avances
> El miedo en el cerebro
Por Carmen Agustín Pavón
> Electrodos que despiertan
Por Christoph Koch
44 Sinopsis
Cómo se obtiene una neuroimagen
78 Syllabus
Duelo
Por Christiane Gelitz
84 Ilusiones
El entorno decide
Por Danko Nikolic y Kai Gansel
88 Retrospectiva
Un siglo de conductismo
Por Stephen F. Ledoux
94 Libros
Libre albedrío
Por Luis Alonso
www.investigacionyciencia.es
NEUROBIOLO GÍ A
EL PODER DEL BEBÉ
4 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
ENCEFALOSCOPIO
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AUTISMO
Pensar antes de pestañearEl parpadeo de los niños con autismo revela dónde fijan la atención
El rastreo de los movimientos oculares
permite a los científicos averiguar lo
que nos interesa de una escena. En cambio,
los escasos milisegundos de parpadeo sue-
len despreciarse, se consideran ruido, un
dato residual. No obstante, se ha apreciado
que el pestañeo podría contener informa-
ción importante: cuanto más pestañeamos
menos enfocada se halla nuestra atención.
En el autismo, las pautas del parpadeo pa-
recen indicar la forma de relacionarse del
sujeto con el entorno.
En experimentos con niños de corta
edad, Warren Jones, de la facultad de me-
dicina de la Universidad Emory, observó
que sus parpadeos no eran aleatorios,
sino estratégicos. Mientras miraban una
grabación, inhibían el pestañeo si esta les
resultaba interesante. «La cronología de los
momentos en que no pestañeamos parece
vinculada con el grado de implicación ha-
cia lo que miramos», afirma Jones.
El investigador ha aplicado este descu-
brimiento para el estudio de la atención
en el autismo. En un artículo
publicado en diciembre de 2011
en Proceedings of the National
Academy of Sciences USA, Jones
señalaba diferencias en las pau-
tas de pestañeo de niños con
autismo y otros con desarrollo
normal. Se mostró a ambos
grupos un vídeo que contenía
momentos emotivos y también
escenas de acción. Los proban-
dos sin el trastorno inhibían
el pestañeo justo antes de los momentos
más emotivos, como si estuvieran siguien-
do la narración y previendo un desenlace.
En cambio, los que padecían la patología
seguían pestañeando en esos mismos
momentos, lo que hacía pensar que no
estaban siguiendo el hilo emocional de la
historia. No obstante, sí mostraban una
respuesta cuando un objeto se movía de
forma súbita.
Los resultados confirman observaciones
anteriores relacionadas con la atención de
los niños con autismo, a saber, que estos
se interesan más por los fenómenos de
acción que por los emotivos. Además, en
opinión de Jones, las conclusiones previas
confieren legitimidad a los estudios sobre
el pestañeo. En otras palabras, el pestañeo
se dibuja como un instrumento válido de
investigación. Esta técnica podría resultar
en especial útil en la exploración de sujetos
con afasia, además de contribuir en la defi-
nición de subcategorías de autismo.
—Morgen E. Peck
ENVEJECIMIENTO
Querer es poderLas personas mayores tardan más en tomar una decisión, pero no tienen por qué
Suele ocurrir que los individuos de edad
avanzada tarden más que los adultos jóve-
nes en decidirse, no obstante, ello no significa
que su mente funcione con lentitud. Según
expone una investigación de la Universidad
estatal de Ohio, la mayor tardanza se debe a
que la persona mayor valora más el acierto en
la decisión que la presteza en tomarla.
En el estudio, publicado en el Journal of
Experimental Psychology: General, un grupo
de jóvenes universitarios y otro de adultos
entre los 60 y 90 años se sometieron a prue-
bas cronometradas de reconocimiento y me-
morización de palabras. Todos los participan-
tes acertaron por un igual, pero los mayores
respondían con mayor lentitud. Sin embargo,
acicateados por los investigadores a responder
con más presteza, contestaron a la par que
los jóvenes, sin por ello cometer más errores.
«En numerosas tareas sencillas, los mayores
tardan más en decidirse porque consideran
que necesitan más datos para formular su
conclusión», señala Roger Ratcliff, uno de los
coautores. A menudo, cuando una mente de
edad avanzada se enfrenta a una tarea que
requiere rapidez, un esfuerzo consciente per-
mite que así sea.
—Winnie Yu
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PSICOTER APIA
Depuración mentalLa terapia de la imaginación guiada alivia los sentimientos de suciedad y asco que presentan las víctimas de abuso sexual
Las personas que han sufrido abusos
sexuales en la infancia a menudo
indican sentirse sucias o «contamina-
das». Tal sensación provoca con fre-
cuencia un deterioro en la autoestima
o la autoimagen corporal de la víctima,
además de problemas en sus relaciones
interpersonales e incluso una conduc-
ta obsesiva por lavarse. Un estudio pu-
blicado en Behavioral Modification en
enero del 2011 señala que una terapia a
base de imágenes mentales, en la que se
conjuga lógica y emoción, puede aliviar
estos sentimientos intrusivos.
Kerstin Jung y Regina Steil, de la Uni-
versidad Goethe, en Fráncfort del Meno,
han ensayado una psicoterapia breve
basada en una sesión inicial y otra pos-
terior de refuerzo. En un primer paso,
las participantes expusieron con detalle
sus pensamientos en un diálogo con las
terapeutas, explicando lo que sentían,
cuándo y dónde les sobrevenían esas
ideas y en qué grado afectaban a su vida
diaria. A continuación se les indicó que
se informasen, a través de Internet, de la
frecuencia con que se renuevan las célu-
las humanas. Además, debían calcular
cuántas veces se habían reemplazado los
tejidos celulares de las partes de su cuer-
po en las que habían sufrido el abuso
desde el contacto con su violador. (Las
células dérmicas se renuevan entre cada
cuatro y seis semanas; las membranas
mucosas, con mayor frecuencia.) A con-
tinuación, las pacientes analizaron con
los investigadores el significado de los
datos. «Ninguna de las células de la piel
que ahora recubre mi cuerpo ha estado
en contacto con mi violador», rezaba
alguna de las respuestas. Por último, se
solicitó a las participantes que desarro-
llaran un nuevo ejercicio, a saber, que
se imaginaran que se arrancaban la piel
contaminada.
Se observó que el tratamiento reducía
de forma relevante los sentimientos de
suciedad de las víctimas de abuso se-
xual; también, para sorpresa de los in-
vestigadores, los síntomas de trastorno
postraumático. Jung afirma que la siner-
gia de información objetiva e imágenes
mentales resulta fundamental, ya que
los meros datos no bastan para llevar
a la paciente a una convicción emotiva.
«Utilizamos la técnica de la imaginación
guiada a modo de vehículo para trans-
portar la información racional desde
la cabeza al corazón. Las imágenes re-
sultan más poderosas para modificar
emociones que la información verbal»,
concluye Jung.
—Tori Rodríguez
6 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
ENCEFALOSCOPIO
COGNICIÓN
Plácida creaciónLos instantes antes de caer en los brazos de Morfeo resultan óptimos para la creatividad
Mensaje para las personas madru-
gadoras: reserven su potencial
creativo para antes de dormir. Ese lapso
de tiempo, en apariencia tan poco pro-
ductivo, puede representar la oportu-
nidad perfecta para un momento eure-
ka, según señala un estudio publicado
en Thinking & Reasoning.
Mareike Wieth, profesora de psicolo-
gía en el Colegio Albion, y sus colabo-
radoras dividieron a los probandos en
dos grupos: «alondras» y «búhos», de
acuerdo con el cuestionario diurnidad-
nocturnidad. Descartaron a los indivi-
duos que habían puntuado en la zona
media de la prueba inicial, más o menos
la mitad de los encuestados. A los parti-
cipantes se les encargó que resolviesen
tres problemas analíticos y otros tantos
creativos. En los primeros no se aprecia-
ron efectos circadianos; en cambio, las
respuestas que requerían cierta creati-
vidad fueron mejores en los momentos
menos óptimos del día.
Wieth conjetura que tal efecto se debe
a una disminución del control atencio-
nal inhibitorio, es decir, de la capacidad
de desechar información irrelevante
para la actividad que llevamos a cabo en
un determinado momento. «Este estado
cognitivo, menos enfocado, más disper-
so, nos hace más propensos a considerar
datos que, en apariencia, no guardan re-
lación, como, por ejemplo, experiencias
vividas en otras ocasiones o la lista de
recados que tenemos pendientes», co-
menta. «Toda esta información adicio-
nal que nos ronda por la mente en los
momentos “subóptimos” del día puede,
a fin de cuentas, contribuir al momento
feliz de eureka».
—Tori Rodriguez
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MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 7
PERSONALIDAD
Alcohol y violenciaPor qué las bebidas alcohólicas tornan agresivas a algunas personas
El alcohol alegra y distiende a unos,
vuelve irascibles y peligrosos para sí
y para los demás a otros. ¿De qué depende?
La diferencia puede radicar en la capacidad
de los sujetos para medir las consecuen-
cias de sus actos, según un estudio recien-
te publicado en Journal of Experimental
Social Psychology.
Brad Bushman, de la Universidad esta-
tal de Ohio, y sus colaboradores pidieron
a casi 500 voluntarios que participaran en
un sencillo juego. Los probandos, hom-
bres y mujeres en igualdad de número,
creían que competían con un rival en el
intento de pulsar un botón con mayor
rapidez que el contrincante. En realidad,
el programa informático que se utilizaba
en la prueba decidía al azar quién gana-
ba o perdía. Cuando un sujeto resultaba
perdedor, recibía una descarga eléctrica.
Pero si ganaba, administraba la descarga
al supuesto contrincante; podía decidir a
voluntad propia la duración e intensidad
de la misma.
Antes de empezar a jugar, los partici-
pantes cumplimentaron un cuestionario
diseñado para medir su sentimiento de
responsabilidad por las consecuencias
futuras de sus actos. A la mitad de los
probandos se les ofreció un combinado
de alcohol con zumo de naranja en dosis
suficientes para estar ebrios; a los demás se
les dio una bebida baja en alcohol. Los par-
ticipantes que manifestaron desinterés e
irresponsabilidad por las consecuencias de
sus actos mostraban una mayor tendencia
a proporcionar descargas largas e intensas.
En el grupo sobrio, estos respondieron con
mayor agresividad que los sujetos respon-
sables. Pero estando ebrios, su beligerancia
se salía de la escala. «Fueron, con mucho,
el grupo más agresivo del estudio», afirma
Bushman.
Con todo, podemos dar una buena no-
ticia: dicho rasgo es maleable. Michael
McKloskey, de Universidad de Temple,
confirma que los individuos impulsivos a
menudo tienen la convicción de que si una
situación les resulta frustrante o desagra-
dable, es «precisamente para fastidiarles».
Si consiguen aprender a ver la situación
de forma más objetiva, pueden conservar
mejor la calma y reprimir su ira, añade Mc-
Kloskey: «Cuando las personas impulsivas
llegan a dominar esta técnica adquieren un
sentido de control y responsabilidad sobre
las consecuencias».
—Harvey Black
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blogreflexiónopinión
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A una unidad astronómica
JOSÉ MARÍA EIRÍN LÓPEZ
Evolución molecular
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8 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
ENCEFALOSCOPIO
DESARROLLO
Aprender a escucharPara afinar el habla, los niños se apoyan en una realimentación distinta a la de los adultos
Al igual que el músico que
afina su guitarra, las
personas adultas escuchan de
forma subconsciente su pro-
pia voz para ajustar el tono,
el volumen y la pronuncia-
ción del habla. Los bebés que
aprenden a hablar no actúan
de este modo. ¿Cómo adquie-
ren el habla los niños y cómo
pueden ayudarles los padres
en esa tarea?
Estudios anteriores han
demostrado que los adultos
se valen de la realimentación
auditiva para retocar y ajus-
tar su pronunciación. Ewen
MacDonald, del Centro de In-
vestigación Auditiva Aplicada
de la Universidad Técnica de
Dinamarca, quiso saber si los
niños actuaban de la misma
manera. Para ello, solicitó a
probandos adultos y niños
que guiasen las acciones de
un robot en un videojuego.
Para ese fin, los participantes
debían repetir la palabra bed
(«cama» en inglés). Cada vez
que pronunciaban el vocablo,
oían su propia voz a través de
auriculares. Los investigado-
res desplazaron su espectro
sonoro para que oyeran bad
(«malo») en lugar de bed. Se
observó que los adultos y los
COMPORTA MIENTO ANIM AL
Múridos rescatadoresLos roedores sacrifican su propio beneficio para liberar a sus compañeros enjaulados
La expresión «rata» podría considerarse más un elogio que
un insulto. Según un estudio publicado en Science a finales
de 2011, los roedores pueden mostrarse sorprendentemente al-
truistas.
Peggy Mason, Inbal Ben-Ami Bartal y Jean Decety, de la Uni-
versidad de Chicago, colocaron pares de ratas en jaulas, en las
que uno de los animales permanecía preso en el centro dentro de
un recinto transparente y más pequeño en el que apenas podía
moverse, mientras que el otro múrido podía corretear libremente
por su exterior. Los investigadores observaron que 23 de 30 ra-
tas liberaron a sus compañeras bien empujando con la cabeza la
puerta de la jaula interior o bien apoyando el cuerpo en la puerta
hasta lograr abrirla.
Para comprobar el altruismo de los roedores, Mason introdujo
ratas en cajas que contenían dos recintos. En uno se encontraba
otra rata, en el otro, un montoncito de virutas de chocolate. Los
roedores que gozaban de libertad de movimiento podían apro-
vechar el momento para comerse con toda facilidad el atracti-
vo manjar. No obstante, optaron por otra acción: en su mayoría
abrieron ambas jaulas y compartieron las chocolatinas con su
compañera liberada. «En el mundo de las ratas eso es mucho»,
opina Mason. «Se trata del primer estudio que relaciona el al-
truismo con la conducta ratonil.»
No obstante, Jeffrey Mogil, de la Universidad McGill, y Mason,
señalan que cabe la posibilidad de que las ratas «libertadoras»
intentasen con esa acción acallar las llamadas de socorro de sus
compañeras. Aun así, Mason considera que las peticiones de au-
xilio no son lo bastante frecuentes para motivar las ratas; Mogil
no está tan seguro.
Con todo, este estudio entra a formar parte de una serie de
experimentos recientes que han cambiado la forma de considerar
la empatía y el altruismo: no se trata de rasgos exclusivamente
humanos, como se pensaba hasta ahora. Al parecer, el instinto de
ayuda mutua ha evolucionado en numerosos animales, incluso
con sacrificios para uno mismo, instintos que los humanos tam-
bién hemos heredado. «En definitiva», concluye Mason, «la ayuda
al infortunado es parte de nuestra biología».
—Ferris JabrGET
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MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 9
PSICOLOGÍA SOCIAL
Emociones a paso marcialEl movimiento sincronizado alienta el compañerismo, pero también puede fomentar la agresividad
En el ámbito militar se sabe de antiguo
que la instrucción de orden cerrado
genera un fuerte compañerismo entre
los miembros de pequeñas unidades.
Scott Wiltermuth, de la Escuela de Nego-
cios Marshall de la Universidad del Sur de
California, proponía que esta cooperación
brota de una sincronización emotiva de los
individuos. Ahora señala que tal sincronía
puede estimular asimismo la agresividad,
según publicó en enero de 2012 en el Jour-
nal of Experimental Social Psychology.
Wiltermuth y sus colaboradores distri-
buyeron a los probandos en varios gru-
pos. Entregaron a cada grupo un juego
de tazas; les enseñaron a moverlas según
cierta coreografía, que más tarde habrían
de repetir al ritmo de una música. Con el
objetivo de crear un ambiente competiti-
vo, los investigadores les encargaron que
memorizasen una lista de ciudades, de la
que más tarde les examinarían. El grupo de
máxima puntuación ganaría 50 dólares. A
continuación, con los auriculares puestos,
los participantes llevaron a cabo el ejercicio
con las tazas al ritmo de la música que oían.
En algunos grupos, los probandos acabaron
moviendo las tazas en mutua sincronía;
en otros, cada participante oía músicas de
ritmos variables, de manera que no podía
sincronizar los movimientos con los de los
demás. Al terminar la actividad, se indicó a
cada uno de los grupos que podían seleccio-
nar la música que oiría otro grupo durante
el ejercicio. Una de las opciones consistía en
un potente y fastidioso ruido estático. Los
equipos que habían llevado a cabo su ejer-
cicio en sincronía manifestaban una mayor
tendencia a elegir el ruido fastidioso que los
no conjuntados. En conclusión, un equipo
compenetrado es un enemigo más fiero.
En otro estudio, publicado en Social In-
fluence, Wiltermuth señala que los miem-
bros de un grupo sincronizado también son
más destructivos. Se les entregó cochinillas
vivas, las cuales debían meter en unas cajas
a las que se denominó «exterminadoras»
(en realidad, las cochinillas no sufrían daño
alguno). Cuando se les pidió que llevaran a
cabo la tarea, los probandos que pertene-
cían a grupos sincronizados introdujeron
un 54 por ciento más de insectos en las su-
puestas cajas de exterminio que los sujetos
de control, no sincronizados.
Según Wiltermuth, tales observaciones
subrayan la importancia de analizar las
propias acciones y las de los dirigentes.
«Hacemos cosas que no querríamos por
vinculación emotiva con nuestro equipo»,
afirma.
—Daisy Yuhas
niños de cuatro años trataban
de corregir el error llevando
la pronunciación hacia bid
(«oferta»), en cambio, los de
dos años en ningún momento
se apartaron de la expresión
bed. Al parecer, no se valían de
la retroalimentación auditiva
para controlar el habla.
Aunque cabe la posibili-
dad de que esos niños hayan
suprimido el mecanismo de
realimentación, MacDonald
piensa que tal vez no comien-
cen a escucharse a sí mismos
hasta tener más edad. En tal
caso, resulta probable que
dependan de la realimenta-
ción que les proporcionan
las voces de los adultos para
calibrar su propia voz. De he-
cho, casi todos los familiares
y cuidadores repiten de forma
espontánea las palabras que
pronuncian los pequeños
con el objetivo de alabarles y
alentarles. «Me parece que el
mensaje que debemos retener
de todo ello es que la interac-
ción social es importante para
el desarrollo del habla», opina
MacDonald. Un consejo final:
la clave consiste en hablar e
interactuar con el niño de for-
ma normal.
—Morgen E. Peck ISTO
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10 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
GENÉTIC A
Solo, un border collie de once años,
toma una dosis doble de Xanax (alpra-
zolam) para los nervios en la festivi-
dad nacional del 4 de julio en Estados
Unidos. Este fármaco se suma al anti-
depresivo, fluoxetina o amitriptilina, que el perro
recibe como tratamiento a lo largo de todo el año.
Los fuegos artificiales lo sacan de quicio, al igual
que los petardos, los disparos y prácticamente
cualquier sonido explosivo, los cuales le provocan
ataques de nervios. Jadeante y babeando, con los
ojos dilatados, busca desesperadamente un lu-
gar donde esconderse. Si otro perro ronda cerca,
puede atacarlo. «Esto se conoce como redirección
de la ansiedad», explica Melanie Chang, dueña
de Solo y bióloga evolutiva de la Universidad de
Oregón en Eugene.
Cuando era investigadora posdoctoral en la
Universidad de California en San Francisco, Chang
colaboró en la recopilación de cientos de muestras
de ADN de border collies, entre ellas la de Solo,
como parte de un proyecto para el estudio de la
fobia a los ruidos fuertes (ligirofobia). La bióloga
estima que al menos el 50 por ciento de los co-
llies padecen dicho trastorno, de los cuales un 10
por ciento se encuentran gravemente afectados.
Estos ejemplares suelen autolesionarse o herir a
otros animales en respuesta a los ruidos fuertes.
Steven Hamilton, psiquiatra de la Universidad de
California en San Francisco y director del susodi-
cho proyecto, considera que existen paralelismos
entre el pánico de los perros y la ansiedad de las
personas. Los mismos medicamentos funcionan
en aproximadamente el mismo porcentaje de ca-
sos humanos y caninos. Un número creciente de
proyectos como el suyo se encuentran en marcha,
tanto para ayudar a los perros con alteraciones
como para desterrar las raíces de enfermedades
neuropsiquiátricas humanas.
La «caza» de genes causantes de trastornos
mentales ha supuesto «un trabajo duro con re-
sultados magros», asegura Jonathan Flint, del
Centro de la Fundación Wellcome para la Gené-
tica Humana en Oxford. Ello se debe, en parte,
a que el genoma humano es complejo, lo cual
dificulta el diagnóstico de las patologías menta-
les. En cambio, 200 años de endogamia selectiva
han permitido que las razas de perro presenten
un conjunto de comportamientos específicos.
Además, su genoma facilita el seguimiento de
la pista de los genes responsables. «Son los úni-
cos modelos naturales de los trastornos psiquiá-
tricos. Son perfectos para cartografiar los genes
y clonarlos. Es sencillamente hermoso», afirma
Guoping Feng, genetista de ratones del Instituto
de Tecnología de Massachusetts en Cambridge,
quien colabora con científicos dedicados a la in-
vestigación con perros.
La raza border collie fue criada en un inicio con
el fin de que pastorease animales ungulados y
fuese capaz de oír la llamada de su dueño a gran
distancia. Según algunos autores, ello puede haber
influido en que el animal haya desarrollado un
oído tan sensible; los ruidos fuertes abruman a
algunos de su raza y les provocan una alteración
equiparable al trastorno de ansiedad que sufren
las personas. «En general, es probable que la enor-
me ansiedad se deba al extenso periodo de selec-
EN SÍNTESIS
Proyecto mascota
1Ciertas razas caninas
presentan patologías
semejantes a los trastornos
neuropsiquiátricos humanos.
2El genoma de los perros
puede ayudar a desen-
trañar las claves neurológi-
cas de enfermedades como
el trastorno obsesivo-com-
pulsivo o la narcolepsia.
3La investigación en
modelos perrunos va en
aumento. Entre los proyec-
tos en marcha se encuentra
la iniciativa europea LUPA.
El mejor amigo del genetistaLa investigación del genoma de los perros puede desentrañar claves
sobre las patologías neuropsiquiátricas de los humanos
DAVID C YR ANOSKI
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 11
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PERROS AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS ¿Pueden los collies ayudar
a descifrar la genética de la
ansiedad?
12 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
GENÉTIC A
ción de perros capaces de responder a las señales
sociales humanas», opina Chang. La procedencia
de otros rasgos temperamentales resulta más
turbia. Los dóbermans pinscher se desarrollaron
como fieles perros guardianes y de defensa. Sin
embargo, a veces presentan fijaciones y peculia-
ridades equivalentes al comportamiento de un
individuo obsesivo-compulsivo. Los dálmatas,
por su parte, fueron criados para la velocidad y
la resistencia, con el fin de que pudieran correr
al ritmo de los caballos. Estos canes tienden a la
agresividad.
Con todo, sigue especulándose si determinadas
condiciones caninas surgieron por casualidad o
si acontecieron debido a una selección no inten-
cionada para una cualidad específica. Sea como
fuere, los problemas de conducta en los canes
son frecuentes. Nicholas Dodman, especialista en
comportamiento animal de la Universidad Tufts
en North Grafton, estima que, como mínimo, el
40 por ciento de los 77,5 millones de canes que
poseen los habitantes de Estados Unidos manifies-
tan algún tipo de trastorno de comportamiento.
Los fármacos para perros, entre los que se en-
cuentran drogas psicotrópicas, representan un
mercado en auge. Aun así, lamentablemente se
sacrifica a muchas mascotas a consecuencia de
su temperamento.
Los investigadores cuentan con buenas razones
para creer que los perros revelarán los secretos
genéticos que albergan con mayor facilidad que
los humanos. Un estudio de 2010 demostró que
variantes en seis lugares del genoma canino po-
dían revelar el 80 por ciento de la variación en el
tamaño corporal del perro. En cambio, 294.831 va-
riantes humanas comunes, consideradas de forma
simultánea, explicaban solo el 45 por ciento de las
diferencias de altura entre las personas.
Llegados a este punto cabe preguntarse por
qué, si la genética de la altura resulta tan dispar
entre perros y humanos, la relacionada con la
ansiedad, la compulsión o la agresión ha de pre-
sentar similitudes. Patrick Sullivan, genetista de
la Universidad de Carolina del Norte en Chapel
Hill, apunta: «El comportamiento que, de forma
intrigante, parece asemejarse entre los humanos
y otras especies podría consistir en una arquitec-
tura genética completamente distinta». En otras
palabras, el mismo rasgo podría corresponder a
genes o regiones cerebrales diferentes. Sin embar-
go, los defensores de los estudios caninos sugieren
que los genes perrunos pueden contribuir en el
atisbo de las rutas implicadas en las patologías
humanas; ello ya sería suficiente.
Los perros que duermen no mienten
Al menos una investigación atestigua que los es-
tudios en perros pueden llevar a respuestas de
la neurobiología humana. Durante décadas, los
investigadores han examinado el ADN de sujetos
aquejados de narcolepsia con el objetivo de hallar
los genes responsables de este trastorno del sueño.
No obstante, la tarea resultó complicada: existían
múltiples genes implicados, los factores ambien-
tales eran inconsistentes y no aparecía ningún
mecanismo claro. «La gente discutía si se trataba
de una enfermedad autoinmunitaria, pero nadie
sabía qué hacer después. Era demasiado difícil»,
explica Emmanuel Mignot, investigador del sue-
ño de la facultad de medicina de la Universidad
Stanford.
Ya que los dóberman pinschers son propensos
a padecer narcolepsia, tenían la clave. En 1989,
Mignot empezó a emplear técnicas génicas clá-
sicas con el fin de criar ejemplares de dóberman
narcolépticos y, con ello, seguir la pista del patrón
hereditario del trastorno. Sin las ventajas de las
herramientas genéticas y genómicas actuales, tar-
dó diez años en llegar a la mutación que causaba
la enfermedad: aparecía en el gen receptor de la
hipocretina 2, el cual regula la entrada en el ce-
rebro del neurotransmisor hipocretina (también
orexina).
«Los perros son los únicos
modelos naturales de
trastornos psiquiátricos»
Guoping Feng,
Instituto de Tecnología
de Massachusetts,
Cambridge
DÁLMATA
CRÍA:
Raza iniciada en los años noventa del
siglo xviii. Se empleaba sobre todo como
perro escolta de carruajes. Corría junto a los
carros tirados por caballos, o frente a ellos.
TRASTORNOS:
Predisposición a la sordera. Asimismo
pueden padecer hiperuricemia, alteración
que provoca la formación de piedras en el
tracto urinario. Pueden ser agresivos.
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Mignot no halló la misma mutación en el gen
humano correspondiente, empero sí que descu-
brió cambios en la ruta de la hipocretina. «Em-
pezamos a medir la hipocretina en el líquido
cerebroespinal. En los narcolépticos, había desa-
parecido. Era asombroso», recuerda. Los investi-
gadores se centran ahora en mutaciones génicas
humanas que conducen a la reducción de la hi-
pocretina y a sufrir el trastorno de narcolepsia.
También las compañías farmacéuticas se fijan
en dicha sustancia como una posible vía para el
tratamiento del insomnio.
Los mismos canes con nuevos trucos
Desde que Mignot publicara sus trabajos, el ge-
noma canino se ha secuenciado. Ello ha permi-
tido comparar de manera rápida y fácil la infor-
mación genética de cientos de perros mediante
la observación de polimorfismos nucleotídicos
simples (SNP, por sus siglas en inglés), es decir,
de cambios de una sola letra en el genoma que
actúan como marcadores de bloques de ADN
heredados.
Los estudios pangenómicos (GWAS, de genome
wide association studies) que se pueden realizar
mediante tales marcadores resultan más sencillos
en perros que en humanos. La mayoría de las ra-
zas caninas son muy homogéneas: los ejemplares
de un mismo linaje comparten bloques de ADN
mayores que en el caso de dos personas cuales-
quiera. Dicho de otro modo, en los perros se nece-
sita estudiar menos polimorfismos nucleotídicos
simples y menos individuos para encontrar un
bloque de ADN que se asocie con una enfermedad.
Según Kerstin Lindblad-Toh, del Instituto Broad
en Cambridge, los GWAS humanos podrían re-
querir 5000 personas con un rasgo de interés y
5000 controles sin él para demostrar que el ras-
go en cuestión se halla asociado con una región
genómica determinada. En cambio, los estudios
con perros pueden pasar con menos: con solo cien
animales experimentales y otros tantos de con-
trol. Asimismo, una investigación que precisase
en humanos cientos de miles de SNP podría efec-
tuarse en canes con escasos 15.000 polimorfismos
nucleotídicos simples.
Los estudios pangenómicos ya han demostrado
su eficacia a la hora de encontrar genes para varios
rasgos perrunos que resultan relevantes en las
enfermedades humanas. Entre ellas, la osteogé-
nesis imperfecta (enfermedad ósea congénita que
se ha atribuido al gen que causa patas regordetas
en los dachshunds, o perros salchicha) y el lupus
eritematoso sistémico, enfermedad del sistema
inmunitario. Un estudio publicado en 2010 de-
mostró que dicha patología está controlada por
cinco genes en los perros de la raza retriever de
Nueva Escocia.
Anne-Sophie Lequarré, veterinaria de la Uni-
versidad de Lieja, coordina el proyecto europeo
LUPA de genética canina. Dicha iniciativa toma su
nombre en referencia a la loba (lupa en italiano)
que alimentó, según la tradición, a los hermanos
gemelos y fundadores de Roma (Rómulo y Remo)
con el fin de denotar los beneficios que la genética
perruna puede aportar al conocimiento humano.
LUPA, entidad que empezó su andadura en 2008
con un presupuesto de 12 millones de euros, agru-
pa a un centenar de investigadores para estudiar
los trastornos de un solo gen y complejos (entre
ellos, el cáncer, las enfermedades cardiovasculares
y los trastornos neurológicos) a partir del genoti-
pado de 10.000 perros. «Los primeros resultados
muestran que, una vez que se encuentra una
mutación [relacionada con una enfermedad] en
perros, en el noventa por ciento de los casos se
encuentra implicado el mismo gen en humanos»,
señala Lequarré.
Los trastornos compulsivos figuran entre los
primeros éxitos a la hora de desentrañar condi-
ciones del comportamiento humano a través de
las características genéticas de los perros. Más de
60 estudios, en ratones, de genes a los que se atri-
buía una función en el trastorno obsesivo-com-
«Durante 10.000 años, el perro ha sido el mejor amigo del hombre. Ahora está sirviendo de nuevo al hombre al ayudarnos a identificar genes»
Elaine Ostrander,
Instituto Nacional
de Investigación
del Genoma Humano,
Bethesda
DÓBERMAN PINSCHER
CRÍA:
Raza que desarrolló hacia 1890 el recau-
dador de impuestos Karl Friedrich Louis
Dobermann como perro guardián.
TRASTORNOS:
Puede padecer narcolepsia, trastorno com-
pulsivo canino, inestabilidad de las vérte-
bras cervicales y anomalías en la coagula-
ción (enfermedad de von Willebrand).
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14 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
GENÉTIC A
pulsivo (TOC) humano, no han conseguido, hasta
el momento, encontrar asociaciones reveladoras
y reproducibles. Por el contrario, muchos perros
presentan un comportamiento obsesivo. Un ele-
vado porcentaje de bull terriers persiguen su
propia cola sin cesar. Numerosos perros de razas
grandes (dóberman, pastor alemán, gran danés y
golden retriever, entre otros) se mordisquean los
costados o se lamen las patas hasta que pierden
el pelo y se lesionan; algunos incluso se quedan
inválidos. Ciertos investigadores comparan estos
hábitos con la obsesión de lavarse las manos de
forma constante u otros rituales que suelen ma-
nifiestar las personas con TOC.
En enero de 2010, Lindblad-Toh y Dodman des-
cribieron una relación entre el trastorno compul-
sivo canino y una región del cromosoma 7 de los
perros. Se basaron en un análisis de 14.700 poli-
morfismos nucleotídicos simples en los genomas
de más de 90 dóbermans que se mordisqueaban
de forma compulsiva y de unos 70 ejemplares de
control. A continuación relacionaron el compor-
tamiento con las variaciones en un segmento de
ADN de 400 kilobases de longitud. La conexión
resultante entre la variante que confiere el riesgo
y el comportamiento compulsivo no fue absoluta,
no obstante, resultó notable: el 60 por ciento de los
perros que se mordisqueaban los costados, mor-
dían mantas o cualquier otro objeto que pudieran
llevarse a los dientes poseían la variante, en com-
paración con el 43 por ciento de los que presenta-
ban una compulsión por morder más moderada y
el 22 por ciento de los que no manifestaban señales
de una conducta compulsiva.
Un gen de la región de ADN mencionada ha
desatado la imaginación de otros investigadores.
Se trata del CDH2, que codifica la proteína cadhe-
rina 2 (implicada en la formación de conexiones
entre neuronas). Deanna Benson, neurocientífica
de la Escuela de Medicina Monte Sinai, indica
que la posibilidad de que las cadherinas se en-
cuentren relacionadas con el trastorno obsesivo-
compulsivo en humanos ha inspirado a otros co-
legas. Feng, quien desarrolla modelos de ratones
para investigar el TOC, explora esta conexión. En
otoño de 2009, junto con Lindblad-Toh, inició la
investigación de circuitos cerebrales asociados
con la compulsión y que compartiesen ratones,
perros y humanos. Una de las investigaciones de
Feng consiste en eliminar la función de Cdh2 en
regiones específicas del cerebro de ratones para
comprobar si dicha carencia produce comporta-
mientos del tipo TOC.
Avance obstinado
Lindblad-Toh busca un encaje genético más ajus-
tado para los trastornos obsesivo-compulsivos
humanos. Los estudios genéticos de los perros se
basan en dos fases: en la primera, los científicos
se centran en un fragmento extenso de ADN de
una raza concreta; en la segunda, exploran si exis-
te una superposición entre esa región en el ADN
de perros de otras razas con la misma patología.
Mignot utilizó ejemplares de dachshund (perro
salchicha) narcolépticos para buscar la mutación
expresada por sus ejemplares de dóberman so-
ñolientos. Lindblad-Toh espera reducir la región
GOLDEN RETRIEVER
CRÍA:
Criado a mediados del siglo xix para cazar
y recuperar aves acuáticas abatidas desde
grandes distancias.
TRASTORNOS:
Aunque es popular por su temperamento
amigable, algunos individuos son propen-
sos a ser agresivos y dominantes, a los
accesos de ira y a una forma de trastorno
compulsivo.
COCKER SPANIEL INGLÉS
CRÍA:
Raza originada en el siglo xix para la caza,
para espantar a las presas de entre los
arbustos y recuperarlas una vez abatidas.
TRASTORNOS:
Propenso, más que otras razas, a sufrir
epilepsia. Puede presentar ataques repen-
tinos de agresión o síndrome de furia.
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IGLA
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implicada en el cromosoma 7 a unas 10 kilobases,
más manejables, mediante la comparación de los
loci de ADN en pastores alemanes que se lamen
el costado y bull terriers que se persiguen la cola.
De manera parecida, Hamilton intenta ampliar
a otras razas sus estudios sobre la fobia al ruido
que manifiestan los border collies; se centrará
ahora en los bearded collies (collies barbudos)
y los pastores australianos, los cuales presentan
ansiedades parecidas.
Sin embargo, algunas de las cuestiones que
han frustrado los esfuerzos por conocer las en-
fermedades humanas ponen también a prueba la
genética perruna. Los diagnósticos de las patolo-
gías neuropsiquiátricas resultan escurridizos. La
esquizofrenia, por ejemplo, podría representar
una amplia colección de trastornos, cada uno
con desencadenantes genéticos y ambientales
distintos. Si los sujetos agrupados por síntomas
presentan patologías subyacentes diferentes, los
estudios pangenómicos pueden ofrecer resul-
tados confusos. «Unos cuantos perros pueden
malograr una cohorte», señala Lequarré. En este
contexto, cita un estudio de epilepsia que no des-
cribía ninguna correlación destacable. Sin em-
bargo, sus autores encontraron, posteriormente,
que algunos ejemplares del grupo de animales
enfermos presentaban una forma de epilepsia
de ataque tardío dispar de la que se estudiaba.
«Fenotipar resulta crucial. Se necesita disponer
de perros que padezcan exactamente la misma
enfermedad», apunta.
Generaciones más sanas
El proyecto LUPA se esfuerza en clarificar los
diagnósticos. Con el objetivo de identificar de
manera consistente los trastornos neurológicos,
se seleccionaron veterinarios que seguían proce-
dimientos estandarizados en el análisis del tem-
peramento de los canes. En opinión de Hamilton,
la estandarización constituye el planteamiento
adecuado. En su trabajo con la raza collie, solicita
a los propietarios de la mascota que respondan un
cuestionario de 24 páginas, el cual proporciona
observaciones objetivas. «No les preguntamos “¿es
agresivo su perro?”, sino “cuando hay tormenta,
¿qué hace su perro?”.»
La división de trastornos neurológicos de LUPA
se centra, entre otros, en la agresión que presen-
tan el cocker spaniel inglés y el springer spaniel
inglés, ambas razas propensas a manifestar repen-
tinos accesos de cólera. Los investigadores esperan
identificar mutaciones genéticas relacionadas con
el trastorno bipolar, la esquizofrenia y otras pa-
tologías mentales que pueden implicar agresión
en los humanos.
Mientras, el interés por los modelos caninos se
ha extendido. En el laboratorio de etología veteri-
naria de la Universidad de Tokio, Yukari Takeuchi
ha recolectado muestras de ADN de 200 ejempla-
res de la raza japonesa shiba inu y de otros tantos
perros labrador retriever, con el fin de buscar los
genes responsables de la agresión, así como de
los lapsos de concentración, respectivamente. Ello
podría ayudar a resolver un problema práctico,
argumenta: los retriever distraídos no son buenos
perros lazarillo, por lo que conocer el gen variante
responsable podría permitir a los criadores limi-
tar el rasgo en dichas cohortes.
Estén o no los estudios de perros a la altura
de las expectativas para comprender y aliviar el
sufrimiento humano, es seguro que beneficiarán
a las mascotas. Los criadores están tomando nota
de algunas de las variantes génicas que causan
estragos en determinadas razas. Para bien y, en
términos de investigación científica, para mal, la
búsqueda de variantes genéticas y la cría selectiva
permitirán probablemente que la próxima gene-
ración de border collie presente menos cachorros
aquejados de ansiedad (como Solo) que puedan
estudiarse.
Elaine Ostrander, genetista de perros del Ins-
tituto Nacional de Investigación del Genoma
Humano, en Bethesda, está convencida de que
los perros tienen mucho que ofrecer a la salud
humana, más allá de un pelaje cálido y un hocico
frío y húmedo. «Durante 10.000 años, el perro ha
sido el mejor amigo del hombre. Cuando hicimos
la transición a cazadores-recolectores, cuando pa-
samos a ser agricultores, allí estaba. Ahora, en la
era de la genómica, está sirviendo de nuevo al
hombre, al ayudarnos a identificar genes», con-
cluye Ostrander.
Artículo original publicado en Nature, Traducido con el permiso de Macmillan Publishers Ltd.
Para saber más
Genome sequence, compara-tive analysis and haplotype structure of the domestic dog.� K. Lindblad-Toh et al. en Nature, vol. 438, págs. 803-819, 2005.
Leader of the pack: Gene mapping in dogs and other model organisms.� E. K. Karls-son y K. Lindblad-Toh et al. en Nature Review Genetics, vol. 9, págs. 713-725, 2008.
A missense mutation in the SERPINH1 gene in Dachshunds with osteogenesis imperfecta.� C. Drögemüller et al. en PLoS Genetics, vol. 5, n.o 7, pág. e1000579, 2009.
A simple genetic architecture underlies morphological variation in dogs.� A. R. Boyko et al. en PLoS Biology, vol. 8, pág. e1000451, 2010.
A canine chromosome 7 locus confers compulsive disorder susceptibility.� N. H. Dodman et al. en Molecular Psychiatry, vol. 15, págs. 8-10, 2010.
Genome-wide association mapping identifies multiple loci for a canine SLE-related disease complex.� M. Wilbe et al. en Nature Genetics, vol. 42, págs. 250-254, 2010.
Identification of genomic regions associated with phe-notypic variation between dog breeds using selection mapping.� A. Vaysse, A. Rat-nakumar, T. Derrien, E. Axels-son, G. Rosengren Pielberg, et al. en PLoS Genetics, vol. 7, n.o 10, 2011.
David Cyranoski es corresponsal de Nature en la región Asia-Pacífico.
16 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
PERCEPCIÓND
REA
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Expertos en rostrosPoco después de nacer, los bebés muestran una sensibilidad especial para las caras.
Distinguen los rostros individuales de humanos; también de monos. Sin embargo,
pronto pierden esa capacidad y se centran en la fisonomía de sus congéneres
STEFANIE HÖHL
A TI TE CONOZCO Los recién nacidos se intere-
san por las personas de su en-
torno, sobre todo si conocen
su voz desde que se encontra-
ban en el seno materno.
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 17
María abre los ojos. Poco tiem-
po después del parto, ve por
primera vez el mundo que
la rodea. Su visión es todavía
muy borrosa y distingue
solo aquello que tiene cerca. De forma intuitiva,
su madre la mantiene a la distancia correcta para
que la pequeña pueda estudiar su rostro.
En ese momento, nada fascina más a María. De
hecho, la imagen pertenece a la voz a la que ya se
había acostumbrado cuando se hallaba en el útero
materno. Pronto la pequeña será capaz de distin-
guir la cara de su madre de la de otras mujeres.
Fatma Sohar, de la Universidad de los Emiratos
Árabes Unidos, comprobó que para que un bebé
pudiera reconocer a su madre en ese primer con-
tacto visual necesitaba oírla hablar o cantar. Sohar
investigó un grupo de recién nacidos que, pocas
horas después del parto, mantuvieron contacto
corporal con su progenitora, pero no oyeron su
voz. No por casualidad. Previamente la investiga-
dora y las participantes habían acordado que para
el estudio las mujeres debían permanecer en si-
lencio. Cuando el rostro materno se presentaba en
el campo visual del pequeño, este no mostraba
mayor interés que si veía el de una mujer extra-
ña. Otro grupo de bebés sí pudieron oír desde el
principio la voz de su madre. A diferencia de los
anteriores, fijaban la mirada en ella durante más
tiempo. ¿Conclusión? Los recién nacidos necesi-
tan asociar la cara con la voz para identificar a
su madre.
No solo es la propia mamá la que llama la aten-
ción de los bebés. En general, los recién nacidos se
fijan más en imágenes que simulan caras que en
otros estímulos visuales de similar complejidad.
Un esquema simple con tres puntos ordenados
de forma semejante a dos ojos y una boca son
capaces de despertar su atención.
