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Desde la Puerta del Sol
La Puerta del Sol madrileña, en la que se encuentra el punto kilométrico 0 de España, creemos es un buen enclave para formalizar un juicio de lo que pasa en el país, lo que podemos alargar a Hispanoamérica y al resto del mundo. Con esa idea nos hemos situado junto el oso y el madroño, desde donde saludar a nuestros amigos
Actualicemos la Ley de
Memoria Histórica y Democrática
ás que estar pendientes de la Memoria Histórica y Democrática, hay que tener
presente lo absurdo que es repetir la historia, hecho que se está produciendo
en España desde hace algún tiempo.
Repetir la historia en lo bueno es difícil, pues no
siempre los acontecimientos permiten mimeti-
zar lo pasado, ya que la evolución permanente
de la vida los hace variables, continuamente dis-
tintos, y hay que trabajar con los mimbres que
existen en cada circunstancia. En cuanto a repe-
tirla por la parte menos recomendable, la nefas-
ta, en cierta medida es más sencillo toda vez que
los hechos siniestros son más fáciles de repro-
ducir, suelen no variar aunque tengan lugar en
tiempos distintos.
Hablar de la construcción de pantanos, de con-
centración parcelaria, es como si a nadie le inte-
resara, como si hubieran estado ahí hace siglos
salvo que alguien se los quiera adjudicar para medrar con el tema. Pero el asesinato de
personas, la quema de iglesias, los restos de una guerra esos son difíciles de esconder,
aunque también se olviden o se intenten olvidar, según se haga con la voluntad de recon-
M Repetir la historia, Emilio Álvarez Frías ¡No es esto, no es esto!, Jesús Laínz Asesinados por santiguarse en un sitio
público, Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Contreras reivindica la memoria de decenas de miles de españoles inocentes, asesinados por odio a la fe, Javier Navascues
6 políticos asesinados por católicos: un ministro, diputados, concejales… mártires de los años 30, P.J.G./ReL
ciliación o con el ánimo de no tener en consideración por el menoscabo que pueden
producir.
Ante la tergiversación de los hechos positivos no vale únicamente poner de manifiesto
cómo fueron estos y cuál su origen; por ello nos vemos obligados a reflejar cuáles fueron
las circunstancias negativas que dieron lugar a la historia de unos y otros.
(LD)
a actividad principal del eminente pensador José Ortega y Gasset no fue,
evidentemente, la política, aunque tanto en sus escritos como en sus acciones
nunca dejó de participar en el debate sobre cómo debía regenerarse una España
recién salida del Desastre del 98.
Radicalmente opuesto a la dictadura de Primo de Rivera, la complicidad de Alfonso XIII
con ella le pareció la gota que colmaba el vaso de los desmanes de una Monarquía que
debía desaparecer por el bien de España. Por eso publicó en El Sol el 15 de noviembre
de 1930 el histórico artículo «El error Berenguer», en el que deploró con singular
indignación los siete años de gobierno
primorriverista:
España ha sufrido durante siete años
un régimen de absoluta anormalidad
en el Poder público, el cual ha usado
medios de tal modo anormales, que
nadie, así, de pronto, podrá recordar
haber sido usados nunca ni dentro ni
fuera de España, ni en este ni en nin-
gún otro siglo (…) No es imposible,
pero sí sumamente difícil, hablando
en serio y con todo rigor, encontrar
un régimen de Poder público como
el que ha sido de hecho nuestra Dic-
tadura en todo el ámbito de la his-
toria, incluyendo los pueblos salva-
jes. Sólo el que tiene una idea com-
pletamente errónea de lo que son los
pueblos salvajes puede ignorar que la situación de derecho pú-
blico en que hemos vivido es más salvaje todavía, y no sólo es anormal con respecto a
España y al siglo XX, sino que posee el rango de una insólita anormalidad en la historia
humana.
Ortega consideró que no se podía continuar con el régimen monárquico como si nada
hubiera pasado y que la aceptación regia de la Dictadura debía implicar su extinción. Por
eso concluyó el artículo con el célebre «¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Recons-
truidlo! Delenda est Monarchia» que tanto influiría en la decisión de muchos españoles
de optar por un régimen republicano.
