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UNIDAD 1: “CONSTRUYAMOS TRAYECTORIAS DE LECTURA” SEMANA 1 Tema: Mundos Literarios OA 5 Construir trayectorias de lectura que surjan de sus propios intereses, gustos literarios e inquietudes, explicitando criterios de selección de obras y compartiendo dichas trayectorias con sus pares. Indicadores - Fundamentan su postura y la comunican a otros. - Identifican temas, géneros y textos preferidos a partir de sus gustos e intereses. - Comunican sus trayectorias, utilizando diversos formatos. ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE N°1 El mundo narrativo se caracteriza por ser un universo de ficción manifestado por medio de las palabras, que a través de esta se construye el relato. Los hechos que se narran pueden ser tomados de la realidad; sin embargo, al ser presentados en la narración, Constituyen una realidad independiente. TIPOS DE MUNDO: SEGÚN EL TIPO DE REALIDAD REPRESENTADA SEGÚN EL EFECTO PERSEGUIDO 1. Cotidiano (corresponde al diario vivir de una comunidad) 4. Realista (funcionan condiciones similares a las del mundo real) 2. Onírico (regida por una lógica poco habitual, afín a los sueños) 5. Fantástico (presenta un mundo en el que, operando la lógica realista del sentido común, se introducen en forma repentina e inexplicable elementos de orden sobrenatural) 3. Mítico (presenta una situación atemporal en el origen de la humanidad y con personajes superiores y más poderosos que los normales) 6. Maravilloso (naturaliza elementos ajenos a la lógica del sentido común, es decir, presenta como normales elementos ajenos a la lógica del sentido común realista, como la magia, divinidades antropomorfas, zoomorfas, incluso personificaciones de elementos del mundo inanimado, poderes sobrenaturales, etc.) NOMBRE ESTUDIANTE CURSO 3º Medio Diferenciado ASIGNATURA Taller de Literatura- Plan Biológico SEMANA 03/mayo al 28/mayo/2021 PROFESORA Catalina Díaz Monsalve FECHA: 03 al 07 de mayo GUÍA Nº: 03

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE N°1 · 2021. 5. 13. · Tristeza de Guk, retorna a las tierras de infancia. Y los camellos de familia, y los amigos, rodeándolo y qué te pasa, y no es

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UNIDAD 1: “CONSTRUYAMOS TRAYECTORIAS

DE LECTURA”

SEMANA 1

Tema: Mundos Literarios

OA 5

Construir trayectorias de lectura que surjan de sus propios intereses, gustos literarios e

inquietudes, explicitando criterios de selección de obras y compartiendo dichas

trayectorias con sus pares.

Indicadores

- Fundamentan su postura y la comunican a otros.

- Identifican temas, géneros y textos preferidos a partir de sus gustos e intereses.

- Comunican sus trayectorias, utilizando diversos formatos.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE N°1

El mundo narrativo se caracteriza por ser un universo de ficción manifestado por medio de las palabras, que a través de esta se construye el relato. Los hechos que se narran pueden ser tomados de la realidad; sin embargo, al ser presentados en la narración, Constituyen una realidad independiente.

TIPOS DE MUNDO:

SEGÚN EL TIPO DE REALIDAD REPRESENTADA SEGÚN EL EFECTO PERSEGUIDO

1. Cotidiano (corresponde al diario vivir de una

comunidad)

4. Realista (funcionan condiciones similares a las del mundo real)

2. Onírico (regida por una lógica poco habitual, afín a los

sueños)

5. Fantástico (presenta un mundo en el que, operando la lógica

realista del sentido común, se introducen en forma repentina e

inexplicable elementos de orden sobrenatural)

3. Mítico (presenta una situación atemporal en el origen

de la humanidad y con personajes superiores y más

poderosos que los normales)

6. Maravilloso (naturaliza elementos ajenos a la lógica del sentido

común, es decir, presenta como normales elementos ajenos a la

lógica del sentido común realista, como la magia, divinidades

antropomorfas, zoomorfas, incluso personificaciones de elementos

del mundo inanimado, poderes sobrenaturales, etc.)

NOMBRE

ESTUDIANTE

CURSO 3º Medio Diferenciado

ASIGNATURA Taller de Literatura-

Plan Biológico

SEMANA 03/mayo al 28/mayo/2021

PROFESORA Catalina Díaz

Monsalve

FECHA: 03 al 07 de mayo

GUÍA Nº: 03

CURSO:

SEGUNDO

MEDIO A Y B

ASIGNATURA

: QUÍMICA

PROFESORA:

ESTER ORTIZ

SALDÍAS

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OTROS MUNDOS POSIBLES

▪ Mundo de lo real maravilloso: La magia y la realidad se funden como

si fueran una misma cosa y conviven de manera absolutamente natural.

▪ Mundo utópico: La utopía es un ideal, un mundo que no existe y en el

que el hombre vive en absoluta concordia con la naturaleza y sus

congéneres. Por el contrario, la distopía se refiere a una sociedad que

pretendiendo felicidad, hace sufrir sistemáticamente a sus ciudadanos

degradándolos a un olvido irreversible

▪ Mundo legendario Presenta un mundo que ofrece una explicación

sobrenatural a sucesos naturales.

▪ Mundo de la ciencia ficción En la ficción científica la ciencia permite

anticiparse al presente y mostrar cómo será nuestro mundo en el futuro.

EJERCITACIÓN

ACTIVIDAD 1: ACTIVACIÓN

1. Observa las siguientes imágenes e identifica a qué tipo de mundo literario corresponde. Justifica tu

respuesta.

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ACTIVIDAD 2: IDENTIFICAR TIPOS DE MUNDOS

I. Lee los siguientes fragmentos e identifica a qué tipo de mundo corresponde cada relato, según las

características de cada uno.

APOCALIPSIS

“El fin de la humanidad no será como lo imagina la mayoría de los hombres. No habrá ni ángeles con trompetas, ni monstruos, ni

batallas en la tierra y en el cielo, ni explosiones nucleares, ni invasiones extraterrestres. El fin de la humanidad será lento, gradual,

sin ruido, sin patetismo, será una agonía progresiva. Los hombres se extinguirán uno a uno. Los aniquilarán las cosas, la rebelión

de las cosas, la desobediencia de las cosas. Ocurrirá que las cosas desalojarán a las plantas y a los animales y se instalarán en

todos los sitios y ocuparán todo el espacio disponible en la tierra. De allí empezarán a mostrarse orgullosas, de humor cambiante,

encaprichadas. Su funcionamiento no se ajustará a las instrucciones de los manuales. Modificarán, por sí solas, sus mecanismos.

Luego funcionarán cuando se les antoje. Por último, se declararán en franca rebeldía. El hombre querrá que una máquina sume y

ella restará, intentará poner en marcha un motor y éste se negará rotundamente. Operaciones simples y cotidianas como encender

el televisor o conducir un automóvil se convertirán en maniobras complicadísimas y llenas de riesgos para los hombres. Y no sólo

las máquinas y motores se revolucionarán, también lo harán los simples objetos; el hombre querrá tener en sus manos un objeto

y no podrá, porque se le escapará, se esconderá en algún rincón. Las cerraduras se trabarán. Los cajones se aferrarán en el

interior de los estantes y nadie logrará abrirlos. Las grandes maquinarias electrónicas provocarán grandes catástrofes, guerras

inexplicables, sucesos inevitables. Por su parte, la humanidad no encontrará que hacer entre las cosas hostiles y subversivas. El

constante forcejeo con las cosas irá disminuyendo las fuerzas de los hombres y el exterminio vendrá, provocando el triunfo de las

cosas. Cuando el último hombre desaparezca, las cosas frías, relucientes, metálicas, insensibles seguirán brillando a la luz del

sol, a la luz de la luna, por toda la eternidad”. (Marco Denevi)

1. Después de leer este cuento diríamos que nos entrega una sensación de:

a) Esperanza

b) Alegría

c) Sorpresa

d) Reflexión

e) Duda

2. En el texto la palabra “hostiles” se refiere a las cosas como:

a) Suaves

b) Complicadas

c) Agresivas

d) tristes

e) caprichosas

3. ¿Cuál de las siguientes aseveraciones es falsa de acuerdo a los contenidos del cuento?

a) Las cosas se rebelan contra el hombre

b) Las cosas se ponen de acuerdo para no realizar las funciones que se suponen que deben hacer

c) Las cosas ocupan el lugar de los animales y las plantas en el mundo

d) Las cosas seguirán por siempre en el mundo

e) Todas son verdaderas

4. ¿Cuál de las siguientes aseveraciones es verdadera de acuerdo a los contenidos del texto?

a) El fin de la humanidad será muy rápido y directo

b) Las computadoras no se rebelarán y seguirán funcionando de buena manera

c) Los hombres desaparecerán después de las cosas

d) El mundo del futuro estará ocupado con más objetos que en la época actual

e) Los objetos de las épocas futuras tendrán alma y voz

5. Según el texto, la palabra “Apocalipsis”, significa:

a) La guerra de las cosas

b) La rebelión de las cosas

c) El fin del mundo

d) El hombre del futuro

e) Ninguna de las anteriores.

