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1 PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA SERGIO DAVID ALDANA MUÑOZ FILOSOFÍA DEL LENGUAJE MIGUEL ÁNGEL PEREZ LA MEMORIA Y EL OLVIDO: DOS CASOS EXTREMOS DONDE EL LENGUAJE CONVENCIONAL ES INSUFICIENTE. La literatura ha sido durante mucho tiempo uno de los medios de expresión más utilizados por la cultura. En muchas obras literarias se ven reflejadas situaciones que manifiestan diversos estados del hombre, que aunque pueda que sean ficciones, nos enriquece para comprender una realidad cada vez más difusa. Este trabajo se tomó la libertad de escoger dos mundos de la literatura latinoamericana para poner a prueba las distintas teorías que han surgido en la filosofía del lenguaje. Estos dos mundos, separados aparentemente por el tema central en el que se desenvuelven (uno se mueve en la claridad cegadora de la memoria mientras que el otro se desenvuelve en los bosques frondosos del olvido), son unidos por el lenguaje, o para ser más precisos, la insuficiencia de este para describir con rigor, en primer lugar, el mundo detallado, minucioso y cambiante de Irineo Funes en el cuento borgiano “Funes el memorioso”; y en segundo lugar, el olvido progresivo que sufren los habitantes de Macondo en la novela de Gabriel García Márquez “Cien años de soledad”. El propósito será analizar las distintas situaciones del lenguaje en estos dos relatos, apoyados siempre en algunas teorías del lenguaje estudiadas a lo largo del semestre. REFERENCIA Y SIGNIFICADO Irineo Funes se caracteriza en el relato de Borges por su prodigiosa memoria antes de que el accidente lo dejara tullido. Recordemos que la primera aparición de Funes se destaca por la precisión de la hora, la certeza del tiempo. Después de que el redomón lo había volteado (Borges, 1971) la memoria de este personaje empieza a ser minuciosa al capturar detalles del mundo que había ignorado hasta ese momento. Su concepción de las cosas ante la conciencia del detalle que alberga la realidad resulta ser sobrenatural. Recordemos que una de las funciones más importantes del lenguaje es la de comunicar cosas sobre el mundo. Generalmente cuando hablamos lo hacemos acerca del mundo que

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PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

SERGIO DAVID ALDANA MUÑOZ

FILOSOFÍA DEL LENGUAJE

MIGUEL ÁNGEL PEREZ

LA MEMORIA Y EL OLVIDO: DOS CASOS EXTREMOS DONDE EL LENGUAJE

CONVENCIONAL ES INSUFICIENTE.

La literatura ha sido durante mucho tiempo uno de los medios de expresión más utilizados

por la cultura. En muchas obras literarias se ven reflejadas situaciones que manifiestan

diversos estados del hombre, que aunque pueda que sean ficciones, nos enriquece para

comprender una realidad cada vez más difusa. Este trabajo se tomó la libertad de escoger

dos mundos de la literatura latinoamericana para poner a prueba las distintas teorías que

han surgido en la filosofía del lenguaje. Estos dos mundos, separados aparentemente por el

tema central en el que se desenvuelven (uno se mueve en la claridad cegadora de la

memoria mientras que el otro se desenvuelve en los bosques frondosos del olvido), son

unidos por el lenguaje, o para ser más precisos, la insuficiencia de este para describir con

rigor, en primer lugar, el mundo detallado, minucioso y cambiante de Irineo Funes en el

cuento borgiano “Funes el memorioso”; y en segundo lugar, el olvido progresivo que sufren

los habitantes de Macondo en la novela de Gabriel García Márquez “Cien años de

soledad”. El propósito será analizar las distintas situaciones del lenguaje en estos dos

relatos, apoyados siempre en algunas teorías del lenguaje estudiadas a lo largo del semestre.

