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Ensayo sobre la poesía chilena a partir de "La poesía chilena" de Juan Luis Martínez. Páginas centrales de la publicación independiente EL SEPULTURERO (II)
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AB IMO PECTORE: ensayo marginal sobre La Poesía Chilena
por
José Miguel Arancibia Romero.
Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra traspasado por un rayo de sol;
y de súbito, anochece. (Salvatore Cuasimodo).
De entre las múltiples indicaciones que dicta el pensamiento místico respecto a
la muerte, vale rescatar aquella referida a su recepción consciente; en concreto, los seres
humanos no temen a esa muerte que implica el desgaste o consecución natural de una
vida – porque, en el fondo, nadie puede sustraerse a esa poderosa fuerza -, sino que el
temor nace de aquella defunción psíquica o mental, la cual nos arrebata toda posibilidad
de futuro. En síntesis, sentimos temor ante la muerte de nuestro más preciado bien, esa
construcción urdida ontogenéticamente que denominamos YO porque ella, la muerte,
fuerza a detenernos, colocándonos en la propia incertidumbre. Experimentamos
entonces un sinsabor que no es imaginario, pero que tampoco es un dato real; el temor
ante la muerte parece dictarse desde lo simbólico, es decir, desde la misma plataforma
autoconservadora que constituye el yo. Plantearse, no obstante, en este terreno tan
abstracto, como diría Adorno, es suponer ingenuamente que la muerte es siempre la
misma en todos los casos: en verdad, ni ella ni su contraria son idénticas a sí mismas.
Cierto es que para nuestro mundo antiguo la muerte prometía una nueva vida, como
consecuencia de una vivencia mitologizada de la realidad. A partir de ella también
habían sus respectivas deidades – unas más violentas que otras – que habitaban en las
fantásticas moradas celestiales. Hades, hermano de Zeus, es el gobernante del reino de
los muertos (“allí de donde dicen que no hay vuelta”, sentencia el poeta latino Catulo).
Junto a él se encuentra - ¿raptada o entregada?, según como leamos el mito –
Persephóne, la diosa agraria (dando vida siendo muerte: recibimos como herencia griega
esa representación de la muerte acompañada de su guadaña, instrumento que corta la
maleza, preparando así el cultivo). Esta imagen mítica acompaña no sólo al primer
poeta de la tierra, Hesíodo, sino que nos pone en bulto respecto a la relación con la
poesía en nuestras tierras, una cierta “acta de defunción” de la poesía aquí, en Chile.
1
La imagen moderna de la muerte vive bajo la aporía según la cual, roto el
vínculo entre la reflexión y su idea absoluta emanada de un poder (a la que, no obstante,
toda reflexión pretender orientarse, si desea ésta pertenecer o dar cuenta de un
fundamento), no puede la primera servir de justificación teológica ni de sostén
ideológico alguno. Se experiencia la muerte como en aquella imagen alegórica de la que
nos habla Durero en La Melancolía; los ojos miran a la profundidad sin ninguna
apariencia de piedad o fe en una buena nueva. El melancólico es la expresión del
pensamiento liberado pero que, la mismo tiempo, se absorta porque busca desde sí
mismo una respuesta ante la tragedia del vivir (así, las figuras que rodean al personaje,
el perro, la piedra o la tierra, anticipan la pregunta kantiana ¿qué significa orientarse en
el pensamiento? bajo el supuesto que dicha respuesta sólo gira desde sí misma1).