L
José Ortega y Gasset
Pocos meses después, en febrero de 1931, Ortega fundaría la Agrupación al Servicio de
la República junto con Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala, hecho por el que el
trío pasaría a la historia como «los padres de la República». Los tres firmaron el manifiesto
en el que exaltaron «la grande promesa histórica que es la República española»:
La Monarquía de Sagunto ha de ser sustituida por una República que despierte en todos
los españoles, a un tiempo, dinamismo y disciplina, llamándolos a la soberana empresa
de resucitar la historia de España.
Su compromiso con la causa republicana le llevó a reclutar nuevos adeptos entre otras
personalidades de la política y la cultura. Éste fue el caso de Francesc Cambó, a cuyo
despacho del hotel Ritz acudió Ortega con tal fin. Así lo recordó el inteligente y expe-
rimentado catalán en sus memorias:
Cuando esperaba que yo le diese un sí y una firma, tuvo que escuchar una exposición
serena de mis argumentos dirigidos a hacerle ver que aquella República de que me habla-
ba era un puro ensueño; que si la República venía, sería gobernada o por los socialistas o
por Lerroux con su gente tarada; que el nuevo régimen supondría el comienzo de una era
de convulsiones para España, que se traduciría en un inevitable retroceso en la cultura
(…) Al oírme, tuvo un ataque de furia. Salió de mi salón batiendo la puerta.
Fue elegido diputado a las Cortes constituyentes junto con trece de sus compañeros de
candidatura. Muy significativamente, siete de aquellos trece pronto acabarían enfrenta-
dos a la república: los tres fundadores; Alfonso García Valdecasas, que dos años más
tarde participaría en la creación de Falange Española; Vicente Iranzo –cuyo hijo, huido a
Francia, regresó para alistarse, junto con el de Ortega, en el ejército sublevado– fue con-
denado a muerte por un tribunal revolucionario y
logró salvar la vida por sus altos contactos con Mar-
tínez Barrio, lo que no impediría que, tras la gue-
rra, fuese condenado a varios años de libertad vi-
gilada por su supuesta pertenencia a la Masonería;
José Pareja, exministro de Instrucción Pública y ca-
tedrático de patología que fue destituido en 1937
por desafecto al régimen y tuvo que refugiarse en
la embajada uruguaya; y Manuel Rico Avello,
exministro de Gobernación y de Hacienda que
acabaría asesinado por los milicianos izquierdistas
en la cárcel Modelo junto con otros destacados po-
líticos republicanos «moderados» como Melquía-
des Álvarez o Ramón Álvarez-Valdés y, por supu-
esto un buen número de derechistas. Al conocer lo
allí sucedido, exclamó Indalecio Prieto: «La bruta-
lidad de lo que aquí acaba de ocurrir significa,
nada menos, que con esto hemos perdido la guerra».
No tardaría mucho tiempo Ortega en empezar a desconfiar de la República neonata. El 2
de junio, sólo mes y medio después de su alumbramiento y ya con la primera quema de
edificios religiosos a sus espaldas, lamentó que «gentes con almas no mayores que las
usadas por los coleópteros han conseguido en menos de dos meses encanijarnos esta
República niña y hacerle perder el garbo con que nació».
Alfonso García Valdecasas
Participó activamente en las discusiones parlamentarias, en las que se destacó por su
oposición a organizar España como un Estado federal, lo que juzgó un retroceso hacia
tiempos medievales, y por su crítica a las izquierdas a causa de su concepción de la
República como un régimen revolucionario y de su propiedad exclusiva. Así, el 9 de
septiembre de 1931, en pleno debate constitucional, publicó en el diario Crisol un impor-
tante artículo en el que advirtió que la República no funcionaría mientras no se desterrara
la palabra revolución que tanto gustaban de usar los izquierdistas. Y lo concluyó con unas
palabras que han pasado a la historia:
Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República
con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se
dicen ahora entre desasosegados y descontentos: ¡No es esto, no es esto! La República es
una cosa. El radicalismo es otra. Si no, al tiempo.
Dos meses más tarde, el 6 de diciembre, tres días antes de la aprobación parlamentaria
de la Constitución, pronunció un discurso, titulado Rectificación de la República, en el
que lamentó, entre otros aspectos, su «arcaico anticlericalismo» y el espíritu partidista
por encima del interés general de la nación:
Lo que no se comprende es que, habiendo sobrevenido la República con tanta plenitud y
tan poca discordia, sin apenas herida ni apenas dolores, hayan bastado siete meses para
que empiece a cundir por el país desazón y descontento, desánimo; en suma, tristeza. ¿Por
qué nos han hecho una República triste y agria bajo la joven constelación de una República
naciente?