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6. ¿Cuál es el tipo de narrador predominante en este relato?

a) Omnisciente

b) testigo

c) de conocimiento parcial

d) protagonista

e) secundario

7. ¿Cuál es el tipo de mundo narrado que se observa en el relato?

a) Legendario

b) ciencia ficción

c) fantástico

d) realista

e) real maravilloso

“Al despertar Gregorio Samsa, una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un

monstruoso insecto. Hallábase echado sobre el duro caparazón de su espalda y, al alzar un poco la cabeza, vio la figura

convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha,

que estaba visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en

comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia”.

Franz Kafka, La metamorfosis

8. El (los) elemento(s) que hace(n) que este relato sea una ficción aceptable como real es(son)

I. la descripción realista del cuerpo de insecto.

II. el hecho de que el protagonista despierte en su cama por la mañana.

III. la sugerencia de que todo es un sueño.

a) Sólo I

b) Sólo II

c) Sólo III

d) Sólo I y II

e) Sólo II y III

9. ¿Cuál de las siguientes afirmaciones permite fundamentar que este fragmento corresponde al mundo fantástico?

a) La descripción del insecto es exagerada y desproporcionada.

b) No se da una explicación lógica y los hechos escapan a la causalidad real.

c) La descripción de lo que ocurre es totalmente realista.

d) Primero se establece una situación realista para luego introducir lo anómalo.

e) No es normal que las personas despierten convertidas en insectos.

“Los cerdos revelaron entonces que durante los últimos tres meses habían aprendido a leer y escribir mediante un libro

elemental que perteneciera a los chicos de la señora Jones y que había sido tirado a la basura. Napoleón mandó traer

unos tarros de pintura blanca y negra y los llevó hasta el portón que daba al camino principal. Luego Snowball (que era el

que mejor escribía) tomó un pincel entre los dos nudillos de su pata delantera, tachó Granja Manor de la vara superior de

la tranquera y en su lugar pintó Granja Animal. Ese iba a ser el nombre de la granja en adelante”. George Orwell, La

Granja de los Animales

10. Un rasgo que hace verosímil la ficción de este fragmento es que

a) un cerdo escriba con los nudillos de su pata.

b) los cerdos conversen entre sí.

c) se hable de una granja, con portones y caminos.

d) los cerdos aprendan a leer con un libro para niños.

e) los animales hurguen en la basura para encontrar cosas.

“Partiendo de allá y andando tres jornadas hacia levante, el hombre se encuentra en Diomira, ciudad con sesenta cúpulas

de plata, estatuas de bronce de todos los dioses, calles pavimentadas de estaño, un teatro de cristal, un gallo de oro que

canta todas las mañanas en lo alto de una torre. Todas estas bellezas el viajero ya las conoce por haberlas visto también

en otras ciudades. Pero es propio de ésta que quien llega una noche de septiembre, cuando los días se acortan y las

lámparas multicolores se encienden todas a la vez sobre las puertas de las freidurías, y desde una terraza una voz de

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mujer grita: ¡uh!, se pone a envidiar a los que ahora creen haber vivido ya una noche igual a ésta y haber sido aquella vez

felices”. Ítalo Calvino, Las ciudades invisibles

11. La descripción de la ciudad de Diomira podría considerarse ficticia, porque

a) Diomira no es nombre de ciudad, sino de mujer.

b) surge del esencial anhelo de felicidad del viajero.

c) algunos elementos de la ciudad no pueden existir en la realidad.

d) los elementos descritos no son coherentes entre sí.

e) está claro que la ciudad existe en medio de un sueño del viajero.

“Aceptan todas las solicitudes de paso de frontera, pero Guk, camello, inesperadamente declarado indeseable. Acude Guk

a la central de policía donde le dicen nada qué hacer, vuélvete a tu oasis, declarado indeseable, inútil tramitar solicitud.

Tristeza de Guk, retorna a las tierras de infancia. Y los camellos de familia, y los amigos, rodeándolo y qué te pasa, y no

es posible, por qué precisamente tú. Entonces una delegación al Ministerio de Tránsito a apelar por Guk, con escándalo

de funcionarios de carrera: esto no se ha visto jamás, ustedes se vuelven inmediatamente al oasis, se hará un sumario.

Guk en el oasis come pasto un día, pasto otro día. Todos los camellos han pasado la frontera, Guk sigue esperando. Así

se van el verano, el otoño. Luego Guk de vuelta a la ciudad, parado en una plaza vacía. Muy fotografiado por turistas,

contestando reportajes. Vago prestigio de Guk en la plaza. Aprovechando busca salir, en la puerta todo cambia: declarado

indeseable. Guk baja la cabeza, busca los ralos pastitos de la plaza. Un día lo llaman por el altavoz y entra feliz en la

central. Allí es declarado indeseable. Guk vuelve al oasis y se acuesta. Come un poco de pasto, y después apoya el

hocico en la arena. Va cerrando los ojos mientras se pone el sol. De su nariz brota una burbuja que dura un segundo más

que él”. Julio Cortázar, Camello declarado indeseable

12. ¿Cuál(es) de los siguientes elementos otorga(n) verosimilitud a la narración?

I. El estilo simple y conciso.

II. La solidaridad de los demás camellos con Guk.

III. La referencia a elementos del paisaje como oasis y plazas.

a) Sólo I

b) Sólo III

c) Sólo I y II

d) Sólo II y III

e) I, II y III

El fuego había desaparecido de sobre la Tierra; los hombres, acongojados, pidieron a las aves que fueran a recobrarlo

cerca del buen Dios. Pero el buen Dios estaba en la loma del diablo y las aves, grandes y pequeñas, se negaron a

empresa tan peligrosa. Entonces el pequeño y esforzado reyezuelo se ofreció valientemente a arriesgar su vida. Y voló tan

alto y tan bien que llegó hasta la región suprema de los cielos. Leyenda normanda, anónima

13. ¿Qué tipo de mundo está presente en el texto?

A) Realista o cotidiano.

B) Fantástico.

C) Maravilloso o mítico.

D) Utópico.

E) De ciencia ficción.

SAFARI EN EL TIEMPO S.A. SAFARIS A CUALQUIER AÑO DEL PASADO. USTED ELIGE EL ANIMAL, NOSOTROS LO

LLEVAMOS ALLÍ, USTED LO MATA. Una flema tibia se le formó en la garganta a Eckels. Tragó saliva empujando hacia

abajo la flema. Los músculos alrededor de la boca formaron una sonrisa, mientras alzaba lentamente la mano, y la mano se

movió con un cheque de diez mil dólares ante el hombre del escritorio. -¿Este safari garantiza que yo regrese vivo? -No

garantizamos nada -dijo el oficial-, excepto los dinosaurios. -Se volvió-. Este es el señor Travis, su guía safari en el pasado.

Él le dirá a qué debe disparar y en qué momento. Si usted desobedece sus instrucciones, hay una multa de otros diez mil

dólares, además de una posible acción del gobierno, a la vuelta. Ray Bradbury, El ruido de un trueno

14. ¿Qué tipo de mundo está presente en el texto?

a) Realista o cotidiano.

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b) Fantástico.

c) Maravilloso o mítico.

d) Utópico.

e) De ciencia ficción

La esposa de uno de los más respetables ciudadanos -abogado eminente y miembro del Congreso- fue atacada por una

repentina e inexplicable enfermedad, que burló el ingenio de los médicos. Después de padecer mucho murió, o se supone

que murió. Nadie sospechó, y en realidad no había motivos para hacerlo, de que no estaba verdaderamente muerta.

Presentaba todas las apariencias comunes de la muerte. El rostro tenía el habitual contorno contraído y sumido. Los labios

mostraban la habitual palidez marmórea. Los ojos no tenían brillo. Faltaba el calor. Cesaron las pulsaciones. Durante tres

días el cuerpo estuvo sin enterrar, y en ese tiempo adquirió una rigidez pétrea. Resumiendo, se adelantó el funeral por el

rápido avance de lo que se supuso era descomposición. La dama fue depositada en la cripta familiar, que permaneció

cerrada durante los tres años siguientes. Al expirar ese plazo se abrió para recibir un sarcófago, pero, ¡ay, qué terrible

choque esperaba al marido cuando abrió personalmente la puerta! Al empujar los portones, un objeto vestido de blanco

cayó rechinando en sus brazos. Era el esqueleto de su mujer con la mortaja puesta. Edgar Allan Poe, Entierro prematuro

15. ¿Qué tipo de mundo está presente en el texto?

a) Realista o cotidiano.

b) Fantástico.

c) Maravilloso.

d) Utópico.

e) De ciencia ficción.

“Qué tontería –me dije–, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos. Sólo entonces me estremeció el olor

de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del

caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta

baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas

polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita”. Gabriel García Márquez, Espantos

de agosto

16. ¿Qué tipo de mundo está presente en el texto?

a) Realista o cotidiano.

b) Fantástico.

c) Maravilloso.

d) Utópico.

e) De ciencia ficción.

Floyd se preguntaba a veces si el bloque de noticias, y la fantástica tecnología que tras él había, sería la última palabra en

la búsqueda del hombre en perfectas comunicaciones. Aquí se encontraba él, muy lejos en el espacio, alejándose de la

Tierra a miles de millas por hora y, sin embargo, en unos pocos milisegundos podía ver los titulares de cualquier periódico

que deseara. (Verdaderamente que esa palabra de “periódico” resultaba un anacrónico pegote en la era de la electrónica).

