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A todas aquellas personas que padecieron la enfermedad y no lo supieron, y fallecieron sin tener la oportunidad de un tratamiento. A los que lo tuvieron pero no comprendieron la gravedad de la misma. A todos los enfermos alcohólicos y sus familiares. Para mi nena, Andy, para mi papá, Toni. M.C.

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A todas aquellas personas que padecieron la enfermedad y no losupieron, y fallecieron sin tener la oportunidad de un tratamiento.

A los que lo tuvieron pero no comprendieron la gravedad de la misma.A todos los enfermos alcohólicos y sus familiares.

Para mi nena, Andy,para mi papá, Toni.

M.C.

Quiero ver las ovejas...

© del texto: Mica Cañellas

Edición: Asociación Las Ovejas de MicaCorrección: María Martínez Moragues Diseño y maquetación: Aníbal Guirado / Ramon GinerImpresión: Bahía Indústria Gráfica

DL PM 1090-2012

Quiero ver las ovejas...

M I C A C A Ñ E L L A S

Una historia empapada de alcohol

ASOCIACIÓNLas OVEJAS DE MICA

ÍNDICE

PRÓLOGO ........................................................................7

UNA BREVE INTRODUCCIÓN.....................................9

CAPÍTULO I: “ELEGIR” ................................................11

CAPÍTULO II: “TERTULIA” ..........................................23

CAPÍTULO III: “NACER…” ..........................................41

CAPÍTULO IV: “MENTALIZACIÓN” (1ª TERAPIA) .......49

CAPÍTULO V:“TEXTUALMENTE ................................59

CAPÍTULO VI:“MILAGRO ............................................69

CAPÍTULO VII:“CAMINO ETERNO ...........................77

CAPÍTULO VIII:“LA OPCIÓN ......................................87

PRÓLOGO

Francisco Javier Alarcón, amigo y médico forense, se ofreció a ayudarme a hacer un prólogo con mucho interés.Me dijo: “Mica, hacer un prólogo es muy fácil…No lo lee nadie”.Siguiendo su consejo, aquí termina éste.

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UNA BREVE INTRODUCCIÓN…

“Las tipologías que utilizan como criterio de clasificación la existen-cia o no de otro trastorno psiquiátrico subyacente al trastorno…”. ¡Alto, alto! ¡Para, Mica!... ¿Dónde vas? –me dije a mí mismo cuando empecé el libro–. No vayas a soltar un rollo macabeo a los lectores… Además, ¡si no tienes ni idea de esto! ¡Déjaselo a los profesionales!Cuenta esa historia de desamor con la vida… Y así lo hice.

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CAPÍTULO I

“ELEGIR”

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Alexia (8 años)

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–¡Salid rápido, rápido, que llega la ambulancia! –gritaron los enfermeros.–¿Qué tenemos? –preguntó el doctor.–Un Glasgow 4 –detalló el personal médico de la ambulancia–. Varón, de unos cuarenta, aproximadamente… Sudoroso y con fiebre muy alta, en estado de shock y semiinconsciente…Quién iba a decir, tres horas más tarde, que Marc, en las puertas de su muerte, el destino, irónicamente, le daría una nueva vida.Tal vez todo forme parte de una leyenda, pero el caso es que muchas personas coinciden y confirman lo que al final se conoció como: El caso del moribundo resucitado.Ante la gran expectativa y sorpresa de cómo acaecieron los acontecimientos, envueltos en un clima de misterio e incomprensión, despertó mucha atención entre los médicos y personal sanitario lo que ocurrió aquella extraña noche. Alrededor de las veintidós horas, un trece de diciembre cualquiera, en un ingreso habitual y frecuente de urgencias, entró una persona, apenas sin aliento de vida y, a la mañana siguiente, sin ningún síntoma de malestar, y mucho menos dolencias que denotaran la más mínima enfermedad, salió por su propio pie del hospital por la puerta principal, lleno de vida y entusiasmo, como si todo lo que había pasado aquella noche hubiera sido un mal sueño. Cuentan que la historia empezó a extenderla Andrea, una enfermera que en ese momento empezaba su turno de noche y se encontró con todo el drama del ingreso urgente y la atención

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sobrehumana del personal médico para salvarle la vida. Más tarde, tras haber presenciado todo el proceso –incluyendo la llegada paulatina de los familiares desesperados entre lágrimas y sollozos, la explicación del doctor de lo sucedido y las escasas esperanzas de vida que le quedaban al paciente–, pudo escuchar, en la penumbra, la verdadera historia de lo que sucedió ese extraño día.A Andrea, muy acostumbrada a estas situaciones, que eran el pan nuestro de cada día, ese ingreso le suscitó desde el principio más interés de lo normal. No sabemos si fue por curiosidad o profesionalidad, o quizá por intuición. El caso es que, mientras se cambiaba de ropa y se predisponía a empezar su turno de trabajo, quiso conocer más detalles de la situación y preguntó a Cristina, la otra enfermera a la que relevaba, la cual lo había presenciado todo y estaba al corriente de lo acontecido. – Qué lástima… otra vez un muchacho tan joven… ¿Qué le ha pasado? –preguntó Andrea.– Entró muy mal –le contestó Cristina de forma rutinaria– apenas con vida… Por los síntomas y su estado deteriorado se asemejaba a un cadáver…– ¿De qué ha sido? –preguntó Andrea.– En un principio no lo sabían, pero creo que por lo que he oído hablar al doctor con la familia era un cáncer de estómago.– ¿Y cuál es el tratamiento que debe seguir el enfermo? –preguntó curiosa Andrea.A lo cual contestó Cristina:

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– ¡Ninguno! Le han dado escasas horas de vida. Tiene metástasis. No creen que pase de esta noche.– ¡Qué extraño! –exclamó Andrea– ¿Cómo ha podido suceder tan rápido?– Bueno… lo típico… –musitó Cristina–. Llevaba un par de días mal, con mucho dolor de estómago. No le daba importancia y no quería ir al médico de ninguna manera hasta que… ha reventado. Su mujer explicó al doctor que hacía varios meses que padecía esta dolencia, pero que por tozudez y por ignorar la gravedad del caso, creyendo que era una simple úlcera, consideró que no era necesario.– ¿Y ahora? ¿Dónde está? ¿En planta? –preguntó Andrea.– Sí, lo han dejado ahí de momento –repuso Cristina–, en la primera planta, junto a las salas de espera. Está toda la familia reunida en la sala conjunta con un silencio aterrador y muy malas caras.Andrea, conmovida, respondió:– Cuando haga la ronda, pasaré. Supongo que el doctor ya les habrá informado.– ¡Sí, claro! Les ha explicado a los familiares todo detalladamente. Están sufriendo mucho por la vida del enfermo; especialmente su mujer e hija, que no cesaban de llorar desconsoladamente al oír lo que había. En fin… ¡Resignación y a la espera de un milagro que denote mejoría, cosa poco probable… porque el enfermo vive de momento enganchado a una máquina!Andrea prosiguió con su labor y, al cabo de una hora aproximadamente, debían ser las once y media, pasó por la

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planta haciendo su ruta nocturna como de costumbre, y vio cómo los familiares iban apareciendo cada vez más y más, a medida que se iban percatando de la noticia.A escasos metros de la sala se encontraba la habitación de Marc, donde yacía agonizante a la espera de su último aliento.Andrea pasó por delante y sintió el impulso de detenerse. La puerta estaba semiabierta y la luz del pasillo se filtraba, dando al rostro del paciente un aire fantasmagórico.No fue éso precisamente lo que la impulsó a detenerse frente a la habitación, sino unas voces quejumbrosas y extrañas emitidas por el enfermo.Vencida por la curiosidad, se acercó con sigilo desde el lado exterior de la puerta y prestó atención a lo que decía, escondida disimuladamente tras la puerta. Desde su ubicación, no podía ver más que la cara y el torso del esquelético moribundo porque era lo único que estaba medianamente iluminado.Como si de una espía se tratara, intentó descifrar el balbuceo del moribundo, pensando que éste hablaba solo y delirando.Al día siguiente, Andrea relató a sus compañeros lo ocurrido la noche anterior. Estaba con la oreja pegada a la puerta y oyó una conversación entre susurros. Lo que pudo escuchar fue una especie de diálogo absurdo y un tanto siniestro entre médico y paciente. He aquí lo que pudo escuchar:–¡Doctor, doctor! –exclamó el paciente.– Dime hijo… ¿Qué te pasa?Yo no podía ver a nadie más, –afirmó Andrea–, pero os juro que allí había otra persona que le contestaba y hablaba con él.

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–¿Cómo siguió la conversación? –preguntaron ávidos de información sus compañeros.–Bueno… pues… Marc, el enfermo moribundo, decía a un tal doctor Ramírez: –Doctor, doctor Ramírez ¿verdad?–Sí, soy el doctor Ramírez –contestó el doctor–. Así consta en mi ficha identificativa.–¡Doctor, sálveme! ¡Se lo suplico! ¡Quiero vivir doctor! –rogaba el moribundo– ¡No quiero morir! ¡Quiero vivir! ¡Deseo, amo la vida, me aferro a ella fervientemente! ¡No quiero morirme! ¡Me niego a ello!–¿Por qué piensas que te vas a morir? –preguntó condescendiente el doctor.–Hace un rato, cuando mi familia hablaba con los otros médicos que me habían atendido, pude oírles toda la conversación. Apenas me daban de esperanza de vida esta noche…–¿Y, qué puedo hacer yo? No soy tu médico. Simplemente he venido a ver a otra persona y por equivocación me he metido en esta habitación. Ya ves que ni siquiera he encendido la luz para no molestarte.–¡Doctor! No sé qué tipo de médico es usted, pero en mi triste agonía, cuando he abierto los ojos y le he visto, una intuición me ha invadido y me ha dado fuerza y confianza, incluso para poder pronunciar, casi sin fuerzas, estas palabras…–Te comprendo perfectamente pero… lo siento, no puedo hacer nada por ti.–¡Ayúdeme! –gritó agónica y desesperadamente el enfermo.

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–¿Y… qué pasó? Cuéntanos… –insistieron curiosos el grupo de compañeros que escuchaban atentamente aquel insólito diálogo que contaba Andrea–. ¿Cómo siguió la historia?–Pues la historia se convirtió en algo más absurdo y surrealista todavía, si cabe… Yo seguía sin poder ver al doctor y por su nombre no lo conocía, y mucho menos su voz no me era en absoluto familiar. Pero bueno… al final, el doctor, ante ese intento del moribundo de aferrarse a la vida, se acercó a él a través del lado oscuro donde seguía sin ver nada y con un susurro, pero a la vez comprensible, le dijo:–¡Está bien! Quizá pueda hacer algo por ti. Conozco a alguien a quien puedo consultar tu caso, apelando a tus inmensas ganas de vivir.–No me venga con chorradas, doctor. Me estoy muriendo… No deje que mis últimos minutos sean una tomadura de pelo.–¡No, no te engaño! Debes creer en mí. Ten esperanza. Deja que lo consulte. Ahora soy yo quien quiere ayudarte. Muy pocas veces había visto a un ser humano aferrarse con tanta vehemencia a la vida. Dame unos minutos y volveré con una respuesta. Sea lo que fuere, no desfallezcas. ¡Aguanta y espérame!Al oír ésto –prosiguió Andrea–, me puse de espaldas, como si estuviera preparando algo en la bandeja y percibí la presencia de alguien que salía y escuché sus pasos silenciosos mientras se alejaba. Me giré al cabo de unos segundos para poder verle la cara, pero no conseguí más que verlo de espaldas alejarse por el pasillo.