REFERENCIA Y SIGNIFICADO

Irineo Funes se caracteriza en el relato de Borges por su prodigiosa memoria antes de que el

accidente lo dejara tullido. Recordemos que la primera aparición de Funes se destaca por la

precisión de la hora, la certeza del tiempo. Después de que el redomón lo había volteado

(Borges, 1971) la memoria de este personaje empieza a ser minuciosa al capturar detalles

del mundo que había ignorado hasta ese momento. Su concepción de las cosas ante la

conciencia del detalle que alberga la realidad resulta ser sobrenatural.

Recordemos que una de las funciones más importantes del lenguaje es la de comunicar

cosas sobre el mundo. Generalmente cuando hablamos lo hacemos acerca del mundo que

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nos rodea. Usamos el lenguaje para informar al otro acerca de lo que sabemos y creemos

acerca de este (Acero J., 1996). Con esto, vemos claramente que Funes no podrá

comunicar a otro la percepción detallada que él tiene sobre el mundo. A decir verdad,

resulta ser un huérfano en una realidad de generalidades que personas comunes (es decir,

personas que no poseen esa facultad sobrenatural de la memoria) toleran. ¿Cómo podría

ligar Funes expresiones con significado a un mundo rico de detalles que cambia

constantemente?

“Le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre

que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)” ( Borges, 1971)

Frege nos propone, en su artículo “sobre sentido y referencia”, que la referencia, lo que

designa un signo, se puede dar de distintos sentidos. En su ejemplo clásico, la referencia de

“lucero matutino” y de “lucero vespertino” sería la misma aunque su sentido no lo sea

(Frege 25).

a=a, a=b

Pero para Funes, el perro de las tres y catorce (visto de perfil) es uno, mientras que el

mismo perro de las tres y cuarto (visto de frente) es otro. Es decir, para Funes no hay

identidad matemática entre los múltiples sentidos que se le puede denotar a una única

referencia.

a , b

Se dijo más arriba que Funes resulta ser un huérfano. La razón es que si él desea expresar e

informar el mundo que él ve con el lenguaje convencional que ha adquirido por tradición,

sus expresiones nominales descriptivas, aunque posean sentido (es decir, que estén

gramaticalmente bien ordenadas), no gozará de referencia, puesto que a la persona a que se

lo quiera comunicar, si es una persona común, no lo comprenderá jamás. Sus expresiones y

afirmaciones, cargadas de intencionalidad descriptiva, no se diferenciarán de las

expresiones de un loco o un poeta.

La realidad de este personaje no será compatible con la realidad de los otros interlocutores.

Si él logrará expresar en un concepto algo que nadie más aprecia, su concepto sería

equivalente al de “unicornio”. Este concepto, siguiendo a Bertnard Russell, carecería de

algún género lógico. Los conceptos que se pudiera proferir Funes acerca del detalle del

mundoquedaría reducido a una mera figura o a una descripción en palabras despojada de

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toda realidad (Russell). Por ello, toda proposición de Funes que tenga intencionalidad

descriptiva no será admitida a análisis por ser “irreales”. Sus descripciones tendrán el

destino de ser meros símbolos desprovistos de significado. Con lo anterior podríamos decir

que la realidad es un convenio entre personas que manejan las reglas de un mismo lenguaje.

NOMBRES PROPIOS

Con Funes hemos visto que las expresiones nominales complejas descriptivas de las cosas

del mundo circundante poseen sentido pero carecen de referencia, puesto que los detalles de

esta la dota a la realidad de una inmensa diferencia.

En el caso de los nombres propios el sentido no es tan claro. Según Frege, el sentido de los

nombres propios “variarán por tanto según se los haga equivaler con unas u otras

expresiones nominales que sean correferenciales con ellos” (Acero J.1996:84). En “Cien

años de soledad” se menciona el olvido del nombre de las cosas y su utilidad, pero también

se menciona el olvido de los nombres propios y el parentesco con las personas. ¿Qué

pasaría si no recordásemos el rostro, el nombre propio, el parentesco o la relación de las

personas que nos rodea? Algo importante que no se menciona (o no es muy claro) en éste

episodio del insomnio es si las pasiones, apetitos o impulsos desaparecen ante el olvido de

darles sentido. Es decir, que si el acto de amar, de odiar o “de sentir ganas de…”

desaparecen junto con el sentido de la palabra hablada. Si esto no es así, si nuestras

pasiones y apetitos permanecen intactos, cabría suponer que Macondo sucumbiría en el

caos y el libertinaje propios de Sodoma y Gomorra al no reconocer al otro. El descontrol

sería total, el incesto y las aberraciones resultarían ser comunes en una población donde su

olvido radical.

