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Política de desarrollo Antonio García Lizana
Rodrigo Mogrovejo
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6. ENFOQUES TEÓRICOS DE LA POLÍTICA DE DESARROLLO:
PRINCIPALES TEORÍAS1.
“VER
Es doloroso ver abandonados tantos campos de cultivo. Hace años, cientos de hectáreas de bosques
fueron taladas, para sembrar maíz y frijol, y para programas ganaderos. Hoy están abandonadas o
erosionadas. Los campesinos nos dicen que no les es costeable producir lo que siempre habían
sembrado, ni engordar ganado, pues les sale muy caro. Es más barato comprar alimentos en el
extranjero, aunque sean transgénicos, que producirlos aquí. Algunos siguen trabajando sus tierras
sólo para subsistir, para asegurar la comida, y por la fuerza de la tradición, que los hace apegados a
la tierra, a la que consideran una madre que les da vida, de parte de Dios. Es poco lo que les queda
para comercializar y la mayoría carece de recursos tecnológicos. No son flojos, aunque algunos dejan
de trabajar por la dependencia que generan ciertos programas de gobierno, y por el alcoholismo que
les engaña con un consuelo pasajero.
Es innegable que los gobiernos han hecho esfuerzos por salvar al campo; han generado programas y
apoyado iniciativas; han estimulado productos alternos; sin embargo, ante los enormes subsidios que
otros países dan a sus agricultores, es imposible competir, y casi subsistir. Por ello, la migración no se
detiene y algunos llegan al suicidio, al no poder cubrir sus necesidades básicas, ni pagar sus deudas.”
(Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas (Chiapas, México): "El campo en
agonía". Reproducido en htpp://www.zenit.org, 7-11-2009)
1. Aportar otros casos similares conocidos personalmente, y aplicar algunos enfoques teóricos
diferentes para interpretarlos. Repetir el ejercicio con la realidad geográfica elegida para el trabajo cuatrimestral.
JUZGAR
2. Comparar los resultados obtenidos a partir de cada enfoque, valorando la idoneidad y
capacidad explicativa de los mismos.
3. Comparar los resultados obtenidos a partir de cada enfoque, valorándolos en términos
axiológicos, mediante la aplicación de uno de los métodos para el tratamiento del conocimiento normativo elegido libremente por el Equipo.
ACTUAR
4. De acuerdo con el juicio anterior, diseñar los elementos básicos para una propuesta de
desarrollo a aplicar con el propósito de modificar las situaciones que han sido seleccionadas y analizadas a partir del punto 1.
Introducción.
El presente tema analiza los principales enfoques teóricos del desarrollo, con
el propósito de establecer un marco conceptual general del mismo, así como de
estudiar su evolución. Así, se dedica el apartado 6.1 al análisis de las teorías del
crecimiento económico a partir del siglo XVIII, las cuales pueden considerarse
antecedentes de la Economía del Desarrollo propiamente dicha; el epígrafe 6.2 se
ocupa de lo que podemos considerar teorías convencionales del desarrollo, en función
de su aceptación y difusión entre los investigadores y agencias especializadas, aun
cuando de manera matizada, hasta el punto de haber sido clasificadas en teorías
ortodoxas y heterodoxas, según su conexión con las corrientes predominantes de la
Ciencia Económica en el mundo occidental; y el 6.3 recoge los nuevos
planteamientos, estudiando una visión más actual de los enfoques teóricos del
desarrollo, incluyendo dos dimensiones específicas, como son las relativas a la
relación entre el género y el desarrollo, y la etnicidad y el desarrollo. La primera, por
la importancia en el discurso actual sobre el desarrollo; y la segunda, por la relevancia
de la población y los planteamientos indígenas en países de América Latina (aun
1 En García Lizana, Antonio (2010): Política de desarrollo, Comentarios y notas, Máster oficial en cooperación internacional y políticas de desarrollo, Curso 2010-2011, Universidad de Málaga, texto completo en: http://mop.cv.uma.es/course/view.php?id=835
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cuando cuenta antecedentes en los países africanos durante los años sesenta y primeros setenta del siglo XX, con figuras como Nyerere, Kaunda y Senghor).
Aclarada esta breve introducción, podemos señalar que el pensamiento sobre
el desarrollo ha tenido una evolución amplia desde la antigüedad, aun cuando
iniciemos nuestro recorrido con la denominada Escuela Clásica (siglo XVIII y XIX)
de la Ciencia Económica, llegando hasta la actualidad, recogiendo diferentes enfoques
teóricos particulares (que pueden ser clasificados de acuerdo con los enfoques básicos
estudiados en el tema anterior), en los que se han introducido, de forma no muy clara
a veces, elementos de carácter axiológico que dificultan la comprensión positiva del
problema, a menos que se deslinden de manera adecuada ambos tipos de
conocimiento, cosa que, lamentablemente, los autores de cada escuela no siempre hacen.
Inicialmente se defendió una visión del desarrollo como crecimiento
económico; lo que podríamos representar de forma expresiva mediante la expresión
Desarrollo = Crecimiento
Con posterioridad, se incorporan otros enfoques que introducen dimensiones
no meramente cuantitativas, de modo que la idea de desarrollo puede reflejarse mediante el binomio
Desarrollo = Crecimiento + Cambio
Por último, llega a desplazarse la propia idea de crecimiento, considerándose
sólo la existencia de cambios. Es decir,
Desarrollo = Cambio
Si bien, no se excluye la posibilidad de que esos cambios puedan ser, según los casos, tanto cualitativos como cuantitativos.
Más aún. Dichos cambios no tienen que ser necesariamente favorables: son los
que son, tal como se producen en la realidad, utilizándose expresiones como ―mal
desarrollo‖ o ―desarrollo del subdesarrollo). De ahí que comience a adjetivarse el
desarrollo para especificar el tipo de desarrollo que se desea alcanzar,
superponiéndose de este modo los aspectos teóricos de carácter ontológico
(vinculados con la idea de desarrollo, como transformación) con los axiológicos
(representados habitualmente por el adjetivo que acompañe, en cada caso, al sustantivo ―desarrollo‖, como, p. ej., ―humano‖: ―desarrollo humano‖).
Desde los años cuarenta del pasado siglo (cuando puede decirse que os
estudios sobre el desarrollo de las sociedades comienzan a tomar cuerpo, en cuanto
tales), dos grandes categorías del pensamiento sobre desarrollo se han establecido, la
calificada de ortodoxa, que forman parte de la corriente principal (mainstream) o
predominante de la Economía, y la heterodoxa o radical, que se caracteriza por sus
críticas a la primera y por situarse resueltamente fuera de su ámbito. Para la primera,
el subdesarrollo es simplemente una cuestión de ―atraso‖ cronológico de países menos
avanzados; en otras palabras, un atraso en la ―modernización‖ o crecimiento de sus
estructuras y de sus economías. Frente a ello, la heterodoxa niega que el problema sea
de atraso, sino de una ubicación desventajosa de los países pobres, o periféricos, en la
estructura del sistema capitalista mundial (Bustelo, 1999).
Paralelamente a la evolución de las teorías ortodoxas del desarrollo, bajo el
rótulo de teorías del crecimiento —tradición económica nacida a finales de la década
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de los cuarenta— se han desarrollado modelos formalizados para explicar
específicamente la evolución de las capacidades productivas de un país, vinculadas a
los conceptos de PIB agregado, PIB potencial, etc., como expresión sintética del
proceso de crecimiento económico. Su visión es, por tanto, mucho más cuantitativa y
economicista; al tiempo que trata de aportar una mayor fundamentación lógica a las
relaciones supuestas entre las variables económicas, recurriendo a la aplicación del lenguaje matemático (Alonso, 2000).
Sin embargo, como venimos indicando, apelar al término de desarrollo supone
hoy aludir a un proceso más amplio que el mero crecimiento económico, en el que se
integran, además de los fenómenos cuantitativos, otros de tipo cualitativo,
relacionados con los procesos de cambio estructural, de expansión de capacidades y
libertades, de progreso social, de modernización institucional y de equilibrio
medioambiental de los países. Adicionalmente, para algunos autores y organismos, el
término desarrollo incorpora un proceso de crecimiento económico que resulta
socialmente equilibrado, promoviendo una mejora en las condiciones no sólo
económicas, sino de vida del conjunto de la población y no sólo de unos pocos
(Alonso, 2000; PNUD, 1998). Todo ello cuando no se excluye la propia idea de
crecimiento, apelando a la opción crecimiento cero (a partir de los denominados
Informes al Club de Roma, en el cambio entre las décadas de los sesenta y setenta) o a
las teorías del decrecimiento económico de autores como Latouche (2008), entre
otros, que vienen a decir que el crecimiento de la actividad económica es
incompatible con la generación de bienestar social y con la defensa del medio
ambiente, pues nos encontramos en la actualidad en una situación muy por encima de la capacidad de regeneración natural del planeta.
En este sentido, es imposible dar cuenta de todas las aportaciones del conjunto
de autores que, desde finales del siglo XVIII y hasta los principios del nuevo milenio,
conforman el pensamiento básico sobre el desarrollo. No obstante, en los apartados
que siguen (6.1 a 6.3) se intenta presentar un marco conceptual comprensivo (o al
menos representativo) del conjunto y una evolución del mismo, marcando la diversidad de opciones y los elementos diferenciales.
Finalmente, en el apartado 6.4, se aborda la posibilidad de un planteamiento
integral que permita considerar de manera completa los diferentes elementos,
económicos y no económicos, de oferta y demanda, positivos y normativos, presentes
en la dinámica del desarrollo, capturados parcialmente por los diferentes tes enfoques
teóricos que están siendo considerados, recurriendo (paradójicamente, si se quiere,
por lo que supone de vuelta al pasado para construir el futuro) a un autor nacido en
Túnez en el siglo XIV, pero considerado como un antecesor de diferentes disciplinas
sociales actuales, como Filosofía de la Historia, Economía, Sociología y Ciencia
Política, entre otras.
Nota: Los puntos 61, 6.2 y 6.3 han sido preparados por RODRIGO JULIAN
MOGROVEJO MONASTERIOS2, a quien se agradece su extraordinaria
colaboración. El punto 6.4 sigue de cerca García Lizana (2006).
2 Doctor en estudios sobre el Desarrollo, HEGOA, Universidad del País Vasco ([email protected]).
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6.1. Los antecedentes.
Los economistas del siglo XVIII y principios del siglo XIX (Adam Smith,
Thomas Robert Malthus, Karl Marx o David Ricardo) se preocuparon por las causas,
consecuencias y perspectivas del análisis del crecimiento económico a largo plazo,
centrando la atención en la aplicación de los factores productivos y en el modo en que
se utilizan para promover la riqueza de las naciones. Además, aunque de manera
tangencial, estos economistas en su afán por estudiar el fenómeno del crecimiento
económico abordaron las perspectivas de lo que entonces se denominaban las ―áreas
atrasadas‖ o lo que actualmente representan los países en vías de desarrollo. Esa
preocupación desaparecería en las corrientes económicas, inmediatamente posteriores.
Por lo tanto, el denominado ―paréntesis neoclásico‖, con gran influencia ente los años
de 1870 y 1936, desplazó el interés económico hacia cuestiones generalmente de
equilibrio a corto plazo de las economías ya desarrolladas (Bustelo, 1991; Meier, 1987).
Por tanto, las raíces de la teoría moderna del crecimiento económico,
paradójicamente, se encuentran en la tradición de la economía clásica de los siglos
XVIII y XIX (Lewis, 1988). Por otro lado, la ortodoxia económica neoclásica de
finales del siglo XIX y principios del siglo XX sustituyó la teoría clásica del ―valor-
trabajo‖ por una nueva aproximación subjetiva al valor basado en la ―utilidad-
escasez‖. Nació, en consecuencia, la Economía matemática, ya que los análisis
marginalistas o neoclásicos eran susceptibles de ser formalizados en ecuaciones y modelos de gran elegancia.
