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Anne y Anne y su pequeño mundo su pequeño mundo L. M. Montgomery L. M. Montgomery

(7mo) Ana y Su Pequeño Mundo

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CAPTULO PRIMERO

PAGE 56LibrodotAnne y su pequeo mundoL. M. Montgomery

Anne y su pequeo mundo

L. M. Montgomery

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CAPTULO PRIMERO

La prisa de Ludovic

Anne Shirley se encontraba recostada junto a la ventana de la habitacin de Theodora Dix, un sbado por la tarde, mirando soadoramente hacia un pas de fantasa ms all de las colinas, donde se pona el sol. Estaba pasando dos semanas de sus vacaciones en la Morada del Eco, lugar de veraneo de los esposos Irving, y haca frecuentes escapadas a la heredad de las Dix para conversar con Theodora.

Esa hermosa tarde ambas estaban silenciosas y Anne se haba entregado a las delicias de construir castillos en el aire. Recostaba su armoniosa cabeza coronada por una espesa mata de cabellos rojo oscuro contra el marco de la ventana, y sus ojos grises parecan un reflejo de luna sobre un lago de sombras.

Cuando bajaron la loma vieron aproximarse a Ludovic Speed. Aunque se hallaba bastante lejos de la casa, Ludovic tena un aspecto reconocible a cualquier distancia. En Middle Grafton nadie posea una figura tan alta, encorvada y de movimientos tan apacibles.

Anne apart sus sueos, pensando que deba obrar con tacto y retirarse, pues Ludovic festejaba a Theodora. Todo Grafton lo saba y si an quedaba alguien que lo ignoraba, no era porque le faltara tiempo para enterarse. Desde haca quince aos, Ludovic suba a la loma con su andar rutinario e invariable para ver a Theodora. Cuando Anne, que tena la lgica y el romanticismo de la juventud, se levant para retirarse, Theodora, con la franqueza y el sentido prctico de su madurez, le dijo con un guio.

-No te apures, chica. Sintate y s franca. Has visto a Ludovic venir, bajando la loma, y crees que molestars, pero no es as. Ludovic siempre prefiere que alguien est presente, y yo tambin. Eso estimula la conversacin. Cuando un hombre viene visitndote dos veces a la semana desde hace quince aos, una se acostumbra a hablar por monoslabos.

Sus relaciones con Ludovic nunca avergonzaron a Theodora. No le incomodaba referirse a l como a su lento festejante, y hasta pareca divertirla.

Anne volvi a sentarse y ambas observaron a Ludovic, que vena por el sendero mirando tranquilamente a su alrededor, contemplando los campos de trboles y los azules meandros del ro, que se retorcan por el neblinoso valle.

Anne observ el inmutable rostro de Theodora y trat de imaginarse a s misma sentada all, a la espera de un festejante que tardara mucho en decidirse. Pero la imaginacin de Anne result insuficiente en este punto.

-De todos modos -pens impacientemente-, yo habra encontrado alguna manera de apurarlo. Ludovic "Speed"! Nunca he odo un nombre que corresponda menos. Ese hombre con ese apellido es un timo y una trampa.

De pronto, Ludovic arrib a la casa, pero se detuvo tanto tiempo en el umbral a contemplar el entrelazado follaje verde del huerto de los cerezos, que Theodora fue y abri la puerta antes de que golpeara. No bien entraron en la sala, hizo una mueca cmica a Anne a sus espaldas.

Ludovic sonri a la joven con verdadero agrado. La apreciaba y era la nica muchacha que conoca, pues generalmente evitaba a todas; le hacan sentirse torpe y fuera de lugar. Pero con Anne no ocurra nada de esto; ella tena la virtud de saber llevar a toda clase de personas, y aunque no haca realmente mucho tiempo que la conoca, tanto l como Theodora la consideraban una vieja amiga.

Ludovic era alto y algo desgarbado, pero su imperturbable tranquilidad daba una dignidad a su apariencia que de otro modo no hubiera lucido. Tena unos sedosos y cados mostachos castaos y una barbilla rizada estilo imperial, moda que era considerada excntrica en Grafton, donde los hombres lucan las mejillas bien afeitadas o cubiertas por espesas barbas. Sus ojos eran soadores y tranquilos, con un toque de melancola en su azul profundidad.

Se sent en el viejo silln que haba pertenecido al padre de Theodora. Siempre lo haca, y Anne lleg a la conclusin de que el silln estaba terminando por parecrsele.

Pronto la conversacin tom un giro muy animado. Ludovic era un buen conversador cuanto tena quien lo acicateara. Haba ledo mucho, y a veces sorprendi a Anne con comentarios sobre hombres o cosas que haban ocurrido en el mundo y cuyo eco apenas llegaba a Grafton de un modo fantasmal. Tambin tena especial predileccin por las discusiones sobre temas religiosos con Theodora, a quien no le importaban mucho los asuntos polticos o histricos del mundo, pero que estaba vida de conocimientos doctrinarios y lea todo lo que se relacionaba con ellos. Cuando la conversacin se encauz dentro de una amable controversia entre Ludovic y Theodora sobre ciencia cristiana, Anne juzg que su presencia no era ya necesaria y que no la echaran de menos.

-Es la hora de las estrellas y de las buenas noches-dijo, y parti suavemente. Pero tuvo que detenerse para rer cuando perdi de vista la casa y se encontr en medio de la verde pradera cubierta por el blanco y oro de las margaritas. Corra una brisa plena de fragancias. Anne se recost contra un blanco abeto echndose a rer a carcajadas, cosa que haca cada vez que recordaba a Ludovic y a Theodora. Para sus pocos aos, aquel noviazgo era algo muy divertido.

!!Apreciaba a Ludovic, pero no poda evitar provocarlo.

Querido grandsimo bolo! -dijo en voz alta-. Nunca he conocido un tonto ms digno de ser amado. Es como el caimn de la antigua ronda, que no puede seguir, ni puede detenerse, y que se menea y sube y baja.

Dos das despus, Anne regres y se puso a conversar con Theodora sobre Ludovic. Theodora, que era muy habilidosa y tena pasin por los trabajos manuales, estaba trabajando con sus giles y rollizos dedos en una carpeta de encaje de Battenburg. Anne, recostada en una pequea mecedora con sus delgadas manos sobre el regazo, la observaba. Pensaba que Theodora era realmente buena moza, con su cutis blanco, sus facciones bien marcadas y sus grandes ojos castaos. Cuando no sonrea, su aspecto era imponente. Anne lleg a la conclusin de que quiz atemorizaba a Ludovic.

-Estuvo hablando con Ludovic toda la tarde sobre ciencia cristiana? -pregunt.

Theodora sonri ampliamente.

-S, y hasta discutimos. Al final gan yo, Ludovic no puede pelear con nadie. Es como dar puetazos al aire. No me gusta pegar cuando no me devuelven el golpe.

-Theodora -continu Anne, envalentonndose-. Voy a ser curiosa e impertinente. Si lo desea puede darme un coscorrn. Por qu no se casan usted y Ludovic?

Theodora ri de buena gana.

-Reconozco, Anne, que sa es una pregunta que vienen hacindose todos en Grafton, desde hace un rato largo. Bueno, pues yo no tengo ningn inconveniente en casarme con Ludovic. Te parece mucha franqueza? Pero no es fcil casarse con un hombre a menos que te lo pida, y l nunca lo ha hecho.

-Es demasiado tmido? -Ya que Theodora estaba de humor, Anne se propona escarbar en el confuso asunto hasta la raz.

Theodora interrumpi su trabajo y contempl con ojos meditativos las verdes praderas en el atardecer de verano.

-No, no creo que sea por eso. Ludovic no es tmido. Es un modo de ser, el modo de los Speed, que son espantosamente reflexivos. Piensan aos las cosas antes de decidirse a hacerlas. A veces se acostumbran tanto a meditarlas que nunca las llevan a cabo, como el viejo Alder Speed que se pasaba la vida diciendo que ira a Inglaterra a visitar a sus hermanos y nunca fue, aunque ninguna razn se lo impeda. No son perezosos, pero les gusta tomarse un buen tiempo antes de actuar.

-Y Ludovic es un caso de exagerado, Speedismo"-opin Anne.

-Exactamente. Nunca se ha apresurado en su vida. Mira, durante seis aos estuvo pensando en pintar su casa. Lo convers conmigo a menudo y hasta eligi el color, y ah quedaron las cosas. Me demuestra afecto y varias veces pareci a punto de hablarme. La nica cuestin es si algn da lo har.

-Por qu no lo apura? -pregunt Anne impacientemente.

Theodora volvi a su labor con otra carcajada.

-Si Ludovic necesita que lo apuren, no soy yo la ms indicada. Soy demasiado tmida. Suena ridculo or decir esto a una mujer de mi edad y de mi estatura, pero es verdad. Por supuesto que s que es la nica manera de hacer que un Speed se decida a casarse. Tienes, por ejemplo, el caso de una prima ma casada con el hermano de Ludovic. No te digo que ella se le declarara, Anne, pero no anduvo muy lejos. Yo no podra hacerlo. Una vez trat. Cuando me di cuenta de que todas las jvenes de mi edad se estaban casando, intent hacerlo picar. Pero se me qued en la garganta. Y ya no lo siento. Si slo me convirtiera en una Speed tomando yo la iniciativa, seguir siendo Dix hasta el fin de mis das. Ludovic no se da cuenta de que estamos envejeciendo, sabes? Piensa que todava somos un par de jovenzuelos inconstantes, con toda la vida por delante. se es el error de los Speed. No se dan cuenta de que viven, hasta que se mueren.

-Lo quieres, no es cierto? -pregunt Anne percibiendo una nota de amargura en las frases de Theodora.

-Por supuesto! -dijo sta cndidamente, creyendo que no vala la pena ruborizarse por un asunto ya tan establecido-. Tengo muy buena opinin sobre Ludovic. Con toda seguridad necesita alguien que mire por l. Es muy negligente y parece descuidado. Eso puedes verlo t misma. Su vieja ta se ocupa algo de la casa; pero no parece ocuparse de l, y Ludovic est llegando a una edad en la que un hombre necesita un poquito de cuidado y mimos. Yo estoy sola aqu, y Ludovic tambin lo est y todo esto parece muy ridculo, verdad? S que somos la burla de todo Grafton, pero Dios sabe que yo soy la primera en rerme. Algunas veces pens que Ludovic se apresurara si lo pona celoso, pero nunca pude flirtear, y aunque pudiera, no hay con quin hacerlo. Todos aqu me consideran propiedad de Ludovic y nadie soara con interferir entre nosotros.

-Theodora -exclam Anne-, tengo un plan!

-Vaya, qu piensas hacer? -pregunt Theodora.

Y Anne se lo dijo. Primero Theodora ri y protest, pero al final asinti dubitativamente, ganada por el entusiasmo de Anne.

-Bien, tratemos --dijo, resignada-. Si Ludovic se enfurece y me deja, estar peor que nunca, pero quien nada arriesga, nada gana. Adems, debo admitir que estoy cansada de andar perdiendo el tiempo.

Anne regres a la Morada del Eco encantada con su plan. Busc a Arnold Sherman y le dijo qu quera de l. Arnold escuch y se ech a rer. Era un viudo de edad madura, ntimo amigo de Stephen Irving, y haba venido a pasar parte de sus vacaciones en la isla del Prncipe Eduardo. Era elegante dentro de su estilo y conservaba un encanto que convena perfectamente al plan de Anne. Le diverta pensar que contribuira a apurar a Ludovic Speed y saba que Theodora cumplira bien su parte. Cualquiera fuera el final, la comedia no sera aburrida.