Si el olvido alcanzara tales proporciones, José Arcadio Buendía tendría que poner papelitos

en la frente de cada habitante con el nombre, el parentesco y las relaciones con cada uno de

ellos. Pondría un papelito en la frente de Úrsula Iguarán especificando la relación e

indicando el rol o la forma adecuada de comportarse. Por ejemplo:

“Úrsula Iguarán. Madre de Aureliano y José Arcadio. Entre ellos no puede haber

intimidad como la hay entre Úrsula Iguarán esposa y José Arcadio Buendía esposo”.

De igual manera, podría pegarle papelitos a los hermanos Buendía con una frase común:

“No matarás”.

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Es claro que el nombre propio “Úrsula Iguarán” posee varios sentidos (en este caso dos

pero podrían ser más como “la madre de Amaranta”, “La abuela de Arcadio” o “Un

personaje ficticio de Gabriel García Márquez”, etcétera). Siguiendo a Frege, el sentido de

una expresión lingüística ilumina parcialmente la referencia (Frege G., 1892), pues es una

de las múltiples formas de su determinaciones de un objeto, por lo cual, no podemos tener

conocimiento de él (Acero J., 1996).

El lenguaje, es pues, esencial para llamar al orden e imponer una moral, un actuar, un

comportamiento ideal. En palabras de Austin: “Las proposiciones éticas quizá persiguen

manifestar emociones, exclusiva o parcialmente, o bien percibir conductas o influirlas de

maneras especiales” (Austin, 1971: 47).

LOS SENTIMIENTOS HACÍA EL OTRO

Hasta el momento, el lenguaje ha sido tratado con un solo propósito: definir el mundo

exterior. Pero, ¿qué sucede con el mundo interior? ¿Es posible olvidarse de los

sentimientos, deseos y actitudes? ¿Será que Funes tiene una percepción igual de detallada

acerca de su mundo interior? Esto último no se menciona en el relato de Borges, pero cabe

hacer la salvedad que el mundo interno es igual de complejo y rico que el mundo exterior.

Definir con absoluta precisión una o varias emociones que se acople a la sensación es otra

de las funciones que posee el lenguaje que los habitantes de Macondo intentaron salvar.

“En todas las casas se habían escrito claves para memorizar los objetos y los sentimientos.

Pero el sistema exigía tanta vigilancia y tanta fortaleza moral, que muchos sucumbieron al

hechizo de una realidad imaginaria, inventada por ellos mismos, que le resultaba menos

práctica pero más confortable” (García Márquez, 1962).

En este otro momento de la epidemia, los macondianos ceden a sus pasiones y sensaciones

ante la vigilancia de “tanta fortaleza moral”. Definir las sensaciones y emociones es una

ardua tarea puesto que cada persona siente (o son afectadas) de distinta manera por el

mundo. Pueden existir sensaciones indescriptibles como la experiencia límite ante la muerte

o la experiencia sublime y religiosa del éxtasis o el orgasmo. Y a pesar de que podemos

nombrarlas, estos conceptos no podrán abarcar esa sensación en su totalidad ni ser

generalizable debido a la amplia gama de individuos. Por tanto, si el lenguaje resulta ser

una herramienta del ser humano para expresar su conocimiento y experiencia, las

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emociones (su concepción y transmisión) resultan ser fundamentales aunque carezcan de

precisión.

FRASES INCOMPLETAS.