En los años noventa del siglo xx, Mark Johnson
y sus colaboradores del Colegio Birkbeck de Lon-
dres llevaron a cabo un experimento harto reve-
lador. Mostraron diversas imágenes con figuras
de colores a un grupo de niños que habían nacido
hacía menos de una hora. Con una cámara de ví-
deo grabaron su reacción ante tales estímulos, es
decir, si mostraban interés por las imágenes y en
qué medida intentaban seguir sus movimientos.
Según descubrieron, las imágenes que recordaban
una cara despertaban la atención de los recién
nacidos; en cambio, si se trataba de cualquier otro
elemento que no tuviera ninguna relación con
un retrato humano, los pequeños se interesaban
mucho menos por él. Es probable que tal conducta
corresponda a una estrategia de supervivencia,
pues los bebés reciben de sus semejantes la de-
dicación y los cuidados que necesitan.
Con una mirada basta
Desde la más tierna infancia, las caras nos llaman
la atención. Gracias a ello, en la edad adulta te-
nemos gran facilidad para reconocer de forma
rápida y con certeza unas y diferenciarlas de otras.
Aunque no nos venga a la mente el nombre de la
persona, sabemos si ya la hemos visto antes. Las
bases de tal habilidad acontecen en los primeros
meses de vida, según demostró Olivier Pascalis
hace unos diez años.
Pascalis, quien entonces trabajaba con su equipo
en la Universidad de Sheffield, investigó hasta qué
punto los niños y los adultos podían diferenciar
rostros humanos y de monos. Para ello, utiliza-
ron una ingeniosa prueba. Es sabido que si se
presenta una misma información a un sujeto de
forma sucesiva repetidas veces, al cabo de cierto
tiempo su atención disminuye, ya que el individuo
se habitúa a ella. Ello sucede en recién nacidos y
en adultos. De esta manera, si una persona ve de
forma sucesiva diez veces la misma cara, dejará de
fijarse en ella; no le prestará más atención. Ahora
bien, si se le presenta el retrato junto con uno nue-
vo, estudiará este último durante más tiempo y de
manera más intensa, siempre y cuando reconozca
que se trata de una imagen diferente.
El pequeño vence al mayor
Pascalis y su equipo aprovecharon este método
para su experimento. Mostraron a probandos
adultos y a niños de nueve meses diversas foto-
grafías de caras de monos de Java y de personas.
EN SÍNTESIS
Mira, mira
1Desde la lactancia, el
sistema neuronal se
especializa en la percepción
facial. Al principio, los niños
pueden diferenciar animales
y personas; más tarde solo
consiguen distinguir a indivi-
duos humanos.
2Durante las primeras
fases del desarrollo se
pierden conexiones nervio-
sas que rara vez se utilizan.
3La mayor sensibilidad
para las caras influye
también en la atención y,
con ello, en el proceso de
aprendizaje de los niños.
18 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
PERCEPCIÓN
Como era de esperar, ambos grupos diferencia-
ban a la perfección y sin dificultad entre las caras
humanas, mas fracasaban a la hora de distinguir
las faces de los monos. La sorpresa llegó cuando
se desarrolló la prueba con un tercer grupo de
probandos formado por bebés de seis meses: estos
podían diferenciar las caras de las personas unas
de otras, también entre las de los monos.
El sistema neuronal responsable de procesar
las caras que percibimos es extraordinariamente
flexible al principio del desarrollo; incluso funcio-
na cuando se trata de caras de especies animales.
Entre los seis y los nueve meses empezamos a es-
pecializarnos en rostros humanos. Ello tiene un
sentido: por lo general, crecemos entre nuestros
semejantes, por lo que resulta ventajoso identifi-
carlos de forma rápida y, sobre todo, reconocer de
entre ellos a aquellas personas de las que recibi-
mos alimento, protección y entrega.
Por el contrario, y en general, no convivimos
con monos; en consecuencia, no utilizamos nues-
tras facultades para distinguir unos de otros, de
manera que tal capacidad se pierde con el tiempo.
Visto el asunto desde el otro lado, un niño que
creciera entre monos, pasado un tiempo, mani-
festaría dificultades para reconocer caras huma-
nas, en cambio diferenciaría con facilidad unos
primates de otros.
Existen, sin embargo, determinadas circuns-
tancias en las que las personas son capaces de
distinguir la individualidad de los monos. A sa-
ber: cuando los animales adquieren identidad. En
2009, Lisa Scott, de la Universidad de Massachus-
sets, propuso a padres de bebés de seis meses que
mostraran a sus vástagos, en casa y con regula-
ridad, libros con fotografías de monos. Un grupo
de progenitores llamaban a los animales siempre
por el apelativo de «mono»; otros participantes no
utilizaban ninguna expresión para denominarlos,
y un tercer grupo adjudicaba a cada primate un
nombre de pila (Carlos, Flora o Luis).
Tres meses después, se examinó la capacidad de
los pequeños de diferenciar los monos fotografia-
dos. Según los resultados de Pascalis, era de espe-
rar que los bebés, ahora de nueve meses, hubieran
perdido tal habilidad. Así fue en el caso de los ni-
ños cuyos padres habían pronunciado siempre
la palabra «mono» o bien no decían nada ante el
retrato del animal. En cambio, aquellos bebés a los
que se había mostrado las caras de primates atri-
buyéndole un nombre propio a cada uno sabían
diferenciar unos de otros. «Sospechamos que la
adjudicación de nombres personales hace que los
niños se concentren en las diferencias entre unas
caras y otras», explica Scott. «Por el contrario, la
denominación genérica de “mono” hace que los
niños presten mayor atención a las características
comunes en todas las imágenes de monos».
Así pues, no resultan decisivos la frecuencia y
el tiempo durante el cual los niños observan caras
concretas, sino el reconocimiento de que se trata
de individuos. Por lo general, los niños experi-
mentan esta circunstancia con humanos a los que
suelen reconocer por su nombre (Lucas o Ana) o
por otro alias (yaya, tía Lisa o padrino). De esa
forma, desarrollan una unificación perceptual;
en otras palabras, se especializan en miembros
de su propia especie.
Idéntico mecanismo explica por qué, por regla
general, resulta más fácil captar diferencias en-
tre rostros de la propia etnia. La mayoría de los
europeos occidentales no presentan ningún pro-
blema en reconocer las caras de otros ciudadanos
de países de la Europa occidental, sin embargo les
resulta difícil distinguir entre individuos asiáticos
o africanos. Tal especialización parece producirse
también en los primeros meses de vida. Un grupo
de investigadores dirigido por David Kelly, de la
Universidad de Sheffield, observó que bebés ingle-
ses de tres meses podían diferenciar bien diversas
caras de europeos, africanos, árabes o chinos. No
obstante, a los seis meses, esa capacidad había
desaparecido: los niños podían distinguir única-
mente caras europeas y chinas. A la edad de nueve
meses, solo estaban especializados en diferenciar
rostros de su propia etnia.
Si mantenemos escaso contacto
con personas de otras
etnias, nuestra capacidad de
distinguir sus caras disminuye
DISTINGUIR UNO DE OTRO Como puede apreciarse, las
dos caras superiores perte-
necen a personas diferentes.
Pero ¿qué pasa con las de la
parte inferior? Mediante este
tipo de pruebas se estudia
hasta qué punto se pueden
diferenciar caras de personas
y de animales. WIK
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MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 19
Cuestión evolutiva
Aunque, a primera vista, el fenómeno descrito
parece una pérdida, probablemente supone una
ganancia en eficacia. Durante el período de lac-
tancia, el cerebro forma un exceso de conexiones
sinápticas, muchas de las cuales se pierden a lo lar-
go de los primeros años de vida. Según el principio
«úsalo o piérdelo», solo se mantendrán aquellas
conexiones nerviosas que puedan resultar útiles
a la larga. Si tomamos contacto con determinados
estímulos (caras de personas de otras etnias) en
contadas ocasiones, nuestra facultad de procesar-
las va atrofiándose.
¿Supone una ventaja esa especialización? En
opinión de Pascalis, en la actualidad en la Univer-
sidad Mendès-France de Grenoble, desde el punto
de vista evolutivo, para los humanos resulta muy
importante reconocer de forma segura y rápida a
otros individuos, sobre todo a aquellos miembros
del reducido grupo en el que hayamos nacido. Un
reconocimiento menos especializado de las caras
supondría perder información esencial. Si diri-
giéramos la atención por igual a los monos o a
otros grupos de personas, se correría el peligro
de distanciarnos de nuestro grupo.
Un fenómeno parecido se conoce en relación al
procesamiento de los estímulos acústicos. En los
primeros meses tras nacer, los bebés reconocen
sonidos de diversos idiomas; sin embargo pierden
dicha facultad entre los nueve y los doce meses.
A finales del primer año, solo distinguen los so-
nidos propios de la lengua materna. Ahora bien,
si alguna persona se dirige con regularidad al pe-
queño en una lengua extranjera, este retiene su
capacidad para distinguirla. Del mismo modo que
sucede con las caras, existe una especialización en
favor de la eficiencia.
Patricia Kuhl, de la Universidad de Washing-
ton, afirma: «En la actualidad, el hecho de que el
cerebro de los lactantes sea tan moldeable y el de
los adultos tan rígido constituye una de las cues-
tiones más emocionantes en neurociencia». ¿Qué
ocurre cuando se dejan atrás las fases sensibles de
la primera infancia? ¿Puede neutralizarse la espe-
cialización en edades posteriores? ¿Recuperan los
humanos aquello que posiblemente han perdido
durante este tiempo? El reconocimiento de caras
suscita entre los investigadores un vivo debate.
Nancy Kanwisher, del Instituto de Tecnología
de Massachusetts en Cambridge, está convenci-
da de que los retratos humanos nos producen un
estímulo muy especial ya desde la lactancia. Una
determinada área del lóbulo temporal del cerebro
se encuentra especializada en el procesamiento
de caras: el área facial fusiforme. Si se produce
una lesión en esta zona, aparece un particular
trastorno neurológico: la prosopagnosia (también
ceguera para las caras) [véase «Prosopagnosia»,
por T. Grüter; Mente y cerebro n.o 6, 2004]. Los
afectados son incapaces de diferenciar las caras de
distintos individuos, por lo que en la vida diaria
deben concentrarse en otras características para
reconocer una persona (la voz o la conducta cor-
poral, por ejemplo). En cambio, no les supone pro-
blema alguno diferenciar unos objetos de otros.
Percepción total
Isabel Gauthier, de la Universidad Vanderbilt en
Nashville, ha revelado que, en algunas circuns-
tancias, el área facial fusiforme puede activarse
al contemplar pájaros o coches, al menos en el
cerebro de ornitólogos y de forofos de los auto-
móviles, respectivamente. Ello lleva a imaginar
otra posibilidad: dicha región cerebral constituye
un «área específica para expertos». ¿Resultan las
caras para los humanos tan fundamentalmente
distintas a otros estímulos visuales porque en el
AUTOEVALUACIÓN¿Dónde se halla el mono?
Las imágenes representan chimpancés del zoo
de Heidelberg. ¿Aparece el mono que figura en
la fotografía grande también en alguna de las
imágenes pequeñas de la derecha?
Vea la solución en la página siguiente.
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cha)
20 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
PERCEPCIÓN
transcurso de su vida se han convertido en ex-
pertos reconocedores de rostros?
Todavía no se ha dicho la última palabra en este
debate. Sin embargo, parece seguro que incluso
para los expertos en pájaros y en automóviles, el
área facial fusiforme presenta una actividad su-
perior cuando observan caras que cuando dirigen
su mirada a aves o coches. Además, si bien una
persona puede hacerse experta zoóloga o técni-
ca incluso en edad senil, parece que la ventana
decisiva para la percepción facial se reduce a los
primeros meses de vida.
Hace unos ocho años, Richard le Grand y sus
colaboradores de la Universidad McMaster, en On-
tario, investigaron jóvenes adultos que se habían
quedado ciegos pocos meses después de nacer.
Entre los tres y seis meses fueron operados, con
lo que recuperaron una capacidad de visión casi
normal. No obstante, parecía que su capacidad de
percepción facial estaba alterada.
Por lo general, percibimos las caras como un
todo. Si nos presentan de forma consecutiva retra-
tos en los que la mitad superior de la faz es siempre
la misma mientras que la inferior va cambiando,
mostramos dificultad en reconocer que la frente y
la zona de los ojos pertenecen siempre a la misma
persona. Sin embargo, si vemos cada una de las
mitades de la cara por separado, no tenemos difi-
cultad en reconocer a quién pertenecen.
El estudio de Le Grand demuestra que para las
personas que han sufrido ceguera durante los pri-
meros meses de vida resulta indiferente ver una
composición fotográfica de rostros o las mitades
de las caras por separado. Reconocen siempre si
las mitades de cara son idénticas y si pertenecen
o no a la misma persona. En breve, no perciben la
cara como un todo. Al parecer, estos sujetos per-
dieron en su temprana infancia un importante
espacio temporal para aprender la percepción
normal de la cara (como un todo).
Nuestro equipo del instituto de psicología de
la Universidad de Heidelberg investigó el modo
en que los lactantes pueden valorar la expresión
facial de otros individuos para percatarse mejor
del ambiente que los rodea. En la cara de una per-
sona puede reconocerse su identidad, pero tam-
bién su estado emocional y el lugar al que dirige
su atención. La expresión facial y la dirección de
la mirada desempeñan aquí una función decisiva.
A principios de 2012 publicamos una investiga-
ción sobre la manera en que reaccionaban algunos
bebés ante la dirección de la mirada de diversas
personas. Para ello, presentamos a lactantes de
cuatro meses diversas fotografías, entre ellas las
del padre o la madre, o bien las de una persona
extraña del mismo sexo. En las imágenes aparecía
también algún objeto (un juguete, por ejemplo).
Ante algunas fotografías, la persona dirigía su
mirada al objeto; en otras miraba en otra direc-
ción. A continuación, presentamos a los pequeños
otras imágenes en las que aparecía solo el objeto;
analizamos su reacción mediante un electroence-
falograma (EEG).
Los niños estaban más familiarizados con la
visión del juguete si antes la madre o el padre
habían dirigido su mirada a este, conclusión que
comprobamos a través de patrones característi-
cos de la actividad eléctrica cerebral reflejada en
el EEG. En concreto, confirmamos si el pequeño
necesitaba procesar la imagen del objeto de nue-
vas, o bien si echaba mano de información que
ya tenía almacenada.
Siguiendo el ejemplo de los padres
En resumen, el lactante, cuando explora el ambien-
te que le rodea, sigue la mirada de las caras de su
confianza. Además, le interesa aquello que llama
la atención a su madre. Con todo, se requieren más
estudios para saber si importa más el estrecho lazo
personal o si los niños establecen la rutina de acom-
pañar los ojos de las personas conocidas.
Una cosa segura es que, para los bebés, las caras
no son solo importantes por sí mismas; también
influyen en la forma de percibir y conocer el mun-
do que los rodea. Los de más edad, incluso, siguen
más la mirada de personas extrañas que la de la
propia madre. Como se ha comprobado, los lactan-
tes de muy corta edad se interesan por las perso-
nas con quienes mantienen un contacto íntimo,
pero más tarde lo hacen por sujetos desconocidos
que les ofrecen novedades. La pequeña María, que
acaba de nacer, se fija en la cara de su madre. Pero
cuando pasen unos meses, las personas extrañas
le resultarán cada vez más interesantes, ya que le
ofrecerán oportunidades de intercambio social y
aprendizaje.
Para saber más
Is face processing species-specific during the first year of life?� O. Pascalis et al. en Science, vol. 296, págs. 1321-1323, 2002.
The origin of biases in face perception.� L. S. Scott y A. Monesson en Psychological Science, vol. 20, págs. 676-680, 2009.
Effects of eye gaze cues pro-vided by the caregiver com-pared to a stranger of infants’ object processing.� S. Höhl et al. en Developmental Cogniti-ve Neuroscience, vol. 2, págs. 81-89, 2012.
Stefanie Höhl� es catedrática de psicolo-gía del desarrollo y psicología biológica de la Universidad de Heidelberg.
Solución de la página anteriorLa imagen superior representa el chimpancé macho Henry; en las fotografías inferiores aparecen las chimpancés hembra Heidi, Conny y Susi (de izquierda a derecha). Es decir, Henry no aparece en ninguna otra imagen.
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SINDICACIÓN DE CONTENIDOS
22 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
NEUROBIOLOGÍA
Los lazos que se tejen entre madre e hijo
no dependen de los genes que com-
parten (las madres adoptivas ofrecen
prueba de ello). Tampoco el embarazo
aclara por completo las claves de la re-
lación entre ambos. Al parecer, son los retos de
cuidar a un niño los responsables de que el cere-
bro de la madre, y también del padre, se reprogra-
me. Ambos progenitores influyen en el cerebro
del bebé, pero esa influencia resulta recíproca.
Elizabeth Meyer, familiarmente Liz, vive la
«tiranía» de su segundo embarazo. El feto va en
aumento día tras día y dormir tranquila se ha con-
vertido en un recuerdo lejano: ahora debe bregar
por las noches con los kilos de más de su creciente
vientre. También la alimentación ha cambiado
para ella: la comida le produce eructación y ardor
de estómago como si subsistiera a base de una
dieta de pequeños volcanes.
Liz comparte su condición de madre a punto
de dar a luz con el trabajo de neurocientífica. Es-
tudia los cambios que se producen en el cerebro
maternal, además de ser coautora del presente
artículo. Si bien es verdad que este campo de in-
vestigación no le alivia la indigestión que le causa
el embarazo, sí que le proporciona cierto consuelo,
pues los conocimientos científicos le revelan las
alteraciones, por lo general positivas, que se pro-
ducen en su cerebro, es decir, en el encéfalo de
una mujer preñada.
El cerebro maternal emerge de forma gra-
dual, por lo que durante su desarrollo pueden
surgir ciertos problemas. Algunas embarazadas
se quejan de mareos; incluso existen indicios
de que el encéfalo experimenta una pequeña
reducción durante la gestación. Pero esos fenó-
menos se compensan con creces: la maternidad
incrementa ciertas formas de cognición, mejora
la resistencia al estrés y agudiza algunos tipos de
memoria. De esta manera, el sistema nervioso
consigue transformar un organismo egocéntrico
en otro centrado en el cuidado de un nuevo ser.
Con ese objetivo se originan neuronas y crecen
estructuras cerebrales. Asimismo, potentes hor-
monas intervienen en la fisiología de la mujer
embarazada. El resultado de todo ello es un ce-
rebro diferente, mejor en ciertos aspectos o, al
menos, capaz de lidiar con los desafíos de la vida
diaria y de focalizar su actividad en torno al bebé
[véase «El cerebro maternal», por Craig H. Kinsley
y Kelly G. Lambert; Investigación y Ciencia,
marzo de 2006].
Un detonador sensorial
Un recién nacido hace todo lo posible por atraer
y mantener la atención de la madre. Su llanto, su
olor único y el modo de agarrar con sus dedos el
de ella constituyen tan solo un puñado de sensa-
ciones que se precipitan en el altamente sensible
sistema nervioso materno. El bebé crea un en-
torno rico en estímulos que pone el cerebro de
la madre a toda máquina.
Del conjunto de sentidos sensitivos, el olfato
desempeña la función más importante en el
proceso de reproducción: desde el momento de
seleccionar a la pareja —las hembras confían en
su olfato para escoger a su compañero—, hasta el
destete de las crías, período en el que los olores
sirven a la madre como una forma de comuni-
carse con su hijo. Un ejemplo extremo del poder
EN SÍNTESIS
Cambios cerebrales
1Aunque las madres
tienden a quejarse de
pérdida de agudeza mental,
estudios en animales sugie-
ren que el cerebro mejora
con la maternidad en mu-
chos aspectos.
2Los cambios en el encé-
falo materno preparan
a la mujer para enfrentar
las amenazas; también
aumenta la audacia en la
búsqueda de alimentos y
ante situaciones de peligro.
3Entre los cambios en la
estructura cerebral rela-
cionados con la maternidad
se encuentra el aumento de
materia gris en áreas asocia-
das al cuidado infantil.
Cerebro y maternidadTener un hijo cambia la manera de pensar. También la de actuar.
El embarazo y el parto remodelan el cerebro y la mente de la mujer
CR AIG HOWARD KINSLEY Y ELIZ ABETH MEYER
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 23
UNA OLA DE SENSACIONES Al llegar al mundo, un bebé se
encuentra con una oleada de
sensaciones nuevas. La madre
también: la criatura origina
un entorno rico que estimula
el sistema nervioso materno,
altamente sensible.
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SIX
del olfato es el efecto Bruce, fenómeno en el que
ciertos efluvios logran interrumpir la gestación
de las ratas recién fecundadas. ¿Cómo? Si el ma-
cho desaparece después de la concepción y un
intruso empieza a rondar cerca de la hembra, el
olor del nuevo individuo inhibe en ella la pro-
ducción de ciertas hormonas clave, de manera
que le provoca un aborto. Por otra parte, existen
múltiples posibilidades de que el intruso macho
acabe dando muerte y engulléndose a las crías,
con lo que mata dos pájaros de un tiro: obtiene
un almuerzo alto en proteínas y se deshace de
los genes del rival. El efecto Bruce sería la versión
de la película La decisión de Sophie en roedores,
pues la hembra calcula con frialdad: mejor perder
embriones que crías.
Ante la limitada posibilidad de escudriñar di-
rectamente en el cerebro humano, los científicos
se sirven de los múridos para aproximarse a los
cambios que se producen en las mujeres como
Liz. Según se ha visto, el encéfalo de los mamí-
feros posee una extraordinaria capacidad para
transformase cuando la vida lo exige. Sabemos
que el sistema olfativo de una rata durante la
gestación comienza a producir neuronas nuevas
a gran velocidad. La teoría indica que esas células
nerviosas adicionales aumentan la capacidad de
la progenitora para procesar las señales que es-
conden los olores de las crías. De hecho, el modo
de reaccionar ante los efluvios distingue a unas
hembras de otras. Si bien a las ratas hembra vír-
genes les molesta el olor de las crías, cuando estas
se quedan preñadas ese aroma las atrae. Las hu-
manas muestran los mismos efectos. Alison Fle-
ming, de la Universidad de Toronto Mississauga,
y sus colaboradores descubrieron que las madres
son más propensas a considerar que los olores de
sus hijos resultan agradables que las mujeres sin
descendencia.
El sistema olfativo femenino transforma la
percepción del olor a través de la amígdala me-
dia. Michael Numan, del Colegio Universitario de
24 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
NEUROBIOLOGÍA
Boston, y sus colaboradores sugieren que dicha
área cerebral actúa como eje del sistema olfativo,
lugar al que llega la información olorosa para el
procesamiento de su contenido emocional. Los
ajustes del olfato ayudan a afianzar los lazos entre
madre e hijo, ya que convierten en atrayentes los
olores del bebé.
Antes de tener a su primer hijo, Liz evitaba los
olores de los niños, incluso de los de sus parientes.
Sin embargo, el nacimiento de su primogénito
le enseñó que no le importaba nada sumergir la
nariz en el pañal de la criatura para comprobar
si necesitaba cambiárselo.
Cautela y coraje
Ahora bien, si Liz dirigiese su atención tan solo al
bebé, tanto el crío como ella misma perecerían.
También una rata hembra que permanece en el
nido con sus crías condena a su prole a morir de
hambre y sed. En ambas especies, las progenitoras
deben repartirse el tiempo para atender a todas
sus responsabilidades. Las mujeres no son, pues,
las únicas criaturas del reino animal que deben
lidiar con las diversas tareas.
Para que una rata pueda combinar el cuidado
de su prole con la búsqueda de comida, la sus-
tancia gris periacueductal (SGPA), situada en el
área del mesencéfalo, actúa como cortacircuitos.
En 2010, investigadores de la Universidad de San
Pablo propusieron que la SGPA determina entre
salir a buscar comida y actuar de forma mater-
nal según la información que recibe del sistema
límbico cerebral, un conjunto de estructuras que
gobierna las conductas de supervivencia. Aunque
todavía no se ha identificado en los humanos el
equivalente exacto de la función que la SGPA de-
sempeña en las ratas para compaginar las activi-
dades, existen múltiples indicios de la capacidad
sobrehumana de una madre para la multitarea,
posible reflejo de una adaptación similar.
Cuando una madre se aventura al entorno,
pone en riesgo a su vulnerable bebé. No obstante,
probablemente se halla más preparada que antes
frente a amenazas potenciales, incluso exagerán-
dolas. Investigadores de la Universidad Federal de
Ciencias de la Salud de Porto Alegre han demos-
trado alteraciones en la arquitectura dendrítica
del núcleo medio de la amígdala, área que ade-
más de desempeñar una importante función en
el sistema olfativo, controla los mecanismos de
defensa y la conducta de evitación. Cuando Liz
va a comprar, recorre la tienda con la atención
puesta en evitar posibles peligros para su bebé
(como el individuo repulsivo junto a la sección de
las revistas o los adolescentes inmaduros que se
divierten con la máquina expendedora). Es proba-
ble que Liz también muestre más audacia frente
a algún problema.
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01
SUPERMADRES La aparente capacidad so-
brehumana de una madre
para la multitarea podría
estar controlada por la sus-
tancia gris periacueductal,
región cerebral que ayuda a
las ratas con crías a combi-
nar la tarea de aventurarse
en busca de comida con la
de quedarse en el nido y
desarrollar una conducta
maternal.
El embarazo convierte a
un organismo egocéntrico en uno dedicado
al cuidado de otro ser
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 25
En nuestro laboratorio de la Universidad de
Richmond, Jennifer Wartella colocó ratas con
crías y otras vírgenes en un laberinto estresante
en campo abierto. Descubrió que las primeras se
mostraban menos proclives a quedarse parali-
zadas, exploraban el terreno con mayor rapidez
y parecían tener menos miedo que las vírgenes.
También presentaban menor cantidad de neuro-
nas activadas en la amígdala. Una rata hembra
que controla el miedo busca alimento con más
eficiencia y regresa con mayor rapidez al nido que
una temerosa.
La capacidad de descifrar las claves del entorno
facilita que una madre se mueva por los lugares.
Kelly Rafferty y sus compañeros investigaron re-
cientemente en nuestro laboratorio la capacidad
de planificar con antelación. Para ello introduje-
ron ratas hembra con crías y otras vírgenes en un
laberinto desconocido para ellas y que contenía
agua. A continuación devolvieron las ratas a sus
respectivas jaulas; en algunas de ellas habían co-
locado un bebedero con agua; en otras, no. Poste-
riormente, colocaron de nuevo a los roedores en
el laberinto provisto de agua. Las hembras con
progenie asignadas a una jaula sin agua pasaron
más tiempo cerca de los recipientes del laberinto;
también bebieron más en comparación con las
ratas con crías que sí habían tenido acceso a la
bebida. Incluso se abastecieron de más líquido que
las hembras vírgenes, dispusieran o no de agua
en sus respectivas jaulas. Tras considerar las po-
tenciales diferencias en la sensación de sed de los
animales, los neurocientíficos concluyeron que
las hembras con crías anticipaban una situación
futura y actuaban conforme a esta.
Experimentos anteriores demuestran que las
ratas con crías son más diestras en las tareas que
requieren mayor atención. Kelly Lambert, del
Colegio Universitario Randolph-Macon, y sus co-
laboradores recopilaron otras pruebas de su pers-
picacia. En 2009 revelaron que cuando se trata de
identificar una señal que, entre varias, indica el
acceso a la comida, las hembras que tienen crías
responden mejor. Por otro lado, Amy Au y Tommy
Bilinski identificaron en nuestro laboratorio una
capacidad reforzada en los múridos para deducir
el significado de los símbolos. Para ello, diseñaron
experimentos en los que ratas hembra, colocadas
en un entorno concreto, aprendían a asociar un
triángulo o un conjunto de líneas onduladas con
una recompensa de comida. Al trasladarlas a un
nuevo escenario, las hembras lactantes transfirie-
ron sus conocimientos del antiguo lugar al nue-
vo entorno mejor que las vírgenes, respuesta que
sugiere que habían prestado una mayor atención
a los detalles.
El cerebro de una madre humana también sufre
una metamorfosis estructural. En 2012, Pilyoung
Kim, del Instituto Nacional de Salud Mental de
Estados Unidos, descubrió, junto con sus cola-
boradores y mediante imágenes por resonancia
magnética, que la materia gris del cerebro de las
madres aumentaba durante las semanas y meses
después de parir. La materia gris consiste en una
capa de tejido repleto de neuronas (de hecho, su
nombre se debe al color de los somas celulares).
El crecimiento observado se daba sobre todo en
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PÚAS DE TRANSMISIÓN Las espinas dendríticas son
pequeñas protuberancias
nudosas de las neuronas que
crecen con mayor densidad
en el cerebro de una mujer
embarazada. Dichas prolonga-
ciones aceleran la transmisión
de señales entre las células
cerebrales. Los pacientes con
ciertos trastornos psiquiátri-
cos presentan un crecimiento
anormal de espinas.
26 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
NEUROBIOLOGÍA
el mesencéfalo, en los lóbulos parietales y la cor-
teza prefrontal. Dichas áreas cerebrales se hallan
implicadas en el cuidado infantil. Las madres con
mayor incremento del volumen de materia gris
también manifestaron una percepción más posi-
tiva de sus bebés.
La morfina maternal
A medida que se acerca el momento del parto, se
ponen en marcha hormonas poderosas. Aunque
las más patentes son la oxitocina (estimula las
contracciones uterinas y la subida de la leche) y
la prolactina (instiga la producción de leche), exis-
ten otras hormonas que provocan cambios en el
cerebro. En este sentido, neuroanatomistas de la
Universidad Victor Segalen Burdeos 2 han obser-
vado una remodelación estructural drástica del
hipotálamo, regulador de las hormonas asociadas
a conductas emocionales básicas (el sexo y la lu-
cha, entre otros). Las neuronas del área preóptica
media (APM), una parte del hipotálamo, crecen en
tamaño y aumentan su actividad. De hecho, las
lesiones en el APM pueden eliminar el compor-
tamiento maternal.
El hipotálamo aumenta la sensación de placer
de una madre. Robert S. Bridges, de la facultad de
medicina veterinaria Cummings de la Universi-
dad de Tufts, y sus colaboradores descubrieron
que las concentraciones de receptores opiáceos
en ratas hembra variaban en función de si estas
eran vírgenes, estaban preñadas o en período de
lactancia. Ahora bien, el fenómeno se debilita con
la experiencia. Según se ha comprobado, las mu-
jeres que pasan por varios embarazos muestran
un descenso de la sensibilidad hacia sus propios
opiáceos, de forma semejante a las personas con
drogadicción, quienes requieren dosis más eleva-
das para estimularse.
La analogía de la droga, por cierto, no es fa-
laz. Los animales pueden mostrar un compor-
tamiento maternal solo porque se sienten bien.
Muchas madres humanas declaran que experi-
mentan placer cuando amamantan a su bebé. De
la misma manera, cuando la cría chupa el pezón
de la rata, el cerebro de esta última recibe una
«dosis» de opiáceos estimulantes. No obstante, el
cuerpo del roedor pone un límite natural: mien-
tras las crías maman, la temperatura corporal
Cerebro en obras
Las mujeres experimentan los cambios cerebrales más espec-
taculares durante el embarazo y tras el parto. Los hombres tam-
bién sufren una transformación cognitiva importante. Debajo
se muestran algunas de las regiones que participan cuando los
progenitores empiezan a criar a un niño. Aunque numerosos
descubrimientos son preliminares y se basan en estudios en
roedores, los indicios sugieren que el cerebro de madres y pa-
dres adquiere flexibilidad para lidiar con los retos de la crianza
[véase «Cerebro y paternidad», por Brian Mossop, en este mismo
número].
Corteza prefrontalAumenta la materia gris.
HipotálamoEn el área preóptica media,las neuronas aumentande tamaño y son másactivas. El número dereceptores de opiáceosse incrementa.
Amígdala medialControla la respuestade una madre a la agresióny a la amenaza. Se piensaque es el centro dondese procesan las señalesdel olor, convirtiéndolaen vital para los progenitores.
Sistema olfativoPadres y madres generannuevas neuronas.
Lóbulo parietalAumenta la materia gris.
Sustancia gris periacueductalLa actividad de esta áreahace que las madres rataalternen entre alimentara sus crías y aventurarseen el mundo.
MesencéfaloAumenta la materia gris.
HipocampoLas espinas dendríticasse vuelven más densas.En el padre se generanneuronas.
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MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 27
interna de la hembra aumenta, de manera que
comienza a sentirse incómoda y, finalmente, se
aparta. Más tarde, deseosa de otra dosis de opiá-
ceos, la rata vuelve al nido, las crías a sus ubres,
y el ciclo comienza de nuevo.
Un beneficio añadido de las hormonas mater-
nas es que pueden aumentar la resistencia del
cerebro. En 2010, Teresa Morales Guzmán, de la
Universidad Nacional Autónoma de México, de-
mostró que el encéfalo de una hembra lactante es
más resistente a los efectos de una neurotoxina:
las hormonas de la preñez construyen una especie
de escudo neuronal que protege a las hembras
rata de daños que podrían comprometer su ca-
pacidad para cuidar de las crías.
Mejores conexiones
El continuo flujo y reflujo de hormonas esteroides
provoca la aparición de protuberancias diminutas
en las células cerebrales. Se trata de las espinas den-
dríticas, unas pequeñas prolongaciones similares,
en apariencia, a las espinas del tallo de una rosa.
Las extensiones dendríticas incrementan la su-
perficie de una neurona y permiten más contacto
sináptico, por lo que mejoran el procesamiento de
la información. Pueden crecer en una neurona des-
pués de una estimulación hormonal o de repetidos
episodios de estimulación originada por las células
nerviosas con las que se halla en conexión.
Nuestro laboratorio ha incorporado descubri-
mientos previos de la Universidad Rockefeller que
mostraban que la densidad de espinas dendríti-
cas en el hipocampo aumentaba de acuerdo con
los cambios hormonales del ciclo estral de la rata
hembra (similar al ciclo menstrual en la especie
humana). Aunque es más conocido por su función
en la memoria, el hipocampo también se encuen-
tra implicado en el comportamiento maternal.
Tras unas pocas horas con los estrógenos elevados,
aumentaron de manera importante las espinas
dendríticas en las hembras rata.
No obstante, la sola presencia de estrógenos no
origina las prolongaciones dendríticas, según pu-
dimos observar. Analizamos tres grupos de ratas:
hembras al final de la gestación, hembras tratadas
con un medicamento que remeda las hormonas
del tramo final de la gestación, y hembras que han
empezado a amamantar. Los tres grupos mostra-
ban un incremento notable de las concentracio-
nes de espinas dendríticas, pero a diferencia de los
otros dos grupos, las lactantes manifestaban nive-
les de estrógenos muy bajos. Al parecer, aunque las
hormonas de una rata progenitora inician el creci-
miento de las espinas, el proceso se mantiene por
la gran cantidad de estímulos que genera la cría.
Ante tal proceso de remodelación, no sorprende
que numerosas mujeres se quejen del «cerebro de
embarazo». El daño colateral de estos cambios sería
un fallo de memoria ocasional, según descubrió
J. Galen Buckwalter, de la Universidad del Sur de
California, junto con sus colaboradores. Observaron
que las mujeres embarazadas y las madres recientes
obtenían peores resultados en las pruebas de recor-
dación de palabras y números en comparación con
las participantes no gestantes pero de edad similar.
Las tareas que no estaban relacionadas con el cui-
dado de un niño parecían resentirse.
El resultado final, en su mayor parte, compen-
sa con creces los contratiempos que una madre
pueda experimentar mientras se reestructura su
cerebro. Tener hijos implica comprometer la pro-
pia salud, seguridad y supervivencia. El sistema de
comportamiento de una madre se pone en fun-
cionamiento para proteger y defender esa inver-
sión. Con el panorama de un cerebro zarandeado
por las hormonas del embarazo y las presiones de
la maternidad, la madre emerge más eficiente y
preparada para sobrevivir.
Para Liz, la compensación ante los inconve-
nientes de la maternidad no proviene solo de la
ciencia, sino también del corazón. Cuando termi-
nábamos de escribir este artículo había dado a luz
a una niña sana. Toda la neurobiología del mundo
resultaba insignificante comparada con ese mara-
villoso e indescriptible vínculo que existe entre
una madre y su bebé. La ciencia puede explicar
el cerebro materno, pero el verdadero milagro
— especialmente cuando colocas la manta alre-
dedor de la barbilla de la niña mientras duerme
entre tus brazos— podría ser simplemente la
belleza de la existencia de una nueva criatura.
Para saber más
The mommy brain.� Katherine Ellison. Basic Books, 2006.
Motherhood induces and maintains behavioral and neural plasticity across the lifespan in the rat.� Craig H. Kinsley et al. en Archives of Sexual Behavior, vol. 37, n.o 1, págs. 43-56; febrero, 2008.
The construction of the maternal brain: Theoretical comment on Kim et al.� Craig H. Kinsley y Elizabeth A. Meyer en Behavioral Neuroscience, vol. 124, n.o 5, págs. 710-714; octubre, 2010.
The plasticity of human maternal brain: longitudinal changes in brain anatomy during the early postpartum period.� Pilyoung Kim et al. en Behavioral Neuroscience, vol. 124, n.o 5, págs. 695-700; octu-bre, 2010.
The lab rat chronicles: A neu-roscientist reveals life lessons from the planet’s most suc-cessful mammals.� Kelly Lam-bert. Penguin Press, 2011.
Reproductive experience may positively adjust the trajec-tory of senescence.� Craig H. Kinsley et al. en Current Topics in Behavioral Neurosciences, dirigido por M. C. Pardon y M. Bondi. Springer, vol. 10, págs. 317-345, 2012.
Craig Howard Kinsley� ocupa la cátedra MacEldin Trawick de psicología de la Universidad de Richmond. Elizabeth Mey�er es investigadora posdoctoral en el departamento de psicología y el Centro de Neurociencia de la misma universidad.
Las hormonas forman un escudo neuronal que protege a la futura madre de las amenazas que podrían comprometer su capacidad para cuidar del niño
28 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
NEUROBIOLOGÍA
En 2010 conocí a Landon, mi sobrino
de cuatro meses. Fue en un fin de se-
mana, en San Diego. Empujado por
mi curiosidad científica, me descubrí
probando los reflejos del pie del niño.
Sin que nadie me lo pidiera, explicaba al resto de
adultos de la familia por qué el pequeño arqueaba
los dedos de esa u otra forma. Pero las expresio-
nes de desaprobación de mi mujer y las miradas
en blanco de los padres recién estrenados me hi-
cieron desistir de la incursión exploradora para
centrar mi conversación en torno al bebé y a su
desarrollo.
Las experiencias iniciales resultan cruciales
para la salud del bebé o de cualquier cría ani-
mal. Los primeros días tras el nacimiento, el en-
céfalo se asemeja a una esponja que se empapa
de su entorno sensorial. Los estímulos visuales
y olfativos, baladí para un adulto, desempeñan
un impacto muy diferente en los impresionables
recién nacidos, cuyo cerebro se forma mientras
intentan darle sentido al desconocido mundo que
les rodea. Con todo, en esta visita a la familia, me
impresionó más la remodelación de mi cuñado,
por entonces de 26 años, que la conducta de mi
nuevo sobrino.
Siempre he considerado a Jack el hermano pe-
queño de mi esposa. Lo conocí cuando él contaba
19 años; era un chaval inmaduro, alto y desgar-
bado. Se alistó en la Armada nada más terminar
el bachillerato. Como veterano de la guerra de
Irak, conflicto en el que participó en dos ocasio-
nes, probablemente vio más mundo en seis años
que la mayoría de nosotros en toda la vida. A
menudo nos narraba su repertorio de historias
de marineros en las reuniones familiares. Ahora,
en solo unos meses, Jack ha anclado su vida en
tierra para convertirse en un entregado padre
primerizo.
Pese a sus vivencias bélicas, sin duda la crianza
de Landon supondrá para Jack el mayor desafío
vital hasta ahora. Le guste o no, su vida cambiará
de manera drástica: no solo será legal y económi-
camente responsable de Landon durante los dos
próximos decenios, sino que creará y mantendrá
un lazo emocional inquebrantable con su hijo.
Durante los primeros días del bebé se produ-
cen cambios en el cerebro de este, pero también
en el del padre: permanecer cerca del retoño le
proporciona ventajas cognitivas por el hecho de
ocuparse de él. En cambio, la ausencia del proge-
nitor deja huellas en el encéfalo del hijo. Aunque
los resultados son todavía preliminares, se puede
esbozar un retrato neuronal sobre el vínculo entre
padre e hijo.
Poco antes de dar por finalizada mi visita re-
lámpago, confirmé que Jack había empezado a
aceptar una nueva identidad. Llevaba semanas in-
tentando sujetar la sillita del cochecito de Landon
al asiento de atrás de su Mazda RX-8 trucado. Ante
la imposibilidad de conseguir su objetivo, desistió
y optó por una solución más factible: cambiar el
automóvil deportivo por un monovolumen que
le permitiese transportar con mayor facilidad al
pequeño. La transformación de las redes celulares
del cerebro de Jack se había puesto en marcha.
Descifrar la paternidad
Para desterrar las raíces del sentimiento paternal
hay que saber primero dónde buscar. La paterni-
EN SÍNTESIS
Simbiosis cerebral
1La influencia mutua en-
tre padre e hijos resulta
beneficiosa para el cerebro
de ambos.
2El cerebro de un proge-
nitor crea neuronas su-
plementarias y experimenta
cambios tras el nacimiento
de un niño.
3La presencia de la figura
paterna desde que se
nace puede influir en el de-
sarrollo de comportamien-
tos sanos posteriores.
Cerebro y paternidadCuando un hombre se convierte en padre, su encéfalo experimenta
una renovación neuronal en beneficio del hijo
BRIAN MOSSOP
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 29
dad no parece asemejarse en nada a la maternidad
[véase «Cerebro y maternidad», por C. H. Kinsley
y E. Meyer, en este mismo número]. Durante los
nueve meses de embarazo, la oxitocina, además de
otras hormonas, corre por el cuerpo de la mujer,
de manera que forja un lazo bioquímico con el
bebé. Incluso los corazones de ambos se sincroni-
zan mientras el niño se encuentra en el útero. Tras
el parto, la lactancia materna sirve de alimento
natural para el recién nacido.
Las ventajas que el padre ofrece al bebé resul-
tan menos obvias. Si bien los varones colaboran
en la concepción del futuro retoño, no resultan
cruciales para la supervivencia del niño una vez
ha nacido. Sin embargo, las investigaciones mues-
tran que el vínculo entre padre e hijo supone una
contribución importante. Si un padre deja que sus
hijos se críen solos con la madre, aumenta la posi-
bilidad de que, más adelante, los hijos presenten
problemas emocionales, de agresividad, además
de adicciones.