El teln se levant sobre el primer acto despus del oficio religioso el jueves por la noche. Cuando todos salieron de la iglesia haba luna llena y la visual era perfecta. Arnold Sherman estaba de pie sobre los escalones junto a la puerta y Ludovic Speed se encontraba recostado contra una esquina de la cerca del cementerio, tal como vena hacindolo desde haca aos. Los muchachos decan que haba borrado la pintura de ese lugar. No haba ninguna razn, para que Ludovic fuera hacia la puerta de la iglesia; Theodora saldra como de costumbre y el se le reunira cuando pasara por la esquina.

Y as pas. Theodora baj los escalones, su imponente figura recortada en la oscuridad contra el brillo de las lmparas del porche. Arnold Sherman le pregunt si poda acompaarla hasta su casa. Theodora lo tom tranquilamente del brazo y ambos pasaron junto al estupefacto Ludovic, que permaneca mirando, desconsolado, como si no pudiera creer a sus propios ojos.

Por un momento qued esttico; luego comenz a caminar detrs de su casquivana dama y del nuevo admirador de ella. Los muchachitos y algunas jvenes irresponsables lo siguieron, creyendo encontrarse con algn acontecimiento excitante, pero fueron desilusionados. Ludovic anduvo a grandes zancos hasta que alcanz, a Theodora y Arnold Sherman, y se qued dcilmente detrs de ellos.

Theodora no disfrut mucho del paseo, a pesar de que Arnold Sherman se consideraba especialmente entretenido. Su corazn suspiraba por Ludovic, cuyos pies oa arrastrar sobre el suelo, por detrs de ellos. Tema haber sido demasiado cruel, pero ya estaba en eso y deba continuar.

Se fortaleci con la idea de que todo era por su propio bien y le habl a Arnold Sherman como si ste fuera el nico hombre en el mundo. El pobre y abandonado Ludovic la segua humildemente, la escuchaba, y si Theodora hubiera sabido cun amargo era el cliz que le verta en los labios, lo habra apartado sin importarle las bienaventuranzas finales.

Cuando ella y Arnold llegaron a su huerta, Ludovic tuvo que detenerse. Theodora mir por sobre el hombro y lo vio en el camino. Su desamparada figura estuvo en sus pensamientos durante toda la noche. Si Anne no hubiera corrido al da siguiente a robustecer sus convicciones, lo habra echado todo a perder cediendo antes de tiempo.

Ludovic, mientras tanto, permaneci detenido en el camino, inmune a los gritos y comentarios de los muchachitos all reunidos, hasta que Theodora y su rival desaparecieron de su vista bajo los abetos de la cuesta. Entonces se volvi y regres a su casa, no ya con el andar pausado, sino con un paso agitado que denunciaba inquietud interior.

Estaba azorado. Si repentinamente hubiera llegado el fin del mundo, o el ro Grafton saliera de cauce e inundara la colina, Ludovic no se habra mostrado ms sorprendido. Durante quince aos haba acompaado a Theodora a su casa despus de los oficios y ahora ese extranjero, con todo el encanto de los "Estados Unidos" tras l, se la haba birlado con toda frescura bajo sus propias narices. Lo ms grave, el peor de los golpes, era que Theodora lo haba acompaado gustosamente y era evidente que hasta haba disfrutado de su compaa. Ludovic sinti el aguijn de la furia en su apacible corazn.

Cuando lleg al final de la cuesta, hizo una pausa en la puerta y mir hacia su casa. Aun a la luz de la luna, el aspecto deteriorado por las inclemencias del tiempo era claramente visible. Pens en el rumor que le atribua a Arnold Sherman una mansin palaciega en Boston y se golpe la barba con sus dedos bronceados por el sol. Luego cerr el puo y lo descarg contra el portn.

-Qu se cree Theodora, que me va a despedir de esta manera despus que la he acompaado durante quince aos! -exclam-. Tengo algo que decir. Qu Arnold Sherman ni Arnold Sherman! El atrevimiento de ese monicaco!

A la maana siguiente Ludovic fue a Carmody a contratar los servicios de Joshua Pye para pintar su casa, y al anochecer fue a ver a Theodora aunque no era esperado por ella hasta el sbado por la tarde.

Arnold Sherman haba llegado antes que l, y estaba sentado en la mismsima silla que ocupara Ludovic. ste tuvo que tomar asiento en la nueva mecedora de Theodora, sitio en el que se encontraba lastimosamente fuera de lugar.

Si Theodora encontraba la situacin embarazosa, lo disimulaba muy bien. Nunca haba lucido ms elegante, y Ludovic repar en que llevaba uno de sus mejores vestidos de seda. Se preguntaba acongojadamente si se lo habra puesto en honor de su rival. Nunca se haba vestido con sedas para l. Ludovic haba sido siempre el ms manso y suave de los mortales, pero mientras estaba sentado all, escuchando la florida conversacin de Arnold Sherman, senta impulsos homicidas.

-Debas de haberlo visto enardecido-le deca Theodora, al da siguiente a Anne, que estaba radiante de alegra-. Debo de ser una malvada pero me encantaba. Tema que se enfadara y no viniera ms, pero mientras venga a enfadarse aqu, me encanta. El pobre las est pasando muy mal y el remordimiento me come. Anoche quiso competir con el seor Sherman, pero no pudo. Nunca habrs visto una criatura ms deprimida que l cuando corra cuesta abajo. S, corra!

El domingo siguiente Arnold Sherman fue a la iglesia con Theodora y se sent a su lado. Cuando entraron, Ludovic Speed se puso repentinamente de pie. Aunque volvi a tomar asiento al instante, todos lo vieron, y esa noche hasta las piedras de Grafton comentaban jocosamente el dramtico acontecimiento.

-S -le contaba Louella Speed, prima de Ludovic, a su hermana, que no haba estado en la iglesia-, salt sobre sus pies como si lo hubieran empujado, mientras el ministro lea el captulo correspondiente! Tena la cara blanca como la nieve y sus ojos despedan fuego. Nunca me sent tan conmovida, te lo aseguro! Casi esperaba verlo volar hacia ellos en ese mismo instante, pero emiti un sonido entrecortado y volvi a sentarse. Yo no s si Theodora Dix lo vio o no, pero se mantuvo tan fra y lejana como si no le concerniera.

Theodora no haba visto a Ludovic, pero si su apariencia era fra y lejana, por dentro se senta profundamente confundida. No haba podido evitar que Arnold Sherman fuera a la iglesia con ella, pero le pareca que las cosas haban ido demasiado lejos.

En Grafton, las personas de sexo opuesto no se sentaban juntas en la iglesia a menos que estuvieran a punto de comprometerse. Y si esto suma a Ludovic en la inercia de la desgracia en vez de despertarlo? Durante todo el servicio se sinti terriblemente desgraciada y no escuch una palabra del sermn.

Pero las espectaculares demostraciones de Ludovic no haban llegado a su fin. Los Speed tardaban en resolverse, pero una vez que lo hacan, nada los amedrentaba. Cuando Theodora y el seor Sherman salieron, Ludovic los aguardaba en la escalera. Su postura era firme y decidida. La mirada que le dirigi a su rival era de abierto desafo y la mano que se apoy en el brazo de Theodora era toda una seal de posesin.

-Puedo acompaarla a su casa, seorita Dix? -dijo con un tono que significaba que lo hara a las buenas o a las malas.

Theodora, despus de una rpida mirada al seor Sherman, se tom del brazo de Ludovic, y ste march con ella en medio de un profundo silencio. Era su hora ms gloriosa.

Al da siguiente Anne camin desde Avonlea en busca de noticias. Theodora sonri ampliamente.

-S, por fin ya est todo arreglado, Anne. Anoche al venir para casa, Ludovic me pregunt lisa y llanamente si quera casarme con l, domingo y todo como era. Lo haremos inmediatamente, pues Ludovic no quiere esperar ni una semana ms de lo necesario.

-De modo que por fin Ludovic Speed tiene apuro por algo -dijo el seor Sherman cuando Anne le llev las noticias a la Morada del Eco-. Y t ests encantada, claro, y mi pobre orgullo debe ser la vctima. Siempre se me recordar en Grafton como al caballero de Boston que pretendi a Theodora Dix y le dieron calabazas.

-Pero como no es as... -lo consol Anne.

Arnold Sherman pens en la madura belleza de Theodora y en el tierno compaerismo que le revelara en su breve trato.

-No estoy tan seguro -dijo con un suspiro.

CAPTULO DOS

La anciana seora Lloyd

EL CAPTULO DE MAYO

Las malas lenguas de Spencervale decan que la vieja Lloyd era rica, tacaa, orgullosa, y siguiendo las reglas de la chismografa, cargaban las tintas.

La vieja Lloyd no era rica ni tacaa; en realidad era lastimosamente pobre, tanto que "Crooked" Jack Spencer, que le arreglaba el jardn y cortaba la lea, resultaba opulento a su lado, pues l, por lo menos, coma tres veces al da, y la vieja Lloyd apenas si a veces poda hacerlo una. Pero s era muy orgullosa, tanto que prefera morir antes de permitir que los habitantes de Spencervale, entre quienes haba reinado en su juventud, sospecharan cun pobre estaba y qu apreturas pasaba. Era mejor que pensaran que era miserable y excntrica; una vieja reina que permaneca recluida, que no iba a ninguna parte ni siquiera a la iglesia y que pagaba la contribucin ms baja de toda la congregacin para sostener al pastor.

-Y eso que nada en la abundancia! -decan todos, indignados-. Con toda seguridad que la tacaera no la ha heredado de sus padres. Ellos s que eran generosos y sociables. No hubo caballero ms fino que el anciano doctor Lloyd; siempre haca el bien a todo el mundo, y tena un modo de encarar las cosas que pareca que el favor se lo estaban haciendo a l. Bah, bah!, djenla sola con su dinero. Si no quiere nuestra compaa no tiene por qu sufrirla. Hay que reconocer que no es ni la mitad de feliz de cuanto podra ser, con todo su dinero y su orgullo.

Desgraciadamente era cierto. La vieja Lloyd no era del todo feliz. No es fcil serlo cuando espiritualmente se est sola y vaca, y materialmente lo nico que nos ampara de la miseria es el poco dinero que producen unas gallinas.

La vieja viva lejos en "la vieja casa de los Lloyds", como siempre se la llam. Era una casa de singular belleza, de aleros bajos, grandes chimeneas y ventanas cuadradas, toda rodeada de abetos. Viva all completamente sola y a veces pasaba semanas sin ver a un ser humano, excepto a "Crooked" Jack. Qu haca la vieja Lloyd y en qu empleaba el tiempo, era un acertijo que los de Spencervale no podan resolver. Los nios crean que se entretena contando el oro que tena escondido en un gran bal negro debajo de su cama. Le tenan verdadero terror. Los de Spencer Road hasta decan que era una bruja y escapaban cuando vean a la distancia su erguida figura paseando por los bosques en busca de astillas para encender el hogar. Mary Moore era la nica plenamente convencida de que no era una bruja.

-Las brujas siempre son feas -aseguraba-, y la vieja Lloyd, no lo es. Es realmente hermosa con ese suave cabello blanco, sus enormes ojos negros y su linda carita. Esos de Spencer Road no saben lo que dicen. Mam dice que son una gentuza ignorante.

-Est bien -insista Jimmy Kimball resueltamente-, pero nunca va a la iglesia y cuando recoge las leitas refunfua y habla sola.

La vieja Lloyd hablaba a solas porque tena mucha necesidad de compaa y de conversacin. Cuando uno no ha hablado ms que consigo mismo durante veinte aos, la casa termina volvindose montona, y a veces suceda que la vieja hubiera sacrificado todo menos el orgullo con tal de un poco de compaa. En esos momentos se senta triste y resentida contra el destino por habrselo quitado todo. No tena a nadie a quien amar y sta es la situacin ms penosa en que puede verse un ser humano.