El texto era puesto al momento automáticamente cada hora; hasta si se leía sólo las versiones inglesas, se podía

consumir toda una vida no haciendo otra cosa sino absorber el flujo constantemente cambiante de información de los

satélites-noticiarios. Arthur C. Clarke

17. ¿Qué tipo de mundo está presente en el texto?

a) Realista o cotidiano.

b) Fantástico.

c) Maravilloso.

d) Utópico.

e) De ciencia ficción.

“Aquí yace Jacques Olivant, que murió a la edad de cincuenta y un años. Amó a su familia, fue bueno y honrado y murió

en la gracia de Dios”. El muerto leyó también lo que había escrito en la lápida. Luego cogió una piedra del sendero, una

piedra pequeña y puntiaguda, y empezó a rascar las letras con sumo cuidado. Las borró lentamente, y con las cuencas de

sus ojos contempló el lugar donde habían estado grabadas. A continuación, con la punta del hueso de lo que había sido

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su dedo índice, escribió en letras luminosas, como las líneas que los chiquillos trazan en las paredes con una piedra de

fósforo: “Aquí yace Jacques Olivant, que murió a la edad de cincuenta y un años. Mató a su padre a disgustos, porque

deseaba heredar su fortuna; torturó a su esposa, atormentó a sus hijos, engañó a sus vecinos, robó todo lo que pudo y

murió en pecado mortal”. Guy de Maupassant

18. ¿Qué tipo de mundo está presente en el texto?

a) Realista o cotidiano.

b) Fantástico.

c) Maravilloso.

d) Utópico.

e) De ciencia ficción.

Stepán Kasatski tenía doce años cuando murió su padre, coronel de la Guardia, retirado, quien dispuso en su testamento

que si él faltaba no se retuviera al hijo en su casa, sino que se le hiciera ingresar en el Cuerpo de cadetes. Por doloroso que

a la madre le resultara separarse de su hijo, no se atrevió a infringir la voluntad de su difunto esposo, y Stepán entró en el

cuerpo indicado. León Tolstoi, El padre Sergio.

19. ¿Qué tipo de mundo está presente en el texto?

a) Realista o cotidiano.

b) Fantástico.

c) Maravilloso.

d) Utópico.

e) De ciencia ficción.

En un suntuoso palacio de Ferrara agasajaba don Juan Belvídero una noche de invierno a un príncipe de la casa de Este.

En aquella época, una fiesta era un maravilloso espectáculo de riquezas reales de que sólo un gran señor podía disponer.

Sentadas en torno a una mesa iluminada con velas perfumadas conversaban suavemente siete alegres mujeres, en medio

de obras de arte, cuyos blancos mármoles destacaban en las paredes de estuco rojo y contrastaban con las ricas alfombras

de Turquía. Vestidas de satén, resplandecientes de oro y cargadas de piedras preciosas que brillaban menos que sus ojos,

todas contaban pasiones enérgicas, pero tan diferentes unas de otras como lo eran sus bellezas. No diferían ni en las

palabras ni en las ideas; el aire, una mirada; algún gesto, el tono, servían a sus palabras como comentarios libertinos,

lascivos, melancólicos o burlones. Honoré de Balzac, El elíxir de larga vida

20. ¿Qué tipo de mundo está presente en el texto?

a) Realista o cotidiano.

b) Fantástico.

c) Maravilloso.

d) Utópico.

e) De ciencia ficción.

-¡Que extraño! -dijo la muchacha avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta más pesada! La tocó, al hablar, y se cerró de

pronto, con un golpe. -¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han

encerrado a los dos! -A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha. Pasó a través de la puerta y desapareció. I. A. Ireland.

21. ¿Qué tipo de mundo está presente en el texto?

a) Realista o cotidiano.

b) Fantástico.

c) Maravilloso.

d) Utópico.

e) De ciencia ficción

22. ¿Cuál de los siguientes fragmentos presenta un mundo de ciencia ficción?

a) Las realidades del mundo terrestre me afectaron como visiones, sólo como visiones, mientras las extrañas ideas del

mundo de los sueños, por el contrario, se tornaron no en materia de mi existencia cotidiana, sino realmente en mi cínica y

total existencia.

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b) Algo había pasado en Innsmouth en 1928, algo que había ocupado al gobierno federal, y acerca de lo cual nada podía

averiguarse, excepto los vagos y terroríficos indicios de una relación con los batracios de Ponapé.

c) Durante mucho tiempo, la «Muerte Roja» había devastado la región. Jamás pestilencia alguna fue tan fatal y espantosa.

Su avatar era la sangre, el color y el horror de la sangre.

d) En aquel tiempo los viajes interplanetarios eran cosa corriente. Los desplazamientos intersiderales no tenían nada de

particular. Los cohetes llevaban a los turistas hasta los parajes prodigiosos de Sirio o a los financieros hasta las Bolsas

famosas de Arturo.

e) Al mirar a mi alrededor vi que todas las tumbas estaban abiertas, que todos los muertos habían salido de ellas y que todos

habían borrado las líneas que sus parientes habían grabado en las lápidas, sustituyéndolas por la verdad.

23. ¿Cuál de los siguientes fragmentos presenta un mundo realista?

a) Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante

los ojos. “¿Qué me ha ocurrido?”, pensó. No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana (...)

b) Cavor abrió cuatro ventanas para que la gravitación de la luna pudiera obrar sobre todas las substancias que había dentro

de la esfera. De repente notó que ya no iba flotando libremente en el espacio, sino que mis pies reposaban en el vidrio, en la

dirección de la luna.

c) PUCK. -Mi feérico señor, es necesario proceder a prisa. Porque ya los dragones de la noche hienden las nubes a todo

vuelo y brillan allá abajo los primeros fulgores que anuncian la aurora: ya, a su aproximación, los espectros errantes vuelven

en tropel a los cementerios (...).

d) En aquel silencioso descenso sin trepidación ni más ruido que el del agua goteando sobre la techumbre de hierro, las

luces de las lámparas parecían prontas a extinguirse y a sus débiles destellos se delineaban vagamente en la penumbra las

hendiduras y partes salientes de la roca.

e) Es... el colocolo. Nace del huevo huero de una gallina. Cuando se deja abandonado un huevo así, sin hacerlo tiras, viene

una culebra, se lo lleva y lo empolla; cuando nace, le da de mamar y le enseña a chupar la saliva de las personas que

duermen con la boca abierta.

24. ¿Cuál de los siguientes fragmentos presenta un mundo de ciencia ficción?

a) El grito de un muerto fue lo que me hizo concebir aquel intenso horror hacia el doctor Herbert West, horror que enturbió los

últimos años de nuestra vida en común. Es natural que una cosa como el grito de un muerto produzca horror.

b) El primer impacto rajó la nave como si fuera un gigantesco abrelatas. Los hombres fueron arrojados al espacio(...) Se

diseminaron en un mar oscuro mientras la nave proseguía su ruta, semejando un enjambre de meteoritos en busca de un sol

perdido.

c) Pero los perros estaban contentos. La Muerte, que buscaba a su patrón, se había conformado con el caballo. Sentíanse

alegres, libres de preocupación, y en consecuencia disponíanse a ir a la chacra tras el peón, cuando oyeron a mister Jones

que le gritaba pidiéndole el tornillo.

d) No me lo reproche, Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no

vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.

e) Cuando el poeta juzgaba que ya estaban preparadas, las contemplaba satisfecho durante unos minutos y como quien no

quiere la cosa, sin ordenárselo ni nada, las hacía hablar. Desde ese instante las estatuas se vestían y se iban a la calle y en

la calle o en la casa hablaban sin parar de cuanto hay

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UNIDAD 1: “CONSTRUYAMOS TRAYECTORIAS

DE LECTURA”

SEMANA 2

Tema: Análisis Literario

OA 5

Construir trayectorias de lectura que surjan de sus propios intereses, gustos literarios e

inquietudes, explicitando criterios de selección de obras y compartiendo dichas

trayectorias con sus pares.

Indicadores

- Fundamentan su postura y la comunican a otros.

- Identifican temas, géneros y textos preferidos a partir de sus gustos e intereses.

- Comunican sus trayectorias, utilizando diversos formatos.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE N°1

Boom Latinoamericano

Fenómeno editorial y literario que surgió entre los años 1960 y 1970, cuando el trabajo de

un grupo de cuentistas y novelistas latinoamericanos fue distribuido por todo el mundo.

CARACTERÍSTICAS

▪ Quita valor a la muerte (A veces es vista como una salvación)

▪ Explora la condición y la angustia del ser ▪ Imaginación y la fantasía creadora. ▪ La des asociación del amor y la

enfatización de la soledad humana. ▪ Realismo mágico como mundo literario ▪ Uso de anacronías dentro del relato

NOMBRE

ESTUDIANTE

CURSO 3º Medio Diferenciado

ASIGNATURA Taller de Literatura-

Plan Biológico

SEMANA 03/mayo al 28/mayo/2021

PROFESORA Catalina Díaz

Monsalve

FECHA: 10 al 14 de mayo

GUÍA Nº: 03

CURSO:

SEGUNDO

MEDIO A Y B

ASIGNATURA

: QUÍMICA

PROFESORA:

ESTER ORTIZ

SALDÍAS

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EJERCITACIÓN

ACTIVIDAD 1: ACTIVACIÓN

1. Completa el siguiente crucigrama con los apellidos de autores famosos del Boom Latinoamericano.

Utiliza las pistas de abajo.