Al contrario de la filosofía comunitaria antigua (emparentada con las leyes divinas) o la
tradición dogmática medievalista, el pensamiento moderno cavila sobre su propia
fundamentación, sobre sus fines y las razones por las cuales esos fines le pertenecen
como trabajo del pensar; ronda así, en cada postulado, escolio o tratado su propia acta
de defunción. Hegel acuña una expresión muy contundente para este paradigma: lo
denomina aufheben, la superación o resolución del pensamiento en el acto mismo de su
recorrido especulativo. Cada momento o trazo de lo que llamamos “pensar” muere ante
una presencia más abarcadora o actual, anunciada en el momento siguiente. Movimiento
del espíritu que “sólo conquista su verdad cuando es capaz de encontrarse a sí mismo
en el absoluto desgarramiento.”2 Pero el tránsito mortal del pensamiento es aplicable
aún a todas las facetas sociales y culturales porque, en síntesis, el movimiento del
espíritu, el pensar, tiene como paradigma la historia. Desde aquí el hegelianismo canta
el carácter pasado del arte (lo hará a tres voces, si tomamos como referentes las de un
Baudelaire y Nietzsche, respectivamente); no es una muerte puramente anuladora, sino
que hace referencia a la pérdida del objeto sagrado o absoluto que alguna vez se le
confirió a la expresión de la belleza. El arte moderno – así como el pensamiento – al
haber roto con los compromisos religiosos y políticos, se ha conquistado a sí mismo y,
con ello hubo de reajustar su propia definición de lo bello: esta muerte del arte lo hace
“recaer sobre sí mismo” – expresión que utiliza Deleuze para referirse a la insistencia e
impotencia de la imaginación por representar una idea absoluta – y le anuncia a la
expresión misma la obligación de establecerse al margen de todo finalismo heterónomo,
tarea ésta que desgarra a la obra y al artista. Llamamos arte moderno a la expresión
1 La moderna visión del mundo, esférica que rota sobre sí, genera a partir de ella un cierto estado anímico, propio del aventurero que, bajo la coraza del conquistador (en la ciencia, en una empresa marítima, en los negocios o en las producciones del espíritu), esconde su propio tedium vitae, auto predicante y auto productor. El hombre moderno siente de manera más delicada su vínculo con lo ignoto de la muerte, en virtud de la exposición permanente ante el peligro; la ciudad ha perdido desde ya su áurea protectora o maternal en comparación con una polis o una villa feudal. 2 Hegel: Fenomenología del espíritu. Op. Cit. P. 24.
resultante de una muerte que la separa del antiguo lazo social y que, sin la cual, no
hubiera alcanzado su mayoría de edad.3
2
No resulta extraño, pues, reconocer la extensa trama histórica tejida entre el hombre y la
muerte, que los entrelaza, los anuda, sin que ello indique una salida o resolución ante la
segunda: a lo sumo, interpretamos ese mysterium tremendum, contentándonos con ese
simple pasaje popular que dicta solución hay para todo, menos para la muerte. Si la
vida aún mantiene ese privilegio de constituirse como ese algo que se nos otorga por
gracia, libremente expuesto para nosotros, no por eso es menos misterioso que la
muerte; la diferencia entre el misterio de una u otra parece estar vinculado a la noción
misma del tiempo, del recorrido aconteciente y consciente que vivenciamos
bióticamente: porque lógico es suponer en cuanto a la vida, que su misterio va
disipándose en igual medida que su recorrido vital. En una palabra, de la vida tenemos
la garantía de una experiencia (buena o mala, pródiga o mezquina). Con la muerte, por
el contrario, nada parecido a una experiencia contamos o, dicho enfáticamente, la
muerte constituye la experiencia por excelencia de la vida, porque con ella culmina
(aufheben) precisamente, todo recorrido alguno. Pensamos así, que hemos pasado al
otro lado de la vida, a su adverso misterioso – su “secreto” -, del cual sólo en la
imaginación podemos ampararle una especie de representación (desde el universo floral,
interrumpido por manantiales, hasta el lúgubre espacio oblongo de un húmedo féretro).
Basta un enunciado como éste para incitar vuestra especulación:
Existe la prohibición de cruzar una línea que sólo
es imaginaria.
En honor a la verdad, no experimentamos la muerte – o cualquier límite – con sólo
testificarlo en tercera persona: lloramos y sentimos un grado compasivo de humanidad
en la pérdida del otro querido, amado o lisa y llanamente conocido; nuestro sentir
resuelve en condolencia o, más exactamente, nos vemos afectados por esa muerte a la 3 Cabe aclarar que lo anterior no exige en lo más mínimo ser pensado como prueba concluyente de aquel carácter asocial con el cual se relaciona al arte moderno; pero sí obliga a distinguir que toda ruptura en materia de arte arrastra consigo una naturaleza de tipo social. Frente a la proyección burguesa acomodaticia, fruidora o de entretención se contrapone la expresión artística moderna, como testimonio de una exploración y construcción de sus elementos estéticos.
que ni nuestras mejores fuerzas o nuestros más elevados pensamientos pueden ya servir
de consuelo para el difunto. Pero en ningún caso ello constituye una “experiencia” de lo
mortífero (independiente que esa muerte sea la consecuencia lógica de una vida ya en
ciernes, o que violentamente se haya decretado bajo el poder de otro viviente).