En 2008, uno de cada cuatro niños estadouni-
denses vivía con su madre frente a un escaso 4 por
ciento que residía solo con el padre. En 2011, un
tercio de los cerca de doce millones de familias
monoparentales en Estados Unidos se encontraba
por debajo del umbral de la pobreza. Quizá debido
a las dificultades para llegar a fin de mes, los hijos
de padres o madres sin pareja presentan un rendi-
miento académico y una autoestima bajos, además
de dificultades para establecer relaciones sociales.
Pero si hasta hace poco las grandes encuestas po-
blacionales constituían la herramienta más efecti-
va para investigar la contribución de un padre en
la educación de su vástago, el interior del cerebro
descubre nuevas pistas. La neurociencia encaja una
parte fundamental del rompecabezas: los mecanis-
mos biológicos del vínculo paternofilial.
Tomemos el llanto de un niño. En 2003, Erich
Seifritz, de la Universidad de Basilea, junto con
su equipo observaron mediante imágenes por re-
sonancia magnética funcional que a los padres,
EL UNO PARA EL OTRO El cerebro de un bebé parece
preparado para el contacto
con un padre. De forma recí-
proca, relacionarse con su hijo
confiere ventajas cognitivas al
progenitor.
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30 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
NEUROBIOLOGÍA
igual que sucede a las madres, se les activaban
ciertas áreas cerebrales con un patrón caracte-
rístico al oír el lloro del crío. Los probandos sin
hijos no mostraron tal reacción cerebral. Aunque
no se logró establecer con exactitud las transfor-
maciones en el cerebro de los padres, este parecía
distinguir los sonidos fundamentales para la su-
pervivencia y el bienestar del bebé.
El cerebro, después de todo, no es estático. Las
neuronas se reconectan de forma constante en
respuesta a nuevas experiencias y cambios del
entorno. Asimismo, pueden originarse células
nerviosas nuevas. Aunque no se conocen por
completo los mecanismos de esta neurogénesis,
sí se relaciona el crecimiento de células cerebra-
les adicionales con el aprendizaje de contenidos
nuevos [véase «Estimulación de la regeneración
cerebral», por B. Berninger y M. Götz; Mente y
cerebro, n.o 41, 2010].
Estimular la capacidad intelectual
A partir de estas observaciones, Gloria K. Mak y
Samuel Weiss, de la Universidad de Calgary en Al-
berta, diseñaron una serie de experimentos para
entender el modo en que el hijo remodela el cere-
bro del padre. En 2010 revelaron que el encéfalo de
un ratón macho con crías se reconectaba y produ-
cía neuronas adicionales. Estas células nerviosas
formaban nuevas vías de conexión o circuitos los
días siguientes al nacimiento de la camada. En el
bulbo olfativo del macho se originaban neuronas
que respondían de forma específica a los olores de
las crías; en el área cerebral del hipocampo (centro
crucial de la memoria) crecía otro conjunto de
células nerviosas, las cuales, al parecer, ayudaban
a consolidar el olor de las crías en la memoria a
largo plazo del ratón adulto. Este solo generaba
las neuronas extra si permanecía en la ratonera.
Por el contrario, si se sacaba al macho de la jaula
el día del nacimiento de las crías, su cerebro no
presentaba cambio alguno. Según Weiss, la expe-
riencia de la paternidad «no solo cambia aquello
que ya existe [en el cerebro], sino que desarrolla
algo nuevo al servicio de la relación».
Las neuronas ubicadas en la nariz de los ma-
míferos emplean receptores especiales del olor
para detectar aromas y transportar la informa-
ción al bulbo olfativo, centro de integración de
nuestro sentido del olfato. En el caso de los roe-
dores experimentales, las neuronas no aparecían
de la noche a la mañana con solo olfatear a las
crías. Mak y Weiss colocaron una malla de un
lado a otro de la jaula para separar al padre de
la prole. No observaron que se crearan células
cerebrales adicionales. Dicho experimento y
otros similares señalan que ni el nacimiento de
las crías ni los olores respectivos alteran por sí
solos el encéfalo de un progenitor macho, más
bien el ejercicio de la paternidad provoca la dosis
extra de neuronas, afirma Weiss. De esta manera,
el contacto físico con las crías, acompañado de la
experiencia de sus olores, origina la formación
de neuronas.
Ahora bien ¿es la relación con un hijo diferente
de la que se tiene con un amigo? Pocas semanas
de separación suelen bastar para que un ratón
adulto se olvide por completo de sus compañe-
ros de jaula. Mak y Weiss demostraron que el
vínculo entre padre e hijo resulta más fuerte que
con un amigo. En su investigación, las neuronas
que surgieron de la relación paternofilial crearon
sus propios circuitos cerebrales, de manera que
favorecieron la producción de recuerdos a largo
plazo y, por tanto, vínculos duraderos. Con la
creación de esas nuevas vías para la memoria, los
progenitores macho reconocieron con facilidad
a sus crías por el olor, incluso después de per-
manecer separados durante tres semanas. Weiss
indica: «Nos está costando entender por qué na-
cen nuevas neuronas en el cerebro de todos los
mamíferos, incluido el de los humanos. Parece
que una de las funciones principales consiste en
adaptarse al cambio, formar nuevos circuitos y,
en este caso, crear una “memoria social” entre el
padre y sus hijos».
CAMBIOS DE CONDUCTA Los circuitos cerebrales de un
varón que renuncia a su auto-
móvil deportivo a cambio de
un monovolumen han debido
de sufrir, sin duda, alguna
modificación. La alteración
neuronal empuja al hombre
a comportarse de forma pa-
ternal.
En apariencia, el vínculo
intangible de la paternidad
no se parece en nada a los lazos
existentes entre madre e hijo
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MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 31
De tal madre, tal padre
Para cristalizar los recuerdos sociales, el cerebro
depende de hormonas que controlan la conexión
de las neuronas nuevas. Mak y Weiss descubrieron
que la capacidad de un padre para formar células
cerebrales se encuentra a merced de la hormona
prolactina, la misma responsable de la produc-
ción de leche en la madre. Si suprimían la capa-
cidad encefálica para producir prolactina, el mú-
rido no producía neuronas relacionadas con la
paternidad.
En los humanos, de forma análoga al vínculo
maternofilial, el padre con niveles altos de oxito-
cina («hormona del amor») manifiesta instintos y
motivaciones paternales más fuertes en los pri-
meros meses de la vida de su hijo. En diciembre
de 2012, Atsuko Saito, de la Universidad de Tokio,
ahondó un poco más en el asunto a partir de su
estudio de los hábitos de compartir comida que
presentan los progenitores del mono tití. Estos
alimentan a sus crías durante los primeros cuatro
meses. Después de medio año empiezan a ignorar
a su ya adolescente descendencia, de manera que
conservan la comida para ellos mismos. Con el fin
de analizar el cambio de conducta descrito, los in-
vestigadores inyectaron oxitocina en el cerebro de
los progenitores macho. Con independencia de la
dosis que se les había administrado, los animales
tendían a satisfacer los requerimientos alimenti-
cios de la camada; por otro lado, no presentaban
cambios de apetito.
La prolactina y la oxitocina se encuentran ligadas
fuertemente a la interacción social, por lo que su
implicación en el vínculo paternofilial no resulta
extraña. Según señalaron Elizabeth Gould, de la
Universidad de Princeton, y sus colaboradores en
un artículo de revisión publicado en octubre de
2010, también las hormonas relacionadas con el
sexo y el estrés influyen en la conducta paterna.
Gould detalla la conexión entre el cortisol, hor-
mona del estrés en los humanos (equivalente a la
corticosterona en los roedores), y las variaciones
estructurales en el cerebro. Aunque el estrés suele
propiciar una connotación negativa, Gould y sus
colaboradores han mostrado en roedores que el
estrés puede tener consecuencias buenas o malas
para el cerebro, dependiendo, en gran medida, del
contexto. Las situaciones estresantes negativas,
como cuando se sumerge a los animales por un
corto período de tiempo en agua fría o se les ex-
pone a la presencia de un depredador natural,
producen efectos negativos en el encéfalo, ya que
reducen su capacidad de formar neuronas y de
reprogramarse. En cambio, según publicaron en
julio de 2010, factores estresantes como el ejer-
cicio o el sexo, que también disparan los niveles
de corticosterona en los múridos, estimulan el
crecimiento de nuevas células cerebrales. Al pa-
recer, los desafíos de la paternidad encajan a la
perfección en la categoría del estrés bueno.
Según lo expuesto hasta ahora, las hormonas
sexuales masculinas parecen ligadas al nacimiento
La capacidad de un padre para crear nuevas neuronas se encuentra a merced de la prolactina, hormona que controla la producción de leche en las madres
EL PADRE IMPORTA Los niños que crecen sin padre
tienen mayor riesgo de de-
sarrollar problemas emociona-
les, de agresividad y adicción.FOTO
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32 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
NEUROBIOLOGÍA
de los hijos. Sin embargo, la investigación en otros
animales ha revelado que también causan efectos
contradictorios. Los progenitores macho de cier-
tas especies de roedores y peces producen exceso
de testosterona. Cuidan con esmero de sus crías;
también muestran una tendencia a la agresividad,
conducta que les ayuda a defender el nido de los
depredadores. En las aves tropicales y los prima-
tes, empero, los niveles elevados de testosterona
dificultan la buena paternidad. En el caso de los
humanos, los padres con cantidades excesivas de
testosterona pueden mostrarse menos compasivos
y deseosos de atender el llanto del bebé.
Tales estudios confirman la función que de-
sempeñan las hormonas como intermediarias
en ciertos comportamientos paternales. En opi-
nión de Weiss, esta línea de investigación añade
una nueva dimensión al impacto hormonal en la
producción de neuronas en adultos.
Una conexión fundamental
Un arsenal de hormonas predispone el cerebro del
padre a la presencia del hijo, por lo que este nace
preparado para establecer vínculos con su pro-
genitor. Para comprobar tal hipótesis, un equipo
dirigido por Katharina Braun, de la Universidad
Otto von Guericke, recurrió al ratón degú, una
especie que se caracteriza, entre otras cosas, por
organizar el nido según una determinada estruc-
tura familiar. Los progenitores (macho y hembra)
pasan los primeros días de la vida de sus crías
colaborando en su cuidado básico, las apretujan
para que estén calientes y las lamen con delicade-
za. A medida que las crías crecen, el macho adulto
empieza a jugar con ellas, las persigue, retoza y
alborota en la jaula.
Braun y su equipo auguraron que la ausencia
de la figura paterna crearía un vacío social y emo-
cional en la camada de degú, de igual forma que,
en los humanos, un padre ausente puede afectar
a la dinámica de una familia. Descubrieron que
si un macho roedor permanecía en el nido con
sus crías, el cerebro de estas se desarrollaba de
manera normal. En cambio, si apartaban al pro-
genitor de los cachorros, su encéfalo producía me-
nos sinapsis en dos regiones concretas: la corteza
orbitofrontal y la somatosensorial.
La corteza orbitofrontal forma parte de la pre-
frontal, la cual regula la toma de decisiones, los
procesos de recompensa y las emociones. Aunque
Evolución de la paternidad
Los cambios cerebrales convierten a un
hombre en padre, pero sigue siendo un gran
misterio cómo han evolucionado esas con-
ductas a lo largo del tiempo. Solo un diez por
ciento de los progenitores macho de todas
las especies de mamíferos invierten su tiem-
po en la supervivencia de las crías.
Parte de la respuesta se encuentra en
el coste energético que supone la larga in-
fancia de los humanos, sugiere Lee Gettler,
del laboratorio de investigación de biología
humana de la estadounidense Universidad
del Noroeste, en un artículo publicado en
American Anthropologist en 2010. Como las
primeras sociedades cazadoras-recolecto-
ras seguramente caminaban muchos kiló-
metros a diario, los hombres podrían haber
transportado a los niños pequeños, de ma-
nera que aligeraban la sobrecarga de las ma-
dres y de otros cuidadores más débiles (las
abuelas, entre otros). Un padre compasivo
habría adquirido una ventaja evolutiva al
propiciar que la madre recuperara fuerzas
y tuviera más hijos.
Desde el punto de vista evolutivo, el ejer-
cicio paterno del cuidado de niños resulta
positivo en otros aspectos más. A tenor de
cierta teoría, el varón presta cuidado infantil
con el fin de alardear de su capacidad como
pareja. Estas demostraciones podrían ayu-
darle a conservar a su compañera o incluso
a atraer a otras nuevas, comenta el antro-
pólogo Shane J. Macfarlan, de la Universi-
dad estatal de Washington, en Vancouver.
Incluso algunos estudios sugieren que los
hombres son más propensos a atender las
necesidades de sus hijos en lugares públicos
(en los columpios del parque o en las tiendas
de alimentación) que en casa.
Con todo, los datos que aportan la ma-
yoría de las investigaciones biológicas y
psicológicas se basan en sociedades urba-
nas industriales, es decir, son tan solo una
instantánea de la situación frente a los
cientos de miles de años que los humanos
vivieron en grupos cerrados de cazadores-
recolectores. Una encuesta de paternidad
que llevaron a cabo Macfarlan y Barry S.
Hewlett, también de la Universidad de
Washington, en sociedades contemporá-
neas a pequeña escala muestra grandes
diferencias entre culturas. Los kipsigis de
África oriental creen que la fuerza de la mi-
rada de un padre puede dañar a un hijo, por
lo que el progenitor se mantiene apartado
de la vida del niño durante los primeros
cuatro o cinco años. Por el contrario, los
progenitores varones del grupo aka, caza-
dores recolectores de África central, per-
manecen habitualmente muy cerca de sus
pequeños. «No existen pautas universales
para la paternidad», concluye Macfarlan.
—Nina Bay, escritora científica.
ESTRÉS POSITIVO Es probable que las respon-
sabilidades que comporta el
cuidado de un niño sean fuen-
tes de estrés bueno. Las hor-
monas inducidas por este tipo
de estrés pueden estimular el
crecimiento de nuevas células
cerebrales.
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MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 33
resulta complejo extrapolar los estudios en roe-
dores a los humanos, cabe señalar que el déficit
de sinapsis y los problemas de procedimiento en
la susodicha corteza podrían explicar por qué
algunos niños que crecen sin padre presentan
alteraciones conductuales.
En resumen, los estudios con múridos propo-
nen un modelo sobre la importancia de la figura
paterna. Un recién nacido llega al mundo tras flo-
tar durante semanas en el líquido amniótico, con
los sentidos algo deficitarios y la corteza somato-
sensorial preparada para el cambio. Pero cuan-
do las crías degú se encuentran desprovistas del
progenitor macho en los primeros días de vida,
las sinapsis de la corteza somatosensorial, lejos
de florecer, se marchitan. Como consecuencia, es
posible que no procesen los estímulos táctiles de
manera óptima, fenómeno que puede desembo-
car en otra serie de alteraciones en su desarrollo,
metabólicas u hormonales.
El cerebro de un padre, al parecer, se halla li-
gado al de sus hijos. Weiss apunta: «Disponer de
un padre y una madre es una cosa, pero que las
relaciones entre los progenitores y los hijos sean
efectivas es otra. En realidad, es la efectividad de
la relación lo que importa».
Quizá mi sobrino, poco después de nacer y arro-
pado por un conjunto de conexiones cerebrales
sanas en respuesta al tacto de Jack, recopilase las
herramientas que necesitará para evitar proble-
mas conductuales y emocionales a lo largo de su
vida. A pesar de que en mi visita no pude investi-
gar la producción de nuevas neuronas en el cere-
bro de Jack, sí percibí un cambio en su conducta
a medida que iba afianzando su nuevo vínculo.
Sutiles movimientos y sonidos de Landon, los
cuales pasaban desapercibidos para la mayoría
de los familiares, captaban la atención del padre
primerizo. Reconforta pensar que la cabeza de
Jack alberga un pequeño conjunto de neuronas
dedicadas en exclusiva a su hijo.
VÍNCULO OLOROSO Y TÁCTIL El olor y el contacto físico con
el hijo parecen fundamentales
para el desarrollo de nuevas
neuronas en el progenitor. Es-
tas células nerviosas forman
la base de un vínculo durade-
ro entre padre e hijo.
Para saber más
Hit the ground crawling: Lessons from 150.000 New fathers.� Greg Bishop. Segun-da edición. Dads Adventure, 2006.
Family guy.� Emily Anthes en Scientific American Mind, vol. 21, n.o 2, págs. 46-53, mayo-junio de 2010.
Parenting and plasticity.� B. Leuner et al. en Trends in Neuroscience, vol. 33, n.o 10, págs. 465-473, octubre de 2010.
The role of the father in child development.� Dirigido por Michael E. Lamb. John Wiley & Sons, 2010.
Los defectos en las conexiones cerebrales pueden explicar por qué los niños que crecen sin padre suelen presentar problemas conductuales posteriores
Brian Mossop� posee un doctorado en ingeniería bioquímica y experiencia posdoctoral en neuro ciencia. Escribe para Wired, Scientific American, Slate y The Scientist.
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NR1
34 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
ENTREVISTA
Existen personas que con su trabajo han
contribuido a revolucionar la manera en
que los humanos se ven a sí mismos. Como
Uta Frith, del Instituto de Neurociencias Cogni-
tivas del Colegio Universitario de Londres. Esta
psicóloga ha hallado una facultad cognitiva, la
teoría de la mente, que permite a las personas
percatarse de las emociones ajenas, por lo que
posibilita la interacción social. En un inicio, Frith
intuyó la existencia de tal capacidad al trabajar
con pacientes con autismo. En un segundo mo-
mento, ella misma, además de otros neurólogos,
ha demostrado que la teoría de la mente va más
allá de una hipótesis. De hecho, consiste en un
proceso mental con precisas bases neurobioló-
gicas visibles mediante las modernas técnicas
de neuroimagen . Sus estudios han permitido
analizar las especificidades genuinas humanas
de la interacción recíproca: aun estando los de-
más animales dotados de algunos elementos
de la teoría de la mente, no parecen capaces de
aplicarla como nuestra especie.
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«La empatía no se puede aprender»Una de las máximas expertas en psicología del desarrollo, Uta Frith,
explica cómo el estudio del autismo y la teoría de la mente, es decir, la capacidad
de atribuir pensamientos e intenciones a otras personas, han ido de la mano.
Ella es, en gran parte, la responsable
ENTREVISTA REALIZ ADA POR DANIEL A OVADIA
UTA FRITH Sus investigaciones han permitido relacionar
el autismo con un déficit de la teoría de la mente.
En la actualidad es profesora emérita del Colegio
Universitario de Londres y docente visitante de
la Universidad de Aarhus, donde participa en el
proyecto «Mentes interactivas». El objetivo es aunar
en una única teoría compleja los conocimientos de
la evolución, el desarrollo y la psicopatología en el
ámbito de la cognición social.
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 35
Hasta hace no mucho, el autismo solía atribuir-
se a una mala relación entre madre e hijo. ¿Qué
ha contribuido a cambiar esta idea?
Inicialmente, los estudios sobre la teoría de la
mente no bastaron para contradecir la teoría
psicógena del autismo. Algunos expertos soste-
nían que la incapacidad de leer la mente del otro
(mentalización) era consecuencia de la carencia
emotiva más que su causa. El desarrollo de las téc-
nicas de neuroimagen y de la genética ha dado un
apoyo seguro a la hipótesis de un factor biológico.
Conviene recordar que todavía hoy desconocemos
la causa primigenia de la enfermedad, aunque, por
lo general, se está de acuerdo en que existe una
predisposición genética y que, a nivel neurológico,
el trastorno se manifiesta durante el desarrollo
intrauterino. El autismo puede presentarse con
distintos niveles de gravedad, por lo que no se
considera una enfermedad única, sino un espec-
tro de trastornos que van desde las formas más
leves hasta las más devastadoras, incompatibles
estas últimas con una vida autónoma.
¿Es cierto que el autismo entre la población va
en aumento?
No, no lo creo. Pero sí han aumentado las diag-
nosis, pues en la actualidad disponemos de un
mayor conocimiento sobre la naturaleza del tras-
torno. Sabemos, por ejemplo, que al inicio puede
presentarse con un retraso lingüístico, o en diver-
sas formas, sin esa deficiencia. La investigación
se mueve en tres planos: el biológico (con ayuda
de técnicas de neuroimagen y pruebas genéticas),
el cognitivo (con test neuropsicológicos sobre las
funciones comprometidas en el autismo) y el más
clásico o comportamental, el de la neuropsiquia-
tría infantil clásica, que estudia la interacción del
sujeto con los familiares y con la sociedad. Es pro-
bable que las causas del autismo se hallen a la vez
en esos tres planos y que el ambiente desempeñe
una función en la emersión del trastorno. No obs-
tante, el enfoque cognitivo es el más innovador y
el que ha llevado a un verdadero cambio.
Durante años ha estudiado el síndrome de
Asperger, una forma leve de autismo. ¿En qué
consiste este trastorno exactamente?
Desde comienzos del siglo xx se han descrito for-
mas leves de autismo, confundidas a menudo con
una simple extravagancia de carácter determinada
por dificultades en las relaciones sociales, pero con
la inteligencia y la capacidad de aprender conser-
vadas plenamente. Las personas afectadas de ás-
perger no presentan los típicos trastornos del len-
guaje que complican la gestión de quien padece un
autismo propiamente dicho. En 1944, un psiquiatra
alemán, Hans Asperger, describió algunos casos,
aunque fue en 1981 cuando Lorna Wing, médica y
psiquiatra británica, publicó un artículo histórico
que define los criterios para su diagnóstico.
Los pacientes con síndrome de Asperger son in-
teligentes. Aprenden a compensar las carencias
de la teoría de la mente típicas de la enfermedad.
Hoy podemos decir que aprenden a «leer» en las
emociones ajenas, aunque sin el grado de empatía
que caracteriza al sujeto sano. Su interacción so-
cial es fruto, con frecuencia, de la aplicación de re-
glas. Aprenden que, en ciertas situaciones, es bue-
no comportarse de un determinado modo, sea por
las convenciones sociales o porque así lo esperan
las personas que los quieren. Ello ha puesto el pa-
radigma de la teoría de la mente en situación de
crisis, pues los pacientes con ásperger son capaces
de superar pruebas en las que se requiere la apli-
cación de esa capacidad cognitiva. Por poner un
ejemplo, el sujeto con autismo grave no sabe de-
cir por qué al salir decido coger el paraguas, pese
a que no llueve. No es capaz de entender que temo
que vaya a llover; razona en términos de realidad
física: no está lloviendo, por tanto, el paraguas no
sirve. En cambio, las personas con síndrome de As-
perger sí son capaces de descifrar tal intención. No
obstante, carecen de una vida social plena, pues
no crean vínculos ni amistades y, sobre todo, les
cuesta entender comportamientos comunes como
pueden ser las bromas o los engaños.
Así pues, la teoría de la mente ha corrido el ries-
go de ser desmentida por la existencia del sín-
drome de Asperger, si se la considera una de las
posibles formas de autismo.
Sí, en cierto sentido así es, pero en realidad hemos
llegado a comprender que la teoría de la mente es
un proceso complejo que se puede descomponer
en algunos módulos más simples presentes tam-
bién en el individuo sano y que son los elemen-
tos básicos del conocimiento social. La atribución
espontánea de estados mentales a los otros se da
también en las personas con ásperger. Lo hemos
demostrado con una serie de estudios con anima-
ciones gráficas. Sobre el tablero aparecen dos trián-
gulos, uno grande de color rojo y otro pequeño de
El autismo es seis veces más frecuente en los varones que en las mujeres, lo que sugiere el estudio de los genes del cromosoma Y
36 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
ENTREVISTA
color azul. En algunas animaciones, los triángulos
se mueven de manera casual, por lo que las perso-
nas no les atribuyen intención alguna; no «leen»
ahí una historia. Pero basta con que el triangulillo
azul vaya siguiendo al rojo, con que sus puntas se
aproximen o con que el grande trate de confinar al
pequeño a una esquina del tablero, para que los su-
jetos vean ahí una «mamá triángulo» persiguiendo
a un agitado «triangulillo hijo» que intenta escapar,
que la esquiva, y así sucesivamente.
A través de la medición de los tiempos de fija-
ción de la mirada en los tableros hemos descubier-
to que a las personas, tengan o no trastorno de
Asperger, tienden a atraerles más las animaciones
que requieren la aplicación de la teoría de la men-
te que aquellas «sin sentido». Aunque existe una
diferencia. Mediante el estudio de la dirección de
la mirada de bebés, adultos sanos y sujetos con
ásperger hemos descubierto que en los dos prime-
ros grupos se presenta la mirada anticipatoria, un
rápido movimiento de ojos que señala la atención
precoz cuando aparece una forma de interacción
social. Esa reacción también indica que existe un
proceso de mentalización en curso. En los afecta-
dos de ásperger, en cambio, no se da, tampoco en
el autismo: en ambos casos no aparece ninguna
«intuición» de la presencia de una interacción so-
cial, más bien acontece un lento reconocimiento
fruto del aprendizaje y del adiestramiento.
Hemos comprendido que, dentro de ciertos lí-
mites, la teoría de la mente se aprende, lo mismo
que se aprende a leer y a escribir. Aunque no to-
dos los investigadores están de acuerdo con ello,
pienso que se trata de una función dotada de un
continuum, no de una capacidad que o existe o no
existe. Lo que no se puede aprender es, empero,
la emoción, la empatía.
Quienes padecen autismo no perciben las emo-
ciones ajenas, pero ¿cómo viven las propias?
También en este aspecto hemos llevado a cabo es-
tudios relacionados con la teoría de la mente. He-
mos descubierto que las dificultades se presentan
por igual cuando se trata de leer la mente propia.
Los sujetos con autismo leve explican a menudo
estar confusos respecto a sus propias emociones.
Ello significa que se percatan de sentir alguna cosa,
pero no saben bien cómo clasificar ese sentimien-
to. Padecen lo que en psiquiatría se denomina
alexitimia, literalmente, «falta de palabras para
describir las emociones». Ese déficit aparece, asi-
mismo, en algunas formas de trastorno por estrés
postraumático, aunque de modo sectorial.
Hay quienes han sugerido que el problema
podría no consistir en el reconocimiento de las
emociones, sino en la misma presencia de estas.
En 2008, proyectamos un estudio de neuroimagi-
nería con el objetivo de ver si había emociones y
a qué nivel se manifestaba el bloqueo. Hallamos,
en general, una activación normal de las áreas
relacionadas con las emociones ante estímulos
capaces de despertar sentimientos, pero en algu-
nos pacientes se daba una reducción de la señal
al nivel de la ínsula anterior, centro del conoci-
miento emotivo. De ahí que estos sujetos tengan
emociones, pero que no se percaten de ellas.
¿Cuáles son las bases biológicas del proceso de
mentalización?
Investigaciones de imaginería funcional dirigidas
por mi marido, Chris Frith, en el Colegio Univer-
La teoría de la mente
La teoría de la mente es la capacidad cognitiva de atribuir estados mentales
(opiniones, intenciones, deseos y emociones) a otras personas [véase «Mi amigo
robot», por M. Ruhenstroth; Mente y cerebro, n.o 45, 2010]. En 1979 se utilizó
por primera vez el término en un estudio publicado en la revista Science bajo el
título «¿Tienen los chimpancés una teoría de la mente?». Sin embargo, no fue
hasta 1985 cuando se generalizó su uso gracias a la publicación del trabajo de
Simon Baron-Cohen, Alan Leslie y Uta Frith sobre niños con autismo. Los inves-
tigadores demostraron la ausencia de una teoría de la mente en las personas
afectadas de autismo mediante una serie de test en los que se requería atri-
buir estados de ánimo e intenciones a los sujetos. Una de las pruebas consistió
en el paradigma clásico de la falsa creencia o test de Sally y Anne. En este se
muestra a los probandos una serie de fotografías de dos muñecas, una tiene
un cestillo, la otra una cajita. Sally tiene una pelota, la esconde en el cestillo y
sale de la escena. Anne traslada la pelota del cestillo a la cajita. Vuelve Sally a
escena, momento en que se le pide al niño que indique dónde buscará Sally
la pelota. La respuesta será correcta si indica el cestillo y no la cajita, de manera
que manifiesta que atribuye a Sally una visión de la realidad distinta a la que
él mismo tiene. Alrededor del 80 por ciento de los niños con autismo no logran
superar la prueba, resultado que revela su «ceguera mental».
1 2
3
MEN
TE Y
CER
EBRO
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 37
sitario de Londres, y por Rebecca Saxe, en el Ins-
tituto de Tecnología de Massachusetts, con pro-
bandos sanos y con autismo parecen indicar que
la mentalización se desarrolla a nivel de la corteza
prefrontal medial, de la parte posterior del surco
temporal superior, del precuneo, de la amígdala y
del corteza temporoparietal. Este sería, a grandes
líneas, el circuito neural que se encuentra en la
base de la teoría de la mente. Cada área posee una
especialización propia, como puede ser la inten-
cionalidad de una acción. Algunos estudios con
pacientes que han sufrido lesiones de la corteza
prefrontal o de la unión temporoparietal mues-
tran que estas personas fallan en las pruebas que
evalúan la teoría de la mente. Los descubrimientos
de Giacomo Rizzolatti sobre neuronas espejo po-
drían proporcionar explicaciones ulteriores sobre
las bases biológicas de la percepción de la intencio-
nalidad de una acción motora, esto es, decirnos de
qué modo nuestro cerebro comprende la finalidad
de un movimiento que realiza otra persona.
Todavía desconocemos el origen genético del
proceso de mentalización, sobre todo ignoramos si
esta función es atribuible a algún gen en particu-
lar, hallazgo que nos permitiría desarrollar una
diagnosis muy precoz de los trastornos del espec-
tro autista. Sí que hay, empero, algún indicio de
que existe una relación. Sabemos que el autismo
es seis veces más frecuente en varones que en mu-
jeres. Ello nos induce a estudiar la función de los
genes en el cromosoma Y. Además, leves rasgos
autistas, en el sentido de comportamientos ligados
a una menor capacidad de mentalización, resultan
más comunes en los hombres que en las mujeres,
aunque pueda parecer un estereotipo.
A propósito de estereotipos, usted se ocupa de
ellos. ¿Cómo van sus investigaciones?
Estoy tratando de comprender cómo se aplica la
teoría de la mente cuando la intención es atribui-
da no a un solo individuo, sino a un grupo. Los
estereotipos son exactamente eso: la atribución
apriorística de un pensamiento a un grupo de
individuos sobre la base de que poseen caracte-
rísticas comunes. La teoría de la mente es, no obs-
tante, un poderoso instrumento para superar el
estereotipo. Pongamos un ejemplo: si se muestra a
dos chiquillos, Jack y Sally, y se le pregunta a otro
niño a cuál de esos dos le gusta jugar con muñe-
cas, todos responderán que a Sally, por lo menos
en nuestro contexto cultural, porque existe un
estereotipo sobre el rol femenino y la preferencia
en la elección de los juegos. Pero si volvemos a
presentar a Jack y a Sally y decimos que a Jack le
gusta jugar con muñecas, al preguntar después a
los niños quién de los dos personajes posee cin-
co muñecas, muchos responderán «Jack», puesto
que la teoría de la mente es más potente que el
estereotipo, aunque este implique, a su vez, un
proceso de mentalización.
Según los primeros test efectuados, parece que
en los niños con autismo el estereotipo resulta
muy fuerte, y que la atribución de un deseo es-
tereotipado prevalece sobre la atribución de un
pensamiento individual. En mi opinión, este tipo
de experimentos revelan, asimismo, mucho sobre
el modo en que ciertos fenómenos sociales se ma-
nifiestan en las personas sanas y de cómo puede
actuarse para contrarrestarlos.
El síndrome de Asperger
Hans Asperger nació en 1906 cerca de Viena y murió en 1980 en casi total ano-
nimato. Según el testimonio de algunas personas que le conocieron, él mismo
habría padecido el síndrome que hoy lleva su nombre. Licenciado en medicina en
1931, Asperger trabajó como pediatra, fundó un centro para niños con deficien-
cias y enseñó pediatría en la Universidad de Viena. En 1944 publicó un estudio
basado en cuatro sujetos, el cual le permitió describir el espectro de los síntomas
típicos del síndrome ahora homónimo, pero al que Asperger se refería como
«psicopatía autística»: falta de empatía, dificultad para entablar amistades,
intensa focalización sobre ciertos argumentos hasta la manía, movimientos
estereotipados. También describía a estos niños como «pequeños profesores»
por su capacidad para discutir muy a fondo sobre
los temas que les eran más queridos.
El trabajo del médico austriaco pasó casi sin
pena ni gloria por haberse publicado en alemán.
Un destino que cambio en 1981, cuando la psi-
quiatra Lorna Wing lo desenterró y empleó por
primera vez el epónimo «síndrome de Asperger»
para proponer un modelo de autismo alternativo al
que predominaba hasta entonces, derivado de los
estudios de otro médico austríaco, Laeo Kanner. En
1989, se tradujo el artículo original de Hans Asper-
ger al inglés precisamente de manos de Uta Frith.
Daniela Ovadia es periodista científica.
INSTANTÁNEAINSTANTÁNEA
Arsenal científico del ayerHoy en día, los investigadores echan mano de los ordenadores para investigar las habilidades moto-ras y cognitivas humanas. Hace un siglo escaso, se valían de aparatos menos sofisticados para fines semejantes. Entre ellos, los que se muestran en la exposición Mind/Things-Kopf/Sache de la Univer-sidad de Tubinga (www.mindthings.de). Regresemos por unos momentos al pasado reciente.
Datado en 1950, el utensilio inferior de la imagen servía para poner a prueba el entendimiento técnico de los futuros mecánicos: aquel que pudiese montar las piezas del artilugio de forma rápida y segura era candidato ideal para el oficio.
Con el aparato estrellado de la derecha, construido en el año 1967, los investigadores de la per-cepción desentrañaron el fenómeno phi: en cada una de las ocho astas se encendía y apagaba de forma rotativa una pequeña luz, de manera que aparecía ante los ojos del observador un círculo luminoso que giraba sin parar. Max Wertheimer, pionero de la psicología de la Gestalt, describió tal ilusión óptica del movimiento en 1912.
Como colofón, el aparato a dos manos de Moede se empleaba para investigar y evaluar la habilidad motora. Si bien el original se remonta a 1915, aquí se presenta una reproducción de 1956. El paciente o probando giraba a la vez ambas manivelas (una delante, otra a la derecha) a fin de recorrer con el lápiz el laberinto que aparecía dibujado en la placa superior.
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38 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
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AVANCES
40 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
Un peligro real o que vemos aproxi-
marse con certeza nos provoca
una respuesta de miedo. Estímu-
los menos explícitos y que implican incer-
tidumbre sobre la amenaza, nos producen,
en cambio, ansiedad. En ambos casos se
trata de respuestas adaptativas que ayu-
dan a los seres vivos a escapar airosos de si-
tuaciones peligrosas. Sin embargo, ciertas
patologías neuropsiquiátricas (el trastorno
de ansiedad generalizada, el de pánico o
las fobias, entre otras) cursan con miedo
o ansiedad exagerados frente a estímulos
inocuos.
Al parecer, ambas emociones depen-
den de circuitos neurales paralelos, par-
cialmente superpuestas en ciertas zonas,
que unen la amígdala, el hipocampo y la
corteza prefrontal. Investigaciones con
roedores han demostrado que la corteza
prefrontal resulta clave en la regulación
del miedo y la ansiedad. Asimismo, estu-
dios con pacientes que sufren patologías
neuropsiquiátricas relacionadas con la
ansiedad han revelado disfunciones en
dicha estructura cerebral. Con todo, la
comparación directa de los resultados de
los estudios básicos en roedores con los de
investigaciones llevadas a cabo en huma-
nos no supone tarea fácil, en gran parte,
por la enorme complejidad del lóbulo fron-
tal de estos últimos.
Tender un puente experimental
En el laboratorio de Angela C. Roberts, en
la Universidad de Cambridge, se utiliza un
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NEUROLOGÍA
El miedo en el cerebroDos regiones de la corteza prefrontal orquestan de manera conjunta, pero independiente,
el miedo y la ansiedad. El estudio con primates del Nuevo Mundo ayuda a comprender
este proceso cerebral en los humanos
C ARMEN AGUSTÍN PAVÓN
MODELOS PERFECTOS Los primates del Nuevo Mundo, como el tití (Callithrix jacchus) están ganando popularidad en
la investigación neurocientífica (en la imagen, en un momento de asueto). De pequeño tama-
ño, fácil manejo y cría en cautividad, presentan un cerebro de gran similitud al humano, en
especial en relación a la corteza prefrontal. Ello los convierte en modelos animales extraordi-
narios para los estudios neuropsicológicos.
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 41
pequeño primate del Nuevo Mundo, el títí,
como modelo experimental, con el objeti-
vo de solventar las distancias y tender un
puente entre la investigación en roedores
y en humanos. Para comprender en pro-
fundidad las respuestas emocionales de los
primates, se analiza su comportamiento y
sus reacciones autonómicas mediante un
sistema de telemetría. Esta herramienta
permite la monitorización del ritmo car-
díaco y la presión sanguínea en tiempo real
mientras los ejemplares de tití se enfren-
tan a diversos estímulos negativos que se
les presentan.
Control a dos bandas
Durante mi estancia en la Universidad de
Cambridge, la investigación en estos pri-
mates confirmó que una zona concreta del
lóbulo frontal, la corteza orbitofrontal, se
encarga de orquestar las respuestas emo-
cionales. En 2008, hallamos que los titíes
con una microlesión en dicha área cerebral
presentaban una descoordinación entre su
comportamiento y sus respuestas cardio-
vasculares, de la misma manera que suce-
de en algunos pacientes que sufren una
enfermedad neuropsiquiátrica. Por otro
lado, en un trabajo publicado en 2012 en
Biological Psychiatry, hemos observado
que lesiones tanto del área orbitofrontal
como de la corteza ventrolateral prefrontal
adyacente incrementaban el miedo de los
primates del Nuevo Mundo sometidos a
un paradigma de condicionamiento en el
que un sonido predecía la aparición de un
estímulo negativo. Además, el miedo que
mostraban estos animales resultaba más
difícil de extinguir.
A través del análisis de las reacciones de
los titíes frente a una persona desconocida
evaluamos su estado de ansiedad. Este se
incrementaba si el animal presentaba am-
bas lesiones cerebrales. Ahora bien, los titíes
con el área ventrolateral dañada parecían
más afectados, pues reaccionaban de forma
más amenazante frente a la persona intrusa
en comparación con los sujetos de control.
En resumen, dos subdivisiones de la cor-
teza prefrontal, la orbitofrontal y la ventro-
lateral, contribuyen de manera conjunta,
aunque independiente, al control de las
emociones negativas en los primates. El
hallazgo resulta esencial para el desarrollo
de nuevas terapias más efectivas y especí-
ficas dirigidas al tratamiento de trastornos
neuropsiquiátricos relacionados con la an-
siedad y el miedo.
Para saber más
Uncoupling of behavioral and autonomic responses after lesions of the primate orbito-frontal cortex.� Y. L. Reekie et al. en Proceedings of the Natural Academy of Sciences U.S.A., vol. 105, n.o 28, págs. 9787-9792, 2008.
Autonomic, behavioral, and neural analyses of mild conditioned negative affect in marmo-sets.� Y. Mikheenko, et al. en Behavioral Neuro-science, vol. 124, n.o 2, págs. 192-203, 2010.
Lesions of ventrolateral prefrontal or anterior orbitofrontal cortex in primates heighten negative emotion.� C. Agustín-Pavón et al. en Biological Psychiatry, vol. 72, n.o 4, págs. 266-272, 2012.
Carmen Agustín Pavón Centro de Regulación Genómica
Barcelona
La mayoría de los estudiosos sobre las
bases de la consciencia son «chovi-
nistas» corticales: se centran en los
dos hemisferios corticales que coronan el
cerebro. Ahí se asientan, supuestamente, la
percepción, la acción, la memoria, el pen-
samiento y la consciencia.
Nadie duda de que la enorme especi-
ficidad de cualquier experiencia de per-
cepción consciente (el dolor punzante en
el alvéolo dental después de extraer una
muela del juicio; la sensación de familia-
ridad del déjà vu; la experiencia de la com-
prensión repentina o «ajá»; el azul celeste
del paisaje contemplado desde una alta
montaña; la desesperación al leer acer-
ca de un nuevo ataque suicida, etcétera)
se encuentra mediada por coaliciones de
células nerviosas corticales sincronizadas
y sus dianas asociadas en los «satélites»
de la corteza: el tálamo, las amígdalas, el
claustro y los ganglios basales. Los grupos
de neuronas corticales son los elementos
que construyen el contenido de cada expe-
riencia concreta, rica y vívida. Sin embargo,
ese contenido solo puede aportarse si se
encuentra intacta la infraestructura básica
que lo representa y procesa. Aquí es donde
aparecen las regiones menos glamurosas
del cerebro, ocultas en las catacumbas.
Cuándo desaparece la consciencia
Según una observación genérica en neu-
rología, la lesión de grandes fragmentos
del tejido cortical, en particular de los
lóbulos frontales, puede llevar a una pér-
dida del contenido consciente específico,
aunque sin cambios trascendentales en el
comportamiento de la víctima. Es posible
que el enfermo no pueda ver los colores o
reconocer caras conocidas, pero sí afron-
tar sin problemas su vida cotidiana. Sin
TER APIA
Electrodos que despiertanLa estimulación directa del cerebro puede restablecer la consciencia de los pacientes
CHRISTOF KOCH
AVANCES
42 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
embargo, la destrucción de un tejido del
tamaño de un terrón de azúcar, situado en
el tronco encefálico y en partes del tálamo,
puede llevar al enfermo a un estado de
coma, estupor o incapacidad para la fun-
ción, sobre todo si la lesión se produce a
ambos lados del tejido. Los accidentes de
tráfico, la sobredosis de drogas o alcohol,
un disparo, un ahogamiento casi consu-
mado o un ictus son sucesos que pueden
ocasionar una pérdida permanente de la
consciencia.
Terri Schiavo es un ejemplo de ello.
Hasta que un tribunal autorizó su desco-
nexión de una máquina de alimentación
intravenosa, esta enferma se mantuvo du-
rante quince años, a merced de medidas
de soporte vital, en un estado vegetativo
permanente con un electroencefalograma
(EEG) plano, que denotaba la ausencia de
funcionamiento de su corteza cerebral.