En la primavera se haca an ms doloroso. En una poca, cuando la vieja Lloyd no era tal, sino la hermosa, voluntariosa y alegre Margaret Lloyd, haba amado las primaveras. Ahora las odiaba porque le hacan dao, y precisamente las de mayo ms que ninguna otra. Sentase incapaz de sobrellevar tanto dolor. Todo la hera: el reverdecer de los abetos, las nieblas encantadas de la pequea hondonada de las hayas bajo la casa, el olor a tierra fresca que desprenda su jardn cuando "Crooked" Jack lo trabajaba. Estuvo despierta toda una noche de luna llena, llorando por el dolor de su corazn. Hasta olvid que su cuerpo estaba tan hambriento como su alma; y deba estarlo realmente pues haba pasado la semana con slo unas galletitas y agua para poder reunir el dinero con que pagarle a "Crooked" Jack el arreglo del jardn. Cuando la plida luz del amanecer ilumin su cuarto, la vieja Lloyd escondi su rostro entre la almohada y se neg a contemplarla.

-Odio el nuevo da -dijo con rebelda-. Ser igual a todos los otros, triste y aburrido. No quiero levantarme y vivirlo. Pensar en aquella poca venturosa en que tenda alegre mis manos al nuevo da, como a un viejo amigo que me traa buenas nuevas! Entonces amaba las maanas, nubladas o llenas de sol; eran tan deliciosas corno un libro an no ledo, y ahora las odio... las odio... las odio!

Pero a pesar de todo, la vieja Lloyd se levant pues saba que "Crooked" Jack ira temprano a terminar el arreglo del jardn. Pein cuidadosamente su hermosa mata de cabello cano y se puso un vestido de seda roja con lunares dorados. Siempre usaba ropa de seda por motivos de economa. Era mucho ms barato usar un traje de seda que haba sido de su madre, que comprarse uno nuevo en la tienda. Tena muchsimos, todos heredados de su madre y los llevaba maana, tarde y noche. Los de Spencervale consideraban esto como una prueba evidente de su orgullo. En cuanto a la moda, decan que los llevaba as pues su tacaera no le permita hacerlos arreglar. No suponan que la vieja Lloyd nunca se pona uno sin penar al verlo tan anticuado, y que hasta los ojos de "Crooked" Jack lastimaban lo ms hondo de su vanidad de mujer cuando los vea fijos en sus antiguos volados y sobrepolleras.

En virtud de ellos fue que la vieja Lloyd no salud al nuevo da. Cuando sali a dar un paseo despus de la comida, o mejor dicho despus de su galletita del medioda, la belleza del instante la dej extasiada. Era tan fresca, tan dulce, tan virginal! El bosque de abetos que rodeaba la casa estaba vibrante de seres primaverales que cruzaban entre luces y sombras. Parte de esta maravilla encontr el camino al corazn de la vieja Lloyd mientras caminaba, y cuando lleg al puentecillo sobre el arroyo bajo las hayas, casi se senta otra vez gentil y enternecida. Haba all un enorme rbol que la vieja Lloyd amaba particularmente, por razones que ella conoca muy bien. Una haya muy alta y corpulenta con el tronco como una columna de mrmol gris y un tupido ramaje que se extenda sobre el quieto remanso que el arroyo haca a sus pies. En los das que brillaba la desvanecida gloria de la vieja Lloyd, aquel rbol era un tierno retoo.

La anciana oy de pronto voces y risas infantiles; partan de lo alto de la cuesta que lindaba con la casa de William Spencer. El frente de las tierras de William Spencer daba al camino principal, en direccin completamente opuesta, pero las nias cortaban por ese atajo para ir a la escuela.

La vieja Lloyd se ocult apresuradamente detrs de un montecillo de abetos. No quera a las nias de Spencer porque stas siempre se asustaban al verla. Por entre las espesas ramas las vio acercarse alegremente cuesta abajo, las dos mayores de frente y las mellizas colgadas de las manos de una alta y delgada jovencita, la nueva maestra de msica, con toda seguridad. El huevero le haba contado que en lo de Spencer aguardaban la llegada de la maestra, que viva all, pero no le dijo cmo se llamaba.

Las mir curiosamente mientras se acercaban, y entonces, repentinamente, el corazn de la vieja Lloyd le dio un vuelco terrible y comenz a latirle fuertemente mientras su respiracin se apresuraba y todo su cuerpo temblaba. Quin... quin poda ser esa jovencita? Bajo el sombrero de la nueva maestra escapaban espesas matas de cabello castao del mismo tono y ondulacin que las que la vieja Lloyd recordaba en otra persona muchos aos atrs, y bajo unas cejas y pestaas negras brillaban los ojos color azul violceo, unos ojos que la anciana conoca tan bien como los suyos propios. El bello rostro exquisitamente rosado de la joven maestra le recordaba otro que su pasado guardaba celosamente. Eran idnticos en todo, salvo en un aspecto. El del recuerdo era dbil en medio de todo su encanto, y el de la muchacha posea una fuerza y una determinacin llena de dulzura y femineidad. Cuando pas al lugar que serva de escondite a la vieja Lloyd, la joven ri ante la ocurrencia de una de las nias, y la anciana, que conoca muy bien ese modo de rer, record haberlo odo antes bajo ese mismo rbol.

Espi al grupo hasta que desapareci sobre la boscosa colina ms all del puente, y luego regres a su casa caminando como en medio de un sueo. "Crooked" Jack estaba trabajando empeosamente en el jardn. Habitualmente, la duea de casa no le diriga la palabra, pues le fastidiaba su conocida debilidad por la chismografa, pero ese da fue hacia l directamente, con su alta figura vestida de seda roja y los blancos cabellos brillantes bajo el sol.

"Crooked" Jack la haba visto salir, y pens que la vieja Lloyd estaba perdiendo terreno. Se la vea plida y enfermiza, pero cuando se le acerc lleg a la conclusin de que estaba equivocado. Las mejillas de la anciana estaban rosadas y sus ojos chispeantes. En algn lugar de su paseo haba dejado por lo menos diez aos. "Crooked" se apoy en su azada y decidi que no abundaban muchas mujeres con aspecto tan distinguido como el de la vieja Lloyd. Lstima que fuera una vieja tan avara!

-Seor Spencer -pregunt la anciana cortsmente, pues siempre se mostraba muy corts con sus inferiores cuando se dignaba dirigirles la palabra-, puede usted decirme cmo se llama la nueva maestra de msica que vive en casa de Spencer?

-Sylvia Gray -contest "Crooked" Jack.

Volvi a saltarle el corazn a la vieja Lloyd, aunque esta vez esperaba la respuesta. Saba que esa joven con el mismo cabello y con los mismos ojos que Leslie Gray no poda ser otra que su hija.

"Crooked" Jack volvi las manos al trabajo, pero su lengua se mova ms ligero que su azada y la vieja Lloyd escuch vorazmente. Por primera vez bendijo la garrulidad y chismografa de su jardinero. Beba cada una de sus palabras.

"Crooked" haba estado trabajando en casa de William Spencer la tarde en que lleg la nueva maestra y era de los que descubran en un solo da todo lo digno de saberse sobre una persona. En cuanto se enteraba de las cosas era feliz contndolas. Es difcil discriminar quin goz ms aquella media hora, si l hablando o la vieja Lloyd escuchando.

Lo que dijo "Crooked" Jack puede resumirse as; los padres de la seorita Gray haban muerto cuando era ella una criaturita. La seorita Gray fue criada por una ta y era muy ambiciosa.

-Quiso tener edicacin musical-termin diciendo-, y por Belceb que lo consigi, que no he ido nada igual a su voz. Nos cant la noche que vino y yo pins que era un ngel. Me atrives como un rayo de luz. Las Spencer se volvieron locas con ella. Tine ya veinte alunos aqu, y en Grafton y en Avonlea.

Cuando le hubo sacado al jardinero todo lo que saba, la vieja Lloyd entr, fue a sentarse junto a la ventana de su salita y se entreg a sus pensamientos. Temblaba de excitacin de pies a cabeza.

La hija de Leslie! La anciana haba tenido tambin su romance. Haca muchos aos -cuarenta- fue prometida de Leslie Gray, joven estudiante que haba enseado en la escuela de Spencervale por el trmino de un verano, el verano de oro en la vida de Margaret Lloyd. Leslie era un joven tmido y soador con ambiciones literarias, que algn da le traeran riqueza y fama, segn estaban firmemente convencidos l y Margaret.

Al terminar el verano discutieron amargamente por una tontera y Leslie se march enojado, no obstante lo cual le escribi. Pero Margaret Lloyd, an dominada por su orgullo y resentimiento, le contest duramente. No llegaron ms cartas; Leslie Gray nunca volvi, y un da Margaret se encontr con que haba apartado al amor de su vida para siempre. Supo que nunca volvera a pertenecerle, y dando la espalda a la juventud, emprendi el triste y solitario camino a la vejez en medio de un valle de sombras.

Aos despus se enter del casamiento de Leslie. Luego tuvo noticias de su muerte, que le alcanz antes de ver cumplidos sus sueos. Nunca ms supo nada, nada hasta el instante en que vio pasar a la hija de l desde su escondite tras los abetos.

-Su hija! Y pudo haber sido mi hija -murmur la vieja Lloyd-. Oh, si pudiera conocerla y quererla... y quizs hasta ganar su cario! Pero no puedo. No puedo mostrarle a la hija de Leslie Gray lo pobre que soy, cun bajo he cado. No podra soportarlo. Y pensar que vive tan cerca de m, cuesta arriba sobre la colina. Por lo menos podr verla pasar todos los das. Pero si slo pudiera hacer algo por ella, darle un poquito de alegra! Sera magnfico!

Esa noche, cuando la vieja Lloyd entr al cuarto de huspedes, vio una luz que brillaba entre los rboles sobre la colina. Saba que vena del cuarto de huspedes de las Spencer. Era la luz de Sylvia. Se qued detenida en la oscuridad hasta que desapareci mirndola con el corazn desbordante de dulzura. Imagin a Sylvia movindose por la habitacin, cepillndose y peinando su largo y brillante cabello; sacndose las chucheras y adornos juveniles, preparndose para dormir. Cuando se apag la luz, la vieja Lloyd imagin una difana figura que se arrodillaba para decir sus oraciones junto a la ventana, e hizo lo mismo y rez sus propias oraciones en un acto de confraternidad. Repiti las mismas simples palabras de siempre, pero parecan inspiradas por un nuevo espritu; y termin con una nueva peticin: "Haz que se me ocurra algo con que ayudarla, Padre..., alguna poquita, poquita cosa que pueda hacer por ella".

La anciana siempre haba dormido en el mismo cuarto, el que miraba al Norte, frente a los abetos, y lo amaba, pero al da siguiente se mud al cuarto de huspedes sin ninguna pena. se sera su dormitorio en adelante; deba estar donde pudiera ver la luz de Sylvia. Puso su lecho en el lugar desde donde poda alcanzar a ver la estrella terrestre cuya luz repentinamente se haba abierto camino entre las sombras de su corazn. Se senta feliz. Haca muchos aos que no lo estaba, pero ahora un nuevo y extrao inters, que pareca un sueo, haba despertado en su vida. Adems, se le haba ocurrido algo que poda hacer por Sylvia, una "poquita, poquita cosa" que le llevara alegra.

Los habitantes de Spencervale siempre se quejaban de que en el pueblo no haba mayas. Cuando las jovencitas queran procurrselas tenan que irse a buscarlas a Avonlea, a seis millas de distancia. La vieja Lloyd era la nica que conoca la verdad. En uno de sus largos y solitarios vagabundeos haba descubierto un pequeo claro detrs de los bosques, una colina arenosa sobre un techo arbolado perteneciente a un caballero que viva en la ciudad. En primavera se mostraba cubierto de rosadas y blancas flores.

