Abensour- De La Compacidad

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  • 7/26/2019 Abensour- De La Compacidad

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    Traduccin de Andrea Meja

    Miguel Abensour

    De la compacidad.

    Arquitecturas y regmenes totalitarios

    Abensour, Miguel. 1997. De La Compacit - Architectures Et Rgimes Totalitaires.

    Pars: Sens & Tonka

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    PRLOGO

    El arquitectono representa ni un estado dionisiaco ni

    un estado apolneo: aqu los que demandan arte son elgran acto de voluntad, la voluntad que traslada mon-taas, la embriaguez de la gran voluntad. Los hombresms poderosos han inspirado siempre a los arquitectos;el arquitecto ha estado en todo momento bajo la suges-tin del poder [...] La arquitectura es una especie deelocuencia del poder expresada en formas, elocuenciaque unas veces persuade e incluso lisonjea y otras vecesse limita a dictar rdenes.1

    Friedrich Nietzsche, Crepsculo de los dolos2

    Vuelve acaso a rondarnos la inquietante sombra deAlbert Speer? La aversin por la arquitectura modernapareciera en algunos ser tan fuerte como para confundirsu mente, al punto de hacerles sentir admiracin, in-cluso veneracin sin escrpulos ni remordimientos, porlos monumentos y la obra de A. Speer. De acuerdo conellos, la obra del arquitecto de Hitler constituira un

    modelo para la arquitectura pblica de nuestro tiem-po y de los tiempos por venir. El nacionalsocialismo deSpeer, su participacin en las primeras filas de la em-

    presa hitleriana Hitler consider en un momento laposibilidad de convertir a Speer en su delfn, no seranms que elementos contingentes, secundarios, que po-

    dran fcilmente ser dejados de lado, entre parntesis,con el fin de descubrir, bajo el envoltorio ideolgico, elncleo arquitectnico autntico. Se sabe que A. Speerfue un archimentiroso. Por ejemplo, negaba toda parti-cipacin en la conferencia de Posen (octubre de 1943),en el curso de la cual Himmler pronunci un discursoasesino a propsito de la as llamada Solucin finalde la cuestin juda en Europa, es decir, el extermi-

    nio destinado a hacer desaparecer el pueblo judo de lasuperficie de la Tierra. Poco importa el complejo meca-nismo de sus negaciones. Lo esencial es que pretendahaber ignorado todo lo relativo al genocidio de los ju-dos y que afirmaba no haber visitado jams un campo.

    Es innegable que estaba enterado del exterminio de losjudos y que, en el ejercicio de sus funciones, visit almenos un campo. En la ltima parte de su vida, des-pus de su salida de la prisin de Spandau, A. Speerempez una nueva carrera, esta vez literaria, absol-

    1 Cf. An Architecture of Our Minds, Nietzsche and Architecture, ed-itado por Alexandre Kostka e Irving Wohlfarth 1998, Getty Insti-tute, Los ngeles.

    2 [Nietzsche, Crepsculo de los dolos. Traduccin de Snchez Pascual.Madrid: Alianza, 2002, p. 99.]

    vindose en emisiones, en entrevistas, en conferencias,tanto en Alemania como en gran parte de las ciudadeseuropeas, especialmente en Londres. De este modo, el

    arquitecto wde Hitler logr transformar su participa-cin eminente en la barbarie nazi en un objeto curioso,en una experiencia interesante que habra de pertene-cer en lo sucesivo a la historia de la cultura. Como

    si fuera posible y legtimo disociar la arquitectura deSpeer del poder de Hitler. Se sabe adems que en un

    momento de jbilo poco controlado, Speer se atrevia alegrarse con insolencia por haber salido tan bien li-brado y por haber podido en el fondo burlarse del p-blico. Estarn por concluir de manera definitiva las

    maniobras de Speer? El nombre de Speer pertenece-r en adelante a la historia de la arquitectura y slo aella? Es suficiente un discurso con pretensin esttica

    para reintroducir suavemente el nazismo en la escenacultural? En Berln, algunas esculturas modernas no

    figurativas, de arte degenerado para los criterios nazis,dispuestas hbilmente ante el centro nipn-alemn, laantigua embajada del Japn bajo el III Reich, ocultan ointentan ocultar la arquitectura de Speer, presentandoal espectador un conjunto cultural eclctico, de aspectotpicamente moderno. Como si esas esculturas fuesenel billete de entrada que el arquitecto de Hitler tuvieraque pagar para ocupar su lugar en la historia de las

    formas del siglo XX.

    Sin duda alguna, el tiempo de los libros de arte sobre laarquitectura de Speer anuncia el triunfo del arquitecto deHitler. Su trabajo de autojustificacin y de autorrehabi-litacin terminar venciendo? La relacin con la culturalograr borrar el vnculo con el poder? Retomemos puesla pregunta crtica de Nietzsche: bajo el imperio de qu

    poder trabaj Speer, a la sugestin de qu potencia obe-deci, se someti? Sepamos encontrar en estas formas, enesta arquitectura que da rdenes, que apunta a dominar,

    peor an, a destruir, el lazo con el poder nazi. Antes dever en ella una arquitectura pblica, sepamos reconoceruna obra de la misma ndole que la msica de acompa-

    amiento con la que las SS sofocaban gustosos los gritos

    de sus vctimas.3

    I. LAESTRATEGIADELADISYUNCIN:CINCOPROPOSICIONES

    Como indica la conjuncin del subttulo de este en-sayo, la idea es proponer y explorar una relacin en-

    3 Theodor Adorno, Dialectique ngative [La dialctica negativa], Pars,Payot, 1978, p. 258.

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    Traduccin de Andrea Meja

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    tre ciertas formas de arquitectura y las experienciastotalitarias de nuestro siglo; es marcar de antemanouna distancia frente a las estrategias de disociacin o de

    disyuncin entre estos dos rdenes de fenmenos.

    En efecto, al consultar ciertos trabajos recientes relati-vos a la arquitectura del III Reich,4pareciera ser que elencuentro entre la arquitectura, en este caso la arqui-tectura neoclsica, y el totalitarismo nazi no fuese msque producto de la contingencia, a saber, de la pasinde Hitler por la arquitectura.

    Sin quedarnos en la intencin de los actores histri-cos, vale sin embargo la pena notar que esta relacinentre arte y poltica fue explcitamente reivindicadapor los nazis. Es lo que se concluye del artculo Elarte como fundamento de la fuerza creadora en polti-ca (Vlkischer Beobachter), segn el cual la obra pol-tica de Hitler sera la sublimacin y la transfiguracinde sus disposiciones artsticas.

    Hoy sabemos que no es una coincidencia si AdolfHitler no se encontr alguna vez entre los numerososalumnos de la Academia de pintura de Viena. Estabaconsagrado a una tarea ms grande que la de conver-tirse en un buen pintor o quizs en un buen arqui-tecto. El don para la pintura no es un aspecto de supersonalidad debido al azar, es un rasgo fundamental

    concerniente al ncleo de su ser. Existe un vnculoindefectible entre los trabajos artsticos del Fhrer ysu gran Obra poltica. Lo artstico es tambin la raz desu desarrollo como poltico y como hombre de Estado.Su actividad artstica no es simplemente una actividadde juventud, es el postulado de su idea creadora en sutotalidad [...] El Fhrer le dio al trmino poltico elsentido de una construccin, y slo pudo lograrlo por-que su idea poltica se desarroll a partir de los conoci-mientos surgidos de una actividad artstica de la cualtuvo personalmente la experiencia creadora.5

    Resulta entonces conveniente interrogar el fin de esa ope-

    racin que consiste en salvar la arquitectura neoclsica,disocindola del nacionalsocialismo. Puede resumirse estaestrategia de la disyuncin en cinco proposiciones.

    4 Lars Olof Larsson, Albert Speer. Bruxelles, 1983. Lon Krier, AlbertSpeer Architecture 1932-1942. Brucelas, 1985. De aqu en adelante,A.Speer.

    5 Citado por ric Michaud en Nazisme et reprsentation [Nazismoy representacin], Critique, diciembre de 1987, pp. 1032-1033.Desde entonces, escribi Un art de l ternit [Un arte de la eterni-dad], Pars, Gallimard, 1996. De aqu en adelante, Un Art.

    1. Para poder llegar a reapropiarse de la arquitecturaclsica, sera importante distinguir los medios cul-turales nobles de los fines polticos innobles, ra-

    cistas. Distincin tanto ms legtima cuando puedepostularse como principio la siguiente tesis: si en lahistoria un rgimen poltico odioso se vale de mediosculturales nobles para alcanzar sus fines, se comprue-ba que los medios as movilizados terminan siempre,gracias a su nobleza, trascendiendo los objetivos po-lticos condenables.De este modo, segn Lon Krier, que recurre insisten-temente al argumento del trascender, la arquitectu-ra de Albert Speer sera la fachada civilizadora y encuanto tal recuperable de un imperio de mentiras.

    2.Esta distincin conduce directamente a la tesis de laneutralidad de la arquitectura, incluso a la de su ag-nosticismo o su indiferentismo poltico. El mismo L.Krier escribe: No hay ni arquitectura autoritaria, niarquitectura democrtica, del mismo modo que noexisten escalopes vieneses autoritarios o democrti-cos. Sin siquiera preguntarnos por lo bien fundado deesta comparacin entre el escalope la cocina y la ar-quitectura, podemos notar que Krier no se intimida enabsoluto con categoras conceptuales, ya que confundealegremente rgimen autoritario, dictadura, tirana, to-talitarismo, empleando indiferentemente uno de estostrminos, creyendo con toda evidencia que se trata de

    sinnimos que permiten evitar repeticiones!3. La tesis del indiferentismo poltico de la arquitectu-

    ra reposa abiertamente sobre una concepcin instru-mental del fenmeno arquitectnico.

    Existen (en cambio) buenas y malas construcciones.Hay sobre todo maneras humanas y maneras inhu-manas de producir, de explotar la arquitectura o deservirse de ella. La arquitectura no es poltica, nopuede ser ms que el instrumento de una poltica,para bien o para mal.6

    4. La denuncia justificada del falso silogismo. Si segui-mos los anlisis de L. Krier, todo el asunto resultarade la puesta en marcha de un falso silogismo: Hitleramaba la arquitectura clsica; ahora bien, Hitler es untirano;por lo tanto, la arquitectura clsica es tirnica.Si bien es efectivamente cierto que no se puedeconcluir lgicamente de la pasin de Hitler la na-turaleza necesariamente tirnica de la arquitectura

    6 L. Krier,A. Speer, op. cit., p. 24.

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    clsica, no se sigue tampoco que podamos ahorrar-nos el interrogante sobre la posible relacin entre laarquitectura, arte soberano, arte tirano en la era

    teocrtica (Victor Hugo) y los regmenes totalitariosde nuestro siglo.