Personas como ella no manifiestan ningu-
na respuesta conductual más allá de los
reflejos mediados por el tronco del encé-
falo. La emisión bilateral de señales, por
ejemplo, el asentimiento con la cabeza para
responder a la pregunta: «¿Te duele algo?»,
no les resulta factible. Cuando la lesión ce-
rebral es menos grave, se alcanza un estado
de mínima consciencia. Estos pacientes, a
pesar de mostrar discapacidad y confina-
miento a la cama y de alimentarse a través
de un tubo, pueden establecer cierto grado
de comunicación, por más que errática y, a
menudo, poco coherente. Algunos indivi-
duos gesticulan o son capaces de realizar
un seguimiento con los ojos. La consciencia
del estado propio y del entorno se distor-
siona y resulta intermitente.
Los estados vegetativo y de consciencia
mínima no son raros [véase «Una nueva era
en el diagnóstico del estado vegetativo», por
Davinia Fernández Espejo, en este mismo
número]. En Estados Unidos, miles de per-
sonas viven en esta especie de limbo, lo que
supone una enorme carga médica y emo-
cional para médicos y allegados. Este azote
es el resultado paradójico de los avances
técnicos en los cuidados intensivos: ventila-
ción mecánica, helicópteros medicalizados,
enfermeros y médicos de los servicios de
urgencia y mejores medicamentos. Con to-
dos estos medios puede rescatarse a las víc-
timas del abismo de la muerte. Este destino
resulta glorioso para muchos, pero también
maldito para algunos.
Ni en Estados Unidos ni en Europa existe
hoy por hoy una investigación coordinada
para desarrollar nuevos métodos con los que
devolver a la vida a estos pacientes. No obs-
tante, algunos científicos trabajan en ello.
Cómo estimular la recuperación
En la actualidad, unos cuantos pioneros
se hallan buscando vías innovadoras para
tratar tales casos. Su tecnología preferida
para ello es la estimulación cerebral pro-
funda (ECP). Dicho método se conoce sobre
todo porque permite una mejoría en los
síntomas de la enfermedad de Parkinson.
Se implantan al paciente electrodos en una
región situada inmediatamente por deba-
jo del tálamo, una estructura en forma de
huevo de codorniz en el centro del encéfa-
lo. Cuando se activa la corriente eléctrica, la
rigidez y los temblores del trastorno motor
desaparecen al instante.
El neurocirujano Takamitsu Yamamo-
to y sus colaboradores, de la facultad de
medicina de la Universidad de Nihon, han
estimulado durante los últimos 15 años
porciones de los núcleos intralaminares
del tálamo de pacientes en estado vegetati-
vo o de consciencia mínima. Seleccionaron
estas regiones porque, entre otras cosas,
se relacionan con el despertar y controlan
una amplia actividad de la corteza. De
hecho, de acuerdo con el neurocirujano
Joseph Bogen, de la Universidad del Sur
de California, los núcleos intralaminares
del tálamo constituyen la única estructu-
ra absolutamente imprescindible para la
consciencia.
Los pacientes reaccionan de inmediato
cuando se estimulan dichos núcleos: abren
los ojos, dilatan las pupilas, emiten sonidos
ininteligibles, su presión arterial aumenta y
se desincroniza la actividad EEG. Esta reac-
ción del despertar no resulta por sí misma
terapéutica ni predice la recuperación. Sin
embargo, el efecto de la estimulación resul-
ta prometedor a largo plazo: 8 de 21 pacien-
CASO POLÉMICO Terri Schiavo permaneció quince años en coma,
al parecer sin consciencia alguna (los médicos
estimaban algunas de sus reacciones como
reflejos: por ejemplo, esta sonrisa). El caso
adquirió popularidad cuando su marido decidió
retirarle la alimentación asistida en contra
de la voluntad de los padres de la enferma.
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Hoy puede rescatarse a los pacientes del abismo
de la muerte
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 43
tes en estado vegetativo sin respuesta pasa-
ron a una situación más comunicativa de
consciencia mínima; y los cinco pacientes
con un estado de consciencia mínima que
recibieron la estimulación se libraron del
confinamiento a la cama. De hecho, cuatro
de ellos disfrutaron de nuevo de la vida en
su domicilio. Ahora bien, como Yamamo-
to decidió aplicar el tratamiento exclusi-
vamente entre tres y seis meses después
de la lesión de los pacientes, es probable
que al menos algunos de ellos se hubieran
recuperado de manera espontánea, incluso
sin esta intervención.
Por otra parte, no resulta creíble que
cualquier tipo de estimulación cerebral
profunda surta efecto para los pacientes
con una afectación más grave, como en el
caso de aquellos que viven en un estado
vegetativo permanente. También Schiavo
fue reclutada para uno de estos primeros
ensayos de estimulación cerebral, mas sin
obtenerse ningún fruto.
No obstante, una investigación reciente
basada en un único sujeto en estado de mí-
nima consciencia reveló la utilidad directa
de la estimulación cerebral profunda. Los
responsables de la investigación fueron
un grupo de neurólogos, neurocirujanos,
neuroinvestigadores y un especialista en
ética de diferentes instituciones agrupados
en torno a Nicholas D. Schiff, del Colegio
Médico Weill Cornell de Nueva York, Joseph
T. Giacino, del Instituto de Rehabilitación de
JFK Johnson en Edison, y Kathleen Kalmar,
de la Clínica Cleveland de Ohio. El paciente,
de 38 años, había sufrido un traumatismo
cerebral grave a consecuencia de una agre-
sión. Tras una mejoría inicial, su estado se
estabilizó. Durante los seis años siguientes
no experimentó cambios sustanciales. El
sujeto mostraba el patrón característico del
estado de mínima consciencia: control mo-
tor mínimo (principalmente, movimientos
oculares voluntarios) y emisión infrecuente
de palabras aisladas u otros sonidos; ni si-
quiera podía alimentarse por la boca.
Después de implantar dos electrodos
en las porciones anteriores de los núcleos
intralaminares izquierdo y derecho de los
tálamos y tras un período postoperatorio de
recuperación de dos meses, se le aplicó un
tratamiento intermitente de estimulación
cerebral profunda durante once meses. El
resultado fue una mejora de la consciencia
y del control motor. Cuando se aplicaba la
estimulación cerebral profunda, el paciente
podía mover la mano y el brazo, así como
masticar y deglutir la comida, un avance
fundamental para la mejora de su calidad
de vida. Incluso logró comunicarse a través
de gestos, palabras y, en ocasiones, frases
cortas. Parte de estas actividades dependían
de la estimulación eléctrica continuada, lo
que certifica el efecto causal directo de la
estimulación cerebral profunda sobre las
tareas cognitivas y motoras. Además, la apli-
cación de este tratamiento durante cerca de
un año mejoró la función global del cerebro
del sujeto, pues algunos de sus efectos bene-
ficiosos persistieron incluso después de des-
conectar la estimulación. En otras palabras,
el tratamiento desplegó efectos beneficiosos
sostenidos a corto plazo, así como efectos
de arrastre que se acumularon, de forma
paulatina, en un plazo más largo.
Ahora bien, el éxito en un único caso
no significa que se trate de una modalidad
terapéutica probada ni curativa del estado
de mínima consciencia, como advierten
Schiff y sus colaboradores. Dicho estado
constituye un síndrome muy diverso; la
mejoría, así como la cronología evoluti-
va dependen de un conjunto de factores,
tales como la gravedad y distribución de
la lesión y el estado general del pacien-
te, entre otros. No obstante, si se lograra
reproducir esta mejora en otros casos, se
demostraría que los avances en las neu-
rociencias básicas, combinados con una
tecnología protésica adecuada, permiten
restablecer las funciones motoras y los
mecanismos que soportan una conscien-
cia en el cerebro.
EN LAS CATACUMBAS Imagen de resonancia magnética de los dos
electrodos colocados en el tálamo de un
sujeto para aplicar la estimulación cerebral
directa. Esta técnica permitió que un pa-
ciente con un traumatismo craneoencefálico
grave y un estado de mínima consciencia
pudiera comer e incluso conversar.
CO
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ÍA D
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Para saber más
Deep brain stimulation therapy for the vegeta-tive state.� Takamitsu Yamamoto y Yoichi Kata-yama en Neuropsychological Rehabilitation, vol. 15, n.os 3-4, págs. 406-413; 2005.
Behavioural improvements with thalamic stimulation after severe traumatic brain injury.� Nicholas D. Schiff et al. en Nature, vol. 448, págs. 600-604; 2 de agosto, 2007.
Deep brain stimulation, neuroethics, and the minimally conscious state.� Nicholas D. Schiff, Joseph T. Giacino y Joseph J. Fins en Archives of Neurology, vol. 66, págs. 697-702: junio 2009.
Christof Koch es profesor de biología cognitiva y conductual en el Instituto de Tecnología de Cali-
fornia en Pasadena.
SINOPSIS
44 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
Cómo se obtiene una neuroimagenEsta nueva sección nace con la finalidad de ofrecer una explicación gráfica de conceptos fundamenta-les en neurociencia y psicología. Para empezar, una pregunta que quizá se haya planteado más de un lector: ¿cómo se obtienen las imágenes cerebrales?
1 Un equipo de investigadores quiere saber si existen diferencias en la actividad cerebral de hombres y
mujeres a la hora de realizar cálculos mentales. Para ello se valen de un escáner de imágenes por resonancia mag-nética y de un grupo de probandos. Los participantes tan solo se diferencian entre sí por el sexo: edad, cociente de inteligencia y estatus social deben ser semejantes.
5 El tomógrafo escanea el cerebro en capas y lo divide en pequeños
cubos (vóxeles). Complejos algoritmos determinan para cada uno de ellos si la ac-tividad cerebral que manifiestan los partici-pantes durante el cálculo mental difiere de la que presentan cuando están en reposo. En caso de que así sea, se colorea el punto. De esta manera se crea una reconstrucción tridimensional de la actividad del cerebro, la cual permite averiguar las posibles diferencias o similitudes entre hombres y mujeres al calcular mentalmente.
20-23
+16+37
Tiem
po
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 45
2 Cada voluntario observa, tumbado en el tomógrafo, una panta-lla en la que aparecen ejercicios matemáticos. Mientras tanto,
el escáner genera un campo magnético de gran intensidad, razón por la que, antes de entrar en la sala, las personas deben desprenderse de llaves y cualquier otro objeto metálico o magnético (monedas, reloj, pulseras, cadenas, teléfono móvil, etcétera).
3 Se solicita a los probandos que se concentren en el cálculo y pro-
curen no apartar la mirada. Tras cada ejercicio matemático se intercala un punto de fijación (una cruz) para facili-tar la concentración al sujeto. Las prue-bas deben repetirse diversas veces con el fin de determinar las áreas cerebrales involucradas en la tarea de calcular. Asimismo, deben compararse los resul-tados obtenidos en las tomografías con la actividad neuronal que los sujetos muestran en otro tipo de condiciones (por ejemplo, mientras descansan).
4 La actividad de las células nerviosas provoca un aumento de la circulación
sanguínea en áreas cerebrales concretas. Ya que las neuronas estimuladas consumen más oxígeno, aumenta (con algunos segundos de de-mora) la concentración de hemoglobina cargada de oxígeno en la sangre. Ello transforma las características magnéticas de la sangre e incrementa la señal BOLD (de blood oxygen level dependent; sirve como medida individual para la actividad cerebral). Cuanto más intenso es el campo magnético del escáner, mejor resulta la calidad de la señal.
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46 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
NEUROLOGÍA
Hasta no hace mucho tiempo, acci
dentes de tráfico graves o paradas
cardiorrespiratorias conducían,
la mayoría de las veces, al falle
cimiento del afectado. Gracias a
los avances en la atención médica de urgencia y
la universalización del uso de la ventilación asisti
da desde los años cincuenta del pasado siglo, en la
actualidad numerosos pacientes sobreviven a estos
percances. No obstante, a menudo con importantes
secuelas, entre ellas, la lesión cerebral.
Aunque los mecanismos implicados en una
lesión cerebral traumática (como la que puede
acontecer en un accidente de tráfico) o hipóxico
isquémica (por períodos prolongados de anoxia
tras paradas cardiorrespiratorias o semiahoga
mientos) son muy distintos, la progresión que
presenta el paciente en la fase aguda es similar.
Durante las primeras horas tras el accidente, el
paciente entra en una fase de coma, que no suele
durar más de unos días o semanas. Una vez su
perada esta fase, gran parte de ellos recuperan la
consciencia y progresan de forma favorable. Sin
embargo, un porcentaje relevante de afectados
abren los ojos y comienzan a realizar movimien
tos espontáneos, aunque no muestran signos de
consciencia. Entran en lo que se conoce como es-
tado vegetativo.
El término estado vegetativo es reciente. No
fue acuñado hasta 1972, cuando Bryan Jennett,
neurocirujano del Hospital General de Glasgow,
y Fred Plum, neurólogo del Hospital Presbiteriano
de Nueva York, lo utilizaron para describir un cre
ciente grupo de pacientes que, tras sufrir un daño
cerebral grave, manifestaban ciclos de sueño y vi
gilia junto con un mantenimiento autónomo de
las funciones respiratoria y cardiaca (principales
diferencias respecto a los pacientes en coma), pero
no presentaban comportamientos que demostra
sen consciencia de sí mismos o de su entorno. En
la actualidad, existe consenso sobre las pautas
diagnósticas y de manejo que deben seguirse en
estos casos: las recomendadas por el Real Colegio
de Médicos de Londres y el estadounidense Grupo
de trabajo multidisciplinar sobre estado vegetativo
persistente (MultiSociety Task Force on Persistent
Vegetative State) que incluye, entre otras, la Aca
demia Americana de Neurología y de la Sociedad
de Neurología Infantil. Ambos grupos recogen la
definición inicial de Jennett y Plum y destacan
que estos pacientes son incapaces de reaccionar
de modo intencional a la estimulación; tampoco
manifiestan ninguna capacidad comunicativa.
En los casos en los que no existe una patolo
gía concomitante con la lesión cerebral que re
duzca la esperanza de vida, la persona en estado
vegetativo puede sobrevivir décadas en dicho
estado o comenzar a mostrar signos fluctuantes
de consciencia de sí misma o del medio. Es decir,
presenta un estado de mínima consciencia. Esta
categoría diagnóstica fue propuesta en 2002 por
Joe Giacino, director de la unidad de Rehabilita
ción Neuropsicológica en el Hospital General de
Massachusetts, e incluye un conjunto más hete
EN SÍNTESIS
Dictamen difícil
1En los últimos años,
se han puesto de ma-
nifiesto las dificultades en
el diagnóstico del estado
vegetativo. Se estima que el
cuarenta por ciento de los
pacientes reciben un diag-
nóstico incorrecto.
2Los avances realizados
en neuroimagen funcio-
nal han permitido abordar
este problema desde nuevas
perspectivas.
3Las nuevas técnicas han
facilitado la identifi-
cación de un nuevo grupo
de pacientes que retienen
capacidades cognitivas muy
superiores a las que son ca-
paces de mostrar de manera
externa.
Una nueva era en el diagnóstico del estado vegetativo Los avances en el campo de la neuroimagen ofrecen alternativas novedosas
para mejorar el diagnóstico de pacientes en estados de consciencia alterada
tras una lesión cerebral
DAVINIA FERNÁNDEZ ESPEJO
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 47
rogéneo de pacientes: desde los que muestran
comportamientos como el seguimiento visual de
objetos en movimiento, hasta los que se muestran
capaces de seguir órdenes sencillas, mas carecen
de capacidad comunicativa.
El problema diagnóstico
Diferenciar a los pacientes en estado de mínima
consciencia de aquellos en estado vegetativo no es
tarea fácil. Al contrario de lo que ocurre en otras
patologías neurológicas en las que el diagnóstico
definitivo se alcanza cuando se confirman de
terminadas anormalidades en el tejido cerebral
(por ejemplo, depósitos de betaamiloide u ovillos
neurofibrilares en la enfermedad de Alzheimer), el
dictamen médico en las alteraciones de conscien
cia es siempre sintomatológico. El proceso diag
nóstico se basa en la evaluación clínica exhausti
va y repetida del repertorio de comportamientos
tanto espontáneos como los que se provocan al
sujeto con el objetivo de determinar si es capaz de
interactuar con su entorno de manera intencio
nal. En numerosos casos, resulta extremadamente
complejo determinar si un comportamiento es
reflejo o está mediado de forma cognitiva. (Es sa
bido que algunas personas en estado vegetativo
presentan respuestas reflejas de llanto. Sin em
bargo, podría ocurrir que, para alguna de ellas,
esta fuera su única forma de comunicar sensación
de malestar, dolor, etcétera. La diferencia entre el
llanto reflejo y el voluntario es sutil y subjetiva;
ello hace el diagnóstico diferencial tremendamen
te problemático.)
En numerosos casos, además, el déficit de cons
ciencia coexiste con carencias motoras graves que
impiden al afectado responder de forma normal,
lo cual complica todavía más el proceso diagnós
tico. Problemas como estos fueron abordados por
Keith Andrews, del Real Hospital de Neurodisca
pacidad de Londres, y Nancy Childs, del Centro
de Rehabilitación de Austin, en sendos estudios
publicados a mediados de los años noventa, en
ISTO
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¿FALTA COMPLETADE CONSCIENCIA?
No pueden hablar y no
parecen reaccionar a los
estímulos, pero ¿carecen
realmente de consciencia
los pacientes en estado
vegetativo?
48 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
NEUROLOGÍA
los que se vio que más del 40 por ciento de los pa
cientes en estado vegetativo habían sido diagnos
ticados de manera incorrecta. Los autores compro
baron que, cuando estos sujetos eran evaluados
por equipos de expertos, manifestaban signos de
consciencia, parcial o total. Algunos de ellos se
encontrarían en un estado de mínima conscien
cia, pero otros serían plenamente conscientes, por
lo que pertenecerían al cuadro clínico conocido
como síndrome de enclaustramiento.
Tras esos hallazgos se desarrollaron herramien
tas específicas para la evaluación diagnóstica de
pacientes con alteraciones de consciencia. Se in
sistió en la necesidad de que pasaran a sustituir
las evaluaciones clínicas no estructuradas o la
utilización de otras escalas de uso extendido en
la clínica neurológica, pero no adecuadas para
este propósito (entre ellas, la Escala de Coma de
Glasgow). En la actualidad se recomienda el uso
de la Escala de Recuperación del Coma Revisada,
creada por Joe Giacino y de reciente adaptación al
castellano por el equipo del Servicio de Neurorre
habilitación y Daño Cerebral del Hospital NISA Va
lencia. No obstante, en un estudio publicado en
fecha reciente por investigadores de la Universidad
de Lieja se demostró que, a pesar del desarrollo de
estas escalas y la publicación de las nuevas pautas,
el porcentaje de diagnósticos incorrectos no ha
variado de forma destacable en los últimos años:
sigue situándose por encima del 40 por ciento.
No cabe duda de que un diagnóstico correcto
es esencial para un buen abordaje terapéutico. En
estos pacientes, las implicaciones de uno erróneo
van mucho más allá. Por un lado, el diagnóstico
de estado vegetativo conlleva la asunción de una
falta completa de consciencia y de comprensión
del lenguaje, lo cual ejerce un profundo impacto
en las actitudes, el comportamiento y la motiva
ción de la familia, los cuidadores, el personal de
enfermería, etcétera. En los casos más desfavora
bles, el paciente puede verse totalmente privado
de estimulación. Pero además, el diagnóstico tiene
profundas implicaciones legales: hasta el momen
to no se ha autorizado la retirada de nutrición e
hidratación a ningún paciente en estado de mí
nima consciencia.
¿Neuroimagen como solución?
En los últimos años, se ha experimentado un
interés creciente por el estudio de pacientes en
estados alterados de consciencia desde el campo
de la neuroimagen. En una colaboración llevada
a cabo con uno de los pioneros en este campo,
Adrian Owen, en la actualidad en la Universidad
de Ontario Occidental, nos planteamos desarrollar
un método sencillo que permitiera diagnosticar
a los pacientes de forma adecuada. Para ello, nos
basamos en estudios post mórtem clásicos que
describían diferencias en la gravedad de las lesio
nes en la sustancia blanca cerebral y el tálamo de
individuos que habían fallecido en estado vege
tativo y aquellos que se encontraban en estado
de mínima consciencia cuando murieron. Hasta
ese momento, estos cambios solo habían sido visi
bles en estudios post mórtem, dado que permiten
analizar el tejido cerebral con mayor detalle que
las técnicas de neuroimagen estándar. Nuestro
interés, sin embargo, radicaba en la posibilidad
GLOSARIO
Coma: Estado agudo grave de pérdida total de alerta y consciencia.
Estado de mínima consciencia: Condición clínica en la que el pa-ciente muestra períodos prolongados de alerta (ojos abiertos) así como signos fluctuantes de consciencia de sí mismo o del entorno.
Estado vegetativo: Con-dición clínica en la que el paciente muestra períodos prolongados de alerta (ojos abiertos) pero no respues-tas voluntarias o dirigidas ante la estimulación externa ni otros signos de consciencia de sí mismo o del entorno.
Síndrome de enclaustramiento: Condición clíni-ca en la que el paciente es plenamente consciente y mantiene sus capacidades mentales, pero sufre una parálisis completa de casi todos los músculos del cuerpo, la cual le impide moverse o comunicarse.
CUMPLIR ÓRDENES MEDIANTE LA IMAGINACIÓN Cuando un voluntario sano se imagina jugando al
tenis (o moviendo vigorosamente la mano) se activa
el área motora suplementaria del cerebro (abajo). En
la parte superior de la figura se observa el aumento
de la actividad en esta región cerebral cada vez que
se solicita al participante que se imagine la acción;
en cambio, disminuye cuando se le pide que se rela-
je. Ello demuestra que el sujeto sigue las órdenes de
forma adecuada. En torno al 20 por ciento de los
pacientes en estado vegetativo son capaces de
realizar esta tarea y mostrar patrones de activación
equiparables a los de individuos sanos.
Tiempo
Los voluntarios imaginan que juegan a tenis Los voluntarios se relajan
Niv
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O
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 49
de identificar esas diferencias en vida, cuando el
diagnóstico tiene impacto en el cuidado del pa
ciente. Para ello utilizamos la técnica de imagen
por tensor de difusión, la cual permite caracteri
zar la microestructura del tejido cerebral median
te el estudio del movimiento de las moléculas de
agua. Dicha técnica resulta especialmente sensible
a los cambios en la materia blanca y las estructu
ras de sustancia gris profundas (el tálamo, entre
otras); además, facilita la detección de diferencias
sutiles que, en las secuencias de resonancia mag
nética, pasan desapercibidas.
Estudiamos a un grupo amplio de pacientes
evaluados de forma exhaustiva durante varios
días por un equipo de expertos para garantizar
un diagnostico correcto. También se les practi
caron pruebas de resonancia magnética. Con las
imágenes por tensor de difusión confirmamos los
hallazgos neuropatológicos que se habían descrito
en estudios post mórtem anteriores: en concreto,
un mayor daño en la sustancia blanca y el tálamo
en los pacientes en estado vegetativo respecto a
aquellos en estado de mínima consciencia. El des
cubrimiento más importante de este estudio con
sistió, no obstante, en que a través de los índices
de gravedad del daño, que establecimos mediante
las imágenes por tensor de difusión, conseguimos
clasificar correctamente al 95 por ciento de los
sujetos. Es decir, el diagnóstico desarrollado solo
a partir de las imágenes cerebrales coincidió con
el realizado por el equipo de expertos, a excepción
de dos casos.
Aunque prometedor, ese trabajo no debe inter
pretarse como prueba de la idoneidad de sustituir
la evaluación clínica por la de neuroimagen. En
primer lugar, nuestro hallazgo debe ser confir
mado en muestras más amplias antes de poder
aplicarse a la población general. Pero, aún más
importante, el diagnóstico definitivo de estos pa
cientes ha de ser siempre clínico. Las imágenes
por tensor de difusión se adquieren muchas veces
de manera rutinaria en los protocolos de resonan
cia aplicados a personas con daño cerebral grave
durante su hospitalización.
Más allá del comportamiento externo
Técnicas de neuroimagen estructurales, como
la anterior, pueden ayudarnos a identificar más
fácilmente a aquellos pacientes que, aun habien
do recibido un diagnóstico de estado vegetativo,
se encuentran en realidad en estado de mínima
consciencia (manifiestan comportamientos acor
des con dicho diagnóstico cuando son evaluados
por equipos expertos con las escalas diagnósticas
adecuadas). Gracias a técnicas funcionales que
permiten obtener información acerca de la ac
tividad cerebral en respuesta a una determinada
tarea cognitiva, de forma independiente de la ca
pacidad de respuesta externa o comportamental
del paciente, sabemos que el problema diagnós
tico en estos pacientes no acaba aquí.
Desde los años noventa hemos acumulado da
tos de estudios relacionados con la resonancia
Del síndrome apálico al estado de vigilia sin respuesta
Antes de 1972, no existía una terminología clara para referirse a los pacientes
en estados de consciencia alterada tras sufrir daño cerebral. Hasta entonces,
solo existían en la bibliografía informes aislados de casos únicos en los que
se barajaban nombres muy diversos como «síndrome apálico», «mutismo aci-
nético», «demencia postraumática» o, el aún de uso extendido, «coma vigil».
Ante este escenario de confusión terminológica, Bryan Jennett, del Hospital
General de Glasgow, y Fred Plum, del Hospital Presbiteriano de Nueva York,
publicaron en 1972, en la revista The Lancet, el artículo «Persistent vegetative
state after brain damage. A syndrome in search of a name», en el que utilizaron
por primera vez el término «vegetativo». Los autores eligieron este término para
destacar la preservación del funcionamiento del sistema nervioso vegetativo
(sistema nervioso autónomo), reflejada por la presencia de ciclos de sueño y
vigilia, respiración autónoma (sin necesidad de ventilación asistida), digestión
o termorregulación.
El término fue rápidamente aceptado por la comunidad médica: en los años
noventa es recogido como la única alternativa válida por el Real Colegio de Mé-
dicos de Londres y el Grupo de trabajo multidisciplinar sobre estado vegetativo
persistente (Multi-Society Task Force on Persistent Vegetative State), creado-
res de las guías de manejo y atención terapéutica en estados de alteración de
consciencia.
El término estado vegetativo se mantiene en la actualidad. Sin embargo, en los
últimos años, varios autores han criticado su uso por las connotaciones nega-
tivas que ha acumulado en sus más de treinta años de uso. A pesar de hallarse
lejos de la intención de sus impulsores, se ha asociado con «vegetar» o vivir una
«vida vegetal», es decir, funcionar como una entidad orgánica desprovista de
sensaciones, pensamientos, etcétera. Es común encontrarse con la utilización
del término peyorativo «vegetal» en medios de comunicación, Internet o conver-
saciones cotidianas a nivel coloquial. Ante este panorama y con el fin de evitar
este uso, en 2010 el Grupo de trabajo europeo sobre trastornos de consciencia
(European Task Force on Disorders of Consciousness) propuso emplear «síndrome
de vigilia sin respuesta» en su lugar, término neutro y descriptivo de los criterios
diagnósticos: períodos prolongados de vigilia con ausencia de respuesta ante
una orden. La nueva propuesta no está exenta de detractores. Solo el tiempo
dirá si es aceptada o no por la comunidad médica global.
50 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
NEUROLOGÍA
magnética funcional que confirman que algunas
personas en estado vegetativo retienen habili
dades cognitivas que son incapaces de mostrar
externamente; entre ellas, la capacidad de reac
cionar, a nivel cerebral, ante estimulación visual,
táctil o incluso oral (algunos pacientes pueden
manifestar respuestas cerebrales que indican
que conservan, al menos en parte, la facultad de
comprensión del lenguaje). No debemos olvidar
que la ausencia total de comprensión o expre
sión lingüística constituye uno de los criterios
diagnósticos del estado vegetativo, con lo cual
este hallazgo comienza a poner en duda dicho
diagnóstico en aquellos individuos que retienen
tal capacidad.
Con todo, la verdadera revolución en este cam
po llegó en 2006, cuando Owen redefinió el modo
en el que podemos evaluar el seguimiento de ór
denes. Describió el caso de una paciente que, a
pesar de cumplir todos los criterios del estado ve
getativo a nivel externo, se encontraba consciente,
estado que solo era capaz de demostrar mediante
la modulación voluntaria de su actividad cere
bral. El seguimiento de órdenes sencillas (pedir
al sujeto que levante una mano o mire hacia el
techo) se acepta entre la comunidad médica como
una tarea apropiada para determinar el estado de
consciencia. De hecho, se utiliza comúnmente en
el servicio de urgencias como cribado en personas
que han sufrido un accidente cerebral; también se
incluye en las escalas de evaluación diagnóstica
de pacientes en estado vegetativo y de mínima
consciencia.
Cuando ejecutamos una acción (mover la
mano), se produce un patrón específico de ac
tivación cerebral, el cual podemos detectar con
resonancia magnética funcional. Sin embargo,
sabemos que no es necesario ejecutar físicamen
te dicha acción para obtener el patrón: basta con
imaginarla para que se activen las mismas áreas
cerebrales. Por definición, los pacientes en estado
vegetativo no son capaces de seguir órdenes de
manera externa (si lo fueran, su diagnóstico no
sería este). Por ello, se pidió a una paciente que se
imaginara jugando al tenis (equivalente a pedirle
que pensara que movía vigorosamente el brazo) y
recorriendo las habitaciones de su casa (tarea que
evoca otro patrón de activación cerebral específi
co). La mujer fue capaz de seguir ambas tareas, así
como de detenerse y relajarse cuando se le pedía.
Según observamos, los patrones cerebrales que
activaba coincidían con los registrados en volun
tarios sanos.
Un grupo multidisciplinar de expertos eva
luaron de forma exhaustiva y continuada el
comportamiento externo de la misma paciente.
Confirmaron el diagnóstico de estado vegetativo.
En este sentido, no se encontraría dentro de aquel
40 por ciento de los pacientes con diagnóstico in
correcto. Gracias a la resonancia magnética fun
cional pudo demostrarse que era capaz de seguir
órdenes, aunque no lo pudiera manifestar externa
o físicamente; por tanto, era consciente.
Podríamos pensar que se trata de un caso muy
excepcional. Pero un trabajo posterior realizado
en el mismo grupo de investigación pareció indi
car lo contrario. La aplicación de esa técnica a un
grupo amplio permitió observar que aproxima
damente el 20 por ciento de los individuos con
diagnóstico confirmado de estado vegetativo eran
DETECCIÓN MEDIANTE ELECTROENCEFALOGRAFÍA A través de la electroencefalografía se detecta la
actividad eléctrica cuando se le pide al participante
que se imagine que cierra la mano en un puño o que
mueve los dedos de los pies. Alrededor del 20 por
ciento de los pacientes en estado vegetativo son
capaces de seguir órdenes modulando su actividad
cerebral en esta tarea.
Ser consciente contra estar conscientePara entender el diagnóstico diferencial entre el estado vegetativo y otros síndromes relacionados (el coma o el estado de mínima cons- ciencia) debe manejarse la definición de consciencia propuesta por Fred Plum y Jerome B. Posner en 1966. Dichos autores definieron la consciencia como un sistema complejo con dos compo-nentes principales: el nivel de alerta (arousal o wakefulness), que correspondería con «estar consciente», y el contenido de la consciencia (awareness), que podríamos llamar «ser cons-ciente». El primero se refiere a un estado en el que los ojos están abiertos y existe cierto grado de alerta; el segundo corresponde a la capacidad de tener experiencias subjetivas. En este sentido, los pacientes en estado vegetativo estarían conscientes pero no serían conscientes.
Voluntario sano Paciente en estado vegetativo
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 51
capaces de llevar a cabo esa tarea, es decir, eran
conscientes a pesar de no poder responder de
forma externa. Más aún, uno de estos pacientes
consiguió utilizar su activación cerebral con una
finalidad comunicativa: empleó una de las dos
tareas (tenis o recorrer su casa) para producir la
respuesta correcta (sí o no) a una serie de pregun
tas simples.
Acercar la evaluación al paciente
Los estudios anteriores pusieron de manifiesto la
necesidad de manejar técnicas de neuroimagen
para revelar las capacidades cognitivas reales que
mantienen los pacientes en estado vegetativo o
de mínima consciencia más allá de aquello que
su capacidad física les permite mostrar. Sin em
bargo, la imagen por resonancia magnética no
se halla exenta de restricciones que limitan su
accesibilidad. Por un lado, se trata de una técnica
costosa y no siempre disponible en los hospitales
(incluso en los centros hospitalarios que cuentan
con ella, su uso frecuente para el diagnóstico de
muy diversas patologías hace que las listas de es
pera sean largas). Además, el escáner genera un
intenso campo magnético, con lo que la presencia
de ciertos implantes metálicos puede impedir su
utilización. Pero, incluso en el caso ideal (e irreal)
de que el escáner de resonancia magnética estu
viera disponible en todo momento, se requiere
el traslado del paciente al hospital o centro, con el
consiguiente estrés físico asociado. Si pensamos en
la posibilidad de utilizar esta técnica como herra
mienta de comunicación cotidiana en aquellos
sujetos que demuestren tal capacidad, conclui
remos rápidamente que no se trata de la opción
más adecuada.
¿Cuáles son las causas?
Tanto el estado vegetativo como el esta-
do de mínima consciencia se caracterizan
por la preservación de la vigilia o alerta
junto con una ausencia, total o parcial, de
consciencia de sí o del entorno. El nivel de
alerta es una función del sistema nervioso
autónomo mediada por el tronco encefáli-
co, hipotálamo y determinados núcleos ta-
lámicos, como parte del sistema activador
reticular ascendente. En estos pacientes,
dichas estructuras se encontrarían intactas
o al menos conservadas de manera sufi-
ciente para garantizar su funcionamiento.
Cuando existe daño en este sistema, el su-
jeto entraría en una fase de coma.
Las bases cerebrales del contenido de la
consciencia, sin embargo, son menos co-
nocidas. Una de las teorías más aceptadas
en la actualidad es que esta depende de
complejas redes corticales y sus conexio-
nes recíprocas con el tálamo. A pesar de su
tamaño relativamente pequeño, el tálamo
es una estructura compleja, compuesta
por varios núcleos especializados anató-
mica y funcionalmente, y situada en una
localización privilegiada que le permite ser
estación de paso de toda la información
sensorial (exceptuando la olfativa) y moto-
ra, así como mantener extensas conexio-
nes con la corteza cerebral y estructuras
subcorticales. Se le atribuye una función
esencial en la modulación de redes cere-
brales a gran escala asociadas con la cons-
ciencia. Una de ellas es la red neuronal por
defecto, un conjunto de regiones cerebra-
les asociativas (corteza frontal medial, ló-
bulos parietales inferiores, corteza cingu-
lada posterior y precuneo) que funcionan
de manera conjunta cuando estamos en
reposo y dejamos vagar el pensamiento o
soñamos despiertos. En definitiva, cuando
nos implicamos en tareas mentales cen-
tradas en nosotros mismos. Esta función
la ha convertido en una de las candidatas
para explicar la falta de consciencia en
estos pacientes.
Nuestro grupo ha demostrado en fecha
reciente que esa red se encuentra física-
mente desconectada en sujetos en estado
vegetativo. Es decir, las fibras de sustancia
blanca que conectan esas áreas entre sí
(verde) y aquellas que las conectan con el
tálamo (rojo) se encuentran gravemente
dañadas, lo que sugiere que se encuentran
involucradas en el estado vegetativo. Aun-
que el daño también aparecía en los pa-
cientes en estado de mínima consciencia,
este era mucho menor.
Corteza frontal medial
Tálamos
Tálamo izquierdo
Corteza frontal medial
Lóbulo parietal inferior izquierdo
Lóbulo parietal inferior derecho
Corteza cingulada posterior
y precuneo
52 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
NEUROLOGÍA
La exploración neurofisiológica y mediante neuroimágenes
Para desarrollar nuestro programa de investigación, se ingresa al paciente en la planta de cuidados
continuados del hospital durante una semana. En ese tiempo, un equipo multidisciplinar realiza ex-
ploraciones exhaustivas y repetidas mediante escalas clínicas diseñadas para el diagnóstico diferencial
(escala de recuperación del coma revisada). Tras este proceso, se determina su diagnóstico clínico.
Asimismo, el paciente recibe varias sesiones de resonancia magnética y electroencefalografía,
durante las cuales se adquieren diversas imágenes anatómicas, así como datos sobre la activación
cerebral mostrada en un conjunto amplio de tareas y paradigmas que evalúan, entre otras, la capa-
cidad de seguimiento de órdenes.
En la prueba de resonancia magnética, el sujeto se tumba en la camilla que se deslizará dentro
del tubo, donde permanece hasta el final de la prueba. Entre otras tareas, se le pide que se imagine
jugando al tenis o recorriendo las habitaciones de su casa. Se le transmiten las instrucciones a través
de auriculares. Mientras ejecuta las órdenes cognitivas que se le han encomendado, una pantalla
proyecta las imágenes de su cerebro. La resonancia magnética funcional se basa en la respuesta
BOLD (de blood oxygen-level dependent) para estudiar la función cerebral. A grandes rasgos, cuando
una región cerebral incrementa su funcionamiento (al participar en una tarea) también aumenta su
metabolismo, con lo que recibe mayor aporte sanguíneo (respuesta hemodinámica) para suplir las
necesidades energéticas. Esto deriva en un desequilibrio en el ratio local de hemoglobina oxigenada
y hemoglobina desoxigenada, la cual puede detectarse a través de las secuencias específicas que
proporciona la resonancia magnética funcional. De ese modo, podemos identificar las regiones ce-
rebrales implicadas en la tarea.
Para las pruebas de electroencefalografía no se requiere
desplazar al paciente: el investigador puede llevarlas a cabo
en la propia habitación del afectado. Se coloca un sistema de
electrodos sobre el cuero cabelludo del sujeto; se registra la
actividad eléctrica de su cerebro mientras desarrolla distintas
tareas cognitivas (se imagina que mueve la mano o los dedos
de los pies). Se estima que existen unos 85 billones de neuro-
nas en el cerebro, cada una de las cuales se halla conectada
con otras 100.000, con las que se comunica mediante impul-
sos eléctricos. Cuando una región cerebral participa en una
tarea cognitiva, las neuronas que la componen comienzan a
generar impulsos eléctricos más intensos de manera conjunta.
Ello produce una señal eléctrica que podemos detectar con
los electrodos colocados en el cuero cabelludo del paciente.
Estado vegetativo en cifrasSe estima que el 40 por ciento de los pacientes en estado vegetativo han recibido un diagnóstico incorrecto: en realidad, se encuentran en un estado de mínima consciencia o superior. En alrededor de un 20 por ciento del 60 por ciento restante que han recibido un diagnóstico correcto se detectan signos de consciencia mediante avanzadas técnicas de neuroimagen, como la resonancia magnética funcional o la electroence-falografía.
En estado vegetativo
Diagnóstico
inco
rrecto
Diagnóstico
corre
cto
Consciente
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 53
Por ello, en nuestro grupo de la Universidad de
Ontario Occidental nos hemos planteado adaptar
este tipo de tareas funcionales a una técnica más
económica, portátil y que puede estar disponi
ble para un mayor número de pacientes: la elec
troencefalografía. En este estudio, liderado por
Damian Cruse, pedimos a 16 pacientes en estado
vegetativo, diagnosticados tras un riguroso pro
ceso de evaluación llevado a cabo por un equipo
multidisciplinar, que se imaginaran cerrando su
mano derecha en un puño o moviendo los dedos
de los pies. Tres de ellos fueron capaces de seguir
nuestras órdenes; generaban una actividad eléc
trica cerebral que pudimos detectar y clasificar
con el electroencefalograma. En fecha posterior,
aplicamos con éxito la misma técnica a un gru
po de sujetos en estado de mínima consciencia.
Aunque muchos de ellos mostraban signos de
consciencia mediante el seguimiento visual de
objetos en movimiento, eran incapaces de seguir
órdenes de manera externa. De los 23 participan
tes evaluados, cinco pudieron seguir órdenes me
diante la modulación de su actividad cerebral. Este
estudio puso de manifiesto que, del mismo modo
que ocurre con los pacientes en estado vegetati
vo, algunas personas en estado de mínima cons
ciencia pueden mantener habilidades cognitivas
superiores a las que son capaces de mostrar con
su comportamiento físico externo.
El porcentaje de pacientes que mostraron la ca
pacidad para seguir órdenes en ambos estudios (en
torno al 20 por ciento) fue muy similar al descrito
en las investigaciones de resonancia magnética
funcional anteriores, lo cual demuestra una sen
sibilidad equiparable por parte de las dos técnicas.
Este hallazgo abrió por primera vez la posibilidad
de practicar la exploración allá donde se encuentre
el afectado (domicilio particular, residencia, hospi
tal, etcétera) con el fin de que reciba un diagnóstico
lo más ajustado posible a sus capacidades reales.
Mirada al futuro
No cabe duda de que los avances actuales en ma
teria de formación de imágenes cerebrales ofrecen
nuevas maneras de mejorar el diagnóstico en pa
cientes con daño cerebral grave. Las técnicas de
resonancia magnética estructural han demostrado
su utilidad a la hora de desvelar los mecanismos
neuropatológicos subyacentes al estado vegetativo
y estado de mínima consciencia, de manera que
contribuyen a su diagnóstico diferencial. Por su
lado, las técnicas funcionales, tanto de neuroima
gen (resonancia magnética funcional) como neu
rofisiológicas (electroencefalografía) han permiti
do identificar un síndrome específico hasta ahora
desconocido. Aunque, en sentido estricto, el sujeto
cumple todos los criterios diagnósticos del estado
vegetativo (ausencia de prueba comportamental
de consciencia), en realidad se encuentra conscien
te y conserva capacidades cognitivas muy supe
riores a las que corresponden a su diagnóstico. A
pesar de que para ser capaz de realizar este tipo de
tareas se han de conservar, al menos a nivel básico,
capacidades de atención sostenida, comprensión
del lenguaje y memoria de trabajo, entre otras, la
caracterización completa de las funciones cogni
tivas residuales en estos pacientes se halla todavía
pendiente de estudio.
Hoy por hoy, los neurólogos no disponen de
una categoría diagnóstica para estos afectados.
Sin embargo, no podemos considerarlos en estado
vegetativo o, siquiera, en estado de mínima cons
ciencia. En fecha reciente, varios autores han pro
puesto el término «síndrome de enclaustramiento
funcional», con el objetivo de poner de manifiesto
que el problema reside en la falta de capacidad
para mostrar las habilidades cognitivas y no en
una carencia de estas. Además, dicho término se
diferencia del síndrome de enclaustramiento clá
sico, en el que la falta de respuesta se debe a una
completa parálisis motora (los pacientes en estado
vegetativo o de mínima consciencia no presentan
parálisis, sino una incapacidad para realizar mo
vimientos de manera intencional).