Pues bien, en el denominado paréntesis neoclásico se desarrollaron tres
escuelas: la Escuela de Lausana con exponentes como Léon Walras (1834-1910) y
Vilfredo Pareto (1848-1923), la Esuela Inglesa con pensadores como Stanley Jevons
(1835-1882) y Alfred Marshall (1842-1924), y la Escuela Austriaca con exponentes
de la talla de Carl Menger (1840-1921), Friedrich von Wieser (1851-1926) y Friedrich
von Hayek (1899-1922). Los cuatro puntos en común de tales escuelas fueron: (1) la
defensa del comportamiento racional del consumidor y demás sujetos que intervienen
en la vida económica (―homo economicus” 3); (2) el incremento de la demanda del
consumidor hasta la anulación de la utilidad marginal; (3) la igualdad entre el salario
y la productividad marginal del trabajo, y (4) la lógica perfecta del mercado (Meier y
Baldwin, 1957; Marshall, 1947). Al mismo tiempo, mantenían la atención prestada
por los clásicos a la aplicación de los factores productivos para impulsar el
crecimiento de la economía, entendiendo que los ajustes automáticos del mercado sin
interferencias externas, dada la naturaleza del ―homo economicus”, garantizaban el
mejor funcionamiento económico, impulsando los avances gracias a las innovaciones tecnológicas, aparición de economías de escala, etc.
Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial, la hegemonía de la
escuela neoclásica terminó mediante el pensamiento teórico de John Maynard
Keynes, que tuvo gran influencia a partir de 1936, ante el fracaso de la escuela
neoclásica para resolver los problemas generados por la Gran Depresión. Keynes
introdujo una perspectiva dinámica al estudio económico, aunque sólo fuese para
3 La expresión homo economicus denota una forma de ver el comportamiento del ser humano, entendido como una persona racional, capaz de decidir y actuar, con conocimiento y que persigue lograr beneficios personales siguiendo principios de menor esfuerzo y mayor logro.
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tratar la inestabilidad cíclica a corto plazo de las economías desarrolladas. Por tanto,
el pensamiento económico de Keynes terminó con la idea de que una economía de
mercado conduce automáticamente al pleno empleo. De esta manera, esa pérdida de
fe en los automatismos reguladores de la economía abrió la puerta a la necesidad de la
intervención del Estado para alcanzar una situación de pleno empleo (Thirlwall,
1987), centrando la atención en el papel que juegan el consumo, la inversión, las exportaciones y el gasto público.
La escuela formada en un primer momento a partir del pensamiento de Keynes
(denominada keynesiana), sentó, además, las bases de lo que luego serían las teorías
modernas del crecimiento, impulsadas por sus discípulos: Roy Harrod, Evsey Domar
y Nicholas Kaldor. Así pues, nada más comenzar la segunda mitad del siglo XX, dos
economistas y discípulos de Keynes, el británico Harrod y el norteamericano Domar,
plantearon por separado un modelo similar, el cual contiene una versión simplificada y sintética de las relaciones dinámicas básicas de la economía (Thirlwall, 1987).
El modelo Harrod-Domar, por tanto, señala que el crecimiento económico
depende de tres factores: (1) la tasa de ahorro: condicionada por los hábitos de gasto
de los hogares; (2) la relación capital-producto: modo en que las empresas determinan
el capital que requieren para un volumen de producto deseado, y que se considera
dado a corto plazo; y (3) la tasa de depreciación. El modelo señala también que un
incremento en la propensión al ahorro incrementa la tasa de crecimiento; y a la
inversa, concluye que un incremento en la relación capital-producto reduce dicha tasa (Gylfason, 1999).
No obstante, el modelo Harrod-Domar recibió grandes críticas por el enfoque
―síntesis neoclásica-keynesiana‖, desarrollado especialmente entre los años de 1948 y
1957, con autores como Paul Samuelson, Robert Solow y Trevor Swan4 (Hahn y
Matthews, 1970). Más en concreto, el modelo Harrod-Domar tuvo una contraofensiva
teórica a través del modelo de Solow. Este modelo abandonó el supuesto que sostenía
que la relación capital-producto es constante, situación que, a su vez, permitió romper
el argumento del modelo Harrod-Domar que asumía que el crecimiento es inestable y
que resulta, prácticamente, imposible alcanzar una situación de pleno empleo (Jones, 1974; Gylfason, 1999).
Por lo tanto, el modelo de Robert Solow (1956) establece que a largo plazo el
crecimiento es estable con una tasa de expansión de pleno empleo. Así pues, aun
cuando Harrod abrió el campo de la teoría del crecimiento, el modelo más influyente
en el pensamiento económico fue el modelo de Solow. En realidad, este modelo
supone una recuperación del pensamiento neoclásico, en la medida en que centra su
atención en la función de producción. Así, sostiene que en una función de producción
agregada el output (o producto) obtenido es el resultado de la aplicación de unos
determinados input (o factores productivos: capital y trabajo). Además, estos input se
combinan de acuerdo con las tecnologías disponibles y conforme a los precios que
rigen el mercado de factores. El modelo de Solow, también, supone que existen
rendimientos de escala constantes y rendimientos marginales decrecientes para cada
factor5 (Hahn y Matthews, 1970).
4 La escuela denominada síntesis neoclásica-keynesiana compatibilizó la economía convencional neoclásica con el pensamiento de Keynes, es decir, reconcilió la tradición microeconómica neoclásica con el análisis macroeconómico keynesiano. 5 Los rendimientos de escala constantes se refieren a que si todo lo demás se mantiene igual, si se aplica el doble de input a la producción, se obtiene el doble del output. Y, los rendimientos marginales decrecientes
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Por último, el modelo de Solow señala que las mejoras en productividad se
deben a procesos innovadores, al mismo tiempo que la renta per cápita depende de la
relación capital-trabajo y del ritmo del progreso técnico. Es decir, cuanto mayor sea la
tasa de progreso técnico y más elevado sea el nivel de capitalización, mayor será la
renta per cápita de la economía. Sin embargo, el modelo también sostiene que a
medida que se incremente el stock de capital por trabajador, el producto per cápita aumenta cada vez a tasas menores.
Asimismo, el modelo de Solow aportó una ventaja práctica al estudio de la
economía, pues a partir de su formulación fue posible derivar una contabilidad del
crecimiento económico a través de: las horas trabajadas, el incremento del stock de capital productivo y la tasa de progreso técnico (Hahn y Matthews, 1970).
Por lo tanto, a finales de los años cincuenta y durante la década de los sesenta,
el ―pensamiento neoclásico‖ —respaldado con modelos de crecimiento como los de
Solow, y bajo autores como Peter Thomas Bauer, Harry Johnson, Hla Myint y Jacob
Viner— se convirtió en la ortodoxia del estudio del desarrollo económico. Aun
cuando sin desplazar del todo la pervivencia de los planteamientos keynesianos que
centraban en el comportamiento de la demanda y en los estímulos del sector público
la capacidad de crecimiento económico; al menos, en la práctica de las economías de los países occidentales.
6.2. Los modelos convencionales.
Los pioneros del desarrollo y la estrategia de las necesidades básicas.
Después de la Segunda Guerra Mundial, y paralelamente a la evolución de las
teorías anteriores, emergieron determinadas corrientes de pensamiento que rechazaron
la idea de que hubiera una única teoría económica válida para el análisis de cualquier
tipo de situación real. El rechazo a esta forma de entender los procesos de expansión
económica fue el que distinguió a los primeros especialistas o pioneros del desarrollo
(Harvey Leibenstein, Gunnar Myrdal, Albert Hirschman, Arthur Lewis, Ragnar
Nurkse, Raúl Prebisch, Paul Rosenstein-Rodan, Hans Singer, Jan Tinbergen, Walt
Whitman Rostow, entre los más destacados). Por lo tanto, la incapacidad analítica de
la teoría económica convencional (keynesiana y neoclásica) para enfrentarse a los
problemas de los países que empezaron a llamarse subdesarrollados —a raíz de un
informe de las Naciones Unidas de 1951, titulado Measures for the economic
development of under-developed countries— desembocó en la creación de enfoques novedosos (Bustelo, 1991).
Así pues, el estudio de las economías subdesarrolladas exigía, en opinión de
los pioneros del desarrollo, un instrumental distinto del creado por y para el análisis
de las economías desarrolladas. Por ejemplo, Paul Rosenstein-Rodan (1943) sostuvo
la existencia de una ―trampa del subdesarrollo‖. Más en concreto, este autor sostiene
que la insuficiente demanda de las economías en proceso de desarrollo provoca que la
inversión en el sector moderno brille por su ausencia, lo que ocasiona que los sectores
de un factor de producción se refieren a que a medida que aumenta la cantidad de un factor sin alterar el otro, aumenta el producto obtenido, pero en cantidades cada vez menores.
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modernos no crezcan lo necesario, reproduciendo circularmente la insuficiencia de la demanda.
Otros autores, como Ragnar Nurkse (1952), introdujeron el concepto de
―pobreza‖ en los procesos del desarrollo, con el denominado ―círculo vicioso de la
pobreza‖ que, en otras palabras, es la representación del encadenamiento de varios
fenómenos de oferta y de demanda6. Para romper este círculo, Rosenstein-Rodan y
Nurkse plantearon las siguientes soluciones: (1) aumentar el tamaño del mercado con
el objeto de incrementar la rentabilidad esperada, la inversión y el aprovechamiento
de las economías de escala; y (2) movilizar los recursos existentes para canalizarlos
hacia el sector moderno y/o generar más incentivos al ahorro (Meier, 1987).
Durante esta primera fase pionera del desarrollo, que tuvo como período de
mayor influencia los años comprendidos entre 1945 y 1957, los términos ―desarrollo‖
y ―crecimiento económico‖ se manejaban indistintamente. En general, se prestaba
poca atención a los efectos distributivos y sociales del crecimiento económico. Así
pues, el objetivo del desarrollo no era más que el aumento sostenido de la renta o PIB
per cápita, mientras que los medios contemplados para alcanzar tal fin eran: el
fomento de la acumulación de capital (la industrialización), la protección del mercado
interior y la intervención del Estado. En este sentido, los planteamientos de Nurkse y
de Rosenstein-Rodan, así como la teoría de las etapas de Walt Whitman Rostow7,
sostienen que el desarrollo de las naciones se puede alcanzar por la reproducción
paulatina de las experiencias de los países desarrollados, esto es, mediante la réplica
de sus procesos de industrialización (Meier, 1987). Por consiguiente, los primeros
autores del desarrollo eran partidarios de lo que se conoció después con el nombre de
―teoría de la modernización‖, implementado fundamentalmente entre los años de
1957 y 1969, enfoque que presta un énfasis desmesurado a la acumulación de capital
físico, frente al capital humano.
A finales de los años cincuenta y durante los años sesenta se registró una
recuperación del pensamiento neoclásico, el cual, bajo el mando ideológico de Peter
Thomas Bauer, criticó la propuesta de industrialización que los pioneros del
desarrollo habían formulado para los países del Tercer Mundo. Según el pensamiento
neoclásico, promover un sector industrial en regiones subdesarrolladas suponía
desatender la agricultura. En suma, los economistas neoclásicos, como señala Irene
Gendzier (1985), se mostraron abiertamente contrarios a los tres medios principales
que se habían propuesto durante la fase inicial del desarrollo: intervención del Estado, protección del mercado interior e industrialización
8.