Siguiendo con éste episodio fantástico de la novela, cabe señalar el uso de oraciones a la

hora de mencionar los objetos. Las oraciones, remitiéndonos nuevamente a Frege, son

expresiones lingüísticas complejas que poseen sentido y referencia, a diferencia de los

nombres propios que sólo poseen referencia. La referencia de las expresiones oracionales,

entonces, está constituida por el valor de verdad; mientras que su sentido, por otra parte, se

fundamenta por la idea o característica que expresa del objeto. Teniendo en cuenta esto, los

habitantes de Macondo se ven en serios aprietos cuando no recuerdan el sentido o la idea

del objeto que tienen en frente. Por tal razón, va ser frecuente que los macondianos se

comuniquen con frases incompletas o expresiones deícticas como “páseme el…” o

“páseme eso”; expresiones que no tienen ningún sentido en la práctica. Para contrarrestar

este inconveniente se necesita de un argumento que complete la expresión, que le de valor

lingüístico sin importar que éste sea arbitrario y no tradicional. Imaginémonos, pues, una

conversación en el mundo que nos plantea “Cien años de soledad”.

—Páseme eso

— ¿Qué?

— ¡Eso!—señala el yunquecito

— ¿El Tas?—dice tocando el yunquecito

— ¡Si, eso!

En este dialogo hipotético que se dan entre dos habitantes de Macondo, vemos claramente

que la referencia que pueda tener dicha oración dependerá del argumento con el cual ésta

pueda ser rellanada. Por tanto, la función del método ideado por Aureliano Buendía –y

luego perfeccionado por su padre, José Arcadio Buendía– es la de relacionar a cada

momento el argumento o la expresión completa con su referencia cuando nos topamos con

el objeto.

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AUSTIN. “EL GALLO CAPÓN”.

Austin, por su parte, ve en la oración múltiples funciones que la mera enunciación. Junto a

los enunciados de los gramáticos hay también preguntas, exclamaciones y oraciones que

expresan órdenes, deseos o pasiones. La pregunta es ¿De qué manera se podría evitar el

olvido de estos otros usos?

Siguiendo la línea de Austin, los macondianos son dogmáticos al marcar con una ficha el

nombre del objeto y su enunciado: “Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas

para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer

café con leche” (García Márquez, 1967). En ese sentido, la única función de la vaca será

esa y no otra; funciones, como por ejemplo comercializarla o intercambiarla por otra cosa,

o, alimentarla, cuidarla, obsequiarla o jugar con ella, no tendrían espacio.

Por más que empapelen el pueblo, habrá enunciados que no podrán catalogar como los

demás. Kant sostuvo que muchos enunciados son sinsentidos estrictos, pese a su forma

gramatical impecable (Austin, 1971). No todos los enunciados describen cosas o indican

alguna característica adicional, curiosa o extraña de la realidad; se puede con ellos “indicar

(no sólo registrar) las circunstancias en que se formula el enunciado o las restricciones a

que está sometido o la manera en que debe ser tomado, etc.” (Austin, 1971: 47).

El caso del “el gallo capón” nos puede servir de ejemplo. Este juego, practicado por los

macondianos en la epidemia del insomnio (García Márquez, 1967), no consiste en contar o

describir la historia del gallo Capón; consiste, más bien, en desesperar o aburrir al

interlocutor. Precisamente, este juego era utilizado como una de las tantas estratagemas

(otra era conversar sin tregua, a contar durante horas y horas los mismos chistes) para

conciliar el sueño. Por medio de este prolongado juego se buscaba encontrar el

aburrimiento y el cansancio que de paso al sueño. Pero su intención generé ese efecto, es

necesario que todos aquellos que participen en él sepan de antemano que es un juego.

Aquello es un requisito necesario porque sería absurdo pensar (aunque es posible) que un

interlocutor se llenara de ansia y curiosidad por escuchar “la verdadera historia del gallo

Capón” y suplicara a lagrima viva o amenazara con los puños elevados su narración. El

error de este posible interlocutor consiste en tomar como enunciados fácticos, lisos y llanos

enunciados que han sido formulados con un propósito diferente (Austin, 1971).

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EL OLVIDO DE LA VERDAD Y EL SURGIMIENTO DE UN LENGUAJE ESPECIAL.