All se dirigi esa tarde la vieja Lloyd, a travs de boscosas sendas y bajo espesas ramas de abetos, con la feliz apariencia de quien cumple un buen propsito. Una vez ms la primavera volva a parecerle amable y hermosa, pues el amor haba entrado otra vez en su corazn y en su alma. Hambrienta, se saciaba con el divino manjar.

La vieja Lloyd encontr la colina arenosa cubierta de mayas. Llen su canasta deleitndose al pensar en la alegra que tendra Sylvia. Al regresar a su casa escribi en un trozo de papel: "Para Sylvia". Aunque era probable que nadie en Spencervale pudiera reconocer su letra, la desfigur, para mayor seguridad, escribiendo con rasgos redondos y grandes como los de los chicos. Llev sus mayas al valle, las coloc en el hueco de las races de un viejo abeto y pinch la breve nota en una ramita.

Luego la anciana se escondi detrs de un grupo de rboles. Intencionalmente se haba vestido con el traje de seda verde. No tuvo que esperar mucho. Pronto vio a Sylvia Gray que bajaba la cuesta con Mattie Spencer y que al llegar al puente repar en las mayas. Se le escap un grito de placer, aunque al descubrir su nombre escrito hizo un gesto de desconfianza. La vieja Lloyd, que espiaba entre los rboles, no poda resistir la risa al ver el giro que tomaba su pequeo plan.

-Para m! -exclam Sylvia alzando las flores-. Sern realmente para m, Mattie? Quin pudo haberlas dejado aqu?

Mattie se ri tontamente.

-Debe de haber sido Chris Stewart -dijo-. S que anoche fue a Avonlea. Y mam dice que se fij mucho en ti: lo sabe por la manera como te miraba la otra noche cuando cantabas. Sera muy propio de l hacer una cosa as de rara. Es tan tmido con las muchachas...

Sylvia frunci el ceo. No le gustaban las palabras de Mattie, pero las mayas s, y no le desagradaba Chris Stewart, que le haba parecido un agradable y modesto muchacho de campo. Alz las flores y escondi el rostro entre ellas.

-De cualquier modo, le quedo muy agradecida a l o a quien me las haya mandado. No hay nada que adore ms que las mayas. Oh, qu dulces son!

Cuando se fueron, la vieja Lloyd sali del escondite emocionada por su triunfo. No la afectaba que Sylvia creyera que Chris Stewart le haba dejado las flores. En realidad era lo mejor que poda pasar, ya que ni siquiera podra imaginarse quin era el verdadero remitente. Lo principal era que Sylvia haba gozado con el obsequio. Esto satisfizo completamente a la anciana, que regres a su solitario hogar con el corazn alegre.

Pronto fue comidilla de todo Spencervale el que Chris Stewart haba dejado mayas en el hueco de un abeto para una joven maestra de msica. El mismo Chris lo neg, pero nadie quiso creerle. En primer lugar en Spencervale no haba mayas; en segundo, ese mismo da Chris haba ido a Carmody a llevar leche a la fbrica de manteca, y las mayas crecan en Carmody; y en tercer lugar, los Stewart siempre haban sido muy romnticos. No eran bastante evidentes las circunstancias?

En cuanto a Sylvia, no le molestaba en lo ms mnimo la juvenil admiracin que le profesaba Chris y su manera tan delicada de expresarla. Le pareci, adems, muy considerado de su parte que no la volviera a molestar con otras insinuaciones; mientras tanto, ella disfrutaba sus mayas.

La vieja Lloyd escuch toda la historia de labios del huevero, con la risa que le bailaba en los ojos. El hombre se fue, diciendo que nunca haba visto a la anciana tan vivaz como en esa primavera y que pareca realmente interesada en las andanzas de la juventud.

La vieja Lloyd mantuvo su secreto y rejuveneci con l. Volvi a la colina de las mayas, mientras stas duraron, y continu escondindose tras los abetos para ver pasar a Sylvia Gray. Cada da la quera ms y sufra por no poder entrar en contacto con ella. Toda su ternura reprimida se volc sobre esa criatura, que ignoraba hasta su existencia. Estaba orgullosa de la gracia y hermosura de Sylvia, de su dulzura al hablar y de su risa. Empez a querer a los nios de Spencer porque stos adoraban a su maestra; envidiaba a la seora Spencer por los cuidados que prodigaba a Sylvia; y hasta el huevero se convirti en una persona muy grata, pues traa noticias de ella, de su popularidad, de sus xitos profesionales, del amor y la admiracin que ganaba dondequiera que iba.

La vieja Lloyd nunca so con presentarse a Sylvia. En su situacin, no poda ni permitirse soarlo. Hubiera sido muy lindo conocer a la joven, recibirla en su vieja casa, conversar con ella, entrar en su vida. Pero no poda ser. El orgullo de la anciana era an ms fuerte que el cario. Era algo que no poda sacrificar y que nunca, as lo crea, sacrificara.

II. EL CAPTULO DE JUNIO

En junio no haba mayas, pero el jardn de la vieja Lloyd estaba cubierto de capullos, y cada maana Sylvia encontraba su ramo junto a la haya; perfumados narcisos blancos, tulipanes encarnados, hermosos ramos de dicentros, rositas rosadas y blancas. La anciana no tema que la descubrieran, pues las flores de su jardn crecan en todos los otros jardines de Spencervale, inclusive en el de los Spencer. Cuando se le hacan bromas a Chris Stewart respecto a la maestra de msica, ste se limitaba a sonrer. Chris saba perfectamente quin enviaba las flores, pues cuando comenz el asunto de las mayas, haba puesto todo su empeo en averiguarlo. Pero mientras fuera evidente que la vieja Lloyd no quera que se supiera, l no dira nada a nadie. El muchacho quera a la vieja Lloyd desde un da, haca ya diez aos, en que ella lo encontr cuando lloraba en medio del bosque por un pie lastimado. Lo haba llevado a su casa, le haba vendado el pie y dado una moneda para que se comprara caramelos en la tienda. Cris nunca supo que esa noche la anciana tuvo que pasar sin su sopa por este ltimo motivo.

Nunca le haba parecido junio ms hermoso a la vieja Lloyd. Ya no odiaba el nuevo da; por el contrario, le daba la bienvenida.

-Mis das no son ya montonos -se deca jubilosamente, pues cada uno de ellos le llevaba la visin de Sylvia. Aun en los das lluviosos la vieja Lloyd venca el reumatismo y marchaba a su escondite para ver pasar a la joven. Los nicos das en que no poda verla eran los domingos y nunca le parecieron stos ms largos que los de aquel mes de junio.

Un da, el huevero le llev grandes noticias.

-Maana la maestra de msica va a cantar mientras hagan las colectas en la iglesia -le dijo.

El inters brill en los negros ojos de la anciana.

-No saba que la seorita Gray fuera miembro del coro

-coment.

-Desde hace dos domingos. Ahora s que vale la pena orlo. La iglesia va a estar llena maana. Usted tendra que venir, seorita Lloyd.

El huevero dijo esto ltimo como una bravata, para demostrar que a l no le asustaba la vieja Lloyd, con todos sus grandes aires. Como ella no contestara, pens que la haba ofendido y se fue deseando no haberlo dicho. Pero lo dicho dicho estaba, y en esos momentos la vieja Lloyd olvid a todos los hueveros de la Tierra para concentrarse en una sola cosa. Todos sus pensamientos, sentimientos y ansias se vieron envueltos en la vorgine de un solo deseo: or cantar a Sylvia Gray. Se dirigi a su casa en medio de un torbellino y trat de concretar su deseo. No pudo hacerlo, el orgullo le dijo: "Tendrs que ir a la iglesia a orla. Piensa en lo que parecers ante todos ellos".

Pero por primera vez en su vida, una voz ms fuerte que el orgullo habl a su corazn y por primera vez la vieja Lloyd la escuch. Haba dejado de ir a la iglesia desde que tuvo que empezar a usar los vestidos de seda de su madre. Ella misma comprenda que obraba muy mal y siempre trat de guardar los domingos efectuando un servicio por su propia cuenta, de maana y de tarde. Cantaba tres himnos, rezaba en alta voz y lea un sermn. Pero nunca pudo resolverse a volver a la iglesia con ropas tan antiguas, ella, que en una poca haba impuesto las modas en Spencervale. Con el tiempo cada vez le fue pareciendo ms imposible, volver a ir. Pero el imposible haba llegado, no slo posible, sino insistentemente. Tena que ir a la iglesia a or cantar a Sylvia no importa lo ridcula que pareciera, no importa cunto hablara la gente y se riera de ella.

Las fieles de Spencervale asistieron al acontecimiento, en la tarde siguiente. En el instante en que comenzaba el servicio, la vieja Lloyd avanz hacia el banco de los Lloyd, tanto tiempo desocupado, frente al plpito.

La anciana tena el alma acongojada. Record la imagen que haba visto en su espejo momentos antes de salir: un traje de seda negro a la moda de treinta aos atrs y un excntrico bonete en raso del mismo color. Pens cun absurda deba parecer a los ojos de toda esa gente.

A decir verdad, no era cierto. Muchas mujeres habran parecido absurdas, pero la figura y distincin de la vieja Lloyd se imponan a sus vestiduras.

La anciana no lo saba, pero en cambio s saba que en el banco junto al suyo haba tomado asiento la seora Kimball, la mujer del tendero, vestida segn los ltimos dictados de la moda. Ambas tenan la misma edad y haba habido pocas en que la seora Kimball se haba contentado con imitar a Margaret Lloyd, humildemente y a la distancia. Pero el tendero se haba casado con ella y las cosas cambiaron. Y all estaba sentada la pobre vieja Lloyd, sintiendo lo amargo del cambio y empezando a desear no haber ido a la iglesia.

Luego, el ngel del Amor apart esos tontos pensamientos, hijos de la vanidad y del orgullo, y ellos se disolvieron como si nunca hubieran existido. Sylvia Gray entr al coro y se ubic donde el sol del atardecer poda an iluminar sus hermosos cabellos. La vieja Lloyd la mir y sinti satisfechos sus anhelos. El servicio fue para ella una bendicin. No es bendita acaso toda manifestacin de amor, humano o divino?

Nunca haba podido contemplar tan bien a Sylvia. Todas sus miradas anteriores haban sido robadas y fugaces; en ese momento, para alegra de su hambriento corazn, se detuvo en todos los detalles: la manera en que caa el sedoso cabello negro de Sylvia sobre sus hombros; el rpido movimiento de sus largas pestaas cuando unos ojos se fijaban en ella demasiado curiosamente; las hermosas y bien modeladas manos; las manos de Leslie Gray, sosteniendo el libro de himnos. Vesta muy sencillamente con una falda negra y una blusa blanca, pero ninguna de las otras jvenes del coro, con todos sus lujos, poda igualrsele, como le dijo el huevero a su esposa, al regresar de la iglesia a su casa.

La vieja Lloyd escuch los primeros himnos con ansioso placer. La voz de Sylvia dominaba todas las dems, pero en el momento en que las encargadas se pusieron de pie y comenzaron a hacer la colecta, corri entre toda la congregacin una corriente de excitacin. Sylvia fue a colocarse al lado del rgano junto a Janet Moore. En seguida su hermosa voz colm el edificio como el alma misma de la meloda, firme, clara, poderosa, dulce. Nunca nadie en Spencervale haba escuchado una voz semejante con excepcin de la vieja Lloyd, que en su juventud haba odo lo bastante para ser ahora buen juez. Inmediatamente se dio cuenta de que esa amada jovencita tena un precioso don, un don que algn da le traera fama y fortuna si favoreca su desarrollo con estudio y aplicacin.