ACTIVIDAD 2: COMPRENSIÓN LECTORA

LA NOCHE BOCA ARRIBA- JULIO CORTÁZAR A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones. Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y

1.- Escritor peruano, Premio Nobel de Literatura 2010. Una de sus obras más representativas es “La ciudad y los perros”. 2.- Escritor argentino que vivió muchos años en Francia. Revolucionó la literatura de su época con la novela “Rayuela”. 3.- Escritor argentino, famoso por su erudición. Una de sus obras más famosas es el cuento “El Aleph”. 4.- Escritora mexicana, famosa por sus potentes personajes femeninos. Una de sus novelas más conocidas es “Arráncame la vida”. 5.- Escritora chilena, Premio Nacional de Literatura en 2010. Una de sus obras más famosas es “La casa de los espíritus”.

6.- Escritor colombiano, Premio Nobel de Literatura en 1982. Famoso por cultivar el realismo mágico. Su obra fundamental es “Cien años de soledad”

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con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe. Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio. La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento. Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás. Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían. Lo que más lo torturaba era el olor, como si aún en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.

-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.

Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse. Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trozito de pan, más precioso que todo un

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banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose. Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores. Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.

-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.

Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco. Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno. Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba

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hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida. Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.

PREGUNTAS DE COMPRENSIÓN:

1. ¿Qué tipo de narrador porta la voz de este relato? Fundamenta tu respuesta

2. ¿Quién es el personaje principal de esta historia? Descríbelo

3. ¿En qué circunstancias se produce el accidente?

4. ¿Qué situaciones comunes viven el motorista y el indígena?

5. ¿Qué importancia crees tú que tiene el sueño (mundo onírico) dentro de este relato?

6. ¿Esperabas el final del cuento? ¿Qué tan importante fue para que entendieras el relato?

7. ¿Cómo se relacionan los espacios configurados por la ciudad y el hospital por una parte, y la selva y el templo por otra? Justifica

8. ¿Por qué crees que este cuento se titula “La noche boca arriba”? Fundamenta tu respuesta.

9. ¿Por qué crees que el autor nos entrega un final tan sorpresivo, que rompe con lo esperado y conocido?

10. ¿cuál es tu interpretación del relato leído?

DESARROLLO

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UNIDAD 1: “CONSTRUYAMOS TRAYECTORIAS

DE LECTURA”

SEMANA 3

Tema: Doppelgänger

OA 5 Construir trayectorias de lectura que surjan de sus propios intereses, gustos literarios e

inquietudes, explicitando criterios de selección de obras y compartiendo dichas trayectorias con

sus pares.

Indicadores

- Fundamentan su postura y la comunican a otros.

- Identifican temas, géneros y textos preferidos a partir de sus gustos e intereses.

- Comunican sus trayectorias, utilizando diversos formatos.

ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE N°1

La literatura permite plasmar las

inquietudes del ser humano y proponer respuestas a las preguntas

fundamentales sobre el sentido de la vida y la existencia.

Una de estas preguntas se relaciona con el problema de la identidad “¿quién

soy?”.

Este tema de la dualidad o del doble, se ha venido desarrollando en la literatura desde el siglo XVIII, el que se manifiesta sobre todo en obras fantásticas que describen el desdoblamiento sobrenatural del individuo, cuya identidad se divide y da lugar al “otro yo” o álter ego, la figura de un doble que encarna aquellos rasgos que el personaje mantenía ocultos o reprimidos.

NOMBRE

ESTUDIANTE

CURSO 3º Medio Diferenciado

ASIGNATURA Taller de Literatura-

Plan Biológico

SEMANA 03/mayo al 28/mayo/2021

PROFESORA Catalina Díaz

Monsalve

FECHA: 17 al 21 de mayo

GUÍA Nº: 03

CURSO:

SEGUNDO

MEDIO A Y B

ASIGNATURA

: QUÍMICA

PROFESORA:

ESTER ORTIZ

SALDÍAS

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EJERCITACIÓN

ACTIVIDAD 1: ACTIVACIÓN

1. Imagina que te encuentras frente a tu doble, ¿cómo reaccionarías?

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2. ¿Qué piensas del concepto de dualidad? ¿Consideras que es un tema importante en la literatura?

Fundamenta

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ACTIVIDAD 2: COMPRENSIÓN LECTORA

I. Lee el siguiente cuento del escritor Mario Benedetti enfocado en el tema de la dualidad del ser humano y

responde las preguntas que aparecen luego de la lectura.

EL OTRO YO - MARIO BENEDETTI

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía,

se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro

Yo. El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en

los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra

parte, el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo. Una tarde Armando

llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba

Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el

muchacho no supo que hacer, pero después se rehízo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la

mañana siguiente se había suicidado. Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero

enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó. Sólo llevaba cinco días de luto,

cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos.

Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su

presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar que parecía

tan fuerte y saludable”. El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón

un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la

había llevado el Otro Yo.

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PREGUNTAS DE COMPRENSIÓN:

1. ¿Qué personajes aparecen en el texto?

2. ¿Cómo era Armando?

3. ¿Por qué Armando quería deshacerse del otro yo?

4. ¿Por qué se suicidó el otro yo?

5. ¿Qué le pasó a Armando cuando desapareció el otro yo?

6. ¿Cuáles son las palabras o frases importantes del texto?

7. ¿Qué elementos del texto le dan a este un sentido de verosimilitud y veracidad?

8. ¿Qué elementos le otorgan un sentido de subjetividad al relato?

9. ¿En qué grado está involucrado el narrador en la historia? ¿Qué efecto crees que se logra con esto?

10. ¿Con qué otras experiencias culturales se puede relacionar este cuento (intertextualidad)?

II. A continuación, lee el siguiente cuento del escritor Jorge Luis Borges enfocado en este concepto de dualidad. Al final

del relato encontrarás preguntas de comprensión lectora.

EL OTRO - JORGE LUIS BORGES

El hecho ocurrió el mes de febrero de 1969, al norte de Boston, en Cambridge. No lo escribí inmediatamente porque mi

primer propósito fue olvidarlo, para no perder la razón. Ahora, en 1972, pienso que si lo escribo, los otros lo leerán como

un cuento y, con los años, lo será tal vez para mí. Sé que fue casi atroz mientras duró y más aún durante las desveladas

noches que lo siguieron. Ello no significa que su relato pueda conmover a un tercero.

Serían las diez de la mañana. Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles. A unos quinientos metros a mi

derecha había un alto edificio, cuyo nombre no supe nunca. El agua gris acarreaba largos trozos de hielo. Inevitablemente,

el río hizo que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen de Heráclito. Yo había dormido bien, mi clase de la tarde

anterior había logrado, creo, interesar a los alumnos. No había un alma a la vista.

Sentí de golpe la impresión (que según los psicólogos corresponde a los estados de fatiga) de haber vivido ya aquel

momento. En la otra punta de mi banco, alguien se había sentado. Yo hubiera preferido estar solo, pero no quise

levantarme en seguida para no mostrarme incivil. El otro se había puesto a silbar. Fue entonces cuando ocurrió la primera

de las muchas zozobras de esa mañana. Lo que silbaba, lo que trataba de silbar (nunca he sido muy entonado), era el

estilo criollo de La tapera de Elías Regules. El estilo me retrajo a un patio, que ha desaparecido, y la memoria de Álvaro

Melián Lafinur, que hace tantos años ha muerto. Luego vinieron las palabras. Eran las de la décima del principio. La voz

no era la de Álvaro, pero quería parecerse a la de Álvaro. La reconocí con horror.

Me le acerqué y le dije: –Señor, ¿usted es oriental o argentino? –Argentino, pero desde el catorce vivo en Ginebra –fue

la contestación.

Hubo un silencio largo. Le pregunté: – ¿En el número diecisiete de Malagnou, frente a la iglesia rusa?

Me contestó que sí. –En tal caso –le dije resueltamente– usted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy Jorge Luis

Borges.

Estamos en 1969, en la ciudad de Cambridge. –No –me respondió con mi propia voz un poco lejana.

Al cabo de un tiempo insistió: –Yo estoy aquí en Ginebra, en un banco, a unos pasos del Ródano. Lo raro es que nos

parecemos, pero usted es mucho mayor, con la cabeza gris.

