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Actitud

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Actitud.

La gente, los sucesos y las situaciones tienen consecuencias para los seres humanos, a veces positivas y a veces negativas. Por lo tanto nuestros sentimientos, pensamientos y preferencias al actuar referidos a diferentes aspectos de nuestro ambiente familiar presentan ciertas regularidades a las que llamamos “actitudes”.

Una actitud, es “una tendencia o una predisposición adquirida y relativamente duradera a evaluar de una determinada manera a una persona, suceso o situación, y a actuar en consonancia con dicha evaluación”. Constituye una orientación social, una inclinación subyacente a responder a algo de manera favorable o desfavorable; “es un estado de ánimo”. Podemos tratar de influir sobre el estado de ánimo de otros y a su vez los otros pueden tratar de persuadirnos para que adoptemos sus puntos de vista.

Componentes de las actitudes.

La Psicología Social discierne tres componentes en una actitud: el “cognitivo”, el “afectivo” y el “conductual”.

El “componente cognitivo” es el modo en que se percibe un objeto, suceso o situación, los pensamientos, ideas y creencias que un sujeto tiene acerca de algo.

Cuando el objeto de la actitud es un ser humano, el componente cognitivo con frecuencia es un “estereotipo”, es decir, un cuadro mental que nos forjamos de una persona o grupo de personas. Si bien son útiles tienen una gran falla: carecen de exactitud. Son generalizaciones, poco confiables por no ser científicas, que un individuo hace acerca de otro individuo o grupo. Por ejemplo “orientales inescru-tables”; “italianos pasionales”.

El “componente afectivo” consiste en los sentimientos o emociones que suscita en un individuo la representación efectiva de un objeto, suceso o situación, o su representación simbólica. Por ejemplo, temor, simpatía, piedad, odio, desprecio, etc.

El “componente conductual”, es la tendencia o disposición a actuar de determinadas maneras con referencia a algún objeto, suceso o situación. La definición pone el acento en la “tendencia”, no en la acción en sí misma (Por ejemplo, pretensión de impedir el ingreso de determinados grupos en clubes sociales); incluye la pretensión de practicar conductas discriminatorias. El hecho de que un individuo quiera actuar de cierta forma, no implica necesariamente que lo haga.

Funciones de las actitudes.

Daniel Katz (1960), subrayando la importancia de los factores psicodinámicos, especialmente los de carácter motivacional implícitos en las actitudes dice: “El enfoque funcional es un intento de comprender las razones que mueven a los individuos para sustentar determinadas actitudes. Solamente si

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conocemos la necesidad psicológica que una actitud satisface, podremos inferir como y cuando variará”.

Según Katz, los cuatro tipos de funciones que forman la base motivacional de las actitudes son:

1. La función instrumental, adaptativa o utilitaria.2. La función de defensa del Yo.3. La función de expresión de valores.4. La función de conocimiento.

La “función adaptativa” alude a las respuestas favorables que el individuo obtiene de sus semejantes al manifestar actitudes aceptables. Por lo tanto las actitudes pueden ser compensatorias, porque producen recompensas sociales, incluida la aprobación de los demás, o porque de alguna manera están relacionadas con dichas recompensas.

Con relación a los procesos subyacentes, la “función de defensa” del Yo permite al sujeto eludir el reconocimiento de sus propias deficiencias. Este mecanismo de negación le permite preservar el concepto que tiene de sí mismo (prejuicio).

Mediante la “función de expresión de valores” de las actitudes, el individuo logra la autoexpresión en término de los valores que más aprecia. Lo conduce a procurar, expresar y a reconocer claramente sus compromisos. La recompensa obtenida por la persona se refiere aquí a la confirmación de los aspectos más positivos de su concepto de sí mismo.

Con respecto a la “función de conocimiento”, vemos que los individuos procuran infundir a su percepción del mundo cierto grado de predecibilidad, consistencia y estabilidad. El conocimiento representa el componente cognitivo de las actitudes que confieren coherencia y dirección a la experiencia. Las actitudes ayudan al suministrarnos patrones de evaluación.

En lo referente a las condiciones que conducen al cambio de actitud, la fórmula general es que la expresión de la antigua actitud ya no satisface al correspondiente estado de necesidad; no cumple ya su función y el individuo se siente frustrado. La modificación o reemplazo de una actitud vieja por una nueva, es un proceso de aprendizaje que parte siempre de las dificultades de un sujeto para hacer frente a una situación.

Formulación de actitudes y valores.

