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YT Carmen Sara Floriano coordinadora Yo digo Iglesia, tú dices…

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YTCarmen Sara Floriano coordinadora

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> colección Expresiones

YTCincuenta miradas, plurales y abiertas, a la Iglesia actual.

Seglares, artistas, religiosos, teólogos, misioneros, mayores y pequeños, esperanzados, desencantados, buscadores, soñadores, hombres y mujeres... comparten su experiencia de Iglesia y construyen, desde la diversidad, un proyecto común.En cada palabra, trazo, fotografía o letra de canción, podremos encontrar los sueños y esperanzas de creyentes que tratan de hacer realidad la oración de Jesús: «Que todos sean uno».

tú dices…

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YO DIGO IGLESIA, TÚ DICES…

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CARMEN SARA FLORIANO PARDAL (Coord.)

Yo digo Iglesia, tú dices…

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isbn 978-84-938324-4-5

© 2011-Ediciones KhafGrupo Editorial Luis Vives

Xaudaró, 2528034 Madrid - España

tel 913 344883 - fax 913 344 893

www.edicioneskhaf.es

dirección editorialJuan Pedro Castellano

ediciónAntonio F. Segovia

proyecto visual y dirección de arteDepartamento de imagen y diseño gelv

diseño de colecciónMariano Sarmiento

coordinación de producción y maquetaciónI+D de soportes editoriales gelv

impresiónEdelvives Talleres Gráficos Certificado ISO 9001 Impreso en Zaragoza, España

depósito legal: Z-2710-2011

Reservados todos los derechos. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Los derechos de autor de este libro se ceden a la asociación Apoyo.

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cómo surgió esta pequeña aventura

«Yo digo Iglesia, tú dices…», y las personas que estaban allí reunidas empezaron a decir. Así comencé la participación que me pidieron para una mesa redonda en Ávila sobre la realidad eclesial. Una manera sutil de no cargar yo sola con el peso de la exposición y poder llevarla entre todas y todos (más todas que todos, hay que reconocer).

Días antes, no sé si por necesidad de sentirme más segura, más acompañada o más respaldada —¡qué sé yo!— escribí un correo elec-trónico a algunos amigos y conocidos, cuyos nombres suenan dentro de estos mares, pidiéndoles que también respondiesen a la frase en pocas palabras. Para mi alegría, lo hicieron. De manera que, entre lo que ellos me respondieron y lo que aportaron los allí presentes, poco más tuve que decir. ¡Qué bien!

¿Qué bien? No sabía yo entonces en el lío en el que me estaba metien-do, pues aunque la necesidad de descubrir juntos caminos nuevos está en mí, nunca se me hubiese ocurrido hacer algo parecido. Y es que las cosas de Dios suelen surgir de la manera más inesperada e imprevisible, y en este caso, así fue.

Al volver a casa, envié un nuevo escrito a varios de los teólogos que anteriormente me habían contestado, sin ninguna intención más que la de agradecerles el haberlo hecho, y expresarles una intuición compartida: la necesidad de una Iglesia viva y eficaz (como la Palabra de Dios) y el deseo de que juntos generásemos una profecía conjunta para rescatarnos entre todos a todos, para sumar fuerzas y esperanzas, para experimentar la unidad en la pluralidad…

inTROdUcciÓn Carmen Sara Floriano

Introducción • 9

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Había pasado más o menos un mes de lo que estoy contando, cuando recibí un escrito, una aportación a «mi» proyecto de profecía conjunta, junto al deseo de que llegase a buen término. ¡Pero si yo no tengo nin-gún proyecto! —pensé nada más leer al bueno de Pikaza animándome a seguir.