Desilusionado de un régimen al que acusaba de sectario y extremista, en octubre de 1932
disolvió la Agrupación al Servicio de la República y se retiró de la primera fila política no
sin antes reiterar por escrito su desafección por una «Constitución lamentable, sin pies ni
cabeza ni el resto de materia orgánica que suele haber entre los pies y la cabeza».
Tras la victoria fraudulenta del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936,
Ortega consideró que la situación de España no auguraba un porvenir pacífico, por lo
que viajó a París para ir preparando el
traslado de su familia. Y con el ase-
sinato de Calvo Sotelo, que le sorpren-
dió en Madrid, vio claro que por fin se
había desatado la revolución que la iz-
quierda venía anunciando desde tiem-
po atrás. Como relataría posterior-
mente su hijo, temió que se produ-
jeran, por parte republicana, acciones
contra las personas de mentalidad
equilibrada, al igual que había suce-
dido en octubre de 1934, cuando los
primeros tiros se dispararon contra el
domicilio de Besteiro, vecino suyo en
El Viso, en castigo por respetar el sistema democrático. Se
escondieron en casa de su suegro, justo a tiempo para que García Atadell y sus esbirros
encontraran su domicilio vacío. Así lo relató su hijo Miguel:
Después nos refugiamos en la Residencia de Estudiantes, donde había, por lo menos, una
vigilancia y un baluarte. Allí corrió mi padre serios peligros. Con amenazas, le pidieron
que firmase un manifiesto redactado por un grupo extremista, los Escritores Antifascistas.
La residencia de Estudiantes
Mi padre, muy enfermo, en cama, se negó a firmarlo. La negativa indignó de una manera
terrible y peligrosísima a los jóvenes escritores comunistas. Volvieron con terribles ame-
nazas; lo hubieran matado (…) El nefasto diario Claridad arremetió contra mi padre dicien-
do cosas como ésta: «que su filosofía era donde se habían alimentado las mentes fascistas».
Esto era una condena a muerte; nadie se libraba, después, de ser fusilado en un plazo
breve. Mi padre, sin embargo, comprendió que antes de matarle querrían utilizarlo para
su beneficio. Así fue. Después de pocos días, aparecieron otra vez (mi padre estaba muy
enfermo, con septicemia de origen biliar); pretendían que hablase por radio a América.
No sé cómo logró una demora, que aprovechamos para salir de España todos, ya que lo
que más le preocupaba era dejar rehenes.
Una vez conocida su fuga de España, la Comisión Universitaria Depuradora le destituyó
de su cátedra. Algunos meses después, en el «Epílogo para ingleses» que escribió para
una nueva edición de La rebelión de las masas, relataría así este episodio lamentando la
ignorancia con la que se juzgaban en el extranjero los hechos de España:
Mientras en Madrid los comunistas y sus afines obligaban a escritores y profesores, bajo
las más graves amenazas, a firmar manifiestos, a hablar por radio, etc., cómodamente sen-
tados en sus despachos o en sus clubs, exentos de toda presión, algunos de los principales
escritores ingleses firmaban otro manifiesto donde se garantizaba que esos comunistas y
sus afines eran los defensores de la libertad. Evitemos los aspavientos y las frases, pero
déjeseme invitar al lector inglés a que imagine cuál pudo ser mi primer movimiento ante
hecho semejante, que oscila entre lo grotesco y lo trágico. Porque no es fácil encontrarse
con mayor incongruencia.
Y continuó reprochando a Albert Einstein la insolencia de haberse creído con derecho a
opinar sobre la guerra civil española usufructuando «una ignorancia radical sobre lo que
ha pasado en España ahora, hace siglos y siempre».
Refugiada toda la familia en París, evitó el contacto personal con los dirigentes y diplo-
máticos republicanos allí destinados, algunos de ellos amigos suyos. Sus dos hijos deci-
dieron alistarse en el Ejército de Franco con plena aprobación paterna. Desde la distan-
cia, siguió el desarrollo de la guerra
con enorme interés y el deseo de una
rápida victoria del bando nacional.