    5. El sealamiento de unano determinacin entre reg-menes totalitarios y estilo arquitectnico. En efecto,el nacionalsocialismo se acompaa por lo general deuna arquitectura neoclsica; el fascismo italiano,de una arquitectura modernista, y a partir de me-diados de la dcada de los treinta, el estalinismo seorienta igualmente hacia una arquitectura neoclsi-ca. Podra de esto concluirse, en un nivel lgicosimple, que habra una autonoma de lo arqui-tectnico con respecto a lo poltico, dado que losmismos estilos arquitectnicos aparecen en reg-menes polticos diferentes, y que, a la inversa, re-gmenes estructuralmente cercanos se acompaande estilos arquitectnicos diferentes.

    Pero una vez puesto lo anterior de relieve, puedetenerse la certeza de que se ha comprendido qu esun rgimen totalitario? Basta con invocar la lgicapara ignorar soberbiamente la lgica de la instaura-cin totalitaria de lo social y, de paso, la relacin questa es capaz de establecer con la instauracin de unespacio y de un tiempo singulares?

    El nico inters de esta estrategia de la disyun-

    cin es llamar la atencin sobre los peligros queguarda en s la tesis dogmtica de la conjuncin.Pero, como sabemos, tomar el revs de una tesises otra manera de conservarla y de permanecervo-lens nolens bajo su dominio.

    II. LASTRESEXIGENCIASCRTICAS

    As se define, por tanto, nuestra tarea: cmo pensarde manera crtica las relaciones entre arquitecturas yregmenes totalitarios?

    De manera crticaimplica satisfacer varias exigencias:

    1. HIPTESISDEINVESTIGACINDe lo que se trata para nosotros es de poner a prue-ba una hiptesis de investigacin y no de afirmar unatesis dogmtica; esta hiptesis puede enunciarse de lasiguiente manera: La dominacin totalitaria dio a luzuna lgica arquitectnica especfica? Existen una o va-rias formas arquitectnicas propias de las experienciastotalitarias, o ms bien contrahiptesis las produccio-nes arquitectnicas de las experiencias totalitarias pue-

    den desprenderse de los conjuntos poltico-ideolgicosen los cuales surgieron?

    Para ser pertinente, esta pregunta requiere ser mo-dulada; es decir que conviene distinguir dentro deuna misma coyuntura histrico-poltica varios tiposde arquitectura. As, lo que es vlido para la arquitec-tura pblica monumental no lo es necesariamentepara la arquitectura industrial, y menos an para la

    vivienda y la arquitectura privada. Adems, qu seentiende por dominacin totalitaria? Puede leerse,por ejemplo, lo que escribe Barbara Miller-Lane:

    La arquitectura nazi no fue el producto de un sistematotalitario monoltico, sino el resultado de luchas depoder y de disensos. El programa de construccinnazi no reflejaba una nueva ideologa totalitaria, sinouna serie de ideas en conflicto heredadas de contro-versias sobre arquitectura del perodo de Weimar.7

    Si bien es cierto que hay que tener en cuenta el carctermiscelneo, eclctico, de la ideologa nazi, no subyacea esta conclusin de B. Miller-Lane una concepcin ba-nal del totalitarismo, que ignora los clebres anlisis deHannah Arendt sobre la estructura de cebolla de estaforma de rgimen, suponiendo que se trate de un rgi-men? De la misma manera, es recurrente que obras tannotables como las de B. Miller-Lane adolezcan de una

    ausencia de reflexin acerca de la dominacin totalitariay no lleguen a situarse en el punto de vista correcto, esdecir, la institucin poltica del vnculo social.

    Pero la relacin, si es que la hay an falta precisar concuidado los trminos mismos de la relacin, debe serpensada en su reciprocidad: No sienten los regmenestotalitarios una fascinacin por la arquitectura? Cmointerpretar esta fascinacin?

    2. INTERPRETACIONESFILOSFICASDELTOTALITARISMO:UNIDADYDIVERSIDAD

    De lo que ahora se trata es de situar esta investiga-cin bajo el signo del interrogante y de lo problem-tico, partiendo de interpretaciones filosficas deltotalitarismo (Hannah Arendt, Claude Lefort, prin-cipalmente), y no de tipologas sociolgicas o jurdi-cas que tendran como resultado centrar el anlisisen fenmenos de correlacin. Esto equivale a decirque esta puesta en relacin de dos objetos la do-

    7 Barbara Miller-Lane,Architecture and Politics in Germany 1918-1945.Harvard U. P., 1968. De aqu en adelante,Architecture and Politics.

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    minacin totalitaria y la arquitectura se preocuparpor considerar cada uno de los dos fenmenos en sudiversidad: las arquitecturas y los regmenes totalita-

    rios. Aunque uno de los presupuestos de la presenteinvestigacin sea que el totalitarismo es una forma dedominacin indita, propia del siglo XX, y que por lotanto debe distinguirse de la dictadura, de la tirana,del despotismo o de los regmenes autoritarios, siguesiendo conveniente, a partir de esta interpretacindel totalitarismo que tiende a privilegiar la unidad deesta forma de dominacin, preguntarse acerca de ladiversidad de los regmenes totalitarios.

    Pregunta del lado de la unidad: uno de los criteriosdistintivos del totalitarismo no sera el de investir demanera masiva lo arquitectnico? Como bien reconoceL. Krier a propsito de la arquitectura, sin en realidadsacar de ello conclusin alguna: Las dictaduras ms re-cientes en todos los lugares del planeta prescinden deella demasiado fcilmente.8

    Pregunta del lado de la diversidad: Qu lugar ocupa laarquitectura en el proceso de diferenciacin del totalita-rismo? Es la arquitectura, dentro de esta constelacinunitaria, un elemento diferenciador? Pueden identifi-carse, en este proceso de diferenciacin del totalitaris-mo, efectos o signos en el nivel arquitectnico?

    3. LAINTELIGENCIADELOPOLTICOComo lo indica la crtica fundamental dirigida a la es-trategia de la disociacin, la perspectiva aqu elegidaes la de la inteligencia de lo poltico, es decir, de unpensamiento que otorga una importancia primordiala la cuestin del rgimen poltico. Entendemos r-gimen no en el sentido estricto en sentido jurdicoo constitucional sino en sentido amplio, como elmodo de vida de una comunidad, en la medida enque sta se encuentra determinada esencialmentepor su forma de gobierno.9 Con esto reconocemosque hacemos nuestra la hiptesis doble:

    Una sociedad se distingue de otra por su rgimen, cuyoprincipio se encuentra ligado al modo de generacin yde representacin del poder. Existe una relacin, un

    vnculo entre los modos de vida de una sociedad (y, porlo tanto, entre la arquitectura) y su forma de gobierno.

    8 EnA. Speer, op. cit., p. 19.9 Leo Strauss, Droit naturel et histoire [Derecho natural e historia], Pars,

    Plon, 1954, p. 152.

    Cmo aprehender la relacin entre las arquitecturas y losregmenes totalitarios a la luz de una inteligencia poltica?Ms all de la cuestin misma del totalitarismo, es perti-

    nente dejar de pensar lo poltico como un elemento deri-vado y devolverle el estatus de modo de instauracin delo social. Entonces, si lo poltico, instituyente de lo social,comporta tres momentos constitutivos lapuesta en forma,lapuesta en sentido, lapuesta en escena10, qu relacinpuede pensarse entre el rgimen totalitario, su principio deinteriorizacin y la constitucin singular del vnculo social?De qu manera interviene lo arquitectnico en la institu-cin totalitaria del vnculo social? Es, en efecto, desde elpunto de vista del vnculo social, de la forma de la comuni-dad, que intentaremos aprehender esta articulacin de loesttico y de lo poltico.

    Enfrentada a la cuestin de la arquitectura, la inteligenciade lo poltico invita a movilizar la categora de totalitarismo,conservando todos los aportes de H. Arendt y de C. Lefort,pero buscando a la vez profundizar la reflexin sobre el do-minio totalitario en conjuncin con otras hiptesis, comola tan valiosa de George Mosse en The Nationalization ofthe Masses (Nueva York, 1975)11, la hiptesis de la nuevapoltica, cuyo inters reside en ocuparse de manera muyprecisa de la articulacin entre esttica y poltica, o, en tr-minos benjaminianos, de la estetizacin de la poltica. Noes a una hiptesis de esta ndole que responde en ciertosentido el ttulo de L. Krier cuando, a propsito de Speer,

    evoca una arquitectura del deseo?Igualmente, vale la pena el intento de ponerse en re-lacin con la teora de la dominacin carismtica de

    Weber, siguiendo el ejemplo de Franz Neumann, queen Behemoth12convoca la tipologa weberiana para darcuenta, de manera crtica, del carcter especfico delnacionalsocialismo.

    Finalmente, y antes que nada, se trata de preguntarpor el sujeto poltico en cuestin. Pero cmo debeentenderse esta expresin? Al contrario de lo queconsidera Krier en su voluntad de salvar la arquitec-

    tura neoclsica de Speer, no estamos en el mundo dela ciudadana, ni en el de la res publica, sino en el deuna inquietante extraeza, en el mundo encanta-do de la masa y la potencia, segn los trminos deElias Canetti. El sujeto poltico en cuestin es aqula masa, sujeto cuando menos ambiguo (de ah la

    10 Claude Lefort, Essais sur le politique [Ensayos sobre lo poltico], Pars,Seuil, 1996, pp. 256-257. De aqu en adelante, Essai sur.

    11 De aqu en adelante, The Nationalization.12 Franz Neumann, Behemoth, Nueva York, 1944.

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    posibilidad de jugar con la palabra sujeto) que debedisociarse de la idea de accin, de autonoma, y acer-carse ms bien a la de sumisin y de movilizacin

    total; sujeto que paradjicamente se constituye porla experiencia de la heteronoma radical, en la medi-da en que sustituyendo el movimiento, la puesta enmovimiento, la accin, tiende hacia la sujecin msextrema. Este sujeto poltico en cuestin nos llevade vuelta a una problemtica poltica ocultada por latradicin, pero reactivada y redescubierta por la exi-gencia de interpretar el enigma totalitario de nuestrotiempo, el enigma de la servidumbre voluntaria, tal ycomo fue magnficamente desarrollada por La Botie.De acuerdo con esta interpretacin, el sujeto polti-co luchara por su servidumbre, como si se tratasede su salvacin, en trminos de Spinoza, y pondraen marcha su autonoma, su libertad, para entregarseal encantamiento de la no-libertad, al encanto de lasujecin. As abordada, la arquitectura no sera en-tonces un instrumento de los arcanos del dominio(arcanae dominationis), sino que tomara ella mismaparte de una nueva figura de la servidumbre volun-taria. Ahora bien, qu relacin puede establecerseentre el poder mgico delnombre de arquitecturay elencanto delnombre de Uno?