Era cierto, yo no tenía ningún proyecto, pero, ¿y si Dios sí lo tenía? Tuve que coger aire un par de veces antes de lanzarme de lleno al agua. Una pregunta siempre andaba rondándome en la cabeza: ¿quién soy yo para hacer semejante labor? ¿Con qué cara le escribo o llamo a la gente y le digo que si quiere que demos juntos «razón de nuestra esperanza»? Menos mal que tengo una pequeña dosis de descaro guardada en el bolsillo que reservo para ocasiones como estas. Un pequeño descaro que tiene su raíz en lo que alguien dijo al ver a los primeros apóstoles: si esa empresa es de Dios, saldrá adelante; y si no lo es, desaparecerá. Así que, poco a poco y descaradamente, comencé la labor encomendada, con la tranquilidad de saber que si no era de Dios, no llegaría a ningún lado. Y si lo era, Él mismo se encargaría.

esto es solo el comienzo

Hoy, después de recoger todo el material que puedes encontrar en estas páginas, presiento que el cometido recibido no acaba más que empezar. Que, en cierto modo, el libro está siendo la excusa para algo más grande, más urgente. Los planes de Dios no son los nuestros, y puede que nos sorprenda llevándonos más allá de donde creíamos en un principio. Más mar adentro. Juntos. Seglares, artistas, religiosas y religiosos, sacerdotes, teólogas y teólogos, misioneras y misioneros, ma-yores y pequeños, esperanzados, desencantados, buscadores, soñadores, todos juntos.

¿Será esa la verdadera intención por la que Dios ha hecho suscitar este proyecto? ¿Acaso querrá que estrenemos aquello de que «sean uno en nosotros para que el mundo crea» (Jn 17,21)? ¿Es eso, Abba? Porque

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si es eso, tendremos que estar preparados para amar al diferente, perdo-nar setenta veces siete, estimar al otro superior y cuidar de no extinguir el Espíritu (por decir algo para empezar).

Alguien me dijo una vez que, para que las cosas ocurran, antes hay que soñarlas. Yo he tenido el privilegio de contemplar en cada palabra, en cada trazo, en cada fotografía y letra de canción, los sueños y espe-ranzas de las personas que han participado en esta tarea. ¡Cuánta vida puesta! ¡Cuánta necesidad de agradecerles la perseverancia en la lucha por una Iglesia de Bienaventuranzas y un mundo fraterno! ¡Y cómo me gustaría que pudiésemos soñar juntos los sueños de cada uno, comple-mentar los esfuerzos y hacer que lo que soñamos ocurra! Un detalle: nadie había leído la aportación de los demás antes de hacer la suya pro-pia. Lo pensamos así para no condicionar. El resultado ha sido un con-junto variopinto y plural de expresiones, pero con algo en común —que es lo que más deseo agradecer—: el hambre y la sed por el Reino de Dios y su justicia. Quizás, si lo soñamos lo suficiente, acabe ocurriendo.

un camino por andar

Pero a este proyecto conjunto le falta algo: le faltas tú, y más gente a la que no he sabido o no he podido acceder. Una profecía que quiere ser de todos no puede estar falta de nadie. Por eso, y pidiendo perdón de antemano por tantos nombres que no aparecen aquí, al final del libro vas a encontrar un espacio en blanco para que puedas expresar tu aportación. Dibuja, escribe o canta, lo que prefieras, pero no te quedes en silencio.

Si yo digo «Iglesia», ¿tú qué dices? Y no te olvides de soñar previa-mente lo que vayas a decir, de quererlo con toda el alma y el corazón, de estar dispuesto a que Dios te haga perder pie… Solo así, nuestras vidas (y no solo nuestras voces) serán proféticas conjuntamente.

Recuerdo en estos momentos la letra de una canción de Brotes de Olivo de Palencia:

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Vamos que ya ha amanecido, un camino tenemos que andar,si no lo hacemos unidos,no podemos llegar al final.Hay muchas cosas que hacery muchas por cambiar,luchemos unidos,vivamos la gran ilusión: ¡despertad!

Despertar del sueño de la autosuficiencia, del individualismo colec-tivo, de subrayar las diferencias, de relacionarnos posicionados en ban-dos, de no querer escuchar al que no piensa como yo, de todo eso que nos está matando y que está haciendo que el gran tesoro descubierto permanezca eternamente escondido bajo tierra.