Las críticas neoclásicas a la industrialización del Tercer Mundo, no obstante,
se envolvieron en lo que pretendía ser una ampliación del concepto de desarrollo, al
postular el ―desarrollo agrícola‖. Por ejemplo, Jacob Viner (1953) en su estudio
6 Los fenómenos de oferta a los que hizo referencia Nurkse se refieren a la escasez de capital y la baja productividad, que condiciona la reducida producción final, lo que impide aumentar la dotación de bines de capital; y los fenómenos de demanda, al bajo poder adquisitivo, lo que desanima la actividad de las empresas, y, por tanto, la generación de renta suficiente, manteniendo baja la capacidad de compra. 7 Fruto de las investigaciones de Rostow, este autor en 1960 sugirió la existencia de cinco grandes etapas en la evolución de los países: la sociedad tradicional, la situación previa al despegue, el despegue, el camino hacia la madurez; y la sociedad de consumo de masas. El tránsito entre una y otra etapa viene marcado por un cambio en la base económica, en el marco institucional y en el sistema de valores de las sociedades (Alonso, 2000). 8 Bauer, asimismo, criticó la ayuda extranjera porque consideraba que ésta era innecesaria para el progreso de los países pobres y, a menudo, servía para consolidar y prolongar políticas sumamente dañinas que, por lo común, se llevaban adelante y en nombre de la planificación integral.
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International trade and economic development, insistió en el progreso agrícola como
condición previa para el desarrollo. Ahora bien, la posición neoclásica de este autor
sólo fue una voz temprana y solitaria, al subrayar la importancia de la economía en la
reducción de la pobreza y la provisión de servicios básicos (como la educación, la
salud y la alimentación) como pruebas del desarrollo. Este autor, además, representó
ser un pionero del ―enfoque de las necesidades básicas‖, corriente de pensamiento que
consolidó las teorías ortodoxas del desarrollo, fundamentalmente entre los años de 1969 y 1978 (Meier y Seers, 1984).
Posteriormente, a finales de los años sesenta, se inició una nueva fase de la
historia del pensamiento económico. La preocupación por los objetivos más propios
del desarrollo —mejorar la calidad de vida de la población en vez de centrar la
atención exclusivamente en la expansión de la renta per cápita— se fue imponiendo
en la nueva escuela ortodoxa del desarrollo. Tal cambio implicó una distinta
percepción de la naturaleza del proceso del desarrollo. Más en concreto, esta nueva
etapa se inició en el año 1969, con motivo de la Undécima Conferencia Mundial de la
Sociedad Internacional para el Desarrollo (SID) que se celebró en Nueva Delhi. En
aquel encuentro se presentaron las líneas de un enfoque con alto contenido social
(centradas en el empleo, la distribución y la pobreza), que luego darían lugar a la
estrategia de las necesidades básicas (Streeten, 1977; Bustelo, 1999).
Inmediatamente después, la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
organizó tres misiones sobre el empleo en países de distintas regiones del planeta:
Colombia en 1970, Ceilán (actual Sri Lanka) en 1971 y Kenya en 1972. Las misiones
identificaron, sobre todo la de Kenya, que el problema del empleo mundial se
originaba por las largas horas trabajadas con una muy baja retribución, especialmente,
entre las poblaciones más vulnerables (OIT, 1972). De este modo, un problema que el
enfoque de las necesidades básicas identificó en sus inicios fue la ausencia de puestos
de trabajos productivos y bien remunerados, y la presencia de un desempleo experimentado por personas sin formación adecuada.
Además, lo importante para este nuevo enfoque no era sencillamente crear
empleos, sino generar oportunidades de empleo productivo para reducir la incidencia
de la pobreza. Así pues, de la preocupación por el desempleo y el subempleo se pasó
al análisis de los medios para mejorar la suerte de los trabajadores, especialmente en
el sector informal y entre las mujeres, áreas de estudio que recibieron, por primera vez, una atención destacada.
Diferentes autores destacaron en este naciente pensamiento de las necesidades
básicas. Irma Adelman (1961), por ejemplo, planteó una estrategia de lucha contra la
pobreza en tres etapas: redistribución radical de activos (assets), acumulación masiva
del capital humano y crecimiento intensivo en factor trabajo. Sin embargo, como
señala Paul Streeten (1979), la preocupación por el empleo y la distribución sucedió al
énfasis sobre la pobreza9. Con el paso del tiempo, la combinación de lucha contra el
desempleo, la mejora de la distribución del ingreso y la erradicación de la pobreza,
dieron lugar a un enfoque integrado, denominado propiamente como de las
―necesidades básicas‖ o esenciales.
9 Posteriormente, en 1974 el Banco Mundial (1974) lanzó a nivel mundial determinados programas de lucha contra la pobreza con los objetivos de incrementar el ingreso medio de la población a través de: el suministro de servicios básicos, como la educación, la promoción de la construcción de viviendas y el aumento de puestos de trabajo en sectores modernos.
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Años después, en 1975, en la Conferencia Mundial Sobre Empleo de la OIT,
se definieron formalmente las necesidades básicas que toda sociedad debía ver
satisfechas para guardar unos niveles de vida mínimos. Las necesidades se dividieron
en cuatro categorías: (1) el consumo alimentario, la vivienda y el vestido; (2) el
acceso a servicios públicos (educación, sanidad, transporte, agua potable y
alcantarillado); (3) la posibilidad de tener un empleo adecuadamente remunerado; y
(4) el derecho a participar en decisiones que afecten a la forma de vida de la gente y a vivir en un ambiente sano, humano y satisfactorio (Streeten, 1979; OIT, 1976).
De esta manera, el enfoque de las necesidades básicas —liderado por sus
autores más destacados, como Paul Streeten, Amartya Sen, Hans Singer, Richard
Jolly, quienes luego formarían el núcleo intelectual de los Informes sobre el
Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo,
PNUD— representó un progreso intelectual respecto a las aportaciones de los
pioneros del desarrollo. Un paso importante en esta línea fue la publicación por el
Banco Mundial en 1981 de Lo primero es lo primero: satisfacer las necesidades
humanas básicas de los países en desarrollo, un estudio que resume el enfoque de las
necesidades básicas y la experiencia del Banco en esta área (Griffin, 2001; Streeten, 1986).
Por lo tanto, como sostuvo Mahbub ul Haq (1976), uno de los colaboradores
de Streeten, la única forma de eliminar la pobreza absoluta, de una forma permanente
y sostenible, es aumentando la productividad de los pobres. Sin embargo, para ello es
necesario que los pobres tengan unas necesidades básicas satisfechas. Así pues, el
enfoque de las necesidades básicas no es sólo un intento per se de distribuir los
ingresos y dar bienestar social a los pobres, ni representa un intento para denegar la
industrialización y la modernización a los países pobres. Por el contrario, se trata de
una reacción pragmática al urgente problema de la pobreza mundial, entendiendo su reducción como un objetivo fundamental del desarrollo económico (Hidalgo, 1998).
El enfoque de las necesidades básicas, por otro lado, para autores como
Streeten (1986) postula que los seres humanos adquieran oportunidades para alcanzar
un pleno desarrollo físico, mental y social, como también los medios necesarios para
alcanzar esas oportunidades. Este enfoque, por consiguiente, trata de atender a grupos
con carencias concretas, que ven insatisfechas sus necesidades básicas materiales y no
materiales10
. Sin embargo, la satisfacción simultánea de estas necesidades genera un
conflicto a la hora de intervenir sobre ellas, por lo que la jerarquización de éstas es necesaria, tal y como se hizo en la Conferencia de la OIT de 1975.
Por consiguiente, el enfoque de la satisfacción de las necesidades básicas se
convirtió en los años setenta en el centro de las teorías ortodoxas del desarrollo y el
punto de referencia de una distinta concepción del desarrollo, el desarrollo que
promovía la lucha contra la pobreza, frente a las anteriores teorías pioneras del
desarrollo y a las posteriores formulaciones neoliberales. Sin embargo, según Hidalgo
(1998:237), ―[…] este enfoque adolece de un desarrollo analítico profundo que vaya
más allá de las declaraciones políticas y los programas de ayuda internacional; como
10 Las necesidades básicas materiales se pueden clasificar como: nutrición, salud, alojamiento, agua, saneamiento y educación; y las nos materiales como: autodeterminación, confianza en sí mismo, seguridad, participación ciudadana, participación de los trabajadores en las decisiones públicas y laborales, e identidad nacional y cultural.
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también carece de un sustrato teórico importante en que basar todas las políticas de satisfacción de las necesidades básicas […]‖
11.
A fin de cuentas, el enfoque de las necesidades básicas fue excesivamente
pragmático, lo cual dificultó su propio desarrollo intelectual; el propio Streeten (1984)
publicó un artículo en el cual identificó ―las preguntas sin contestar del enfoque‖, que
serían las siguientes: (1) quién define las necesidades; (2) si la meta es ―el
florecimiento humano‖ o ―la satisfacción de las necesidades básicas‖; (3) cuál es el
papel de la participación; (4) cuáles son las necesidades que las instituciones pueden
legítimamente planear satisfacer; y (5) cómo coordinar los recursos internacionales
para satisfacer las necesidades básicas.
Sin embargo, antes de que tales preguntas fueran adecuadamente atendidas,
mientras la investigación y discusión se desarrollaban, diferentes programas
operativos del Banco Mundial y de la OIT, instrumentaban ―respuestas‖
apresuradamente. Dichas instancias se concentraron en los insumos a la salud, la
educación, el vestido, la vivienda y la higiene, dado que resultaban relativamente más
baratos y fáciles de medir. El problema radicó en que el énfasis puesto únicamente en
tales insumos constituyó una mala interpretación del acercamiento de las necesidades
básicas, que en principio abarcaba un estudio más amplio de las necesidades humanas, y por ende, acabó por redefinirlo y subvertirlo (Streeten, 1984).
El enfoque estructuralista y la teoría de la dependencia.
A partir de finales de los años cuarenta, comenzaron a conformarse otro tipo
de teorías del desarrollo, denominadas como ―heterodoxas‖, alternativas y críticas a la
corriente ortodoxa del desarrollo o parte de la corriente principal (mainstream) de la
Economía. Así pues, estas corrientes heterodoxas han sido denominadas, en términos
generales, como "estructuralistas", por cuanto el eje determinante de su análisis sobre
el desarrollo y el subdesarrollo se centra en la estructura de la economía mundial, que
ha conformado a lo largo de la historia. En tal estructura existe un centro (países
desarrollados) que controlan y se benefician del sistema; y una "periferia" (países
pobres) que sufren dependencia y explotación por parte del centro, lo cual les
mantiene sumidos en el subdesarrollo. De este modo, el subdesarrollo seria fruto no
de un atraso cronológico o de un estadio "menos avanzado" en la senda hacia la
modernización y el desarrollo, sino fruto de una ubicación desventajosa en la estructura del sistema capitalista mundial (Prebisch, 1949).
Así pues, la teoría heterodoxa del desarrollo surgió, en gran parte, por la
desigualdad de los términos de intercambio (el valor comparado de los productos
exportados e importados), e incluso el deterioro de tales términos, de los países de la
periferia respecto a los del centro. El resultado era una transferencia neta de riqueza
del centro a la periferia, que contribuía al desarrollo de aquel y al subdesarrollo de ésta.
11 Además, el enfoque de las necesidades básicas sufrió una aplastante derrota frente a la contrarrevolución neoclásica de los años ochenta. Las causas de tal derrota fueron: (1) el marcado pero inacabado carácter keynesiano de las necesidades básicas, opuesto al neoliberalismo triunfante; (2) el freno a los modelos de desarrollo que se orientaban a la industrialización y a la exportación; y (3) la necesidad de un importante volumen de ayuda internacional cuyo uso eficiente era bastante cuestionado (Hidalgo, 1998).
Política de desarrollo Antonio García Lizana
Rodrigo Mogrovejo
133
En este sentido, las teorías heterodoxas del desarrollo tuvieron una notable
influencia del pensamiento económico del propio mundo en vías de desarrollo. Así
pues, como corrobora Gabriel Guzmán (1976), el ―pensamiento estructuralista
latinoamericano‖ —gestado en el seno de la Comisión Económica de las Naciones
Unidas para América Latina (CEPAL), entre los años de 1949 y 1957— tuvo un
protagonismo notable en la visión económica de un mundo conformado por dos bloques diferenciados con relaciones asimétricas entre ellos..