Que esta categoría sea aceptada por la comu
nidad neurológica aún está por determinar, pero,
con toda seguridad, es importante identificar a
estos pacientes para poder proporcionarles la
atención clínica y humana adecuadas a sus ne
cesidades. Por el momento, ello no es posible con
el único empleo de exploraciones clínicas tradi
cionales que evalúen las capacidades de compor
tamiento externo del paciente. Se requiere el uso
de la neuroimagen. En la actualidad, el desafío
estriba en trasladar estas técnicas del campo de
la investigación a la práctica clínica.
Davinia Fernández Espejo�, doctora en biomedicina, es investigadora pos-doctoral en la Universidad de Ontario Occidental.
Para saber más
The vegetative state: Guidance on diagnosis and management.� Royal College of Physicians en Clinical Medicine, vol. 3, n.o 3, págs. 249-254, mayo-junio de 2003.
Detecting awareness in the vegetative state.� A. M. Owen et al. en Science, vol. 313, n.o 5792, pág. 1402, septiembre de 2006.
Functional neuroimaging of the vegetative state.� Owen et al. en Nature Reviews Neuro science, vol. 9, n.o 3, págs. 235-43, marzo de 2008.
Beside detection of aware ness in the vegetative state: a cohort study.� D. Cruse et al. en Lancet, vol. 378, n.o 9809, págs. 2088-2094, diciembre de 2011.
Coma and consciousness: Paradigms (re)framed by neuroimaging.� S. Laureys et al. en Neuroimage, vol. 61, n.o 2, págs. 478-491, junio de 2012.
A role for the default mode network in the bases of disorders of consciousness.� D. Fernández Espejo et al. en Annals of Neurology, vol. 72, n.o 3, págs. 335-343, septiem-bre de 2012.
54 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
SERIE – TÉCNIC A S DE L A NEUROCIENCIA
Desde antiguo se han querido co-
nocer y comprender las bases bio-
lógicas del pensamiento. Ya en el
siglo ii de nuestra era, Claudio Ga-
leno, filósofo y médico, sostenía
que el cerebro era una glándula que segregaba
fluidos hacia el resto del cuerpo a través de los
nervios, una tesis sostenida sin disputa durante
siglos. En las postrimerías del siglo xix, los inves-
tigadores clínicos vincularon regiones cerebrales
específicas con funciones concretas, al establecer
correlaciones entre anomalías anatómicas del ce-
rebro, observadas post mórtem, con deficiencias
en la conducta o la cognición. El cirujano fran-
cés Pierre Paul Broca descubrió que una región
del hemisferio cerebral izquierdo controlaba
el habla. Ya en la primera mitad del siglo xx, el
neurocirujano Wilder Penfield esbozó un mapa
de funciones cerebrales mediante estimulación
eléctrica en diferentes puntos del encéfalo de
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Atlas genético del cerebroUna cartografía del encéfalo humano, minuciosamente construida, revela las raíces
moleculares de la enfermedad mental. Y de la conducta cotidiana
ALL AN R. JONES Y C AROLINE C . OVERLY
NUEVA SERIE
Técnicas de la neurociencia
Parte 1: Atlas cerebral
Parte 2: Optogenética Marzo 2013
Parte 3: Microscopía de fluorescencia Mayo 2013
Parte 4: Microscopía electrónica Julio 2013
Parte 5: Imágenes con tensor de difusión Septiembre 2013
Parte 6: Simulación por ordenador Noviembre 2013
CORTEZA AL DETALLE En este modelo estructural,
creado a partir de una reso-
nancia magnética funcional,
cada color representa una
subdivisión de la corteza
cerebral.
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 55
pacientes conscientes durante operaciones de
neurocirugía. Los estímulos evocaban vívidos
recuerdos, sensaciones corporales localizadas
o el movimiento de un brazo o un dedo del pie.
Nuevos procedimientos no invasivos de obser-
vación de la actividad del cerebro humano han
facilitado en tiempos recientes la localización ana-
tómica del pensamiento y la conducta. La forma-
ción de imágenes mediante resonancia magnética
funcional (IRMf) ha permitido ver qué áreas ce-
rebrales se activan cuando un individuo realiza
movimientos sencillos (alzar un dedo) o procesos
mentales más complejos (reconocer un rostro o
formular un juicio moral). Dichas imágenes no
solo revelan las divisiones funcionales del cere-
bro, sino también cómo se coordinan mientras
se desarrollan actividades cotidianas. Algunos
investigadores están valiéndose de esta técnica
en el intento de detectar las mentiras e incluso
las intenciones de compra de las personas; otros
se esfuerzan en comprender las alteraciones que
tienen lugar en trastornos como la depresión, la
esquizofrenia, el autismo o la demencia.
Sin embargo, tales estudios muestran solo los
niveles relativos de actividad de diferentes regio-
nes cerebrales y sus variaciones en determinadas
circunstancias. No descubren las causas biológi-
cas subyacentes a las modificaciones en la activi-
dad del encéfalo. Para comprender el modo en que
se desarrolla el autismo o mejorar el tratamiento
para la depresión, los científicos necesitan saber
qué ocurre en el interior de las células que con-
trolan la actividad cerebral.
Los genes proporcionan las instrucciones para
la maquinaria cerebral que alberga una célula. A
sabiendas de ello, los biólogos llevan largo tiem-
po esforzándose en una labor complementaria:
vincular ciertos genes con enfermedades concre-
tas con el fin de atribuirles un asidero molecular.
De hecho, se han asociado más de 500 genes con
la enfermedad de Parkinson, más de 600 con la
esclerosis múltiple y más de 900 con la esquizo-
frenia. La lista, cada vez más extensa, de genes
candidatos constituye a un mismo tiempo una
bendición y un maleficio: aunque en algún lugar
de este pajar genético se encuentra la clave de las
patologías mentales, conforme la lista se alarga
hay que ir cerniendo laboriosamente mayor nú-
mero de candidatos e interacciones.
Nuestro equipo del Instituto Allen para la Cien-
cia del Cerebro (por brevedad, Instituto Allen) ha
tendido, con tecnología puntera, un puente entre
la anatomía cerebral y la genética: una cartogra-
fía cerebral, la cual expone en Internet en acceso
libre (www.alleninstitute.org) la actividad de los
más de 20.000 genes humanos. El Atlas Allen del
cerebro humano, precedido por otro similar pero
basado en el encéfalo de un ratón, se presentó de
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GENES EN ACTIVO Los puntos en estas repro-
ducciones tridimensionales
deducidas del Atlas Allen del
cerebro humano señalan las
ubicaciones donde se halla
activo un solo gen, que actúa,
típicamente, como plantilla
para una molécula de proteí-
na. (Los colores más cálidos,
como el rojo, indican mayor
actividad genética; los fríos,
como el azul, actividad me-
nor.) Las líneas finas visibles
en la imagen de la izquierda
corresponden a fibras nervio-
sas. A la derecha se aprecian
los perfiles de las estructuras
cerebrales internas.
56 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
SERIE – TÉCNIC A S DE L A NEUROCIENCIA
forma oficial en mayo de 2010. Desde un inicio,
su cuerpo de datos proporciona la panorámica
más detallada de la actividad genética cerebral
jamás creada, la cual irá ampliándose en años ve-
nideros. Ya resulta posible determinar con rapidez
en qué punto del cerebro se hallan activos genes
que codifican proteínas concretas, entre estas, las
más susceptibles a un fármaco novedoso. En otras
palabras, tal información puede facilitar la prog-
nosis de los efectos terapéuticos de un nuevo prin-
cipio activo, así como de sus efectos secundarios.
Un investigador podría, con la misma facilidad,
ampliar una determinada estructura encefálica
(una región, sea por caso, que según los escáneres
presenta alteraciones en la esquizofrenia) y averi-
guar qué genes se hallan operando en ese lugar,
para tratar de descubrir la huella molecular del
trastorno. Asimismo se podrían apreciar claves
moleculares de funciones cerebrales ordinarias,
entre ellas, la memoria, la atención, la coordina-
ción motora, el hambre, y quién sabe si emociones
como la felicidad o la angustia.
Grandes esperanzas
La idea de crear un atlas cerebral fue fruto de una
serie de reuniones promovidas a partir de 2001
por el filántropo Paul G. Allen, cofundador de
Microsoft. Allen, atraído por el enigmático fun-
cionamiento del cerebro, congregó a algunos de
los científicos más distinguidos del mundo en los
campos de la biología, la genómica y las neuro-
ciencias para que reflexionasen sobre una cues-
tión concreta: ¿Qué se puede hacer para llevar la
neurociencia al siguiente nivel?
Durante esos debates, un proyecto empezó a
sumar el mayor número de conversos: una car-
tografía tridimensional de la actividad cerebral
de todos los genes conocidos. Un mapa así, de
acceso libre en línea, podría facultar a los cien-
tíficos interesados en la función que un gen o
un grupo particular de genes desempeña en la
depresión, con la ventaja de obviar los trabajos de
laboratorio caros y tediosos pero necesarios para
examinar uno por uno los posibles responsables
moleculares de la enfermedad. Se podría consul-
tar el atlas para ver en qué lugares del cerebro se
encuentran activos los genes, así como para saber
sobre otros que, activos en esas mismas regio-
nes, intervienen en el proceso. De este modo, se
identificarían los genes más probables rápida y
económicamente, o in silico, esto es, por métodos
informáticos.
La idea se ganó el interés de Allen, ya que se
trataba de un gran proyecto científico, parejo al
Proyecto Genoma Humano, que excedía las capa-
cidades de muchos laboratorios y era apto para
acelerar los descubrimientos científicos. En 2003,
con su donación de 100 millones de dólares, nació
en Seattle el Instituto Allen para la Ciencia del
Cerebro.
Para echar los cimientos de un proyecto tan
inmenso, decidimos empezar por el cerebro del
ratón. Este, mucho menor y menos complejo
que el humano, serviría de excelente proyecto
inaugural. Un mapa tal no carecería de utilidad.
Numerosos investigadores ponen a prueba con
múridos sus teorías sobre enfermedades y con-
ductas de las personas, dadas las semejanzas en la
organización básica y la fisiología de sus respec-
tivos encéfalos. Más todavía, el 90 por ciento de
la genética ratonil se corresponde con el genoma
humano.
El primer problema de la iniciativa consistió
en idear la forma de cartografiar los alrededor de
20.000 genes de que consta el genoma del ratón
(número similar al nuestro, lo que induce a pensar
que la complejidad del cerebro tiene más relación
con el tamaño que con los ingredientes genómi-
EN SÍNTESIS
Cartografía del pensamiento
1 Investigadores del Insti-
tuto Allen para la Cien-
cia del Cerebro han cartogra-
fiado y medido el cerebro del
ratón y el humano a partir
de la actividad genética de
las neuronas.
2El atlas del cerebro, de
acceso libre en Internet,
revela nuevos conocimientos
sobre la arquitectura y el
funcionamiento cerebral.
3La cartografía permite
escrutar las estructuras
que se consideran alteradas
en trastornos mentales y
buscar su huella molecular.
También podría proporcionar
nuevos conocimientos sobre
el modo en que actúan los
fármacos.
Hombre Ratón
Peso 1350 gramos 0,3 gramos
Volumen
1400 centímetros
cúbicos (como un
melón pequeño)
1,5 centímetros
cúbicos (como
una gragea)
Número de
neuronas100.000 millones 75 millones
ANTES, EL DE RATÓN Previo a la construcción del
atlas del cerebro humano se
cartografió la actividad génica
en el encéfalo del ratón (aba-
jo), de tamaño mucho menor
y menos complejo que su
homólogo humano (arriba).
CORTESÍA DEL INSTITUTO ALLEN DE CIENCIAS CEREBRALES
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 57
cos). En aquellas fechas, un científico que trabajase
en un laboratorio de investigación estándar nece-
sitaba alrededor de cinco años para localizar y re-
presentar la actividad de diez genes en el encéfalo
de un múrido. Por otro lado, nos dimos cuenta de
que el panorama científico y tecnológico estaba
cambiando de forma fugaz. En primer lugar, los
resultados de los esfuerzos por determinar el ge-
noma humano y el inminente desciframiento del
ratonil nos proporcionarían los códigos molecula-
res correspondientes a los genes que íbamos a car-
tografiar. Segundo, los avances en automatización
habían permitido crear máquinas de laboratorio
de alto rendimiento que trabajaban las 24 horas
del día y podían completar en horas tareas que de
otro modo exigirían semanas de esfuerzo hu-
mano. Estábamos convencidos de poder adaptar
esta técnica para los procedimientos que exigía
nuestro proyecto.
Los genes se dejan ver
¿Qué entendemos por lograr que los genes sean
visibles en el cerebro? Tal vez convenga una breve
explicación previa. La actividad de los genes (ex-
presión) tiene lugar cuando un gen es «leído», un
proceso complejo que comporta, entre otras accio-
nes, la creación de un transcrito molecular, el ARN
mensajero (ARNm), y que finaliza en el ensamblaje
de una proteína. Aunque todos los genes de un
individuo se encuentran presentes en cada una
de sus células, solo se tornan activos en ciertos
momentos o en ciertos tejidos, pudiendo entonces
ser detectables sus transcripciones en ARNm y en
proteínas. Estas últimas desempeñan roles críti-
cos en las células, pues constituyen sus elementos
constructivos y sus caballos de carga. Las proteí-
nas intervienen construyendo conexiones en los
circuitos neuronales, guiando sus señales quími-
cas y encargándose del mantenimiento celular
necesario para la salud del cerebro, entre otras
tareas. Las alteraciones de los genes (mutaciones)
son causa de malformaciones en las proteínas, lo
que, a su vez, puede desembocar en patologías (la
enfermedad de Huntington, entre otras). Además,
los cambios en la regulación de la expresión de los
genes puede provocar un exceso o una deficiencia
de proteínas, o su indebida ubicación, e interferir
o impedir la normal fisiología. Se ha observado
la implicación de tales alteraciones en trastornos
neurodegenerativos o del desarrollo del sistema
nervioso.
Con el objetivo de observar la expresión gené-
tica en el cerebro del ratón, congelamos su tejido
encefálico, lo rebanamos en láminas más finas
que un cabello y bañamos estas delgadísimas ro-
dajas en una disolución de sondas moleculares
que se ligan de manera específica al ARNm pro-
cedente de un solo gen. Iniciamos seguidamente
una reacción química que tiñe de color púrpura
las sondas y señala sus posiciones dentro de la
preparación, indicando así qué células habían
expresado ese gen. Fotografiamos después, me-
diante microscopios robóticos, un millón de pre-
paraciones de esas láminas —las suficientes para
explorar el total de 20.000 genes, uno por cada
lámina— y cargamos la imagen resultante en una
base de datos. Transformamos dicha información
PIGMENTOS REVELADORES En esta sección transversal
(arriba) tomada del Atlas
Allen del cerebro del ratón, un
pigmento violeta, que define
los cuerpos principales de
neuronas, muestra su ubica-
ción. En la mitad derecha de
esa imagen se esquematiza la
tinción cerebral de la izquier-
da. Abajo, la pigmentación
del corte revela dónde existen
puntos de actividad genética.
Esta resulta de mayor inten-
sidad cuanto más densa es la
tinción.
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SERIE – TÉCNIC A S DE L A NEUROCIENCIA
en una reconstrucción tridimensional del cerebro
con sus pautas de expresión génica, y la pusimos
a disposición pública en línea. El proceso exigió
tres años justos.
El atlas completo puso de manifiesto que al
menos el 80 por ciento de los genes del ratón há-
llanse expresados en el cerebro del animal. Este
porcentaje es muy superior al indicado por otros
estudios, posiblemente porque nuestro método
permitía la detección de ARNm en recovecos
inaccesibles para otras técnicas. Que sean tantos
los genes activos testimonia la complejidad del
cerebro. En términos más prácticos, este hallazgo
hace pensar que numerosos fármacos diseñados
para afectar a proteínas de otros tejidos (los del
hígado o el riñón, por ejemplo) pudieran alterar
también las funciones cerebrales.
La inmensa mayoría de los genes se expresan
en regiones encefálicas muy concretas, con lo
que representan la función especializada de es-
tas áreas. Tales patrones de expresión genética
crean características moleculares identificables
que permiten, por ejemplo, distinguir las células
del estriado, una estructura cerebral profunda
que interviene en el control básico de los movi-
mientos, o de las neuronas corticales, las cuales se
encargan del análisis de «alto nivel» de la infor-
mación. En el seno de la corteza, los genes activos
del área somatosensorial, que procesa la informa-
ción concerniente al tacto, se diferencian de los
que se expresan en la corteza visual.
En general, las estructuras reveladas por los
patrones de expresión génica son reflejo de las
elaboradas ya por los neuroanatomistas clásicos,
quienes desde hace más de un siglo han estudiado
las secciones cerebrales a través de sus microsco-
pios. No obstante, en algunos casos, nuestra técni-
ca para visualizar la expresión génica ha revelado
estructuras más finas que las observadas con an-
terioridad. Hemos podido ver compartimentos en
el hipocampo (estructura en las profundidades
del cerebro con una función crucial para la re-
cordación y el aprendizaje) antes no observados.
Ignoramos todavía lo que llevan a cabo las células
de estos compartimentos, pero la identificación
de esas nuevas subdivisiones podría ayudarnos a
conocer mejor el funcionamiento del hipocampo
y, tal vez, a identificar dónde y cómo es preferible
AMPLIAR CONOCIMIENTOS La cartografía del cerebro
del ratón ha afinado nuestra
comprensión de la estructura
cerebral. El hipocampo, región
que participa en la memoria,
se dividió en fecha anterior
en cuatro compartimentos
(arriba). Los datos de expre-
sión génica del atlas revelan
que uno de ellos (área verde,
arriba) se compone de nueve
secciones.
PUNTO POR PUNTO En esta perspectiva del cere-
bro del ratón, los puntos indi-
can la activación de un único
gen. El gran arco rojo (derecha)
corresponde al hipocampo,
estructura de formación de
recuerdos; el color rojo indica
que el gen se halla vigorosa-
mente activado en esa región.
Resta por explicar por qué.
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intervenir para combatir las incapacidades con-
secuentes a trastornos como la enfermedad de
Alzheimer.
Trabajo concertado
Una de las características más importantes del
Atlas Allen del cerebro de ratón, así como de car-
tografías posteriores, estriba en la posibilidad de
examinar las pautas de expresión cerebral de nu-
merosos genes, sea de uno en uno, en grupos, o
en combinaciones distintas. Antes de ello, por lo
general, solo se podían estudiar uno o dos genes
a la vez, por el difícil trabajo de laboratorio que
ello exigía. En consecuencia, es posible que mu-
chas formas actuales de entender el modo en que
los circuitos cerebrales rigen conductas complejas
resulten incompletas.
Ahora se ha sabido que las conexiones intrace-
rebrales y las rutas bioquímicas resultan, en oca-
siones, más complicadas de lo que en un principio
se pensaba. Los neurocientíficos se interesan por
los circuitos neuronales que regulan la actividad
de comer y beber, conductas que constituyen una
de las claves de problemas como la obesidad o la
anorexia. Tales circuitos, que deben integrar señales
internas (el hambre y la sed) con datos que llegan
del ambiente, proporcionan asimismo indicios so-
bre la función de redes cerebrales análogas.
En el pasado, el consumo de alimentos y líqui-
dos se explicaba centrándose en productos de ge-
nes individuales (como la grelina, una hormona
que estimula el apetito) o en centros cerebrales
individuales implicados en el hambre, la saciedad
o la sed. No obstante, en un estudio publicado en
2008, un especialista en obesidad, Pawel K. Ols-
zewski, y sus colaboradores de la Universidad de
Minnesota revelaron una realidad más compleja
tras valerse del Atlas Allen del cerebro de ratón
para evaluar las pautas de expresión de 42 genes
en ocho estructuras que habían sido implicadas
en la regulación de la conducta alimentaria. Ha-
llaron que los presuntos centros del hambre con-
tienen en realidad una mezcla de genes, algunos
de los cuales aumentan el apetito, mientras que
otros lo reducen. Sus resultados apuntan a que la
asignación de una sola función a regiones cere-
brales individuales pudiera ser errónea. También
pudiera contribuir a explicar el fracaso de fárma-
cos contra la obesidad orientados hacia proteínas
individuales, además de sugerir la probabilidad de
que los tratamientos deban actuar sobre varias
moléculas.
El atlas ha proporcionado ideas sobre las raíces
genéticas de las diferencias cognitivas entre indi-
viduos. En un estudio publicado en 2006, Andreas
Papassotiropoulos y Dietrich Stephan, del Institu-
to de Investigación de Genómica Translacional en
Phoenix, y sus respectivos equipos, identificaron
el gen humano KIBRA con variantes (alelos) que
permiten apreciar correlaciones con las distintas
capacidades de una persona en tareas memorís-
ticas (la recordación de una lista de palabras a los
Genes en acción
En la elaboración del Atlas Allen del Cerebro Humano, los investiga-
dores utilizan micromatrices de ADN. Estos diminutos chips contie-
nen un gran número de puntos, los cuales albergan sondas (racimos
de moléculas idénticas de ADN). Cada una de ellas se enlaza con la
transcripción en ARN de un gen concreto: un ARN que contenga
un conjunto de bases (unidades químicas) complementario al de la
sonda. En una molécula de ADN, la base adenina (A) se adhiere a la
timina (T), y la base guanina (G) a la citosina (C). La secuencia com-
plementaria de la hebra aquí representada es (de arriba a abajo) T, C,
C, T, G, C, A. El resultado de este enlace (o de su inexistencia) en cada
punto de la micromatriz ofrece un registro de cuáles son los genes
activos en una muestra de tejido cerebral, y en qué medida lo están.
Segmento de unahebra de ADN
Micromatriz (chip) Sección de un chip Punto con copias idénticasde una molécula de ADN
Bases de ADN
AGG
AC
TG
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Se trata de un proyecto científico de altos vuelos, como el Pro-yecto Genoma Humano, inal-canzable para la mayoría de los laboratorios
60 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
SERIE – TÉCNIC A S DE L A NEUROCIENCIA
cinco minutos y a las 24 horas). Los alelos se en-
contraban asociados también con diferencias en
la actividad cerebral del hipocampo mientras los
sujetos desarrollaban estas tareas. Tras consultar
en el atlas cerebral ratonil descubrieron que el
gen en cuestión se expresaba en el hipocampo,
por lo que pudieron establecer su función directa
en la memoria a corto plazo.
Del ratón al hombre
Vista la riada de hallazgos aflorados del mapa
cerebral del ratón, confiábamos en que un atlas
parecido del cerebro humano permitiera cosechar
todavía mejores frutos sobre enfermedades que
pudieran ser diferentes en múridos y personas.
Tales descubrimientos pueden facilitar prediccio-
nes más acertadas sobre, pongamos por caso, qué
nuevos compuestos, ensayados en animales, po-
drían resultar eficaces en humanos. Para elabo-
rar esa cartografía, mucho mayor conforme a las
dimensiones de nuestro cerebro, necesitábamos
una metodología diferente, ya que el análisis de
la expresión de genes sección por sección, a razón
de un gen por vez, podría requerir decenios. El
método que empleamos, mucho más estilizado,
se basaba en unos chips génicos especializados
(micromatrices de ADN) que consentían la me-
dición simultánea de todos los genes operantes
en cada una de alrededor de 1000 regiones ce-
rebrales. Estas áreas estarían representadas por
muestras tisulares de tamaños variables entre el
de un guisante (para regiones grandes y sensible-
mente uniformes) y el de una cabeza de alfiler (en
estructuras menores y más intrincadas).
Las micromatrices de ADN, desarrolladas
hace unos quince años [véase «Micromatrices de
ADN», por S. H. Friend y R. B. Stoughton; Investi-
gación y ciencia, abril de 2002], están dotadas
de numerosos segmentos (sondas) de ADN, cada
uno de los cuales se liga a un ARNm concreto y
al «encenderse» revela la presencia y la concen-
tración de esa expresión del gen. Algunos chips
génicos contienen decenas de millares de sondas,
las suficientes para comprobar la presencia de
todos los genes humanos en un solo experimen-
to. Aunque no pueden proporcionar el mismo
nivel de detalle celular refinado que alcanzamos
en el atlas cerebral del ratón, la metodología de
micromatrices es rápida y proporciona datos
numéricos —al contrario que las imágenes de
preparaciones del cerebro del ratón—, los cuales
resultan más fáciles de analizar y permiten esta-
blecer correlaciones entre patrones de actividad
genética distintos que podrían escapársele al ojo
humano.
En marzo de 2009, tras casi dos años de plani-
ficación, estábamos listos para dar comienzo a
nuestro mapa cerebral humano. Pero había un
obstáculo: nos hacía falta un cerebro. Este no
podía padecer enfermedades u otras anomalías.
Tenía que hallarse completo y fresco, y ser conge-
lado antes de las 24 horas de la muerte, pues de lo
contrario el ARNm que buscábamos se degradaría
y no podríamos detectar expresiones de los ge-
nes. Tales encéfalos escasean; además, cuando se
hallan disponibles es preciso extraer antes otros
órganos del cuerpo para personas a quienes les
urge un transplante. Solo podríamos disponer de
tal cerebro si para entonces no hubiera finaliza-
do nuestro margen de 24 horas y los miembros
supervivientes de la familia hubieran dado su
consentimiento.
Pese a estas dificultades, recibimos el primero
de los varios cerebros necesarios para el atlas en
julio de 2009. Con ello dio comienzo el proceso
de diez meses de duración necesario para com-
pletar la generación de datos correspondiente a
cada cerebro. Efectuamos un escáner mediante
resonancia magnética, creando así una imagen
digital tridimensional sobre la cual consignamos
todos los datos de las micromatrices, a la par de
los procedentes de secciones de tejido teñidas
para que revelasen la arquitectura celular del
encéfalo. En la primavera de 2010, fecha de su
puesta de largo, el atlas contenía un conjunto
GENES EN EL HIPOCAMPO En esta imagen se aprecia un
chip de ADN que, expuesto
a una muestra de tejido ce-
rebral, muestra la actividad
de millares de genes en una
porción del hipocampo. Cada
punto denota la actividad de
un gen, que es tanto mayor
cuanto más brillante.
El atlas revela que en el cerebro
se expresa al menos un 80
por ciento de los genes,
testimonio de su complejidad
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MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 61
de datos casi completo de ese primer encéfalo,
con casi 50 millones de mediciones de expresión
genética.
Expectativas de futuro
Los neurocientíficos confían en que la cartografía
del cerebro humano les ayude a explicar, a nivel
más profundo, algunos de los más curiosos re-
sultados de los experimentos con neuroimagen.
Valgan como ejemplo los resultados de la IRMf que
sugieren que el giro fusiforme del lóbulo temporal,
que participa en el reconocimiento de rostros, pro-
pende a mostrar una actividad baja en los niños
con autismo. Otras investigaciones llevan a pensar
que en personas con ciertos genes, áreas cerebra-
les afectadas por la enfermedad de Alzheimer se
muestran hiperactivas cuando llevan a cabo tareas
de memorización, hallazgo que podría contribuir
al pronóstico del riesgo de padecer el trastorno. Por
su parte, los pacientes con esquizofrenia exhiben
hiperactividad en el hipocampo y en la corteza
prefrontal lateral dorsal, lo que puede reflejar una
pérdida de función neuronal inhibidora, que con-
tribuye a sus síntomas.
Para comprender esos trastornos resulta esen-
cial descifrar los procesos biológicos que subyacen
a tales alteraciones. ¿Qué cambia en las neuronas
del niño con autismo que provoca la hipoactivi-
dad de las áreas de percepción facial? ¿De qué
modo afectan los genes que confieren un mayor
riesgo de sufrir alzhéimer al funcionamiento de
los centros de memoria del cerebro? ¿Qué está
ocurriendo, a nivel molecular, en el interior de
las neuronas del hipocampo y de la corteza pre-
frontal de un individuo con esquizofrenia? Los
científicos que trabajan en estas y otras cuestiones
tienen ahora la posibilidad de cotejar las áreas ce-
rebrales que identifican con los datos de expresión
genética que figuran en el atlas de Allen. A partir
de esos datos, los biólogos podrían comenzar a
desentrañar los procesos moleculares subyacen-
tes a la actividad que revela la IRMf, entre otras
técnicas de neuroimagen.
El atlas será ampliado y detallado en años ve-
nideros. Con nuevos cerebros podrán generarse
más datos, lo que permitirá análisis transversa-
les entre individuos que revelen cuáles son las
características anatómico-fisiológicas comparti-
das y en cuáles pueden producirse variaciones
idiosincrásicas. Incorporaremos, además, instru-
mentos más refinados de búsqueda y visualiza-
ción, con el fin de facilitar a los investigadores
una tría más rápida del inmenso caudal de infor-
mación y centrarse en aquellos descubrimientos
que sean más relevantes para sus programas de
investigación.
Las futuras actualizaciones del atlas incluirán
más datos de expresión génica correspondientes
a estructuras cerebrales clave, como el hipocampo
y el hipotálamo, hasta alcanzar el grado de deta-
lle celular que ya posee nuestro atlas cerebral del
ratón. Ello permitirá una comprensión más plena
de los mecanismos celulares ocultos a la función
cerebral. Está previsto que el atlas se complete
este año.
Entre los recursos actuales del Instituto Allen
cabe destacar la cartografía cerebral del ratón
que muestra la actividad genética del cerebro del
roedor conforme este va desarrollándose desde
el embrión hasta la adultez. Este atlas aporta in-
dicaciones sobre el modo en que se forman las
estructuras encefálicas y se forjan los vínculos
durante la gestación, además de revelar cómo es-
tos procesos podrían descarriarse y provocar tras-
tornos propios del desarrollo como el autismo, la
dislexia y la esquizofrenia. El Instituto Allen está
generando también mapas de menor escala, entre
ellos, un análisis de los genes que intervienen en
el glioblastoma humano, una forma devastadora
de cáncer cerebral. Más de 20.000 visitantes explo-
ran los atlas y otros datos todos los meses.
Dotados de tales recursos, junto con un crecien-
te número de bases de datos génicas que están
compilando laboratorios de todo el mundo, pron-
to podremos disponer de respuesta para algunas
cuestiones muy básicas concernientes a la función
del cerebro, tanto en la salud como en la enfer-
medad. Tal vez algún día estas cuestiones puedan
proporcionarnos un asidero sobre incógnitas de
mayor rango y de más antiguo interés: ¿Qué es la
consciencia? ¿Cómo pensamos y sentimos? ¿Qué
nos hace humanos?
Para saber más
Genome-wide atlas of gene expression in the adult mouse brain. S. Lein et al. en Nature, vol. 445, págs. 168-176, 2007.
Mouse maps of gene expres-sion in the brain. S. E. Koester y T. R. Insel en Genome Biology, vol. 8, n.o 5, pág. 212, 2007.
Exploration and visualiza - tion of gene expression with neuroanatomy in the adult mouse brain. C. Lau, L. Ng, C. Thompson, S. Pathak, L. Kuan, A. Jones y M. Hawry-lycz en BMC BioInformatics, vol. 9, pág. 153, 2008.
The allen brain atlas: 5 years and beyond. A. R. Jones, C. C. Overly y S. M. Sunkin en Nature Reviews Neuroscience, vol. 10, n.o 11, págs. 821-828, 2009.
An anatomically comprehen-sive atlas of the adult human brain transcriptome. Michael J. Hawrylycz y Ed S. Lein et al. en Nature, vol. 489, págs. 391-399, 2012.
Allan R. Jones� es director general del Instituto Allen de Ciencias del Cerebro de Seattle. Caroline C. Overly, docto-ra en neurociencias por la Universidad Harvard, es direc-tora asociada de comunicaciones en el Instituto Allen.
¿Qué ocurre en las neuronas del niño con autismo que provoca una infractividad en las áreas cerebrales implicadas en la percepción de rostros?
62 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
COGNICIÓNIS
TOC
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OR
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Recompensa sin sacrificios¿Decidimos mejor cuantas más informaciones tomamos en cuenta? Al parecer, no.
A menudo, unas reglas empíricas aportan más que análisis exhaustivos de la
situación. Los jugadores de póquer y corredores de bolsa bien lo saben
THORSTEN PACHUR
LA TORTURA DE ELEGIR Cada día nos exige que
tomemos incontables
decisiones. Fiarse de es-
trategias sencillas no solo
ahorra tiempo, a veces
incluso vale la pena.
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 63
Cuanto mayor sea el esfuerzo, tanto
mejor será el resultado. Esta máxima
emerge en nuestra mente cuando
nos enfrentamos a retos académicos,
deportivos y técnicos; también en la
resolución de problemas cotidianos. El político,
científico e inventor estadounidense Benjamin
Franklin acuñó ya en 1772 la siguiente recomen-
dación: quien se halle frente a una decisión difícil
debería recopilar todos los argumentos a favor y
en contra de las distintas opciones, clasificarlas
según su importancia, anular argumentos con-
tradictorios de mismo peso y, finalmente, elegir
la opción cuyos argumentos predominen.
Según el álgebra moral de Franklin, el camino
más ortodoxo para la mejor elección pasa por el
acopio del máximo de información posible y su
posterior análisis; en cambio, la simplificación
mediante reglas empíricas o decisiones instin-
tivas conlleva, de forma irremediable, errores.
Este pensamiento fundamental resulta tan trai-
cioneramente lógico que generaciones de filósofos
expertos en moral e investigadores en cognición
nunca han osado cuestionarlo. Ha sido con la
irrupción de los ordenadores y el inicio de la era
informática —por tanto, el comienzo de la batalla
contra el costoso tiempo de cálculo— cuando ha
ganado relevancia la cuestión de si opciones de
resolución rápidas podrían dar lugar a resultados
aceptables.
Para los humanos, la heurística representa
un compañero vital inseparable, puesto que en
nuestro día a día no disponemos por lo general
del tiempo necesario para reflexionar sobre los
argumentos a favor y en contra de cada opción.
Además, suele ocurrir que tampoco disponemos
de los datos requeridos para ello. En 2008 ana-
licé, junto con otros investigadores, una de las
estrategias más conocidas, sencillas y socorridas
en situaciones semejantes. Planteamos a los pro-
bandos la pregunta siguiente: «¿Qué pico es más
alto, el Cervino o el Piz Morteratsch?». Aunque
ignoraban la altura concreta de cada cima, la ma-
yoría se decantaba por el Cervino, simplemente
porque conocían su nombre. Es probable que, de
manera inconsciente, utilizaran una estrategia
de lo más efectiva en su situación, puesto que los
nombres de las cumbres más altas se escuchan
con mayor frecuencia que los de picos más bajos.
Y, efectivamente, el Cervino es más alto que el Piz
Morteratsch. Dado que esta estrategia se basa en
influencias del entorno natural como referencia,
los expertos la denominan «racional ecológica».
Esa heurística de reconocimiento ejemplifica a
su vez que poco puede aportar más: cuanto mayor
sea el número de cimas montañosas de las que se
haya oído hablar, tanto menor resulta la ventaja
que se obtiene al aplicar este método. En un estu-
dio análogo, un grupo de estudiantes de Estados
Unidos estimó con peores resultados el tamaño
de ciudades de su propio país que un grupo de
alumnos alemanes.
En 2003, Sascha Serwe, de la Universidad de
Giessen, y Christian Frings, de la Universidad
del Sarre, presentaron una nueva prueba del po-
tencial de la táctica de reconocimiento: a partir
de una encuesta sobre cuán conocidos eran los
participantes del torneo de tenis de Wimbledon
elaboraron una predicción sobre los resultados de
dicho certamen. Con una tasa resultante del 70
por ciento de aciertos, las predicciones estuvieron
a la altura de los pronósticos desarrollados por
expertos, quienes basaban su opción en complejos
datos sobre el historial deportivo de cada atleta.
La heurística humana emplea nuestra enor-
me capacidad retentiva. Los jugadores de ajedrez
expertos no analizan antes de un movimiento
todas las posibles derivaciones del mismo en la
partida (como a menudo intentan los novatos).
En su lugar, utilizan el repertorio de experiencias
basado en cientos de partidas anteriores, del cual
eligen aquella acción que resultó exitosa en una
situación semejante.
Al contrario, los ordenadores programados para
jugar al ajedrez van por el camino más costoso:
simulan millones de movimientos imaginables
EN SÍNTESIS
Sencillo pero efectivo
1En numerosos proble-
mas de toma de deci-
sión, las reglas empíricas y
no rigurosas (heurísticas)
resultan tan acertadas o
incluso mejores que las
cábalas más complejas.
2Las estrategias simples
son a menudo menos
sensibles a los errores, por lo
que pueden arrojar resulta-
dos más precisos.
3Los expertos utilizan
menos cantidad de
datos que los profanos para
las decisiones. No obstante,
reconocen más rápido la
información relevante.
64 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
COGNICIÓN
con varias rondas de anticipación. Si el tiempo de
cálculo a disposición fuese ilimitado para poder
simular todos los escenarios posibles en cada tur-
no, esta estrategia tan costosa originaría siempre,
en teoría, un movimiento ideal. A la vista del in-
cremento exponencial de potencia de cálculo de
los ordenadores, era solo una cuestión de tiempo
que una máquina lograse ganar a un ajedrecista
humano. En 1997 aconteció tal hazaña: Deep Blue
logró la victoria sobre el por entonces campeón
del mundo de ajedrez Gari Kaspárov.
Cómo aprenden los ordenadores
Ejemplos como el anterior han contribuido a
que durante largo tiempo la heurística se con-
siderase una estrategia de ahorro de tiempo a
costa de la precisión de los resultados. Ha sido
en las últimas décadas cuando ha madurado el
concepto de que, en ocasiones, una buena estima-
ción supera incluso el análisis más preciso. Cabe
destacar como contribución fundamental a este
planteamiento la competición entre programas
de ordenador que organizaron Gerd Gigerenzer
y Daniel Goldstein, de la Universidad de Chicago,
en 1996. Una vez más, el reto consistía en estimar
tamaños. En concreto, se trataba de seleccionar,
entre dos ciudades alemanas, cuál de ellas tenía
más habitantes. Los ordenadores recibían nueve
pistas de cada urbe en forma de respuestas mo-
nosílabas («sí» o «no») a preguntas sencillas («¿es
la capital de un estado federal?» o «¿es la sede de
una universidad?», entre otras). A partir de ahí,
el software debía saber cuán relevantes eran los
indicios para determinar el tamaño relativo de
una ciudad frente al resto.
Entre los programas favoritos se hallaban al-
gunos que se regían según el álgebra moral de
Franklin, es decir, analizaban y ponderaban con
precisión cualquier información que recopilaban.
Bajo estos se encontraba también un programa
de análisis estadístico, el cual requería primero
la práctica con cifras reales de población a fin de
poder clasificar y organizar las pistas dadas con la
mayor precisión posible. Gigerenzer y Goldstein, a
su vez, se enfrentaban a la misma disyuntiva me-
diante el principio heurístico take the best (TTB;
algo así como «elige el mejor»), una estrategia
simple y basada en una regla concreta: comparar
las ciudades según la referencia más relevante; si
esta es positiva en una ciudad, entonces elíjase;
en caso de empate, utilice la segunda referencia
más sobresaliente, etcétera.
El triunfo de la simplicidad
El resultado de la simulación dejó a los investi-
gadores boquiabiertos: entre las respuestas del
modelo heurístico y las resultantes del mejor de
los programas complejos no existía prácticamente
diferencia. Con la ventaja de que el principio TTB
había requerido menos cálculos y menor volumen
de información; el programa, tan pronto había
estimado una respuesta, prescindía de las pistas
adicionales.
La clave del éxito de esa heurística reside, de
nuevo, en una característica intrínseca de los
entornos naturales: la información redundante.
Tan pronto como se conoce el mejor indicio (por
ejemplo, «se trata de la capital de un estado fede-
ral»), la mayoría de las informaciones adiciona-
les señalan en la misma dirección y no aportan
mejora alguna al veredicto que se ha establecido
desde un principio.
Ello abre una nueva comprensión sobre la de-
cisión racional. La racionalidad no requiere for-
zosamente el máximo de información. Es más,
la mera selección de datos con la consiguiente
desestimación selectiva de otros puede suponer
un factor contributivo y una ayuda para encontrar
la solución correcta con mayor rapidez.
En determinadas circunstancias, la heurísti-
ca no solo arroja resultados tan buenos como el
proceso analítico completo, sino incluso mejores.
Ello se aplica a menudo en sistemas complejos
que contienen numerosos parámetros de diversos
órdenes de magnitud. En tales casos, los cálculos
precisos padecen un problema de sobreajuste
JAQUE MATE En mayo 1997 Deep Blue se
convirtió en el primer orde-
nador que ganaba un torneo
al entonces campeón mun-
dial de ajedrez Gari Kaspárov.
El contrincante humano no
consiguió imponerse a una
capacidad de cálculo de
200.000 operaciones por
segundo.
El poder de la masaOtro método sencillo para resolver con éxito la toma de decisiones estriba en conside-rar en el cálculo numerosas respuestas. Ello funciona in-cluso con las estimaciones. Es conocido el caso expuesto por el intelectual británico Francis Galton en 1907: se trataba de estimar el peso de un buey. El muestreo con 800 personas aporta un resultado con un error promedio inferior a cinco kilogramos.
(The wisdom of crowds, por J. Su-
rowiecki. Doubleday, Londres, 2004)
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MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 65
(overfitting): los planteamientos complejos suelen
considerar las pequeñas desviaciones casuales,
que a su vez pueden acumularse dando lugar a
errores tremendos. Por el contrario, la heurísti-
ca no suele verse afectada por estas influencias
perturbadoras.
Tal efecto resulta sobre todo terrible en un nego-
cio dominado supuestamente por astutos estrate-
gas: el mercado de valores. Pongamos por caso que
usted dispone de una cantidad de dinero ahorra-
da y desea invertirlo en acciones. ¿En qué valores
y qué cantidad debería invertir para obtener el
máximo de beneficios con el mínimo de riesgos?
En 2009, Victor DeMiguel, de la Escuela de Nego-
cios de Londres, y otros investigadores analizaron
si las estrategias complejas de inversión generaban
mayores ganancias que el reparto más sencillo e
intuitivo posible, es decir, que cada acción reciba
el mismo importe (heurística de 1/N).
Entre los competidores de esa estrategia básica
se encontraba el modelo inversionista del econo-
mista y laureado con el premio Nobel de economía
Harry Markowitz. Su fórmula, publicada en el año
1952, representa la base de la gestión moderna de
los fondos de inversión. Su sistema «aprende» de la
evolución anterior de cada valor y genera un pa-
quete global en el que los riesgos se compensan
entre sí de manera que bajo cualquier desarrollo
del mercado se obtendría una ganancia óptima.
Los economistas pusieron a prueba ambas estrate-
gias (la compleja de Markowitz y la sencilla de 1/N)
con datos reales de la bolsa durante un periodo de
diez años. El resultado fue sorprendente: cuando la
cantidad posible de acciones era pequeña, los mo-
delos complejos estaban ligeramente por delante
gracias a su selección inteligente de valores. Sin
embargo, en cuanto la inversión debía repartirse
entre una docena de paquetes o más, el sistema
1/N arrojaba incluso mejores resultados.