¿Y si nos animamos y compramos juntos el campo, un campo para todos? ¿Y si vendemos cada uno nuestras posesiones, nuestras medias verdades, nuestras parcelas, nuestras defensas, y nos arriesgamos a mirarnos unos a otros de forma nueva, a encontrarnos en la intem-perie?

anuncio y denuncia misericordiosa

Toda profecía es anuncio y denuncia a la vez. Cuando nace de la búsqueda sincera del Espíritu de Dios, se convierte inevitablemente en misericordiosa, que es el sello de calidad evangélica. Y si dicha profecía es la expresión del conjunto, entonces es cuando puede tener resulta-dos conjuntos. Sin embargo, tenemos que reconocer que apenas hemos sabido practicarla y vivirla entre nosotros, los creyentes, pues ¡cuántas profecías siguen naciendo del juicio y la condena! ¡Cuántas, sin tener en cuenta el conjunto familiar y eclesial!

Profecía conjunta misericordiosa, pasión por el todo, nacido de todos y para todos… Estas expresiones no son nuevas para mí, las he escuchado

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muchas veces en la vida de fe que comparto con quienes tanto quiero. Ahora, también las comparto con vosotros, reconociendo que siguen siendo un aguijón molesto dentro de mí: porque no me es fácil vivir co-tidianamente desde la identidad de Pueblo; porque sigo teniendo miedo a no saber ser con el otro…

Pero será que Dios se parece a esa viuda insistente de la que habla el evangelio, y por suerte, no deja de dar la lata. En esta preciosa aventu-ra conjunta de Yo digo Iglesia, tú dices…, he sido yo la primera que ha quedado al descubierto, anunciada y denunciada, sin más amarre que la profunda esperanza en la capacidad de amar y de recomenzar que Dios derrochó en el ser humano al crearlo.

un dios que lo invade todo

Esta que escribe, poco más tiene que decir. Tan solo que, ahora, tras este tiempo de cosecha de inquietudes,

preocupaciones y sueños, quiero más hondamente a la Iglesia, no a la abstracta, sino a la que está formada por hombres y mujeres que, con sus luces y sus sombras, siguen adelante. Me siento agradecida a la vida por el regalo de haber llevado hacia adelante este proyecto, sintiendo de corazón aquello de «cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17,10).

Quisiera acabar (o comenzar, según se mire) con unas palabras de Pablo, pidiéndole al Dios bueno, que nos las grabe a fuego en el alma y se hagan presentes cada vez que nos miremos unos a otros a los ojos:

Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo

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Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo (Ef 4,1-6).

Ojalá así sea.

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PinTURA eS PinTURA Enrique Alonso

Pintura es pintura • 27

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Soltó la maleta y se tumbó en la cama. Estaba cansado del viaje, muy cansado. Trató de dormir, pero no pudo. El techo de aquella habitación tenía humedades. Desde donde estaba, hizo un repaso al resto del mo-biliario: todo muy convencional, la mesa, dos cuadros en la pared, un sencillo crucifijo, el aparato de aire y poco más. Una habitación como tantas otras en cualquier parte del mundo: lo único que delataba que estaba en África, eran los intensos colores de aquellos cuadros y el calor sofocante que se adivinaba a través de la ventana.

Pronto empezaría la sesión inaugural, así que decidió ducharse y salir con tiempo. Bajó a recepción y estuvo charlando con otros diá-conos, y un poco más tarde compartió ecotaxi con tres de ellos hasta la sede donde se celebraría el Concilio. Dos procedían de Colombia y el tercero era europeo, de Francia, y todos muy jóvenes, en una edad mucho más conveniente que la suya para viajes y concilios, tan agota-dores. De lo poco que hablaron, dedujo que iban tan nerviosos como él mismo, y eso, extrañamente, lo tranquilizó. Mucho antes de llegar a la sede del Concilio ya se notaban las calles muy alborotadas. Él había estado viviendo varios años allí, cuando vendieron el Estado Vaticano y se vio envuelto de lleno en aquella vitalista reforma, que los llevó a situar lo poco que quedó de la estructura vaticana en el mismo corazón de África, en lo que quiso ser un gesto claro y contundente del rumbo que querían tomar.