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–¿Y qué hiciste? ¿Te quedaste esperando?–¡Pues, claro! ¡Estaba alucinada! Quería saber cómo terminaría toda esta historia. Me embargaba una enorme curiosidad.–¿Y…? ¿Y…? ¡Cuenta! ¿Cuándo volvió el doctor Ramírez? ¿A los pocos minutos como había dicho?–¡No lo sé! –exclamó Andrea.–¿No lo sabes?–Me quedé dormida en esa silla que hay junto donde hacemos las curas. Había pasado muy mala noche y estaba hecha polvo.–Pues… ¿No te enteraste de cómo acabó la historia?–¡Sí, sí, claro que me enteré! –contestó enérgica Andrea–. Tuve mucha suerte. Una enfermera del fondo del pasillo se ve que andaba despistada y chocó con el carrito de las curas contra la pared haciendo un estruendo enorme y me despertó. Estaba desorientada y aturdida, pero miré el reloj y no había transcurrido mucho tiempo. Me acerqué sigilosa y despacio otra vez a la habitación para ver si había sucedido algo.–¿Y? ¿Había regresado ese misterioso doctor?–¡Sí! –dijo rotundamente Andrea–. Y pude retomar el hilo de la conversación, casi donde la habían dejado. Llegué en el justo momento en que ese doctor Ramírez decía al enfermo:–Bien, Marc. Traigo buenas y malas noticias. Como se suele decir… ¿Cuáles quieres oír primero?–Dígame primero las malas, por supuesto.–Está bien. Entonces, te contaré lo que ha ocurrido. He hablado con esa persona tan especial de la que te hablé y le expuse tu caso… Al principio, me dijo convencido que no

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podía hacer nada; que la muerte era algo natural y que, como todo ser viviente, debías aceptarla como parte de la vida. Yo insistí… Exigí una oportunidad. Le dije que había muy buena intención por tu parte, mucho amor por dar todavía y que no querías dejar perder esta oportunidad. Que harías lo que fuese necesario para seguir viviendo.–¡Está bien! –me dijo ese ser tan especial del que te he hablado. Aquí es donde ahora viene la buena noticia…–No le puedo salvar así, de este modo que me pides, milagrosamente. Pero sí puedo hacer algo por él. Le puedo cambiar la enfermedad por otra, no menos terrible. Pero, al menos, podrá vivir y tendrá esa oportunidad de dar tanto amor que dices que tiene, si realmente quiere recuperarse.–¿De qué enfermedad se trata?–Del ALCOHOLISMO –dijo tajantemente mi amigo.–¿Alcoholismo? –le dije extrañado–. Pero… ¿Eso no es más una adicción que una enfermedad en sí?–Alcoholismo… Esa terrible enfermedad que está causando estragos en los tiempos que corren y parece que nadie le da importancia…–Marc –exclamó el doctor–, dentro de unas horas te daremos el alta y saldrás del hospital como si no hubiese ocurrido nada. Como si nunca hubieras padecido ninguna dolencia. Desaparecerá hasta la más mínima secuela del cáncer de estómago. La gente, los médicos, el personal y la familia se sorprenderán y quedarán maravillados. Todo será plenitud y felicidad, pero… me advirtió mi amigo:

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–No te olvides de explicarle bien lo que tiene y dejarle claro que, aunque se encuentre bien, también padece una gran enfermedad.–Y, en resumen, así es cómo me habló y dijo que te sucedería…–¡Gracias, doctor! ¡Muchas gracias! ¡Me ha salvado la vida! Cualquier cosa no puede ser peor que la agonía por la que he pasado durante estas horas viendo tan de cerca la muerte.–Yo también lo pienso –repuso el doctor Ramírez–. Pero tienes que tomarte muy en serio lo que te ha sucedido y comprender el alcance de la oportunidad que se te ha concedido. Es hora de que me vaya…–Éstas fueron sus palabras –dijo Andrea.–Tengo mucho trabajo –dijo el doctor haciendo amago de abandonar al paciente–. Me necesitan en otras partes. Mucha suerte, Marc… en tu nueva vida y en tu nueva enfermedad.Así concluyó el doctor, y yo me marché apresuradamente para no ser vista al salir. Al principio, pensé: “Voy a contárselo a los demás”, pero, luego, reaccioné y me dije: “¡Qué tontería!” “ ¡Qué historia más absurda!” Y seguí con mi trabajo.Nada más supe hasta que hoy, cuando regresé, me enteré de que al paciente le habían dado el alta y, llena de sorpresa y júbilo, os he querido contar lo ocurrido en pocas horas dentro del centro por insólito y extraordinario.

CAPÍTULO II

“TERTULIA”

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Alexandra (8 años)

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¡Rabia y repulsión! Ése era el sentimiento que invadía a Laura, la mujer de Marc, tan sólo tres meses después de aquel fatídico ingreso.¿Era posible pasar en tan poco tiempo de un amor entregado e incondicional a un sentimiento repulsivo y de desprecio hacia su marido?¡Sí! Era posible y muy lógico. Así lo pensaba Laura, inundada en un mar de sensaciones turbulentas y confusas.A medida que iban pasando las semanas, Marc iba dejando de ser Marc; ahora era un enfermo alcohólico. ¿Qué significaba eso? –os preguntaréis muchos lectores. Significaba que, esa persona amable, encantadora y educada, se había transformado en algo parecido al protagonista de El extraño caso del doctor Jekyll y Míster Hyde… Marc, como el protagonista de la novela, padecía una psicopatología: había adoptado dos personalidades totalmente opuestas. Se había convertido en un personaje de ciencia-ficción.¡Ya no era el mismo! Apenas aparecía por casa y, cuando lo hacía, era para crear conflictos y discusión. Poco a poco, se fue convirtiendo en un mal bicho. Llegaba a casa en un estado lamentable; completamente borracho y apestando a alcohol. Daba la sensación de que hubiera hecho un pacto con el Diablo. Vivía de espaldas al mundo. Sin paz interior. Perdió interés por todo lo que le rodeaba y se convirtió en un ser triste, solitario y oscuro.Había perdido el trabajo por culpa de sus consumos excesivos que rayaban, muchos de ellos, el coma etílico y sus faltas conductuales, en la asistencia y en la implicación y concentración del desarrollo de sus tareas.

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Algunos, movidos por la curiosidad, pensaréis: en tan poco espacio de tiempo ¿Era posible que una persona pudiera arruinar su vida?Pues si pensáis de ese modo, todavía no habéis conocido la cantidad de cambios en sus conductas y actitudes que le quedaban por sufrir.Probablemente, todo sucedió de este modo, porque jamás pensó ni quiso admitir que era alcohólico. Ni siquiera lo consideró nunca una enfermedad.Al salir del hospital, justo en los días posteriores cercanos a las fiestas navideñas, empezó a sentir un impulso incontrolado de beber más de lo habitual. Él no se lo tomó en serio, pero lo más lamentable fue que la familia, empezando por Laura y terminando por el último de sus amigos y compañeros de trabajo, creyeron que era algo normal. Se decían entre ellos mismos: “Es lógico, después del susto que se llevó al estar a punto de morir, cuando se vio bien y fuera del hospital, cambió su visión de la vida y decidió no tomársela en serio ni dramatizar en exceso situaciones y adversidades cotidianas del día a día. Por este motivo sale y alterna más porque se vio a punto de morir y ahora quiere disfrutar a tope de la vida”. Ésto fue sólo el principio y tuvo la gran suerte de que vinieron las fiestas navideñas y le sirvieron de gran excusa para poder beber y beber sin sentirse juzgado y, mucho menos, recriminado.No hace falta recordar, queridos lectores, que estas fiestas son la oportunidad propicia para beber alcohol y pasar desapercibido porque es algo habitual y que todo el mundo hace.No había pasado un mes escaso, sin haber llegado tan siquiera al

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día de Reyes, cuando en su breve historial de alcohólico ya tenía más muescas en su revólver de impresentable que el mismísimo Billy el Niño en sus buenos tiempos de pistolero.Lo que al principio de esta historia se mencionó, es sólo un anticipo del monstruo en que se llegó a convertir.A su mujer, la martirizó. Le hizo la vida imposible. Constantemente le echaba la culpa de todo lo que le estaba sucediendo desde que había salido del hospital. La torturaba psicológicamente con frases y expresiones inconfesables; no cada día, sino cada instante que estaban juntos. Su actitud fue convirtiéndose en manipuladora, mentirosa y victimista.Fue una conversación, un siete de febrero, lo que desencadenó el resto de la historia que queda por narrar hasta su final. Una conversación amarga y frustrada entre dos personas que se amaban locamente y no entendían que, en ese corto espacio de tiempo, había aparecido una amante por en medio muy persuasiva y poderosa…La más temible de todas las que puedan existir: la botella.Aquello había dejado de ser una relación para convertirse en un triángulo amoroso de amores contrariados, turbios y enfermizos que el mismo matrimonio desconocía.Marc estaba enfermo. Y nadie, ni él mismo, lo sabía. Tendremos tiempo, estimados lectores, de hablar del alcohol y de sus múltiples consecuencias; la enfermedad a la que conduce su abuso y exceso del mismo, pero es importante conocer los detalles y tener más presente que existía una enfermedad, tal vez más grave que la que le diagnosticaron el día de su ingreso porque,

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no sólo eran Laura y Marc, sus amigos, su entorno, que no lo comprendían… Era toda la sociedad. Por eso, quiero adelantaros esta conversación tan cruel y ruin que Marc inició ese día y que, a raíz de ella, cambió el devenir de los acontecimientos.– ¡Hola! –un ‘hola’ muy frío, seco y distante, con la voz pastosa de Marc al llegar a casa esa noche del siete de febrero, alrededor de las tres de la madrugada. Un silencio sepulcral y la iracunda mirada de desprecio de Laura como si el mismísimo Demonio hubiera hecho posesión de su alma. Tal era el malestar que la embargaba, que tenía grandes dificultades para expresar sus sentimientos. Sobre todo en estos últimos días que había empezado a tomar tranquilizantes para poder sobrellevar mejor la situación. Asimismo, hizo un esfuerzo y pronunció a su marido las siguientes palabras: – ¡Qué quieres! ¿Ya vuelves otra vez bebido y a las tantas?– ¡De ti no quiero nada! ¡Me das asco! –gritó Marc en tono malhumorado y despreciativo y con cierta dificultad para vocalizar lo que decía.– ¿Te doy asco? ¡Serás miserable al atreverte a decirme ésto!De repente, y sin mediar palabra, le propinó con todas sus fuerzas un tortazo en plena mejilla –Marc era muy corpulento y gozaba de una buena forma física– lanzando ipso facto a Laura contra una silla que había en el recibidor, cayendo y perdiendo el equilibrio hasta llegar al suelo golpeándose la cabeza.–¡A mí no me vuelvas a contestar así en tu vida! ¡Puta! ¿Quién coño te has creído que eres?Ella lloraba y, muy asustada, casi en señal de sumisión hacia la mala bestia que tenía delante, agachó la cabeza casi sin mirarle a la

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cara y entre sollozos y, lo poco de ternura y amor que le quedaba, le dijo:–¿Qué te pasa Marc? Pero… ¿Qué te está sucediendo?–¡Que te calles, zorra! –Y la asió con fuerza de los pelos hasta levantarla e incorporarla de pie, mientras que con la otra mano la agarraba por el cuello y con los ojos desorbitados y la mirada ida, le decía:–¡Por tu culpa! ¡Me has amargado la vida! ¡Debería haberme muerto aquel día que ingresé en el hospital!–¡Suéltame, Marc! ¡Me haces daño! –gritaba la mujer desesperadamente.Marc la cogió con fuerza y la arrastró hasta lanzarla violentamente contra el sofá.–¿Qué te he hecho yo para que me trates de este modo? ¿Qué está pasando? No comprendo nada… Tú no eres Marc; no eres la persona que conocí y de la cual me enamoré perdidamente. ¡No te conozco! ¡Te has convertido en otra persona!–¡Calla! –le espetó Marc, volviéndola a abofetear–. ¿Cómo te atreves a hablarme de esta manera? ¡Eres una inútil! ¡No sirves para nada! ¡Eres una farsante! Detrás de esa imagen de mosquita muerta sólo hay una víbora que me ha amargado la vida. ¿A quién pretendes engañar, maldita hipócrita? ¡Por tu culpa! –insistía obsesivo Marc.–Yo no tengo la culpa de…–¡Que te calles, hija de la gran puta! –gritó Marc con un tremendo y ensordecedor grito que debió despertar a toda la vecindad–. Cogió un cenicero y se lo lanzó a la cabeza pero, afortunadamente,

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su puntería no fue muy buena, ya que apenas se mantenía en pie y no dejaba de balancearse a causa del estado de embriaguez en el que se encontraba.En esos momentos, bajó su hija Paula, a la que los gritos la habían despertado y, con solo siete años de edad, tuvo la madurez suficiente de dirigirse a su mamá llorando y gritando:

–¿Qué te ha pasado, mamá? ¿Qué te ha pasado en la cara? ¿Por qué papá está tan enfadado?–¡Sube arriba, cariño! ¡Sube a dormir! No pasa nada. Papá y yo estamos hablando, pero no pasa nada. No te preocupes, mi amor –dijo la madre, disimulando la difícil situación en la que se encontraban.Marc, al ver esta situación, inmerso en un estado de agresividad profundo y aparente locura, fuera de sí, totalmente transformado, tuvo un instante de lucidez y en décimas de segundo cayó, abatido, de rodillas; se derrumbó y empezó a llorar, diciéndose a sí mismo: “¡Lo siento! ¡Lo siento! No sé qué me está ocurriendo”.–¡Perdóname, Laura! ¡Perdóname! –mientras se arrastraba como un reptil y, con el rostro desencajado, iba acercándose a ella, apartando los objetos desparramados por el suelo, hasta que pudo llegar hasta su mujer.–¡Perdóname! –le suplicó Marc, roto de dolor por tan infame conducta.Laura, temblorosa e insegura, muy asustada y encogida en posición de defensa, temiendo volver a ser agredida, apenas lo podía mirar, y, mucho menos, tocar. Pero él, forzando la situación,