Según la teoría, en ese caso también deberían
haber triunfado las fórmulas más complejas,
empero les faltaban los datos necesarios para
determinar de forma correcta las tendencias en
un mercado tan grande y repleto de comporta-
mientos aleatorios. Según cálculos de DeMiguel, el
método de Markowitz debería disponer de un re-
positorio de datos mercantiles de los últimos 250
años para facilitar un paquete de acciones com-
binadas que ofreciese mejores resultados que la
heurística 1/N. Una exigencia bastante irreal para
una economía en la que numerosas empresas y,
por tanto, muchas acciones solo se mantienen en
el mercado unos cuantos años.
Ese resultado no fue del todo inesperado. De he-
cho, corresponde a las recomendaciones que dan
los expertos en bolsa desde hace algunos años:
los inversores no deberían pagar caras comisio-
nes por los servicios de los gestores de fondos;
en su lugar deberían invertir en un paquete sufi-
cientemente diversificado (por ejemplo, un fondo
indexado). El mercado de productos financieros se
halla marcado por sucesos tan impredecibles que
hacen casi imposible las estrategias más inteligen-
tes con poco riesgo y mucho beneficio.
Una demostración de esa tesis la aportó en clave
de humor el diario Chicago Sun-Times hace unos
años. El mono capuchino de nombre Mr. Adam
Monk elegía a su libre albedrío acciones bursátiles
determinadas en el periódico. El paquete resultan-
te superó durante cuatro años consecutivos la me-
dia del mercado e incluso en dos años promedió
por encima del renombrado fondo de inversión
Legg Mason.
Menos datos, más precisión
En otros ámbitos del mundo de los negocios
también otros métodos de análisis estadístico se
habrán visto superados entretanto por la simple
heurística. Markus Wübben y Florian von Wang-
enheim, de la Universidad Politécnica de Múnich,
demostraron que es posible realizar predicciones
fiables sobre la fidelidad de clientes en grandes ne-
gocios en base a un único supuesto: «Buenos com-
pradores hoy son buenos compradores también
mañana». Los pronósticos desarrollados a partir
de datos complejos (la frecuencia de las visitas a
los clientes, así como las cuotas de captación de
clientes que provienen de la competencia) arro-
jaron peores resultados.
También en el ámbito social, considerar pocas
informaciones resulta a menudo la mejor opción.
Numerosos estudios revelan que la mayoría de las
personas solo requieren entre 30 segundos y dos
minutos para expresar una opinión acertada de
los sujetos observados. Ello se demostró en rela-
ción a la capacidad de aprendizaje de los alumnos,
la tendencia a la depresión de los pacientes o la
probabilidad de que una pareja que se pelea se
vaya a separar en un futuro. Por el contrario, pe-
riodos de observación muy extensos confunden
a los sujetos, de manera que elaboran pronósticos
equivocados.
Directo al asUna partida de póquer entra dentro de las situaciones en las que menos es más. Los novatos se ofuscan calculando probabilidades e intentan interpretar la mímica de cada jugador, con lo que caen en las trampas psicológicas. Los profesionales, en cambio, se basan en reglas clave y se mantienen fieles a su táctica.
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66 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
COGNICIÓN
Incluso sin confusión, las valoraciones subjeti-
vas representan en múltiples ocasiones el punto
débil del análisis. La heurística puede servir en
este caso de ayuda, pese al factor de incertidum-
bre que supone obtener resultados fiables a partir
de percepciones humanas. Pongamos un ejemplo:
una comisión de acceso de una universidad debe
elegir al candidato con mayores probabilidades
de éxito de entre un gran número de solicitan-
tes. Con relación a cada uno de ellos, el comité
dispone de una ingente cantidad de información
(nota de selectividad, resultados de estudios an-
teriores, cartas de recomendación, entrevista de
presentación privada, informes sobre prácticas,
estancias en el extranjero y demás). Cada miem-
bro del jurado debe valorar y confrontar todos
los datos entre sí a fin de alcanzar un dictamen
lo más justo y acertado posible.
Los psicólogos ya demostraron a principios de
los años setenta que esa pulcritud analítica en
pos de lo correcto en la toma de decisiones repre-
senta a menudo una ilusión. Robyn Dawes, de la
Universidad de Carnegie Mellon en Pittsburgh,
investigó sobre la posibilidad de que un proceso
más sencillo y simplificado pudiese arrojar me-
jores pronósticos sobre el éxito de los candidatos.
Para ello pidió a estudiantes de los últimos se-
mestres que predijeran las notas de los novatos
recién llegados. Estos resultados se compararon
con las conclusiones de un proceso heurístico sen-
cillo basado en criterios de sí o no con relación
al currículo de los concursantes. Cada criterio se
valoraba con +1 si se cumplía y con –1 en caso
contrario. Todas las características tenían igual
peso. Cuanto mayor fuese la puntuación, tanto
mayor la nota prevista.
El modelo mostró pronósticos en la mayoría de
los casos más próximos a la nota de los estudiantes
que la estimación desarrollada por sus compañe-
ros de cursos superiores. La razón estriba, proba-
blemente, en que las personas suelen presentar
problemas con la valoración ponderada de factores
individuales en situaciones complejas.
De todas formas, la intuición nos indica que
no todos los criterios son importantes por igual.
Desde un punto de vista matemático, debería
existir una ponderación ideal que nos indicase
todavía mejores resultados que la distribución
uniforme. Dawes calculó incluso los valores óp-
timos, aunque ello solo pudo llevarse a cabo una
vez disponía de las notas reales de los alumnos.
Los límites de la precisión excesiva
Ante un repositorio de datos con demasiadas fluctuaciones aleatorias puede re-
sultar más acertado emplear un sencillo modelo matemático que una compleja
fórmula para afrontar el problema. De hecho, cuanto mayor es la precisión, más
elevado es el factor de distorsión, de este modo, la distancia entre la magnitud
del dato y el ruido baja.
La gráfica inferior izquierda indica la evolución de la temperatura en Múnich
en el año 2008. Cada punto representa la temperatura máxima diaria. El objetivo
es hallar la curva que represente la evolución de la temperatura anual (señal), de
modo que permita realizar predicciones fiables para los próximos años.
Los candidatos elegidos como alternativas de resolución son un polinomio
de cuarto grado (curva roja) cuya forma viene determinada por cuatro valo-
res, así como un polinomio de grado 12 (azul). Mediante la introducción de
parámetros sucesivos, la representación de grados superiores puede trazar
curvas más pequeñas y seguir más de cerca los valores referencia de la nube
de puntos.
Pero ¿garantiza ello una mayor fiabilidad predictiva? No, tal y como muestra
la comparativa de los años 2008 y 2009 que aparece en la gráfica de la derecha.
Mientras que los polinomios de cuarto grado (rojo y naranja) transcurren próxi-
mos, las curvas de las funciones de grado 12 (azul y gris) bailan y se entrecruzan
numerosas veces. El motivo es que la representación más compleja refleja tam-
bién las oscilaciones que se produjeron de manera aleatoria un año concreto
y que no representan un comportamiento generalizado (ruido). Tal efecto es
denominado por los estadísticos como sobreajuste (overfitting).
En principio, para cada entorno de predicción debería encontrarse la relación
ideal entre precisión y tolerancia a errores. Cualquier cálculo científico correcto
debería acompañar su resultado con el error estándar: un intérvalo de referen-
cia que indique cómo las influencias azarosas y los fallos de medición pueden
influir en el valor resultante.
Múnich, 2008 Múnich, 200925
20
15
10
5
0
–5
–10
25
20
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10
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–5
–1000 100100 200200 300300
Días desde el 1 de enero Días desde el 1 de enero
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MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 67
Por desgracia, un pronóstico de tal calibre no re-
sulta factible.
¿Será la combinación de criterio humano y re-
glas preestablecidas la mejor solución? A fin de
comprobarlo, Dawes solicitó a los estudiantes que
establecieran cuánto debería valer cada factor. El
resultado fue llamativo: las nuevas predicciones
eran mejores que las originadas de manera com-
pletamente libre, pero continuaban siendo peores
que la heurística que ponderaba por igual cada
característica. En otras palabras, la intuición de
los probandos con relación a los criterios que eran
importantes y los que no resultó tan errónea que
incluso el mero reparto igualitario promediaba
mejor. Tal hallazgo originó discusiones acaloradas
entre los especialistas. Los críticos reprocharon a
Dawes que los estudiantes no podían considerarse
evaluadores adecuados; personas con más expe-
riencia habrían determinado mejor el peso de los
factores, de manera que habrían optimizado los
resultados de la heurística.
No obstante, estudios posteriores no confirma-
ron dicha suposición. Si el número de criterios
importantes crece demasiado, resulta complicado
tenerlos todos en mente y priorizarlos de ma-
nera acertada. Otros investigadores explican el
fracaso de la intuición como consecuencia del
sobreajuste (overfitting) del que pecan también
las personas. A menudo se valoran unos pocos
criterios muy por encima de lo que se debería,
ya que en situaciones pasadas resultaron espe-
cialmente importantes. En tales circunstancias
vale la misma máxima que se aplica en las pre-
dicciones estadísticas: un buen modelo pasado
no sirve forzosamente para el futuro.
La experiencia vale un grado
Con todo, no estamos diciendo que los expertos
sean inútiles a la hora de evaluar situaciones com-
plejas. Tal como se apuntaba al inicio del presente
artículo, múltiples procesos heurísticos se fun-
damentan en los recuerdos. De esta manera, las
personas con experiencia suelen tomar decisiones
por lo general más acertadas.
El valor de las reglas empíricas adquiere peso
en función de la experiencia. Los profesionales no
emplean información excesiva para la resolución
de una tarea, como quizá podría suponerse, más
bien todo lo contrario. Los conocimientos previos
permiten reconocer con anterioridad el contenido
esencial de un asunto a la vez que ignorar nume-
rosos detalles que generan confusión en los profa-
nos. Así pues, los conocimientos expertos resultan
también útiles en relación a métodos como el de
Dawes, ya que para que estos puedan funcionar
es necesario que primero alguien defina criterios
clave tan decisorios como sea posible.
Además, los entendidos suelen elegir la alter-
nativa heurística más adecuada en relación con
un problema. En 1988, investigadores del equipo
de John Payne, de la Universidad de Duke en Dur-
ham, revelaron que las personas adaptaban sus
reglas de decisión de forma intuitiva dependien-
do de la situación. Observaron y documentaron
este comportamiento con un grupo de volunta-
rios que debían elegir, bajo la presión del tiempo,
entre opciones relacionadas con juegos de azar. No
existía ninguna respuesta claramente correcta o
incorrecta. Por su parte, los probandos solo po-
dían solicitar indicaciones sobre oportunidades
y riesgos de cada una de las variantes.
Mientras disponían de tiempo, los participan-
tes analizaban cada una de las informaciones y
cambiaban de preferencia de manera alternativa
entre variantes concurrentes. Empero, a medida
que aumentaba la presión, optaban por una estra-
tegia heurística del tipo TTB: solo consideraban la
indicación más importante de cada alternativa.
Payne y sus colaboradores trasladaron tal
principio al mundo de la informática, con lo que
crearon un programa que resolvía problemas
mediante un procedimiento complejo adecuado
al tiempo de cálculo disponible. Esta aplicación
informática aportaba en las diferentes situaciones
mejores resultados que cada una de las estrategias
por sí sola.
Precisamente ese es el punto decisivo de la heu-
rística: no representa la mejor solución para todas
las situaciones, pero en todas ellas puede aportar
valor. Por tanto, un último consejo: la próxima
vez que el lector se encuentre ante un problema
complejo invierta con calma el tiempo suficiente
para elegir la estrategia adecuada. Al fin y al cabo,
ello le permitirá alcanzar mejor el objetivo que
si escoge el camino más directo pero engorroso.
Para saber más
Who will win Wimbledon? The recognition heuristic in predicting sports events.� S. Serwe y C. Frings en Journal of Behavioral Decision Making, vol. 19, págs. 321-332, 2006.
The recognition heuristic in memory-based inference.� Is recognition a non-compen-satory cue? T. Pachur et al. en Journal of Behavioral Decision Making, vol. 21, págs. 183-210, 2008.
Optimal versus naive diver-sification.� How inefficient is the 1/N portfolio strategy? V. DeMiguel et al. en Review of Financial Studies, vol. 22, págs. 1915-1953, 2009.
Homo heuristicus.� Why biased minds make better inferences.� G. Gigerenzer y H. J. Brighton en Topics in Cognitive Science, vol. 1, págs. 107-143, 2009.
When is the recognition heuristic an adaptive tool? T. Pachur, P.M. Todd, G. Gi-gerenzer, L. J. Scholler y D. G. Goldstein en Ecological ratio-nality: Intelligence in the world, págs.113-143, Oxford University Press, 2012.
How do people judge risks: Availability heuristic, affect heuristic, or both? T. Pachur, R. Hertwig y F. Steinmann en Journal of Experimental Psy-chology: Applied, vol. 18, págs. 314-330, 2012.
Thorsten Pachur es doctor en psico-logía e investiga en la Universidad de Basilea.
68 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
ADICCIÓN
Una mañana cualquiera. Una per-
sona cualquiera. La alarma del
despertador resuena en sus oídos,
arrastra los pies hasta la cocina, al-
canza cual autómata el recipiente
de café soluble, vierte con una cucharilla la canti-
dad habitual de cafeína en una taza, añade agua e
introduce el resultado en el microondas. En nin-
gún momento recapacita sus movimientos, ni
cuando abre la puerta del microondas y sustrae
la taza de café humeante de su interior, tal es la
rutina del ritual matutino. Incluso si el envase
de café no se encuentra en el sitio de costumbre,
de inmediato le salta a la vista desde su nueva
situación. ¿Cómo es posible?
Existe una sencilla explicación. Las personas
dirigimos la atención en especial a aquello que
nos resulta agradable, caso del café. Esta bebida
estimulante goza de gran «prominencia», dirían
los científicos. Cuán saliente (relevante) se consi-
dera un estímulo y hasta qué punto su manejo se
convierte en una rutina depende de las experien-
cias de cada persona.
Pero el proceso de aprendizaje no solo intervie-
ne en la preparación del café matutino. También
los fumadores desarrollan un programa automá-
tico cuando ven la cajetilla de tabaco, extraen de
su interior un cigarrillo, se lo colocan entre los la-
bios, lo encienden e inspiran el humo. Al parecer,
los humanos integramos los estímulos relaciona-
dos con sustancias adictivas, como la nicotina, de
manera particularmente eficiente en el repertorio
de conductas.
Mediante tomografía por resonancia magnética
funcional (TRMf) nuestro grupo de trabajo en la
Universidad de Fráncfort estudia qué regiones del
cerebro participan en este proceso. Hasta ahora,
los investigadores centraban su atención en áreas
cerebrales subcorticales. Se sabe desde hace tiempo
que tanto el área tegmental ventral del mesencé-
falo como el núcleo estriado ventral, el cual forma
parte de los ganglios basales, desempeñan una fun-
ción especial en el aprendizaje de la recompensa y
en la adicción. A través de la experimentación con
animales se conoce que el consumo crónico de sus-
tancias adictivas altera las conexiones sinápticas en
estas dos áreas. Con ello, los estímulos ambientales
que el animal asocia con la sustancia que crea adic-
ción ganan una especial relevancia.
Los estudios iconográficos llevados a cabo en
voluntarios humanos llegan a conclusiones simi-
lares. En 2002, Deborah Due y sus colaboradores
de la Universidad Duke, en Durham, presentaron a
un grupo de fumadores empedernidos fotografías
de escenas relacionadas con el acto de fumar (una
mano con un cigarrillo entre los dedos) o bien imá-
genes neutras semejantes (una mano sostenien-
do un bolígrafo). Los probandos se encontraban
tumbados en el escáner de TRMf, lo que permitía
observar su actividad cerebral. Según se averiguó,
las imágenes referentes a la adicción activaban de
forma más intensa los centros cerebrales de recom-
pensa, entre estos, el área tegmental ventral.
No solo intervienen las áreas responsables de
las emociones en la adicción a la nicotina. El equi-
po dirigido por Arthur Brody, de la Universidad
de California en Los Ángeles, demostró en 2007
la importante función que desempeña la corteza
sensorial, en especial, la corteza visual. Es probable
que el cerebro de las personas adictas procese con
mayor intensidad las imágenes asociadas al consu-
mo de drogas. Por otra parte, el grado de respuesta
neuronal depende de cuán intensa sea la necesidad
de consumir: cuanto mayor es la necesidad que
EN SÍNTESIS
El hábito hace al fumador
1 Junto a los centros
cerebrales de recom-
pensa, las áreas sensoriales
y motoras desempeñan una
función destacada en la
adicción al tabaco.
2La corteza visual de un
fumador se muestra
más activa ante imágenes
asociadas al consumo del
tabaco. Es decir, procesa
con mayor intensidad el
estímulo.
3Cuando los adictos reci-
ben estímulos relaciona-
dos con su adicción también
se activan áreas motoras,
entre estas, la corteza
premotora, fenómeno que
promueve el consumo.
La rutina del pitilloLa dependencia de la nicotina no solo se manifiesta en el centro neuronal
responsable de la adicción. La tendencia a coger un cigarrillo también
deja huella en regiones sensoriales y motoras del cerebro
YAVOR YAL ACHKOV, JOCHEN K AISER Y M ARCUS J . NAUMER
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 69
se siente, más se activa la corteza visual. Quizás
una corteza visual muy estimulada proporcione al
adicto una mayor eficiencia a la hora de detectar la
sustancia de la que es dependiente: el paquete de
tabaco situado en una esquina de la mesa llama
de inmediato la atención a un fumador, es decir,
le resulta muy saliente, por lo que satisfará en se-
guida su necesidad de dar unas caladas.
Más sensible a ciertos estímulos
Tales efectos se deben a procesos neurobiológicos
de aprendizaje. John T. Serences, de la Universidad
de California en San Diego, solicitó a un grupo de
probandos sanos, quienes yacían en un escáner
cerebral, que fijaran su atención en un punto que
aparecía en una pantalla luminosa. De manera
repetida surgía a la derecha del punto un círculo
rojo y a su izquierda, uno verde. Los participantes
debían pulsar un botón para elegir una de las dos
opciones. Si la elección era correcta, recibían un
premio en metálico. Se consideraba una selección
«correcta» unas veces un color, otras, el otro, sin
embargo, uno de los estímulos parecía siempre
más prometedor que el otro.
Como era de esperar, los sujetos manifestaron
su preferencia por el círculo que en la prueba an-
terior les había proporcionado más dinero. Esa
conducta se reflejaba en su actividad cerebral. El
área de la corteza visual que procesaba el estímulo
«atractivo» mostraba más actividad que la región
que recibía la información del otro círculo.
Es probable que la corteza visual no constituya
la única área sensorial que reacciona de forma
destacada a los estímulos que crean adicción.
Estos estímulos se registran también a través
de otros sentidos: olemos el humo del cigarrillo,
tocamos el frío metal del encendedor, oímos el
crujido del plástico que envuelve la cajetilla de
tabaco, etcétera.
Nuestro grupo de trabajo estudia el modo en
que el cerebro procesa las informaciones visuales
y táctiles que inciden sobre el estímulo adictivo y
cómo las integra. Esta integración multisensorial
resulta decisiva para el reconocimiento de objetos.
Constantemente relacionamos señales proceden-
tes de diversos canales sensoriales. Solo así reci-
bimos una imagen unitaria del mundo que nos
rodea. Las experiencias previas con los estímulos
influyen sobre esta capacidad cerebral. La inves-
tigación con animales así como con humanos
ha revelado que esta integración multisensorial
puede adiestrarse. Ello permite que se refuerce
la respuesta neuronal a los estímulos y así estos
puedan percibirse más rápido.
FOTO
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A S
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ORO
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FUMADOR HABITUAL Quien se enciende un cigarri-
llo varias veces al día domina
a ciegas los movimientos
correspondientes. Ello se refle-
ja en la actividad cerebral.
70 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
ADICCIÓN
Al parecer, un fenómeno similar ocurre en los
fumadores. Ven el paquete de tabaco, extraen
un cigarrillo de su interior, sostienen el encen-
dedor con la mano contraria, giran la piedra del
mechero, así sucesivamente. Todo ello conforma
una serie de aspectos cuya coordinación resulta
relevante para la integración eficaz de múltiples
informaciones sensoriales. Los no fumadores
carecen de esta experiencia multisensorial es-
pecífica del objeto: aunque es probable que en
su día a día vean utensilios relacionados con el
fumar, en contadas ocasiones hacen uso de ellos.
Con el fin de averiguar si dicha diferencia se
refleja en la actividad cerebral, estudiamos dos
grupos de personas: uno de fumadores y otro de
no fumadores. Una vez en el tomógrafo, les pre-
sentamos imágenes de diversos objetos: utensilios
relacionados con el acto de fumar (cigarrillos y
ceniceros) y otros neutros (bolígrafos o tarros de
crema). De forma simultánea, se les ofrecían los
correspondientes objetos para que los tocaran con
las manos, de manera que podían percibirlos con
la vista y el tacto. En algunos casos la prueba se
limitó a que los probandos viesen las fotografías;
en otros, a que solo tocaran los elementos.
Una integración exitosa
En ese montaje nos interesaba sobre todo el com-
plejo occipital lateral del lóbulo cerebral posterior,
área que reacciona a las experiencias sensoriales
(entre otras situaciones, se activa cuando recono-
cemos objetos o formas y las relacionamos con
informaciones táctiles). Observamos que dicha
región cerebral se mostraba especialmente activa
en el lado izquierdo cuando los participantes veían
y tocaban a la vez los objetos. Ello indicaba que su
cerebro integraba las informaciones que proporcio-
naban ambos canales. Aunque los objetos neutros
provocaban este patrón de actividad en fumadores
y no fumadores, si se trataba de un utensilio rela-
cionado con fumar, el resultado difería: la integra-
ción de los estímulos táctiles y visuales se daba solo
en el cerebro de los consumidores de tabaco. Ade-
más, cuanto más adictos, más intensa se mostraba
la actividad del complejo occipital lateral.
Fumar de forma regular e intensa influye, pues,
en la manera en que el cerebro asocia las corres-
pondientes informaciones sensoriales. Queda por
saber, sin embargo, el significado práctico de este
fenómeno para las personas que quieren aban-
donar ese vicio. Es probable que la integración
multisensorial rápida y eficiente de los estímulos
relacionados con la adicción sea el motivo por el
cual quienes dejan de fumar vuelvan a caer rápida-
mente en las garras de la nicotina al oler el humo
de un cigarrillo o ver un paquete de tabaco.
En 2009, demostramos que la adicción a la nico-
tina no solo influye en la percepción. Quien fuma
practica una y otra vez los mismos movimientos
de forma casi automática. Como consecuencia, se
produce un cambio de actividad en las regiones
cerebrales que reaccionan cuando se planean o
llevan a cabo movimientos o cuando se usan ob-
jetos. Entre estas áreas se encuentran las cortezas
premotora, parietal superior y frontal medial, así
como un área de la corteza temporal medial.
Mostramos a los probandos imágenes neutras
o relacionadas con el acto de fumar (una persona
fumando, por ejemplo). Mediante IRMf observa-
mos que los estímulos referentes al consumo de
tabaco activaban áreas sensomotoras (la corteza
premotora y la parietal superior) más en los fu-
madores que en los no fumadores. El grado de
activación de las áreas era proporcional al nivel
de dependencia del sujeto.
Ya en 1990, Stephen Tiffany, de la Universidad
estatal de Nueva York (SUNY), postuló que el ce-
rebro de las personas fumadoras presentaba es-
quemas de actuación. En otras palabras, retenía
las informaciones motoras que permiten a los
consumidores de tabaco llevar a cabo de modo
eficiente y rápido los correspondientes movimien-
tos. En el momento en que esos movimientos se
convierten en rutina, los estímulos condicionan-
tes (un encendedor o una cajetilla de cigarrillos)
Ver el paquete de tabaco, coger
el cigarrillo, prender el en-
cendedor. Todo ello conforma una eficiente
integración de informaciones
multisensoriales
Cortezaoccipital lateral
Corteza premotoraCortezaparietal superior
Cortezafrontal medial
Cortezatemporal medial
Cortezatemporal inferior
CENTROS DE CONSUNCIÓN La adicción a la nicotina no
altera solo los centros cere-
brales relacionados con la
dependencia. También influye
en la actividad de las áreas
sensoriales y motoras, entre
ellas, las del complejo occipi-
tal lateral, la corteza parietal
superior y las zonas de las
cortezas premotora, frontal y
temporal.
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 71
activan los esquemas de acción. Según la teoría
de Tiffany, de esa forma se perpetúa la conducta
consumista, ya que se enciende el siguiente pitillo.
Por favor, tómeme
Pusimos a prueba el modelo de Tiffany mediante
un experimento común en psicología cognitiva.
Se basa en la presunción de que un detalle deter-
minado de un objeto (el asa de una taza) activa
el área cerebral que procesa la correspondiente
acción, en este caso, el movimiento de coger la
taza. Ello, a su vez, prepara el cerebro para ordenar
dicho movimiento.
En ese contexto, mostramos a un grupo de pro-
bandos la imagen de un objeto con un asa situada
unas veces a la derecha y otras a la izquierda. En
cuanto aparecía la imagen, debían pulsar lo más
presto posible un botón unas veces con la mano
derecha y otras con la izquierda. Observamos que
la reacción era más rápida cuando el asa se encon-
traba en el mismo lado que la mano con la que
pulsaban el botón.
También presentamos a los voluntarios foto-
grafías de utensilios de fumador (entre ellos, un
cenicero con un cigarrillo apoyado en el borde).
Según confirmamos, el objeto asociado al hábito
de fumar solo desencadenaba el fenómeno descri-
to por Tiffany en los fumadores, sobre todo en los
más adictos. Ello quedaba patente en la actividad
cerebral: cuanto más marcado era el efecto, con
mayor intensidad reaccionaban las áreas cerebra-
les sensomotrices a los estímulos relacionados con
la adicción. Dichas áreas activaban el correspon-
diente esquema de acción. Conclusión: la teoría
de Tiffany es cierta.
Observaciones semejantes se han confirmado
en otro tipo de adicciones. En 2006, Thomas Kosten
y sus colaboradores de la Universidad de Yale en
New Haven informaron de que la corteza motora
de personas adictas a la cocaína reaccionaba cuan-
do se les presentaba una película sobre esa droga.
Cuanto más activas se mostraban las correspon-
dientes regiones cerebrales, tanto más probable
era que la persona volviese a consumir.
Tales resultados pueden contribuir al tra-
tamiento de las adicciones. Probablemente la
señal de la corteza motora y sensorial pueda
utilizarse como biomarcador específico de este
trastorno. Con ello, los médicos y psicólogos po-
drían identificar mejor a los pacientes con eleva-
do riesgo de recaídas y tratarlos de manera más
apropiada. Hasta cierto punto, el éxito terapéutico
podría medirse a partir de la actividad cerebral.
En 2007, Arthur Brody, de la Universidad de Cali-
fornia en Los Ángeles, confirmó que las IRMf de
las regiones sensoriales y motoras del cerebro de
fumadores mostraban una actividad menor cuan-
do los probandos reprimían el deseo de fumarse
un cigarrillo.
ISTO
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Para saber más
Neural substrates of resisting craving during cigarette cue exposure. A. L. Brody et al. en Biological Psychiatry, vol. 62, págs. 642-651, 2007.
Value-based modulations in human visual cortex. S. T. Serences en Neuron, vol. 693, págs. 1169-1181, 2008.
Adicción al tabaco. Joseph R. DiFranza en Investigación y Ciencia, julio de 2008.
Brain regions related to tool use and action knowlledge reflect nicotine dependence. Y. Yalachkov et al. en Journal of Neuroscience, vol. 29, págs. 4922-4929, 2009.
Smoking experience modu-lates the cortical integration of vision and haptics. Y. Yala-chkov et al. en Neuroimage, vol. 59, págs. 547-555, 2012.
Yavor Yalachkov es psicólogo y colaborador científico en el Instituto de psicología médica de la Universidad Goethe de Fráncfort del Meno. Jochen Kaiser es profesor de psico-logía médica y director de mismo centro. Marcus J. Nau-mer dirige allí el grupo de trabajo «Iconografía cerebral con cruce modal».
EL PODER DE LA IMAGEN Si se muestra a los adictos
a la nicotina la fotografía de
una persona fumando, en
su cerebro se activan áreas
sensomotoras (la corteza
premotora y parietal superior).
Por el contrario, si se sustituye
el pitillo por un bolígrafo, la
imagen no produce ningún
efecto.
72 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
PSIQUIATRÍAC
ORB
IS /
SA
TCH
AN
Alienados de sí mismosAlgunas personas se sienten observadoras de sus propios procesos mentales y de
su cuerpo. También el mundo se les antoja irreal y extraño. Con todo, su trastorno
pasa con frecuencia inadvertido
M ARCO C ANTERINO Y M AT THIA S MICHAL
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 73
ATRAPADOS EN LA NIEBLA Las personas que sufren el
trastorno de despersonaliza-
ción sienten como si vivieran
en un sueño que desplaza a la
realidad.
«El mundo que conocía ha desaparecido.
Ahora me resulta difuso, al igual que
mi personalidad. Ya no poseo un yo
con el que pueda identificarme. Por
dentro me siento muerto. Podría ase-
sinar a una persona o ganar un premio millonario
en la lotería, sin embargo, ninguna de esas situa-
ciones me conmovería. He perdido la percepción
de mi cuerpo. Todo me resulta embotado e irreal.
Los colores del paisaje, el cielo azul y los rayos del
sol me dejan indiferente. No los puedo sentir.»
Con estas palabras, Thomas Martens (nombre
ficticio) trata de expresar el extraño estado de cons-
ciencia que le tortura desde hace más de tres años.
El joven, de 27 años y paciente nuestro, sufre alie-
nación. Los afectados de este trastorno se perciben
a sí mismos diferentes a como eran y sienten que
son observadores externos de sus propios proce-
sos mentales o de su cuerpo. Cuando este estado
se torna relevante a nivel clínico, se habla de un
trastorno de despersonalización.
Los síntomas pueden ser de diversa índole. A
menudo los afectados manifiestan dificultades
para plasmarlos con palabras. Algunos de ellos in-
forman de que se consideran meros observadores
de sus actos y se sienten robóticos. El entorno, por
lo general, les parece irreal, como si vivieran en un
mundo de ensoñación. Debido a que la alienación
de la personalidad y del ambiente transcurren
de forma paralela, el trastorno se conoce como
síndrome de despersonalización-desrealización
(abreviado DP-DR).
Los afectados no pierden el sentido de la rea-
lidad en la misma medida que los pacientes con
psicosis. En los primeros destaca el sentimiento de
«como si»: «Me siento ligero como si no tuviera un
cuerpo» o «Me parece como si el dolor fuera ajeno.
Todo se me antoja tan irreal, como si estuviera
actuando en una película». Los psicóticos, por el
contrario, no tienen ya contacto con la realidad y
se muestran convencidos de que sus sensaciones
son dirigidas desde el exterior.
Los sujetos con el síndrome de despersonaliza-
ción-desrealización tienden a autoobservarse de
manera artificial y a percibir de forma catastró-
fica todo lo que les sucede. Interpretan que cada
empeoramiento en su sintomatología comporta
una enfermedad neurológica grave, un principio
de locura e, incluso, una «disolución del alma».
También describen con frecuencia una incapaci-
dad para experimentar sentimientos, a pesar de
que estos pasan normalmente inadvertidos desde
el exterior. Ríen y lloran, pero, al mismo tiempo,
se sienten indiferentes.
La mayoría de nosotros ha experimentado mo-
mentos transitorios de despersonalización y des-
realización (por ejemplo, la sensación de estar de
pie junto a nosotros mismos o de no hallarse del
todo en uno mismo). El cansancio y el agotamien-
to pueden ser los factores precipitantes, así como
el estrés, un entorno desconocido, el consumo de
drogas, la ansiedad y el temor súbitos, e incluso las
luces de neón. Una vivencia de alienación de este
tipo suele durar unos segundos o pocos minutos.
No obstante, este estado de consciencia alterado
puede prolongarse durante semanas, meses e, in-
cluso, años. En esos casos es necesario someterse
a un tratamiento psicoterapéutico.
Ya en 1873, el otorrinolaringólogo húngaro
Maurice Krishaber (1836-1883) describió a pa-
cientes «aquejados por una sensación de irrea-
lidad». Algo más tarde, el psiquiatra francés Lu-
dovic Dugas (1857-1943) introdujo el concepto de
«despersonalización». El sistema de clasificación
CIE-10 (acrónimo de Clasificación Internacional de
Enfermedades) de la Organización Mundial de la
Salud incluye el síndrome de despersonalización-
desrealización como una entidad clínica dentro
de la categoría «otros trastornos neuróticos». Por
su parte, la cuarta edición vigente del Manual
Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Men-
tales (DSM IV), de la Asociación Americana de Psi-
quiatría, engloba la enfermedad en los trastornos
disociativos.
De repente, en otro mundo
La edad media de inicio de esta psicopatología
se sitúa en torno a los 16 años. Se manifiesta por
igual en hombres que en mujeres. En la mayoría
de los casos, las sensaciones extrañas aparecen
de forma abrupta, a veces ligadas al consumo de
cannabis, a ataques de pánico o a molestias físicas.
EN SÍNTESIS
Irreal
1Las personas con un
trastorno de desperso-
nalización se perciben a sí
mismas o al mundo que les
rodea como irreal y extraño.
2Debido a que se conoce
poco acerca de esta
enfermedad, resulta habi-
tual que se diagnostique de
forma errónea y que la tera-
pia sea inadecuada.
3El tratamiento que pare-
ce beneficiar más a este
tipo de pacientes se basa en
que los afectados agudicen
sus percepciones físicas y
emocionales.
74 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
PSIQUIATRÍA
A nuestro paciente Thomas Martens también le
invadió tal sensación de forma inesperada. «Una
noche me encontraba sentado frente al ordenador
cuando, de repente, todo mi entorno comenzó a
parecer surrealista, en cierto modo, desplazado»,
recuerda. «Tenía la impresión de estar en una pe-
lícula», añade.
Con frecuencia, el trastorno acaba cronificán-
dose. Sin embargo, los síntomas no siempre se
manifiestan con la misma intensidad. En la Clí-
nica y Policlínica de Medicina Psicosomática y
Psicoterapia de la Universidad de Mainz ofrece-
mos desde 2005 una consulta especial sobre des-
personalización. Acuden a nosotros enfermos de
toda Alemania. Por lo general, estas personas han
atravesado una odisea de costosos diagnósticos e
intentos diversos de tratamiento terapéutico des-
de hace años, sin que la raíz de sus problemas, ni
siquiera el trastorno por despersonalización, se
hayan llegado a desentrañar. Se les han prescri-
to psicofármacos, sin éxito en la mayoría de los
casos. Numerosos de los afectados que acuden
a la clínica logran dar por cuenta propia con el
diagnóstico; también saben de nuestro servicio
gracias a sus propias pesquisas.
Aunque todos los afectados sufren un estado
de consciencia alterado, les diferencia el modo en
que el trastorno repercute en su día a día. Mien-
tras unos se muestran capaces de completar una
carrera universitaria con éxito o de triunfar en
su vida profesional, otros se sienten desbordados
ante los mínimos retos y se aíslan socialmente.
Martens manifestaba un gran temor a asumir res-
ponsabilidades tras los estudios, por lo que optó
por refugiarse en sus padres y evitar cualquier
contacto con el mundo exterior.
Esos sujetos tienen la sensación opresiva de que
la vida les pasa por delante sin ningún sentido. No
es raro que vivan en pareja sin que su compañero
o compañera sepa nada sobre su estado. Aunque
resulta sorprendente, ello se da con frecuencia,
pues estas personas saben cómo comportarse
en una situación determinada y qué es lo que su
pareja espera de ellas. No obstante, el precio que
Criterios diagnósticos
La Clasificación internacional de enfermedades, en su décima versión (CIE-10), de la Organización Mundial de la Salud, y la cuarta edición
del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV), de la Asociación Americana de Psiquiatría, establecen que la
despersonalización es clínicamente relevante en los siguientes supuestos:
CIE-10 (F48.1 Trastorno de despersonalización-desrealización)
DSM-IV (300.6 Trastorno de despersonalización)
Es necesario cumplir uno de los criterios 1 y 2, además de los
criterios 3 y 4:
1. Síntomas de despersonalización tales como sentir que las
propias sensaciones o vivencias se han desvinculado de uno
mismo, son distantes o ajenas.
2. Los objetos, las personas o el entorno parecen irreales, dis-
tantes, artificiales, desvaídos, desvitalizados.
3. Reconocer que se trata de un cambio espontáneo y subjeti-
vo, y que no ha sido impuesto por fuerzas externas u otras
personas (existe consciencia de enfermedad).
4. Consciencia plena y ausencia de un estado tóxico confusio-
nal o de una epilepsia.
Es necesario cumplir uno de los criterios A, B, C y D:
A. Experiencias persistentes o recurrentes de distanciamiento o
de ser un observador externo de los propios procesos menta-
les o del cuerpo (sentirse como si se estuviera en un sueño).
B. Durante el episodio de despersonalización, el sentido de la
realidad permanece intacto.
C. La despersonalización provoca malestar relevante a nivel
clínico o deterioro social, laboral o de otras áreas importan-
tes de la actividad del individuo.
D. El episodio de despersonalización no aparece solo en rela-
ción a otros trastornos mentales (esquizofrenia, ansiedad,
estrés agudo u otro trastorno disociativo); tampoco se debe
a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (drogas o
fármacos) o a una enfermedad médica (epilepsia del lóbulo
temporal).
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 75
deben pagar resulta elevado: desarrollan senti-
mientos de culpa y sienten que están actuando
en su relación. Aunque son muy conscientes de
lo que los demás esperan de ellos, a menudo care-
cen de sensibilidad hacia sus propias necesidades.
Muchos de nuestros pacientes se sienten insatis-
fechos pese a ser exitosos en su vida. Creen que
en ellos existe un gran potencial latente, mas no
poseen posibilidades para desplegarlo.
La persona con DP-DR sufre especialmente
cuando percibe que el médico al que acude no
comprende su malestar o no lo toma en serio. A
ello se suma en numerosas ocasiones el miedo a
perder el control y a volverse loco. De esta manera,
los afectados suelen acostumbrarse a no hablar en
absoluto sobre su sufrimiento e intentan pasar
inadvertidos.
Una enfermedad infravalorada
A pesar de que los estados de consciencia típicos
del DP-DR deberían explorarse y documentarse
de manera habitual en pacientes psiquiátricos, se
desatienden con frecuencia en la práctica clínica.
También en el ámbito de la investigación. ¿A qué
se debe tal abandono? Es posible que en gran parte
por la dificultad del propio paciente para exponer
sus vivencias, pero más decisivo quizá resulte el
desconocimiento por parte de los médicos de la
incidencia del trastorno. El DSM-IV describe la
prevalencia de DP-DR como «desconocida». Por
su parte, la CIE-10 señala que el número de en-
fermos que sufre este trastorno de forma pura o
aislado es «pequeño». En otras palabras, se trata
de una enfermedad rara.
En 2006, a partir de una valoración sistemática
de los datos de diversas mutuas de salud alema-
nas, observamos que el DP-DR se diagnosticaba
en menos de uno por cada 14.000 asegurados.
Según estos datos, se trataría de una alteración
extremadamente inusual. En cambio, estudios
en los que se ha preguntado de manera especí-
fica por síntomas de DP-DR han revelado otro
resultado. En 2009 descubrimos que el 1,9 por
ciento de los encuestados experimentaba sín-
tomas característicos del DP-DR y que casi el 10
por ciento de ellos sentían que perjudicaban su
bienestar, al menos un poco. Según esto, el sín-
drome de despersonalización sería tan común
como otras enfermedades mentales, entre ellas,
la esquizofrenia, la anorexia nerviosa o los tras-
torno obsesivos-compulsivos.
Existe una concepción equivocada, pero muy
común, según la cual el DP-DR constituye una
mera expresión de una depresión mayor o de un
trastorno por ansiedad. Anthony David y sus cola-
boradores del King’s College de Londres constata-
ron en 2003 que alrededor del 60 por ciento de los
afectados de despersonalización-desrealización
mostraban, además, una depresión, y un 40 por
ciento padecía un trastorno de ansiedad. No obs-
tante, con frecuencia dichas enfermedades apare-
cen como consecuencia de la alienación.
En los últimos años, los científicos han hallado
mediante técnicas de neuroimagen (resonancia
magnética funcional y tomografía por emisión
de positrones) diferencias de tipo neurobiológico
entre personas con y sin trastornos por desperso-
nalización. En 2008, los colaboradores de Erwin Le-
mche del King’s College descubrieron que la amíg-
dala de estas personas, así como otras estructuras
límbicas, reaccionaban con menor intensidad a
estímulos emocionales en comparación con las re-
giones cerebrales correspondientes de probandos
sanos. Cuando los sujetos con DP-DR observaban
caras con expresión triste, disminuía la actividad
de la amígdala, en cambio, en los individuos sanos
esta aumentaba de forma destacada.
La enfermedad no solo se refleja en la actividad
cerebral. El sistema nervioso autónomo reacciona
con menor intensidad al miedo ante estímulos
que causan dicha emoción en comparación con
sujetos sanos, según comprobó en 2006 Mauricio
¿Familiar o extraño?
La investigación llevada a cabo por el los autores concluyó que el 1,9 por ciento
de los alemanes muestra con regularidad síntomas de una despersonalización.
La vivencia de alienación de los participantes fue valorada a partir de las si-
guientes preguntas:
¿Alguna vez ha sentido como si su cuerpo entero o algunas partes del mismo
se hubieran desmembrado de su persona o que no le pertenecieran?
¿Se ha sentido irreal alguna vez o le ha parecido que era extraño para sí
mismo?
¿Alguna vez se ha mirado en el espejo y ha sentido como si estuviese fuera
de su propia imagen?
¿Alguna vez le ha parecido estar viviendo en un sueño o ha tenido la sensa-
ción de hallarse desplazado de sus propios movimientos?
(«Screening nach depersonalisation-derealisation mittels zweier items der Cambridge Deper-
sonalisation Scale». M. Michal et al. en Psychotherapie, Psychosomatik, Medizinische Psychologie,
vol. 60, págs. 175-179, 2010)
«Los colores del paisaje, el cielo azul, los rayos del sol me dejan indiferente. No puedo sentirlos»
Thomas Martens,
paciente de 27 años
76 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
PSIQUIATRÍA
Sierra, del mismo colegio londinense. Al parecer,
estas personas reprimen la elaboración de las ex-
periencias emocionales y la excitación corporal
que debería acompañarlas.