Esta conformación dual y diferenciada de la estructura de la economía
mundial, según el economista argentino Raúl Prebisch (1949) a quién se le debe esta
visión económica, es el resultado de un único proceso histórico de consolidación del
sistema de mercado en el plano internacional. Asimismo, como se señaló párrafos más
arriba, el pensamiento estructuralista no concibió el subdesarrollo como una especie
de rezago histórico en esa senda única de transformaciones sucesivas, tal como lo definió Rostow.
El enfoque de la CEPAL, por otra parte, descansa en tres ideas centrales: (1)
las estructuras productivas de los países centrales y de las economías de la periferia
son fundamentalmente distintas, los primeros se caracterizan por la homogeneidad
interna (en términos de tecnología, productividad…) y la diversificación productiva; y
los segundos por la heterogeneidad entre los diferentes segmentos de la economía y
especialización productiva y exportadora en productos del sector primario; (2) tales
estructuras están relacionadas entre sí a través de la división internacional del trabajo,
que tiende a asignar funciones productivas distintas a unos países y otros, atendiendo
a las características de sus estructuras; y (3) esas relaciones entre centro y periferia
son asimétricas, en perjuicio de los países de la periferia, condicionando el mantenimiento de las desigualdades (Bustelo, 1999).
Del mismo modo, como señala Bustelo (1999), los planteamientos cepalinos
tienen raíces en el pensamiento económico clásico y en el marxismo, y están
empapados de un lenguaje keynesiano. Esta ambigüedad hace difícil determinar el
cuadro teórico en que se mueve tal análisis. Con todo, el pensamiento de la CEPAL
sirvió de base para la creación de uno de los enfoques más importantes en la línea
heterodoxa, como fue el ―enfoque de la dependencia‖, implementado con mayor grado de influencia entre los años de 1957 y 1969.
Sin embargo, antes de adentrarnos en el estudio del enfoque de la dependencia
conviene presentar la teoría del desarrollo marxista, porque esta escuela de
pensamiento influyó de forma decisiva en el enfoque de la dependencia,
fundamentalmente por su influencia en el estudio del materialismo histórico y la
conflictividad, así como en el análisis del desequilibrio y la injusticia del sistema
capitalista (Yotopoulus y Nugent, 1981). En efecto, la teoría del desarrollo de Marx se
basa en una teoría de etapas, propia del materialismo histórico, en la que el motor del
cambio es la lucha de clases12
.
El análisis de la ―teoría del desarrollo‖ en el marxismo arranca de las teorías
del valor y de la plusvalía. En este sentido, el valor de cada bien, con independencia
del precio en el mercado, depende de la cantidad de trabajo que lleve incorporado. Por
12 El pensamiento marxista tiene su origen en 1867 en la obra de Karl Marx (1973) “El Capital”. La base filosófica de esta obra se encuentra en el modo de producción correspondiente a un cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas, lo que a su vez determina las relaciones sociales de producción, las mismas que además definen la estructura clasista de una sociedad. Asimismo, este modo y relaciones de producción originan una superestructura de ideas e instituciones.
Política de desarrollo Antonio García Lizana
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134
lo tanto, según esta escuela el trabajo es el único factor capaz de generar valor y,
como el precio del trabajo es el salario, el valor de los bienes producidos
corresponderá a su coste en salarios13
. La clase capitalista, además, se apropia, en
forma de beneficios netos, intereses y renta de la tierra, de la plusvalía generada en el
proceso de producción, mientras que la clase trabajadora sólo se queda con la masa
salarial (el salario corresponde al precio del mercado del trabajo). Sin embargo,
debido a la existencia de un excedente de mano de obra (el ejército de la reserva),
dicha masa salarial se ve reducida a un nivel de subsistencia (Hidalgo, 1998; Furtado,
1972).
Prosiguiendo con este pensamiento, el incremento de la plusvalía es una de las
preocupaciones constantes de la clase capitalista14
. Igualmente, esta línea teórica
sostiene que las innovaciones técnicas traen consigo un aumento en la cantidad del
equipo capital necesario para generar procesos de acumulación. Al mismo tiempo, este proceso sólo es posible de conseguir ahorrando parte de la plusvalía
15.
Así pues, la acumulación de capital altera la composición orgánica de éste,
aumentándola vía inversión, pues el capital constante crece más rápidamente que el
variable. Al mismo tiempo, la introducción de innovaciones tecnológicas por parte de
los capitalistas incrementa la productividad y disminuye el precio de los productos, y
ello trae consigo una plusvalía superior. De este modo, la plusvalía se distribuye de
manera desigual entre los capitalistas, lo que conduce a la eliminación de los más
débiles del mercado y genera una tendencia a la concentración del capital en manos de unos pocos (Hidalgo, 1998).
Después de haber descrito brevemente el pensamiento marxista sobre el
desarrollo, pasamos a continuación a analizar el enfoque de la dependencia. Uno de
los autores más representativos de esta escuela fue Paul Baran (1957) quién propuso
un cambio de paradigma en los estudios sobre el desarrollo. Las aportaciones de
Baran pueden resumirse en dos grandes planteamientos: en primer lugar Baran
concibe el subdesarrollo no como un retraso en el desarrollo, ni como una etapa
previa al desarrollo, sino como el producto histórico del desarrollo de los países
avanzados. Es decir, adopta una visión del desarrollo y del subdesarrollo como dos manifestaciones de un mismo proceso.
En segundo lugar, Baran señala que el supuesto carácter progresista del
capitalismo en el Tercer Mundo debe ser reconsiderado. La escuela de la dependencia,
por tanto, sostiene que el desarrollo en el Tercer Mundo, bajo un sistema capitalista,
es imposible, porque el crecimiento industrial está fuertemente obstaculizado por el
imperialismo de países occidentales. Por lo tanto, la única solución según esta escuela
es la revolución socialista y, en una posición más extrema, la ruptura con el mercado mundial (Baran, 1957).
13 La escuela marxista sostiene también que el producto social, es decir, la producción valorada a precios de mercado, estará compuesto por la parte correspondiente al coste del capital constante (depreciación de los equipos y materias primas), la parte del capital variable (salarios), y un excedente que Marx denomina plusvalía (diferencia entre el producto social y el gasto en capital constante y variable). 14 El incremento de la plusvalía se alcanza, según el pensamiento marxista, por medio de: la ampliación de los horarios de trabajo, la reducción de los salarios por debajo del nivel de subsistencia y la introducción de innovaciones técnicas que mejoren la productividad. 15 Marx distingue entre reproducción simple de capital —plusvalía consumida por los capitalistas, excluyendo la posibilidad de que exista acumulación— y reproducción ampliada del capital, plusvalía que se divide en tres partes: para el consumo de los capitales, para el aumento del capital constante y para incrementar el fondo salario.
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Posteriormente, y a partir de Baran, se desarrollaron tres corrientes dentro del
enfoque de la dependencia: el planteamiento del ―desarrollo del subdesarrollo‖, según
la cual sólo podría perpetuarse el subdesarrollo en la periferia capitalista; ―la
reformulación dependentista‖ de los análisis de la CEPAL para ilustrar los obstáculos
internos y externos que impiden el desarrollo nacional; y ―la tesis del desarrollo
dependiente‖, según la cual el desarrollo de la periferia es posible; pero está
condicionado por la dependencia, generando contradicciones y desigualdades
específicas. Los principales exponentes de estas corrientes fueron Samir Amin,
Theontonio Dos Santos, Celso Furtado, Osvaldo Sunkel, Fernando Cardoso y Enzo Faletto, entre muchos otros (Bustelo, 1999).
Hay que destacar que la teoría de la dependencia contribuyó al nacimiento de
otras vertientes de pensamiento sobre el desarrollo, por ejemplo, el denominado
―enfoque del desarrollo autónomo‖, una visión que surgió en el seno de los encuentros
de las Naciones Unidas en Cocoyoc, México, de 197416
. En dichos encuentros, la
participación de teóricos del desarrollo como Samir Amin e Ignacy Sachs destacó la
importancia de las estructuras sociales y económicas para fomentar procesos
ambientales y de desarrollo. En este sentido, se proclamó que resulta necesario un
desarrollo centrado en la armonía de los seres humanos con el medioambiente para
alcanzar una mayor autonomía de los países pobres sobre los países más desarrollados
(UNEP/UNCTAD, 1974). Además, el desarrollo autónomo, como señala la
Fundación Dag Hammarskjöld (1975), se centra en cuatro dimensiones: primero, ser
endógeno (es decir, basarse en los valores, culturas y circunstancias de cada
sociedad); segundo, ser autónomo y autosuficiente (lo que significa que debe
sostenerse en los recursos humanos, naturales, físicos y culturales de cada sociedad y
que, a su vez, debe orientarse hacia las necesidades materiales e inmateriales); tercero,
ser ambientalmente adecuado; y cuarto, ser estructuralista (lo que significa conducir a una transformación estructural).
Asimismo, inspirados por el enfoque de la dependencia, algunos de los autores
del desarrollo autónomo reafirmaron que no es posible alcanzar una autonomía
nacional en un sistema de dependencia económica y por tanto es necesaria la
desconexión del sistema internacional. Por ejemplo, la teoría de la desconexión de
Amin (1990) —desarrollada en su libro la desconexión, hacia un sistema mundial poli céntrico— constituye un ejemplo de tal aseveración.
La nueva recuperación del pensamiento neoclásico.
En los años ochenta, en un contexto no sólo de frustraciones en el ámbito de
las políticas de desarrollo aplicadas en los países del Sur, sino, igualmente, de
deterioro económico generalizado y persistente que desafiaba a la Ciencia Económica,
en el que la incapacidad de aportar respuestas sólidas había contribuido al descrédito
del análisis keynesiano, al mismo tiempo que el pensamiento estructuralista se
encontraba en crisis y la Economía radical del desarrollo en decadencia, tras el auge
en los años setenta del enfoque de las necesidades básicas (contestado por otra parte
por algunos dirigentes del Sur), resurgió nuevamente el pensamiento neoclásico. Esta
16 La Cumbre de Cocoyoc, denominada Patrones de uso de los recursos y estrategias ambientales y de desarrollo, fue organizada por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y por la Conferencia de Comercio y Desarrollo, también de Naciones Unidas.
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136
―contrarrevolución neoclásica‖ (1980-1990) fue encabezada por autores como Belá
Balassa, Anne Krueger o Ian Malcolm David Little, quienes criticaron con virulencia
la intervención gubernamental y las estrategias de industrialización por sustitución de
importaciones promovidas por las teorías heterodoxas del desarrollo. Asimismo, estos
autores defendieron apasionadamente la liberalización interna (reducción del peso del
Estado) y la liberalización externa (apertura comercial y financiera) de los países del Tercer Mundo (Bustelo, 1999).
Hay que subrayar que este enfoque influyó en las ideas y los programas de los
principales organismos internacionales, mediante el llamado Consenso de
Washington17
. Tal Consenso, puede encontrarse en diversos informes anuales del
Banco Mundial en los años ochenta (1981, 1987), al tiempo que su incidencia se refleja enseguida en los programas de ajuste estructural que esa institución promovió.
Asimismo, sobre la base de los estudios realizados en los sesenta por Theodore
Schultz, en los que trataba de demostrar el comportamiento racional de los agentes
económicos de los países del Sur como ocurre en los países ricos, revitalizaron la
―monoeconomía‖, esto es, la existencia de una única teoría económica válida para el
análisis de cualquier tipo de situación real. La teoría neoclásica puede y debe, por
tanto, aplicarse al análisis de las políticas de desarrollo. De forma coherente con todo
ello, se repuso al crecimiento económico y a las políticas de ajuste en el pedestal del
que habían sido depuestas por el enfoque de las necesidades básicas, más interesado en cuestiones sociales y de distribución de la renta.