Por ese motivo conocía bien la capital ruandesa, y sabía que toda aquella actividad tenía su origen en el Concilio, en los cientos de hom-bres y mujeres desplazados para el evento, llegados de cada rincón del planeta, incluso de las bases lunares, y que estarían alojados en las

cOnciLiO RUAndA ii. SeSiÓn inAUGURAL Gonzalo Revilla

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escasas plazas de alojamiento disponibles, repartidos por casas particu-lares, residencias, moteles, incluso en alguna de las autocaravanas que se veían por los alrededores de la sede.

Era el segundo Concilio que se celebraba en África, pero el primero con carácter interreligioso, y había muchos invitados de las principales religiones del mundo, así que el despliegue de idiomas, ropajes y símbo-los era llamativo. En las colas para las credenciales, saludó a varios co-nocidos: la presidenta del Obispado de su ciudad natal, su viejo profesor de filosofía del Seminario Abierto de Barcelona, varias religiosas de una comunidad intercongregacional con las que compartió una misión con inmigrantes en tránsito, en la antigua frontera de Ceuta, y algún otro conocido al que no logró ubicar. Todos se mostraron eufóricos, muy ilu-sionados, y de alguna manera, consiguieron transmitirle el entusiasmo.

La ponencia inaugural fue breve: la actual representante de la Iglesia Ecuménica, Silvia Cid, tenía un verbo rápido e incisivo, y además habla-ba castellano, por lo que podía prescindir de los incómodos auriculares de traducción. Pidió apertura de miras, respeto, diálogo y participación, y fue enumerando los avances desde el anterior Concilio, la facilidad con que las distintas Iglesias cristianas habían asumido y concretado las reformas ecuménicas, la incorporación definitiva de las mujeres en los ámbitos litúrgicos y de representación, el refuerzo de la dimensión asamblearia de las comunidades y una larga lista de logros indiscuti-bles en temas de ética y derechos humanos, que habían cristalizado en apenas una década, desde que finalizara el I Concilio de Ruanda, a mediados de siglo.

Mientras Silvia hablaba, él tomó algunas notas en su e.center: algu-nas de las cuestiones que estaba desplegando delante del atento audito-rio del Concilio, eran verdades a medias, porque apenas hizo referencia a las resistencias, a veces inmensas, que cada reforma había arrastrado tras de sí. El aparente consenso con el que se salió de aquel primer Con-cilio se tradujo en roces, enfrentamientos continuos y afiladas críticas por parte de algunos sectores, poco amigos de los cambios. Hubo unos

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primeros momentos de bloqueo, y él mismo se alineó con los más pesi-mistas, que auguraron la muerte prematura de las reformas, la vuelta a las trincheras religiosas. Pero la situación de la Iglesia, descentrada, mi-noritaria y sin apenas incidencia en las cambiantes y enérgicas socieda-des del siglo xxi, hicieron que esas resistencias se fueran disolviendo, y en los últimos años las reformas se habían acelerado de manera visible. Hasta el punto de impulsar la necesidad de un nuevo Concilio.

El aplauso fue unánime y pudo observar un entusiasmo colectivo en el auditorio. Recordó un texto de un cardenal del siglo anterior, que hacía referencia a las sorpresas del Espíritu, y comenzó a aplaudir tam-bién él con fuerza. Antes de retirarse, Silvia pidió a todos los presentes honestidad y oración para convertir aquel Concilio en una nueva in-mersión en el mundo, en sus complejidades, en sus retos. Nada menos. Él aprovechó el receso para colgar sus primeras impresiones en la red. Y no era el único: los e.center dibujaron en el ciberespacio un mapa de impresiones de todos los representantes allí presentes, y empezaron a recibir el eco de los millones de ciudadanos que, a lo largo y ancho del planeta, estaban pendientes de todo lo que allí sucedía. Recordó que, en el Concilio del 54, aún se veía algo de papel, algunos informes, ponencias, etc. Pero esta vez no habría ni un solo papel circulando: las presentaciones, los vídeos, todo estaba en la red. Y lo que era más importante: se podía consultar en tiempo real por cualquiera, en cual-quier parte del mundo. Se sonrió: la transparencia también debería contabilizarse como logro. ¡Con lo amiga de los secretos que había sido siempre su Iglesia!