El proceso de “introducción” de las formas propias de una sociedad, recibe el nombre de “Socialización”. Dicho proceso se refiere, más que a la conducta, a la adquisición de disposiciones para concebir el mundo de ciertos modos particulares y para sentirse en armonía con algunas de las satisfacciones que brinda.

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La mayoría de las actitudes no se “aprenden” literalmente hablando, sino que se “contagian”. Por lo tanto la socialización consiste sobre todo en la adopción de actitudes y valores adecuados. Comienza en la familia donde el niño encuentra la primera representación de la cultura, pero continúa durante toda la vida. Implica varios tipos de procesos sujetos a los efectos de la experiencia obtenida en la edad adulta.

Podemos hablar de tres pautas fundamentales mediante las cuales pueden adquirirse las actitudes: 1) El “contacto directo” con el objeto de la actitud; 2) La “interacción” con los individuos que sustentan dicha actitud; y 3) A través de valores más avanzados procedentes de la “crianza” en el seno de la familia y de las experiencias a ellas vinculadas. Sea cual fuese el motivo de aprendizaje, diversas identificaciones de grupo parecen reforzar las actitudes a partir de la niñez.

A medida que el individuo madura, es posible que nuevos grupos de referencia alienten en él cambios de actitudes.

Afirmar que las actitudes y valores se originan en la experiencia, no significa que los valores hereditarios estén excluidos del proceso. Mantienen con aquella una variada interrelación, como por ejemplo la influencia del funcionamiento glandular, los atributos físicos, porque en cada caso un atributo físico condiciona la interacción social.

Las actitudes que un individuo tiene respecto de sí mismo, se relacionan con sus propios atributos físicos. Estas actitudes resumidas en el “concepto de sí mismo” se encuentran a menudo entre las más importantes para las relaciones y la adaptación del sujeto. Las creencias relativas a nuestra propia personalidad, pueden proceder de las impresiones que otros nos transmiten, no obstante a veces erróneas.

Para adquirir actitudes y valores, no solamente se debe estar expuesto a su influencia, es necesario que actúen otras variables; por ejemplo la motivación. La identificación con el progenitor o con otro modelo mediante la interacción social es un elemento facilitador; otro está relacionado con la estructura de la pauta familiar. La racionalización produce distintos efectos en las personas a causa del carácter peculiar de la experiencia.

Relación entre las actitudes y la conducta.

Los investigadores dan por sentado que las actitudes ocupan un lugar decisivo en nuestra conformación mental y que en consecuencia afectan nuestra manera de actuar. Así consideradas las actitudes son motores de gran fuerza que brindan la energía para el comportamiento y lo dirigen; nos aprontan para cierta clase de acción. Por eso entender nuestras actitudes es entender nuestra conducta.

Con frecuencia nuestras actitudes permiten predecir con bastante exactitud nuestras acciones; no obstante muchos estudios muestran una baja correspondencia entre las actitudes expresadas verbalmente y el comportamiento manifiesto de un individuo.

Diversos investigadores han intentado resolver este problema sugiriendo que la conducta es función por lo menos de dos actitudes: Una hacia el “objeto” y otra

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hacia la “situación”. De hecho, en determinadas circunstancias pueden activarse actitudes múltiples, diversas y aún contradictorias entre sí.

Existen otros factores aparte de los situacionales, que impiden predecir la conducta sobre la base de actitudes solamente. Además las actitudes no solo varían direccionalmente (positivas o negativas) sino también en su grado de extremismo (a favor o en contra de algo), su intensidad (los sentimiento del individuo al respecto) y la medida en que el Yo de la persona está involucrado en esas actitudes Por otra parte, las actitudes que se forman sobre la base de nuestra experiencia directa, son más comprobables para predecir nuestras acciones, que aquellas que nos formemos indirectamente, de oídos.

Los Psicólogos Sociales están viendo en términos cada vez más complejos la relación entre actitud y comportamiento, entendiendo que ellas envuelven múltiples factores y variables mediadoras.

Prejuicio.

El prejuicio es una actitud de aversión y de hostilidad hacia los miembros de un grupo, basado simplemente en su pertenencia a él y en la presunción de que cada miembro posee las características objetables atribuidas al grupo (Allport, 1954).

Herbert Blumer (1961) ha observado que cuatro tipos de sentimientos suelen caracterizar los prejuicios del grupo dominante:

1. Un sentimiento de superioridad.

2. Un sentimiento de que el grupo minoritario es intrínsecamente diferente y extraño.

3. El sentimiento de poseer reclamos legítimos al poder, al privilegio y al estatus.4. El temor y la sospecha de que el grupo minoritario abriga intensiones de

apoderarse de ese poder, privilegio y estatus detentados por el grupo dominante.