Cuando un amigo le transmitió el bulo
de que se acababa de rendir el Alcá-
zar de Toledo, Ortega respondió que
«no puede ser verdad; los cadetes del
Alcázar de Toledo no se rinden nun-
ca».
Mantuvo contacto frecuente con Mara-
ñón, al que confesó con amargura su
arrepentimiento por haber participa-
do tan activamente en la campaña con-
tra la Monarquía. Y le recordó a menudo la desagradable
conversación que, unos días antes de publicar «El error Berenguer», había mantenido
con un Cambó contrario al cambio de régimen. Siete años y una guerra civil después, a
Ortega no le quedó más remedio que admitir que el catalán había acertado y él, la cabeza
más influyente de la España de su tiempo, se había equivocado estrepitosamente.
Restos del Alcázar de Toledo
Si bien el 13 de marzo de 1939 escribió a su compañero de filas, de desengaño y de huida
confesándole «haber pasado alguna nerviosidad con la última coletada del atún comu-
nista», el 28 de marzo le envió un telegrama expresando su «alborozo y felicitación» por
la entrada de Franco en Madrid.
Receloso de la acogida que podrían darle los gobernantes e intelectuales españoles por
haber representado tan alto papel en la proclamación del fenecido régimen republicano,
prefirió pasar los primeros años de la posguerra fuera de España, a donde regresó en
1944 y donde residió, intelectualmente activo pero políticamente al margen, hasta su
fallecimiento en 1955.
(Alfa y Omega)
l cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, preside este sábado en la catedral
de la Almudena, a las 12:00 horas, la apertura del proceso diocesano de 140 vícti-
mas de la persecución religiosa que se desató en España en los años 30. Su testi-
monio se añade al de otros 68 mártires de Madrid cuyas causas se encuentran ya en estu-
dio en Roma.
Para Juan Antonio Martínez Camino, obispo auxiliar y encargado de la Pastoral de San-
tidad de Madrid, aunque todos estos procesos comprenden un total de 208 mártires, «son
solo algunos de los varios centenares de testigos del siglo XX en Madrid». Concreta-
mente, según las investigaciones del Arzobispado madrileño, en los años 30 del siglo
pasado perdieron la vida a causa de la fe 408 sacerdotes y 17 seminaristas, mientras que
los laicos mártires «no son menos que los sacerdotes», afirma.
Los nuevos candidatos a la beatificación –cuyas biografías y detalles de su martirio se
pueden encontrar en la página causamartires.archimadrid.es– «son personas de muy
diversas edades y condiciones sociales», 61 sacerdotes y 79 laicos, «testigos de la fe hasta
la sangre a quienes todavía no es posible rendir culto público, pero ya podemos acoger-
nos de modo privado a su intercesión», afirma el obispo auxiliar.
Los 140 nuevos mártires forman parte de tres causas distintas promovidas por las diócesis
de Madrid y de Getafe, la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), y las secciones
de Acción Católica de Madrid y de Getafe.
Entre los 61 sacerdotes están aquellos que protegieron con su vida el lienzo de la Virgen
de la Paloma y el cuerpo incorrupto de san Isidro; hubo otro que impulsó en aquellos
años el sindicalismo obrero católico; muchos destacaron tanto por su piedad como por
su labor de caridad entre los más desfavorecidos; los hay que se arriesgaron cobijando
a sacerdotes amigos, o que teniendo la posibilidad de huir volvieron a Madrid para aten-
der espiritualmente a los jóvenes que tenían encomendados. De muchos se conservan
testimonios del perdón que ofrecieron a sus enemigos antes de morir, y de ninguno
consta que renegara de su fe.
El perfil biográfico de los laicos es asimismo muy variado. Hay estudiantes, ebanistas,
albañiles, carpinteros, maestros, periodistas, un carnicero, varios políticos, un médico…
Varios de ellos fueron detenidos cuando se santiguaron al bendecir la mesa en un lugar
E
público; a un padre y a su hijo los fusilaron juntos; también hay varios hermanos que
fueron juntos al martirio; uno fue detenido por esconder un cáliz, y otro fue asesinado
incluso antes de comenzar la Guerra Civil. Pertenecen a la Asociación Católica de Propa-
gandistas, a Acción Católica, a la Adoración Nocturna…, los hay casados y solteros, ma-
yores y jóvenes, y también algunas mujeres.