La segunda intervención consistió en un tedioso y detallado análisis de la realidad mundial, y el papel de la Iglesia Ecuménica en los diferen-tes contextos. Nada nuevo; además conocía ese informe, así que salió a los pasillos en busca de un café y algo de comer. Paseó distraídamente entre los expositores multimedia que había instalados en la zona de los jardines interiores: era interesante observar la variedad de editoriales, de iniciativas, de colectivos distintos y dispares. Se descargó un par de

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publicaciones que le resultaron interesantes, apuró el café y regresó a la sala de conferencias justo cuando el ponente se retiraba.

Alguien de la organización salió para explicar lo que harían a con-tinuación: grupos de trabajo. No se ahorró ningún detalle de lo que ya venía sobradamente explicado en el programa, y aún seguía hablando cuando la gente ya marchaba diligente hacia su pabellón correspondien-te. Él se había inscrito para el de «Nuevos conflictos éticos»; a fin de cuentas, era su especialidad: biotecnología, derechos prenatales, muerte voluntaria y todas esas cuestiones tan llenas de matices y de oscuri-dades. Ciertamente, a todos les quedaba mucho por aprender, pero al menos en las últimas décadas habían recuperado la autoridad científica necesaria para que sus posiciones fueran tenidas en cuenta. Actualmen-te, un nutrido grupo de la Iglesia Ecuménica formaba parte del Comité de Éticas de la ONU. Precisamente asesorar a ese grupo era parte de su trabajo, a lo que dedicaba más tiempo, lo que provocaba sus peores desvelos y sus mayores esperanzas.

El grupo de trabajo comenzó casi una hora después de lo previsto: muchos de los asistentes se conocían, y el intercambio de abrazos y de impresiones se alargó, creando un clima de complicidad que todos agra-decieron. Prácticamente solo quedó tiempo para presentar el programa previsto y para emplazarse para la tarde. Declinó varias invitaciones a compartir el almuerzo, y salió a paso ligero hacía un pequeño restauran-te, donde había quedado con una vieja amiga, Marzena. Era una mujer polaca, cristiana y tozuda a partes iguales, que había peleado muy duro por los temas de identidad y orientación sexual dentro de la Iglesia, pero que llegaba al Concilio, según le confesó, relajada y con los deberes he-chos. Se pusieron al día, bromearon, disfrutaron de la comida ruandesa, y volvieron rápidamente a la sede del Concilio para incorporarse cada cual a su grupo de trabajo.

El resto de la tarde la pasó discutiendo espinosos asuntos. Cada vez que se atascaban, que se enquistaban los debates o se perdían los nervios, el moderador paraba la sesión, y todos guardaban silencio,

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rezaban, escribían, en un esfuerzo colectivo por encontrar la verdad, o lo más parecido a ella. Especialmente tenso estuvo el momento en el que se habló de la manipulación genética, una cuestión que mantenía enfrentada a la Iglesia Ecuménica con las grandes farmacéuticas que co-mercializaban el polémico «Genetic», los análisis de selección genética. En cualquier caso, consiguieron acercar posturas y decidieron enviar al comité de éticas el documento de conclusiones. El grupo de trabajo se disolvió del mismo modo que se conformó: con efusivos abrazos.