Puede decirse que los grupos sociales y étnicos son en muchos aspectos grupos de intereses especiales. Por consiguiente en sus raíces el prejuicio está a menudo vinculado a la relación entre los grupos, al sentido de la posición grupal. El grupo dominante llega a concebir que tiene derecho a determinadas ventajas, que puede incluir la posesión de propiedades especiales; el derecho de desempeñar ciertas tareas; el reclamo a posiciones de privilegio y poder; el derecho exclusivo de concurrir a determinadas escuelas, iglesias y lugares de esparcimiento; el derecho de ocupar posiciones de alto estatus y al despliegue de símbolos asociados con tales posiciones; así como disponer de ciertos lugares de intimidad y privacidad.

El “prejuicio” es una “actitud”, un “estado anímico” y como cualquier actitud tiene un “componente cognitivo” (la imagen o cuadro mental que nos formamos de una persona o de un grupo de personas), un “componente afectivo” (los sentimientos

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o emociones que esta persona despierta en nosotros) y un “componente conductual” (nuestra predisposición a actuar).

Vemos por lo tanto que el prejuicio es una mera predisposición a actuar, una preferencia por determinados tipos de comportamientos; pero no abarca la respuesta afectiva, la que puede estar presente o no.

Debemos distinguir entre “prejuicio” y “discriminación”, que es la negación arbitraria del poder, privilegios o estatus a los miembros de un grupo minoritario que poseen iguales calificaciones que los del grupo dominante.

El prejuicio en la personalidad.

En los estudios recientes, se le ha atribuido importancia a los rasgos individuales que sirven de apoyo al prejuicio. Las personas autoritarias son generalmente prejuiciosas, en el sentido de que presentan una actitud negativa hacia grupos distintos del propio.

Según G. W. Allport, se observa que las personas normales sustentan muchas actitudes prejuiciosas que se manifiestan en la conformidad que exhiben en las charlas de cortesía.

El prejuicio comienza siendo un fenómeno intergrupal. Tiene que ver con las actitudes favorables y desfavorables relacionadas con las distinciones grupales. Suelen emplearse los términos “endogrupo” y “exogrupo” para referirse a los grupos con los que mantenemos un vínculo positivo y a aquellos a los que vemos desde afuera.

Para el individuo muy prejuicioso, esta distinción asume especial importancia a causa de un fuerte motivo subyacente con respecto a la aceptación social. Una característica de la persona muy prejuiciosa, es la necesidad de seguridad o sentimiento de superioridad que proviene de la pertenencia o de un endogrupo que goza de su favor y de los ataques de su exogrupo; fenómeno fácilmente perceptible entre los grupos minoritarios y mayoritarios.

Además, el individuo muy prejuicioso tiende a la rigidez mental y al pensa-miento categorizado: “las diferencias entre nosotros y ellos son netas”.

Desde el punto de vista psicodinámico, el prejuicio parece funcionar de modo inconsciente, no racional e impulsivo. Dos elementos inconscientes parecen ser los mecanismos de “proyección” y de “racionalización”. Si una persona alienta impulsos que no tiene aprobación social, pueden proyectarse hacia grupos que suscitan antipatía. A través de la racionalización se hacen aparecer los efectos del prejuicio como sus causas. El grado de intensidad de los prejuicios individuales es variable; estas diferencias se deben a que el prejuicio tiene importancia funcional para fortalecer el concepto de sí mismo, cuando el individuo tiene sentimientos de incapacidad personal. Se ha señalado que el prejuicio no es otra cosa que la respuesta a la frustración.

Formulado simplemente, el problema del prejuicio reside en que puede generalizarse de tal manera en la adaptación del individuo, engendrando las

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siguientes dificultades: 1) Una persona muy prejuiciosa depende demasiado del prejuicio en cuanto a fuente de apoyo; 2) Estas distinciones grupales basadas en categorías, estorban considerablemente la efectividad de sus relaciones sociales; 3) El prejuicio generalizado tiene una doble consecuencia social: no solamente incapacita a los grupos que son víctimas de él, sino que también limita las energías productivas y las actividades de cooperación que toda sociedad necesita para funcionar sin tropiezos.

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siguientes dificultades: 1) Una persona muy prejuiciosa depende demasiado del prejuicio en cuanto a fuente de apoyo; 2) Estas distinciones grupales basadas en categorías, estorban considerablemente la efectividad de sus relaciones sociales; 3) El prejuicio generalizado tiene una doble consecuencia social: no solamente incapacita a los grupos que son víctimas de él, sino que también limita las energías productivas y las actividades de cooperación que toda sociedad necesita para funcionar sin tropiezos.

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