Un orgullo para Madrid
El reconocimiento del martirio de todos ellos «es un deber de justicia», afirma Alberto
Fernández, delegado episcopal para las Causas de los Santos de
Madrid, porque «la Iglesia desde los primeros siglos ha tenido muy presente a los fieles
que imitan la Pasión del Señor». El hecho de que haya habido tantos testigos en Madrid
en este período «es también un honor», pues «para la Iglesia es motivo de orgullo tener
mártires entre sus hijos».
El delegado aclara que todos ellos «no son mártires de la Guerra Civil, sino de la perse-
cución religiosa que hubo en España durante los años 30 del siglo pasado. Ellos no murie-
ron por ser de un bando o de otro, sino que el motivo de su muerte fue la fe que profesa-
ban. Están por encima de cualquier bando».
En este sentido, son también «testigos de reconciliación, porque murieron perdonando»,
con lo que son un modelo «para esta situación tan enrarecida que vivimos ahora». Y para
los fieles de hoy, constituyen «una oportunidad para que tomemos conciencia de la cen-
tralidad de nuestra fe, que por encima de nuestra propia vida está el amor a Dios».
Los que encabezan las causas
Timoteo Rojo Orcajo. Canónigo archivero de la entonces catedral de San Isidro, fue fusi-
lado a los 45 años en Paracuellos del Jarama. Fue muy buscado por los milicianos, porque
lo creían poseedor de llaves y documentos del Obispado, y fue uno de los cuatro canóni-
gos que había emparedado la urna que ocultaba el cuerpo de san Isidro, para que no
Cristo mutilado
fuera profanado. Guardó fielmente el secreto, aun a costa de su vida. Fue encarcelado en
la prisión de Porlier y sacado de allí el 19 de noviembre de 1936 para ser fusilado.
Rufino Blanco. Cofundador de la Escuela Superior de Magisterio y miembro de la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas, fue uno de los padres de la pedagogía moder-
na en España. También fue concejal del Ayuntamiento de Madrid y gobernador civil de
Segovia en los años 20. En su ingreso en la academia puso de manifiesto sus convicciones
católicas. Rufino y su hijo fueron detenidos el 2 de octubre de 1936 en su domicilio, con
el motivo de que «solo escribían para las escuelas cristianas y no para las laicas», y asesi-
nados el día 3 en la Ciudad Universitaria.
Isidro Almazán Francos. Maestro nacional y presidente de la Federación de Maestros
Católicos, colaboró también en La Crónica y El Debate. Fue director de la revista Atenas,
nacida bajo el impulso del padre Enrique Herrera Oria y de san Pedro Poveda. También
participó en el Instituto Pedagógico, la alternativa católica a la Institución Libre de Ense-
ñanza. En sus últimos años llegó a ingresar como novicio de la orden franciscana, aunque
su resentida salud y el cruento final de su vida le impidieron tomar los votos. Fue asesi-
nado el 28 de agosto de 1936 en el cementerio de Aravaca.
(InfoCatólica)
l diputado de Vox, el catedrático Francisco José Contreras, tuvo recientemente un
gesto sin precedentes en el Congreso, sacó de su bolsillo el crucifijo que llevaba
su tío abuelo, el sacerdote Rafael Contreras Leva cuando fue asesinado el 29 de
julio de 1936 a los pocos días de comenzar la Guerra Civil Española y que pronto será
beatificado. «Fue despedazado con un hacha», precisó Contreras.
En esta vida valen muchos los gestos, ¿Hasta qué punto es importante que un político
muestre en el Congreso el crucifijo de un mártir?
Creo que es importante como gesto de reivindicación de la memoria de decenas de miles
de españoles inocentes, asesinados
por odio a la fe. La versión oficial y
sectaria de la historia de aquellos
años –impuesta por las leyes de Me-
moria a partir de Zapatero, y antes ya
por los medios de comunicación, el
cine y la historiografía universitaria–
los había invisibilizado. También me
parece importante como gesto de
libertad y desafío, en una sociedad
que más que laica, ha llegado a ser
«laicista»; no neutral, sino hostil al
cristianismo.
¿Se siente orgulloso de tener un mártir en la familia?