El calor, a esa hora de la tarde, empezaba a ser soportable, así que volvió andando al hostal. El mestizaje que se observaba en las calles era una réplica del mestizaje del planeta, la consecuencia de los frenéticos flujos migratorios que durante todo el siglo xxi habían arrasado los vie-jos conceptos demográficos y geográficos. Un pensador de principios de siglo ya lo advirtió cuando definió las «sociedades líquidas», estruc-turas en permanente cambio, maleables, inseguras. Y que necesitaban ciudadanos capaces de moverse en esas claves e instituciones; como la Iglesia, como su Iglesia. Él no estaba muy seguro de hacer una lectura objetiva de la historia reciente, pero creía que los cristianos habían con-seguido, en parte, aprender a moverse en esa sociedad líquida. Y eso les había devuelto la credibilidad. No le cabía duda, en cualquier caso, que el diálogo había rejuvenecido a todas las Iglesias cristianas, las había hecho flexibles, con una sana inseguridad que las obligó a reconocerse iguales, y a unirse en una sola Iglesia Ecuménica. Muchos cambios en poco tiempo.

Como el pueblo ruandés: tan cambiante, tan mestizo, tan líquido.Llegó a su hostal bien entrada la noche. No tenía ganas de sentarse

a cenar, así que se tomó un sobre nutricional, se dio una buena ducha y activó el e-center: tenía varios mensajes que le preguntaban por el Concilio: «de momento todo bien —escribió— y mañana Dios dirá». Se tumbó en la cama y volvió a fijarse en las humedades del techo. Y son-rió: estaba cansado, mayor, con cicatrices, pero aún tenía las esperanzas intactas. Se quedó dormido enseguida.

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Veo poco a mis primos. Hace muchos años que vivo fuera de Sevilla, por ahí lejos. Pero a ellos les gusta reunirse —somos un montón— y hace poco tuvieron el detalle de juntarse justo cuando yo pasaba por Sevilla. Seríamos unos treinta o así.

Nuestros padres y tíos también tenían la buena costumbre de organi-zar encuentros familiares. Siempre acababan discutiendo de lo mismo: de política y de religión. Los de nuestra generación nos prometimos no caer en la misma pesadez, pero (¡ay! de tal palo…); el otro día, con eso de que estaba yo, el cura de la familia, y que el asunto de los escándalos de abusos sexuales en el clero está de moda, el grupo se enzarzó en un rifirrafe sobre la Iglesia.

No se puede decir que aquello fuera propiamente un «diálogo», porque cada uno hablaba de lo que le interesaba sin seguir necesariamente el hilo de lo que decía el otro. En cualquier caso, yo disfrutaba escuchando atentamente cada intervención.

Era un grupo tan diverso… Aunque seamos primos y primas, todos en un abanico de edades entre los cuarenta y los sesenta y tantos, allí se jun-taban historias y sensibilidades muy diferentes. A unos parece que les va bien (trabajo y esas cosas); a otros no tanto. A algunos se les ve contentos con su pareja y sus niños; otros se han divorciado y vuelto a casar, y hacen encajes de bolillo con calendarios complicados para estar con los hijos; otros, sin pareja, o desparejados, o con experiencias de uniones de diverso tipo… La mayoría, eso sí, cristianos o por tradición o por convencimiento, o por las dos cosas. Algunos, sin embargo, prudentemente silenciosos en la discusión sobre la Iglesia, extraños a ese tipo de temas o manifiestamente molestos con el «montaje de los curas» y los rollos religiosos de siempre…