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incorporándose sobre ella en el sofá, abrazándola y oliendo a alcohol, intentaba besarla por todo su cuerpo, a la vez que sólo repetía una y otra vez:–¡Lo siento! No sé qué me ha pasado… ¡Lo siento! Perdóname. ¡Te prometo que nunca más volveré a hacerlo! Te lo juro. Te prometo que no volverá a ocurrir. ¡Perdóname, cariño! ¡Perdóname, mi amor! ¡Perdóname!–. Y así, sucesivamente, hasta que, entre la tensión vivida y la borrachera que llevaba, se durmió acurrucado sobre ella, quedando su cuerpo pesado e inerte como una losa.Laura permanecía inmóvil. Estaba aterrorizada y no sabía qué hacer. Era incapaz tan siquiera de parpadear. La invadía un miedo atroz. Esperó unos minutos para asegurarse de que Marc se había quedado completamente dormido y, con sigilo y muy despacio, empezó a quitarse de encima a aquella mala bestia, sin apenas hacer ruido, ni movimientos bruscos, para no despertarlo.Una vez pudo deshacerse de tan pesada carga, le levantó las piernas para dejarlo tumbado con el fin de que pudiera dormir al menos unas horas para que ella pudiera relajarse e intentar asimilar de la mejor forma posible todo lo que había sucedido.Se levantó, se secó las lágrimas y se peinó con las manos un poco, se colocó bien la ropa que le había descompuesto su marido, mientras observaba cómo dormía la mona y roncaba con gran estruendo. Compuso el salón lo mejor que pudo y después subió al cuarto de Paula para ver si ya dormía y estaba tranquila, pero no fue así. La niña tenía la luz encendida y los ojos, más todavía. Se cubría el cuerpo con la manta hasta la altura del cuello y la agarraba con las dos manos tensamente como con miedo a que

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fueran a arrebatársela.–¡Hola, mamá! –le dijo con voz susurrante, apenas audible–. ¿Estás bien?–Sí, cariño. Estoy bien. No te preocupes. Mamá es muy fuerte.–¿Se ha dormido ya papá?–Sí, mi amor. Ahora, duérmete tú, que mañana hay que levantarse temprano.–Sí, mamá –dijo solícita la niña–. ¡Dame un beso muy grande!–Claro, cariño, claro. Laura fue y abrazó a su hija de tal modo que parecía que la iba a resquebrajar. Paula era en realidad su preciado y frágil tesoro que estaba por encima de todo, al que quería con todo su ser y no quería perder. La razón por la cual valía la pena salir adelante con todo, costara lo que costara. La arropó y se quedo un rato con ella, esperando a que se durmiera. Cuando vio que ya casi estaba dormida, la tapó bien y, despacio, salió de la habitación. Justo cuando abría la puerta, oyó la dulce voz de Paula que le susurraba con ojos lánguidos y somnolientos:

–Buenas noches… ¡Mamá, mamá…! ¿Se ha vuelto loco papá?–No, cariño. Descansa y olvida lo que ha ocurrido. Sólo es que está muy nervioso estos días, pero ya se le pasará.Laura se fue a su dormitorio y, cerrándose con llave, cogió el teléfono móvil y llamó a su madre. Al principio, dudó por la hora que era. No quería preocupar a su madre, pero al final le pudo más la necesidad imperiosa de hablar con su progenitora y marcó el número.–¿Dime, cariño? ¿Qué ocurre? ¿Cómo es que me llamas a

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estas horas?–No, bueno,… Sí, sí. Es que… Marc ha vuelto a hacer lo mismo que el otro día… Estoy preocupada… Pero hoy estaba más descontrolado que nunca.–¡Te ha puesto la mano encima? –contestó preocupada la madre.–No, mamá.–Hija, no me mientas. Soy tu madre y debes decirme la verdad. ¿Te ha puesto la mano encima ese canalla?Laura no podía contestar porque las lágrimas y el nudo que se le hacían en la garganta se lo impedían.–¡Contesta, contesta! –gritaba la madre.–Sí, mamá. Me ha pegado, me ha insultado, me ha ultrajado… Ha vuelto a montar un escándalo.–¿Por qué? ¿Qué ha pasado?–¡No lo sé! ¡No lo sé! Vino muy bebido y, al preguntarle de dónde venía y por qué otra vez en ese estado, se volvió loco, perturbado, fuera de sí… Se enfureció mucho y la pagó conmigo.–¡Esto no puede continuar así, Laura! ¡No puede ser! ¡Un día te matará! –dijo la madre, profundamente angustiada e impotente.–Da igual, mamá. Ya me las arreglaré. Sólo te llamaba para contártelo… No sabía con quién hablar y por eso te he llamado. Estoy muy triste, pero mañana, en cuanto se le haya pasado la borrachera, hablaré con él. Voy a tomar cartas en el asunto… No pasa nada. Al final se ha calmado y me ha pedido perdón de nuevo.–¿Qué no pasa nada? –dijo la madre. ¡Qué tonta eres, hija! ¿No te das cuenta de lo que está sucediendo? Tu vida corre peligro. ¿Cómo puedes estar tan ciega? Marc se ha vuelto loco. No es la persona

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que tú conociste. Se ha vuelto un bebedor empedernido y un holgazán. Ha perdido las riendas de su vida. No tiene autocontrol. En menos de tres meses ha perdido el trabajo en el que estaba tan bien considerado. Dicen las malas lenguas que fue por culpa de las ausencias y escándalos que montó el último mes. Que llegaba cada día bebido, desaliñado y completamente ausente. Tuvo problemas con sus compañeros de trabajo. Bueno… y muchas más cosas que no me atrevo a contar… Como un día que iba a aparcar y, debido a su estado, se ve que pisó el acelerador en lugar del freno y chocó contra la cristalera frontal de la entrada. No mató a nadie de milagro. Además, ¿te parece lógico que desde diciembre lo hayan parado dos veces y le hayan practicado el control de alcoholemia dando positivo en ambas ocasiones? Lleva ya tres detenciones, si sumamos la de hace quince días por intentar agredir a una persona en ese antro de mala muerte que ha empezado a frecuentar y encima se resistió a la autoridad. Eso, sin contar las palizas que te habrá dado y yo no me he enterado. ¿Y de los problemas económicos? ¿Qué me dices? Se ha fundido en juergas y, quién sabe en qué trapicheos más, todos los ahorros de los últimos diez años. El otro día me dijo Pablo que lo vieron salir de un club de fulanas a las tantas de la madrugada. No es que sólo beba, cariño. Es que está empezando a tomar drogas; está todo el día de alterne y se está metiendo en un pozo sin fondo. ¿Es que no lo ves? Ya no va a reaccionar, cariño. Necesita ayuda urgente.–¡Es por culpa de esa maldita enfermedad que tuvo! –gritó furiosa Laura interrumpiendo a su madre.–¿Qué enfermedad ni qué narices? ¡De ahí salió nuevo! ¡Aquello

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fue un milagro! –vociferó la madre.–Sí, sí,… pero se quedó como traumatizado…–¿Traumatizado? –preguntó estupefacta la madre–. ¡La que se va a quedar traumatizada toda la vida si no paras ésto vas a ser tú! Lo que es es un desagradecido. Desde ese día no ha hecho más que beber e ir in crescendo en sus consumos diarios. Lo ha abandonado todo. Incluso a sí mismo… Solamente quiere beber y que lo dejen en paz. Escúchame con atención, Laura –le dijo la madre con voz autoritaria–. Deja ya de justificarlo y defenderlo. No niegues la evidencia. ¡Hazme caso! Coge ahora mismo a la niña y venid a casa con un taxi. Yo te lo pago.–¿Ahora mismo? No puedo… ¡Si se despierta y ve que me voy, me matará!–¡Ahora mismo te he dicho! –dijo tajante la madre. Con la mona que debe llevar seguro que ni se entera. Coge a la niña y la ropa imprescindible y ven a casa inmediatamente. Yo te llamo el taxi desde aquí y en diez minutos estará en la puerta de tu casa.Laura así lo hizo. Cogió a Paula y la despertó diciéndole:–Paula, cariño, vístete que nos vamos a casa de la abuela.La niña, adormecida, preguntó a su madre:–¿Por qué, mamá? ¿Y papá?–Papá no viene. Se queda en casa. Está durmiendo abajo. No te preocupes. Vamos a hacer un juego… Vamos a bajar muy despacio y, sin hacer nada de ruido, tenemos que pasar por delante de él que está tumbado en el sofá y no tenemos que despertarlo. ¿Vale?–¡Vale! –exclamó inocente la niña.Y así lo hicieron…

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Este episodio, estimados lectores, fue uno más de los muchos que habían sucedido hasta la fecha, pero fue el que hizo que Marc tomara realmente conciencia de lo que le estaba sucediendo.Os preguntaréis ¿se puede, en tan corto espacio de tiempo, tirar por la borda toda una vida por culpa del alcohol de esta manera? ¡Sí, se puede! ¡Y mucho más!Marc siempre había sido una persona modesta, sencilla y pacífica. Bastante eficiente en sus estudios y trabajo posterior. Fue persona afable y con cierto encanto. Era un tipo de los que se dice “normal”. Lo fue hasta el día de su muerte anunciada por esa enfermedad. Hasta el momento él era tan sólo un “bebedor social”. Así lo reconoce la sociedad o, más bien, de este modo se le etiqueta. Me refiero a que era un bebedor “normal”. Sólo consumía cuando salía y en fiestas o celebraciones, pero en su casa, apenas vino para comer y alguna que otra cerveza para matar el tiempo delante del televisor.Sí es cierto que en su juventud abusó del alcohol y demás sustancias como la mayoría de sus amigos, pero sólo fue una etapa de su vida que precisamente cambió al conocer a Laura, el amor de su vida, y formar una familia.

Recordaréis, queridos y pacientes lectores, que, el doctor Ramírez, al decirle que esa persona había decidido cambiarle la enfermedad, se quedó un poco extrañado y, todavía más, pensando que con ese trueque salvaría la vida, cosa que no estaba sucediendo, sino, más bien, todo lo contrario: había cambiado una muerte rápida por

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una muerte lenta y agonizante. ¡Qué poco se sabe realmente de esta enfermedad! Incluso el mismo Marc, intentó, en vano, varias veces comunicarse con su mujer, pero ésta le puso una orden de alejamiento y rechazó el verlo. Siempre que lo intentaba, antes de que eso sucediera, la madre o las hermanas de Laura, no mucho tiempo atrás, grandes amigos y presumiendo de hermanos, se encargaban de decirle que se fuera y no volviera más. Incluso hasta el punto de amenazarlo violentamente la mayoría de las veces. ¡Era comprensible por cómo había tratado a Laura! Pero… no resultaba muy lógico que, una persona que la mayor parte de su vida se había comportado de manera ejemplar con el prójimo, ahora hubiera emprendido un camino de autodestrucción y marginación.A pesar de todas las circunstancias, él intentó explicar que se había convertido en alcohólico porque un doctor que había hablado con una especie de Dios, una Fuerza Suprema, le había concedido esa oportunidad.Como comprenderéis, ese argumento se convirtió en motivo de risa y burla hacia su persona cada vez que lo intentaba explicar.Marc deseaba acudir al hospital donde había conocido al doctor Ramírez para que le explicara por qué le estaba sucediendo a él todo eso. Pero recordó que éste, había tenido que marchar a Perú por unos meses porque su suegro se estaba muriendo y le necesitaban ahí. Quedó entonces incomunicado porque no tenía ningún teléfono ni dirección, y ya no pudo hablar más con él.Fue así, de este modo, como Marc inició un camino en espiral; un descenso a los mismísimos infiernos de Dante, hasta tocar fondo.No tardó ni seis meses en quedarse completamente solo. Sin nadie