Oh, cun feliz me siento de haber venido! -pens la anciana.

Cuando el solo termin, la conciencia oblig a la vieja Lloyd a apartar su vista y sus pensamientos de Sylvia y a fijarlas en el ministro, quien desde que comenzara el servicio, se estaba adulando con la idea de que la vieja Lloyd haba concurrido a la iglesia atrada por la fama de su prdica. Era un joven inteligente y preparado, que estaba al frente de la congregacin de Spencervale desde haca pocos meses.

Al terminar el servicio todos los vecinos de la anciana se acercaron a saludarla con sonrisa amable y clido apretn de manos. Pensaron que estaban obligados a hacerlo ya que ella haba dado el primer paso. A la anciana le agrad la cordialidad de la gente y no menos le agrad el descubrir en ellos el mismo respeto y la deferencia que inconscientemente despert siempre en todos los que se acercaban a ella en los viejos tiempos. Se sorprendi al descubrir que poda imponerse a pesar de su vestido fuera de moda y de su antiguo sombrero.

Janet Moore y Sylvia Gray regresaron juntas a su casa.

-Viste a la vieja Lloyd? -pregunt Janet-. Cuando la vi entrar me qued pasmada. Nunca estuvo antes en la iglesia. Qu figura tan extraa tiene! Es muy rica, pero siempre lleva los antiguos vestidos de su madre y nunca usa nada nuevo. Algunos creen que es tacaa, pero yo ms bien pienso que hace eso de excntrica.

-En cuanto la mir supe que era la vieja Lloyd, aunque nunca la haba visto antes -dijo Sylvia soadoramente-. Hace mucho que deseo conocerla.

-No me parece probable que lo consigas -dijo Janet negligentemente-. No le gusta la gente joven y nunca va a ninguna parte. Creo que a m no me gustara tratarla. Le tendra miedo; tiene unos modales tan imponentes y unos ojos tan extraos y penetrantes...

Lloyd tena que andar mucho para conseguirlas. Algunas noches le dolan los huesos, pero, qu le importaba? El dolor de los huesos es ms soportable que el dolor del alma. El alma de la anciana haba dejado de sufrir por primera vez en muchos aos. El man del cielo caa para ella.

Una tarde "Crooked" Jack fue a reparar algo que andaba mal en el pozo de agua de la vieja Lloyd. La anciana daba vueltas afablemente a su alrededor pues saba que haba estado trabajando toda la jornada en casa de Spencer y deba traer montones de informaciones sobre Sylvia.

-Esta tarde la maestra de msica pareca muy triste -afirm el jardinero despus de poner a prueba la paciencia de la vieja Lloyd con una larga perorata sobre la nueva bomba de William Spencer y la nueva mquina de lavar de la seora Spencer y el nuevo novio de Amelia Spencer.

-Por qu? -pregunt la anciana mientras se pona plida-. Le ha ocurrido algo a Sylvia?

-La han invitado a una gran fiesta que da el hermano de la seora Moore, que vive en la ciudad, y no tiene vestido con que salir. Son gente muy importante y todas van a ir muy elegantes. Todo esto me lo cont la seora Spencer. Dice que la seorita Gray no puede comprarse un vestido porque tiene que pagar las cuentas del mdico de su ta y que seguramente estar muy triste por no poder ir a la fiesta, aunque no lo demuestra. Pero la seora Spencer dice que la oy llorar anoche en su cuarto despus que se acost.

La vieja Lloyd se volvi y entr rpidamente en su casa. Era terrible. Sylvia tena que ir a esa fiesta, tena que ir. Cmo arreglarlo todo? Por el cerebro de la anciana pasaron pensamientos descabellados sobre los vestidos de seda de su madre. Pero ninguno de ellos serva, aunque hubiera

-Yo no le tendra miedo -se dijo Sylvia Gray al doblar la cuesta de las Spencer-. Pero no creo que nunca llegue a trabar conocimiento con ella. Si supiera quin soy, supongo que no me querra. Estoy segura de que ni sospecha que soy hija de Leslie Gray.

El ministro, pensando que haba que golpear mientras el hierro estuviera caliente, visit a la anciana Lloyd la tarde siguiente. Fue temblando, lleno de temor, pues haba odo muchas cosas sobre ella, pero sta se mostr tan agradable y atenta que al regresar a su casa le dijo a su esposa que la gente de Spencervale no comprenda a la vieja Lloyd. Esto era verdad, pero no era menos cierto que l tampoco la comprenda.

Cometi un gran error de interpretacin, pero no se enterara mientras la anciana no quisiera hacerle un desaire. Al irse le dijo:

-Espero verla el domingo en la iglesia, seorita Lloyd. -Con toda seguridad -dijo la anciana enfticamente.

III. EL CAPTULO DE JULIO

El primer da de julio Sylvia encontr en el abeto de costumbre una canastilla llena de fresas. Eran las primeras de la estacin y la vieja Lloyd las haba hallado en uno de sus lugares secretos. Hubiera sido un manjar muy apetecible en la escasa lista de platos de la propia anciana, pero ni pens en comerlas. Disfrutaba mucho ms pensando que Sylvia las gustara a la hora del t. Despus, las frutillas alternaron con las flores mientras crecieron y luego toc el turno a las frambuesas. stas crecan muy lejos y la vieja habido tiempo para arreglarlo. Nunca la vieja Lloyd se sinti tan herida por su pobreza.

-Tengo slo dos dlares en casa y tienen que durarme hasta que vuelva el huevero. Qu puedo vender, aqu? Ya est!: el cntaro de las uvas!

Hasta ese entonces la anciana hubiera preferido mil veces vender su cabeza que el cntaro. ste tena ya doscientos aos y siempre haba pertenecido a la familia Lloyd. Era grande y panzudo, decorado con uvas rosas y doradas y con una poesa impresa en uno de los lados. Se lo haban regalado a la tatarabuela de la vieja Lloyd como presente de bodas. Desde que la anciana recordaba, haba ocupado el mismo lugar en el estante superior de la alacena de la sala. Demasiado precioso aun para ser usado.

Dos aos atrs, una coleccionista de porcelanas antiguas que lleg a Spencervale, al enterarse de la joya que posea la vieja Lloyd, invadi literalmente su casa y quiso comprrselo. Nunca, hasta el fin de sus das, olvidara el recibimiento que le hiciera la vieja Lloyd, pero en un momento de iluminacin le haba dejado su tarjeta diciendo que si alguna vez la anciana cambiaba de manera de pensar, ella estara dispuesta a comprrselo. Los coleccionistas tienen que hacer a un lado con humildad los desaires, y sta en particular nunca haba visto nada que despertara ms su codicia que el cntaro de las uvas.

La vieja Lloyd haba roto la tarjeta en pedazos pero recordaba el nombre y la direccin. Fue hacia la alacena y baj el precioso tesoro.

-Nunca pens en separarme de l -dijo tristemente -. Pero Sylvia debe tener su vestido y no hay otro camino. Y, despus de todo, cuando yo muera ira a parar a manos de extraos. Mejor que sea ahora. Tendr que ir maana mismo a la ciudad pues no hay tiempo que perder. La fiesta es el viernes por la noche. No voy desde hace diez aos y me asusta pensar que debo hacerlo ahora que he de separarme del jarrn Todo sea por el bien de Sylvia!Todo Spencervale supo al da siguiente que la vieja Lloyd haba ido a la ciudad llevando con todo cuidado una caja. Se preguntaban adnde ira. La mayora afirmaba que ante la noticia de dos robos en Carmody se haba asustado y llevaba su dinero a guardar al banco en vez de tenerlo en la gran caja negra.

La anciana encontr la casa de la coleccionista. Iba temblando al pensar que pudiera haber muerto o cambiado de residencia, pero aqulla se encontraba all, bien viva y tan ansiosa de comprar la porcelana como siempre. La vieja Lloyd, plida y herida en lo ms profundo de su orgullo, vendi la pieza y sali pensando que su tatarabuela debi de haberse dado vuelta en su tumba en el instante de la transaccin. Se senta traidora a la tradicin.

Hizo a un lado su afliccin y se dirigi a una gran tienda donde, conducida por la Divina Providencia, que siempre gua a las almas simples en sus peligrosas incursiones por el mundo, encontr a un joven empleado que supo exactamente lo que ella iba a buscar y se lo mostr al instante. La anciana compr un vaporoso traje de muselina, guantes y zapatos que hacan juego y orden que lo remitieran inmediatamente a la seorita Sylvia Gray, a cargo de William Spencer, Spencervale.

Todo lo que le pagaron por el cntaro lo gast all, menos un dlar y medio que reserv para el pasaje del ferrocarril. Pag con aire indiferente y sali. Mientras caminaba erguidamente por el pasillo de la tienda, se cruz con un pulido y prspero caballero que entraba en ese momento. l se ruboriz intensamente cuando sus ojos se encontraron con la anciana, y sacndose el sombrero se inclin confuso, pero la vieja Lloyd no dio el menor signo de reconocerlo y sigui su camino como si l no hubiera estado all. El caballero dio un paso detrs de ella y luego se volvi y continu andando con una ligera sonrisa en los labios y un encogimiento de hombros.

Nadie hubiera imaginado cun lleno de rencor y aborrecimiento estaba el corazn de la anciana. De haber pensado que poda encontrarse con Andrew Cameron nada la hubiera hecho ir a la ciudad, ni siquiera la felicidad de Sylvia. Su sola vista haba abierto una antigua y dolorosa herida de su alma, pero recordando a Sylvia esboz una sonrisa de triunfo y decidi que haba obrado del modo ms correcto. Ella, despus de todo, no se haba ruborizado ni perdido su presencia de nimo.

"No hay duda de que a l le ocurri eso", pens victoriosamente.

Le placa que ante ella Andrew Cameron se hubiera visto despojado del frente de dureza que presentaba al mundo. Era su primo y la nica persona viviente que la vieja Lloyd odiaba; y lo odiaba y despreciaba con toda la fuerza de su ardiente naturaleza. Ella y los suyos haban sido muy agraviados por l, y la vieja Lloyd prefera morir a tener el mnimo contacto con l.

Resolvi apartarlo de sus pensamientos. Era un sacrilegio pensar en l y en Sylvia a un tiempo. Esa noche, al apoyar la cabeza en la almohada se sinti tan feliz que hasta pensar en el lugar que el cntaro haba dejado vaco en la alacena de la sala, slo la lastim levemente.

"Es tan dulce sacrificarse por quien uno ama..., es tan dulce tener por quien sacrificarse", reflexion.

Pero los deseos nunca son completamente satisfechos. La vieja Lloyd se crea muy feliz hasta el viernes por la noche, en que se consumi por ver a Sylvia vestida con el traje de fiesta. No le bastaba imaginarla con l, quera verla.

-Y la ver-dijo resueltamente mirando por la ventana hacia la luz que vena del cuarto de la muchacha entre los abetos. Se envolvi con un mantn de color oscuro y se escurri afuera. Corra por el camino. Era una hermosa noche de luna y una brisa fragante que traa el aroma de los campos de trbol lo envolva todo.

-Querra tomar tu perfume, tu misma alma, y ponerla en su vida -le dijo al viento la anciana.

Sylvia Gray estaba de pie en medio de su habitacin lista para salir. La seora Spencer, Amelia y los dems Nios de la familia la rodeaban y la admiraban. Tena tambin otro espectador. Fuera, bajo la enredadera, estaba parada la vieja Lloyd. Poda ver muy bien a Sylvia con su vestido vaporoso y en su cabello las rosas rosadas que le dejara ese da en el lugar de costumbre. Pero las rosas parecan plidas junto a sus mejillas sonrosadas, y sus ojos lucan como estrellas. Amelia Spencer alarg el brazo para acomodar una rosa que se haba salido algo de su lugar y la anciana la envidi ferozmente.