Precisamente, a lo largo de la década de los ochenta, las teorías del
crecimiento corrigieron algunas de las deficiencias que se identificaron en el modelo
de Solow. Por ejemplo, este modelo, pese a sus ventajas, conduce a un resultado
paradójico: como se ha comentado párrafos más arriba, en el modelo de Solow la
producción depende de la relación capital-trabajo y del ritmo del progreso técnico, es
decir, cuanto mayor sea la tasa de progreso técnico y más elevado sea su nivel de
capitalización, mayor será la renta per cápita de la economía. No obstante, el modelo
establece la variable de progreso técnico como variable exógena; y el efecto que sobre
el crecimiento puede tener la relación capital-trabajo está sometido a rendimientos
decrecientes (a medida que se incrementa el capital, sin alterar el trabajo disponible, se incrementa el producto, pero en tasas cada vez menores).
Dicho de otro modo, dado que el modelo hace descansar el crecimiento
únicamente sobre la expansión del stock del capital, la economía se encaminaría hacia
un estadio de estancamiento (un hecho que no parece observarse en la realidad). Por
lo tanto, los dos únicos factores que pueden evitar ese resultado son el progreso
técnico o bien el incremento de la población, pero ambas variables son consideradas
exógenas. Cabría decir, de este modo, que el modelo de Solow elude explicar aquellas
variables que se revelan como cruciales para justificar el crecimiento (Gylfason,
1999).
17 El Consenso de Washington fue una concepción común en las instituciones financieras internacionales localizadas en Washington (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional) que fue formulada por John Williamson (1990) a principios de los años noventa. Tal Consenso recoge una síntesis del pensamiento político neoliberal, ligado a los postulados neoclásicos. Tres son sus elementos centrales: el diagnóstico de la crisis de los países latinoamericanos, que habían aplicado las políticas de industrialización por sustitución de importaciones, las recomendaciones de políticas económicas a aplicar a corto plazo, y las recomendaciones de políticas de reforma estructural.
Política de desarrollo Antonio García Lizana
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137
Pues bien, los nuevos modelos de crecimiento endógeno18
, propuestos en los
años ochenta por autores como Paul Romer, Robert Lucas o Gene Grossman,
proponen una modelización para que la dinámica económica descanse sobre factores
endógenos (esto es, generados en el propio proceso del crecimiento), y para encontrar
un factor de tales características que sea capaz de impulsar la dinámica económica sin
encontrarse sometido a rendimientos marginales decrecientes. Uno de estos modelos,
dirigidos por Grossman, partió de una propuesta muy cercana a la de Solow. Primero,
se acepta como supuesto que sólo el uso del capital permite a los trabajadores
incrementar sus niveles de formación (ese proceso es conocido por su expresión en
inglés ―learning by doing‖). Es decir, el output (producto) en este modelo depende del
stock de capital y de la eficiencia con el que éste es usado en la producción. Dicho de
otro modo, el output depende de la cantidad y de la calidad del capital disponible19
(Lucas, 1988).
Por otra parte, como sostiene Thorvaldur Gylfason (1999), es conveniente
destacar que buena parte de los modelos de crecimiento endógeno descansan sobre el
papel protagónico que tiene el conocimiento, bien sea asociado a la tecnología o al
capital humano, en la promoción de la dinámica económica. Por ejemplo, Lucas
(1988) presenta una variante al modelo de Solow, señalando que el aumento de la
productividad se produce como consecuencia del stock de capital humano.
Así pues, el crecimiento económico, según los modelos de crecimiento
endógeno, puede mantenerse a lo largo del tiempo siempre que las inversiones en
bienes de equipo, en capital humano y en investigación y desarrollo generen
rendimientos crecientes a través de la difusión de las innovaciones y del conocimiento
por todo el sistema productivo. En este sentido, la mejora de la calidad de los recursos
humanos —mediante la formación y la introducción de bienes de equipo que
incorporen nueva tecnología, y la acumulación de conocimientos procedente de las
inversiones en I + D— producen un efecto innovador que se propaga por todo el entorno, denominado en inglés ―spillover effect”
20 (Lucas, 1988).
Al mismo tiempo que, en opinión de Malinvaud, las teorías del crecimiento
endógeno predisponían a muchos investigadores a favor de la intervención del Estado,
en relación con los sistemas de enseñanza y formación y las actividades de I +D, se
estaba generando escepticismo por las bondades que no llegaban de las recetas
propugnadas por la ―contrarrevolución neoclásica‖. De este modo, un nuevo enfoque
denominado ―favorable al mercado‖ emergió a principios de la década de los noventa,
el cual se constituyó como el pensamiento de desarrollo dominante en la agenda
18 No confundir, a pesar de utilizarse el mismo adjetivo, con el carácter endógeno del desarrollo autónomo aludido en el apartado anterior. . 19 En este modelo se puede mencionar que no existen rendimientos decrecientes al aumentarse el capital, con lo que es posible que se produzca un proceso continuado de crecimiento de la renta per cápita. Es decir, este modelo es capaz de justificar tasas de crecimiento económico positivas a largo plazo sin la necesidad de acudir al incremento exógeno de alguna de las variables implicadas. 20 En definitiva, según las nuevas teorías del crecimiento, el conocimiento se transfiere de unas empresas a otras a través de la red de relaciones formales e informales que existen entre ellas, de la interacción con los clientes y los proveedores, y a través del mercado de trabajo. Todas las empresas, incluso las que compiten con las empresas innovadoras se benefician de este fenómeno de difusión del conocimiento, sin que ello afecte a sus costes de producción. Así pues, el conjunto de la economía se beneficia de los rendimientos crecientes que se generan de las decisiones individuales de inversión en conocimiento de las empresas (Lucas, 1988)
Política de desarrollo Antonio García Lizana
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138
económica internacional. Organismos internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) se adscribieron al mismo.
Dos causas de esa reevaluación crítica de la ortodoxia de la economía merecen
ser destacadas. En primer lugar, las políticas de inspiración neoclásica aplicadas en
muchos países del Tercer Mundo en los años ochenta arrojaron resultados mediocres,
cuando no claramente negativos. El crecimiento de la renta per cápita real no sólo se
redujo en el período de 1980 a 1990 respecto al período de 1970 a 1980, sino que
incluso cambió de signo haciéndose negativo21
. Por el contrario, en regiones como
Asia oriental y Asia meridional, que recurrieron mucho menos a este tipo de medidas,
los ingresos por habitante se incrementaron. En segundo término, cabe mencionar el
reconocimiento del Banco Mundial respecto a la intervención del Estado como un
factor de desarrollo y como una de las razones del éxito de los dragones asiáticos en
los años ochenta (principalmente Corea del Sur y Taiwán) (Bustelo, 1999).
Así pues, la reevaluación de la actitud radicalmente liberal de mediados de los
años ochenta desembocó en la defensa de un enfoque favorable al mercado que
reconoce el papel del Estado, pero siempre que se encamine a sustentar o a apoyar, y
no a sustituir o suplantar, al mercado. Por tanto, se trata de una reinterpretación
cautelosa del papel del Estado, pero de reconsideración al fin y al cabo. Por ejemplo,
la contrarrevolución neoclásica de los años ochenta sólo aceptaba una intervención
del Estado para crear un marco macroeconómico estable y un sistema legal moderno,
así como para eliminar las distorsiones en el sistema de precios. No obstante, el nuevo
enfoque admite la necesidad de políticas deliberadas para: (1) mantener la estabilidad
macroeconómica; (2) crear un entorno competitivo para las empresas; (3) efectuar
inversiones en capital físico (infraestructuras) y capital humano (educación y sanidad); y (4) potenciar el desarrollo institucional (Banco Mundial, 1991).
Así, el Banco Mundial (1991), en su Informe sobre el desarrollo mundial,
explica el enfoque favorable al mercado que los países asiáticos habrían seguido para
alcanzar tan buenos resultados en términos de crecimiento económico. Aquel informe,
además, hace un especial hincapié en la inversión estatal que se realizó en capital
humano como clave de tal éxito. La notable preferencia por la enseñanza primaria y
secundaria frente a la superior —y, dentro de la educación superior, el fomento de las
carreras universitarias técnicas— fue considerada como uno de los factores clave para
el impulso del crecimiento económico. Sin embargo, como señala Bustelo, el enfoque
favorable al mercado promocionado por el Banco Mundial no ha supuesto un cambio
de paradigma respecto a la ortodoxia neoclásica de los años ochenta y, por lo tanto,
este enfoque sería heredero directo de los planteamientos neoliberales del decenio anterior (Bustelo, 1999; Banco Mundial, 1993).
6.3. Nuevos planteamientos.
Desarrollo a escala humana y neo-estructuralismo.
21 En las regiones de Oriente Medio, Norte de África, África Subsahariana y América Latina la renta per cápita se redujo e incluso se convirtió en negativa. Estas regiones, además, fueron precisamente las que aplicaron más nítidamente las recetas ortodoxas de deflación y desregulación.
Política de desarrollo Antonio García Lizana
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139
Paralelamente al desarrollo de algunas de las teorías anteriores, a finales de los
años ochenta aparecieron también otros planteamientos inspirados por el enfoque de
la dependencia.
Quizá uno de los más importantes fue el liderado por el chileno Manfred Max-
Neef (1986), quien desde el Centro de Alternativas de Desarrollo de Chile (CEPAUR)
propuso un enfoque denominado ―desarrollo a escala humana‖. Éste se orienta en
gran medida hacia la satisfacción de las necesidades humanas, exigiendo un nuevo
modo de interpretar la realidad y proponiendo una manera distinta a la de la
económica convencional de evaluar el mundo, las personas y sus procesos. Por lo
tanto, el concepto de desarrollo a escala humana se sustenta en la satisfacción de
ciertas necesidades humanas fundamentales, como son la subsistencia, el
―entendimiento‖, la participación, la protección y el ocio. Asimismo, la educación
popular se entiende como un satisfactor esencial de la necesidad fundamental del
―entendimiento‖, necesidad cuya satisfacción estimula, a su vez, la satisfacción de
otras necesidades como son la protección, la participación, la creación, la identidad y
la libertad (Max-Neef et al., 1998).
Asimismo, cabe añadir que a finales de los años ochenta y principios de los
años noventa se produjo una revitalización del estructuralismo de la CEPAL,
movimiento dirigido por autores como Osvaldo Rosales, Osvaldo Sunkel y Gustavo
Zuleta. Este enfoque denominado como ―neoestructuralismo latinoamericano‖
formaliza matemáticamente las políticas de desarrollo y reconoce la diversidad dentro
del Tercer Mundo. Su origen se caracterizó por el rechazo a las políticas ortodoxas de
estabilización y de ajuste, aplicadas en los años ochenta, y a la necesidad de
recuperarse del ―decenio perdido‖ que para el desarrollo habían supuesto tales políticas promovidas por el Banco Mundial (Bustelo, 1999).
El enfoque del desarrollo humano.
A lo largo de las dos últimas décadas se ha producido un cambio notable en el
ámbito de la doctrina del desarrollo, como resultado de un acercamiento de las dos
esferas del desarrollo expuestas, esto es, las teorías ortodoxas y las teorías
heterodoxas. Tal cambio afecta al propio concepto del desarrollo, a la percepción
acerca de los actores que deben protagonizar su promoción, y a las políticas precisas
para alcanzarlo. Así pues, por lo que se refiere al concepto de desarrollo, cabría
explicar que en este periodo se ha tendido al abandono de una interpretación
estrechamente economicista, propia del pasado, para asumir una concepción más
compleja y multidimensional del desarrollo, en la que adquieren una mayor relevancia los aspectos sociales.
En este cambio de paradigma tuvo un protagonismo notable la formulación del
―enfoque del desarrollo humano‖, gestado en el seno del Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUD). Este enfoque estuvo, a su vez, muy inspirado en el
―enfoque de capacidades‖ desarrollado años atrás por el economista indio Amartya
Sen (1985), como también se inspiró en los trabajos de uno de los precursores del
enfoque de las necesidades básicas, Mahbub Ul Haq. Asimismo, este enfoque
comportó un desplazamiento del concepto de desarrollo desde una visión
dominantemente material (el desarrollo como ampliación de las capacidades
productivas) a otra que sitúa al ser humano como protagonista y destinatario del
Política de desarrollo Antonio García Lizana
Rodrigo Mogrovejo
140
proceso de cambio, entendiendo el desarrollo como una ampliación de las opciones de las personas (Sen, 1984; 1999; PNUD, 1990).