Experimentar la muerte sólo es privilegio de quien ha muerto, con lo cual todo
simulacro por representarla parece una tragicómica escena, a no ser que el individuo
cumpla voluntariamente cruzar esa línea, entregándose a esa experiencia particular,
única, no narrable – puede pensarse que la expresión misma de toda narratividad, es
decir, el lenguaje, se cortocircuita bajo cualquier experiencia límite o, mutatis mutandis,
esa experiencia límite del lenguaje “hace lenguaje”, poesía. Un secretillo que al oído nos
llega de un singular secretario:
(La última posibilidad de franquear ese límite se
concretaría mediante la violencia).
¿Dónde, sino en los interiores de los espacios públicos, ambientados por funcionarios,
unjieres, notarios y transeúntes en general, se concitan los secretillos, esos comentarios
de pasillo que, aún sin quedar estipulados en actas, impresos en sendos informes,
parecen informar más profundamente que toda la publicidad, los letreros o las orlas en
doradas letras? Acierto revelador que se le indica al atribulado Josef K. en El Proceso:
las deliberaciones más importantes de la justicia no se dictan en la sala de tribunales,
sino en los pasillos, en el cuarto de trastos viejos, en las instancias más ordinarias e
insospechadas (el conocedor experto de la ley no es un juez; es su pintor retratista).
Todo lo anterior vale por igual si hablamos de la poesía chilena (de La Poesía Chilena),
en relación con la institución conservadora de ésta. Desde una bóveda de la sección
chilena, bajo el código 9; (266-36), la Biblioteca Nacional de Santiago conserva un
único ejemplar – arrancado de la tierra, sin tierra: esto no es pura aliteración o
simbolismo; es un punto de inflexión muy importante de considerar, como ya veremos –
de la segunda obra del poeta nacional Juan Luis Martínez (JLM). Objeto de un muerto,
sobre muertos, que yace-doblemente-muerto4 y que, bajo un extraño sortilegio, los
4 Corrige aquí la voz y el trazo de JLM: doblemente tranquilo. Poema visual – objeto similarmente formal al “artefacto” de Nicanor Parra –, como diseño de lápida para su propio autor, es también un legado publicado en el diario EL MERCURIO, con fecha del 11 de abril de 1993 (implícito mensaje a ese “mensajero alado”, representante de la cultura oficial veleidoso con las Letras nacionales de emergencia, de los márgenes; en una palabra, reaccionario frente a la parte maldita de la poesía – MANO A MANO QUE ES MEJOR OLVIDAR). Consistente en un collage de dos figuras esqueléticas centrales idénticas, a reglón seguido
convoca. Sesión espiritista de la poesía chilena, de cinco puntas – la estrella también
cabe denominarse como pentagramatón – que busca revelarse como secreto, mas para
mantenerse en el estado suspendido de aquel misterio, pues pretende nada menos
experienciar lo inexperienciable de ese cuerpo inerte o, dicho más incisivamente; el acta
de defunción (simbólica) de la poesía chilena no es otra cosa que un registro, un cúmulo
de fichas bibliográficas que JLM, el secretario, exhibe como un don, el donativo
enviado desde el límite que franquea lo vital de lo mortífero. Pero es también el
intersticio donde se está más allá de la ley – sobre la muerte no hay medida a escala
humana, y es por eso que toda pena de muerte se nos torna frágil, cuestionable, porque
ella expresa pura y simplemente la violencia.5
Ya en ese límite, mi padre muerto me entrega estos
papeles:
Papeles que habrán de interrogarse, primero, desde sus bordes externos. Una portada sin
título, autor o algún dato que nos haga sospechar respecto al contenido mismo del
objeto. Sólo una imagen cargada de textualidad sobre un fondo negro – préstamo visual,
aclaremos -: fotografía de un joven rapado con forma de estrella en su cabeza (alusión a:
1) una especie de body art ejecutado por Marcel Duchamp a sí mismo en 1919, una
tonsura, pero que 2) reproduce en formato digital el artista visual chileno Carlos Leppe
en el Espacio Cal, el mismo año de publicación de La Poesía Chilena, 1978, titulado
Acción de arte - estrella).