    III. LASGRANDESLNEASDEORIENTACIN

    1. UNARELACINNOUNVOCA:LANECESIDADDEUNDESPLAZAMIENTO

    Una vez formuladas las exigencias crticas, cmo defi-nir las grandes lneas de orientacin de este ensayo enforma de proyecto?

    Es necesario pensar en este hecho perturbador: que noexiste una relacin unvoca entre los regmenes totalita-rios y un estilo arquitectnico dado,13puesto que puedeconstatarse que un rgimen totalitario puede apropiarsetanto de un estilo neoclsico como de un estilo moder-nista o futurista, o incluso poner en prctica la coexis-

    tencia eclctica de varios estilos.

    As que la pregunta arquitectura y totalitarismo, limi-tndose al estilo, est mal formulada, ya sea que seafirme o se niegue una relacin. Ms bien, tendra-mos que descomponer la pregunta en los dos interro-gantes que siguen.

    13 Cf. laproposicin 5 de la estrategia de la disyuncin, que llama la aten-cin sobre los peligros de la afirmacin dogmtica de una conjuncinentre los dos fenmenos.

    1.1. LAPREGUNTAPORELESTATUS14DELAARQUITECTURAEs conveniente operar un desplazamiento desde el es-tilo arquitectnico a la arquitectura misma, en cuanto

    autorrepresentacin identificatoria de una comunidadhistrica dada. Cul es el estatus de la arquitectura encualquier rgimen totalitario? Es justamente el estatusde la arquitectura, incluso el nombre de arquitectura(sise tiene en cuenta la fascinacin que la arquitecturaejerce sobre el poder totalitario), lo que Speer descubrede golpe para provecho suyo, cuando elabora un proyec-to para el primer congreso del Partido Nazi, en julio de1933. Escribe:

    Se preparaba el primer congreso del partido, que enlo sucesivo sera el partido gubernamental. Por suarquitectura, los escenarios deban expresar la nuevapotencia del partido victorioso.

    Es en esta ocasin que se encuentra por primera vez conel Fhrer, que se reservaba sus decisiones sobre el tema.

    Por primera vez, acababa de tener la revelacin delpoder mgico de la palabra arquitectura en el rgi-men del hitlerismo. Aunque en esta poca no todoel mundo conoca an la pasin favorita de Hitler.15

    La cuestin del estatus y del nombre de la arquitecturapodra ofrecer un criterio para diferenciar los regmenes

    totalitarios. Podran en efecto distinguirse los regme-nes en los que se manifiesta una congruenciaentre ladominacin totalitaria y la arquitectura, en los que estaltima se convierte en un elemento constitutivo de di-cha forma de dominio (cf.el nacionalsocialismo), y losregmenes en los que se observa solamente un tropismohacia la arquitectura, que en este caso adopta una fun-cin ms ornamental que constitutiva.

    Sea como sea, habiendo asentido a la estrategia de ladisyuncin en cuanto al estilo, pero habindonos distan-ciado de ella en lo que se refiere al estatusde la arqui-tectura, queda la siguiente pregunta: qu es lo que en

    14 [Le statut de l architecture: La palabra francesa statut puede enten-derse, en un sentido amplio, como la situacin de hecho de algo o dealguien en una sociedad, lo que correspondera propiamente al caste-llano estatus; perostatut tiene tambin un sentido jurdico, como unadecisin sancionada por el derecho, como un acto con poder institu-yente que tiene fuerza de ley, lo que tendra que traducirse por estatuto.Al no poder conservar la ambigedad, la traduccin privilegia el sentidoms general del trmino, aunque no debe dejar de orse el sentido jur-dico. N. del T.]

    15 Albert Speer, Au coeur du troisi me Reich [En el corazn del IIIReich],Pars: Fayard, 1971, pp. 41-42. Cursivas mas. De aqu enadelante,Au coeur.

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    la lgica del totalitarismo trae consigo tal intervencinde lo arquitectnico? En este nivel, y a ello invitan las

    Memoriasde Speer, vale la pena formular otra pregunta:

    cmo dar cuenta de la relacin entre la arquitecturaque goza de un estatus excepcional y el Fhrer? Atrac-cin, fascinacin, rivalidad recprocas? En qu medidase distingue esta relacin de la relacin entre el filsofo

    y el tirano, tan bien descrita por Alexandre Kojve,16yen qu medida se acerca a ella?

    Siguiendo los anlisis de B. Miller-Lane, puede apre-ciarse hasta qu punto la arquitectura goza de unestatus excepcional durante el rgimen nazi. Desdeprincipios de los aos treinta, en la prensa nazi se mul-tiplican los artculos que atacan la nueva arquitectura,equivalente del bolchevismo cultural. Esta campaase intensifica a partir de 1933. La arquitectura em-pieza a ocupar un lugar primordial, estima B. Miller-Lane. Aun cuando no hay un consenso homogneo enel campo nazi en cuanto a lo que deba ser la arquitec-tura, reina un acuerdo respecto al puesto que sta de-ba ocupar y a su importancia. Resurge la comparacinmultisecular entre el hombre de Estado y el arquitectoo para darle un toque ms popular, el constructor, locual da testimonio del carcter a la vez constructivista

    y conservador de la intervencin estatal. As, en juliode 1933, en el curso de una reunin del Kampbund, sedespleg la parbola de un constructor desconocido,

    una alusin evidente a Hitler.Durante el perodo de la ltima generacin, sehaba dejado que un magnifico viejo edificio sedegradase (el Reich). Pero, de pronto, surgi unconstructor desconocido que se dirigi [...] haciabuenos viejos artesanos que hasta entonces habansido incapaces de proteger el viejo edificio. Jun-tos expulsaron a los falsos maestros, levantaron unandamio alrededor del edificio y empezaron a lim-piarlo de falsas decoraciones, de tal manera que laautntica forma pudo reaparecer.17

    El Fhrer no dudaba en presentarse como el Arquitec-to, o en declarar que, de no ser por la guerra, se hubieraconvertido en uno de los ms grandes, sino en el primerarquitecto de Alemania.18

    16 Tyrannie et sagesse [Tirana y sabidura], en Leo Strauss, De latyrannie [De la tirana],Pars, Gallimard, 1954, pp. 215-280.

    17 Citado por B. Miller-Lane,Architecture and Politics, op. cit., pp. 179-180.

    18 Cf. . Michaud, Un art, op. cit., pp. 37 y 56.

    El estatus que se le reconoce a la arquitectura fue tantoms primordial, en la medida en que la cuestin de laarquitectura fue parte esencial del combate ideolgico,

    al reunirse y condensarse en ella todos los temas de laideologa nazi, el antimodernismo, el antibolchevismo yel antisemitismo.

    Por ejemplo, en cuanto a la Bauhaus:

    La Bauhaus es la catedral del marxismo. Una cate-dral que a decir verdad se parece mucho a una sina-goga. Es a la inspiracin de esta escuela modernaque le debemos esas cajas orientales que repugnan albuen gusto [...] Esos hombres revelaron lo que eran,su carcter ms profundo, a saber, unos nmadastpicos de las metrpolis, que han perdido el sentidode la sangre y de la tierra. Ahora su secreto ha salidoa la luz. La nueva vivienda es un instrumento queapunta a la destruccin de la familia y de la raza.Ahora entendemos el sentido oculto de este sinsen-tido arquitectnico que construye casas siguiendo elmodelo de las celdas de crcel y que est llevandoa cabo un interludio asitico en suelo germnico. Elbolchevismo, el enemigo absoluto de una poca flore-ciente, trabaja por la victoria de este horror y de estaarquitectura de desolacin.19

    1.2. LAPREGUNTAPORELUMBRAL

    Habiendo admitido el indiferentismo en cuanto almeroestiloarquitectnico, la pregunta en lo que sigue debeenunciarse de este modo: En qu se convierte una ar-quitectura neoclsica cuando esmovilizadaen la cons-truccin de un rgimen totalitario? La misma pegunta

    vale, evidentemente, para una arquitectura futurista omodernista. En resumen, se trata de identificar y des-cribir las mutaciones y las metamorfosis que se mani-fiestan en una arquitectura dada cuando se convierteen una pieza constitutiva de un rgimen totalitario.Existen signos distintivos, marcas del poder totalitario?La monumentalidad, lo colosal, lo excesivo, lo gigan-tesco? Por ahora retengamos como primera indicacin

    que si existe un signo del poder totalitario, tiene quever necesariamente con el espacio, con la instauracinde un espacio. Esto permite formular una pregunta msespecficamente poltica: El espacio as constituidotiene valor de espacio pblico, de espacio poltico? Esdecir, permite a la pluralidad de seres humanos, con-dicin de la poltica, manifestarse, ponerse en escena,aparecer; o al contrario, este espacio arquitectnico se

    19 B. Miller-Lane, ibidem, op. cit., pp. 162-163.

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    constituye como negacin de la pluralidad y, por tanto,como negacin de la poltica? Parece necesario recordarla definicin precisa de espacio pblico, por ejemplo, la

    que da H. Arendt, con respecto a los que se atrevan aaventurarse ms all de la proteccin del hogar.