E
Es un honor del que hay que esforzarse por ser dignos. No conocí a mi tío-abuelo, por
supuesto; ni siquiera mi padre llegó a conocerlo, pues tenía un año cuando le asesinaron.
Pero su fotografía presidía la casa de mis abuelos paternos. Nos hablaban de él con vene-
ración, pero sin odio.
Pareciera que la cruz está vetada en el ámbito público en una sociedad laicista…
Así es, y es una anomalía absurda. Más allá de si se tiene fe o no, es de mero realismo
histórico reconocer que el cristianismo es la raíz de nuestros valores, historia y cultura.
Una sociedad occidental que proscriba la cruz se está negando y odiando a sí misma.
Asociar derecha a crimen e izquierda a libertad es un insulto a la inteligencia, pero muchos
compran ese discurso y el gran fraude de la llamada ley de memoria democrática.
Así es, como intenté explicar muy sintéticamente en mi breve intervención, y como he
indicado ya en otras intervenciones en la Comisión Constitucional. En VOX pensamos
que las leyes «de memoria democrática», con la excusa de honrar a las víctimas de hace
80 años, lo que buscan en realidad es imponer una versión maniquea de la Historia que
identifique a la derecha con el fascismo y a la izquierda con la libertad. Esa versión es
una burda manipulación de la realidad. La Segunda República fue un régimen sectario
desde los comienzos, con su prohibición de la «apología del régimen monárquico», su
Ley de Defensa de la República (que incluía censura de prensa y destierros sin juicio), su
prohibición de la enseñanza católica y expulsión de órdenes religiosas, su inhibición
frente a la quema de conventos por turbas fanatizadas por la propaganda marxista…
Cuando las derechas ganaron limpiamente las elecciones en noviembre de 1933, las
izquierdas intentaron un golpe de Estado en octubre de 1934, causando 1.400 muertos,
sobre todo en Asturias, pero también en 25 provincias más. Después de 1934, las declara-
ciones públicas de la izquierda (incluido el PSOE, dominado por la facción bolchevizada
de Largo Caballero, que prevaleció sobre la más moderada de Besteiro) hablaban abier-
tamente de revolución socialista y de ruptura con la «democracia burguesa»: la derecha
debía ser expulsada definitivamente del sistema. Y en febrero de 1936 se manipularon
las actas electorales de muchas provincias para convertir en victoria aplastante de la
izquierda lo que en realidad había sido un resultado muy ajustado. Lo que comenzó en
julio de 1936 no fue simplemente un pronunciamiento militar, sino la sublevación de la
«media España que no se resigna a morir» (Gil Robles) frente a ese estado de cosas. Tanto
el ejército como la sociedad se partieron prácticamente al 50%. Ambos bandos se radica-
lizaron y cometieron crímenes. La versión oficial que se nos quiere imponer invisibiliza
los de unos y magnifica los de los otros. En cuanto al resultado de la guerra, si hubiese
vencido el bando republicano, habríamos tenido una dictadura estalinista, no una demo-
cracia. La comunistización del bando republicano era patente, hasta el punto de que los
comunistas se permitieron perseguir a sus propios rivales dentro de la izquierda –anar-
quistas, POUM, etc.– llegando a la aniquilación física en la Barcelona de mayo de 1937.
En este sentido la batalla cultural que ofrece Vox es muy necesaria.
VOX ha nacido para eso: para dar la batalla cultural que el PP se negaba a dar, con el
pretexto de que «la economía lo es todo», y con su sempiterno terror a que la izquierda
le llame «facha». La interpretación del pasado es parte esencial de esa batalla. El PP había
entregado durante décadas a la izquierda el monopolio de la cultura y de la Historia. Con
VOX, eso se ha acabado.
e presenta este sábado 12 de diciembre de 2020, a las 12:00 horas en la catedral de
la Almudena la apertura del proceso diocesano de tres causas de martirio, pro-
movidas por la archidiócesis de Madrid, la diócesis de Getafe, la Asociación Cató-
lica de Propagandistas (ACdP), la Acción Católica de Madrid y la Acción Católica de
Getafe, con un total de 140 siervos de Dios, que fueron asesinados en el marco de las per-
secuciones anticatólicas en España en los años 30.