-Si te hubieran hecho a medida este vestido no te quedara mejor -asegur la seora Spencer-. No es hermoso, Amelia? Quin pudo haberlo mandado?

-Estoy segura de que la seora Moore es el hada madrina -dijo Sylvia-. Es la nica que ha podido hacerlo. Es tan buena... Ella saba que yo tena muchas ganas de ir a esa fiesta con Janet. Me gustara que ta pudiera verme ahora. Sylvia suspir a pesar de su alegra-. No hay nadie ms a quien pueda interesarle.

Ah, Sylvia, qu equivocada estabas! Haba alguien ms, alguien a quien le interesabas mucho; una anciana que te devoraba con los ojos a travs de la ventana, detenida bajo la enredadera de lilas y que repentinamente se volvi y escap a travs de la huerta iluminada por la luna, como una sombra, llevndose a su casa tu hermosa visin plena de belleza y juventud, para que la acompaara en su vigilia de esa noche de verano.

IV. EL CAPTULO DE AGOSTO

Un da, la esposa del ministro se lanz a una empresa que los habitantes de Spencervale siempre haban temido emprender: se dirigi resueltamente a la casa de la vieja Lloyd, pidindole si quera ingresar al Crculo de Costura que se reuna cada quince das los sbados por la tarde.

-Estamos trabajando en un equipo que enviaremos a nuestra misin de la Isla de Trinidad -dijo la esposa del ministro-y nos agradara mucho que usted nos acompaara, seorita Lloyd.

La vieja Lloyd estuvo a punto de rehusar arrogantemente. No era que tuviera nada contra las misiones o contra los crculos de costura, todo lo contrario, pero saba que cada miembro del crculo tena que contribuir con diez centavos por semana para comprar materiales de costura, y la pobre vieja Lloyd realmente no vea cmo iba a poder pagarlos. Pero antes de abrir los labios para negarse, un pensamiento la detuvo.

-Supongo que algunas de nuestras jvenes concurrirn -dijo astutamente.

-Van todas -dijo la esposa del ministro-. Janet Moore y Sylvia Gray son las ms entusiastas. La seorita Gray es muy amable al brindarnos el sbado por la tarde, que es su nico momento libre entre tantas lecciones. Pero realmente tiene una disposicin maravillosa.

-Me incorporar al Crculo -dijo la vieja Lloyd resueltamente. Estaba decidida a hacerlo, aunque tuviese que vivir con slo dos comidas al da para compensar el gasto.

El sbado siguiente se dirigi a casa de James Martn, donde funcionaba el Crculo de Costura y bord verdaderas maravillas. Era tan experta en esas labores, que no necesitaba pensar en lo que estaba haciendo, lo que era una suerte. As todos sus pensamientos podan concentrarse en Sylvia, que estaba sentada en el otro extremo junto a Janet Moore, con sus graciosas manos ocupadas en confeccionar una blusita para nio. Nadie pens en presentar a Sylvia a la vieja Lloyd y sta estaba contenta por ello. Bordaba primorosamente con los odos pendientes de la charla de las dos jvenes que llegaba desde el rincn de enfrente. Una cosa oy bien clara: el cumpleaos de Sylvia era el 20 de agosto. La anciana se sinti consumida por la fiebre de regalarle algo. Estuvo despierta la mayor parte de la noche dndole vueltas y vueltas al asunto y sac la amarga conclusin de que estaba completamente fuera de sus medios. Sigui preocupndose ms y ms y lleg a la siguiente reunin del Crculo convertida en un fantasma.

All se encontr con la seora Moore, quien se mostr encantadoramente amable con ella e insisti en que tomara asiento en la mecedora de la sala. La anciana hubiera preferido ubicarse en el comedor con las jvenes, pero la cortesa la oblig a aceptar. La mecedora estaba justo al lacio de la puerta de la sala y repentinamente Janet Moore y Sylvia Gray fueron a sentarse afuera, en los escalones de la galera, donde soplaba una suave brisa.

Las jvenes hablaban de sus poetas favoritos. Segn pareca, Janet adoraba a Byron y a Scott y Sylvia se inclinaba por Tennyson y Browning.

-Sabes que mi padre era poeta? -dijo Sylvia suavemente-. Una vez public un libro de versos y yo, Janet, nunca llegu a ver un ejemplar. Oh, Janet, cmo me hubiera gustado tenerlo! Fue publicado cuando l iba a la Escuela Superior, en tirada muy reducida, para los amigos. Nunca public nada ms, pobre pap! Creo que era un desengaado de la vida. Anhelo tanto ver ese pequeo volumen de versos... No tengo ni siquiera un borrador suyo. Si lo tuviera me parecera poseer un pedazo de su alma, de su corazn, de su vida interior. l sera para m algo ms que un nombre.

-Pero no tena ni una copia? Tu madre tampoco? -pregunt Janet.

-Mam no. T sabes que muri al nacer yo, y ta dice que entre los libros de mam no haba ninguna copia de los poemas de pap. A mam no le interesaba la poesa, y a mi ta tampoco. Despus de morir mam, pap se fue a Europa y muri all al ao siguiente. Nunca nos remitieron nada de l. Antes de partir haba vendido casi todos sus libros y le haba dado a ta sus favoritos para que los guardara para m. Su libro no estaba entre ellos. Supongo que nunca hallar una copia, pero sera tan feliz si la encontrara...

Cuando la vieja Lloyd lleg a su casa sac de la gaveta superior de su escritorio una caja de sndalo. Contena un pequeo volumen envuelto en papel de seda, el tesoro ms preciado de la anciana. En la primera hoja se lea: "A Margaret, con el amor del autor".

La anciana volvi las amarillentas hojas con dedos temblorosos, y con lgrimas en los ojos ley los versos que su corazn conoca desde haca aos. Estaba resuelta a regalarle el libro a Sylvia para su cumpleaos. Sera uno de los regalos ms preciosos que se ofrendaran jams en el mundo, si el valor de stos se mide por el sacrificio que involucran. Ese librito encerraba un amor inmortal, antiguas alegras, antiguas lgrimas, antigua belleza que haba florecido como un capullo de rosa aos atrs, y que an conservaba su fragancia como los ptalos de rosa presos en los libros.

La vieja Lloyd arranc la indiscreta primera hoja y la noche antes del cumpleaos de Sylvia, amparada en la oscuridad, se escurri como una sombra a travs de los campos rumbo al lugar donde funcionaba el correo de Spencervale. Desliz el delgado paquete a travs de la ranura de la puerta y regres a su casa con una extraa sensacin de prdida y de soledad. Senta como si hubiera roto el ltimo vnculo con su juventud. Pero no lo lamentaba. Ese libro llevara felicidad a Sylvia y este propsito hablase convertido en la pasin que dominaba el corazn de la vieja Lloyd.

La luz del cuarto de Sylvia estuvo encendida hasta muy tarde la noche siguiente, y la anciana la espiaba triunfante, pues conoca la razn. La joven estaba leyendo los poemas de su padre y la vieja Lloyd los repeta en la oscuridad de su cuarto murmurando las frases una y otra vez. Despus de todo, haber dado el libro no significaba tanto, pues ella segua poseyendo su alma y la primera hoja con el nombre con que nadie la llamaba ya, escrito por Leslie.

En la siguiente reunin del Crculo la vieja Lloyd estaba sentada en el sof, cuando Sylvia lleg y se ubic a su lado. Las manos de la anciana temblaron un poco y el bordado de una de las esquinas del pauelo que en la prxima Navidad sera entregado como obsequio a algn nativo de Trinidad, fue ligeramente diferente de los dems.

Sylvia empez a hablar del Crculo y de las dalias de la seora Marshall, y la vieja Lloyd se senta en el sptimo cielo, y trataba por todos los medios de disimularlo, mostrndose ms majestuosa y refinada que de costumbre. Cuando le pregunt a la muchacha si le gustaba vivir en Spencervale, sta respondi:

-Mucho. Todos son tan buenos conmigo. Adems -Sylvia baj el tono de su voz de modo que nadie ms que la anciana pudiera orla-, tengo un hada madrina que hace

Jpor m las cosas ms hermosas y maravillosas.

Sylvia, que era una joven de buenos sentimientos, no mir a su compaera mientras hablaba, pero si lo hubiera hecho no habra visto nada. No en vano la anciana era una Lloyd.

-Qu interesante! -dijo con indiferencia.

-No es cierto que s? Le estoy tan agradecida que dara cualquier cosa por hacerle saber cunta felicidad me ha trado. Todo el verano encontr flores y frutas en mi sendero y estoy segura de que ella me envi el vestido para la fiesta. Pero el regalo ms querido me lo hizo el da de mi cumpleaos: un pequeo volumen de poemas que escribi mi padre. No puedo expresar cmo me sent al recibirlo. Pero tengo la esperanza de que algn da me encontrar con mi hada madrina y se lo agradecer.

_-Qu misterio ms fascinante, no es cierto? No tiene usted idea de quin puede ser?

La vieja Lloyd hizo su peligrosa pregunta con marcado aire de triunfo. No se hubiera mostrado tan segura de no haber tenido el convencimiento de que Sylvia ignoraba su viejo romance con Leslie Gray. Crea firmemente que ella era la ltima persona en el mundo de quien Sylvia pudiera sospechar.

La joven dud por un instante. Luego dijo:

-No he tratado de descubrirlo. Creo que ella no querra que lo supiera. Al principio, cuando encontraba flores y frutas, trat de aclarar el misterio, pero desde que recib el libro me he convencido de que todo es obra de mi hada madrina y respeto su deseo de ocultarse, y siempre lo har. Quizs algn da ella misma se presentar a m. Lo espero de todo corazn.

-No creo que eso ocurra -dijo la vieja Lloyd con tono desolador-. Las hadas madrinas, por lo menos las de todos los cuentos de hadas que yo he ledo, son siempre seres excntricos, retorcidos, mucho ms agradables cuando actan en el misterio que cuando se presentan cara a cara.

-Estoy convencida de que la ma es todo lo contrario y que cuanto ms la conozca ms encantadora me resultara -dijo Sylvia alegremente.

En ese punto la seora Marshall interrumpi la conversacin para rogar a la joven que les cantara algo. Sylvia accedi dulcemente y se separ de la anciana, que se alegr por eso. Disfrut mucho ms su conversacin con Sylvia al recordarla luego en su casa, que en el momento en que tuvo lugar. Cuando una vieja Lloyd tiene la conciencia culpable, es capaz de distraer sus pensamientos de un placer inmediato. Se pregunt algo inquieta si Sylvia no sospechara de ella, pero inmediatamente hizo a un lado el problema. Quin poda sospechar que una viaja avara e insociable, que no tena amigas y que daba slo cinco centavos al Crculo de costura cuando las dems contribuan con diez o quince, poda ser una generosa hada madrina que regalaba hermosos vestidos de fiesta y que guardaba romnticos recuerdos de un joven poeta?

V. EL CAPTULO DE SEPTIEMBRE

En septiembre la vieja Lloyd sinti que el verano haba transcurrido sumamente feliz, con los sbados y las reuniones del Crculo de Costura que brillaban como botones de oro en la trama de su vida. Se senta una mujer nueva y no era la nica en pensar que haba cambiado. Las concurrentes al Crculo de Costura la encontraron tan amable y amistosa que empezaron a pensar que la haban juzgado errneamente y que lo que determinaba el extrao modo de vivir de la vieja era slo la excentricidad y no la tacaera. Sylvia Gray siempre se sentaba a su lado y la anciana guardaba como un tesoro cada una de las palabras que deca la joven, para repetrselas una y mil veces en sus largas noches de insomnio.