dice: “El “yo” y el “nosotros” (JLM: Poemas del otro. p. 59). Para cualquier especulación al respecto, independiente del territorio en que se realice (filosófico, poético, psicoanalítico, sociológico), dicho objeto críptico merece intertextualizarse para La poesía chilena, en su dossier imaginario, en el texto, pero también en el interior rememorativo de quien (les) habla.* * Nota del autor para sí mismo (material prescindible de lectura): buscando recortes como material gráfico para la publicación Provo, año 1994, nº 11, encuentro esta imagen del diario en cuestión. Doblez de mí mismo ante este “otro” desconocido, desconcertante por lo demás. Motivo guía que justifica, además, la inclusión de este texto aquí, en EL SEPULTURERO (nota “cuatro”, que amplifica nuevamente lo que he denominado como dualidad de dualidades). 5 Debate que compromete, sin duda alguna, al ejercicio del poder de la letra (todo aquello que, en calidad de documento o texto, esgrime una ley de lo permitido y lo prohibido). Cuestión de conservar o fundacionar, si se quiere decir, la vida y más allá de ella; la ley secular y la ley mítica. Expresado benjamineanamente, ninguna de las dos se originan bajo un pacto iusnatural, sino que son desde sí violentas – conservando el poder establecido o fundando un poder nuevo. Operación que Picabia (y que JLM nos lo recuerda), emana más fuerte e insistente en todo simulacro, en el pacto simbólico: “El Padre y la Madre no tienen el derecho de la muerte sobre sus hijos, pero la Patria, nuestra segunda Madre, puede inmolarlos para la inmensa gloria de los hombres políticos.” (JLM: La nueva novela. p. 135).
Fig. 1 Fig. 26
Estos referentes permiten abrir un previo indicio sobre las intenciones escriturales de
JLM; así como el cuerpo físico sirve de soporte plástico para dar cuenta simbólicamente
– esto es, poner en funcionamiento al signo, hacerlo hablar respecto de situaciones que
no son puramente significantes -, La Poesía Chilena del autor busca interrogar esta
condición de privación nacional de nuestras letras7 dentro de lo que instituye todo libro.
Una regla de 5 que da sentido a la figura – estrella de esta portada, es también el número
de los cinco fallecidos citados y, al mismo tiempo, es el signo visual de nuestro símbolo
patrio (del Padre, ya hablaremos en relación a la tierra, por cierto).
Pero tampoco una lectura al interior del objeto nos sustrae de las apariencias. El
distraído e ingenuo lector abre sus páginas como si fuera a encontrar en ellas un libro de
poesía o, a lo sumo, una antología. Y, aunque no es en absoluto ambas cosas, también lo
son en su sentido más lato. En un doble formato se encuentran adheridas las actas de
defunción de los cuatro poetas nacionales (-1) que conforman la “historia de la poesía
chilena” (bajo sus seudónimos, diremos: Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Pablo de
Rohka y Vicente Huidobro), junto a una ficha bibliográfica de lectura recomendada
acerca de la muerte en cada caso (su obra y el poema determinado). Juego de
transparencias entre un documento público emanado del Instituto Médico Legal y la cita
bibliográfica, en tanto documento de consulta ubicado en los anaqueles de una
6 Milan Ivelic / Gaspar Galaz: Chile, arte actual. p. 175 y 201. 7 La obra de JLM en su totalidad, exige una lectura de referencias cruzadas. Ese objeto de privación que sufre la poesía chilena (la de “él” / la de “nosotros”) es la consecuencia misma de toda reflexión que adopta la palabra aquí, en Chile. Así como todo lenguaje no puede sustraerse del ambiente socio político de su tiempo, el nuestro se ha de reconocer bajo el signo de lo expósito, el abandono. La portada de La nueva novela (1977) muestra la reconocible imagen de aquellas casas inundadas, las que lejos de brindar hospitalidad o amparo (esperanza heideggeriana de la lengua como una casa, el lugar de cuidado para el ser), nos recuerda la fragilidad de vivir en nuestra lengua, nuestra in – comodidad y terror de “no salir vivos” de ella (cfr. La desaparición de la familia, pág. 137).
biblioteca (Nacional). ¿No es esta doble lectura fichada un acta de defunción para la
poesía chilena? Relación fuerte, limítrofe entre lo público de la poesía, el autor –
certificado en el deceso real – y la institución conservadora de la poesía, el fichero.