Según este enfoque, tales opciones pueden ser infinitas y cambiar a lo largo
del tiempo. Muchas veces, las personas, especialmente de países pobres y en algún
caso de países más desarrollados, valoran logros que rara vez se tienen en cuenta o al
menos no en forma inmediata, como por ejemplo: un mayor acceso al conocimiento,
una mejor nutrición y unos mejores servicios de salud, unas vidas más seguras, una
seguridad contra el crimen y la violencia física, unas horas de esparcimiento
satisfactorias, unas libertades políticas y culturales, y una participación en las
actividades comunitarias. El objetivo del desarrollo, por tanto, es crear un entorno que
permita que las personas disfruten de vidas largas, saludables y creativas (Anand y Sen, 2003).
Así pues, según este enfoque se puede hablar de desarrollo cuando las
personas son capaces de desplegar en mayor medida sus capacidades y ampliar el
escenario de sus posibles opciones futuras. El acceso a recursos económicos
necesarios para dar cobertura a las necesidades materiales (dimensión económica) se
considera como uno de los factores que determinan esas opciones. Pero, junto a los
recursos económicos, es necesario considerar también aquellos otros aspectos
(propios de la dimensión social) que condicionan las capacidades de las personas.
Tales aspectos sociales tienen que ver con la salud, la educación, el respeto a la
libertad y la dignidad creativa del ser humano; así como con el marco institucional de
ordenación social en el que las personas se integran. Esta múltiple dimensión del
desarrollo ha tratado de captarse, siquiera de forma aproximativa, a través del Índice de Desarrollo Humano (IDH) formulado por el PNUD (1990)
22.
Además de la dimensión social, el concepto de desarrollo ha incorporado en
los últimos años, con un protagonismo cada vez mayor, la dimensión referida al
medioambiente. Esta incorporación responde a la evidencia de que no puede haber un
desarrollo sostenible si no se busca un cierto equilibrio con el entorno natural en el
que la economía se inserta (Alonso, 2000). Los trabajos promovidos por las Naciones
Unidas (1987) a través de su informe Nuestro futuro común, y en especial por
Maurice Strong (1992), otorgaron a esta dimensión ambiental un papel crucial en el
diseño y concepción de los procesos de desarrollo, institucionalizando el concepto de
―desarrollo sostenible‖ en la red de Naciones Unidas. El PNUD, de esta manera,
combinó el paradigma de desarrollo sostenible con el de desarrollo humano, convirtiéndolo en el ―enfoque de desarrollo humano sostenible‖ (PNUD, 1998).
Además, el PNUD, a través de la publicación en 1988 de su documento
Integrando los Derechos Humanos al Desarrollo Humano Sostenible, propuso
estrategias centradas en la eliminación de la pobreza, la promoción de los derechos
humanos y el fomento del buen gobierno. Por lo tanto, el discurso del enfoque del
desarrollo humano sostenible, al que se ha sumado después el Banco Mundial,
introduce varias dimensiones sociales, económicas, ambientales y políticas para fomentar la igualdad de las oportunidades (Banco Mundial, 2001).
Finalmente, el hecho de incluir una dimensión política en la conceptualización
de desarrollo humano, permite en la actualidad establecer una definición compartida
22 Este índice integra tres variables básicas de este cuadro de opciones: poder disfrutar de una vida larga y saludable, poder adquirir conocimientos a través del sistema educativo y poder tener acceso a los recursos necesarios para alcanzar un nivel de vida decoroso.
Política de desarrollo Antonio García Lizana
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141
entre teóricos del desarrollo y activistas de los derechos humanos, consistente en una
―nueva visión del desarrollo‖ que se basa fundamentalmente en los derechos humanos
universales y en el concepto del ―derecho al desarrollo‖ (OHCHR, 2000). No
obstante, a partir de la propuesta de Sen (1999) en su obra Desarrollo y libertad, el
enfoque de capacidades humanas entiende que el enfoque del desarrollo humano es
sólo un punto de partida para su extensión y ampliación (Sen, 2000).
En conclusión, cabe señalar que la perspectiva del desarrollo humano ha
ganado un amplio reconocimiento y valoración en los espacios académicos,
económicos, sociales y políticos. Sin embargo, aún quedan muchos conceptos por
analizar, filosofías que revisar y aplicaciones por realizar para comprender las libertades humanas en su dimensión cabal (Nebel y Flores Crespo, 2008).
El enfoque de género en el desarrollo.
Como base teórica adicional, a partir del presente apartado se analiza dos
dimensiones sobre el desarrollo, el género y la etnicidad, el primero por constituir en
la actualidad una parte ineludible en el pensamiento sobre el desarrollo y el segundo
por su importancia en países caracterizados por una importante población indígena, como por los planteamientos indigenistas de sus gobiernos.
En los más de cincuenta años que han pasado desde la segunda guerra
mundial, como se ha expuesto en los anteriores puntos, se han formulado diferentes
formas de entender el desarrollo. Si bien tales diferentes enfoques han presentado
importantes diferencias en cuanto a la atención prestada a los problemas de las
mujeres, cabe señalar que en el marco de dicha evolución conceptual se ha ido
consolidando una perspectiva de género en el análisis del desarrollo, la cual se pretende estudiar en este subapartado.
La perspectiva de género no surgió de forma espontánea en las escuelas de
desarrollo, sino que fue fruto del trabajo de los movimientos de mujeres tanto en los
países del Norte como en los países del Sur. Asimismo, la incorporación de la
perspectiva de género al desarrollo está ligada al avance de los derechos de las
mujeres en el ámbito internacional, a través de las diversas Conferencias
Internacionales de las Naciones Unidas, como por ejemplo la Primera Conferencia
Internacional de la Mujer, celebrada en México en 1975 (Sánchez y Valle Rodríguez,
2007).
Como ya se ha dicho, hasta 1970, buena parte del pensamiento económico
partía de una concepción del desarrollo en términos fundamentalmente economicistas
(aumentar la productividad e incrementar los ingresos). Los programas de desarrollo
ignoraban a las mujeres y sus destinatarios eran exclusivamente los varones. Muchos
de estos programas se diseñaron desde el llamado enfoque del bienestar keynesiano,
partiendo del supuesto que una población abundante es sinónima de mano de obra.
Más adelante se consideró que, por el contrario, la causa de la pobreza eran las altas
tasas de natalidad y, por tanto, se pusieron en marcha políticas de control de la
natalidad, esterilizando a mujeres sin su conocimiento y culpabilizándolas de su
situación de pobreza. En todo caso, las políticas que se realizaron inicialmente bajo el
enfoque de bienestar keynesiano se limitaron a reforzar el papel reproductivo de las
mujeres. Su papel era el de meras intermediarias, receptoras pasivas de una ayuda de
carácter asistencial dirigida a garantizar la supervivencia de las familias (Boserup, 1993).
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142
No obstante, en la década de los setenta confluyeron dos elementos que
marcaron un hito en la introducción de la perspectiva de género en el desarrollo. Por
un lado, el ―enfoque de las necesidades básicas‖ y, por otro, el auge de los
movimientos feministas, los cuales influyeron en la labor de Naciones Unidas a favor
de las mujeres para ayudar a introducir la problemática de género en la agenda
política internacional (Conferencia Mundial de la Mujer 1985 y Década de la Mujer
1975-1985). Asimismo, durante los años setenta, a través de los encuentros
internacionales de Naciones Unidas se denunciaron los programas de desarrollo que
no sólo no favorecían la igualdad de género, sino que perpetuaban la discriminación
de las mujeres. Por lo tanto, si se agrupan las diferentes formas de entender el
desarrollo desde una perspectiva de género, a partir de los años setenta, y aunque
signifique simplificar bastante, se pueden diferenciar dos grandes enfoques,
denominados ―mujeres en el desarrollo‖ y ―género en el desarrollo‖ (Sánchez y Valle Rodríguez, 2007; Moser et al., 1999).
El enfoque de mujeres en el desarrollo, establecido a principios de los años
setenta en el marco de la Década de la Mujer de Naciones Unidas, tuvo como misión
ofrecer una alternativa a los enfoques de desarrollo ortodoxos con el fin de lograr
integrar a las mujeres en estos enfoques. Esta visión, promovida por autoras como
Ester Boserup, Kanter Rosabeth, Irene Tinker, Mayra Buvinic, Bina Agarwal, Carmen
Diana Deere y Roxanne Dixon, entre las más representativas, englobó tres
planteamientos teóricos: el enfoque de igualdad de oportunidades, el enfoque
antipobreza y el enfoque de eficiencia. Aunque los tres enfoques tienen ciertas
características comunes, el de igualdad de oportunidades o de equidad se diferenció
de los otros dos porque trató de corregir las desigualdades sociales entre hombres y
mujeres. Por el contrario, el enfoque antipobreza y el de eficiencia partieron del
supuesto de incorporación de las mujeres en el proceso de desarrollo, argumentando
que es necesaria esta incorporación porque la exclusión de las mujeres es ineficiente
para el sistema económico, ya que éstas son la mitad de los recursos humanos productivos, los cuales se encuentran mayoritariamente infrautilizados (Elson, 1995).
Así pues, las características que comparten las concepciones que integran el
enfoque mujeres en el desarrollo se centran en el papel productivo de las mujeres.
Desde esta perspectiva se entiende que las mujeres son sujetos activos, productivos y
merecedores de empleo e ingresos. Y se considera que, en buena medida, han estado
excluidas del desarrollo como consecuencia de la división sexual del trabajo, ya que
socialmente se les asigna el trabajo reproductivo no pagado y se les margina del
trabajo productivo y de las esferas públicas (Moser et al., 1999; Durán, 1986). Por
consiguiente, en este modelo se planteó la necesidad de incorporar a las mujeres al
mercado laboral para que tengan acceso a los beneficios del desarrollo.
El objetivo, por tanto, en este enfoque fue la integración de las mujeres en el
proceso de desarrollo existente sin cuestionar éste. De esta manera, los proyectos que
se ponían en marcha desde esta perspectiva dificultaban e incluso empeoraban la
situación de las mujeres. De hecho, muchos de los proyectos desarrollados en países
en vías de desarrollo desde este punto de vista implicaron un aumento de la carga de
trabajo para las mujeres, puesto que la población femenina no se liberaba de sus
responsabilidades reproductivas ni se replanteaba el papel de los hombres en estas
tareas. En consecuencia, este enfoque empezó a ser cuestionado en los años ochenta,
sobre todo por poner excesivo énfasis en el mercado y entender que la solución a los
problemas de las mujeres pasaba por su integración laboral; así como por no alterar
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los roles tradicionales de género en el hogar ni las relaciones sociales desiguales entre hombres y mujeres (Elson, 1995).
Así pues, como reacción a estos problemas que presentaba la concepción
mujeres en el desarrollo, a principios de los años noventa surgió el enfoque
denominado género en el desarrollo, con una fuerte influencia de autores como
Lourdes Benería, Ann Whitehead, Kate Young, Amartya Sen, Gita Sen, Adrienne
Germaine, Lincoln Chen y Caroline Moser. Este nuevo enfoque considera que el
principal obstáculo al desarrollo igualitario es el hecho de que las mujeres están
discriminadas socialmente. Por tanto, con un planteamiento mucho más ambicioso
que el del enfoque anterior, trató de que los proyectos y actuaciones de desarrollo
fuesen dirigidos a transformar las relaciones desiguales entre mujeres y hombres, y a construir relaciones de género igualitarias (De la Cruz, 1998; Murguialday, 2000).