Sylvia nunca hablaba de s misma o de sus planes a menos que se lo preguntaran, y la anciana tena reparo de hacer preguntas demasiado personales, por lo que sus conversaciones eran sobre temas circunstanciales. Por esta razn se enter de la ms profunda ambicin de Sylvia Gray de boca de la esposa del ministro.

Esa dama lleg a la casa de la Lloyd una tarde en que soplaba un fro viento del nordeste y gema por los aleros con un estribillo que pareca anunciar: "llega el otoo, se va el verano". La vieja Lloyd lo escuchaba mientras trenzaba una canastilla de paja para Sylvia. El da anterior haba tenido que caminar hasta las arenosas colinas de Avonlea para conseguir con qu hacerla y se senta muy cansada. Su corazn estaba triste. Ese verano que tanto haba enriquecido su vida se acababa y saba que Sylvia Gray pensaba abandonar Spencervale a fines de octubre. El corazn de la anciana se senta muy desamparado ante este pensamiento y casi se alegr de la llegada de la esposa del ministro, aunque tema con verdadera desesperacin que la buena seora fuera a pedirle una contribucin para el nuevo mantel de la iglesia; ella no estaba en condiciones de dar un solo centavo.

Su visitante se detuvo slo un momento, de paso a su casa desde la de Spencer, y no hizo requerimientos indiscretos, sino todo lo contrario. Habl de Sylvia Gray, y sus palabras sonaron para la vieja Lloy d como las notas de una hermosa meloda. La esposa del ministro no tena ms que alabanzas para ella; era tan dulce, tan hermosa, tan decidida.

-Y con esa voz! -agreg enfticamente y luego suspir-. Es una vergenza que no pueda educarla convenientemente. Con toda seguridad que llegara a ser una gran cantante. Lo han dicho grandes crticos. Pero es tan pobre que no puede ni soar con ello a menos que ganara una de las becas Cameron. Tiene muy pocas esperanzas de conseguirla, a pesar de que su profesor de canto propuso el nombre de ella.

-Qu son las becas Cameron? -pregunt la vieja Lloyd.

-Supongo que usted habr odo hablar del millonario Andrew Cameron -dijo la esposa del ministro, sin saber que al pronunciar ese nombre sacuda los huesos de todos los miembros de la familia Lloyd.

El rostro de la anciana palideci como si le hubieran dado un bofetn.

-S, lo he odo nombrar -dijo.

-Pues parece que l tena una hija a quien adoraba, una joven muy hermosa que posea muy linda voz y a quien pensaba mandar a estudiar al extranjero. Ella muri y su padre se sinti destrozado. Desde ese entonces cada ao enva una joven a Europa a estudiar canto con los mejores maestros, en memoria de su hija. Ya ha mandado nueve o diez, pero me temo que Sylvia Gray no tenga muchas probabilidades de xito. Ella piensa igual.

-Por qu? Estoy segura de que habr pocas voces como la de la seorita Gray -dijo la vieja Lloyd animosamente.

-Eso es muy cierto, pero lo que pasa es que esas becas son asuntos privados que dependen nica y exclusivamente de la voluntad de Andrew Cameron. Cuando una muchacha tiene amigos que pueden influir sobre l, ella es la elegida. Dicen que el ao pasado fue una que no tena mucha voz, pero que era hija de un viejo compinche de Cameron. Sylvia no conoce a nadie que, para decirlo en trminos vulgares, tenga alguna "banca" con Andrew Cameron, y ella misma ni siquiera lo conoce personalmente. Ahora tengo que irme. El sbado la ver en casa de Mause; ya sabe que el Crculo se rene all.

-S, ya s -dijo la vieja Lloyd con aire ausente. Cuando la esposa del ministro se hubo ido, hizo a un lado la canastilla y se sent por largo rato con las manos enlazadas sobre el regazo y con sus brillantes ojos negros fijos en la pared opuesta, a la que no vea.

La vieja Lloyd, tan dolorosamente pobre que tena que comer seis galletitas menos a la semana para poder pagar su contribucin al Crculo de Costura, supo que estaba en su poder, en sus propias manos, conseguir que la hija de Leslie Gray fuera a Europa a completar su educacin musical. Si se decida a usar su "banca" con Andrew Cameron, si iba a l a pedirle que enviara a Sylvia al extranjero al ao siguiente, no caba la menor duda respecto al resultado. Todo dependa de ella, si... si haca a un lado su orgullo, y se rebajaba a pedirle un favor al hombre que tanto dao haba causado a ella y a su familia.

Aos atrs el seor Lloyd, siguiendo las indicaciones de Andrew Cameron de obrar con toda prisa, haba invertido todo su dinero en una empresa que result un fracaso. Abraham Lloyd perdi hasta el ltimo centavo y su familia qued reducida a la mxima pobreza. Poda haberse pensado que Andrew Cameron fue vctima de un error, pero exista la sospecha, casi la seguridad, de que Cameron era culpable de algo mucho peor que un error en la inversin de los bienes de su to. Nada se pudo probar legalmente, pero lo cierto era que de ese nefasto asunto que cost la fortuna de muchos hombres de bien, Andrew Cameron sali con sus propios bienes acrecentados, y el doctor Lloyd muri de un ataque al corazn en la creencia de que su sobrino lo haba arruinado deliberadamente.

No era esto precisamente lo que haba ocurrido. Al principio Andrew Cameron se preocup mucho por su to, y con su comportamiento posterior trat de justificarse, dicindose a s mismo que la caridad empieza por casa.

Margaret Lloyd no poda excusarlo con este razonamiento y lo haca responsable, no slo de la prdida de su fortuna, sino tambin de la muerte de su padre. Nunca lo perdon. Al morir el doctor Lloyd, Cameron, quizs empujado por su conciencia culpable, se present contrito a ofrecer a la joven su ayuda financiera. l cuidara, le dijo, que ella nunca pasara miseria.

Margaret Lloyd arroj el ofrecimiento a la cara de Cameron con palabras que no dejaban nada por decir. Se morira, dijo enfticamente, antes de aceptar un favor o un centavo de su parte. l haba conservado la calma, expresando que lamentaba mucho que su prima tuviera tan injusta impresin suya, y la dej con la reiterada afirmacin de que siempre sera su amigo y estara a disposicin de ella para cualquier cosa en que pudiera servirla.

La vieja Lloyd haba vivido veinte aos con la seguridad de que morira en la pobreza, por otra parte cosa nada improbable, antes que pedirle un favor a Andrew Cameron. Y as hubiera sido en realidad, de contar slo ella. Pero Sylvia! Podra humillarse tanto por la felicidad de la joven?

La cuestin no era tan fcil de resolver como en el caso del cntaro de las uvas o del libro de poemas. Durante una semana entera la vieja Lloyd luch contra su orgullo y su rencor. A veces, en las largas horas de insomnio, cuando las pasiones y resentimientos humanos parecen mezquinos y despreciables, crea que los haba vencido. Llegaba la luz del da, y la imagen de su padre que la miraba desde la pared y los antiguos vestidos de su madre que se vea obligada a usar por culpa de su primo, barran todo lo bueno que haba en ellaSin embargo, el amor de la anciana por Sylvia haba crecido tan fuerte, profundo y tierno, que ningn otro sentimiento poda perdurar contra l. El amor es un gran fabricante de milagros y nunca mostr su poder ms abiertamente que en la fra y triste maana de otoo en que la vieja Lloyd se encamin a la estacin de Bright River a tomar el tren para Charlottetown a cumplir una misin cuyo solo pensamiento la enfermaba.

El jefe de la estacin, que le haba vendido el pasaje, pens que nunca la haba visto ms plida y ojerosa, "como si no hubiera dormido o comido durante una semana", segn le dijo a su mujer al regresar a su casa. "Sus asuntos deben marchar mal", agreg "pues es la segunda vez que va a la ciudad este verano".

Cuando la anciana lleg a la ciudad, almorz ligeramente y luego se dirigi a los suburbios donde estaban ubicadas las fbricas y depsitos Cameron. Era un camino demasiado largo para ella, pero no poda permitirse el lujo de ir en coche. Se senta muy cansada cuando entr en la clara y lujosa oficina de Andrew Cameron. ste se encontraba sentado ante su escritorio, y en cuanto se recuper de la sorpresa fue al encuentro de la anciana acogedoramente con la mano tendida.

-Vaya, prima Margaret! sta s que es una sorpresa agradable. Sintate aqu. Hazme el favor. sta es una silla mucho ms cmoda. Llegaste esta maana? Cmo andan las cosas por Spencervale?

La vieja Lloyd se haba sonrojado ante sus primeras palabras. Escuchar de labios de Andrew Cameron el nombre con que la llamaran sus padres y su enamorado, le pareci una profanacin. Pero se dijo que el tiempo de los escrpulos haba pasado ya. Si era capaz de pedirle un favor a Andrew Cameron, poda soportar otros golpes menos dolorosos. Por la felicidad de Sylvia le estrech la mano, por la felicidad de Silvia acept la silla que le ofreca. Pero la felicidad de ningn ser viviente poda obligarla a mostrarse amable y cordial. Fue derecho al asunto con la simplicidad propia de los Lloyd.

-He venido a pedirte un favor -le dijo mirndolo a los ojos, no con la actitud humilde del que va a solicitar algo, sino con aire de reto, como desafindolo a que se negara.

-En-can-ta-do, prima Margaret! Nunca son su voz ms suave y afable. -Cualquier cosa que pueda hacer por ti me ocasionar un gran placer. Mucho me temo que siempre me has considerado un enemigo, Margaret, y puedo asegurarte que tu injusticia me duele profundamente. Estoy de acuerdo con que las apariencias se vuelven contra m, pero...

La vieja Lloyd alz una mano y detuvo esa elocuencia con un solo gesto.

-No he venido a discutir ese asunto. Preferira que no tocramos el pasado. Me he llegado hasta aqu a pedirte un favor, no para m, sino para una joven amiga que me es muy querida, la seorita Gray. Tiene una voz magnfica y desea educarla. Como es muy pobre he venido a solicitarle una beca para ella. Tengo entendido que ya te han presentado su nombre con una recomendacin de su maestro de canto. No s qu ha dicho de su voz, pero puedo asegurarte que no ha exagerado. Si la envas a Europa el ao prximo, habrs hecho justicia.

La anciana call. Estaba segura de que Andrew Cameron accedera a su pedido, pero crea que lo hara descortsmente o de mala gana. No ocurri nada de eso; Andrew se comport ms gentilmente que nunca. Nada poda serle ms agradable que acceder a lo que su prima deseaba; lo nico que lamentaba era que a l le costara tan poco. Su joven protegida tena asegurada su educacin musical, ira a Europa el ao siguiente, y l estaba "en-can-ta-do!"

-Gracias -dijo la anciana cortndole otra vez su perorata-. Te quedo muy agradecida y te ruego que no enteres a la seorita Gray de mi intervencin. No distraigo ms tu valioso tiempo. Buenas tardes.

-Oh, no debes irte tan pronto! -exclam Andrew Cameron con una verdadera amabilidad que asomaba entre la odiosa cordialidad de su voz, pues no estaba desprovisto de todas las facultades sencillas del hombre corriente. Haba sido buen marido y buen padre; en una poca le haba tenido verdadero afecto a su prima Margaret y senta muchsimo que las "circunstancias" lo hubieran "obligado" a actuar como lo haba hecho en el viejo asunto de los bienes del doctor Lloyd. -Debes ser mi husped esta noche.