Yo le contesté:

–Puedo probarte que no miento. Voy a decirte cosas que no puede saber un desconocido. En casa hay un mate de plata

con un pie de serpientes, que trajo de Perú nuestro bisabuelo. También hay una palangana de plata, que pendía del

arzón. En el armario de tu cuarto hay dos filas de libros. Los tres de volúmenes de Las mil y una noches de Lane, con

grabados en acero y notas en cuerpo menor entre capítulo, el diccionario latino de Quicherat, la Germania de Tácito en

latín y en la versión de Gordon, un Don Quijote de la casa Garnier, las Tablas de Sangre de Rivera Indarte, con la

dedicatoria del autor, el Sartor Resartus de Carlyle, una biografía de Amiel y, escondido detrás de los demás, un libro en

rústica sobre las costumbres sexuales de los pueblos balcánicos. No he olvidado tampoco un atardecer en un primer piso

en la plaza Dubourg.

–Dufour –corrigió. –Está bien. Dufour. ¿Te basta con todo eso? –No –respondió–. Esas pruebas no prueban nada. Si yo

lo estoy soñando, es natural que sepa lo que yo sé. Su catálogo prolijo es del todo vano.

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–Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que pensar que el soñador es él. Tal vez

dejemos de soñar, tal vez no. Nuestra evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado el

universo y haber sido engendrados y mirar con los ojos y respirar. –¿Y si el sueño durara? –dijo con ansiedad.

Para tranquilizarlo y tranquilizarme, fingí un aplomo que ciertamente no sentía. Le dije: –Mi sueño ha durado ya setenta

años. Al fin y al cabo, al recordarse, no hay persona que no se encuentre consigo misma. Es lo que nos está pasando

ahora, salvo que somos dos. ¿No querés saber algo de mi pasado, que es el porvenir que te espera?

Asintió sin una palabra. Yo proseguí un poco perdido: –Madre está sana y buena en su casa de Charcas y Maipú, en

Buenos Aires, pero padre murió hace unos treinta años. Murió del corazón. Lo acabó una hemiplejía; la mano izquierda

puesta sobre la mano derecha era como la mano de un niño sobre la mano de un gigante. Murió con impaciencia de

morir, pero sin una queja. Nuestra abuela había muerto en la misma casa. Unos días antes del fin, nos llamó a todos y

nos dijo: “Soy una mujer muy vieja, que está muriéndose muy despacio. Que nadie se alborote por una cosa tan común

y corriente”. Norah, tu hermana, se casó y tiene dos hijos. A propósito, ¿en casa como están?

–Bien. Padre siempre con sus bromas contra la fe. Anoche dijo que Jesús era como los gauchos, que no quieren

comprometerse, y que por eso predicaba en parábolas. Vaciló y me dijo: –¿Y usted?

No sé la cifra de los libros que escribirás, pero sé que son demasiados. Escribirás poesías que te darán un grado no

compartido y cuentos de índole fantástica. Darás clases como tu padre y como tantos otros de nuestra sangre.

Me agradó que nada me preguntara sobre el fracaso o éxito de los libros. Cambié. Cambié de tono y proseguí: –En lo

que se refiere a la historia… Hubo otra guerra, casi entre los mismos antagonistas. Francia no tardó en capitular; Inglaterra

y América libraron contra un dictador alemán, que se llamaba Hitler, la cíclica batalla de Waterloo. Buenos Aires, hacia

mil novecientos cuarenta y seis, engendró otro Rosas, bastante parecido a nuestro pariente. El cincuenta y cinco, la

provincia de Córdoba nos salvó, como antes Entre Ríos. Ahora las cosas andan mal. Rusia está apoderándose del

planeta; América, trabada por la superstición de la democracia, no se resuelve a ser un imperio. Cada día que pasa,

nuestro país es más provinciano. Más provinciano y más engreído, como si cerrara los ojos. No me sorprendería que la

enseñanza del latín fuera reemplazada por la del guaraní.

Noté que apenas me prestaba atención. El miedo elemental de lo imposible y, sin embargo, cierto lo amilanaba. Yo, que

no he sido padre, sentí por ese pobre muchacho, más íntimo que un hijo de mi carne, una oleada de amor. Vi que apretaba

entre las manos un libro. Le pregunté qué era.

–Los poseídos o, según creo, Los demonios de Fyodor Dostoievski –me replicó no sin vanidad. –Se me ha desdibujado.

¿Qué tal es?

No bien lo dije, sentí que la pregunta era una blasfemia. –El maestro ruso –dictaminó– ha penetrado más que nadie en

los laberintos del alma eslava.

Esa tentativa retórica me pareció una prueba de que se había serenado. Le pregunté qué otros volúmenes del maestro

habían recorrido. Enumeró dos o tres, entre ellos El doble.

Le pregunté si al leerlos distinguía bien los personajes, como en el caso de Joseph Conrad, y si pensaba proseguir el

examen de la obra completa. –La verdad es que no –me respondió con cierta sorpresa. Le pregunté qué estaba

escribiendo y me dijo que preparaba un libro de versos que se titularía Los himnos rojos. También había pensado en Los

ritmos rojos.

– ¿Por qué no? –le dije–. Podés alegar buenos antecedentes. El verso azul de Rubén Darío y la canción gris de Verlaine.

Sin hacerme caso, me aclaró que su libro cantaría la fraternidad de todos los hombres. El poeta de nuestro tiempo no

puede dar la espalda a su época. Me quedé pensando y le pregunté si verdaderamente se sentía hermano de todos. Por

ejemplo, de todos los empresarios de pompas fúnebres, de todos los carteros, de todos buzos, de todos los que viven en

la acera de los números pares, de todos los afónicos, etcétera. Me dijo que su libro se refería a la gran masa de los

oprimidos y parias.

–Tu masa de oprimidos y de parias –le contesté– no es más que una abstracción. Sólo los individuos existen, si es que

existe alguien. El hombre de ayer no es el hombre de hoy, sentenció algún griego. Nosotros dos, en este banco de Ginebra

o de Cambridge, somos tal vez la prueba.

Salvo en las severas páginas de la Historia, los hechos memorables prescinden de frases memorables. Un hombre a

punto de morir quiere acordarse de un grabado entrevisto en la infancia; los soldados que están por entrar en la batalla

hablan del barro o del sargento. Nuestra situación era única y, francamente, no estábamos preparados. Hablamos,

fatalmente, de letras; temo no haber dicho otras cosas que las que suelo decir a los periodistas. Mi alter ego creía en la

invención o descubrimiento de metáforas nuevas; yo en las que corresponden a afinidades íntimas y notorias y que

nuestra imaginación ya ha aceptado. La vejez de los hombres y el ocaso, los sueños y la vida, el correr del tiempo y del

agua. Le expuse esta opinión, que expondría en un libro años después.

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Casi no me escuchaba. De pronto dijo: –Si usted ha sido yo, ¿cómo explicar que haya olvidado su encuentro con un señor

de edad que en 1918 le dijo que él también era Borges?

No había pensado en esa dificultad. Le respondí sin convicción: –Tal vez el hecho fue tan extraño que traté de olvidarlo.

Aventuró una tímida pregunta: –¿Cómo anda su memoria?

Comprendí que, para un muchacho que no había cumplido veinte años, un hombre de más de setenta era casi un muerto.

Le contesté: –Suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan. –Estudio anglosajón y no soy el último

de la clase.

Nuestra conversación ya había durado demasiado para ser la de un sueño. Una brusca idea se me ocurrió. –Yo te puedo

probar inmediatamente –le dije– que no estás soñando conmigo. Oí bien este verso, que no has leído nunca, que yo

recuerde.

Lentamente entoné la famosa línea: –L’hydre - univers tordant son corps écaillé d’astres.

Sentí su casi temeroso estupor. Lo repitió en voz baja, saboreando cada resplandeciente palabra. –Es verdad –balbuceó–

Yo no podré nunca escribir una línea como ésa. Hugo nos había unido.

Antes, él había repetido con fervor, ahora lo recuerdo, aquella breve pieza en que Walt Whitman rememora una

compartida noche ante el mar, en que fue realmente feliz. –Si Whitman la ha cantado –observé– es porque la deseaba y

no sucedió. El poema gana si adivinamos que es la manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho.

Se quedó mirándome. –Usted no lo conoce –exclamó–. Whitman es capaz de mentir. Medio siglo no pasa en vano. Bajo

nuestra conversación de personas de miscelánea lectura y gustos diversos, comprendí que no podíamos entendernos.

Éramos demasiado distintos y demasiado parecidos. No podíamos engañarnos, lo cual hace difícil el diálogo. Cada uno

de los dos era el remedo caricaturesco del otro. La situación era harto anormal para durar mucho más tiempo. Aconsejar

o discutir era inútil, porque su inevitable destino era ser el que soy. De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien

sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor. Se me ocurrió un artificio

análogo.

–Oí –le dije–, ¿tenés algún dinero? –Sí – me replicó–. Tengo unos veinte francos. Esta noche lo convidé a Simón Jichlinski

en el Crocodile. –Dile a Simón que ejercerá la medicina en Carouge, y que hará mucho bien… ahora, me das una de tus

monedas.

Sacó tres escudos de plata y unas piezas menores. Sin comprender, me ofreció uno de los primeros. Yo le tendí uno de

esos imprudentes billetes americanos que tienen muy diverso valor y el mismo tamaño. Lo examinó con avidez.

–No puede ser –gritó–. Lleva la fecha de mil novecientos sesenta y cuatro. (Meses después, alguien me dijo que los

billetes de banco no llevan fecha.) –Todo esto es un milagro –alcanzó a decir– y lo milagroso da miedo. Quienes fueron

testigos de la resurrección de Lázaro habrán quedado horrorizados.