Entre ellos los hay de todas las clases sociales y estilos de vida, pero aquí vamos a desta-
car algunos que eran o habían sido cargos políticos electos, diputados, concejales e
incluso un ministro. La Iglesia examina con atención el poder llegar a declararlos mártires
que han derramado su sangre por ser fieles a Cristo, y odiados y asesinados por ser cris-
tianos.
1. Marcelino Oreja Elósegui, asesinado por socialistas 2 años antes de la Guerra Civil.
En las elecciones de junio de 1931 Oreja Elósegui fue elegido diputado por el País
Vasco dentro de una candidatura católica (del Partido Católico Tradicionalista) en la
que también figuraba José Antonio Aguirre, futuro lehendakari. Partió de una postura
nacionalista-foralista, aunque luego se distanció del nacionalismo, prefiriendo ver
España como «una federación de regiones». Era abogado e ingeniero de caminos.
También había aprendido gestión moderna de periódicos en EEUU para gestionar el
diario católico El Debate que impulsaba la Asociación Católica de Propagandistas. Fue
un colaborador muy cercano al siervo de
Dios Ángel Herrera Oria (abogado, político,
periodista y más adelante sacerdote y car-
denal). Oreja Elósegui era capaz de una «ac-
tividad asombrosa que se disparaba en con-
ferencias, discursos, cursillos, viajes, sobre
toda la geografía de España».
No lo mataron durante la Guerra Civil, sino
dos años antes, el 5 de octubre de 1934, du-
rante la violenta Revolución de Octubre de 1934, alentada por el PSOE y la UGT, que
en el País Vasco causó 42 muertos y centenares de heridos (y muchos más en Astu-
rias). A las 7.30 de la mañana, un grupo de milicianos socialistas de la facción de Largo
Caballero detuvo a Oreja Elósegui en Mondragón, en casa de su suegro, donde pasa-
ba la noche junto a su mujer, Pureza Aguirre, que se encontraba embarazada de cuatro
meses. El político esperó al piquete rezando el rosario. Se lo llevaron a la Casa del
Pueblo, donde horas después fue baleado. Lo devolvieron moribundo a su casa. Murió
tras recibir la extremaunción de manos del sacerdote José Markiegui (quien sería
S
fusilado dos años después por tropas del bando nacional, junto con los también sacer-
dotes José Joaquín de Arin y Leonardo de Guridi).
2. Antonio Bermúdez Cañete: expulsado de Alemania por los nazis, asesinado al
sacarlo de una checa
En 2008 se publicó el libro Antonio Bermúdez Cañete: periodista, economista y político;
probablemente dentro de unos años habrá que añadir «y mártir y beato». Se educó en
una familia bienestante de Baena (Córdoba), le inquietó la pobreza y la cuestión social
en Andalucía y España, y buscó salidas como economista,
por ejemplo, adelantando la importancia que algún día ten-
dría el turismo. Pedía «propaganda múltiple, que será efi-
caz, que nos traerá ricos de todo el mundo, que es lo que
nos hace falta... Hagamos de nuestra España un lugar de
moda. ¿Que la moda es estúpida? Mejor; una razón más
para explotarla», escribía en 1926. «Cada pueblo debe te-
ner sus trajes y sus costumbres típicas, que no pueden ser
motivo de vergüenza». Todo eso se ha cumplido y España
se convirtió en una colosal potencial turística mundial.
Como periodista era inconformista. Ejerció como perio-
dista en la Alemania nazi (de donde fue expulsado por sus
críticas al Partido Nazi) y acudió como enviado especial a
cubrir la guerra italoabisinia. En El Debate, el periódico
católico de la Asociación de Propagandistas, fue el respon-
sable de la sección de Economía. En 1936 fue elegido diputado al Congreso.
Al poco de iniciarse la persecución religiosa de 1936 fue detenido y llevado a la checa
del Círculo de Bellas Artes, de donde le sacaron para matarlo. Cuando lo iban a subir
al coche se revolvió contra los milicianos y se defendió. Los asesinos le dispararon en
plena calle y cayó acribillado. Esto sucedía el 21 de agosto de 1936.
3. Rufino Blanco Sánchez, anciano erudito y pedagogo moderno
Fue elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid en 1924 y nombrado gobernador
civil de Segovia en 1927, pero más que como político se le
recuerda como uno de los mayores eruditos de la Pedagogía
del siglo XX en España y un pionero en pedagogía moderna.