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–porque él no tenía familia; era hijo único y sus padres habían fallecido–, sin su mujer e hija, sin trabajo, desposeído de bienes materiales porque, lo poco que le quedaba, lo había ido vendiendo para poder comprar alcohol y poder beber. Incluso en los bares que frecuentó ese año y que tanto dinero gastó, ahora no lo querían ni ver por ahí porque en algunos tenía importantes deudas contraídas en sus interminables noches etílicas y burbujeantes. Y en otros le habían echado por escándalo público.Pasaba los días de la misericordia y compasión de los centros de ayuda y acogida que le daban de comer y un techo para dormir. El resto del día, sin ocupación alguna, y con un aspecto muy deteriorado, lo pasaba con unos camaradas de su mismo gremio que estaban en su misma situación, bebiendo brebajes alcohólicos baratos de supermercado y sentados en un banco de un paseo céntrico de la ciudad.Con el discurrir de los días, empezó a sentirse cómodo con su enfermedad… Le gustaba el papel de víctima y marginado social. Así podía culpar al mundo de sus frustraciones y amarguras y poder beber “para olvidar”, cuando en realidad desconocía que lo hacía por necesidad.Tenía un compañero de fatigas al que llamaban “El Ratonero”. Ése era su apodo. Seguramente se lo pusieron al tener el sujeto cierta similitud con estos roedores. Era de complexión delgada, rayana en el raquitismo, ojos pequeños y con un par de incisivos encorvados hacia fuera que realmente hacían pensar en una especie de ratón. El Ratonero se había convertido en una especie de líder que distribuía las zonas, la bebida, las mantas, etc… y se encargaba

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de organizar todo aquel panorama. Dentro del alcoholismo existía todo un microcosmos, un submundo completamente organizado; un mundo de extraños sinsentidos y lógica imposible..El Ratonero intentaba comunicarse con Marc, pero éste se había sumido en una depresión alcohólica tan grande que tan siquiera podía mediar palabra.Un día El Ratonero le insistió. Vio a Marc muy triste, tembloroso, y con una extrema delgadez. Le dijo:

–¡Oye, Rubio! –así le llamaban a Marc dentro del gremio–. Tendrías que hacer algo… No puedes continuar así.–¡Déjame en paz! –le gritó Marc.–Yo te dejo en paz. Eres tú que no te dejas estarlo. Escúchame con atención. Deja de compadecerte y lamentarte… Debes hacer algo. Tienes que dejar el alcohol. Debes recuperarte.–¡Tú, qué sabes de mi vida! ¡Vete a soltar el rollo a otro!–Tienes razón. No sé nada de tu vida y, si sigues así, muy pronto no sabré nada de tu “no vida” porque estás muy enfermo y no creo que dures mucho –dijo El Ratonero, mirando fijamente con sus minúsculos ojos a su compañero–. ¡Presta atención te he dicho, joder! ¡Debes hacerme caso! ¡Te estoy hablando muy en serio! Tienes que recuperarte. Yo te ayudaré.–Pero… ¿Tú crees que yo puedo rehacer mi vida a estas alturas? –preguntó Marc, indignado–. ¿No ves que he tocado fondo?–¡Por eso mismo! Estás tan hundido que sólo te queda progresar. Conozco un centro donde dan charlas y ayudas a personas como nosotros…

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–¿A borrachos? –preguntó Marc sorprendido–. ¡Ratonero… si somos escoria social! ¡Somos invisibles a la sociedad! ¡Le importamos un rábano!–¡Borrachos, no! –le contestó iracundo El Ratonero, cambiando el tono de voz–. ¡Enfermos! –le aclaró–. ¡Somos enfermos! Si queremos, lo nuestro tiene remedio… ¡Déjate ayudar! –insistió el amigo.

Parece increíble e inverosímil la historia de Marc que, por segunda vez, como si de ángeles de la guarda se tratara, volvió a aparecer alguien en su vida, un hito en el camino, para darle fuerzas, ánimo y un soplo de vida.Lo que hizo que Marc le escuchara y le acompañara a ese centro fue la misma expresión que él, un año atrás, en las puertas de la muerte, había clamado desesperadamente.El Ratonero le dijo:–¡Agárrate a la vida y no a la botella! ¡Mírala de frente! ¡Todavía te queda mucho por vivir y mucho amor que dar! Necesitas tertulia –dijo de forma tosca y con ciertas limitaciones debido a su escasa cultura y su poca habilidad para expresarse.–¿Tertulia? –preguntó Marc.–Sí, eso… Hablar, hablar, vomitar y expulsar fuera todo lo que llevas dentro –refiriéndose a la terapia que debía empezar.–De acuerdo. Me has convencido. Te haré caso por una vez y te acompañaré a ese lugar.

CAPÍTULO III

“NACER...”

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Chloe (12 años)

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¡Tenía que suceder así! No podía acabar bien, si no hubiera sido de otro modo.Marc pidió ayuda y, dos meses después, habiendo estado quince días en un proceso de desintoxicación física y sin probar una gota de alcohol parecía dispuesto a recuperarse.Ahora –según contaban los entendidos– venía la etapa más dura y larga del proceso: la deshabituación. Debía asistir a un programa de terapias durante dos años y grupos de autoayuda.Su familia, especialmente Paula, la niña, y su mujer, habían sido informadas de la decisión de Marc de querer recuperarse y dejar el alcohol.Lo habían visitado en una ocasión, a pesar de que el resto de familiares no se lo aconsejaban, mientras estuvo desintoxicándose.Laura no quiso verlo, ni tan siquiera le creía. Había perdido la fe en él por completo. Pensaba que, al cabo de unos días, volvería a beber. Pero, Paula, su hija, con ocho años recién cumplidos, quiso estar un rato con su padre cuando le dejaron visitarlo. Fue ahí cuando Marc, en un estado provocado de sedación y apenas sin estímulos ni capacidad de expresión, recibió una carta muy especial de ella: ¡Era la carta de los Reyes Magos que Paula les había mandado! Le dijo Paula a su padre:–Esto es sólo una copia, papá; la original la eché en el buzón –le dijo sonriendo a su padre.Marc hizo como si la leyera, pero su dificultad de concentración y de prestar atención se lo impedían. Entonces, optó por guardarla y no la decidió sacar hasta el día de hoy. Pensó que era un buen momento, mientras esperaba para asistir a su primer grupo de alcohólicos. Decidió leerla en voz alta. Decía así:

CARTA A LOS REYES MAGOS

Queridos Reyes Magos de Oriente:Soy Paula y tengo ocho años recién cumplidos.Os escribo esta carta porque sé que sois mágicos y podéis hacer que se cumplan los deseos de los niños de todo el mundo.Este año tengo un montón de cosas que pediros, pero ninguna es muy cara, ni vale dinero. Son otras cosas…Mi papá se ha vuelto un borracho y una mala per-sona. Éso es lo que dice mi familia, mis abuelos, tíos y mamá. Yo sé que es bueno, pero algo raro le ha pasado. Antes no era así. Por eso, este año quiero que se cure y vuelva a casa con mamá y conmigo. Lo que os pido es lo siguiente:No quiero que grite y asuste más a mamá, ni que todo el día esté enfadado. No quiero que trabaje tanto, hasta por las noches, porque casi no lo veo. Tampoco quiero que se marche solo de viaje porque estoy unos meses sin verlo y lo echo mucho de me-nos. También os pido, queridos Reyes, que no rompa cosas en casa y haga ruido porque me asusto. Lo

quiero mucho, pero a veces también tengo miedo. Quiero que lo cuidéis cuando vaya en coche porque en muy poco tiempo ha roto los dos que teníamos en casa y ahora mamá me tiene que llevar con uno que le ha dejado el tío Luis. ¡Ahhh! ¡Se me olvidaba! A ver si puede venir alguna vez al cole a verme, que a mí me gustaba mucho cuando me venía a buscar. Muchas gracias. Espero que mis deseos me pue-dan ser concedidos.Un beso muy fuerte para Melchor, Gaspar, Balta-sar y los camellos. No se me olvidará dejar en el balcón agua y unas miguitas de pan para ellos, po-brecitos, que estarán agotados de caminar tantos días seguidos.P.D.: Si puede ser, sólo si se puede (ya sé que os he pedido muchas cosas), me gustaría que me tra-jerais una muñeca muy grande que lleva trenzas y se pueden despeinar.Un beso de Paula. Os estaré esperando como siempre y espero que me lo traigáis todo porque he sido muy buena. ¡Lo prometo!

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Marc, al haber leído la carta, rompió a llorar desconsoladamente como desde hacía tiempo que no lo hacía. Hasta creyó que había perdido esa facultad. La carta le hirió en lo más profundo de su alma. Le hizo mucho daño y, a la vez, mucho bien, puesto que le ayudó a tomar verdadera conciencia de su situación.

Por vez primera, desde que se empezó a relatar esta triste historia, estábamos ante el Marc de verdad. Un buen hombre, enfermo,… pero, en suma, una buena persona.Estaba desintoxicado, que no debemos confundir con ‘curado’. Le quedaba un largo camino por delante que sólo él podía recorrer para poder llegar a buen puerto.En esa clínica especializada lo habían tenido sedado y muy bien atendido para evitar que padeciera el síndrome de abstinencia o ‘mono’, como se le suele llamar vulgarmente.Tenía un aspecto mucho más saludable y relajado. Estaba completamente decidido a seguir su terapia. Iba preparado y decidido para el programa. Le habían comentado ligeramente en qué consistía, de forma muy generalizada, pero que era el único camino para volver a retomar las riendas de su vida.Es curioso, queridos lectores, lo que os voy a decir… Marc, en el fondo, no se creía enfermo. Llevaba sólo quince días absteniéndose y se veía a sí mismo fuerte. Al no tener ganas de beber y haber pasado un verdadero suplicio desde que enfermó de alcoholismo, tenía la ilusión, de que –lamentablemente, tienen todos–, de curarse y de no volver a beber nunca más.Era la hora de entrada. Por primera vez, iba a asistir a un

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grupo de terapia de deshabituación alcohólica y saber qué se cocía por ahí.No sé si por temor, vergüenza o, simplemente, por quitarle hierro al asunto, desdramatizó un poco la situación, justo antes de entrar, charlando unos minutos con otra persona que también empezaba el programa como él y que procedía del mismo centro de desintoxicación.–A ver qué pasa aquí… De qué habla esta gente… ¿No serán una especie de secta? –dijo Marc socarrona y burlonamente– o ¿un grupo de éstos que te hacen un lavado de cerebro? ¿Será cómo en las películas? ¿Tendremos que decir?: “Hola, llevo veinte días sin beber y soy alcohólico”. ¡Ja, ja, ja! –se reía Marc.Seguramente, eran pensamientos producto de su nerviosismo al saber que tenía que enfrentarse ante personas y situaciones desconocidas. Era el miedo atávico a enfrentarse a la adversidad, pero, la verdad, es que estaba muy ilusionado ante la posibilidad de entender un poco todo aquello tan “extraño” que le había pasado en el último año.Antes de comenzar a relataros su experiencia por la fase de deshabituación, me gustaría simplificar todo el proceso en tres terapias, tres únicas, pero muy importantes para conocer su funcionamiento y el método de trabajo para la ayuda de esta enfermedad: La primera, la de los seis meses y la de casi al final del programa.

CAPÍTULO IV

“MENTALIZACIÓN”

(1ª TERAPIA)

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Joan Antoni (8 años)

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Aquí empieza el viaje iniciático de nuestro protagonista…Al entrar en la sala por primera vez, atemorizado y muy nervioso ante lo desconocido –ésa era su sensación y la de casi todos los enfermos que acudían a terapia por vez primera– lo primero que vio fue al especialista, que se encontraba en la sala con los pacientes. Éste se presentó ante el auditorio diciendo lo siguiente:–Quiero daros las gracias por venir y desearos que paséis una buena tarde. Como hoy veo muchas caras nuevas, me limitaré a exponer una reflexión sobre nuestra enfermedad –el moderador también se incluía, puesto que era alcohólico– y la importancia de entenderla y comprenderla para no volver a beber nunca más. Algunos ya lleváis un tiempo… pero hoy quiero dedicárselo a todos los nuevos. Tal vez se os haga un poco largo y pesado, pero es muy importante que prestéis atención a lo que vais a escuchar en esta sesión.Así introdujo la sesión el moderador, que se llamaba Felipe, un alcohólico rehabilitado desde hacía muchos años, y que ayudaba a otras personas a intentar conseguirlo.–No voy a pediros que os presentéis uno a uno y me digáis el tiempo que lleváis sin beber, como hacen en las películas americanas… –hubo una risa general distendida y varias miradas de complicidad– porque tiempo, lo que se dice tiempo, vais a tener mucho por delante para estar sin beber. ¡Tanto tiempo como el resto de vida que os queda! –lo expresó con una tensión cortante y hubo un cambio en los rostros de los presentes; cambiaron su semblante en serios y prestaron