Una de las estrategias más interesantes que propone el enfoque de género en el
desarrollo, para lograr transformar las relaciones desiguales entre hombres y mujeres,
es lo que se conoce como ―empoderamiento‖, traducción al castellano del término en
inglés empowerment. El empoderamiento es la herramienta utilizada también por
otros movimientos sociales, como el movimiento negro estadounidense, con la que se
busca la autoafirmación de sus integrantes a través de la asunción individual y
colectiva de capacidades y habilidades que les permitan superar la situación de
discriminación en la que se encuentran. El empoderamiento, trasladado al ámbito de
las relaciones de género, consiste en un proceso de fortalecimiento de la posición
social, económica y política de las mujeres con el fin de alterar sus relaciones de
poder. Supone, por tanto, el acceso de las mujeres al uso y al control de los recursos
materiales y simbólicos (dinero, trabajo, conocimiento y uso de la palabra) que les
permita ejercer un dominio sobre sus propias vidas (López, 2006; Lagarde, 1996;
Moser et al., 1999).
De este modo, las estrategias que propone el enfoque de género en el
desarrollo, cuyos orígenes provienen de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la
Mujer realizada en Beijing en 1995, se orientan a promover la equidad entre hombres
y mujeres, fundamentalmente en el acceso y en el control de los recursos. Además,
este enfoque considera que la equidad de género representa un elemento indisociable del desarrollo humano sostenible (Murguialday, 2000; Moser et al., 1999).
De esta manera, el concepto de desarrollo humano ha sido ampliado para
abarcar procesos de equidad y de empoderamiento de las mujeres. Por ejemplo, como
señala el Informe sobre Desarrollo Humano de 1995 del PNUD, desde una
perspectiva de género, el concepto de desarrollo humano está formulado como un
marco de pensamiento que sustenta, a través de los derechos humanos, los principios de ampliación de las opciones y de la equidad de las personas (PNUD, 1995).
El enfoque de desarrollo con identidad.
Dadas las características sociales y culturales de países de América Latina, una
dimensión especialmente relevante tiene que ver con la perspectiva indígena. Así
pues, el enfoque de desarrollo con identidad, corriente de pensamiento que expone esta perspectiva, constituye el marco conceptual en el que se centra el presente punto.
Los orígenes de este enfoque se remontan a los años setenta, con el ―enfoque
del desarrollo autónomo‖, y, más específicamente, a los años ochenta con el
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nacimiento del ―etnodesarrollo‖. En efecto, los impulsores del etnodesarrollo, tales
como Rodolfo Stavenhagen y Gerad Clarke, sentaron las primeras bases del desarrollo
con identidad (Stavenhagen, 1986). Clarke definió al etnodesarrollo como el conjunto
de políticas de desarrollo que son sensibles a las necesidades de las minorías étnicas y de los pueblos indígenas
23 (Clarke, 2001).
Sin embargo, durante los últimos veinte años, los enfoques del desarrollo
autónomo y del etnodesarrollo no lograron que los pueblos indígenas, especialmente
en América Latina, alcanzaran el control de sus propios procesos de desarrollo, así
como una participación equitativa en los procesos que definieron el desarrollo de sus
países. Por lo tanto, a finales de la década de los noventa, algunas instituciones como
el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) se inclinaron por proponer un nuevo enfoque, denominado ―enfoque de desarrollo con identidad‖.
Esta línea de pensamiento se encuentra estrechamente vinculada a dos líneas
defensoras del desarrollo de los pueblos indígenas. La primera subraya el objetivo de
la participación equitativa de estos pueblos en el desarrollo nacional, tratándose de
una línea que recibe más apoyo político por parte de los gobiernos. La segunda
perspectiva, defendida por los propios indígenas, enfatiza los derechos específicos de
los indígenas y su autodeterminación, lo cual resulta una propuesta políticamente más
controvertida que la anterior. Ambas tendencias, no obstante, no son mutuamente
excluyentes, sino que como lo expresa Roger Plant (1999), uno de sus teóricos
impulsores dentro del BID, forman parte de una estrategia de empoderamiento (Iturralde y Krotz, 1996; OIT, 1989).
En este sentido, desde 1997 el BID ha empezado a elaborar una estrategia
sobre pueblos indígenas y reducción de la pobreza, especialmente, para fortalecer a
las organizaciones indígenas. Esta línea de pensamiento, además, ha puntualizado la
necesidad de considerar los aspectos socioculturales del desarrollo, de tal forma que
los pueblos indígenas puedan diseñar y ejecutar proyectos para su desarrollo
sostenible sin perder su identidad cultural. De esta manera, el Banco reconoce el papel
que los pueblos indígenas pueden ejercer en los proyectos de desarrollo y enfatiza el
objetivo de su incorporación efectiva en el desarrollo más integral de sus países, lo
que, a su vez, permitiría mejorar su acceso a los servicios sociales, los programas de
generación de ingresos, la educación bilingüe y los programas de reducción de la
pobreza (Plant, 1999; 1998).
Finalmente, cabe señalar que la participación de estos pueblos en el desarrollo
de sus países cuenta con el apoyo jurídico de la ―Declaración de los Derechos de los
Pueblos Indígenas de las Naciones Unidas‖, aprobada en septiembre de 2007. Este
instrumento representa una referencia clave para los derechos específicos de los
pueblos indígenas, tales como los referidos a su autodeterminación y a su status político, económico, social y cultural (Naciones Unidas, 2007).
23 Se entenderá por la expresión “pueblos indígenas” a los pueblos que descienden de poblaciones que experimentaron procesos de conquista o colonización y que se sitúan dentro de fronteras establecidas por actuales países. Esta concepción abarca también a los pueblos que conserven sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas; y que mantengan una conciencia de identidad indígena (Art.1.1 del Convenio Constitutivo del Fondo Indígena de Naciones Unidas). También, a tenor de lo anterior, se entenderá por pueblos indígenas a la población que se adscriba subjetivamente a un idioma, siendo el “idioma materno” un aspecto inherente que identifique este tipo de población (Molina y Albó, 2006).
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6.4. Hacia una visión integrada.
En el otoño de 1980, coincidiendo con las elecciones presidenciales de
EE.UU., tuve la oportunidad de ser testigo del debate en torno a las propuestas para
afrontar las dificultades económicas que se arrastraban desde la crisis del petróleo de
1973. En aquel debate, Ibn Jaldún era citado como referente de los nuevos planteamientos de la Ciencia Económica.
Los modelos económicos vigentes eran deudores, en especial, del trabajo de
Keynes, cincuenta años atrás, ante otra situación igualmente difícil, surgida de la
crisis de 1929. Ambos episodios (el de los treinta y el de los setenta), aunque
diferentes, compartían diversos rasgos, como haber sido precedidos por periodos de
prosperidad (los felices veinte y los prodigiosos sesenta) y mostrar un elevado deterioro económico, aumento de paro, etc.
Keynes se había propuesto descubrir, precisamente, las condiciones que
explican el empleo. Tras afirmar que su volumen está determinado por el punto de
intersección de las funciones de oferta agregada y demanda agregada, y dado que la
primera era suficientemente conocida por los economistas de su tiempo (Keynes
[1936] 1983, 89), decidió ocuparse de la segunda, asignándole un papel central. Aquí
se encuentra una de sus grandes innovaciones: el papel activo de la demanda,
provocando un giro copernicano con respecto a sus contemporáneos, para quienes la
clave estaba en la oferta. El éxito de Keynes fue tal que los economistas, convertidos
al nuevo paradigma, olvidaron la interpretación clásica, de tal modo que cuando
dominaban los problemas justo en el lado de la oferta, en los setenta, no podían
entender lo que pasaba. Exactamente lo mismo que en los treinta, concluyendo en
análogo desprestigio de la Ciencia Económica (v. Keynes [1936] 1983, xxi; Ball
1980, 56). Sólo cuando comenzó a comprenderse la situación sobrevenida, se
recuperó la visión de una oferta activa, originándose una nueva corriente,
denominada, precisamente, Economía del lado de la oferta. Parece como si los
economistas hubieran sido incapaces de percibir el problema económico de una
manera integral, quedándose anclados o en el lado de la demanda o en el lado de la
oferta.
La situación resulta particularmente grave en el momento actual (comienzos
de 2010), si tenemos en cuenta la acumulación de problemas tanto en el lado de la
oferta como en el de la demanda, lo que introduce una notable peculiaridad con
respecto a los dos graves episodios aludidos anteriormente. La importancia de poder
efectuar una lectura integrada parece evidente. Pero integrada no sólo en términos
económicos, sino, igualmente, económicos y sociales (en general): Recuérdese la
importancia dada a cuestiones como la corrupción y la codicia en la génesis de los
problemas que venimos arrastrando desde hace unos años. Pero tal planteamiento no suele ser muy común entre los economistas y otros investigadores sociales.
No fue, sin embargo, el caso de Ibn Jaldún, quien sí tuvo la habilidad de leer
simultáneamente en el lado de la oferta y en el de la demanda, observando como,
según las circunstancias, las oportunidades y dificultades estaban en uno u otro, o,
incluso, simultáneamente en los dos. Hasta tal punto es así que ha sido considerado
precursor tanto de Keynes como de los economistas del lado de la oferta. La
interacción de ambos lados se resuelve en alimentar unos determinados patrones
evolutivos de la sociedad, en los que juega lo económico un papel decisivo. Por esta
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146
razón, Ibn Jaldún ha sido considerado, igualmente, un adelantado en el estudio de los
ciclos económicos, el desarrollo e, incluso, el subdesarrollo. La incorporación de lo
económico en el marco general de la sociedad, tomando en cuenta, también, el papel
de la técnica, la educación, la religión o la ética, permite disponer de un marco interpretativo de la realidad mucho más amplio de lo habitual.
Sus enseñanzas pueden, por lo tanto, sernos de utilidad para afrontar los
problemas de hoy. Máxime si tenemos en cuenta la idea que mantuvo: conocidas las
leyes que rigen la sociedad, estaremos en condiciones de discernir la verdad de
nuestras investigaciones históricas; pero también de identificar los cursos previsibles
del devenir humano e influir sobre los mismos, como parte de la labor de gobierno
(ver, p. ej., Ibn Jaldún [1377] 1977, 100, 134). También en esto es un precursor de Keynes.
Adviértase el interés que de todo ello se desprende para impulsar, igualmente,
políticas de desarrollo de amplio espectro, que tengan en cuenta la complejidad de la
realidad humana y que centren su atención en la persona como referente de la acción
política. De ahí la oportunidad de tomar en consideración algunas de sus ideas dentro
de nuestro programa de trabajo.
El marco de referencia de su análisis económico
Antes de entrar en el detalle de su aportación económica, conviene advertir
que Ibn Jaldún adoptó una perspectiva más amplia que cualquier economista actual
convencional. A él no le preocupa el suceso económico en sí mismo. Le preocupa la
dinámica social. Qué es lo que hace que las sociedades cambien. Cuál es la razón por
la que los imperios surgen, se expanden y fenecen. A qué se debe que en momentos
de decadencia las artes mantengan un alto nivel... Y al profundizar en ello, descubre la
economía, interactuando con todo lo demás.
A Ibn Jaldún, como historiador, le preocupa la certeza del dato recogido. En su
afán por discernir la verdad del embuste (p. 142), plantea la importancia del método.
Como parte de éste, adoptando un enfoque racionalista, defiende que la validez del
dato debe ser establecida por su concordancia con la naturaleza de la sociedad
humana y las leyes que la explican24
. De ahí la necesidad de su estudio, proponiendo
una ciencia nueva, no abordada por nadie antes de él25
, que permita dar respuesta a
preguntas como las arriba planteadas. Por tal motivo, el primer libro de su Historia
Universal, y antes de ocuparse de ésta, lo dedica a la ciencia nueva, cuyo objeto es la sociedad, entre cuyas dimensiones está la economía
26.