    Se trata de una esfera entre iguales, entre ciudadanosvinculados por una igualdad de principio en la que cadauno puede atender y escuchar a cada otro, y de un espa-cio agonstico en el cual puede establecerse el lazo para-djico de la divisin. A esto se apresura aun a aadir queesta luz propia del espacio pblico es engaosa mientrasno sea poltica, es decir, mientras no se manifieste en elcorazn de una polis libre, no dominada por un tirano

    y en la que pueda desplegarse la accin en concierto.20

    Si en esta articulacin de la arquitectura con el espaciopblico el observador retiene un criterio, la pregunta estambin la de un umbral. A partir de qu conjunto designos puede considerarse que un umbral ms all delcual una obra arquitectnica determinada es objeto delpoder totalitario ha sido franqueado? A. Speer esbozaalgunas respuestas en susMemorias:

    [...] En nuestras construcciones, descuidamos todaproporcin [...] Cuando miro fotografas de edifi-cios comerciales, quedo espantado por ese aspectomonumental suyo que habra hecho intiles todos los

    esfuerzos que hacamos para darle a esta avenida unaanimacin digna de una gran ciudad.21

    Pero, ms an, pareciera que el poder totalitario se hi-ciese evidente en una total voluntad de dominio. As, porejemplo, a propsito del proyecto de la estacin central:

    [...] El edificio, gracias a su esqueleto de acero, habraresaltado ventajosamente entre los otros monstruosde piedra [...] Esta estacin deba sobrepasar la Esta-cin Central de Nueva York. Los huspedes oficia-les habran bajado una gran escalera; como todos losdems viajeros saliendo de la estacin, habran que-

    dado subyugados por esta perspectiva arquitectnicaque simbolizara el poder del Reich, o dicho con msprecisin, literalmente abatidos.22

    20 Hannah Arendt, Qu est-ce que la politique? [Qu es la poltica?], Pars,Seuil, 1995, p. 62.

    21 Au coeur, op. cit., p. 182.22 Au coeur, op. cit., p. 182.[Aniquilados: en francs assomms de assommer, matar de un golpe

    violento en la cabeza, aunque figurativamente puede querer decir ano-nadar, confundir, aturdir, abatir. N. del T.]

    Al nivel del poder totalitario, podra afinarse el anli-sis agregando la cuestin de los idola fori:No pueden,en efecto, distinguirse, segn el rgimen totalitario, los

    idola fori privilegiados por la arquitectura? Bien sea lanaturaleza, la inmensidad de los fenmenos naturalesen el nacionalsocialismo; bien sea la mquina en el fas-cismo italiano. Esta distincin apunta probablemente amodelos divergentes de comunidad.

    2. REGMENESTOTALITARIOS,ARQUITECTURASYVNCULOSOCIAL

    Adems de mantener a distancia tanto las simplifica-ciones de la disyuncin como las de la relacin unvoca,la inteligencia de lo poltico permite determinar comofundamental la pregunta por la institucin polticadel vnculo social, que, formulada en los trminos deArendt, sera la siguiente: Qu tipo de experiencia fun-damental de la comunidad humana impregna a este tipode rgimen?

    Ahora bien, con el fin de aprehender la institucin to-talitaria del vnculo social en su complejidad, es con-

    veniente poner en juego las principales categoras yaevocadas: la nueva poltica, la dominacin carismtica,la lgica totalitaria y el espacio social.

    2.1. LOSREGMENESTOTALITARIOSYLANUEVAPOLTICAOLAARQUITECTURAYLAMOVILIZACINDELASMASASEn lugar de oponer el concepto de nueva poltica al detotalitarismo,23parece ms fructuoso integrar los apor-tes de esta nueva conceptualizacin a los anlisis de lasexperiencias totalitarias. Con la expresin nueva pol-tica, G. Mosse designa la forma de poltica que surgecon la Revolucin Francesa y las guerras de liberacinen Alemania, a finales del siglo XVIII, y que opone ala estrategia liberal de constitucin de lites las altascapacidades, segn Guizot la estrategia de la nacio-nalizacin de las masas, la integracin de las masas alcuerpo nacional. Apoyndose sobre la soberana popu-

    lar y sobre la transformacin que trae consigo este sur-gimiento del pueblo en la escena poltica, esta nuevavoluntad se metamorfosea deliberadamente, a pesarde la separacin moderna entre religin y poltica, enuna nueva religin secular, definindose como tal; porejemplo, los saint-simonianos. En oposicin al gobiernorepresentativo, criticado por favorecer la atomizacin yla separacin, la nueva poltica, en cuanto democracia

    23 George Mosse, The Nationalization, op. cit., p. 4.

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    de masas, busca nuevas instituciones para instaurarotro tipo de mediacin o de comunicacin entre gober-nantes y gobernados, y para elaborar nuevas formas de

    control social. En desfase con la razn poltica modernay con la eleccin de formas limitadas de intervencinsubrayadas por Benjamin Constant, gracias a la famosaoposicin entre la libertad de los Antiguos y la de losModernos, esta nueva forma de movilizacin se inventaun estilo poltico en el que predominan los mitos y lossmbolos, las liturgias, incluso los cultos, a travs de loscuales el pueblo conquista su identidad en una seriede experiencias emocionales intensas.

    La accin poltica se transforma en un drama, con elpredominio de la palabra y la propaganda oral sobre loescrito. Llevando a la prctica una continua incorpo-racin de la esttica y de las artes, esta nueva polticase desarrolla en el cruce entre la dimensin religiosa yla dimensin esttica. Asistimos a una estetizacin de lapoltica sin precedentes.

    En resumen, el rasgo dominante de esta nueva polticaconsiste en constituir una forma de comunidad humanaque se pone a s misma como siendo superior a la comu-nidad democrtica moderna, dado que abre el acceso auna forma de unidad especfica que habra superado losmodos de alienacin propios de la modernidad, en elpasaje del Todos-unos alTodos-uno.

    Ahora bien, lo propio de los regmenes totalitarios es to-mar nota de ese surgimiento del pueblo en los orgenesde la nueva poltica para negarlo: es en la misma medidaen la que se da una desmovilizacin del pueblo en cuantoactor poltico, que se da unamovilizacin de la masaencuanto sujeto. Es decir que el rgimen totalitario, elpaso de la nacionalizacin a la movilizacin organizadade las masas, orientado hacia un vnculo social fusio-nista, desarrolla los rasgos de la nueva poltica hasta ungrado raras veces alcanzado. Nuevo rgimen polticoque destruye las condiciones mismas de la poltica, eltotalitarismo funciona bajo el terror y la ideologa, pero

    tambin, podra decirse, bajo la exaltacin exacerbadade la nueva poltica. Es a partir de esta exaltacin quepuede interpretarse el fenmeno arquitectnico en estaforma de dominio.

    El mismo L. Krier, que identifica erradamente el tota-litarismo con el mero terror, reconoce el poder mgicode la arquitectura de Speer.

    Esta arquitectura es simplemente incapaz de hacerreinar el terror por la fuerza de sus leyes internas. La

    grandeza, la elegancia y la solidez de los monumentosde Speer no estaban destinadas a aterrorizar. Tenan,al contrario, que seducir, conmover, dar abrigo y, en

    ltimas, engaar a las almas cautivas acerca de lasintenciones finales del sistema industrial y militar.24

    Una vez ms, en lugar de proceder aqu a la disociacinentre la fachada civilizadora y respetable (es decir, laarquitectura) y el imperio de mentiras, es necesario su-poner una continuidad, una mutua imposicin, entre laseduccin de la arquitectura y el proceso de constitu-cin de la masa, entre la captura de las almas (que no sedebe a un engao sobre las intenciones del sistema) yel llevar a la forma, el poner en escena un vnculo socialmgico y fusionista.

    La arquitectura aparece entonces como un momentoy como un dispositivo fundamental de la organizacinde las masas a travs de la instauracin de un espaciosagrado, mgico, estructurado de un modo especfico;la arquitectura aparece, por tanto, como pieza consti-tutiva de esta forma de rgimen. Rgimen paradjico,en el sentido de que, persiguiendo la desaparicin, ladestruccin de la poltica, se autodestruye en cuantorgimen. Es necesario insistir una vez ms en que eltotalitarismo es una forma de dominio indita que debedistinguirse tanto del despotismo como de un super-Estado o de un super-Leviatn. Es segn esta intencin

    que F. Neumann titul Behemoth su estudio sobre elnacionalsocialismo;otro nombre de otro monstruo b-blico que reinaba sobre el desierto y cuya ventaja, se-gn Neumann, reside en que permite asociar la idea dedominio totalitario con una situacin de no-Estado, deno-derecho, de anarqua y de caos. Una vez recordadolo anterior, es evidente que el problema que nos ocupase encuentra lejos de un simple estudio emprico delintervencionismo estatal en el campo cultural o de lasadministrativas burocrticas, llamadas al orden de la po-ltica arquitectnica.

    Se trata ms bien de buscar los puntos de encuentro

    en los que la lgica del dominio total (mucho ms alldel derecho, de la organizacin administrativa conscien-te), inseparable de una representacin determinada dela comunidad, del vnculo social, se manifiesta en dis-positivos arquitectnicos y, ms precisamente, en unacierta estructuracin del espacio, en la medida mismaen la que es legtimo hablar de un espacio especfica-mente totalitario que, por su carcter intrnseco, forma

    24 A. Speer, op. cit., p. 19; cursivas mas.

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    un espacio apoltico, es decir, destructor de todapolis,25de la geometra propia a la organizacin de una polispropiamente dicha.

    El recurso a los anlisis de Elias Canetti, relativos a ladinmica de las masas, puede ayudarnos a discernir me-

    jor esos puntos de encuentro. En efecto, no se operauna extraa alquimia en las masas in statu nascendi? Esnicamente en la masa que el hombre puede librarsede esta fobia al contacto; en la masa no solamente sesupera esta fobia, sino que se convierte en su contrario,en la bsqueda del contacto, en la fusin en un grupo,en un cuerpo compacto. Canetti sigue:

    Es la nica situacin en la que esta fobia se invierteen su contrario. Para esto, se requiere la masa com-pacta, en la que se estrechan los cuerpos, pero com-pacta tambin en su disposicin psquica, de tal modoque no se preste atencin a lo que estrecha. En elmomento en que uno se abandona a la masa, ya nose teme su contacto. En el caso ideal por ella repre-sentado, todos son iguales entre s. Ninguna diferenciacuenta, ni siquiera la diferencia entre sexos. Quien seaque a uno lo estreche y lo apriete, es como si fuese unomismo. Se le siente como se siente uno a s mismo. Derepente todo sucedecomo dentro de un mismo cuerpo.Quizs sea sa una de las razones por las que la masabusca compactarse de manera tan estrecha: quiere

    eliminar tanto como sea posible la fobia individual alcontacto. Cuanto ms se estrechan los hombres unoscontra otros, ms sienten con seguridad que no setemen los unos a los otros. Esta inversin de la fobia alcontacto es caracterstica de la masa.26

    Canetti desarrolla su anlisis llamando descarga el pro-ceso que se lleva a cabo dentro de la masa y que la cons-tituye, librndola de las cargas de la distancia.