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más atención.Así empezó su charla… Una más de las suyas… La primera para Marc y sus nuevos compañeros.–¡Eso es lo primero que quiero que comprendáis! –se esforzó Felipe en transmitir el mensaje a sus enfermos; tanto se esforzó que resultó hasta un tanto histriónica su expresión–. ¡Bienvenidos al Reino del Alcoholismo: una enfermedad crónica, que no tiene cura y que es para toda la vida. Una enfermedad donde nadie se cura, sólo se recuperan! ¿Es una enfermedad, os vais a preguntar durante mucho tiempo? ¡Sí, lo es! Y, tal vez, una de las enfermedades más antiguas, más desconocidas y menos aceptadas socialmente.Aquel hombre hablaba de un modo teatral; se concentraba muchísimo, se le notaba la tensión y el esfuerzo que derrochaba para captar la atención hasta para el más despistado; enfatizaba mucho, cada palabra, cada parte de la conversación; se le veía muy comprometido. Hay que reconocer que, de los presentes, nadie pestañeaba. Todos lo escuchaban con muchísima atención. Se diría que veían en su persona a una especie de profeta o mesías que estaba allí para guiarlos hacia el Reino de la Luz…Justo recién acabado su repertorio, de repente, se levantó de su silla y, puesto en pie, dirigiéndose al grupo, de forma enérgica y decidida, pronunció las siguientes palabras:–¡Dos cosas tenéis que observar muy bien la primera vez que asistís! La “puerta” y el “espejo”. Porque yo no soy ningún Maestro, ni ídolo, ni tan siquiera sabio, gurú o ser milagroso…

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No tengo la panacea para curar vuestra enfermedad. ¡Yo no os voy a curar! –sermoneó Felipe– ¿Sabéis por qué? Porque ni yo ni nadie va a hacerlo. Porque no existen remedios, trucos, métodos, terapeutas, profesionales, libros, fármacos, dioses, ni fuerzas sobrenaturales que os puedan curar más que vosotros mismos… En este forzoso trabajo nadie os puede sustituir… Por eso, ¡mirad bien la puerta y…! ¡Pensad!: “Desde el primer momento en que la he cruzado ya no volveré a beber nunca más”. Después, después mirad el espejo, fijaos bien, observad. Al principio, no os vais a reconocer en él porque ese espejo que os devuelve la imagen es una imagen completamente distorsionada y desconocida para vosotros… No sabéis quién es ése que está al otro lado… Se trata de un perfecto desconocido. Habéis estado tanto tiempo viviendo en otra persona por culpa del alcohol que… ya no os acordáis de lo que erais antes de consumir. Vuestro yo se ha evaporado como el mismísimo alcohol…Sin venir a cuento y, desviando de repente esa profunda reflexión que estaba exponiendo, dijo:–¿Alguién tiene amante?Todos se quedaron extrañados ante semejante pregunta que, en principio, poco o nada tenía que ver con lo que se estaba hablando. El grupo que ya llevaba tiempo, no se extrañó, porque ya se conocían el protocolo de sobra y sabían de qué se trataba, pero, a pesar de ello, Felipe, nunca dejaba de sorprenderlos. Si lo hacía así, era para que estuvieran atentos y curiosos a todo lo que se les estaba exponiendo.

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Por supuesto, nadie contestó y dejaron ese silencio en el tiempo, esperando que él mismo contestara a su propia pregunta:–¿Nadie tiene una amante, verdad? ¡Sois todos unos mentirosos! ¡Todos tenéis una amante: la botella! –hubo un murmullo confuso entre risas nerviosas–. ¡La botella! –repitió el moderador–. Vuestra inseparable amante. Esa amante que la mayoría de vosotros conocéis desde muy jóvenes, apenas unos niños, que con ella empezasteis a recorrer el largo y duro camino que os ha conducido hasta aquí. Con ella, ¡lo aprendisteis todo! Aprendisteis a hacer el amor, a enamoraros, a estudiar, trabajar, casaros, tener familia, relacionaros, conocer amigos… Todo, todo eso, casi seguro, por no decir del todo, lo hicisteis, lo aprendisteis, mejor dicho, cuando ya habíais aprendido a beber. ¡Qué triste! ¡Qué cruel! ¡Qué reflexión más dura! Volver al pasado, a los inicios de vuestra juventud y recordar a aquel chico o chica que conocisteis, que amasteis, que por primera vez desnudasteis y creíais sentirlo o sentirla, tocarlo, olerlo, vivirlo y… descubrir que ya estaba en vuestras vidas el alcohol irrumpiendo en vuestro camino. Por no extenderme y recordar el resto de los años que transcurrieron y ver que todos esos recuerdos cabalgan confusos entre la fantasía, el sueño y la realidad. Por poneros un símil, nuestras vidas empapadas de alcohol son como películas repletas de imágenes distorsionadas y borrosas, desordenadas en el espacio y en el tiempo y que todo ello en su conjunto conforma un auténtico “teatro del absurdo”.Hay que reconocer, queridos lectores, que, a pesar de la forma

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de expresarse del locutor entre metáforas, símiles y realidades, hacía que el grupo visualizara perfectamente todo aquello que quería transmitir. Conseguía que el grupo se mantuviera atento, concentrado y reflexivo. Con gestos continuos de asentimiento con la cabeza, parecían que estaban bastante de acuerdo con lo que decía.Parecía que nadie se iba a atrever a interrumpir tan solemne discurso, pero hubo un osado o, tal vez inconsciente, que sí lo hizo. Se llamaba Lucas, y preguntó lo siguiente:–Perdón, señor, pero no estoy de acuerdo en lo que ha dicho…–¿Qué no estás de acuerdo? –le dijo el moderador, mirándolo fijamente con gesto iracundo– ¡Tú no tienes capacidad para saber si estás o no estás de acuerdo!–¿Por qué dice eso?–¿Cuántos años llevas bebiendo?–Bueno… bebo mucho desde hace un par de años, cuando me despidieron del trabajo y…–No te he preguntado esto –le interrumpió el locutor con cierto aire arrogante y firme–. Te pregunto cuántos años llevas bebiendo, desde cuándo bebes, cuándo empezaste a….–Pues a los catorce o quince años. Como todo el mundo… –contestó Lucas.–¿Y cuántos tienes ahora?–Cuarenta y tres.–O sea, ¿que llevas casi treinta años bebiendo, destrozándote las neuronas, machacándote el cerebro y ahora pretendes estar o no de acuerdo con algo? ¡Tú no tienes capacidad para pensar!

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¡Limítate a escuchar, a no interrumpir y prestar atención! Puede que ahora mis duras y afiladas palabras te suenen a reproche –prosiguió Felipe– pero, en un futuro, si trabajas, comprendes y te esfuerzas con férrea voluntad, puede que tal vez me lo llegues a agradecer algún día. ¡Tú y todo el grupo! Es vuestra primera reunión y no quiero desgastaros mucho ni alargarla demasiado. Me gustaría acabarla igual que la empecé. Me explico… –dijo adoptando una postura reflexiva–. El alcoholismo es una enfermedad que, por paradógjco que parezca, es a la vez muy antigua y muy nueva. Antigua porque el alcohol existe desde tiempos inmemoriables –los romanos ya cometían excesos alcohólicos en sus días, e incluso tenían a su dios Baco, su dios del vino al que veneraban con devoción– y nueva porque apenas se le ha considerado como una enfermedad a lo largo de la Historia.Vamos a trabajar muy duro estos dos años para cambiar nuestra conducta alcohólica. Esto no es un lugar de reunión social. Aquí se viene a aprender a vivir, no a beber. ¡Pensad muy bien esto último que os he dicho! Muchos entran aquí creyendo que van a aprender a beber, a controlar sus consumos, a volverlo a hacer de un modo responsable y moderado, y… eso no va a suceder nunca más. ¡Jamás de los jamases!Somos enfermos. Tenemos una enfermedad crónica y muy compleja, y no podemos volver a probar una gota de alcohol. ¿Por qué? Como ya os he dicho antes, ya habrá tiempo de explicarlo y tiempo, mucho tiempo, para comprenderlo y aceptarlo.

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Para finalizar, os he resumido algunos puntos y definiciones para que sepáis lo que vamos a hacer y trabajar durante los próximos meses.

Así dio Felipe su discurso por finalizado; cambiando su semblante serio y disciplinado por otro más distendido y relajado. Se levantó, dándoles las gracias a los nuevos asistentes y, dirigiéndose uno a uno en persona, les fue entregando esa especie de “deberes” o programa –como él lo llamaba– y animándoles a emprender ese maravilloso camino de recuperación.Marc cogió su hoja correspondiente y se despidió con un “Hasta el jueves”, que era su próxima cita.Parecía que se iba contento, satisfecho y que le había gustado estar en ese lugar. Se llevó de él una grata impresión –muy contrariamente de lo que creyó antes de entrar– y se fue a su casa con un buen sabor de boca.Pensó en leer el texto inmediatamente al llegar a su casa, pero, se dijo a sí mismo, que ya lo leería cuando se encontrase más tranquilo y sosegado.

CAPÍTULO IV

“TEXTUALMENTE”

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Paula (12 años)

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–¡Manos a la obra! –así de feliz y enérgico se despertó Marc a la mañana siguiente. Rebosaba alegría y se sentía pletórico. Se encontraba bien por llevar unos días sin beber y tenía mucha ilusión por empezar ese programa de sesiones de autoayuda para deshabituarse y algún día recuperarse y volver a ser aquél que fue. Su conducta era muy positiva y con mucha predisposición y convencimiento, como la de un guerrero que sabe las adversidades que tendrá que afrontar en la batalla, pero algo le dice que lo va a conseguir.Se aseó, se afeitó, arregló las cuatro cosas desordenadas de la habitación y se vistió adecuadamente para salir a la calle, afrontando un nuevo día; un día diferente, un día más sin alcohol y, de momento, sin ganas de tomarlo.Bajó silbando la escalera y se dirigió a la cafetería a desayunar.Todavía le daba vueltas al día anterior, a su primera terapia, y tenía una ilusión enorme por leer aquel texto fotocopiado que Felipe les había entregado.Estaba un poco nervioso y todavía, a pesar de la desintoxicación y los tranquilizantes que tomaba, seguía temblándole el pulso.Apareció Gustavo, un amigo suyo de la infancia, que solía coincidir con él en ese bar por las mañanas.Gustavo era un tío muy majo, un buen hombre que, años atrás, había tenido sus roces con el alcohol y la cocaína, pero supo rectificar y pasar esa etapa.Gustavo estaba enterado de todo lo sucedido a Marc en el último año y sabía de su enfermedad. Cuando veía a Marc, se ponía muy contento por verlo animado y predispuesto a recuperarse a toda costa.

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–¡Gus! –le dijo Marc–. Me tendrías que hacer un favor…–¡Claro que sí, hombre! ¡Lo que necesites! ¡Un colega es un colega!–Ayer fui a mi primera terapia de grupo y…–¡Qué bien! ¿Ya has empezado? ¡Cómo me alegro! –le interrumpió Gustavo.–¡Sí! ¡Me encantó! Me sentí súper bien. Por primera vez en mucho tiempo tuve una sensación de poder conseguirlo. Sólo fue una charla, pero muy intensa y enriquecedora.–Muy bien, Marc. Me has alegrado el día. Pero ahora… ¡No lo dejes! Sé constante y perseverante. Debes atender y seguir bien el programa. Ésa debe ser ahora tu prioridad absoluta. Tu vida depende de ello.–Sí, sí. Ya lo sé. Mira, después de la charla nos dieron un papel a modo de chuleta, con cuatro indicaciones, un resumen,… Vamos, de lo que es esta enfermedad y lo que vamos a trabajar durante los próximos dos años… Me gustaría que me lo leyeras tú y, así, si hay algo que no entiendo, me podrías ayudar, ya que tú sabes bastante más que yo de este tema.–¡Claro! Déjamelo y te lo leeré.Gustavo cogió el folio y primero lo leyó él para sí para ver de qué se trataba. Una vez finalizado, le dijo:–Bien, Marc. Ésto son sólo unos matices de la enfermedad del alcoholismo. Lo han resumido mucho, en líneas muy generales, pero resulta práctico para que entiendas un poquito lo que tienes, qué tipo de enfermedad posees y en qué consiste. Es una especie de guión del temario y la metodología del programa,

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por decirlo de algún modo, de lo que vas a tener que entender y comprender muy bien para no volver a beber nunca más. Dice que el alcoholismo como enfermedad todavía hoy cuesta mucho reconocerla y aceptarla en los propios enfermos, ya que socialmente está estigmatizado, mal visto, y no goza de muy buena popularidad. Explica que es “una etiqueta que nadie quiere que le pongan”. Hace un breve resumen de la actitud de los enfermos y su negación cuando les diagnostican la misma.–¡Lógico! –le espetó Gus–. Como todo el mundo bebe, el alcohol está en todas partes y, ya, desde jovencitos, empezamos a hacer uso de él, vamos minimizando los efectos y restándoles importancia a los consumos. En definitiva, que está aceptado ser un bebedor, pero no un alcohólico. Una paradoja e incongruencia social… Bueno, todo esto con el tiempo lo entenderás; poco a poco, a medida que vayas trabajando tu recuperación… Después sigue haciendo una breve definición científica de lo que es la enfermedad. ¡Esto es muy interesante! Dice así:

LOS CRITERIOS PARA IDENTIFICAR EL ALCOHOLISMO SON:- DESEO INTENSO DE CONSUMIR ALCOHOL.- DISMINUCIÓN DE LA CAPACIDAD PARA

CONTROLAR EL CONSUMO.- APARICIÓN DEL SÍNDROME DE ABSTINENCIA

CUANDO REDUCIMOS EL CONSUMO DE ALCOHOL Y NECESITAMOS BEBER PARA ALIVIARNOS.