Con Kant se logró catalogar el conocimiento analítico, aquél conocimiento que se alcanza

con independencia de la experiencia y que es verdadero en toda ocasión y circunstancia; y

el conocimiento sintético que se adquiere por medio de la experiencia para determinar su

verdad o falsedad. Este último dependerá de los hechos que configuren el mundo real.

Pronto Funes se dará cuenta de que no podrá jamás llegar a determinar lo que es verdadero

o falso en su mundo. Afortunadamente los números no se representan fácticamente en la

realidad. En ese sentido, este personaje no se verá impedido en afirmar que 2 + 2 = 4. Sin

embargo, en su intento de generar un sistema de numeración que sirva de catalogo para su

concepción y recuerdos, Funes mezcla arbitrariamente el lenguaje natural con el lenguaje

matemático:

“Yo traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario

a un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas,

cinco unidades; análisis que no existe en los “números” El negro Timoteo o la manta de

carne. Funes no me entendió o no me quiso entender” (Borges, 1971).

Él también hacia relaciones de igualdad totalmente inconexas para un hablante normal. Por

ejemplo, 7013 equivalía a decir Máximo Pérez y en lugar de decir 500 decía nueve (Borges,

1971).

Es cierto que con el lenguaje se pueden hacer relaciones arbitrarias a manera de juego

(Podemos idear un lenguaje para expresarnos en clave, muchos niños y adultos lo hacen),

pero llegar a pensar que por medio de un sistema tan caótico, como este, se logre

comunicar al otro la concepción que se tiene del mundo, es algo impensable; a no ser, claro

está, que el interlocutor comparta la misma percepción y entienda las complicadas reglas

abiertas y móviles de dicho lenguaje.

Los habitantes de Macondo, por otra parte, correrán el riesgo de olvidar el conocimiento

analítico a medida que transcurre el paso devastador del tiempo. Es claro que el

conocimiento sintético pierde terreno en la mente debido al olvido de la experiencia pasada

que se tenía sobre determinado objeto en el mundo. El mundo real, del cual depende –en

parte– éste conocimiento, se desquebraja a medida que pasa el tiempo. ¿Qué sucede,

entonces, con el conocimiento analítico? Lo más probable es que corra el mismo destino

puesto que no son ideas innatas sino intuiciones que están en el mundo. Por tanto, la verdad

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analítica sucumbe, junto con la verdad sintética, ante el paso del olvido. Se llega a “una

especie de idiotez sin pasado” (García Marquéz, 1967).

SEMÁNTICA. PRAGMÁTICA.

A nivel semántico, ambos casos tratarán de salvar la realidad del olvido o de la limitación

del lenguaje. A nivel pragmático, ambos casos tratarán de relacionarse con los otros por

medio de métodos que señalen el nombre del objeto y su funcionalidad; o, por medio de un

lenguaje especial (para personas especiales) ideado con el propósito de capturar una

realidad escurridiza llena de detalles. En cuanto al mundo interno, ambos casos son un

misterio.

EL LENGUAJE ES ACTUAR

Austin infiere que hay expresiones lingüísticas que se disfrazan necesariamente de

enunciado fáctico descriptivo o “constatativo” (Austin, 1971). Estas expresiones no se

pueden relacionar con algo externo del mundo real como “vaca”. Expresiones como

“bueno“, “todos”, “poder”, “deber”, o los enunciados hipotéticos. ¿Cómo actúan estos

conceptos en los mundos que estamos analizando? Estas expresiones no son sinsentidos ni

gozan de verdad o falsedad, no describen o registran nada (Austin 1971). Estas expresiones

simplemente realizan una acción en el momento de ser proferidas.