No hemos cambiado nada, pensé. Siempre las referencias librescas. Hizo pedazos el billete y guardó la moneda.

Yo resolví tirarla al río. El arco del escudo de plata perdiéndose en el río de plata hubiera conferido a mi historia una

imagen vívida, pero la suerte no lo quiso. Respondí que lo sobrenatural, si ocurre dos veces, deja de ser aterrador. Le

propuse que nos viéramos al día siguiente, en ese mismo banco que está en dos tiempos y en dos sitios.

Asintió en el acto y me dijo, sin mirar el reloj, que se le había hecho tarde. Los dos mentíamos y cada cual sabía que su

interlocutor estaba mintiendo. Le dije que iban a venir a buscarme. – ¿A buscarlo? –me interrogó.

–Sí. Cuando alcances mi edad, habrás perdido casi por completo la vista. Verás el color amarillo y sombras y luces. No

te preocupes. La ceguera gradual no es una cosa trágica. Es como un lento atardecer de verano.

Nos despedimos sin habernos tocado. Al día siguiente no fui. El otro tampoco habrá ido.

He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he contado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue

real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía

me atormenta el encuentro.

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PREGUNTAS DE COMPRENSIÓN:

1. ¿Cuál es el hecho que permite al narrador constatar que está frente a su doble?

2. Según lo leído, ¿en qué momento de su vida Borges se ha encontrado con su doble?

3. Caracteriza a ambos Borges que aparecen en el relato. ¿Qué diferencia tienen respecto al otro?

4. “Ningún hombre baja a mismo río dos veces, pues no es el mismo río y él no es el mismo hombre” (Heráclito) ¿Cómo relacionarías la cita anterior con el cuento leído? Fundamenta

5. ¿Cómo describirías el efecto estético que provoca la lectura “El otro”?

6. ¿cuál es el tema central del relato?

7. ¿Cuál es tu interpretación global con respecto a la lectura?

DESARROLLO

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UNIDAD 1: “CONSTRUYAMOS TRAYECTORIAS

DE LECTURA”

ACTIVIDAD DE EVALUACIÓN

MES DE MAYO

Instrucciones:

1. De manera individual o en pareja leer el cuento “El Aleph”- Jorge Luis Borges

2. Redactar un informe (Word o cuaderno) analizando el cuento de Borges considerando los siguientes

elementos:

a) Busca la biografía del autor, señalando los aspectos más relevantes de su vida personal y como escritor.

Dedicar un párrafo para explicar si es relevante conocer la biografía del autor para la comprensión del

relato. (4 pts.)

b) Contexto de producción: Investiga sobre el contexto histórico-cultural en el que se produjo la obra. ( 4pts.)

c) Argumento: Redactar un argumento o resumen del texto (6 pts.)

d) Estructura interna: Identifica cada acción que ocurre en las instancias narrativas del relato (planteamiento,

conflicto, desenlace) (4 pts.)

e) Personajes: Señalar personajes principales y secundarios, la relación que se da entre ellos e indicar

características físicas y psicológicas. (4 pts.)

f) Espacio: Indicar los tipos de espacios presentes en el relato (Físico, psicológico, social) (4 pts.)

g) Interpretación del cuento: Señale valores, antivalores, postura del autor acerca del conflicto presentado,

cómo se fusiona este mundo ficticio frente al mundo real, tópicos presentes, interpretar los temas del relato

todo a partir de una lectura analítica. (6 pts.)

h) Valoración personal: Redactar un comentario u opinión personal acerca del relato leído argumentando su

postura (le gustó/no le gustó) a partir de los elementos presentes en el cuento (modo narrativo, desarrollo

de los personajes, presentación de la historia, ambiente, temáticas presentes) y reafirmando su tesis con

citas del texto (15 líneas mínimo). (10 pts.)

i) Aspectos formales: El informe debe contener una portada con logo institucional, título, nombre estudiantes,

curso, asignatura, nombre docente, fecha de entrega. Utilizar letra Arial o Times 12, justificado, interlineado

1,5. (3 pts.)

j) Se evaluará la presencia de todos los puntos por analizar, puntualidad en la entrega, formato solicitado,

coherencia/cohesión y ortografía (5 pts.)

NOMBRE

ESTUDIANTE

CURSO 3º Medio Diferenciado

ASIGNATURA Taller de Literatura-

Plan Biológico

SEMANA Nº4 24 al 28 de mayo

PROFESORA Catalina Díaz Monsalve Puntaje ideal: 50 pts.

Puntaje real:

NOTA:

GUÍA Nº: 03

CURSO:

SEGUNDO

MEDIO A Y B

ASIGNATURA

: QUÍMICA

PROFESORA:

ESTER ORTIZ

SALDÍAS

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EL ALEPH – JORGE LUIS BORGES

O God, I could be bounded in a nutshell

and count myself a King of infinite space. Hamlet, II, 2

But they will teach us that Eternity is the Standing still of the Present Time, a Nunc-stans (ast the Schools call it); which neither they, nor any else understand, no more than they would a Hic-stans for an Infinite greatnesse of

Place. Leviathan, IV, 46

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible. De nuevo aguardaría en el crepúsculo de la abarrotada salita, de nuevo estudiaría las circunstancias de sus muchos retratos. Beatriz Viterbo, de perfil, en colores; Beatriz, con antifaz, en los carnavales de 1921; la primera comunión de Beatriz; Beatriz, el día de su boda con Roberto Alessandri; Beatriz, poco después del divorcio, en un almuerzo del Club Hípico; Beatriz, en Quilmes, con Delia San Marco Porcel y Carlos Argentino; Beatriz, con el pekinés que le regaló Villegas Haedo; Beatriz, de frente y de tres cuartos, sonriendo, la mano en el mentón… No estaría obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros: libros cuyas páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que estaban intactos.

Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces, no dejé pasar un treinta de abril sin volver a su casa. Yo solía llegar a las siete y cuarto y quedarme unos veinticinco minutos; cada año aparecía un poco más tarde y me quedaba un rato más; en 1933, una lluvia torrencial me favoreció: tuvieron que invitarme a comer. No desperdicié, como es natural, ese buen precedente; en 1934, aparecí, ya dadas las ocho, con un alfajor santafecino; con toda naturalidad me quedé a comer. Así, en aniversarios melancólicos y vanamente eróticos, recibí las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri.

Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada; había en su andar (si el oxímoron es tolerable) una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis; Carlos Argentino es rosado, considerable, canoso, de rasgos finos. Ejerce no sé qué cargo subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur; es autoritario, pero también es ineficaz; aprovechaba, hasta hace muy poco, las noches y las fiestas para no salir de su casa. A dos generaciones de distancia, la ese italiana y la copiosa gesticulación italiana sobreviven en él. Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante. Abunda en inservibles analogías y en ociosos escrúpulos. Tiene (como Beatriz) grandes y afiladas manos hermosas. Durante algunos meses padeció la obsesión de Paul Fort, menos por sus baladas que por la idea de una gloria intachable. “Es el Príncipe de los poetas de Francia”, repetía con fatuidad. “En vano te revolverás contra él; no lo alcanzará, no, la más inficionada de tus saetas.”

El treinta de abril de 1941 me permití agregar al alfajor una botella de coñac del país. Carlos Argentino lo probó, lo juzgó interesante y emprendió, al cabo de unas copas, una vindicación del hombre moderno.

-Lo evoco -dijo con una animación algo inexplicable- en su gabinete de estudio, como si dijéramos en la torre albarrana de una ciudad, provisto de teléfonos, de telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos, de linternas mágicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines…

Observó que para un hombre así facultado el acto de viajar era inútil; nuestro siglo XX había transformado la fábula de Mahoma y de la montaña; las montañas, ahora, convergían sobre el moderno Mahoma.

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Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposición, que las relacioné inmediatamente con la literatura; le dije que por qué no las escribía. Previsiblemente respondió que ya lo había hecho: esos conceptos, y otros no menos novedosos, figuraban en el Canto Augural, Canto Prologal o simplemente Canto-Prólogo de un poema en el que trabajaba hacía muchos años, sin réclame, sin bullanga ensordecedora, siempre apoyado en esos dos báculos que se llaman el trabajo y la soledad. Primero, abría las compuertas a la imaginación; luego, hacía uso de la lima. El poema se titulaba La Tierra; tratábase de una descripción del planeta, en la que no faltaban, por cierto, la pintoresca digresión y el gallardo apóstrofe.

Le rogué que me leyera un pasaje, aunque fuera breve. Abrió un cajón del escritorio, sacó un alto legajo de hojas de block estampadas con el membrete de la Biblioteca Juan Crisóstomo Lafinur y leyó con sonora satisfacción:

He visto, como el griego, las urbes de los hombres, los trabajos, los días de varia luz, el hambre; no corrijo los hechos, no falseo los nombres, pero el voyage que narro, es… autour de ma chambre.