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- TOLERANCIA, LA NECESIDAD DE MÁS DOSIS PARA CONSEGUIR LOS MISMOS EFECTOS QUE ANTES SE PRODUCÍAN CON DOSIS MÁS BAJAS.

- ABANDONO PROGRESIVO DE OTRAS FUENTES DE PLACER, DIVERSIONES Y AUMENTO DE TIEMPO NECESARIO PARA OBTENER O INGERIR ALCOHOL.

- PERSISTENCIA EN EL CONSUMO, A PESAR DE SUS EVIDENTES CONSECUENCIAS PERJUDICIALES.

–¡Qué cierto es todo esto, Gustavo! Parece mentira que, mientras consumimos, estamos atrapados por este vicio.–¡No digas jamás vicio! –exclamó Gustavo muy seriamente–. El alcoholismo no es un vicio, ¡es una enfermedad! Ten esto muy, pero que muy presente y muy claro y podrás empezar una recuperación con una base firme y sólida.–Perdona… pues, enfermedad. Pero… es increíble que mientras bebemos, no nos damos cuenta.–Atiéndeme, Marc. Somos amigos hace muchos años. Yo sé lo que te está pasando y tú sabes lo que me pasó a mí… Mis problemas con las drogas hace unos cuantos años…–¡Drogas…! ¡Y alcohol, también! Recuerdo que bebías muchísimo.–¡Ja, ja, ja! –rió Gustavo– ¡Es lo mismo! ¿Acaso piensas que el alcohol no es una droga? ¡Probablemente sea la droga más dura que existe! Marc, no quiero entretenerte. Ni mucho

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menos llenarte la cabeza de información. Es muy temprano todavía. Acabas de empezar, pero, antes de marcharme, quería decirte dos cosas: la primera es que me alegra mucho que te hayas puesto en recuperación y te hayas desintoxicado. La segunda, más que un consejo, es una sugerencia propia… Cuando a mí me ocurrieron todas esas historias relacionadas con los consumos de drogas, yo era muy joven y, en aquellos años, no había tanta información. Hoy en día, los centros de rehabilitación, la ciencia, los médicos y psiquiatras especializados en alcoholismo han avanzado mucho en ese aspecto. Hay información sobre el tema a raudales. Existen grandes profesionales y asociaciones de autoayuda, como parece que es la tuya por el programa que tienen, pero antes era muy diferente y no gozábamos de tanta ayuda. Yo me considero un afortunado porque pude comprender el verdadero mal de las drogas con pocos conocimientos científicos, pero con mucho trabajo, autoanálisis y comprensión de mis conductas. Tuve que trabajarme mucho a nivel emocional. Una de las cosas que más me influyó en la firme decisión y compromiso de terminar con todo aquel infierno, fue comprender que el alcohol era la droga más dura. Aquella que yo minimizaba y pensaba como tú y como la mayoría de la sociedad que, si todo el mundo bebe, en todos los países, si está permitido y encima siempre ha formado parte de nuestra cultura ancestral… no podía ser tan malo. Pero luego me dije: “¡Gustavo! ¿Has pensado que si no hubiera sido por el alcohol, seguramente no habrías tomado otras drogas, ni gastado tanto dinero en

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juego, o pasar noches fuera de casa en clubes de alterne y en antros de perdición, derrochando y perdiendo retazos de tu vida…?”. Esta pregunta, este planteamiento me hizo ver la luz… despertar, darme cuenta de que el fuego que encendía la mecha de todo ese incendio… era la primera copa.–¿La primea copa? ¡No puede ser! –dijo Marc.–¡Sí, sí! ¡La primera, Marc! Y ¿sabes por qué? Porque la primera me transportaba a la segunda y así hasta varias copas, entonces, los efectos del alcohol me producían una sensación de euforia y desinhibición.–¿Desinhibición? –le interrumpió su amigo.–Sí, desinhibición. Como ese punto en que te sientes seguro, fuerte, valiente y decidido, capaz de comerte el mundo cuando, en realidad, no es así. La realidad es otra muy distinta… No es más que una falsa sensación que nos producen los efectos del alcohol, pero, nosotros, mientras vamos bebidos, creemos que es cierta y verdadera. Entonces, en ese estado, el alcohol funciona de detonante, de disparador. Lo mismo que una bomba de relojería. Por ponerte un ejemplo, cuando uno tiene problemas, como todo el mundo, por supuesto, pero ya ha empezado a utilizar el alcohol para…–¿Para qué? –inquirió Marc.–No importa para qué. Puede haber infinitos motivos. Para quitarse el miedo, la vergüenza, la timidez, relacionarse, ser más divertido, quitarse los nervios, sentirse seguro, etc. ¡Hay un montón de cosas para las que utilizamos el alcohol!–Entiendo –dijo Marc–. ¡Sigue, sigue con lo de la bomba!

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–Entonces, al beber una cierta cantidad, es como prender fuego a la mecha y nos disparamos a hacer otras cosas que seríamos incapaces de hacer en condiciones normales.–Como… ¿Beber más? ¿Consumir otras drogas para aguantar?–Bueno, ésa es una de ellas. Pero no todo tienen que ser sustancias, también puede haber adicciones. Hay algunos que les da por jugar hasta convertirse en ludópatas, otros por gastarse el dinero en prostitutas, en fin, hay muchas más cosas…–¡Es verdad! A mí me ha pasado estos últimos meses. No sólo el hacer otras cosas o tomar otras sustancias, también cada vez que bebía, me disparaba, como tú has dicho, a ser otra persona. Me volvía agresivo, me enfadaba, llegué a agredir a mi mujer, todo el día gritaba… –a medida que Marc iba contando esto, empezaba a entristecerse y emocionarse demasiado; tenía esas sensaciones demasiado recientes y le dolía al hablar de ello.Gustavo se levantó y se acercó a su amigo dándole un fuerte abrazo y tratándolo de consolar. Le dijo:–Tranquilo, Marc. Todo eso es normal. És lógico que sientas remordimientos, culpabilidad y vergüenza, pero también es bueno que lo expreses y lo sueltes. Intenta no guardarte nada dentro. Si lo haces, lo único que te harás es daño. Exprésate y sobre todo, ten confianza en ti mismo. Ahora, amigo, debo irme. Ya nos iremos viendo alguna mañana en la cafetería y me irás contando tu recuperación. Ten paciencia. Ve tranquilo, despacio y con buena letra. No corras antes de andar y no te preocupes. Te pondrás bien, amigo. Estoy seguro y confío plenamente en ti.

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–¡Eso espero! –dijo Marc todavía apesumbrado.–Si haces una buena recuperación, con una buena base sólida, si trabajas y comprendes tu enfermedad, no tienes por qué recaer. Debes ser optimista. Es cierto que muchas personas no lo consiguen, pero también lo es que muchos sí lo hacen. Vuelven a nacer, a reinventarse, a rehacer su vida y nunca más vuelven a beber. Cuando estaba débil, siempre pensaba en una frase de Nietzsche: “Lo que no me destruye, me hace más fuerte”.–Como “lo que no mata, engorda” –dijo Marc recuperando la sonrisa.–Más o menos. ¿Te ha destruido el alcohol?–¡Casi!–Bueno, pero no lo ha conseguido del todo. Ahora mismo estás sereno y sobrio y haciendo un programa de deshabituación. Recuerda: ¡Eso te hará más fuerte!

CAPÍTULO VI

“MILAGRO”

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Mara (7 años)

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Recorridos seis meses del camino, Marc ¿Marc? ¿Seguro que era Marc? ¡Sí, lo era! Tanto había cambiado que casi ni se le reconocía.Atrás había quedado aquel extraño agresivo y aislado que estaba enfadado con el mundo. Aquella especie de espectro que siempre iba mal vestido, desaliñado, en muy mala condición física, hinchado,… ¡Ese Marc ya no existía! Volvía a parecerse a aquella persona que era antes de beber. Firme, seguro, con la cabeza bien alta. Irradiando serenidad por doquier.Había adelgazado, ya no tenía mala cara. Todo lo contrario, estaba radiante. Durante estos seis meses acudió sin faltar a las terapias, practicó mucho deporte, dedicó horas a leer, a pasear,… en suma, a vivir, que era de lo que se trataba. Estaba realizando una buena recuperación. Trabajaba y se implicaba mucho en el programa. Los terapeutas y el resto del grupo lo tenían muy bien considerado. Parecía que se había producido un milagro.Poco a poco, las personas de su entorno empezaban a acercarse y a confiar en él. Veían que había cambiado mucho. Había recuperado el cariño y la presencia de Paula. Su madre y su ex mujer, Laura, se la dejaba tener un fin de semana sí, otro no.Todo era motivo de alegría, producto de un buen trabajo y recuperación. Por supuesto, no había vuelto a probar una gota de alcohol y él mismo se decía internamente que no lo volvería a hacer más. Se dirigía todo contento al grupo. Para él, ese día era un motivo de celebración. Llevaba medio año de programa. Mucho había cambiado todo desde ese primer día

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que acudió muy nervioso al centro sin saber bien bien con qué se encontraría. Cuando entraron todos, Felipe les preguntó:–Antes de comenzar la sesión de hoy ¿Alguién quiere decir algo?–¡Sí, yo! –contestó Marc.–¡Cuéntanos!–Bueno, hoy hace seis meses que empecé y quería deciros que estoy muy contento de no beber, ni, tan siquiera, pensar en ello. Y que estoy muy agradecido porque la vida me ha cambiado un montón desde el día que tomé la decisión.–¡Qué bien! ¡Muy bien, Marc! –se oían las voces del murmullo del grupo.–Incluso, incluso… hasta mi ex mujer me habla, me hace mucho caso, me va perdonando poco a poco y pienso que…–¿Qué piensas, Marc? No te quedes callado.–Pienso que tengo muchas posibilidades de que vuelva conmigo y rehacer mi familia, junto a mi hija.–Y su familia, ¿qué piensa después de todo lo que les hiciste pasar?–¡Está muy contenta! No se fían mucho del todo, pero están contentos de verme bien. Deberé ganarme su confianza con mucha paciencia. Poco a poco, ya me van perdonando.–Estoy muy contento, Marc. Pero sabes que esto es sólo el principio… Te queda mucho camino que recorrer y mucho trabajo que hacer. ¡No te confíes!–¿Te sientes enfermo? ¿Te lo crees?–¡Sí, claro!