Tanatografía que suplanta – o redefine – el valor que adquiere una antología poética,
porque aquí los cuerpos están identificados, celosamente archivados (diremos;
pertenecen ya a la historia documental de nuestra cultura) y, sin embargo, yacen
muertos bajo la incómoda ambigüedad de saber cuál es la instancia que expresa la
muerte de la otra: porque, en el fondo, ni un acta defuntoria es expresión real de aquella
vida a la que alude, como tampoco el puro dato que encabeza un poema, su título,
despliega por sí mismo la poesía que promete.
33
series de banderas chilenas, unidas a 33 fichas bibliográficas vacías, constituyen un
segundo corpus para La Poesía Chilena. O también cabe decir: 33 cuerpos humanos
extendidos (clásico esquema de Da Vinci, donde el dibujo humano en su extensión, con
“forma de estrella”, recorre la trayectoria de un círculo), como correlato visual de 33
estrellas seriadas. La relación entre la estrella y el círculo no es arbitraria; una serie de
circunferencias a igual diámetro forman una estrella perfecta. Para no hablar ya
dilatadamente respecto a la operación morfológica que JLM realiza a partir de esta
figura (fig. 3)
38
8 La figura circular, cabe decir, rodea obsesivamente a La nueva novela. El sello y emblema de las Ediciones Archivo – casa editorial de las dos obras de JLM – es la figura de un fox terrier circunscrito en un círculo cerrado. Dos son sus denominaciones: SOGOL (anagrama de logos) y “El guardián del libro”. El círculo parece indicar un límite, un paso entre lo figural y aquello que representa. Pero tampoco exime cierta lectura metafísica del signo: desde la idea obsesivamente nietzscheana del Eterno Retorno, como también la alusión espiritualista oriental (en este punto, se recomienda la lectura de Miguel Vicuña: La transparencia, en Merodeos en torno a la obra poética de Juan Luis Martínez. pp. 70-72).
La poesía parece dejar de escribir con letra. Consecuencia expresiva, si se trata de ejecutar un acta de defunción de la poesía chilena. Pero también consecuencia directa que abre cualquier discurso marginal, que trabaja bajo el presupuesto de los márgenes dentro de toda doblez lógica discursiva (y, por supuesto, todos sus encadenamientos binarios: sensible / inteligible; apariencia / esencia; habla / escritura; significante / significado). La operatoria poética – y política, no hay que olvidar – en JLM pende de una multiplicidad de objetos estéticos: signo, imágenes, rostros, citas, documentos. El puro análisis lingüístico tradicional naufraga ante el shock de las imágenes intermitentes. Frente a la literalidad como instrumento de análisis, se abre otro campo relacional para estas figuras, el cual cabe denominarlo como textualidad. Este estudio semiológico aplicado tiene, como primera regla, considerar un concepto mucho más integral para pensar el texto; éste no se reduce sólo al ámbito de la palabra y su significación, sino que integra todos los elementos visuales parasitarios en el espacio (páginas, márgenes, trazos), así como también las referencias cruzadas que permiten concitarse o resonarse entre sí; las disciplinas interpretativas.
Acusar recibo de todo el entramado ficticio que el propio discurso pone en circulación (…) No se trata entonces de buscar un sentido en el seguimiento o continuidad de los encadenamientos lógico – discursivos presentes a lo largo de lo dicho, sino de dramatizarlos. La textualidad, por el contrario, convoca al lógos – pensar y habla – no sólo en la centralidad propia de lo enunciado, sino también en los elementos que trabajan en las capas marginales o limítrofes que se dan cita en todo texto; en una palabra, en las fuerzas atractivas / repulsivas que interrumpen el espacio, que lo asaltan.