AQUeLLA ReUniÓn de PRimOS Javier Álvarez-Ossorio

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Amalia decía que no entendía por qué unos comulgaban en la mano y otros en la boca. A Pepe le parecía mal que en su Hermandad se vayan a gastar otro dineral en no sé qué manto de la Virgen. Rodrigo pedía que, por favor, está ya harto de que al hablar de Iglesia solo se dé la paliza con lo de los preservativos y el aborto, como si no hubiera otras cosas. Miguel consideraba impresentable el estilo de los obispos, que no paran de decir a la gente lo que tienen que hacer y que no escuchan a nadie. Mari arremetía contra los que critican mucho pero después no se puede contar con ellos para nada en la parroquia. Lola, que está preparándose para pasar otro ve-rano de voluntaria en la India con las Misioneras de la Madre Teresa, decía que lo de Jesús está en servir a la gente que sufre y dejarse de pamplinas. Antonia, que hay que ver cómo están poniendo a los curas con la cantidad de ellos que ella conoce que son excelentes personas. Felipe que, en fin, no le viene mal una cura de humildad al mundillo clerical que tan creído se lo tienen. Elisa —qué sensibilidad tan honda tiene esa mujer— opinaba que algo habrá que hacer, porque conocer a Cristo es lo más grande que le ha pasado en su vida y que eso se lo debe a la comunidad cristiana y que tiene muchísimas ganas de que a otros les pase lo mismo. A Eduardo, que viene de vuelta de un intento de meterse en política, le fastidia que por el solo hecho de ser cristiano le cuelguen sambenitos de carca y facha y que en España cuesta la misma vida encontrar gente que mire las cosas sin prejuicios rancios y con verdadero respeto a la conciencia de los demás. Carlos saltó entusiasmado, diciendo que había leído una cosa del Papa que le pareció interesantísima… pero que no se acordaba exactamente de qué iba el tema. Y que… «¡ojú!, oye y tú, Javier, ¿tú que dices de la Iglesia?».

¿Yo? (Caramba, con lo tranquilo que estaba escuchando y sin meter baza). Pues es como esa reunión de primos en la que cada uno canta la copla a su manera y en la que, en cada tonadilla, hay un eco de algo que se cuece en el corazón. Y que en los corazones trabaja el Espíritu de Jesús. Y que ahí vamos acompañando las búsquedas de unos y otros. Y que me gusta hacer eso arrejuntado con todos los «tocados» por el Señor que vamos juntos si aceptamos querernos como Él nos quiere, y que eso

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es vivir en Iglesia, de la que no se me ocurre renegar porque es mi casa, y mi madre —y mi dolor de cabeza también, que todo hay que decirlo.

—Ah, ya. Pues vaya respuesta. Con eso no se aclara casi nada, ¿no te parece?

—Bueno, hombre, que no estamos en un curso de teología, caramba. Anda, pásame otra cerveza, que hace mucha sed y estoy muy contento de veros de nuevo después de tanto tiempo…

Corazón (Almudena Hernández)

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Sálvame de este naufragiodonde perece mi tiempo.Sálvame de andar buscandoya sin Norte y sin consuelo.

Cuida de que yo me cuide.Sálvame del precipicio;de que nada me lastime,de arrojarme en el vacío.

Y si yo me niego a abrirtecuando llamas a mi puerta,sálvame de este despiste,sálvame de mi torpeza.

Sálvame de las mentirasque invento cada mañana.Sálvame de que a la vidano la mire cara a cara.

Sálvame del desconsuelo;de colgarme a mi pasado,de impedir hacerme nuevo,reinventarme a cada paso.

SáLVAmeNico Hernández

Sálvame • 57

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Y si yo me niego a abrirtecuando llamas a mi puerta,sálvame de este despiste,sálvame de mi torpeza.

Sálvame de andar dormido,de que la vida se pasesin haberme sumergidopor pensar que llego tarde.

Sálvame de que me pierdaen este baile de disfraces.

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nUeVA VidA Siro López

Nueva Vida • 59

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> colección Expresiones

YTCincuenta miradas, plurales y abiertas, a la Iglesia actual.

Seglares, artistas, religiosos, teólogos, misioneros, mayores y pequeños, esperanzados, desencantados, buscadores, soñadores, hombres y mujeres... comparten su experiencia de Iglesia y construyen, desde la diversidad, un proyecto común.En cada palabra, trazo, fotografía o letra de canción, podremos encontrar los sueños y esperanzas de creyentes que tratan de hacer realidad la oración de Jesús: «Que todos sean uno».

tú dices…