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Actitudes cristianas ante la marginación

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De la ponencia de ELEAZAR LÓPEZ HERNÁNDEZ [XIV Congreso de Teología]

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ACTITUDES CRISTIANAS ANTE LA MARGINACIÓNELEAZAR LÓPEZ HERNÁNDEZ [XIV Congreso de Teología]

Para hablar de la “marginación” es preciso definir antes ¿qué entendemos por marginación? Porque no cabe duda de que la expresión es bastante ambigua, pues ha si-do usada sobre todo por los dirigentes políticos, en el pasado reciente, dando a entender que se trata de una realidad hija de nadie, una enfermedad venida de quién sabe dónde: sin responsables ni culpables; más aún a menudo atribuyendo a los mismos que la su-fren la responsabilidad total de estar en ella.

Sin embargo la marginación es sinónimo de pobreza y ésta es producto de una estructura social determinada. La marginación normalmente no se da por decisión de los marginados. Es resultado de un acto deliberado de quienes generan estructuralmente la pobreza.

Es el sistema social imperante el que produce los pobres, aunque la configura-ción histórica de este sistema puede estar cambiando constantemente. Por ejemplo, aho-ra dicen que “se está modernizando”; porque antes era colonialista, luego mercantilista, posteriormente capitalista y actualmente la denominan “neoliberal”. En México, las au-toridades políticas nos han dicho, con eufemismo retórico, que más que neoliberalismo lo nuestro es un “liberalismo social”.

En las primeras etapas de este sistema, la marginación y la pobreza eran produc-to del despojo o de la explotación directa de las personas y de los pueblos. Ahora la marginación es resultado de la marginación de las mayorías del proyecto global de so-ciedad. De modo que los pobres han dejado de ser la gallina de los huevos de oro (por-que este oro puede ser producido ahora sin necesidad de la gallina) para constituirse en población sobrante, que no tiene cabida en el paraíso construido para las minorías privi-legiadas.

ACTITUDES FRENTE AL NEOLIBERALISMO.

A) Callar: por ignorancia, ingenuidad o conveniencia muchos miembros de la Igle-sia, llegados al Nuevo Mundo prefirieron guardar silencio frente al sistema colo-nial que se impuso sobre los pueblos amerindios. A fin de cuentas, pensaban ellos, el Señor dijo: “mi reino no es de este mundo”. Y, por tanto, la tarea de la Iglesia no tiene que ver con las realidades temporales de la tierra, sino con las eternas en el cielo. […]

En nuestros días el silencio ante la opresión sigue siendo la actitud más cómoda para muchos cristianos, incluidos buena parte de quienes están constituidos en autoridad en la Iglesia. Dejar hacer es la mejor manera de colaborar con el sistema. En esta perspecti-va se ponen los movimientos religiosos cristianos modernos que, por principio, evaden la problemática de la sociedad para refugiarse en un espiritualismo ahistórico y enaje-nante. Y aducen para ello razones de todo tipo: desde la superioridad de los valores tras-cendentales del espíritu hasta las prescripciones canónicas que impiden a los clérigos hacer proselitismo político.

El Concilio Vaticano II lanzó a la Iglesia, hace treinta años, al reencuentro gozoso con el mundo […] Pero después de la euforia postvaticana, hay ahora en la Iglesia la tentación del miedo a ese mundo y sus problemas; miedo que la hace retornar a la segu-ridad de sus muros y estructuras intraeclesiales. Es la llamada “involución” de nuestra iglesia, fomentada también por quienes quisieran tenerla arrinconada en la sacristía de los templos, para evitarse la molesta presencia de un profetismo cuestionador y crítico.

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B) Sacralizar el sistema: si el silencio de la Iglesia frente a un sistema injusto es vituperable, es mucho más detestable la colaboración directa con quienes im-plantan y sostienen dicho sistema. […]

Los detentadores del poder en el mundo siguen buscando afanosamente la compañía, la adhesión y la bendición de los jerarcas de la Iglesia. Y lamentablemente en muchos pas-tores existe susceptibilidad para ese maridaje de poderes: cruz y espada, Iglesia y Esta-do. Para los pastores es muy fuerte la tentación de alinearse con el poder, de estar con el orden establecido, aunque éste sea injusto. Existen muchos casos concretos que demues-tran la permanente actualidad de este modo de ser Iglesia. En el fondo de dicha actitud se halla la secreta convicción de que todo poder es sacramento de Dios y que, por algu-na razón pecaminosa, los pobres y marginados no tienen ningún poder. Como argüían los discípulos al Maestro, teniendo enfrente al ciego de nacimiento, se sigue argumen-tando ahora que “éste o sus padres cometieron algún pecado”. Por eso está así.

C) Cuestionar abusos del sistema: […] Hoy muchos modernos Juanes de Zumá-rraga o Toribios de Benavente o Fr. Bouiles alzan la voz y se rasgan las vestidu-ras ante los excesos del sistema imperante y exigen cambios importantes que fre-nen la ambición de los poderosos, reduzcan la brecha entre los pobres y los ricos y hagan que esta sociedad sea menos violenta, menos injusta, menos pecamino-sa. No pretenden la superación de la brecha, la erradicación de la ambición, de la violencia, de la injusticia y del pecado, sino su disminución. Por eso estos profe-tas interpelan sobre todo a las “clases poderosas”, a “los que tienen más” exi-giéndoles conversión y misericordia hacia “los que menos tienen”. Así estos pro-fetas se constituyen en voz de los pobres de los que no tienen voz o son silencia-dos.