Volvemos así – sin haberla abandonado - a esa singular regla de 3. 33 veces para
rellenar esos vacíos bibliográficos sobre la poesía – la muerte (esa operación
interpretativa es la que adopta Andrés Ajens en su análisis acerca de La Poesía Chilena:
sugiere incluir como una quinta punta de la estrella la voz de Violeta Parra, certificada
en la defunción en Décimas La muerte con anteojos9). Aunque se encuentre vaciada de
9 Cfr. Merodeos en torno a… p. 13.
sí, la ficha vacía y sus 32 simulacros restantes no están ausentes: hay un vestido de luto
que las envuelve, vistiendo sin cuerpo – “como un zapato sin pie, como un traje sin
hombre”, dice el poema de Neruda Sólo la muerte, obra ya registrada en la segunda
ficha bibliográfica del difunto poeta (lectura recomendada, no lo olvidemos). Viste de
bandera, figura tal que sólo significa, pero que no documenta singularmente, si lo
comparamos con las actas de defunción. “La Patria (nuestra segunda Madre) puede
inmolar a sus hijos…”, nos evoca JLM un año antes y, desde el índice histórico de La
Poesía Chilena, 1978, las muertes y desapariciones – otra manera de extender un luto
bajo la incertidumbre entre lo vivo y lo muerto, posible o no – son el correlato estético
de la violencia y ensañamiento con la cual la Madre (Patria) carga contra sus víctimas,
hijos que cinco años antes, huyen como estampidas. Ese “loco gritar de la ceniza”
(Gabriela Mistral, Soneto de la muerte IV, lectura recomendada también), puede
establecer aquí que toda data de muerte de la poesía chilena se verifica en la muerte
anónima, de aquellos cuerpos sin identificar, encontrados p. e., dentro de unos hornos.
Primera portada de un periódico oficialista citadino para ese año 78 (aparte del
oficialismo, ¿cuál es la otra prensa, la otra publicación, sus otras circulaciones?,
preguntas mínimas de realizar en la necesaria historia nacional de los márgenes); dos
oscuras bocas calizas a las afueras de Santiago… Problemática que no pretendemos
proseguir aquí – responsabilidad por conservar el vacío ético político de esas fichas -, lo
cual no impide dejar un indicativo para la reflexión: la muerte de la poesía en lo
absoluto es una renuncia o el supuesto de que la expresión ya ha sido superada por
cualquier otro medio narrativo. Ante la magnitud de lo terrible – no la muerte, sino algo
peor que ella - , la poesía se invalida a sí misma en su discursividad tradicional. A JLM
le queda gesticularla: “El sufrimiento perenne tiene tanto derecho a la expresión como
el martirizado a aullar; por eso quizás haya sido falso que después de Auschwitz ya no
se podía escribir ningún poema.”10
Con todo, aún no hemos encontrado satisfactoriamente el vínculo entre esta
numerología que nos impone JLM y estos materiales no intervenidos. Lo cual hace
suponer que están confeccionados para, justamente, no encontrar solución posible.
Remota es así la esperanza de que nosotros, sus lectores, estemos bajo un contrato
virtual del deber recomponer la poesía chilena (muerta) - ¿33 veces al menos? Labor
10 Adorno: Dialéctica negativa. p. 332.
recompositiva parecida a una resucitación, si entendemos ésta bajo el registro de una
traducción posible. A riesgo de textualizar el texto – porque un poema es, desde sí, un
análisis ya elaborado -, desmontemos las cinco puntas de la estrella o, para iniciar esta
última tentativa, apropiarnos sólo de una. 3 – 3 = tri-ángulo. Padre, Madre, Hijo,
postulado psicoanalítico heredero de esa otra portentosa lectura, la teológica, que resume
su propio triángulo en las voces del Padre, Hijo y Espíritu Santo. Consideremos en esta
triangulación la síntesis hallada por Jacques Lacan, en las atribuciones simbólicas (P),
imaginaria (H) y real (M).
La inscripción de La Poesía Chilena está recortada por el triángulo, cuyas líneas
imaginarias se encuentran trazadas por el autor; su muerte imaginaria – recordemos que
el acta de defunción objetiva para JLM es el año 1993, en circunstancias de salud harto
delicadas – está preanunciada en el doble tachismo del nombre propio. Procedimiento
de escritura que busca la máxima economía o reducción del YO psicológico o también:
subordinación del yo literario sobre el yo público,11 puesto que el primero contiene
dentro de sí una síntesis de lo vivencial, incluidas, claro está, todos los campos de
experiencia posible. Condición doble del hijo en el nombre público – hijo de ese padre,
la quinta punta de la estrella llamado Luis Guillermo Martínez Villablanca, cuya data de
muerte es el 26 de diciembre de 1977 (aquí las datas no son accesorias: una poética de
la data no es sino el doble lazo entre la poesía y la historia, debate por el cual, desde
Aristóteles, habría mucho que decir). El segundo nombre tachado hace referencia a la
condición de hijo cósmico, Juan de Dios Martínez, por el cual también nos asaltará la
numeración 33: edad de vida en la tierra de Jesuscristo.