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–¿Seguro? o ¿Piensas que ya estás curado?–No, no pienso eso. Sé y soy consciente de que me queda mucho por delante.Entonces, Felipe, el terapeuta, se dirigió al grupo dispuesto a contarles una historia que él vivió en primera persona, aproximadamente cuando llevaba el mismo tiempo de recuperación que Marc.–¡Escuchad, amigos! Hace siete años que dejé de beber. Cuando llevaba más o menos el tiempo de Marc, tuve una experiencia que marcó mi recuperación y me dio mucha fuerza y compromiso para seguir adelante hasta el día de hoy.Me había pasado algo muy similar a todos vosotros. Había tocado fondo. Me había quedado completamente solo. Perdí mi trabajo, mi familia, mis amigos y mi pareja. Más que perderlos… los cambié por la botella.Entonces, empecé la recuperación y al llevar éso, unos seis meses, iba paseando por el campo –cosa que hacía habitualmente a diario– meditando y pensando en mis cosas… ¡En todo! En lo que había hecho, cómo me había comportado, etc.Hay que recalcar que, ante esa historia, todo el mundo escuchaba con mucha atención y concentración, ya que Felipe, en pocas ocasiones, hablaba de su experiencia personal si no era para motivar o dar un empujón a alguien con el fin de que se sintiera identificado, y eso era lo que estaba haciendo con Marc.Felipe siguió con su historia:–De repente, sentí la necesidad de pararme y contemplar el

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paisaje. Vi lo típico, lo que veía cada día… Y ahí es donde quiero llegar. Veía, pero no me fijaba. Oía, pero no escuchaba. Tocaba, pero no sentía. Es cierto que no bebía alcohol, pero también lo es que mi conducta no había cambiado nada. Seguía siendo como una especie de muerto que andaba. Era el mismo, pero sin beber. Entonces, un día, observando profundamente el paisaje, divisé un rebaño de ovejas… Y… ¿Sabéis cuánto tiempo hacía que no veía ovejas? Hacía veinticinco años.–¿Veinticinco años? –preguntó uno de los asistentes.–¡Sí, esos años! Los mismos que había estado consumiendo. El ver las ovejas fue una iluminación, una revelación, un camino nuevo a seguir. No quería sólo vivir para no beber… Quería no beber para poder volver a vivir. Recuperar mi vida. Darme cuenta de todo lo que pasaba a mi alrededor. Sentir, experimentar, tener emociones, aprender… todo lo que la vida me ofrecía. Era como volver a ser niño… ¡Quería disfrutar de las cosas! Volver a aprender el nombre de las cosas; un nuevo mundo se desplegaba ante mis ojos… ahí estaba, esperando a que despertara…Veréis… Yo empecé a beber a los quince años, como muchos de vosotros. Hasta aquí no difiero mucho de vosotros… y, por decirlo de algún modo, me tiré todos estos años “anestesiado”, no sólo por ir bebido o que bebiera cada día, sino porque, entre los efectos del consumo, entre el mono que tenía cuando no bebía, las resacas, en fin, que, entre una cosa y la otra, estuve muchos años que no era yo… me había perdido… era como si mi vida la hubiera vivido otra persona por mí. Yo tan sólo era un ente nebuloso, perdido… Apenas

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conservo recuerdos, y los que tengo son confusos. Por eso, al recuperarme de mi enfermedad, quería también recuperar las sensaciones, emociones, sentimientos, recuerdos, ilusiones,… Poder evocar mi infancia… la recuerdo saturada de aromas, sensaciones,… ¡Había tantas cosas que el alcohol me había robado! Entonces comprendí la diferencia entre dejar de beber y abstenerse simplemente a recuperarse y volver a nacer.–¿Cuál es la diferencia? ¿No es casi lo mismo? –preguntó otro de los individuos que se encontraban presentes en la sala.–¡No, qué va! ¡No tiene nada que ver una cosa con la otra! Una persona que se abstiene, pero no cambia su conducta alcohólica (sus mentiras, manipulaciones, engaños, inmadurez) está condenado al fracaso. Seguirá siendo una persona vacía… Tarde o temprano volverá a hacerlo y, en el caso de que no lo hiciera, seguiría siendo la misma persona, sólo que abstemia. Esa persona debe rehacer su vida y llenarla, no dejarla hueca.Yo os pregunto : ¿Para eso queréis dejar de beber? Para hacer un esfuerzo sólo por no tener problemas con la familia, sociales, laborales, judiciales o económicos, pero seguir siendo los mismos que erais cuando bebíais o, por otra parte, ¿Queréis volver a vivir, a ser como erais antes de los consumos?Pues eso es lo que me sucedió a mí ese día y me dije: “¡Siempre querré ver las ovejas!”. Las querré ver dentro del contexto que les corresponde: en un bello marco bucólico y pastoril, paciendo sosegadamente sobre la verde hierba. He querido soltaros este pequeño discurso para resaltaros la importancia que tiene en cada uno adquirir un compromiso vital.

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Debéis apostar por la vida. Es algo que la Madre Naturaleza os ha concedido y no debéis desaprovechar esta magnífica oportunidad. Es lo más importante de una recuperación y también es lo único que no podéis hacer en grupo. Porque la enfermedad, el alcoholismo, es la misma, pero… cada alcohólico es diferente. Por eso, es una decisión muy personal de cada uno. No se trata de tiempo, ni de acudir a terapias, ni de hacer horas, ni mucho menos de memorizar. Se trata de, con mucha humildad, muchísima honestidad, abandonar nuestra antigua conducta alcohólica para iniciar un nuevo camino libre de cadenas que nos esclavicen y nos sometan a una dependencia como durante muchos años hizo el alcohol con nosotros. Y eso sólo se consigue adquiriendo un compromiso interior.Todos escucharon y, a la vez, asentían constantemente con la cabeza como si quisieran decir que sí. Ese discurso les caló muy hondo.Dando la enhorabuena a Marc por sus seis meses, lanzándole un previo aviso de que no se relajara, terminando la sesión y deseándoles a todos una buena semana, dio por finalizada la sesión. Salieron todos muy contentos, positivos y motivados, serían tal vez las palabras adecuadas.Marc se marchó más ilusionado de lo que había entrado. Estaba inquieto, con muchas ganas de pensar, reflexionar y digerir toda esa experiencia que había escuchado. Él se sentía muy reflejado en todo aquello. Le dio muchísimo qué pensar y muchas fuerzas para continuar. Se empezaba a encontrar en el buen camino. ¡Se sentía bien consigo mismo!

CAPÍTULO VII

“CAMINO ETERNO”

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Marcos (5 años)

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Siembra y recogerás, siembra y recogerás y… ¡Una mierda! –iba Marc en pleno soliloquio mientras se dirigía a terapia. Estaba enfadado, protestaba, tenía algo en la cabeza que le hervía. Sólo se hacía preguntas y planteamientos negativos como: ¿Ha valido la pena? ¿Para qué tanto esfuerzo?Le faltaban unos meses para terminar su programa. Había trabajado una recuperación excelente hasta la fecha. Estaba muy implicado, todo el tiempo que duraron las terapias fue una persona muy activa y parecía que había, por fin, adquirido un gran compromiso.A punto de alcanzar los dos años sin beber, había casi rehecho su vida. Había recuperado el respeto y la confianza de los que le rodeaban. Había encontrado un buen trabajo y había podido comprar una casa modesta, pero propia. Parecía que volvía a ser el de antes, por supuesto, el de antes de ser alcohólico. Su hija Paula ya tenía casi diez años y estaba mucho con y para él. Todo iba sobre ruedas, excepto una pequeña cosa que le inquietó mucho: Laura se iba a casar otra vez, con Tomás.Marc sabía de la existencia de este tal Tomás en los últimos meses, a través de la misma Laura y de lo que le iba contando su hija sobre él. Tenía constancia de que era una buena persona, humilde, trabajadora y no se inmiscuía en la educación de Paula. Era un señor muy respetuoso. Pero Marc jamás pensó que esa relación iba a llegar tan lejos. Él tenía la esperanza de recuperar y reconquistar a Laura y éso ¡le dolió!Por esa misma razón, llegó tan enfadado, molesto, y un poco aturdido a la reunión del grupo. Tenía mucha necesidad

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de hablar y exponerlo. Estaba ansioso porque empezara la terapia. Faltaban cinco minutos y la gente todavía iba llegando y acomodándose.Llegó Felipe, el moderador, y, después de las buenas tardes, comenzó la sesión.–¿Alguién tiene algo importante que decir? –solía ser un modo de iniciar las reuniones precisamente por si venía alguien inquieto, nervioso o con ganas de beber.–¡Yo quiero empezar! –dijo Marc.–¿No vienes muy contento hoy? –le contestó Felipe de un modo distendido para cortar el hielo.–¡No, estoy cabreado! ¡Cabreado, no! ¡Decepcionado!–¿Y éso? Cuéntanos.Dirigiéndose al grupo, Marc, empezó a hacer su exposición extendiéndose en detalles para que la gente nueva que había en el grupo pudiera entender el contexto de su inquietud y nerviosismo.–Bueno, como sabéis la mayoría, me falta poco para terminar el programa y hoy, casi dos años después, me he llevado un gran disgusto… Os he hablado muchas veces de Laura, mi ex mujer, y la buena relación que manteníamos. Pues, resulta que esta mañana me ha llamado para tomar un café y hablar. Quería decirme que se vuelve a casar… Conoció hace unos meses a una persona que ha llenado su vida y ha decidido rehacerla.–¿Cómo te lo has tomado, Marc?–Me ha sentado muy mal.

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–¿Por?–Porque creía que algún día volvería a recuperarla. Tenía muchas esperanzas y he trabajado duro para ello. –¿Has trabajado?–¡Sí, muy duro! Llevo casi dos años sin beber. Lo he hecho todo bien. ¡Me he esforzado todo lo que he podido!–¿Y? ¿Acaso dejaste de beber para demostrarle algo a ella? o ¿lo hiciste por ti?–¡No, por mí!–Pues, no lo parece, Marc. Tus palabras delatan otra cosa…–Es que… ¡Estoy jodido! Me he llevado un mazazo.–Ya… pero tú eres veterano… Ya sabes de qué va esta historia y cómo funciona. No quiero interrumpir la conversación; ahora proseguiremos, Marc, pero quiero aprovechar este tema para hacer una breve exposición al grupo relacionado con ello. Es que observo que hay mucha gente nueva y tu experiencia, lo que ha sucedido me puede servir para explicar lo siguiente…–No te preocupes, Felipe. Expón –le dijo Marc.–Gracias.Felipe, concentrándose mucho, incluso costándole pronunciar las primeras palabras y con gesto muy reflexivo, se dirigió al auditorio diciéndoles:–Nadie os ha prometido un jardín de rosas. Esto es una recuperación alcohólica. Es un tiempo de aprendizaje largo que en los primeros pasos necesitáis mucha ayuda y apoyo emocional. Sois enfermos y habéis sido dependientes de algo durante muchísimos años. Cuando llegáis aquí, venís

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desnudos, sin alcohol, sin vías de escape, muy abatidos, casi derrotados. Venís para reinventaros, renacer, aprender a vivir sin ayuda de nada para afrontar situaciones reales, problemas, desavenencias, adversidades, como el resto de los mortales, aunque no beban. El mayor problema es que vosotros cojeáis, necesitáis una muleta para volver a aprender a andar porque sois alcohólicos, sois enfermos y ese apoyo… antes lo encontrabais en la botella. Aquí se os dan las herramientas necesarias para recuperaros, pero el grueso del trabajo lo tenéis que hacer vosotros mismos ¿Por qué? Porque algún día terminaréis el programa, como, por ejemplo, Marc, que le faltan escasos meses, y tendréis que andar solos, sin muletas ni sustentos y os tendréis que enfrentar a vuestros miedos, temores, etc... sin la ayuda de vuestra amiga, la botella. Por eso, tenéis que construir una base sólida con unos buenos cimientos. No me canso nunca de repetirlo. Porque sobre esta base construiréis vuestro futuro. ¿Adversidades? Vendrán un montón durante estos dos años ¡Y qué! Para eso vais a trabajar. Para cuando vengan, saber sortearlas y no huir corriendo al bar de la esquina. Pero… pasos atrás ¡Ninguno! Ni siquiera para coger impulso. Hay que salir de este infierno muy decidido. En la calle, la gente, la sociedad, no tiene ni idea de las consecuencias y el deterioro humano por consumo y abuso del alcohol. Ellos opinarán a su manera y nosotros aprenderemos a respetarlo y a convivir con ello. La opinión pública no es nuestra guerra. Nosotros nos centramos y trabajamos para y por la recuperación de una grave enfermedad. Quiero decir con todo esto que lo

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que hacemos, el dejar de beber porque hemos enfermado, no es nada extraordinario, es lo que toca. Y, ahí voy, para relacionarlo con lo que Marc nos ha contado. No se puede dejar de beber por algo o por alguien, para demostrar, para recuperar, ya sea la pareja, la familia, un trabajo, los amigos o el vecino. Tenemos que recuperarnos por nosotros mismos, para salvar la vida, porque si no lo hacemos, nadie lo hará por nosotros. Por lo tanto, no debemos esperar medallas –eso, para los que compiten, y esto no es una competición–, palmaditas de ánimo, reconocimientos… Lo que debemos hacer, muy firmemente y con compromiso, es recuperar nuestra autoestima, dignidad y seguridad en nosotros mismos porque, no es que la perdiéramos, sino que ¡nos la bebimos! Quiero que quede muy clara esta reflexión porque, si no es así, os ahorraré tiempo y ya os diré con antelación que estáis condenados a regresar al infierno del que partisteis, si vuestro objetivo es dejar de beber para demostrar, en lugar de recuperar vuestra vida. Felipe terminó su exposición y, dirigiéndose a Marc, le dijo:–¡Amigo! ¡Amigo, compañero… no me falles ahora! A Marc se le cayeron las lágrimas. Tenía mucha pena y dolor y casi no podía hablar.–No me falles, Marc. Estás a punto de salir de ésta y encauzar tu vida y recuperación eterna. ¡No te derrumbes ahora! Entiendo perfectamente tu sufrimiento, pero has pasado por cosas muy duras en estos casi dos años. Te voy a hacer una pregunta muy directa y quiero que me contestes con mucha honestidad. ¿Lo