Doctor en Filosofía y Letras en 1909; profesor de Pedagogía
Fundamental en la Escuela Superior del Magisterio desde
1910; profesor de la Escuela de Criminología desde 1924; es
elegido miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y
Políticas en 1935... Su discurso de ingreso en la Academia
ponía de manifiesto su devoción católica.
Rufino Blanco, que tenía 74 años, fue detenido junto con su hijo
el día 2 de octubre de 1936 en su domicilio, situado en la calle
Viriato 65 de Madrid. Según la Causa General, los asesinos le
recriminaron que solo escribiese para «las escuelas cristianas
y no hacerlo para las laicas». En la madrugada del día 3 ambos
fueron asesinados por sus captores en la Ciudad Universitaria. Ambos cadáveres
fueron enterrados en el Cementerio de la Almudena dos días después, el día 5 de
octubre de 1936. Descansan hoy en una tumba en la Sacramental de San Justo. Da
nombre a la causa de «Rufino Blanco Sánchez y 70 compañeros laicos».
4. Federico Salmón Amorín, ¡ministro de Trabajo de la República!
Probablemente el único mártir católico que llegó a ser Ministro de la Segunda Repú-
blica Española, régimen caracterizado desde su inicio por un fuerte sectarismo antica-
tólico. Salmón Amorín fue Ministro de Trabajo, Justicia y Sanidad en 1935, e intentó
promover el empleo, la vivienda accesible para trabaja-
dores y la escolarización de campesinos.
Era miembro de la Asociación Católica de Propagandistas,
fue director del diario La Verdad de Murcia y su partido
político era el partido católico Acción Nacional, que luego
pasó a llamarse Acción Popular y fue el núcleo de la CEDA,
la gran alianza de derechas, de la que fue consejero nacio-
nal y secretario general.
También había sido el primer rector de lo que hoy es la
universidad CEU San Pablo, abogado de Estado y, de
joven, líder de los estudiantes de Derecho de la Confe-
deración Nacional de Estudiantes Católicos. Lo detuvieron
milicianos del Frente Popular en noviembre de 1936 y lo
asesinaron en Paracuellos del Jarama el 7 de noviembre,
donde descansan sus restos entre cientos de mártires bea-
tificados o en vías de beatificación. Tenía 36 años cuando
lo mataron. 5. Ricardo Cortes Villasana, alcalde de Saldaña (Palencia) y diputado del Partido
Agrario
Fue diputado por Palencia las 3 legislaturas de la Segunda República, por el Partido
Agrario, por el Partido Social Popular y por la CEDA. En las
elecciones de 1936 fue el más votado de la circunscripción
de Palencia (51.000 votos de 92.000 votantes). Según señala
la web de la diócesis de Madrid sobre los mártires «socorrió
con auténtica caridad las necesidades de todos los trabaja-
dores humildes y de los necesitados que hacían cola para
recibir su ayuda. De él se afirmó que fue primero santo y
después mártir».
Fue detenido el 28 de agosto, por milicianos de las
Juventudes Socialistas Unificadas. Le mantuvieron preso 70
días en la prisión de la calle del General Porlier, hasta la ma-
drugada del nueve al diez de noviembre, en que fue fusilado.
Tenía 46 años. Hoy sus restos descansan en el cementerio de
su ciudad de Saldaña (Palencia), a la que estuvieron siempre
muy ligados él y sus descendientes.
6. Ramón de Madariaga y Alonso: un concejal que grita ¡viva la Virgen del Pilar!
Nació en 1904 y murió con 31 años fusilado el 14 de agosto de 1936
en Madrid. Sus restos descansan en el cementerio de San Isidro, en
la capital. Había estudiado con los jesuitas de Alberto Aguilera y se
licencia en Derecho. De veinteañero, fue editor del periódico Juven-
tud y Parroquia en los años 20. Era miembro de la Asociación Cató-
lica de Propagandistas.
Fue elegido concejal monárquico del Ayuntamiento de Madrid en
1931. Lo detuvieron en su domicilio el 13 de agosto de 1936 y lo
fusilaron al día siguiente. Antes de morir exclamó: «¡Viva España!
¡Viva la Virgen del Pilar! ¡Viva Cristo Rey!». Hermanos suyos fueron
Juan José y María de Madariaga, fundadora de la Hermandad de
Enfermeras Salus Infirmorum.