La poesía chilena, violentada a la potencia de los cuatro poetas nacionales, constituye
aquí el plano simbólico paterno. El número 4 parece recoger y reinstalar un ajuste de
cuentas con la publicación de Alone titulada Los Cuatro Grandes, en el cual cabe dudar
sin más que el aporte e influencia de la poesía chilena se sustenta bajo tan reducido
número. Pero la elección propuesta por JLM no desconoce la problemática relación que,
en cada punto del triángulo, se produce al interior de cada uno de los poetas nacionales
con el padre objetivo. Una lectura positiva del padre poético pasa por la ausencia en
11 “Los aspectos biográficos de un autor me parecen irrelevantes a la hora de enfrentarse a un texto. De ahí que no parezcan adecuadas las entrevistas que buscan datos nuevos, como queriendo encontrarles un doble sentido a los poemas.” Juan Luis Marínez: Poemas del otro. p. 64.
cada paternidad, como si el proceso simbólico (en suma, la posibilidad de construir el
nombre del padre) fuese fallido en todos los casos. Mistral, Neruda, de Rohka y
Huidobro son los padres simbólicos, los nombres propios de la poesía nacional,
precisamente porque su poética expresa – cada cual dentro de sus límites trópicos,
escenográficos, prosódicos, etc.- la imposibilidad misma de articularse como padres de
la poesía chilena. Otra manera de expresarlo sería: la poesía chilena es nuestra ausencia
de nombre propio, la impropia propiedad como diría Hölderlin, ese “resto” que nombra
ausencia, puesto que ha franqueado el límite en tanto experiencia límite de nuestra
lengua. Lectura teológica: los cuatro poetas, voces análogas a las de los evangelistas del Nuevo
Testamento (¿no es, fuertemente hablando, La Poesía Chilena el documento
testamentario de la poesía chilena?). Similar al Evangelio, las cuatro voces son un puro
instrumentum, el médium por el cual hace acto de gracia la voz del Espíritu Santo – o el
contenido Real de la poesía nacional. Sólo como un indicativo, convendría destacar de dónde
pende una lectura a 4 voces o, por el contrario, una voz, un habla individualizada que se
encarna en cuatro voces distintas. Sobre la elección entre la interpretación polifónica (sinopsis) o
monofónica (concordia) a La Poesía Chilena, parece jugarse también cierta traducción progresiva
o reactiva por el cual al analista le cabe una decisión al respecto.12
Finalmente, el Padre / travestido poéticamente en forma de Madre. La última página de
La Poesía Chilena contiene el acta de defunción del padre objetivo de JLM. Dos
elementos que conforman realmente la poesía, vale decir, como Espíritu Santo (misterio)
y Real (lo “imposible”, el deseo): la causal de muerte del señor Luis Guillermo reza y
dice a la vez Infarto del miocardio. Insuficiencia cardiaca (el enfermo crónico del
corazón tiene una experiencia reveladora y, por ello, singular, cuando su médico le
ordena decir “treinta y tres”. Por eso, para el vivo, el número sólo indica una simple
cifra). Y he aquí que la muerte de la poesía, la poesía chilena, sus símbolos y relaciones
12 De acuerdo al estudio realizado por Juan Leal, existirían dos procedimientos de escritura empleados en la trascripción del texto sagrado cristiano. La Concordia fusiona los cuatro testimonios evangélicos en un único texto. Es, a partir del siglo III que Ammonio realiza la Sinopsis, esto es, la escritura a cuatro columnas interdependientes. Pero la diferencia entre uno y otro para este exegeta es apenas formal, pues la sinopsis “es, pues, una verdadera concordia, no porque funda los textos, que es el sentido en que de hecho suele emplearse la palabra, sino porque, al hacer la yuxtaposición en columnas paralelas, sitúa en un mismo lugar y tiempo los textos dispersos de los diversos evangelistas.” (Cfr. Sinopsis de los Cuatro Evangelios. pp. 3-4). Por el contrario, suponemos aquí un quiebre importante respecto a la interpretación textual – que JLM también lo deja expuesto en su objeto: la lectura polifónica (expresión musical, por cierto), se basa en una técnica generadora de diferencias, por la cual las voces se independizan unas de las otras. En suma, una sinopsis no es sino el resultado de una relación entre símbolos (parece tautología, puesto que symbolon cabe traducirlo como “relación” o diálogo entre partes). Recuperación platónica y moderna de aquello que supone una lectura de texto.