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hiciste todo por Laura, verdad?Marc seguía llorando, cabizbajo y no contestaba.–¡Contesta, amigo! Amigo, porque tú eres mi amigo, mi compañero de viaje. Recuerda que yo soy alcohólico enfermo como tú. Recuerda todo lo que hemos vivido y compartido. Experiencias, sensaciones, sentimientos, emociones,… Todo lo que hemos hablado, trabajado e interiorizado. ¡No me falles, Marc! ¡Te lo repito! ¡Levanta esa cabeza, resurge de tus propias cenizas y ten valor, ten fuerza y acuérdate de todo lo que te robó el alcohol!Marc seguía sin poder hablar. Estaba muy triste. Se había soltado y el discurso de Felipe le había emocionado y había puesto al descubierto una recuperación basada en la fragilidad, en los demás,… en Laura, su ex mujer.Felipe era muy astuto, era un zorro del desierto, le había pinchado donde le dolía. Le había herido adrede para que afloraran las verdaderas emociones. De nada servía esconder sus verdaderas intenciones… al final acababan al descubierto.Se respiraba mucha tensión en el ambiente. Los compañeros querían animarle pero no se atrevían a romper ese silencio sepulcral. Ese desafío de alcohólico a alcohólico entre una mirada que denotaba la cruda realidad de esta enfermedad y unas lágrimas que iban anunciando una rendición.Marc se levantó y, casi sin poder hablar, se dirigió a la puerta, muy compungido y despidiéndose con un silencioso “Hasta el lunes” y se marchó.Felipe, que con los años y horas de terapia que llevaba encima

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cambió enseguida de tema como si no pasara nada, pero él había visto la expresión de la derrota en los ojos de Marc.Continuó la sesión y, enseguida, Lucas, un chico nuevo que debía llevar unos tres meses, con voz temblorosa y asustado, le preguntó:–¿Qué crees que pasará, Felipe?De repente, los demás apoyaron a Lucas y empezaron a hablar todos a la vez y preguntando lo mismo. ¿Volverá a beber? ¿Crees que se rendirá? ¿Lo va a superar?–¡No lo sé! ¡No lo sé! –exclamó Felipe al grupo–. Marc ha hecho una gran recuperación. Todavía no ha terminado el programa, pero ha trabajado muy bien la complejidad de esta enfermedad. ¡No lo sé, de verdad! Hay dos opciones en una situación tan delicada: O vuelve el lunes que viene o abandona.–¿Tú crees? ¿Eso te parece? –le bombardearon a preguntas.–No quiero hablar más del tema –les contestó Felipe tajantemente–. El tema queda zanjado. Os lo he explicado y lo hemos comentado muchas veces. Esta enfermedad jamás se cura. Uno vive en ella dentro de una recuperación eterna. Por eso, no es una enfermedad de aprender, de memorizar, de saber y tener conocimientos. Es una enfermedad que hay que comprender.–Siento insistir, Felipe, pero ¿puede ser ésto que le ha sucedido un motivo para beber?Felipe miró al grupo, muy serio, y les dijo:–Excusas para volver a beber hay mil, motivos ¡ninguno!

CAPÍTULO VIII

“LA OPCION”

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Paula (12 años)

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–Pregúntele ahora, doctor, que parece que ya empieza a reaccionar –dijo la enfermera.–Hola, chaval. ¿Cómo estás?De repente, Marc abrió los ojos aturdido y completamente sedado, tumbado en una camilla y atado de manos y piernas y, de un sobresalto, intentó reincorporarse, pero las ataduras se lo impedían. Empezó a gritar: “¿Dónde estoy?” “¡Qué me habéis hecho!”–Todo va bien, Marc. Te acabas de despertar. Estás en el hospital. ¿No te acuerdas?–No, no me acuerdo de nada. ¿Qué hospital? –gritaba desesperadamente, entre confuso y desorientado.–Soy el doctor Frontera. Llevas aquí ingresado unas horas. Te tenemos en observación y has estado sedado hasta ahora.–¿Por qué me tienen atado?–¿No lo recuerdas? Intentaste autolastimarte. Ahora vuelve a descansar, Marc. Luego, las enfermeras y yo volveremos a verte.–¡No, no se vayan! ¡Estoy bien! ¡Ahora ya me acuerdo de este hospital! Es el mismo en el que estuve hace dos años.–Intenta descansar, Marc –insistía el doctor Frontera. Y se marcharon de la habitación.El doctor, al salir, se dirigió a los familiares:–¡El familiar más cercano o directo!–Sí, yo –dijo Laura. Soy su ex mujer.–Hola, Laura. Encantado. Soy el doctor Frontera. Estoy atendiendo a Marc y presenta un pronóstico muy grave.

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Creemos que está atravesando un Delirium Tremens. Tiene todos los síntomas… Convulsiones, espasmos, sudoración, náuseas, alucinaciones,… De todos modos, ahora se lo confirmaremos.–¿Un delirium qué…? –preguntó Laura sorprendida.–Su ex marido probablemente, bueno, con toda seguridad, es alcohólico.–Sí, sí. Bebe mucho durante todo el día. Lleva ya mucho tiempo así.–¿Cómo ha llegado al hospital? –preguntó el doctor.–Bueno… yo no lo sé muy cierto, la verdad. Creo que ha sido una vecina que se dio cuenta. ¿Sabe qué pasa? Es que nosotros dos llevamos muchos años separados. Desde que nació Paula, nuestra hija, y prácticamente no tenemos ningún tipo de contacto desde entonces. Pero sabía por la gente que seguía bebiendo y las últimas noticias que tuve de él es que ya estaba muy mal; sin trabajo, vivía en una casa que le dejó su madre y estaba todo el día encerrado. Me ha contado la vecina, que me conoce desde joven, que normalmente él salía por las mañanas a comprar bebida y se sentaba solo en el banco de la plaza y no hablaba con nadie. Me dijo que llevaba tres días sin verlo y se extrañó por ello. Entonces, preocupada, fue a su casa y se encontró la puerta abierta y, al entrar, se encontró a Marc tendido en el suelo, semiinconsciente, entre vómitos, hablando solo y muy pálido. Fue ella la que avisó a la ambulancia.–Pero ¿tiene más familia?

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–No. Su madre ya murió y no tiene hermanos ni a nadie. Ni siquiera amigos porque desde que empezó a beber tanto se fue aislando y quedando solo.–Está bien –repuso el doctor–. Seguramente lo que le ha pasado es que se debió sentir indispuesto y, al no poder salir a la calle o no tener fuerzas, no pudo comprar bebida y, al estar días sin consumir, por culpa de la abstinencia forzada, le ha venido el delirio. –¿Se va a morir?–El Delirium Tremens, si se atiende desde el principio, suele tratarse y el paciente puede recuperarse, pero su ex marido ingresó demasiado tarde y en un estado avanzado. Su estado es muy grave, ya que los síntomas pueden ir empeorando muy rápidamente y existe el riesgo de que pueda morir. Le voy a ser sincero ya que mi profesión lo requiere: tiene muchas posibilidades de no salvarse.–¿Puedo hablar con él, por favor? Necesito hablar con él urgentemente.–No creo que sea muy aconsejable. Está en un proceso de alucinación y completamente desorientado. Es muy probable que ni tan siquiera la reconozca.–¡Por favor, déjeme entrar! ¡Se lo suplico! Hace muchos años que no lo veo y me da mucha lástima.–Bueno. Entre unos minutos… Le advierto que puede que no la reconozca, que esté violento o diga cosas sin sentido. Deberá asumir las posibles consecuencias. Ahora se encuentra inmóvil. Está atado y su aspecto es bastante desagradable.

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Laura entró en la habitación con las piernas temblorosas. Sentía una enorme presión en la garganta y le costaba tragar saliva.Marc yacía en la cama. Su imagen era digna de la más auténtica compasión. Se encontraba inmóvil, adormilado, a causa de los sedantes. Laura se espantó al ver lo demacrado que estaba. Marc asimismo pudo percatarse de la presencia de Laura y le dijo forzosamente:–Hola, Laura. Cariño, mi amor… ¿Ya te has casado con Tomás?–¿Qué? ¿Tomás? ¿Qué dices Marc? ¿A qué viene éso? –Déjalo… ya no importa.–¡Cuánto tiempo ha pasado, Marc!–¿A unos meses le llamas tiempo?Laura no entendía nada de todo aquel galimatías. Pensaba que todas esas incoherencias eran fruto del delirio y la fuerte sedación a la que lo habían sometido.–Está aquí Paula, tu hija. Ha crecido mucho. Ya es una mujercita.–Paula, Paulita… –llamaba el enfermo–. Laura, debes hacerme un gran favor… Escúchame con atención lo que voy a decirte. Tienes que hacer lo que te diga. ¡Por favor, te lo suplico! ¿Lo harás?–Sí. Dime qué es lo que he de hacer.–Prométeme que lo vas a hacer.–Que sí te he dicho. Confía en mí. Dime qué quieres… No tenemos mucho tiempo. El doctor me ha dicho que no puedo estar contigo mucho rato. Debes descansar.

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–Busca al doctor Ramírez y dile que venga a verme enseguida.–¿El doctor Ramírez? El doctor Frontera querrás decir.–No, no. Ése no. ¡He dicho el doctor Ramírez! El que me salvó la vida cuando ingresé por el cáncer de estómago hace dos años. ¿No te acuerdas de aquel trece de diciembre que estábamos juntos todavía?–Marc, tú nunca ingresaste aquí, ni en ningún sitio por un cáncer de estómago. Estás confundido. Tú y yo –le dijo Laura muy apenada– hace muchísimos años que estamos separados. Además, Paula era un bebé la última vez que la viste y hoy es trece de diciembre.–¡No digas tonterías y haz lo que te he dicho! ¡Ve, corre a buscar al doctor Ramírez! ¡Él lo aclarará todo! ¡Es el único que me puede salvar la vida! ¡Corre te digo!Laura, sin poder contener el llanto, le apretó fuertemente la mano y se la dejó caer al abandonar la habitación. Marc se puso muy nervioso. Empezó a gritar: ¡Llama a Felipe, mi terapeuta! ¡A Gustavo, mi amigo de la cafetería! ¡A alguien! ¡Al doctor Ramírez! ¡Rápido, rápido!Ante tanto alboroto, entraron las enfermeras inmediatamente, mientras que Laura se alejaba de la habitación. Al salir le esperaba el doctor Frontera para hablar con ella.–Me ha dicho que preguntara por el doctor Ramírez –le dijo Laura al doctor con cara extrañada.–¿Ramírez? –preguntó extrañado el doctor–. Aquí no hay ningún doctor Ramírez.–¿Está seguro?

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–¡Segurísimo! Llevo veinte años trabajando aquí y jamás ha pasado por aquí ningún Ramírez.–Es que me ha dicho cosas muy raras. Pronunció los nombres de mis hermanos, Felipe y Gustavo, Tomás, pero decía de un terapeuta y una cafetería, mi matrimonio… También hizo alusión a un cáncer de estómago; que estuvo ingresado aquí hace dos años… De mi hija… ¡No sé! Me soltó una retahíla de acontecimientos realmente extraños y absurdos. No entiendo nada, doctor. –No hay nada que entender. Ya le he advertido antes de entrar que su marido sufre alucinaciones y se inventa cosas. Ve imágenes que no existen, sólo en su imaginación. Está muy grave. Señora, le puedo asegurar que aquí no trabaja ningún doctor Ramírez y mucho más que su marido no ha ingresado nunca en este centro con un cáncer de estómago. Si fuera así, lo tendríamos registrado en nuestra base de datos. Puede estar segura de que todo no es más que producto de su imaginación.De repente, salió una enfermera de la habitación donde se encontraba Marc y se dirigió al doctor hablándole en voz baja.Acto seguido, el doctor se dirigió seriamente a Laura y le dijo:–Lo siento muchísimo, señora. Su marido acaba de fallecer. Hemos hecho lo que hemos podido, pero no hemos conseguido salvarlo.

Y aquí acababan, queridos y queridas oyentes de esta triste historia, las fortunas y adversidades de Marc y sus experiencias con el mundo del alcohol… De ti depende si quieres ver las ovejas o no. Tuya es la opción.

Una pequeña poesía y un gran agradecimiento:

Entre dos margaritas crucéuna puerta desconocida

que me condujo a la vida…La primera me hizo entrar,

la segunda, salir… y contemplar la inmensidad del Universo.”

Gracias a todos los niños que han colaborado con sus dibujos para darle una pincelada de color a esta historia tan gris.