    En la descarga, descartan lo que los separa y se sien-ten todos iguales. En esta compacidad en la que noqueda espacio entre ellos, en la que un cuerpo estre-

    cha el otro, cada uno est tan cerca del otro como des mismo. Alivio inmenso. Es para gozar de este felizinstante en el que ninguno es ms ni mejor que otro,que los hombres se convierten en una masa.27

    25 [En el original, citpalabra que significa tambin ciudad tiene todala carga poltica de la civitas latina, traduccin de la polis griega. Nopuede en este contexto traducirse cit por ciudad(que en todo caso sedira ms bienville). N. del T.]

    26 Elias Canetti,Masse et puissance [Masa y poder], Pars, coll. Tel, Galli-mard, 1986, p. 12.

    27 Ibidem, p. 15.

    No despeja la lectura de Canetti uno de esos puntosde encuentro entre arquitectura y rgimen totalitario,en el efecto de compacidad, en la compacidad misma,

    es decir, en la constitucin de espacios compactos cuyorasgo distintivo es hacer desaparecer los intervalos, elreducir las cargas de la distancia, abolirlas?

    Es Canetti mismo quien, a una lectura de las memoriasde Speer, En el corazn del III Reich, agrega reflexio-nes extremadamente valiosas, no desde una perspectivaanaltica, como erradamente considera L. Krier, sino encuanto a la posible relacin entre la arquitectura y laorganizacin de las masas, lo que es designado por Ca-netti como el tipo de animacin.

    Canetti propone una hiptesis muy fecunda, segn la cualla organizacin de las masas, su animacin, es la media-cin real entre arquitectura y dominio totalitario.sta esexactamente la hiptesis que opera en su ensayo Hitler

    segn Speer, que significativamente lleva por subttuloGrandeza y duracin.

    Los edificios de Hitler escribe estn destinadosa atraer y a contener las ms grandes masas. Es atravs de la creacin de tales masas que alcanzael poder; pero sabe con cuanta facilidad las gran-des masas tienden a disgregarse. Dejando de ladola guerra, existen slo dos medios para actuar en

    contra de la disgregacin de la masa. El uno es elcrecimientode la masa; el otro, su repeticinhabi-tual. Empirista de la masa como pocos ha habido,conoce de ella las formas y los medios. En plazascolosales, tan vastas que difcilmente pueden lle-narse, la masa tiene la posibilidad de crecer; per-manece abierta. Su pasin, particularmente impor-tante, se intensifica con el crecimiento.28

    De manera muy clara, Canetti refuerza esta hiptesis dela mediacin por la afirmacin de una relacin entre eltipo de animacin y el tipo de edificio, como si determi-nado edificio estuviese destinado a suscitar determina-

    da forma de animacin.

    Para la repeticinhabitual, existen edificios de tipocultual. Su modelo son las catedrales [...] Estos edi-ficios y estas instalaciones que, sobre el papel, empe-zando por su grandeza, tienen algo de fro y de repul-sivo, en la mente de su creador se llenan con masasde comportamiento diferente, segn el tipo de edifi-

    28 Elias Canetti, La conscience des mots [La conciencia de las palabras],Pars, Albin Michel, 1984, p. 205. De aqu en adelante, La conscience.

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    cio que las contiene y el tipo de delimitacin. [...] Noscontentaremos con despejar someramente el tipo deanimacin de estos edificios y estas instalaciones.29

    Evidentemente, esta movilizacin del jbilo la futura pla-za A. Hitler habra contenido un milln de hombres vade la mano con una desmovilizacin de los actores pol-ticos. No haba escrito Siegfried Kracauer, ya en 1927,en El ornamento de la masa: La produccin y el consumoirreflexivo de figuras ornamentales desvan las energas decualquier modificacin del orden establecido?

    2.2. REGMENESTOTALITARIOSYDOMINACINCARISMTICAArquitectura y puesta en escena de lo demnico

    De manera igualmente crtica, Roger Caillois (Quatre es-sais de sociologie contemporaine [Cuatro ensayos de sociolo-ga contempornea],1951) y Franz Neumann (Behemoth,Nueva York, 1944) nos invitan a pensar juntos totalita-rismo y dominacin carismtica, en la medida misma enque esta ltima aparece como un momento constitutivode la lgica totalitaria. El elemento en el sentido fuertedel trmino de esta forma de dominio sera lo demnico,es decir, el llamado a una forma de poder sumergida en loirracional. El daimon del Fhrer le permitira pronunciarsentencias sobre la divisin amigo/enemigo por vas queparecieran escapar del comn de los mortales, un poder

    que estara dotado de cualidades sobrehumanas, un po-dernuminoso, que engendra a la vez terror y fascinacin.Una permanente puesta en escena de unmysterium tre-

    mendum es llevada a cabo.

    He aqu la definicin de Max Weber:

    Llamaremos carisma la cualidad extraordinaria [...]de un personaje, por as decirlo, dotado de fuerzas ode rasgos sobrenaturales o sobrehumanos, o cuandomenos fuera de lo cotidiano, inaccesible para elcomn de los mortales; considerado es ms comoun enviado de Dios o como un ejemplo y, por lo tanto,

    como un Jefe (Fhrer).30

    Es en el corazn del rgimen totalitario donde sepone en marcha la unin entre los rasgos de la nuevapoltica la estetizacin de la poltica y los del domi-nio carismtico. Lo propio de este rgimen es suscitar

    29 Ibidem, pp. 205-206.30 conomie et socit[Economa y sociedad], Pars, Plon, 1971, T. I., p.

    249.

    una comunidad emocional intensa. La organizacinde fiestas, de congresos (desfiles, procesiones, masalenta, en palabras de Canetti), o incluso de lo que

    podra llamarse arquitecturas vivas, apunta a darforma a algo de esa vibracin mgica entre el Fhrery la masa, a algo de la tonalidad del movimiento. Esen este sentido que puede considerarse que la arqui-tectura es la puesta en escena de la participacin delFhrer en lo demnico.

    Con respecto a la nueva Cancillera, A. Speer transcribelas siguientes frases de Hitler:

    Soy aqu el representante del pueblo alemn! Ycuando recibo a alguien en la Cancillera, no esAdolf Hitler quien recibe a esa persona, sino elFhrer de la nacin alemana. As que no soy yoquien recibe, es la nacin alemana que recibe atravs de m. Y es por esto que quiero que estasestancias respondan a esta tarea. Cada uno hapuesto su mano en un edificio que resistir a lossiglos y que hablar de nuestra poca. El primeredificio del nuevo gran Reich alemn.31

    Ya hemos podido observar cul es el efecto de fe y su-jecin causado por esta mezcla de terror y fascinacin.

    Tiempo y poltica:

    Arquitectura y retencin del carisma

    La cuestin del dominio carismtico, pensada de maneracrtica, nos introduce a la relacin entre la arquitectura y lainstauracin de un tiempo especfico. El principal intersde la tipologa de Max Weber radica en que muestra cmocada forma de dominio inaugura una experiencia singu-lar del tiempo, una determinada forma de tiempo. Desdeeste punto de vista, el dominio carismtico se distingue,en cuanto potencia innovadora, por privilegiar lo extraordi-nario, lo excepcional, aquello que rompe el curso ordinariode las cosas; de ah su carcter antieconmico, anticoti-

    diano. En cuanto a esto, resulta revelador el antagonismode Hitler, el lder carismtico, hacia Speer, el arquitectoburcrata convertido en Ministro de Armamento en 1942.Este ltimo escribe en susMemorias:

    No obstante, yo situaba la planificacin general enel mismo plano que los edificios solemnes. Hitlerno. La pasin que manifestaba hacia los edificios

    31 Au coeur, op. cit.,p. 155.

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    prometidos a la eternidad, le impeda interesarse enlas estructuras viales, en las zonas de urbanizacin yen los espacios verdes: la dimensin social le era por

    completo indiferente.32

    El jefe carismtico queda atrapado en una situacinaportica. Como toda forma de dominio, el dominio ca-rismtico tiende a perseverar en su ser y, por tanto, aefectuarse en el tiempo. Pero, a la vez, esta realizacinen el tiempo arruina el carcter carismtico que la fun-da y la legitima. De ah la apora de tener que llevar elcharisma a la rutina: la realizacin en el tiempo cotidia-no, rutinario, disuelve elprimum movens de este domi-nio, a saber, el carisma mismo, epifana de un tiempofuera de la cotidianidad. La inscripcin en el tiempo,que en resumen representa el xito del carisma, condu-ce, paradjicamente, a su fracaso, a su desaparicin, asu disolucin.

    Es un fenmeno, una apora de este tipo, lo que tieneen mente Canetti cuando insiste en el carcter egipciode la arquitectura hitleriana. Pensando an en trminosde animacin de la masa, Canetti escribe:

    Es una animacin que se prolonga ms all de lamuertede su creador [cursivas mas]. Su marido dice solemnemente Hitler a la mujer de Speer [...]levantar para m edificios como no han sido cons-

    truidos desde hace cuatro milenios. Hitler piensa enalgo egipcio, en las pirmides en particular; a causade su dimensin, pero tambin porque durante esoscuatro milenios ellas han estado siempre ah [...] Escomo si hubiesen almacenado, en forma de duracin,los milenios para los cuales fueron concebidas. Suevidencia y su duracin, he ah lo que lo impresionams fuertemente [...] Porque estas creaciones [...] sonel smbolo de una masa que ya no se disgregar.33

    La hiptesis sera entonces que la arquitectura en estaforma de dominio tendra como labor el ofrecimien-to de una solucin, una respuesta a la apora de la

    rutinizacin del carisma. Es como si la arquitectura,por su eleccin de la grandeza, de lo monumental, delo gigantesco, tuviese por objetivo inmovilizar, fijar(en el sentido de un plano fijo, pero tambin en elsentido de guardar mediante una inscripcin) el ca-risma del Fhrer, retener esta cualidad inaprehensi-ble, que no se deja capturar en el tiempo, y siempre

    32 Au coeur, op. cit., p. 109.33 La conscience, op. cit., p. 207.

    in statu nascendi. Sin embargo, sus edificios (los deHitler) no eran pirmides; deban solamente retomarsu grandeza y su duracin, aclara Canetti.

    Contrariamente a lo que L. Krier opina (sin temor a in-vocar para ello a H. Arendt), no se trata de remediarcon una arquitectura pblica la fragilidad de las cosashumanas, el torbellino de la cosa humana;34se tratams bien, a travs de una arquitectura totalitaria, queinstaura espacios totalitarios, de fijar en la rigidez, en lomasivo de la piedra, el fulgor vertiginoso, hipntico, dellder carismtico, para figurar, bajo el signo del entusias-mo, la alianza fusionista del Fhrer y del pueblo racial.