-Estrofa a todas luces interesante -dictaminó-. El primer verso granjea el aplauso del catedrático, del académico, del helenista, cuando no de los eruditos a la violeta, sector considerable de la opinión; el segundo pasa de Homero a Hesíodo (todo un implícito homenaje, en el frontis del flamante edificio, al padre de la poesía didáctica), no sin remozar un procedimiento cuyo abolengo está en la Escritura, la enumeración, congerie o conglobación; el tercero -¿barroquismo, decadentismo; culto depurado y fanático de la forma?- consta de dos hemistiquios gemelos; el cuarto, francamente bilingüe, me asegura el apoyo incondicional de todo espíritu sensible a los desenfadados envites de la facecia. Nada diré de la rima rara ni de la ilustración que me permite, ¡sin pedantismo!, acumular en cuatro versos tres alusiones eruditas que abarcan treinta siglos de apretada literatura: la primera a la Odisea, la segunda a los Trabajos y días, la tercera a la bagatela inmortal que nos depararan los ocios de la pluma del saboyano… Comprendo una vez más que el arte moderno exige el bálsamo de la risa, el scherzo. ¡Decididamente, tiene la palabra Goldoni!

Otras muchas estrofas me leyó que también obtuvieron su aprobación y su comentario profuso. Nada memorable había en ellas; ni siquiera las juzgué mucho peores que la anterior. En su escritura habían colaborado la aplicación, la resignación y el azar; las virtudes que Daneri les atribuía eran posteriores. Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable; naturalmente, ese ulterior trabajo modificaba la obra para él, pero no para otros. La dicción oral de Daneri era extravagante; su torpeza métrica le vedó, salvo contadas veces, trasmitir esa extravagancia al poema1.

Una sola vez en mi vida he tenido ocasión de examinar los quince mil dodecasílabos del Polyolbion, esa epopeya topográfica en la que Michael Drayton registró la fauna, la flora, la hidrografía, la orografía, la historia militar y monástica de Inglaterra; estoy seguro de que ese producto considerable, pero limitado, es menos tedioso que la vasta empresa congénere de Carlos Argentino. Éste se proponía versificar toda la redondez del planeta; en 1941 ya había despachado unas hectáreas del estado de Queensland, más de un kilómetro del curso del Ob, un gasómetro al norte de Veracruz, las principales casas de comercio de la parroquia de la Concepción, la quinta de Mariana Cambaceres de Alvear en la calle Once de Septiembre, en Belgrano, y un establecimiento de baños turcos no lejos del acreditado acuario de Brighton. Me leyó ciertos laboriosos pasajes de la zona australiana de su poema; esos largos e informes alejandrinos carecían de la relativa agitación del prefacio. Copio una estrofa:

Sepan. A manderecha del poste rutinario (viniendo, claro está, desde el Nornoroeste) se aburre una osamenta -¿Color? Blanquiceleste- que da al corral de ovejas catadura de osario.

-Dos audacias -gritó con exultación-, rescatadas, te oigo mascullar, por el éxito. Lo admito, lo admito. Una, el epíteto rutinario, que certeramente denuncia, en passant, el inevitable tedio inherente a las faenas pastoriles y agrícolas, tedio que ni las geórgicas ni nuestro ya laureado Don Segundo se atrevieron jamás a denunciar así, al rojo vivo. Otra, el enérgico prosaísmo se aburre una osamenta, que el melindroso querrá excomulgar con horror pero que apreciará más que su vida el crítico de gusto viril. Todo el verso, por lo demás, es de muy subidos quilates. El segundo hemistiquio entabla animadísima charla con el lector; se adelanta a su viva curiosidad, le pone una pregunta en la boca y la satisface… al instante. ¿Y qué me dices de ese hallazgo, blanquiceleste? El pintoresco

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neologismo sugiere el cielo, que es un factor importantísimo del paisaje australiano. Sin esa evocación resultarían demasiado sombrías las tintas del boceto y el lector se vería compelido a cerrar el volumen, herida en lo más íntimo el alma de incurable y negra melancolía.

Hacia la medianoche me despedí.

Dos domingos después, Daneri me llamó por teléfono, entiendo que por primera vez en la vida. Me propuso que nos reuniéramos a las cuatro, “para tomar juntos la leche, en el contiguo salón-bar que el progresismo de Zunino y de Zungri -los propietarios de mi casa, recordarás- inaugura en la esquina; confitería que te importará conocer”. Acepté, con más resignación que entusiasmo. Nos fue difícil encontrar mesa; el “salón-bar”, inexorablemente moderno, era apenas un poco menos atroz que mis previsiones; en las mesas vecinas, el excitado público mencionaba las sumas invertidas sin regatear por Zunino y por Zungri. Carlos Argentino fingió asombrarse de no sé qué primores de la instalación de la luz (que, sin duda, ya conocía) y me dijo con cierta severidad:

-Mal de tu grado habrás de reconocer que este local se parangona con los más encopetados de Flores.

Me releyó, después, cuatro o cinco páginas del poema. Las había corregido según un depravado principio de ostentación verbal: donde antes escribió azulado, ahora abundaba en azulino, azulenco y hasta azulillo. La palabra lechoso no era bastante fea para él; en la impetuosa descripción de un lavadero de lanas, prefería lactario, lacticinoso, lactescente, lechal… Denostó con amargura a los críticos; luego, más benigno, los equiparó a esas personas, “que no disponen de metales preciosos ni tampoco de prensas de vapor, laminadores y ácidos sulfúricos para la acuñación de tesoros, pero que pueden indicar a los otros el sitio de un tesoro”. Acto continuo censuró la prologomanía, “de la que ya hizo mofa, en la donosa prefación del Quijote, el Príncipe de los Ingenios”. Admitió, sin embargo, que en la portada de la nueva obra convenía el prólogo vistoso, el espaldarazo firmado por el plumífero de garra, de fuste. Agregó que pensaba publicar los cantos iniciales de su poema. Comprendí, entonces, la singular invitación telefónica; el hombre iba a pedirme que prologara su pedantesco fárrago. Mi temor resultó infundado: Carlos Argentino observó, con admiración rencorosa, que no creía errar en el epíteto al calificar de sólido el prestigio logrado en todos los círculos por Álvaro Melián Lafinur, hombre de letras, que, si yo me empeñaba, prologaría con embeleso el poema. Para evitar el más imperdonable de los fracasos, yo tenía que hacerme portavoz de dos méritos inconcusos: la perfección formal y el rigor científico, “porque ese dilatado jardín de tropos, de figuras, de galanuras, no tolera un solo detalle que no confirme la severa verdad”. Agregó que Beatriz siempre se había distraído con Álvaro.

Asentí, profusamente asentí. Aclaré, para mayor verosimilitud, que no hablaría el lunes con Álvaro, sino el jueves: en la pequeña cena que suele coronar toda reunión del Club de Escritores. (No hay tales cenas, pero es irrefutable que las reuniones tienen lugar los jueves, hecho que Carlos Argentino Daneri podía comprobar en los diarios y que dotaba de cierta realidad a la frase.) Dije, entre adivinatorio y sagaz, que antes de abordar el tema del prólogo, describiría el curioso plan de la obra. Nos despedimos; al doblar por Bernardo de Irigoyen, encaré con toda imparcialidad los porvenires que me quedaban: a) hablar con Álvaro y decirle que el primo hermano aquel de Beatriz (ese eufemismo explicativo me permitiría nombrarla) había elaborado un poema que parecía dilatar hasta lo infinito las posibilidades de la cacofonía y del caos; b) no hablar con Álvaro. Preví, lúcidamente, que mi desidia optaría por b.

A partir del viernes a primera hora, empezó a inquietarme el teléfono. Me indignaba que ese instrumento, que algún día produjo la irrecuperable voz de Beatriz, pudiera rebajarse a receptáculo de las inútiles y quizá coléricas quejas de ese engañado Carlos Argentino Daneri. Felizmente, nada ocurrió -salvo el rencor inevitable que me inspiró aquel hombre que me había impuesto una delicada gestión y luego me olvidaba.

El teléfono perdió sus terrores, pero a fines de octubre, Carlos Argentino me habló. Estaba agitadísimo; no identifiqué su voz, al principio. Con tristeza y con ira balbuceó que esos ya ilimitados Zunino y Zungri, so pretexto de ampliar su desaforada confitería, iban a demoler su casa.

-¡La casa de mis padres, mi casa, la vieja casa inveterada de la calle Garay! -repitió, quizá olvidando su pesar en la melodía.

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No me resultó muy difícil compartir su congoja. Ya cumplidos los cuarenta años, todo cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo; además, se trataba de una casa que, para mí, aludía infinitamente a Beatriz. Quise aclarar ese delicadísimo rasgo; mi interlocutor no me oyó. Dijo que si Zunino y Zungri persistían en ese propósito absurdo, el doctor Zunni, su abogado, los demandaría ipso facto por daños y perjuicios y los obligaría a abonar cien mil nacionales.

El nombre de Zunni me impresionó; su bufete, en Caseros y Tacuarí, es de una seriedad proverbial. Interrogué si éste se había encargado ya del asunto. Daneri dijo que le hablaría esa misma tarde. Vaciló y con esa voz llana, impersonal, a que solemos recurrir para confiar algo muy íntimo, dijo que para terminar el poema le era indispensable la casa, pues en un ángulo del sótano había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos.