Ciertamente, esta actitud es loable por el gran avance que comporta respecto a otras actitudes, pero en la práctica resulta poco eficaz, ya que se dirige a los dueños del poder y del dinero y éstos difícilmente cambian su conducta a partir de sermones o amenazas del infierno. En el fondo hay en este planteamiento un supuesto que sus impulsores no pueden sobrepasar, y consiste en pensar que el sistema de suyo es bueno si se le quitan los excesos, es decir que, si el pecado es menor o menos visible tal vez el orden estable-cido se haga aceptable también para Dios.

D) Denunciar la maldad intrínseca del sistema exigiendo su conversión radical: la posición más extrema de los cristianos frente a los sistemas injustos es la críti-ca profunda a su carácter perverso de “ídolo” que suplanta el proyecto de vida que viene de Dios por un proyecto de muerte basado en ambiciones humanas.

En el pasado, profetas de la talla de Bartolomé de las Casas asumieron esa tarea de denunciar al sistema colonial, quitándole sus máscaras de bondad y sus fundamentacio-nes religiosas. No se puede, argüía él, hacer el bien, obrando el mal o usando medios moralmente perversos. El proyecto de Dios no puede ir de la mano con el proyecto de un sistema injusto. […]

Esta actitud cristiana ha existido siempre en la historia de la Iglesia, aunque no siempre en forma mayoritaria. Son unos cuantos intrépidos profetas los que se atreven a asumirla hasta sus últimas consecuencias, siendo llevados normalmente al vía crucis de la incomprensión, de la persecución e incluso de la muerte.

ACTITUDES ANTE LOS POBRES.

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Se pueden sintetizar en las actitudes mostradas por Jesús en la parábola del buen samaritano:

A) Cerrar los ojos; no querer ver a los pobres: Aunque es sumamente difícil no darse cuenta de la presencia de los pobres en las sociedades modernas, dado su creciente número y la cada vez mayor precariedad de su existencia, hay personas que teniendo ojos no quieren ver esta realidad, porque les molesta la sola presen-cia de los pobres o se sienten cuestionados en sus privilegios mal habidos.

Para los gobiernos latinoamericanos desarrollistas o neoliberales, los pobres son una lacra social que hay que ocultar en el traspatio del edificio social […] Los indígenas so-mos el claro ejemplo de ello. Ningún gobierno da la cifra exacta de la población indí-gena, porque siente vergüenza de esta población.

Los proyectos gubernamentales hacia los pobres buscan no tanto integrarlos a los beneficios del desarrollo, sino reducir su número de mecanismos de control natal, planes asistenciales o programas de maquillaje a la pobreza, y mantenerlos en sus reductos de vida como reserva d emano de obra barata disponible en cualquier momento.

B) Ver y pasar de largo: Como es muy difícil no percatarse de la presencia de los pobres, la actitud más cómoda es verlos, pero seguir de frente como si ellos no existieran. O en todo caso tirar unas monedas y pasar deprisa sin miramientos ni contemplaciones.

Actualmente, aun entre los cristianos, hay quienes no quisieran ver a los pobres, o no quisieran relacionarse con ellos a nivel humano. Los ven pero de lejos y desde la perspectiva de que son un problema a resolver, es decir, algo que estorba o afea; y esta-rían dispuestos a contribuir económicamente no tanto para resolver las necesidades de los pobres, sino para deshacerse de su molesta presencia. […] En el fondo prevalece en ellos un profundo desprecio por unos seres que no llegaron, según ellos, a la estatura de la raza humana perfecta. Este es el origen de las distintas modalidades de racismo y dis-criminación de las personas y de los pueblos.

C) Compadecerse y solidarizarse: Quien se acerca y abre su corazón al pobre no está lejos del Reino. “Los misericordiosos alcanzarán misericordia”, dijo el Se-ñor. Sin embargo, compasión y misericordia son palabras que han perdido su va-lor originario. Con frecuencia se les ve de la mano con el desprecio y soberbia de la actitud anterior, porque se les confunde con lástima. Y tener lástima de al-guien, en el fondo implica menosprecio por él. Pero, en la perspectiva del Evan-gelio la compasión y la misericordia connotan asumir el dolor del otro como propio y corresponsabilizarse con él para la solución total de sus problemas. Fue lo que hizo el “Buen Samaritano”- No basta con aventarle una moneda y pasar deprisa. Hay que descender del caballo, arrodillarse ante él y curar sus heridas, llevarlo al hospital y responsabilizarse de su curación total. Esto es la solidari-dad; hacerse uno con el pobre para ayudarlo a levantarse del polvo, a saciar ple-namente su hambre, a llenarse de los bienes y de las promesas cumplidas que Dios hizo a su pueblo.

D) Ser compañero de camino y de construcción de la paz verdadera: En la acti-tud de compasión y solidaridad, como se practica cotidianamente entre los cris-tianos, quien se compadece y ayuda es el verdadero protagonista. El pobre queda más como un beneficiario de esa ayuda, que como actor principal de ella. Por eso el paso siguiente, que va más allá de esa solidaridad es el acompañamiento fraternal a quien, siendo pobre, se ha puesto de pie y ha iniciado un camino de

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búsqueda y construcción de espacios de vida. Ya no es, por tanto, un mero re-ceptor de apoyos externos, sino actor principal de su propio proceso.

Considerar al pobre como permanente minusválido o carente de todo, puede resultar más gratificante para misioneros y promotores, que así se sienten realizados en su voca-ción de servidores; pero puede llevar, por un lado, al paternalismo de los ayudantes y, por otro, al infantilismo de los ayudados, actitudes ambas que destruyen el necesario protagonismo de los pobres para su liberación. “¿Qué quieres que te haga?” Preguntaba Jesús a quien se le acercaba para pedirle ayuda.