    Yo transmita escribe Speer mi entusiasmo a Hit-ler cuando poda demostrarle que habamos vencido,al menos en el plano de las dimensiones, las obrasms famosas de la historia humana. l, sin embargo,jams gritaba su entusiasmo y guardaba sus palabras.Tal vez, en esos momentos, una cierta veneracin locolmaba, hacia l mismo y hacia la representacin desu propia grandeza, creada por orden suya y proyec-tada hacia el futuro.35

    Gracias a la grandeza y a la duracin, tendera a efec-tuarse una verdadera retencin del charisma, como si setratase de almacenarlo, en palabras de Canetti; comouna especie de cristalizacin del entusiasmo, smbolo

    de una masa que ya no se disgregar.36

    Algo que vienea fortalecer esta hiptesis es la idea que al parecer te-na Hitler de su relacin con sus eventuales sucesores,desprovistos de todo carisma, atrapados nuevamente enel dominio burocrtico; la monumentalidad nazi habratransferido a estos sucesores, por efecto de la retencin,algo del aura carismtica del fundador. Aun cuando Ca-netti no acuda a la nocin weberiana de dominio caris-mtico, es en el sentido de una retencin del charismaque despliega sus anlisis de la interaccin de la gran-deza y la duracin.

    Era necesario que las masas que incitadas por l lo

    llevaron al poder pudieran ser siempre nuevamentetocadas, movidas, emocionadas;aun cuando l ya noestuviese ah [cursivas mas]. Como sus sucesores notendran esta capacidad en el mismo grado que l,puesto que l es nico, lega sus mejores instrumentospara dicho fin; sitios de todo tipo, ya listos, sirven a la

    34 A. Speer, op. cit., p. 19.35 Au coeur, op. cit., pp. 96-97.36 La conscience, op. cit., p. 207.

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    tradicin de esta movilizacin de las masas. El hechode que sean sus edificios les confiere un aura parti-cular [] El recuerdo de las masas sometidas, por l

    movidas en ese mismo lugar, vendr a socorrer a losms dbiles entre sus sucesores [] el poder que lha adquirido por sus masas subsistir.37

    La arquitectura del III Reich, con sus rasgos propiosque remiten ms al estatus que al estilo, sera la solu-cin hitleriana de la apora del dominio carismtico.

    En este punto sera conveniente iniciar una reflexincrtica acerca de la definicin de Hitler de la arquitec-tura como palabra de piedra, definicin en la que vie-nen a conjugarse de manera extraa la volatilidad de lapalabra y la petrificacin del material, definicin en la quetienden a entremezclarse el carcter efmero de lo ex-tra-ordinario y su inscripcin en la eternidad y para laeternidad. Es como si la eternizacin (que no debe con-fundirse con el deseo poltico de inmortalidad) fueseuna va egipcia, nos atreveramos a decir, para salvar,para retener algo de la cualidad extra-ordinaria (nica-mente en el sentido de lo que rompe el curso ordinariode las cosas) de la aparicin del lder carismtico.

    Tan paradjico como pueda parecer, una relacin deberapensarse, a partir de la arquitectura, entre lo efmero, loexcepcional, la velocidad y la eleccin de la eternidad a

    la vez negacin de la finitud y retencin del carisma, bajola forma de un imperio milenario. En este sentido, la cues-tin de la piedra y del tiempo con los dualismos que laacompaan, se revela como esencial para un anlisis dela arquitectura en un rgimen totalitario.

    2.3. LGICATOTALITARIA,ARQUITECTURAYESPACIOComo todo rgimen poltico, el totalitarismo tiende ainstaurar una experiencia singular del espacio, en rela-cin con una figuracin propia del lugar de poder.

    Despolitizacin y estetizacin de lo poltico: el artemonumental

    Lo que la mayora de interpretaciones corrientes deltotalitarismo perece ignorar, es que esta forma de r-gimen (en la medida en que se trata de un rgimen)es paradjica: lo que est en juego es un rgimen cuyalgica consiste en suprimir lo poltico, en pretender

    37 Ibidem, p. 207.

    poder prescindir de los poltico, un rgimen atrave-sado por la voluntad ilusoria de hacer surgir una so-ciedad reconciliada que hubiese superado la divisin

    social y sus efectos. As, segn una tesis muy a me-nudo retomada, el totalitarismo se describe como unasobrepolitizacinde todas las esferas de la existencia.Es un anlisis que corresponde, sin duda alguna, ala penetracin depredadora del Estado en la socie-dad, hasta llegar casi a absorberla, una penetracinque tiende a reducir la pluralidad del campo social aun mismo conjunto de normas, de valores, de reglas,con el fin de producir un universo social prctica-mente homogneo. El partido nico y un entramadode organizaciones militantes o el Movimiento sonlos agentes omnipresentes de esta marcha incesantehacia la unificacin. Pero esto es confundir, bajo eltrmino inadecuado de sobrepolitizacin, un proce-so de organizacin y de movilizacin de las masas quetiende hacia un no-Estado con lo que es la instaura-cin de un espacio pblico y poltico que permita a laaccin manifestarse.38

    De ah el contrasentido inocente de L. Krier y otrosms que se atreven a invocar la nocin arendtiana deespacio pblico para salvar la monumentalidad nazi.Ahora bien, este poder del partido o del Movimiento,del orden de la movilizacin total teorizado por Ernst

    Jnger, se funda en un olvido de lo poltico, es ms,

    en una negacin consciente de lo poltico, incluso ensu odio. Esta negacin se pone de manifiesto en variosniveles: la desaparicin del pensamiento de lo polticocomo tal, el desvanecimiento de los diferentes lmitesestablecidos por la ley, o ms an, el desvanecimientode la idea misma de lmite y, sobre todo, la proscripcindel campo poltico como lugar de libertad, en donde,gracias a la palabra y a la accin la facultad de comen-zar, los hombres (los Todos-unos) pueden desplegar lacondicin humana de pluralidad y hacer que sta pro-duzca sentido.

    La arquitectura, en cuanto pieza constitutiva del r-

    gimen totalitario ah donde se despliega su arch,su orden, instituye un espacio que no tiene nadade pblico, nada de poltico. Lejos de permitir la co-existencia humana por la instauracin de un espa-cio agonista de palabra y de accin, de un espaciodiferenciado ya en su apariencia, en el corazn delcual pueda acontecer el actuar, este tipo de rgimen

    38 Miguel Abensour, D une msinterprtation du totalitarisme et seseffets [De una malinterpretacin del totalitarismo y sus efectos],Tumultes, n. 8, 1996, pp. 11-44.

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    apunta ms bien a constituir una masa sometida, entodos los sentidos de la palabra,39a una experienciamltiple, la de la descarga, en el sentido de Canetti,

    la de la fusin hasta la indistincin ya sea por unaidentificacin con las leyes de la historia, ya sea poruna comunin con el movimiento de la raza y su en-cadenamiento biolgico y, finalmente, la de la rela-cin entre orden y sujecin.

    Puesto que se trata aqu de espacio y de H. Arendt, noolvidemos que esta ltima describi admirablemente loque ocurre en una sociedad de masas en la que, pordecirlo de algn modo, caemos los unos sobre los otros.

    Lo que hace que la sociedad de masas sea tan dif-cil de soportar, no es, principalmente, la cantidadde gente; es que el mundo entre ellos no tiene ya elpoder de reunirlos, de vincularlos, ni de separarlos.Extraa situacin que recuerda una sesin de espiri-tismo en el transcurso de la cual los adeptos, vctimasde un truco de magia, ven de repente su mesa des-aparecer, las personas sentadas unas frente a otras,no estando ya separadas, pero tampoco unidas pornada tangible.40

    Es esta descripcin de la sociedad de masas, con sureferencia, en nada fortuita, a la magia y al espiritis-mo y no la de la solucin griega, la de la polis, la

    que tendra que haber sido retenida para discernirlos rasgos especficos del espacio instituido por el to-talitarismo, y para saber reconocer en la monumen-talidad nazi, no un nuevo espacio pblico, la bellafachada del rgimen, sino las condiciones mismasde avasallamiento de una masa que queda en lo suce-sivo aislada de toda experiencia poltica. Basta dirigirla mirada a un artculo de A. Speer escrito en 1937,Las infraestructuras del Tempelhofer Feld para el pri-mero de mayo de 1933 en Berln, para darse cuentade hasta qu punto en el universo nazi, nos encon-tramos exactamente en las antpodas de un espaciopblico y de un espacio poltico, hasta qu punto se

    trata de una destruccin de dicho espacio para sus-tituirlo por un espacio de cohesin absoluta, bajo elpoder de un mandato igualmente absoluto.

    En las nuevas fiestas del rgimen, el pueblo no figuraya como sujeto poltico, sino como soporte, en el lmite,como materia prima que ha superado toda separacin.

    39 [Soumise,sometidaysumisaa la vez. N. del T.]40 Condition de l homme moderne[Condicin del hombre moderno], Pars,

    1961, p. 63.

    La forma dada a las festividades pblicas ha cono-cido en estos das una transformacin fundamental.La idea de aparato de Estado se ha llenado de una

    nueva vida, recientemente surgida del pueblo y ligadaenseguida de manera ntima a lo ms profundo de sumodo de vida. El pueblo se ha convertido en el soportevivo del Estado. Sus fiestas son, por esta razn, fies-tas populares, en el sentido ms profundo del tr-mino. Llevan en s el carcter propio de lo popular.Mientras que antes, en el transcurso de las grandesfestividades nacionales, las fuerzas armadas desfi-laban bordeando el muro de una multitud curiosa ydesprendida, las masas del pueblo despierto desfilanhoy por mil lones []

    La monumentalidad nazi, tanto como el gigantismo delos edificios, lejos de crear pblico, produce lo masivo

    y lo compacto, en busca de una cohesin absoluta.

    Mientras que el estadio, con sus elevados muroshumanos rodendolo, transmita a todos los parti-cipantes una nocin viva del poder de demostracinde una manifestacin gigante, al mismo tiempo queel sentimiento de una cohesin absoluta, el Tempel-hofer feld, con su gigantesca superficie, no poda darcuenta sino de manera insuficiente de la experien-cia vivida en comn por las masas desfilando pormillones. De ah el peligro de que sin el empleo

    de poderosos medios artificiales cada uno, tomadopor separado, slo tomase conciencia insuficiente yparcialmente de la magnitud total de una manifes-tacin como sa.