24 Como el premio Nobel de Economía M. Friedman, seiscientos años después, Ibn Jaldún viene a decir que “si los hechos no se corresponden con la teoría, hay que desconfiar de los hechos”. Resulta curioso que autores como Boeke (1994,115) hayan interpretado una aproximación diferente, cuando él insiste en la importancia de las causas generales para entender los hechos particulares (v. pp. 97, 142, 145, etc.). 25 Resulta interesante comprobar que su estilo responde al de las revoluciones científicas, de Khun, resultando extremadamente curiosas, p. ej., las similitudes que se detectan entre el Prefacio del Ibn Jaldún a su Discurso de la Historia Universal y el de John M. Keynes a su Teoría General. Así, Jaldún señala que hubo de despertar a su intelecto de su somnolencia y pereza, y realizar un regateo consigo mismo para decidirse a escribir su obra; Keynes señala que la escritura de su obra fue una lucha de liberación de las ideas en las que se había formado (ver García Lizana y Chamizo 2002). 26 Conviene advertir que, posiblemente, la novedad de Ibn Jaldún sea la conciencia de estar produciendo tal ciencia de la sociedad, y abordar sistemáticamente su estudio. Pues también los escolásticos “intentaron crear una ciencia social con alcances muy amplios (una teoría global que interpretara los fenómenos sociales desde los diversos puntos de vista, incluyendo también su funcionamiento). Dentro de estas
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Rasgos fundamentales de su modelo evolutivo desde el punto de vista
económico
A lo largo del libro, al que citaremos en lo que sigue como ―La sociedad
humana‖27
, va deduciendo su modelo de desarrollo social, en cuyo origen puede
rastrearse la enseñanza de autores como Platón y Averroes (ver García Lizana 2000).
Ibn Jaldún no plantea un modelo mecanicista, sino un proceso al que tienden las
colectividades humanas, admitiendo caminos alternativos, variantes y excepciones, a
pesar de que a algunos autores, como Cruz Hernández o Grice-Hutchinson, haya podido dar una impresión diferente.
El punto de partida del modelo se encuentra en la aceptación de un principio
general: todas las cosas existen y actúan conforme a su naturaleza, según las leyes
divinas que rigen el Universo. De acuerdo con ello, explica el carácter social del
hombre a partir de su propia naturaleza. Siguiendo los patrones griegos, adaptados a
su entorno cultural, encuentra la clave en una circunstancia netamente económica, la
escasez: Dios crea a los seres humanos con múltiples necesidades y, al mismo tiempo,
con obvias limitaciones individuales para afrontarlas. Esto sólo puede compensarse
con la cooperación. De ahí la sociabilidad humana (―el hombre es un ser social‖), que
lleva a la ayuda mutua, el intercambio y la división de trabajo, facilitando la generación de recursos y la satisfacción de las necesidades.
Ahora bien, en la medida en que se cubre una necesidad, aparece otra más
refinada, lo que exige nuevos esfuerzos; pero también modificaciones en la manera de
procurar la subsistencia. Se avanza así desde la ganadería a la agricultura, la artesanía y el comercio; desde el nomadismo a la vida sedentaria; desde lo rural a o urbano...
Pero el ser humano presenta un carácter ambivalente: abierto al bien y al mal,
con inclinaciones inherentes a su condición animal (como la agresividad y las
pasiones), lo que genera una tensión permanente. La sociedad se ve amenazada, por
tanto. Internamente, por sus propios componentes; externamente, por otros grupos. De
ahí, la autoridad, para garantizar el orden interno y la defensa frente a terceros.
Tanto la cooperación como el ejercicio de la autoridad encuentran un apoyo
poderoso en los afectos generados por la vida en común, que favorecen la unión de
ánimos, la identificación grupal y la solidaridad, garantizando la cohesión y la ayuda
mutua. En estos vínculos solidarios de identificación social (asabiya) va a situar Ibn Jaldún una clave fundamental del progreso social y el comportamiento cíclico.
El camino de la prosperidad
Según Jaldún, los rasgos anteriores pueden verse matizados por diversas
circunstancias, como el lugar de residencia, forma de procurar el sustento, recursos
poseídos, hábitos... En función de la naturaleza de estas situaciones, va deduciendo de
condiciones no era la economía un aspecto al que dedicaran particular importancia ni una materia independiente de las demás” (Iizuka s/f, p. 45, citando a Schumpeter 1954, 118). 27 El título, en realidad, es más extenso, teniendo un carácter descriptivo: “De la sociedad humana y de los fenómenos que en ella se presentan, tales como la vida nómada, la vida sedentaria, la dominación, la adquisición, los medios de ganar la subsistencia, los oficios, las ciencias y las artes. Indicación de las causas que conducen a esos resultados”. Lamentablemente, se ha dado por ocultarlo tras la etiqueta “Introducción” o “Prolegómenos” a su Historia Universal, algo que, en puridad, sólo corresponde al texto que precede al propio libro, el cual es bastante más que una mera introducción histórica.
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forma razonada sus consecuencias para la vida social, en términos de organización,
tamaño de la población, iniciativa, etc. Así, la cooperación lleva a la convivencia, y
ésta a la asabiya, la cual refuerza la cooperación. La cooperación favorece el
intercambio y la división de trabajo, lo que permite mayores recursos para satisfacer
las necesidades. El éxito atrae nuevos miembros al colectivo: más brazos para
producir y más necesidades que atender, estimulándose el comercio y la circulación
de recursos. En definitiva, nuevas oportunidades, tanto por el lado de la oferta como
por el de la demanda. Más población requiere nuevas tierras; por consiguiente, un
incremento de factores productivos y nuevas demandas de inversión.
Por otra parte, la actividad reiterada genera hábitos que permiten mejorar la
calidad y el rendimiento del trabajo. De este modo, Ibn Jaldún introduce el concepto
de capital humano. Aunque también los hábitos pueden adquirirse en otros aspectos,
como la organización o la creatividad, cuestiones que hoy incluiríamos entre los activos intangibles, claves para explicar el progreso, desde el lado de la oferta.
La autoridad, por otra parte, juega un papel primordial, no sólo por garantizar
el orden interno y la defensa (como exigían los economistas del siglo XIX); sino,
igualmente, porque mediante el gasto público, dado su gran volumen (como apuntaba
Keynes), se convertirá en el principal motor de la economía, contribuyendo al
bienestar general y a la reducción de la pobreza. Las autoridades conseguirán, a
cambio, mayores recursos impositivos, sin necesidad de aumentar la presión fiscal.
Podría decirse, por tanto, que el proceso tiene un carácter acumulativo, que
permitirá perpetuar, de manera espontánea, el camino de la prosperidad. Sin embargo, no ocurre así, pues en la propia naturaleza humana se encuentra su antídoto.
La depresión
En efecto, la opulencia inclinará los ánimos de la población hacia el lujo, el
disfrute de placeres, la ostentación, etc., rehuyendo lo que signifique penalidad y
sacrificio, como el trabajo duro. Esto llevará a un crecimiento del gasto por encima de
las posibilidades; al mismo tiempo que propicia la laxitud moral y la pérdida de
valores religiosos (incómodos para los nuevos horizontes abiertos), la relajación de
costumbres (citando expresamente la pederastia), la caída de la natalidad (y con ello la
reducción de la población), etc. La necesidad de mayores gastos, en un contexto de
pérdida de valores, estimula la corrupción como modo de obtener recursos,
desanimando la producción y deteriorando la asabiya. En tales circunstancias, la población rehuye el ejercicio de las armas y encarga a mercenarios su defensa.
Los mayores gastos de la defensa y el hecho de que las autoridades responden
a los mismos valores que la población (lujo, ostentación, gastos improductivos, etc.),
lleva a aumentar los impuestos, confiscar propiedades y realizar desde el sector
público actividades productivas para obtener recursos, lo que desmotiva al sector
privado, afectando negativamente a la producción, a las rentas y, con ello, a la
recaudación fiscal; al tiempo que alimenta la subida de los precios, cayendo la
demanda. Se ofrecen, así, nuevos alicientes para la corrupción y se deteriora la
credibilidad y legitimidad de la autoridad. La tentación intervensionista resulta muy
fuerte, para afianzar el poder, encontrando una justificación en la relajación de
costumbres y en la fractura social. Pero ello no hará sino romper aún más la cohesión.
Tal combinación de circunstancias termina por hacer crecer el paro, estimular la emigración y aumentar la pobreza.
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Recuperación
Hablar de ciclos implica admitir que a la depresión sigue la recuperación, de
modo que se repita todo el proceso. Pero en ―La sociedad humana‖ da la impresión de
que ésta es difícil, y no se produce necesariamente. La salida menos traumática pasa
por la renovación de la clase dirigente, que devuelve la confianza, genera una nueva
asabiya y permite el rearme moral de la sociedad, reanudando así el camino de la
prosperidad. En otros casos, más graves, la asabiya general deteriorada es sustituida
por asabiyas parciales que llevan a la fragmentación del grupo; o se produce la
sustitución de los poderes locales por una fuerza exterior; o, incluso, se retrocede a
estadios evolutivos anteriores. También podría permanecerse un tiempo indefinido en
una situación inestable, mientras las circunstancias no estén maduras para algún
cambio como los indicados. De algún modo, es su diagnóstico sobre la Granada
nazarí.
Podría entenderse, asimismo, que se pueden superponer en el tiempo
diferentes ciclos, de duración dispar, como ha interpretado la Ciencia Económica
moderna. Un pueblo, a lo largo de su historia, experimenta uno o varios ciclos largos
que incluyen las fases indicadas; pero las diversas dinastías que se suceden al frente
del mismo, e incluso cada soberano, experimentan a su vez un proceso similar, que afecta, lógicamente, a la vida ciudadana.
De todos modos, resulta obvio, a tenor de las ideas manejadas por nuestro
autor, que los responsables del gobierno pueden tomar nota de la lección aprendida,
actuando adecuadamente en los diversos frentes apuntados, incluido el fiscal. Aunque
no parece tarea fácil, dadas las características de la naturaleza humana. Bajo tal
perspectiva, es la fe religiosa la mejor garantía de que el deterioro de la sociedad
pueda evitarse, en la medida en que predispone el ánimo para la solidaridad, la
honradez y el ejercicio de la justicia. Pero esto podría llevarnos a pensar que las
soluciones económicas están fuera de la propia Economía. ¿O más bien se trataría de
una Economía diferente? En realidad, tales ideas son manejadas de manera mucho
más explícita por al-Maqrizi (1364-1442), muhtasib de El Cairo, quien debió conocer
la obra de Ibn Jaldún, y, posiblemente, al propio autor, y escribió un Estudio del
Sistema Monetario. Para él, la crisis del sistema está directamente relacionada con la
corrupción de la administración pública, inhabilitada por ello para adoptar las
decisiones adecuadas en beneficio de toda la sociedad, trayendo la escasez y el
hambre. El sistema monetario sólo puede ser reorganizado si el conjunto del sistema
político y socioeconómico es puesto en orden, aplicando las leyes divinas. Lleno de
fervor religioso (ver Boeke 1994, 106), llega a escribir: ―Señor, inspira a nuestro
sultán para que se ocupe él mismo en el restablecimiento de nuestra umma, de manera
que el dirham vuelva a ser el patrón de valor para todas las otras monedas, del mismo
modo que Dios es el patrón absoluto de valor tanto para los gobernantes como para los gobernados‖.
Una reflexión final
Desde la perspectiva política del desarrollo conviene advertir,
fundamentalmente, cuatro cosas: a) Si no se plantea una acción política debidamente
controlada y fundamentada, el proceso de desarrollo no es unilineal, sino que está
sometido a fuertes oscilaciones; b) Dichas oscilaciones afectan también al
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comportamiento político, de ahí la referencia realizada a la necesidad de control y
fundamentación; c) No hay garantía, por tanto, de una recuperación necesaria para
que cualquier sociedad sometida a tales oscilaciones pueda superarlas, pudiendo
encontrarse varios resultados finales: una situación de descomposición y
estancamiento, el sometimiento a poderes externos, o la eventual recuperación si se
adoptan o se producen las condiciones idóneas; d) Ibn Jaldún ofrece elementos para
poder afrontar dicho control y fundamentación, otorgando un papel fundamental a los
componentes axiológicos, como factor decisivo en última instancia para garantizar la
cohesión social, la cooperación y la superación de los problemas; aunque no como factor único, a tenor de su análisis general.
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