Funes no tendría problemas en desear, jurar o apostar, puesto que estos actos no reposan en

el mundo objetual. Pero los macondianos, a diferencia de Funes, no entenderían el

significado de esas expresiones por esa misma razón. Nada en el pueblo les será útil para

asociar esas expresiones carentes de realidad fáctica. Ante el olvido de estas expresiones,

una sociedad es insostenible porque, al proferirlas, se hace más que el sólo hecho de

pronunciarlas. En aquellas palabras se compromete el interlocutor porque “empeña la

palabra” a cambio de la credulidad del otro. Sin esta credulidad por parte del otro

interlocutor, una sociedad sería insostenible debido a que todos desconfiarían de todos y no

habría cooperación entre ellos. Es necesario creer en la palabra empeñada por aquellos que

la profesan. En Macondo sería un acto de fe verse en el espejo y tener en la frente el

papelito pegado con todas las promesas y todas las deudas que han sido saldadas y las que

no, asegurándose de no caer en el acto deshonesto de tachar las que aún no se han pagado y

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confiando plenamente en que el otro hará lo mismo. Ese es el valor de la “palabra

empeñada” que se expresan en sentidos que no tienen referente en el mundo exterior. Si no

existe esa fortaleza de espíritu que impida tachar la deuda que aún no ha sido saldada con el

único argumento que el otro hará lo mismo, la convivencia en comunidad será una

constante e incansable sospecha. Anexo a ello, podemos colocar, junto con las promesas y

deudas a pagar, la frase “creo en Dios”. Sin embargo “Dios existe” tiene su referente en la

mitad del pueblo (García Márquez, 1962).

Austin nos propone que las palabras poseen una función muy relevante a la hora de

convivir en comunidad. Indicar una expresión realizativa es realizar una acción. Cuando se

promete pagar una deuda o simplemente se promete cualquier cosa, no se está informando

acerca de la promesa, se está prometiendo. “Nos sentimos inclinados a pensar que la

seriedad de la expresión consiste en que ella sea formulada –ya por convivencia, ya para

fines de información– como (un mero) signo externo visible de un acto espiritual eterno”

(Austin, 1971: 54).

LA CLARIDAD DEL LENGUAJE A LA HORA DE PENSAR Y COMUNICAR.

La importancia de la filosofía del lenguaje radica no sólo resolver los problemas de

naturaleza lingüística, sino que también ayuda a plantear con más precisión y nitidez los

problemas típicos de las disciplinas filosóficas (Acero: 1996: 16). En estos casos fantásticos

que nos propone la literatura, el problema central que se ve a simple vista es el de la

interpretación de la realidad: ¿de qué manera Funes puede hablar de los fenómenos que él

percibe con un lenguaje convencional y limitado? Y ¿cómo se puede percibir la realidad

ante el inminente olvido del lenguaje?

Antes de dilucidar los problemas filosóficos con ayuda de la filosofía del lenguaje, se debe

tener la claridad y certeza de las reglas, en un grado mínimo, del lenguaje convencional.

Después de ello, podemos dedicarnos a la filosofía y a los enigmas del pensamiento.

La conclusión de estos dos paradigmas es que en ninguno se puede llegar a pensar. Para

poder pensar, fantasear e imaginar, es necesario poseer un manejo apropiado de un lenguaje

convencional. En este aspecto, el personaje de Borges ocuparía toda su vida tratando de

idear un lenguaje infinito y siempre cambiante, que describa ese mundo rico de detalles que

alberga su memoria; mientras que los macondianos, ante el olvido radical producto de la

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epidemia del insomnio, no tendrán nada que decir acerca del mundo. Tener en claro las

reglas convencionales de un lenguaje común (ya sea natural o artificial) resulta ser el

primer requisito (y el más fundamental) para generar pensamiento, cultura y valores.

BIBLIOGRAFÍA:

Acero, Juan José et al., Introducción a la filosofía del lenguaje, alianza Madrid,

1996.

Austin, John L., Cómo hacer cosas con palabras, trad. Genaro Carrió et al.,

Barcelona, Paidós, 1971

Borges Jorge Luis, Ficciones, Alianza editorial, S.A., Madrid, 1971.

Frege, Gottlob, Estudios sobre semántica, trad. Ulises Moulines, Barcelona, Ariel

(Orbis 1985, Folio 2002).

García Márquez, Cien años de soledad, Grupo editorial norma 2009, 1962

Valdés, Luis M., La búsqueda del significado. Descripciones, Russell, Bertnard.,

Madrid, Tecnos, 2005. (1995 ,1999 ).