    Existe un trabajo sobre el espacio, pero es un trabajoorientado hacia la concentracin en un punto centralal que se le reserva la visibilidad, y que coincide, por lodems, con el lugar del poder. La descripcin de Speermuestra que esta estructura se sita en las antpodas deuna forma geomtrica que, como el crculo, permitieseel mutuo reconocimiento o incluso la isonoma, puestoque se trataba en este caso de hacer subir las masas, de

    atraerlas hacia un punto central y de coagularlas en estasubida, como si no pudiesen anudarse ms que a travsde ese punto.

    Las dimensiones gigantescas del Campo hacan detoda delimitacin espacial algo insuficiente y rudi-mentario. Por esta razn, intentamos crear un puntocentral visible que fuese el polo de la impresin deconjunto. Era necesario que su centro ptico, sm-bolo del acontecimiento y expresin de la voluntadde las masas que participaban en el desfile, fuese

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    tan grande y tan poderoso que se pudiera percibirla eficacidad y la importancia aun del punto msalejado. Construimos una tribuna con banderas de

    cien metros de largo y que se levantaba en formade terraza a una altura de diez metros. Ms de milbanderas y pendones, los de las formaciones quedesfilaban, tenan su lugar, siendo muy visibles.El gobierno del Reich, con los invitados de honor,ocupaba el centro de la tribuna de banderas [] Lahora, intencionalmente elegida para la manifesta-cin, el inicio del crepsculo, acababa de reforzar elefecto de concentracin en ese punto central, dadoque la iluminacin de esta montaa de banderas,multiplicando los proyectores, le daba un color rojoque contrastaba fuertemente con el azul del cieloque se oscureca a medida que la noche caa, mien-tras que las construcciones accesorias y molestasdesaparecan en la penumbra de la tarde.41

    El arquitecto Speer reconoce bien, en la arquitecturadel III Reich, la expresin del proyecto de dominio quela animaba.

    Se busc producir una mentalidad colectiva quetena que tomar por norma la megalomana [] Laremodelacin arquitectnica de las ciudades alema-nas ofreca, al mismo tiempo que los monumentosgigantescos, destinados antes que nada a significar

    para la persona aislada su insignificancia,un marcopara la propaganda de las manifestaciones de lasmasas en los desfiles [] cuando la remodelacin ens ya era un gesto de propaganda. El sometimiento dela voluntad individual y la renuncia a sta, objetivosdel Estado, se manifestaban en la arquitectura.42

    Adems de su carcter gigantesco y megalmano, esteespacio presenta varios rasgos especficos de los cualesla suma, la unin, no hace ms que acrecentar el pro-

    yecto de dominio, la movilizacin de las masas.

    Es un espacio sagrado, con un exceso mgico, que, me-

    diante diferentes formas de animacin de las masas, tie-ne abiertamente como fin abolir toda resistencia, todoespritu crtico por parte de los espectadores. Y msan, se trata de un verdadero espacio hipntico en elque encontramos la misma focalizacin arriba descritapor A. Speer. Pero en este caso, la persona del jefe seha convertido en este punto focal. Tal y como en 1951

    41 A. Speer, L immortalit du pouvoir [La inmortalidad del poder], Pa-rs, 1981, pp. 266-268. Las cursivas de las tres citas son mas.

    42 Ibidem, pp. 243-244; cursivas mas.

    escriba R. Caillois en un ensayo titulado El poder ca-rismtico: Adolf Hitler como dolo:

    Y entonces, el fuego convergente de los proyectoreshace del Jefe el nico punto iluminado de una salaoscura. Se sabe que es un procedimiento clsico paraprovocar una hipnosis. No se necesita nada ms parapostrar a un pblico deliberadamente irritado poruna espera interminable.43

    Preparacin sonora, puesta en escena, recurso a cris-talizadores de la masa (banderas, msica, etc.), todo sepone en obra para producir un estado cercano al xtasiso a la unin mstica. Existo en ustedes y ustedes exis-ten en m, declara el Fhrer, citado por Caillois.44

    Es entonces conveniente embarcarse en los caminosabiertos por F. Neumann, R. Caillois, E. Canetti, paraapreciar mejor la relacin entre las arquitecturas tota-litarias y la puesta en obra de tipos especficos de ani-macin de masas. Tambin por el lado de H. Arendta condicin de no hacer de ella una lectura contra-ria, que plantea, al parecer con suficiente claridad, elcontraste entre un espacio poltico que a la vez une ysepara, y un espacio totalitario que encierra como unapicota, como un crculo de hierro, destruyendo el espa-cio de intercalacin entre los hombres del cual puedensurgir, de un mismo impulso, la libertad poltica y un

    mundo comn.Dnde y cmo situar la contribucin de esas arqui-tecturas en la constitucin de este espacio de mo-

    vilizacin despolitizante y no de sobrepolitizacin?Volvemos a encontrar aqu el problema del umbralcon la cuestin de lo monumental y la exaltacin delo gigantesco. A partir de qu umbral una arquitec-tura dada puede considerarse aliada en la construc-cin del dominio totalitario? El signo que anuncia esteumbral es el de una relacin entre lo monumental yla despolitizacin, por un lado, y la desaparicin delactuar, por el otro. Segn Walter Benjamin, el fascis-

    mo organiza las masas sin afectar los fundamentos deldominio que estas ltimas soportan y a la vez tratande rechazar; captando su energa y su expresin sinconcederles ninguna autonoma ni satisfaccin con-creta, la estetizacin de la vida poltica ofrece a lasmasas objetos o escenas de sustitucin, la guerra o el

    43 Roger Caillois, Quatre essais de sociologie contemporaine [Cuatro ensa-yos de sociologa contempornea], Perrin, 1951, p. 63. De aqu en ade-lante, Quatre essais.

    44 Quatre essais, op. cit.,pp. 66-67.

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    arte monumental.Esta estetizacin de la poltica, estasustitucin de una escena esttica por una prcticaconcreta de transformacin de las relaciones sociales,

    se hace evidente en el carcter monumental del artefascista. El arte fascista, que tiene como fin perpetuarel dominio de una pretendida lite evita, llevando ala forma lo monumental, cualquier autonoma de lamultitud que le permita pasar de ser una masa a serel sujeto de una accin revolucionaria. Lo monumen-tal engendra la ilusin de lo eterno y de lo inmutable.Adems, da a luz un verdadero dogmatismo esttico,no reconociendo ya el productor en el producto el re-sultado de su actividad productiva. La reproduccinmasiva grandes fiestas,meetingsmonstruosos man-tiene a la masa bajo un encanto de una nueva ndole:dndose a s misma en espectculo, la masa, lejos dereconocer en ese gigantismo un signo de su potencia,lo experimenta como una heteronoma radical. To-mada como material humano, la masa se constituyecomo un bloque en el que se disuelve la nocin mismade sujeto humano, y a fortiori, la de actor poltico; unbloque en el que se destruye toda posibilidad de unproceso de subjetivacin.

    Por la identificacin que regularmente se ha hecho en-tre las masas y la arquitectura A. Speer habla a menudode muros humanos, no nos encontramos frente a unrasgo de la obra totalitaria que sera comn a las masas

    y a la arquitectura, a saber, la compacidad?Y a la com-pacidad, el destierro de todo espacio de intercalacin y,por ende, de todo espacio poltico, se opondra loporosoo laporosidad, que, gracias a un tejido lacunario, abrirauno o varios espacios de libertad, o mejor, espacios enlos que se celebra el matrimonio de la libertad y del

    juego. A propsito de la ciudad de Npoles, en 1928,W. Benjamin y Asja Lacis esbozan un contrarretrato dela arquitectura totalitaria, fino hasta el punto de con-siderar la dimensin temporal, es decir, el rechazo de lodefinitivo y la eleccin de lo imprevisible.

    La arquitectura es porosa como esta piedra. Estruc-

    turas y acciones pasan de las unas a las otras, a travsde patios, arcadas y escaleras. En cada cosa se pre-serva el espacio de juego que le permitir convertirseen el teatro de nuevas constelaciones imprevisibles.Se evita lo definitivo, lo definido. No hay ningunasituacin que parezca haber sido concebida tal ycomo est para siempre: ninguna forma que afirmeser as y no de otro modo.45

    45 Citado por B. Tackels, Histoire dAura [Historia de Aura], tesis doctoral,Estrasburgo, 1994, p. 69.

    Inclusin/exclusin:

    La catedral de luz /noche y niebla

    Si se adopta la estrategia de la disyuncin, podra demanera lgica operarse una disociacin entre la monu-mentalidad nazi y los campos de concentracin, o entreel culturalismo retrgrado (el neoclasicismo) y el Sturmund Drang industrial, centralista. L. Krier escribe, enefecto, a propsito del rgimen:

    Despus de todo, sus crmenes brbaros no fueronperpetrados en un medio monumental, sino en srdi-das barracas industriales.46

    Aqu tambin es vlida esta estrategia de la disyun-cin? Puede un estudio de las arquitecturas y de losregmenes totalitarios aceptar, sin ms, esta divisinentre el medio monumental y majestuoso y las srdi-das barracas industriales? Con esta separacin, nose convierte dicho estudio en culpable de la mismaceguera de Speer, culpabilidad que puede ser impu-tada a lo que H. Arendt llamaba tan acertadamente, apropsito de Eichmann, elno-pensamiento? Una in-

    vestigacin como sta no debe, ms bien, asumiendola cuestin de la instauracin total del espacio, bus-car el vnculo secreto pero indisoluble entre la fa-chada civilizadora de la monumentalidad majestuosa

    y lo srdido e inhumano de los campos en los que seadministraba la muerte en masa? Despus de todo,los bloques de granito de los que Speer se serva paraedificar el gran Berln, capital de un nuevo ImperioMundial, no eran pulidos en esos campos de con-centracin? Ahora, es precisamente la atencin quese preste a los regmenes totalitarios la que permi-te descubrir el hilo siniestro que une, a pesar de laaparente pero tan sintomtica oposicin, la cate-dral de luz con lo que se ha llamado el universo deNoche y niebla,47 como las dos caras de la mismamoneda; la zona visible, luminosa, numinosa, la que seexhibe, y la zona nocturna, la que se oculta: la que

    al arquitecto Speer se le recomienda no visitar paramantener la paz de su alma.