entrecruzadas convergen en un puro punto de inflexión, en aquello que gustosamente
denominaremos como su poética de la tierra: la ficha bibliográfica actúa bajo una
lectura recomendada, una lectura Real y materna, que dice “Tierra del Valle Central de
Chile” con una muestra en bolsa transparente de tierra, en polvo (eres…). La Tierra,
rebote de ese artículo y sustantivo femenino en nuestra lengua, donde se multiplican
imágenes y alcances cruzados (la maternidad; la “madre tierra”; ese suelo en el cual se
descompone la materia y brotan los frutos; desde el asentamiento del hombre hasta un
planeta que es designado como tal. Doble vínculo de esa designación en la palabra, la
lengua que también conocemos como fundamento, el Grund alemán, por el cual la
filosofía de occidente, hasta Heidegger y más allá, se sintió tentada en decir una palabra
sobre ello). Y, ese único ejemplar en el país de la letra muerta, nuestra Biblioteca
Nacional – así como el Instituto Médico Legal es el territorio de los cuerpos muertos -,
sin tierra, sin ese paquete, sin el “objeto-arte”. Diremos, un ejemplar de La Poesía
Chilena “flotante”, en ausencia de su elemento vital, sin suelo (ohne Boden); pero
también flotante, como si fuera una pura Idea de la “poesía chilena”: metáfora de lo que
tenemos como poesía nacional, de lo “conservado” - una idea flotante en nuestras
cabezas.
AB IMO PECTORE (“Desde el fondo del pecho”): Se cuenta que los primeros
fisiólogos de la historia tenían una vaga idea acerca de en cuál región de nuestro cuerpo
se albergaban sus más recónditos sentimientos: todos coincidían en atribuirle al corazón
el título honorífico de organum animicus; errada o no esta aseveración, lo cierto es que
la poesía también tomó nota sobre estos descubrimientos. Sin dejar de lado – aunque
animado por otros motivos – a la filosofía moderna, cuyo testimonio más directo puede
leerse aún en la Quinta sección del Discours de la Méthode cartesiano o en las
reflexiones de Pascal. De igual manera a la típica expresión “sacar pecho” para
referirnos a los atributos de la valentía y heroísmo que experimenta el ser humano (y
que denotan un cierto estímulo propenso a la vida, a la conservación de ella, sobre todo
en los casos dramáticos en los cuales esté envuelta), es igualmente digna de atención su
contrario: “Para el ser humano que se acerca a la muerte (…) la situación es diferente
(…) No percibe la sedimentación de materia en los vasos coronarios, sino que siente un
peso sobre el pecho, que solamente conoce él y del que los demás, incluidos sus
médicos, no saben nada.”13 Propensión de la vida la muerte, sin ninguna partícula
excluyente o diferencial entre una y otra. Riesgo inevitable, por lo tanto, de escribir
acerca de ellas, sin ninguna conmoción en el pecho, bajo la pura abstracción objetiva.
Es por eso que la escritura se sitúa en los sujetos genéricos que expresan la vida o la
muerte, y sobre ellos se erige toda historia posible. Pero, toda tradición – enseña Marx –
no es sino fruto de la eterna querella entre los espectros de los muertos que “oprimen el
cerebro de los vivos”. Juan Luis Martínez nos invita a sentir dicha opresión, el peso
rememorativo, como una invocación, invocación que ya no escribe poesía, sino que la
conjura.
octubre del 2008
Triángulo interpretativo para La Poesía Chilena
S Padre poético x 4
I R -1 Hijo Madre- Juan Luis Martínez Espíritu Santo Juan de Dios Martínez
13 Jean Améry: Levantar la mano sobre uno mismo. p. 45.