-Está en el sótano del comedor -explicó, aligerada su dicción por la angustia-. Es mío, es mío: yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar. La escalera del sótano es empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en el sótano. Se refería, lo supe después, a un baúl, pero yo entendí que había un mundo. Bajé secretamente, rodé por la escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph.

-¿El Aleph? -repetí.

-Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño no podía comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el poema! No me despojarán Zunino y Zungri, no y mil veces no. Código en mano, el doctor Zunni probará que es inajenable mi Aleph.

Traté de razonar.

-Pero, ¿no es muy oscuro el sótano?

-La verdad no penetra en un entendimiento rebelde. Si todos los lugares de la tierra están en el Aleph, ahí estarán todas las luminarias, todas las lámparas, todos los veneros de luz.

-Iré a verlo inmediatamente.

Corté, antes de que pudiera emitir una prohibición. Basta el conocimiento de un hecho para percibir en el acto una serie de rasgos confirmatorios, antes insospechados; me asombró no haber comprendido hasta ese momento que Carlos Argentino era un loco. Todos esos Viterbo, por lo demás… Beatriz (yo mismo suelo repetirlo) era una mujer, una niña de una clarividencia casi implacable, pero había en ella negligencias, distracciones, desdenes, verdaderas crueldades, que tal vez reclamaban una explicación patológica. La locura de Carlos Argentino me colmó de maligna felicidad; íntimamente, siempre nos habíamos detestado.

En la calle Garay, la sirvienta me dijo que tuviera la bondad de esperar. El niño estaba, como siempre, en el sótano, revelando fotografías. Junto al jarrón sin una flor, en el piano inútil, sonreía (más intemporal que anacrónico) el gran retrato de Beatriz, en torpes colores. No podía vernos nadie; en una desesperación de ternura me aproximé al retrato y le dije:

-Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges.

Carlos entró poco después. Habló con sequedad; comprendí que no era capaz de otro pensamiento que de la perdición del Aleph.

-Una copita del seudo coñac -ordenó- y te zampuzarás en el sótano. Ya sabes, el decúbito dorsal es indispensable. También lo son la oscuridad, la inmovilidad, cierta acomodación ocular. Te acuestas en el piso de baldosas y fijas los ojos en el decimonono escalón de la pertinente escalera. Me voy, bajo la trampa y te quedas solo. Algún roedor te mete miedo ¡fácil empresa! A los pocos minutos ves el Aleph. ¡El microcosmo de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el multum in parvo!

Ya en el comedor, agregó:

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-Claro está que si no lo ves, tu incapacidad no invalida mi testimonio… Baja; muy en breve podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz.

Bajé con rapidez, harto de sus palabras insustanciales. El sótano, apenas más ancho que la escalera, tenía mucho de pozo. Con la mirada, busqué en vano el baúl de que Carlos Argentino me habló. Unos cajones con botellas y unas bolsas de lona entorpecían un ángulo. Carlos tomó una bolsa, la dobló y la acomodó en un sitio preciso.

-La almohada es humildosa -explicó-, pero si la levanto un solo centímetro, no verás ni una pizca y te quedas corrido y avergonzado. Repantiga en el suelo ese corpachón y cuenta diecinueve escalones.

Cumplí con sus ridículos requisitos; al fin se fue. Cerró cautelosamente la trampa; la oscuridad, pese a una hendija que después distinguí, pudo parecerme total. Súbitamente comprendí mi peligro: me había dejado soterrar por un loco, luego de tomar un veneno. Las bravatas de Carlos transparentaban el íntimo terror de que yo no viera el prodigio; Carlos, para defender su delirio, para no saber que estaba loco, tenía que matarme. Sentí un confuso malestar, que traté de atribuir a la rigidez, y no a la operación de un narcótico. Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph.

Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? Los místicos, en análogo trance, prodigan los emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros; Alanus de Insulis, de una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna; Ezequiel, de un ángel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur. (No en vano rememoro esas inconcebibles analogías; alguna relación tienen con el Aleph.) Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré.

En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese

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objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.

Sentí infinita veneración, infinita lástima.

-Tarumba habrás quedado de tanto curiosear donde no te llaman -dijo una voz aborrecida y jovial-. Aunque te devanes los sesos, no me pagarás en un siglo esta revelación. ¡Qué observatorio formidable, che Borges!

Los zapatos de Carlos Argentino ocupaban el escalón más alto. En la brusca penumbra, acerté a levantarme y a balbucear:

-Formidable. Sí, formidable.

La indiferencia de mi voz me extrañó. Ansioso, Carlos Argentino insistía:

-¿Lo viste todo bien, en colores?

En ese instante concebí mi venganza. Benévolo, manifiestamente apiadado, nervioso, evasivo, agradecí a Carlos Argentino Daneri la hospitalidad de su sótano y lo insté a aprovechar la demolición de la casa para alejarse de la perniciosa metrópoli, que a nadie ¡créame, que a nadie! perdona. Me negué, con suave energía, a discutir el Aleph; lo abracé, al despedirme, y le repetí que el campo y la serenidad son dos grandes médicos. En la calle, en las escaleras de Constitución, en el subterráneo, me parecieron familiares todas las caras. Temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme, temí que no me abandonara jamás la impresión de volver. Felizmente, al cabo de unas noches de insomnio, me trabajó otra vez el olvido. Posdata del primero de marzo de 1943. A los seis meses de la demolición del inmueble de la calle Garay, la Editorial Procusto no se dejó arredrar por la longitud del considerable poema y lanzó al mercado una selección de “trozos argentinos”. Huelga repetir lo ocurrido; Carlos Argentino Daneri recibió el Segundo Premio Nacional de Literatura2. El primero fue otorgado al doctor Aita; el tercero, al doctor Mario Bonfanti; increíblemente, mi obra Los naipes del tahúr no logró un solo voto. ¡Una vez más, triunfaron la incomprensión y la envidia! Hace ya mucho tiempo que no consigo ver a Daneri; los diarios dicen que pronto nos dará otro volumen. Su afortunada pluma (no entorpecida ya por el Aleph) se ha consagrado a versificar los epítomes del doctor Acevedo Díaz. Dos observaciones quiero agregar: una, sobre la naturaleza del Aleph; otra, sobre su nombre. Éste, como es sabido, es el de la primera letra del alfabeto de la lengua sagrada. Su aplicación al disco de mi historia no parece casual. Para la Cábala, esa letra significa el En Soph, la ilimitada y pura divinidad; también se dijo que tiene la forma de un hombre que señala el cielo y la tierra, para indicar que el mundo inferior es el espejo y es el mapa del superior; para la Mengenlehre, es el símbolo de los números transfinitos, en los que el todo no es mayor que alguna de las partes. Yo querría saber: ¿Eligió Carlos Argentino ese nombre, o lo leyó, aplicado a otro punto donde convergen todos los puntos, en alguno de los textos innumerables que el Aleph de su casa le reveló? Por increíble que parezca, yo creo que hay (o que hubo) otro Aleph, yo creo que el Aleph de la calle Garay era un falso Aleph. Doy mis razones. Hacia 1867 el capitán Burton ejerció en el Brasil el cargo de cónsul británico; en julio de 1942 Pedro Henríquez Ureña descubrió en una biblioteca de Santos un manuscrito suyo que versaba sobre el espejo que atribuye el Oriente a Iskandar Zú al-Karnayn, o Alejandro Bicorne de Macedonia. En su cristal se reflejaba el universo entero. Burton menciona otros artificios congéneres -la séptuple copa de Kai Josrú, el espejo que Tárik Benzeyad encontró en una torre (1001 Noches, 272), el espejo que Luciano de Samosata pudo examinar en la luna (Historia verdadera, I, 26), la lanza especular que el primer libro del Satyricon de Capella atribuye a Júpiter, el espejo universal de Merlin, “redondo y hueco y semejante a un mundo de vidrio” (The Faerie Queene, III, 2, 19)-, y añade estas curiosas palabras: “Pero los anteriores (además del defecto de no existir) son meros instrumentos de óptica. Los fieles que concurren a la mezquita de Amr, en el Cairo, saben muy bien que el universo está en el interior de una de las columnas de piedra que rodean el patio central… Nadie, claro está, puede verlo, pero quienes acercan el oído a la superficie, declaran percibir, al poco tiempo, su atareado rumor… La mezquita data del siglo VII; las columnas proceden de otros templos de religiones anteislámicas, pues como ha escrito Abenjaldún: En las repúblicas fundadas por nómadas es indispensable el concurso de forasteros para todo lo que sea albañilería“. ¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.

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PLAN DE ACTIVIDAD MENSUAL

MONITOREO DEL AVANCE DE LA ACTIVIDAD POR EL

ESTUDIANTE

Semana

Actividad de Aprendizaje

Entrega de

avances

Monitoreo de avance

Fecha se entrega En

treg

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Pen

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No

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pu

edo

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lver

so

lo

Semana 1 Mundos Literarios 7/Mayo/2021

Semana 2 Boom Latinoamericano 14/Mayo/2021

Semana 3 La dualidad del ser humano en la Literatura 21/Mayo/2021

Semana 4 Entrega de la actividad de aprendizaje terminada. 28/Mayo/2021