    En efecto, la lgica de un rgimen totalitario tiene comofin privilegiar la unidad, la unidad del Todos-Uno bajo ladoble imagen del pueblo-Uno y del poder-Uno, y tiende

    46 A. Speer, op. cit., p. 18.47 Para un enfoque histrico acerca de este nombre, ver A. Wieviorka,

    Dportation et gnocide Entre la mmoire et l oubli [Deportacin ygenocidio. Entre la memoria y el olvido], Plon, 1922, pp. 223 -229.

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    a borrar los signos de la divisin de lo social; a borrar ladivisin del Estado y de la sociedad, a borrar la lnea quesepara el poder poltico del poder administrativo; borrar,

    sobre todo, la divisin interna de lo social bajo la forma dela autoproclamacin de la sociedad reconciliada. De ahla puesta en obra de una lgica conjunta de inclusin y deexclusin: es en la misma medida en la que hay inclusin,en la misma medida en la que se niega la divisin internade lo social, que hay exclusin, que se expulsa y se arrojala divisin fuera de la sociedad. En relacin con esta doblelgica, se instaura un espacio diferenciado, pero cuyas dospartes constitutivas son indisociables entre s: el espacioglorioso de un pueblo-Uno y la produccin inmediatade un afuera, de un espacio residual, srdido, de barracasindustriales, un espacio en el que se deporta al Otro, alenemigo, a aquel a quien se ha decidido dar la muerte,exterminar. En el proceso de identificacin y en la confi-guracin del pueblo-Uno, la definicin del enemigo es de-terminante, o, ms an, la conformacin del pueblo-Unoexige la produccin incesante de enemigos48.

    En un nivel simblico, segn los bellos anlisis deClaude Lefort, la instauracin totalitaria de lo socialest marcada por una mutacin radical: la produccinde una nueva imagen del cuerpo. Con respecto a la so-ciedad delAncien Rgime, la democracia es disolucinde la corporeidad de lo social y desincorporacin de losindividuos; inversamente, desde la democracia y contra

    ella, el rgimen totalitario tiende a rehacer cuerpo, areincorporar lo social.

    La imposibilidad de engullir el cuerpo en la cabeza sedibuja como la imposibilidad de engullir la cabeza enel cuerpo. El poder de atraccin del todo no se diso-cia ya del poder de atraccin del desmembramiento.Una vez desvanecida la vieja construccin orgnica,el instinto de muerte se desencadena en el espacioimaginario clausurado y uniforme del totalitarismo.49

    Se trata de una nueva imagen del cuerpo que da cuenta dela duplicacin del espacio: un espaciogloriosoen el que la

    arquitectura contribuye a reincorporar lo social; un espacioresidual en el que son arrojados los parsitos, las sobrasque conviene eliminar, pues son susceptibles de atentarcontra la integridad del cuerpo. Habiendo recordado es-tos anlisis, podemos, de manera ms directa, medir losefectos del rgimen totalitario al nivel de la instauracin

    48 C. Lefort, L Invention dmocratique [La invencin democrtica], Pars,Fayard, 1981, p. 166.

    49 C. Lefort, Ibidem, p. 175.

    del espacio social y determinar la contribucin o las con-tribuciones que la arquitectura puede aportar en dichainstauracin. La negacin de la divisin, el amor por la uni-

    dad, la voluntad de hacer cuerpo, o ms bien, de rehacercuerpo, se traducirn en una obsesin por la grandeza, enuna obsesin por lo monumental. Este ltimo se presentaentonces como la forma de arte capaz de poner en escenala unidad de la sociedad reconciliada ms all de la divisininterna, el surgimiento de un nuevo nosotros exaltado poruna compulsin megalmana. As, este texto muy exacta-mente totalitario de Paul Nizan, Del problema de la monu-

    mentalidad (1934), a propsito de la Unin Sovitica:

    El hombre occidental es alcanzado a cada paso por lasensacin de una aspiracin particular que puede serllamada aspiracin a la grandeza [] La historia noconoce una sociedad en la cual, como en la sociedadde la Unin Sovitica, haya reinado una aspiracinsemejante [] La Unin Sovitica se halla frente alproblema de la grandeza. Se trata de crear un arte queexprese la potencia de la colectividad con una fuerza almenos tan poderosa como la del arte de Grecia. El arteburgus ha perdido el sentido de lo monumental. Unacivilizacin desgarrada en lo ms profundo por contra-dicciones ya no se encuentra a la medida de conducirhacia una adhesin colectiva [] En la URSS, la civili-zacin es de tal modo que cada uno puede decir:nuestraAcademia, nuestra Universidad, como se dicenuestra

    fbrica, nuestro koljs. Un monumento arquitectnicodel capitalismo expresa la disgregacin de una sociedad,un monumento arquitectnico del socialismo expresarla profunda unidad de las masas. El primero es signodel dominio; el segundo, de la comunidad. Un edificiopblico del capitalismo es el signo de la disgregacin,un edificio pblico del socialismo sirve a la unificacin.Esta voluntad se percibe en el proyecto del Palacio delos Sviets. Las exigencias que se plantean con respectoa los edificios de la poca del socialismo otorgan a laarquitectura una responsabilidad colosal.50

    Retengamos la frmula de P. Nizan para aplicarla al con-

    junto de los regmenes totalitarios, a pesar de sus diferen-cias, para volver a encontrar as la cuestin del estatus dela arquitectura: en ellos, a la arquitectura se le otorga, enefecto, una responsabilidad colosal. La mutua influenciade la arquitectura y del totalitarismo merece tanto msser interrogada cuando los intrpretes del totalitarismo,sensibles a la dimensin simblica de la instauracin delo social, han insistido en esta mutacin fundamental del

    50 En VH 101,verano de 1972, n. 7-8, p. 206.

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    de las masas y la constitucin de espacios apolticos,e incluso, antipolticos. Este vnculo est tan presenteque nos lleva a dar un paso ms all, a interrogarnos

    sobre el carcter egipcio y la compacidad de una ar-quitectura expuesta a dicha lgica.

    Con lo cual llegamos nuevamente al punto de partiday al punto de vista retenido, a saber: la institucinpoltica del vnculo social, o si se prefiere, la formade la comunidad.

    Lo propio de los regmenes totalitarios no es tanto elviolentar una problemtica esencial del hombre, ni si-quiera el desplazar los lmites de lo humano, sino, antetodo, el alcanzar el lazo humano, destruir la relacin, elorden interhumano. Rechazo de la pluralidad, negacinde la divisin, rechazo de la temporalidad, negacin dela finitud. De lo que se trata, sin duda, es del vncu-lo social y poltico entre los hombres. Qu compleja

    y paradjica relacin mantiene la arquitectura con laconstitucin de un vnculo situado bajo el signo de la des-

    vinculacin, del aislamiento en la esfera poltica, de la de-solacin en la esfera de las relaciones interhumanas? Dequ manera la arquitectura hace parte de esta forma decomunidad que, impidiendo la amistad, lleva en s la des-truccin de toda comunidad? Cmo expresan la arquitec-tura y la remodelacin de las ciudades esta destruccinde la comunidad? Es una forma de comunidad que termi-

    na haciendo estallar el puerto de la autoconservacin, elgrado cero de una razn poltica instrumental, para dejar atoda la sociedad hundirse en un movimiento abismal haciala autodestruccin colectiva, hacia la muerte. Con lo queHobbes queda desmentido: en los espacios totalitarios elmiedo a la muerte est lejos de ser superado. Basta releerestas frases citadas por R. Caillois, en las que sale a la luzel encanto del nombre de lo Uno.

    Cuando todo parece perdido, creemos todava enl. Cuando todos desesperan, ponemos en l nues-tra esperanza. Adolf Hitler, tu nombre es nuestra fe.Esta fe nos ha permitido llevar a travs del pas entero

    el estandarte que se ha convertido en el smbolo dela inmortalidad alemana. Toma nuestra vida, Fhrer,tmanos por entero, toma nuestro cuerpo, toma nues-tra alma. En tus manos confiamos nuestro destino.52

    Qu vicio monstruoso es ste?. La cosa sin nombre.La cosa que desafa el ser nombrada. Lo innombrable.

    52 R. Caillois, Quatre essais, op. cit., p. 65.

    espacio, en el trabajo sobre el espacio, que acontece conlos regmenes totalitarios. De este modo, H. Arendt, ya lo

    vimos, por vas distintas de las de C. Lefort, pero privi-

    legiando igualmente la cuestin del espacio, nos permite,con todo, pensar la lgica conjunta de la inclusin y de laexclusin, y discernir el vnculo secreto entre la arquitectu-ra y el terror. En contra de los regmenes constitucionalesque crean el espacio vital de la libertad, abriendo, gra-cias a las leyes positivas, un espacio entre los hombres(inter-esse), los regmenes totalitarios, segn H. Arendt,comprimiendo los hombres unos contra otros, destru-

    yen cualquier espacio entre ellos, incluso el tan reducidoespacio en el que consiste el desierto de la tirana. ste[el terror total] sustituye las barreras y las vas de comu-nicacin entre los hombres individuales por un vnculode hierro que los mantiene muy estrechamente unidos,como si su pluralidad se hubiese desvanecido en unHombre nico de gigantescas dimensiones.51Crculo dehierro que instaura un espacio lleno, compacto, clausu-rado, cerrado sobre s. Una vez destruido el espacio entrelos hombres, una vez impedida la comunicacin, surgeuna experiencia en masa de la desolacin, tan grande, quela comunidad entre los hombres esdevastada para darlibre curso a un movimiento colectivo de autodestruccina travs del cuerpo del Fhrer.

    Responsabilidad de la arquitectura? Es tambin a estoy de esto que la arquitectura debe responder. Queda-

    ra por determinar, a travs de anlisis necesariamentetcnicos, cul es la contribucin de la arquitectura ala configuracin de una sociedad que se abisma en el

    vrtigo del Todos-Uno.

    Una vez efectuado el desplazamiento del estilo arqui-tectnico al estatus de la arquitectura, y gracias a lascuestiones que este desplazamiento hace surgir, no po-demos dejar de sorprendernos por la reciprocidad de laaccin entre arquitectura y totalitarismo:

    Por un lado, la extraa atraccin de los regmenes to-talitarios hacia la arquitectura, como si el totalitarismo

    encontrase en ella el terreno para la eleccin de su ele-mento, el arch, el mandato.

    Por otro lado, la exposicin particular de la arquitectu-ra al dominio totalitario (ello en lo que difiere de la co-cina!), en la medida misma en la que existe un vnculoentre la lgica totalitaria, la movilizacin, la animacin

    51 Le systme totalitaire [El sistema totalitario], Pars, Seuil, 1972, p. 211.

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