-Gracias. Tengo que regresar a casa hoy mismo -afirm la vieja Lloyd con un tono que le indic a Cameron la inutilidad de discutir con ella, aunque insisti en llamar su coche para que la condujera a la estacin. La anciana acept, pues tema que sus piernas no le respondieran en un camino tan largo. Al partir volvi a estrechar la mano de su primo y le agradeci por segunda vez que accediera a su pedido.

-No es nada -le dijo l-. Por favor, prima Margaret, trata de pensar un poco ms favorablemente sobre m.

Cuando la vieja Lloyd lleg a la estacin se encontr, para su desgracia, con que el tren haba partido ya y que tena que aguardar all dos horas para tomar el del anochecer. Se dirigi a la sala de espera y tom asiento. Se encontraba muy cansada. Toda la excitacin que la haba mantenido desapareci y se senta dbil y vieja. No tena nada que comer pues haba credo que volvera a su casa para la hora del t. La sala de espera era fra y la anciana temblaba envuelta en su delgado mantn amarillo de seda. Le dola la cabeza y el corazn tambin. Haba hecho suyo el deseo de Sylvia, pero la joven se ira de su vida y la vieja Lloyd no saba cmo iba a continuar viviendo sin ella. All estuvo sentada las dos horas. Era una figura erguida y altanera que luchaba silenciosamente contra sus dolores fsicos y morales mientras el resto de la gente iba y vena, rea feliz o conversaba junto a ella.

A las veinte la anciana descendi del tren en la estacin de Bright River y se lanz como inconsciente, hacia la oscuridad de la noche lluviosa. Tena que caminar dos millas y llova copiosamente. Pronto estuvo empapada y helada hasta la mdula de los huesos; le pareca que andaba en medio de una pesadilla. Slo su instinto la gui la ltima milla cuesta arriba. Al abrir la puerta de su casa se dio cuenta de que todo el fro se haba convertido en un calor abrasador. Tropez en el umbral y cerr la puerta.

VI. EL CAPTULO DE OCTUBRE

Una maana, dos das despus del viaje de la vieja Lloyd a la ciudad, Sylvia Gray iba bajando alegremente la boscosa cuesta. Era una hermosa maana otoal, clara, fresca y soleada; los helados abetos, empapados y golpeados por la lluvia del da anterior, despedan una deliciosa fragancia. El aire era puro y estimulante. Sylvia caminaba como si tuviera alas en los pies.

Al llegar al haya de la hondonada se detuvo un momento, pero no haba nada para ella entre las grises races. Se volva para emprender el regreso, cuando Teddy Kimball, que viva al lado de la rectora, lleg corriendo cuesta abajo desde la casa de los Lloyd. El pecoso rostro de Teddy estaba plido.

-Seorita Gray-dijo entrecortadamente-. Creo que la vieja Lloyd se ha vuelto loca del todo. La esposa del ministro me pidi que le llevara un mensaje sobre el Crculo de Costura y yo golpe y golpe y nadie sali y yo pens entrar y poner la nota sobre la mesa. Cuando abr la puerta escuche una risa muy rara en el comedor, y la vieja Lloyd apareci en la puerta. Oh, seorita Gray, estaba horrible, con la cara toda colorada y los ojos brillantes, y todo el tiempo hablaba sola y se rea como loca! Me asust tanto que di media vuelta y sal corriendo.

Sylvia, sin detenerse a pensarlo, tom a Teddy de la mano y ech a correr cuesta arriba. No tuvo miedo, aunque ella tambin crea, como Teddy, que la pobre, solitaria y excntrica vieja Lloyd, haba terminado volvindose loca.

Cuando Sylvia entr, la anciana estaba sentada en un silln de la cocina. Teddy, demasiado asustado para entrar, se haba quedado en la puerta. La vieja Lloyd todava llevaba ~ el vestido de seda negra con que haba vuelto de la estacin: Su rostro estaba rojo, sus ojos brillantes y su voz ronca. Reconoci a Sylvia y se ech hacia adelante.

-No me mire -gema-. Por favor vyase. No puedo soportar que usted vea cun pobre soy. Va a ir a Europa. Andrew Cameron la mandar. Se lo ped. No pudo negarse a mi pedido. Pero por favor, vyase.

Sylvia no se fue. A primera vista haba comprendido que se trataba de enfermedad y de delirio, no de locura. Orden a Teddy que corriera en busca de la seora Spencer, y cuando sta lleg acostaron entre las dos a la anciana y llamaron al mdico. Esa noche todo Spencervale supo que la vieja Lloyd tena pulmona.

La seora Spencer anunci que pensaba quedarse a atender a la anciana. Muchas otras seoras ofrecieron sus servicios y todas se mostraron gentiles y apenadas. Pero la enferma lo ignoraba todo. Tena mucha fiebre y deliraba continuamente. Ni siquiera conoca a Sylvia Gray, que permaneca a su lado todos sus ratos libres. Sylvia haba comprobado lo que siempre sospech, que la vieja Lloyd era su hada madrina. La anciana hablaba de Sylvia continuamente, revelando todo su cario por ella y descubriendo los grandes sacrificios que haba hecho. La muchacha senta dolor en su corazn lleno de amor y ternura y rogaba con todas sus fuerzas que la anciana sanara.

-Quiero que sepa que le pago su amor con amor -murmuraba.

Todo el mundo conoci entonces la pobreza de la vieja Lloyd. Haban salido a luz todos los secretos que guardaba celosamente durante tantos aos, excepto su viejo amor por Leslie Gray. Aun en medio del delirio, algo sellaba sus labios a ese respecto. Todo lo dems sali al aire: la angustia por sus ropas anticuadas, las privaciones y miserias, la humillacin por salir con vestidos viejos y contribuir con slo cinco centavos al Crculo de Costura cuando el resto de las seoras pagaban diez. Las buenas mujeres que la escuchaban con lgrimas en los ojos se arrepentan de haberla juzgado tan errneamente.

-Quin lo iba a imaginar? -coment la seora Spencer ala esposa del ministro-. Nunca nadie so que su padre hubiera perdido lodo su dinero, aunque suponamos que haba perdido buena parte de l en el viejo asunto de la mina de plata en el Oeste. Es terrible pensar cmo ha estado viviendo todos estos aos, a veces casi sin comer y metida en la cama en pleno invierno para ahorrar combustible. Pero supongo que de estar enteradas habra sido muy poco lo que hubiramos podido hacer, pues es desesperadamente orgullosa. Si vive, y nos permite ayudarla, las cosas cambiarn despus (le esto. "Crooked" Jack dice que nunca se perdonar haberle cobrado los trabajillos que hizo en su jardn. Dice que de ahora en adelante, si ella se lo permite, no le cobrar nada. No es raro que se haya encariado tanto con la seorita Gray. Pensar las cosas que ha hecho por ella todo este verano, hasta vender el jarrn de las uvas. Bueno, con toda seguridad que no es avara, pero no se equivoca quien dice que es rara. Todo esto es desesperadamente doloroso. La seorita Gray se ha tomado el asunto muy a pecho, parece que piensa en la vieja Lloyd tanto como sta piensa en ella. Est tan preocupada que parece no importarle ir a Europa el ao prximo. E ir, tiene la palabra de Andrew Cameron. Estoy muy contenta porque es la joven ms dulce del mundo; pero ella dice que se ha pagado un precio demasiado caro por el viaje si la vieja Lloyd ha tenido que dar su vicia.

Andrew Cameron se enter de la enfermedad de su prima y se present el mismo en Spencervale. No se le permiti ver a la enferma, pero dispuso todo de modo que sta tuviera lo necesario a sus expensas. El mdico de Spencervale recibi instrucciones para enviar su cuenta a Andrew Cameron, con lo que recuper el sueo. Adems, al regresar a su casa, Andrew Cameron envi una enfermera a casa de la vieja Lloyd. Era una mujer capaz y amable que supo ponerse al frente de la casa sin ofender a la seora Spencer, por lo que su tacto no tena precio.

La vieja Lloyd no muri. La constitucin de las Lloyd la sac a flote. Un da, al entrar Sylvia, la anciana le sonri con una sonrisa dbil, desmayada y sensitiva, y pronunci su nombre. La enfermera anunci que la crisis haba pasado.

La anciana fue una enferma perfecta y tratable. Haca exactamente lo que se le indicaba y acept la presencia de la enfermera como la cosa ms natural del mundo.

Pero un da, cuando ya tena fuerzas para hablar un poquito, le dijo a Sylvia:

-Supongo que es Andrew Cameron quien ha enviado a la seora Hayes aqu, no es cierto?

-S -dijo Sylvia algo tmidamente.

La anciana not la timidez y sonri con algo de su viejo espritu en los negros ojos.

-En otros tiempos hubiera sacado con cajas destempladas a cualquier enviado de Andrew Cameron --dijo-. Pero he atravesado el Valle de las Sombras de la Muerte, y espero haber dejado atrs el orgullo y el resentimiento. No siento hacia Andrew Cameron lo que senta antes. Ahora hasta puedo aceptar un favor personal de su parte. Por fin puedo perdonarle el error que cometi conmigo y con los mos. S, Sylvia, que en mi enfermedad no he dejado ninguno de mis secretos por revelar. Ya todos saben que soy pobre, pero no me importa. Lo nico que lamento es haber apartado de mi vida a mis vecinos durante tantos aos por causa de mi tonto orgullo. Todos han sido tan buenos conmigo, Sylvia. En el futuro, si Dios me da salud, las cosas sern muy diferentes.

Abrir mi vida a la bondad y al compaerismo de todos, jvenes y ancianos. Voy a ayudarles en todo lo que pueda y a dejar que ellos me ayuden a m. Yo puedo ayudarlos. He aprendido que el dinero no es lo nico que tiene poder para ayudar a la gente. Quien tiene simpata y comprensin para con los dems, posee algo que no tiene precio y no puede pagarse con dinero. Y t, Sylvia, has descubierto lo que yo nunca quise que supieras. Pero tampoco siento eso ahora.

Sylvia tom la blanca mano de la anciana y la bes.

-Nunca podr agradecerle bastante todo lo que ha hecho por m, querida seorita Lloyd ---dijo sinceramente -. Y me alegro muchsimo de que ya no existan misterios entre usted y yo. La quiero mucho ms de lo que pens nunca que poda quererla y estoy muy contenta y muy agradecida de que usted me quiera tanto a m, mi querida hada madrina.

-Sabes por qu yo te quiero tanto? -pregunt la anciana ansiosamente-. Tambin habl de eso en mi delirio?

-No. Pero creo que yo lo s. Es porque soy la hija de Leslie Gray, no es cierto? S que pap la quiso a usted mucho; su hermano, mi to Willis, me lo cont.

-He arruinado mi vida por mi maldito orgullo -dijo la anciana tristemente-. Pero t me quieres a pesar de todo, no es verdad, Sylvia? Me vendrs a visitar a menudo? Y me escribirs cuando te vayas?

-Vendr todos los das -dijo la joven-; me quedar en Spencervale todo el ao para estar cerca de usted, y cuando vaya a Europa, gracias a usted, hada madrina, le escribir diariamente. Vamos a ser las mejores camaradas, y tenemos por delante un hermoso ao de compaerismo!

La vieja Lloyd sonri complacida. La esposa del ministro, que haba trado un plato de jalea, conversaba en la cocina con la seora Spencer sobre el Crculo de Costura. Por la ventana abierta entraba la clida brisa de octubre. Un rayo de sol caa sobre el cabello castao de Sylvia como una corona de gloria y juventud.

-Me siento perfectamente feliz! -exclam la vieja Lloyd con un largo, embelesado suspiro.

CAPTULO TRES

Cada uno en su propia lengua

El dorado sol otoal caa densamente sobre los arces rojos y mbar que guardaban la puerta de la casa del anciano Abel Blair. Era la nica puerta que comunicaba con el exterior y ordinariamente estaba abierta de par en par. Un perrito al que le