Pero ¿cuáles son las causas de este trastorno tan
extraño? ¿Qué personas corren especial riesgo de
padecerlo? Se desconoce por completo en qué me-
dida intervienen los factores genéticos. De forma
contraria a los trastornos disociativos graves, el
síndrome de despersonalización-desrealización
no parece verse influido por experiencias trau-
máticas (abuso sexual o maltrato físico durante
la infancia, por ejemplo). Por otro lado, numerosos
afectados relatan en la consulta que ya de niños
tendían a ser reflexivos e introvertidos. Ahora
bien, la relación con los padres sí parece desem-
peñar una función relevante: casi todos nuestros
pacientes carecieron de un contacto emocional
genuino con sus progenitores en la niñez. Aun así,
no recuerdan a sus padres como personas insen-
sibles o faltos de cariño. Sin embargo, cuando se
intenta hablar con ellos sobre temas emocionales,
tienden a bloquearse.
Resulta interesante también la influencia de los
factores culturales sobre la incidencia de DP-DR.
El equipo de Sierra halló en 2006 que el trastorno
se manifestaba con mayor frecuencia en socieda-
des individualistas centroeuropeas que en países
colectivistas como, por ejemplo, Colombia. Existe
una teoría psicodinámica que afirma que este fe-
nómeno representa la consecuencia de un meca-
nismo de defensa psíquico. El psiquiatra austriaco
Paul Schilder (1886-1940) describió el trastorno
como «huida psicodinámica de la experiencia glo-
bal de la realidad», la cual protegería ante afectos
insoportables o potencialmente estresantes.
Un callejón sin salida
De acuerdo con un novedoso enfoque terapéu-
tico conductual, los afectados retroalimentan
su trastorno de despersonalización a través de
la continua autoobservación y el catastrofismo.
Focalizan de forma permanente sus síntomas y
los interpretan como enfermedades graves. Se ini-
cia un círculo vicioso: los síntomas se refuerzan,
los enfermos se centran todavía más en ellos, y
así sucesivamente. Este modelo asume que casi
cualquier persona podría autosugestionarse sen-
saciones de alienación a través de determinadas
formas de comportamiento, como mirarse en el
espejo durante un tiempo prolongado.
El tratamiento de esta patología supone un reto.
Ello se debe, en gran medida, a que no se cono-
ce demasiado y a que los enfoques terapéuticos
son inespecíficos. No existe ningún medicamen-
to autorizado para su tratamiento. Se sabe, no
obstante, que la combinación de antidepresivos
(inhibidores de la recaptación de la serotonina)
con el antiepiléptico lamotrigina contribuye a la
mejoría de algunos de estos pacientes.
A principios del 2011, el equipo de Antonio
Mantovani, de la Universidad Columbia en Nueva
York, fue capaz de reducir los síntomas de algunos
individuos mediante la estimulación magnética
transcraneal. Estimularon una región cerebral si-
tuada en el paso del lóbulo temporal al parietal,
la cual se halla implicada en la autopercepción.
Después de tres semanas de estimulación diaria,
mejoró el estado de la mitad de los sujetos, por
lo cual se continuó con el tratamiento durante
tres semanas más. La Escala de despersonaliza-
ción de Cambridge, cuestionario de evaluación
para determinar la intensidad de los síntomas de
DP-DR, reveló que la sintomatología de los seis
pacientes que habían manifestado una mejoría
se había atenuado en cerca de dos tercios tras la
terapia completa.
Al comienzo de la intervención, el terapeuta
explica con detalle al paciente en qué consiste
el trastorno y sus posibles causas. También le
Intensidad de la expresiónemotiva (porcentaje)
Intensidad de la expresiónemotiva (porcentaje)
Sujetos controlPacientes con DP-DR
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0 50 100–0,90
–0,60
0
0,30
0,60
–0,30
EMBOTADO Las áreas del sistema límbico
de los pacientes con trastor-
no de despersonalización-
desrealización (DP-DR) reac-
cionan con menor intensidad
a estímulos emocionales en
comparación con los sujetos
sanos. La imagen a y la gráfica
al lado reproducen la inten-
sidad con la que se activa el
hipotálamo de los pacientes
con DP-DR, así como el de
los probandos de control, en
respuesta a caras con gestos
cada vez más alegres. Debajo,
la respuesta de la amígdala al
contemplar rostros con expre-
sión de tristeza.
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08
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 77
informa sobre la evolución de los síntomas. Esta
introducción proporciona alivio a muchas perso-
nas, puesto que perciben que, por primera vez, las
entienden; se percatan de que no se encuentran
solas con su trastorno. Durante el tratamiento,
deben anotar en un diario sus molestias, con el
fin de que tomen consciencia de aquellas situa-
ciones que refuerzan sus síntomas, así como de
aquellas que los atenúan. Además, el profesional
les instruye en la práctica de la meditación de la
atención plena. Entre otras cosas, aprenden a con-
centrarse en su cuerpo a través de la respiración.
En 2007 nuestro equipo constató que a medida
que aumentaba la despersonalización, disminuía
la capacidad para centrar la atención. La medita-
ción de la atención plena, por el contrario, permite
su manejo, ya que mejora la percepción corporal
y emocional.
Uno de los objetivos es ganar consciencia so-
bre la tendencia a reprimir los sentimientos y la
evitación de los conflictos por miedo al rechazo.
Cuando los sujetos pierden estos miedos, poco a
poco, son capaces de reconocer sus propias nece-
sidades y de volver a percibirse de manera real.
Tal fue el caso de Martens: en el transcurso
de la terapia le resultó cada vez más sencillo
afrontar sus temores sin que se precipitaran de
inmediato los síntomas de alienación. El entre-
namiento en la solución de problemas le ayudó
a enfrentarse a sus propias responsabilidades. De
hecho, mientras estaba en tratamiento empezó a
buscar un piso de alquiler para mudarse de casa
de sus padres.
Pero no siempre el final es feliz. La escasa con-
sideración del trastorno por despersonalización
provoca, con frecuencia, errores fatales en el
diagnóstico y, en consecuencia, también en las
terapias. Una encuesta acerca de la historia de
las diversas intervenciones llevada a cabo en 117
pacientes con DP-DR en el Hospital Monte Sinaí
de Nueva York reveló que el 11 por ciento habían
recibido el diagnóstico errado de esquizofrenia,
con lo que también recibían neurolépticos. Una
posible causa de la equivocación estriba en el he-
cho de que algunos psiquiatras considerasen que
las características del síndrome de despersonali-
zación-desrealización son síntomas tempranos
de un trastorno de esquizofrenia. A ello se añade
que el cuadro patológico del DP-DR también per-
tenece a la categoría de trastornos del yo, igual
que algunos síntomas psicóticos. Debido a que se
engloban bajo el mismo término genérico, resulta
habitual meterlos en un mismo saco.
Incluso en nuestro ambulatorio se presentan
con regularidad pacientes con DP-DR que han
sido tratados con neurolépticos a causa de un
mal diagnóstico. Estos psicofármacos no habían
reducido las molestias a ninguno de los afectados,
al contrario, en muchos casos se agravaron los
síntomas. Además, la medicación les había provo-
cado los efectos secundarios típicos: alteraciones
del movimiento, aumento de peso y pérdida de
la libido. En conclusión, una mejor instrucción
a los terapeutas sobre los criterios diagnósticos
y las posibles intervenciones podría beneficiar a
muchos de estos pacientes.
Diario de un mundo extraño
La psiquiatra Daphne Simeon describió el caso de Henri Frédéric Amiel (1821-
1881), profesor de literatura y filosofía quien sufrió durante toda su vida la
sensación de que el mundo y todo lo que había en él era irreal e insustancial.
Con 24 años, Amiel ya era profesor de literatura francesa, mas nunca aportó
trabajos significativos en vida. No obstante, apuntaba todos sus pensamientos
y sentimientos en diarios.
Los apuntes, que abarcaban casi 17.000 folios, no fueron descubiertos hasta
después de su muerte. La publicación de los diarios le hizo famoso de manera
póstuma. La exactitud y sinceridad de su introspección, además de la claridad
con la que expresaba sus pensamientos, provocó que ganase una especial ad-
miración. Amiel describía su experiencia alienada de la siguiente forma:
«Oigo que mi corazón late y la vida me arrastra. Tengo la sensación de ha-
berme convertido en una estatua a la orilla del río del tiempo [...] Me siento
infinito, impersonal, mi visión se encuentra petrificada como la de un muerto,
mi alma es incierta y se dirige sin rumbo en todas direcciones, hacia la nada
o el absoluto; estoy neutralizado, es como si yo no estuviera. Este estado no
es contemplación, ni estupor; no es doloroso ni alegre ni triste. Está fuera de
cualquier sentimiento o pensamiento delimitado [...] Soy insustancial como un
fluido, un vapor, una nube, y todo cambia en mí con rapidez.»
(Feeling unreal: Depersonalization disorder and the loss of the self.
D. Simeon y J. Abugel. Oxford University Press, Oxford, 2006)
Para saber más
Autonomic response in the perception of disgust and happiness in depersonaliza-tion disorder.� M. Sierra et al. en Psychiatry Research, vol. 145, págs. 225-231, 2006.
Cerebral and autonomic responses to emotional facial expressions in depersonalisa-tion disorder.� E. Lemche et al. en The British Journal of Psy-chiatry, vol. 193, págs. 222-228, 2008.
Depersonalisation/derealisa-tion-krankheitsbild, diagnostik und therapie.� M. Michal, M. E. Beutel en Zeitschrift für Psychosomatische Medizin und Psychotherapie, vol. 55, págs. 113-140, 2009.
Distinctiveness and overlap of depersonalization with anxie-ty and depression in a com-munity sample: results from the Gutenberg Heart Study.� M. Michal, J. Wiltink, Y. Till, P. S. Wild, M. Blettner, M. E. Beutel en Psychiatry Research, vol. 188, n.o 2, págs. 264-268, julio de 2011.
Marco Canterino es psicólogo y trabaja en la Clínica y Policlínica de Medicina Psicosomática de la Universidad Johannes Gutenberg de Mainz. Matthias Michal es direc-tor médico y subdirector del mismo centro.
78 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
SYLL ABUSTO
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DueloLa muerte de un ser querido resulta tan dolorosa para algunas personas
que no quieren aceptar su pérdida. En su lugar, se refugian en los recuerdos.
Los psicólogos investigan las bases subyacentes al duelo patológico
CHRISTIANE GELITZ
UN LADO VACÍO Las personas enviudadas que sienten
una añoranza honda anhelan el retorno
de su media naranja desaparecida.
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 79
Muere una persona. Deja atrás a su fa-
milia, amigos y a su pareja. La pérdida
resulta casi inconcebible, consterna y
hace sufrir. La persona amada que hasta hace poco
explicaba su día a día y dormía en la misma cama,
simplemente, ya no está... y nunca más volverá.
Bajo esas circunstancias, ¿cuál es la reacción
«normal»? ¿Cuánto puede prolongarse el luto?
Médicos y psicólogos han creído durante largo
tiempo que el proceso de duelo abarca diversos
estadios comunes a todas las personas. Tras el im-
pacto y una primera fase de no querer aceptar el
suceso, resultan inevitables ciertos sentimientos
(desesperación, culpa, ira o miedo). «El afecta-
do debería aceptarlos», opina Verena Kast, de la
Universidad de Zúrich. Según esta psicoanalista,
solo cuando se acepta la pérdida y se considera
al difunto una especie de guía interior, se está
capacitado para construir nuevas relaciones y
proseguir con la vida.
¿Deberían los afectados trabajar su duelo en
un proceso intenso y prolongado? George Bonan-
no, psicólogo de la Universidad de Columbia en
Nueva York, considera este principio un mito. «No
existen unas reglas establecidas sobre cómo de-
bería transcurrir un duelo sano», concluye en su
estudio longitudinal de 2002. Bonanno y sus co-
laboradores analizaron los datos de una muestra
representativa de más de 1500 parejas de ancianos
casados. Los participantes describían su estado
anímico y el grado de satisfacción con su matri-
monio. En el trascurso del estudio murieron más
de 200 probandos. Los investigadores preguntaron
por el estado anímico de los sujetos enviudados al
cabo de seis meses; también pasado año y medio
de la muerte de su consorte.
Por lo general, menos de la mitad de los viudos
y viudas se sentían igual tras la pérdida. Bonanno
observó: «La mayoría lucha un par de días o sema-
nas; luego vuelve a bajar la cabeza». Uno de cada
diez afirmaba que le iba incluso mejor después
de la muerte de su pareja, sobre todo, cuando la
persona fallecida había pasado los últimos meses
de vida enferma o cuando la relación matrimonial
había sido infeliz. Otro grupo sufría depresiones
antes del fallecimiento, y también un año y medio
después.
Una despedida sin final
Alrededor de una cuarta parte de los encuestados
experimentó un empeoramiento significativo de
su estado tras la pérdida de su pareja. Uno de cada
diez todavía se sentía depresivo al cabo de seis
meses, aunque lo superaba en un plazo máximo
de un año. Sin embargo, cerca de un 16 por cien-
to de los implicados seguía sufriendo pasado año
y medio de la pérdida, sobre todo aquellos que se
sentían satisfechos con su matrimonio. Según Bo-
nanno, estas personas padecían un duelo crónico,
es decir, complicado o patológico.
¿Qué distingue a los individuos que manifies-
tan un duelo complicado de otros que también
están de luto? Es normal que los parientes echen
de menos a la persona fallecida, que les vengan
recuerdos a la cabeza, que lloren o se sientan nos-
tálgicos, enfurecidos o desesperados, teniendo
en cuenta el golpe que el destino les ha propi-
ciado. Pero el duelo patológico presenta otras ca-
racterísticas. Los afectados anhelan al fallecido
cada día, recuerdan con frecuencia momentos
en común o se imaginan que están almorzando
junto a él o ella. No pueden o no quieren aceptar
que la persona querida ya no está. Se sumergen
en una mezcolanza de buenos recuerdos, senti-
mientos de culpa y visión dolorosa de la realidad.
Se sienten vacíos, desesperados, enfurecidos o
amargados. Un futuro sin la persona amada se
les presenta negro y desolador. Con frecuencia,
esos sentimientos y pensamientos les alteran el
sueño y la concentración, y les inhiben la motiva-
ción y el apetito; asimismo, el pulso se les acelera
a menudo, fenómeno que aumenta el riesgo de
sufrir un infarto de miocardio. En 2007, el equipo
Holly Prigerson, de la Escuela Médica de la Uni-
versidad Harvard, averiguó que las personas que
padecían duelo crónico sufrían con mayor proba-
bilidad cáncer, aumento de la presión sanguínea
o enfermedades cardíacas durante los dos años
consecutivos a la pérdida, en comparación con las
que habían superado el suceso. Los investigado-
res se basaron en la comparación del estado de
salud de 150 viudos y viudas antes y después de
la muerte de su pareja.
En 2009, Prigerson, junto con Bonanno y otros
17 colaboradores, solicitó la inclusión del due-
lo crónico como cuadro clínico específico en la
próxima edición de los dos sistemas de clasifi-
cación más destacados para el diagnóstico de
trastornos psicológicos: la Clasificación interna-
cional de enfermedades (CIE-11, de la Organización
Mundial de la Salud) y el Manual diagnóstico y
estadístico de los trastornos mentales (conocido
EN SÍNTESIS
Tristeza crónica
1Cuando una persona
presenta un duelo com-
plicado o patológico, además
de dolor, siente una intensa
nostalgia cuando piensa en
el fallecido.
2Cuanto más se intenta
evitar los pensamientos
recurrentes sobre la muerte
de la persona amada, más se
aviva el duelo.
3Confrontarse con los re-
cuerdos dolorosos ayuda
a superar la pérdida.
Las personas que sufren de duelo patológico imaginan que el fallecido sigue junto a ellas. El futuro se les plantea negro y desolador
80 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
SYLL ABUS
por sus siglas en inglés DSM-5, de la Asociación
Americana de Psiquiatría), cuya próxima publi-
cación está prevista para principios de este año
[véase «Revisión de las psicopatologías», por J.
Paulus; Mente y cerebro n.o 56, 2012]. En la ac-
tualidad, los terapeutas diagnostican de manera
inespecífica, bajo la etiqueta general de trastornos
desadaptativos, las alteraciones psicológicas rela-
cionadas con un fallecimiento.
Nostalgia por el fallecido
«El duelo crónico se distingue de otros trastor-
nos en diversos aspectos», explica Prigerson. Se
ha demostrado que los síntomas se diferencian de
los de la depresión y de los trastornos por estrés
postraumático. Si bien alrededor de tres cuartas
partes de los afectados sufren también de ansie-
dad, depresión o trastorno por estrés postraumá-
tico, es común observar una elevada comorbilidad
(solapamiento con otros trastornos) en la mayo-
ría de las psicopatologías. La característica más
destacada del duelo patológico —una nostalgia
que se experimenta como una tortura— no des-
cribe ningún otro cuadro clínico. De hecho, las
personas que sufren un duelo «no complicado»
manifiestan ese estado de forma más leve, incluso
rara vez, según corroboró en 2008 un equipo de
investigación interdisciplinar a cargo de Mary-
Frances O’Connor, de la Universidad de California
en Los Ángeles.
Para ello, los científicos mostraron a un total de
23 mujeres, cuya madre o hermana había perecido
a causa de un tumor en los últimos cinco años,
fotografías de estas intercaladas con imágenes
de individuos desconocidos para las voluntarias.
Además, acompañaron las imágenes de palabras
que habían extraído previamente de los relatos
de las participantes o bien de conceptos neutros
aunque de similar longitud y uso. Tumbadas en
el tubo del escáner cerebral, se enfrentaban a 60
combinaciones. Los investigadores solicitaron
a las mujeres que se concentrasen en sus senti-
mientos o recuerdos, que iban progresivamente
en aumento.
Cuando la palabra, la fotografía o ambas ha-
cían referencia a la pariente fallecida, se activa-
ban, en todas las voluntarias, las regiones cere-
brales implicadas en la percepción del dolor. Sin
embargo, en el encéfalo de las once mujeres a las
que se había identificado un duelo patológico, los
recuerdos activaron además el núcleo accum-
bens, un área cerebral importante del sistema de
recompensa. A mayor actividad de dicho centro,
mayor anhelo sentían las mujeres por la perso-
na fallecida, según informaban las propias par-
ticipantes. «Los recuerdos en torno a los muer-
tos activan circuitos neuronales que provocan
la sensación de recompensa», indicaron los in-
vestigadores.
Ansiedad por separación
¿Depende de un lazo especialmente fuerte la su-
peración de la situación? Así parece. El equipo en
torno a Bonanno y Prigerson confirmó, a partir
de diversos estudios, que resulta posible predecir
si una persona desarrollará un duelo patológico
o no según el grado de dependencia que mani-
fiesta en relación a su pareja o a otro pariente fa-
llecido; también la ansiedad por separación ex-
perimentada en la infancia aumenta el riesgo de
desarrollar un duelo patológico de adulto. Ahora
bien, ¿cómo influyen dichos sentimientos en el
luto? ¿Qué función desempeñan los pensamien-
tos y la conducta?
En la última década, diversos psicólogos y
psiquiatras han tratado de encajar las piezas del
rompecabezas. Una serie de trabajos bajo la direc-
ción de Paul Boeken, de la Universidad de Utrecht,
tratan de indagar los mecanismos que subyacen al
duelo crónico. En 2003, su equipo encuestó a unas
230 personas que habían perdido a un familiar
Criterios para el diagnóstico del duelo patológico
Los psicoterapeutas pueden evaluar si el paciente padece un duelo patológico
tras más de seis meses de la muerte de un familiar o ser querido. En ese caso,
deben darse el primer y cinco síntomas más de la siguiente lista. Estos deben
alterar la vida del sujeto de forma considerable.
1. Añoranza por el fallecido y sufrimiento por el deseo incumplido de volver a verle.
2. Desconsuelo, consternación o desconcierto.
3. Resentimiento o rabia vinculada a la pérdida.
4. Embotamiento emocional.
5. Sentimiento de vacío o de sinsentido de la propia vida desde la pérdida.
6. Incapacidad para confiar en los demás.
7. Dificultades para aceptar la pérdida.
8. Evitación de objetos, lugares o pensamientos que recuerden al fallecimiento.
9. Dificultades para retomar la propia vida.
10. Inseguridad sobre el propio papel en la vida o percepción disminuida del yo.
(«Prolonged grief disorder: Psychometric validation of criteria proposed for DSM-5 and ICD-11».
H. G. Prigerson et al. en PLoS Medicine, vol. 6, pág. e1000121, 2009)
Factores de riesgo del duelo patológicon Relación muy estrecha o
emocionalmente depen-diente con el fallecido.
n Ansiedad por separación durante la infancia.
n Experiencias infantiles traumáticas (abusos o abandono).
n Aislamiento social.
n Cuidado del fallecido hasta su muerte.
n Muerte repentina o violenta; suicidio.
n Bajos ingresos.
n Actitudes pesimistas y depresiones.
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 81
cercano. Preguntaron por la frecuencia de pen-
samientos como «ya no lo aguanto más»; «nunca
podré superarlo»; «mis reacciones no deben ser
normales». Los sujetos describían, además, de qué
manera afrontaban el duelo a nivel general (¿ca-
vilaban mucho sobre las causas de la muerte y
cómo esta se podría haber evitado? ¿Trataban de
reprimir los recuerdos en torno al fallecimiento
o distraer su mente de ellos?).
Boelen y sus colaboradores constataron que
aquellas personas que consideraban su duelo
como un proceso normal se sentían por lo gene-
ral más aliviadas. Por el contrario, las que creían
que su reacción era insana o que denotaba un sig-
no de debi lidad daban más vueltas al asunto, lo
cual no ayudaba en absoluto. Además, los suje-
tos que percibían su duelo como un problema in-
tentaban reprimir los recuerdos relacionados con
el fallecido.
Numerosos afectados afirman tener recuerdos
intensos y detallados sin quererlo, de manera in-
voluntaria. Se trata de las intrusiones, las cuales
también pueden darse tras una experiencia trau-
mática. De hecho, estudios longitudinales con pa-
cientes que han padecido un trauma apuntan a
que la evitación de esas intrusiones provoca es-
trés psicológico, y no al contrario. Ello puede apli-
carse, probablemente, en el duelo crónico: cuanto
más se intenta apartar lo ocurrido de la mente,
más recurrente se vuelve el recuerdo. De forma
similar a otros traumas, reprimir los recuerdos
impide la integración de la pérdida en la histo-
ria personal.
La memoria autobiográfica contiene la clave
del duelo patológico. A partir de la terapia con
pacientes que padecen un trastorno por trau-
ma o depresión se ha constatado que las perso-
nas con alteraciones emocionales muestran, en
comparación con probandos sanos, una mayor
tendencia a hablar sobre temas generales en vez
de explicar experiencias propias cuando se les
pide que describan un acontecimiento personal
a partir de una palabra clave (triste, por ejemplo).
Esta memoria autobiográfica «sobregeneraliza-
da» se fundamenta en una teoría que afirma que
los sujetos con depresión prefieren moverse en
un plano de pensamiento abstracto para pro-
tegerse de recuerdos concretos potencialmente
estresantes. ¿Sucede lo mismo en las personas
enviudadas que no quieren aceptar la dolorosa
pérdida?
La memoria también sufre
En 2010, Boelen y sus colaboradores pusieron a
prueba dicha hipótesis en más de 100 casos. En un
inicio, observaron el resultado que esperaban ob-
tener: a mayor sintomatología de duelo, menor es-
pecificidad de los recuerdos (sin que tuviera nada
que ver en ello la connotación positiva o negativa
de las palabras clave). No obstante, ese principio
solo se correspondía con los recuerdos que no
estaban relacionados con la persona fallecida. En
cambio, tales palabras despertaron más recuer-
dos concretos sobre el fallecido en los sujetos que
presentaban un duelo crónico que en los sujetos
que experimentaban el proceso de luto no pato-
lógico. Cuanto más grave era su sintomatología,
más ricos en detalle eran los relatos.
A raíz de dichos resultados, Boelen apoyó la tesis
de la sobregeneralización, pero con algunas limi-
taciones: los recuerdos del fallecido parecen ser
inmunes al mecanismo de defensa, posiblemente
porque resultan muy intensos y vívidos. Conforme
a los resultados del escáner cerebral, cabría pensar
que esos recuerdos se resisten a la evitación, puesto
que son capaces de despertar dolor y sentimientos
positivos a la vez. Los experimentos futuros en tor-
no a la memoria en el duelo patológico deberían
diferenciar entre los recuerdos de la persona falle-
cida y los referentes a su muerte.
El efecto paradójico resultó todavía más percep-
tible cuando, en vez de palabras que expresaban
estados de ánimo, se mostraron a los probandos
vocablos relacionados con características perso-
nales estables (inteligente, póngase por caso) para
evocar los recuerdos. Al parecer, para los indivi-
duos que presentan un duelo crónico existe una
JUNTOS Numerosos viudos y viudas
continúan reservando un lugar
en su vida para la pareja fa-
llecida. Los pensamientos les
despiertan buenos recuerdos.
La muerte asistida ¿facilita el luto?Cuando un familiar o amigo íntimo padece de cáncer ter-minal, los allegados llevan me-jor la situación si el afectado puede escoger por sí mismo el momento de la muerte. En otras palabras, presentan una menor tendencia a desarro-llar un duelo patológico si el enfermo no sufre hasta que fallece, según describió en 2003 Nikkie Swarte, de la Uni-versidad de Utrecht. Swarte encuestó a unos 500 familia-res de víctimas de cáncer.
(«Effects of euthanasia on the
bereaved family and friends».
N. B. Swarte et al. en British Medical
Journal, vol. 327, pág. 189, 2003)
82 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
SYLL ABUS
estrecha relación entre el fallecido y los rasgos
personales estables.
El fenómeno concuerda con un hallazgo que
Fiona Maccallum y Richard Bryant, de la Univer-
sidad de Nueva Gales del Sur, realizaron en 2010.
Las personas aquejadas de duelo crónico recor-
daban gran cantidad de eventos impregnados de
rasgos identitarios relacionados con el fallecido
en comparación con aquellos que vivían un due-
lo «normal». De este modo, se cierra el círculo:
cuanto más se identifica el sujeto enviudado con
la relación que mantenía con la persona fallecida
y más dependiente de ella se consideraba, menos
capacitado se encuentra para aceptar la muerte
del ser querido. La pérdida puede parecerle irreal
e incierta, sentimiento estrechamente relacionado
con el duelo crónico, tal y como describió Boelen
en 2010 basándose en una encuesta llevada a cabo
a cerca de 400 personas viudas.
¿Qué implicaciones presenta este hallazgo para
el tratamiento del duelo patológico? ¿Cómo de-
ben proceder los psicoterapeutas en estos casos?
Boelen aconseja combinar dos psicoterapias: la
cognitiva y la de confrontación. En 2007, junto a
sus colaboradores, distribuyó a 54 pacientes de
forma aleatoria en dos grupos. Unos recibían la
terapia cognitiva con procedimiento de exposi-
ción al final; otros participaban en el mismo tra-
tamiento comenzando por la exposición. El grupo
de control realizaba el mismo número de sesio-
nes sin que el terapeuta siguiese un plan de in-
tervención preestablecido. Otro grupo de sujetos
sin tratamiento permitía comparar los efectos de
la terapia con una posible remisión espontánea
de los síntomas. «El mayor éxito se alcanzó me-
diante la reestructuración cognitiva seguida de
la exposición», explica Boelen. En segundo lugar
fue efectivo el procedimiento con los métodos de
intervención en orden inverso.
En 2005, Katherine Shear, colega de Bonanno
en la Universidad de Columbia en Nueva York, de-
sarrolló una terapia independiente. Se trata de un
tratamiento específico para el duelo patológico. El
terapeuta confronta al afectado con su pérdida
mediante el relato de la muerte de su familiar,
narración que graba. A continuación, el paciente
debe escuchar su propio relato repetidas veces,
aunque tiene la libertad de apagar el reproduc-
Test de memoria autobiográfica
«Describa un evento de su pasado relacionado con cada una de las palabras que le voy a presen-
tar. Por favor, elija un suceso ocurrido en un lugar y un día determinados.» Así comienza el test de
memoria autobiográfica. A las palabras que se muestran al sujeto se añaden adjetivos asociados a
sentimientos positivos o negativos («satisfecho», «contento», «triste» o «solitario»). Los pacientes
disponen, por regla general, de media hora para pensar en un acontecimiento y describirlo. Con
el fin de asegurarse de que han comprendido la tarea de forma correcta, el terapeuta expone dos
ejemplos, como los siguientes:
n «El miércoles pasado se me quemaron las patatas.» (descripción concreta de un suceso específico)
n «Cuando cocino, suele fallar algo.» (generalización en un ámbito de la vida)
n «Haga lo que haga, me sale mal.» (generalización que abarca todos los ámbitos de la vida)
n «Soy un fracasado.» (etiqueta categórica)
Consejos para el acompa ñamiento n No debe relativizarse
la pérdida («ya se te pasa-rá»; «la vida continúa»; «sé cómo te sientes»). Es preferible aceptar y reconocer el desconsuelo.
n Confesar la propia impo-tencia.
n Dar a la persona enviuda-da espacio para expresar sus necesidades.
n Ofrecerle apoyo práctico, pero dejarle decidir.
n Ser paciente y no esperar su gratitud.
FELIZMENTE CASADO, TRISTEMENTE ENVIUDADO Cuando una persona se mues-
tra satisfecha con su relación
de pareja, el luto por la muer-
te de su compañero se prolon-
ga más que si ha vivido con
este un matrimonio infeliz.
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 83
tor cuando lo desee, de manera que mantiene el
control sobre la situación. Además, debe imagi-
nar una conversación con la persona fallecida. Por
último, el sujeto aprende a desarrollar objetivos
por sí mismo y a planificar actividades. Un logro
importante, si se piensa que, tal y como demostró
Shear, las personas con duelo patológico tienden
a descuidar las rutinas diarias (no comen, evitan
el contacto con otras personas y raramente salen
de casa).
Terapia para recordar
A los afectados suele resultarles difícil escuchar
los relatos sobre la muerte de sus allegados.
Shear comprobó que un popular método con-
tra la depresión empleado en EE.UU. contribuía
al tratamiento del duelo crónico: los síntomas
mejoraban en casi el doble de pacientes (un 51
por ciento frente al 28 por ciento) y en menos
tiempo en comparación con la psicoterapia in-
terpersonal.
Asimismo, Maccallum y Bryant demostraron, a
principios de 2011, que el procedimiento de Shear
disminuía los síntomas del duelo patológico de
forma más efectiva cuanto mayor era la tendencia
a la sobregeneralización. No obstante, ello resulta
válido solo en caso de utilizar en la terapia pala-
bras clave positivas, fenómeno que los autores no
saben explicar de forma concluyente por ahora.
Por otro lado, el estudio mostró poco valor predic-
tivo, pues no se compararó el efecto terapéutico
con el transcurso sintomático espontáneo de un
grupo de control.
Por ello, Robert Neimeyer y Joseph Currier, de
la Universidad de Memphis, decidieron analizar
el efecto de las terapias de duelo a partir de la re-
visión de 61 estudios controlados, los cuales com-
paraban los resultados terapéuticos con un grupo
placebo o uno que no recibía ningún tipo de inter-
vención (grupo de espera vigilante). Concluyeron
que, cuanto más complejo u hondo era el duelo,
más útil resultaba la psicoterapia. En cambio, si
los terapeutas trataban una reacción de duelo no
patológica, el estado de los sujetos no mejoraba;
en algunos casos, incluso empeoraba.
Ante tales resultados, Bonanno advierte de las
consecuencias adversas que supone problemati-
zar en exceso y de forma precipitada los senti-
mientos de duelo. Según indica, los terapeutas de-
berían abstenerse de aplicar un tratamiento hasta
que no pasen como mínimo seis meses, o mejor
un año, desde la pérdida del ser querido. Incluso
después de ese tiempo, un experto debería de-
terminar si se trata realmente de un cuadro de
duelo patológico.
Los familiares y las amistades que presionan al
afectado para que se plantee su «duelo reprimido»
e intente llorar «al fin», se basan en la concepción
errónea de que existe un proceso «normal» de
duelo. Este tipo de creencias pueden desencade-
nar mucho sufrimiento, opina Bonanno. Ante la
cuestión de qué es más aconsejable hacer en estas
circunstancias, recomienda: «Haga usted lo que a
usted le siente bien».
Entrenamiento antidepresivo de la memoria
Filip Raes, de la Universidad de Lovaina, ha desarrollado un método de terapia grupal para ayudar
a las personas con depresión a desmoronar las creencias generalizadas sobre su propia persona. En
la primera sesión, el terapeuta se centra, sobre todo, en explicar a los sujetos la manera en que la
memoria y la depresión se influyen mutuamente. En la segunda y tercera sesión, los pacientes deben
recordar con detalle dos sucesos, a los cuales asocian palabras con connotaciones positivas o negati-
vas («desgraciado», «nervioso», «triste» frente a «capaz», «relajado» o «feliz»). En la última sesión, los
sujetos reflexionan en grupo los temas que tienden a generalizar más. La terapia reduce la tendencia
a rumiar y refuerza la capacidad de resolver los problemas, señala Raes.
(«Reducing cognitive vulnerability to depression: A preliminary investigation of memory specificity training [MEST]
in patients with depressive symptomatology». F. Raes et al. en Journal of Behavior Therapy and Experimental Psychiatry,
vol. 40, págs. 24-38, 2009)
Christiane Gelitz� es psicóloga y re-dactora de Gehirn und Geist, edición alemana de Mente y cerebro.
Para saber más
Resilience to loss and chronic grief: A prospective study from preloss to 18-months postloss.� G. A. Bonnano en Journal of Personality and Social Psychology, vol. 83, págs. 1150-1164, 2002.
Treatment of complicated grief: A randomised controlled trial.� K. M. Shear et al. en Journal of the American Medical Association, vol. 293, págs. 2601-2608, 2005.
Craving love? Enduring grief activates brain’s reward center.� M. F. O’Connor et al. en Neuroimage, vol. 42, págs. 969-972, 2008.
Autobiographical memory specificity and symptoms of complicated grief, depression, and posttraumatic stress disorder following loss.� P. A. Boelen et al. en Journal of Behavior Therapy and Experimental Psychiatry, vol. 41, págs. 331-337, 2010.
Autobiographical memory following cognitive behaviour therapy for complicated grief.� F. Maccallum y R. A. Bryant en Journal of Behavior Therapy and Experimental Psychiatry, vol. 42, págs. 26-31, 2011.
84 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
ILUSIONES
Imagínese el lector que se encuentra condu
ciendo por una autopista completamente
vacía, siempre en línea recta y sin mirar el
cuentakilómetros ni por un momento. El paisaje
que se sucede a su alrededor le evoca la sen
sación de pasear plácidamente por la vía. Solo
al toparse en su recorrido con la primera señal
que indica una velocidad máxima de 50 kiló
metros por hora se percata de la rapidez a la
que conduce.
La escena propuesta revela que el cerebro solo
puede valorar los estímulos sensoriales de modo
eficaz si dispone de otros valores con que com
pararlos. ¿Una línea es más larga o más corta que
otra contigua? ¿El tono de una melodía es más
agudo o más grave que el anterior? Los estímulos
ambientales no se representan en el cerebro como
valores absolutos. Este compara continuamente
las informaciones que recibe con las del presente
y las del pasado inmediato; también ejecuta una
comparación espacial y temporal.
Los órganos sensoriales disponen de células
receptoras individuales organizadas según di
cho principio. De este modo traducen siempre
en señales neuronales los efectos físicos (la luz,
el sonido, la temperatura o el contacto) que se
encuentran en un contexto temporal y espacial
concretos. La intensidad con la que estas células
reaccionan a un estímulo determinado depende
de los estímulos anteriores. Cuanto más se pa
rezcan uno y otros, menor resulta la respuesta.
En el supuesto de que una persona se pinche con
el cálamo de una pluma de ave, sus mecanorre
ceptores cutáneos responden con una intensidad
concreta. Si el sujeto repite este desagradable
contacto, el grado de intensidad disminuye con
GEH
IRN
UN
D G
EIST
El entorno decideLejos de procesar las señales sensoriales de forma aislada, el cerebro establece sin
cesar comparaciones con los estímulos cercanos, ya sean espaciales o temporales.
A veces, ello provoca efectos ópticos curiosos
DANKO NIKOLIC Y K AI GANSEL
¿CLARO U OSCURO? Ambos cuadrados interiores
son igual de claros. A pesar de
ello, el izquierdo parece más
oscuro que el derecho. Este
efecto se basa en la inhibición
lateral: cuanto más se estimula
con luz una célula de la retina,
más se inhibe su célula vecina.
El marco gris claro (izquierda)
activa más las neuronas que
el marco gris oscuro (derecha).
En el primer caso, las células
nerviosas que detectan el cua-
drado interior se hallan mucho
más inhibidas; por tanto, el
cuadrado parece más oscuro.
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 85
el tiempo. Por el contrario, si tras el pinchazo se
acaricia la piel con la parte suave de la pluma, la
respuesta de las células sensoriales resulta una
auténtica tormenta.
Se trata del fenómeno conocido como adapta
ción. Cuando se somete una célula a un estímulo
constante, con el tiempo y de manera progresiva
su reacción decrece; la neurona «se acostumbra»
al estímulo. En conclusión, la respuesta más fuerte
no surge necesariamente del estímulo más inten
so, sino de aquel que se diferencia en mayor grado
del anterior.
Cuando el estímulo cesa, la escala de intensidad
vuelve a crecer. En una habitación oscura, si se
enciende la luz de repente, las células sensoriales
de la retina de la persona que se encuentra en su
interior se activan. Poco tiempo después, a conse
cuencia de la adaptación, se calman. Ahora bien, si
se vuelve a apagar la luz, las neuronas responden
de nuevo incluso con mayor vigor que al encender
la bombilla.
Las células sensoriales no son las únicas que se
adaptan con el tiempo. También las neuronas del
sistema nervioso central reducen su tasa de es
timulación cuando se acostumbran a un estado.
Entre ellas destacan algunas células del área visual
primaria (V1) de la corteza cerebral, las cuales es
tán especializadas en un tipo de orientación espa
cial concreto. Si miramos líneas negras horizonta
les, en la corteza visual se activan estas neuronas
expertas en líneas horizontales. Pero la actividad
disminuye rápidamente en el momento en que la
orientación del estímulo permanece estable; como
si el cambio fuese la única información relevante
del estímulo. Un fenómeno parecido acontece en
otras áreas sensoriales del cerebro.
Frenar a la vecina
El modo de funcionar de algunos circuitos ner
viosos refleja el contexto espacial de los estímulos
sensoriales. Tan pronto como, a través de la luz,
se estimulan las células ganglionares de la retina,
EN SÍNTESIS
Todo es relativo
1El cerebro siempre pro-
cesa la información en
relación con los estímulos
temporales o espaciales
inmediatos.
2Ello se constata ya a
nivel neuronal: la inten-
sidad de respuesta de una
célula receptora depende de
la intensidad del estímulo
anterior.
3Asimismo, las capacida-
des complejas se rigen la
mayoría de las veces según
el contexto del momento.
Por ese motivo, cuando
debemos tomar decisiones
a menudo nos guiamos por
valores de referencia.
CO
RTES
ÍA D
E B
EAU
LO
TTO
CUESTA CREER El cuadrado marrón de la
parte superior del dado es del
mismo color que el naranja de
la parte delantera. La presun-
ta diferencia se basa en que
la parte delantera del dado se
halla en la sombra, por lo que
los colores (excepto la casilla
de en medio) parecen oscu-
recidos.
86 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
ILUSIONES
estas, a su vez, frenan la actividad de sus células
adyacentes. En otras palabras, la luminancia apa
rente de un punto depende de la luminancia del
área vecina de la imagen. Este principio de in
hibición lateral es uno de los numerosos trucos
maravillosos del sistema nervioso para reforzar
el contraste. Asimismo, aparece en otras modali
dades sensoriales, entre ellas, el sentido del tacto.
Los pinchazos con el cálamo de la pluma de ave
estimulan los mecanorreceptores afectados de la
piel; al mismo tiempo, conllevan que la actividad
de las células vecinas se inhiba.
La inhibición lateral puede conducir a ilusiones
ópticas curiosas. Un cuadrado gris parece más os
curo si se halla rodeado por un marco gris claro
que cuando lo rodea uno gris oscuro. El motivo:
cuanto más se estimula una neurona a través de
la luz, más marcada resulta la inhibición lateral.
La franja gris claro activa las células de la retina
con más fuerza porque refleja más luz que la franja
gris oscuro. A la vez, ello significa que la neurona
correspondiente inhibe a su vecina de un modo
más intenso. Las células que reaccionan al cuadra
do central son, por tanto, menos sensibles y comu
nican al cerebro «menos luz» cuando el contorno
es claro. La consecuencia: la superficie del medio
parece más oscura. Tal y como constataron Julia
Biederlack y sus colaboradores, del Instituto Max
Planck de Investigación Cerebral en Fráncfort del
Meno en 2006, el contexto espacial no solo influye
en el nivel de activación de las neuronas, sino tam
bién en la sincronización con la que reaccionan.
REACCIONES AL CAMBIO Si nos encontramos en una habitación a oscuras y
se enciende la luz (parte clara de la gráfica), las célu-
las ganglionares de la retina responden con señales
eléctricas (cada línea de puntos corresponde a una
medición). Las neuronas se activan unas cuantas
veces; luego, prácticamente enmudecen. En caso de
que tras medio segundo se vuelva a apagar la luz,
las células responden de nuevo; esta vez incluso con
mayor intensidad.
15
0 0,5 11M
edic
ión
de
las
rep
etic
ion
es
Tiempo (en segundos)
LA PRUEBA RAYADA El círculo de la izquierda está
formado por un enrejado
blanco y negro; las tonalida-
des de gris de las rayas varían
entre el claro y el oscuro. Al
desplazar la parte interior del
círculo (derecha), este parece
producir un mayor contraste
(brillo inducido).
GEH
IRN
UN
D G
EIST
, SEG
ÚN
KA
I GA
NSE
L
GEH
IRN
UN
D G
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ÚN
DA
NKO
NIK
OLI
C
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 87
Para demostrarlo, desarrollaron ciertas ilusiones
ópticas: mostraron a unos gatos dos círculos con
céntricos rayados con líneas verticales blancas y
negras ( figura inferior, izquierda, en la página an-
terior). A continuación, se enseñó a los animales
el mismo círculo, mas en esta ocasión las rayas
del círculo interior se hallaban algo desplazadas
( figura inferior, derecha). Aunque ambos estímu
los presentaban la misma luminancia, la imagen
con las rayas desplazadas reveló un contraste ma
yor. Además, esta ilusión óptica se reflejaba en el
sincronismo de las neuronas del V1. Cuanto más
desplazadas se hallaban las rayas, cuanto mayor
era el contraste, más sincronizada aparecía la es
timulación de las neuronas.
Otros canales sensoriales son susceptibles de
dejarse engañar por las ilusiones, como el ya men
cionado sentido del tacto. Si se deja girar un obje
to cilíndrico entre dos dedos, se experimenta la
sensación de que la parte de en medio es cada vez
más delgada, como si la pieza adoptara la forma
de un reloj de arena. El motivo de esta curiosa
percepción estriba en la distinta intensidad de
adaptación de los mecanorreceptores cutáneos.
Las células que experimentan una presión cons
tante (en el centro del cilindro) se acostumbran
con mayor rapidez a la estimulación. Por consi
guiente, la sensación de presión en este sitio dis
minuye, el objeto se estima más delgado. Parece
que el cerebro es incapaz de representar de modo
constante información absoluta del entorno (la
temperatura, la fuerza mecánica o la intensidad
de la luz). En su lugar, valora de nuevo cada señal
en relación con los estímulos adyacentes.
Neuronas ávidas de novedad
Hemos visto que la actividad de algunas células
depende del contexto, ¿ocurre lo mismo con las
actividades cerebrales más complejas? La respues
ta es afirmativa: incluso el conocimiento se rige
a menudo según el contexto del momento. De
este modo, las informaciones que llegan al foco de
atención de una persona se hallan influenciadas
por su pasado más reciente (de manera similar a
la adaptación de algunas células), ya que resulta
más probable que el sujeto dirija la atención a un
elemento nuevo para él que a un estímulo que
ya conoce.
Esa «curiosidad» se expresa a través de la inhi
bición de retorno: varias veces por segundo vemos
un nuevo detalle de nuestro entorno. Es altamente
improbable que la vista, después de un movimien
to ocular tan fugaz, vuelva al punto de partida.
Dicho de otro modo, en muy pocas ocasiones mi
ramos dos veces seguidas al mismo sitio, como
descubrió hace unos diez años Raymond Klein,
de la Universidad Dalhousie.
Por si con eso no hubiera suficiente, incluso
acciones complejas (la toma de decisiones, entre
otras), se hallan influenciadas por el contexto
correspondiente. Ello queda patente con el efecto
de anclaje. Si piden al lector que done dinero para
la construcción del nuevo recinto de elefantes
del zoológico, su generosidad dependerá en gran
parte del anclaje en el que se orienta. Si ve a un
visitante del zoo depositar dos euros en el bote
de donaciones, usted será menos estupendo en
su donativo que si observa que ese sujeto echa
un billete de 50 euros. La orientación según el
valor de referencia parece un principio básico
que se repite en distintos ámbitos funcionales
del cerebro.
Sin ese fenómeno, ¿sería posible la percepción
consciente? Lorrin Riggs, de la Universidad de
Brown en Providence, y sus colaboradores re
velaron hace unos sesenta años qué pasaría si
se impidiese al cerebro buscar siempre nuevas
informaciones con las que comparar los estímu
los sensoriales. Los investigadores idearon unas
lentes de contacto que disponían de un haz lu
mínico. De esta manera, la luz siempre seguía la
mirada del probando, por lo que se estimulaban
permanentemente las mismas células de su re
tina. Después de un breve período de tiempo, el
punto lumínico parecía invisible a los ojos de los
participantes.
En resumen, la información sensorial constante
parece que «extingue» la capacidad de percepción.
En caso de que este principio se pudiese aplicar en
términos generales, la falta de consideración del
contexto espacial y temporal, además de cambiar
nuestra consciencia, podría llevar a que la perdié
ramos por completo.
Danko Nikolic´� es doctor en psicología e investiga en el Instituto Max Planck de Investigación Cerebral en Fráncfort del Meno. Kai Gansel realiza el doctorado en dicho centro.
Para saber más
Contextual influences on visual processing.� T. D. Al-bright y G. R. Stoner en Annual Review of Neuroscience, vol. 25, págs. 339-379, 2002.
Brightness induction: Rate enhacement and neuronal synchronization as comple-mentary codes.� J. Biederlack et al. en Neuron, vol. 52, págs. 1073-1083, 2006.
Distributed Fading Memory For Stimulus Properties In The Primary Visual Cortex.� D. Niko-lic et al. en PLoS Biology, vol. 7, pag. e1000260, 2009.
RETROSPECTIVA
88 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
El conductismo inició su trayectoria como
filosofía científica en 1913 gracias a un
artículo del psicólogo John B. Watson. En
los cien años transcurridos desde entonces, el
conductismo ha evolucionado, con sus distintas
versiones y modalidades, para ramificarse en una
ciencia del comportamiento independiente.
Fue en 1963 cuando Burrhus Frederic Skinner
(1904-1990) revisó en su artículo «Behaviorism at
50» las distintas formas de conductismo y la evo-
lución de la ciencia natural del comportamiento.
Ya hacía una cincuentena de años de la aparición
del conductismo [véase «Conductismo», por K. J.
Bruder en Mente y cerebro, n.o 31, 2008], durante
los cuales se pensaba que las leyes de conducta
de origen experimental apenas interesaban a la
población general; sí, en cambio, servían para el
tratamiento de individuos psicóticos y el adies-
tramiento de animales. Skinner desafío esa idea
sobre bases científicas y filosóficas. Los datos acu-
mulados a lo largo del último medio siglo han
refrendado su postura: las leyes naturales que
rigen la conducta son aplicables a todos los com-
portamientos de todos los seres vivos.
También en la década de los sesenta del siglo xx,
los científicos de la conducta perseguían transfor-
mar la psicología, disciplina en la que muchos de
ellos trabajaban, en una ciencia natural. No obs-
tante, tras cincuenta años tropezando con una
obstinada resistencia, decidieron, poco a poco,
escindirse de la psicología para establecer una
ciencia independiente. En 1987, algunos expertos
reconocieron formalmente una nueva disciplina,
la conductología, sinónimo abreviado de «ciencia
natural de la conducta».
Después de 1963
A lo largo de sus segundas bodas de oro, el con-
ductismo siguió avanzando, tanto en el terreno
filosófico como experimental, además de exten-
der sus conocimientos a las ciencias aplicadas y al
campo organizativo. La consciencia concitaba en
ese momento la máxima atención a los científi-
cos de la conducta. A grandes rasgos, los conduc-
tistas explicaban la consciencia en función de las
reacciones neuronales relacionadas con la percep-
ción, el pensamiento, la observación y la compren-
sión. Es decir, abordaban los comportamientos
conscientes como procesos puramente neurona-
les. De esta manera, la conducta es un fenómeno
natural que sucede y se modifica, ya que existen
variables que afectan a las estructuras corpora-
les específicas que actúan de mediadoras. Nin-
gún misterioso agente interior es responsable del
comportamiento ni instruye al organismo a com-
portarse, por el contrario, los condicionamientos
respondiente y operante se suceden casi sin in-
terrupción. Ambas formas de aprendizaje trans-
fieren energía entre el entorno (interno y externo)
y el organismo a través de procesos que alteran
las estructuras neuronales, de manera que produ-
cen un ser capaz de mediar su conducta de forma
distinta en situaciones futuras.
Sobresalía así uno de los grandes hallazgos en
el campo de la consciencia desde 1963: el solapa-
miento entre la fisiología y la conductología, cien-
cias naturales separadas y, sin embargo, comple-
mentarias. Pongamos un ejemplo. El tratamiento
científico de la emoción requiere los niveles de
análisis de ambas disciplinas: por un lado, la emo-
ción se asocia a una liberación de sustancias en el
torrente sanguíneo (dominio de la fisiología); por
otro, estímulos externos o internos provocan la
emoción (dominio de la conductología). Finalmen-
te, esas alteraciones químicas en el organismo
producen reacciones: los sentimientos. Cuando
la súbita aparición de un oso nos asusta, corremos
más rápido que en circunstancias normales; los
EN SÍNTESIS
Una evolución centenaria
1En 1913, el conductis-
mo inició su andadura
como filosofía científica de
manos del psicólogo John
B. Watson.
2El conductismo radical
de B. F. Skinner ha per-
mitido el surgimiento de una
disciplina independiente: la
conductología.
3A pesar de las reivindica-
ciones de la conductolo-
gía como disciplina natural,
sus representantes acadé-
micos siguen dispersos en
departamentos de ciencias
no naturalistas.
Un siglo de conductismoEn cien años, el estudio del comportamiento ha evolucionado hasta convertirse
en una disciplina independiente de la psicología
STEPHEN F. LEDOUX
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 89
cambios químicos en el organismo provocan esa
apresurada carrera.
Sin embargo, la conductología no analiza cómo
el organismo media una conducta (de qué ma-
nera las contracciones de un músculo estriado
responden a procesos nerviosos, investigación
que pertenece a la fisiología). Antes bien, estu-
dia el porqué de la mediación del organismo en
la conducta; esto es, las relaciones funcionales
que existen entre unas variables independientes
(bloqueo de un sendero por el desprendimiento
de un peñasco) y otras variables dependientes
de una conducta (contracciones musculares que
permiten al cuerpo rodear el peñasco). En otras
palabras, el cerebro es mediador de una conducta
que resulta ser función de otras variables reales;
no crea la conducta.
Con su análisis de la conducta verbal, Skinner
ofreció una explicación mejor del complejo com-
portamiento humano, lo que ha permitido a la
conductología abordar antiguas cuestiones funda-
mentales. Durante los años noventa, los análisis
científicos, filosóficos y epistemológicos de la con-
ductología abordaron actitudes, valores, derechos,
ética y creencias, con importante repercusión en
una serie de proyectos de ingeniería, como la ro-
bótica. Tales extensiones científicas condujeron
a Lawrence Fraley, de la Universidad de Virginia
Occidental, a una serie de conclusiones en torno a
la realidad, paralelas a las que alcanzara Stephen
Hawking en El gran diseño a través de la lógica del
naturalismo en física, a saber, nuestro compor-
tamiento neuronal es la única fuente disponible
de conocimiento sobre la realidad. Nuestra mayor
aproximación a la realidad consiste en las respues-
tas provocadas por la activación de las neuronas
sensoriales.
Skinner describió la consciencia como «ver lo
que estamos viendo» (visión consciente). Excluía
la implicación de cualquier agente interior que
«realiza» la visión; también señalaba dos tipos
generales de contingencia: nuestro entorno fí-
sico, que proporciona las contingencias que con-
dicionan la visión en un primer plano (visión
inconsciente), y la comunidad verbal, de la que
extraemos las contingencias que condicionan
nuestra visión consciente y los comentarios so-
bre aquello que vemos. Dicho de otro modo, el
objeto visto evoca nuestras primeras respuestas
visuales inconscientes, estas a su vez evocan las
respuestas visuales y verbales conscientes. En rea-
lidad, el objeto observado no necesita estar pre-
sente, puesto que otras variables pueden evocar la
respuesta visual inconsciente que podrá generar
respuestas conscientes visuales y verbales. Una
observación importante: la parte consciente no
interviene cuando las variables independientes
resultan insuficientes para ponerla en juego.
La comunidad verbal a la que se pertenece
condiciona esas visiones y comentarios por las
ventajas que ello supone. En lenguaje llano, la or-
ganización y la convivencia social son más efica-
ces cuando las respuestas verbales (comentarios)
sobre lo que hicimos, estamos haciendo y vamos
a hacer aportan estímulos que generan respuestas
de los miembros de dicha comunidad.
Pongamos un caso de visión inconsciente. Un
caminante muy enfrascado en la conversación
con su amigo pasa por encima de una piedra que
aparece en su camino. Aunque grande cual balón
de fútbol, más tarde no podrá describir el obs-
táculo, porque lo ha visto de forma inconsciente.
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LOS ORÍGENES John Broadus Watson (1878-
1958) está considerado el fun-
dador del conductismo gracias
a su artículo «La psicología tal
como la ve el conductista»,
publicado en 1913.
RETROSPECTIVA
90 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
En el ámbito de la visión consciente, los ejemplos
resultan más complicados, ya que suelen empezar
por una visión inconsciente. Si vemos nuestro co-
che favorito, intervienen contingencias actuales,
relativamente sencillas, que involucran cadenas
funcionales de estímulos y respuestas exteriores
e interiores (neuronales), las cuales confieren a
ese vehículo el carácter de favorito por compara-
ción con variables del pasado. Después, vuelve a
producirse la visión inconsciente y consciente de
ese coche en otras circunstancias, muchas veces
sin tener el automóvil presente (al contemplar
nuestro propio y desgastado coche y soñar en
cambiarlo). Todavía hay más variables capaces
de evocar una visión consciente. Si encontramos
en la tienda a un vendedor que conocemos, esa
persona evoca en nosotros la visión consciente
de nuestro viejo vehículo y del favorito (ni uno
ni otro presentes en ese momento), pero también
la respuesta de describir el coche favorito, pre-
guntar dónde comprarlo, cuánto puede costar,
etcétera.
Respuestas de ese tipo (visión inconsciente, se-
guida por visión consciente y pensamiento, y a
veces comentarios) son ejemplos clásicos de un
fenómeno natural: el encadenamiento secuencial
de respuestas. Estas suelen ser neuronales, todas
ellas presentes y nuevas, y no exigen que el objeto
visto sea la fuente de estimulación actual. Un ob-
jeto físicamente presente que transfiere energía a
los receptores neuronales puede ser un estímulo
evocador, o la respuesta neuronal puede actuar
como estímulo evocador, bien cuando una estruc-
tura neuronal de origen genético sea mediadora, o
bien cuando lo sea una estructura neuronal modi-
ficada por diversos procesos de condicionamiento
que funcionan de forma continua. Si ha habido el
necesario condicionamiento, una vez que alguna
estimulación haya evocado una respuesta (evento
real), esta podrá evocar una respuesta ulterior,
esta a su vez otra, y así sucesivamente, en un en-
cadenamiento acorde con el cuadro de relaciones
funcionales operante.
Las reflexiones anteriores implican extensiones
de la filosofía de la ciencia que Skinner denominó
conductismo radical. Esta, con la ciencia y las téc-
nicas que sustenta, nació de un grupo de investi-
gadores naturalistas representado por Skinner, sus
colegas y alumnos, todos ellos dedicados a la psico-
logía de principios del siglo xx. Sin embargo, esta
filosofía natural resultó finalmente incompatible
con las teorías bien arraigadas en la cultura popular
e, incluso, en la psicología, las cuales recurrían a la
intervención de agentes interiores. Se hizo, pues,
necesaria una separación de disciplinas.
Una nueva organización
El carácter inabarcable y la creciente expansión de
la investigación experimental y aplicada fueron
las principales fuerzas que movieron a reorgani-
zar la ciencia natural del comportamiento como
disciplina separada e independiente. De ahí re-
sultó una ciencia natural básica relacionada con
todas las demás ciencias naturales. Esta novedo-
sa disciplina científica no atribuía la conducta de
un organismo a unos agentes internos, sino a las
interacciones físicas del mismo con el entorno
exterior e interior. Dentro de esta tradición de
ciencia natural, Skinner daba al conductismo, en
su artículo de 1963, un tratamiento bien perfila-
do aunque necesariamente mínimo. Diez años
después, en su obra About behaviorism ampliaba
los detalles y allanaba el camino para las etapas a
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CINCUENTA AÑOS DESPUÉS El conductismo radical de
Burrhus Frederic Skinner (en la
imagen en 1933, cuando toda-
vía era un estudiante en Har-
vard) ha inspirado y guiado la
aparición de la conductología,
disciplina más reciente.
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 91
veces controvertidas de esa reorganización, etapas
que Fraley y este autor describimos ampliamente
en un largo trabajo titulado «Origins, status, and
mission of behaviorology».
Hacia 1974, tras algunas actuaciones menores
orientadas a la independencia (Skinner y sus cola-
boradores fundaron el Journal of the Experimental
Analysis of Behavior y el Journal of Applied Beha-
vior Analysis), los investigadores del conductismo
establecieron la que iba a ser su mayor organiza-
ción profesional: la Asociación Internacional para
Análisis de la Conducta (ABAI, en siglas inglesas).
Desde un principio, las políticas de ABAI se centra-
ron en los frentes profesionales, sociales y cultura-
les. Por importantes que estas actuaciones fuesen,
el caso es que distrajeron a la organización de la
acendrada defensa de su independencia. De ahí
que se mantuvieran los problemas de credibilidad
inherentes a la separación progresiva de otra dis-
ciplina, a la cual todavía se pertenece.
La controversia se exacerbó cuando los analistas
del comportamiento adoptaron estas decisiones
mientras todavía formaban parte de la psicología:
los psicólogos reivindicaban el análisis conductual
como parte de su disciplina. Ello atribuía un halo
de sospecha a esa distinción. A pesar de que hoy
en día, la mayoría de los científicos del conductis-
mo todavía prefieren la etiqueta de análisis de la
conducta, no se han preocupado mucho a lo largo
de las décadas en aclarar su estatus; algunos de-
fienden aún hoy que pertenecen a la psicología. En
consecuencia, siguen existiendo problemas para
denominar con esa etiqueta una ciencia del com-
portamiento enteramente independiente. De ahí
que la separación formal requiera conceder a esta
disciplina un nuevo nombre, exento de relaciones
con otras que no son naturales.
Entre 1984 y 1987, la bibliografía conductual
reflejaba extensos debates a favor y en contra de
separar de la psicología la filosofía y la ciencia
natural de la conducta. En 1987, se reunió por fin
un grupo de analistas del comportamiento para
revisar la situación y adoptar medidas. Llegaron
a tres conclusiones. Primero, los datos recogidos
durante medio siglo de continuos intentos de con-
vertir la psicología en una ciencia natural desde
dentro (con métodos normalizados y basados en
la experiencia) no lograron avanzar ni un ápice
en ese sentido, y era evidente que eso no iba a
suceder en un plazo razonable. En segundo lugar,
su ciencia natural de la conducta en absoluto era,
ni nunca lo había sido, un género de la psicolo-
gía, puesto que jamás aceptó atribuir el origen
de la conducta a un agente espiritual interior.
Por último, esa ciencia natural consolidada debía
continuar como una disciplina separada e inde-
pendiente, la conductología, nombre propuesto
a finales de los años setenta y el único que ha
perdurado con creciente aceptación.
Las conclusiones anteriores condujeron a es-
tablecer dos organizaciones profesionales: el Ins-
tituto Internacional de Conductología (TIBI, por
sus siglas en inglés) y la Sociedad Internacional
de Conductología (ISB). Además se publicó la re-
vista Behaviorology Today. La mayoría de estos
científicos han seguido apoyando los trabajos que
difunde ABAI.
Desarrollos y logros científicos
Entre la gama de hallazgos importantes de los últi-
mos cincuenta años, destacan los programas de re-
forzamiento, la recombinación de repertorios y las
relaciones de equivalencia. En su artículo de 1957,
Skinner definió los reforzadores como estímulos
cuya ocurrencia elevan la frecuencia de las conduc-
tas que ocurren inmediatamente después. A gran-
des rasgos, los programas de reforzamiento son los
patrones de los reforzadores que ocurren de forma
intermitente. Estos programas se definen, bien por
el número de respuestas producidas desde el úl-
timo reforzador (programas de razón), o bien por
el tiempo transcurrido desde el último reforzador
(programas de intervalo). Los valores en cada uno de
esos tipos pueden ser fijos o variables, lo que define
cuatro programas de reforzamiento fundamenta-
les: de razón fija (caso del sueldo mensual), razón
variable (las máquinas tragaperras), intervalo fijo (el
halago de un padre cuando ve que el niño estudia)
e intervalo variable (un examen sorpresa).
Otro de los logros científicos destacados fue la
investigación experimental sobre la recombina-
ción de repertorios, cuyas implicaciones tienen
especial importancia para resolver problemas
de ciencia, ingeniería y educación. En los años
ochenta, Robert Epstein y Skinner coordinaron en
Harvard el estudio del comportamiento funcio-
nal de palomas para aclarar conductas humanas
complejas. Las simulaciones con esta ave permi-
tieron establecer los componentes mínimos del
repertorio necesario para provocar una conducta
compleja cuando el organismo hace frente a una
situación adversa.
GLOSARIO
Condicionamiento respon-diente (o clásico): Aprendizaje asociativo demostrado por Iván Pávlov. Se basa en el mo-delo de estímulo-respuesta.
Condicionamiento operante (o instrumental): Aprendizaje asociativo que tiene que ver con el desarrollo de nuevas conductas en función de las consecuencias.
Contingencia: Relación entre eventos; puede ser provocada o no.
ESCUELAS
Naturalismo: Corriente filosó-fica que considera la naturale-za como el principio único de todo aquello que es real.
Conductismo: Enfonque teórico de la psicología cuyo objetivo es el estudio de la conducta en sí misma.
Conductismo radical: Postu-lado por B. F. Skinner, se basa en el análisis experimental del comportamiento.
Conductología: Disciplina científica emergente, de base naturalista e independiente de la psicología en torno al estudio de la conducta.
RETROSPECTIVA
92 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
Fuera ya del terreno experimental, los últimos
cincuenta años han contemplado una explosión
de estudios que aplican la filosofía y la ciencia
natural a problemas prácticos. Dos proyectos de
investigación aplicada muestran la importancia
de dos grandes áreas: el seguimiento educativo y
las relaciones con niños con autismo. El proyecto
de seguimiento escolar Project Follow Through
supuso el experimento educativo más extenso y
costoso, financiado a nivel federal, de la historia
estadounidense. Comparaba los resultados obteni-
dos por niños instruidos según una gama de mo-
delos de enseñanza aplicados en ciertos distritos
de forma voluntaria con los conseguidos por niños
cuyos distritos escolares no habían adoptado nin-
gún modelo específico. El análisis puso de relieve
que, si bien ciertos modelos producían peores re-
sultados que los del grupo de control, otros los
daban mejores, en particular los de instrucción
directa y análisis de conducta. Estos últimos se
basaban en la aplicación de los principios y con-
ceptos de la ciencia natural del comportamiento,
La caja de las palomas
Las simulaciones con palomas llevadas a cabo por Burrhus F. Skinner
y Robert Epstein en Harvard permitieron establecer los componen-
tes mínimos del repertorio necesario para provocar una conducta
compleja cuando el organismo se enfrenta a una situación adversa.
Un ejemplo: muchos padres han observado orgullosos que su hijo,
demasiado pequeño para alcanzar una galleta que se encuentra
dentro de un tarro situado sobre la mesa, y encontrándose por pri-
mera vez en tal situación, mira a su alrededor, ve una silla, la acerca
a la mesa y trepa sobre ella para coger la suculenta recompensa.
Esto suele atribuirse al llamado «ingenio». Para descubrir las varia-
bles implicadas en esa circunstancia, los investigadores examinaron
tres clases de respuestas con ayuda de unas palomas, unas cajas y
unos plátanos en miniatura. Condicionaron las aves a empujar la
caja por dentro de la jaula (en ausencia de plátanos) hacia un punto
determinado; a subirse a una caja fija, y, sin caja ni un punto objeti-
vo, a picotear un plátano que se hallaba a su alcance. (Respuestas de
este género se aproximan a las que componían el comportamiento
comentado del niño que coge la galleta.) Por último, metieron cada
paloma en una jaula, con una caja arrimada a un lado y un plátano
colgando del techo, nueva situación adversa para las aves. Con cier-
ta confusión y miradas en el entorno, como en el caso del niño, la
paloma empujaba la caja hasta ponerla bajo el plátano, se subía a
ella y picoteaba la fruta. ¿Significa eso que la paloma tenía «inge-
nio»? ¿Era el ingenio la causa del comportamiento infantil, o más
bien era un ejemplo de repertorios condicionados previamente que
se combinaban ante una nueva circunstancia? Según la máxima de
la parsimonia debemos aceptar que las respuestas a desafíos no
son, en aves ni en humanos, función de unos supuestos procesos
mentales superiores; sí son, en cambio, función de la historia del
organismo (en la que se incluye el condicionamiento de las partes
de repertorio) y del control en el nuevo patrón de estímulos afines
dentro de la situación adversa.
(Puede verse la reproducción del experimento en: www.youtube.com/watch?v=ymkT_C_NWXw)
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investigación precursora de ciertos tratamientos
de base científica aptos para la enseñanza.
La investigación aplicada en relación con los
niños con autismo ha alcanzado mayor recono-
cimiento. No obstante, ya que el grueso de la in-
vestigación tuvo lugar antes de que la conducto-
logía se convirtiera en disciplina independiente,
es corriente llamar análisis de conducta aplicado
(ABA, por sus siglas en inglés) a los procesos de
esta ciencia. En 1999, el departamento de sanidad
de Nueva York, tras un estudio de los diferentes
tratamientos para el autismo, determinó que el
ABA constituía la intervención más segura y eficaz.
Futuro interdisciplinar
Por su base filosófica procedente del conductis-
mo radical, la conductología enriquece de forma
notable la capacidad de otras ciencias naturales
por diversos caminos. Muchos de los problemas
en apariencia inabordables que hoy afligen a la
humanidad conciernen a la conducta humana
tanto como a la física, la química o la biología. No
obstante, numerosos conductólogos académicos,
debido al origen histórico de su disciplina, siguen
dispersos en departamentos de ciencias no natu-
ralistas. Con todo, uno de los viveros de la ciencia
de la conducta son los departamentos de biología.
Skinner reconoció tempranamente en su artículo
«Behaviorism at 50» que esa ciencia natural era
un derivado de la biología.
En resumen, en los segundos cincuenta años,
el valor y el legado del conductismo se han en-
sanchado de forma sustancial. La conductología,
apoyada y guiada por el conductismo radical
de Skinner, ha surgido como disciplina amplia
y polifacética, si bien su entidad independiente
solo data de un cuarto de siglo atrás. Con todo, su
asentamiento académico seguirá extendiéndose
gracias a la eficacia de un tratamiento naturalista
de la conducta humana. Los actuales descubri-
mientos de la conductología, basados en el na-
turalismo que inspira el conductismo radical de
Skinner, favorecen que la naturaleza y la conducta
humanas se aparten de mitos y supersticiones.
© American Scientist Magazine
Para saber más
Behaviorism at 50. B. F. Skin-ner en Science, vol. 140, págs. 951-958, 1963.
Verbal behavior. B. F. Skinner. Appleton-Century-Crofts, Nueva York, 1957. Reeditado en 1992 por la Fundación B. F. Skinner (http://www.bfskin-ner.org), Cambridge, MA.
Cognition, creativity, and behavior. R. Epstein. Praeger, Westport, CT, 1996.
Project follow through: A case study of contingen-cies influen cing instructional practices of the educational establishment. C. L. Watkins. Cambridge Center for Beha-vioral Studies, Cambridge, MA, 1997.
Origins, status, and mission of behaviorology. L. E. Fraley y S. F. Ledoux en Origins and Components of Behaviorology (2.a edición) dirigido por S. F. Ledoux. ABCs, págs. 33-169, Canton, NY, 2002.
General behaviorology: The natural science of human behavior. L. E. Fraley, ABCs, Canton, NY, 2008.
Behaviorology curricula in higher education. S. F. Ledoux en Behaviorology Today, vol. 12, n.o 1, págs. 16-25, 2009.
Stephen F. Ledoux� es profesor de conductología en la Universidad de Nueva York en Canton.
El cerebro es mediador de una conducta que resulta ser función de otras variables reales, no crea la conducta
ha publicado sobre el tema, entre otros,los siguientes artículos:
Borrar los recuerdos dolorosos,por Jerry AdlerJulio 2012
El proyecto cerebro humano,por Henry MarkramAgosto 2012
La mente alegre,por M. L. Kringelbach y K. C. BerridgeOctubre 2012
¿Seremos cada vez más inteligentes?,por Tim FolgerNoviembre 2012
Delitos oníricos,por James VlahosNoviembre 2012
Mover con la mente,por M. A. L. NicolelisNoviembre 2012
El lenguaje del cerebro,por Terry Sejnowski y Toby DelbruckDiciembre 2012
Cerebros en minatura,por W. G. Eberhand y W. T. WcisloDiciembre 2012
Autismo y mente técnica,por Simon Baron-CohenEnero 2013
NEUROLOGÍA
94 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
LIBROS
Por libre albedrío se entiende la ca-
pacidad de optar entre distintas
alternativas que se nos ofrecen o
crear otras nuevas. Nadie ni ninguna ley
de la naturaleza puede torcer en principio
nuestra voluntad. Nos consideramos capa-
citados para tomar decisiones. Por ello, va
estrechamente vinculado al concepto de
responsabilidad (moral, civil, penal, etcé-
tera). Abordado en perspectiva histórica, el
denominado problema del libre albedrío
se halla relacionado con la moral de los
actos, la responsabilidad, la dignidad y el
rechazo social, en ética; con la naturale-
za y los límites de la libertad humana, la
autonomía, la coerción y el control en teo-
ría social y política; con la compulsión, la
adicción, el autocontrol, la autodecepción
y la debilidad de la voluntad en psicología;
con la responsabilidad y el castigo en dere-
cho; con la relación entre mente y cuerpo,
la consciencia, la naturaleza de la acción
y la personalidad, en filosofía de la men-
te, teoría cognitiva y neurociencias; con
cuestiones sobre la predestinación, el mal
y la libertad humana en teología y filosofía
de la religión; con cuestiones metafísicas
sobre necesidad y posibilidad, determinis-
mo, tiempo y azar, realidad cuántica, leyes
de la naturaleza, causalidad y explicación
en filosofía y en ciencia; y con los mecanis-
mos cerebrales subyacentes de los proce-
sos psicológicos aludidos en neurociencia.
Hay una explicación diagnóstica (des-
criptiva) del libre albedrío y una descrip-
ción prescriptiva del mismo. La primera
pormenoriza los tipos de compromisos
mantenidos a propósito del libre albedrío;
la segunda es una propuesta para los com-
promisos que debieran mantenerse. Se par-
te, en cualquier caso, del supuesto de que
la mente y la voluntad controlan algunas
acciones del cuerpo.
El debate sobre la existencia o no del li-
bre albedrío atraviesa toda la historia del
pensamiento. Muchas expresiones de la
cultura (pintura, teatro) lo han reflejado
también. La primera edición de esta obra,
aparecida en 2002, se centró en los trabajos
de la segunda mitad del siglo xx cuando se
renovó el interés en el tema, a raíz de los
avances registrados en ciencia y filosofía.
Esta segunda edición reúne 28 ensayos
y agrega los debates desarrollados en la
nueva centuria. Desde el siglo xvii, la con-
troversia ha girado en torno a la cuestión
determinista y la cuestión de la incompa-
tibilidad. ¿Es verdadero el determinismo?;
¿es compatible o incompatible con el libre
albedrío? Las respuestas ofrecidas a esas
dos cuestiones han dado origen a las dos
principales divisiones en los debates con-
temporáneos: deterministas e indetermi-
nistas, por un lado, y compatibilistas e
incompatibilistas, por otro. Se reconocen
dos clases de incompatibilistas: la liber-
taria, que sostiene que, al menos a veces,
disponemos de libre albedrío, y la elimi-
nativista, que defiende que carecemos de
libre albedrío, atrapados como estamos en
el determinismo.
Determinismo y necesidad amenazan la
libertad de elección. No cabe escoger don-
de todo está prescrito, desde el momento
en que se dan las condiciones para que se
produzca el acto en cuestión. La determi-
nación constituye un tipo de necesidad
condicional. En el lenguaje de la lógica
modal, el fenómeno o suceso determinado
acontece en todos los mundos lógicamen-
te posibles en que se dan las condiciones
determinantes (por ejemplo, causas físicas
antecedentes más leyes de la naturaleza).
William James introdujo la distinción en-
tre deterministas blandos y deterministas
duros. Ambos sostienen que toda la con-
ducta humana está determinada. Pero el
determinismo duro niega incluso la propia
existencia del libre albedrío, en cuanto son
conceptos antitéticos.
Cabría preguntarse por qué el determi-
nismo ético persistió a lo largo del siglo xx,
siendo así que las leyes físicas —antaño ba-
Libre albedríoLas causas de los actos voluntarios
THE OXFORD HANDBOOK OF FREE WILL
Segunda edición. Dirigido por Robert Kane.
Oxford University Press, Oxford, 2011.
MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 95
luarte del pensamiento determinista— se
iban alejando de ese tipo de postulados.
La mecánica cuántica introdujo el inde-
terminismo en el mundo físico. Hemos
recorrido un largo camino desde que Pierre
Simon de Laplace ponderaba los éxitos de
la mecánica y la astronomía, unificadas por
la teoría de la gravitación de Newton. La
física incoada por Planck cuestionó el de-
terminismo laplaciano. De acuerdo con la
teoría cuántica, las partículas elementales
que componen el sistema del mundo no
tienen posición y momento exactos que
pudieran ser simultáneamente conocidos
por cualquier observador («principio de
incertidumbre» de Heisenberg). En buena
medida, el comportamiento de las partí-
culas elementales, del salto cuántico en
los átomos a la desintegración radiacti-
va, no pueden predecirse con exactitud
y solo pueden explicarse mediante leyes
probabilistas. Además, la incertidumbre
y la indeterminación del mundo cuántico
no se deben solo a nuestro conocimiento
limitado, sino a la propia naturaleza del
mundo físico.
Pese al evidente retroceso del determi-
nismo en el dominio de la ciencia (teoría
del caos como ejemplo), los planteamientos
deterministas y compatibilistas del com-
portamiento humano han persistido te-
naces. ¿A qué se debe semejante paradoja?
Tras reconocer que algunos conceptos eje
de la física cuántica podrían aplicarse al li-
bre albedrío (indeterminismo, no localidad
y participación del observador), se insiste
en que el comportamiento indeterminado
de las partículas elementales tiene poco
que ver en cómo hemos de pensar sobre
la conducta humana; podemos prescindir
de la indeterminación cuántica en los sis-
temas físicos macroscópicos, como son el
cuerpo y el cerebro humano, y continuar
considerando determinado el compor-
tamiento.
Si resulta que el determinismo no supo-
ne ninguna amenaza real contra el libre
albedrío porque pudieran conciliarse, no
tendría sentido preocuparse por el deter-
minismo en la ciencia. Siendo compatibles,
mantendríamos la libertad de desear lo
mejor. Mostrar que tal es lo que acontece
ha constituido el objetivo de los compa-
tibilistas desde Thomas Hobbes, en el si-
glo xvii. Más aún, los defensores de la tesis
compatibilista han trasladado la carga de la
prueba a los incompatibilistas. Para estos,
existen dos rasgos del libre albedrío que
reflejan su incompatibilidad con el deter-
minismo: escogemos entre un abanico de
opciones, y el origen (o fuente) de nuestra
elección se encuentra dentro de nosotros,
no en algo sobre lo que no tenemos control.
La mayoría de los argumentos en pro de
la incompatibilidad proceden del primer
aspecto: la exigencia de que un agente ac-
túe libremente, por iniciativa propia, solo
si este tiene posibilidades alternativas o
podría haber actuado de otra forma. Se
trata de la condición AP (de alternative pos-
sibilities condition), también denominada
condición de la evitabilidad, por cuanto
pudo haberlo hecho de otra manera. Esa
incompatibilidad presume, en efecto, la
existencia de posibilidades alternativas (o
el poder del agente de actuar de otra ma-
nera), a modo de condición necesaria para
actuar libremente.
Puesto que aquí, por definición, el de-
terminismo no es compatible con la actua-
ción libre, la defensa de la incompatibili-
dad se esquematiza en el «argumento de
la consecuencia». Formulado inicialmente
por Carl Ginet, David Wiggins, Peter van
Inwagen, James Lamb y, en versión teoló-
gica, por Nelson Pike, el argumento de la
consecuencia establece, en líneas genera-
les, que, si el determinismo es verdadero,
entonces nuestros actos son consecuencia
de las leyes de la naturaleza y de aconte-
cimientos de un pasado. Pero no depende
de nosotros lo que sucedió antes de que
naciéramos, ni, por ende, tampoco las con-
secuencias de esas cosas, incluidos nues-
tros actos. Si uno no es capaz de cambiar
p (el pasado o las leyes de la naturaleza),
entonces tampoco podemos cambiar cual-
quiera de las consecuencias lógicas de p
(principio beta).
En una situación de determinismo, ca-
receríamos de toda opción de actuar de
un modo distinto del que actuamos; con
el determinismo se descarta cualquier po-
sibilidad de alternativa.
La idea de libre albedrío evoca una ca-
pacidad de elegir que ni remotamente se
asemeja a un proceso físico, sino al concep-
to de yo, mente o consciencia. De ahí que
muchos no admitan su adquisición en el
curso de la evolución por selección natu-
ral, incardinada en una cadena de aconte-
cimientos físicos causalmente conectados.
Los enfoques biológicos modernos del pro-
blema de la elección se proponen revelar
los mecanismos nerviosos implicados en
la toma de decisiones, en la elección. Algu-
nos autores recurren a parámetros econo-
micistas, pues los organismos operan con
recursos energéticos limitados. Dentro del
grupo de opciones disponibles hay unas
que son mejores que otras. Imaginemos
que un animal, tras descubrir la presencia
de un depredador, tuviera un sistema ner-
vioso que le indujera a correr directo al de-
predador. No existe hoy sistema nervioso
alguno que induzca semejante conducta.
Con el advenimiento de las nuevas técnicas
neurofisiológicas de formación de imáge-
nes, se ha avanzado en el conocimiento de
los mecanismos subyacentes de la toma
de decisiones por primates (humanos y
no humanos). Antes, el trabajo biológico
principal se había realizado sobre bacterias
e insectos, porque comprendemos mejor la
genética de esos organismos y presentan
sistemas nerviosos accesibles.
A modo de ejemplo, consideremos el fe-
nómeno de la drogadicción, resultado de
nuestra capacidad de tomar estimulantes.
Conocemos la neuroanatomía, la neurofi-
siología y las interacciones moleculares del
abuso de drogas. En los últimos 15 años, los
modelos informáticos sobre los sistemas
de procesamiento de la recompensa han
añadido otra perspectiva. Los sistemas de
dopamina del mesencéfalo son saboteados
o perturbados por el abuso de drogas. Esos
sistemas endocrinos se encuentran estre-
chamente vinculados con la forma en que
el sistema nervioso pondera las elecciones
disponibles.
En buena medida, los debates contem-
poráneos sobre el libre albedrío se encua-
96 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013
LIBROS
dran en la naturaleza de la responsabilidad
moral. Rige el principio de las posibilidades
alternativas: una persona es moralmente
responsable solo si pudiera haber actua-
do de una manera distinta. Ictus, lesiones
cerebrales, coma y diversas condiciones
metabólicas arruinan nuestra capacidad
de enjuiciar la moralidad de los actos o
ponderar nuestros estados mentales. En
el replanteamiento moderno del libre al-
bedrío han tenido un protagonismo des-
tacado el neurocientífico Benjamín Libet
y el psicólogo Daniel Wegner. Los estudios
experimentales de Libet sobre actividad
cerebral y producción subsiguiente de
experiencia consciente, volición y acción
deseada han sido objeto de vivo de deba-
te. Libet observó que los actos voluntarios
venían precedidos por una carga eléctrica
específica en el cerebro («el potencial de
disposición»), que empezaba cientos de
milisegundos antes de que el probando
mostrara consciencia de la decisión que
iba a tomar. Por su parte, Wegner sostenía
en The Illusion of Conscious Will (2002), que
nuestra experiencia de control consciente
de la acción voluntaria es una ilusión; las
acciones voluntarias se iniciarían incons-
cientemente y nuestra consciencia de las
mismas vendría causada por procesos fí-
sicos cerebrales.
Libet se ganó críticos y partidarios.
Algunos le siguen en cierto tramo del
recorrido: aceptan la tesis sobre cómo y
cuándo se toman decisiones, pero recha-
zan la idea de que la voluntad sea mera
ilusión. En los ensayos, a los probandos se
les instruía para que indicaran la posición
espacial de un punto de una esfera que
iba girando en el sentido de las agujas del
reloj cuando tomaran una decisión cons-
ciente sobre algo, x, que Libet describía
como decisión, intención, urgencia, vo-
luntad o deseo de hacer un movimiento.
(El punto completaba una revolución en
menos de tres segundos.) El momento se
indicaba a través del movimiento de un
dedo de la mano derecha o de la muñeca
entera. Contemporáneamente, el inves-
tigador medía el movimiento real del
sujeto con un electromiograma, técnica
que revela la actividad bioeléctrica de los
músculos, el momento exacto en que los
nervios transmiten la orden motora al
aparato muscular.
Un parámetro importante era el po-
tencial de disposición (RP, de readiness
potential), una medida de actividad en la
corteza motora que precede al movimien-
to muscular voluntario; por definición, los
electroencefalogramas generados en situa-
ciones en que no existe pulso muscular no
cuentan como RP.
En promedio, la aparición del RP pre-
cedía a la declaración de los individuos
sobre el tiempo de su consciencia inicial
de x (tiempo W) en 350 milisegundos. El
tiempo W informado precede al comien-
zo del movimiento muscular en unos 200
milisegundos. (El potencial de disposición
suele preceder a la decisión de la voluntad
entre 500 y 300 milisegundos.) En breve
a los –550 milisegundos se producía la
respuesta RP; a los –200 milisegundos, el
tiempo W informado; a los 0 milisegundos,
el músculo comenzaba a moverse.
De acuerdo con la descripción de Libet,
si un individuo se percata de su decisión
o intención a unos –50 milisegundos, su
condición es tal que el acto procede hasta
su cumplimiento sin posibilidad de dete-
nerse por el resto de la corteza cerebral; su
resquicio de oportunidad queda abierto a
lo largo de 100 milisegundos. El papel del
libre albedrío consciente no consiste en
iniciar un acto voluntario, sino en contro-
lar si el acto ocurre. Podríamos considerar
las iniciativas inconscientes como un brote
cerebral. La voluntad consciente seleccio-
na entonces cuál de esas iniciativas sigue
adelante y se realiza y cuáles merecen un
veto y se abortan.
Daniel Wegner descarta las intenciones
conscientes entre las causas de las accio-
nes. Admitir lo contrario es caer en una
ilusión. Unas veces, las personas no son
conscientes de sus acciones; otras, creen
que realizan intencionadamente cosas que
en realidad no hacen, y otras, las personas
operan de forma automática, sin motivo
aparente.
—Luis Alonso
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EN EL PRÓXIMO NÚMERO.. . M ARZO / ABRIL 2013 – N.° 59
NEURO CIENCIA
La interacción entre cuerpo y psiqueEl estrés, las emociones y
los pensamientos influyen
en el sistema inmunitario.
¿De qué manera? Los cientí
ficos ahondan en la relación
entre psique y cuerpo en
busca de terapias psicoso
máticas. Por Anna Von
Hopffgarten
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Mentes liberadasLas personas creativas suelen parecer más excéntricas que los
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Derecho al rasguñoLos niños no quieren ni deben
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